acha, omar. memorias generacionales de la violencia política
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Encrucijadas y obstinaciones en la distinción de historia y memoria: en torno a las prácticas memoriográficas en la Argentina
Omar Acha1
Sumario
El objetivo de esta presentación consiste en elaborar algunos conceptos destinados a
delinear el escenario argentino de la relación entre prácticas historiográficas y prácticas
memoriográficas sobre los años setenta. Sugiero que la noción de memoria generacional
es útil para captar las peculiaridades político-intelectuales de quienes en los últimos
lustros se abocaron al esclarecimiento y crítica del pasado reciente. Esa memoria
generacional atraviesa diversas producciones culturales y hace de la noción de violencia
el nudo organizador de la comprensión histórica, a tal punto que el conjunto de estudios
producidos parece perfilar una violentología argentina. Para pensar una de las figuras
teóricas de la memoria generacional analizaré brevemente los aportes realizados por la ex
activista montonera y actual politóloga Pilar Calveiro. Señalaré que la doble inscripción
de las posiciones de enunciación de su generación –inserta en los ámbitos universitarios
pero a la vez legitimada como actor político-intelectual– reguló la repercusión académica
y pública de las reflexiones sobre el pasado reciente. La inclusión de los elementos
centrales en los escritos de Calveiro en el panorama de su generación es clave para dar
cuenta de una interconexión entre memoria e historia a la sombra de una experiencia
compartida. Esbozaré como cierre una reflexión sobre los dilemas planteados por la
inminencia de un posible relevo generacional para los debates por venir sobre sobre los
“Setenta”.
1 UBA/CONICET. Ponencia presentada en las Jornadas Internacionales: Historia, memoria y patrimonio, Archivo General de la Nación / CEIRCAB – TAREA - Universidad Nacional de San Martín, Buenos Aires, 10-11 de noviembre de 2010.
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Temas y problemas de una pertenencia generacional
La distinción entre las prácticas de la memoria social y las de la historiografía ha sido
elaborada por diversos autores desde heterogéneas matrices disciplinares. Sería posible
desplegar un relevamiento de sus acepciones y esquematizar las relaciones entre memoria
e historiografía a lo largo de los siglos, por lo menos desde Herodoto, del mismo modo
que sería factible cartografiar sus matices culturales en América Latina, en el espacio
euratlántico, o incluso en el plano global. Antes que con nociones conceptuales abstractas
y perennes, hallaríamos invenciones alternativas entre narraciones que conjugan una
autoidentificación subjetiva (individual/colectiva) y relatos que demandan una carga de
investigación documentable y argumentativamente justificable. Sólo en precisas
circunstancias, y a la sombra de muy concretas prevenciones, ciertas prácticas narrativas
son clasificadas como ejercicios de la memoria o de la historia. Si adoptáramos una
mayor sensibilidad fenomenológica, los contactos e hibridaciones entre ambas maneras
de tramitar la relación significativa con el pasado se multiplicarían.
En este trabajo voy a desarrollar una idea de cómo se relacionan memoria e historiografía
(usualmente referida como “historia”) en un ámbito político-cultural singular de la
Argentina contemporánea. Si bien el asunto convoca a la bibliografía corriente en el
campo general de la teoría histórica (de Paul Ricoeur a Hayden White, de Carlo Ginzburg
a Jan Assmann), pienso que hay configuraciones específicas que remiten a la propia
historia nacional y, en su seno, a las tramas generacionales que estructuran la
construcción, circulación y lectura de textos. Incluso diría que las maneras de discutir el
reiterado entuerto entre la historia y la memoria tiene una estrecha relación con lo
generacional, en la exacta medida en que una misma experiencia compartida afecta la
articulación historia/memoria, determinó hasta ayer el derrotero del correspondiente
entramado de producción intelectual. En todo caso, intentaré mostrar que el enfoque es
relevante para dar cuenta de las figuras que asume en la Argentina actual.
Es claro que no se puede establecer una matriz única y compacta en la producción de
discursos que conjugan prácticas de la historiografía y prácticas de la memoria. Además
de las diferencias disciplinares, hay una multiplicidad de conceptos y puntos de vista que
impiden detectar una sola y meridiana manera de articular dimensiones historiográficas y
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memoriográficas. Dentro de ese conjunto imposible de analizar exhaustivamente en una
intervención como ésta, quiero detenerme en un fragmento del mismo que encuentro
significativo para dar cuenta de algunas derivas de la cuestión en la Argentina, con la
esperanza de que las indicaciones realizadas puedan ser de utilidad para pensar dicha
situación, pero también para estimular reflexiones comparativas con las prácticas
conocidas por las y los colegas provenientes de Europa que participan en el presente
coloquio.
