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Actualidad de los clásicos
Un proyecto de escritura creativa
Departamento de LenguaProf. Facundo Aleso
Universidad de Buenos Aires
Instituto Libre de Segunda Enseñanza
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Índice
Palabras preliminares 1
Prueba de matemática
Analía Aizerstein 2
Sangre ajena
Bruno Gold 4
Tomando las riendas
Carolina De Benedetto 6
Morita
Milena Colombo 9
El extraño caso del sr. Biktima
Julieta Bonantini 12
¿Al revés de la realidad?
Sofía Selim 15
Emergencias
Ignacio López Mieres 19
Tableros de Alicia
Laura Rossi 22
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Palabras preliminares
Los relatos que forman parte de este opúsculo fueron escritos por alumnos de 4to. año
(5ta. y 6ta. división) en el marco del proyecto anual de Literatura Española diseñado para esos
cursos. El planteo de dicho proyecto surge de una inquietud docente: la resistencia que la
lectura de los textos llamados “clásicos” genera en los alumnos, por distintos motivos, y que los
priva del disfrute de la lectura. En vista de ello, mi objetivo fue que pudieran acercarse a las
problemáticas de esos textos desde un enfoque personal y creativo, a fin de que puedan ver
que la universalidad de esas obras está más allá de las épocas.
Los exponentes más destacados de esta experiencia, aquí reunidos, testimonian el éxito
de la misma y todos quienes participamos de ella nos sentimos muy complacidos en compartir
estas narraciones con ustedes. Esperamos que las disfruten.
Prof. Facundo AlesoDpto. de Lengua
Instituto Libre de Segunda Enseñanza
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Prueba de matemática por Analía Aizerstein
3º año Turno Mañana
Fecha: 4/08/2012
Ya no quiero más, ya es mi último día y no tengo que seguir las reglas como de costumbre,
sentarme y pretender que soy un alumno más. Siento que bajé de Marte por alguna razón y creo que esto
es lo que mi mamá y mi psicóloga entendieron: yo no sirvo para el colegio, lo sufro. Tengo otro futuro
diferente delante de mí que no empieza su camino sentado frente a un pizarrón. En cambio, tengo que
estar en movimiento frente a los espectadores, mostrar algo que no soy, fingir, mentir, jugar a ser otro yo,
actuar.
Hace una semana ya que decidí abandonar la escuela secundaria en este, mi segundo intento de
aprobar tercer año. Simplemente no puedo, así que profe, le voy a pasar a relatar la historia del origen del
universo en esta prueba de matemática porque realmente tengo muy pocas mejores cosas que hacer acá
sentado esperando a que pase la hora.
Todo empezó cuando una criatura con cara de camello, cerebro de gallina y extremidades
humanas creó una fruta llamada “Frutilla”, por esto es que las personas vemos a esa criatura cada vez que
comemos la fruta del origen del universo. Todos estuvimos presentes en esa creación, los de todas las
generaciones de todo el planeta, pero por algún motivo, en nuestra era, sólo soy yo el que se acuerda de
haber vivido el origen del universo. No fue muy emocionante pero recuerdo que la criatura enterró su
frutilla en lo que hoy en día es Somalia y tras unos
segundos, la fruta se ahogó. La tierra absorbió la
muerte que la frutilla le daba para adquirir su color,
sus muchas semillas, su olor, su vida. El cielo, la tierra
y el mar se hicieron rojizos y aparecieron en instantes
millones de personas que empezaron a poblar el planeta. Se organizaron para construir ciudades,
campos, animales y demás cosas que actualmente se pueden ver en todos los rincones del mundo. Lo
único que hoy es diferente es que nuestra cáscara, la de los humanos, se nos fue decolorando por el clima
y de rojos pasamos a ser de un color anaranjado o amarillento y otras frutillas se quemaron con el sol y se
oscurecieron. Pero el rojo que no tuvo nunca contacto con el sol ni con el frío, se mantuvo del color rojo
vivo de la frutilla, esa frutilla líquida que nos corre por las venas y que nos recuerda nuestro origen frutal.
Esa vida “frutillona” se convirtió en nuestro nuevo mundo, éste en el que ahora yo estoy sentado
acá en mi último día de colegio de mi vida y en el que usted tiene la suerte de tener a alguien que
recuerda el hecho como para contárselo. Y digo suerte porque los demás se olvidaron de nuestra primera
frutilla, creen que algunos nacieron naranjas o amarillos y los otros negros, pero si me escucharan o si
recordaran se darían cuenta de que el líquido de frutilla dentro nuestro es el mismo en todos lados y para
todas las edades, desde el feto al anciano.
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Está bueno poder escribir esto y saber que alguien como usted profe lo va a leer porque…bueno,
no le queda otra, es mi prueba de matemática al fin de cuentas. Además, por su inteligencia, se va a dar
cuenta de que lo que digo es verdad, que lo viví, me va a creer y no como otros ignorantes que no creen
poder haber estado allí: en el momento del origen del universo.
Debería fijarse en Martín un poco más profe, me acaba de preguntar la respuesta al punto dos y
me preocupó que tuviese 2 bocas, quizás tenga hambre, o tal vez una enfermedad… quizás su frutilla se
esté pudriendo o haya estado en mal estado desde que nació. Lo más probable, sin embargo, y la
explicación más coherente que encuentro, es que tenga una frutilla de más en algún cromosoma, cosa no
tan extraña, ya he visto casos así. De cualquier manera fíjese o coménteles a sus padres.
Volviendo a lo mío, ya no sé qué más contarle para hacer mi hora de clase menos aburrida. Bueno,
le puedo contar mis planes de vida.
ESTA PARTE LÉALA SOLAMENTE SI ESTÁ MUY ABURRIDA EN SU CASA DE CORREGIR NUESTRAS
PRUEBAS.
Decidí dejar el colegio porque hace 2 semanas vino mi hermano a mi casa y me dijo que se
arrepentía de algo en su vida. Se arrepentía de no haberse dedicado enteramente a lo que le gustaba, que
era tocar el piano. Me dijo que había tenido 19 años de vida para hacerlo pero como tardó tanto en
decidirse a dejar el colegio, el tiempo restante no le fue suficiente. Le dije a mi mamá esto que mi
hermano me había dicho y me respondió que mi hermano no había llegado a tener 19 años ni siquiera
(cosa que no entendí) y que si era lo que yo realmente quería, ella me apoyaba, claro que porque ella
tampoco lo terminó, así como el resto de mi familia.
Y bueno, ahora voy a ser actor full time. Aprovecho y le meto el chivo profe: los viernes a las 22 hs.
presento mi unipersonal en El Tinglado (Mario Bravo 948).
FIN
Comentario del profesor: además de ser muy divertido (algo que nunca debe perder la
literatura), el cuento de Analía elabora muy originalmente los motivos de locura / cordura
presentes en nuestra lectura de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y los
procesa dentro de una circunstancia típica de la cotidianeidad adolescente: la situación de
examen. Como plus, el texto pone en foco con mucha lucidez una cuestión muy cara a la
práctica de todo educador: ¿cómo renovarse desde la didáctica para no resultar
“aburridos”?
En último término cabe aclarar que, dado que la intención del texto es reproducir la
respuesta de un alumno a una evaluación, no hubo ningún tipo de intervención docente en
cuanto a errores gramaticales o de ortografía.
