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Acompañamiento desde el dolor. José Fernando Gómez del Campo Estrada Tradicionalmente el dolor se define como una experiencia sensorial (objetiva) y emocional (subjetiva), generalmente desagradable, que pueden experimentar todos aquellos seres vivos que disponen de un sistema nervioso. Es una experiencia asociada a una lesión tisular o expresada como si ésta existiera. En la sabiduría popular encontramos frases que reflejan también muchas de las actitudes más comunes frente al dolor:“Lo que hoy te duele, mañana será sólo un recuerdo”; “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”:”Nadie sabe en realidad que es lo que tiene, hasta que enfrenta el miedo de perderlo para siempre.”“Dolor es amar a una persona y no poder estar con ella.”“Si aprendes a dialogar con tu dolor, una de las primeras cosas que te dirá es que estás vivo.”“El dolor es un gran maestro si no se convierte en tu verdugo.”“El dolor es la esencia de ser humano.”“Mi dolor es el tuyo.”“El dolor que no te mata, te hace más fuerte.”“El dolor es tu aliado, no tu enemigo” Muchas de estas visiones tienen sentido en el relato de Raúl Acéves, un sobreviviente de la tragedia del Iztaccihuatl, que en febrero de 1968 llenó de luto y dolor a once familias de la ciudad de Guadalajara. En una ocasión nos compartió en un grupo de crecimiento el dolor que le seguían causando algunas de las heridas que continuaban

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Acompañamiento desde el dolor.

José Fernando Gómez del Campo Estrada

Tradicionalmente el dolor se define como una experiencia sensorial (objetiva) y

emocional (subjetiva), generalmente desagradable, que pueden experimentar

todos aquellos seres vivos que disponen de un sistema nervioso. Es una

experiencia asociada a una lesión tisular o expresada como si ésta existiera.

En la sabiduría popular encontramos frases que reflejan también muchas de las

actitudes más comunes frente al dolor:“Lo que hoy te duele, mañana será sólo

un recuerdo”; “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”:”Nadie sabe en

realidad que es lo que tiene, hasta que enfrenta el miedo de perderlo para

siempre.”“Dolor es amar a una persona y no poder estar con ella.”“Si aprendes

a dialogar con tu dolor, una de las primeras cosas que te dirá es que estás

vivo.”“El dolor es un gran maestro si no se convierte en tu verdugo.”“El dolor es

la esencia de ser humano.”“Mi dolor es el tuyo.”“El dolor que no te mata, te

hace más fuerte.”“El dolor es tu aliado, no tu enemigo”

Muchas de estas visiones tienen sentido en el relato de Raúl Acéves, un

sobreviviente de la tragedia del Iztaccihuatl, que en febrero de 1968 llenó de

luto y dolor a once familias de la ciudad de Guadalajara. En una ocasión nos

compartió en un grupo de crecimiento el dolor que le seguían causando

algunas de las heridas que continuaban abiertas. El 5 de febrero de 1968, se

registro en el volcán Iztaccihuatl la mayor tragedia del alpinismo Mexicano,

Habiendo fallecido, al descender de su cumbre, once adolescentes del club

Alpino del Instituto de Ciencias, cuyas edades fluctuaban entre los 14 y 18

años. Además, varios de los integrantes de esta excursión resultaron

lesionados y, algunos de ellos sufrieron amputaciones a causa del

congelamiento. Raúl escribe:

“El cuerpo empezaba a mostrar síntomas de derrota; las manos ardían con los

primeros síntomas de la congelación; todavía no mostraban ese doloroso color

morado que era signo de ya no sentir nada. Curiosa paradoja: mientras dolía

sabías que estabas vivo, cuando ya no dolía, mala señal… “ Más adelante

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continúa: “La cola de hormigas congeladas ya estaba definida; ya se podían

reconocer los futuros cadáveres. Los ojos no mentían, definían y separaban a

los fuertes de los débiles… los que habían empezado a perder la consciencia

de sí mismos, no caminaban, arrastraban un bulto que accidentalmente era su

cuerpo. A los fuertes el dolor los bañaba de un sudor frío, pero sudaban,

recuperaban la dirección perdida, y podían imaginar de nuevo los elementos

cotidianos del mundo. Los débiles, ya habían cruzado la frontera … quizá ya

viajaban hacia otro lado. Tal vez eran los verdaderos fuertes, los que no se

aferraron a nada, ni a la esperanza ni al recuerdo, y se pusieron en armonía

con las fuerzas terribles que los llamaban. Quizá los débiles fueron los más

clarividentes, los que atisbaron el principio de algo diferente … se desaferraron,

se soltaron, se olvidaron de si …” y más allá del dolor fueron muriendo.

Vemos aquí como el dolor al igual que muchas experiencias límite de la

persona, es increíblemente íntimo y personal; es vivido por cada persona

según su propia historia, sus miedos, sus creencias, su esperanza.

Es importante en este punto hacer una distinción entre dolor y sufrimiento. El

sufrimiento es una respuesta afectiva ocasionada por un estado emocional.

Sufrimos con la pérdida de un ser querido. Lo hacemos con el miedo a que a

nosotros o alguien allegado nos ocurra una desgracia o cuando enfrentamos

una amenaza grave.

La reacción emocional asociada al sufrimiento puede ser mucho más intensa e

insoportable que un fuerte dolor físico, ¿cuantos no preferiríamos un fuerte

dolor físico al sufrimiento de una pérdida importante?

Pero hemos visto como el propio dolor puede generar una reacción afectiva

que incrementa el sufrimiento ligado a él, generando una serie de sentimientos

insoportables que se mezclan y se hacen indistinguibles del propio dolor. Por

ejemplo, si el dolor nos lleva a empeorar nuestra relación con nuestros seres

queridos, o a no poder realizar nuestras actividades favoritas o a no poder

trabajar, o simplemente a estar peor físicamente por no poder dormir; el

sufrimiento que está asociado es mucho mayor que el que corresponde

solamente al daño físico que lo genera inicialmente.

Page 3: Acompañamiento desde el dolor.doc

La lucha contra el dolor tiene que tener en cuenta los aspectos psicológicos

que surgen asociados a él, para poder disminuir el sufrimiento que conlleva. No

hay que perder de vista que el sufrimiento es opcional; es una decisión que tú

tomas.

Cuando el dolor es crónico, la persona se enfrenta a la titánica tarea de

aprender a convivir con él. Para muchos, el problema no es que haya dolor

crónico, sino que se le de el poder para arruinar la propia vida y la de otros,

ocasionando problemas con la pareja, con el trabajo, con los amigos, y lo más

grave, con ella misma. El camino para evitar caer en estas situaciones y en la

lástima por sí mismo es la aceptación. Se dice fácil pero no lo es. Tal vez estas

consideraciones puedan facilitar el conseguirla:

Aceptar no es evitar. Es enfrentar, es dejar de hacer lo que nos impide llegar a

aceptar, por ejemplo probar cualquier clase de “tratamiento”, negar que nos

duele, minimizar la experiencia con expresiones como “no es nada”, “ya

pasará” y otras semejantes.

Aceptar es abrirnos a experimentar los sucesos y las sensaciones

completamente, plenamente y en el presente, como son y no como tememos

que sean. Es conocer nuestro dolor, dialogar con él y eventualmente poder

amarlo y bendecirlo, porque me dará la oportunidad de ver “de qué estoy

hecho”.

Aceptar es tomar conciencia de las limitaciones que conlleva el dolor crónico.

Limitaciones físicas, psicológicas, sociales. Aceptar la ayuda de los demás sin

tener miedo de depender. Permite que los demás se sientan útiles frente a una

situación ante la que se pueden sentir tan impotentes como tú

La aceptación abre el camino al compromiso. A seguir haciendo aquello para lo

que valemos de acuerdo a nuestras capacidades, aunque esto signifique que

tenemos adecuar nuestras metas a nuestras capacidades limitadas por un

dolor crónico. Seguir viviendo con el mayor entusiasmo posible, tratando de

seguir siendo la mejor persona que puedes ser.

