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JOSÉ MANUEL BAILÓN BLANCAS UN MODELO DE DEPRESIÓN NEURÓTICA EN LA OBRA DE CERVANTES: EL CURIOSO IMPERTINENTE En la línea de Investigación Psiquiátrica que de un modo sistemá- tico y a través de una metodología clínica, psicológica y psicopatoló- gica venimos realizando de Cervantes y su obra como modo de explica- ción a un pensamiento íntimo del autor, motor de sus experiencias humanas — verdadera biografía — y de la psicología de los siglos XVI v XVII — auténtica explicación psicosociológica —, hoy nos propone- mos la descripción y estudio de otro de los personajes novelados. Este será «El Curioso Impertinente». Sin olvidarnos de que cada uno de los individuos de la intranovela lleva algo de la impronta cervantina, en contra o a favor. Y es que están tomados de la realidad, de su experien- cia vivida y de su ya sabida curiosidad y sentido de la observación. No echemos en el olvido sus lecturas, punto y seguido que apostillan sus personajes. Incluso los desacuerdos y olvidos de Cervantes, con sus criaturas noveladas hablan callando Cervantes. Por otra parte, la intranovela está intercalada en un pasaje nove- lado, e inmerso éste en otra novela como será Don Quijote de la Man- cha. Y puede ser que sea — lo aparente es introito de lo real — un modo de publicar algo, que se pueda presumir por su autor, que no verá la luz de otro modo y manera. No deja de ser al mismo tiempo un descanso en el camino quijotesco. Cuando Cervantes escribe la pri- mera parte de la obra que, bien llevaba trazas de quedarse en novela corta, como piensan algunos eruditos o, menos bien, tuviese que pen- sar su autor cómo se iba a resolver la trama aventurera de su hidalgo Quijano. Leamos la novela: En Florencia vivían «dos amigos», a los que llamará — a los que llamaban — «los dos amigos...». Estos, jóvenes de la misma edad, lleva- ban por nombres Anselmo y Lotario. Anselmo, desde el comienzo de la novela es descrito por sus incli- naciones a los «pasatiempos amorosos»; mientras que Jos gustos de Lotario son «los de la caza». Anselmo, con su principal actuación nos está proyectando la nece- sidad de autoafirmación sexual masculina, mientras que Lotario encauza su agresividad hacia las artes cinegéticas y venatorias. La ACTAS II - ASOC. CERVANTISTAS. José Manuel BAILÓN-BLANCAS. Un modelo de depresión neurótic...

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JOSÉ M A N U E L BA ILÓN BLANCAS

UN MODELO DE DEPRESIÓN NEURÓTICA EN LA OBRA DE CERVANTES: EL CURIOSO IMPERTINENTE

En la línea de Investigación Psiquiátrica que de un modo sistemá­tico y a través de una metodología clínica, psicológica y psicopatoló-gica venimos realizando de Cervantes y su obra como modo de explica­ción a un pensamiento íntimo del autor, motor de sus experiencias humanas — verdadera biografía — y de la psicología de los siglos XVI v XVII — auténtica explicación psicosociológica —, hoy nos propone­mos la descripción y estudio de otro de los personajes novelados. Este será «El Curioso Impertinente». Sin olvidarnos de que cada uno de los individuos de la intranovela lleva algo de la impronta cervantina, en contra o a favor. Y es que están tomados de la realidad, de su experien­cia vivida y de su ya sabida curiosidad y sentido de la observación. No echemos en el olvido sus lecturas, punto y seguido que apostillan sus personajes. Incluso los desacuerdos y olvidos de Cervantes, con sus criaturas noveladas hablan callando Cervantes.

Por otra parte, la intranovela está intercalada en un pasaje nove­lado, e inmerso éste en otra novela como será Don Quijote de la Man­cha. Y puede ser que sea — lo aparente es introito de lo real — un modo de publicar algo, que se pueda presumir por su autor, que no verá la luz de otro modo y manera. No deja de ser al mismo tiempo un descanso en el camino quijotesco. Cuando Cervantes escribe la pri­mera parte de la obra que, bien llevaba trazas de quedarse en novela corta, como piensan algunos eruditos o, menos bien, tuviese que pen­sar su autor cómo se iba a resolver la trama aventurera de su hidalgo Quijano.

Leamos la novela: En Florencia vivían «dos amigos», a los que llamará — a los que

llamaban — «los dos amigos...». Estos, jóvenes de la misma edad, lleva­ban por nombres Anselmo y Lotario.

Anselmo, desde el comienzo de la novela es descrito por sus incli­naciones a los «pasatiempos amorosos»; mientras que Jos gustos de Lotario son «los de la caza».

Anselmo, con su principal actuación nos está proyectando la nece­sidad de autoafirmación sexual masculina, mientras que Lotario encauza su agresividad hacia las artes cinegéticas y venatorias. La

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energía psíquica — en términos generales — se diversifica en dos dife­rentes caminos. Son modos de actuación distintos; y la diferencia está (hablamos en una primera impresión de aproximación clínica) en que Anselmo se inclina hacia la perduración de la vida y Lotario hacia la destrucción de la misma, marcándonos en esa dualidad el encauza-miento del Eros y Thanatos.

Anselmo se dice enamoradizo: está «perdido de amores» por una joven «principal y hermosa». Y cómo no, consulta con Lotario, «sin el cual ninguna cosa hacía» Y ya con esta segunda premisa se nos esta diciendo la patente inseguridad del joven Anselmo, que trueca en segu­ridad una vez consultado su amigo Lotario. Será así Lotario quien lle­vará la embajada y petición de matrimonio a casa de la mujer esco­gida. Fruto de sus gestiones con los padres de la novia, será el casamiento de la joven Camila con Anselmo.

Sigamos líneas: ya tenemos matrimoniados a Camila y Anselmo. El amigo soltero Lotario, hace el distanciamiento conveniente a la nueva situación para respetar la intimidad de los esposos. Deberá dejarlos solos; pero Anselmo, en su nuevo estado, siente la inestable y falsa seguridad, ya puesta de manifiesto con anterioridad, y nota la ausencia de la compañía de su amigo Lotario. E incluso se quejará a él en afirmación de algo que demuestra su clara inmadurez; pues viene a decirle, que si hubiera sabido que el matrimonio iba a separarlos, como íntimos amigos, «Jamás lo hubiera hecho». Le sigue recordando, casado a soltero, las estrechas uniones que mantienen ambos por su aprecio y hermandad, y su descripción, de esta amistad intima, pre­senta un cierto colorido de ambigüedad sexual latente, si no fuese por­que entendemos que hablamos de un individuo inmaduro, y éste es el personaje-personalidad de Anselmo, necesitado de la seguridad y autoafirmación de otra persona de igual o diferente sexo, en éste nues­tro caso la figura de Lotario. Pero además es, por la descripción nove­lada cervantística, un filotímico — necesitado de afecto —. Por otra parte, la seguridad que tenía que haberle proporcionado de algún modo el matrimonio, se vuelve inseguridad. Porque este suceso capital, a su vez es una responsabilidad más para Anselmo y por tanto una crisis humana más a superar, en vez de todo lo contrario.

Camila no es, excepto al final de la novela — o es, pero las nor­mas educativas no se lo dejan demostrar —, una mujer impositiva y resuelta, y a la vez capaz de utilizar las sutilezas y mano izquierda en sus actuaciones; sino una joven con las claves necesarias para ser una buena esposa y perfecta casada para las exigencias del XVI y XVII . Pero tampoco llega a ser — y la problemática episódica se refleja en el principio del matrimonio — una excelente amiga y com­pañera de su marido. Más tarde hubiera sido una buena madre — ¿qué pudo pasar? —, que esto no llegó a serlo. Y con los años podría haberse despertado en ella una inteligencia consejera del esposo inse­guro, si a la larga hubiesen brotado también en ella los sentimientos

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de conservación y protección hacia el marido como parte de la familia que se formase con los futuros hijos, y aun sin ellos en caso de esteri­lidad.

En el ahora, de la novela, y en el principio de la vida matrimonial, el sentimiento de matriarcado, capaz de dar seguridad y continuidad a la célula familiar, no sólo no existe, sino que podría resultar incluso negativo y restar aun más seguridad a Anselmo. Pero siendo Anselmo como describimos, estaba pidiendo a gritos esa actuación maternal y decisoria.

Lotario, seguro de si y siempre a gusto con la compañía del joven matrimonio, vuelve al domicilio de su amigo Anselmo y a sus acostum­bradas visitas. Aun con todo impone sencillas normas de juego, lógicas y como defensa de la honra e intimidad de los recién casados: yendo a visitar a la pareja, pero lo necesario para no caer en lo que él mismo pediría para sí, sin que resulte anormal. Sus encuentros se adaptarán a reuniones cortas y en plazos largos. Tenía este Lotario, recordémo­slo, «bondad y valor», no lo olvidemos.