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Sangre ajenapor Bruno Gold
Tintineo de medallas ganadas por sangre ajena, entrechocar de espadas tintas de
cobardía. Los generales llegaron a la sala y tomaron asiento rápidamente alrededor de una
mesa cuadrada. El ambiente era relajado: habían ganado la guerra y pronto estarían de vuelta
en casa. Uno de ellos comentó que habían perdido más hombres de los que esperaban; los
otros lo callaron diciéndole que habían muerto por su patria. Por supuesto, los que estaban allí
no habían tomado parte de las batallas, simplemente se habían dedicado a quedarse en la
retaguardia del ejército mientras los demás morían. ¿Todos? No. Uno de los presentes sí había
combatido, visto caer a cientos de sus hombres y peleado por su vida. Se llamaba José. Había
ido ascendiendo en la carrera militar gracias a que su padre era amigo de uno de los altos
mandos del ejército. Cuando le anunciaron que comandaría uno de los batallones del ejército
se quedó sorprendido: ¡Si ni siquiera sabía disparar un rifle! ¿Cómo iba él a comandar una
sección del ejército? Los otros generales lo
tranquilizaron, le dijeron que no era una tarea
demasiado difícil: lo único que tenía que hacer era
mandar a sus hombres al combate y después
alentarlos cuando volviesen. José, convencido por lo
que le habían dicho los demás, aceptó el cargo.
Y llegó el día de la partida. La gente se agolpaba
en los muelles para ver partir los buques atestados de soldados. Cuando le tocó el turno de
subir al buque, José no vaciló: se despidió de su padre -quien le deseo suerte- y subió a bordo.
Allí adentro, las cosas eran diferentes. Mientras avanzaba para llegar a su camarote,
percibió miradas perdidas y espantadas, vio lágrimas de tristeza cruzar la cara de soldados que
no debían tener más de 19 años. Desesperación y miedo. En el intento de comenzar con buen
pie su participación en la guerra, se acercó a un joven que lloraba y se sentó a su lado. Le dijo
que iban a pelear por su país, que no debía tener miedo, que Dios lo iba a proteger y que no
había mayor honor y prestigio que la labor que estaba por llevar a cabo. El soldado lo miró fijo y
comenzó a reírse. –¿De patria me venís a hablar cuando dejo atrás a mi mamá sola y mi carrera
sin terminar?–, le dijo. –El único honor que vi hasta ahora en la guerra son las medallitas que
llevan ustedes encima, mirá, como las que vos tenés, ¿vos fuiste alguna vez a la guerra? –José
tuvo que admitir que no…
Llegaron al fin. José descubrió que allí la guerra tenía otra cara, que no era como él se la
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había imaginado. El ejército se movía constantemente entablando ocasionales escaramuzas
que a veces ganaban y a veces perdían, sin que José entendiese demasiado bien por qué.
Un día les tocó dormir en una fortificación que el ejército había establecido en la región.
Cuando llegaron, descubrieron que ya estaba ocupada por otro batallón, por lo que se decidió
que montarían las tiendas en las cercanías del cuartel para mayor protección. El general se
resignó a que esa noche dormiría con sus tropas en vez de entrar en el cuartel, por lo que se hizo
plantar su tienda y decidió pasar la noche lo mejor que pudiese. Se encontraba enfrascado en la
lectura de un libro que le había prestado un amigo antes de partir, cuando resonó el primer
disparo: dejó el libro de lado, se puso de pie de golpe, tomó su fusil y salió. Todo era un caos. Sus
soldados disparaban y morían de a cientos. Del cuartel habían cerrado las puertas y no dejaban
salir ni entrar a nadie. José caló su rifle y le disparó a un enemigo que venía corriendo hacia él. El
soldado cayó muerto y José fue en búsqueda de su próxima víctima. En la confusión del ataque
se oían llantos de heridos y se veía a algunos soldados abandonar sus armas y correr. Esa no
era la guerra que a él le habían descripto pensó mientras le disparaba a otro enemigo. No había
ningún honor en matar a un hombre que corría en un intento de salvar su vida. No estaba
defendiendo su patria mientras mataba a aquellos pobres infelices que nada tenían que ver con
la disputa que había originado la guerra.
José, por supuesto, recibió la medalla de honor por haber logrado defender el
campamento del ataque enemigo. Cuando se la pusieron en el pecho la miró y decidió que le
sentaba bien: era de color rojo y contrastaba con su uniforme. Pronto la sonrisa se esfumo de su
rostro, porque la medalla era del color de la sangre que sus hombres habían derramado, para
que él pudiese tener una medalla más.
FIN
Comentario del profesor: este relato reelabora la cuestión del honor y la patria,
temática vista en clase con El poema de Mío Cid, y resulta muy valiosa la forma en
que Bruno ha podido trasladar esos ideales a la actualidad, mostrando cómo ellos
han variado en el transcurso del tiempo. Todos los lectores, pero tal vez más
quienes tenemos una edad superior a los 35 años, podremos evocar
particularmente, en el sentimiento de este cuento, la experiencia dolorosa de una
guerra no tan reciente, que merece una reflexión permanente.
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Tomando las riendas por Carolina De Benedetto
Sandra se acostó en su sillón de peltre marrón como todas las tardes, a leer alguno de sus
tantos libros preferidos, que había ido acumulando desde que se casó y decidió consagrar su
vida a su casa, a su marido y a los hijos que todavía no habían llegado.
Su vida se había vuelto casi una rutina. Levantarse por las mañanas, maquillarse algún
moretón circunstancial, leer, cocinar, recibir a su marido ya entrada la noche. El futuro que
alguna vez Sandra había anhelado se había ido convirtiendo en automatismo.
Quizás ésa era la razón por la cual había perdonado tantas veces. Tal vez creía que era su
culpa, su propia falta de imaginación, de creatividad, la que había llevado a su pareja a seguir
cual androide los inevitables pasos de la rutina, y, de cuando en cuando, explotar. Claro, ¿quién
podría resentir a alguien por un episodio de violencia que en realidad significaba la necesidad de
reavivar la pasión de la relación?
Sandra nunca había pensado mucho en esto, por lo menos no hasta hacía unos meses,
cuando una nueva acción se le volvió costumbre: leer. Sandra había comenzado a leer por las
tardes. Comenzó con clásicos argentinos como Borges, pero no rechazaba nunca ningún libro.
Cuando leía, se sentía libre de pensar y hacer lo que quisiese, era una sensación nueva y
mágica.
En unas pocas tardes se había devorado todo Rayuela, y pasaba horas analizando en su
mente las mil y una posibilidades de análisis de obras como La metamorfosis o El túnel.
Últimamente la treintañera estaba absorta en la lectura de
obras de teatro, y había tropezado azarosamente con la
lectura de Anillos para una dama.
Sandra estaba muy familiarizada con el Poema del Mío
Cid, el cual recordaba como épico y a su vez ordenado, tal vez
demasiado. La obra de teatro, en cambio, le resultó
renovadora, original, atrevida, y bastante sagaz. Todas cualidades que la mujer admiraba y
buscaba en sus lecturas.
Sin embargo, ésa era la única obra que le estaba costando terminar. Generalmente,
cuando llegaba a la lectura de algún parlamento de Jimena, un sentimiento de claustrofobia le
llegaba desde su interior, como si fuera ella la que se encerraba diariamente, en esa cárcel
rutinaria, como si fuera un castigo por quién sabe qué pecado cometido, tal vez, en otra vida
pasada que ni ella misma recordaba.
Pero esa tarde se había decidido a, costara lo que costase, terminar la obra que tantas
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sensaciones contradictorias le traía. Sandra no era de llorar en sus lecturas, pero ese libro,
esa historia, muy posiblemente había quebrado su carcasa protectora, ya que le resultaba
inevitable no emocionarse con las ironías que se establecían entre la Jimena perfecta que
había leído en el poema, consagrada a su esposo, fiel, siempre en segundo plano, pero
orgullosa de estarlo, a la otra Jimena, la mujer independiente, osada e imperfecta de la obra
que estaba leyendo, la mujer más humana, más mujer.
Terminó la obra y se secó la cara cuidando de no descubrir el moretón en el ojo izquierdo,
que había tapado magistralmente con maquillaje, debido a la gran habilidad que sus años de
matrimonio y su tiempo libre le habían otorgado. Luego miró el reloj de la cocina y se sorprendió
al ver que tenía tan sólo un par de horas antes de que su marido llegara, ansioso de una cena.
