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Los poetas que cantan en el Bicentenario POLITICAS DEL LENGUAJE EN AMÉRICA LATINA, por Aldo Parfeniuk 2010-09-11 | Aldo Parfeniuk POLITICAS DEL LENGUAJE EN AMÉRICA LATINA “La lengua de muchos. Las lenguas de unos pocos…” Los poetas que cantan en el Bicentenario Mg. Aldo Parfeniuk- ( Facultad de Lenguas- Universidad Nac. de Córdoba) Desde los cuerpos- La voz Entre otros autores modernos, es Michel Foucault -en libros como Historia de la locura en la época clásica, Historia de la sexualidad y otros- quien nos recuerda de qué manera cada cuerpo humano está inevitablemente atravesado por la historia; no sólo la de cada personal “usuario”, sino la de cada época y sus rasgos y acontecimientos claves, todo lo cual nos constituyen social y culturalmente, en tanto actores de un tiempo ( y un paraje, país, continente o mundo) determinados. Somos, los de aquí (los de este lugar en el mapa mundial y este tiempo), usuarios “naturales” de la voz, en tanto instrumento- lenguaje que nos define en cuanto protagonistas de una cultura subalterna, propia de un Tercer Mundo cuyas muchas de sus expresiones mayores se dan a través de la oralidad. Y hemos pasado de largo durante demasiado tiempo un análisis detenido del protagonismo y valor que tiene la voz en tanto significativo discurso corporal (por lo tanto no como instrumento de lo intelectual) que desde nuestra supuesta “inferioridad” nos permite, sin embargo, objetivar la más íntima subjetividad. Si hemos aprendido a escribir, y si lo hacemos cada vez mejor, es porque estamos aprendiendo algunas “artes de hacer” -como diría de Certeau- según nuestros intereses y necesidades, en vez de los de quienes nos oprimen. Este esquivado tema de lo físico-corporal, que en realidad constituye buena parte de la clave de nuestra identidad y de nuestro real lugar en el mundo (lo aceptemos o no), históricamente está presente en la mayoría de los textos fundacionales -o canónicos- de nuestra literatura, entre los cuales -porque no podemos extendernos- solamente mencionaremos algunos. Por ejemplo en las obras centrales de Echeverría (El Matadero y La Cautiva) donde las metáforas (propias del

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Aldo Parfeniuk, Políticas Del Lenguaje en América Latina - Lengua de Unos Pocos

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Los poetas que cantan en el Bicentenario

POLITICAS DEL LENGUAJE EN AMÉRICA LATINA,

por Aldo Parfeniuk

2010-09-11 | Aldo Parfeniuk

POLITICAS DEL LENGUAJE EN AMÉRICA LATINA

“La lengua de muchos. Las lenguas de unos pocos…”

Los poetas que cantan en el Bicentenario

Mg. Aldo Parfeniuk-

( Facultad de Lenguas- Universidad Nac. de Córdoba)

Desde los cuerpos- La voz

Entre otros autores modernos, es Michel Foucault -en libros como Historia de la

locura en la época clásica, Historia de la sexualidad y otros- quien nos recuerda de

qué manera cada cuerpo humano está inevitablemente atravesado por la historia;

no sólo la de cada personal “usuario”, sino la de cada época y sus rasgos y

acontecimientos claves, todo lo cual nos constituyen social y culturalmente, en

tanto actores de un tiempo ( y un paraje, país, continente o mundo) determinados.

Somos, los de aquí (los de este lugar en el mapa mundial y este tiempo), usuarios

“naturales” de la voz, en tanto instrumento- lenguaje que nos define en cuanto

protagonistas de una cultura subalterna, propia de un Tercer Mundo cuyas muchas

de sus expresiones mayores se dan a través de la oralidad. Y hemos pasado de largo

durante demasiado tiempo un análisis detenido del protagonismo y valor que tiene

la voz en tanto significativo discurso corporal (por lo tanto no como instrumento de

lo intelectual) que desde nuestra supuesta “inferioridad” nos permite, sin

embargo, objetivar la más íntima subjetividad. Si hemos aprendido a escribir, y si

lo hacemos cada vez mejor, es porque estamos aprendiendo algunas “artes de

hacer” -como diría de Certeau- según nuestros intereses y necesidades, en vez de

los de quienes nos oprimen.

