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Los poetas que cantan en el Bicentenario
POLITICAS DEL LENGUAJE EN AMÉRICA LATINA,
por Aldo Parfeniuk
2010-09-11 | Aldo Parfeniuk
POLITICAS DEL LENGUAJE EN AMÉRICA LATINA
“La lengua de muchos. Las lenguas de unos pocos…”
Los poetas que cantan en el Bicentenario
Mg. Aldo Parfeniuk-
( Facultad de Lenguas- Universidad Nac. de Córdoba)
Desde los cuerpos- La voz
Entre otros autores modernos, es Michel Foucault -en libros como Historia de la
locura en la época clásica, Historia de la sexualidad y otros- quien nos recuerda de
qué manera cada cuerpo humano está inevitablemente atravesado por la historia;
no sólo la de cada personal “usuario”, sino la de cada época y sus rasgos y
acontecimientos claves, todo lo cual nos constituyen social y culturalmente, en
tanto actores de un tiempo ( y un paraje, país, continente o mundo) determinados.
Somos, los de aquí (los de este lugar en el mapa mundial y este tiempo), usuarios
“naturales” de la voz, en tanto instrumento- lenguaje que nos define en cuanto
protagonistas de una cultura subalterna, propia de un Tercer Mundo cuyas muchas
de sus expresiones mayores se dan a través de la oralidad. Y hemos pasado de largo
durante demasiado tiempo un análisis detenido del protagonismo y valor que tiene
la voz en tanto significativo discurso corporal (por lo tanto no como instrumento de
lo intelectual) que desde nuestra supuesta “inferioridad” nos permite, sin
embargo, objetivar la más íntima subjetividad. Si hemos aprendido a escribir, y si
lo hacemos cada vez mejor, es porque estamos aprendiendo algunas “artes de
hacer” -como diría de Certeau- según nuestros intereses y necesidades, en vez de
los de quienes nos oprimen.
Este esquivado tema de lo físico-corporal, que en realidad constituye buena parte
de la clave de nuestra identidad y de nuestro real lugar en el mundo (lo aceptemos
o no), históricamente está presente en la mayoría de los textos fundacionales -o
canónicos- de nuestra literatura, entre los cuales -porque no podemos extendernos-
solamente mencionaremos algunos. Por ejemplo en las obras centrales de
Echeverría (El Matadero y La Cautiva) donde las metáforas (propias del
romanticismo europeo) son la carnalidad en tanto naturaleza y el cautiverio
modelador, primero de los cuerpos y luego de los espíritus; en Sarmiento, hablando
desde esa contradictoria posición tensionada por lo que le dicta la razón, por un
lado, y lo que le pide el corazón, por el otro. Subyugado por eso mismo que él mide
(en “El tigre” Facundo o en el rastreador Calíbar, por ejemplo) como naturaleza
encarnada, como una muestra de que las habilidades físicas y el entendimiento con
los animales, el paisaje o el discurso del suelo, es lo propio de los bárbaros
inferiores del monte y la montaña, a los que hay que civilizar, imponiéndoles la
racionalidad greco-europea.