Comenzó a deshuesar un pollo para ponerlo a la parrilla. El silencio invadía la casa y sólo
se podía distinguir el fino chillido del afilado cuchillo haciendo su trabajo. Sandra no podía
concentrarse en su tarea, pensando en lo que había leído. Porque toda su vida había
considerado el Poema del Mío Cid como un ejemplo de vida y de los valores, sin darse cuenta
de la irrealidad de todo lo que la historia contaba: un hombre leal a su rey a pesar de todos sus
destierros, un rey justo hasta con sus propios enemigos y una mujer cuyo único disfrute era la
gloria de otros.
Al mismo tiempo que todos estos pensamientos se le cruzaban por la mente, el cuchillo
se había ido deslizando suavemente hacia su dedo índice y había provocado una lastimadura
superficial. Cuando Sandra notó la sangre borboteando soltó el cuchillo y lanzó un grito, no
sabiendo exactamente si era por el dolor que la lastimadura le había provocado o por un
sentimiento de liberación que acompañaba a la sangre que salía de su cuerpo. Pero si había
algo que sí sabía era que todo estaba más claro.
Ella debía ser dueña de sus lastimaduras, de sus tristezas, de sus temores, de todo lo
malo y todo lo bueno, ella debía ser la propietaria. Le correspondía a ella decidir qué hacer de
su vida y de sus pensamientos. No quería ser más la culpable de nada, y tampoco quería ser la
dueña de esa vida que estaba viviendo, si es que a eso se le podía decir vida.
Veinte minutos después, Sandra estaba saliendo de la casa que había habitado por casi
tres años, sin intención de volver a pisarla. Ya no había ningún anillo en su dedo anular, y sintió
que sus moretones empezaban a sanar, poco a poco.
No llevaba más que una corta obra de teatro en una mano y una bolsa con ropa en la otra,
y mientras cruzaba la calle y caminaba por la ciudad entretanto anochecía, no encontró más
remedio que sonreír y agradecer no haber nacido unos cuantos siglos atrás.
FIN
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Comentario del profesor:
figura de mujer a partir del Poema de Mío Cid, pero también puso en juego otra
obra leída en clase: Anillos para una dama, una moderna obra de teatro en un
acto de Antonio Gala, en donde se desacraliza la imagen de aquellos
protagonistas de la épica española. Pero además de esta intertextualidad doble,
el cuento de Carolina se refiere al poder que la literatura tiene como motor del
pensamiento humano, y lo hace mediante un sólido equilibrio narrativo, un
manejo sutil de recursos como la elipsis, y un profundo grado de conciencia
respecto del lugar y las aspiraciones de la mujer en una sociedad actual que ha
comprendido (afortunadamente) que debe ocuparse seriamente de
problemáticas graves como la violencia de género.
para la redacción de este relato, Carolina trabajó con la
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Morita por Milena Colombo
Se despertó. No tenía ganas de ir a trabajar; hacía días que quería renunciar, pero
necesitaba el trabajo. Se hizo un café, dos tostadas y salió de su casa. Era bastante
temprano, así que decidió dar una vuelta por los alrededores. Su barrio estaba lleno de
plantas, por eso lo había elegido al mudarse. Nunca había visto los árboles tan verdes, sentía
que estaba en el paraíso, en un sueño; tenía ganas de seguir caminando pero iba a llegar
tarde. Vio pasar el colectivo que debía tomar; trató de alcanzarlo pero no pudo, insultó al
colectivero y caminó hacia la parada. Tenía que apurarse, si no, no llegaría a horario.
Le pareció escuchar una voz que decía su nombre, pero la ignoró. “¿Camilo?” volvió a
escuchar, y decidió fijarse en quién lo llamaba. Era Mora, su ex compañera de secundaria, su
mejor amiga de esa época y su primer amor. Hacia años que no la veía; ella estaba hermosa:
joven, feliz y radiante, como siempre lo había sido. “¿Querés ir a tomar algo?” ofreció ella, y
Camilo aceptó; ya era imposible que llegara temprano al trabajo y moría de ganas de saber
qué había sido de la vida de Morita, apodo que le habían puesto sus compañeros.
Entraron al primer café que encontraron; estaba venido a menos, pero eso no era
importante, lo único que quería era escuchar a su
amiga y olvidarse de todo, de su familia, del trabajo, de
la universidad, de todo. Morita le contó que había
empezado a estudiar Economía, pero que abandonó y
se decidió por Letras, y que le faltaba poco para
terminarla; que su papá había fallecido, que estuvo a
punto de casarse pero se arrepintió, que estaba
escribiendo algunos poemas y que estaba muy feliz. Comenzaron a recordar las épocas del
secundario, época de recreos, amigos, exámenes, campamentos, fiestas, profesores,
amores. Recordaron las tardes que pasaron juntos, tardes en las que lo único que quería
Camilo era darle un beso y decirle que la amaba, pero nunca lo había hecho. Entre bromas,
él le dijo lo mucho que le había gustado ella en la secundaria, y ella le confesó que había
sentido lo mismo por él.
Siguieron hablando toda la tarde; él se sentía tan bien al hablar con ella, sentía que
nunca se habían dejado de ver. Ella lo invitó a ir a su casa, y el aceptó sin dudarlo. Se sentía
joven y enamorado, como no lo estaba hacía mucho tiempo.
Todo lo que no se habían amado durante esos años se amaron esa tarde. ¿Se podía
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amar tanto a una persona en tan poco tiempo? Camilo y Mora ese día se dieron cuenta de que
era posible…
Pero de pronto se despertó. No lo podía creer. ¿Todo había sido un sueño? Había sido
demasiado perfecto para ser verdad. Se cambió rápido y salió de su casa. Estaba lloviendo, él
odiaba la lluvia; lo ponía melancólico y triste, y lo último que él necesitaba era angustia, ya tenía
demasiada. Agarró su paraguas, salió de su casa y comenzó a caminar. Llovía mucho,
demasiado. Decidió ir caminando al trabajo, el colectivo no llegaba más. Estaba por cruzar la
calle, hasta que sintió que le tocaban el hombro… “¿Camilo?”.
FIN
Comentario del profesor: el texto de Milena es una demostración de que escribir bien no
significa escribir “difícil”. Limpio, ágil, fluido, el relato se arriesga a una estructura
circular bien balanceada que recupera el planteo de La vida es sueño, en cuanto a
las relaciones entre sueño y realidad, y a la dificultad (¿o inutilidad?) de diferenciar
esas experiencias. Aunque la historia de “Morita” no se agota sólo en esa visión de
los sueños, sino que también los plantea como un terreno cuasi-mágico donde se
concretan fantasías o donde, tal vez, se vislumbra el futuro…
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El extraño caso del sr. Biktima por Julieta Bonantini
El detective Buscandy estaba en su despacho como todos los días, cuando de repente lo
sobresaltó el sonido del teléfono… y lo atendió… era una campaña publicitaria, así que
lamentablemente todavía el cuento no puede empezar y ya se desperdiciaron tres líneas…
Ahora sí, otro llamado... Buscandy atiende y una voz del otro lado dice:
- Hola…
- Hola…
- Hola, sí…
- Sí…
- Estoy hablando con el detective Buscandy?
- En realidad está empezando a hacerlo ahora, ¿quién está hablando?
- Soy el sr. Amíguez, por favor necesito que venga cuanto antes a mi casa, ¡¡¡hubo un
crimen horrendo!!!
Presuroso, el detective tomó nota de la dirección y al rato estaba ya golpeando a la puerta
de la casa indicada. Se abrió la puerta y apareció una persona que lo saludó.
- Soy el sr. Amíguez, ¿quién es usted?
- Soy el detective Buscandy.
- Mucho gusto detective, y ¿qué lo trae por aquí?
- ¡Usted me llamó desesperado porque en esta casa hubo un crimen!