Este esquivado tema de lo físico-corporal, que en realidad constituye buena parte

de la clave de nuestra identidad y de nuestro real lugar en el mundo (lo aceptemos

o no), históricamente está presente en la mayoría de los textos fundacionales -o

canónicos- de nuestra literatura, entre los cuales -porque no podemos extendernos-

solamente mencionaremos algunos. Por ejemplo en las obras centrales de

Echeverría (El Matadero y La Cautiva) donde las metáforas (propias del

romanticismo europeo) son la carnalidad en tanto naturaleza y el cautiverio

modelador, primero de los cuerpos y luego de los espíritus; en Sarmiento, hablando

desde esa contradictoria posición tensionada por lo que le dicta la razón, por un

lado, y lo que le pide el corazón, por el otro. Subyugado por eso mismo que él mide

(en “El tigre” Facundo o en el rastreador Calíbar, por ejemplo) como naturaleza

encarnada, como una muestra de que las habilidades físicas y el entendimiento con

los animales, el paisaje o el discurso del suelo, es lo propio de los bárbaros

inferiores del monte y la montaña, a los que hay que civilizar, imponiéndoles la

racionalidad greco-europea.

Otro tanto sucederá con Hernández y su epopeya de cuerpos que continuamente

deben confrontar para poder ser. Y otra vez la voz, como eje expositivo/expresivo

que se mueve gracias a los resortes de la oralidad (en tanto género e instrumento

de los dominados), ya que el personaje de Hernández es un payador, un hombre

que (se) dice cantando. Este será también el modelo heroico que Lugones tomará

para fundar, con predominantes rasgos “blanquecinos”, a nuestro arquetipo

nacional -en las cercanías de la conmemoración del Centenario, a través de sus

conferencias magistrales en el teatro Odeón, luego convertidas en su libro

“fundacional”, El Payador-, y será el modelo admirado por Borges, quien también

lo impondrá como ejemplo, permitiéndole (a Borges) ser también el “renegado”

cantor popular de coplas y milongas que bien conocemos. Y la lista se extiende a

múltiples textos y autores de distintas épocas que, en lo que hoy es Latinoamérica,

escribieron la ambivalencia (por decirlo con el concepto que J.A.Mazzotti recrea en

“El debate (pos)colonial en Hispanoamérica” 1) Ambivalencia que los mismos

criollos que se constituyeron en clase dirigente mantuvieron mediante dos discursos

contradictorios: la “epopeya popular americana” (reivindicativa de lo indígena) y la

“novela familiar criolla” (que busca el reconocimiento de los españoles y la

legitimación de los criollos en el poder) 2 Se generó, de tal modo, una

subalternización primaria y otra secundaria: españoles (europeos) que dominaban a

los de aquí, y algunos de aquí (los criollos) que dominaban a negros e indígenas. La

sobrevivencia en medio de tales poderes generaría conductas y modos de hacer

propias del débil y del pobre 3, todo lo cual devendría en prácticas tácticas más

que estratégicas. La tonada regional, por medio de la cual los grupos aborígenes

conquistados incrustaron el sustrato lingüístico en la lengua dominante, es un claro

ejemplo táctico: valerse de los recursos del otro para hacer de la mejor manera lo

conveniente a las propias necesidades.

Con la lengua del otro

Acordamos con Vich y Zavala( 2004), y con Gayatri Spivak-a quien aquellos citan-,

que en la mayoría de los casos el subalterno no puede hablar sino con las mismas

palabras del poder en el que está inmerso (según también creemos hacerlo aquí

nosotros); poder que lo subsume y que -pese a su disconformidad y a su

impotencia- también lo modela, lo configura. Pero cuidado: podrá el subalterno

hablar con los discursos, pero no con la voz del otro. Porque la voz (y aquí le damos

a voz un sentido amplio, especialmente en tanto función integrada a, e integradora

de, la totalidad del cuerpo) es solamente suya; al tiempo que por ella se expresan,

inconscientemente -según es lo propio de lo cultural- contenidos y significados no

personales. Del mismo modo que en los cuerpos se inscriben trabajos y profesiones

