agua que no has de beber ¡ahórrala!
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Agua que no has de beber... ¡ahórrala!Que no sobra, aunque parezca lo contrario
Xabier lokin Bañuelos Ganuza
A santo de qué hablar del agua ahora que las nubes nos riegan regularmente y que los pantanos que
nos surten están a rebosar. A cuenta de qué dar la tabarra con esta gaita cuando la naturaleza nos está surtiendo generosamente de líquido elemento hasta hacerse, incluso, molesta, que con tanta humedad ni se nos seca la ropa ni nada y, además, el paraguas amenaza con'convertirse en prolongación de nuestro brazo de tanto que tenemos que usarlo. Porqué insistir con el agua para arriba y para abajo cuando ya ni nos acordamos -qué tiempos aquellos- de cuando no llovía y hasta tuvimos que sufrir restricciones que dejaban los caños secos durante horas y horas al día. Malos momentos de preocupación cuando saltaron todas las alarmas, las verdes, las amarillas, las rojas y casi hasta las antiaéreas y nos sentimos, de repente, un poco más cerca de ese sur tan lejano de sequías endémicas y comprendíamos lo iWstrante que tenía que ser abrir el grifo con un manubrio chirriante para no recibir nada más que nada, a lo sumo el saludo huidizo de la araña que se había instalado en su interior como en un tebeo de Mortadelo y Filemón. Nunca llegamos a esos extremos por
Ahorro de agua es sinónimo de solidaridad y justicia
estos lares, pero sí pudimos experimentar, por lo menos, lo incómodo que resulta el no tener agua a nuestra disposición en todo momento y en la cantidad que deseáramos. Tiempos im poco difíciles, sí, pero total, afortunadamente ya han pasado y no nos tenemos que volver a preocupar.
La sequíaPara quienes hemos viajado un po
co por países de ese sur que puebla de desgracias los telediarios, aquella situación no nos parecía especialmente embarazosa. No tener agua en casa es algo muy común en el planeta, incluso me atrevería a decir que es lo más normal. Hay millones de personas que no tienen agua ni en casa -si es que tienen casa, que esa es otra-, ni en los ríos, ni en los lagos, ni en un triste charco cubierto de lodo. La sequía, claro, qué le vamos a hacer si no quiere llover. Es que la sequía es muy chunga, y si no, fíjate lo mal que lo están pasando en Afganistán porque lleva cuatro años sin caer agua del cielo. Esto último no lo digo yo, lo oí el otro día en un noticiario de una cadena estatal de televisión olvidando todo lo que Ies ha llovido a los afganos últimamente. Churras y merinas balan juntas a conveniencia del pastor. Hoy resulta que alguien cae en la cuenta de que los problemas de Afganistán vienen de que no llueve, de que, por consiguiente, no hay cosechas y que, por lo tanto, hay hambre. Podían haberlo pensado hace lustros, antes de ponerse a repartir fuego por doquier, salvo que, ahora, quieran hacemos creer que han sembrado de bombas el país asiático para hacer agujeros en la tierra a ver si encontraban manantiales. Pero volvamos que creo que me estoy desviando.
Salida del agua a distribución en Venta Alta
El problema del agua no es tanto su escasez o su abundancia como su gestión adecuada o errónea
Agua. El destino de nuestra fuente de vida más apreciada
NO PODIA haber mejor libro para acompañar al tema que tratamos en el artículo. Estamos ante un trabajo que trata de dar respuesta a aquellas cuestiones referentes a la
M arq dé ViÜicjj
A G U Af j d e t t in o ( k n u o t tg l i u s u d e n d i m i> p r e c ú d i
frentamos a un sesudo e ininteligible estudio científico, nada más lejos de la realidad. Villiers, pluma ligera, distendida, nos conduce a lo largo del contenido con un estilo fresco,
problemática del agua a escala global.Sus páginas, abundantes, hacen un buen repaso de todos aquellos aspectos que, de forma directa o indirecta, tienen relación con el agua, desde los principios más básicos de su ciclo natural, hasta la propuesta de soluciones que palien los efectos de una errónea gestión. Por supuesto, hay un tramo intermedio en donde Marq de Villiers somete a examen los aspectos ambientales, sociales y económicos, reservando un muy interesante y amplio capitulo para las implicaciones geopolíticas vinculadas al más vital de los recursos. Atmque su extensión podría asustar y hacemos pensar que nos en»
periodístico, suge- rente, fácil de leer y de seguir y en ningún momento plomizo ni elevado. Pero que nadie espere tampoco frivolidades ni un tratamiento
superfícial o una forma vulgar de narración. Consciente de la trascendencia del contenido que aborda, el autor ha encontrado un buen equilibrio entre la gravedad de los argumentos expuestos y ima forma de exponerlos accesible a cualquier público. Una adecuada alternativa de lectura para saber im poco más sobre el agua.
