alas negras - laura gallego garcia

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Laura Gallego García Alas negras ~1~

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L a u ra G a lle g o G a rc a

A la s n e g ra s

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LAURA GALLEGO GARCA

ALASNEGRAS02 Ahriel

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Agradecimientos En primer lugar, y como siempre, a Andrs, por su apoyo durante el proceso de desarrollo de esta novela. Tambin, a Pablo, por sus lcidos comentarios sobre el primer borrador y por todas las anotaciones al margen, que me fueron muy tiles. No podra olvidar a todos los lectores de Alas de fuego que deseaban poder leer algn da la continuacin, especialmente a Alexia, por todo el cario que ha demostrado siempre hacia esta historia y sus personajes. Y, por ltimo, al equipo de la editorial Laberinto, que retom este proyecto con mucha ilusin. Muchas gracias a todos por ayudarme a que Ahriel volviese a volar.

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ndiceArgumento.................................. 5 rgumento.................................. ................................ Consejo................................ ...................................... I Consejo...................................... 6 Gorlian ................................. II Gorlian ................................. 22 III Infierno .............................. 40 IV Engendro ............................. 62 ..................................... V Marla ..................................... 81 VI Rarmac .............................. 106 Siete................................ ................................... VII Siete................................... 134 VIII Hogar .............................. 150 IX Consecuencias ................... 170 Enfrentamiento................... X Enfrentamiento ................... 187 XI Secreto ................................ 207 XII Confesin .......................... 225 Vnculo............................ XIII Vnculo ............................ 242 XIV Redencin ........................ 264 Eplogo : Aurora ..................... 282

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ARGUMENTO

Ahriel ha recobrado su libertad y obtenido su venganza, pero an hay algo que debe hacer. Tras acudir a rendir cuentas a sus semejantes en la Ciudad de las Nubes, se dispone a reanudar la bsqueda de la mgica prisin de Gorlian para recuperar aquello que dej atrs al escapar. Est decidida a hacer cualquier cosa para encontrarlo, incluso interrogar a la nica persona que sabe dnde se oculta. Llegar hasta ella no ser fcil, pero Ahriel no estar sola esta vez...

LAURA GALLEGO (Quart de Poblet, 1977) es Licenciada en Filologa Hispnica y actualmente est trabajando en su tesis doctoral. Empez a escribir muy joven, casi siempre literatura fantstica, y comenz a publicar en 1998 cuando obtuvo el Premio Barco de Vapor con su obra Finis Mundi, que volvi a ganar dos aos despus con La leyenda del Rey Errante. Ha publicado ms de veinte obras y ha sido traducida a varios idiomas, entre ellos el ingls, el francs, el italiano, el alemn, el coreano y el rumano. Cabe destacar, entre su produccin, Crnicas de la Torre, La emperatriz de los Etreos y la triloga Memorias de Idbn. En Laberinto ha publicado Alas de fuego y Alas Negras.

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I Consejo

Ahriel no recordaba cunto tiempo haba pasado desde la ltima vez que sus ojos haban contemplado las blancas torres de Aleian, la Ciudad de las Nubes. El hogar de los ngeles. Aleian era pura, inmaculada y liviana como las alas de sus habitantes. Sus edificios, altos y esbeltos, parecan desafiar las leyes de la gravedad. Sus amplias calles, pavimentadas con bloques de mrmol de la ms perfecta blancura, desembocaban en anchas escalinatas, en plazas presididas por fuentes de aguas tintineantes, en prticos sostenidos por elegantes columnas. Todo en Aleian invitaba a la calma y al sosiego, pues la Ciudad de las Nubes era para los ngeles mucho ms que una urbe. Era el refugio con el que todos soaban cuando se hallaban lejos, el lugar de reposo tras un largo vuelo, el santuario inviolable que los humanos jams lograran corromper. Porque Aleian era un sueo inalcanzable para todos aquellos incapaces de desplegar las alas y volar hasta l. Pese a llamarse la Ciudad de las Nubes, Aleian no era en realidad tan ligera ni se haba levantado sobre una pradera de cmulos. Los ngeles la haban erigido en tiempos remotos en la ms alta cima de la cordillera ms inaccesible del mundo conocido. De hecho, Aleian se hallaba a tanta altura que el manto de nubes se extenda muy por debajo de ella. Por esta razn, todo cuanto poda contemplarse desde sus balcones y azoteas era un mar de niebla y nubes hasta donde alcanzaba la vista. Y la mirada de los ngeles llegaba muy, muy lejos. Pero no ven el mundo en realidad, pens Ahriel, mientras recorra la concurrida avenida principal, la que llevaba a la sede del Consejo Anglico. Seguros en lo alto de su montaa, los ngeles se creen los reyes del mundo; piensan que lo dominan todo y que nada puede escapar a su aguda mirada. Pero las nubes les impiden contemplar lo que sucede a ras de suelo. Estamos demasiado lejos como para verlo. Probablemente, era el primer ngel que pensaba as en muchas generaciones; pero, si era consciente de ello, no le conceda importancia.

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Lleg por fin a su destino, un enorme edificio sostenido por blancas columnas. Bajo el arco de entrada, dos imponentes ngeles armados con lanzas custodiaban la entrada. No haba nada que temer en realidad. En muchos siglos, nadie haba tratado de atentar contra la sede del Consejo Anglico ni contra ninguno de sus miembros. Los nicos que podan alcanzar Aleian eran los propios ngeles, y el Consejo no tena nada que temer de los suyos. Pero los ngeles guardianes seguan all, quiz para subrayar la importancia del lugar, o tal vez como reliquia de un tiempo pasado en el que otras criaturas haban amenazado la paz de la ciudad. Ahriel no lo saba, pero tampoco la preocupaba. Se detuvo al pie de la escalinata y los contempl dubitativa. Ellos la miraron con desconfianza. Probablemente, jams haban recibido as a ningn ngel, pero Ahriel era diferente. Incluso aunque la historia de su fracaso en la educacin de su protegida no hubiese llegado a los odos de los guardias, era evidente que la recin llegada haba pasado por algn tipo de experiencia difcil de imaginar bajo la clara luz de Aleian. Sus alas no presentaban la albura nvea que caracterizaba a las de los dems ngeles, sino que eran de un blanco sucio, desvado; y, en lugar de alzarse con gracia y orgullo, parecan cadas, daadas, tal vez, con una herida que jams sanara. Sus movimientos, pese a que an no haban perdido la gracia anglica, eran mucho ms bruscos y enrgicos de lo que sera deseable; casi, casi, ms propios de una humana habituada a caminar que de una criatura alada que poda elevarse por encima de las nubes. Su gesto, duro, incluso hosco, contrastaba con los semblantes serenos, casi marmreos, de los guardias. Y sus ojos... ...Sus ojos, desde luego, sugeran cualquier cosa en lugar de la paz espiritual que debera haberse adivinado en ellos. Por primera vez en su largo servicio como guardianes del Consejo, los ngeles cruzaron sus lanzas, los dos a una, cerrando el paso a un visitante. Quin eres? demand uno de ellos. Ahriel subi un escaln, pero se detuvo all. Alz la cabeza con orgullo y respondi: Me llamo Ahriel. Se me ha concedido una audiencia ante el Consejo Anglico. Los ngeles cruzaron una mirada. Deban de saber que ella tena permiso para entrar, que la estaban aguardando. Quiz no haban odo los rumores sobre Ahriel y su extraa historia. Quiz, simplemente, era su aspecto, o su mirada, lo que les haca desconfiar. Fuera como fuese, an tardaron un par de segundos en retirar las lanzas e invitarla a entrar.

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L a u ra G a lle g o G a rc aPuedes pasar declar el segund ngel. Gracias respondi ella con sencillez.

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Se recogi el borde de la tnica con la punta de los dedos y subi el tramo de escalinata que le quedaba. Los ngeles no la miraron, ni siquiera de reojo, cuando pas entre ellos; pero ella pudo percibir su recelo y su inquietud. Entr en el recibidor; all no la esperaba nadie, por lo que avanz por el largo corredor abovedado que conduca a la Sala del Consejo. Lo recorri con aparente calma, pero su corazn lata con tanta fuerza que estaba segura de que all fuera, en la entrada, los ngeles guardianes seran capaces de escucharlo. No la preocup. No le importaba que su corazn se acelerara. La primera vez que eso haba sucedido, un joven de sonrisa picara haba sido el culpable; y, aunque entonces ella ya era adulta, haba sentido que volva a nacer, o quiz, que en aquel instante comenzaba a vivir de verdad. Pero aquello haba ocurrido mucho tiempo atrs. Cunto, en realidad? Para ella, encerrada en la mgica prisin de Gorlian, haban sido aos, tal vez dcadas. Para el resto del mundo, apenas haban transcurrido varios meses desde aquel fatdico da en que la reina Marla la haba traicionado. Ahora, Marla estaba peor que muerta, y Gorlian haba desaparecido con ella. Y, sin embargo, el corazn de Ahriel no haba perdido la capacidad de palpitar con fuerza, en respuesta a sus emociones ms intensas. No se avergonzaba de ello. Ya no. Por fin, sus pasos la condujeron hasta la Gran Sala del Consejo. Alz la cabeza involuntariamente para contemplar la inmensa cpula que la cubra, en la que se abra un tragaluz que arrojaba un haz de claridad sobre las blancas baldosas de mrmol. Pero se oblig a s misma a mirar al frente, porque ellos la estaban observando. Eran ocho. Haban sido elegidos directamente por sus predecesores mucho tiempo atrs, en funcin de su sabidura y su experiencia. Llevaban muchos siglos dirigiendo los destinos de Aleian y de toda la raza anglica. Su miembro ms joven ocupaba aquel asiento desde haca no menos de ciento cincuenta aos. Lo cual, en realidad, no era mucho para un ngel. Vestan tnicas blancas, como la mayor parte de los habitantes de Aleian, pero lo que los diferenciaba de los dems era el cinto dorado que slo los Consejeros portaban; en l se poda leer un smbolo que todos los ngeles reconocan, y que haca referencia a su rango.

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Los ocho estudiaron a Ahriel con atencin, evalundola. Ella alz la cabeza, irgui las alas y dijo solamente: Saludos. La presidenta del Consejo, un ngel llamado Lekaiel, clav sus ojos violceos en ella. Saludos, Ahriel respondi. Su voz era vibrante y profunda, como el taido de una campana. Ahriel se descubri a s misma admirando la delicada elegancia de su cuello de cisne, su aristocrtico porte, sus blancos cabellos, recogidos en una trenza enrollada en torno a su cabeza. Todo en ella transmita serenidad y sabidura. Y la recin llegada aor los tiempos en que, si bien no habra podido tampoco compararse con Lekaiel, s irradiaba una cierta aura de dignidad que el fango de Gorlian se haba tragado, quiz para siempre. Solicitaste audiencia ante el Consejo Anglico prosigui Lekaiel, y se te ha concedido. Qu deseas? Tal vez has regresado a Aleian para exponer ante nosotros tu versin acerca de lo que sucedi en Karish? No era una historia que Ahriel tuviese ganas de rememorar, por lo que se encogi de hombros un gesto que algunos de los presentes contemplaron con reprobacin y respondi: No hay mucho que contar. La reina Marla me minti, me enga y me traicion. Con la ayuda de una secta iniciada en la magia negra cre una prisin de pesadilla en la que no solamente encerraba a los criminales, sino tambin a todo el que la estorbaba en sus planes de expansin imperialista. Descubr su juego y me conden a una vida penosa en Gorlian, pero logr escapar y acab con ella. Y eso es todo. Pero era tu protegida! le reproch otro de los miembros del Consejo, un ngel severo y circunspecto llamado Radiel. Lo s se limit a contestar Ahriel, y dej que los ngeles sacasen sus propias conclusiones al respecto. No tienes nada ms que aadir acerca de Marla? pregunt la presidenta. No, Lekaiel. Entonces, no has venido a pedir perdn al Consejo por haber fallado? Lo hice lo mejor que supe replic Ahriel. Segu el cdigo en todo momento, y actu de buena fe. Si todo lo que sucedi fue culpa ma, y no de Marla, entonces ya he pagado por mi error entre los muros de Gorlian. Hubo un murmullo que Lekaiel acall con una sola mirada.