Volviendo atrás, se nos comunicaba del carácter de Anselmo las tendencias a ser enamoradizo. Y esto es lógico que fuese así, porque necesita a la mujer como reafirmación. Con el psicologismo explicativo de: Si soy aceptado por el sexo contrario es que soy más hombre. Si lo pudiese yo o alguien dudar, ellas, las mujeres, lo confirman. Fór­mula que nosotros exponemos en sus diferentes grados, y que llevada al donjuanismo es inseguridad sexual por inmadurez con sentimiento de castración. Y el individuo afecto de dicha fórmula psicológica, se siente seguro tras la seguridad precaria del tiempo de aceptación por parte de la mujer, que más tarde el sujeto conquistador desecha, para buscar otro objeto sexual y nuevamente autoafirmación masculina.

Una vez casado Anselmo, podríamos presumir su maduración al respecto. Pero aparece allí un dato más de la inseguridad, no sólo en la esfera descrita; yendo más allá cuando el infantil — véase a través de sus mecanismos defensivos a Anselmo — e inmaduro, intenta del amigo Lotario tome funciones de casado con Camila, sí ademas le recuerda lo que aconseja el mismo Lotario: «que tenían necesidad los casados de tener cada uno un amigo, que le advirtiese de los descuidos que en su proceder hubiese...». Luego está claro el cometido: que siendo el papel de casado para Anselmo, quiere y necesita de algún modo traspasarlo a Lotario por falta de seguridad en poderlo cumplir. Y cómo así, si se plantease algún problema, su otro ego, el seguro Lota­rio «fácilmente pondría remedio». Cervantes insinúa lo que desea Anselmo.

Lotario, a pesar de las larvadas insinuaciones — para él y para nosotros inquisiciones claras — de modo no consciente en Anselmo, sigue imponiendo un distanciamiento; pues es normal en Lotario, maduro y seguro, como su clara y rotunda actuación muestra en la novela.

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Pero... «sucedió...» que un día que van los dos amigos conversando, Anselmo va a confesar unos transtornos, que son a su vez cristalizacio­nes de la angustia, y que se darán en un tipo de personalidad neurótica y en un momento subdepresivo, de características endógenas.

Primero, Anselmo comenta a su amigo que tiene todo lo que se podía desear, en la época histórica en que queda datada la novela: bue­nos padres, bienes de fortuna, un buen amigo y una buena esposa. Pero antes ha añadido de modo narcisista y en primer lugar: «... no con mano escasa los bienes, así los que llaman de naturaleza...». Dato a reseñar: cómo se miró en el espejo del agua Narciso, y cómo esto es un eslabón más de su personalidad. Y abriendo el corazón a Lotario, nos comunica a nosotros su situación de disestar y malestar consigo mismo: «Pues con todas estas partes, que suelen ser el todo...» — y subrayamos el todo dicho por él mismo — «con que los hombres suelen y pueden vivir contentos...». Se preguntará el por qué, para confesar plenamente que «... vivo yo el más despechado y el más desabrido hom­bre de todo el universo mundo...».

Y paremos, pues «despechado» y «desabrido» lo podremos tomar, sin hacer fuerza, por malestar interior — disestar —. Pero es que, ade­más, el verbo Despechar tiene los significados de: dar pesar; causar indignación, furor o deseperación. Y el despecho como tal es una mal­querencia nacida en el ánimo, por desengaños sufridos en la consecu­ción de los deseos o en los empeños de la vanidad. Así viene del latín «despectus»: menos aprecio.

Anselmo, nuestro personaje estudiado no tiene motivos, puesto que antes de comunicar estas sensaciones vitales ha confesado a Lota­rio tener «todo» lo que se puede pedir a la vida. Es así claro que se menosprecia y menos-aprecia a sí mismo y, aparte de esto, algo le pesa, por lo que tiene pesar.

Por otro lado, «desabrido» es carecer de gusto, apenas tenerlo o tenerlo malo.

Dejando a novelado y novela, nunca son normales estas actitudes. Son expresión de infantilismos psicológicos o insatisfechos crónicos, que desean sin saber la realidad del deseo por cantidad o cualidad del mismo. Se da igualmente en inseguros de sí mismos con situación sub-depresiva crónica, y no los confundiremos con aquéllos que forman parte de la llamada Psicopatía Depresiva.

Recordemos, pero es otro cantar, a los resentidos y trepadores (Síndrome del Resentido y del Ambicioso Trepador).

Veamos qué ocurre en Anselmo: Que en un principio se nos diga «perdido de amores»; vaya, se case

y el joven Anselmo pierda todos lo gustos, no es lógico o está enfermo. No olvidaremos las crisis subdepresivas posmatrimoniales, que sólo son fruto de la adaptación a la nueva vida en pareja, y esto no se ase­meja en nada a nuestro caso.

Se nos sigue apuntando para el diagnóstico: «porque no sé de qué

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días a esta parte me fatiga y aprieta un deseo tan estraño y tan fuera de uso común de otros, que yo me maravillo de mí mismo, y...». Esto es así, algo extraño, como un algo que aparece de rondón y se incrusta y adueña del pensamiento de nuestro, desde y sólo por esto, enfermo. Y que a él mismo le parece raro. Que le «fatiga» por lo repetitivo de la angustia, pues le «aprieta». No sabrá decirnos desde cuando; y es que ese algo se ha ido imponiendo al hilo de su normal pensamiento y no es a su vez nada lógico que piense lo que piensa. El tal artefacto psicológico, cristalización de la angustia en formación anancástica, es «tan fuera de uso común de otros...». Aparte de que, por lo absurdo, no le parece ni propio: «yo me maravillo de mí mismo». Es más, como en toda depresión neurótica, aparecen síntomas fóbicos y síntomas obsesivos, y aquí son principalmente los síntomas obsesivos los que se comunican al lector, por tratarse de cristalizaciones angustiosas obsesivas. Podemos tachar a Anselmo de personalidad obsesivo-compulsiva. La angustia y la sintomatología se unen así en un cuadro único; aparte de ello, existe un fondo endotímico alterado.

Por otro lado, dichos pensamientos culpabilizan aún más, en su ya malestar, al paciente que lo padece. Y decimos en su ya disestar — no estar bien consigo mismo —, porque este tipo de personalidades sienten la culpa, por su misma estructura psicodínamica profunda, como algo inherente a ellas y, por lo mismo, Anselmo confiesa: ... «me culpo y me riño a solas»... Con todo, le es imposible retirar de la cur­siva del pensamiento el objeto-obsesión extraño y patológico aunque lo intenta, cuando confiesa que él hace lo imposible para «callarlo y encubrirlo con mis propios pensamientos». Luego es claro que dicho pensamiento patológico no podrá ser dominado por y con sus defensas psicológicas. Es así extraño, absurdo, y su evitación le angustia nueva­mente, estando condenado a repetir su representación en el curso del pensamiento, pues si lo evita crecerá la angustia. Y si decíamos que son a su vez las obsesiones síntomas angustiosos, se nos cierra un cír­culo vicioso patológico.

Anselmo en su psicodinamia ha utilizado los mecanismos defensi­vos del yo, para evitar ese mismo yo, verse aplastastado entre el super-yo y el ello. Y entre los mecanismos de defensa está en primer término la Represión de las ideas originales que dieron lugar al núcleo obse­sivo; Simbolización, cambiando el objeto o juego de objetos reales por otros, a su vez simbólicos, que son los que se expresan y, por último, Aislamiento, pues el afecto o situación afectiva ligada a la problemá­tica verdadera, se vuelve inconsciente, por lo que la idea primera cons­ciente y verdadera no produce angustia; pero si las ideas sustitutivas. En nuestro caso se aprecia claramente lo que podemos llamar dudas homosexuales latentes, aunque fuera del consciente, incluso pueda ser que hacia el amigo.

A pesar de utilizar mecanismos paliativos defensivos, no bastan, pues la angustia desborda a Anselmo y éste necesita hablarlo; no puede

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acallar su situación y debe exteriorizarla a su amigo Lotario o a otros, y de forma compulsiva. Desea algo y deberá hacerlo para cumplir un ritual obsesivo en el que entra la mujer propia. Y así nos dirá que de cualquier manera debe expresarlo: « Y pues que, en efecto, él ha de salir a plaza...» — Compulsión — ... «inquiero que sea en el archivo de tu secreto»... Por lo menos sí se ve con la compulsión de hablarlo; pues debe hablarlo, que sea en el secreto de su mejor amigo. Se ve impotente y superado por la obsesión-angustia-obsesión; y no sólo esto, sino que quizá su amigo pueda, le dice, «remediarme». Y si esto ocurre, «yo me veré presto libre de angustia...». Así lo cree Anselmo y pudiera ser cierto en principio, aunque se impondrá, si no la misma, otra acción o pensamiento obsesivo. Pero dejemos que lo crea y que nos siga confesando: «y llegará mi alegría por tu solicitud al grado que ha llegado mi descontento [angustia-tristeza] por mi locura» [situación obsesivo-compulsiva].

Lotario no intuye el por qué de tanto preámbulo y tantos «rodeos». No llegará ni tan siquiera a imaginarse lo que pasa por la mente de su amigo, pues no será comprensible para él aunque se lo explique. Y ahora viene este y no otro — que podría, como decimos, ser — pensa­miento anancástico: Sabiendo de antemano que su mujer, Camila, es honrada, buena y perfecta, y aun estando más que seguro duda, y esta duda será sobre si lo que sabe a ciencia cierta es verdad o no. Y lo sabe más que de seguro, fijo y avalado. Una absurda formación obse­siva, que sin pies ni cabeza se le cuela de rondón en el camino del pen­samiento normal sobre la temática esposa.