(Marx, Williams, Hall..); técnicas y tecnologías de sujeción, de control (Foucault);

o se desarrollan e interiorizan habitus de clase e identidad (Bourdieu); o

textualidades identitarias (Lotman), en la voz también anidan, tanto lo “más

único” de cada cual (incluyendo lo histórico y lo cultural), cuanto las diversas

intensidades, volúmenes y matices provenientes de la dinámica dentro/fuera de

cada sujeto y de cada grupo. La importancia del canto -de la canción en acto, es

decir de la canción cuando se está cantando- es que se trataría del momento clave

en que la subjetividad logra, finalmente, objetivarse; pero no ya como

“naturaleza” (según lo definirá, en función de sus necesidades, el blanco) sino

también como sujeto dotado de espíritu y razón: como subjetividad. Así y todo -y

esta es una reflexión al vuelo conectada con la situación actual- siempre la canción

popular será una práctica considerada inferior; al menos desde la categorización

imperante en este sistema-mundo (como diría Inmanuel Wallerstein, que sobre esto

escribió bastante) creado y manejado por los países centrales, especialmente

desde sus patrimonios epistemológicos, indiscutiblemente imperialistas.

El proceso de producción social del “color” como el signo principal de una clasifi

cación social universal del mundo colonial/moderno y eurocentrado del

capitalismo,

es todavía una cuestión cuya investigaciòn histórica sistemática está por hacerse.

Aquí es indispensable señalar que antes de América el “color” no se registra como

clasifi cador

de las gentes en las relaciones de poder. El eurocentramiento del nuevo patrón de

poder no fue, sin duda, inevitable. Pero fue su establecimiento lo que dio origen,

explicaciòn y

sentido a la imposición de la categoría “raza”y del “color”como su marca externa,

desde el siglo XVI hasta hoy.

(Aníbal Quijano- “Colonialidad del poder y clasificación social”- JOURNAL OF

WORLD-SYSTEMS RESEARCH, VI, 2, SUMMER, FALL/2000, 342-386 )

Lo cierto es que entre lo de aquí y lo de allá no puede haber sino notables

diferencias que siempre -por ese complejo de inferioridad que nos juega tan en

contra- hemos tratado de disimular, de no hacernos cargo. Es sabido que, lo que

para el poderoso es ostentación de refinado adorno, para el subalterno (es decir

para nosotros, salvo excepciones) es herramienta útil, ya que nuestras condiciones

no nos permiten darnos determinados lujos.

Es sabido también, por otra parte, que lo que sucede en el orden de lo

científico/político/económico no puede sino repetirse -o a veces adelantarse- en el

orden de lo simbólico.

Así como somos el lugar del cual se extrae el oro y los demás metales y minerales

para producir en los países centrales joyas y bienes sofisticados, sólo somos los

sujetos pasivos del mercado simbólico. Somos, en gran medida, aquellos de quienes

se extraen los contenidos ( para hacer películas, novelas, ensayos; o ser escritores

y profesores invitados) y con quienes se hacen las pruebas, para luego obtener

provechosas conclusiones científicas. O se llevan a cabo diagnósticos y panoramas

sociales y culturales, a través de los cuales se nos conoce mejor, sin que sepamos

bien para qué quieren conocernos. Aunque sospechando de que no es, justamente,

para beneficiarnos: nuestra historia no nos permite pensar otra cosa. No

producimos conocimientos ni riquezas: éstas nos son extraídas y luego vendidas a

nosotros mismos: aquí -en nuestras universidades por ejemplo- compramos

contenidos y saberes procesados en otra parte, por otros; por quienes somos

interpretados y definidos. Se nos ha mirado (y se nos mira) de una manera que

hemos convertido en la manera de mirarnos nosotros mismos.

“Que todo en broma se toma: todo, menos la canción…”

Aunque no se lo haya recogido por escrito (como sí se recogió, por parte de

nuestros recopiladores del Ciclo de los Cancioneros, el patrimonio oral heredado de

la Conquista) todos estos pueblos, posteriormente diezmados por muchos de los

criollos, en sus dramáticos desarraigos y sufrimientos, cantaban. Muchos de ellos,

de esa forma, protegieron y salvaron sus historias y sus culturas.

Esa expresión colectiva cotidiana y sencilla, propia de mayorías y minorías

culturales -a pesar de las políticas comerciales inventoras de subjetividades

artificiales- está presente en lo que hoy denominamos canción popular: forma y

formato cultural absolutamente inclusivo de mucho de lo de nuestra época y que

permite que digan sus cosas nativos, extranjeros, jóvenes, mujeres y cuanto grupo

de “diferentes” o excluidos quiera hacerlo.