Otro tanto sucederá con Hernández y su epopeya de cuerpos que continuamente
deben confrontar para poder ser. Y otra vez la voz, como eje expositivo/expresivo
que se mueve gracias a los resortes de la oralidad (en tanto género e instrumento
de los dominados), ya que el personaje de Hernández es un payador, un hombre
que (se) dice cantando. Este será también el modelo heroico que Lugones tomará
para fundar, con predominantes rasgos “blanquecinos”, a nuestro arquetipo
nacional -en las cercanías de la conmemoración del Centenario, a través de sus
conferencias magistrales en el teatro Odeón, luego convertidas en su libro
“fundacional”, El Payador-, y será el modelo admirado por Borges, quien también
lo impondrá como ejemplo, permitiéndole (a Borges) ser también el “renegado”
cantor popular de coplas y milongas que bien conocemos. Y la lista se extiende a
múltiples textos y autores de distintas épocas que, en lo que hoy es Latinoamérica,
escribieron la ambivalencia (por decirlo con el concepto que J.A.Mazzotti recrea en
“El debate (pos)colonial en Hispanoamérica” 1) Ambivalencia que los mismos
criollos que se constituyeron en clase dirigente mantuvieron mediante dos discursos
contradictorios: la “epopeya popular americana” (reivindicativa de lo indígena) y la
“novela familiar criolla” (que busca el reconocimiento de los españoles y la
legitimación de los criollos en el poder) 2 Se generó, de tal modo, una
subalternización primaria y otra secundaria: españoles (europeos) que dominaban a
los de aquí, y algunos de aquí (los criollos) que dominaban a negros e indígenas. La
sobrevivencia en medio de tales poderes generaría conductas y modos de hacer
propias del débil y del pobre 3, todo lo cual devendría en prácticas tácticas más
que estratégicas. La tonada regional, por medio de la cual los grupos aborígenes
conquistados incrustaron el sustrato lingüístico en la lengua dominante, es un claro
ejemplo táctico: valerse de los recursos del otro para hacer de la mejor manera lo
conveniente a las propias necesidades.
Con la lengua del otro
Acordamos con Vich y Zavala( 2004), y con Gayatri Spivak-a quien aquellos citan-,
que en la mayoría de los casos el subalterno no puede hablar sino con las mismas
palabras del poder en el que está inmerso (según también creemos hacerlo aquí
nosotros); poder que lo subsume y que -pese a su disconformidad y a su
impotencia- también lo modela, lo configura. Pero cuidado: podrá el subalterno
hablar con los discursos, pero no con la voz del otro. Porque la voz (y aquí le damos
a voz un sentido amplio, especialmente en tanto función integrada a, e integradora
de, la totalidad del cuerpo) es solamente suya; al tiempo que por ella se expresan,
inconscientemente -según es lo propio de lo cultural- contenidos y significados no
personales. Del mismo modo que en los cuerpos se inscriben trabajos y profesiones
(Marx, Williams, Hall..); técnicas y tecnologías de sujeción, de control (Foucault);
o se desarrollan e interiorizan habitus de clase e identidad (Bourdieu); o
textualidades identitarias (Lotman), en la voz también anidan, tanto lo “más
único” de cada cual (incluyendo lo histórico y lo cultural), cuanto las diversas
intensidades, volúmenes y matices provenientes de la dinámica dentro/fuera de
cada sujeto y de cada grupo. La importancia del canto -de la canción en acto, es
decir de la canción cuando se está cantando- es que se trataría del momento clave
en que la subjetividad logra, finalmente, objetivarse; pero no ya como
“naturaleza” (según lo definirá, en función de sus necesidades, el blanco) sino
también como sujeto dotado de espíritu y razón: como subjetividad. Así y todo -y
esta es una reflexión al vuelo conectada con la situación actual- siempre la canción
popular será una práctica considerada inferior; al menos desde la categorización
imperante en este sistema-mundo (como diría Inmanuel Wallerstein, que sobre esto
escribió bastante) creado y manejado por los países centrales, especialmente
desde sus patrimonios epistemológicos, indiscutiblemente imperialistas.
El proceso de producción social del “color” como el signo principal de una clasifi
cación social universal del mundo colonial/moderno y eurocentrado del
capitalismo,
es todavía una cuestión cuya investigaciòn histórica sistemática está por hacerse.
Aquí es indispensable señalar que antes de América el “color” no se registra como
clasifi cador
de las gentes en las relaciones de poder. El eurocentramiento del nuevo patrón de
poder no fue, sin duda, inevitable. Pero fue su establecimiento lo que dio origen,
explicaciòn y
sentido a la imposición de la categoría “raza”y del “color”como su marca externa,
desde el siglo XVI hasta hoy.
