aeiou

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“Lo bueno del Periodismo es que te permite rectificar: Un redactor puede equivocarse y luego corregir sus errores, pero un cirujano…”. Entre risas, los dos principales encargados de la revista cultural Zona de Obras vinieron a la Universidad para hacernos la boca agua con las bondades del Periodismo. Parecía claro que éste es un oficio de ensayo y error hasta que el reportero añade un matiz: “Bueno, casi, casi… ¡A veces un periodista tiene más responsabilidad a su espalda que un cirujano en sus manos!”. Y, probablemente, ninguno de los que estábamos allí nos imaginábamos cuánta verdad había en sus palabras… Poco tiempo ha bastado para darle la razón. Ayer un periodista fue condenado a cadena perpetua por instigar desde su periódico el genocidio que en 1994 tuvo lugar en Ruanda. Sin embargo, los ruandeses hubieron de esperar más de quince años para que el principal agitador fuese puesto en manos de la Justicia. Durante unos días, se celebró un juicio al estilo local de la región, con unos tribunales llamados gacacas que están inspirados en las antiguas asambleas de sabios que, sentados en la hierba, decidían la pena que debían imponer al infractor de la ley. El ex editor del periódico Kamarampaka, Bernard Hategekimana, fue declarado culpable de avivar las llamas de una matanza que acabó con la vida de más de 800.000 personas. Aunque ya no se dedica a escribir para ningún diario ni a colaborar con las radios del país, el azuzador ha corrido la misma suerte que otros muchos compañeros cuyas palabras hirieron de muerte a tantos compatriotas. Los jueces decidieron que debía pagar por ello y así lo hará, pasando, si la condena no es reducida con los años, el resto de su vida entre rejas. Ruanda es un país de Centroáfrica que presenta unas tasas de analfabetismo menores que las del resto del continente. Más de la mitad de los ruandeses saben leer, pero sólo ha cursado más allá de los estudios primarios el 5% de la población. Esto la hace una sociedad fácilmente manipulable, y mucho más si desde los medios de comunicación, que son toda una autoridad moral en la sociedad civil, se alude a motivos muy profundos para justificar la matanza indiscriminada hacia un sector del propio país.

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“Lo bueno del Periodismo es que te permite rectificar: Un redactor puede equivocarse y luego corregir sus errores, pero un cirujano…”. Entre risas, los dos principales encargados de la revista cultural Zona de Obras vinieron a la Universidad para hacernos la boca agua con las bondades del Periodismo. Parecía claro que éste es un oficio de ensayo y error hasta que el reportero añade un matiz: “Bueno, casi, casi… ¡A veces un periodista tiene más responsabilidad a su espalda que un cirujano en sus manos!”. Y, probablemente, ninguno de los que estábamos allí nos imaginábamos cuánta verdad había en sus palabras…

Poco tiempo ha bastado para darle la razón. Ayer un periodista fue condenado a cadena perpetua por instigar desde su periódico el genocidio que en 1994 tuvo lugar en Ruanda. Sin embargo, los ruandeses hubieron de esperar más de quince años para que el principal agitador fuese puesto en manos de la Justicia. Durante unos días, se celebró un juicio al estilo local de la región, con unos tribunales llamados gacacas que están inspirados en las antiguas asambleas de sabios que, sentados en la hierba, decidían la pena que debían imponer al infractor de la ley.

El ex editor del periódico Kamarampaka, Bernard Hategekimana, fue declarado culpable de avivar las llamas de una matanza que acabó con la vida de más de 800.000 personas. Aunque ya no se dedica a escribir para ningún diario ni a colaborar con las radios del país, el azuzador ha corrido la misma suerte que otros muchos compañeros cuyas palabras hirieron de muerte a tantos compatriotas. Los jueces decidieron que debía pagar por ello y así lo hará, pasando, si la condena no es reducida con los años, el resto de su vida entre rejas.

Ruanda es un país de Centroáfrica que presenta unas tasas de analfabetismo menores que las del resto del continente. Más de la mitad de los ruandeses saben leer, pero sólo ha cursado más allá de los estudios primarios el 5% de la población. Esto la hace una sociedad fácilmente manipulable, y mucho más si desde los medios de comunicación, que son toda una autoridad moral en la sociedad civil, se alude a motivos muy profundos para justificar la matanza indiscriminada hacia un sector del propio país.

Así ocurrió con los tutsis, que conforman el 14% de los ruandeses, y la mayoría hutu: el pez grande devoró al pequeño pero dejó restos de ello. Y estos restos no son más que los testimonios de quienes sobrevivieron al exterminio: testigos silenciosos del lado más cruel del ser humano, de una fuerza que todos llevamos dentro pero que permanece oculta hasta que algo la hace estallar. Y si quien la hace salir es un locutor de radio, esa voz debe ser callada –al menos, por micrófono– para siempre.

Esto que puede parecer una simple anécdota debe servirnos en el futuro no sólo en nuestro ejercicio como periodistas, sino también como personas. Las palabras son un líquido inflamable que puede detonar en cualquier momento y, en ocasiones, llegan a ser más destructivas que una mina antipersona. De lo que no cabe duda es de que no importan la finalidad y el destino de nuestro discurso: tanto si se siembra la metralla del odio como si se lucha en pro de los derechos humanos, sólo una cosa estará clara, y es que el periodismo es el oficio más peligroso del mundo.

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