Creo que hacer un repaso sobre las principales características del canto y la

canción popular, especialmente en tanto espacio abierto a lo diverso y propio de la

gente más sencilla, es una buena posibilidad de revisar, también, el estado de

nuestra (in)dependencia a 200 años de lo que hoy es tomado como la fecha en que

comenzó tal proceso en nuestras naciones de Latinoamérica. También es

interesante comparar: lo que está sucediendo, con lo que conmemorativamente se

hizo en las proximidades del primer Centenario: en qué medida y hacia qué

dirección cambiaron las cosas. O cuánto haría falta corregir de lo hecho u omitido

en aquella ocasión, hace ya cien años.

En las aparentemente simples canciones populares que no dejan de sonar en la

historia del hombre (sobre todo en la historia no letrada), dicen cosas, sin duda,

muchos impostores que lo único que quieren es hacer dinero; pero también dicen

cantando (que, por supuesto, es mucho más que hablar) los subsumidos: esclavos,

colonizados, subalternos, marginales (materiales y simbólicos) a quienes se les ha

negado (y se los ha desfavorecido para) valerse de su inteligencia, intelectualidad y

espiritualidad; para habilitarlos sólo en tanto cuerpos 4, a partir de los cuales se

vieron obligados a hacer y decir sus historias: se olvidaron de esa parte del cuerpo,

la voz, por medio de lo cual se expresa mucho más que intelectualidad verbalizada.

Lo cierto es que lo que señala Aníbal Quijano en la cita anterior, lejos de haber

quedado en la historia como un antecedente ya superado, es una cuestión que

sobrevive y alimenta permanentemente, bajo diferentes relaciones y prácticas, las

asimetrías de los mundos en los cuales vivimos unos y otros: terceros mundos para

los que seguimos poniendo los materiales y el cuerpo (y cantando a viva voz

nuestras historias) y primeros mundos para quienes ponen la racionalidad, la

ciencia, las artes, la religiosidad y la administración de las ganancias (todo por

escrito). Lo “inferior” y lo “superior” quedan así consolidados bajo aparentes

cambios (como el de un mundo globalizado) que, finalmente, hacen que todo siga

igual; si no peor. Y lo grave es que entre nosotros mismos, en este, nuestro país

actual, replicamos el proceso de subalternización que padecemos con relación a

Europa. Dice Scavino que “ya no existen, por supuesto, los pueblos de indios. Pero

a los habitantes de las “villas miserias”, las “poblaciones callampas”, los “pueblos

jóvenes” o las “ciudades perdidas” se los sigue arrumbando “en las goteras de las

ciudades y villas de los españoles para tener un mediato servicio personal e

doctrinarlos” 5

En su momento inicial, en su etapa de raíz, la poesía es oral y poco tiene que ver

con la literatura ( además, ¿sabe alguien hoy, sin engañarse, qué es realmente la

literatura? ). Al menos la poesía nada tiene que ver con la literatura, en tanto

máquina escrituraria, en tanto industria de la palabra prestataria de los

proliferantes discursos chatarras: tanto los de la publicidad, como los de la

autoayuda, los fundamentalismos religiosos, el bestsellerismo, casi toda la política,

los medios o buena parte de internet.

La poesía es básicamente oral, es oralidad. Y de modo parecido a lo que Borges -

quien supo refugiarse a tiempo del olvido también en la oralidad de su ciudad y de

sus barrios- acertara a decir sobre el individuo: que “El deber de cada uno es dar

con su voz”, la referida consigna, ampliada, cabría para ilustrar lo que hace ese

gran colectivo con hambre de identidad que somos y que hasta no hace mucho

llamábamos (y sentíamos) pueblo.

Y la poesía del pueblo es oralidad; oralidad que dice (porque cantar, para la gente

del pueblo es, sobre todo, contar, decir, como bien dice Torres Roggero 6) y

oralidad que canta, que le agrega música a la música que las palabras que salen de

su boca ya traen. Y eso está muy lejos de la desmedida pretensión de los “grandes”

poetas literarios que intentan hacer música con las palabras; o hacer con las

palabras lo que hace la música; o que las palabras sean música, que lo verbal

funcione -interna o externamente- como lo musical.