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Karish ya est en paz prosigui Ahriel. Los karishanos han elegido rey al duque Bargod, hermano del difunto rey Briand, el padre de Marla. Es un hombre justo; viva retirado en su castillo de las montaas, pero ha regresado para reorganizar el reino tras la desaparicin de su sobrina. Puede que no viva mucho tiempo, pues su salud es delicada, pero se encargar de nombrar un sucesor adecuado. Confo plenamente en su criterio. Igual que confiabas en el criterio de Marla? inquiri Radiel, mordaz; pero Ahriel se limit a devolverle una mirada penetrante y se dirigi de nuevo a Lekaiel: A pesar de lo sucedido estos ltimos meses, en la actualidad el reino cuya custodia se me encomend ya est pacificado. Me encargu de ello personalmente antes de acudir a presentarme ante el Consejo. Porque no he venido a hablar del pasado ni a rendir cuentas de lo que ocurri. Ya no se puede volver atrs ni cambiar lo sucedido. No; si he solicitado audiencia al Consejo se debe a otro motivo. Qu arrogante! murmur otro ngel, alto y de rizado cabello castao, de quien Ahriel saba poco ms que su nombre: Adenael. Lekaiel cerr un instante los ojos y volvi a abrirlos casi enseguida. Esa fue su nica reaccin. Cul es la razn, pues, por la que has solicitado audiencia? quiso saber. Ahriel irgui un poco ms las alas y pase su mirada por todos los miembros del Consejo. Sus rostros permanecan serenos, pero sus ojos denotaban cierta indignacin. Tan slo uno de los ngeles se mostraba casi ausente, como si aquello no le interesara lo ms mnimo. Se haba recostado contra el respaldo de su asiento, de modo que su rostro permaneca en sombras. Todos los ngeles conocan la identidad de todos los Consejeros y, aunque Ahriel no pudiera verle la cara en aquellos momentos, por eliminacin saba que se trataba de Ubanaziel. Y Ubanaziel tena una reputacin bastante interesante. Ahriel sonri para sus adentros. Haba supuesto que al miembro ms peculiar del Consejo no le interesaran los problemas polticos de un reino humano, aun cuando su soberana hubiese amenazado con resucitar la magia negra en el mundo. Sin embargo, lo que estaba a punto de revelar era una historia muy distinta. Tom aliento y formul su peticin al Consejo Anglico, con calma, con seguridad y sin aspavientos: Solicito permiso para abrir la puerta del infierno. Sobrevino un incrdulo silencio. Los miembros del Consejo permanecieron inmviles como estatuas, como si la inslita demanda de Ahriel hubiese detenido el tiempo. Pero uno de ellos se inclin hacia delante para observarla con atencin. Tal y como haba previsto Ahriel, se trataba de Ubanaziel.

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Ambos se midieron con la mirada. Ubanaziel era viejo, mucho ms viejo de lo que sugera su aspecto. Tena la piel del color del bano y una larga melena negra que llevaba recogida en multitud de pequeas trenzas. Ahriel record los tiempos en que ella, como muchos otros jvenes ngeles, haba admirado a Ubanaziel hasta el punto de imitar su estilo y su curioso peinado. Pero lo que confera al Consejero aquel aura tan especial iba ms all de su aspecto. Tampoco tena que ver con la larga cicatriz que surcaba uno de sus musculosos brazos, que llevaba siempre al aire, y cuya piel morena resaltaba poderosamente junto al blanco de su tnica. Era inevitable que aquella cicatriz llamase la atencin, porque ni las heridas ms profundas eran capaces de dejar marcas tan duraderas en la perfecta piel de los ngeles, maestros en el arte de la sanacin. Pero la que desfiguraba el brazo de Ubanaziel no haba desaparecido, y corra el rumor de que el resto de su cuerpo tambin estaba marcado de forma similar. Entre los ngeles haba muchos que podan enorgullecerse de ser fieros luchadores, pero ninguno de ellos exhiba cicatrices de guerra. Se deca que las marcas de Ubanaziel eran indelebles porque haban sido infligidas por la espada de un demonio. sa era la leyenda de Ubanaziel, el Guerrero de bano, que ocupaba un asiento en el Consejo Anglico aunque l jams busc ese honor, ni pareca especialmente contento con l porque era el nico ngel que haba visitado el infierno y haba vuelto para contarlo. Y no eran las cicatrices, comprendi de pronto Ahriel, ni su gesto severo, ni las historias que se contaban sobre l, ni su peculiar personalidad, tan diferente de la de los dems Consejeros; ni mucho menos, su peinado. Eran sus ojos. En la mirada de Ubanaziel, Ahriel detect algo dolorosamente familiar: la huella que haba dejado en su alma un pasado lleno de sufrimiento. Ella saba de qu se trataba, pues haba visto algo similar en los ojos de los prisioneros de Gorlian, y tena la sospecha de que ese dolor se vea reflejado tambin en su propia mirada. Nunca la haba preocupado, ya que haca ya tiempo que saba que ella no era un ngel como los dems, que su paso por Gorlian la haba cambiado para siempre. Porque los ngeles no entendan de dolor, no conocan el verdadero significado de la angustia y el sufrimiento, y, hasta ese momento, Ahriel se haba credo nica y especial por haberlo experimentado. Pero los ojos de Ubanaziel tambin hablaban de ese conocimiento. Se pregunt qu habra visto en el infierno, y si las cicatrices de su cuerpo eran reflejo de las que laceraban su alma. Si no eran tan diferentes... si Ubanaziel era el nico, entre todos los Consejeros, y, probablemente, entre todos los ngeles, capaz de comprender lo que Ahriel haba sufrido en Gorlian... tal vez apoyara su peticin ante el Consejo.

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Cmo has dicho? pregunt entonces Lekaiel, repuesta ya de la sorpresa. Me temo que no te he odo bien. La has escuchado perfectamente gru Ubanaziel, despegando los labios por primera vez. Esta loca pretende abrir la puerta del infierno. Su voz era seca, dura, y desprovista del armonioso timbre anglico. Ubanaziel tampoco haba sido nunca muy diplomtico; deca las cosas tal cual las pensaba, y ello haba ocasionado problemas al Consejo en ms de una ocasin. Por fortuna para Lekaiel y los dems, haba pocos asuntos que mereciesen el inters del Guerrero de bano. Sin embargo, estaba claro que s tena mucho que decir acerca de aquella peticin. Tena la esperanza de que Ahriel no hubiese recapacitado bien antes de hablar replic Lekaiel, con voz glida. Porque, aunque yo no lo habra expresado en esos trminos, est claro que abrir la... puerta del infierno... es... Un desatino cort Ubanaziel. La respuesta del Consejo es no, y no hay ms que hablar. Probablemente los otros ngeles estaban de acuerdo con l en cuanto al fondo, pero Ahriel detect que no les gustaba que Ubanaziel hablara por todos ellos, y menos de forma tan rotunda. Hubo murmullos, que Lekaiel acall con un solo gesto.Dado que todos tenemos claro que resulta una medida tan... excesiva... matiz, todava con frialdad, imagino que tambin Ahriel ser consciente de lo inusual de su peticin... y tendr algn motivo para plantearla. Que est loca, por supuesto dijo Ubanaziel, irguiendo las alas y cruzando sus poderosos brazos ante el pecho. Ha vivido una experiencia que, es evidente, ha cambiado su forma de ver el mundo, y ahora se cree con derecho a decidir lo que se puede o no se puede hacer; piensa que, por el simple hecho de haber sobrevivido a ese lugar, est preparada para enfrentarse a todo lo que habita en el infierno. Est loca, s aadi, frunciendo el ceo. Pero, adems, es una loca arrogante. Ahriel luch por contener la ira que aquellas palabras provocaron en su corazn. Estaba desencantada, ciertamente, porque no era aqulla la respuesta que haba esperado. Pero, aunque saba que segua bien cuerda, no tena ms remedio que reconocer que Ubanaziel la haba calado en todo lo dems. Y de qu manera. Aun as, debemos dejar que exponga sus razones replic Lekaiel, recuperando el mando de la situacin. Ahriel, por qu quieres abrir la puerta del infierno? Ubanaziel sacudi la cabeza, en seal de desaprobacin, y las cuentas que adornaban sus trenzas tintinearon un breve instante. Sin embargo, no volvi a interrumpir. Ahriel inspir hondo, repleg un poco las alas y respondi:

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Hace unos meses, detuve a la reina Marla cuando acababa de invocar a un poderoso demonio al que llaman el Devastador. Logramos volver a cerrar la puerta al infierno que ella haba abierto. Yarael, el ngel guardin de la princesa Kiara, hoy reina de Saria, muri en aquella batalla. Estbamos al tanto asinti Lekaiel. Marla fue arrastrada al infierno, junto con el Devastador, cuando la puerta se cerr de nuevo prosigui Ahriel. Me propongo cruzar la puerta para encontrarla. Nuevo silencio. En esta ocasin, sin embargo, fue Radiel quien lo rompi: Resulta conmovedor tu apego hacia tu protegida. Sin embargo... No me habis entendido cort Ahriel, sacudiendo su melena negra con energa. No tengo la menor intencin de rescatarla. Si el infierno es un lugar tan terrible como se cuenta, entonces es el lugar donde merece estar. Quieres decir...? pregunt Radiel, alzando una ceja. Ahriel respir hondo de nuevo. Ya os he hablado de Gorlian, la prisin mgica que Marla cre. All no hay barrotes, ni celdas, ni muros... pero no se puede escapar de ella. Es un territorio en el que slo hay un lodazal infecto, una cadena de montaas y un desierto yermo... habitado no slo por criminales de todas las calaas, sino tambin por monstruos sanguinarios generados por la ms oscura de las magias. Todo ello, sin embargo... est encerrado en una pequea bola de cristal. En una... bola de cristal, has dicho? inquiri Lekaiel, perpleja. Eso he dicho, Consejera. Comprenderis, pues, que la tcnica mgica que lleg a dominar Marla es bastante avanzada, teniendo en cuenta que se supone que la magia negra lleva siglos extinta. Sin embargo, ella fue capaz de crear ese... ese lugar inmundo, con ayuda de una secta cuyo origen no llegu a desentraar del todo. Actualmente, esa esfera de cristal que contiene Gorlian, y a todos los seres humanos que habitan en ella, se encuentra en paradero desconocido. Marla se llev consigo al infierno el secreto de su ubicacin. Podra estar todava en su poder. Podra estar en manos de esa secta de magos negros. Si se tratara de una prisin en la que slo hay criminales, tal vez no llegara a estos extremos... pero me consta que hay gente inocente encerrada all dentro. La propia reina de Saria fue una de sus vctimas y podr confirmar mis palabras. Si Gorlian est en malas manos, nada nos asegura que no vayan a seguir introduciendo prisioneros all dentro de forma indiscriminada. La mayor parte de la gente encerrada en Gorlian encuentra una muerte horrible y brutal los primeros das. Los que sobreviven... terminan convirtindose en seres bestiales y despiadados. Y lo peor es que, dado que no existe ninguna posibilidad de escapar de

