aira - una máquina de guerra contra la pena

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Una máquina de guerra contra la pena* 3AGO Por César Aira La hija de kheops, de Alberto Laiseca, Tusquets editores, 2007. Laiseca es un macroscopista: ve las cosas grandes, y las ve muy de cerca. Por ejemplo la Historia, que es inmensa y está llena de pirámides, murallas chinas, torres de Babel, campañas a Rusia y otras desmesuras por el estilo. Cuanto más grande es la cosa, mayor el enigma: ¿Para qué construir una pirámide altísima y enorme? ¿Para qué hacer enormidades en general? ¿Por qué hubo Historia? O bien, empezando por donde corresponde; ¿por qué escribir una novela? Para esto último hay una filología doméstica. La hija de kheops proviene de una anécdota que Laiseca paladeó con fruición durante años. La hija del Faraón, en efecto, para contribuir al financiamiento de la gran obra pública emprendida por su papá, practicó la prostitución. Además del pago normal por sus prestaciones, que iba íntegro al fondo pro-pirámide, le exigía a cada uno de sus clientes la donación extra de una piedra destinada a levantar su propia pirámide. El chiste está en que al final de su vida había logrado elevar una, no tan alta como la oficial, pero de respetables dimensiones. Cuando estaba a punto de empezar a escribir (fui testigo del proceso) Laiseca enfrentó un dilema que le exigió hartas reflexiones: la Pirámide, la “joya magna” que protegería a Egipto durante toda la eternidad, era lo mejor que podía hacer el Faraón, de eso Laiseca no tenía dudas. Pero para hacerla, había que hacerla bien, y eso significaba un prolongado sacrificio, una generación o dos de egipcios que vivirían en la mayor austeridad, sin poder siquiera tomar cerveza. La cerveza era el punto clave. Durante meses Laiseca le dio vueltas al asunto, en un bar del Once llamado El Rubí, ante frescas botellas de, precisamente, cerveza. ¿Valen la pena los sacrificios? ¿Se puede vivir sin felicidad? ¿Acaso la vida tiene resultados? Kheops, en su justificado esfuerzo por ser un Mozart, ¿no habría terminado siendo un chichi? ¿Un faraón místico tiene

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AIRA - Una Máquina de Guerra Contra La Pena

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  • Una mquina de guerra contra la pena*

    3AGO Por Csar Aira

    La hija de kheops, de Alberto Laiseca, Tusquets editores, 2007.

    Laiseca es un macroscopista: ve las cosas grandes, y las ve muy de cerca. Por ejemplo la Historia, que es

    inmensa y est llena de pirmides, murallas chinas, torres de Babel, campaas a Rusia y otras desmesuras por

    el estilo. Cuanto ms grande es la cosa, mayor el enigma: Para qu construir una pirmide altsima y

    enorme? Para qu hacer enormidades en general? Por qu hubo Historia? O bien, empezando por donde

    corresponde; por qu escribir una novela? Para esto ltimo hay una filologa domstica.

    La hija de kheops proviene de una ancdota que Laiseca palade con fruicin durante aos. La hija del

    Faran, en efecto, para contribuir al financiamiento de la gran obra pblica emprendida por su pap, practic

    la prostitucin. Adems del pago normal por sus prestaciones, que iba ntegro al fondo pro-pirmide, le exiga

    a cada uno de sus clientes la donacin extra de una piedra destinada a levantar su propia pirmide. El chiste

    est en que al final de su vida haba logrado elevar una, no tan alta como la oficial, pero de respetables

    dimensiones.

    Cuando estaba a punto de empezar a escribir (fui testigo del proceso) Laiseca enfrent un dilema que le

    exigi hartas reflexiones: la Pirmide, la joya magna que protegera a Egipto durante toda la eternidad, era

    lo mejor que poda hacer el Faran, de eso Laiseca no tena dudas. Pero para hacerla, haba que hacerla bien, y

    eso significaba un prolongado sacrificio, una generacin o dos de egipcios que viviran en la mayor

    austeridad, sin poder siquiera tomar cerveza. La cerveza era el punto clave. Durante meses Laiseca le dio

    vueltas al asunto, en un bar del Once llamado El Rub, ante frescas botellas de, precisamente, cerveza. Valen

    la pena los sacrificios? Se puede vivir sin felicidad? Acaso la vida tiene resultados? Kheops, en su

    justificado esfuerzo por ser un Mozart, no habra terminado siendo un chichi? Un faran mstico tiene

  • derecho a privar al ms pobre de sus sbditos de este placer?, se preguntaba Laiseca mortalmente serio y

    mortalmente pensativo, con el vaso de cerveza en la mano.

