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PONTIFICIA UNIVERSIDAD GREGORIANA FACULTAD DE TEOLOGIA PROFUNDIZACION DE ALGUNOS TEMAS SELECTOS DE ECLESIOLOGIA (TO2440) P. Angel Antón Gómez Febrero - Junio 1995

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PONTIFICIA UNIVERSIDAD GREGORIANA

FACULTAD DE TEOLOGIA

PROFUNDIZACION DE ALGUNOS TEMAS SELECTOS DE ECLESIOLOGIA

(TO2440)

P. Angel Antón Gómez

Febrero - Junio 1995

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Problematica sobre la colocación del „de Ecclesia‟ y de su puesto en el sistema

telógico del Vaticano I al Vaticano II: elección de método

y de contenido tomado en el Vaticano II y en

la eclesiologia despues del concilio

I. Aspectos peculiares y apriores respecto la realidad-iglesia

y la eclesiologia fundamental y/o sistemática

1. Un curso ofrecido en el segundo ciclo a futuros docentes de teología

Punto de partida obligado: reflexionar sobre la Eclesiología

* Sustrato permanente en la vida y en la praxis de la Iglesia

* Reflexión de creyentes particulares o toda la comunidad creyente.

* Doctrina teológica.

2. Hoy hay un retorno a los Manuales Teológicos

De una común alergia respecto la manualística a la voluntad de tener síntesis

teológicas.

El editor ofrece grandes variedades de „coligamento de manuales teológicos‟

3. Manuales de eclesiología „fundamentales‟ y sistemáticos y/o dogmáticos‟

También en los ámbitos eclesiológicos abundan publicaciones sobre la Iglesia

* En varios contenidos

* En las varias lenguas

La mayor parte de estas son sabios y manuales sobre la Iglesia, pero son escasas

las publicaciones sobre la Eclesiología como ciencia teológica.

* S. Dianich ha tratado en su más reciente publicación cuestiones de método en

Eclesiología.

La eclesiología no puede constituir una excepción dentro del sistema teológico,

antes esta la necesidad de síntesis y de sistematización se ha sentido, porque la

eclesiología es doctrina teológica en el mismo tiempo que es vida y práctica en la

Iglesia, que formamos nosotros los cristianos católicos, aquí radica un primer aspecto,

paradójico de la Eclesiología, que releva, también Severino Dianich, profesor de

Eclesiología instituto agregado a la Gregoriana. En la Introducción de su último libro,

que mientras han sido publicados tantos libros sobre la Iglesia, solamente raros teólogos

o eclesiólogos, los cuales han escrito sobre la eclesiología, sobre la reflexión de la

Iglesia, este eclesiólogo Dianich ha publicado unos pequeños ensayos, indicados en la

bibliografía: „la Iglesia misterio de comunión; la iglesia misión, correspondiente a la

planificación pastoral; la Iglesia extrovertida.

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En su reciente libro (aconsejado en este primer tema de método y colocación)

1993: Eclesiología cuestiones de Método‟, hace diversas reflexiones e intenta de hacer

una síntesis de su concepción eclesiológica, afronta el tema del estatuto epistemológico

de la eclesiología.

* A. Antón ha publicado también obras sobre la Iglesia que sobre la Eclesiología.

Modestamente puede afirmar que no ha descuidado ni la realidad Iglesia con su

estructura (los dos primeros libros de la BAC; sobre el primado de la colegialidad; y

sobre todo el del 77 sobre Israel el de la antigua y de la nueva alianza, es decir, una

monografía sobre la Iglesia; otro conferencia episcopales). Le parece no haber

descuidado el tema de la Eclesiología, esto es, su desarrollo histórico especialmente

sobre el segundo milenio donde llega.

4. Eclesiología apologética y/o fundamental y la Eclesiología sistemática o dogmática.

1. Nos preguntamos donde radica la diferencia entre la Eclesiología apologética,

ahora llamada justamente fundamental, sistemática o dogmática. Antón afirma: creo

que la respuesta debe encontrarse sea en el punto de partida o en el método elegido.

1. En los Symbola fidei se expresa con fórmulas diversas la fe:

* In Deum (pisteuein eij)

* Ecclesiam (pisteuein th=n)

En primer lugar estando implicados cada uno de los creyentes, toda la

comunidad creyente, en el credo Ecclesiam unam Santa Apostoliacam e catolicam, es

fácil responder que había una profunda diferencia, entre el credo in Deum Patri, Iesun

Christum et Espiritu Sancto y una diferencia esencial con el credo Ecclesiam que no es

digamos, puramente material en el sentido que los dos objetos del acto de fe son

diversos, sino que es de carácter formal. De aquí que sean los Padres de la Iglesia, los

grandes teólogos del medioevo hayan relevado la agudeza fidei filium, con la

congregatio fidelius, en el reservar la fórmula pisteuein eis o respectivamente en el

símbolo de la Iglesia latina el credere in para profesar la fe en Dios Padre Hijo y

Espíritu el pisteuein th=n o efectivamente el credere Ecclesiam, para expresar la fe en

esta última, vale decir, que la Iglesia expresa la fe en sí misma. La comunidad creyente

consciente que pasando del creer en Dios, al acto de fe o al acto del creer en la Iglesia,

cambia también la relación corriente entre el sujeto y el acto del credere y en su objeto;

en esto insiste al Dianich p. 8 .

Es presupuesto epistemológico de la eclesiología sistemática y/o dogmática que

ella es objeto de fe

* episteuein eij - credete in para expresar la fe en Dios Uno y Trino

* pisteuein th=n - credere Ecclesiam para expresar: la Iglesia es objeto de fe

2. Que la Iglesia es objeto de nuestra fe, presupuesto epistemológico de toda

eclesiología sistemática o dogmática. Para la comunidad cristiana primitiva desde el

orígenes mismos la novedad profunda de la conciencia de Iglesia precisamente la

diferencia de fe en su propio misterio, de la fe en el Dios uno y Trino. Como se prueba

en la investigación sobre el símbolo de la fe, la formula pisteuein eis, es digno de ser

observado, era desconocido en el griego clásico y cuanto parece es entrada con todo el

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espesor del significado teológico-eclesiológico, a través del Evangelio de Juan. Así este

término coincide con los estudios de Scheeben, Klee, etc. Observándola para acercarla

al acto de la fe cristiana en el Dios uno y Trino en la difusión del símbolo de la fe.

Siendo la Iglesia dentro del objeto de nuestra fe, es necesario hacer constar aquí -

ya que sus incidencias en el estatuto metodológico, sistemático, son exigencias notables-

, tener cuenta de la diferencia esencial entre el acto de fe en Dios y el nuestro credo

ecclesiam en su propio misterio.

El acto de fe en Dios uno y Trino, es enderezado en el profundo ser personal del

creyente, hacia Dios, hacia la persona de Dios. Como dice san Agustín en el comentario

al Evangelio: pisteuein eis, como un creer en un ire, el acto de fe en Dios es un eum,

andar tender a Dios, es un confiarse totalmente a El. En el pronunciar nuestro credo

Ecclesiam en vez pronunciamos nuestra fe en Dios uno y trino efectuante en la Iglesia.

Nada pues natural si utilizamos la expresión creer en la Iglesia y aplicamos la fórmula

creer en él para designar la fe específicamente cristiana salvífica en la fe en nuestro Dios

uno y Trino.

Si no se descuida esta diferencia permanece el riesgo, no siempre eficazmente

exconjurado en la historia del dogma eclesiológico a lo largo de la historia de equiparar

en cualquier modo en su objeto nuestro credo Ecclesia con nuestro acto de fe en Dios

uno y Trino, riesgo, hoy no tanto difundido, ha tenido cuenta el así tan frecuente

indiferentismo ante la realidad Iglesia.

No se trata aquí de diferencias lingüísticas sino de diferencias de profundo

espesor teológico. Dianich en su reciente publicación, ante este paradoja escribe: “si de

la Iglesia se pudiese hablar simplemente como de una entidad trascendente, si la

presencia de Cristo en ella no contuviera de hecho referimento de la realidad empírica,

constatable aunque del no creyente, en eclesiología todo sería más simple.

De hecho se habla en un modo de la Iglesia que permite de trasladar con absoluta

desenvoltura el objeto Iglesia, a lo largo del tiempo, en cualquier época y también fuera

del tiempo, o sea, la iglesia escatológica. Sobre este plano semántico la Iglesia existe en

la mente eterna de Dios y la parece en figura, como dice la LG 2, en el consorcio de

Adán y Eva, señalados de la gracia naturalmente, de la elevación del género humano a la

gracia, ella tiene una historia, primero de Cristo, esto es , preparada y prefigurada en la

historia del pueblo de Israel, aún se habla de la iglesia como una entidad que irá más allá

de nuestra propia historia, se le puede atribuir el adjetivo de Iglesia celeste.

Diferencia esencial del acto de fe: credere in Deum - Credere Ecclesiam

En la historia de la Iglesia y de la eclesiología ha estado respetada siempre esta

diferencia

En conclusión hablando de nuestro objeto, sobre el plano del misterio el

discurso eclesiológico registra una ulterior dificultad, en cuanto comporta el

entrecruzarse de la dimensión histórica y escatológica. Iglesia, por tanto, objeto de fe de

nuestra reflexión sistemática debe considerar la Iglesia en esta dimensión más universal

en que viene de la LG.

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2. Diferencia no meramente de orden lingüístico, sino de profundo espesor

teológico

En la concepción católica de la Iglesia, concretamente en el análisis teológica de

la fe, la relación entre esta dos realidades, podemos describirla así, la Iglesia en cuanto

es una realidad indisoluble de aspectos sociales y espirituales no es de hecho el objeto

formal en fuerza del cual creemos la revelación de Dios; porque la Iglesia en su

autoridad docente no constituye el motivo formal del acto de fe, no lo constituye ni

totalmente ni parcialmente, por eso no se puede equiparar la fórmula creer en la Iglesia,

al nuestro creer en el Padre, Hijo y el Espíritu.

De la otra parte, surge aquí también el credo Ecclesia, que la Iglesia ha profesado

desde el inicio y que permanece en nuestra profesión de fe, que no es simplemente este

credo ecclesiam unam santam catolicam, no es simplemente yuxtapuesto en artículos

del símbolo que sigue el artículo de la fe sobre la Iglesia, o sea, el perdón de los

pecados, la resurrección de los muertos, etc. No es así que la autoridad docente de la

Iglesia respectivamente ahora hablado de una recepción y de una tradición viva de la

Iglesia, y no solamente la autoridad docente, es decir todos los órganos de la tradición

viva de la Iglesia constituyen la norma fidei e inmediata y próxima sin colocar en

cuestión la función específica del magisterio e incluida en esta fe toda la comunidad

creyente. Dios ha instituido la Iglesia ministerial, jerárquica, con toda la diversidad de

carismas a fin que constituya integralmente, y responda fielmente, en modo irrevocable

en las circunstancias determinadas, cuando se dice que es irrevocable y definitivo

credendum, no solamente tenendumr, la diferencia es ahora bastante actual, en el

último número de Gregorianum hay un artículo que habla de la aplicación de esta

distinción en la interpretación del último documento sobre la ordenación sacerdotal

(invitados a leerlo porque allí hay un argumento bastante complejo).

A toda la Iglesia, compete transmitir custodiar y explicar este depósito de fe,

incluso la misión específica del magisterio, y vale decir que es una tarea respecto a cada

miembro de la comunidad creyente, y es así que la Iglesia está llamada a Mater

credentium, en cuanto tal tiene sentido el título de Mater Ecclesia; la Iglesia es en Dios

y Dios en la Iglesia.

Los Eclesiólogos se refieren de buena gana al testimonio de Santo Tomás y

aunque a otros teólogos.

Referencia a los dos últimos catecismos oficiales de la Iglesia: Trento (catecismo

Romano) y el de la Iglesia católica.; donde encontramos expresa la diferencia de este

credere in Deum y credere in Ecclesia, Parte I cap. 10. N 22: Nosotros creemos en las

tres personas de la Trinidad Padre Hijo y Espíritu Santo, que propio en ellos colocamos

nuestra fe usando la forma de decir nosotros confesamos en creer en la Santa Iglesia y

no en la Santa Iglesia a fin de que este modo diverso de hablar se haga distinciones ente

Dios autor de todas las cosas y sus creaturas y reconozcamos útil la voluntad divina, de

todos aquellos beneficios confiados a la Iglesia, y creemos que ya aquí y no en el

catecismo romano no una eclesiología controversial sino donde se trata de presentar el

misterio de la Iglesia y hacer el recorrido de todas aquella Imágenes que encontramos

en la LG. En el Catecismo de la Iglesia Católica en el cap. 3. Art. 9 No. 749-50, que se

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refiere al catecismo romano, el artículo sobre la iglesia depende ligeramente de aquel

sobre el Espíritu Santo; El CIC coloca la Eclesiología dentro de la acción del Espíritu

Santo en la historia de la salvación, en el tiempo entre la ascensión de Cristo y su

venida.

El artículo sobre la Iglesia depende enteramente de aquel del Espíritu santo que

lo precede, citando San Hipólito de Roma (la traditio apostólica), en aquel el Espiritu

Santo aparece como la fuente total de toda santidad, como la fuente de la santidad de la

Iglesia, según la expresión de los padres, la Iglesia es el lugar donde se origina el

Espiritu, creer que la iglesia es santa, es católica, apostólica, es inseparable en la fe en

Dios padre Hijo y Espíritu Santo; en el símbolo de los Apóstoles profesamos el creer, no

en la iglesia para no confundir a Dios y su obra, y para atribuir claramente a la bondad

de Dios todos los dones que él le ha dado a su Iglesia.

Estamos aquí a la raíz el porque los padres y teólogos, casi al tardío medioevo,

dejaron escapar fácilmente la ocasión de extender un de Ecclesia como unidad teológica

propia, cuando en realidad en todas la época de la patrística, monástica, y aunque la

teología medieval abundan los tratados teológicos por ejemplo de trinidad gracia

sacramento, de Cristo, es cierto que filones de grande espesor eclesiológico encontramos

en varios escritos de estilo teológico de los padres: Agustín Cipriano y en grandes sumas

teológicas del medioevo, pero sorprende el hecho que al surgir la ciencia teológica en el

medievo, las grandes sistematizaciones teológicas no hayan dejado puesto al de

Ecclesia.

Si es verdadero que los teólogos medievales habían heretizado un inmenso material

relativo al tema de la Iglesia, no podemos no maravillarnos de encontrar las tradiciones

„tratadísticas‟ eclesiológicas, casi por entero la encontramos en la mano de los

canonistas del medioevo, mientras los pequeños tratados de Ecclesia hasta el despuntar

la reforma y sobre todo en la contrareforma, han estado dominados de una

intencionalidad controversista y apologética, es cierto que aquí se hace la excepción de

grandes filones eclesiológicos de grandes valores.

Para el porvenir de la teología fue más funesto el hecho de haber rasgado la

temática eclesiológica, a excepción de cualquier reflexión eclesiológica en unión con

Cristo cabeza de la Iglesia; dándole un puesto meramente propedéutico de índole

meramente gnoseológica o de logis de principi theologicis, este es el origen de aquellos

tratados apologéticos llamados ahora tratados de teología fundamental, en el desgarrar la

temática de eclesiológica del misterio de la Iglesia, realizado por los comentadores de

Santo Tomás y que siguieron los teólogos de salmanticenses, el así llamado Tomismo

renovado de Cayetano y sobre todo de salmanticenses Victoria y Melchor Cano.

Si este divorcio sobresale a varios comentadores, ello abrió camino en la

contrareforma y a los apologistas del S. XVII- XIX, si bien en la mitad del siglo pasado

no faltaron teólogos sobre todo en Alemania como Matías J. Scheben, el cual asigno a la

eclesiología un puesto en su dogmática, después la soteriología y la soteriología en

unión con la Mariología, y también otro dogmático H. Klee, mérito indiscutible de haber

reivindicado la eclesiología en el sistema teológico, siguiente mente haberla incorporado

en su dogmática. Estos teólogos recuperaron el de Ecclesia, en el sistema eclesiológico,

o sea en la dogmática. (con buenos ojos, me sorprende, como en el curso de teología

fundamental, se saluda como un hecho positivo, este desdoblamiento de la eclesiología

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en la última década, de colocar la eclesiología en un tratado fundamental, y en otro de

teología sistemática y dogmática). Cuando se penso en la opción por método

dogmático, en sus cuatro constituciones, el concilio Vat. II , sobre el misterio de la

Iglesia, en su origen eterno en el seno de Dios uno y trino, es realizada a través de las

misiones del Verbo y del Espiritu para tornar en la parusía al Padre. Habiendo

esperando nosotros que se desarrollara esta recomendación colocando la en práctica, el

vaticano II es la última palabra para una eclesiología sistemática, nuestra esperanza. He

aquí, que apenas pasado tres lustros del Vaticano II, han aparecido los manuales de

teología fundamental, en los que sus autores basados en el así llamados, el fin del

encuentro con la vía empírica, fenomenológica, estos teólogos de teología fundamental

han desarrollado un tratado más o menos largo, no completo sobre la Iglesia porque no

podía hacerlo completo sobre la Iglesia signo y portadora de la vida cristiana.

Pié I Ninot, ha hecho intención de cuestionar el objeto formal de la teología

fundamental, que es legítimo una vez superada la enfoque directamente apologética de

esta disciplina en su origen, fino al Vaticano II, consiste en un (replegarse) de la teología

sobre sí misma para interrogarse sobre la posibilidad de un propia legitimación y sobre

el sentido de lo que está haciendo en una determinada situación histórica. En un

recientísimo artículo Erich timis, ha publicado en la revista teresiana en el último

fascículo, sobre cual debe ser el punto de partida de la teología fundamental, constando

aún sobre un consenso de su identidad y de su método, el autor mismo cuestiona que

jamás ha sido definida la identidad de esta disciplina, y si ella estaba a punto de ser

definida

En el hablar de la Iglesia sobre el plano misterio el discurso registra una

dificultad muy compleja

Existen varios planos semánticos en el discurso teológico sobre la Iglesia

Razón última de esta diferencia es de orden teológico:

* Respecto al acto de fe en Dios Uno y Trino, objeto y motivo formal es Dios

mismo revelador

* Respecto los otros artículos del Symbolum la autoridad docente de la Iglesia

es norma fidei proxima et immediata

Diferencia entre Credere in Deum y credere Ecclesiam en el catecismo

Tidentino o Catecismo Romano (P. I. c. X, n 22).

Esta misma diferencia revelada también en el reciente Catecismo de la Iglesia

católica (c. II, a.9, n. 749-750)

3. Teniendo en cuenta de esta profunda diferencia, mirando el dato de no

encontrar el de Ecclesia en la grande Summae Theologicae del medio evo:

Encontramos sí filones de grande espesor eclesiológico en los Padres y en la

teología medieval

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La tratadística eclesiológica , estuvo en las manos de los canonistas

Pequeños tratados de Ecclesia fueron dominados de finalidad apologética y

controversias

Más graves consecuencias tiene el haber quebrantado el material eclesiológico

del sistema teológico, colocándolo fuera y desarrollando nada más su rol propedéutico y

gnoseológico

Este divorcio se abrió camino en la Contrareforma y permaneció entre los

Apologistas por varios siglos

En la segunda mitad del S. XIX algunos teólogos redactaron un tratado de

Ecclesia como „unidad teológica‟ incorporada en el sistema teológico-dogmático entre

la Eclesiología-soteriología y la teología de los sacramentos

* H. Klee (1800-1840)

* M.J. Scheeben (1835-1888)

El Vaticano II, optó claramente en su cuarta constitución por:

* El método dogmático en la consideración del misterio de la Iglesia

* Por un tratado teológico sistemático y/o dogmático sobre la iglesia.

Tres lustros después del Vaticano II son reaparecidos los manuales teología

fundamental con un tratado de Ecclesia basada de nuevo sobre la vía empírica o sobre

categorías equivalentes.

La teología fundamental tiene un objeto formal y es un método en que la Iglesia

entra solamente como „fenómeno social‟

5. Buscando ahora las raíces de esta aporía del desdoblamiento de los dos tratados ‘de

Ecclesia’: la Iglesia por su naturaleza es una ‘complexio oppositorum’ (expresión

muy querida por los cardenales De Lubac y Congar)a la que hay acceso únicamente por

la fe que a su vez es solicitada a ‘quaerere intellectum’. Se acepta la no doble analogía

del misterio de la Iglesia con el misterio del Verbo Encarnado (LG 1, 8a)

1. La Iglesia se hace un eskandalon, paradoso (signum contradictionis) mudado

del misterio mismo de Cristo. La historia del dogma eclesiológico demuestra como

cuando se quiere subrayar o exaltar el divino o lo espiritual en la Iglesia, obviamente

somos a llamados a liberar, de los condicionamientos empíricos, ya que en la Iglesia no

se da una unión hipostática como se da en el misterio de Cristo, cuando e quiere y hay

necesidad de subrayar, sea en su misión histórica o sea su misión propia, aunque su

estructura social, el discurso se desarrolla prácticamente al nivel de la realidad social e

empíricamente verificable, profundizaremos después esta raíces.

Hay una fácil tentación a sobre valorar:

* La realidad espiritual de la Iglesia

* o la realidad social de la misma.

Todavía, la fórmula calcedonense es válida también:

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* En la doctrina sobre la Iglesia

* En la praxis de la Iglesia.

2. Se impone el afirmar el principio de unidad y de distinción

Evitar posiciones monísticas y dualísticas

3. En el credo Ecclesiam se acepta la Iglesia en su unidad dialéctica de

elementos:

3. Interdependencia mutua entre la realidad - Iglesia y la Eclesiología.

La Iglesia anticipa las transformaciones a nivel de la vida, de lo vivido y de la

configuración de la Iglesia. La Iglesia está llamada a incorporar estas transformaciones

en su propio ámbito y algunas veces, también, a superarlas.

Reconocida la perenne validez de esta interdependencia recíproca, de la doctrina

eclesiológica y de la Iglesia en su realidad histórica y vital, es un dato obvio, en primer

lugar, que la historicidad de la Eclesiología sea condicionada por la historicidad de la

Iglesia en todo momento de su existencia. Iglesia concreta histórica y doctrina

eclesilógica no son nunca realidades yuxtapuestas sino íntimamente unidas.

En segundo lugar, se da entre las dos una relación de enriquecimiento recíproco.

Favorecer siempre una más viva conciencia de la reciprocidad de esta relación implica

un enriquecimiento sea de la Iglesia que de la Eclesiología. La consideración del

desarrollo histórica del dogma eclesiológico entra naturalmente en el estatuto

espistemólogico de la Eclesiología sistemática, pero sin perder de vista la conexión

íntima con el progreso histórico concreto de la realidad misma de la Iglesia en todos los

aspectos de su vida, si bien metodológicamente sea la evolución histórica del dogma

eclesiológico la que más reclama la atención del eclesiólogo sistemático.

El condicionamiento recíproco que se da entre realidad-Iglesia y Eclesiología

como reflexión teológica, radica en el hecho que esta reflexión teológica, constituida por

los datos revelados por la fe de la Iglesia o conservados y transmitidos en la tradición

viva, en el depósito de la fe, es un elemento esencial de la realidad misma de la Iglesia;

es la tradición viva de la Iglesia que es integrada en la realidad- Iglesia. Por eso la

Eclesiología es un aspecto tan esencial de la misma realidad Iglesia que ésta sin aquella

no alcanzaría la plena realización de sí misma.

En otras palabras, la Eclesiología entra en la realidad misma de la Iglesia y por

eso a esta Iglesia le faltaría algo perteneciente a su realidad si no tuviera una reflexión

teológica sobre sí misma, sobre la autoconciencia de sí misma.

En este sentido se ha afirmado que la Eclesiología dice más sobre la realidad de

la Iglesia de aquello que se puede “recabar” de la manifestación de la Iglesia sin esta

doctrina o reflexión sobre la Iglesia. Por eso la Iglesia si de una parte es accesible a

nuestro conocimiento, es de la otra, descrita de la revelación y a su vez debe ser también

anunciada, profesada y proclamada en la totalidad de su misterio. La doctrina de la

Iglesia, la cual es fiel a los datos de la revelación es parte integrante de su misma

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realidad, y es un medio necesario para hacerse eficazmente presente en la totalidad de su

ser.

De aquí se sigue que la Eclesiología recibe sus datos de la Iglesia misma en su

manifestación y realización histórica y de la revelación propiamente tal la cual dice de la

Iglesia más que aquello que ella logra a manifestar en sí misma. En realidad el misterio

de la Iglesia es así parte integrante, o está contenida en la revelación del misterio global

de Cristo que la Iglesia de cada situación histórica no logra nunca a agotar la riqueza de

aquello que se encuentra en el misterio de Cristo sobre la realidad de la Iglesia.

Existe, en otras palabras, de un lado la descripción doctrinal que depende

primariamente de la realidad y de la otra esta misma realidad es tal que su expresión o

descripción doctrinal hace necesario que la realidad implique a su vez esta misma

descripción.

Basados en eta relación de interdependencia recíproca, podemos afirmar que

entre la historicidad de la Iglesia, y la Eclesiología rige la ley llamada de los vasos

comunicantes es decir la ley del mutuo dar y recibir. En otras palabras, de un continuo

intercambio de elementos los cuales condicionan y enriquecen, respectivamente, el

desarrollo histórico tanto de la realidad de la Iglesia como de la doctrina eclesiológica.

No es lícito olvidar aquí el dato que la Eclesiología ha permanecido siempre

detrás de la realidad de la Iglesia y se ha esforzado por renovarse mediante los tentativos

de “recabar” el contenido espiritual de la realidad de la Iglesia.

Tal vez asistimos ahora a una inversión, en cierto sentido. El proceso del cual

habíamos hablado, tenemos motivos para pensar que este proceso de influjo recíproco,

que la Eclesilogía se apropia tales elementos de la Iglesia y se pueden transformar en

una cierta medida, naturalmente, la misma configuración histórica de la misma. Un

concilio es un esfuerzo de reflexionar sobre la Eclesiología, como ha sido el Vat II, o

una conferencia episcopal, logran en esta reflexión, sobre la Iglesia universal o local, a

describir la realidad de la Iglesia que logre después transformar y desarrollar la realidad

concreta de la Iglesia tanto a nivel particular como universal.

Una consecuencia de estas reflexiones sobre las raíces del estatuto metodológico

propio de la Eclesilogía sistemática, es tener en cuenta que el desarrollo de la

Eclesiología, también de la fundamental, sucede sobre un doble binario en fuerza del

nexo interno y mutuo que habíamos relevado entre en desarrollo de la Iglesia, realidad

trascendente y al mismo tiempo encarnada en el mundo y el desarrollo de la doctrina

teológica sobre la Iglesia. La trayectoria del desarrollo histórico de la Eclesiología es

consecuentemente determinado en cada etapa de su historia, de los datos que recibe

sobre un doble binario, es decir, de los datos que encontramos al nivel de lo vivido de la

iglesia, en cuanto comunidad viviente y con su existencia histórica, y al mismo tiempo

en la unidad de su misterio, también trascendente o metahistórica. Segundo al nivel

estrictamente doctrinal, es decir de la reflexión teológica sobre el misterio de la Iglesia

revelado a través de Cristo en el Espíritu.

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Una palabra sobre cada uno de estos dos niveles de desarrollo que no debe

siempre tener en cuenta de las implicaciones que tiene par hacer un estudio de la

Eclesilogía en un momento determinado de la historia.

Este primer binario de lo vivido, sigue el curso de la iglesia en su existencia

terrestre. En esto confluyen todas aquellas transformaciones y cambios a los cuales está

sometida la comunidad eclesial en virtud de su estructura encarnacionista que la Iglesia

“mutua” del misterio de Cristo. Y también de su misión, porque ha recibido una misión

de su fundador de dirigirse en cada momento histórico en la actuación vital de su

mensaje salvífico. En cada momento el hombre dirige a la Iglesia nuevas preguntas y

espera de la Iglesia nuevas respuestas. Por fidelidad a una eficaz realización de su

misión histórica, la Iglesia debe adoptar aquellas formas de existencia las cuales sean las

mas eficaces en la actuación de su misión de salvación. Esto por fidelidad a Cristo y por

fidelidad al hombre a quien debe portar el mensaje de Cristo. Es posible afirmar que la

potencialidad de desarrollo sigue un curso paralelo con el progreso de la Iglesia en el

tiempo.

Esta siendo fiel a su estructura teándrica ha debido realizar su misión de

salvación entre los hombres, en situaciones históricas muy diversas. El emerger de

siempre nuevos postulados pastorales ha inmolado a Iglesia desde sus orígenes a hacerse

cada día más histórica en orden a dar una respuesta a los problemas de la historia en

momentos concretos a lo largo de los siglos.

La autorealización de la Iglesia en cada momento histórico determinado ha sido

esencialmente condicionada precisamente por estas situaciones y problemas concretos

que la han empujada a tomar decisiones pastorales, a cambiar estructuras, formas de

existencia, las cuales dieron una fisonomía particular a la Iglesia en cada situación

histórica; no siempre la mejor idealmente hablando. Así ofrece datos nuevos de

reflexión teológica al eclesiólogo.