Si resumimos el párrafo para no escribir al dictado y que a la vez sea descriptivo, diríamos, hablando Anselmo de Camila: Sí, es buena. Pero si es buena, ¿por qué lo es?. Y si lo es, ¿por qué no lo es?... Para llegar a una conclusión tan anancástica como la pre­gunta: Puede serlo y no serlo y puede no serlo y serlo. Y es que Anselmo hace una pregunta sin respuesta a una respuesta sin pre­gunta. La realidad será una duda continua sobre algo que de tanto pensarlo, es absurdo el pensarlo y pensarlo es absurdo. Pero esta pregunta, a su vez, quizás esconda interrogantes a su virilidad y a sus deseos inconscientes.

Decimos son formaciones obsesivas, luego dentro de la estructura depresivo angustiosa de nuestro paciente, lo que parece existir son for­maciones neurótico-obsesivas, principalmente de su personalidad. Esta personalidad es a su vez obsesivo-insegura, y su carácter obsesi­vo-compulsivo.

Hablábamos de que, como se siente imposibilitado por sí solo para librarse de la duda obsesiva y de la situación angustiosa, busca a Lota­rio en esta crisis extrema y patológica. Pide ayuda: «Así que, si quieres que yo tenga vida, que pueda decir que lo es [sintomatología insoporta­ble, angustioso-depresiva], desde luego has de entrar en esta amorosa batalla»... «Suspenso tenía a Lotario las razones de Anselmo». Y no es

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para menos, si el mismo Anselmo ya lo dice: «... mi descontento por mi locura...».

No puede Lotario imaginar tamaña absurdidad, por lo que le con­fiesa al amigo que le sume en «agonía», y agonía es lucha angustiosa con lo que desea y lo que se le impone al yo. Aparte, Lotario se muestra expectante por tantos rodeos, hasta que Anselmo delata unos pensa­mientos que luego serán incomprensibles.

Viene ahora la farragosa petición del encausado Anselmo: «... que el deseo que me fatiga es pensar si Camila mi esposa es tan buena y tan perfecta como yo pienso, y no puedo enterarme de esta verdad»... «si no es probándola». Este y sólo este pensamiento que ya apuntába­mos antes, es el ahora pensamiento obsesivo.

Es posible que ya antes padeciese otros pensamientos, diferentes por la temática, pero cualitativamente anancásticos u obsesivos. ¿Cuál podemos imaginar será la situación de de este tipo de enfermos que ya, sin ser ese pensamiento obsesivo patológico, tienden de por sí a repetir una idea, objeto y juegos de objetos e ideas por su inseguri­dad?. Si además sufre ahora de pensamiento, acción o sentimiento obsesivo-compulsivo, comprenderemos a nuestro enfermo Anselmo tanto en su angustia como en la situación cerrada que se le crea intrap-síquicamente y que deberá sacar al exterior.

Y comienza las revueltas para convencerse de que lo que desea, que lo sabe absurdo, tenga visos de razonable, y todo en la duda por la duda, sin salir de la absurdidad por la absurdidad: ¿Por qué es hon­rada?. Y si lo es, ¿por qué no la solicitan?. Y si la solicitan, ¿por qué no es honrada?... Y así, en un constante cavileo con los mismos tema y temática. Tematizada toda la situación en un camino continuo retorno al punto de partida. Y como está convencido de que su joven esposa es así y lo duda a un mismo tiempo, querrá confesarnos Anselmo: «... que está colmo el vacío de mis deseos...». Y es que, mira por dónde, la sensación de angustia puede traducirse psíquicamente por sensación de vaciedad. Y ocurra lo que ocurra, volverá a buscar otro «otro» para justificar su sintomatología. Y cómo no, comenta de esa mujer que busca perfecta: «¿quién la hallará?». Pero es más, si todo sale mal y Camila le resulta de cascara amarga, se convencerá momentáneamente de su razón y se culpabilizará, además, de ser la causa de ella, con lo cual se cerrara el círculo obsesivo.

Por todo esto y más, será a Lotario a quien encargue Anselmo la demostración, positiva o no, de sus dudas y obsesiones, fiado en «la virtud de tu silencio», le dice, cuando se explaya.

Por otra parte existe un deseo de sentirse menospreciado, al que se une la sensación de culpabilidad. Pero hay más: quiere, aunque sea con el pensamiento actuar de «voyeur», al excitarse inconscientemente su sexualidad, si Camila y Lotario llegan a algo; además de un maso­quismo inconsciente por el cual, sufriendo en su castigo disfruta.

Nos sigue diciendo: «Así que, si quieres que yo tenga vida que

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pueda decir que lo es...». Claramente sus dudas y su angustia-depresión le hacen pedir una vida «que pueda decir que lo es».

Lotario no sabe en un principio cómo zafarse, y «no despegó los labios». Está un buen rato mirando a su amigo Anselmo, «como si mirara otra cosa que jamás hubiera visto, que le causara admiración y espanto...». Y es que no sabe qué hacer ni qué decir a toda la incohe­rente petición, y más por la absurda solución propuesta. Incluso llega a decir: «Sin duda imagino, o que no me conoces, o que yo no te conozco...». No es a los ojos del amigo el mismo Anselmo de otras veces u ocasiones: «... que no eres el Anselmo que solías, y tu debes de haber pensado que tampoco yo soy el Lotario que debía ser...»; y así lo explica cuando se le ha pedido algo que va contra «la honra y la vida», e irá contra todo lo divino y humano de puro incomprensible. Pero además Lotario se da cuenta de lo difícil que será convencer a Anselmo. Por esto le dice — y vuelve a salir la palabra «ingenio» utili­zada por el doctor Huarte —: «que tienes tú ahora el ingenio como el que siempre tienen los moros». Subrayemos la palabra siempre, como modo de ser y modo constante de actuar. Y sigue abajo líneas explicando que aquéllos necesitan para creer «ejemplos palpables, fáciles, inteligibles demonstrativos, indubitables...». Y estas últimas palabras dichas por Lotario, «demonstrativos», y sobre todo «indubita­bles», serán una reflexión de lo que se objetiva en la mente de Anselmo. Y avala más la situación cuando le sigue denostando que serán como «demostraciones matemáticas que no se pueden negar...». Y todo lo dicho explica a su vez nuestra tesis de obsesión patológica, cuyo cuadro en ocasiones toma rituales matemáticos y numéricos como modo de evitación de la angustia. Para convencer a los moros

— y en esta ocasión a Anselmo —, puede ser que Cervantes utilizase estos razonamientos en Argel y comenta: «háseles de mostrar con las manos, y ponérselo delante de los ojos, y aun con todo esto no basta...».

Y es que Cervantes deduce que estos argumentos y estas formas de explicación y convencimiento, se deberán usar con Anselmo, pues la idea obsesiva y su pensamiento «va tan descaminado y tan fuera de todo aquéllo que tenga sombra de razonable...». Aunque no crea Lotario que ni con esto ni con lo otro le convenza, pues lo que pide Anselmo no es «razonable» y le parece una tontada — «simplici­dad» —, un deseo patológico — «mal deseo» — y un desquiciamiento — «desatino — que terminará en la pérdida de la razón de su amigo. Comunicándoselo así por: «tan manifiesto deseo de perderte». Aquí las palabras de Cervantes, que a través de Lotario dirá Anselmo, son cla­ras. Entresaquemos algunas frases: «¿qué buscas?»; «tú no sabes lo que pides»; «impertinente cosa será hacer experiencia de la mesma verdad»; «es de juicios sin discurso y temerarios»... y un último final diagnóstico: «es manifiesta locura».

Lo que desea es un urente pensamiento irrazonable y, pues no va a sacar nada en limpio — como confiesa Anselmo —, si sale bien no

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saldrá mejor parado, ni más rico ni más honrado. Pero si resulta mal o negativa la prueba, como lo tendrá en su conciencia Anselmo, le hará sentirse más culpable: «bastará para afligirte y deshacerte» — le dirá Lotario —, y convivir «con el secreto de tu dolor»; «tendrás que llorar continuo, si no lágrimas de los ojos, lágrimas de sangre del corazón». Pero antes son utilizadas por Cervantes — que se refleja en Lotario — unas notas de un poema religioso de Luigi Transillo, para repetir la palabra «vergüenza» tres veces y «avergüenza» una vez, a lo que se suman las palabras «dolor» y «yerra». Es así como intenta Lotario que Anselmo reaccione ante su posible ridículo, algo que molestará al obse­sivo Anselmo imprimiéndole temor. Continúa mostrándole el absurdo pensamiento — como todo pensamiento obsesivo —: «¿Para qué quie­res poner esta verdad en duda?»; y más aún, mediante los ejemplos utilizará una palabra como es «simple». Este mismo vocablo es dicho a modo expositivo de cómo un pensamiento o acción obsesiva se mues­tra al observador no iniciado como simpleza, pues no capta la diná­mica intrapsíquica del mismo.