(Aníbal Quijano- “Colonialidad del poder y clasificación social”- JOURNAL OF
WORLD-SYSTEMS RESEARCH, VI, 2, SUMMER, FALL/2000, 342-386 )
Lo cierto es que entre lo de aquí y lo de allá no puede haber sino notables
diferencias que siempre -por ese complejo de inferioridad que nos juega tan en
contra- hemos tratado de disimular, de no hacernos cargo. Es sabido que, lo que
para el poderoso es ostentación de refinado adorno, para el subalterno (es decir
para nosotros, salvo excepciones) es herramienta útil, ya que nuestras condiciones
no nos permiten darnos determinados lujos.
Es sabido también, por otra parte, que lo que sucede en el orden de lo
científico/político/económico no puede sino repetirse -o a veces adelantarse- en el
orden de lo simbólico.
Así como somos el lugar del cual se extrae el oro y los demás metales y minerales
para producir en los países centrales joyas y bienes sofisticados, sólo somos los
sujetos pasivos del mercado simbólico. Somos, en gran medida, aquellos de quienes
se extraen los contenidos ( para hacer películas, novelas, ensayos; o ser escritores
y profesores invitados) y con quienes se hacen las pruebas, para luego obtener
provechosas conclusiones científicas. O se llevan a cabo diagnósticos y panoramas
sociales y culturales, a través de los cuales se nos conoce mejor, sin que sepamos
bien para qué quieren conocernos. Aunque sospechando de que no es, justamente,
para beneficiarnos: nuestra historia no nos permite pensar otra cosa. No
producimos conocimientos ni riquezas: éstas nos son extraídas y luego vendidas a
nosotros mismos: aquí -en nuestras universidades por ejemplo- compramos
contenidos y saberes procesados en otra parte, por otros; por quienes somos
interpretados y definidos. Se nos ha mirado (y se nos mira) de una manera que
hemos convertido en la manera de mirarnos nosotros mismos.
“Que todo en broma se toma: todo, menos la canción…”
Aunque no se lo haya recogido por escrito (como sí se recogió, por parte de
nuestros recopiladores del Ciclo de los Cancioneros, el patrimonio oral heredado de
la Conquista) todos estos pueblos, posteriormente diezmados por muchos de los
criollos, en sus dramáticos desarraigos y sufrimientos, cantaban. Muchos de ellos,
de esa forma, protegieron y salvaron sus historias y sus culturas.
Esa expresión colectiva cotidiana y sencilla, propia de mayorías y minorías
culturales -a pesar de las políticas comerciales inventoras de subjetividades
artificiales- está presente en lo que hoy denominamos canción popular: forma y
formato cultural absolutamente inclusivo de mucho de lo de nuestra época y que
permite que digan sus cosas nativos, extranjeros, jóvenes, mujeres y cuanto grupo
de “diferentes” o excluidos quiera hacerlo.
Creo que hacer un repaso sobre las principales características del canto y la
canción popular, especialmente en tanto espacio abierto a lo diverso y propio de la
gente más sencilla, es una buena posibilidad de revisar, también, el estado de
nuestra (in)dependencia a 200 años de lo que hoy es tomado como la fecha en que
comenzó tal proceso en nuestras naciones de Latinoamérica. También es
interesante comparar: lo que está sucediendo, con lo que conmemorativamente se
hizo en las proximidades del primer Centenario: en qué medida y hacia qué
dirección cambiaron las cosas. O cuánto haría falta corregir de lo hecho u omitido
en aquella ocasión, hace ya cien años.
En las aparentemente simples canciones populares que no dejan de sonar en la
historia del hombre (sobre todo en la historia no letrada), dicen cosas, sin duda,
muchos impostores que lo único que quieren es hacer dinero; pero también dicen
cantando (que, por supuesto, es mucho más que hablar) los subsumidos: esclavos,
colonizados, subalternos, marginales (materiales y simbólicos) a quienes se les ha
negado (y se los ha desfavorecido para) valerse de su inteligencia, intelectualidad y
espiritualidad; para habilitarlos sólo en tanto cuerpos 4, a partir de los cuales se
vieron obligados a hacer y decir sus historias: se olvidaron de esa parte del cuerpo,
la voz, por medio de lo cual se expresa mucho más que intelectualidad verbalizada.