Hacia el progreso, sin embargo, de la realidad de la Iglesia al nivel de lo vivido,

sobre este binario, la Iglesia esta sometida constantemente, y también su desarrollo, a las

fuerzas que miran hacia atrás, y debe “adosarse” a la realidad de los orígenes

apostólicos, que tienen un valor de ejemplaridad vinculante para la Iglesia de todos los

tiempos. Pero al mismo tiempo a mirar hacia adelante. Son fuerzas que empujan a la

Iglesia a anticipar el futuro y así confrontarlo con el presente.

En otras palabras, la Iglesia se encuentra siempre entre el pasado y el futuro,

entre el ya y el todavía no, y posee con la asistencia del Espíritu una garantía de

fidelidad sustancial a la su origen en Cristo, una garantía de indefectibilidad sustancial

que alcanza su destino definitivo en la presencia del Espíritu enviado en el evento de

pentecostés, el cual asiste constantemente la comunidad eclesial a lo largo de su devenir

histórico.

El desarrollo de la realidad de la Iglesia a nivel de lo vivido se mantiene dentro

de un margen de cambio y mutabilidad que no puede cambiar aquellos trazos distintivos

y permanentes que Cristo determinó para su Iglesia como componentes estables a través

de su realización histórica. Si bien como tal es sometida a las transformaciones mientras

se encuentra en camino. Esto en teoría es muy fácil decirlo, pero en concreto es muy

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difícil, por ejemplo el hecho de reservar la ordenación sacerdotal a los hombres, lo cual,

según Antón, está implícito en el misterio de Cristo y respecto también al misterio de la

Iglesia. Tenemos el mismo problema con la materia y la forma de los sacramentos.

Sobre el segundo nivel, sería el nivel doctrinal que está vinculado con la

transmisión perenne del mensaje revelado en la Iglesia. Este binario doctrinal “alcanza”

al evento mismo de la revelación de Dios a los hombres en las palabras y en las obras,

en su culminación en la Palabra hecha Carne, lo cual es siempre la fuente a la cual

debemos siempre acudir. Y abraza también todo el arco de tiempo de su transmisión

bajo la asistencia del Espíritu en el seno de toda la comunidad eclesial. El misterio de la

revelación, para su transmisión, es confiado a la totalidad de la comunidad eclesial.

El dinamismo histórico de la revelación tiene un destino universal, en el espacio

y el tiempo, es el enunciado con el cual comienza el cap.2 de la DV. sobre la

transmisión de la revelación. El misterio de salvación realizado en Cristo está

perennemente presente en la comunidad escatológica de salvación, la Iglesia, y

trasciende los límites visibles de esta Iglesia en su configuración histórica. Alcanza su

eficacia salvífica, hablando de la revelación trascendental, más allá de su realidad

visible.

En la revelación tenemos que tener en cuenta la distinción, más no separación,

de la historia particular de salvación y de la historia general y trascendental. El drama de

la transmisión del mensaje de salvación esta vinculado con la existencia de una

comunidad o de un pueblo de Dios constituido como sacramento o instrumento de

salvación, en el sentido integral del término salvación, para la humanidad entera.

De esta manera la revelación a alcanzado, por siempre, una presencia categorial,

eficazmente salvífica en el seno de la comunidad eclesial para continuar su devenir a lo

largo de la historia de la salvación en el sentido más estrecho, durante el peregrinar de la

Iglesia en el mundo hasta la parusía de Cristo. El mensaje de salvación revelado en

Cristo alcanza por la vía ordinaria al hombre en cada generación a través de la

mediación de la Iglesia, siempre a través de la mediación de Cristo. La voluntad de

salvación de Dios más allá de los límites visibles de esta comunidad irrevocable o

escatológica, también aquella donación es un don divino de verdad y de gracia con un

destino y una estructura Cristo-eclesial, que tiende hacia la integración total de este

sacramento de verdad y de gracia salvífica en y a través de la comunidad eclesial.

La revelación última confiada a la Iglesia es transmitida, según la DV II,10, a

través de todo el pueblo santo reunida con los pastores. Por eso se insiste en que el

mensaje de salvación en gracia y verdad es confiado a toda la Iglesia. Por tanto la Iglesia

en su totalidad ha alcanzado la fase escatológica y definitiva con la venida de Cristo

(DV 8) y en ella alcanza su plenitud la autocomunicación de Dios (DV 4). Se concluye

el Nº 4 que no se debe esperar otra revelación pública antes de la manifestación gloriosa

del Señor Jesucristo.

Este mensaje revelado de salvación se conserva íntegro por todas las

generaciones en el seno de la comunidad eclesial. Es un proceso vital y por eso esta

sometido a la evolución histórica propia de cada organismo vital. Se trata de un proceso

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13

histórico sometido también, dentro de ciertos límites, a las leyes de cambio y

transformación que se dan en cada ser histórico.

La transmisión de la revelación en la comunidad creyente esta caracterizada por

esta tensión que justamente ha sido llamada “asintótica” es decir que busca siempre

aquella línea central pero que a veces tirada por la fidelidad al pasado, una fidelidad

sustancial, pero tal que pueda responder lo más integralmente al imperativo o postulados

de cada situación histórica y que pueda abrirse a las exigencias del futuro sin traicionar

el pasado.

En tercer lugar, la misión de transmitir el mensaje revelado a este nivel doctrinal,

no se agota en la actividad estrictamente docente del magisterio, es decir que el

magisterio no tiene el monopolio y por eso hemos subrayado que la transmisión del

mensaje revelado ha sido confiado a la totalidad de la Iglesia, si bien el magisterio tiene

una función específica, de interpretar auténticamente, de custodiar y explicar

fielmente el depósito de la fe en espíritu de sometimiento y servicio a la Palabra de

Dios (DV 12). Todas las categoría de personas, cada una en su puesto y en el grado de

responsabilidad propia, contribuyen a la transmisión del mensaje revelado. Por que la

Iglesia en su totalidad es una comunidad esencialmente profética fundada sobre la doble

función de escuchar y proclamar la Palabra de Dios. Esto esta sometido a un continuo

dar y recibir recíproco entre los dos polos de la realidad comunidad y ministerio

eclesiástico.

II Ritmo de la relaciones históricas de la Eclesiología y en particular del tratado

“De Ecclesia”

1. Retardo de la aparición de los primeros tratados “de Ecclesia”

Aunque tal vez nos sorprende todavía un dato adquirido de las investigaciones

eclesilógicas, Congar en sus libros sobre la historia de la Eclesiología el primer milenio,

y también los artículos sobre Eclesiología en los distintos diccionario, sorprende todo el

retarde del tratado “de Ecclesia” en el ámbito teológico y canónico.

A juicio de los estudiosos los dos primeros “de Ecclesia” son uno de Egidio

Romano a mitad del s.XIII , llamado “De eclesiastica sivi summi pontificis potestate”.

En realidad era un tratado sobre la potestad del papa puesta en discusión por pos

primeros estados nacientes en Europa. Y el otro más completo era de Giacomo de

Viterbo “De regime Christianao” (1301-1302). Discípulo de Egidio.

En efecto solo un siglo y medio después aparecen otros dos tratados “de

Ecclesia” ahora completos, uno de Giovanni da Raguna (+ 1443): “Tractatus de

Eclessia” y el otro, todavía más extenso de Juan de Torquemada, dominico, (1338-

1468): “Suma de Ecclesia”.

Luego los tratados de Jhon Wiclif (1328-1384) y Giovani Hus (1370-1415). Han

sido poco estudiados. Son verdaderos tratados que prescindiendo de ciertos conceptos

equivocados sobre la estructura de la Iglesia y sobre la reforma de la misma, desarrollan

una doctrina bíblica y patrística que merecería ser más estudiada y conocida.

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14

Al surgir de la ciencia teológica en el medioevo las grandes sistematizaciones,

en particular las sumas teológicas, de los más ilustres teólogos escolásticos, no excluido

Santo Tomás mismo, es sorprendente que estos no hayan hecho puesto a un tratado “de

Ecclesia”. Hay una amplia literatura teológica que trata de explicar el por qué de ésta

laguna, eclesiológica en las sumas.

Congar aduce diez motivos que lo justifican. La razón más determinante según

Antón se debe buscar en el dato que la Iglesia por su naturaleza es una globalidad de

elementos, una complejidad. Y bien, al todo que lo constataremos más adelante, los

precede el nivel de lo vivido, pero al nivel de la reflexión precede el estudio analítico de

los elementos o de las partes. En otras palabras, si la vida precede toda reflexión, y la

Iglesia en está época era verdaderamente vivida, sentida, como un presupuesto obvio

que más allá de más requería solamente ciertas determinaciones y practicas jurídicas en

el campo de la ciencia del derecho canónico. Esta es una observación en la cual insisten

también otros historiadores y eclesiólogos.

Se agrega a este motivo aquel de dar precedencia a los dogmas fundamentales de

la fe cristiana, es decir la Trinidad, la Cristología etc. Según una espontánea y no

formulada todavía “hierarquia veritatum”.

Los concilios ecuménicos de la antigüedad reconocieron en la práctica la

precedencia de estos dogmas fundamentales y la Iglesia entró como un momento

derivado de la Trinidad, de la Cristología y de la Pneumatología. De ahí que la Iglesia en

el credo viene confesada vinculada con el Espíritu Santo. En esto se sigue el orden de

los artículos del simbolum, y el hecho de la Iglesia ha sido considerado siempre como

tiempo del Espíritu.

Finalmente tanto los teólogos como los canonistas de entonces, del tardo

medioevo, hasta entrado el s.XIX , en el cual encontramos el primer tratado “de

Ecclesia”, sea casi exclusivamente en el ámbito de la Teología apologética o

fundamental, sea como parte integrante, pero no como un tratado con autonomía propia,

dentro del sistema dogmático, primero deben defender la autoridad de la Iglesia, el

papado, las relaciones entre el papa y el concilio, entre poder eclesial y poder temporal.

La reforma abrió otros campos de discusión y controversias: la justificación, los

sacramentos, los ministerios jerárquicos etc. A lo cual Trento y la teología postridentina

y la controversística, se sienten obligadas a dar respuesta y a defender en los tratados

apologéticos “de Ecclesia” por más de tres siglos.

Se explica así porque se han necesitado casi dos milenios de experiencia de

Iglesia para poder construir (Vat II) una visión bastante completa de la teología de la

Iglesia. Por un largo período por motivo de la urgencia e imperiosidad de la instancia

apologética se ha hecho recurso a textos bíblicos casi como su fueran artículos de una

constitución, y así se probaba la fundación de la Iglesia. Y Cristo como fundador de la

Iglesia aparecía en el preciso rol de un constituyente más que como un profeta.

No me he propuesto en este curso, porque el tema escogido es otro, “bosquejar”

la líneas del desarrollo histórico de la Eclesiología pero he intentado de hacerlo en

aquellos dos volúmenes, pero me he propuesto profundizar algunos temas y el primer

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15

tema era aquel del puesto de la Eclesiología, que creo debe clarificarse y para futuros

docentes de Eclesiología es una problemática que merece ser profundizada.

Estas reflexiones introductorias hechas aquí pienso que han puesto en claro la

validez, no solamente en la Eclesiología sino también en la vida entera de la Iglesia de

aquella afirmación, es decir, que es necesario leer el presento o el futuro a la luz del

pasado y viceversa. Son las tres dimensiones que debemos tener presente siempre.

Vale afirmar que la mejor Eclesiología será aquella que podrá disponer de un

más rico conocimiento histórico de partida porque en tal modo el trabajo de

confrontación entre enfoques diversas del tratado “de Ecclesia” y el trabajo de

verificación de formas diversas de encarnarse de la Iglesia en el curso de los siglos hace

mas sensible o afina, en sentido crítico, en vista de la individuación del núcleo esencial

e inmutable del dogma eclesiológico y en función de una mejor adecuación de la

realidad eclesial a las siempre diversas exigencias de los tiempos.

La manualística eclesiológica de carácter apologético controversístico, como

respuesta a la “demostratio” católica, partiendo, como dice en la Constitución “Dei

filius” del Vat 1, partiendo ad externis prevalece, a partir del concilio Tridentino, por

cuatro siglos, hecha la excepción de algunos profesores de Teología dogmática, pocos,

sobre todo en Alemania en el siglo pasado, los cuales incorporaron la Eclesiología en la

dogmática, casi siempre después de la Cristología y la soteriología o entre la Cristología

y antropología teológica. Merecen una mención aquí, entre otros: H. Klee, H.B. Osvald,

M.J. Scheeben y M. Schmaus.

La cuestión de optar por un método distinto del apologético o aquello que se

consideró luego un método propio de la teología fundamental, se sentía al vivo desde el

inicio del siglo pasado coincidiendo con las tendencias organológicas propias del

romanticismo. Hablo de los representantes de la escuela de Tubinga. Y continuaron esta

tendencia en un pequeño grupo de teólogos, y en cierta manera en los teólogos de la

llamada escuela Romana. Excepto estos pocos teólogos, la prevalencia casi

monopolizante de la Eclesiología apologética y fundamental ha estado viva hasta la

vigilia del Vat. II.

La primera cuestión que nos hemos propuesto profundizar en el curso, esta de

colocación y método de la Eclesiología, debe partir más o menos desde el Vat. I porque

en este siglo se ha consumado, por así decir, e introducido definitivamente aquel

“desdoblamiento” de la Eclesiología apologética y solamente en pocos Teólogos

permanece una Eclesiología dogmática.

La consideración de este tema se hace más actual una vez que en esta última

década, hay diversas publicaciones de manuales de teología fundamental los cuales

incluyen de nuevo, y subrayo de nuevo un “de Ecclesia” dentro de la Teología

fundamental. Si no es de rechazar ha hecho una cierta utilidad de tratar algunos temas

conectados con la transmisión del mensaje revelado en los varios órganos de la tradición

viva de la Iglesia. También temas como “sensus fidei” o “sensus fidelium”.

Estos temas no encuentran una respuesta ni una discusión adecuada si no en un

tratado sistemático dogmático “de Ecclesia”. Por eso la elección del método

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16

fundamental, en la consideración de la realidad-Iglesia ha sido una consecuencia lógica

de la intensión de querer, por motivos impuestos por situaciones históricas

determinadas, es decir a causa de la necesidad de relievar lo que la Iglesia tiene en

común con las otras instituciones sociales, sobre todo en la confrontación en el siglo

pasado entre realidad de la Iglesia con respecto al estado, o por el contrario lo que la

contraponen a estas instituciones y que constituye su identidad más específica. Dicho en

otras palabras la elección del método incluye en fin de cuentas una elección en la

dialéctica que habíamos hablado, entre trascendencia e inmanencia, es decir una

elección en la dialéctica entre distinción y unidad en la relación Iglesia - mundo, y en

todas las manifestaciones de esta relación.

En la historia de la Eclesiología es fácil individuar, desde la mitad del siglo

pasado tentativos de escoger dos puntos de partida en la elaboración Teológica del

tratado “de Ecclesia”. Elección que lleva a optar por uno de los dos métodos, es decir

aquel método llamado apologético luego denominado fundamental y el otro dogmático

en el sentido estricto. Elección que termina por colocar el “de Ecclesia” en la Teología

fundamental o como parte integrante del sistema teológico dogmático.

Aquellos que han elegido el primero, ellos parten de la consideración de la

realidad externa, de la realidad institucional o social, canonística, para pasar a penetrar

en los aspectos internos espirituales y sobrenaturales del ministerio eclesial aceptándolo

en el acto de fe.

El segundo punto de partida en la Eclesiología consiste en partir del misterio de

la Iglesia en el acto de fe. Es decir, en el “credo eclesiam” se acepta la Iglesia en toda su

trascendencia divina y humana en la economía de la historia de la salvación como

realidad “anclada” en la historia salutis. Este punto de partida adoptado por algunos

teólogos dogmáticos tiene el sentido, como ha escrito Congar, de un redescubrimiento

de los elementos sobrenaturales y mistéricos de la Iglesia. Es un esfuerzo humilde

religioso por considerar la realidad Iglesia en toda su divina profundidad.

Se acepta la Iglesia como misterio de fe, ya escondida y operante en los signos

de la historia. La Iglesia se ofrece al Teólogo como un lugar de encuentro de la gracia o

iniciativa de parte de Dios, de la respuesta o la obra humana, como la presencia de la

trinidad en el tiempo irreductible a una realidad puramente humana y también Iglesia de

hombres plenamente viviente en la historia.

La divergencia entre estos dos tipos de tratado “de Ecclesia” en la elección del

método, “se remonta” al doble punto de partida adoptado con la consecuente

acentuación de aquellos aspectos característicos sea del uno que del otro, al respecto de

la Iglesia al nivel doctrinal, o al nivel existencial.

El bipolarismo del misterio de la Iglesia ha estado siempre en principio

reconocido en el ámbito de la Eclesiología católica. Pero se ha insistido más a veces en

la dimensión interna o espiritual, a veces en cambio en el aspecto social o institucional.

Nunca se trató, en el campo católico, de una acentuación de uno de los polos en

términos alternativos, o sea por vía de exclusión de una de las dos dimensiones. Ambas

dimensiones son esenciales y deben ser entendidas y realizadas indisolublemente unidas

en el misterio de la Iglesia. Sin embargo la prevalencia, en una determinada situación

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17

histórica de una temática de tipo sociológico o quizá político, resale casi siempre al

punto de partida adoptado en el tratado “de Ecclesia”. Es decir a veces del externo hacia

el interno, es decir de la realidad institucional hacia el misterio de vida sobrenatural que

la Iglesia contiene, manifiesta y comunica. A veces del interior hacia el exterior o sea de

la realidad mistérica de la iglesia hacia la configuración histórica en la cual ella se

realiza en cada momento concreto de su historia.

Las grandes líneas de la historia de la Eclesiología nos dan testimonio muy clara

y bien marcada, de estos dos puntos de partida que cristalizan en los dos direcciones

diversas del “de Ecclesia”.

Un primer “cruce de vías” de estas dos direcciones para el tratado “de Ecclesia”

lo encontramos ahora en el esquema preparado para la discusión de toda una

Eclesiología en el Vat. I

La segunda opción nos viene al encuentro en la carta magna de la Eclesiología

del Vat. II es decir la L.G, en la cual el concilio ha elegido, una vez para siempre, así

esperamos, la dirección sistemática y dogmática para el “de Ecclesia”.

Sin embargo, si esta elección, en los primero 15 años, no tenía opositores, en la

última década muchos autores de manuales de Teología fundamental han reincorporado

todo un tratado más o menos largo, basado sobre uno u otra categoría, en el ámbito de la

Teología fundamental y tratado con el método propio de esta disciplina teológica.

III. La Eclesiología transmitida del Vat. I y desarrollada ulteriormente en los

manuales “DE ECCLESIA” del 1870 al 1920

Las líneas fundamentales de la Eclesiología aprobada por el Vat. I determinan el

desarrollo de la doctrina sobre la Iglesia y determinan también la misma imagen

histórica y concreta de la Iglesia durante los 50 años después del Concilio. Ciertamente

se puede decir que en el medio siglo después del Vat. I todos los manuales “de

Ecclesia” eran de apologética o de Teología fundamental.

La historia testimonia que el concilio Vat. I con los dogmas sobre el primado y sobre la

infalibilidad del papa, y por tanto aislando el primado de todo el esquema provocó un

cierto monopolio doctrinal en el desarrollo de la Iglesia y de la Eclesiología,

desembocando en un cierto paneclesiologísmo no siempre de carácter positivo.

Tratándose de la obra eclesiológica del Vat. I es necesario hacer una observación. Ha

sucedido en tantos otros concilios, en la historia de los concilios, que ciertas ideas

teológicas discutidas largamente y apasionadamente no hayan sido aceptadas o hayan

obtenido solamente un minimum de derecho a la existencia en fórmulas conciliares de

compromiso.

Sien embargo el hecho de haber sido discutidas en el concilio las ha puesto, por lo

menos durante la discusión, en primer plano en la conciencia eclesial y así continúan a

influir en el movimiento teológico post-conciliar. Con respecto al Vat. I sabemos que el

esquema “de Ecclesia” no fuera ni siquiera discutido sino solamente un capítulo sobre el

primado romano y la infalibilidad. Por eso la nuevas ideas, en un cierto sentido, de

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18

reforma de la Eclesiología fueron bloqueadas desde el principio sin darles la

oportunidad de adquirir en la discusión de estas ideas un tal derecho a la existencia en la

conciencia eclesial. Este rechazo oficial, por motivos banales por parte del Vat. I había

referido solamente el despertar de la renovación eclesiológica y el redescubrimiento del

misterio de la Iglesia.

Marzo 14/95

Comenzamos la exposición a partir de la página 57 de los esquemas. Lo anterior

queda a la consideración del estudio personal.

Antes de entrar en la consideración de los tratados “de Ecclesia”, y de las obras

monográficas eclesilógicas entre el 1920 a 1960, recuperación de la realidad mistérica

de la Iglesia, permitidme que agregue dos palabras sobre el método del “de Ecclesia” es

decir, sobre el método de dicho tratado dentro de la teología fundamental. Reflexiones

válidas para todos los tratados apologéticos publicados antes del Vat. II, y para los

últimos tratados de Teología fundamental publicados después del Vat. II, y que han

introducido un “de Ecclesia” dentro de esta disciplina prolectica o criteriológica de la

Teología.

Las reacciones sublevadas justamente a este monopolio apologético en la

doctrina sobre la Iglesia, son en parte de orden teórico y en parte de orden práctico. La

Eclesiología apologética o dentro de la Teología fundamental, considerada desde el

punto de vista metodológico, está irrevocablemente orientada hacia una concepción, en

cualquier sentido, dicotómica de la realidad de la Iglesia, que en su multiplicidad de

aspectos es una única realidad, aunque compleja.

Esta realidad una y compleja al mismo tiempo es en su unidad y su complejidad

el objeto de nuestra fe en el misterio de la Iglesia.

Toda condescendencia a admitir categorías dicotómicas en la inteligencia de la

realidad eclesial significa una amenaza a la integridad del misterio de la Iglesia. Sería

suficiente tratar el aspecto criteriológico de la Iglesia, a mi manera de ver, en cuanto

comunidad creyente y portadora de la revelación, dentro del tratado de revelación, es

decir como una formalidad de la misma revelación y que crea la comunidad, la

revelación crea el pueblo de creyentes, la comunidad recibe la palabra y la transmite a lo

largo de la historia.

La doctrina apologética sobre la Iglesia admite metodológicamente este

dicotomismo eclesiológico entre los aspectos sociales y espirituales de la Iglesia,

imponiendo de hecho un cierto monopolio a veces casi absoluto, en algunos autores, de

los elementos institucionales o sociales de la Iglesia.

Al menos se puede hablar de una unilateralidad en esta enfoque del tratado “de

Ecclesia”. Y esta unilateralidad es evidente, se trata de una orientación que tiende

exclusivamente a legitimar la misión doctrinal de la Iglesia en su transmisión, tutela la

interpretación autentica de la revelación. Una exposición unilateral y así parcial de la

doctrina sobre la Iglesia, impuesta por imperativos históricos, de reacción a errores

como, primero aquel de la reforma protestante y luego del iluminismo, racionalismo,

naturalismo, hicieron que fueran acogidos en los manuales eclesiológicos solamente

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19

aquellas cuestiones que en esta línea criteriológica exigían una respuesta más urgente

según las exigencias y postulados de la situación histórica.

El haber aceptado, por tanto, el método apologético en la Eclesiología, hace

necesaria el tratar una temática propia que hemos descrito: diseño institucional

societario.

El resultado de esta demostración apologética después también asumida con

diversas categorías, remóntanse más a una vía apologética o a la otra de aquellas cuatro

vías clásicas dentro de la teología fundamental, fue la conclusión que la Iglesia es

maestra auténtica e infalible de la transmisión de la revelación o en términos clásicos, la

Iglesia es una regla firme, un criterio infalible o una norma segura de la certeza

sobrenatural de nuestra fe. Casi en todos estos tratados la prueba de las notas, entendidas

no directa y explícitamente como propiedad del misterio de la Iglesia Una, Santa,

Católica y Apostólica, sino como signos de credibilidad no falta en ningún manual

eclesiológico de este período, sea como introducción o como epílogo del núcleo mismo

del tratado y posee un valor pedagógico que facilita al hombre de buena voluntad al

descubrimiento o reconocimiento del origen divino de su institución y su misión.

Resumiendo sobre el plano de los hechos un breve recorrido a los principales

manuales eclesiológicos, a los cuales yo he renunciado en estas lecciones, pero que la

encontráis hecha en mi obra, pone en claro el abandono casi total de los elementos

espirituales o verticales del misterio de la iglesia.

La Iglesia institución y no la Iglesia misterio de fe está al centro del interés de

estas monografías eclesiológicas. De hecho, por tanto, el método apologético ha iniciado

y continuado a promover una doctrina parcial y unilateral sobre la Iglesia en la cual el

“credo Eclesiam” también como resultado de una demostración apologética ha

permanecido prácticamente olvidado o descuidado. El velo del silencio cubre el misterio

de la Iglesia, sobre todo en los siguientes 50 años después del Vat. I hasta el despertar de

la recuperación del misterio de la Iglesia hacia 1920.

El “de Ecclesia” en le período llamado del despertar Eclesiológico de los años 20

hasta la vigilia del Vat. II que aparece bajo el signo claro de una gradual y progresiva

recuperación, con “saltos y más saltos y” de la dimensión mistérica de la realidad

Iglesia.

Hacia 1920, en coincidencia con el fin de la primera guerra mundial, se verifica

en la historia del desarrollo de la Eclesiología y de la doctrina y praxis sobre la Iglesia,

un despertar de fuerzas innovadoras tanto en el campo de la reflexión Teológico-

Eclesiológica, como en el campo Litúrgico-sacramental y pastoral de la vida de la

Iglesia.

Romano Guardini en varias publicaciones, sobre todo en aquella sobre el sentido

de la Iglesia de 1923, habla de un despertar de la Iglesia en las almas. Tal despertar

empujaba a superar el individualismo sociocultural y religioso y preparaba la conciencia

eclesial a nuevas experiencias comunitarias.

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Todavía en estas dos palabras de introducción ¿de veras dos palabras?, agregaré

como en este lapso de tiempo que abraza cerca de medio siglo, desde 1918 hasta el

anuncio del Vat. II en Enero del 59, incluida la segunda guerra mundial, se verifica un

despertar eclesilógico en el doble nivel de la ciencia Teológica y al nivel de la realidad

misma de la Iglesia en su existencia terrestre: nivel doctrinal y nivel de lo vivido.

Así vemos confirmada aquella ley en la cual he insistido bastante en mi última

lección sobre el mutuo influjo e intercambio de elementos entre reflexión eclesiológica

y la realización misma histórica de la misma. Una imagen teológica renovada de la

Iglesia, comunica espontáneamente nuevos impulsos y sugiere nuevas manifestaciones

de vida eclesial. Al mismo tiempo, la realidad vivida de la Iglesia provoca una

renovación de la doctrina eclesiológica. Esto lo vemos bien confirmado en este breve

período.

En realidad las transformaciones en la vida de la Iglesia y en la doctrina

teológica sobre sí misma, se presentan con la espontaneidad, al menos a primera vista,

del fruto que ha seguido un lento proceso de maduración antes de caer en nuestras

manos.

La Iglesia es una comunidad viviente que aún reconociendo la acción Cristo

glorioso y la libertad del Espíritu para comunicar sus dones, la ley ordinaria de la vida,

también en la Iglesia, no da saltos, como decían también los escolásticos. Por eso esta

recuperación del misterio en el despertar eclesiológico, que se remonta a los años 20,

que se reforzó y enriqueció a lo largo de estos cinco decenio, hasta el anuncio del Vat.

II, es lo que vemos como una preparación de las opciones de método y contenido y

tomadas en la asamblea del Vat. II.

Es necesario considerar este despertar teniendo en cuenta los profundos cambios

verificados en el ámbito sociocultural y religioso así como en el cuadro de los

movimientos renovadores de la Eclesiología y de la vida pastoral ya antes del 1920.

Quisiera detenerme en tres factores o impulsos de renovación eclesiológica que

inciden y se concretizan en tres cambios. Esta es la conclusión de una tesis que dirigí y

que ha sido publicada hace dos años, sobre esta recuperación del misterio de la Iglesia,

remontándose a las raíces del ámbito filosófico y sociocultural.

Habíamos individuado tres cambios. El primer cambio lo encontramos en el

ámbito socio-filosófico. Este cambio lo he llamado del sujeto al objeto. Un nuevo

interés afloró en la temática filosófica hacia finales del siglo pasado, en el ámbito

católico, en torno a la filosofía de corte neotomista, recomendada por León XIII. Al

despuntar del siglo XX, sin embargo se despertó, no obstante todavía un

comportamiento de la filosofía antimetafísico, particularmente de los críticos de la

filosofía kantista, se despertó una dirección que superando progresivamente el

historicismo llevaba a una posición cada día más realista y más metafísica. El progreso

hecho también en las ciencias naturales, sobre todo en la biología, la cual volvió la

atención sensiblemente hacia la realidad total, que puede considerarse un resultado

positivo de este cambio hacia el objeto, hacia la realidad objetiva. De aquí el amplio eco

que en el ámbito católico la invitación del filósofo Eduardo Husserl de dirigirse hacia la

cosa misma.