- ¡Ah, cierto, por favor adelante! ¿Le sirvo algo?
- Espero que me sirva bastante... Y a propósito, ¿quién era usted?
- Ya le dije que soy el sr. Amíguez, íntimo de la víctima. Yo soy quien lo llamó por teléfono.
- Ah cierto, muy bien, para empezar me gustaría ver el cuerpo de la víctima.
- Correcto, allí lo tiene, tras el sillón marrón…
El detective examinó detenidamente cada centímetro cuadrado del cuerpo del pobre sr.
Biktima y no pudo evitar una sensación de asco que se reflejaba en su expresión, que también
era de asco. El cuerpo, según calculó Buscandy, tenía unos 54 disparos, si bien no pudo
especificar cuál le causó la muerte.
El señor Amíguez miraba la escena desde cerca, y no pudo evitar exclamar:
- El asesino del señor Biktima es un ser perverso. Al pobre lo acribillaron sin piedad,
¡queremos que lo encuentre ya!
- Ahí está, tirado tras el sillón marrón… ustedes mismos me lo mostraron…
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- ¡No, al asesino, queremos que encuentre al asesino!
- No tengo idea de dónde puede estar..
- Me refiero a que necesitamos que descubra quién es…
- Claro, claro, en eso estoy… ¿Usted lo conocía desde hace mucho?
- ¿Al asesino? ¿Qué me está preguntando?
- No, al señor Biktima…
- Ah, sí, por supuesto, íbamos juntos al colegio primario.
- Perfecto, es una pista importante, ¿qué más me puede
agregar?
- También volvíamos juntos.
- ¿Sabe si tenía enemigos?
- Sí, uno seguro…
- ¿Quién?... ¿¡¡¡Quién!!!?
- El asesino, mire como lo dejó…
Cuando estaba a punto de golpear al señor Amíguez, el detective escuchó unos pasos
femeninos que bajaban por la escalera desde el piso superior, acompañada por un oficial de
policía:
- Supongo que usted es el detective, ¿verdad?
- Efectivamente señorita, y ¿quién es usted?
- Soy la señorita Femme, amiga de la víctima, ¿usted quién es?
- Soy el detective.
- Ah, sí… lo había olvidado.
- ¿Tiene algo interesante para aportar sobre el hecho, señorita Femme?
- No, la verdad es que este crimen me ha dejado sin palabras
- Al sr. Biktima le pasó lo mismo...
De repente, se volvieron a escuchar pasos que venían de la cocina. Esta vez eran pasos
firmes y decididos:
- Buenas tardes detective, soy el doctor Saludelli y ¡tengo algo muy importante que
decirle!
- Buenas tardes doctor, su testimonio es muy importante, pero de todos modos ahora sirve
de poco, porque está claro que el sr. Biktima murió por la cantidad de disparos efectuados por
un ser totalmente despiadado y despreciable… Igualmente lo escucho…
- Yo soy el asesino.
- ¿Perdón?
- Que yo soy el asesino.
- En ese instante todos se quedaron helados, incluido el sr. Biktima que ya lo estaba…
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- Perdón, ¿puede repetirlo?
- Soy el asesino, soy el asesino, soy el asesino, soy el asesino…
- ¡Basta! Queda usted detenido y será conducido de inmediato a la cárcel.
- Perfecto, muy bien, gracias sr. detective- contestó el doctor.
- Ahora bien, doctor, ¿puedo preguntarle por qué no se entregó directamente en lugar de
hacernos perder el tiempo a todos nosotros?
- Sí señor, le explico… En todo momento pensé en entregarme apenas maté a este
maldito, pero la inflación por estos días es tremenda y ya no se puede viajar hasta el
departamento de Policía por lo que cuestan los pasajes… de esta manera es distinto, me llevan
ustedes hasta allá …
- Basta, ¡¡¡lléveselo ya oficial!!! El caso está resuelto. ¡Ah! y por favor (señalando hacia el
sillón marrón donde estaba el cuerpo del señor Biktima) lléveselo también, realmente es
espantoso verlo ahí…
- Estoy de acuerdo -dijo la Srta. Femme-, de todos modos ya teníamos previsto cambiarlo
por un sofá más moderno… Detective, es usted admirable -agregó la señorita Femme-,
¡realmente no sé cómo pagarle!
- ¿Usted también me va a venir con eso de la inflación, señorita?
- No, me refiero a que usted hizo un trabajo excelente.
- Tengo mucha experiencia en estas cosas, simplemente le cerré todos los caminos al
asesino y no tuvo más remedio que confesar…
- ¡Gracias por todo detective, nunca lo olvidaremos! -agregó el sr Amíguez.
- Estoy hablando con la Señorita, por favor usted no se meta.
- ¡Tiene razón…! -gritó el doctor, mientras se lo llevaba la policía.
- Bien... Buenas tardes a todos, el caso está resuelto, soy el detective Buscandy y una vez
más he triunfado.
- ¡Adiós detective Buscandy, nos vemos en la próxima! -le decían todos a coro desde la
puerta, mientras estaba entrando a la casa el empleado de la mueblería.
FIN
Comentario del profesor: para esta narración, Julieta eligió trabajar un aspecto más
formal que temático; en efecto, la lectura de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha le dio la perspectiva adecuada de lo que es una parodia de género y ella
eligió aplicarla al género policial, cuyos componentes son familiares para cualquier
lector iniciado. El resultado es un logrado y entretenido texto, velocísimo en cuanto a
su humor, en el que predominan los recursos del absurdo.
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¿Al revés de la realidad?por Sofía Selim
Otra vez más, estaba con esa sensación rara, como desconocida para mí; le encontraba
un motivo pero no sentía que en realidad ésa fuese la verdadera causa de lo que me pasaba.
Era un sentimiento que empezó siendo circunstancial hace ya unos años, pero que cada vez
se hizo más habitual. Era la sensación de necesitar escapar, irme de ese mundo, de donde
estaba, lejos de lo que me rodeaba… Y claro, mi primera respuesta a este sentimiento era que
tal vez quería alejarme de todos mis problemas por los que me llevó la vida, pero no. Luego de
ese día, luego de que me hubieran preguntado ese interrogante tan interesante, lo pensé de
otra manera: ¿y si estaba viendo todo al revés de como en realidad lo era? Puede ser, tal vez es
sólo un pensamiento mío, una persecución de ideas relacionadas de manera que quizás no
eran las correctas, pero, ¿y si sí lo eran? Aunque la verdadera pregunta era, si así fuera, ¿por
qué lo hacía?
Fue otro jueves más, común de mi vida, bah, lo estaba siendo, hasta que llegó ese
momento… Pero mejor, comencemos por el principio.
Me desperté otra vez por los gritos de esa mujer que, aunque me cueste decirlo, es mi
madre, pero sólo biológica, es decir, nunca cumplió tal rol, por lo que no se merece que la llame
así. Ya estaba harta de despertarme por sus gritos, se había hecho usual y había dejado de ser
extraño. Comenzó con estas actitudes desde hace más o menos cuatro años, cuando empecé
la secundaria, si recuerdo bien. Antes de esto, tenía una relación excelente, siempre hubo
alguna que otra discusión, o algún celo por mi papá –ya que yo era hija única y él nuestro único
hombre. Es por esto que peleábamos; mi padre es mi padre y, obviamente, debía estar más
conmigo que con ella. Yo soy su hija, y ella nunca quería dejarnos pasar tiempo juntos. Mi
madre decía que yo tenía celos, y que no estaba bien, ya que mi padre nos quería a las dos y no
había necesidad de elegir. Pero yo no pensaba igual: tenía tal afinidad con mi padre que era
como mi mejor amigo. Aunque ella decía que organizaba cosas para hacer en familia, yo sabía
que en realidad sólo quería estar con él.