Lo cierto es que lo que señala Aníbal Quijano en la cita anterior, lejos de haber
quedado en la historia como un antecedente ya superado, es una cuestión que
sobrevive y alimenta permanentemente, bajo diferentes relaciones y prácticas, las
asimetrías de los mundos en los cuales vivimos unos y otros: terceros mundos para
los que seguimos poniendo los materiales y el cuerpo (y cantando a viva voz
nuestras historias) y primeros mundos para quienes ponen la racionalidad, la
ciencia, las artes, la religiosidad y la administración de las ganancias (todo por
escrito). Lo “inferior” y lo “superior” quedan así consolidados bajo aparentes
cambios (como el de un mundo globalizado) que, finalmente, hacen que todo siga
igual; si no peor. Y lo grave es que entre nosotros mismos, en este, nuestro país
actual, replicamos el proceso de subalternización que padecemos con relación a
Europa. Dice Scavino que “ya no existen, por supuesto, los pueblos de indios. Pero
a los habitantes de las “villas miserias”, las “poblaciones callampas”, los “pueblos
jóvenes” o las “ciudades perdidas” se los sigue arrumbando “en las goteras de las
ciudades y villas de los españoles para tener un mediato servicio personal e
doctrinarlos” 5
En su momento inicial, en su etapa de raíz, la poesía es oral y poco tiene que ver
con la literatura ( además, ¿sabe alguien hoy, sin engañarse, qué es realmente la
literatura? ). Al menos la poesía nada tiene que ver con la literatura, en tanto
máquina escrituraria, en tanto industria de la palabra prestataria de los
proliferantes discursos chatarras: tanto los de la publicidad, como los de la
autoayuda, los fundamentalismos religiosos, el bestsellerismo, casi toda la política,
los medios o buena parte de internet.
La poesía es básicamente oral, es oralidad. Y de modo parecido a lo que Borges -
quien supo refugiarse a tiempo del olvido también en la oralidad de su ciudad y de
sus barrios- acertara a decir sobre el individuo: que “El deber de cada uno es dar
con su voz”, la referida consigna, ampliada, cabría para ilustrar lo que hace ese
gran colectivo con hambre de identidad que somos y que hasta no hace mucho
llamábamos (y sentíamos) pueblo.
Y la poesía del pueblo es oralidad; oralidad que dice (porque cantar, para la gente
del pueblo es, sobre todo, contar, decir, como bien dice Torres Roggero 6) y
oralidad que canta, que le agrega música a la música que las palabras que salen de
su boca ya traen. Y eso está muy lejos de la desmedida pretensión de los “grandes”
poetas literarios que intentan hacer música con las palabras; o hacer con las
palabras lo que hace la música; o que las palabras sean música, que lo verbal
funcione -interna o externamente- como lo musical.
No, la verbalidad fundada en la oralidad de la que hablo es otra cosa. En principio:
esta oralidad se caracteriza por su pertenencia a las tonadas regionales (de las que
Daniel Moyano decía que eran como el sabor de las hierbas del lugar en las
comidas). Dichas tonadas están estrechamente vinculadas con los sustratos
lingüísticos aborígenes: algo que a medida que avanzamos hacia las grandes urbes
portuarias va desapareciendo, ya que allí se oraliza, en todo caso, siguiendo
entonaciones de otras procedencias, como es el caso del italianizado desvío
entonacional que se escucha actualmente en los porteños.
Volviendo a la poesía. Leyendo (oyendo) los poemas de poetas de distintas
provincias, como el salteño Manuel J. Castilla, el sanjuanino Jorge Leónidas
Escudero, el pampeano Juan Carlos Bustriazo Ortiz, el correntino Francisco
Madariaga o los entrerrianos Juan L. Ortiz o Arnaldo Calveyra 7, se advierte
claramente cada singularidad (hay quien tal vez aún prefiera llamarlo estilo) como
propia de los rasgos orales de cada región de pertenencia (en buena parte de la
poesía de Borges o de Gelman la cadencia y oralidad de lo tanguero, por supuesto
). Estamos en presencia de recreaciones, transacciones y permeabilidades
culturales ( entendiendo cultura en su acepción antropológica) en las cuales el
“autor” suele tener mucha menos ingerencia (en la supuesta“creación”) de lo que
él cree.