Más adelante sí intuye Lotario lo repetitivo del repensar con impo­sibles salidas lógicas: «... el laberinto donde te has metido y de donde quieres [imposible por sí sólo] que yo te saque...». Va analizando con­clusiones lógicas en el monólogo, utiliza insultos solapados, demuestra absurdidades y hasta él mismo se ridiculiza por la conducta de Anselmo. Sigue con buenas palabras y juega con argumentos que podrían convencer a cualquiera, cuyo pensamiento no repita caminos de desarrollo patológico, como el de la persona afecta de Desarrollo Obsesivo o Depresión Neurótica con componentes fóbicos u obsesivos. Tanto es así, que Anselmo en un primer momento va a quedar «con­fuso y pensativo»; pero se reafirma, aunque reconozca que va «huyendo del bien y corriendo tras el mal». Luego lo sabe muy de cierto, pero aun con todo no puede retirar de su mente la preocupación impositiva patológica.

Viene ahora la confesión de su enfermedad: «has de considerar que yo padezco ahora la enfermedad que suelen tener algunas mujeres, que se les antoja comer tierra, yeso, carbón y otras cosas peores, aún asquerosas para mirarse, cuanto más para comerse...». Y como resul­tado, una petición enfermiza de ayuda: «así que es menester usar de algún artificio para que yo sane...» — Curiosidad y capacidad observa­dora de Cervantes —.

Se refiere nuestro autor a la sintomatología que entra de lleno en los transtornos de la nutrición — hambre y sed —. Refiriéndonos sólo a los transtornos del hambre, los clasificamos en cuantitativos y cuali­tativos. Estos últimos — cualitativos — los encontramos en lo que actualmente se llamará Pica, que es un impulso, necesidad o tendencia a ingerir sustancias anormales. En este caso nuestro enfermo padece el referido cuadro. Dicha sintomatología se puede hacer realidad en esquizofrenias, o sinsentido en demencias y oligofrenias, pasando a ser

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síntoma menos frecuente en neurosis infantiles o enfermos adultos histéricos. Sin olvidar a los simuladores. Es una reminiscencia de lle­varse a la boca las cosas, sobre todo de los primeros años de vida — actividad oral manifiesta —.

Aquí Cervantes muestra en su personaje una polisintomatología que puede llamar a engaño en el profano. Pero el diagnóstico no se hace, salvo raras excepciones, por un síntoma único. Cervantes descri­birá un síntoma más y característico de un síndrome — en su época más frecuente en mujeres — como es la Histeria. Pero no tendrá en cuenta otros síntomas y signos de esta enfermedad. Más aún, era costumbre en la época histórica cervantina. Y así lo dirá Quevedo en las Capitulaciones Matrimoniales, donde registra el comer yeso y barro entre los «defectillos mujeriles» (citado por Rodríguez Marín, que lo denomina malacia).

José Deleito y Piñuela comunica: «Entre las remilgadas damiselas era vicio frecuente el de mascar tierra o barro, y lo hacían aun en las visitas más o menos disimuladamente». Y sigue este autor descri­biendo las impresiones viajeras de madame d'Aulnoy sobre las damas españolas en su época — aunque sea ya con el IV Felipe — y sobre estas costumbres desafortunadas.

Ese afán vicioso y femenino lo presenta Anselmo, e incidimos, estaba considerado como una actitud típicamente femenina. Y es que también Anselmo de forma obsesiva lo padece, y aún más, le desagrada padecerlo, como situación femenina tipificada. Yendo a mayor profun­didad, preocupante ante su temor-angustia, no consciente, a la homose­xualidad, ocasionalmente temática obsesiva de la personalidad en con­flicto neurótico; y ya sabemos a través de la psiquiatría dinámica que los miedos homosexuales pueden ser a su vez una homosexualidad latente, aunque lo exterior sea la angustia, y un artefacto obsesivo sin hilación la verdadera idea temida.

Lo cierto es que Anselmo, de forma muy insegura y por lo tanto angustiante, se apoya más que frecuentemente de modo infantil e inmaduro en su amigo Lotario, como figura psicológica de hombre fuerte. En ese nuestro enfermo, la pica — o malacia — será un síntoma más dentro del cuadro psíquico general depresivo-neurótico.

Para convencer Anselmo a Lotario — y a nosotros, lectores obser­vadores —, le pide que solicite a la joven desposada, pero con tibieza, ya que con los primeros pasos se conformaría. Y para obligar mas a Lotario, le confirma su resolución de hacer la prueba aunque sea con otra persona, y a sabiendas de que será un «desatino», muy peligroso.

Lotario, ante esta resolución patológica, se encuentra forzado a condescender de mala gana a la petición que se le hace. Y por si acaso Anselmo se impacienta y da cuenta a cualquiera de sus locas y enfer­mas elucubraciones, le ruega «que no comunicase su pensamiento con otro».

Quedan de acuerdo, tras agradecerle Anselmo a Lotario su actúa-

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ción en escena, y Cervantes nos comunica que «como si alguna grande merced le hubiera hecho...». Y aunque Lotario va a empezar, a juicio de Anselmo y al día siguiente, la conquista de la joven, el pensamiento de Lotario es otro: ... «con diferente intención que Anselmo pensaba»...; sabiendo que estaba tratando con unos deseos poco equilibrados, por lo que se marchará ... «pensativo, no sabiendo qué traza dar para salir bien de aquel impertinente negocio»..., y Anselmo se queda más que «contento» creyendo se va a solucionar su enfermedad.

Al día siguiente, tras la comida, Anselmo deja solos a Lotario con Camila y finge tener una «necesidad» de su «necedad». Lotario queda en la «estacada»; pero seguro y concienciado de la enfermedad de su amigo, se quedará dormido. Aparece el esposo, despierta a Lotario. Le pregunta y éste finge estar haciendo la comedia con el ánimo de enga­tusar a Camila. Mas pasan los días y Lotario comenta y miente desca­radamente, aseverando que no tuerce en modo alguno la voluntad de Camila. Anselmo no ceja en su intención absurda y piensa que si ha resistido a las palabras, quizá no podrá resistirse a los regalos y dádi­vas; ofreciendo dinero a su amigo para que vea el modo de seguir ten­tando a su esposa. Y si sale también negativa esta prueba, se dará Anselmo por contento. Al día siguiente le entrega a Lotario «cuatro mil escudos» que dan a éste «cuatro mil confusiones», aunque se con­suele pensando «mentir de nuevo». Pese a todo, «no sabía qué decirse para mentir».

Todo tenía que haber marchado perfectamente, pero Anselmo pre­senta, entre sus transtornos psicopatológicos, lo primero la descon­fianza, propia del inseguro, y aparte — ya lo apuntábamos —, una necesidad de mirar sin ser visto, para satisfacción propia libidinal, la sexualidad ajena. Y así, se esconde en una habitación y observa a Camila y Lotario a través de «los agujeros de la cerradura», y «estuvo mirando y escuchando»... Al no descubrir juego sexual en la pareja, se enfada. Sale del aposento y recrimina al buen amigo Lotario. Este quedará por mentiroso, «corrido y confuso» y al mismo tiempo ofen­dido y, como podemos suponer, sin motivo y por el bien de aquél que le recrimina y ofende.

Las dudas de Lotario se han disipado; por otra parte, el asunto del adulterio lo tomará muy en serio, molesto por todo lo anterior­mente expuesto, y máxime cuando la mujer a quien debe conquistar merece la pena por su belleza y ha dejado de merecérsela Anselmo como esposa.

Anselmo se marcha de casa para que Lotario realice la conquista de su mujer Camila. La imaginación de Anselmo le dará la satisfacción masoquista que desea psicológicamente.

Y aquí el propio Cervantes, ofendido por la situación, vuelve a intervenir para recriminar a Anselmo y advertirle de lo que va a pasar. Habla por él la voz de la Providencia, pero sin actuación sobre la acción de la futura tragedia novelada. Y es que está en algún modo

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y de forma solapada, justificando Cervantes las problemáticas de sus hermanas, y al proyectar de mujer a mujer, disculpa en ellas su «flaca naturaleza». Por su misma versificación y rebuscando el sentido psico­lógico de la composición cervantina, es fácil afirmar que las alteracio­nes psicopatológicas que aquejan a Anselmo son: una enfermedad... traidora, sin esperanza y sin salida; una prisión con mala suerte, que no tiene libertad ni bien, dada por Dios... y que busca «en la muerte vida», o lo que es igual, la vida en la muerte.

Camila es una mujer sencilla, poco preparada, ni siquiera para el matrimonio — aunque sí más segura que Anselmo — que sólo sabe lo que debe cumplir y cómo debe y se debe a su esposo. Sus pensa­mientos son claros, aunque sin entender de la vida otra cosa que un camino por trillar de normas impuestas y aceptadas en la sociedad de su época. Y aunque protestará ante su marido al decirle que «no estaba bien» que, estando ausente, otro ocupara su lugar, el pueril Anselmo replica «que aquél era su gusto, y no tenía más que hacer que bajar la cabeza y obedecerle. Camila dijo que ansí lo haría aunque contra su voluntad»... Luego esta mujer empieza a rebelarse aquí con­tra un marido incomprensible, poco preocupado por ella. Comienza así la desilusión de la mujer hacia el marido, herida a su vez en el amor propio por los sinsentidos del hombre y lo poco del interés, mínimos celos, que espera como modo de gratificación valorativa.