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all, sus descendientes tambin estn condenados a una vida de miseria en esa inmunda prisin... Pero t escapaste objet Radiel. S repuso Ahriel. Es una larga historia. Sin embargo, si t lograste escapar, otros podrn hacerlo. No, Consejero, no podrn. A menos que tengan alas. Comprendo murmur Radiel, tras un breve silencio. No era toda la verdad, pero, por el momento, bastara. En realidad, para escapar de Gorlian haba que conocer el lugar exacto donde se ubicaba la nica entrada y salida, oculta en una caverna en el pico ms escarpado de la Cordillera. Aun as, a Ahriel le haban inmovilizado las alas al arrojarla a la prisin, y slo haba logrado huir de ella porque a Marla se le haba antojado, meses despus aos, segn el tiempo distorsionado de Gorlian, que la necesitaba en el mundo exterior para invocar al Devastador. Por ello haba enviado a uno de sus agentes infiltrado en un grupo, encabezado por la princesa Kiara, ahora soberana de Saria, que tena como objetivo rescatarla. Sin las indicaciones del traidor Ahriel se negaba incluso a evocar su nombre, tal era la rabia que le produca su simple recuerdo, jams habran dado con la salida. Y no llegu a sospechar nada en ningn momento, se dijo, abatida. Estaba tan cegada por la sed de venganza que no me di cuenta de cules eran sus intenciones hasta que fue demasiado tarde. Pero aquello era demasiado doloroso y personal como para que quisiera compartirlo con el Consejo. Naturalmente, y aunque ningn humano podra apreciarlo a simple vista, la ligera desviacin anormal que presentaban sus alas poda indicar a cualquier ngel que haba sufrido una lesin en ellas, una lesin que podra haber afectado a su capacidad de vuelo. Pero nadie le preguntara al respecto. La idea de que un ngel pudiese quedar encadenado a tierra resultaba tan terrible que evitaban pensarlo siquiera. No poder volar... era un castigo tan espantoso para un ngel, tan atroz e inimaginable, que no vala la pena atormentarlos relatndoles su experiencia. Por un breve instante disfrut con la visin de Lekaiel y Radiel transformando su expresin marmrea en un gesto de horror, y juguete con la idea de turbarlos relatndoles sus vivencias en Gorlian con todo lujo de detalles. Pero saba que no iba a hacerlo; como Reina de la Cinaga, haba sido dura y despiadada, pero todava no era tan cruel. Se pregunt, sin embargo, qu cara pondra Ubanaziel si se decidiera a contarlo. Y se sorprendi cuando, al mirar al Consejero, descubri en sus ojos una mirada tan penetrante como si le hubiese ledo el pensamiento... una mirada muy parecida a la que lo haba visto dirigirle en su imaginacin Incmoda, se pregunt si slo l, de entre todos los ngeles, haba adivinado que, durante aos, la haban privado de la capacidad de volar.

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Un ave con las alas rotas. Un espanto. Una criatura desgraciada y miserable. Ms que una humana, pero menos que un ngel. S; sa era otra de las cosas por las que Marla tendra que rendirle cuentas cuando se reencontrasen, aunque fuera en el corazn del infierno. He buscado esa bola de cristal en todos los lugares imaginables prosigui, para liberar a los inocentes que permanecen encerrados en ella y destruir esa prisin para siempre no tuvo que imprimir conviccin en sus palabras; sus propios sentimientos al respecto se derramaban sobre ellas, como un turbulento ro de ira. Pero no me queda ms remedio que admitir que, sin las indicaciones de Marla, es como buscar una pluma en un vendaval. Necesito interrogarla al respecto. Necesito arrancarle la verdad. Y por eso quieres ir al infierno a buscarla murmur Lekaiel. Ahriel asinti. Me siento responsable por toda esa gente. Estuve tan cerca de ellos y no pude ayudarlos. Y luego los dej atrs al escapar. Mi misin en Karish no se habr completado hasta que no solucione el problema de Gorlian. Tu misin en Karish consista en asegurarte de que Marla se convirtiera en una gobernante recta y justa replic Didanel, la ms joven de los Consejeros, con ojos centelleantes. Lo s; y por eso debo ser yo quien solucione los problemas del reino que estaba a mi cargo. Adems, no se trata slo de Gorlian. Ahriel tom aliento; si el argumento que iba a proponerles a continuacin no los convenca, nada ms podra hacerlo. He buscado tambin seales de la secta que corrompi a Marla, pero ocultan bien sus huellas y no he sido capaz de localizarlos. Me propongo interrogarla tambin al respecto. Creo que es importante que demos con ellos y arranquemos el problema de raz, antes de que se hagan ms poderosos y extiendan su negra mano por otros reinos. Los rostros de los Consejeros no variaron un pice, pero Ahriel detect un brillo de alarma en sus ojos, y supo que estaba ganando la partida. Y, si tan importante es, por qu razn deberas ser t quien se ocupara de ello? interrog Radiel. Porque ya he tratado con ellos y he visto su obra. Los conozco. Y porque todo esto ha sucedido en Karish y es, por tanto, mi responsabilidad. Se le debe dar una oportunidad para enmendar su error asinti Lekaiel. Permitindole abrir la puerta del infierno? dijo Adenael. Si no existe otro modo...

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Existen muchos otros modos, Lekaiel. Por muy bien que se hayan escondido esos humanos, tienen que haber dejado huellas en alguna parte. Si dedicramos ms tiempo a investigar... Pero es que no tenemos ms tiempo! exclam Ahriel, y los Consejeros se volvieron hacia ella, sorprendidos y molestos por su osada. No lo tenemos repiti ella, en voz ms baja. Los das en Gorlian no transcurren a la misma velocidad que en el exterior. En este rato que hemos estado hablando, sus prisioneros han sufrido su encierro durante das, puede que semanas. Si nos demoramos ms, transcurrir aos, o incluso dcadas, antes de que los rescatemos. Muchos inocentes sufrirn y morirn antes de que eso suceda. Pareces muy preocupada por la suerte de esos criminales observ Lekaiel. No todos son criminales murmur Ahriel. Pero, incluso aunque lo fueran, los nios engendrados y nacidos en Gorlian no merecen ese destino. No tienen por qu pagar por los errores de sus padres. Si los criminales contuvieran su lujuria, no naceran criaturas en ese lugar gru Radiel. Estamos hablando de humanos seal Ahriel. Es demasiado pedir que sepan contener su lujuria. Naturalmente, no aadi que las cosas eran mucho ms complejas, y que no se trataba de una simple cuestin de lujuria. Ella lo saba muy bien. Sin embargo, conoca de sobra el concepto que los ngeles tenan de los humanos, y que aceptaran como vlido aquel argumento. Los Consejeros comentaron el caso en voz baja hasta que Lekaiel los hizo callar con un gesto. Has terminado ya de exponer todos los aspectos de tu peticin, Ahriel? pregunt. Slo me queda insistir en una cosa dijo ella. Recordad, por favor, que lo que esa secta ha logrado requiere el dominio de magia negra muy avanzada. Que, igual que han seducido a una reina protegida por los ngeles, podran embaucar a muchos humanos ms. No sabemos hasta dnde ha llegado su influencia, pero es necesario... es imprescindible recalc detenerlos antes de que sea demasiado tarde. Est en juego el equilibrio del mundo. Recordadlo, Consejeros, antes de tomar vuestra decisin. Ahriel call, dejando que sus palabras calaran en ellos. Como no aadi nada ms, Lekaiel dijo: Bien; Ahriel solicita abrir la puerta del infierno para encontrar e interrogar a la reina Marla acerca de la suerte de esa prisin tan terrible de la que nos ha hablado y, al mismo tiempo, averiguar ms cosas sobre esa secta que pretende resucitar la

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magia negra. Debemos valorar si todos los riesgos potenciales de esa incursin superan los beneficios que pueden derivarse de la misma o si, por el contrario, la suerte de los humanos de Gorlian y la informacin acerca de la secta no son asuntos que merezcan llevar a cabo una accin tan peligrosa. Y ahora, Consejeros, pronuncimonos sobre el particular. Ahriel esper mientras ellos cerraban los ojos y meditaban al respecto. Unos instantes despus, Lekaiel volvi a hablar. Y bien? Estis a favor de concederle a Ahriel su peticin? La propia Lekaiel no poda participar en las votaciones, salvo cuando alguno de los miembros del Consejo no estaba presente. De este modo, haba tan slo siete votos tiles, por lo que no era posible que se diera un empate. Ahriel aguard. Entonces, una mano se alz, y despus otra, y otra ms. Tres votos a favor. Ahriel respir hondo. Bien... empez Lekaiel, pero se interrumpi cuando un cuarto brazo se alz, con energa, apoyando la peticin. La Presidenta se qued mirando a su dueo, perpleja. Ubanaziel? pudo articular. El Guerrero de bano se puso lentamente en pie. Su presencia era tan imponente que los presentes no tuvieron ms remedio que prestarle toda su atencin. Apruebo la demanda de Ahriel dijo, pero al mismo tiempo solicito del Consejo que se me permita acompaarla al infierno. Hubo un murmullo sorprendido, y a la propia Ahriel le dio un vuelco el corazn. Mir a Ubanaziel, desconcertada. Qu se propona? Por qu se haba opuesto a ella con tanta firmeza, y ahora no slo la apoyaba, sino que se ofreca a acompaarla? Consejero... empez Lekaiel, todava confundida. Si Ahriel no acepta mi compaa prosigui Ubanaziel, entonces mi voto ser negativo. Dado que su voto sera decisivo para obtener la aprobacin del Consejo, Ahriel comprendi que no tena eleccin. Lekaiel lo entendi de igual manera. Consejero, me parece entender que exiges algo a Ahriel a cambio de tu voto favorable coment con voz helada. Lo hago por simple precaucin, Lekaiel respondi l. No puedo votar a favor de que vaya sola al infierno, porque no est preparada para ello, aunque ella opine lo contrario. Si ha de ir, yo la acompaar. De lo contrario, los riesgos de abrir la puerta del infierno resultaran incalculables, y por tanto no sera sensato apoyarla en su presuncin.