Cuando entré a primer año, empecé a sentir que mi madre me excluía de algunas cosas,
aunque ella decía que yo me alejaba sola. No lo demostraba directamente, pero yo podía
develar esas intenciones dentro de ella, y me quería hacer creer a mí que eran todas ideas
mías.
Luego comenzaron los gritos y las peleas, me tapaba las orejas y no quería escucharla, ni
me molestaba en responderle. Nunca me gritaba de frente, siempre desde alguna habitación o
sin mostrarse. Lo que más me molestaba de todo, era que las pocas veces que le respondía,
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ella venía corriendo de donde estaba y negaba haberme tratado mal y gritarme, me decía cosas
lindas y me acariciaba. Eso realmente me ponía peor y me hacía gritar y querer pegarle a
cualquier cosa. Lo consideraba un acto de falsedad, y no, todavía, como un acto de locura.
Pasado un tiempo, mi padre me sugirió, debo decir que casi me rogó, que fuera a un psiquiatra
para que simplemente descargara mi bronca y molestia con éste, y no conmigo misma u
objetos. Me costó decir que sí, pero acepté, aunque no sé por qué pienso que si me hubiera
negado me habrían, creo que de alguna manera, obligado a ir. Tal vez estaba equivocada.
Es por eso que, la mañana de ese día, un jueves común, me levanté, hice mis cosas
diarias, fui al colegio, y al salir, me dirigí al consultorio de mi terapeuta, al que iba todos los
jueves y lunes. Yo siempre creí que con un solo día alcanzaba, pero mi padre insistía. Ese día
tenía más molestia de lo común, porque sentía que era injusto que la mujer que lo único que
había hecho en su vida que me benefició fue parirme, supiera todo de mí, y me mandase a un
tratamiento psicológico, cuando yo era la que aguantaba sus locuras, y yo ni siquiera sabía si
ella se veía con un médico también. Siempre pensé que la solución era que si ella se trataba iba
a estar bien, y a mí me dejaría de molestar, pero eso nunca pasó; cada vez estaba peor, y cada
vez negaba más que me gritaba y que me trataba mal. Claro que para mí esto era porque estaba
loca, y la negación era parte de su locura.
Al llegar al consultorio de mi médica, me senté como
siempre y empecé a observar. La observación del simple
ambiente, de las simples cosas, de las singulares
personas, era algo que me causaba tranquilidad, no sé por
qué, y algo que me gustaba, y mi psicóloga lo sabía, de
hecho a veces se quedaba minutos mirándome cómo
observaba, antes de empezar a hablar. Había algo que
siempre me causó curiosidad: en el edificio de enfrente, un
departamento tenía unas cortinas azules, naranjas, y amarillas, siempre en la misma posición,
es decir, ¿quién se compra cortinas de esos colores? Alguien a quien le falta color en su vida tal
vez. Y al correr la mirada estaba mi psicóloga, justo enfrente mío. No podía observarla una vez
que empezábamos la entrevista, no sé por qué, simplemente necesitaba mirar para otro lado y
no a ella, es por eso que aprovechaba a mirarla antes de empezar a hablar. Era una mujer
morocha, joven, linda, debo admitirlo, pero tenía algo que no me gustaba en absoluto, de hecho
casi estuve a punto de dejar el tratamiento por ese hábito horrendo que tenía: era una fumadora,
y compulsiva, hay que decir. Era difícil soportarlo para mí, nunca se lo dije. A las pocas sesiones
que tuvimos, me había dado cuenta de que me hacía acordar a alguien, a una persona que
también fumaba, y de una manera similar. No quiero decirlo, pensarán que si esto me hace
acordar a esa persona, y de hecho, me afecta ya que me molesta, es porque me importa. Pero
no es así, esa persona era ella, la esposa de mi padre. Era un doble desafío para mí,
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imaginarme a mi psiquiatra como mi madre en parte, y contarle a ésta a la vez, lo que pasaba
por mi mente y mi vida. Y eso, aunque parezca raro, no me incomodaba, me gustan los
desafíos.
Al terminar de observar, le pagué por adelantado la sesión y le pedí otra receta de unas
pastillas que me había encomendado tomar cuando escuchaba a mi madre gritar,
simplemente para calmarme, pero no más de una por día, así decía ella, y hacían efecto. Cada
vez que tomaba una, sentía que la mujer se callaba y yo estaba completamente relajada, sin
nadie molestándome, como en otro mundo, un mundo más real tal vez. Aunque a decir verdad,
esto era raro, unas pastillas hacen que una persona se calle, cuando otra persona es la que las
ingiere, pero funcionaban, así que yo nunca cuestioné nada.
Comencé a hablar; esta vez quise conversar sobre algún tema que no tuviera nada que
ver con mi vida, con algo del mundo, las plantas tal vez, o el clima, cualquier cosa. Pero no
pude, sentía la bronca y las ganas de transmitirle esos sentimientos a mi terapeuta. Ella decía
que lo único de lo que hablaba era de mi madre, y yo lo sabía, me daba cuenta, era sólo que no
pasaba otra cosa por mi mente.
Terminando la sesión, le dije que ya estaba harta de que eso se hubiera hecho costumbre
para mí, y de que no estaba bien que eso fuera así, quería que se detuviera ya, me parecía
injusto que yo tuviera que soportarla a la loca. Entonces, la vi suspirar, y me dijo: “Voy a hacerte
una pregunta, vos interpretala y pensala como quieras, pero que quede dando vueltas en tu
mente… ¿Te imaginás otra realidad, en la que tal vez tu mamá no esté loca como pensás, y
que tal vez vos seas la… equivocada?”.
Apenas terminó, abrí la boca enseguida para responder, pero al instante la cerré y no dejé
salir sonido, no pude. La pregunta me cautivó, me dejó pensando, y por un largo rato. La
pregunta no decía mucho, en realidad sí, pero especificaba poco, la podía tomar desde
cualquier punto. Tal vez lo que quería decir era que para mi mamá si era la verdad, ya que no se
puede esperar de una persona loca que piense dentro de la lógica, si no dentro de su locura y
por lo tanto, su verdad. O podía ser también que me imaginara realmente otro mundo como yo
quería, y yo quería que fuese así, mi mamá diciéndome la verdad sobre que me quiere, ya que
en esa realidad así lo siente y no me maltrata.
Pero luego pensé, ¿y si es simplemente como lo dice la pregunta, si simplemente esa
realidad que me debo imaginar, es la verdadera, y la que en verdad me estoy imaginando es en
la que estoy viviendo? Yo sería la loca en ese caso, la que escapa de otra realidad, quién sabe
por qué, porque mi lógica lo quiere así. Eso explicaría muchas cosas: por eso nunca la vi gritar
a mi mamá sino sólo la escuché, porque no podía ver algo que en realidad no pasaba; por eso
las pastillas, porque me hacían dejar de alucinar gritos; por eso mi mamá venía corriendo a
buscarme cuando me escuchaba responderle y me decía que me quería, porque así lo era en
realidad, porque me quiere. Una vez la escuché con mi papá diciéndole que no soportaba más
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estar así conmigo, cada una en su mundo, que el tratamiento no funcionaba. Y yo supuse que
se refería a su mundo inmerso en la locura, y a su tratamiento.
Pero no, yo todo este tiempo, cuatro años, juzgándola sin motivos reales algunos, porque
yo solo veía lo que quería ver para ocultar lo que no quería ver. Que amo a mi mamá y la
extraño, y a mi papá también. Yo me sentí capaz de juzgar a alguien, a mi propia madre, sobre si
estaba loca o no, y ¿por qué? Pero terminé siendo yo la juzgada, la loca en mi mundo de
cordura. Aunque tal vez no es correcto lo que digo, tal vez relacioné todo mal y tantas sesiones
me hicieron pensar así.