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Aceptar no es quedarse con el sufrimiento que se tiene, la aceptación

disminuye el sufrimiento e incluso inicia proceso psicofisiológico de la

habituación, por el que el dolor se hace más tolerable porque nos habituamos a

él. Habituándonos a las sensaciones disminuye la ansiedad, el miedo y la

depresión, tendremos menos sensaciones asociadas al dolor y continuaremos

comprometidos con un nuevo rol social con valores propios que nos permiten

encontrarle el sentido último al dolor.

La aceptación del dolor requiere y produce cambios profundos en la persona.

Supone la modificación que tiene de la imagen de si misma, es decir de su

autoconcepto para incorporar visiones nuevas que de inicio pueden parecer

amenazantes, como ver y sentir la propia vulnerabilidad. Los procesos

psicoterapéuticos basados en la aceptación conducen, paradójicamente a

mejorar la calidad de vida al poner el dolor al servicio del crecimiento y no al

servicio de la ansiedad, la depresión y la desesperanza.

La aceptación del dolor no implica la renuncia a los diversos métodos

terapéuticos que existen hoy en día, desde los humanistas existenciales hasta

los cognitivo conductuales que existen actualmente. Algunas de las estrategias

más aceptadas son las siguientes:

- Relajación y bioretroalimentación, Nos ayudan a liberarnos de tensiones que

dañan a nuestro cuerpo e incrementan el dolor.

- La meditación junto con la relajación, la respiración y la bioretroalimentación

nos permite el acceso a estados de consciencia más propicios para el

enfrentamiento y el manejo del dolor.

- Distraerse del dolor sin llegar a la negación es algo muy efectivo aunque no

es nada fácil y puede ser necesario un entrenamiento profundo que requiere

habilidades para controlar nuestros estados de consciencia.

- Técnicas cognitivas como la reestructuración y la terapia racional emotiva,

nos ayudan a enfrentarnos con nuestros pensamientos y sentimientos de forma

racional y de manera más eficaz.

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- La hipnosis es otra herramienta que incide directamente en los mecanismos

psicológicos de percepción del dolor.

- Con el enfoque centrado en la persona y la logoterapia podemos personalizar

nuestro dolor, aceptarlo y encontrarle el sentido último.

- Las técnicas de asertividad y el entrenamiento en habilidades sociales

permiten enfrentar los cambios sociales derivados de las nuevas limitaciones

asociadas al dolor crónico o agudo.

Acompañar a una persona desde el dolor es difícil porque la cultura valora su

control. En ocasiones hasta el extremo de la negación. He tenido el privilegio

de acompañar a las personas desde muy diferentes caras del dolor:

quemaduras provocadas por accidentes en el hogar o por maltrato, privación

de la libertad, aborto, pérdida de un ser querido, desastres naturales, y otras

semejantes. Me gustaría compartir algunos aspectos de la experiencia vivida

con Mila, una amiga muy querida y cercana; su proceso de búsqueda, de

crecimiento y de muerte. La forma como integró el dolor en su vida fue para mí

una de las mayores riquezas que recibí de ella. He escogido en momentos de

mi relato dirigirme a ella directamente. Para no confundir al lector resaltaré en

cursivas lo que le escribo.

Nos conocimos en 1974, año en el que inicié con otros aventureros la

experiencia de vivir en comunidad. Entre otras actividades, varios de nosotros

participábamos como facilitadores y/o integrantes en grupos de crecimiento

personal, de estudio, de reflexión o de participación social. Fue en uno de esos

grupos donde conocí a Mila, a su hermano Chato y a su cuñada Lupe.

