agresividad en el niÑo pequeÑo en el nino...2 “manual de psicopatología del niño” de j. de...

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1 AGRESIVIDAD EN EL NIÑO PEQUEÑO 1 “ El bebé que araña y mordisquea el rostro de su madre, el gato que juega con el ratón, ¿son agresivos?. El pájaro que defiende su nido contra el intruso, con el pico y las plumas erizadas, ¿es agresivo? El hermano mayor que se precipita sobe su hermanita porque tose y que… tiene miedo de verla ahogarse, ¿es agresivo?2 Alrededor del año y medio, dos años, muchas veces sucede que aquel bebote que nos acompañaba y seguía en nuestras decisiones y voluntad, comienza a manifestar con más fuerza la propia. Hay niños que desde bebitos son muy intensos y manifiestan con mucha fuerza su voluntad, otros en cambio comienzan en esta etapa a expresarla más fuertemente. Camino a la autonomía, nos encontramos con un niño que, lejos de ser un bebé relativamente dócil, se opone con firmeza a muchas de las iniciativas que tomamos con él (a bañarse, a salir, a vestirse, a comer…) “No” y “yo solo”, son expresiones que comienzan a reiterarse. Esta toma de mando sobre sus cosas a veces nos asombra y nos enorgullece, porque vemos su fuerza, su voluntad, su “carácter”, que para expresarse requieren un buen uso de cierta agresividad para poder decir “no”. Otras veces nos agota o nos resulta excesiva, llevándonos por ejemplo a una lucha denodada por lograr ponerle la campera y salir para llegar en hora al trabajo… Somos entonces nosotros necesariamente algo agresivos al ponérsela, o insistir. Tengamos en cuenta que para que el niño pueda decir “no”, tiene que tenerlo registrado y conocido, le tenemos que haber dicho que “no” a él con suficiente firmeza, muchas veces. Y seguramente queremos niños que sepan más adelante defenderse. Mezcla de placer por el crecimiento y sentimiento de asombro ante un niño que con gran fuerza se expresa y se opone, nos encontramos a veces con situaciones difíciles, desconocidas. ¿Es el mismo niño? ¿Nuestro dulce niño es el que está ahora haciendo un berrinche escandaloso y pegando patadas en el medio del supermercado? (Tal vez es dulce y es agresivo, como el potencial del ser humano en general, pero eso nos rompe el ideal de infancia tierna y feliz, mostrándonos las contradicciones y el conflicto tempranamente). Nos sorprende y nos pone como padres en una situación nueva. Tal vez queremos que tenga firmeza y se haga valer, pero de pronto lo hace de forma muy intensa y se hace difícil lidiar con él. Si encima, comenzó a ir al jardín, y nos cuentan que mordió al amigo, o lo vemos empujar a otro niño en la placita e en el pelotero comenzamos a preguntarnos si es agresivo. ¿¿Agresivo?!, no era lo que queríamos y vinimos intentando construir de nuestro pequeño. Y es que justamente, contrariamente a lo que a veces creemos, la agresividad en el niño no depende sólo de los mensajes y modelos que le transmitimos (no se produce sólo por imitación aunque si es lo más vive, será un modelo fuerte para él), a lo que se suma que no siempre es mala o negativa. Preguntémonos: ¿es la agresividad una característica negativa de ciertas personas, o es también en cierto grado parte de la esencia del ser humano?, ¿es el ser humano desde el comienzo sociable y respetuoso del otro y sus necesidades, y/o tiene a su vez partes de sí que muestran algo de lo animal en lo humano, o en el 1 Lic. María Cecilia Rodríguez da Silveira. Psicoanalista. Psicóloga de Maternalito. 2 “Manual de psicopatología del niño” de J. De Ajuriaguerra y D. Marceli, Ed. Masson, Barcelona, 1987

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Page 1: AGRESIVIDAD EN EL NIÑO PEQUEÑO EN EL NInO...2 “Manual de psicopatología del niño” de J. De Ajuriaguerra y D. Marceli, Ed. Masson, Barcelona, 1987 2 extremo: la animalidad humana?