Aun con todo, en un principio intenta ante Lotario guardar las distancias. Procura no estar sola con él, siempre que puede rodeada de gentes o acompañada de su doncella, con la que se ha criado desde niña; la cual, Leonela, va a ser al final causa de la decantación en tra­gedia.

Pasan los tres primeros días, y Leonela de un modo u otro evade su presencia a pesar de la orden dada por Camila, su señora, de perma­necer con ella y no dejarla a solas con Lotario; e incluso lo incumple y hace todo lo contrario. Y pueda ser que Leonela, teniendo sus puntas de celestina, lo haga adrede: pues así todos somos iguales y nadie me puede echar nada en cara. Es probable fórmula de pensar en esta criada, máxime cuando lo demuestra al final de la novela.

Camila, una hermosa joven, despertará, a pesar de todas las razo­nes que se impone Lotario a sí mismo, la situación pasional de este personaje. No ya teatralmente y no a modo de fingimiento es atraído por Camila en la «larga ocasión que el ignorante marido le había pue­sto en las manos».

En su comienzo, ante las pretensiones de Lotario, Camila «quedó suspensa y no hizo otra cosa que levantarse de donde estaba y entrarse en su aposento, sin respondelle palabra alguna». Escribe a su esposo un «billete», en el cual le comenta de modo bien claro las intenciones de Lotario, y para colmo le manifiesta su decisión de marcharse a casa de sus padres. Es, así, una última oportunidad para evitar que comience la comedia a ser tragedia. Y el final de esta su carta será

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claro cuando ¡e expone Camila a Anselmo: «y pues sois discreto, no tengo más que deciros, ni aún es bien que más os diga».

Al lector se le hace, para sus entresijos, simple Anselmo. Es la impresión para el mal observador, lo que aparentan estos enfermos repetitivos, que sufren en incomprensión del común denominador, siendo como son inteligentes y creativos fuera de su círculo vicioso.

El ingenuo Anselmo «entendió», cree, que Camila debía de haber «respondido» como pensaba, y de modo candoroso se muestra «ale­gre». Su respuesta es una excluyente negativa a que abandone Camila su domicilio y se allegue y acoja a casa de sus padres.

Tanto es así que «admirada quedó Camila de la respuesta de Anselmo». Camila no sabrá qué hacer, pero, aparte, comienza a dudar de si hizo bien o mal al mandar la misiva a su esposo, por lo que éste pudiese pensar, no del amigo, sino de ella. La angustia es ahora presa de un tercer personaje.

En esta situación de duda, desilusión e indecisión, Lotario encuen­tra a Camila, que no podrá ni tendrá a nadie de confianza en quien apoyarse, y sólo va a encontrar como confidente a Leonela, persona que, aparte de cojear precisamente en eso, es de por sí egoísta, y los «nuevos amantes» sólo tendrán ese mal y falso testigo. Pese a todo, aquí va a surgir un verdadero amor entre Camila y Lotario, rompiendo ambos, por ese mismo amor, los moldes de sus vidas y sus respectivas posiciones, sin pensar en consecuencias.

Lotario le hace un falso panegírico a Anselmo sobre su esposa: «Conténtate, Anselmo...», y «contentísimo quedó Anselmo...». La cosa no queda ahí; se forma así unas dobles vidas entre Anselmo/su esposa, Lotario/su amante y Anselmo/Lotario, triangulo estable que rompe Leonela.

Anselmo quiere que siga el divertimiento, «por curiosidad y entre­tenimiento». Y el impertiente y el ya traidor amigo junto con Camila, van a sellar un pacto de incógnitas con silencios.

Impertinentes son las ideas obsesivas, que vuelven a quien las tiene afecto de impertinentes absurdos. Pero hay más en nuestro impertinente Anselmo, y es que los errores de su fantasía neurópata no le dejan ver la realidad; fuerzan el enamoramiento de su mujer y Lotario y, por último, le impelen a querer ser de nuevo un testigo observador del juego de ambos, en el gusto inconsciente de verdad y mentira. Pero, aparte, desde páginas atrás nos viene presentando una escoptofilia, o lo que es lo mismo, voyeurismo, que es una desviación sexual en la que el sujeto conseguirá la excitación al contemplar o al serle explicadas ciertas sensaciones — en este caso, saber qué sensa­ciones tiene la otra pareja —, sin intervenir en ellas. El que ya una vez le cogiésemos espiando a su mujer y al amigo, que luego siga que­riendo saber qué ocurre entre ambos a pesar de haberle dado Lotario la seguridad de no existir tal adulterio, es un síntoma inconsciente de que si no es ver, al menos será oír y observar a su gusto a la pareja

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adulterina que el «malmandado» ha creado. Anselmo así incentiva el juego de la tragedia que trabuca en comedia; sin estar dentro — se cree director de escena — y juzgándose a sí mismo, cree que se puede jugar con los sentimientos amorosos. Camila y Lotario juegan de ver­dad con el que cree juega, a su vez, con ellos.

Versos, nombres, gestos y palabras, van gestando el final infeliz de la situación novelada. Ya Camila sabe que «Clori» será su nombre ficticio en los poemas. Y cada vez más enamorada de Lotario, como desenamorada de Anselmo, no pasará «sobresalto», «pesadumbre» ni celos. Pero además los sonetos van a tener la dulcedumbre interna morbosa del amor prohibido. Anselmo aplaude, como espectador de primera fila, el engaño de sí mismo.

Se da así el unísono de tres diálogos: el verdadero de Camila y Lotario; otro patológico de Anselmo con ellos y, aparte, el mentiroso de Camila con su impertinente-impertinente esposo Anselmo. Hasta tal punto que se nos dice que está «Camila, tan descuidada del artificio de Anselmo como ya enamorada de Lotario». No olvidemos que hay un cuarto diálogo por parte de la «mal-criada» doncella Leonela que envuelve a su vez a los tres actores, como telón de fondo de la obra. Menos olvidemos, que puesto de pie el autor y ahora espectador Cer­vantes, comenta que Anselmo iba añadiendo eslabones a los amores de su esposa y amigo. Y sin embargo, para el extravagante marido su mujer va ascenciendo de categoría ante sus ojos ciegos, y sordo a todos los diálogos expuestos.

Camila, aun a pesar de todo tiene escrúpulos de conciencia. En realidad, el super-yo de la joven inflige al yo culpabilidad. Camila sufre angustia y dudas; pero éstas desplazadas no a su traición, sino a cómo lo hizo: «Temo que ha de estimar mi presteza o ligereza, sin que eche de ver la fuerza que él me hizo para no poder resistirle», dirá Camila a Leonela, su criada y confidente. Así pues, es más fuerte incluso como demuestra su verdadero amor por su amante Lotario y motivo de su preocupación, que las normas morales establecidas por la sociedad del XVI I . Leonela, disculpando e inculpando a su señora se disculpa a sí misma: « N o te de pena eso, señora mía». Será sólo el amor un modo de racionalización de toda la situación angustiosa. Y esta misma criada Leonela hace para sí una identificación con su señora, justifi­cando su propia actuación de enamoradiza y, por lo que se entrevé, irrespetuosa y desmañada en los amores: «Pues si esto es ansí, no te asalten la imaginación esos escrupulosos y melindrosos pensamientos, sino asegúrate que Lotario te estima como tú le estimas a él...». De un modo u otro propone a su ama que utilice, como mecanismo psico­lógico defensivo, la represión: «ya que caíste en el lazo amoroso...». Camila reirá de puertas afuera ante la sugerencia, aunque descubre, no sin temor, que Leonela es más que demasiado «plática en las cosas del amor», y comienza a intuir los riesgos de haber escogido mal con­sejero, «con poca vergüenza y mucha desenvoltura» y aún más confir-

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mado al comprobar Camila que Leonela es «atrevida y deshonesta». Pero deberá callar, disimular y esconder todo Camila, para que su secreta situación — igual o parecida pero diferente — no salga de los limites de tres personas. En ocasiones hará de tapadera a la infiel Leo­nela para evitar males mayores: sabiendo que la tal criada da entrada a un amador, en su propia casa.