Estos poetas son, la mayoría de las veces, sólo (y no es poco) los traductores
sensibilísimos de las maneras de hablar, de decir, de entonar únicos. Y no son
propuestos aquí como modelos superiores: simplemente se los señala con intención
de intentar balancear la dominante asimetría, que históricamente funcionó a favor
de una poesía construida a partir de las “genialidades” del individualista concepto
de autor o de recursos de la cultura letrada y “superior” (posibilidad exclusiva de
una selecta minoría adinerada, o beneficiaria de mecenazgos), cuando no de las
tradiciones propias de un universalismo que la mayoría de las veces y durante
mucho tiempo (aún hoy), no fue otra cosa que la historia singular de algún país o
ciudad (Grecia, Roma…) elevada a la categoría de modelo general.
Considérese la siguiente observación: suelen decir los poetas (no sólo ellos, sino
también los artistas en general) que ellos, personalmente, toman los rasgos
culturales subsumidos para construir sus estilos. Cada vez tiendo a pensar que es al
revés: que en realidad se trata de la capacidad táctica propia de lo popular para
introducirse y perdurar, inclusive (y sobre todo) allí donde se lo niega: son los
poetas los “tomados”.
Al decir lo anterior no dejo de tener presente la convincente argumentación -ya
citada- de Vich y Zavala, de que la voz del subalterno “..no necesariamente
coincide con sus intereses y se produce en el interior de una estructura de
dominación de la cual casi no puede salir”. Insisto: sucede lo que con las
entonaciones regionales, de las que se coincide en afirmar que son vestigios
sustratales de las áreas linguísticas aborígenes subsumidas por los conquistadores.
Lo que “tácticamente” los vencidos incrustaron en la lengua de los vencedores. Y
que es algo que no termina allí, en el mero rasgo pintoresco, puesto que lo
entonacional también gravita y rige sobre la sintaxis y otros aspectos del lenguaje (
según se lo analiza con mayor detalle en trabajos anteriores) 8 es, también, algo
que regresa en forma de múltiples pulsiones, y muchas veces sin que ellos lo
quieran, en las voces de los poetas: especialmente en las de los poetas que
“cantan”.
Aquí , algunos poemas a título de ejemplo:
Unca bermeja (1973, 5)
1
caéme la luna de las derrotas
rómpeme el aire de las muchachas
que tengo en las pérfidas sienes
en la derecha costa mirla
bájase otoño de las nieblas
bájate niebla hasta mis muslos
regalaréte lengua ansiosa
hasta agoniarte y fallecérteme
hasta que mi amor póngate en yesca
rómpete taza sin ponzoña
estaráste en qué galladura
en qué preñez en que siga ardiendo
hasta quinientos o tres mil años
hay mi casada de tornasoles
mi algarroba de treinta sombras
entrelusionado no veréme
y en tus trémolos no seré padre
ay mi junca desriñonada
mi descaderada chilca augusta
ni mi partida muy serásme ¡ Juan Carlos Bustriazo Ortiz
Arazá-ti rincón ( 1980, 37 )
1
¡ Pleamar de loros y de tigres
enterrados!...
Algún potro alguna vez,
algún jinete
que ya tiraba lazos de salvación
invadieron esta zona sagrada.
Yo no le pedí apoyo al eucalipto
extranjero,
me co-alumbré debajo de las
palmas.
El gato montés
orinaba
verdes tecitos
sobre mi alma. Francisco Madariaga
Menhir de Cachi ( 1972, 69 )
A Néstor Saavedra
Soy una piedra muda,
uno nacido ciego en el valle calchaquí,
un hijo hechizo del granito,
apenas un resuello apagándose
sin forma todavía
ni memoria.