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AGRESIVIDAD EN EL NIÑO PEQUEÑO1 “ El bebé que araña y mordisquea el rostro de su madre, el gato que juega con el ratón, ¿son agresivos?. El pájaro que defiende su nido contra el intruso, con el pico y las plumas erizadas, ¿es agresivo? El hermano mayor que se precipita sobe su hermanita porque tose y que… tiene miedo de verla ahogarse, ¿es agresivo?”2 Alrededor del año y medio, dos años, muchas veces sucede que aquel bebote que nos acompañaba y seguía en nuestras decisiones y voluntad, comienza a manifestar con más fuerza la propia. Hay niños que desde bebitos son muy intensos y manifiestan con mucha fuerza su voluntad, otros en cambio comienzan en esta etapa a expresarla más fuertemente. Camino a la autonomía, nos encontramos con un niño que, lejos de ser un bebé relativamente dócil, se opone con firmeza a muchas de las iniciativas que tomamos con él (a bañarse, a salir, a vestirse, a comer…) “No” y “yo solo”, son expresiones que comienzan a reiterarse. Esta toma de mando sobre sus cosas a veces nos asombra y nos enorgullece, porque vemos su fuerza, su voluntad, su “carácter”, que para expresarse requieren un buen uso de cierta agresividad para poder decir “no”. Otras veces nos agota o nos resulta excesiva, llevándonos por ejemplo a una lucha denodada por lograr ponerle la campera y salir para llegar en hora al trabajo… Somos entonces nosotros necesariamente algo agresivos al ponérsela, o insistir. Tengamos en cuenta que para que el niño pueda decir “no”, tiene que tenerlo registrado y conocido, le tenemos que haber dicho que “no” a él con suficiente firmeza, muchas veces. Y seguramente queremos niños que sepan más adelante defenderse. Mezcla de placer por el crecimiento y sentimiento de asombro ante un niño que con gran fuerza se expresa y se opone, nos encontramos a veces con situaciones difíciles, desconocidas. ¿Es el mismo niño? ¿Nuestro dulce niño es el que está ahora haciendo un berrinche escandaloso y pegando patadas en el medio del supermercado? (Tal vez es dulce y es agresivo, como el potencial del ser humano en general, pero eso nos rompe el ideal de infancia tierna y feliz, mostrándonos las contradicciones y el conflicto tempranamente). Nos sorprende y nos pone como padres en una situación nueva. Tal vez queremos que tenga firmeza y se haga valer, pero de pronto lo hace de forma muy intensa y se hace difícil lidiar con él. Si encima, comenzó a ir al jardín, y nos cuentan que mordió al amigo, o lo vemos empujar a otro niño en la placita e en el pelotero comenzamos a preguntarnos si es agresivo. ¿¿Agresivo?!, no era lo que queríamos y vinimos intentando construir de nuestro pequeño. Y es que justamente, contrariamente a lo que a veces creemos, la agresividad en el niño no depende sólo de los mensajes y modelos que le transmitimos (no se produce sólo por imitación aunque si es lo más vive, será un modelo fuerte para él), a lo que se suma que no siempre es mala o negativa. Preguntémonos: ¿es la agresividad una característica negativa de ciertas personas, o es también en cierto grado parte de la esencia del ser humano?, ¿es el ser humano desde el comienzo sociable y respetuoso del otro y sus necesidades, y/o tiene a su vez partes de sí que muestran algo de lo animal en lo humano, o en el

1 Lic. María Cecilia Rodríguez da Silveira. Psicoanalista. Psicóloga de Maternalito. 2 “Manual de psicopatología del niño” de J. De Ajuriaguerra y D. Marceli, Ed. Masson, Barcelona, 1987