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21

Más incisivo y directo fue el influjo de Max Sheller, el cual en su período

católico, propuso a los católicos una dirección filosófico que ha sido definido como

movimiento fenomenológico. Con esto se abrió a los filósofos católicos una vía de

realización fuera del cuadro oficialmente reconocido del tomismo, una realización de la

dirección esencialmente ontológica de su pensamiento filosófico. No obstante la fuerte

desilusión derivada del abandono del catolicismo por parte de Sheller, es indiscutible

que sin este filósofo, este cambio hacia el objeto no se habría verificado así como

tampoco habría sido tan incisivo y vasto la renovación religiosa en Alemania en los años

después de la guerra.

Implicaciones eclesiológicas de este cambio del sujeto al objeto, en un segundo

paso, la invitación urgente en el ámbito filosófico y religioso-cultural a una reflexión

sobre lo auténtico y esencial, encontró escasa acogida. Si bien se habían dado pasos

adelante enderezados a definir o describir la imagen existencial de la Iglesia partiendo

de su índole mistérica y concentrando la atención en torno a su dimensión interna y

mistérica, sinembargo la imagen doctrinal y real de la Iglesia que prevalece, después del

Vat. I como habíamos dicho, fue la denominada controversística y jurídica, basada sobre

una concepción societaria e institucional de la realidad de la Iglesia.

Los intentos de ciertos manuales eclesiológicos, de sustituir el concepto clave de

sociedad perfecta con el recurso a las imágenes bíblico-patristicas permanecieron

aislados y fragmentarios.

Sin embargo hasta la primera guerra mundial, haciendo honor a estas

excepciones, prevalece claramente entre los teólogos y consecuentemente en los

documentos del magisterio pontificio, y sobre todo el más rico eclesiológicamente, el de

León XIII, prevalece el modelo de sociedad perfecta, enderezado a hacer la apología de

la estructura externa de la visibilidad en la realidad Iglesia.

Terminada la guerra, el contexto cambia radicalmente. Este contexto es descrito

como transformaciones imprevisibles, del cambio en la vida de los pueblos y los

estados, lo mismo que grandes cambios en el campo económico y político. Además la

caída de monarquías y estados. Por reacción a estos factores históricos, en el ámbito

católico, y en el ámbito cristiano, se verifica un cambio del sujeto al objeto que se

manifiesta en una forma de fenomenología eclesiológica paralela a aquella corriente

filosófica, dirigida, por tanto a buscar de nuevo y describir la realidad, la esencia de la

Iglesia, o el fundamento objetivo y su relación con Cristo.

Durante la guerra, Max Sheller, por ejemplo, recurre a expresiones como: idea,

totalidad, verdadero sentido, idea del Reino, solidario en Cristo, o la idea esencial de la

Iglesia. Precisamente expresiones de Max Sheller que inspiran cierto despertar de la

Iglesia y al mismo tiempo un despertar religioso de gran portada eclesial. La

coincidencia en el campo específicamente eclesiológico llevaba a concentrarse en la

esencia y la propia objetividad de la Iglesia, objetivo que llevaba al descubrimiento de

su relación con Cristo. La naturaleza de la Iglesia, la esencia de la Iglesia, y no

solamente la estructura se encontraban ahora al centro de la atención en la investigación

eclesiológica, lo ponen en evidencia las frecuentes expresiones unidas a aquello que es

propio y esencial en la realidad Iglesia. Por eso varios autores hablan de una

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22

esencialidad, o el contenido esencial, o la configuración esencial. Otros hablan de

totalidad o de toda la realidad, o simplemente de la esencia de la Iglesia.

Este cambio o dirección hacia lo óntico que se encuentra en todo el ámbito de la

historia del espíritu, en este tiempo, y que lo encontramos en la Teología en general,

implico un cambio hacia la dogmática.

Esto significó en la Eclesiología, no todavía una ruptura, pero sí un serio

esfuerzo de redescubrir la realidad esencial, la esencia de la iglesia en la imagen

tradicional de la Iglesia, Aquí se manifiesta otra vez la función catalizadora de la

corriente sociocultural y religiosa de aquel tiempo hacia lo esencia, hacia el objeto que

se convierte en un impulso eficaz de una nueva reflexión eclesiológica en la línea de la

tradición. Precisamente porque estaban convencidos que la esencia inmutable de la

iglesia estaba contenida en el devenir mutable de su historia, se devolvieron de nuevo a

aquellas imágenes tradicionales de la Iglesia que en su opinión expresaban mejor esta

esencia, esta realidad de la Iglesia.

Esta visión dogmática de la esencia de la Iglesia, pretende alcanzar en la raíz toda la

mística, todo el misterio, todo el sujeto, con el objetivo de encontrar de nuevo el ideal

del pensamiento objetivo propio de un pasado eclesial, cuyo punto central era la Iglesia.

La objetividad de la Iglesia, sin embargo, era una objetividad llena de vida, y con

una perspectiva escatológica. Uno de los peligros de esta nueva objetividad consistía en

el aislar los aspectos temporales y contingentes de la Iglesia, de sus aspectos inmutables

y esenciales. Un peligro de Nestorianismo eclesiológico. La Iglesia se convertía,

entonces, en una esencialidad, en algunos autores, demasiada mistificada, transfigurada,

glorificada. Era un peligro de identificar en la Iglesia el objetivo divino, y de acercar,

con mucha frecuencia, la contemplación del misterio de la iglesia a un tal misticismo

que paradójicamente se quería precisamente evitar, subrayando la realidad objetiva de la

Iglesia.

La radicación de la vida religiosa, de la piedad popular en el objetivo, comienza

a adquirir así, paradójicamente una coloración subjetiva. La iglesia no es más mera

realidad sin adjetivos, sino que se convierte en una realidad mística, a la que no hay si

no particular acceso subjetivo. Así no es la esencia real de la iglesia aquella que aparece,

sino una esencia interiorizada y a veces una esencia ideal.

La posibilidad de una tal desviación era extraña al objetivo de esta eclesiología

radicada en lo esencial. Si objetivo propio se revela cuando se pregunta cual sea el

último fundamento de la objetividad eclesial. Sin infravalorar las notables diferencias, la

respuesta a esta cuestión es unánime: la relación de la iglesia con Cristo.

A este respecto, justamente, escribió en su monografía sobre lo divino y los

humano en la Iglesia Slade, fue la teología alemana la que con su impulso particular la

que penetró en las relación más profunda, logró vincular a la Iglesia con la encarnación.

U con esto superó una determinada visión de la iglesia meramente externa, jurídica y

sobre todo anti-protestante.

No existiendo un consenso sobre la posibilidad o menos de dar una definición de

la iglesia en el sentido estricto, se concordaba en indicar la relación de la iglesia con

Cristo como el elemento determinante en cualquier noción teológica de la iglesia.

Page 23: Aguilar 53

23

Jesucristo en su ser teándrico, contine los presupuestos que constituyen el ultimo

fundamente de la esencia objetiva de la Iglesia. Por eso encontramos en la “Mystici

Corporis” el parangón entre la Iglesia y el verbo encarnado.

En su divinidad participa de la esencia divina que es la suprema objetividad, y a

través de su humanidad pude él comunicar esta objetividad y hacerla esencia misma de

la iglesia. Sin este fundamento cristológico no se daría en la Iglesia objetividad alguna,

sino solamente subjetividad humana. Esta subjetividad no ha sido excluida sino al

contrario incluida en la Iglesia en enlazamiento a la objetividad de Cristo. De este

fundamento interno y último de su ser brota la participación de la Iglesia en la verdad e

Cristo y al tesoro de su gracia.

Su encarnación se convierte así la clave de toda comprensión de la Iglesia ya que

en ella la Iglesia tiene el fundamento de se una comunidad orgánica. Cristo es el

fundamento de su ser y de su actuar, y de su misión. Partiendo de El se intenta definir la

Iglesia así como comienzan a hacerse más estrechos las relaciones entre Cristología y

Eclesiología. En la estructuración del sistema Teológico se enlazan la una a la otra.

Abriéndose así nuevas posibilidades para encontrar el puesto de colocación más

apropiado para el tratado “de Ecclesia” dentro de la Teología dogmática.

Resumiendo este primer punto, las transformaciones de la conciencia eclesial

después de la primera guerra “empujaron” muchos autores y teólogos sin que ellos

fueran del todo conocedores de esta tendencia, hacia una claro cambio hacia el ser

objetivo de la Iglesia, partiendo de Cristo. Y también hacia una especie de replegarse en

una existencial subjetiva en Cristo. Este era el peligro de monofisismo eclesiológico. O

respectivamente hacia una reducción de la Eclesiología a la soteriología. Las dos

realidades tienen su justificación y son relacionadas entre si, pero cada forma de

confusión fue siempre, en la historia del dogma eclesiológico, en relación con la

Cristología.

En la recuperación de la dimensión mistérica de la Iglesia contribuyó también la

recepción de la así llamada corriente filosófica vitalista, que señala el segundo cambio

en el desarrollo de la Eclesiología antes del Vat. II en lo que respecta al método y el

contenido.

Hablo del segundo cambio que he llamado de formas irracionales de vitalismo al

descubrimiento de la vida en la religión y en la Iglesia.

Una de las corrientes filosóficas más importantes al despuntar el siglo XX, es

considerada comúnmente como una corriente filosófica vitalística. Con ciertas reservas

se puede considerar a Nitezche como precursor de esta corriente. Es fuera de duda que

un representante decidido como Oswal Spenler, ejercitó un influjo directo y más amplio

sobre la corriente filosófica vitalista.

Para él la historia humana es el conjunto de enormes corrientes de vida la cual

lógica orgánica, él se propone desarrollar.

En el ámbito católico no faltaron autores los cuales pensaron partir de la doctrina

del superhombre de Nietszche y de armonizarla con los ideales de la vida cristiana.

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24

Determinante en este contexto vitalístico fue también H. Bergson, aquello que empuja

hacia el centro propiamente vital y no genera nueva vida o por lo menos la fomento no

merece llamarse sabiduría.

Ciertamente el pensamiento de Nietszche y de Bergson no fue el único impulso

para introducir este concepto de vida en la teología y concretamente en la Eclesiología a

partir de los años 20.

Aquí sería necesario seguir el trazo del vitalismo y universalismo en el contexto

socio-filosófico y socio-religioso en los primeros decenios de nuestro siglo. A través de

Bergson. Max Scheller, Guardini, Kierkegaard, y otros, la filosofía vitalística fue

acogida con simpatía, y a veces con un entusiasmo indiscriminado o acrítico. Por eso es

aquí de interés por lo menos señalar las implicaciones que encontramos, que son

algunas directas y otras indirectas, en la aplicación del concepto de vida a la

eclesiología. el vitalismo teológico, encontramos en los términos más operados en la

Eclesilogía de este tiempo trazos evidentes de un cierto vitalismo Teológico.

Sería necesario hablar en ciertos casos de una cuasi ideología de la Iglesia.

Descubrimos, para decirlo con el título de una publicación de 1936, una así fuerte

corriente de vida en la iglesia, que abrió el camino a la tendencia a ligar todas las

cuestiones teológicas y en particular eclesiológicas, con el concepto de vida.

Partiendo de la temática general encontramos títulos, como “quiesti, religione e

vita”, “dogma y vida”, “gracia y vida”, hasta un explícito ligamen de la Iglesia con la

vida, todos los ámbitos religiosos y los artículos del símbolo de la fe vienen examinados

bajo el aspecto de su valor por la vida.

Así mismo en el ámbito de la historia de la Teología se hacen investigaciones

sobre el concepto de vida. El famoso histórico de los dogmas Gragman, publicó una

monografía sobre la idea de vida en Santo Tomás en 1922. Viene propuesta la Teología

de la vida como exigencia ideal de la Teología en general. Aquello que no se puede

cualificar de verdad vital, o de valor vital tiene un significado de segundo orden. Aquí

las raíces se toman más atrás del romanticismo del siglo XIX. Allí el concepto de vida

era muy importante y de aquí salió la así llamada Eclesilogía orgánica.

De este concepto de vida se pasa frecuentemente a aplicar simplemente a la

Iglesia ciertas exigencias biológicas de la vida, ofreciéndose esta el acceso a la

verdadera vida divina. Por eso todo lo que lleva a la Iglesia, y se liga por siempre con

ella en última instancia no es otra cosa que voluntad mas decidida a la vida y su

contenido verdadero definitivo y eterno.

La gracia que precisamente es vida y plenitud de vida nos viene comunicada en

la iglesia ya que de los sacramentos de la Iglesia brota esta vida a los creyentes los

cuales a través de ella participan en la vida de Cristo.

La comunicación de esta vida es el sentido de la muerte expiatoria de Cristo y de

los sacramentos. Es muy frecuente en la producción teológico-eclesiológica de estos dos

decenios de los años 20 y 30 el recurso a las imágenes y a los paralelismos de la biología

y la aplicación de las funciones de la vida natural a la vida sobrenatural.

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25

Fue grande la predilección por las comparaciones radicadas en la biología

también en relación con el esquema clásico “Cristo cabeza del cuerpo eclesial”. Se

subraya tanto lo orgánico en el cuerpo de Cristo que terminan algunos autores por dar

interpretaciones extrañas y absurdas que van más allá de una analogía.

Muchos autores, hasta la publicación de las Mystici Corporis en 1943, en su

lenguaje eclesiológico sobrepasan el límite y el valor de los analógico en el hablar de lo

orgánico y físico en la Iglesia, tienden a equipararla a un organismo natural olvidando

que se trata solamente de una analogía.

Cristo, Iglesia y vida, son consideradas en una relación estrecha que la doctrina

sobre la encarnación viene entendida como la teología de un mero restablecer la vida

divina por medio del Dios hombre Jesucristo el cual nos llama en la Iglesia que es su

cuerpo místico vivo a la participación de la vida divina.

Aquí, en esta dirección, encontramos también, el elemento más característico de la así

llamada Eclesiología del Cuerpo místico es decir y entrelazar confuso de la Cristología,

la Eclesilogía y antropología teológica, que deriva de ciertas posiciones poco claras

sobre las relaciones entre naturaleza y gracia, relaciones que serán profundizadas y

clarificados en los años 50 en la Nueva Teología del P. De Lubac y otros.

El concepto de vida sirve aquí como vínculo de unión que brotando de Dios a través de

Cristo alcanza su cuerpo se convierte así en el elemento determinante del orden de la

redención. En consecuencia, las funciones de Cristo que comunican esta vida vienen

biologizadas y Cristo mismo es descrito como un jugo vivificante como un alimento del

principio sobrenatural. Por tanto los campos entre la gracia y la naturaleza no son

claramente delimitados. Cristo es la única fuente de vida y llama todos los bautizados a

ser los miembros de una totalidad, los miembros de la Iglesia, a participar de su vida

humana.

Esta vida divino-humana que en ultima instancia es una participación particular

en la vida trinitaria, se convierte en el elemento especificante de la existencia cristiana.

La Iglesia no es solamente un cuerpo que pertenece a Cristo sino realmente el cuerpo de

Cristo y esto en el sentido de una bíblicamente fundada participación al cuerpo real de

Cristo pero soteriológico o neumatológico. Con esto la Iglesia se convierte, en el sentido

estricto de la palabra, órgano de la virtud eficaz de Cristo. Es decir como órgano de toda

la eficaz actividad divino y humana de Cristo.

La ambigüedad antropológica y Teológica de fondo permanece en cuanto no logran

definir si la participación en la vida de Cristo se realiza a través de la Iglesia en el

ámbito visible o directamente a través de Cristo se puede participar de la vida divina en

la Iglesia en el ámbito espiritual. Escondido hay un cierto dualismo entre una Iglesia

visible y una Iglesia espiritual. Un representante de esta corriente eclesiológica

vitalística como ha sido Romano Guardini, pasa por alto una cuestión tan central.

El concepto de vida en el N.T, concretamente en Pablo, es un concepto de

máxima importancia. El dato que es un término que allí viene entendido en el contexto

cristológico y soteriológico, en nuestro período de la historia de la Eclesiología, pueda

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26

unirse casi siempre sin ulteriores diferenciaciones a Cristo y a la Iglesia es otro signo, no

solamente de un entretejerse desde el punto de visto exegético, no suficientemente

fundado entre la soteriología y la Eclesiología, sino también el signo que no se trato

tanto de la elaboración de contenidos bíblicos cuanto de la aplicación de una doctrina

difusa en el contexto de los movimientos religiosos y populares de aquel tiempo. Por

tanto, faltaba una sólida base exegética.

Resumiendo, se puede preguntar, si aquí el interés por establecer una relación

orgánica entre Cristología y eclesiología no ha obstaculizado y derribado la necesaria

comprensión del hecho histórico.

Vida ha estado entendido ante todo como un hacerse, coherente, como la unidad

interna. De aquí sigue naturalmente que una tal Teología de la vida venga tratada más en

relación al organismo total de los misterios vitales de la fe que al desarrollo concreto de

los particulares y diversos tratados del sistema Teológico.

Si de una parte, en nuestro caso, la unión de la Cristología y la Eclesiología no

encuentra una exposición todavía coherente, de la otra es evidente que esto es la

consecuencia de una comportamiento que puede resumirse en los siguientes términos: el

cristianismo no es fundamentalmente una doctrina sino la vida de Cristo en los

bautizados.

Hechas todas las debidas reservas y distinciones este comportamiento,

precisamente, junto con el apropiarse de los impulsos de la filosofía vitalista contribuyo

en modo determinante a la recuperación del misterio en la Eclesiología a través de esta

corriente vitalista y así se ha podido redescubrir el vital, o dogmáticamente hablando la

importante relación en la eclesiología entre Cristo y la Iglesia.

El tercer cambio por considerar es aquel que va del individualismo, en el ámbito

socio-filosófico a la experiencia de la comunidad en la Iglesia.

En primer lugar, el desarrollo de la teología sobre la Iglesia, en fin de cuentas,

del tratado de Eclesiología entre las dos guerras mundiales, presenta más allá de las dos

tendencias, señaladas, aquella hacia el objeto y aquella hacia la vida, un tercer camino o

dirección el cual siendo como un vínculo de unión entre las dos precedentes, no es del

todo exacto hablar de corrientes eclesiológicas homogéneas. Se trata aquí de un impulso

hacia la comunidad. Particularmente en el mundo católico el reciente pasado se

consideró como un período marcado por un fuerte individualismo, que en cuanto tal no

podía no desilusionar aquella generación después de la guerra golpeada de tristes

eventos.

Las raíces ultimas del individualismo se remontan al medioevo cuando también

la piedad religioso salí siempre más de la objetividad del misterio y se convirtió en una

fuga del singular individuo hacia la experiencia individual y subjetiva.

A travé s de este progresivo alejamiento de la realidad objetiva de la fe y

de la Iglesia y de su armonía en el orden se abrió siempre camino el comportamiento

individualista, alcanzando tristemente hacia finales del s.XIX cierto punto culminante.

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27

En este contexto el aislamiento del hombre se siente y se entiende como un

problema fundamental y en consecuencia se convierte en objeto de reflexión y

tematización en el mundo socio-cultural, filosófico y religioso. Así, apenas terminada la

guerra, Max Scheller habló de la necesidad de una nueva orientación filosófica unido a

un llamado urgente a una nueva reflexión sobre la esencia de la comunidad humana,

superando los límites de la Iglesia.

Entre los católicos, este nuevo sentido de comunidad en el estado y en la Iglesia,

se desarrolló con mucha fuerza. A este desarrollo contribuyó Max Scheller de manera

determinante.

Como habíamos visto en el caso del cambio hacia el objeto esencial y también al

vital y orgánico, el despertar de esta nueva idea de comunidad, se remonta en sus raíces

y se une a la corriente neoromántica del s.XIX y aquí encuentra un empuje hacia la

comunidad. Precisamente la contraposición de la masa individuos, a una comunidad

orgánica es un trato netamente romántico sobre todo en el vivo deseo de superar el

contraste en un tercer ámbito superior, es decir, concretamente en la comunidad eclesial.

A la superación del individualismo contribuyo notablemente el universalismo

sociológico de (....) y de otros sociólogos de entonces. Su concepción de la sociedad, es

estrictamente anti-individualista. Es de la opinión que este universalismo de la totalidad

se basa en última instancia en Dios. La índole metafísica y religiosa de su sociología fue

capaz de comunicar a la comunidad una sustancialidad objetiva e intento completarla

filosóficamente hasta elevarla a la comunión de los santos.

Si se puede decir una palabra de crítica es obvio que en muchos puntos su

argumentación no está de acuerdo con el verdadero contenido teológico esta privado de

él. Sin embargo con su concepción orgánica del mundo y su oposición al

individualismo, él dio una contribución importante para encontrar el puesto del

individuo en una sociedad bien organizada.

También Max Scheller, en su segunda época intentó superar el individualismo

unilateral pero no con una filosofía de la totalidad de tino romántico, que rechaza con

fuerza, pero estableciendo un mayor equilibrio entre el individuo, la persona y la

comunidad. Mientras Max Scheller de una parte subraya la esencia del individuo como

persona, de la otra contrapone al individualismo apersonal un personalismo enderezado

a la comunidad en el cual la comunidad sirve a la persona.

Esta posición de Sheller fue altamente apreciada en la generación del

dopoguerra, en orden a superar el aislamiento del individuo con un nuevo sentido de

vida que entre los católicos incluía un fuerte empuje hacia la comunidad en el ámbito de

la Iglesia.

La idea de la Iglesia como comunidad fue sin duda el reencontrado interés por la

Iglesia, que tuvo mayor incidencia en la Eclesilogía. La vuelta hacia el objeto y la idea

de vida encontraron aquí, en la dirección hacia la comunidad un complemento y una

culminación en la comprensión de la Iglesia no solamente como comunidad sino como

una objetiva comunidad.

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28

En las publicaciones teológicas aparece constantemente este concepto de

comunidad con el mismo o muy afín significado en el contexto eclesiológico. Por

ejemplo, para Guardini la Iglesia es comunidad de personalidad.

No obstante todas estas pequeñas diferencias en el concepto de comunidad

permanece siempre válido e implícito el trato común arriba mencionado. Para clarificar

la imagen de Iglesia desarrollada en muchos tratados y obras monográficas sobre la

Iglesia, es de capital importancia tener en cuenta toda la portada eclesilógica de estos

elementos fundamentales y su conexión en la relación de Cristo con la Iglesia en orden a

alcanzar la deseada profundización de la comunidad eclesial. La conceptualización

diferenciada que hemos intentado mostrar y la aceptación de impulsos divergentes de la

filosofía, de la sociología, son al mismo tiempo causa y efecto de la existencia de varias

tendencias fundamentales en el entusiasmo muy generalizado sea en el ámbito de las

ideas, como en el de la praxis religiosa y eclesial por la categoría y la experiencia de la

comunidad.

De aquí se explica, en buena medida, la diversa posición eclesiológica y la

comprensión de la relación de Cristo con la Iglesia de adopta en varios autores, los

cuales desarrollan el concepto de comunidad en conexión con la Iglesia. Y lo

desarrollan tanto en los tratados estrictamente dichos eclesiológicos, como en otros

escritos de carácter teológico y religioso, pero dirigidos todos hacia recuperar la realidad

mistérica de la Iglesia. En el grado de alcanzar este objetivo es donde las diferencias son

más notables.

Hablar de la recuperación del misterio de la Iglesia en la Eclesiología no

significa un olvido total del mismo misterio en el pasado. No es legítimo ver rupturas

donde no existen. Mientras más se profundiza un tema más se ve una cierta continuidad,

con sus altibajos, a lo largo de la historia.

Se trata de despertar el sentido de valores religiosos y mistérica de la Iglesia a los

cuales la Eclesiología, por varios postulados y condiciones históricas, durante siglos no

había prestado atención.

En esta elección se reasumen una serie de manifestaciones renovadoras en la

doctrina sobre la Iglesia y también en la Iglesia como realidad viviente. El cambio

mismo de método, es decir de un método casi exclusivamente apologético a un método

dogmático.

La concentración en constate aumento extensivo e intelectivo de temas

dogmáticos en torno a diverso aspectos del misterio de la iglesia es en si misma

consecuencia de la recuperación del misterio de la iglesia en la Eclesiología. El misterio

de la Iglesia es fuente de inspiración en los principales tratados eclesiológicos de este

período. El despertar de este sentido del misterio de la Iglesia en los varios aspectos de

la vida eclesial del la comunidad creyente, en un buen números de teólogos no significa

que esta nueva dirección de la Eclesilogía haya encontrado vía libre en los centros de

enseñanza de la teología. Vemos confirmado aquellos como muchas de estos cambios se

verifican antes y después en lo “vivido” de la Iglesia y entra luego en la reflexión

teológica.

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29

Elegido el misterio de la Iglesia como punto de partida y como centro de

convergencia de la Eclesiología se comprende fácilmente la irreductibilidad de la iglesia

a ser definida y comprendida en un modelo cualquiera que sea excluyendo a los otros.

Punto de partida del de Ecclesia cambiado en el Vat. II a partir del II esquema de

la Lumen Gentium.

Se dan algunos datos de cómo se llego a la toma de estas opciones

metodológicas en la Asamblea Vaticana que tienen profunda incidencia en el contenido

eclesiológico de las varias monografías y tratados sobre la Iglesia.

Para salir precisamente de este callejón sin salida en el que se encontraba la

eclesiología, el Vat. II superada la resistencia de aquellos que habían extendido

(difundido) el primer esquema de Ecclesia, titulado de Ecclesia militante, cambió el

punto de partida y el método de la doctrina teológica sobre la Iglesia considerándola,

desde el punto de vista dogmático, esto es como objeto y sujeto de fe.

Introducción

Se encuentran dos elementos nuevos en la constitución L.G.; el primero es el

recurso que hace la L.G. a la analogía fundamental que se da entre el misterio del Verbo

Encarnado y la estructura, una y compleja de la realidad Iglesia . Vale decir que la

eclesiología como tratado dogmático supone una cristología; aplicado este enunciado al

acto de fe, podemos afirmar que la Iglesia tiene un puesto análogo a aquel de Cristo,

salvando naturalmente la infinita distancia del misterio del Verbo Encarnado en su

orden, por eso se dice un puesto análogo, en el proceso de fe en el creyente.

Es de notar que la función de Cristo revelador no se limita a aquella de proponer

las verdades revelados sino que él mismo es una autotestimonio de la plenitud de la

revelación, de la autocomunicación del Padre.

El segundo consiste en la comprensión de la Iglesia que propone la constitución

como sacramento, signo e instrumento; sabemos de hecho que los 7 sacramentos son la

actuación, concreta, de la salvación que se hace presente en, y a través, de la Iglesia,

sacramento radical; y bien, siendo la fe fundamento y raíz de la justificación, como ha

definido el Concilio Tridentino, los sacramentos son medios de la actuación concreta de

la fe salvadora; la Iglesia deberá estar en cualquier sentido presente, envuelta, también

en forma decisiva en los soportes de nuestra fe y siendo, como la Iglesia es sacramento,

es más sacramento universal de salvación y sacramento de la íntima unión de Dios con

los hombres.

Cualquiera sea la explicación dada por los teólogos dogmáticos, sea que se hable

de cristianos anónimos (Rahner) como respuesta a la propuesta de De Lubac y de la

Nouvelle Theologie, fundada sobra la filosofía de Mareshall, sea de la propuesta de

Lubac que después prefirió hablar de un cristianismo anónimo; sea que se hable de una

revelación trascendental (Schillebeeckx), sea de la vía de representación, o la vía de la

plegaria; ciertamente la sacramentalidad radical de la Iglesia en orden a la salvación

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30

incluye esa referencia a su presencia en el proceso de la fe en orden a alcanzar aquel

conocimiento del testimonio de Dios que permanece como motivo último de la fe.

La historia de la eclesiología y del tratado apologético de Ecclesia y al margen

del sistema dogmático, sea en la apologética clásica sea en los varios modelos de

teología fundamental, a puesto en evidencia las dificultades de las aporías que implican

orientar de esa forma la doctrina eclesiológica.

Nada más obvio por tanto que el Vat. II tentase, no sin haber intentado superar

ciertas resistencias, en el segundo esquema de la constitución otro punto de partida para

la consideración de la Iglesia y fue el considerar la Iglesia como misterio/sacramento

con una preexistencia eterna y revelada como las otras realidades salvíficas a lo largo de

la historia de la salvación a través de las misiones de la Trinidad económica.

El misterio de una Iglesia que es una realidad compleja y que tiene una analogía

no débil con el misterio del Verbo Encarnado, en lo que se refiere a la eclesiología una

opción como esta pasa; esto es un cambio como la del Vat. II ha tenido incidencia de

gran significado para la Iglesia, considerada como objeto/sujeto de fe, la eclesiología

basada sobre este punto de partida y también para el método dogmático.

Un breve resumen sobre el puesto del de Ecclesia, después del Vat. II, antes del

de Ecclesia sistemático dentro del sistema dogmático y después del de Ecclesia que ha

reentrado en algunos manuales de Teología Fundamental.