Marq de Villiers Ed. Península/ Atalaya, Barcelona, 2001
Decía que hay personas en el mundo que, simplemente, no tienen agua. ¿Sequía? Sí, pero en algún lugar habrá que buscar la causa y algo tiene que ver ésta con nuestros modos de consumo en el norte, que despilfarra, contamina y explota recursos y personas haciendo oídos sordos a su responsabilidad. Es la sequía... Pero, ¿y donde no hay sequía?, ¿y donde sí la hay pero no tienen problemas? Porque a estas alturas, que en Etiopía, Sudan o Namibia las pasen moradas por falta de agua lo vemos casi como algo natural que merece nuestra compasión y algún que otro donativo. ¿Pero alguien ha oído alguna vez que se pase sed en Arabia Saudí? Qué curioso, allí nunca falta agua. ¿Será porque tienen petróleo?, ¿será porque es el baluarte y principal aliado de los Estados Unidos en la zona a pesar de ser una dictadura medieval y uno de los países más fundamentalistas que existen? Y qué pasa con Israel, porque la última vez que Dios les milagreó fríe cuando Moisés hizo brotar un chorro de agua de una roca a golpe de cayado. ¿Será que tienen más poder militar que los sirios y pueden robarse impunemente los Altos del Golán?, ¿será que tienen más tanques que los jor- danos y pueden apropiarse del agua del Jordái vaciando poco a poco el Mar Muerto?, ¿será que son también aliados de un occidente insolidario con los “usa” a la cabeza? Desde luego, si tienen agua, no es porque llueva.
El excesoEn el otro extremo están a los que el
agua les sobra pero no la pueden usar. Paradójico, ¿verdad? Otros tantos millones de personas para quienes la abundancia de agua es un problema más que una bendición. Y no me re- fíero sólo a que im monzón especialmente fuerte anegue millones de hectáreas y barra de la superficie gentes, animales y tierras de cultivo. Me refiero a que por carecer de la tecnología adecuada y del dinero suficiente para realizar inversiones -no hablo de conocimiento- sufran la falta de sistemas salubres y eficaces de abastecimiento de agua potable y de recogida y tratamiento de aguas residuales. Porque, curiosamente, la gente puede estar viviendo sobre palafitos en un lago o un río y no tener agua limpia para beber, cocinar o asearse. Es más, el agua puede correr bajo sus chabolas de madera y chapa y, lejos de poder utilizarse, es un foco de infecciones.
Agua, elemento vital, agua que los propios seres vivos somos de los pies a la cabeza, ¿qué mal repartida o qué mal gestionada? Las horas de restricciones que nosotros hayamos podido padécer no son más que una anécdota. Podria citar para argumentar la necesidad de ahorrar agua aquel viejo refrán que invoca nuestra memoria con los truenos de Santa Bárbara, o aquel episodio bíblico que nos habla de vacas gordas y vacas flacas, pero después de todo lo dicho se me antojan un poco egoístas. También se podrían buscar razones desde el ecologismo, lo cual sería muy apropiado. Pero nos vamos a conformar con la ética, eso que tan pasado de moda parece estar.Y basta con decir que, a nuestro juicio, el despilfarro es en sí mismo pernicioso. Por contra, la austeridad es un valor que nos enfrenta a la racionalidad en el uso de bienes y recursos y supone la constatación de una mentalidad justa y una actitud solidaria.