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Ahriel se esforz por no descomponer la expresin neutra de su rostro, aunque su corazn lata con tanta fuerza que senta que se le iba a salir del pecho. Lekaiel inclin la cabeza. Visto as... No creo que sea buena idea abrir la puerta del infierno, ni con Ubanaziel, ni sin l declar Radiel. Consejero, ya has expresado tu opinin con respecto a este tema en la votacin cort Lekaiel con sequedad. Si os parece bien, podemos volver a votar la demanda de Ahriel, incluyendo la matizacin de Ubanaziel. Cuntos de vosotros estis de acuerdo en que ella acuda a interrogar a Marla al infierno, acompaada del Consejero Ubanaziel? El resultado fue el mismo de antes, pero en esta ocasin las manos a favor se alzaron con mayor decisin, y el propio Ubanaziel dio su voto a favor desde el principio. Ahriel dijo entonces Lekaiel, el Consejo Anglico aprueba tu demanda, con la condicin de que Ubanaziel te acompae en tu viaje. Irs al infierno para encontrar a Marla e interrogarla sobre el particular, y te asegurars de que la puerta quede bien cerrada y no haya otras consecuencias. Ahriel calibr rpidamente sus opciones. Viajar al infierno con Ubanaziel era, desde luego, una ventaja. El veterano Consejero tena razn en que ella, pese a haber derrotado al Devastador, desconoca lo que poda agazaparse en el corazn del mundo de los demonios. Su expedicin tendra muchas ms probabilidades de xito si l la acompaaba. Pero, por otra parte, no poda quitarse de encima la sensacin de que el Consejo le estaba imponiendo un perro guardin. En los ltimos tiempos se haba acostumbrado a hacer las cosas a su manera, y no le haca gracia la idea de tener a Ubanaziel pegado a sus talones. Adems, tema que l descubriera hasta qu punto era diferente de los dems ngeles. Porque no les haba contado toda la verdad y, si viajaban juntos, era inevitable que saliera a la luz. Sin embargo, si ahora rechazaba la compaa de Ubanaziel, el Consejo poda pensar que tena algo que ocultar, que les haba mentido o que sus razones no eran tan nobles como haba tratado de aparentar. No tena otra salida. Inclin la cabeza en seal de asentimiento. Ser para m un honor contar con la compaa del Consejero Ubanaziel murmur. En tal caso, no hay ms que hablar declar Lekaiel. Retrate, y que la Luz y el Equilibrio te guen en tu camino.

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Ahriel detect que la bendicin de la Consejera era ms fervorosa de lo que era habitual en una simple frmula de despedida. Sospech que ella haba entrevisto la oscuridad que se agazapaba en su alma y que haba trado consigo de Gorlian, y la idea de que Ubanaziel ira con ella para vigilarla cobr todava ms fuerza. Sin embargo, asinti de nuevo y respondi: Gracias, Lekaiel. Gracias, Consejeros. Que la Luz y el Equilibrio continen brillando sobre vosotros. Despus, dio media vuelta y sali de la sala, sintiendo en su nuca la penetrante mirada del Guerrero de bano. Una vez fuera, busc el abrigo de una glorieta que se abra sobre un impresionante acantilado y se asom a la balaustrada para pensar. Saba que los Consejeros an hablaran del asunto durante un rato ms, y que tendra que esperar a que la mandaran llamar para hablar de los detalles de su expedicin. No estaba segura de que su entrevista con el Consejo se hubiera desarrollado satisfactoriamente. Para ser sincera, ni siquiera tena una idea clara de lo que quera o esperaba cuando se present en Aleian para pedirles audiencia. Quiz la aprobacin de sus semejantes, o tal vez su rechazo, algo que la reafirmara en su determinacin de hacer lo que consideraba correcto, pesase a quien pesase. Pero s tena claro que en ningn momento haba imaginado que el mismsimo Ubanaziel se ofrecera voluntario para acompaarla. Tena que reconocer, de todos modos, que eso no tena nada de sorprendente. El Consejero era impredecible, todos lo saban. Su mirada vag por el ocano de nubes que se extenda a sus pies, mientras trataba de dilucidar si la compaa impuesta de Ubanaziel sera una ventaja o un inconveniente. Terminar descubrindolo todo, pens. Pero, con un poco de suerte, tal vez no le importe. Quiz... Ahriel dijo tras ella una voz grave, sobresaltndola. Se volvi, justo para encontrar frente a ella el rostro, serio e impenetrable, del Guerrero de bano. Sospechaba que te encontrara aqu. Es un lugar bastante apartado y solitario. Por qu presupone que me gusta estar sola?, se pregunt ella, algo molesta. Acaso porque soy diferente? Cree que rehyo a los otros ngeles como si estuviese apestada? Pensaba que las deliberaciones se alargaran bastante ms respondi, sin embargo. No haba mucho ms de que hablarreplic l, encogindose de hombros. Al menos, no con ellos. Pero deba decirte algo antes de emprender el viaje. Y deba decrtelo a solas. Ahriel se las arregl para componer una cierta expresin hermtica, pero su corazn se aceler un poco, alerta.

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Debes saber prosigui Ubanaziel que, si he accedido a acompaarte, es porque s que ibas a abrir la puerta del infierno de todos modos, con nuestro consentimiento o sin l. La sorpresa que se pint en el rostro de Ahriel fue absolutamente genuina. Yo no... Por favor la interrumpi l, moviendo la mano con cierto gesto ofendido. Quiz sepas mentir con cierta facilidad, pero no voy a ser yo quien te fuerce a hacerlo, as que te recomiendo que no lo intentes, no conmigo. Probablemente pienses que el hecho de pedir autorizacin al Consejo basta para que creamos que tienes en cuenta nuestra opinin, pero yo s que no es as. Quin sabe qu retorcidas razones te han trado hasta aqu hoy, Ahriel; pero t y yo sabemos que no necesitas nuestro permiso ni nuestra aprobacin para hacer lo que ests planeando. Tus palabras decan una cosa, pero tu mirada te traicionaba. Lo que has hecho hoy ha sido advertirnos de tus intenciones, no solicitar nuestro beneplcito. Por eso, porque pienso que nadie va a detenerte, voy a acompaarte. Porque no sabes dnde te metes, nia, y no cambiaras de idea ni aunque el Consejo en pleno rechazase tu peticin. Eres obstinada, Ahriel, y eso, aunque ahora no lo creas, puede volverse en tu contra. Ahriel callaba. No tena sentido negar que era as. Lo segundo que tena que dejar claro continu l, es que, aunque probablemente creas honradamente en las razones que has expuesto all dentro, yo s que tienes otro motivo para ir al infierno, un motivo que no has querido desvelarnos. S que no haces esto por responsabilidad, ni por altruismo. Lo haces por razones personales, razones poderosas que an desconozco. Cuando hablabas de los prisioneros de Gorlian he ledo la angustia en tus ojos; no dudo de que quieres rescatarlos, pero ests sufriendo por alguien en concreto, Ahriel, y es por ese alguien por quien estaras dispuesta a arriesgarlo todo. Tambin s que Marla no te es indiferente. La odias, y an deseas vengarte por todo lo que te hizo. Eres obstinada y arrogante, y te consumen la desesperacin y la sed de venganza. La gente como t es presa fcil de los demonios. No duraras ni dos segundos en el infierno. Ahriel no se molest en responder. Entorn los ojos y dej que Ubanaziel leyera en su mirada lo irritada que se senta, ya que, al parecer, saba hacerlo tan bien. El Consejero sonri, y fue una sonrisa torva y torcida, impropia de un ngel. No s qu hay en Gorlian que eches tanto de menos, ni me importa concluy, pero has de saber que no voy a permitir que tus sentimientos nos lleven a todos al desastre. Por eso voy a acompaarte. Porque no tienes ni idea, no sabes a qu te ests enfrentando ni lo que implica abrir la puerta del infierno y tratar con demonios. Porque no quiero despertarme una maana y volver a ver el cielo cubierto de alas negras. Me he explicado bien?

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Ahriel le devolvi una media sonrisa, un tanto feroz y bastante inquietante. La clase de sonrisa que habra desconcertado a Lekaiel y habra hecho desconfiar a los dems miembros del Consejo, porque reflejaba mucho de lo que haba en el fondo de su alma. La haba ocultado ante los dems ngeles, pero haba comprendido que no tena sentido fingir frente a Ubanaziel. Porque l la estaba obsequiando con una sonrisa semejante. Te has explicado con total claridad, Consejero respondi ella, con placidez.

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II Gorlian

Zor se detuvo en lo alto de un promontorio, hinc el bastn en el suelo y pase su mirada por el horizonte, cubierto de una hmeda neblina gris. Bajo aquellos vapores, el muchacho lo saba muy bien, se ocultaba la Cinaga, una extensin de lodo pestilente y traicionero, en la que pululaban todo tipo de criaturas desagradables, la clase de seres contra los que su abuelo le haba advertido desde que era un nio. Contempl las siniestras sombras de los rboles del fango, que alzaban sus ramas, desnudas y retorcidas como garras, hacia el cielo viciado de Gorlian, y se estremeci. No era la primera vez que llegaba tan lejos. El Desierto no siempre ofreca suficiente alimento a sus moradores, por lo que Zor, desde muy joven, se haba visto obligado a acercarse a los confines de la Cinaga para pescar repulsivos peces del fango o recolectar ramas, musgo o lianas para hacer herramientas. Siempre lo haca temprano, por la maana, cuando la niebla era an espesa, cuando las criaturas nocturnas haban regresado ya a sus cubiles, y las que cazaban de da todava estaban sacudindose los ltimos restos del sueo. Se mova como un fantasma, con los jirones de su larga capa aleteando tras l, ocultndose entre las rocas, atento a cualquier sonido extrao. Y no rehua solamente a los engendros, sino tambin a los humanos. No te acerques a ellos, sola gruir su abuelo. Son peores que las bestias. Y ella es, sin duda, la ms sanguinaria de todos. Nunca pronunciaba su nombre, si es que ella tena alguno, pero Zor saba muy bien a quin se refera. La Reina de la Cinaga. La Seora de Gorlian. Tanto los habitantes de aquel lodazal como los de la Cordillera estaban a sus rdenes. Y eran gentes crueles y violentas. Personas de las que deba huir, igual que si se tratara del ms voraz de los engendros. Por eso, por ellos, el abuelo haba abandonado la Cinaga tiempo atrs, y se haba instalado en el Desierto. All apenas haba nada que comer o beber, pero tampoco haba personas. All, la Reina de la Cinaga no los molestara. Zor, sin embargo, siempre haba soado con explorar otros lugares. Y, aunque saba que Gorlian no tena nada que ofrecer ms all de la Cinaga y la Cordillera, siempre sera algo ms, algo nuevo, distinto de la montona extensin ptrea y

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arenosa que lo haba visto crecer. Y, en cuanto a las personas... bien, sa era otra cuestin. Oyendo hablar al abuelo, cualquiera podra pensar que todos los seres del mundo eran malvados, a excepcin de ellos dos. Desde que era nio, le haba prohibido acercarse a las personas, hablar con ellas, incluso dejarse ver. En los ltimos tiempos el muchacho, cansado y aburrido de su vida en el desierto, se haba rebelado contra aquellas normas, haba discutido con su abuelo y haba amenazado con escaparse. Pero nunca lo haba hecho, porque en el fondo de su corazn tema que l estuviese en lo cierto. Por eso ahora tena la sensacin de que estaba viviendo un mal sueo del que no tardara en despertar. Tras una larga y agnica enfermedad, finalmente su abuelo haba muerto das atrs, acurrucado sobre su jergn, en el fondo de la pequea caverna arenosa que ambos compartan. Sin embargo, antes de cerrar los ojos definitivamente, lo haba obligado a hacer una promesa. Pajarillo le dijo, con apenas un hlito de voz. Cuando yo me vaya, vas a quedarte totalmente solo... No, abuelo... balbuce l, con los ojos llenos de lgrimas; pero el anciano lo hizo callar con un gesto autoritario y prosigui: Creo que te he enseado bien. Sabes valerte por ti mismo, sabes buscar comida y sobrevivir en nuestro mundo. Yo saba que no estara a tu lado siempre, y que llegara el momento en que tendras que saltar del nido y echar a volar t solo. Ese momento ha llegado. Zor neg con energa, tratando de decirle que no lo consentira, que se iba a poner bien; coloc las manos sobre su frente para iniciar el crculo de curacin, pero su abuelo las apart de un golpe: Djalo, pichn; ya es demasiado tarde para esto. Gracias a tus cuidados he vivido mucho tiempo, ms del que me corresponda. Pero no soy eterno, y ambos sabemos que ha llegado mi hora. Por eso, y antes de que sea demasiado tarde, quiero pedirte algo. Jura por todo lo ms sagrado que lo cumplirs. El muchacho, inquieto ante el brillo febril que se encendi de pronto en la mirada del anciano, inquiri: De qu se trata, abuelo? Jralo! insisti l, y su voz se quebr en un arranque de tos que amenaz con partirlo en dos. Est bien, est bien, lo juro! se apresur a responder el chico, alarmado.