Hace miles de años
ví nacer la lechosa joya del maíz
y sentí las manos del hombre
moldeándose cantando.
Sé que en pozos me crecen todavía,
reventadas, las burbujas de la primera lava
y que cuando me hallaron
deshicieron al viento mis cenizas aún tibias
porque era quien velaba los desvelos del fuego.
Soy todo eso
y siento por mi sangre,
como por una yema,
arenosa, pasar la eternidad.
Ahora,
con todo el cielo encima,
yazgo dentro de un agua silenciosa.
Alguien me tiene entre sus brazos, lejos.
Mañana tal vez llore. Manuel J. Castilla
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Notas
1 José A. Mazzotti (2008) En: Treinta años de estudios literarios/culturales
latinoamericanos en Estados Unidos, Pittsburg, Biblioteca de América, p.200.
2 por decirlo con la tipificación de Dardo Scavino(2010) en Narraciones de la
Independencia, Buenos Aires, Eterna Cadencia. Allí el autor analiza numerosos
textos; entre otros, de Carlos de Sigüenza y Góngora (1692); Simón Bolívar (1815);
Francisco de Miranda(1801);Bernardo de Monteagudo (1812);Juan B. Alberdi (1867);
Pablo Neruda (1950); Héctor A. Murena (1965)…
3 Cfr. Michel de Certeau (1996) La invención de lo cotidiano, México, Universidad
Iberoamericana.
4 Nuestra cinematografía hace tiempo que bautizó esta injusta relación estructural
con el nombre de “La deuda interna”, y no es otra cosa que la replicación, en lo
intranacional, de la asimetría internacional que padecemos. Se trata, por enésima
vez, de señalar el hecho de que en nuestro país la Capital (y el gran conglomerado
socio urbano que la rodea), no solamente se nutre sino se vale de los provincianos
(y de los bolivianos, uruguayos, peruanos, paraguayos, etcétera) básicamente en
términos de fuerza bruta de trabajo, de cuerpos para la realización de tareas
“inferiores” (albañilería, policía, servicios domésticos, agricultura, sexo, etcétera),
reservándose para sí las actividades “superiores” del intelecto y sus aplicaciones en
las distintas profesiones y puestos de mando, imponiendo su poderío material y
simbólico sobre las gentes, sobre las personas de los distintos “interiores” de país
que tenemos los argentinos. Se les aplica a los de adentro (y a los que viene de
economías menos fructíferas a buscar una mejor vida) lo que los de afuera, los
dueños de las economías y las culturas centrales nos aplican en tanto país
subalterno.
Y en este sentido, nuestra Capital es la sede de los poderes que rigen el destino de
todos. Poderes entre los que se cuenta el que decide quiénes irán y quienes no a
defendernos (a todos los argentinos) a los frentes de batalla. Cuestión histórica
también, que atraviesa nuestro corpus socio cultural, como cuando se decidió
cuáles y cuántos indios, negros, pajueranos, prostitutas, renegados o iletrados iban
a ponerle el cuero a las balas -por lo menos desde los tiempos de las Invasiones
Inglesas para acá- para después ser borrados de nuestro modelo identitario
cultural.
5 D.Scavino,ob.cit.p.299
6 Jorge Torres Roggero (2002): Elogio del pensamiento plebeyo, Córdoba, Silabario.
7 Poetas a quienes se cita para evitar ejemplificar con trabajos de letristas de
canciones, que muchas veces bajo melodías estereotipadas escriben letras de
escaso valor poético, y que la mayoría de las veces sólo se apoyan en los
eventuales valores de eas melodías. Cosa muy diferente a los poetas que se
entregan a la aventura del lenguaje como una experiencia trascendente.
8 Cfr. Aldo Parfeniuk (1990) Manuel J, Castilla, desde la aldea americana, Córdoba,
Alción, y (2005) Mundo Romilio, Córdoba, Alción.
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