Mi argumento principal sostiene, en primer lugar, que el campo de las escrituras ligadas
a la memoria social y a la historiografía en la Argentina está interconectado por flujos que
atraviesan las difusas fronteras de las prácticas sociales. Así las cosas, aunque es
aconsejable mantener y elaborar la distinción entre una memoria atenida a las derivas de
las identificaciones subjetivas, por un lado, y un deber historiográfico de cultivar la
ecuanimidad y pretensión de verdad en la indagación de archivo, por otro lado, en la
construcción textual se observa un continuum entre ambas exigencias. Esto no constituye
un rasgo intrasferible respecto de otras situaciones históricas, aunque sí denota en la
Argentina una vigorosa pertenencia epocal. En efecto, quienes produjeron los principales
textos críticos sobre la memoria de los Setenta tienen una experiencia directa de la época
sobre la que se escribe.
Propongo, en segundo lugar, que en la Argentina (y esto puede ser extendido a otros
países del Cono Sur) suele encontrarse una marca generacional muy acusada en las
mixturas más nítidas entre prácticas memoriográficas e historiográficas, pues los procesos
postdictatoriales favorecieron la constitución de espacios de producción académica
estrechamente ligados a las derivas político-intelectuales de quienes durante los años
precedentes habían participado en la política nacional, generalmente dentro del amplio
abanico de las izquierdas. Tras el fin de las dictaduras, las y los intelectuales, fuera que
retornaron de los exilios externos o internos, al menos en parte, se insertaron y fueron
partícipes de la reconstrucción de la vida universitaria. Prosperó entonces la condición de
doble inscripción de quienes se situaron en el marco académico pero no resignaron sus
intereses político-intelectuales, a pesar de que en general atestiguaron profundas
modificaciones. Entre las incumbencias académicas, a veces de manera sistemática, a
veces de modo paralelo a las obligaciones docentes o de la investigación, se desplegó una
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ostensible preocupación por la narración del pasado político reciente. De manera que
hacia 1990 comenzó a percibirse la aparición de textos sobre la historia de los últimos
decenios, cuya escansión llega hasta nuestros días, producido por académicos nacidos
aproximadamente entre 1935 y 1950, es decir, una generación que alcanzó una
participación política plena en las décadas de 1960 y 1970. No es por azar que fuera esa
generación la que revelase una impronta de muy marcada hibridación de memoria e
historia, pues la narración y análisis del pasado fue constitutiva de sus sensibilidades
identitarias, de las figuras de sus experiencias y de la tramitación simbólica de una
derrota política sufrida en un periodo todavía cercano y ante el cual se adoptan actitudes
diversas. De tal manera, la dinámica de las interrelaciones entre memoria e historia
estuvo marcada por una fuerte impronta política y generacional.
Por último, en tercer lugar, las circunstancias de una configuración generacional en el
campo fundacional de discursos sobre la memoria condujeron a la impostación de la
Violencia como el nudo de la realidad histórica analizada. Lo que fue la experiencia
específica de sectores comprometidos, generalmente de la clase media universitaria e
intelectual, asociada a las izquierdas revolucionarias, devino experiencia histórica válida
para captar el tema de una “época”. De allí la primacía de la problemática de la violencia,
transformada en signo de un periodo histórico sumamente complejo, y la devaluación de
otras miradas, no necesariamente separadas de implicaciones de memoria e historia, para
la historia reciente argentina. Pienso en la habilitada por una historia social y político-
cultural de las clases populares, sólo parcial y complejamente vinculadas con la
militarización de la estrategia revolucionaria.
Las restricciones de tiempo me impiden abordar los diferentes aspectos que asume la
costura generacional que enhebró la primera fase los estudios académicos sobre la
memoria y la historia argentina reciente. Creo que una posibilidad para tornar accesible el
tema consiste en concentrar las referencias en las elaboraciones de un trabajo reconocible
y situable, que aquí decidí enfocar en escritos contemporáneos de la intelectual argentina
Pilar Calveiro.2 Doctora en Ciencias Políticas e investigadora de la Universidad Nacional
2 Ciertamente, podía haber elegido otro conjunto de textos que mostrarían un mismo calado generacional (pienso en algunos trabajos de Oscar Terán, de Oscar del Barco y de Hugo Vezzetti, entre otros posibles e igualmente significativos), aunque cada cual revelaría inflexiones existenciales y posiciones políticas distintas. El rasgo fundamental que los vincularía sería, sin embargo, el mismo que atraviesa la producción
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Autónoma de México, Calveiro forjó en los últimos años una serie de textos relativos a la
violencia política y la represión dictatorial que la constituyen en una referencia para el
campo de la historia reciente en la Argentina. Ex activista y actual investigadora
universitaria, Calveiro muestra con peculiaridades una de las figuras posibles de la
tramitación generacional de la memoria e historia de una época.