Teníamos mucho en común: el gusto por la música, el amor a la naturaleza y a

los animales, el interés por facilitar procesos de crecimiento personal y

comunitario, nuestra fe en Dios y en la gente y nuestro sentido del humor, en

ocasiones un tanto negro. En fin, Mila era en muchos aspectos lo que se dice

una triunfadora: joven, eficiente, comprometida y llena de vida. Bonita, aunque

no se preocupaba especialmente por su apariencia física.

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Enfermera de profesión y de corazón, siempre estaba presente cuando se le

necesitaba y, con mucha frecuencia anteponía las necesidades de otros a las

suyas, ya fuera que se tratara de miembros de su familia, de amigos o de

personas de las comunidades marginadas cercanas al ITESO (Instituto

Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente) universidad jesuita de

Guadalajara en la que yo trabajaba y en la que también ella trabajó por algún

tiempo.

Dentro de esa triunfadora habitaba también un alma herida. Herida por el dolor

de la pérdida de su hermano Gabriel, a quien amaba entrañablemente, en la

tragedia del iztaccihuatl mencionada arriba.

En varias ocasiones te acompañé en tu trabajo de duelo que parecía cerrarse

pero regresaba con aspectos diferentes hasta que te despediste y soltaste lo

más que te fue posible, pues Gabriel siguió siempre presente en tu experiencia.

Te consolaba saber que lo que llevaba en su mochila fue repartido entre los

sobrevivientes. Me compartiste también lo doloroso y a la vez sanador que

fueron los testimonios de los últimos que lo vieron con vida. Te acercaste al

Padre Luís Hernández Prieto, capellán de los excursionistas para encontrarle

sentido a la pérdida y a tu dolor. Durante algunos años el padre fue para ti un

amigo cercano al que acompañaste en terapia intensiva durante sus últimos

días. Otra pérdida de una persona importante para ti, pero siempre te seguiste

levantando.

Tus heridas también venían de tu búsqueda de respuesta en la vida religiosa y

tu decisión de abandonarla. Tu dolor nunca te deshumanizó ni te impidió

acompañar en terapia intensiva a muchas personas que siguieron viviendo y a

otros a quienes acompañaste en sus últimos momentos. Tal vez esa capacidad

de acompañar en el dolor y el sufrimiento fue la que te abrió a tus propios

procesos y te llevó al mundo del Desarrollo Humano.

Mila se integró en 1977 a nuestra comunidad en dónde se entregó al bienestar

y al servicio de todos, olvidando con frecuencia como era su costumbre, sus

propias necesidades. Su proceso de crecimiento personal y el deseo de

descansar de la dolorosa experiencia de ser enfermera en terapia intensiva la

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llevó durante algún tiempo a trabajar como secretaria de la MDH en el ITESO.

Todo parecía marchar adecuadamente hasta que en 1982 sufrió un accidente

automovilístico que cambió dramática y radicalmente su vida. Para muchos ya

no era la misma y no parecía agradarles mucho la “nueva Mila”. Dejó el ITESO

y durante algún tiempo se fue a vivir y a trabajar nuevamente como enfermera

a Samoa.

... Desde tu regreso de Samoa, pocas noticias tuyas... tiempo de silencio entre

nosotros... "Mila no está bién"... "Aunque desde que se recuperó del accidente,

ya no es la misma"... "Está muy agresiva e impaciente"... "No quedó del todo

bién", "Como que no está en sus cabales"... eran algunas de las frases con las

que se expresaban tus conocidos. Tu decías en alguna carta "Si, he cambiado.

La cercanía a la muerte me hace ver la vida de una manera diferente"... "Ya no

quiero dedicar mi vida a estar con gente con la que no tengo nada en común",

"Quiero seguir libre mi camino hacia donde la nariz me apunta". Te volviste

más sarcástica, tu humor se volvió más negro, según algunos tu actitud más

cínica... (para mí más auténtica)... Dejaste de ser Florence Nightingale, Angel

de bondad, para vivir un poco más tu propia vida, y para compartirla a fondo

sólo con algunos... Nunca dejaste de ayudar a todos los que pudiste... ni

dejaste vacía alguna mano que se te extendía para pedir... pero dejaste de

compartir indiscriminadamente con cualquiera, tu mesa y tu mejor vino... Tus

últimos años, pocos, intensos, en algún sentido solitarios, a veces dolorosos,

llenos de fe y de la certeza del bienestar que produce un hogar acogedor

cuando lo visitas nuevamente...