No aguanto más, quiero que llegue el lunes para poder comentarle esto a mi psicóloga y
que me diga algo al respecto, ya que, claro, no se lo puedo decir a mi padre o a mi madre,
porque si estuviera al revés de la realidad, ellos son personajes de mi vida, mis ambas vidas,
que cambian en cada una. En cambio, mi terapeuta, supongo que sería la misma, un neutro que
me ayudaría a salir de esta situación. Una situación que todavía no comprendo, una situación
horrible cuando se enfrenta, no saber en qué mundo está uno mismo. Esa línea que separa la
cordura de la realidad, una línea realmente invisible y larga, que pasa por la vida de muchos, y
quién sabe aún si por la mía. Pero, ¿quién sabe y puede decir qué es estar cuerdo y qué es
estar loco?
FIN
Comentario del profesor: hay algo en este cuento (pura pulsión) de Sofía que me resultó
especialmente valioso, y es el hecho de que cumple a la perfección con el objetivo
que se planteó en el proyecto de escritura, esto es, recuperar la problemática de los
clásicos y plantear su actualidad. En efecto, el relato trabaja la oposición locura-
cordura analizada en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, trasladándola a
un típico universo adolescente en donde las relaciones con los padres son casi tan
contradictorias como la novela de Cervantes entera. Energía, rebeldía, angustia,
búsqueda y sobre todo inquietud –planteada desde el vamos en el tono interrogatorio
del mismo título– son algunas de las emociones que transmite un personaje principal
ciertamente conmovedor: porque es muy representativo de una difícil etapa en la vida
de todo ser humano y porque logra sobreponerse a su subjetividad y ponerse en el
lugar del otro, algo muy difícil de lograr incluso (o tal vez especialmente) para los
adultos.
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Emergenciaspor Ignacio López Mieres
El señor Costa abrió sus ojos. Su aliento olía a ron barato y todavía respiraba el intenso
perfume de la meretriz. Él nunca había sido una persona atlética, además de que estaba
envejeciendo de manera muy rápida, por lo que cada día le costaba más levantarse. Sin
embargo, algo lo motivaba a seguir, algo que ni el cirujano tenía muy claro.
Su vida se podía definir por su habitación: vacía, fría y solitaria. Algún tiempo atrás, esa
misma habitación había desbordado alegría. Desde la partida de Beatriz, la persona que lo
había marcado, Costa nunca consideró resucitar su vida amorosa, sino todo lo contrario. Para
él, lo mejor era esperar. Esperar a que ella volviera. Esperar a que la felicidad tocara su puerta.
Sin embargo, Fernando Costa era hombre de una sola mujer, obviamente exceptuando algún
servicio cada tanto.
El hombre rondaba los 50 años, pero por su aspecto, parecían 60. Su aspecto le impedía
ser atractivo, su pobre presentación no le permitía disimularlo. En su cabeza ya no crecía
ningún cabello; lo que sí crecía era su vientre. Muchas veces había pensado empezar a
cuidarse, pero su estilo de vida no se lo permitía. Su profesión lo mantenía siempre bajo mucha
presión y el estrés ya formaba parte de su día a día.
Uno podría pensar que este era un hombre que ya tenía todo asegurado, sin embargo,
siempre había vivido con lo justo y necesario. Sus muchos años de trabajo le habían abierto la
posibilidad de adquirir una casa y, con mucho esfuerzo, su chevy modelo ´75. La suerte no lo
había acompañado, y su muy humilde procedencia daba cuenta de esto. En su imaginario
infantil, su mayor aspiración había sido comer. Más tarde, cuando empezó a rebuscárselas, se
dio cuenta de que el único objetivo que siempre había tenido era ayudar a los demás. Esto lo
llenaba de satisfacción.
Costa partió hacia su trabajo, conduciendo su querido chevy. Siempre tomaba el mismo
camino, porque no era un hombre al que le gustaran las sorpresas. Para él, esto era lo mejor,
pues la gran ciudad estaba repleta de ellas.
El hospital donde trabajaba tenía un perfil más bien humilde y además se hallaba en una
zona marginal de la Capital. Al ingresar al lugar, todo cambiaba. Fernando Costa pasaba,
entonces, de ser un hombre solitario, angustiado e inseguro a ser el médico cirujano ejemplo,
el mejor de su clase, el más reconocido y alabado, fundamentalmente por sus pares. Su
entrada era tan importante como la de un deportista reconocido o una celebridad. Todo el
mundo lo quería saludar, todos querían dedicarle unas elogiosas palabras. Hasta alguna que
otra vez le habían pedido una foto o un autógrafo.
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Como todas las mañanas, el cirujano ingresó a su despacho, se sirvió un café y abrió el
diario. Nunca se le había ocurrido adornar su lugar de trabajo. Para él, estas cosas no tenían
importancia y tampoco irían a tono con el estado decadente del hospital.
Luego de unos minutos, su breve descanso se vio precipitado por la entrada de María, su
asistente. Se notaba que tenía noticias importantes. –¿Qué es lo que ocurre, querida?–,
preguntó Costa. –Acaba de entrar un herido de bala a Emergencias, ya lo están tratando pero
tiene varias hemorragias. Hay que operarlo ya, Fernando–, respondió violentamente María.
Fernando Costa se incorporó de un salto y se dirigió rápidamente a Emergencias, seguido por
su ayudante.
Definitivamente, nunca la había visto así. Desde que había empezado con la residencia
dos años atrás, María nunca había tenido una reacción similar. Había visto las peores cosas,
escenas trágicas, pero no se le había movido un pelo.
Al entrar en la sala donde se encontraba el herido, Costa realizó una vista general de la
situación. Un adolescente se encontraba acostado en la camilla, su aspecto no predecía nada
bueno. El informe decía que había participado de un tiroteo entre “barras” y que había recibido
cinco proyectiles. Era notorio que había perdido mucha
sangre, pero afortunadamente habían podido disminuir la
hemorragia. Casi de manera instantánea y cuidadosamente,
Costa retiró las balas; cuatro de ellas no habían dañado
ningún órgano vital. Excepto por una. –Tiene perforado el
pulmón derecho–, afirmó el cirujano.
En ese momento, Costa infirió la situación. Al muchacho
no le quedaba mucho tiempo de vida si no le sacaban ese
pulmón. Pero entonces, tendrían que remplazarlo. Y Costa sabía que era imposible conseguir
un donante en menos de 24 horas.
El cirujano se retiró de la habitación, reflexivo. Entonces observó que María lloraba
desconsoladamente. –¿Quién es él? –, preguntó Costa. Entre lágrimas, María contestó: –es mi
hermano, Lautaro.
A Costa se le hizo un nudo en la garganta. María había entendido desde un principio la
gravedad de la situación, por esa razón lo había ido a buscar. Fernando Costa era un héroe
para ella, el único capaz de encontrar la solución a este problema. Él se dio cuenta de esto, y
dijo dulcemente: –Tranquila, no te preocupes. Todo va a estar bien. Él se va a salvar, yo te lo
prometo–. Luego, el médico se retiró a su despacho. Tenía una decisión que tomar.
Costa había tenido la oportunidad de progresar, de dar el gran salto. Había recibido
ofertas laborales de todos lados, y sin embargo, se mantuvo fiel a sus convicciones. Ese
hospital lo necesitaba, esa gente lo necesitaba. La vida allí era dura, es cierto, y estaba rodeado
de violencia y miseria. Sus logros académicos y médicos no eran nada al lado del servicio social
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que él ofrecía, y a cambio de nada, y éste era su mayor logro y de lo que estaba más orgulloso.
Esto lo llenaba, lo mantenía con vida. Le bastaba con mantener con vida los valores que él creía
importantes, como el trabajo, el sacrificio, la honestidad. Ésta era la oportunidad para dar un
ejemplo claro.
El hombre se dirigió hacia la administración. Con una voz calma pero segura dijo: –Vengo
a donar un pulmón. Pido como favor que la operación se realice inmediatamente, ya que el
paciente Lautaro Díaz lo necesita con urgencia.