    Eran preguntas demasiado grandes para contestarlas slo con palabras. La novela lo hara. Y un da la

    novela ya estaba en marcha. Despus de todo, el trabajo de Laiseca no es la Historia, sino su contracara, la

    Felicidad. Laiseca es como Rousseau (son dos gotas de agua), pero mientras a Jean Jacques la Historia le dio

    la oportunidad de crear un mundo, el mundo en que vivimos, a Laiseca le jug la mala pasada de hacerlo un

    creador de mundo, en un mundo ya hecho. De ah que en l la literatura sea una necesidad. Y la literatura en l

    es una mquina de guerra contra la Pena; si no puede construir Pirmides, puede crear exorcismos, y sabe

    hacerlos de veras grandes y eficaces.

    Voy por la pgina cuatrocientos, y slo ahora empiezo con lo que quera decir, afirma tpicamente

    Laiseca cuando se pone a escribir. Esto es una fatalidad que no admite excepciones. Con La hija de Kheops

    sin embargo emple un truco muy eficaz para ir al grano directamente: las cuatrocientas, o quinientas, o mil

    pginas previas se las escribi Mika Waltari, y son las que forman Sinhu el Egipcio, su novela favorita. No

    debera sorprendernos, porque acercar la lectura y la escritura hasta que se confunden es quizs la operacin

    literaria por excelencia (adems, Laiseca ya haba practicado en los Poemas chinos).

    La hija de Kheops es una odisea de la contigidad. No son slo la lectura y la escritura las que se

    aproximan: todo lo dems lo hace tambin, desde la idea misma de hacer la pirmide, que se da en un sueo,

    con la conciencia exageradamente pegada a s misma, hasta el amor, pasando por la magia. La contigidad lo

    contamina todo. Egipto y la Argentina se acercan hasta tocarse no porque haya anacronismos (no los hay en

    esta novela) sino por la lgica de la Felicidad que hace contiguos a la posibilidad y al acto. La Historia misma

    se ilumina a partir de aqu: cmo han podido suceder tantas enormidades? Muy fcil: sucedieron porque a

    alguien se le ocurri que eran posibles. La literatura toma el relevo de la realidad, pero sin suprimirla, lejos de

    ello. El realismo delirante de Laiseca es muy real.

    Las parejas contiguas en Laiseca son de dos tipos. En primer lugar est la pareja de amantes, la

    proximidad absoluta del amor, aqu magnificada por el incesto. En segundo lugar, la pareja constituida por el

    Jefe de Estado y su primer ministro (o consejero o general o gran sacerdote). Aqu hay contigidades

    intermedias: el Saber, el Mito, la Historia. En cambio el Poder, que a primera vista parece tema excluyente de

    la ficcin laisequiana, en realidad es lateral y auxiliar. El poder es la voluntad (que un linyera tiene tanto como

    un emperador), y la voluntad no es ms que el movimiento, que Laiseca piensa siempre como una estrategia

    blica, hacia la felicidad. La felicidad ser, al fin de cuentas, el acercamiento de todo, la muerte de las

    distancias, la precipitacin de todos los posibles en el Acontecimiento. El tiempo desaparecer entonces,

  • comprimido en un instante adnico en el que podrn celebrarse las nupcias csmicas de Kheops y su hija. Los

    aos que lleva la construccin de la Pirmide no son sino el pago del rescate del tiempo, secuestrado por los

    chichis que nunca faltan. Y cuando todo haca esperar austeridad, sacrificio y esperanza, resulta que esos aos

    son los de la ms intensa felicidad. Porque en ellos se refleja algo ms, un futuro casi impensable de tan

    luminoso. La gente es feliz porque va a ser feliz, y viceversa. Y cuando esa gran geometra se consume,

    cuando la autora nietzscheana de la eternidad ilumine la joya suprema del desierto entonces Laiseca calla,

    con una sonrisa misteriosa. No se ha propuesto decirlo todo, ni mucho menos. Y adems, sucede que l ya no

    es un adolescente a la espera de la gloria; es un artista maduro y consumado; es el autor de Los Sorias, una de

    las ms grandes novelas del siglo XX, y ya no tiene nada que esperar. Y los lectores, por nuestra parte, que

    con todo este manejo hemos quedado excesivamente cerca de nuestro deseo, qu podemos esperar?

    Debemos esperar algo? Una sola cosa, quizs: que no nos falten nunca las obras maestras que renueven

    nuestra sospecha de la consumacin del tiempo. Y quin podra dudar de que La hija de Kheops es una obra

    maestra?

    *Este texto fue publicado originalmente en Babel, revista de libros, Ao II, N12, octubre 1989, en su

    seccin Libro del mes, junto a otras colaboraciones de Guillermo Saavedra y Pablo Bari, donde se daba cuenta

    de la de reciente aparicin de La hija de Kheops publicada por EMEC Editores

    Una mquina de guerra contra lapena*