al rincón quita calzón

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AL RINCÓN QUITA CALZÓN El obispo Chávez de la Rosa era rector de un convento en Arequipa. Un día tuvo que suplir a un maestro ausente y se dedicó a recordar algo de latín con los alumnos; propuso una pregunta: ¡quid esta ratio!, pero ningún alumno le supo contestar. Molesto el cura ordenó a cada uno que vaya ¡Al Rincón Quita Calzón! Así ocurrió hasta que le pregunto al más pequeño de la clase. El niño se burló del cura demorando una respuesta que no sabía. El cura iracundo le ordeno también AL RINCÓN QUITA CALZÓN, pero como el niño se retiraba refunfuñando algo entre dientes, el sacerdote insistió por el que murmuraba. Entonces el niño le propuso una interrogante al maestro: ¿Cuantas Veces Se Repite En La Misa El Dominues Vubis Cum? Y por más que el cura trató de recordar no pudo hacerlo; entonces el niño también lo envió a él ¡al rincón quita calzón! La burla de los estudiantes fue total. El cura no tuvo más remedio que perdonar a todos el castigo propuesto y se retiró completamente avergonzado. Tiempo después el cura retorno a su natal España y se llevó al pequeño travieso como pupilo, allá lo educo esmeradamente para que años después retornara al Perú convertido en un intelectual erudito: don Francisco Javier de Luna Pizarro, presidente de la primera asamblea constituyente del Perú.

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Page 1: Al Rincón Quita Calzón

AL RINCÓN QUITA CALZÓN

El obispo Chávez de la Rosa era rector de un convento en Arequipa.

Un día tuvo que suplir a un maestro ausente y se dedicó a recordar algo de latín con los alumnos; propuso una pregunta: ¡quid esta ratio!, pero ningún alumno le supo contestar.

Molesto el cura ordenó a cada uno que vaya ¡Al Rincón Quita Calzón!

Así ocurrió hasta que le pregunto al más pequeño de la clase. El niño se burló del cura demorando una respuesta que no sabía.

El cura iracundo le ordeno también AL RINCÓN QUITA CALZÓN, pero como el niño se retiraba refunfuñando algo entre dientes, el sacerdote insistió por el que murmuraba.

Entonces el niño le propuso una interrogante al maestro: ¿Cuantas Veces Se Repite En La Misa El Dominues Vubis Cum?

Y por más que el cura trató de recordar no pudo hacerlo; entonces el niño también lo envió a él ¡al rincón quita calzón! La burla de los estudiantes fue total.

El cura no tuvo más remedio que perdonar a todos el castigo propuesto y se retiró completamente avergonzado.

Tiempo después el cura retorno a su natal España y se llevó al pequeño travieso como pupilo, allá lo educo esmeradamente para que años después retornara al Perú convertido en un intelectual erudito: don Francisco Javier de Luna Pizarro, presidente de la primera asamblea constituyente del Perú.

Page 2: Al Rincón Quita Calzón

UN PREDICADOR DE LUJO

Aconteció por entonces que aproximándose la semana santa, el cura del lugar hallábase imposibilitado para predicar el sermón de tres horas por causa de un pícaro reumatismo. En tal conflicto, escribió a un amigo de Lima, encargándole que le buscase para el Viernes Santo un predicador que tuviese siquiera dos bes, es decir, bueno y barato.

El amigo anduvo hecho un trotaconventos sin encontrar fraile que se decidiera a hacer por poca plata viaje de cincuenta leguas entre ida y regreso.

Perdida ya toda esperanza, dirigiese el comisionado al padre Samamé, cuya vida era tan licenciosa, que casi siempre estaba preso en la cárcel del convento y suspenso en el ejercicio de sus funciones sacerdotales.

El padre Samamé subió al sagrado púlpito; invocó como pudo al Espíritu Santo, y se despachó como a Dios plugo ayudarle.