Después del cambio de método verificada en el Vat. II se puede decir que se dio

una pausa de reflexión después del Vat. II, al menos por 10-15 años, en la cual se trató

de penetrar en el significado de este cambio y también en las consecuencias que esto

implicaba para una eclesiología o para un tratado de la Iglesia.

Las publicaciones eclesiológicas después del Vat. II afrontaron temas concretas,

particulares, parciales de eclesiología con el objeto de asegurar una justa interpretación

de los textos conciliares y también asegurar una fiel recepción de la doctrina conciliar;

recepción que es siempre, en cierto sentido, creativa, permaneciendo fiel a la letra y al

espíritu de los decretos.

Como para los otros tratados teológicos, se ha podido constatar, en el inmediato

posterior al Concilio, también para la eclesiología una cierta alergia en lo referente a los

llamados libros de texto o manuales de teología; por este motivo no se han podido

encontrar en la primera década, después del Vat. II, manuales teológicos HAN KÜNG

en el 67 la primera edición y otras dos inseridas respectivamente en el Mysterium

Salutis, en aquella colección dogmática por tanto dentro del sistema dogmático que

estaba sobre la Iglesia de una cierta importancia fuera del notable manual publicado de

proyectada ya, primero o coincidiendo con la primera sesión del Concilio y colocada

también en la dogmática dirigida por dos profesores también sistemáticos AUER Y

RATZINGER, también allí hay también un tratado de eclesiología dogmática.

De la índole dogmática de estos dos tratados de Ecclesia, esto es de aquel de

Mysterium Salutis en el volumen VII (cuando se tradujeron los volúmenes alemanes en

dos, el volumen IV/I en el texto original alemán) y también en aquel de AUER; se dicen

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31

que de la índole dogmática de estos tratados no hay ninguna duda posible; del manual de

la Iglesia de Hans Küng se no se puede decir que represente una reedición de los

tratados de teología fundamental preconciliar, como alguno ha afirmado y se lee en el

manual de teología fundamental de PIÉ I NINOT, no es una reedición de una teología

fundamental pero tampoco se puede decir que sea estrictamente dogmático de Ecclesia.

En la segunda década postconciliar han estado publicados tratados teológicos de

Ecclesia en la cual se considera la eclesiología como un tratado integrante del sistema

teológico. De entre ellos se puede hacer mención los que están puestos en los esquemas.

En la última década han sido publicados varios manuales dogmáticos de

eclesiología sistemática los cuales parten igualmente de la Iglesia misterio, de la

aceptación en el acto de fe de la realidad Iglesia en cuanto la Iglesia es objeto/sujeto de

fe. Se ha indicado sobre los esquemas comenzando por dos manuales de eclesiología

sistemática cuyos autores son profesores de teología sistemática. (Antón habló de las

últimas publicaciones sobre el tratado de Iglesia para quienes se van a dedicar a esta

“cátedra”, en lengua española citó el libro de SANCHEZ MONJE, Manuel. La

eclesiología. La Iglesia misterio de comunión y de misión. Madrid. Editorial Atenas,

1994. Manual completo, bien hecho, de unas 400-500 pgs, hecho en la perspectiva

dogmática).

Desde la vertiente de la teología fundamental, aparecen en los años 80 manuales

en los que se incluye de nuevo la eclesiología en un breve tratado; con ello se retorna al

esquema del siglo pasado de la “demostración católica”. Para FISICHELLA “el haber

recuperado una distinción entre la reflexión dogmática y aquella teológica fundamental,

no se puede negar que el Vat. II y la renovación consiguiente de los estudios teológicos

hayan, por así decir, trashumado el precedente unitario y lógico contenido de la teología

fundamental. De parte suya la teología dogmática se sentía autorizada por la cristología

a introducir la “demostratio cristiana” como por la eclesiología la “demostratio

catholica” a pasar la frontera de si misma “comiéndose” el ámbito interno de la

investigación. La fundamental se vino a encontrar, de una parte, a verse privada de uno

de sus lugares propios de investigación y de la otra parte a ser confinada a una reflexión

propedéutica a la teología”.

Frente a estos últimos manuales Antón cree entrever en esas obras de teología

fundamental, huellas de una actitud reciente en esos teólogos que se puede llamar como

una cierta angustia de perder el objeto material, la tierra bajo los pies, propio de la

disciplina, que nadie pone en discusión. Lo ha reconocido COLOMBO en un reciente

estudio sobre la teología del Siglo XX donde afirma “la teología fundamental es un

tratado que estudia el problema de la naturaleza de la teología que ayer se connotaba sin

excitación como el problema del conocimiento y hoy se hace connotar mas bien, no sin

excitación al menos algunos ambientes teológicos, como el problema de la praxis

teológica en la conciencia adquirida de la complejidad de la relación entre la teoría y la

praxis”.

Evidentemente el problema condiciona el tratado de la teología fundamental y

por ende el tratado de eclesiología inserido allí; “no por casualidad entre todos los

tratados de teología, el tratado de la teología fundamental es el más perdido de la

teología postconciliar y por tanto el que está más en investigación”(Colombo).

Comentario [PCCO1]:

Comentario [PCCO2]:

Comentario [PCCO3]:

Comentario [PCCO4]:

Page 32: Aguilar 53

32

Aflora un problema que precisamente se refiere a la situación de la teología en

general, a partir del momento en que la razón se separa de la fe con el despuntar del

iluminismo en el siglo pasado; “la separación ha predeterminado la figura de la teología

en el sentido que valora la teología entendida como la combinación de la fe y de la

razón, cada una con una función propia; la fe en la función de portadora de la verdad

pero que no se conoce y por tanto no se sabe si cree; la razón a la fe si produce el

conocimiento de la verdad, el conocimiento crítico de la verdad que es precisamente la

teología” (Colombo). En esta figura se da la disociación de la verdad y del saber y se

atribuye en exclusiva el saber a la razón, mientras se niega a la fe; sólo la razón sabe, no

la fe la cual no es una forma del saber. Si se quiere conocer la verdad de la fe hay que

recurrir a la razón, es decir a la filosofía.

Ese postulado nacido con la época moderna que se caracteriza precisamente por

la separación de la razón y de la fe, ha podido vivir largamente porque todos, no

excluidos teólogos, presos del interés por la razón han desatendido la cuestión de la fe.

Colombo concluye: el análisis crítico puede mostrar que la fe es una forma del saber y

en cuanto tal tiene un valor universal; puede y debe ser, en línea de principio,

reconocida de todos. Por tanto es necesario abandonar la alternativa entre fe, saber, con

la consecuencia de una lado que se puede hacer la teología porque se puede practicar el

saber sin renunciar a la verdad; por tanto se puede salir de la teología en cierto sentido.

De la otra parte que también el hombre, no solo el teólogo, puede practicar el saber sin

renunciar a la verdad.

Una segunda observación: se puede afirmar que la teología fundamental, hoy

como ayer, tiene la tarea de considerar y legitimar los fundamentos de la teología como

ciencia de la revelación y de la fe; por tanto tiene la tarea de fundamentar los grandes

temas de la fe, de la teología fundamental, Dios, Cristo y la Iglesia. “Hoy la dogmática y

la fundamental se dividen la tarea de la eclesiología; de la teología fundamental se

espera una legitimación fundamental de la Iglesia (origen de la Iglesia combinada con lo

de la Iglesia signo de credibilidad; la acción de la Iglesia); la dogmática tiene como

objeto la Iglesia en cuanto puesta como contenido de la fe dogmática, esto es del creo en

la Iglesia. Aquella por tanto sirve al desarrollo sistemático de la comprensión de la fe de

la Iglesia; permanece por tanto, a la teología fundamental, la cuestión teológica

fundamental o trascendental en qué medida la Iglesia es portadora, mediadora, de la

revelación de Dios hecha en Cristo. Esa será verdaderamente teología porque la

afirmación que la Iglesia es portadora de la Revelación la recibe precisamente del

evento mismo de la revelación y esto es un dato teológico fundamental que se presupone

aquí; en último análisis es un dato de fe”.

Teológicamente la Iglesia se puede concebir de hecho solo como consecuencias

de la Revelación: “solo fundándose en la Revelación se puede explicar el

desdoblamiento del tratado de Ecclesia en dos tratados: fundamental y dogmático. El

haber recuperado una distinción entre fundamental y dogmática es un punto positivo

para la teología fundamental”.

Antón está convencido que la teología fundamental es teología y tiene una tarea

de suma importancia de cumplir en la teología y en la Iglesia; pero el problema de

fondo es que en última instancia se encuentran rastros de un cierto dicotomismo en la

reflexión teológica fundamental en lo que respecta al evento mismo de la revelación, y

Comentario [PCCO5]:

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33

también de la institución y fundación de la Iglesia; por tanto el tratar el de Ecclesia en la

teología fundamental tiene como objeto, la relación de la unión intrínseca entre la

Iglesia y la revelación; por tanto una unión de la Iglesia como comunidad creyente que

nace respondiendo a la revelación, a la palabra de Dios, y que es llamada a trasmitirla

fielmente; también este nacimiento, esta fundación, de la Iglesia, es un dato que el

teólogo recibe de la fe en Cristo, Hijo de Dios, mediador universal de la salvación, y en

el Espíritu Santo enviado por Cristo; por tanto lo recibe de la globalidad del evento

Cristo, en la cual está fundada el nacimiento de la Iglesia.

Para evitar toda forma de dicotomismo eclesiológico, a que está expuesta la

teología fundamental cuando inserta el tratado sobre la Iglesia, se deberá respetar el

objeto formal de la una y de la otra: para la teología fundamental la Iglesia es signo, por

tanto, una revelación en sí misma; para el de Ecclesia, se acepta y se penetra con el acto

de fe en la res, en la realidad interna y mistérica de la Iglesia.

I.- TRES OPCIONES METODOLOGICAS PARA EL DE ECCLESIA EN EL

VATICANO II.

1. Importancia de las opciones de orden metodológico formal:

Se ha afirmado justamente el dato que la eclesiología del Vat. II es innovadora

en sus opciones y perspectivas porque las acentuaciones están allí y no en las

afirmaciones del contenido. Algunas de estas opciones son de orden metodológico y

formales pero son de gran importancia para la eclesiología postconciliar. En la basta

literatura eclesiológica postconciliar se ha insistido mucho en las opciones

características que están en el orden del contenido eclesiológico; pero las opciones

metodológicas o hermenéuticas formales no han sido muy consideradas.

La eclesiología del Vat. II trabaja en la búsqueda de una integración Se ha

insistido mucho sobre la verdad parcial, en nuestro caso en la apologética de la Iglesia

institución, con un cierto disminución de la verdad integral. Lo que caracteriza la

doctrina eclesiológica del Vat. II es la conciencia de la necesidad de buscar una

integración; se ha hablado de una pasión por “el centro” pero es verdad que se busca

superar el fragmentarismo a través de la unidad en Cristo y el Espíritu, como la suprema

encarnación del único plan salvífico de Dios para la humanidad.

Esta centralización de la eclesiología constituye la orientación innovadora y una

fuente perenne de aquello que se propuso Juan XIII: el aggiornamento de la Iglesia.

Por tanto integración quiere decir también complementariedad que es un aspecto

de esta ansia de la nueva orientación eclesiológica de trazar un eclesiología más integral

y que se manifiesta en el deseo de la complementariedad de la varias perspectivas

metodológicas formales y también en el contenido, o en la doctrina eclesiológica del

Concilio y después del Concilio. Esta complementariedad no quiere negar ciertamente

los resultados adquiridos, las acentuaciones de la eclesiología del pasado; ej., los

esfuerzos de los teólogos de la escuela de Tubinga, los del Colegio Romano del siglo

pasado, de los teólogos de lo años 20 de nuestro siglo, intentando una profunda

renovación eclesiológica; ellos tienen afirmaciones que deben ser juzgadas en el

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contexto histórico y que otros llegaron a ser acentuaciones unilaterales que a veces

condujeron a ciertas desviaciones para la eclesiología y de la eclesiología.

Porque se ha descuidado que en el largo caminar, no solamente son

desequilibradas sino nocivas ciertas desviaciones; existen también acentuaciones que si

bien son válidas fuera del ámbito propio donde surgen y donde tienen sentido, pueden

llegar a ser funestas. Por ello la complementariedad por ej., en la relación

primado/episcopado, el tema de la colegialidad/sinodalidad.

Es necesario superar posiciones alternativas; después del Concilio se ha logrado

superar las posiciones apologéticas típicas de la eclesiología del pasado. La apologética

sucumbe al peligro de sustraer una verdad parcial a su perspectiva y constituirla como

una verdad absoluta o en un sistema total. Muchas veces en una situación es inevitable

acentuar la verdad opuesta a un error que se quiere refutar.

Muchos eclesiólogos han buscado de dar respuestas alternativas

comprometiendo la verdad integral; el lugar de esta concepción eclesiológica del

pasado, muchas veces unilateral, la eclesiología conciliar y postconciliar aún con cierta

dificultades y saltos, propone una visión complementaria proyectada a integrar los

aspectos bipolares del misterio de la Iglesia. Para alcanzar este objetivo era necesario ser

fieles en la elaboración a las grandes opciones metodológicas formales tomadas del

concilio.

La primera opción hecha por el Vat. II es de orden netamente metodológico, esto

es un retorno a las fuentes de la teología. Se destaca en los textos una voluntad decidida

y firme de volver a las fuentes de la teología; es esta perspectiva es obligatorio

mencionar como primera opción de profunda incidencia para el tratado de eclesiología

postconciliar; el Vat. II quiso retornar a la fuentes para descubrir las huellas más

auténticas de la imagen de la Iglesia en la totalidad de la revelación.

Por fuentes de la eclesiología se entiende todo el mensaje cristiano; no se habla

de un biblicismo fundamentalista sino de todo el mensaje cristiano que permanece vivo

en la Iglesia creyente, como comunidad viva mediante la acción del Espíritu Santo,

principio vivificante de la Iglesia. En este contexto sería quizá más exacto no hablar de

las fuentes sino de la fuente de la teología que es precisamente la Palabra de Dios, que

es el mensaje cristiano que vive en la Iglesia y que se trasmite vitalmente a todas las

generaciones y se trasmite en la S.E. como libro leído en la Iglesia juntamente con la

tradición vida de la Iglesia; entendida esa trasmisión viva como una trasmisión del

mensaje bajo la asistencia del Espíritu Santo que encontramos en el Kerygma, en la

doctrina de los padres, de los concilios, en el testimonio de la liturgia, en la vida

cristiana de la totalidad de los creyentes, que con la ayuda del Espíritu Santo y bajo la

guía del Magisterio la comunidad cristiana se adhiere indefectiblemente a la Palabra de

Dios; también la encontramos en los documentos del Magisterio eclesiástico.

Se ha retornado también a la Iglesia primitiva; fiel a la expresa voluntad de Juan

XIII, y Pablo VI saliendo al pasado hasta el evento mismo de Cristo, se trató de

descubrir la verdad del fundador de la Iglesia, sobre su misterio y sobre su misión en el

mundo: ¿que es la Iglesia ad intra y ad extra?.

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35

El fruto de esta reflexión del Vat. II la lleva a reafirmarse en la identidad

sustancial con el mensaje originario de Cristo y sobre Cristo y a descubrir aspectos quizá

descuidados en el pasado de este mensaje, si bien estos aspectos descuidados no han

sido del todo olvidados. También se encontraron implicaciones jamás formuladas en

modo explícito.

Este progreso en el conocimiento de la verdad de Cristo sobre sí misma, lo

realizó la Iglesia y lo realiza cada vez a través de un estudio renovado del mensaje

cristiano, trasmitido en la S.E, en la liturgia, en los Padres, en el Magisterio. Se trata de

un progreso que es fruto de los datos de la fe que quiere penetrar en la inteligencia de la

fe, tanto por la vía discursiva como por la vía experimentable de la fe vivida en el seno

de la comunidad de los creyentes en Cristo.

El retorno a las fuentes de la teología levantó entre los teólogos el problema de la

actitud que se debe adoptar en el hacer teología y concretamente en la elaboración del

tratado sobre la Iglesia; en este momento se habla expresamente del rol de la Palabra de

Dios en el hacer teología.

La pregunta es ¿supone esta opción el retorno a un biblicismo tal que imponga la

S.E. como único punto de partida y norma autosuficiente del conocimiento teológico?;

la respuesta es sí y no; nosotros partimos de la Palabra misma y viva que se conserva en

la Iglesia y en la medida que la percibimos en la lectura de la Escritura, dentro de la

tradición de la Iglesia viviente; Palabra digna de veneración que debemos penetrar

siempre mejor, con un esfuerzo constante hasta el fin de los tiempos y que no cesará

jamás de imponerse a la escucha de los fieles y al estudio de los teólogos.

La Palabra de Dios se debe considerar siempre en relación con su destinatario

capaz de acogerla; en la economía de la salvación este no es el individuo aislado en su

individualidad sino el miembro del Pueblo de Dios, de la comunidad, y prioritariamente

la comunidad; el pueblo de Dios que llega a ser así destinatario primario de la

autocomunicación de Dios.

Sin hacer concesión a ningún género de biblicismo que personifique en cualquier

sentido la Palabra de Dios como desgarrada de su destinatario primario que es la Iglesia,

el Vat. II con su retorno a las fuentes de la teología, nos dejó una eclesiología

fundamentalmente bíblica, como son los decretos conciliares, realizando en su trabajo

conciliar la consigna que el Concilio deja a los teólogos; esto es que los teólogos se

afanen por hacer de la S.E. el alma de toda la teología.

Se trata de un retorno a la Palabra de Dios en sí, como fue predicada en los

primeros días y puesta por escrito bajo la moción del Espíritu Santo; y como fue

trasmitida por la tradición viva de los apóstoles, de los Padres, de los concilios, de la

liturgia, del testimonio del pueblo cristiano y de los actos del Magisterio. El retorno a

las fuentes no es un “regreso” sino un “progreso”.

Alguno podría decir que el Concilio propone aquí un proceso regresivo; pero en

definitiva nos encontramos de frente a llamada línea asintótica que sigue el desarrollo de

la realidad eclesial y que sigue también el desarrollo de la reflexión teológica sobre la

Iglesia en su devenir histórico. Se trata del progreso de la Iglesia en el tiempo a través de

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una asimilación puntual del modelo evangélico y del plan original de Cristo sobre la

comunidad mesiánica de salvación pero asimilando, incorporando, todos los datos que

la Iglesia adquiere con su reflexión y con la asistencia del Espíritu en las diversas

situaciones históricas en las que vive.

También debe entrar la consideración del presente histórico; en la tarea de

asimilar la Palabra de Dios, el mensaje cristiano, mediante la fe, todo momento en el

devenir histórico de la Iglesia incluye dar un significado particular al presente para

poder comunicar ese mensaje a las generaciones futuras; si bien los factores históricos

propios no modifican substancialmente la verdad revelada en si misma. Permaneciendo

esta unidad sustancial, se puede hablar de la Iglesia de los Padres, del Medioevo, de la

Contrarreforma o de la Iglesia de nuestro siglo.

Esta es una implicación de la historia de la Iglesia y de la eclesiología que ha

hecho posible múltiples realizaciones dentro del modelo único de la Iglesia de Cristo,

querido por Cristo. La historia de esta es la de la integración de nuevos elementos

descubiertos sin perder ninguno de los que ya poseía. Todavía más, mientras unos son

subrayados en algún momento de la historia, otros desaparecen del horizonte de la

consciencia cayendo en el olvido o por lo menos perdiendo aquel rol que tienen en el

mensaje revelado y por tanto en la conciencia de la comunidad creyente. En cada una de

estas acentuaciones positivas, va incluido el resto del misterio eclesial, incluida la

identidad de la Iglesia; el misterio de la Iglesia siempre trasciende nuestras

comprensiones de la realidad mistérica de la Iglesia.

El retorno a las fuentes debe ser entendido como un intento de captar el sentido

de esta realidad objetiva de la Iglesia; con el retorno a las fuentes de la teología se

propuso el Vat. II captar esa realidad en un sentido global. Sin perder jamás este punto

de vista es necesario que los teólogos interroguen a la Palabra de Dios en todo su

recorrido histórico hasta nosotros, cuál es la naturaleza y la misión de la Iglesia.

Como esta Palabra de Dios viene interpretada en el seno de la comunidad

creyente, la respuesta incluirá también otros elementos que ofrece la Iglesia misma en su

existencia concreta en cada uno de los momentos de su historia; fruto de esta reflexión

sobre los datos que podemos captar sobre el binario doctrinal y existencial, será el

tratado teológico sobre la Iglesia que incluya todos los datos que ofrecen las fuentes

entendidas en el sentido de globalidad, en donde se distingan entre los elementos

esenciales y otros no esenciales, de modo que unos y otros ocupen el puesto que

corresponde a ellos en la conciencia que la Iglesia tiene de si misma en cada época

determinada y también en la teología sobre el misterio de la Iglesia.

El sínodo de 1985 recomendó vivamente el retorno a las fuentes como opción

metodológica y por tanto se habló de las fuentes de las cuales vive la Iglesia; allí se

habla de la Palabra de Dios , de la Tradición, del Magisterio y de la evangelización e

inculturación.

La segunda opción es el punto de partida del de Ecclesia.

Los encargados de preparar los documentos del Concilio tenían sus tendencias

teológicas; cada grupo quiso imponer su punto de partida en los esquemas y en las

discusiones conciliares. El esquema que fue aprobado, con algunas correcciones, con

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mayor rapidez fue el de la Sacrosantum Concilium y allí ya se encuentran algunas

nociones de la Iglesia como realidad mistérica, la doble realidad institucional /

espiritual. Pero no fue así para la L.G.; se dio una discusión dentro de la comisión que

preparaba el esquema; en realidad el primer esquema fue “quemado” tal cual porque

partía de la realidad externa de la Iglesia. En la G.S. esta lucha se dio en el llamado

esquema 13 perduró hasta la cuarta sesión; en realidad el problema más discutido era el

punto de partida. Es decir se partía de la encarnación de la Iglesia en el mundo o se

partía de la distinción entre la Iglesia, en su realidad trascendente, y el mundo; al final

optaron por partir de la Iglesia encarnada en el mundo.

Todas las constituciones tuvieron el mismo problema: el punto de partida; esto

porque de donde se parte tiene una influencia decisiva después para ciertos subrayados o

acentuaciones de una realidad u otra.

En lo que se refiere a la L.G. ninguna otra característica ha estado tan subrayada

como esta opción por la Iglesia como misterio de fe que se hizo en el segundo esquema

de la L.G. y que se presentó en 1963; esto cambió el primer esquema que se titulaba “de

Iglesia militante”, así el Vat. II abandonaba la llamada idea societaria escogiendo el

misterio como punto de partida de la eclesiología y con esta opción del centro hacia

afuera el Vat. II nos ha trasmitido esta eclesiología en términos inspirados en la

simplicidad evangélica, presentando el plan de Dios sobre la Iglesia expuesto en una

teología trinitaria y económica.

Habíamos profundizado en la última lección la primera opción, es decir la del

retorno a las fuentes habíamos comenzado la profundización de la segunda opción es

decir la elección de la realidad Iglesia misterio como punto de partida de la LG y

también en otras constituciones y decretos.

Este cambio del punto de partida introducido a partir del segundo esquema de la

LG, ha sido denominado por Congar y De Lubac como la revolución copernicana en el

desarrollo histórico de las ideas eclesiológicas.

Un trazo de esta introspección es el presentarse de la Iglesia misterio no

solamente en el sentido gnoseológico de una verdad revelada por Dios y comprensible

solo por medio de la fe, en el sentido de Misterio expuesto en la constitución Dei filius

del Vat. I sino más allá de esto, viene entendido el término en el sentido bíblico.

Concretamente en el sentido paulino y patrístico de una realidad que evoca eficazmente

un evento salvífico histórico. Con el término misterio o economía la teología paulina,

concretamente en los primeros capítulos de la carta a los Efesios, y también en el primer

capítulo de la carta a los Colosenses, indica el plano divino de salvación en su totalidad,

es decir, la acción de Dios que nos revela el acceso al misterio de nuestra salvación en

Cristo. Porque en Cristo, en la “Ecclesia” como continuación de su obra, el misterio

escondido en los siglos, y a las generaciones, como dice Pablo, fue manifestado ahora a

los santos, es decir a los regenerados, a los miembros de la nueva comunidad mesiánica.

Si el “de Ecclesia”, siguiendo el magisterio tenía hasta ahora, como habíamos

visto, a causa de múltiples factores históricos, casi siempre había tomado los

movimientos de la iglesia institución, y había votado la focalización societaria e

institucional, lo hizo sí para acentuar la estructura social del edificio de la Iglesia y para

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insistir con una cierta exclusividad sobre sus aspectos institucionales, jerárquicos y

jurídicos.

Decidiendo ahora partir del misterio mismo de la Iglesia y de la presencia

salvífica y del amor fontal del Padre en el Hijo por y en el Espíritu, el Vat. II inauguro

un cambio para el Eclesiología post-conciliar que debía rediseñar en la Iglesia la imagen

doctrinal y existencial de modo que garantizara la bipolaridad de sus aspectos y pusiera

en resalto el elemento espiritual sacramentalmente presente en el elemento social y

externo. Subrayar el carismático en lo institucional, y lo divino en lo humano.

En esta nueva focalización del Vat. II y de la Eclesiología postconciliar, la

Iglesia adquiere una nueva conciencia de su empeño misionero mas pleno y universal.

La Iglesia por su naturaleza es esencialmente misionera como se explica en los primeros

números de la AG. Todos sus aspectos institucionales y humanos, son asumidos en esta

dinámica de la gracia y están destinados a dar un testimonio la mas creíble posible de la

presencia de Cristo y del espíritu en la Iglesia.

Porque es Sacramento de Cristo ella reconoce con alegría reverencial los

elementos Cristofórmicos y por eclesiales en las otras comunidades cristianas mientras

trabaja incesantemente para la perfecta integración de todos los elementos de Salvación

que están dispersos, para constituir el Sacramento integral de la salvación en el mundo,

Este cambio metodológico incide en el contenido. El misterio de la Iglesia en

esta perspectiva trinitaria. El Concilió insertó definitivamente la doctrina teológica sobre

la Iglesia en la perspectiva trinitaria.

Con razón Bruno Forte escribe: La Iglesia se ofrece como el lugar de encuentro

de la iniciativa divina y de la obra humana. Como la presencia de la trinidad en el

tiempo y del tiempo en la trinidad, irreductible a una “empresa” puramente humana y

cerrada. Iglesia de hombres, que consta de hombres, plenamente vivientes en la historia.

Es el caso de la reflexión sobre la incidencia metodológica tomada por el Vat. II.

En primer lugar de partir del misterio de la Iglesia y luego de centrar todo el trabajo

conciliar de manera que los otros documentos, constituciones y decretos, no hicieron

otra cosa que explicitar y profundizar el misterio de la Iglesia ad intra, en su naturaleza y

en su estructura, y ad extra, con respecto a las otras iglesias no católicas.

El Vat. II nos ofrece la clave de comprensión del mensaje eclesiológico del

Concilio. Esto a la superación de varios posible reduccionismos para una renovada y

plena percepción del misterio Eclesial.

Con esta opción metodológica, el Vat. II ha logrado hacer salir la Eclesiología de

aquel impase en el que se encontraba desde varios siglos. Gracias a este cambio radical

de método y consecuentemente de contenido el concilio a logrado afrontar el problema

de la Iglesia en su verdadera articulada complejidad. No se trata simplemente de

combinar derecho y mística, sociedad perfecta y cuerpo mística de Cristo, se trata de ver

al misterio que en su significado rigurosamente bíblico es algo que remite a algo más

alto y en mayor profundidad. Es decir, hace remontar al proyecto eterno que Dios nutre

dentro de sí desde el origen y hace también mirar atentamente a la historia donde Dios

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lo deposita y lo extiende para mostrarlo y realizarlo. Por tanto, Insistencia en los

principios trascendentales de la Iglesia y su encarnación en la historia.

Así el primer capítulo de la LG es por eso fundamental. Induce a buscar la

Iglesia en una realidad radicada en Dios y como si descendiese de lo alto, los

eclesiólogos se refieren a la perícopa del Ap 12. Pero también como una realidad que

emerge fatigosamente desde abajo, es decir a través de los principios visibles e

históricos. He aquí el significado resumido y esencial que esta en la primera parte del

artículo 8 sobre la analogía del Verbo encarnado y el misterio de la Iglesia. En tal

sentido este párrafo todo es la clave de lectura del todo el cap. 1 y como fuente de

interpretación de la Iglesia en su historicidad.

Podemos decir que es el punto de convergencia de la acción entre la acción de

Dios y la respuesta del hombre. O el punto en el cual la realidad trascendente incide en

la realidad histórica.

Será precisamente la cuestión de la historicidad que después del concilio asumirá

y ha asumido una importancia del todo particular en la teología del Vat. II y en

particular en la Eclesiología. En la recepción del Vat. II ha habido un rol mucho más

amplio y más dramático, la recepción de la LG.

En una palabra, el Vat. II ha logrado así a recuperar la dimensión mistérica de la

realidad Iglesia pero sin perder de vista su encarnación en la historia con todas las

consecuencias, sea para la reflexión eclesiológica que para la vida pastoral.