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extremo: la “animalidad humana”? ¿Cómo explicar la guerra, cómo explicarles a los niños que intentamos criar y educar “el conflicto con Irak” que ven todos los días en los diarios, en la parada del ómnibus, -junto a los niños pidiendo-, en la TV etc? Esto nos lleva a pensar, en la diferencia entre lo ideal y lo real. Y quizás para intentar educar a los niños en otras formas de expresión de los deseos propios que no sea imponerse violentamente sobre los demás, debamos empezar por relativizar, por comprender la diferencia entre la agresividad necesaria, y la excesiva. Pero volvamos a los pequeños niños: Es a veces tan fuerte -¿violento?- para los padres saber que su hijo fue mordido, como que fue “el mordedor”. Y quienes trabajamos con niños pequeños nos encontramos con esta situación frecuentemente. ¿Por qué muerde, araña o tironea el niño? A veces nos preguntamos porqué si justamente nosotros no le pegamos, ni le dimos ese tipo de ejemplo. El niño de esta edad no tiene la posibilidad que tendrá después- si todo va bien-, y que tenemos en general los adultos, de usar el lenguaje para expresar lo que quiere o frenar lo que siente. Lo propio y lo ajeno tampoco está claro para él. A veces pega y tironea mientras dice “mío”. Esa palabra: “mío” nos muestra que, por ejemplo, esa pelota la considera o desea propia, pero no es todavía una palabra que le permita esperar un turno para obtenerla, por lo que intenta entonces apoderarse de ella. De su deseo a su acción no media aún un pensamiento que le permita posponer. Nos encontramos entonces con un niño pequeño que de golpe se ve tomado por un impuso, un deseo, una necesidad y actúa en consecuencia sin poder aún esperar o formular su deseo con un lenguaje que sirva a tal fin. Más adelante tal vez podrá, en lugar de arrancarle un juguete a su amigo, pedirlo, incluso reconocer que no es de él o esperar. El control de los impulsos y la tolerancia a la espera son elementos esenciales en el desarrollo que se van adquiriendo gradualmente, mostrando –junto a otros aspectos necesarios a tener en cuenta- que su personalidad se está integrando adecuadamente, pero antes pasará por toda una etapa en la cual siente que querer es poder, en medio de la omnipotencia y la intensidad que lo caracterizan. (Si en el transcurso del tercer o cuarto año, habiendo logrado un lenguaje adecuado, sigue imponiéndose siempre o da la impresión de no poder frenarse, debemos preocuparnos y pensar en la necesidad de una consulta). Somos los adultos quienes tenemos que hacer lo nuestro para que el niño tolere esperar y respete a los otros (lo cual implica, entre otras cosas, una adecuada puesta de límites- aspecto a desarrollar en otro artículo-) Mientras tanto, le prestamos nuestro lenguaje ayudando a forjar el de ellos, poniendo en palabras que ahora no, que sabemos lo que quiere pero no se puede, o que aunque se enoje mamá y/o papá saben aguantar y esperar a que a él se le pase su enojo. Una mezcla de deseo de afirmarse en lo propio, de no lograr aun diferenciar con claridad lo que quieren de lo que pueden, lo que es de ellos de lo que no es, junto a la realidad de la fantasía, contribuye a que a veces una mordida signifique en realidad las ganas de contactarse con el otro, de tener lo que el otro tiene (aspecto que está presente también en otras etapas de la vida y no es fácil de superar). Comprender el sentido de estas conductas en determinada etapa de los niños, no debe ser sin embargo un consuelo para tolerarlas de forma pasiva, sino para incidir en ellas y para no decepcionarnos tanto o enfurecernos con el niño pasando a estar nosotros tomados por los impulsos. Justamente el ejemplo importante que les podemos

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brindar, es resistir, contener y frenarlos a ellos en estos momentos en la tranquilidad y certeza de que de ese modo los estamos ayudando. En los grupos de niños, es frecuente que estén presentes niños con mayor tendencia a desplegar conductas agresivas que otros, (no desestimemos las diferencias individuales) así como niños que por el contrario tienen dificultad para ser activos, colocar sus deseos en construir activamente un juego o defenderse ante las agresiones de los otros. Es necesario tener en cuenta entonces que la agresividad está potencialmente en todos, que aunque las situaciones grupales nos resulten difíciles, pueden ser a su vez una ocasión adecuada para que el niño vaya poniendo a prueba –ayudado por el adulto- su capacidad de manejar adecuadamente la agresividad. No es conveniente pensar que cuidando al niño de no estar expuesto a ninguna situación agresiva (lo cual a la larga sería imposible en tanto vive en una realidad con riesgos y agresiones) como otro niño que le pueda pegar, o ver cosas violentas en la tele, tendremos la garantía de un niño no agresivo. Incluso a veces nos asombra ver que en el juego nuestro hijo rezonga de forma mucho más severa de la que lo hacemos nosotros con él, como si fuera necesario para él, teniendo en cuenta cuánto de los sentimientos y necesidades manifiesta y procesa sanamente el niño en el juego. En este sentido es bueno tener en cuenta que no es malo que un niño juegue por ejemplo con armas, porque eso le da la posibilidad de descargar en el juego la agresividad y no en otros aspectos de la vida real en que sería mas nocivo. Es necesario afrontar el hecho que cierta agresividad es ineludible para afirmar y defender lo propio – consolidando su autoestima-pero sin avasallar al otro. Y eso lo vamos forjando en el día a día de satisfacer sus necesidades y deseos a veces y a veces las de los demás así como cobijando sus impulsos, -lenguaje y afecto mediante-. Es en las formas que adquieren los vínculos con el niño (no solo en el mensaje dicho, el ejemplo dado, sino en la relación), con afecto, firmeza y usando palabras, como vamos ayudando al niño pequeño a expresarse – en deseos socialmente aceptados como positivos así como también en la hostilidad – al mismo tiempo que lo enfrentamos a la existencia y necesidades de los otros, tan importantes como las suyas. Y lo ayudaremos también a diferenciar la hostilidad de la crueldad, la violencia necesaria para defenderse y diferenciarse, de la violencia que destruye al otro, desplegando así, al mismo tiempo, su capacidad de amar y de brindarse a otro, que es diferente y cuyos deseos deben ser tenidos en cuenta tanto como los propios. En los vínculos con los otros en adelante esperamos que en la mezcla de impulsos y sentimientos, amor y odio… no prime la destrucción, ya que el conflicto es ineludible, pero no necesariamente es guerra.

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