Las cámaras no tardaron en llegar. Claro, la historia de un cirujano ya pasado en años que
trabaja ad honorem en un hospital en medio de la marginalidad, que está dispuesto a reducir su
esperanza de vida y donar un pulmón a un muchacho, hijo de la violencia, seguramente atraía.
El mensaje, entonces, llegaría más lejos de lo que esperaba Costa.
Por esos momentos, Costa sintió algo que nunca había sentido. Ya no era solamente
reconocido como un experto en su campo, sino que era un héroe como individuo, como
persona. Esto era lo que él más anhelaba. La operación fue exitosa, y finalmente, Costa dejó
detrás de sus pasos lo que siempre deseó.
FIN
Comentario del profesor: en las primeras líneas de este cuento, Ignacio se aventura en
una construcción de personaje que luego lamentablemente abandona, porque
escribir un cuento moral con un personaje inmoral no es nada fácil ni corriente, y éste
podría haber sido justamente, a mi juicio, el atractivo principal del cuento. Sin
embargo esa virtud a medias lograda no es la única en el texto: su narración
reformula, además, el concepto de heroísmo –trabajado en varios textos clásicos,
pero fundamentalmente en el Poema de Mío Cid– vinculándolo más con necesidades
individuales, en una época –la actual– que parece haber abandonado la ilusión de las
monumentales gestas colectivas y debe conformarse, al menos, con héroes íntimos
–más débiles, más humanos– y pequeñas grandes hazañas o gestos de amor.
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Tableros de Aliciapor Laura Rossi
Prólogo:
Dadme albricias, estimado lector, pues he de presentaros hoy mi palabra en virtud de
verdad. Yo fui loco, y ya soy cuerdo; yo fui el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha y
ahora soy Alonso Quijano, el bueno, y he, como tal, mayor pericia que cualquier otro para
desvelar la aclamada verdad, pues, dígase ya que “el loco no puede reincorporarse a la
realidad” o que “sólo los locos confiesan entera la verdad”, yo me he versado en ambas
escuelas y sido digno alumno de cada cual. Al punto, puedo hoy rendirles en composición
manifiesta los forzados descubrimientos realizados por mi persona sobre las ilusiones que
germinan cual setas de los caballeros (que bien he conocido), champignones o setas de caña,
sólo envidiando de éstas su comestible utilidad, en toda palabra narrada. Todo esto habiendo
mi creador sabido proceder ya en su tiempo de modo similar.
Y no es de extrañarse que yo, hijo seco, avellanado y, sobre, todo, lleno de
pensamientos, por poco imaginados que estos sean, haya engendrado en mi seno creación
tal que, si acaso no pudiese ser comparada en elaboración y disimulada vultuosidad con
aquella que ya mi discreto padre trajo al mundo al amparo de toda incomodidad, al menos
siguiera sus pasos en su búsqueda por desvelar al mundo otra máquina de ilusoria irrealidad,
mal fundada en versos. Pues, ya dicho ha sido por el mismo Cervantes que todo ser, por
naturaleza, engendra a su semejante, y como tal, mismo pudiera yo engendrar obra
semejante a la suya, ya que por él he sido engendrado, o incluso engendrarlo a él en toda su
esencia, ya que siendo yo semejante a él, no es sino esperable que sea él mi semejante por
igual.
Empero, ha de ser admitido que mi creación semejante a él no ha sido semejante en su
totalidad, ya que Cervantes, a pesar de ser como autor, divino creador “a su imagen y
semejanza” de una irrealidad que se descubriese a sí misma, me concedió algo que para él
mismo no pudo ni hubiese logrado alcanzar: la atemporalidad. Gracias a él, mas sin caber en
sus manos esta potencialidad, se me permitió vivir fuera del alcance del paso de los años,
presente en todos y a la vez en ningún lugar. ¡Viesen Sancho y mis allegados la futilidad de sus
lágrimas cuando fueron lloradas por una muerte irreal! Es por tanto natural que, viendo o
desde mi posición, exenta de toda subjetividad propia de los seres que observan desde el
interior mismo la realidad, busque responder a lo que tan claramente veo cómo infinidad de
hombres intentan preguntar, aún cuando el relato de mis aventuras de antaño deberían bastar
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como aclaración de toda duda.
En este sentido, siendo mi propia existencia el fruto de la irrealidad, siendo yo cuerdo y
loco a la vez, y habiendo escapado a mi propio tiempo de no-vida mismo para alcanzar al de
todo hombre o mujer o rocín por igual, no miro en esta escritura más que a reflejar la fantasía
de aquello que se lee y se toma por real, o de aquello real que se busca transformar en narrada
historia, y a la vez conservar como verdad. Tanto en los libros de caballería que atormentaron
mi juicio, como en cualquier narración antaña o actual, incluso cuando aquellas hagan creer a
los hombres que pueden detener la lluvia, o elevarse al trono de Júpiter y sumergirse siendo
Neptuno en la amplia fosa del mar. Pues nada de lo que se lee con los ojos debería ser
incorporado al entendimiento, ni deberían concebirse como mundos entrelazados ilusión y
realidad.
Y con esto, vuestra razón y juicio os den salud. Vale.
(Lo que sigue es un extracto de la obra dramática La muerte narrada, antes introducida
por su autor Alonso Quijano, el bueno)
Escena 4 (Acto II)
(Aparece en escena Gutiérrez, con unos papeles. Una moza le sirve un café. Pasa el
tiempo y Luciana no aparece. Él sigue sentado, ansioso, en una destartalada mesita de bar.
Entra Luciana y se sienta enfrente de él, dudosa sobre si
debería o no haber acudido. Esto sucede en medio del
escenario, el resto permanece en la penumbra o fuera de
vista. El bar en el que se encuentran también está en
sombras, sólo viéndose con claridad ambos personajes
y la mesa.
Voz en off: Gutiérrez volvió a revolver el pocillo con
manos demasiado nerviosas para lo joven que era.
(Gutiérrez revuelve el café mientras la voz lo cuenta.) El café llevaba al lado suyo cada minuto
desde que había llegado al escueto bar, rayado por la poca luz que dejaban entrar las
persianas (aparece en escena la ventana), plásticas amarillentas al lado suyo, perfectamente
frío y agrio. (El resto del bar va surgiendo a la vista mientras se desarrolla la acción.)
Luciana: Seguís buscando la forma de sacarme de la oficina aunque sea a tomar un café
con cualquier excusa. Ya sabés que Sebas me quiere pedir que me case con él…
Gutiérrez: Sí… Pero no sé que le vayas a decir que sí, y me parece que vos tampoco…
Luciana: Es un buen tipo, medio subido de humos, pero me quiere… Y es un buen
partido, aparte le cae bien a papá.
Gutiérrez: Eso sigue sin ser un “sí”…
Luciana: Puede ser, pero tampoco es un “sí” para vos.
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Gutiérrez: Igual, no te traje acá por eso…
Voz en off: Luciana separó los labios, antes de llegar a tener una respuesta que
pronunciar. En seguida, sin embargo, se corrigió y volvió a su típica conducta apenas más seria
de lo necesario para resultar amable.
Luciana: Mirá, Lucho… Mirá, ya sabemos los dos que no te puedo publicar un libro sólo
porque vos seas vos y yo sea yo. Las cosas que te pedimos para las antologías y los manuales
estuvieron buenas, pero… Te falta más nombre para que te pueda mandar un libro a publicar;
estando firmado por y sólo por vos… Ramírez no está para andar innovando, y menos con esta
inflación… Aunque sea mi tío y esté bueno lo que nos presentás. En el diario te pagan bien y
con las changas que te mandamos estás bastante mejor que otros, te digo. Bancá unos años,
por ahí en un tiempo la cosa mejora y sos un “boom.”