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El abuelo se calm un poco, se recost sobre el jergn y respir hondo un par de veces. Zor se estremeci al escuchar el silbido que haca el aire al entrar en sus pulmones. Qu es... lo que tengo que hacer? se atrevi a preguntar, en un susurro. El anciano lo mir con ojos cansados. Lo que tienes que hacer respondi, con un suspiro es marcharte de aqu. Marcharme de aqu? Buscar otra cueva, quieres decir? Pero su abuelo sacudi la mano con impaciencia. No, no, no. Marcharte de aqu. Del Desierto. Y quiz algn da, pichn, puedas volar lejos, muy lejos... fuera de Gorlian, tal vez. Est delirando, se dijo el muchacho. No exista nada ms all de Gorlian. Pero haba jurado que cumplira su promesa, y lo que haba ms all del Desierto eran la Cordillera y la Cinaga. El corazn le dio un vuelco. De verdad pretenda su abuelo que abandonara su hogar para irse a explorar aquel lugar de pesadilla? Quieres decir... me ests pidiendo... que vaya a la Cinaga? Pero, abuelo, t siempre has dicho... No importa lo que yo siempre he dicho cort el viejo. Ahora ya no. Escchame de una vez y deja de interrumpirme. Tienes que irte de aqu, dejar atrs el Desierto, cruzar la Cordillera y adentrarte en la Cinaga. Y buscarla a ella. Y, esta vez s, el corazn de Zor se encogi de terror. A ella? A la Reina de la Cinaga? pregunt, y su voz son parecida al chillido de un ratn. A ella, s. Cuando yo muera, ve a verla, y cuntale lo que ha pasado, y que te has quedado solo. Dile que te enva Dag, el viejo Dag. Eso debera bastar. Zor trag saliva. Su abuelo jams le haba revelado su nombre hasta aquel momento. Para l, siempre haba sido el viejo o el abuelo. Lo recordars? Dag, el viejo Dag repiti l, con voz temblorosa. Bien aprob el anciano. Pero escchame, porque esto es importante: te acuerdas de todo lo que te he enseado acerca de no dejarte ver, y de no hablar con nadie? Zor asinti dbilmente. Pues eso sigue en pie, no lo olvides nunca. Cuando te vayas, llvate tu capa y la de repuesto, y no las pierdas por nada del mundo. No hables con nadie, no dejes que nadie te vea. Nadie, salvo ella.

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L a u ra G a lle g o G a rc aPero me matar! objet el chico, presa de pnico. Los labios del abuelo se curvaron en una torva sonrisa.

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No, no te matar, muchacho, si eres inteligente y sabes presentarte ante ella en el momento adecuado: a solas. A solas con la Reina de la Cinaga? Incluso ahora, tiempo despus de la muerte de su abuelo, y pese a que ya haba tomado su decisin, el joven segua estremecindose de puro terror cada vez que pensaba en ello. No era para menos; desde que poda recordar, el anciano siempre le haba hablado de la Seora de Gorlian como de la criatura ms peligrosa que jams haba pisado aquellas tierras. Peor que los asesinos, que todos los criminales juntos, peor incluso que los engendros. Para el muchacho, la Reina de la Cinaga era el ms temible de los monstruos que poblaban su mundo. Cmo pretenda ahora que fuese a visitarla, como si nada? Zor habra sido capaz de romper su promesa, se habra justificado a s mismo pensando que aquella absurda peticin eran slo los delirios de un moribundo, si no hubiese sido por algo que su abuelo dijo justo despus de obligarlo a hacer aquel juramento. Y qu se supone que debera decirle? haba preguntado el chico, todava conmocionado. Y entonces, su abuelo le haba dirigido una misteriosa sonrisa. Nada, pichn. Lo que deberas preguntarte es, ms bien, qu es lo que ella tiene que decirte a ti. Ella? Decirme, a m? repiti Zor, sin salir de su asombro. Lo que tiene que contarte... murmur l, cerrando los ojos, es muy, muy importante... Me orden en su da que no te lo dijera... y por eso te he mantenido alejado de ella... pero ha llegado la hora... La hora de qu, abuelo? Qu es lo que tiene que contarme? Sin embargo, el anciano slo fue capaz de musitar de nuevo: ...jralo... Y cay en un profundo sopor, del que ya no lleg a despertar. Al da siguiente, estaba muerto. Zor llor amargamente la prdida de la nica persona que lo haba acompaado durante toda su vida. Cav una tumba y all lo enterr, porque eso era lo que l haba querido. Despus, pas el resto del da sentado a la sombra de un peasco, con los brazos en torno a sus rodillas, pensando.

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An tard una semana ms en decidirse a partir. No era que hubiese perdido el miedo a la Reina de la Cinaga, ni tan siquiera que deseara fervientemente hacer cumplir la ltima voluntad de su abuelo. Se trataba de que, incluso en sueos, los ecos de aquella ltima pregunta que haba quedado sin responder seguan atormentndolo: Qu es lo que tiene que contarme? Qu tiene que decirme a m la Reina de la Cinaga?. Esto es absurdo se dijo a s mismo aquella maana, en lo alto del promontorio. Me voy a jugar la vida por los desvaros de un viejo... Se le quebr la voz. Su abuelo haba sido mucho ms que un viejo. Haba sido toda su familia. Todo lo que tena. Y empezaba a sospechar que, si se haba esforzado tanto en tratar de que la Reina de la Cinaga figurara en sus peores pesadillas, no se deba a que fuera realmente tan peligrosa, sino por miedo a que ella le revelara antes de tiempo aquel secreto que se haba llevado consigo a la tumba. Pero, y si no es as? Y si de verdad estaba delirando?, se pregunt, una vez ms. Respir hondo. La otra alternativa era pasar el resto de su vida en el desierto, solo. Y la soledad ya le pesaba. Apenas cinco das despus de la muerte de su abuelo ya gritaba al eco en lo alto de las peas y hablaba con los insectos. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, fue an ms consciente que antes de lo mucho que haba significado su abuelo para l. De modo que haba partido, dando la espalda a su vida anterior. Haba cruzado el Desierto, primero, y la Cordillera, despus, y haba llegado al margen de la Cinaga. Hasta all, era un camino conocido. Ms all, sin embargo, todo sera nuevo. Pero no dejaba a nadie atrs, nadie que lo esperara o lo echara de menos... as que slo le restaba seguir adelante. Con un suspiro de resignacin, empez a descender por la pendiente. Se intern en la Cinaga con una precaucin que rayaba en la paranoia. En los mrgenes del pantano se haba sentido tranquilo y seguro de s mismo. Haba crecido aprendiendo a ocultarse, a fundirse con la niebla, a ser una sombra que slo poda llegar a atisbarse por el rabillo del ojo. Porque saba que, a la menor seal de peligro, poda dar media vuelta y correr a ocultarse entre los peascos de la Cordillera y, ms all, entre las dunas del Desierto, a donde nadie ira nunca a buscarlo. Pero aquel da, a medida que avanzaba por la sombra de los rboles del fango, tanteando paso a paso el barro que pisaban sus pies, esa sensacin de seguridad se esfumaba con rapidez. Reprimi un ataque de pnico cuando el lodo le lleg a la rodilla, y se oblig a s mismo a respirar hondo y tranquilizarse. Volvi la vista atrs. No fue capaz de distinguir ya la orilla. Si surga algn peligro, no podra correr a refugiarse en su territorio, no con la suficiente rapidez. No haba vuelta atrs. El da fue largo y agotador. No tuvo problemas para pescar peces del fango, pues haba aprendido a hacerlo desde que era muy nio. Sin embargo, pronto descubri

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que algo tan sencillo y cotidiano como encender una hoguera para asarlos se volva completamente imposible en el hmedo ambiente de la Cinaga. Frustrado, resolvi guardar el pescado para ms tarde, cuando encontrara un pedazo de suelo o de roca lo bastante seco como para prender un fuego sobre l. Pronto descubri que el concepto suelo seco no era algo que existiera en la Cinaga. Cuando empez a oscurecer, Zor busc con empeo algn lugar donde refugiarse, sin xito. Apenas senta los pies, porque los tena totalmente entumecidos de arrastrarlos todo el da por el lodo, que en aquellos momentos le llegaba por encima de las rodillas. Tampoco haba encontrado otra cosa que comer y, aunque an guardaba los peces en su morral, todava no haba podido encender una hoguera. Y, pese a que su vida en el Desierto lo haba acostumbrado a comidas frugales, no recordaba haberse sentido nunca tan hambriento. Se acab, pens, agotado y muerto de fro. Maana me vuelvo a casa. Pero no era una buena idea regresar justo en aquel momento, con la noche a punto de caer sobre la Cinaga. Deba encontrar un lugar donde dormir. Al da siguiente dara media vuelta y regresara al Desierto. Finalmente, opt por trepar a uno de los rboles del fango y acomodarse sobre l. Utiliz su capa de repuesto para anudar una hamaca entre las dos ramas ms slidas y se envolvi en ella, con un suspiro de alivio. Mientras se masajeaba los pies, tratando de hacerlos entrar en calor, pens que era una suerte que su cuerpo fuera tan ligero. Como el de un pajarillo, record que sola decir su abuelo. Zor no saba lo que era un pajarillo. No haba nada de eso en el Desierto, ni tampoco en la Cordillera, que l supiera, por lo que dio por sentado que sera algn tipo de cosa o criatura que habitaba en la Cinaga. Cuando le haba preguntado al anciano al respecto, mucho tiempo atrs, ste se haba redo con amargura, pero no haba respondido. Con un suspiro, se acurruc en su improvisada hamaca y trat de ignorar el sonido de su estmago, la humedad y el desagradable olor a podrido que impregnaba la Cinaga. Pese a todo ello, no tard en quedarse profundamente dormido.