En el misterio Eclesial, es contemporáneamente superado el visibilismo,

juridicismo, de la contrareforma y recuperada la dimensión histórica de la Iglesia en el

tiempo, puesta entre su origen en la misión divina y su cumplimiento en la gloria de

Dios todo en Todos.

En el punto de partida, en la reflexión eclesiológica, del misterio, se reconoce la

prioridad de los elementos trascendentes de la Iglesia. Prioridad que no quiere decir que

los otros sean olvidados.

Los principios trascendentes de la realidad Iglesia son presentados como

remontándose al diseño eterno de Dios, a la voluntad eterna del Padre, que encuentra

realización en la misión del Hijo y del espíritu. La Iglesia es así obra de la Santa trinidad

y viene de la trinidad.

La preposición “de” y “ex” evoca simultáneamente la idea de imitación: la

Iglesia tiene en la Trinidad el ejemplar, y aquella de participación: es a partir de esta

unidad trinitaria entre las tres hipóstasis divinas, que se prolonga la unificación del

pueblo de Dios. Unificándose este pueblo participa de otra unidad, la unidad

trascendente, de la trinidad, tanto que para Cipriano la unidad de la Iglesia no es

inteligible sin la trinidad.

Las numerosas expresiones conciliares ternarias, es decir, la perspectiva trinitaria

del Padre, del Hijo en el Espíritu Santo, tienen una estructura económica. Quiere decir

que las tres personas son presentadas como teniendo una acción en la salvación del

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hombre juntas pero distintas según su orden. La Trinidad económica y la Trinidad

inmanente, y a la inversa.

El concilio, de acuerdo con la Escritura sobre todo con San Pablo, no muestra la

economía trinitaria en una doble dimensión o dirección: descendente y ascendente. La

Iglesia tiene su origen en el Padre como fuente y principio y es establecida como Pueblo

de Dios por medio de la obra del Verbo encarnado, mediante la acción del Espíritu

Santo. He aquí la unidad interna que une los dos primeros capítulos de la LG. Este

Pueblo tiene un carácter escatológico, esta en camino hacia el Padre por Cristo que es la

única vía de acceso, mediante la acción del Espíritu que lo empuja en su peregrinaje.

El fundamento de la dimensión sacramental de la Iglesia lo encontramos

radicado aquí, en la visión trinitaria de la Iglesia misterio. La comisión doctrinal

encargada de extender la LG ha reconocido que la revelación de la trinidad se hace por

“Eklesiam” Conocemos la trinidad a través de las acciones de cada una de las Personas

divinas en la historia de la salvación en la Iglesia y también la acción de cada Persona

divina en la vida de gracia de cada justificado.

Con esto se expresaba la intención de presentar la Iglesia como el medio,

sacramento o instrumento, a través del cual los hombres pueden conocer y experimentar

la acción salvífica de las tres personas, cada una con su peculiaridad.

En la conclusión del cap. 1 se dice que la Iglesia es una realidad teándrica en

cuanto concretiza el diseño del Padre, la obra redentora del Hijo y la presencia y la

acción constante del E.S. Esta Iglesia puede ser justamente llamada “pleroma” de la

trinidad en la cual se manifiesta en toda su pureza el rostro de Dios a los hombres para

su salvación. Hoy es frecuente la expresión de la Iglesia imagen o Icono de la trinidad

que durante su peregrinar terrestre está llamada a adecuares, siempre en modo mas

perfecto, al Icono de la trinidad, considerado en su plenitud como misterio de

“perijoresis” de circulación o de reciprocidad, de mutua inmanencia de personas

vivientes de las tres personas trinitarias.

Partiendo en la Eclesiología de la Iglesia misterio se puede hacer el puente entre

el origen de la Iglesia y la meta de la Iglesia. Se abre la Eclesiología la índole

escatológica de la Iglesia. La trinidad no es solamente la fuente o el ejemplar, sino

también el punto final hacia el cual la Iglesia está siempre en camino hasta el día en el

cual todo será sometido al Hijo para que lo entregue al Padre a fin que Dios sea todo en

Todos.

La expresión “en Espíritu Santo” es constante en la doctrina trinitaria conciliar,

en las fórmulas ternarias. La LG en el artículo 4, muy rico y denso en neumatología,

reconoce que el Espíritu Santo fue enviado a la Iglesia a fin que los creyentes tuvieran

por Cristo acceso al Padre en un solo Espíritu, esto esta tomado de Pablo a los Efesios 2.

La referencia a la carta a los Efesios 2, por Cristo tenemos acceso al Padre en el

Espíritu, es un signo manifiesta de la intención del concilio de manifestar la visión

trinitaria en una forma dinámica y económica, es decir el Padre como fin definitivo de la

Iglesia, el Hijo como único camino y el Espíritu como el ámbito en el cual es posible

tener acceso al Padre. La comunicación de la vida trinitaria ad extra sigue el mismo

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proceso del desarrollo ad intra. Brota del Padre y se comunica a la Iglesia por Cristo en

el Espíritu, pero a su vuelta regresa al Padre en la Iglesia por Cristo en el Espíritu.

Sobre este fondo trinitario histórico salvífico, se revela en conexión estrecha

entre la Eclesiología y los otros tratados teológicos. Con referencia a esta opción

metodológica de la LG, es decir, de partir de la Iglesia Misterio, se puede justamente

concluir, que la doctrina revelada con respecto a la Iglesia toma forma y unidad

solamente cuando se coloca en el punto central del misterio cristiano. Misterio que

consta de la teología de la trinidad, la creación, la caída, la encarnación del Hijo

redentor, la difusión del mensaje y la reunión del pueblo elegido mediante el Espíritu

Santo fuente de gracia y de vida eterna con medios de salvación (sacramentos). Las

virtudes y la vida según los preceptos de Cristo, la existencia cristiana, y todo esto

gracias a la virtud del pan Eucarístico, primicias de nuestra felicidad eterna en Dios

viven anticipadamente ya en nosotros y sin embargo nuestra marcha continúa todavía a

través de una multitud de peligros internos y externos hacia el cumplimiento final.

La escatología viene resaltada en la doctrina católica donde por mucho tiempo

estaba refugiada en un rincón oscuro. Con respecto a la relación con los otros tratados

teológicos el P. Antón habla de cinco círculos concéntricos: Cristo revelador del Padre y

del Espíritu, el misterio de la Iglesia como continuación de la obra soteriológica de

Cristo, la teología de los sacramentos, la antropología teológica y la escatología.

En conclusión un tratado “de Ecclesia”, debe partir de la Iglesia misterio y esto

se encuentra más en la síntesis que en el análisis.

Excursus: La perspectiva trinitaria en el misterio de la Iglesia.

Textos básicos para el excursus: LG 17; 41,1; GS 1,1; 40,2; LG 28,1; UR 2,1-2.

Unidad entre las tres personas trinitarias y la distinción entre ellas. Unidad entre

la comunión eclesial y la diversidad en la comunión eclesial.

En los decretos conciliares se encuentran fórmulas trinitarias, algunas breves y

otras un poco más desarrolladas, que se pueden parangonar a las fórmulas trinitarias que

se encuentran en el NT.

Cada enunciado trinitario en los varios contextos de los decretos se relaciona la

en forma más o menos explícita la afirmación central: Dios Padre que envía a su Hijo o

el Hijo mandado del Padre.

He escogido estos textos base a los que haré referencia para indicar esta doble

tesis de la unidad en la distinción con respecto al misterio de la trinidad y a la Iglesia

Icono de la trinidad.

La LG cierra los dos primeros capítulos con este enunciado al final del Nº 17:

Así la Iglesia ora y al mismo tiempo trabaja para que la entera plenitud del cosmos se

transforme en pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del E.S. Y en Cristo, cabeza

de todas las cosas, se de todo honor y gloria al creador y Padre del universo. Esta

implícito el esquema de ascenso y descenso.

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En la LG, al inicio de la constitución, tratando de la santidad de la Iglesia y

concretamente de la santidad por el camino de los consejos evangélicos encontramos

otro enunciado trinitario cuando se habla de una única santidad que es cultivada de

cuantos son movidos por el Espíritu de dios y obedientes a la voz del Padre, siguen a

Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz.

La GS se abre con este enunciado: la comunidad cristiana en efecto, esta

compuesta de hombres iguales, reunidos juntos en Cristo, guiados por el Espíritu Santo

en su peregrinar hacia el Padre.

La GS 40 dice: La Iglesia procediendo del amor eterno del Padre, fundada en el

tiempo por el Cristo redentor, reunida en el E.S, tiene una finalidad salvífica y

escatológica.

Tratando del munus sacerdotal el enunciado inicial es programático. Hablando

de los presbíteros dice: ejercitan el oficio de Cristo Pastor y Cabeza, reúnen la familia de

Dios como el conjunto de los hermanos hacia la unidad y por medio de Cristo en el

Espíritu, los conducen al Padre.

En la UR 2, tenemos un párrafo muy denso de teología trinitaria como

perspectiva del misterio de la Iglesia: El amor de Dios por nosotros, que el Unigénito

Hijo de Dios ha sido mandado a fin de que hecho hombre con la redención regenerase al

género humano y lo reuniera en la unidad. Cristo oró al padre por los

creyentes...Instituyó en su iglesia el admirable sacramento de la Eucaristía de la cual la

unidad de la Iglesia es significada y producida (La Iglesia que hace la Eucaristía y la

Eucaristía que hace la Iglesia). El Hijo prometió al Espíritu Paráclito. El Espíritu que

habita en los creyentes llena a todos y rige a la Iglesia, produce aquella maravillosa

comunión de los fieles y los reúne en Cristo de tal manera que el Espíritu es el principio

de la comunión eclesial o de la unidad de la Iglesia.

Se puede decir que estas confesiones de fe trinitaria no apuntan a lo que Dios es

en sí mismo, es decir a la trinidad inmanente, sino a lo que El es para nosotros o a la

trinidad económica. Estos textos y otros que veremos. Pero no hay que olvidar que la

trinidad económica es a la inmanente y viceversa. El Vat. II nos ofrece elementos de

gran espesor teológico y trinitario.

A través de la acción de la trinidad económica en la Iglesia, conocemos el

misterio de la trinidad, es decir la vida trinitaria ad intra.

Quisiera desarrollar ahora una doble tesis: la unidad de la trinidad (La Iglesia

Icono de la trinidad, también en el misterio de la unidad) y la distinción de la trinidad

(que también aparece en el misterio de la Iglesia en los dones y carismas).

Es cierto, debemos reconocerlo, como estimulados por cierta fascinación por la

unidad característica de la teología trinitaria, desde los primeros siglos, se ha dada la

inculturación del dogma cristiano en el mundo Romano helenístico, ha sido más

subrayada la primera parte de aquella que se ha llamado la regla de oro: “todo es uno en

la trinidad, cuando no haya oposición de relación”. Estas tres personas son un solo Dios

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y no tres dioses porque una sola es la sustancia, una sola la esencia, la naturaleza, una la

inmensidad, una la eternidad de los tres y todo es uno cuando no hay oposición de

relación.

El Vat. II ha intentado restablecer el equilibrio entre las dos partes del enunciado

del misterio trinitario: la unidad y la distinción.

Sin embargo, estas fórmulas nos sugieren una unión de la esencia y de la

sustancia más estática, la cual proyectada sobre la Iglesia misterio Icono de la trinidad

llevaría más a una unión y más que a una unión existencial de comunión, de

colaboración, a una uniformidad de la diversidad, que es un problema constante en la

realización de la Iglesia.

Y lo contrario, en la unidad trinitaria, se subraya en el horizonte histórico

salvífico, la diversidad, el dinamismo, lo existencial, la unión de las personas. Por eso

en el Nº23 de la GS se dice: En la Iglesia hay una cierta similitud entre la unión de las

personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y la caridad.

No obstante que el Vat. II adopte en pocos párrafos las expresiones que

privilegiaban siempre en la teología trinitaria la unidad. No se encuentra una de las

personas aislada ni actuando paralelamente al margen de las otras dos. Siempre se

mencionan las personas trinitarias actuando en la realidad de la Iglesia misterio con una

acción coordinada y complementaria, cuyo efecto es la Iglesia una, una comunión con

distintos carismas, ministerios, servicios y por lo mismo es llamada Icono de la trinidad.

Todavía más significativo es que el concilio descubra el origen, fundamento y

modelo de toda unión y comunión, primero hablando de la sociedad (GS 23,3): “El

Señor Jesús cuando ora al Padre para que todos sean una sola cosa como Yo y Tú somos

una sola cosa” nos sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y

la unión de los hijos de Dios en la verdad y la caridad, y aquí más allá de los límites

visibles de la Iglesia.

Hablando de la Iglesia en la UR: este es el sacro misterio de la unidad de la

Iglesia en Cristo y por medio de Cristo, mientras el E.S opera la variedad de los dones,

el supremo modelo y principio de este misterio es la unidad en la trinidad de las

personas de un solo Dios Padre, Hijo en el E.S. Por tanto, esto de llamar a la Iglesia

Icono de la trinidad, lo encontramos sea en la GS que en la UR.

Se comienza reconociendo humildemente la obra de unificar toda la humanidad

en la gran familia de los hijos de Dios y incluso la de reconciliar todos los cristianos en

la unidad de la Iglesia de Cristo una y única, supera las fuerzas humanas y por eso pone

todo su esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia en el amor del Padre por

nosotros y en la fuerza del E.S. Por eso invita a todos los fieles a promover y poner en

práctica la unión de los cristianos, viviendo según el Evangelio parque con cuanta más

estrecha comunión serán unidos con el Padre, el Verbo y el E.S, con tanta más íntima y

fácil acción podrán crecer las mutuas relaciones fraternas (UR 7).

El concilio ilustra con gran riqueza este enunciado teológico tanto el proyecto

del Padre, realizado a través del misterio pascual de Cristo y madurado en el E.S. con

todas sus intervenciones salvíficas, como la misma Iglesia con todas sus instituciones,

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ministerios, medios de santificación (sacramentos, carismas etc.). Los enunciados

conciliares tiene como objetivo hacer que la Iglesia y toda la familia humana participen

en la comunión de amor, diálogo y colaboración de vida que caracteriza las personas

divinas.

A la luz de estos testimonios, se explica este dato, que la unión que emana de la

familia divina (trinidad) no es una unidad así estática, monolítica, sino una unión de las

personas trinitarias en la comunión de amor, diálogo (perijoresis) en reciprocidad de la

acción común de vida trinitaria ad intra, compartida, y en ella hay puesto para la libertad

y la diferencia y la colaboración. Por eso es un paradigma de la unión que debe reinar en

la comunión eclesial.

En el propósito de crear comunión o unión, a cada persona le corresponde una

acción propia. Acción que es espejo de la que cada persona tiene al interior de la

trinidad misma. Al Padre le corresponde el amor fontal (origen, iniciativa), al hijo le

corresponde ser acogida, solidaridad, un filiación compartida, una fraternidad que

supone la Kenosis, y es propio del E.S. la interiorización vivificante, la afinidad y

connaturalidad comunional.

Para terminar esta primera tesis sobre la unidad sorprende cuanto retiradamente

aflora en los documentos conciliares el tema de la familia. El Padre es el origen, la

fuente, la unión sea de la unión trinitaria como de la participación en la Iglesia y en toda

la familia humana. Siempre aparece el Padre en el inicio de toda iniciativa gratuita (LG

2, AG 2).

La segunda tesis: la distinción de las personas.

En primer lugar, sin comprometer esta unidad, los cristianos han confesado

siempre la fe en Dios Padre, en Jesucristo, en el E.S. Declaraciones magisteriales

posteriores han insistido también en la distinción de las personas divinas revelando los

trazos diferenciales de estas personas.

La Teología posterior expresa la distinción trinitaria en las tres relaciones: la

paternidad, la filiación y expiración pasiva. Todas estas precisiones dogmáticas

teológicas son suficientes para asegurar la ortodoxia. Pero esto revelaría poco del rostro

concreto de cada una de las tres personas.

El Vat. II nos ha presentado las personas divinas muy unidas actuando en la

historia de la salvación, actuando en la Iglesia, y en permanente y estricta relación. Así

el concilio ha llenado de contenido concreto las distinciones metafísicas que habíamos

heredado del pasado, con los datos de la identidad de cada persona ofrecidas por el

concilio que describe con creciente precisión los trazos distintivos de cada persona a la

cual comunión se rehacen frecuentemente los textos conciliares.

El Padre. Confesar la Paternidad, no revela todavía el rostro personal de Dios

Padre. Las innumerables referencias del Vat. II a la acción del Padre en la historia de la

salvación y su relación personal con nosotros, no hacen sino hacer más explícita la

experiencia de aquel “Abba”, suscitado del Espíritu en Jesús de Nazaret, en la Iglesia

naciente y en la Iglesia de todos los tiempos. Esta experiencia nos ofrece una riqueza de

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tratos distintivos eminentemente personales del Padre que permiten presentar el rostro

del Amor fontal, con tal propiedad que aparece distinto de las otras dos personas.

Un primer trato para considerar es la fidelidad con la cual el concilio reserva el

término “Teos” para designar al Padre, como lo hace la Escritura, tanto que no corta

nada al Hijo o al Espíritu, sino que ofrece la plataforma desde la cual podemos

interpretar correctamente las confesiones de fe. No se excluye aquí que alguna vez

también al Hijo se le aplique el término Dios, pero en este caso el término ejercita la

función de un cualificativo personal.

Designar una persona trinitaria con el nombre de Dios y no las otras dos o la

trinidad, no es una cuestión meramente terminológica, sino un dato importante para la

teología de la distinción real de las personas divinas.

En esta misma línea es importante mostrar como el concilio muestra al Padre

como origen absoluto y principio sin principio de la iniciativa gratuita, la cual está a la

base del despuntar y del desenvolverse de la historia de la salvación y de la múltiple

expansión en el tiempo hasta la consumación escatológica.

Por eso afirmar, como se afirma en AG 2 el amor fontal de Dios Padre, no es

solamente una expresión feliz, sino que es la expresión que logra presentar la doctrina

presente en los decretos conciliares.

El Padre viene presentado como el primer sujeto agente de todas las acciones

salvíficas, como la fuente de todos lo dones (LG 2; AG 2). Con Dios como sujeto, los

verbos más repetidos son aquellos que indican la benevolencia, la pura gratuidad, de la

acción salvífica del Padre.

Pasamos ahora la Hijo Jesucristo. Siempre se presenta al Padre creándonos,

llamándonos y salvándonos por Cristo en el Espíritu. GS 1: Reunidos con Cristo,

guiados por el E.S. La fórmula “Por Cristo en el Espíritu”, es la más repetida para

indicar la unidad en la distinción. No es extraño que los padres Griegos hayan dicho que

el Hijo y el E.S son como las manos con las cuales el Padre realiza todas sus obras.

De una parte es verdadera la doctrina de la Teología tradicional que las obras

hacia afuera son comunes a las tres personas divinas, ya que la realiza el Padre por el

Hijo en el E.S. Verdad sin embargo que debe ser completada con la afirmación que

todas las obras son del Padre en cuanto provienen del amor fontal, pero de otra parte un

análisis atento de la trinidad económico-salvífica como viene presentada en los decretos

nos permite descubrir en la historia de la salvación y en los dones, lo específico de cada

una de estas.

Aquellas formulaciones conciliares citadas al principio, aseguran la unidad en la

trinidad adorable, pero subrayan la distinción de las personas. Teniendo en cuenta que el

Padre realiza todo por Cristo, y que la vida eclesial es para la gloria del Padre, el Vat. II

no olvida el hecho de la acción del Hijo y le atribuye los más gloriosos títulos, se dice:

ha sido constituido por Dios principio de la salvación para el mundo entero, la

mediación única y universal de la salvación en Cristo, que Cristo envió de parte del

Padre al E.S. A este objetivo Dios envió a su hijo al cual le confirió el dominio de todas

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las cosas para que fuera Maestro, Rey, Sacerdote, Cabeza del nuevo y universal pueblo

de Dios. Estos tres enunciados conciliares son en sí una buena exégesis de la filiación, o

de la relación subsistente constitutiva de la segunda persona de la trinidad.

El Espíritu Santo. La Neumatología del concilio es extraordinariamente rica. Los

trazos característicos del E.S como persona distinta en la trinidad se encuentran en los

números conciliares antes citado y en LG, 4: el E.S es aquel mediante el cual el Padre da

de nuevo la vida a los hombres muertos por el pecado hasta que un día resucitaran en

Cristo sus cuerpos mortales.

La función del Espíritu es vivificar, así viene descrito en el NT toda la

nuematología descrita por Lc. en los Hechos, y así la presenta también la LG 4 y la AG.

Unifica a la Iglesia en la comunión y en el ministerio. El Espíritu es principio de

unidad y comunión en la Iglesia. El E.S. es el Alma del cuerpo eclesial (UR).

El Espíritu dirige con diversos dones jerárquicos u carismáticos y la llena de sus

dones.

Quisiera reflexionar sobre algunos de los nuevos desafíos metodológicos

emergidas después del concilio, los cuales han sido afrontados por la Iglesia universal y

en particular de las Iglesias en los distintos continentes en la recepción de la

Eclesiología conciliar.

En primer lugares necesario hacer una mirada general que se da una fundamental

aceptación de estas tres opciones indicadas. La Eclesiología postconciliar primero ha

aceptado fielmente estas tres opciones introducidas por el Vat. II y en concreto la

primera, aquella del regreso a las fuentes, y lo vemos sea en el magisterio del sucesor de

Pedro como en los varios episcopados nacionales y continentales. Aceptadas también

por los Teólogos en los distintos tratados sobre la Iglesia.

Esta fidelidad se constata en el regreso a las fuentes, el regreso a la Palabra de

Dios viva en la Iglesia y transmitida vitalmente con la ayuda del E.S. incluyendo todos

los órganos y categorías de personas y todas las formas sobre todo el testimonio y la

liturgia.

Según la Eclesiología postconciliar en plena conformidad con la segunda opción

metodológica importante de Vat. II, aquella de partir del misterio de la Iglesia,

superando la concepción sociojurídica de la Teología preconciliar, y presentando a la

Iglesia como objeto y sujeto de fe.

Todas las publicaciones eclesiológicas postconciliares son fieles a esta dirección

histórico salvífica adoptada del Vat. II. Los eclesiólogos delinean una Eclesiología más

abierta a la dimensión histórica de la Iglesia y más plenamente confía en el puesto que la

Iglesia ocupa en la historia de la salvación. La Iglesia aparece como “frutus salutis”, es

decir, la Iglesia que obra la salvación de la creación del Padre por la obra del Hijo en el

Espíritu y al mismo tiempo aparece también como sacramento de salvación a través de

la cual Dios comunica su gracia al hombre.

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Este origen trinitario de la Iglesia es el punto de partido de las tres constituciones

conciliares y de sus decretos de carácter doctrinal.

La opción del Vat. II de cambiar la... de la Eclesiología para hacerla girar en

torno al misterio de la Iglesia ha conservado un valor permanente en el desarrollo de la

Eclesiología dentro del sistema dogmático en la últimos treinta años después del

concilio.

En segundo lugar se siente una insuficiencia de estas tres opciones

metodológicas y esta insuficiencia se ha sentido muy pronto después de la recepción del

concilio. Estos cambios metodológicos de por sí prometedores, se han revelado

insuficientes en la Eclesiología postconciliar. La dinámica de la confrontación en el “de

Ecclesia” socio jurídica abstracta y apologética prevalente antes del concilio, y el nuevo

“De Eclessia” más radicado en la Escritura y en los padres, mas histórico y más de

comunión que ha terminado por imponerse después del concilio, no ha permitido llegar

a la síntesis deseadas. Es muy difícil tanto en el dogma Cristológico como en el dogma

Eclesiológico llegar a esta síntesis.

Es necesario reconocer que en la Eclesiología del Vat. II, admitiendo que es

prematuro, históricamente hablando, dar un juicio al respecto, encontramos cierta

justaposición de las dos tendencias eclesiológicas. Así como se puede deducir de la

confrontación de los dos primeros capítulos del la LG con el cap. 3 sobre el ministerio

episcopal, presbiteral y sobre todo del ministerio petrino y sobre todo incluida la nota

explicativa previa.

Para preguntarse si la relación Iglesia mundo dirigiendo nuestra atención a la

GS, no sea demasiado optimista.

La LG ha delineado una visión de la Iglesia a partir de una reflexión Teológica

sobre su relación con el mundo contemporáneo, los cuales trazos fundamentales fueron

trazados en la GS que a su vez fue promulgada después de la LG.

Este dato es significativo para explicar una cierta incoherencia en la relación

Iglesia mundo sea en la LG que en la GS y sobre todo parangonando las dos

constituciones.

Ha sido criticado por las iglesias del tercer mundo en el primer lustro después del

concilio, el dato que el Vat. II haya reflexionado la situación del la iglesia en el mundo

pero en el mundo desarrollado. Esta crítica no está probada de fundamento. El mundo

con el cual en la G.S dialoga la Iglesia parece identificarse con el mundo desarrollado Y

también de cultura occidental europea mientras la iglesias del tercer mundo podrían

reagruparse bajo la llamado Iglesia del silencio es decir, aquellas que no pudieron hacer

sentir su voz en el concilio.

Es un dato aceptado de todos que la GS muestra límites que normalmente ya

han sido individuados desde la época misma del concilio, una perspectiva demasiado

occidental, y que tiene poco en cuenta al hombre que vive en otros contextos. Además

que es muy optimista y revela una acentuada confianza en el progreso. Otra

insuficiencia de la GS es que sea bastante sociológica y menos Teológica.

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En todo caso es necesario tener en cuenta el carácter del texto que es un texto un

poco equivoco y que ciertamente esta abierto a futuros desarrollos.

La GS no es un documento terminado. Ha sido puesto en las manos de la Iglesia

postconciliar con la tara de perfeccionarlo continuamente. Por tanto, podemos decir que

la GS ha sido donada a las generaciones postconciliares no solo para que sea acogida

sino para que sea interpretada y actualizada. Hoy se debería proceder a integraciones y

clarificaciones y es aquello que han intentado hacer los teólogos.

Los cosas que dice la GS conservan todo su valor y son ricas y profundas. En la

lectura se da cuenta que logra sintetizar una gran cantidad de información y reflexión

que permanece tan actual de ayudarnos todavía a comprender nuestro tiempo.

Este “status questionis” tiene una explicación. No obstante el vivo conocimiento

que la Iglesia del Vat. II tenía de ser una Iglesia. católica en el sentido teológico integral,

la relación que presenta entre Iglesia y mundo corresponde al mundo desarrollado y por

eso esta relación parece ingenua a la iglesias tercer mundo, porque es ciertamente

opuesta a la experiencia cotidiana de grandes masas de cristianos de estos pises.

La reacción de sus portavoces no se ha hecho esperar y su palabra se ha hecho

sentir siempre con mayor insistencia sea en los sínodos de los obispos como en las

varias asambleas generales de los obispos o de los episcopados de enteros continentes.

Estas asambleas han “esbozado” para sus iglesias planes de recepción del Vat. II

y de evangelización que contienen muchos elementos innovadores en el método y en el

contenido. Al mismo tiempo se ha desarrollado al interior de tales iglesias una reflexión

teológico-eclesiológica autóctona que declarando su fidelidad a la Eclesiología del Vat.

II como fuente inspiradora y como constante punto de referencia, se propone delinear un

nuevo modelo de Iglesia y de Eclesiología más conforme a las justas aspiraciones del

pueblo fiel en las respectivas iglesias.

El límite del modelo eclesiológico presentado por el Vat. II y de sus cambios de

método en el hacer Teología, se han evidenciado cada día más. Era necesario abrir

nuevos caminos que colmaran la insuficiencia de la Eclesiología conciliar respecto a los

elementos autóctonos indígenas que son el fruto de la experiencia de fe al interior de las

respectivas comunidades eclesiales y también de la reflexión teológica cumplida en tales

iglesias a partir de su situación completa.

Con esta inversión de método se nutre la esperanza de superar una cierta ligereza

histórica, aquello que ha sido llamado una cierta neutralidad abstracta que la

Eclesiología del Vat. II presentaba a los teólogos, pastores y fieles sobre todo de estas

iglesias del tercer mundo en los distintos continentes.

En este contexto debe emerger un sujeto eclesial, basta pensar en la asamblea de

Medellín, es decir los pobres y los últimos.

Los Teólogos de América Latina con explícita referencia positiva de recepción

fiel de la GS con respecto al método que se encuentra en la GS Nº4 de ver, juzgar y

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actuar, han puesto de relieve aquella verdadera novedad en la irrupción de este nuevo

sujeto constituido por los pobres.

A sus ojos la GS reciente de la cultura eurocéntrica y por tanto la encuentran

burgués y el mundo en la GS viene medido como si este universo fuera homogéneo. La

GS presupone un hombre ya liberado que tiene necesidad sobre todo de una ulterior

promoción y desarrollo.

El primado, según los Teólogos de América Latina va reservado a la liberación.