Gutiérrez: Pará, no, no te voy a pedir eso…
Voz en off: Ella alzó apenas las cejas castañas con incredulidad, (Luciana lo hace)
aunque con la práctica de años de trabajo en la editorial, su cara había aprendido a no
demostrar sorpresa con nada –así como ella había aprendido a no sorprenderse con nada.
Ahora, sin que eso implicara querer presumir, no podía
evitar pensar que eso que le decía Lucho era una
novedad; y en efecto lo era.
Luciana: ¿Cómo? ¿No me trajiste ni para
coquetearme ni para que te publique? ¿Qué pasó? ¿No
me digas que te rajaron?
Gutiérrez: No… Bueno, no es a mí que me tenés
que publicar…
Luciana: Ah, por ahí viene la cosa. Mirá, si pudiera hacerte el favor, te lo haría a vos antes
que a tu amigo, posta, pero…
Gutiérrez: Pará. No, no es lo que pensás. Encontré…-Él se acercó sobre la mesa y bajó
un tanto la voz, como si fuera a confesarle la más grave intimidad- Tengo un texto de Byron.
Voz en off: Luciana se quedó trabada un instante, tratando de descifrar qué había
pretendido decir con aquello su interlocutor. No podía ser literal lo que le decía.
Luciana: ¿Qué decís?
Gutiérrez: Que encontré un texto de Byron… Nuevo. Un texto no publicado.
Luciana: No es en serio… ¿No?
Gutiérrez: Te lo digo tan literalmente como Samsa contó su transformación.
Voz en off: Luciana dudó si reírse… ¿Qué justo él, Lucho, en Buenos Aires y de pura
casualidad, se encontrara un manuscrito inédito de uno de los más grandes autores europeos
de hacía dos siglos, siendo que le encantaba el estilo de Byron y se moría porque lo
publicaran? Con todo el cariño que le tenía, tenía también que no dudar un segundo sobre que
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era mentira. No podía no serlo. Era imposible que hubiera encontrado tal cosa, con todos los
eruditos, fanáticos, seguidores, literatos y cazadores de recompensas que le habían
dedicado sus vidas a las obras de Byron y a buscar y rebuscar cualquier cosa nueva por
encontrar. O por ahí lo habían engañado con sabe qué excusa, y la mentira no era de él,
aunque ella le tenía más fe a su crítica, y, hay que decirlo, menos a su moral… Por ahí al pibe
le vendría bien que saliera con él, tanto encierro en su monoambiente le debía estar haciendo
mal.
Luciana: Mirá, a mí siempre me dieron miedo las cucarachas, creo que estabas en la
oficina cuando me tuve que subir al escritorio de Dross. Dale, en serio…
Gutiérrez: Te digo que es de Byron, Luciana. Es de Byron. Te lo juro.
Luciana: Escuchame, ¿y cómo vas a haberte encontrado un texto desconocido de
Byron, vos?
Gutierrez: Estaba en un tomo de mi abuelo, de sus últimas obras. Él se lo trajo de
Inglaterra, y ya era viejo. Te juro que es de Byron.
Luciana: Ya sé que si hay alguien que lo tiene leído al tipo sos vos, Lucho, ya te
encantaba antes de estudiar. Pero, a ver, ¿realmente esperás que te crea que apareció de la
nada un nuevo poema de Byron que nunca se encontró, y cayó en tus manos de casualidad?
Gutiérrez: No.
Luciana: Ah, ¿ves?
Gutiérrez: No, o sea, un poema no, es un libro. Un tomo corto de unas 100 páginas atrás
de una copia manuscrita del Don Juan.
Luciana: Claro, ¿entonces ahora me vas a decir que todo es “más extraño que la ficción”
en la realidad?
Gutiérrez: No… Es decir, sí, pero… Por Dios, te juro que sé que es de él.
Luciana: Bueno, a ver, y entones, la supuesta gran obra, ¿de qué trata?
Gutiérrez: Eso es lo raro, cuenta cómo murió Byron.
Luciana: Bueno, así que aún cuando le drenaban la sangre y sufría tremenda
enfermedad todavía tuvo amor por las letras para explotar…
Gutiérrez: ¡No! O sea, sí, no sé, puede ser… Por eso te digo que eso es lo raro, el texto
cuenta todo sobre su muerte, hasta lo que pasó después de que muriera.
Luciana: Ah ¿entonces también lo apasionaba la muerte además de las casadas?
Bueno, no me parece raro… Ya sé que te encanta pero el tipo era medio amoral, y hasta a los
más cristianos se les pasó cuestionar quiénes los iban a enterrar.
Gutiérrez: No, lo raro es que cuenta todo con detalles que sólo pasaron después de que
muriera en verdad.
Narrador: Tras un silencio demasiado largo para ser breve pero demasiado breve como
para destacar su duración, Luciana vio que iba en serio.
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Luciana: ¿Ahora aparte de ser un texto de Byron es el texto de un fantasma?
Gutiérrez: No, o sea, de Byron es, pero… No sé, por ahí ya se imaginaba lo que iba a
pasar… No lo sé, la verdad, es raro… Pero es de Byron, estoy seguro. Me tenés que creer.
Ahora, lo que dice… Es como si inventara su muerte pero a la vez hay cosas que fueron,
después, parte de la realidad. Y otras que… Bueno, si lo fueron, no le convenía que se
supieran.
Luciana: Ojo, no le vayas a sacar el héroe a Grecia, que todo un barrio va a tener que
cambiar la dirección.
Gutiérrez: No te burles. Te necesito con esto.
Luciana: Y, sí… También necesitarías a mi psicólogo. (Suspira) Mirá, sólo para que veas
que todavía te tengo cariño por lo que ayudaste a mamá, le voy a dar una mirada… sólo si me
conseguís una justificación válida sobre la “posible autoría atribuida a Byron.” Tenés 3 meses,
y yo una reunión en 3 minutos a ver si conseguimos publicar estas noveluchas en serie que
están de moda. Traen una guita espectacular.
Gutiérrez: Te digo que es de él.
Luciana: Bárbaro, y está genial que tengas convicciones, pero dame pruebas. Ya, te di
bola, ahora sólo tenés que convencer a todos los demás.
Gutiérrez: Gracias.
Luciana: (Llamándolo) Lucho.
Gutiérrez: ¿Sí?
Luciana: Igual me voy a casar con Seba.
(Gutiérrez paga, sale del bar, que queda sin iluminación, y se va caminando por un
escenario en el que es la única figura iluminada. Mientras lo hace, la voz en off cuenta lo
mismo.)
Voz en off: Y con esto dicho, Lucho se fue, dejando tan poca propina como los ojos
atentos de la moza le permitían, y su ya flaco bolsillo le dejó sacar. En su cabeza empezaban a
bailar ideas tan descabelladas como implementables para buscar posibles pruebas de lo que
le pedían. Mejor dicho, de lo que Luciana le pedía.
FIN
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Comentario del profesorlectores que se acerquen a esta historia. Y es que de todos los relatos reunidos aquí,
el de Laura es el que precisa mayor contextualización. Se trata de algo más (mucho
más) que de un cuento; es un ejercicio de escritura sumamente ambicioso basado en
una lúcida lectura de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, donde se
mezclan justamente muchas de aquellas cuestiones (tal vez las más importantes)
que hacen genial a la novela cervantina: la intertextualidad, el anacronismo, (en este
caso inverso, lo que constituye una audacia total), la metatextualidad, la imitación de
registros léxicos, el contradictorio carácter ficcional de la ficción, la mezcla de
géneros y una sofisticadísima complejización estructural. En fin, además de su
pericia como escritora (pensemos que logra todo esto en un cuento corto), Laura
muestra en este relato una sorprendente sensibilidad lectora, muy superior a la que
puede esperarse de un estudiante secundario.
: soy capaz de imaginar cierto desconcierto en el rostro de los
INSTITUTO LIBRE DE SEGUNDA ENSEÑANZA
Diseño e impresión Departamento de Informática
Ciclo Lectivo 2012
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