La “memoria política” en las dialécticas históricas de la violencia
Los trabajos de Pilar Calveiro sobre la historia argentina reciente expresan una estampa
específica de la situación generacional sin la cual, me parece, es difícil desentrañar las
afinidades entre prácticas memoriográficas y prácticas historiográficas (o más
ampliamente de la investigación social) en la Argentina.
El caso de Calveiro recalca la implicación existencial y política con los hechos
analizados. Aunque Calveiro escribe casi siempre en tercera persona, la experiencia
personal constituye un aspecto decisivo de las condiciones de su enunciación y establece
un inconfundible “pacto de lectura”. Quien lee un texto de Calveiro es advertido desde el
principio que enfrentará un escrito de alguien que vivió aquello que se relata, aunque sea
de manera parcial y situada. Más aún, la autora postula que la memoria de aquellos años
constituye una “marca” en el “cuerpo”, una cicatriz que conserva su fuerza indicial de las
prácticas de aprisionamiento, interrogación y tortura en los campos de concentración
argentinos. Detenida “desaparecida” durante los primeros años de la dictadura militar y
luego exiliada, Calveiro subraya ese tegumento corporal de la memoria, de la experiencia
vivida. Esa “experiencia particular” (2005b, 5), sin embargo, no se refugia en una
intuición solitaria. Calveiro elude la pretensión de definir subjetivamente la experiencia
política de su época juvenil como una vivencia intransferible, aunque sí afirma el anclaje
corporal e incluso sensorial, de las marcas de experiencia. Esto no entrañaría una
de Calveiro, a saber, la primacía asignada a la violencia como rasgo epocal. Por lo tanto, junto a las divergencias sustanciales en torno a las perspectivas políticas, considero que existe un acuerdo implícito sobre el tema fundamental en debate. Es ese acuerdo nunca consensuado el que expresa la cobertura generacional de autorías diversas, pues sólo excepcionalmente una trama generacional se hace explícita. Entonces surgen los manifiestos y las proclamas. (Sobre la pertinencia de la clave generacional para la historia intelectual y política, aunque para el caso francés, ver Sirinelli, 1988; Winock, 1989)
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reducción de la memoria a una operación simplificadora y centrada en sí misma, ni
anularía la complejidad e incluso la hondura crítica del análisis.
En contraste con otras nociones de revivencia o reactualización –este lugar crucial en la
filosofía de la historiografía hasta Collingwood y Gadamer–, sostiene lo siguiente:
“Cuando decimos que al recordar revivimos, se puede pensar en que volvemos a vivir,
desde nuestro cuerpo, la experiencia que está allí inscrita pero también que el acto de
recordar nos da la posibilidad de volver a vivir. Al reencontrar el sentido del pasado, éste
se abre, actualizando a su vez la posibilidad misma de sentido en el presente” (2005a,
20). Habría entonces una apertura al presente. Esta no es, empero, una cualidad del
recuerdo, ni se regula automáticamente.
La conexión de la cuerda intertemporal sigue las peripecias de una “memoria política”, el
concepto central en Calveiro. La memoria política tiene dos rasgos definitorios. En
primer término, la singulariza la restitución del “sentido de las prácticas políticas
pasadas”. Calveiro supone así, en contraste con otras aproximaciones que subrayan la
dimensión alucinatoria e imaginaria de la praxis política radicalizada, el trasfondo
estratégico dirimido en la tensión entre la política emancipatoria y el militarismo que la
redujo a la acción instrumental. Como dice en una entrevista: “Para mí recordar la
militancia de los años ‘70 es recordar la posibilidad del proyecto político” (2005c).