Cuando se despert, bien entrada la maana, tard unos instantes en recordar dnde estaba, y debido a ello casi se cay del rbol. Se aferr con fuerza a su capa, tendida entre las dos ramas, y respir hondo, intentando situarse. Lo primero que not fue la niebla de Gorlian calndole hasta las entraas. Lo segundo, el hambre. Gimi por lo bajo. Su casa estaba muy lejos, y no crea que fuera capaz de llegar hasta

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los mrgenes de la Cinaga sin comer, aunque slo fuera un poco. Adems, y aunque estaba acostumbrado a subsistir con poca agua, haba amanecido especialmente sediento. Rebusc en su morral y top con un paquete cuidadosamente envuelto en piel. Al sacarlo y examinar su contenido, descubri los peces que haba capturado el da anterior, pero que no haba sido capaz de cocinar. Tras un breve instante de duda, se decidi a devorarlos crudos. Torci el gesto; tenan una textura repugnante, hmeda y resbaladiza, y el sabor a barro era mucho ms intenso de lo normal. Pero, aun as, se los comi todos. Despus, sac el odre del morral. Chup casi con desesperacin y logr extraer de l dos o tres gotas de agua que aplacaron un poco su sed. Mientras volva a guardarlo todo en su bolsa, dispuesto a partir, oy de pronto el sonido de unas voces humanas, y se qued helado, en el sitio. Se asom con precaucin por el borde de la hamaca y ote entre la bruma, aterrado. No tendra tiempo de bajar del rbol, recoger su capa de repuesto, buscar un escondite y ocultarse en l antes de que lo vieran. Y no deban verlo. Nadie deba verlo. En un gesto automtico, se envolvi todava ms en su manto, ocultando especialmente su espalda. Era algo que le haban enseado a hacer desde nio en presencia de otras personas. Esconder aquello de la mirada de otra gente. Aquello que lo haca diferente. Descubri entonces las siluetas de los dueos de las voces. Se acercaban hacia su rbol, pero, comprob Zor con alivio, eran pescadores. Mantenan la mirada baja y sus palos afilados cerca de la superficie del fango. Los pescadores no tenan por costumbre mirar hacia arriba, sino hacia abajo, a sus pies. Haba posibilidades de que no lo vieran en lo alto de su rbol, por lo que Zor se aovill en el interior de su hamaca, cerr los ojos y dese que el peligro pasara rpidamente. ...otra batida por la zona sur de la Cordillera estaba diciendo uno de los pescadores. De verdad? Bueno, es una prdida de tiempo opin el otro. Hablaban en voz baja, como toda la gente de la Cinaga, pero Zor los oa con claridad. No van a encontrar nada. Ella se ha ido, te lo digo yo. De Gorlian? el primer pescador dej escapar una risa seca. Sigue soando. Por qu no? Ella no era como nosotros, ya lo sabes. Era cuestin de tiempo que se marchara. Alguien se habr dado cuenta y la habr sacado de aqu, o tal vez... S? Crees que se fue volando? se ri de nuevo. Te dir lo que yo creo: pienso que alguien fue capaz de ganarle la espalda y la derrot, y dej su cadver flotando en la Cinaga, donde ha sido pasto de los engendros escupi con desprecio. Y es lo que se mereca.

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No s si lo mereca o no replic el segundo, pero voy a decirte una cosa: vamos a tener problemas, muchos problemas, si ella no regresa. Porque no tardar en aparecer alguien que quiera ocupar su lugar, ya sabes lo que quiero decir. Y quin ser? Ese bestia de Gon? Los locos de la Cordillera? O la pandilla de Tora? El otro pescador chasque la lengua, dejando claro que opinaba que ninguno de ellos era una buena opcin. Quieres apostar? No creo que sea una buena idea. Pero pronto habr que elegir un bando, ya lo sabes. Y tambin sabes que todo el que no toma partido se convierte en un paria; y cuando hay varios bandos, o perteneces a uno de ellos y tienes un grupo que te protege, o te quedas solo y te matan. Eso era lo bueno que tena ella: que, mientras estuvo al mando, se acabaron las guerras de bandas. Porque slo haba una banda a la que pertenecer, y era la de ella. Ahora, por lo menos, hay ms donde elegir... Zor no lleg a escuchar la respuesta, porque los pescadores ya se alejaban. No haba entendido gran cosa de la conversacin, pero .tena una sospecha. Estaban hablando los pescadores de la Reina de la Cinaga? Y, si era as, significaba eso que ella se haba ido? Un inmenso alivio lo inund por dentro. No haba ningn sitio a donde ir ms all de la Cinaga, as que, probablemente, el pescador estaba en lo cierto, y la reina estaba muerta. Eso quera decir que no podra hablar con ella y, por tanto, no tena que cumplir el juramento que le haba hecho a su abuelo. Naturalmente, ello implicaba que se quedara sin saber qu era aquello tan importante que tena que decirle. Pero en aquel momento, acurrucado en lo alto de un rbol en un lodazal pestilente, hambriento, cansado y aterido de fro, a Zor no le preocupaba lo ms mnimo. Se asom con precaucin por el borde de su manto y espi a los pescadores mientras se alejaban. Como tena por costumbre cuando vea a otras personas, se fij especialmente en sus espaldas. Desnudas. Por supuesto. Ya no sinti la leve punzada de decepcin que experimentaba cada vez que esto suceda. Ya se haba acostumbrado a la idea de que l era nico, diferente. Sin embargo, an no se haba sacudido de encima la costumbre instintiva de mirar la espalda de los dems. Desde aquella primera vez.

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Su abuelo sola tratar de vez en cuando con gente de la Cordillera, o incluso de la Cinaga, para hacer trueques. Se le daba especialmente bien tejer utensilios de caas, tallar instrumentos de piedra o fabricar ropas de piel. Deba de ser porque, debido a su enfermedad, le costaba mucho caminar y no poda correr para cazar o pescar. De modo que permaneca mucho tiempo en su cueva, sentado, confeccionando objetos. Tampoco sus dedos eran tan giles como antao, y Zor saba que le costaba incluso moverlos, pero el anciano se negaba a perder la movilidad de sus manos, como haba perdido la de sus rodillas, y por eso insista en seguir trabajando. Todo lo que haca lo intercambiaba por comida o materias primas: las caas que no poda recolectar, la piel de engendros que ya no poda cazar... Cuando Zor era un beb, su abuelo sola llevarlo a su espalda, atado, como un fardo. Pero al crecer, y cuando eso se hizo ms evidente, el anciano se dio cuenta de que ya no podra llevarlo consigo sin que llamara la atencin. De modo que, durante un tiempo, se acabaron los trueques y las expediciones a la Cordillera. Sin embargo, cuando la necesidad lo oblig a salir de nuevo, confeccion para Zor una capa larga, la primera que tuvo, y lo oblig a ponrsela. Vamos a ir a la Cordillera a hablar con unas personas le dijo, muy serio. Vas a venir conmigo. Pero, y escchame bien, porque esto es importante, no vas a quitarte esta capa por nada del mundo, me oyes? Qudate junto a m, quieto, callado y sin llamar la atencin. Y, como se te ocurra quitarte la capa, te juro por mi madre que te voy a dar una buena tunda cuando lleguemos a casa. Me has entendido? Zor era demasiado pequeo como para comprender las razones por las cuales deba llevar la capa, pero no lo bastante como para no saber lo que pasara si desobedeca, de forma que asinti, intimidado, y durante el trayecto no se quit el manto ni una sola vez, pese a que el calor asfixiante del Desierto lo haca sudar por todos los poros. El viaje transcurri sin incidentes. En la Cordillera se encontraron con tres hombres que apestaban igual que la Cinaga de la que haban salido. Siguiendo las instrucciones de su abuelo, Zor permaneci quieto, junto a l, bien oculto bajo su capa, mientras los adultos regateaban. Sin embargo, el nio estaba demasiado nervioso, y le costaba trabajo quedarse quieto. Contempl a los hombres con curiosidad y lleg a la conclusin de que, salvo por el olor y por el color del cabello y la barba, no eran muy diferentes de su abuelo. Ninguno de ellos llevaba capa, y no pudo evitar preguntarse si tambin en aquello seran como l. De modo que, aprovechando un momento en el que estaban distrados, se apart del anciano para mirarlos por detrs. Slo quera echar un vistazo... un vistazo rpido, y volvera a su sitio, y nadie se dara cuenta. Pero uno de los hombres detect su presencia y se volvi bruscamente, sobresaltndolo. Zor dio un respingo y retrocedi, tropez con algo y cay de espaldas, quedando sentado en el suelo.

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Qu tenemos aqu? dijo el hombre, enseando todos los dientes. Una pequea rata husmeadora? No le hagas caso dijo enseguida el abuelo. Es slo un nio revoltoso e impertinente. Zor, ven aqu le orden. El chiquillo se puso en pie, pero los hombres ya se haban fijado en l. Qu es ese bulto que tiene en la espalda? Una deformidad de nacimiento respondi el abuelo. Es un pobre cro jorobado. Y ahora, podemos hablar de negocios? Entonces deberas sacrificarlo dijo el segundo hombre. Gorlian no es un lugar para mocosos dbiles y lisiados. Si quieres, te puedo ahorrar la molestia aadi, sonriendo de forma desagradable. Zor dio un grito y sali corriendo, pero el otro lo retuvo por la capa y lo oblig a detenerse con brusquedad. Se hizo un breve silencio, un silencio atnito, casi horrorizado. La madre que... empez uno. Qu demonios es eso? Zor not que lo tocaban ah y, de pronto, todo su miedo desapareci. Se revolvi como un salvaje y logr soltarse de los hombres de las Cinaga. Despus, corri a refugiarse en brazos de su abuelo. Slo es un pequeo lisiado repiti ste, con calma. Naturalmente, no vivir mucho tiempo. De pronto, los hombres parecan asustados. Na-naturalmente convino uno. Y, por supuesto, no vale la pena mencionar su existencia a nadie. Especialmente a nadie a quien pueda interesarle. Y los hombres se asustaron todava ms. El abuelo hablaba con mucha seriedad, incluso haba una nota de amenaza en su voz. El hecho de que llevara el rostro oculto bajo las profundidades de la capucha Zor no comprendi hasta mucho ms tarde que, por algn motivo, el anciano no quera dejarse ver... quiz para que nadie lo reconociera haca que sus palabras resultasen todava ms ominosas. Porque este nio es tan poco importante que ni siquiera existe prosigui. Y tiene tan pocas posibilidades de sobrevivir que no ver un nuevo amanecer. Por eso, es mejor que no corra la voz de que lo habis visto... o alguien podra enfadarse. De pronto, los tres se mostraron visiblemente aliviados. Claro, no lo hemos visto convino uno.

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Y, si lo hemos visto, no nos hemos fijado en l puntualiz el otro. No queremos que alguien se enfade asinti el tercero. Terminaron de cerrar el trato y se marcharon, ms deprisa de lo que haban llegado. Cuando se fueron, el abuelo se inclin trabajosamente para mirar a Zor a los ojos. Ests bien? El nio asinti, amedrentado. Qu les pasa, abuelo? El anciano suspir con pesadumbre. Nada, pichn, que tienen miedo de lo que es diferente. Por eso te dije que te ocultaras. Y es muy importante que no le ensees eso a nadie. Se asustarn, o se enfadarn, o intentarn hacerte dao, slo porque eres distinto. Por eso no deben saber que lo eres. Zor era lo bastante mayor como para saber, a aquellas alturas, en qu consista esa diferencia. No lo sabrn le asegur a su abuelo, muy serio. Bien asinti l, satisfecho. Y entonces le dio la tunda que le haba prometido.

Muchos aos despus, encaramando a un rbol del fango, Zor se retir un poco la capa y acarici las sedosas plumas de sus alas, aquellas alas que haban brotado de su espalda nada ms nacer y que eran parte de s mismo, como sus brazos, o sus piernas. Su abuelo le haba asegurado que, en contra de lo que les haba dicho a los hombres de la Cinaga, aquellas alas no eran algo malo ni anormal. Se trataba, simplemente, de que l tena algo de lo que las dems personas carecan. No deba avergonzarse de ello, porque con aquellas alas podra hacer cosas maravillosas. Pero, como la gente era malvada, necia y envidiosa, era mejor que no supieran que las tena. Slo cuando fue un poco ms mayor comprendi Zor que, si vivan en el Desierto, lejos de la gente, era por su causa. Para que l pudiera pasearse a plena luz del da sin tener que cubrir su diferencia con una capa; para que nadie volviera a mirarlo de la forma en que lo haban hecho aquellos hombres. Para que pudiera aprender a volar.