Al ocuparse de aquellas palabras de Cristo, hoy serás conmigo en el paraíso, dijo su reverencia, sobre poco más o menos: «A Dimas, el buen ladrón, lo salvó su fe; pero a Gestas, el mal ladrón, lo perdió su falta de fe. Mucho me temo, queridos huachanos y oyentes míos, que os condenéis por malos ladrones».Un sordo rumor de protestas levantose en el católico auditorio. Los huachanos se ofendieron, y con justicia, de oírse llamar malos ladrones. Lo de ladrones, por sí solo, era una injuria, aunque podía pasar como floreo de retórica; pero aquel apéndice, aquel calificativo de malos, era para sublevar el amor propio de cualquiera.El reverendo, que notó la fatal impresión que sus palabras habían producido, se apresuró a rectificar: «Pero Dios es grande, omnipotente y misericordioso, hijos míos, y en él espero que con su ayuda soberana y vuestras felices disposiciones llegaréis a tener fe y a ser todos sin excepción buenos, muy buenos ladrones».A no estar en el templo el auditorio habría palmoteado; pero tuvo que limitarse a manifestar su contento con una oleada que parecía un aplauso. Aquella dedada de miel fue muy al gusto de todos los paladares.Entretanto, el cura estaba en la sacristía echando chispas, y esperando que descendiese el predicador para reconvenirlo por la insolencia con que había tratado a sus feligreses.-Es mucha desvergüenza, reverendo padre, decirles en su cara lo que les ha dicho.

-¿Y qué les dije? -preguntó el fraile sin inmutarse.-Que eran malos ladrones...-¿Eso les dije? Pues, señor cura, ¡me los mamé!-Gracias a que después tuvo su paternidad el tino suficiente para dorarles la píldora.-¿Y qué les dije?-Que andando los tiempos, y Dios mediante, serían buenos ladrones...-¿Eso les dije? Pues, señor cura, ¡me los volví a mamar!Y colorín, colorado, aquí el cuento ha terminado.

Page 3: Al Rincón Quita Calzón

EL OBISPO CHICHEÑÓ

En Lima vivía un hombre muy humilde e inocente llamado Ramón, pero era más

conocido por su sobrenombre “chicheñó”, ya que era, prácticamente, lo único que

decía. Un día, unos acaudalados comerciantes españoles asentaron su almacén por ese

lugar. Tres andaluces que pasaron por ahí, se idearon un plan para apoderarse de los

valiosos objetos, dentro del cual, su herramienta maestra sería el pobre Ramoncito,

disfrazándolo de obispo.

Los comerciantes atienden con sumo respeto al supuesto obispo, En primer lugar –

continuó el secretario del obispo, necesitamos un cáliz de todo lujo para las fiestas

solemnes. Su señoría no repara en precios que no es ningún tacaño. ¿No es así,

ilustrísimo señor?

Chi, cheñó –contestó el obispo

el cual responde a cada artefacto diciendo “chi cheñó” como aval.

Llegado el momento del pago, dijo el secretario:

Iremos por las talegas al palacio arzobispal, que es donde está alojado su señoría y él

nos esperará aquí. Cuestión de quince minutos. ¿No le parece a su señoría ilustrísima?

Pasaron dos horas y los clérigos no llegaban con el dinero; los comerciantes fueron al

arzobispado y se dieron con la sorpresa que el Obispo estaba en Huamanga. Al dase

cuenta del engaño, Ramón el chi seño es llevado a la cárcel pero luego es puesto el

libertad por tonto de capirote.

Page 4: Al Rincón Quita Calzón

LA HISTORIA DE UN CAÑONCITO

Estaba don Ramón en su primera época de gobierno, y era el día de su cumpleaños (31

de agosto de 1849). Corporaciones y particulares acudieron al gran salón de palacio a

felicitar al supremo mandatario. Se acercó un joven a su excelencia y le obsequió, en

prenda de afecto, un dije para el reloj.

Era un microscópico cañoncito de oro montado sobre una cureñita de filigrana de

plata: un trabajo primoroso, en fin, una obra de hadas.

El presidente agradeció, cortando las frases de la manera peculiar muy propia de él.

Pidió a uno de sus edecanes que pusiera el dije sobre la consola de su gabinete. Don

Ramón se negaba a tomar el dije en sus manos por que afirmaba que el cañoncito

estaba cargado y no era conveniente jugar con armas peligrosas.

Al cabo de un mes el cañoncito desapareció de la consola, para formar parte de los

dijes que adornaban la cadena del reloj de su excelencia, por la noche dijo el

presidente a sus tertulios: ¡Eh! Señores… ya hizo fuego el cañoncito…

Lo que había sabido es que el artificio del regalo aspiraba a una modesta plaza de

inspector en el resguardo de la aduana del Callao, y que don Ramón acababa de

acordarle el empleo.