En segundo término, la “memoria política” apremia un seguimiento de las
reverberaciones actuales de la experiencia social pasada. De allí que se instaure un puente
entre las experiencias individuales a las colectivas y, sin solución de continuidad, entre
las lógicas de la violencia pretéritas y presentes. Este momento esencial de la
argumentación es facilitado por la afirmación de Calveiro sobre la inclusión de la realidad
política argentina y latinoamericana de la década de 1970 en “procesos generales”, o en
un “contexto mundial” determinado por la Guerra Fría, de la cual la Guerra Sucia
latinoamericana sería una forma subsidiaria. El “fenómeno extranacional”, proveería las
“claves decisivas” para entender la historia nacional reciente (2005a, 188). La conexión
mundial se explica, en consecuencia, tanto por la imposición de una dicotomía
comunismo/anticomunismo que organizó las lógicas represivas en todo el subcontinente
latinoamericano, como por la centralidad asignada (de modo similar en las guerrillas
como en los aparatos antisubversivos) al estado y a la violencia militar. Fue así como
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todos los “proyectos de cambios” fueron clasificados por la política exterior
norteamericana como formas más o menos solapadas de revolución comunista e
intervención soviética, y por lo tanto sujetos a la lógica contrainsurgente de la Guerra
Fría. El Plan Cóndor de la represión militar común a Sudamérica sería una expresión
localizada de la geopolítica norteamericana o más ampliamente “occidental”.
No puede dejar de notarse aquí la fuerza con que la interpretación de la memoria y la
historia es traccionada hacia una explicación típica del “revisionismo” argentino en que la
presión externa (en este caso, norteamericana) marca el paso de la historia interna. Esto
no implica, naturalmente, ocluir la relevancia continental y mundial que tuvo la represión
y la coordinación de la ola dictatorial de las décadas del sesenta al ochenta en casi toda
América Latina. El problema reside en hallar en esa presión real las “claves decisivas”,
en palabras de Calveiro, de una historia que, sin duda, no puede ser pensada y
representada al margen de la confrontación mundial de la Guerra Fría.
Al introducir la inflexión “política” de la memoria se le imprime, siempre según Calveiro,
una cuota de “responsabilidad” y “esperanza”, que neutraliza cualquier tentación de la
mera repetición narcisista o traumática. La responsabilidad compele a desarrollar las
implicaciones de los agentes reflexivos con su pasado –sin evadir, entonces, las deudas
con aquella época– y la esperanza demanda una “iluminación crítica” en el presente para
imaginar presentes y futuros nuevos. En suma, “el sentido de la memoria política es
aportar al cauce de las apuestas del presente y el futuro, sin pretender que podríamos
desconocer las experiencias que llevamos inscritas como sujetos y como sociedad”
(2005b, 7).
La modulación “política” de la memoria, es decir, la transformación estratégica del
recuerdo epocal colectivo, es lo que impide el devenir-locura de una experiencia que de
otro modo se hundiría en el sinsentido. “Los sobrevivientes, los militantes, los actores
políticos principales de entonces”, dice Calveiro, “tienen que retomar la palabra, una
palabra crítica que dé cuenta de los sentidos y los sinsentidos de lo actuado. Mientras eso
no ocurra, buena parte de la memoria se replegará a los espacios privados y eludirá la
dimensión política que le correspondió a aquella práctica” (2005a, 21). El argumento de
Calveiro llega incluso más lejos al instituir a la política como contención de las
derivaciones indeseadas de las prácticas, tanto las militares como las memoriográficas. La
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muestra más clara de esa ausencia de política explicaría la perseverancia en los errores
formidables del líder montonero, Mario Eduardo Firmenich, como de las dificultades del
presente para comprender el pasado. Es así que en Firmenich habría un obstáculo político
tanto en el pasado, en su actuación como dirigente de la guerrilla peronista (cuya ausencia
de política la condenó a la destrucción), como en el presente de su obstinación en la
defensa acrítica de su responsabilidad. El problema de Firmenich, entonces, sería político,
o más bien, de falta de política. En el pasado: “Lo militar y lo organizativo asfixiaron la
comprensión y la práctica políticas, tirando por la borda buena parte del trabajo previo”
(2005a, 23); y en el presente lo mismo dañaría las interpretaciones de lo pretérito: “De
igual manera, en el mundo actual, tenemos un déficit político que dificulta la
comprensión de lo que pasó” (Ibidem).
Otro elemento decisivo de la argumentación de Calveiro es la fluidez del lazo entre
memoria e historia. Es habitual encontrar en sus escritos expresiones como la siguiente:
“En este texto pretendo realizar un ejercicio de memoria, no una historia, sobre las
circunstancias que llevaron al momento de mayor violencia política en la Argentina (…)
y el papel que les cupo en ellas a las organizaciones armadas” (2005a, 12; una expresión
similar en 2005b, 5). No obstante, el uso de la tercera persona y la transición inmediata al
“contexto” y a los “procesos generales” conducen a una “historización” que abandona las
circunvalaciones del recuerdo personal y sus tramitaciones intertemporales para
inscribirse en una historia mundial que adquiere una prestancia universal, tanto en sus
dimensiones geográficas (que transitan de la militancia política a la guerrilla, y del cuerpo
agredido a la confrontación de las grandes potencias hemisféricas) como en las
temporales (donde el pasado, el presente y el futuro atañen a un entramado común
organizado alrededor de la violencia). He aquí la definición de la operación de
historización: “Historizar es una forma de unir lo que fue con lo que es, en este caso,
reconocer las violencias pasadas en las presentes, las ‘violencias en democracia’, como el
gatillo fácil o el asesinato de militantes sociales. Pero también es romper esas
continuidades para indagar en las diferencias” (2005a, 19-20). Debemos detenernos
brevemente sobre el calibre asignado a las diferencias históricas.