No, la verbalidad fundada en la oralidad de la que hablo es otra cosa. En principio:

esta oralidad se caracteriza por su pertenencia a las tonadas regionales (de las que

Daniel Moyano decía que eran como el sabor de las hierbas del lugar en las

comidas). Dichas tonadas están estrechamente vinculadas con los sustratos

lingüísticos aborígenes: algo que a medida que avanzamos hacia las grandes urbes

portuarias va desapareciendo, ya que allí se oraliza, en todo caso, siguiendo

entonaciones de otras procedencias, como es el caso del italianizado desvío

entonacional que se escucha actualmente en los porteños.

Volviendo a la poesía. Leyendo (oyendo) los poemas de poetas de distintas

provincias, como el salteño Manuel J. Castilla, el sanjuanino Jorge Leónidas

Escudero, el pampeano Juan Carlos Bustriazo Ortiz, el correntino Francisco

Madariaga o los entrerrianos Juan L. Ortiz o Arnaldo Calveyra 7, se advierte

claramente cada singularidad (hay quien tal vez aún prefiera llamarlo estilo) como

propia de los rasgos orales de cada región de pertenencia (en buena parte de la

poesía de Borges o de Gelman la cadencia y oralidad de lo tanguero, por supuesto

). Estamos en presencia de recreaciones, transacciones y permeabilidades

culturales ( entendiendo cultura en su acepción antropológica) en las cuales el

“autor” suele tener mucha menos ingerencia (en la supuesta“creación”) de lo que

él cree.

Estos poetas son, la mayoría de las veces, sólo (y no es poco) los traductores

sensibilísimos de las maneras de hablar, de decir, de entonar únicos. Y no son

propuestos aquí como modelos superiores: simplemente se los señala con intención

de intentar balancear la dominante asimetría, que históricamente funcionó a favor

de una poesía construida a partir de las “genialidades” del individualista concepto

de autor o de recursos de la cultura letrada y “superior” (posibilidad exclusiva de

una selecta minoría adinerada, o beneficiaria de mecenazgos), cuando no de las

tradiciones propias de un universalismo que la mayoría de las veces y durante

mucho tiempo (aún hoy), no fue otra cosa que la historia singular de algún país o

ciudad (Grecia, Roma…) elevada a la categoría de modelo general.

Considérese la siguiente observación: suelen decir los poetas (no sólo ellos, sino

también los artistas en general) que ellos, personalmente, toman los rasgos

culturales subsumidos para construir sus estilos. Cada vez tiendo a pensar que es al

revés: que en realidad se trata de la capacidad táctica propia de lo popular para

introducirse y perdurar, inclusive (y sobre todo) allí donde se lo niega: son los

poetas los “tomados”.

Al decir lo anterior no dejo de tener presente la convincente argumentación -ya

citada- de Vich y Zavala, de que la voz del subalterno “..no necesariamente

coincide con sus intereses y se produce en el interior de una estructura de

dominación de la cual casi no puede salir”. Insisto: sucede lo que con las

entonaciones regionales, de las que se coincide en afirmar que son vestigios

sustratales de las áreas linguísticas aborígenes subsumidas por los conquistadores.

Lo que “tácticamente” los vencidos incrustaron en la lengua de los vencedores. Y

que es algo que no termina allí, en el mero rasgo pintoresco, puesto que lo

entonacional también gravita y rige sobre la sintaxis y otros aspectos del lenguaje (

según se lo analiza con mayor detalle en trabajos anteriores) 8 es, también, algo

que regresa en forma de múltiples pulsiones, y muchas veces sin que ellos lo

quieran, en las voces de los poetas: especialmente en las de los poetas que

“cantan”.

Aquí , algunos poemas a título de ejemplo:

Unca bermeja (1973, 5)

1

caéme la luna de las derrotas

rómpeme el aire de las muchachas

que tengo en las pérfidas sienes

en la derecha costa mirla

bájase otoño de las nieblas

bájate niebla hasta mis muslos

regalaréte lengua ansiosa

hasta agoniarte y fallecérteme

hasta que mi amor póngate en yesca

rómpete taza sin ponzoña

estaráste en qué galladura

en qué preñez en que siga ardiendo

hasta quinientos o tres mil años

hay mi casada de tornasoles

mi algarroba de treinta sombras

entrelusionado no veréme

y en tus trémolos no seré padre

ay mi junca desriñonada

mi descaderada chilca augusta

ni mi partida muy serásme ¡ Juan Carlos Bustriazo Ortiz

Arazá-ti rincón ( 1980, 37 )

1

¡ Pleamar de loros y de tigres

enterrados!...