Teología e Iglesia se deben hacer cargo de este nuevo sujeto emergente de los oprimidos

y explotados. Pero no solo en términos de destinatarios como solo objetos de nuestra

generosidad sino como verdaderos protagonistas y sujetos históricos.

Este es el tema de la opción por los pobres que progresivamente contagio en bien

un poco toda la Iglesia. Así se abre un debate muy vivo sobre un desafío metodológico

con respecto a la Teología y en particular de la Eclesiología.

Este desafío es la exigencia de un nuevo método teológico en el ámbito de la

Teología de liberación en Iberoamérica.

El principio de conocimiento teológico es necesariamente ligado al actuar

histórico, por tanto de la teoría a la praxis. la búsqueda cristiana de la verdad esta bajo la

dialéctica entre teoría y praxis y esta condicionada por esta última.

La reflexión científica de la fe esta en camino de conquistarse un nuevo puesto

dentro del proceso histórico cultural de la Iglesia y de la humanidad. Sale de aquí una

cuestión fundamental, es decir qué significa ser cristiano, el actuar cristiano en una

situación histórica concreta y en esta situación como debe desenvolver la Teología su rol

específico de ofrecer el fundamento teórico así como también ser el punto de referencia

y de guía de la praxis del cristiano y de la Iglesia en el mundo y para el mundo.

Congar ha formulado poco después de haber terminado el concilio el problema

en estos términos: Si la Iglesia entiende verdaderamente afrontar los problemas reales

del mundo de hoy y dar a ellos una respuesta, como ha intentado hacerlo en la GS y en

la Populorum Progressio, así deberá también abrir un nuevo capítulo de epistemología

Teológico-pastoral. En vez de partir solamente de la revelación y de la tradición, como

de costumbre ha hecho la Teología clásica, es necesario hoy partir de los hechos y de las

cuestiones del mundo y de la historia. Esto es mucho más incómodo.

Resumiendo la reflexión metodológica digamos que no nos podemos contentar

con repetir lo ya dicho, los problemas de hoy se imponen y exigen solución a la luz del

evangelio y la ayuda de los datos del pasado. No vale aquí replegarse en los resultados

obtenidos para gozar de la paz de la tradición segura.

Si un teólogo europeo hablaba así después del concilio de la necesidad de un

nuevo capítulo de hermenéutica o epistemología Teológico-pastoral, no es de

maravillarse que un portavoz de los teólogos de la liberación como Clodovis Boff vaya

más allá y busque esbozar una reflexión dogmática de la situación histórica y del actuar

humano. La historia con su estructura debe ser vista como lugar teológico y por

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consecuencia debe ser tratada dogmáticamente, porque en ella se verifica una revelación

de Dios, como lugar teológico en continuo desarrollo, aquello que la Sagrada Escritura

señala como el advenimiento del Reino.

La DV 8 dice que la Palabra de Dios progresa en la acción histórica. Este

progreso puede ser caracterizado como una anticipación escatológica de la historia y de

la humanidad, como la utopía del Reino de Dios.

De este análisis fundamentalmente dogmático derivan imperativos éticos que

señalan al cristiano tareas y criterios de evaluación en la historia y en la sociedad.

Los otros teólogos de la liberación por consecuencia atribuyeron valor absoluto y

casi universal al principio hermenéutico de la Teología formulada en estos términos: la

Teología es una reflexión a partir de la praxis, sobre la praxis y ordenada a la praxis.

Relación entre teoría y praxis en el padre de la Teología de la liberación Gustavo

Gutiérrez: La pregunta es en qué modo la Teología se relaciona a la praxis. La

interrogación reviste un valor decisivo en orden a la comprensión y evaluación de la

contribución de Gutiérrez.

Justamente se ha dicho que la novedad de la Teología de Gutiérrez consiste en el

afrontar la reflexión en modo tal que la mutua implicación entre fe y praxis de liberación

descubierta en la experiencia venga asumida y elevada a un estado crítico que permita

vivir lúcidamente y fielmente.

La tarea que incumbe es el de examinar según cuales principios o reglas esta

mutua implicación se realiza.

Gutiérrez ha individuado en la relación teoría-praxis un tema inédito de

desarrollar del cual ha elaborado algunas coordinadas avanzando con discreción

cualquier perspectiva pero no parece haber afrontado nunca en toda su extensión y

profundidad la cuestión metodológica de él levantada.

En su primer obra Teología de la liberación, en las primeras ediciones, introduce

una distinción destinada a hacer época: La comunidad cristiana profesa una fe que opera

mediante la caridad, que debe ser caridad eficaz, empeño, acción al servicio del hombre;

la Teología es reflexión, comportamiento crítico de esta praxis. Y agrega, viene primero

el empeño de caridad o de servicio, la Teología viene después, es acto segundo.

Gustavo Gutiérrez no habla de un nuevo método sino de un nuevo modo de

hacer Teología. Esta distinción es muy importante. El modo es algo diverso del método.

El modo precede al método. El modo es un estilo, una caracterización global que

envuelve y penetra una actividad sin determinar todavía sus reglas internas de

funcionamiento.

La praxis como punto de partida de la Teología es una indicación importante. Tal

vez, a nuestra manera de ver, que la praxis liberadora constituye el contexto de la

Teología, si entendemos esta noción de contexto en un sentido estricto y fuerte de

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manera que incluya también el punto de partida, es aquella mejor lograr clarificar en

qué consiste el nuevo modo inaugurado por Gutiérrez.

El contexto en este caso no indica simplemente una situación externa a los

protagonistas sino su misma condición vital, existencial, concreta, y el empeño por la

liberación. Así, mientras de una parte afirma que la función de la Teología como

“reflexión crítica de la praxis”, no quiere sustituirse a sus tareas más tradicionales de la

Teología como sabiduría, como ciencia. De otra parte afirma que la nueva vocación

crítica de la Teología le impone redefinir también estos perfiles clásicos en referencia a

la praxis histórica.

En fin, de manera especial deberá convertirse en teoría de una práctica

determinada, una teoría crítica a la luz de la fe animada de un entendimiento practico y

por consecuencia indisolublemente ligada a la praxis histórica.

Una última pregunta en este excursus sobre Gustavo Gutiérrez, más que una

pregunta es que ¿se puede hablar de un segundo Gutiérrez o ha permanecido fiel a las

tesis de su primer libro? Se le ha preguntado a Gutiérrez en los últimos años si ha

habido una evolución entre las posiciones sostenidas por él en su primer libro de

Teología de la liberación respecto a las desarrolladas en otros numerosos escritos

posteriores y concretamente en la edición corregida de 1988 de su libro de Teología de

la liberación. Él ha admitido un inevitable y natural desarrollo entendido sobre todo

como cambio de acentos en las cuestiones tratadas y como perfeccionamiento de las

formulaciones sobre diversos puntos debido a una serie de factores: Asimilación de

nuevas experiencias y nuevas lecturas, a la atención prestada a los documentos del

magisterio sobre todo a las dos instrucciones del la Congregación para la fe sobre la

Teología de la Liberación, también a la necesidad de responder a las múltiples

interpretaciones de sus textos en concreto a la conferencia episcopal peruana.

Sin embargo, él ha confirmado una sustancial fidelidad a las principales

afirmaciones de sus primeras obras. “Debo decir que continuo a identificarme con las

ideas fundamentales simplemente y naturalmente porque más que mías eran y continúan

siendo de la Iglesia latino americana y de sus comunidades eclesiales de base.”

Esta declaración nos introduce al análisis de aquella real diversidad de acentos y

formulaciones que es posible encontrar en su solución teológica o pastoral a partir de

1981, cuando la conferencia episcopal peruana se dirigió a él solicitándole algunas

explicaciones.

Desde este momento encontramos en él nuevas indicaciones y sugestiones con

respecto al modo de concebir y articular el servicio teológico en términos tales de tocar

la figura específica de la Teología de la liberación porque revisto el modo de hacer

Teología el método incide también en el contenido.

En el libro El Dios de la Vida de 1981 dice: “El misterio se revela en la

contemplación y en la solidaridad con los pobres. Es lo que llamamos el hecho primero,

la vida cristiana, solo luego de esta vida puede inspirar un razonamiento que es el acto

segundo.” Sin embargo, encuentro en esta formulación algunos cambios que piden

atención. Hay dos “matices” nuevas: el hecho primero, el momento de la experiencia

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reveladora de Dios viene precisado a través de un par te términos, contemplación

(mística) y solidaridad con los pobres (praxis). Este acto primero no ha sido definido ya

simplemente como praxis (lucha de clases) o como praxis histórica de liberación.

Además de la integración del elemento vertical es de subrayar la sustitución, no total

pero frecuente, de lenguaje de liberación por el solidaridad o su identificación.

Analizando el conjunto podemos hablar de los datos presentes en la reflexión

reciente de Gutiérrez, de una fase del pensamiento en la que la preocupación parece

estar dirigida en direcciones diversas y complementarias pero no contradictorias

respecto a la reflexión originaria precedente. Mientras antes era empeñado en afirmar

que la vida cristiana debe abrirse con urgencia y audacia a una praxis liberadora, ahora

en cambio la atención dominante parece se aquella de tener tal acción histórica

“sólidamente anclada” al camino de conversión evangélica.

No se puede afirmar una negación o una superación de las afirmaciones

precedentes, sino que asistimos a la redefinición de un equilibrio, que se había perdido

con la puntualización exagerada de la transformación histórica.

Terminado este excursus regresamos al esquema.

La Teología hoy se afirma no solamente en estos ambientes de la Teología de la

liberación sino también en un contextos más amplio en otros continentes: Así, África

etc. Donde partir de la realidad actual y dar una respuesta cristiana es de actualidad.

Los teólogos son plenamente conscientes del dato que la presencia del Espíritu

se manifiesta sobre todo en la vida y en la acción de la Iglesia y que ella se ha impuesto

como un servicio a los hombres y al mundo. En la medida en la cual la Iglesia logra

hacer propia la alegría la esperanza, la angustia... de la humanidad se convertirá en el

actuar concreto en el mundo como punto de partida de la Teología. Sea el entero pueblo

de Dios que también en modo particular los pastores tiene la tarea, nos dice la GS Nº 4,

de escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos y explicarlos a la luz del evangelio,

y viceversa, el evangelio se hace completamente presente a la luz de nuestro tiempo y

sus desafíos.

La salvación no es simplemente una realidad escatológica que se pueda alcanzar

solamente en la metahistoria. La historia de la salvación comienza aquí, la vida eterna,

si bien no en su plena consumación, nos ha sido dada a través de la donación

escatológica irrevocable del Hijo de Dios en el aquí y en el ahora de la vida humana.

Esta salvación que viene de Dios y penetra en la humanidad y en el entretejido de los

eventos de la historia se manifiesta en el largo y complejo proceso de la liberación del

hombre. La plena liberación, la liberación integral solo es posible cuando viene tomada

en consideración no solamente la dimensión personal espiritual interna, sino también

aquella sociopolítica, la cual a su vez presupone un justo contexto social y económico.

De aquí que una buena Teología no pueda hacer menos que referirse a la validez

y al significado de la praxis cristiana, porque evangelizar, tarea a la cual la teología se

siente llamada, y es obligada, incluye siempre un mensaje históricamente proclamado en

la praxis cristiana que tiene como orientación última el universal mandamiento del amor

y debe encarnarlo concretamente.

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Si este mensaje quiere ser creíble, debe realizarse en la praxis ya que en la tarea

de legitimar su verdad entra no solamente la clásica prueba científica de la Teología sino

la apertura y sensibilidad capaz de acoger los desafíos del mundo y de la historia.

Sin embargo, al fin de cuentas, también para los teólogos de la Teología de la

liberación y más allá de este contexto, la praxis cristiana puede valer solamente como

instancia mediada de legitimidad de la verdad para la Teología; ciertamente una

instancia importantísima y urgente, porque la Teología se sitúa en el ámbito teorético y

espistemológico posee un estatuto de la verdad interno, propio, que se legitima a través

de la lógica y la coherencia interna, así como a través de su concordancia con el canon

de la revelación.

La praxis cristiana a su vez es inmediatamente legitimada por una fe que posee

componentes noeticos y también elementos éticos. Una tal fe al mismo tiempo es

conocimiento y reconocimiento de Dios en su revelación salvífica así como también un

empeño de testimonio y servicio al mundo.

El aspecto noético comprende la profesión de una determinada fe. La fe no es

solamente “fides qua” sino también “fides que”. Por tanto incluye la profesión de fe y la

participación a los sacramentos y a la los postulados de la vida eclesial.

El aspecto ético se refiere a la realización de los valores cristianos tales como la

realización del gran mandamiento del amor al prójimo y también lo que respecta a la

justicia y el servicio a los hombres.

Estos dos órdenes, noético y ético, en la fe, poseen una ordenación a la

salvación. Mientras el aspecto noético por si solo no bastaría para alcanzar la salvación,

el aspecto ético considerado en sí solo posee un válido valor salvífico en cuando la

salvación en su realidad objetiva en Jesucristo permanece escondida.

La praxis ética incluye la acogida y apropiación de la salvación en su

trascendencia y gratuidad. Es decir que la salvación es un puro don que se recibe y

también un servicio al mundo. Este es el concepto clave para conciliar la antropología

teológica y la Eclesiología y para entender la explicación teológicamente de la relación

entre praxis y su significado último soteriológico. Ciertamente la credibilidad de la

Teología en este sentido tiene una relación de dependencia de la praxis cristiana. Esto es

claro porque ella debe legitimar su verdad a través de la testimonio concreta de la fe. La

verdad teórica requiere la fe vivida, así como esta no puede hacer menos de una verdad

teórica que sea fruto de una sana reflexión Teológica.

Una ulterior profundización del llamado primado de la praxis, recurriendo

también a la posición de varios teólogos. El concepto de fe que precede cada tentativo

de reflexión crítica, se da espontáneamente en cada creyente, acoger la Palabra de Dios

como don. Quiere decir también que se acepta y en cualquier modo se interpreta por la

propia existencia, esta es la tesis formulada también formulada por Rhaner en su libro

escuchar la revelación.

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Así, cada creyente, y cada comunidad de creyentes alcanza una legitimación

racional de su fe que encuentra expresión en la vida en los varios signos y

comportamientos del creyente. Este actuar histórico del pueblo de Dios es el lugar en el

cual encarna sus raíces la reflexión Teológica, y de aquí brota su fuerza.

Esta reflexión de la teología sobre su fundamento eclesiológico tiene su origen,

según varias opiniones, en varios factores. Un primer factor es el redescubrimiento del

amor al prójimo poniéndolo como centro de la vida cristiana. Este redescubrimiento ha

llevado a entender la fe en su sentido más originario, bíblico, como vinculación con

Dios y con el prójimo, radicada esta fe en el comportamiento del cristiano dirigido a

salir de sí mismo en el sentido dialogal de la fe cristiana o el sentido social del la fe.

Para el apóstol Pablo la caridad es la fuente de la perfección de la fe que incluye

un fundamental disponibilidad y una dedicación u un servicio a los otros. Esto significa

en el ámbito comunitario y social el empeño de un obrar cristiano en la historia. El amor

al prójimo que es activo en la praxis cristiana es gratuito y no exige recompensa.

Sin embargo esto no esta ausente de conflictos y de algunas contradicciones

porque debe abrirse camino en un contexto entretejido de contrastes y conflictos. Una

interpretación sin radicalizarla y hablar de una lucha de clases. Una interpretación

exclusivamente personalística de la puesta en práctica de este amor al prójimo

auténticamente cristiano esta expuesto al peligro de una concepción parcial, a una

concepción romántica de la praxis cristiana.

Un segundo factor que ha empujado la Eclesiología hacia el verdadero

fundamento eclesilógico es la así llamada “cambio antropológica”. Vuelta que se ha

verificado en el ámbito de la Teología como en el ámbito de la Iglesia. La palabra de

Dios revelada es para el hombre y para el mundo. La historia bíblica es la expresión

escrita de la autocomprensión progresiva del hombre respecto a su origen y su destino

en Dios.

La encarnación de Dios crea la última unión histórica posible del hombre con

Dios. La centralidad del misterio de la encarnación respeta la distancia óntica entre el

hombre y Dios. El Cristo encarnado es una realidad única. La presencia salvífica de

Dios en el mundo, en el ámbito del ser humano es una fuerza cristiana y por tanto

legítima de mundanización y trascendencia.

El tercer factor es la misma vida eclesial que aparece siempre con mayor claridad

en calidad de lugar teológico. La presencia del Espíritu se manifiesta sobre todo en la

vida y en el actuar de la comunidad cristiana que ha descubierto su tarea de estar al

servicio del mundo.

Esto, sin embargo, presupone que la comunidad eclesial no se cierre al mundo.

La comunidad eclesial hace suyas las esperanzas y los dolores del mundo, y por tanto se

declara solidaria con la sociedad y se identifica con sus interese y sus problemas. El

espíritu del Resucitado ha sido dado el pueblo de Dios y no exclusivamente a los

pastores y teólogos en cuanto tales y mucho menos aislados de la comunidad creyente.

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55

Tarea por tanto de esta comunidad cristiana es buscar orientación en la praxis de

la comunidad cristiana para aprender aquella vía espontánea sobre la cual esta

comunidad encuentre, con la ayuda de la Palabra de Dios, respuesta a sus problemas

más actuales.

A través del Evangelio, los sacramentos y el amor efectivo de sus miembros la

Iglesia proclama y recibe este don divino del Reino de Dios en los eventos más íntimos

de la historia humana, el Reino de Dios en continua desarrollo. Y la comunidad cristiana

proclama una fe que se manifiesta en el testimonio de sus obras, en el actuar de la

comunidad. Se trata de una diakonía responsable a los otros hombres y también al

mundo entero. Solamente luego de esta koinonía viene la reflexión teológica. Para

decirlo con las mismas palabras de Gutiérrez, la pastoral de la Iglesia deriva a guisa de

conclusión de premisas teológicas, la Teología no se impone una pastoral sino que

reflexiona sobre ella. Tarea de la Teología es escrutar en la comunidad la presencia del

Espíritu que inspira y guía el actuar de la comunidad cristiana.

La comunidad cristiana es por tanto manifestación hermenéutica y mediación de

un diseño universal de salvación que encuentra su culminación y cumplimiento en el

Señor resucitado. Por eso han podido hablar la Iglesia hacia atrás, hacia Abraham, babel,

y de una Iglesia hacia el futuro, hacia la consumación, Iglesia triunfante.

A la comunidad eclesial, hago referencia a Clodovis Boff, de los creyentes

justamente se aplica la categoría de la sacramentalidad y se distingue del don divino de

salvación. El Reino de Dios que pertenece al orden óntico. La Iglesia es una forma

interpretativa privilegiada como lugar teológico del diseño de salvación en y para el

mundo. Ella es el pueblo profético, la voz crítica del mundo y el principio hermenéutico

de la historia.

La comunidad eclesial no tiene necesidad de “pategiare” con ninguna de las

ideologías más innovadoras. La verdad de la revelación en el sentido genuino de

liberación es la verdad de Dios que obra la salvación, es una riqueza que no necesita

cambiar alguna cosa más allá. Si aquí y allá lo hace sería una prueba que no ha

descubierto del todo aquello que es su tarea histórica y núcleo de su fe.

Por tanto es absolutamente necesario que en el ámbito de la Teología la

ortodoxia y la ortopraxis encuentren su unidad originaria y creativa y así el pueblo de

Dios reflexione y recupere la conciencia de su verdadero puesto en la perspectiva de la

historia de la salvación. De aquí que la falta de la justa relación entre teoría y praxis sea

la crítica más grave que ameritan estas nuevas exigencias metodológicas propuestas de

algunos teólogos de la liberación.

3. Crítica del significado dado en los ambientes de la T.L.

1) Para J.B. Metz el problema hermenéutico fundamentalmente de la teología

post-conciliar, no es propiamente aquel de la relación entre teología sistemática e

histórica, entre dogma e historia, sino entre teoría y praxis, entre el concepto el concepto

de fe y praxis histórica.

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56

2) De una parte los T.L. afirman el primado de la praxis; la más radical es

aquella de H. Asmann el cual define la teología como una praxeología o como un teoría

general del actuar eficaz. Gustavo Gutiérrez es una voz moderada pero él atribuye,

todavía, un primado al amor cristiano al prójimo. Clodovis Boff ve en la praxis el punto

de partida de la teoría, porque esa enciende el mecanismo lógico del proceso de

conocimiento teológico. Son los tres teólogos de la liberación que más han desarrollado

el tema del método teológico.

3) De la otra parte para la orilla opuesta para Bossle la hermenéutica antes

mencionada lleva inevitablemente a un “oscurantismo praxeológico”; el tentativo de dar

la precedencia al empeño, a la acción, en lo referente a la reflexión, al conocimiento,

son para este teólogo una fuga hacia el accionismo o también la absorción de la teología

en la acción y también la renuncia de la teología a sí misma y el abandono de valores

teológicos irrenunciables y la opción por la filosofía de un purismo de acción.

4) La crítica de Bossle es extremista y con más objetividad corrige Ratzinger el

primado de la praxis a través del primado del logos, recordando a Romano Guardini. La

teología es una ciencia especulativa que trasciende al hombre y a la historia y por tanto

la praxis, para hacer posible el encuentro con el ser de Dios.

La teología tata de Dios y de su realidad ontológica, solo pude asegurarse el

primado de la verdad que es en si misma y es necesaria que sea alcanza en su ser, antes

que venga medida con el parámetro de su utilidad por el actuar humano. De ahí que el

teólogo defina la teología como una ciencia del espíritu.

Respondiendo a las críticas de W. Kasper, Ratzinger afirma que es necesario

hacer le tentativo de, por ejemplo, penetrar en el misterio de Dios como tal y se

pregunta, retóricamente y quizá con un poco de ironía, como sea esto posible con una

orientación crítico, concreto, de la acción; o como penetrar en la cuestión con Jesucristo

o la relación entre creación y progreso.

No es lícito reducir, devaluar, el caudal de la teología a una mera función de guía

de la praxis, sino que su tarea consiste en descubrir y trasmitir, al hombre el verdadero

sentido de la vida; vale decir, enseñarle a creer, esperar y amar. Tarea de la teología es

trasmitir la verdad de Dios que existe en sí, independientemente del actuar del hombre.

Esta verdad ciertamente es posible conocerla sin necesidad de un proceso operativo,

histórico, o sea del actuar del hombre en el sentido de una praxis transformadora del

hombre y de la sociedad. De aquí que la teología no sea una reflexión, prioritariamente a

partir de la praxis, sino un acceso a la verdad de Dios a través de la reflexión, que

incluye en sí la salvación integral del hombre.

5) Este aspecto es profundizado por Kasper el cual ha subrayado el dato que el

punto de partida de la teología consiste en un análisis concreta de la praxis humana y

socio/analítica, porque en ella está fundamentalmente contenida y articulada la cuestión

de la salvación del hombre.

Ciertamente la praxis humana no es capaz de guiar al hombre y a su mundo a la

consumación definitiva; así que precisamente en esta situación de deber ir adelante,

entre naturalmente la llamada gratuita de Dios en la gracia. La praxis humana es un

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principio pero requiere la gracia y ésta a su vez requiere la praxis. La teología está

ordenada a su situación histórica, es decir, parte de una praxis histórica, concreta y

termina por retornar a ella; la teología está incluida en la dialéctica de praxis histórica

del hombre; pero todavía profundiza ese principio diciendo que no por eso el hombre es

capaz por si mismo de alcanzar la salvación que es siempre un don totalmente gratuito

de Dios.

La salvación sólo puede alcanzarse en la fe y la verdad de Dios viene al

encuentro del hombre y es un don gratuito y no existe aquí automatismo posible entre

praxis y salvación. Sin embargo, fe y gracia están orientadas a la acción, porque el

imperativo ético es inseparable del indicativo de la gracia recibida. Las dos realidades,

por lo tanto, están indisolublemente unidas.

6) En conclusión: las posiciones que en esta controversia sobre la relación entre

teoría y praxis , respectivamente entre teología y praxis, que brotan de la fe, pueden

aparecen, en una primera mirada opuestos entre sí. Pero, al fin de cuentas, se pueden

conciliar entre ellas o por lo menos acortarse las distancias entre teoría y praxis, si se

parte del dato que pertenecen a dos ordenes categoriales diversos y por lo tanto no se

pueden llenar la una a la otra.

La teoría tiene necesidad de la razón pura para elaborar su objeto teórico y la

praxis a su vez incluye una relación necesario con la razón práctica que le trasmite el

objeto dentro del contexto del actuar. Teoría y praxis poseen, por tanto, su propia

metodología así que el pasaje de una a la otra no es posible ni analíticamente, ni

teóricamente, no es un pasaje automático. El paso de la teoría a la praxis no se verifica

en virtud de principios que sean inherentes en la una o en la otra, los cuales permitiría o

exigirían un pasar de la una a la otra. El paso está radicado en la libre decisión del

espíritu humano que posee una capacidad creativa para pasar de un orden al otro sin que

deba renunciar a la una o a la otra. A este respecto se puede hablar, con Clodovis Boff,

de una ruptura o divorcio entre teoría y praxis, pero en un sentido completamente

diverso del propuesto por el padre servita Boff.

7) Rahner distingue entre el ámbito teórico y el práctico del acto y del proceso de

fe, en cuanto que él define la teología como “ciencia de la fe”, es decir la acción de

ilustrar, a través de la reflexión hecha, según su propio método y de desarrollar la

revelación de Dios, acogida y aceptada por la fe.

Del hecho que la teología sea descrita como una reflexión teórica/crítica de la fe

cristiana, esa recibe como objeto propio en su ámbito teórico/científico la fe. La fe como

acto libre y totalizante del hombre posee un doble elemento, esto es uno noético y el

otro práctico. Y porque la fe debe ser conocida en su contenido y al mismo tiempo debe

ponerse en práctica, concluye Rahner, no viene suprimida la autonomía propia de cada

una de las dimensiones ya que la teología sola, en cuanto tal, no alcanza la fe, ni

tampoco la disuelve en un sistema solamente racionalístico que goce de evidencia; la fe

ciertamente posee en sí, en cuanto escucha e intelección de la fe, un momento de

reflexión crítica, sobre todo cuando esa fe llega a ser doxología o es proclamada, sin que

por esto incluya necesariamente una reflexión sistemática hecha según su propio

método.

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8) No es el objetivo aquí querer profundizar posteriormente el cambio de método

introducido por los teólogos de la liberación en su pensamiento ecclesiológico, que es

comúnmente denominada con los siguientes binomios: conocer/actuar; saber/obrar;

fe/obras; contemplación/acción; doxología/praxis. Son términos que salen al mismo

lenguaje bíblico para explicar la fe en las categorías semíticas caracterizadas por su

dinamismo y su tendencia a abarcar la globalidad del hombre.

4. Nuevo cambio metodológico (corrección de rueda) verificado en la IV

Conferencia General del Episcopado Iberoamericano en Santo Domingo.

(Cf. Antón. Gregorianum (1992)).

1) Ante todo hay un dato fundamental que resaltar que esta Asamblea (no es una

conferencia continental, además no existe esa figura jurídica; es una Asamblea de todo

del Episcopado de L.A) está situada substancialmente en la línea de continuidad con las

dos anteriores de Medellín y Puebla y ya anterior al concilio la de Río de Janeiro.

Medellín señalo el mundo de los pobres, el grito de angustia por el sufrimiento

de los pueblos iberoamericanos; Puebla permitió profundizar esa intuición y de hacerla

concreta en las estructuras eclesiales en el método pastoral con la opción preferencial

por los pobres.

Luego ha seguido un período de fuertes debates y contrastes con resultados

positivos y también con algunos desorientaciones y desviaciones. Para el momento de

Puebla existía mucha polémica llegando algunos a sostener abiertamente las

experiencias de liberación Cubana, China, Vietnamita y el avance del socialismo

totalitario como Angola y Nicaragua. En algunos ambientes de la teología de la

Liberación la opción preferencial por los pobres corría el riesgo de ser ideologizada y

politizada.

2) En Santo Domingo se ha visto claramente que un periodo histórico ha llegado

del todo a su ocaso. Para entender la Asamblea de Santo Domingo es necesario tener en

cuenta el hecho que el comunismo fracasó, la caída del mundo de Berlín y de régimen

sandinista de Nicaragua y también el ocaso de un socialismo totalitario en todo el

mundo, con la excepción de Cuba. Este fracaso hizo cambiar muchas posiciones, sobre

todo en A.L.; el panorama político de este continente era muy distinto en Santo

Domingo que en Medellín y Puebla; el mito de la guerrilla de liberación se consideraban

derrotadas.

En la Iglesia la atmósfera se había clarificado bastante; naturalmente los

problemas quedaban sobre todo en el momento de la preparación de la conferencia.

Santo Domingo es un primera respuesta a nivel universal a la caída del comunismo y en

la conferencia se parte de Jesucristo como único salvador del mundo y de los pueblos;

ahí está el viraje metodológico de la IV Conferencia del CELAM.

En Puebla se discutía: ¿cómo cambiar las estructuras políticas y sociales? En

Santo domingo se discutió, sobre todo, en la forma de cambiar y educar al hombre

(desde la metanoia de la fe y de la adhesión a Jesucristo).