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Como un pajarillo, sola decir su abuelo. Y por eso lo haba llamado Zor. Era una abreviatura de azor, un ave orgullosa, poderosa y libre. Como aquel nio sera algn da. El muchacho segua sin saber qu era un ave, y mucho menos, cmo era un azor. Pero s tena clara una cosa: fuera como fuese, tena alas. Como l. Aguard an un largo rato antes de decidirse a abandonar su escondite, por si acaso. Entonces, con un suspiro, baj de un salto al suelo cenagoso. Se estremeci de asco cuando sus pies chapotearon en el barro, pero se consol dicindose a s mismo que no tardara en estar de vuelta en su clida cueva. Se encaram al rbol para desatar ambos extremos de la capa, y despus, de nuevo en el suelo, volvi a guardarla en su macuto. Estaba terminando de anudar el cierre cuando una mano cay sobre su hombro, sobresaltndolo. Vaya, vaya... mascull una voz ronca. Zor se dio la vuelta de un salto para encararlo, ocultando su espalda a los ojos del desconocido. Era un hombre de mediana edad, de rostro arrugado y sucios cabellos grises. Por un momento le record a su abuelo, pero cuando l le dedic una sonrisa desdentada y una mirada repleta de malicia, se corrigi inmediatamente: no, no se parecan en nada, decidi. Trat de zafarse, pero el individuo lo sujet con firmeza por el cuello. Quieto, zagal, no te vayas tan deprisa... Vamos, s bueno y cuntale al viejo Ruk lo que haces aqu... ests solo? Zor atrap la oportunidad al vuelo. No! exclam. Mi gente anda cerca y no tardar en notar mi ausencia. Son todos feroces guerreros y... Mientes se ri el extrao, echando su ftido aliento sobre el rostro del muchacho. Torken! Gaub! llam. Mirad lo que he encontrado! Zor se retorci, tratando de escapar de las manos como garras del desconocido y de alcanzar el cuchillo de hueso que siempre llevaba atado al cinto. Pens, sin embargo, que si se mova con demasiado mpetu, su capa poda resbalar, y entonces sus alas quedaran expuestas a los ojos del hombre. Se detuvo un momento, inquieto, y ese instante de indecisin fue su perdicin: su captor aprovech para aferrarlo con ms fuerza, y lo retuvo hasta que sus compaeros lo alcanzaron. Bah, Ruk, pero si es slo un mocoso dijo uno de ellos, decepcionado; era un tipo grande, de frente ancha y largas greas castaas, que no pareca tener muchas luces. No tendr ms de doce aos. Es mayor de lo que parece, Gaub seal el viejo, un poco ofendido. Lo que pasa es que est muy esmirriado. Yo le echo trece, quiz catorce, si es un hijo de

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Gorlian, como parece. De todas formas, si es joven, mejor: cuanto ms mozo, ms tierno. Los tres lo contemplaron con atencin y con un brillo extrao en los ojos. A Zor se le revolvieron las tripas de puro miedo. De dnde has salido, muchacho? pregunt Ruk, con fingida amabilidad. No eres de por aqu, verdad? El chico call, temblando de miedo, mientras pensaba frenticamente qu era lo que deba decir. Su abuelo nunca lo haba preparado para eso. El hombre lo sacudi sin contemplaciones. Te he hecho una pregunta, zagal! le grit. Contesta, si no quieres que te arranque la piel a tiras! Slo estoy de paso! chill Zor, aterrado, y su voz son como un agudo graznido. Los tres hombres rieron como si hubiese contado un chiste. Ah, s? dijo Gaub. Y a dnde vas, si puede saberse? Zor trag saliva. Decidi jugrsela y dijo, tratando de sonar altivo y seguro de s mismo: A ver a la Reina de la Cinaga. Los tres rieron an ms alto. Para qu? Porque me han enviado a verla! Quin? Zor empezaba a cansarse de aquel interrogatorio. Record lo que le haba dicho su abuelo antes de morir, y pens que, si su nombre significaba algo para la Reina de la Cinaga, tambin deba de impresionar a las gentes del barro, as que se arriesg: Dag... El viejo Dag. Funcion, a medias. El nombre los hizo reaccionar, pero no de la forma en que haba esperado. Ruk entorn los ojos y dijo, rechinando los dientes: Me tomas el pelo? El viejo Dag est muerto. Zor no pudo disimular su turbacin. Cmo lo saban? Era imposible que se hubiesen enterado tan pronto. El viejo Dag lleva muchos aos muerto aadi el rufin. El chico dej escapar una carcajada nerviosa. Eso era imposible. Slo haca doce das que lo haba enterrado. El hombre, creyendo que se burlaba de l, levant una

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mano para abofetearlo, pero el tercer miembro del grupo, el tipo larguirucho y de barba rojiza al que haban llamado Torken, lo detuvo. No, espera, Ruk 'dijo; sus ojos relucan divertidos. Quiero escuchar el final de la historia. De modo, chico, que el viejo Dag te ha enviado a hacerle una visita a la Reina de la Cinaga... Los tres volvan a rerse sin disimulo. Zor empezaba a enfadarse al ver que no lo tomaban en serio. Es verdad! protest. Dag ha muerto, es cierto, pero no hace aos de eso, sino das. Vivamos en el Desierto hasta entonces. Y antes de morir me pidi que le entregara un mensaje a la Reina de la Cinaga. Un mensaje tan, tan importante aadi que, si la Reina no lo recibiese, se enfurecera... mucho. Los tres cruzaron una mirada, y Zor pens que se haban tragado su farol. Zagal, el viejo Dag lleva aos muerto, y la Reina de la Cinaga desapareci hace meses le asegur Ruk, sonriendo de forma desagradable. Zor lo mir, inseguro; si la reina hubiese desaparecido, comprendi de pronto, su abuelo podra no haberse enterado. Despus de todo, la enfermedad lo haba tenido postrado en cama durante mucho tiempo. As que, si dijeras la verdad prosigui Ruk, nadie te estara esperando, ni en casa, ni en tu lugar de destino. Creo que ests solo, muchacho, y creo que nadie te echar de menos cuando desaparezcas. Pero, por qu? chill Zor. No os he hecho nada malo! Torken suspir casi con pesar. Lo sabemos, hijo, pero son malos tiempos... siempre son malos tiempos en Gorlian. Y las presas escasean aadi, con una torcida sonrisa. Zor vio cmo Gaub se relama al mirarlo, y se qued paralizado de horror. No estaris pensando... Ruk tir de su brazo para sacarlo de debajo de la capa y examinarlo bajo la griscea luz de la maana. Chasque la lengua con disgusto. Muy flaco sentenci. Y qu esperabas de un pimpollo de Gorlian? replic Gaub, relamindose de nuevo. A m me basta con eso. Es mejor que los peces del fango. Seguro que estar mucho ms sabroso. No podis comerme! grit el chico, debatindose con desesperacin. Aquello deba de ser una pesadilla. En cualquier momento despertara y descubrira que segua en su cueva, junto a su abuelo...

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Por qu no vamos a poder comerte? ri Ruk. Llevamos aos alimentndonos de pescado fangoso y carne de engendro. Los muslos de un muchachito sern todo un manjar. Los cocinaremos a la parrilla. Seguro que saben a cochinillo asado suspir Torken con nostalgia. Oh, s, cochinillo asado repiti Gaub, relamindose por tercera vez. Zor no saba lo que era un cochinillo, pero no tena la menor intencin de averiguarlo. Se revolvi y casi logr zafarse, pero Ruk lo atrap limpiamente por la capa cuando ya casi se vea libre. Eh, zagal, a dnde te crees que...? Sigui un silencio incrdulo, asombrado. Zor no necesitaba mirar para darse cuenta de lo que estaba pasando. Mirad lo que tiene en la espalda dijo Gaub, atnito. Son alas dijo Torken en tono reverente. Como las de ella. Creis que ser algo suyo? Zor estaba a punto de aprovechar aquel momento de sorpresa para escapar, pero las palabras del hombre lo dejaron clavado en el sitio. Ella? Alas? Vamos a averiguarlo dijo Ruk, y le agarr el ala derecha con rudeza. Zor emiti un sonido que era a medias un sollozo y a medias un gruido de advertencia. Detestaba que le tocaran las alas, y mucho ms si se trataba de un desconocido. Eh, parece de verdad anunci el rufin, tironeando de ella. Zor se desprendi del contacto de un manotazo y los mir, desafiante. Los tres lo observaban con una mezcla de desconfianza y curiosidad. Caramba, muchacho dijo Torken. Por qu nos has hecho perder el tiempo con toda esa tontera del mensaje y el viejo Dag cuando tenas una historia mucho ms interesante que contar? Gaub se ri tontamente. S, y vaya historia. Apuesto a que la dama de hielo no era tan fra como aparentaba. Soy un ngel y vosotros sois solo humanos dijo con voz de falsete. Apuesto a que eso no le importaba tanto a la hora de buscar quien le calentara la cama. Ruk se encogi de hombros. Ya ves, al final resulta que era tan zorra como todas las dems. Cuntos principitos como ste habr en la Cinaga? se pregunt en voz alta, examinando a Zor con suspicacia. Zor temblaba de miedo y de nerviosismo. De qu estaban hablando? Qu insinuaban?

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Si se lo llevamos de vuelta, creis que nos recompensar? pregunt Torken. Zor no entenda del todo lo que estaban diciendo, pero aprovech la oportunidad: Pues claro que os recompensar! Y muy bien! Los tres cruzaron una mirada. Y, naturalmente, t sabes dnde encontrarla... aventur Ruk. Naturalmente! asegur el chico, asintiendo con energa; pero el hombre lo mir con fijeza y volvi a exhibir su sonrisa desdentada. No mientas al viejo Ruk lo rega. Acptalo: la Reina de la Cinaga ha abandonado Gorlian, y lo ha hecho sin ti. As que ahora ya no vales nada. Y te comeremos para almorzar anunci Gaub, feliz. Pero primero te desplumaremos. Como a una gallina. Como a un pollo aadi Ruk, y los tres se echaron a rer a carcajadas. Zor no pudo aguantarlo ms. Le dio un fuerte empujn y, para su sorpresa, Ruk perdi el equilibrio. El muchacho se desasi y retrocedi de un salto. Pero el rufin no lleg a caer. Se enderez y se lanz contra l. Eh, que se escapa! Los otros dos, cogidos por sorpresa, tardaron en reaccionar. Zor saba que ya no tena eleccin. Se retir la capa a un lado. Atrs, o... advirti, interponiendo su cuchillo entre l y los tres hombres. Ellos rechinaron los dientes. Atrs... o qu? gru Ruk ... o echar a volar termin l Los tres se rieron. Ella tambin tena alas. Y qu? No saba volar. Como las gallinas colabor Gaub. O los pollos aadi TorkenY se lanzaron a la vez sobre l. Zor bati las alas una, dos, tres veces, y se elev sobre ellos. Los tres hombres cayeron de bruces sobre el fango. El muchacho sinti que Ruk lo agarraba por la capa, pero tir de ella para liberarla y se vio, por fin, a salvo, muy por encima de ellos. Mientras ascenda hacia los cielos de Gorlian, los vio all abajo, cubiertos de barro, despidindolo con maldiciones e improperios. Alz la cabeza y no volvi a mirarlos. Por fin era libre.