Aquí nos vamos a encontrar con el segundo giro hacia la situación trágica; pues Lotario verá salir al amante de la criada y «pensó pri­mero que debía de ser alguna fantasma...». Pero cuando descubre que es un hombre, olvida que en la casa de su amigo Anselmo pueda haber, como es normal, otras mujeres. Se ciega y sólo piensa «que Camila, de la misma manera que había sido fácil y ligera con él, lo era para otro...». Y es que Lotario, con mala conciencia de sí mismo, preocu­pado por estar incumpliendo las normas, necesita subconscientemente romper esa incómoda situación. Y va a ser ésta una ocasión al hilo de la cuestión, para sincerarse con Anselmo. Y aunque prendado y ena­morado de Camila, se encuentra además prendido y cogido por ella. Es así que busca sin saberlo claro — en este caso servirán de disculpa los celos — desistir y acabar la penosa situación. Pero además está confundiendo un verdadero amor a Camila de su, primero juego, luego pasión y más tarde amor por la dama, por ligereza que juzga de ambos, con desprecio de sí mismo y, de algún modo, de Camila. Una vez mas habla el autor, y Cervantes comenta al oído de Lotario: «La maldad de la mujer mala, que pierde el crédito de su honra con el mesmo a quien se entregó rogada y persuadida, y cree que con mayor facilidad se entrega a otros, y da infalible crédito - a cualquiera sospecha que desto le venga».

A Lotario, como no, « le falto» «su buen entendimiento» e «impa­ciente y ciego de la celosa rabia que las entrañas le roía, muriendo por vengarse de Camila», lo cuenta al esposo y amigo, aunque a su modo.

Si es verdad que está celoso Lotario, pero no sólo es la rabia de los celos la que le roía, sino que a su vez se le une, forjando un todo, la situación tirante, inquietante, ambigua y mentirosa a la que se ve sometido, por unos amores que en principio no buscó. Incluso su ven­ganza y mal humor, y sus deseos de herir, no van dirigidos hacia Camila, sino al mismo Anselmo, causa primera y distorsionante de todos sus males. Y es que estas relaciones son motivo para Lotario de viva angustia.

Es fácil de comprender, a la luz de los conocimientos psiquiátri­cos, cómo unas relaciones fuera de la pareja establecida o extramarita-les y continuadas, son tensas, disimuladas, escondidas, preocupantes y sobre todo angustiosas. Mostrándose la nombrada angustia por angustia-ansiedad libre o mediante equivalentes depresivo-angustio-sos, psicológicos o psicosomáticos.

Ya Anselmo está enterado. Y Lotario en cierto modo mientras lo

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comunica se va arrepintiendo de lo que acaba de hacer. Incluso deforma, disfrazando, la situación de la que habla: ... «y no quiero que precipitosamente corras a hacer alguna venganza, pues no está aún cometido el pecado sino con pensamiento, y podría ser que desde éste hasta el tiempo de ponerle por obra se mudase Camila, y naciese en su lugar el arrepentimiento...». Lotario se va mostrando a su vez inse­guro; y es que sabiéndose amante, al que él mismo acusa, espera que Anselmo encuentre un «otro», que es probable que exista, si lo vio él salir con sus propios ojos. Sigue más: si es así — dirá Lotario — «podrás ser el verdugo de tu agravio...». Luego claramente desea excluirse de la situación a través de un chivo expiatorio, y más luego, el antes seguro y ahora inseguro Lotario se arrepentirá.

Sigamos; Anselmo quedará «Absorto, suspenso y admirado...». Cuando se repone, encima se lo agradece al mal-buen amigo, y aquí es cuando Lotario «se arrepintió totalmente...» de ser impulsivo y «de cuanto había dicho, viendo cuan neciamente había andado». Y decimos mal-buen amigo porque todo lo ha hecho para evitar males mayores al amigo, y en su final se ha visto superado por las circunstancias. Cree Lotario que lo que está haciendo es por venganza, por celos. Pero si interpretamos y deducimos su actuación, único modo de conocer la verdad de las intenciones de nuestros estudiados, vemos que son otros los motivos, como dejamos dicho, y de ahí el mal humor: «maldecía», «afeaba» y «no sabía» qué hacer.

Camila ante todo esto no se imagina nada, pero en una conversa­ción le confiesa a Lotario el problema que calladamente tiene que sufrir por el asunto de Leonela y la imposibilidad de imponerse, pues la criada es el «secretario» de los amores de la desposada y su amante Lotario. Ella, Camila, se encontrará más que preocupada, y de aquí el «llorar, afligirse y pedirle remedio» a su querido, con lo cual, si el tal Lotario estaba arrepentido del arrebato y confesión sobre Camila a su esposo, ahora es mayor la preocupación de nuestro Lotario, y «acabó de estar» — según Cervantes — «confuso y arrepentido del todo».

Ya sin saber qué hacer y resignado a mantener los amores con la mujer de su mejor amigo, se lo confiesa. Y Camila, con la intuición propia de mujer, e interpretando — ahora nosotros — las pabras de Cervantes que rezan: «pero, como naturalamente tiene la mujer inge­nio presto para el bien y para el mal, más que el varón...», verá «al instante» «el modo de remediar tan, al parecer irremediable negocio...».

Al principio quedará Camila «Espantada...». Aunque como mujer, cree para sí — no es experta o se engaña femeninamente adrede — que son celos de hombre enamorado, y va a disculpar a Lotario, pese a que la novela afirme que se enfada y regaña a su amante. Y con el sentimiento protector de mujer enamorada tranquiliza a Lotario, «para que desde allí en adelante los dos se gozasen sin sobresalto

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alguno». Aun con todo, como mujer ya avisada, no le comenta todo lo que va a hacer y la comedia que va a montar de acuerdo con su criada Leonela, para que Anselmo la presencie escondido.

El pobre celoso impertinente, repite la misma cantinela de los negocios y dice marcharse de viaje para quitarse de enmedio en apa­riencia. Pero nos dice la novela quijotesca cómo estará de angustiado, con expresiones propias del siglo XVI: «Escondido, pues, Anselmo, con aquel sobresalto que se puede imaginar» ... «víase a pique de perder el sumo bien que él pensaba que tenía en su querida Camila...».

Escondido verá ante sus ojos pasar toda una representación tea­tral, que Camila, Leonela y Lotario escenifican ante los ojos atónitos y atentos del marido impertinente cornudo y corneado.

Matar y matarse, hablar y hablarle. Esto sí lo harán para confundir al desgraciado Anselmo. Incluyendo la herida que se autoinflige Camila en el momento álgido de la representación. «No profundamente», sino «por más arriba de la islilla del brazo izquierdo, junto al hombro». Dejando aparte que no era zurda, y no entrando en discusiones sobre las palabras «asidlas» y quedándonos con las islillas o clavículas, a las que se refiere Cervantes, la puñalada que se infiere Camila es superfi­cial, sobre piel; no profundiza en tejido celular subcutáneo y menos a musculatura del lado izquierdo. El lugar o zona escogida por nuestro autor para acuchillarse Camila, le es bien conocido por sus experien­cias en la vida militar y como heridas propias de las pendencias vistas en la vida cotidiana. E incluso podrían ser las lesiones más frecuentes de localización de su época. Cosa que además podría saber Cervantes a través de su padre, cirujano. Lo más probable por la descripción, es el conocimiento de estas lesiones «de visu».

Anselmo, enclenque dentro de su inseguridad, simple e indeciso, no se atreverá a detener o evitar que su mujer se hiera o mate a cual­quiera de los participantes en la tragedia, a pesar de lo que oye, escu­cha, ve y se figura en el teatro casero — que aun no siendo ciertas, y él no saberlo, están allí expuestas — de los actos de Camila. Toda la escena fingida tiene a los ojos del observador gran realismo y veraci­dad. Y tanto. Nos podemos imaginar la preocupación de Camila, que se juega en esos momentos el todo por el todo, y con tal certidumbre se expresará la antes dulce Camila, que sus palabras y sus hechos hacen dudar al propio Lotario: «casi él estuvo en duda si aquéllas demostraciones eran falsas o verdaderas». A todo esto Anselmo, el engañado impertiente, «de puro bueno y confiado» permanece mudo y escondido en la penumbra.

Es un absurdo más del tal curioso marido, pero que nos dibuja el carácter medroso, inseguro y aniñado del personaje estudiado. No sabe qué hacer el marido cornamentado y eso que allí ve a «Camila tendida en tierra y bañada en sangre...»; no así Lotario, que va hacia su amada «con mucha presteza, despavorido y sin aliento, a sacar la daga» del cuerpo de su querida, además de proferir en «triste lamenta-

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ción sobre el cuerpo de Camila, como si estuviese difunta...». Anselmo, contra todo sentimiento de cariño hacia la joven, permanecerá escon­dido, y Cervantes nos hace comprender que sólo merece «la tragedia de la muerte de su honra».

Cuando se encuentren más tarde Anselmo y Lotario, Lotario no podrá «dar muestras de alguna alegría...» y Anselmo se sentirá trans­portado «a la más alta felicidad». Camila hace así profesión de amor verdadero a Lotario, y éste entenderá el amor de esta mujer, de verdad entregada a él. Anselmo ha perdido aquí para siempre a su esposa y a su amigo, caminando el curioso impertinente hacia su fin.

Entramos en el final de la novela. Camila disimula, Lotario finge, Leonela oculta y Anselmo llevará engañado «una vida contenta y descuidada».

Todo podía haber seguido así, y tras una moraleja acabar la novela Cervantes; pero hubiera sido poco o nada ejemplar, y parto de otra pluma, no la del autor de Don Quijote.