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3) Un tercer dato es la clarificación de la relación de continuidad de Santo

Domingo, con Medellín y Puebla. El punto más discutido fue el cambio de método y por

tanto explicar la continuidad pero al mismo tiempo profundizar la gran novedad de la IV

Conferencia del CELAM. En cuanto a la continuidad se puede decir que la IV se coloca

en perfecta continuidad con las dos anteriores, sin ninguna renuncia o marcha atrás, mas

bien confirmando y avanzando por las líneas ya trazadas por las otras conferencias. El

mensaje dirigido a los puebles de A.L. dice: “Nuestra asamblea está estrechamente

ligada y en continuidad con las precedentes del mismo tipo y retomamos las opciones

que señalaron aquellos encuentros y se encarnaron en las conclusiones más

substanciales”.

La novedad de Santo Domingo se encuentra sobre todo en el método que

conduce a una novedad de contenido. En primer lugar en SD la óptica ha sido diversa: la

Nueva Evangelización fue la primera preocupación del trabajo: “la directiva de fondo

del discurso innagural del sucesor de Pedro ha sido esta: retornar a Jesucristo que es la

verdadera novedad y la única esperanza de nuestros pueblos”. La nueva evangelización

es la idea central de toda la temática de esta conferencia que después ha puesto en

estrecha relación el anuncio de Cristo con la promoción humana y la formación de una

cultura cristiana.

Tanto en la Conferencia como en el discurso papal, se ve un diseño único: esto

es, en un momento en el cual después de 500 años del descubrimiento y de la

evangelización fundante, L.A. inicia una nueva página de historia, la Iglesia retorna a

Cristo y afirma su misión que es anunciar la salvación en Jesucristo. No una salvación

desencarnada sino una salvación que responsa a las necesidades del hombre en el

continente.

El punto de partida nuevo es este: los tres temas de la IV conferencia, nueva

evangelización, promoción humana y cultura cristiana, son vistos a partir de la

proclamación de fe en Cristo, es decir a la luz del evangelio. Los Obispos y los otros

miembros de la IV Conferencia, envían su mensaje a los pueblos de L.A., con un acto

público de profesión de fe en Jesucristo “ayer, hoy y siempre”; se trata, por tanto, de una

profesión de en Jesucristo evangelio del Padre; una cristología de carácter bíblico,

simple, encarnada en los problemas del hombre de aquel continente. En un segundo

paso hay una confesión de fe en Jesucristo evangelizador viviente de su Iglesia.

En esta elección del punto de partida, el enfoque de fondo que ha encontrado

alguna dificultad para ser aceptada. Esto, porque el documento final cambió el esquema

de trabajo preparado dentro de las varias iglesias locales y con gran participación de los

fieles, sobre todo en la comunidades eclesiales de base. Este punto es uno de los de

mayor contraste dentro y fuera de la asamblea.

Dos puntos son, para Antón, los que más hicieron sufrir a un numero grande los

participantes en la asamblea: primero, que se abandonó el método tradicional de los

encuentros eclesiales en A.L., que llegó a ser clásico después del Concilio, “ver, juzgar,

actuar”; se partía del examen de la situación, se juzgaba y luego se hacían propuestas

concretas para la acción. El instrumento de trabajo partía des esta tríada del método

tradicional: primero se dio una mirada pastoral a la realidad latinoamericana; después se

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daba una iluminación teológico/pastoral; el tercer paso, las propuestas pastorales

concretas.

Se pensó de inmediato que el abandono de este método, tenía contenidos

ideológicos y se quería dar marcha atrás buscando un texto espiritualista, aboliendo la

opción preferencial por los pobres.

Pero ¿porqué se quiso cambiar el método?. Porque derrumbamiento de los

sistemas socialistas totalitarios y de la ideología marxista ha tenido un gran impacto en

A.L., para aquellos que esperaban la liberación por medio de la lucha de clases o por

medio de la revolución, y, también para aquellos que pensaban que la Iglesia adoptara el

capitalismo sin ninguna crítica.

Ninguna de las dos alternativas es válida verdaderamente; la Iglesia dio su

respuesta afirmando la salvación de Cristo y el primado de Cristo, también en el juzgar

u cambiar las realidades sociales. Se da un verdadero paso adelante retornando a Cristo

y al evangelio. De allí que el enfoque del documento final sea Cristológica y no

sociológica. Algunos se lamentan del abandono de la metodología del “ver, juzgar,

actuar”.

Para profundizar el caudal eclesiológico de este cambio del punto de partida y

consiguientemente del método teológico y del método pastoral, según el documento

final, nos acercaremos a aquellos que piensan y se esfuerzan en analizar el método

anterior, clásico, tratando de ver cómo se puede conciliar con el método adoptado en

Santo Domingo.

Surge la pregunta ¿porqué el cambio?. El rector mayor de los salesianos

VIGANÓ dice que el ver y el juzgar, en ciertos ambientes es muy ambiguo, sobre todo

en su aplicación ideologizando el mismo. ¿Con cuáles ojos se ve la situación? Algunos

solo lo ven con la óptica del “análisis científico de la sociedad” esto significa en algunos

la aplicación del análisis marxista que divide la sociedad en ricos y pobres, en opresores

y oprimidos, la pobreza de unos es por la riqueza de unos pocos; esto daba un claro

enfoque ideológico.

En Santo Domingo se parte de la profesión de fe en Cristo y todo es juzgado a

partir del evangelio y en una visión pastoral. Para Viganó esto es una paso adelante

hecho con mucho coraje, que ha puesto a los participantes en la asamblea de acuerdo

entre ellos, si bien la sensibilidad y la experiencias eran distintas. Para Viganó el texto

de Santo Domingo, a medida que pase el tiempo se volverá más profético, pues la

verdadera profecía es Jesucristo y él es la verdadera salvación.

Se ha hecho también la crítica, en segundo lugar, del hecho que el Documento

final no hizo uso de la expresión “Teología de la Liberación”; Viganó dice que la

liberación viene de Cristo y esto comprende todos los valores positivos de la T.L.,

mientras que la expresión en sí misma , con los equívocos que ha conllevado, está

siendo superada, pero permanecen sus valores sea para la teología como para pastoral.

Pero la expresión T.L. tampoco se encuentra en el documento de Puebla y en Santo

Domingo no encontró consenso.

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El balance final, precisamente por este viraje de método y de contenido es muy

positivo. El Cardenal Arns, afirmó en una conferencia de prensa al finalizar Santo

Domingo, que existen todavía inmensas diferencias en Latinoamericana pero existe en

el episcopado una atmósfera serena que favoreció la comunicación y el intercambio;

para él el documento final será positivo porque es fruto de la experiencia y de la

integración pastoral a nivel continental y será un paso adelante para la Iglesia

Iberoamericana; puede darse que el documento final no presente grandes novedades

pero es fruto de la experiencia de los obispos y es un texto pastoral concreto para la vida

de las iglesias particulares.

“Reflexiones” de Antón sobre la conciliación del método “ver, juzgar, actuar”,

primado de la praxis, y los retos metodológicos de Santo Domingo, partiendo de la

profesión de fe en Cristo.

En primer lugar la presencia de una doxología, o una confesión de fe, como

punto de partida e invitación a realizarla en la vida cristiana, tanto en público como en

privado, es muy importante sobre todo hoy cuando, por todos los medios, se intenta

confinar la fe a la esfera de lo privado.

El Concilio Vat. II propone, no en forma exclusiva, un método que está

contenido en G.S. 4 “Para cumplir su misión es un deber de la Iglesia escrutar

atentamente los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del evangelio de forma

que adaptándose a todas las generaciones pueda la Iglesia responder a las perennes

preguntas sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua

relación entre ellas”.

Es necesario conocer y comprender el mundo en el cual vivimos, sus esperanzas

y sus aspiraciones, y la índole dramática que caracteriza sus problemas actuales. Dado

que la G.S. propone este método, interpretó la realidad a la luz del evangelio y responde

a las preguntas de la humanidad; este método encontró aceptación en los documentos

del episcopado de A.L. igual que en Asia y Africa. Este método encontró aceptación en

los documentos de Medellín y Puebla; esto es, primero una mirada y análisis de la

realidad; segundo, iluminación teológica y tercer propuesta pastorales.

Uno de los puntos más debatidos tanto en la Asamblea como en los comentarios

al documento es lo del “método teológico pastoral”; unos preferían partir de una

definición doctrinal o profesión de fe y de allí afrontar los retos o prioridades pastorales;

los otros postulaban la exigencia ineludible de partir de la realidad y seguir los tres

clásicos momentos de hacer teológica, ver, juzgar, actuar.

Para Antón, ambos métodos considerados en sí mismos, no son opuestos entre

ellos y que las diferencias provienen del modo como son adoptados; los dos métodos, en

fin de cuentas, son equivalentes si tenemos en cuenta de la observación que el “ver,

juzgar, actuar” no es un método lineal sino circular y consiguientemente de la acción es

necesario volver a observar para poder emitir nuevamente un juicio que lleve a una

acción más adecuada a la realidad, es necesario concluir que propiamente hablando no

existe un punto exclusivo de partida; existen momentos, pasos, que se condicionan

respectivamente y tienen necesidad de corrección en un proceso dialéctico. Es lo que

otros llaman círculo hermenéutico, en vez de un método lineal.

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Además es necesario hacer notar que los tres pasos, ver/juzgar/actuar, se

implican en tal medida que no es posible separarlos en estado puro; nuestro ver una

situación no tiene un carácter neutro sino que está condicionado por la mente y el actuar:

“cada cosa es a la medida en que se mire”. En cierta manera adoptamos

inconscientemente un punto de vista, una precomprensión, ante la realidad.

Para algunos el ver es propio de la ciencias sociales, el juzgar compete a la

reflexión pastoral; para Antón esto no es del todo cierto.

Todo ver para que alcance la realidad es realizado siempre, consciente o

inconscientemente, es realizado bajo el influjo de una cierta doctrina hecha en orden a

las motivaciones y de las orientaciones.

De otra parte, partir de la doctrina puede hacerse de otra modo: sin apertura a la

realidad, método totalmente deductivo, o con una apertura a la misma. En el primero de

los casos existe una diferencia esencial de método en lo que se refiere al esquema de

ver/juzgar/actuar; en el segundo caso se debe dar un mutuo entrecruzarse y

enriquecimiento entre la doctrina y los retos de las situaciones concretas. En esta

circunstancia se puede hablar de una equivalencia fundamental de los dos puntos de

partida. Pero si la doctrina permanece cerrada, en esta hipótesis, existe el peligro para

una evangelización encarnada; este punto es remoto en el documento de Santo

Domingo.

Es muy importante distinguir entre el método de una evangelización por

hipótesis desencarnada, como por ejemplo de la primera evangelización de la Iglesia

primitiva; de hecho las narraciones del libro de los Hechos hacen ver la sensibilidad y la

flexibilidad de los cristianos frente a la cultura griega; más particularmente fue Pablo

quien sintió y siguió con fuerza la vocación universal de la Iglesia y también la

necesidad de inculturar el evangelio según las necesidades de los pueblos. La pura

universalidad puede ser entendida como imposición de un mismo esquema de dogma

moral o de culto para todos los pueblos, sin tener en cuenta las diferencias culturales.

Así tendían a hacerlo los judaizantes de la Iglesia primitiva contra quienes Pablo y los

otros apóstoles tuvieron que discutir y oponerse con coraje.

E. P. Luis del Valle reconoce que la Asamblea de Santo Domingo asumió una

estructura fundamental de los tres mismos elementos pero en otro orden; primer hizo la

iluminación doctrinal, luego los retos de la realidad, y luego las prioridades pastorales.

Aflora la pregunta del porqué este cambio y él da una doble respuesta: a) el

desarrollo de la Asamblea; b) la redacción del documento y el contexto eclesial más

amplio.

En cuanto al desarrollo de la Asamblea, a cargo del CELAM, hay que partir de

una preparación que duro casi 5 años y que culminó en la redacción del documento de

trabajo para discutirlo en la Asamblea. Pero la directiva de la Asamblea, en la cual se

encontraban personas de la Curia Romana, afirmó que el trabajo de la asamblea no se

debía centrar solamente en el documento de trabajo; la cuestión surge por la temática

tratada por el Papa en la convocación y se quiso seguir su iluminación doctrinal.

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También dice Del Valle, que el cambio también se dio a causa de cierta

desconfianza de algunos pastores y teólogos hacia las C.E.B. ya que ellas adoptan a

menudo en sus reuniones ver/juzgar/actuar; la desconfianza sería justificada si estas

fueran contestatarias, pero la gran mayoría en A.L. no tienen esa índole; Puebla les dio

su apoyo y muchos pastores las apoyan, las ven con buenos ojos, las promueven y

algunos quizá sólo las toleran.

En cuanto a la redacción del documento se sitúa, en la eclesiología teórica y

práctica, en el método teológico se trataría de la posibilidad de integrar los tres

momentos o de recorrer al análisis de la realidad al hacer teología; según Del Valle, tres

pueden ser las actitudes de frente a una realidad y al su análisis en el hacer teología. La

primera actitud, partir de la iluminación doctrinal y pasar inmediatamente a sacar

conclusiones para la acción pastoral. La segunda actitud, partir de la iluminación

doctrinal después de cribar y analizar cuales son los retos que la realidad presenta y de

ahí tentar de individuar pistas o líneas pastorales. El tercero, partir del análisis de la

realidad y después clarificar el análisis con los elementos doctrinales y finalmente

extraer las propuestas pastorales; vemos que la primera es netamente deductiva, la

tercera es inductiva, y la segunda mixta. (Fin del excursus).

La inculturación del evangelio es un reto que se debe tratar en eclesiología. Por

inculturación se entiende en una noción descriptiva, muy difundida, se encuentra en una

carta del P. Arrupe S.J., “es la inserción de la vida y del mensaje cristiano en una

concreta área cultural, en modo tal, que esta vida y este mensaje no solo alcancen a

explicarse en los elementos propios de la cultura en cuestión, sino tengan también una

función inspiradora normativa y unificante que transforma y recrea esa cultura, dando

origen a una nueva creación”.

El discurso sobre la inculturación está sobre todo coligado con el discurso sobre

la cultura del cual está, esencialmente, condicionado. El término cultura es tomado aquí

en su acepción completa como lo hace G.S. 53, pfgo. 2, “es el modo con el cual los

hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre ellos y con Dios” para alcanzar una

vida más humana.

La inculturación es propuesta de forma teórica y sobre todo práctico que se

desprende de algunos modelos de relación entre cristianismo y cultura, salvación y

cultura, Iglesia y cultura, de los dos modelos más difundidos en el pasado cuando se

hablaba de asimilación o de adaptación.

La asimilación es de hecho un proyecto de evangelización misionera inspirada en

la voluntad de transportar, tal cual, una fe inculturada en un contexto sociocultural a otro

distinto; la asimilación comportaba la alienación del creyente de su propia cultura.

La adaptación es un proyecto de evangelización que en la trasmisión de la

doctrina cristiana instrumentaliza la cultura aborigen, indígena; es un proyecto privado

de la conciencia y de la voluntad real para entrar a reconocer determinado horizonte

cultural, tarea ciertamente difícil.

La inculturación es un método de evangelización misionero, de la nueva

evangelización, se esfuerza por evitar los límites de la mera asimilación o de la pura

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adaptación; se mueve hacia el corazón de la cultura en determinados pueblos y es

encarnación del mensaje cristiano, llamándose “Belén cultural de cada pueblo”; tal

encarnación en una joven iglesia comporta tres momentos: el anuncio, a ser posible

desculturado, del kerigma por parte de los misioneros; segundo, experiencia original de

la vida cristiana por parte de la comunidad en un determinado contexto socio/cultural;

tercero, reflexión teológica e incorporación cultural según las categorías de la cultura de

la joven iglesia.

(Para el examen de los cinco o seis temas, cada uno podrá elegir tres temas y

Antón preguntará cuales son los temas escogidos; cada uno debe leer algún artículo o

libro sobre el tema y decir qué ha leído).

INSTANCIAS Y LIMITES DE UNA ECLESIOLOGIA ECUMENICA

La actualidad de este tema es evidente: en primer lugar se han cumplido 30 años

de la Unitatis Redintegratio que marcó un cambio, en la Iglesia, para la Eclesiología

católica en el diálogo ecuménico; en segundo lugar se da como dato cierto que, en las

próximas semanas, antes de la visita del Patriarca de Contantinopla a Roma al sucesor

de Pedro, la publicación de una encíclica sobre el Ecumenismo. En tercer lugar, la

exhortación “Tertio Millenio Adveniente” afirma que la reunificación de los cristianos

es para la Iglesia Católica tiene una prioridad en la oración durante el lustro que falta

para dicha celebración. Cuarto, sabemos que la superación de las divergencias entre la

Iglesia Católica y las Iglesias surgidas de la reforma protestante, está también al centro

de algunos discursos y reflexiones de la visita del Papa a la diócesis de Trento los días

29/30 de Abril de 1995.

Introducción.

a) El objeto de la reflexión será aquel de las instancias y límites de bosquejar

una Eclesiología ecuménica, como postulado de las opciones metodológicas y de

contenido tomadas por el Vat. II en su doctrina sobre la Iglesia y también como fruto de

los resultados ya obtenidos en el diálogo ecuménico postconciliar.

Hablar de eclesiología ecuménica va más allá de un mero esfuerzo eclesiológico

en una clave ecuménica; la reflexión, por tanto, asumirá las exigencias de método y

contenido en los decretos conciliares, teniendo en cuenta los resultados del diálogo

ecuménico en la medida en que ellos concurren para configurar una eclesiología

ecuménica.

b) Se trata de un tema que no está excento de ciertos riesgos, porque aparecen

ciertos empeños y los problemas se llaman con frecuencia el uno al otro porque las

instancias para proyectas una teología ecuménica brotan de elementos solamente

implícitos en los decretos conciliares que el eclesiólogo debe interpretar con fidelidad a

la letra y al espíritu de los mismos decretos; por tanto, el sentido de riesgo acompaña el

trabajo del eclesiólogo católico. El ecumenismo exige fidelidad a la auténtica doctrina

eeclesiológica del Vat. II., cuyas riquezas todavía no se han explotado.

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c) Hablamos de ecumenismo en sentido intereclesial para determinar

cuidadosamente la trascendencia del tema; ecumenismo entendido en sentido estricto,

esto es, en el campo ecuménico intereclesial; no se va al ámbito intraeclesial y menos

del interreligioso.

Se trata de buscar las posibilidad de bosquejar una eclesiología sobre la cual

exista un consenso fundamental entre las varias Iglesias cristianas las cuales hacen

referencia a Cristo, a la Iglesia de Cristo y al Evangelio de Cristo.

d) Es necesario separar de enfoques ya superados en el ecumenismo. En el Vat.

II se superaron las concepciones anteriores que eran polémicas como misión, unionismo,

irenismo o retorno a la casa paterna, proselitismo, ya han sido superadas. También se ha

superado el solo contentarse con buscar solamente los puntos comunes o intuiciones

radicales en el camino de la cercanía de las Iglesias cristianas.

Se trata más bien de evaluar los elementos explícitos e implícitos de la teología

conciliar sobre la Iglesia y ahí fundar una eclesiología ecuménica aceptable, en sus

líneas fundamentales, por todas las Iglesias cristianas; si bien este consenso ecuménico

en lo que se refiere a ciertas cuestiones eclesiológicas no es todavía total.

En realidad una tal eclesiológica se puede recabar de múltiples documentos que

han sido publicados, después del Concilio, como fruto del diálogo intereclesial; en él, el

consenso entre las respectivas Iglesias cristianas se ha hecho más explícito cada vez y se

ha constantemente enriquecido de nuevos elementos eclesiológicos en búsqueda de un

pleno acuerdo que permanece todavía como meta por alcanzar.

A nivel de una eclesiología ecuménica es necesario interesarse de aquello que es

común a las Iglesias de aquello que es propio de cada Iglesia particular y de las

cuestiones de fe que son todavía motivo de desacuerdo y desunión entre las Iglesias. Por

tanto las instancias y los límites de una eclesiología ecuménica en la medida en que los

decretos conciliares y los documentos sucesivos, permiten trazar una eclesiología la

cual, como se ha escrito el salesiano Valentini, no se concentra en los litigios ni ha

sobrevalorar la auténtica riqueza propia de una determinada Iglesia; más bien coordina

lo uno y lo otro, con lo que es común a las varias Iglesias; por lo demás la síntesis del

ecumenismo puede diferir y de hecho lo hace en las varias Iglesias cristianas de acuerdo

a la criteriología usada para reunir las piedras vivas dispersas en el templo de la única

Iglesia del Señor.

e) Existe la necesidad de reestructuar el tratado “de Ecclesia”: en la teoría y en

la práctica se dan varios modos de prestar atención y dar espacio a la cuestión

ecuménica en la eclesiología pero precisando el estado de la cuestión de este tema,

Antón hace constar que una eclesiología ecuménica no puede contentarse solamente con

dar cabida a cualquier idea sobre el problema ecuménica puesto esto sería solamente una

ayunta extrínseca y ocasional. En realidad se exige una reestructuración interna del

tratado “de Ecclesia” partiendo de los principios teológicos/eclesiológicos sobre los

cuales se ha alcanzado un consenso ecuménico.

Referente a esto el Vat. II no solo ha removido obstáculos, hasta ahora

considerados sin solución, sino que indicó algunas pistas sea en el conjunto de la

doctrina eclesiológica sino también en algunos puntos nodales de esta doctrina

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eclesiológica para tratar de proyectar una eclesiología ecuménica la cual parta de los

fundamentos puestos y lanzados del Vat. II y que más adelante incorpore también los

resultados del diálogo ecuménico que encontramos en los documentos oficiales y sobre

los que existe un consenso.

f) Si se habla de una eclesiología ecuménica es porque hoy se consciente de los

límites de un similar tentativo y en ningún momento se intenta hacer una

“supereclesiología” o una “tercera eclesiología”.

Debe ser una eclesiología cargada de convicciones de todas las convergencias y

divergencias ecuménicas; esta eclesiología es más verdadera y completa. Culmann

habla de la diversidad reconciliada, esta expresión la hecho suya también el card.

Ratzinger y varios escritos; M. Thurian, sostiene la posibilidad de una “tradición

ecuménica” que está en cantera y de la cual la eclesiología es una parte.

Se puede afirmar que una eclesiología trazada en una auténtica perspectiva

ecuménica explica y concurre una teología más cristiana y a una Iglesia más evangélica;

en tal eclesiología, de hecho, no se reducen las verdades cristianas al mínimo común

denominador ni se operan hundimientos sincretistas y tampoco se buscan relativismos,

irenismos o compromisos ideológicos.

Hacer una eclesiología en perspectiva ecuménica requiere un esfuerzo por

cualificar mayormente la propia comprensión de la fe sobre el misterio de la Iglesia,

hablar de verdad de Cristo, la vinculación de la Iglesia con Cristo y de realizarlo en una

forma más verdadera y más plena.

No se puede alcanzar una verdadera eclesiología ecuménica sin una conversión

intelectual; una conversión que es estimulada por el deseo de Cristo en la plegaria

sacerdotal por la unidad, Jn 17, y que es un proceso continuo en la Iglesia pero también

constituye una continua fatiga para el teólogo que debe ser afrontada con generosidad;

sin una comunidad plena entre la Iglesias no se da plenamente la Iglesia de Cristo como

sacramento universal de Cristo; por tanto sin una real y precisa apertura ecuménica no se

da ni siquiera una verdadera eclesiología católica, en el sentido cualitativo del adjetivo y

en el sentido más teológico de esta propiedad de la Iglesia.

1.- Fundamentos dados por el Vat. II sobre los cuales basar una tal eclesiología

ecuménica.

a) En primer lugar Rahner llamó al Vat. II el concilio de la Iglesia sobre la

Iglesia y podemos añadir que fue el concilio de la eclesiología; sin embargo cuando se

convocó el concilio no se tenía un boceto temático de conjunto, ni siquiera un tema

central; ésto lo atestiguó el mismo Papa Juan XXIII La agenda y los fines del concilio

se maduraron después del anuncio del mismo.

b) Los tentativos de sistematizar la obra teológica/sistemática de la doctrina del

Vat. II, son varios y diversos.

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En septiembre de 1962, semanas antes de iniciarse el concilio, Juan XXIII da un

mensaje por radio en el cual resalta substancialmente, no del todo literalmente, aquella

propuesta que hace girar todo el trabajo conciliar.

Las comisiones preparatorias tenían unos 70 esquemas pero faltaban unas asas

par hacer girar el trabajo conciliar y se encontró una doble asa en el discurso de Juan

XXIII y después el card. Suenens sugirió con la feliz expresión de “Ecclesia ad intra” y

de “Ecclesia ad extra” y después el card. Montini propuso en términos equivalentes de

naturaleza de la Iglesia y la misión de la Iglesia.

No han faltado los tentativos de sistematizar la rica herencia doctrinal del

concilio y amplio consenso ha encontrado la propuesta de Rahner y Vorgrimler de

sistematizar todos los decretos del concilio sobre esta doble asa: Iglesia ad intra y la

Iglesia ad extra, o con la expresión de Montini naturaleza y misión. Ad intra se

colocaban L.G.; D.V. y S.C., también los varios decretos sobre las categorías de

personas C.D.; P.O; O.T.; A.A.; y ad extra U.R.; O.E.; G.S.; N.AE.

Antón está de acuerdo con el esquema pero objeta que en ella no se valoraba el

significado específico de las constituciones sobre la Revelación y sobre la Liturgia; esta

objeción también fue hecha por (Glienmeir) en su comentario al cap. 3 de la L.G. y daba

cierta prioridad a la D.V. como una constitución que trata de los principios del

conocimiento teológico que verdaderamente debe ser puesta como punto de partida.

También la S.C., ha estado descuidada por los eclesiológos.

Mientras la D.V. fija el sentido que tiene la tradición en la Iglesia y en el hacer

teología, así también el sentido de la Escritura como principio de conocimiento

teológico; ella goza, así, de una prioridad indiscutible que en la sistematización de Karl

Rahner no es puesta a la luz; además la segunda constitución, la S.C., que trata del

evento sacramental está teológicamente ligada a la primera y tiene un significado

teológico/eclesiológico fundamental que es descuidado en esa sistematización. Si se

habla de esto es porque en este tema hay un punto de coincidencia con la teología

protestante con el principio Palabra y Sacramento que es el principio fundamental para

ellos y el punto de partida de la Iglesia local.

Precisamente esas dos constituciones nos dan la clave de interpretación de la

herencia doctrinal del Vat. II y son entendidas después del concilio, en su esencial

reciprocidad; el nexo entre palabra, D.V., y el evento sacramental, la S.C. nos ofrece un

hilo conductor de una eclesiología ecuménica que encontrará un consenso entre las

Iglesias cristianas.

c) Bajo la estela de Gerard Philips, el teólogo de mayor realce en la elaboración

de la L.G., se afirma que una visión orgánica está bajo los textos conciliares, también

obtenida por eventos imprevisibles como sucede en la dinámica de todo concilio. Sobre

todo si se lee la L.G. con los otros dos documentos que la preceden como afluentes;

Sartori cree que la D.V. y la S.C. son afluentes de la L.G.; es como para indicar que la

Iglesia nace de la Palabra y de los Sacramentos; y también con otros documentos

conciliares que la siguen como, “difluentes” (ríos que nacen de ella), la G.S. y el decreto

A.G., también la U.R. y N.AE.

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d) Es tarea del teólogo, después del concilio, repensar todo desde la cabeza las

relaciones entre Palabra y eventos sacramentales que están a la origen de la Iglesia y que

son principios generantes de eclesialidad para todas las Iglesias cristianas, aunque con

matices diversas. También cuando se da la definición de la Iglesia local o particular, se

habla de estos principios generantes de eclesialidad; un autor hace mención de la

predicación del evangelio de Cristo y también de la celebración de la eucaristía.

En lo que respecta a la eclesiología católica hay un largo camino por hacer como

justamente ha escrito Sartori: “La DV y la SC de hecho viven demasiado en sí,

separadas de la LG; al contrario el problema teológico más fundamental y urgente hoy

es cómo interpretar el originarse de la Iglesia en concreto, ¿qué quiere decir Iglesia bajo

la Palabra de Dios?, ¿qué significa que la liturgia es el culmen y la fuente de toda la vida

de la Iglesia?. No basta decir que la liturgia está sobre la cumbre de los dos vertientes;

¿qué quiere decir: la Palabra se hace perfecta y madura cuando llega a ser celebración

eucarística? ¿qué cosa quiere decir: la vida cristiana asume verdaderamente el rito y lo

lleva a cumplimiento?”.

e) La DV trasmitió muchos elementos de profundo valor que se habían

descuidado en la eclesiología católica, mientras que en una eclesiología ecuménica

llegarían a ser sólidos fundamentos sobre los cuales existe un consenso.

La DV afirma que la Iglesia está bajo la Palabra de Dios y a su servicio para

anunciarla al mundo; la Iglesia depende de la Palabra y a ella está subordinada. La

Iglesia es generada y regenerada por la Palabra, entendida también en lo concreto de su

encarnación, o sea en la Sagrada Escritura. La asamblea conciliar, a nombre de la

Iglesia, profesa y se mantiene en religiosa escucha de la Palabra de Dios para progresar

incesantemente hacia la plenitud de la verdad y para proclamarla con firme confianza.