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Se zambull en el cielo neblinoso, sintindose feliz por primera vez en mucho tiempo. Hizo piruetas en el aire, se elev y luego se lanz en picado para remontar el vuelo momentos despus. Su abuelo le haba prevenido en contra de volar. Le haba dicho que slo poda hacerlo cuando estuviera cerca del refugio, y slo tras asegurarse de que no haba nadie en las inmediaciones. Lejos del Desierto, en lugares ms poblados, en las estribaciones de la Cordillera y, por supuesto, en las orillas de la Cinaga, deba comportase como uno ms, sin despegar nunca los pies del suelo. Pues si alzaba el vuelo, alguien podra verlo, y eso era mucho, mucho ms peligroso que afrontar los peligros de la superficie. Pero en aquel momento, habindose salvado de ser asado y devorado por Ruk y sus malcarados amigos, no lo vea as. Por primera vez, sus alas eran una ventaja, y no un inconveniente. Por primera vez, saber volar le haba salvado la vida. All arriba se senta invencible. Por qu razn haba insistido tanto su abuelo en que no lo hiciera? Tena algo que ver con la Reina de la Cinaga? Zor no haba comprendido del todo las palabras de los tres rufianes, pero haba algo que s crea haber captado: la Reina de la Cinaga tena alas. Como l. Pero ella se haba marchado, haba desaparecido, y eso desconcertaba al muchacho. Dnde estara? En Gorlian no haba muchos lugares a donde ir. Quiz, como haban insinuado los pescadores, estaba muerta. En tal caso, ya nadie podra explicarle por qu ella tena alas, por qu l las tena, y por qu era diferente en eso a todos los dems... o a casi todos los dems. En aquel momento se oy un trueno y comenz a llover, casi sin previo aviso. Zor resopl, contrariado. En apenas unos instantes, y dado que ya no contaba con la proteccin de los rboles, quedara totalmente empapado. Adems, la lluvia vena cargada de fango, como toda la que caa sobre la Cinaga; si permita que se le embarraran las alas, se le endureceran despus y no podra volar. De modo que, con resignacin, descendi un poco y plane sobre las copas de los rboles, buscando un lugar donde aterrizar. Y en aquel momento oy un extrao grito chirriante, un aullido que no poda ser humano, y una sombra se cerni ante l, tras la pesada cortina de lluvia. Por un breve instante, Zor lleg a creer que era la Reina de la Cinaga, que acuda a buscarlo... pero entonces eso se acerc y se hizo ms visible, y el joven se top de bruces con una enorme criatura de ojos rojos y enormes alas correosas. Tard apenas un segundo en reconocerla. El Murcilago.

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Llamaban as a un gran engendro alado que habitaba en la Cordillera, pero que sola sobrevolar la Cinaga en busca de presas. El Murcilago tena seis patas, como un insecto, y una pequea cabeza cuyos sentidos estaban, sin embargo, sorprendentemente desarrollados. Como la mayora de los engendros, era letal; su boca contaba con un doble juego de dientes afilados que trituraban cualquier cosa que se llevara a la boca. Y, como la mayora de los habitantes de Gorlian, sola estar hambriento muy a menudo. Zor trat de virar en el aire para escapar de l, pero el Murcilago era ms rpido. Con un nuevo chillido, se arroj sobre l, y el chico sinti que lo aferraban por el ala derecha por segunda vez en el mismo da. Desesperado, dio media vuelta en el aire para golpearlo con el zurrn. La fuerza centrfuga hizo el resto. La bolsa le dio al monstruo en la cabeza y lo hizo soltar su presa un instante. Zor saba que, si volva a atraparlo, no volvera a escapar con vida. Tena que despistar al engendro, como fuera. Repleg las alas. Inmediatamente, empez a caer en picado, como una piedra. Oy el chillido del Murcilago, escuch el poderoso batir de sus grandes alas y supo que lo persegua. Apret los dientes mientras segua precipitndose en una mortfera cada libre hacia el suelo. Tena que esperar hasta el ltimo momento, o el engendro lo alcanzara. Pero, si tardaba demasiado, se estrellara contra el fangoso suelo de la Cinaga. Casi pudo sentir el hediondo aliento del Murcilago en su nuca cuando, por fin, despleg las alas y fren su cada con brusquedad. Realiz un repentino giro para dejar atrs a su perseguidor y plane sobre las copas de los rboles del fango. Sin embargo, las garras del monstruo lo golpearon y lo hicieron perder el equilibrio. Dio varias vueltas de campana en el aire y comprob, aterrado, que an segua cayendo. Bati las alas mientras se precipitaba hacia el lodo y las ramas de los rboles araaban dolorosamente su cuerpo. Por fin, aterriz pesadamente en el barro. Chapote, aturdido, mientras oa el grito frustrado del Murcilago sobre su cabeza, y la lluvia segua golpendolo sin misericordia. Logr abrir los ojos y alzar la cabeza, y vio algo entre la bruma. Qu raro... una casa que flota sobre el fango, pens, antes de perder el sentido.

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III Infierno

Vol-Garios, en los confines del reino de Saria, era un enorme volcn que haca siglos que permaneca dormido. Haba transcurrido demasiado tiempo como para que los humanos, criaturas de cortas vidas y frgil memoria, recordasen todava la devastacin que vomitaban sus entraas cuando retemblaba la tierra y la montaa despertaba. Sin embargo, ninguna poblacin, ni una sola granja solitaria, se alzaba a sus pies, ni los cultivos araaban sus laderas. Saria era un reino rico y prspero, pero eso no bastaba para justificar que sus habitantes hubiesen dado la espalda a aquellas tierras. Lo saben, pens Ahriel mientras ambos ngeles sobrevolaban los alrededores del volcn. Puede que no de forma consciente; pero, de alguna forma, intuyen que algo muy oscuro habita en este lugar. Mir de reojo a su compaero, pero Ubanaziel no hizo ningn comentario. Sus penetrantes ojos de guila estaban fijos en el crter de Vol-Garios, y Ahriel se pregunt si comprenda lo que haba en aquel lugar. Por supuesto que s, se dijo ella enseguida. Aunque nadie fuera capaz de enumerar las puertas que conducan al infierno, seguramente el Guerrero de bano guardaba a buen recaudo la llave de todas ellas. O de casi todas. Ahriel le indic con seas que haba que descender hasta el crter, y Ubanaziel asinti, en absoluto sorprendido. Los dos ngeles planearon sobre la boca de VolGarios y fueron descendiendo lentamente, aprovechando las corrientes de aire. Las poderosas alas de Ubanaziel batan el aire de vez en cuando, con majestuosa lentitud. El viento revolva su cabello trenzado, despejando su rostro, que pareca esculpido en obsidiana. Ahriel era consciente de que su propio vuelo era ms torpe que el del Consejero, porque sus alas no se haban recuperado del todo de los largos aos de reclusin en Gorlian, y ech de menos tiempos mejores. Sacudi la cabeza y trat de centrarse en el presente. Abajo, en el crter, sobre la amplia extensin de arena volcnica, se alzaba una enorme lpida tallada en alabastro que estaba partida en dos, como si la hubiese alcanzado un rayo. El rostro impenetrable de Ubanaziel mostr por fin signos de emocin; frunci el ceo y entorn los ojos, pero no debido al monumento, entendi Ahriel, sino a las dos pequeas figuras que aguardaban junto a l. El ngel suspir

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para sus adentros. Haba previsto llegar antes que ellos, para as tener oportunidad de explicar sus planes al Consejero. Pero se haba entretenido en Aleian ms de lo que le habra gustado, y era evidente que sus compaeros se le haban adelantado. Los dos ngeles tomaron tierra junto a la lpida, levantando una nube de polvo. Los dos humanos que los aguardaban se protegieron los ojos con el brazo hasta que la nube se asent de nuevo. Saludos, Ahriel dijo uno de ellos, una joven cuyo porte y maneras delataban, pese a su cmodo y sencillo vestido de viaje, que era de noble cuna. Y saludos, Consejero aadi, mirando a Ubanaziel. El ngel la mir inquisitivamente. La mayor parte de los humanos no haba visto jams un ngel, y se sentan intimidados cuando se encontraban en su presencia. Pero aquella muchacha hablaba como si los hubiese conocido desde siempre; de hecho, incluso haba sabido interpretar correctamente el signo que adornaba el cinto de Ubanaziel, y que denotaba su rango. Los humanos capaces de leer el lenguaje anglico podan contarse con los dedos de una mano. La reina Kiara, imagino dijo el Consejero, con gravedad. Es un honor. Ella inclin la cabeza. El honor es mo, Consejero respondi, y era ms que una simple cortesa. Ahriel tom la palabra. Ubanaziel, te presento a Su Majestad, la reina Kiara de Saria, como bien has deducido se volvi hacia el joven, alto y espigado, que la acompaaba, y a su secretario y leal ayudante, Kendal de Rivan. Kiara aadi, ste es Ubanaziel, Consejero de Aleian. Entre los nuestros, no hay nadie que sepa ms acerca del infierno y las criaturas que moran en l. Kiara asinti. Entiendo dijo solamente, y Ahriel supo que haba comprendido, sin necesidad de mayores explicaciones, el motivo por el cual la haba acompaado el Consejero: los ngeles enviaban a alguien para controlarla porque ya no confiaban del todo en ella. Y no era de extraar, tuvo que reconocer. Ahriel era cualquier cosa menos un ngel convencional. En tiempos de la reina Marla, Karish inici una guerra contra Saria, y como consecuencia de esa guerra, el rey, padre de Kiara, fue asesinado explic; saba que Ubanaziel estaba al tanto de todo eso, pero crey necesario recordrselo, para justificar la presencia de los dos humanos en el crter de Vol-Garios. Kendal y Kiara se las arreglaron para escapar de la codicia de Marla y me rescataron de Gorlian para que les ayudase. Descubrimos entonces el por qu de la guerra que Marla haba emprendido: quera anexionarse Saria para hacerse con las tierras de

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Vol-Garios... y lo que stas ocultaban concluy, dirigiendo su mirada a la lpida de piedra. Kiara sacudi la cabeza. Y nosotros no sabamos nada de todo esto murmur. Dudo que ni siquiera mi padre fuera consciente de lo que haba en este lugar desolado... en el crter de este volcn. Una entrada al infierno dijo Ubanaziel. Conozco sta. Derrotamos al poderoso demonio conocido como el Devastador y utilizamos su propio poder para sellar este lugar. Pero, cuando lo hicimos, no fuimos nosotros los nicos que asumimos la responsabilidad de mantenerlo cerrado. Decidimos compartir esa carga con los humanos creando una llave combinada. Imagino que es por eso por lo que has invitado a venir a Su Majestad hasta Vol-Garios. Kiara inclin la cabeza y extrajo del escote un medalln que llevaba colgado al cuello. Y ste era el smbolo de esa alianza dijo a media voz. Kendal lo ha encontrado aqu mismo, perdido entre las rocas; se le debi de caer a Marla cuando el infierno se la trag. Ahriel lo reconoci: era el doble medalln que los ngeles haban regalado a las dos reinas el da de su nacimiento, una parte a cada una de ellas. Marla le haba robado la suya a Kiara al capturarla y arrojarla a Gorlian, meses atrs. Ahora, los dos medallones engarzados formaban uno solo, que quedara para siempre en poder de la nica de las dos jvenes que haba merecido aquel obsequio. Kiara abri el medalln y ley la inscr