Lotario y Camila mantienen sus amores en los limites de la hono­rabilidad de su estado, pero Leonela pasa todo limite y un buen día, y peor, «una noche sintió Anselmo pasos en el aposento de Leonela». Cuando logra abir la puerta «vio que un hombre saltaba por la ventana a la calle...». La criada le explica que el que ha visto saltar a la calle le tiene dada palabra de esposo, pero «Ella, con el miedo, sin saber lo que se decía, le dijo: No me mates, señor; que yo te diré cosas de más importancia de las que puedes imaginar...». Le promete decírselo al día siguiente y Anselmo la dejará por si acaso encerrada a la tal nada doncella en su habitación. Luego, despreocupado va a contarle a Camila el suceso, comentando le iba a decir Leonela «grandes cosas y de importancia...».

Camila se da cuenta de la posibilidad de que hable la ligera Leo­nela. Se angustia. Conoce demasiado bien a la muchacha, y «fue tanto el temor que cobró, creyendo verdaderamente y era de creer» que la criada por salvarse fuese a descubrir todo, que pierde su seguridad. Angustiada se ciega, y así como «se turbó Camila», así «no tuvo ánimo para esperar». Esa misma noche, cuando duerme Anselmo, coge joyas y dineros y va en busca de Lotario, al cual explicará la situación. Este se angustia a su vez, de tal modo que «no le sabía responder palabra».

Los dos amantes van a romper el secreto, ante el mundo que les rodea, de sus verdaderos amores. Camila se esconderá llevada por Lotario a un «monesterio en quien era priora una su hermana». Lota­rio como contrapartida se marcha de la ciudad. Se baja el telón.

...Se levanta el telón: Anselmo, tras dialogar con su mujer, va a dormirse despreocupado de todo. No nota que desaparece su esposa, cree a Leonela, que le engaña con el cuento de mañana será otro, y hombre bueno pasa a buen hombre. Obsesivo, infeliz e iluso, al día siguiente caerá en la cuenta al buscar a Leonela en sus habitaciones, que ésta le ha desaparecido. Preocupado, molesto y entristecido, va a

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contárselo a Camila. Pero «quedó asombrado», pues tampoco está, ni sus criados saben nada. Mientras busca a Camila se encuentra que «faltaban las más de sus joyas...» y ya por la pendiente tropieza al fin, y se hace claro cuál es su verdadera desgracia y desgraciada situación, a más de «la causa» cierta de sus torpezas.

A medio vestir, angustiado, deprimido y desesperanzado, ya culpa-bilizado, es como nos lo describe Cervantes: «Sin acabarse de vestir, triste y pensativo». Va a buscar la consolación en el «amigo», represen­tante varonil de la seguridad que él nunca tuvo, y tampoco le halla. Cuando ya le comentan y cuentan que se fue esa noche y se había lle­vado todo el dinero que tenía, en el colmo de la angustia-depresión reactiva «pensó perder el juicio». Al final estará solo en una «casa desierta y sola».

Su situación angustiosa está más que justificada, pero si encima el problema recae sobre este tipo de personalidad insegura, obsesiva y problemática, con visos ciertos de neurosis, toda la novela toma cuerpo de verosimilitud y todo impresiona como tomado por Cervan­tes de su inventiva, sus lecturas y de una probable realidad.

Sigamos. Anselmo, así, es simbolo de la angustia de la nada al per­der el todo cuando encuentra su casa «desierta y sola». Y la soledad de sí mismo es trasunto de la nada como motivo angustioso. Pero, aparte, esa misma libertad le provoca pánico, miedo a la libertad que no desea; necesita el arraigo del medio ambiente que le fue protector. Así se nos dice que «No sabía qué pensar, qué decir, ni qué hacer...». No puede pedir consejo ni ayuda a la situación creada por él mismo y luego criada y desarrollada de forma autónoma. La angustia, esta vez reactiva, unida ya a la angustia patológica, va creando en su inva­sión de esta personalidad una modificación psicológica extrema que sin llegar a ser estuporosa, sí le tiene abstraído, sin reacción de llanto como descarga y consuelo a su penar. Y es precisamente así, y solo, como deberá decidir por sí mismo y para sí mismo sobre la problemá­tica en que se encuentra, y actuar. Por lo que, tras esos momentos de indecisión y abstracción «poco a poco se le iba volviendo el juicio...», y con la serenidad forzada propia de su estado, entiende que está «desamparado», sin su esposa, en cuya falta verá su «perdición».

Marcha «a la aldea» del otro amigo. Cierra su casa y un capítulo de su vida, «y con desmayado aliento...» o mejor dicho, con dejadez de sí mismo y desinteresado de todo lo que le rodea, «se puso en camino». « Y apenas hubo andado la mitad...» cuando su situación depresiva angustiosa le hace pararse. Y ahora sí, Anselmo dará «tier­nos y dolorosos suspiros». No parece que pueda llorar, aunque se con­jetura utiliza un llanto sordo para descargar un algo de su carga afectivo-emotiva por el desamparo, máxime cuanto que «allí se estuvo hasta casi que anochecía...».

Verá venir a un hombre a caballo; le pregunta qué noticias corren por Florencia, y éste le contesta que «toda la ciudad está admirada...»,

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y precisamente de lo que le ha ocurrido a él, a su esposa y a su amigo. Bien lo sabe: la situación no puede ser más ridicula, en aquéllas y estas épocas; aparte de que poco puede hacer la justicia al no saber dónde están los protagonistas del tinglado.

Anselmo, viéndose en tal estado, absurdo ante sus conciudadanos que corroboran la idea de infravaloración de sí mismo, y que además ahora es verdad de verdad, suspira; también por la tremenda pérdida de una esposa y un verdadero amigo. Pero sobre todo sí, se reconoce responsable y culpable — como es cierto — de toda la trama, y para colmo, sin solución que no pase por la palabra muerte. Matar, que diremos morir ellos o morir él. Y esta palabra y su significado están presentizados en la angustia del neurótico en el miedo a la muerte.

Muy lógico será que se comprenda como Cervantes afirma con razón, que «casi casi llegó a términos» «no sólo de perder el juicio, sino de acabar la vida». Es su angustia y nihilismo en gran medida lo que se nos quiere dar a entender.

De aquí hasta el final de la novela, Cervantes carga las tintas, y aunque ya sabe su final no podrá dar otro acabamiento a su cuento. Sí es posible y de hecho ocurre que un individuo real sometido a gran angustia pueda morir en una crisis de ansiedad, pero también hay licencias del autor para teminar como quiera la narración. Y la termi­nación deberá ser rápida, pues ya Don Quijote se está impacientando en el zaguán de los papeles y le pide nuevas y novísimas aventuras; aparte de que los demás personajes, desde el Roto Cardenio hasta el Cura y el Barbero, deben de tener mucho que hacer, unos en su pueblo y otros en sus haciendas y amores. Reconozcamos que Cervantes tiene prisa por acabar.

Ya pues, Anselmo «levantóse como pudo» y llega a la aldea cer­cana a Florencia e innominada en el cuento. Su amigo lugareño deduce y «entendió» que «de algún grave mal venía fatigado». Lo cierto es que lleva ese día sin comer — no se nos dice que bebiese —, ansioso, preo­cupado, triste, deseperado y desilusionado: Hundido somática, psí­quica y moralmente. «Pidió luego Anselmo» «que le acostasen»; lo que corrobora su situación física. Y al mismo tiempo solicita «aderezo de escribir». Siente la necesidad de acostarse — «acostado y solo» — y «aun que le cerrasen la puerta». Ha llegado «amarillo, consumido y seco».

Está solo, siente la encarnadura de su soledad y desesperanza, a la vez no sabrá compartir sus pensamientos y temores con el amigo aldeano en cuya casa se recoge. No sabe, ni sabe si debe, ni siquiera si puede recabar ayuda psicológica con descargo de conciencia: Es largo de explicar y difícil de entender. Su recelo a confiar en otro es manifiesto. Encerrándose más aún se va a echar en cara su culpa; se siente culpable y es culpable, por lo que llegará a desearse la muerte, al percatarse de que, a su pesar y a pesar de todo, no es capaz, por su estructura psicopatológica, de darles muerte a su esposa y amigo.

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Así pues, morir él, es matar a los amantes al culpabilizarles de esa muerte. Pero además, tomará venganza en sí mismo de ellos, será un modo de introyectar el gusto por la muerte de los traidores, de forma simbólica.

Por otra parte, ha marchado de su casa, vacía y manchada por el deshonor en boca de todos, y esos todos sus conciudadanos florentinos se figuran que él, marido deshonrado, está persiguiendo a los infieles mujer y amigo; mas el desgraciado curioso impertinente está huyendo también, y eso sólo lo sabe él, y pronto estará en boca de todos los florentinos. Ha huido y está escondido.

Es lógico su deseo de muerte y aun de suicidio, como aniquila­miento total y descanso psicosomático, de modo consciente, por la imposibilidad de reacción madura catártica y descarga ante la situa­ción tensiva emocional tras toda la situación conflictual.

No va a ser posible tampoco esa actuación de autolisis, pues sabe­mos que nuestro neurótico tiene miedo patológico, como síntoma, a la muerte. Aun con todo podría haber llegado a la situación de suici­darse en el mismo núcleo de la angustia — y sigue estando en ese núcleo —, de actuación invasiva por la situación creada.