El Vat. II considera la Sagrada Escritura como regla suprema de la propia fe y

debe creer en la fuerza y eficacia que Dios ha puesto en la Palabra de Dios, viva y

eficaz; en la carrera de la Iglesia por proclamar esta Palabra a los hombres podemos

verla como carrera de la Palabra como habla Pablo en sus cartas a la comunidad de

Tesalónica. Además porque la Palabra de Dios es considerada por la DV estar en el

inicio, es la fuente, de la Iglesia, la eclesiología católica está sinembargo lejos de un

biblicismo fundamentalista; el Concilio ha llamado a la Iglesia a mostrarse hija de la

Palabra, concretamente de su humilde concreción, al menos desde el punto de vista

humano, que es la Palabra escrita; Sartori escribe “ Su verdadera fuerza ( de la Iglesia)

que reta al mundo está en esa debilidad que llama al misterio de la condescendencia de

Dios o sea la kénosis del Verbo o de su encarnación”

f) Por lo que se refiere a los elementos más fecundos la SC, para trazar una

eclesiología ecuménica, es el primer documento conciliar que contiene elementos

fecundos para trazar una eclesiología ecuménica capaz de verificar un amplio consenso

entre las varias Iglesias cristianas.

La liturgia llama el Misterio Pascual y lo actualiza al máximo grado de

intensidad; de aquí que para interpretar el nacimiento de la Iglesia, eclesiogénesis, no se

puede hacer menos que recurrir a esta constitución sobre la liturgia. El nexo de los

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términos del binomio Palabra y Sacramento, tan querido por los reformadores, impone

recabar en la SC una serie de fecundos elementos para una eclesiología ecuménica.

Parece que los teólogos sistemáticos no han profundizado suficientemente esta

Constitución sobre la Liturgia. Tampoco han incorporado aspectos, puestos a la luz por

la constitución que enriquecerían la eclesiología; si es verdad, como afirma el concilio,

que la liturgia no es la única actividad de la Iglesia, sinembargo ella es la fuente y el

culmen de toda la vida de la Iglesia y en términos más explícitos afirma el Vat. II: “La

manifestación principal de la Iglesia se da en la participación plena y activa del todo el

pueblo de Dios a las mismas celebraciones litúrgicas”; de aquí que el momento más

denso de significado en la Iglesia sea la liturgia, allí donde se escucha la Palabra de Dios

y se recibe el Cuerpo de Cristo.

g) Todo intento de esbozar una eclesiología ecuménica basada sobre el binomio

Palabra y sacramento, levanta la cuestión de la oportunidad de partir de la noción de la

realidad de la Iglesia local/regional o de la Iglesia universal; dejando al lado el enfoque

de la cuestión sobre una prioridad cronológica o la importancia de la una sobre la otra

que en última instancia se trataría de una enfoque equivocada del problema ya que entre

las dos rige el principio de recíproca compenetración y también de recíproca

inmanencia, LG 23.

No existe duda que la opción metodológica de partir respectivamente de la una o

de la otra incide de modo determinante en la estructuración misma de todo el “de

Ecclesia” también en el modo de plantear los problemas ciertamente vinculantes en la

eclesiología y en la praxis pastoral, como son los problemas entre unidad y diversidad,

entre el primado y el episcopado; entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares.

En teoría ambas puntos de partida son en sí legítimos y válidos; los eclesiólogos

no católicos aman partir de la comunidad local, en la escucha de la Palabra y en la

celebración litúrgica, en la comunión fraterna. La eclesiología católica parte de la Iglesia

universal. Aunque son legítimos, en la práctica existe un peligro de acentuar más de la

cuenta, un término del binomio indicados, o según se parta de la noción de Iglesia

universal o de aquella de Iglesia local, particular o regional.

El Vat. II en sus documentos ha tomado como punto de partida la noción de

Iglesia universal reafirmando la eclesiología universalista, trazando un modelo

eclesiológico que privilegia claramente, a veces más de los justo, la unidad sobre la

universalidad o catolicidad, el primado sobre el episcopado, la Iglesia Universal sobre

las varias Iglesias particulares o regionales.

2. Pasos cumplidos en el Vat. II hacia una Eclesiología Ecuménica

a) Es fundamental para una eclesiología ecuménica que nos trasmitió el Vat. II,

es la sustitución del principio de identificación absoluta y total de la Iglesia católica con

la Iglesia de Cristo, por el otro principio de participación progresiva hacia la plenitud.

Esta sustitución la encontramos en el n. 8 de la LG: es la sustitución del “est” por el

“subsistit in”.

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Con esta sustitución se dio un paso notable para poder trazar una eclesiología

ecuménica, pues con ella se admite una participación progresiva hacia la plenitud de la

realización de la eclesialidad, en una Iglesia local, regional, dentro de la comunión

católica o dentro de otras iglesias cristianas.

El n.8, b de la LG significó el “vía libre” para el ecumenismo dado por el Vat. II;

no se debe descuidar que se habían hecho diversas interpretaciones y evaluaciones de

este párrafo por los ecumenistas de varias confesiones.

Es importante recalcar el abandono de la actitud de exclusividad, aceptando el

principio de la participación progresiva, o de gradualidad en la comunión eclesial. En

otras palabras, en lo que se refiere al valor eclesial de las iglesias cristianas se abandona

la posición aquella de “todo o nada”, problema que dejó abierto la Mystici Corporis, que

significaba que, sólo la Iglesia católica es la Iglesia de Cristo y las otras no son. La

posición actual, al contrario, es que en la Iglesia católica se encuentran todos los

elementos eclesiales, no en la suma perfección; en las otras Iglesias solo parcialmente,

con aproximaciones progresivas, en unas muy avanzado en otras no tanto.

Se supera el enfoque clásico de la cuestión de los vestigia Ecclesiae, expresión

que llega hasta los reformadores; Lutero, cuando hablaba de las relaciones entre la

Iglesia reformada y la Iglesia católica veía en esta última, sombras, signos; Calvino

acuño el término vestigia; esta misma expresión fue adoptada por la asamblea del

Consejo Mundial de las Iglesias en Toronto en 1948.

El Vat. II no habla de vestigia sino de elementos y hechos consistentes; en lo que

se refiere al “subsistit in” del esquema III, lo absoluto se sustituye por plenitud; es decir

se sustituye el principio de identificación y se acepta el de gradual participación en la

eclesialidad. Por tanto, se hablará en términos de presencia histórica; es decir, la

verdadera Iglesia en plenitud está presente, se realiza, en la Iglesia católica gobernada

por el sucesor de Pedro y de los Obispos en comunión con él.

Los ecumenistas descubren en este enunciado aquella especie de horizonte

formal según el cual se constituye el discurso del tratamiento de la eclesiología

ecuménica; cierto que de una parte este enunciado no es perfecto, no autoriza del

desmembramiento eclesial del cuerpo de Cristo a nivel visible; en la Iglesia católica se

da una unidad que no puede venir a menos el ministerio petrino. De otra parte, si no se

da un absoluto monocentrismo, no se da tampoco un absoluto policentrismo; dicho en

otras palabras, de esta afirmación conciliar no estamos autorizados a interpretar las

diferencias entre las Iglesias cristianas de modo de unidad que está en sí, sin necesidad

de relación con la Iglesia en la cual subsiste la única Iglesia de Cristo.

Sin embargo el subsistit in requiere la referencia al realización histórica de la

única verdadera Iglesia de Cristo que existe terminológicamente, un significado que

reivindica para sí la Iglesia católica en cuanto solamente en ella se da objetivamente la

plenitud de medios de salvación.

Hay también un significado de Iglesia que puede afirmarse también de las otras

Iglesias cristianas

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71

El segundo pilar de una eclesiología ecuménica es el principio de la “Jerarquía

en la verdad de fe” formulado por la U.R. 11, c. A esto le atribuía Cullmann una fuerza

revolucionaria para el diálogo ecuménico.

La aplicación del principio de la Jerarquía en la verdad, parece amenazado del

doble riesgo ya notado llamado latitudinarismo, o también indiferentismo, y del

minimalismo.

En el primer caso se trataría de aceptar todas las posiciones eclesiológicas sin

realizar una auténtica verificación, contentándose con la sola coexistencia de estas

posiciones que permanecen distintas y distantes.

El segundo caso que ha sido muy frecuente después de la reforma protestante,

con las varias propuesta de las “formulae concordiae” entre las varias confesiones

provenientes de la reforma y primero vemos el tentativo, en tiempos de Lutero, bajo la

guía de Melachton y es la “Confetio Augustana” o tentativo de encontrar una fórmula

que conciliase las varias confesiones de la Reforma y también a los católicos. Quizá hoy

estemos más vecinos a aceptarla como tal la proposición hecha con ocasión de los 450

años del encuentro, son ciertamente estas interpretaciones muy vecinas entre ellas.

Esta tendencia permaneció viva después del fracaso de la Confetio Augustana en

el ámbito de la Iglesias de la Reforma en las discusiones entorno a las llamadas

“verdades fundamentales” o también “artículos fundamentales” para la salvación. Muy

notables son las propuestas de concordia, y muy poco estudiadas, sobre los artículos

fundamentales hechas de dos calvinistas, profesores de teología en la Academia de

Lausana, Ginebra, Francisco y Alberto Turretini en 1719, quienes escribieron tres

volúmenes “Nubes Testium” y buscaban la concordia pero solo alcanzaron la paz

Helvética entre las varias confesiones dentro de Suiza y ellos tendían a proponer los

artículos fundamentales de la fe para alcanzar la base común fundamental, entre las

Iglesias de la Reforma, el Anglicanismo y el Catolicismo.

En el ámbito católico reavivó esta tendencia en el contexto a la actitud a adoptar

en lo que se refiere al llamado movimiento de Oxford en el siglo XIX, que suscitaba la

sospecha de un indiferentismo, esto es a dar espacio a todas las diversas opiniones en el

presupuesto que en realidad lo que es importante es solamente una base mínima común,

Trinidad, Cristo Hijo de Dios, Iglesia con algunos sacramentos.

En el Magisterio Pontificio, aunque aquí no es el caso de entrar en todas las

intervenciones, se dicen dos palabras: en realidad se rechazan en el Magisterio Ordinario

Pontificio, las varias propuestas provenientes de la Iglesia Anglicana porque parecían

incluir en sí, en cuanto tales, un indiferentismo inaceptable, distinguiendo entre las

verdades de primero orden, fundamentales, y otras de segundo orden, las verdades que

iban más allá del núcleo anteriormente indicado.

A este respecto está la toma de posición muy clara, restrictiva, de parte del

Magisterio Pontificio en la Encíclica “Mortalium animos” (06.01.1928) que trata de la

verdadera religión de frente al contexto más amplio que llama de pancristianismo en el

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ambiente ecuménico ya despertado, esto es después de la reunión de Estocolmo en 1925

y luego de el de Lausana en 1927.

Después de haber rechazado las tendencias que Pío XI llama pancristianas, se

afirma en esta encíclica que puestas aparte las controversias y las viejas diferencias de

opinión, se contentarían con lo que permanece de la doctrina para formar y proponer una

norma común de fe. Más adelante todavía en la encíclica, expone Pío XI su doctrina que

es la siguiente: “En materia de fe no es lícito recurrir a aquella distinción que se quiere

introducir entre artículos fundamentales y no fundamentales, como si los primeros se

debieran del todo admitir y los segundos sean dejados libres a la aceptación de los

fieles”.

Una distinción entre artículos fundamentales y necesarios, y otros fundamentales

y libres, es inaceptable según la encíclica de Pío XI porque “la virtud sobrenatural de la

fe, teniendo por causa formal la autoridad de Dios revelante no permite tal distinción,

pues los fieles presentan la misma fe al dogma de la Inmaculada Concepción que al de

la Augusta Trinidad, y creen la Encarnación del Verbo lo mismo que al Magisterio

Infalible del Romano pontífice”.

En el ámbito de los encuentros ecuménico se recorre antes y después de la

“Mortalium animos”, a la distinción entre artículos fundamentales y no fundamentales;

por tanto el no categórico contra esta distinción, entre dogmas fundamentales y no

fundamentales, llega después de los encuentros ecuménicos de Estocolmo 1925, donde

se dice claramente dejemos aparte las cuestiones doctrinales que nos dividen y hagamos

unidad en la praxis; en Lausana 1927 se afirmó que la unidad de los cristiano debía

fundarse sobre la base del credo apostólico difundido en la Iglesia católica y del credo

Nicenoconstantinopolitano preferido en la Iglesia oriental.

La encíclica Mortalium Animos va contra el ecumenismo entendido

simplemente como encontrase unidos más allá de cualquier diferencia; en la asamblea

de Amsterdam 1949, el concilio ecuménico siguió el camino iniciado en Estocolmo y

Lausana y un año después el Santo Oficio tomó de nuevo posición contra el llamado

“irenismo” en el ámbito de los dogmas de la fe, incluso para los católicos todos los

dogmas considerados tales, en el depósito de la fe, como otras enseñanzas del

Magisterio auténtico, mientras los orientales presentes a la asamblea en el Consejo

Mundial de Iglesias en Evaston en 1954 insisten en la aceptación de todas las doctrinas

formuladas de los concilios ecuménicos.

Sobre este trasfondo sorprende la afirmación de la UR como un cambio en la

cuestión de la distinción entre las verdades fundamentales y no fundamentales; la

formulación dice “Al comparar las doctrinas, recuerden que existe un orden o

“jerarquía” en las verdades de la doctrina católica”, ya que es diverso el enlace de tales

verdades con el fundamento de la cristiana”.

Se sabe que fue Mons. Pancrazio el que propuso este principio a la comisión que

elaboraba el decreto UR; su intervención fue argumentada diciendo que existen

verdades que pertenecen al orden de los fines como el Misterio de la Trinidad, de la

Encarnación, Redención y Vida Eterna, etc., y también existen verdades que pertenecen

al orden de los medios de salvación como el septenario de los sacramentos, la estructura

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jerárquica de la Iglesia, la sucesión apostólica, etc., que la Iglesia ha recibido para el

ejercicio de su misión de salvación; de hecho la diversidad doctrinal entre los cristianos

se refiere precisamente a estas últimas verdades que pertenecen no al orden de los fines,

porque en ellos estamos ya unidos todos los cristianos.

La aceptación favorable del principio de Jerarquía de Verdades en el ámbito

tanto católico como protestante, está en contrate con la aplicación en la teología que es

diversa entre católicos y protestantes.

Antón cree que el principio Jerarquía de Verdades es un presupuesto válido para

la eclesiología ecuménica que nos ha dejado el Vat. II; entre las primera encontró

decisiva la acogida entusiástica que la formulación de este principio de parte de los

teólogos católicos y sobre todo protestantes. Esto se confirma con una mirada, aunque

sea rápida, a la amplia bibliografía que hay sobre el tema.

Pero las interpretaciones tanto “protestantes” como “católicas” no son privativas;

Sartori describe esta doble concepción diciendo que la “evangélica (protestante) está

animada por la necesidad de pureza e implica un método de concentración o un tentativo

de reportar todo al núcleo, al centro; al contrario existe una concepción “católica” que es

más bien animada por la necesidad de expansión o plenitud e introduce la exigencia de

una siempre mayor explicitación y también de la verificación cristiana de los dogmas de

la teología de la Iglesia. Estas dos ánimas responden a una concepción más vital de la

verdad cristiana que es verdaderamente una semilla, un germen, que debe ser

descubierto en su pureza y autenticidad; el “ánima” católica quiere que la semilla se

demuestre vital y de espació a la llegada del fruto; la idea católica siempre ha insistido

en la idea de crecimiento, de expansión y maduración del germen.

En una eclesiología ecuménica sería el lugar donde mejor se podría desvelar

estas dos “ánimas” de las que hablaba Sartori, esto es, el ánima de la concentración, de

la pureza, y el ánima del desarrollo, de la extensión, de la plenitud. La elaboración de

una eclesiología ecuménica concordaría con la línea del desarrollo de los 30 años de

recepción del Vat. II.

En este desarrollo registran los teólogos algunas tendencias las cuales en realidad

son convergentes. En primer lugar se ha hecho un serio esfuerzo en el campo católico

para superar los rastros abiertos o escondidos de una concepción más bien numérica o

cauntitativa de las verdades del “depósito de la fe” considerado en un sentido demasiado

estático propio del pasado, dejando espacio al evento de la revelación y también al

aspecto dinámico de su trasmisión en la tradición viva de la Iglesia, al aspecto dinámico

de la Palabra de Dios, para que se expanda su fuerza vital. Se trata de una tendencia bien

difundida hoy entre los teólogos que pasando de un diálogo ecuménico de táctica se

propone tornar a los fuentes e investigar partiendo de la fuente misma de la Palabra de

Dios; aquí está la prioridad de la Dei Verbum entre las cuatro constituciones

fundamentales del Vat. II.

En segundo lugar hay un fuerte impulso para avanzar en la profundización y en

la aplicación práctica del principio de la Jerarquía en las verdades, ha recibido la

eclesiología postconciliar en los frecuentes diálogos bilaterales al nivel sea mundial que

local, entre las varias iglesias locales. Por ejemplo en la década de los 80 la Iglesia

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74

católica ha estado empeñada en más de 60 diálogos ecuménicos; en éstos se ha llegado a

importantes acuerdos. Analizando los textos de estos acuerdos descubrimos como hilo

conductor e esfuerzo de aplicar precisamente este principio de Jerarquía de verdades y

poner en orden las verdades cristianas; se trata de la dinámica de retornar al centro para

salir hacia los frutos, hacia los externo. En la lectura de los acuerdos se descubre

fácilmente un mismo esquema eclesiológico de fondo, como fruto de la aplicación del

principio de la Jerarquía de la verdades.

El material elcesiológico emanado de los acuerdos ecuménicos de podrían

organizar en torno a cuatro pilares:

a) La comunión trinitaria como unidad en la pluralidad, como fuente ejemplar y

meta de la Iglesia. Es acentuada aquí la perspectiva cristológica según una instancia

siempre más recurrida en los acuerdos ecuménicos, juntamente con la perspectiva

pneumatológica. Esta es la base para una correcta lectura de toda concentración de las

verdades y de la expansión doctrinal.

b) El Dios uno y trino, que obra en la Iglesia, obra a través de la Palabra y de los

Sacramentos, que son los principios generantes de la eclesialidad en las diferentes

comuniones eclesiales. Nuevamente la primacía de la DV y de la SC. Los acuerdos

ecuménicos admiten y subrayan la centralidad de la comunidad local reunida en

asamblea para escuchar la palabra de Dios y para celebrar la cena del Señor; de ahí

derivan las instancias de colegialidad, en el seno de la comunidad local, y también la

colegialidad y subsidiariedad en la Iglesia universal. En esta perspectiva se habla del

proceso conciliar, y de sinodalidad.

c) Los acuerdos ecuménicos optan claramente por el modelo comunional a nivel

intraeclesial, en el seno de cada iglesia cristiana, y también intereclesial, esto es en la

relación entre las varias iglesias cristianas; la Iglesia como comunión eclesial o como

red de comuniones. A nivel intraeclesial insisten estos acuerdos, en la comunión que

constituyen todos los fieles bautizados y sus ministros en la respectiva comunidad

eclesial; se parte, por tanto, de la ministerialidad de la Iglesia para pasar después a

considerar la existencia y el trabajo de los varios carismas y ministerios que el Espíritu

comunica a la Iglesia.

d) Es la temática referida a la misión de la Iglesia, al anuncio del mensaje, la

evangelización entendida como proceso complejo donde está incluida la promoción

humana; esta evangelización comprendida en la gran variedad de instancias

metodológica como anuncio, testimonio, liberación, inculturación, pluralismo, diálogo,

justicia social, ecología, etc. etc.

El modelo comunión como base de una eclesiología o modelo ecuménico se

debe añadir algunas reflexiones fundamentales en las que se basa su aplicación. Lo

primero para reflexionar es la propuesta de algunos teólogos sobre la relatividad de la

Iglesia; la Iglesia es el Reino incoado, cuando el Reino sea plenamente una

manifestación gloriosa, doxológica, aquella búsqueda del “solo Deo gloria” debería

invadir toda reflexión eclesiológica subrayando constantemente en todos los aspectos la

relatividad de lo que es eclesial respecto a aquello que es puramente teológico,

subrayando el teo-lógico.

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Forte, en el artículo indicado en la bibliografía dice: “todo lo que hay que hacer

con la Iglesia es terriblemente relativo, también las cosas más grandes e importantes, por

ejemplo los sacramentos que en cuantos signos históricos de la fidelidad de Dios a sus

promesas, son llamados a desaparecer cuando en la Gloria cederán el puesto a la

realidad sin velos; ellos son signos conmemorativos pero también signos de pronóstico;

toda la realidad de la Iglesia se encuentra entre recuerdo y espera. Ellos se encuentran

entre la tensión entre el ya y el todavía no; cuando esta tensión sea resuelta en el ya

eterno que es aquel de la Gloria no existirán más; existirá la realidad por ellos

significada y comunicada”. Este tipo de eclesiología es llamada doxológica pues quiere

dar gloria a Dios; es decir, toma en serio la soberanía de Dios y por tanto la relatividad

de la Iglesia que tiene su sentido profundo de la provisoriedad. Estas reflexiones son

fáciles de comprender en la teoría pero que tienen su incidencia en la vida de la Iglesia y

que no están en el primer plano de la atención.

Un segundo para reflexionar sería el de una eclesiología cristocéntrica pero no

cristomonista; en el horizonte trinitario la Iglesia es relacionada al Verbo, a la misión

del Hijo pero superando toda huella de cristomonismo. Es necesario subrayar la relación

entre Iglesia y Palabra de Dios; la Iglesia es fruto de la iniciativa de la Palabra quien

funda la Iglesia y la rejuvenece siempre. Es necesario por tanto redescubrir el elemento

dinámico de la Iglesia como fruto permanente de la evangelización; la Iglesia que

evangeliza y la Iglesia que es constituida de su ser evangelizada; de su estar en el

discipulado de Cristo; el redescubrimiento de la DV contiene el estímulo llegado de los

movimientos bíblico, litúrgico, va en el sentido de descubrir aquello que Karl Rahner ha

llamado “primero, propio y nuevo” del ser cristiano que es ser oyentes de la Palabra;

somos Iglesia en cuanto que la Palabra nos convoca.

Una tercera reflexión se relaciona con la misión del Espíritu Santo; un enfoque

coherente de la eclesiología ecuménica deberá desarrollarse en el sentido de una

eclesiología pneumática pues ésta deja espacio al rol sorprendente del Espíritu Santo

que es la dimensión histórica del misterio cristiano en la historia de la salvación.

Cuarto, la Iglesia en su estructura es creación de la Trinidad y es una comunión;

la eclesiología ecuménica es fruto y resultado de la noción de koinonía. El mayor

contributo que emerge del diálogo entre las Iglesias para un nuevo enfoque del tratado

de eclesiología es el de la centralidad de la Iglesia como comunión. Quizá sobre el plano

teológico esto podría aparecer ya como una cosa obvia, es necesario tener presente que

sobre el plano práctico y concreto esto no puede ser afirmado. Este concepto de

comunión está en los documentos del Vat. II; en el curso de los años la eclesiología de

comunión se ha impuesto siempre más, no solamente en la teología católica sino

también en los documentos del diálogo interconfesional.

La Iglesia como comunión fue puesto en los diálogos ecuménicos, por primera

vez, en el diálogo católico / anglicano. “Fundamental para todas nuestras declaraciones

es el concepto de koinonía, comunión; en la primera tradición cristiana la reflexión

sobre la experiencia de la koinonía ha abierto el camino a la comprensión del misterio

de la Iglesia aún cuando el término koinonía no se ha jamás identificado con la Iglesia

en el N.T., pero es el más adaptado para explicar el misterio escondido en las diversas

imágenes neotestamentarias de la Iglesia”. “La unión con Dios en Cristo Jesús, mediante

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el Espíritu, constituye el corazón de la koinonía cristiana”. “Partiendo del mismo

Espíritu Santo, mediante el cual llegamos a ser miembros del mismo cuerpo de Cristo,

hijos adoptivos del mismo Padre, estamos ligados los unos a los otros en una relación

completamente nueva”.

Esta es la doble dimensión de la koinonía: la vertical con Dios uno y trino, y la

horizontal con los miembros del cuerpo eclesial. La eucaristía es el mejor signo de la

koinonía. “Incluye a todos aquellos bautizados en Jesucristo y confesándolo como Señor

y Salvador están unidos a través del Espíritu Santo en una comunión de discípulos de

Cristo”.

La comunión como don y empeño es una idea que fue incorporada en el

documento final en la última asamblea de Santiago de Compostela del año 93; el

concepto de koinonía ha tenido un papel central en la preparación de la Asamblea “Fe y

Constitución” y el documento tiene como título “Hacia la koinonía, o la comunión, en la

fe, en la vida y el testimonio”.

La idea de comunión ha sido expresada en muchos documentos ecuménicos;

donde existe la diferencia es los grados de comunión pues sigue existiendo una

diferencia. Documentos importantes el de Malta entre anglicanos y católicos y

recomiendo el estudio de la propuesta del Vat. II, entre comunión plena y comunión

parcial.

Otro documento es el del grupo de Donvest (?); este grupo es privado y está

compuesto por católicos, protestantes, luteranos, reformados franceses y suizos, el

documento tiene como título “La Iglesia comunión de los santos”.

El concilio metodista y la Iglesia católica en el recuento de Nairobi, 1986, ofrece

una descripción muy detallada de la koinonía ya como concepto que como experiencia;

esta koinonía incluye comunión y comunidad; incluye la participación en Dios a través

de Cristo en el Espíritu; también la participación en la riqueza de todos los bienes.

En el diálogo pentecostales / católicos, existe una declaración conjunta en 1989

titulada “Perspectivas de koinonía” y ésta es considerada en la perspectiva,

precisamente, de la teología trinitaria, la única iglesia, la fuerza reconciliadora del

evangelio, del bautismo, y de la experiencia del Espíritu.

Un grupo mixto de trabajo entre el concilio ecuménico de las Iglesias y el

secretariado para la unidad de los cristianos, Pontificio Consejo para la unidad de los

cristianos, aprobó un documento muy elaborado titulado “La Iglesia local y universal”

centrado en la idea de la comunión; el documento trata de los servicios ordenados como

comunión.

En el diálogo católico / ortodoxo tenido en 1993 en el Líbano, el concepto de

koinonía está ligado al de iglesia hermana y a la praxis progresiva.

El 02-05-1995 sale la Carta apostólica “Orientalem lumen” de Juan Pablo II a los

100 años de la encíclica de León XIII “Orientalem dignitas”; la carta apostólica

atestigua la sensibilidad de las Iglesias orientales hacia la Iglesia como comunión y la

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percibe como una realidad que es don, que es memoria y que es un empeño, una espera;

es decir que es parte de una historia con un pasado y un futuro.

La Palabra de Dios es el punto de partida del cristiano en cuanto creyente e

incorporado en el cuerpo eclesial “Una Palabra que llama, que invita, que personalmente

interpela como le acaece a los apóstoles”. En la Eucaristía se desvela la naturaleza

profunda de la Iglesia, comunidad convocada a la sinaxis para celebrar el don que es

oferente y ofrenda”. En la carta también señala el “pecado gravísimo” de la separación y

hace referencia por tanto a las Iglesias orientales no unidas. En lo que respecta al vivo

deseo de la unificación la Carta tiene un tono dramático: “el pecado de nuestra

separación es gravísimo y es cierta la necesidad que crezca nuestra disponibilidad al

Espíritu que nos llama a la conversión, a aceptar y a reconocer el otro con respeto

fraterno, a cumplir nuevos gestos llenos de coraje capaces de resolver todas las

tentaciones de replegarse, sentimos la necesidad de ir más allá de los grados de

comunión que hemos logrado”.

Insiste sobre la Eucaristía que todavía en vez de unirnos nos desune: “lo pide la

naturaleza más profunda de la Iglesia; cada vez que celebramos la Eucaristía,

sacramento de la comunión, nosotros encontramos en el cuerpo y en la sangra

compartidos, el sacramento y el llamado a la unidad”; ¿cómo podremos ser plenamente

creíbles si nos presentemos divididos delante de la eucaristía, si no somos capaces de

vivir la participación al mismo Señor que somos llamados a anunciar al mundo?”. “De

frente a la recíproca exclusión de la Eucaristía sentimos nuestra pobreza y la exigencia

de colocar todo esfuerzo a fin que venga el día en el cual participaremos juntos en el

mismo pan y en el mismo cáliz; entonces la eucaristía volverá a ser percibida como

profecía del Reino”.

También en la carta apostólica se señala la unidad en la diversidad o como hoy

se dice “la diversidad reconciliada”. “Muchas veces se ha confirmado que la ya

realizada unión de las Iglesias orientales católicas con la Iglesia de Roma y la unión a

realizarse, cuando Dios lo quiera, con las otras Iglesias orientales, no debe comportar la

disminución de la conciencia de la propia autenticidad y originalidad”