Algún potro alguna vez,

algún jinete

que ya tiraba lazos de salvación

invadieron esta zona sagrada.

Yo no le pedí apoyo al eucalipto

extranjero,

me co-alumbré debajo de las

palmas.

El gato montés

orinaba

verdes tecitos

sobre mi alma. Francisco Madariaga

Menhir de Cachi ( 1972, 69 )

A Néstor Saavedra

Soy una piedra muda,

uno nacido ciego en el valle calchaquí,

un hijo hechizo del granito,

apenas un resuello apagándose

sin forma todavía

ni memoria.

Hace miles de años

ví nacer la lechosa joya del maíz

y sentí las manos del hombre

moldeándose cantando.

Sé que en pozos me crecen todavía,

reventadas, las burbujas de la primera lava

y que cuando me hallaron

deshicieron al viento mis cenizas aún tibias

porque era quien velaba los desvelos del fuego.

Soy todo eso

y siento por mi sangre,

como por una yema,

arenosa, pasar la eternidad.

Ahora,

con todo el cielo encima,

yazgo dentro de un agua silenciosa.

Alguien me tiene entre sus brazos, lejos.

Mañana tal vez llore. Manuel J. Castilla

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Notas

1 José A. Mazzotti (2008) En: Treinta años de estudios literarios/culturales

latinoamericanos en Estados Unidos, Pittsburg, Biblioteca de América, p.200.

2 por decirlo con la tipificación de Dardo Scavino(2010) en Narraciones de la

Independencia, Buenos Aires, Eterna Cadencia. Allí el autor analiza numerosos

textos; entre otros, de Carlos de Sigüenza y Góngora (1692); Simón Bolívar (1815);

Francisco de Miranda(1801);Bernardo de Monteagudo (1812);Juan B. Alberdi (1867);

Pablo Neruda (1950); Héctor A. Murena (1965)…

3 Cfr. Michel de Certeau (1996) La invención de lo cotidiano, México, Universidad

Iberoamericana.

4 Nuestra cinematografía hace tiempo que bautizó esta injusta relación estructural

con el nombre de “La deuda interna”, y no es otra cosa que la replicación, en lo

intranacional, de la asimetría internacional que padecemos. Se trata, por enésima

vez, de señalar el hecho de que en nuestro país la Capital (y el gran conglomerado

socio urbano que la rodea), no solamente se nutre sino se vale de los provincianos

(y de los bolivianos, uruguayos, peruanos, paraguayos, etcétera) básicamente en

términos de fuerza bruta de trabajo, de cuerpos para la realización de tareas

“inferiores” (albañilería, policía, servicios domésticos, agricultura, sexo, etcétera),

reservándose para sí las actividades “superiores” del intelecto y sus aplicaciones en

las distintas profesiones y puestos de mando, imponiendo su poderío material y

simbólico sobre las gentes, sobre las personas de los distintos “interiores” de país

que tenemos los argentinos. Se les aplica a los de adentro (y a los que viene de

economías menos fructíferas a buscar una mejor vida) lo que los de afuera, los

dueños de las economías y las culturas centrales nos aplican en tanto país

subalterno.

Y en este sentido, nuestra Capital es la sede de los poderes que rigen el destino de

todos. Poderes entre los que se cuenta el que decide quiénes irán y quienes no a

defendernos (a todos los argentinos) a los frentes de batalla. Cuestión histórica

también, que atraviesa nuestro corpus socio cultural, como cuando se decidió

cuáles y cuántos indios, negros, pajueranos, prostitutas, renegados o iletrados iban

a ponerle el cuero a las balas -por lo menos desde los tiempos de las Invasiones

Inglesas para acá- para después ser borrados de nuestro modelo identitario

cultural.

5 D.Scavino,ob.cit.p.299

6 Jorge Torres Roggero (2002): Elogio del pensamiento plebeyo, Córdoba, Silabario.

7 Poetas a quienes se cita para evitar ejemplificar con trabajos de letristas de

canciones, que muchas veces bajo melodías estereotipadas escriben letras de

escaso valor poético, y que la mayoría de las veces sólo se apoyan en los

eventuales valores de eas melodías. Cosa muy diferente a los poetas que se

entregan a la aventura del lenguaje como una experiencia trascendente.

8 Cfr. Aldo Parfeniuk (1990) Manuel J, Castilla, desde la aldea americana, Córdoba,

Alción, y (2005) Mundo Romilio, Córdoba, Alción.

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