Lo que sí va a procurar la angustia, y así lo vio en alguien Cervan­tes (angustia-depresión; depresión-angustia — como muestra recorde­mos al Marqués de Santa Cruz, según biógrafos — ) , es una sobrecarga somática que desestabiliza ese organismo.

Quiere morir — está decidido — y llega poco a poco y por sus pasos a encontrarse tan mal y en tal grado de angustia, que lo que desea termina por cumplirse: «que conoció que se le iba acabando la vida...», y en su disculpa su deseo será dejar constancia escrita. Es muy posible que su situación angustiosa debiera de incidir sobre un corazón con alteraciones previas; y esto no lo sabia Cervantes, que creyó como autor de la novela, que fue una terminación digna y ejem­plar a su ejemplar novela, dejada por descuido en una mala venta de peor camino.

Estará Anselmo escribiendo, pero «antes que acabase de poner todo lo que quería...» «Le faltó el aliento y dejó la vida...», y precisa­mente: por «las manos del dolor que le causó su curiosidad imperti­nente».

Fue al día siguiente hallado por el dueño de la casa en la cama, con medio cuerpo fuera de ella mientras escribía y boca abajo, y «ha­llándole frío, vio que estaba muerto...», y como estaba escribiendo, el otro medio cuerpo estaba caido sobre el bufete.

Había querido escribir más de unas líneas; «un necio e impertinente deseo me quitó la vida...» es el comienzo de la carta-confesión que deja inconclusa, y sólo la muerte súbita cerrará la carta. Acusándose: «yo fui el fabricador de mi deshonra», y allí «se le acabo la vida...».

Camila es una mujer enamorada de Lotario; se ha desilusionado hace tiempo de su extraño esposo y de su comportamiento raro, y es

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posible que le guardase cierto rencor por despecho como mujer. Nos lo demuestra que la muerte de su esposo impertinente la deberá — aunque no lo diga la novela — conmover un algo, pero lo que sí la pone «casi en el término de acompañar a su esposo» en la muerte, no van a ser «las nuevas del muerto esposo», sino la ausencia de Lota-rio. Hay más, no profesará Camila — siempre esperanzada y enamo­rada — hasta saber más tarde la muerte de su amante; «arrepentido amigo» que muere buscando esa muerte en la guerra. Y muy luego la esposa estorsionada por el enfermo marido «hizo profesión y acabó en breves días la vida, a las rigurosas manos de tristezas y melancolías...». Y es que Camila en todo momento fue una mujer enamorada de quien fue capaz de enamorar, en este caso Lotario. Y nos irá demostrando a lo largo de la novela una impronta estilística de madurez femenina muy al estilo cervantino que, aunque a veces él mismo se quejase de no llegar a entender a la mujer, penetró en el alma femenina a través de sus arquetipos parentales.

Volviendo a Camila, no sabemos lo que serían «breves días», ni qué duró la vida de Lotario en las guerras del Gran Capitán hasta su muerte en Ñapóles. Lo cierto es que la descripción de la muerte de esta mujer es la muerte psíquica, por desinterés vital, que es un dejarse morir, y de ahí que Cervantes diga a «manos de tristezas y melancolías». Podremos llamar a esto «suicidio silencioso».

De todos modos es tan absurdo para el narrador Cervantes, que estima la etiología de la tragedia como «desatinado principio». Aparte, el Cura amigo de Don Quijote tacha al marido de «necio». Para colmo este mismo Cura, personaje creado por Cervantes, critica a su progeni­tor duramente: pues «no me puedo persuadir que esto sea verdad; y si es fingido, fingió mal el autor». Sólo ante la mirada de Cervantes rectifica: «y en lo que toca al modo de contarle, no me descontenta». Aunque allá por el principio de la novela, en el capítulo XXXI I , este Cura alaba al autor: «papeles son esos que de tan buena letra están escritos...».

Anselmo padeció así una Depresión Neurótica. Su personalidad era inmadura-obsesivo-neurótica, y su muerte, si no es licencia litera­ria del autor, fue provocada por la angustia-depresión que incidió sobre un corazón con alguna lesión cardiaca silente o dormida.

Por último, el diagnóstico del Curioso Impertinente va a cuadrar en la novela o cuento cervantino. Tanto un vocablo como otro, curioso e impertinente, podrían ser sinónimos de obsesión, obsesividad y anan-casmo, y de la personalidad, temperamento y carácter de los indivi­duos afectos de los dichos transtornos psicopatológicos.

Por otra parte y vuela pluma Cervantes, desprecia la actuación del marido burlado, condenando psicológicamente a los tres principales protagonistas a muerte, desde el principio de la novela. Y es que numé­ricamente las referencias a la muerte en este cuento, bajo uno u otro disfraz, dan cifras aproximadas de sesenta y dos veces.

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Conclusiones a Reflexiones Diagnósticas Diferenciales

Una última curiosidad, junto a una pregunta nos salta al papel: Cuando Lotario ha cumplido el encargo de su amigo Anselmo, enga­ñando a la esposa se contenta, volviéndose plácido y confiado, y desa­pareciendo en apariencia toda la sintomatología retratada. Y más tarde, tras el consabido sobresalto por la confesión de un Lotario despechado, vuelve a la confianza, tranquilidad y placidez, toda vez que Camila escenifica su acuchillamiento. ¿No llama esto la atención al observador y le hace preguntarse si la forma de curar a Anselmo, o cualquier Depresión Neurótica, será haciendo la voluntad del paciente, cosa que vemos en parte en esta novela cervantina?. Nada más lejos de la verdad.

Vamos a intentar dar una explicación a través de la deducción en el diagnóstico diferencial:

I - Las depresiones neuróticas, se dan en personalidades cuya base es neuropática.

II - Esta base neuropática presenta una impronta de estilo, del que entran a formar parte la inmadurez, tendencia a las reacciones vivenciales anómalas, cierta inestabilidad emocional y aun, co­rrelato neurovegetativo.

III - En toda depresión neurótica, hay una interacción de la endoge-neidad, que de un modo u otro se ve afectada; luego la forma­ción depresiva no es puramente neurótica.

IV - Las personalidades neuróticas tienen a lo largo de su vida, si no fases recortadas, sí acentuaciones de sus situaciones fóbicas, obsesivas y angustiosas en general; y que sin remitir, como es lógico, el núcleo de la personalidad, aparentemente se estabili­zan o desestabilizan llegado un momento con resonancia vital.

V - La sintomatología que subyace en forma de fobias u obsesiones, puede compensarse también en apariencia, quedando un resi­duo de inseguridad, angustia y miedos — fantasmas y duendes del ser humano — en latencia, hasta una nueva situación patoló­gica endógena o reactiva, capaz de incidir en esta personalidad.

VI - En ocasiones, sintomatología psicosomática y no puramente psi­cológica, en forma de equivalentes angustiosos, dan otra cara al exterior. Luego la sintomatología es bifronte, somática y psíquica.

VI I - Otras veces, un carácter raro y adaptado traduce residuos neu­róticos enclaustrados.

VII I - Por último, tendríamos que hacer un estudio comparativo entre la psicología y psicopatología de los siglos XVI y XVII , y las mismas ciencias de la actualidad, para llegar a una Psiquiatría Transcultural e Histórica, base de la comprensión del fenómeno humano histórico. Sólo pensando en pensamiento pensante de los siglos XV I y XVII se puede hacer Psicología y Psicopatología de hechos pasados.

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Así se explica cómo Anselmo, en un tiempo que no podemos medir y tras casarse, tiene una acentuación o se despierta en él una sintoma-tología, que se descubre asimismo como patológica; en la cual predo­minan las fobias y obsesiones con el consiguiente correlato depresivo-angustioso. A esto hemos denominado Depresión Neurótica. Posterior­mente, sin tener que ver, a nuestro juicio, con el mal favor — pero favor al fin — que le hace su amigo Lotario, se compensa en apa­riencia.

Más tarde, puesto en una situación de inseguridad manifiesta, lo supera perfectamente volviendo a una aparente tranquilidad adapta-tiva, tras la escenificación del acuchillamiento de Camila.

Ya, pero más tarde nuestro enfermo va a padecer otro tipo de depresión. Esta va a denominarse Depresión Reactiva, justificada desde cualquier punto de vista psicológico; en cuyo correlato sindró-mico angustioso-depresivo se encuentra inmerso Anselmo, y que no lle­gará a superar, por encontrarse un mal día con la huesa en su camino.

BIBLIOGRAFÍA

Miguel de Cervantes Saavedra: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Edición crítica - Francisco Rodríguez Marín -, tomo III. Editorial Atlas; Madrid. 1948.

M. de C. Saavedra: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Edición crítica y comentada - Luis Astrana Marín y Clemencín - Editorial Castilla; Madrid, 1947.

M. de C. Saavedra: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Edición crítica - Rodolfo Scherill y Adolfo Bonilla -, tomo II. Editorial Gráficas Reu­nidas, S.A.; Madrid, 1931.

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