... Después, tu última carta... Macabra, dolorosa, solitaria... Tú en una ciudad y

yo en otra... Querías despedirte de tus amigos, tal vez ahogando gritos de

soledad y de dolor, tras el cinismo y el humor negro... Desde enero de 1991 te

sentías “cuesta abajo”, para septiembre supiste que los hematólogos le

llamaban “Síndrome míelo displástico” caracterizado por la falta de producción

de glóbulos blancos, de plaquetas y de glóbulos rojos.. “No hay muchas

esperanzas… yo de mi parte quiero llegar al final de este mi caminar por la

vida, lo más entera, lúcida y consciente que pueda. Transfusiones, ¡No!

Prefiero calidad de vida” "me siento cansada y ya no quiero recibir visitas" nos

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decías. Yo pensé: "eso no es para mí; no voy a dejar que me saques a patadas

de tu vida... y de tu muerte", "Te conozco y es una manera de adelantarte para

no correr el riesgo del rechazo... Yo necesito correrlo y acercarme... por tí y por

mí".

Corrí el riesgo, y después de ese primer encuentro, acordamos que la

acompañaría el fin de semana cada 15 días. Llegaba yo a Guadalajara los

viernes por la noche y me quedaba hasta el domingo en la tarde. La primera

parte de este acompañamiento la dedicamos a ponernos al día en nuestra

relación y a ubicar a las personas con las que tenía algún pendiente. Fue muy

selectiva en cuanto al empleo de su energía y en algunos casos no le interesó

emplearla en personas que no le eran significativas. Arregló pendientes con

personas cercanas a las que quería ver para perdonar o pedir perdón,

encargarles alguna tarea, heredarles algo o simplemente para despedirse.

Compró dos sencillas cajitas de madera para que se depositaran sus cenizas y

se llevaran a una eucaristía para despedirla en una iglesia de una de las

comunidades en las que trabajó. El contenido de una de las “urnas” fue vertido

en un árbol que estaba plantado en una maceta en la casa de su hermano. La

otra urna la conservaría su hermano a quien le pidió esparcir sus cenizas en la

cabaña que tenían en el bosque de la primavera, cuando lo considerara

adecuado. Durante esta etapa manejaba su muerte como un acontecimiento

que no parecía estarle ocurriendo a ella. Cuando se sintió preparada para tocar

el dolor de su partida, recurrimos a estrategias como visualizaciones y

fantasías que le permitían acercarse a la experiencia. Le grabé también un

casete con música y poemas alusivos a la muerte y las despedidas, No fue

fácil, pero finalmente pudo expresar su dolor con sentimientos como coraje,

tristeza a través de lágrimas y gritos profundamente dolorosos pero a la vez

sanadores. Más allá de la aceptación, Mila llegó a bendecir su muerte y la

experiencia del amor de que se vio rodeada.

Lamentaste no haberte dejado rodear de este amor mientras estuviste viva,

pero te agradeciste haberte dado la oportunidad de recibirlo y darlo tan

intensamente y con tanta paz como lo hiciste en tus últimos y mejores días.

Nuestras últimas visitas, días sólo para estar contigo...fuera del tiempo, en

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aquella fría cochera a la que transformaste en un espacio acogedor que te

sirvió para irte preparando... para recobrar el aliento y el sentido de las cosas

para juntar pedazos de Mila que estaban regados por todos lados... para

juntarte y poderte ir cuando ya estuvieras lista y completa. Gracias por ese

tiempo que no tiene medida, por haberme permitido ser humilde testigo de tu

vida y de tu muerte... Allá donde mi corazón te adivina, descansa en paz

querida amiga.