El anhelo de una activación política de la memoria es lo que abre, y a la vez delimita, la
convocatoria de Calveiro a construir una memoria política: “la comprensión de los
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movimientos guerrilleros de los años 70, como acto de memoria, no se puede alcanzar en
un momento ni con una sola mirada. Reclama un debate –que de hecho ya ha empezado–
en el que confluyan distintos puntos de vista, y del que este texto pretende ser parte. Creo
que nos obliga, por un lado, a rehistorizar ese pasado para rescatar el sentido político que
tuvo entonces para sus protagonistas, pero al mismo tiempo, nos convoca a abrirlo como
nueva fuente de sentido, en relación con la necesaria recuperación de la política en el
mundo presente” (2005a, 24). El modo de reactualizar la política tiene una meta explícita
ya en Poder y desaparición (Calveiro, 1998), a saber, que “las formas del poder” han
mutado pero en lo profundo se han mantenido. ¿Estamos antes “formas” radicalmente
diferentes, que por ende conservan una sustancia o un contenido? Calveiro responde: “sí
y no” (1998, 169). En los tiempos del neoliberalismo, de la destrucción del estado de
bienestar y de la industria, del pleno empleo y de la escuela pública, se expresaría un
rostro novedoso de lo que califica como la pervivencia de un “poder desaparecedor”
(Ibidem).
Por lo tanto, no sorprende que Calveiro presente su análisis como el segmento de “una
larga historia de violencia y autoritarismo”, vigente en la vida política argentina desde el
siglo XIX y perdurable tanto con las lógicas violentas impuestas por las Fuerzas
Armadas, sobre todo después de 1955, como por las organizaciones revolucionarias de
impronta guevarista que, si bien no pueden ser estrictamente calificada de “terroristas”,
sufrieron de antemano una derrota política a la militar porque se vieron arrastradas a una
confrontación de aparatos de aniquilamiento. El ciclo no se agotó con la hecatombe
dictatorial, ni la cesura democrática y la implantación del estado de derecho después de
1983 implicaron un desplazamiento fundamental del lugar de la violencia en las prácticas
sociales. Lo que ocurrió fue una mutación de sus figuras, aunque no esencialmente de sus
consecuencias destructivas. En primer lugar porque, en América Latina, la “pacificación”
política de las “democracias” (las comillas son de Calveiro) se asentó sobre la represión;
en segundo lugar, porque la exclusión social de nuestras sociedades neoliberales (o
postneoliberales) implican una “violencia sorda”; en tercer lugar porque se promueve la
represión irrestricta al construir a los marginados como “delincuentes”. Más aún, según la
autora nos hallamos en un escenario mundial en que una “política global” de carácter
brutal es replicada por una “resistencia” también atenida al uso de la fuerza, “nos guste o
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no”, dice Calveiro. No obstante, existirían aperturas novedosas, como las del zapatismo
en México o del movimiento altermundialista, exploratorias nuevos caminos en que
retoñan a la vez la política y la ética (2005b, 19).
Las perspectivas enunciadas por Calveiro instituyen a la violencia como el hilo conductor
de la historia argentina. Sorprende poco, entonces, que también sea la columna vertebral
de su reflexión sobre la memoria, pues también había configurado el riel sobre el que se
desplazaron, según la autora, las prácticas políticas de los años setenta. Como otras
posiciones en el debate sobre la historia reciente, Calveiro bordea la definición de una
violentología argentina, noción que me parece adecuada en términos comparativos con la
conocida especialidad disciplinar de la investigación política e histórica en Colombia o en
los estudios colombianistas. El “poder” se transmuta en violencia y se expande en el eje
horizontal de la globalidad y en el vertical de toda la historia nacional, hasta asumir, con
la venia de una cierta lectura de Walter Benjamin y Giogio Agamben, la fundación
misma y la trastienda del derecho en las sociedades modernas (Calveiro, 2008).
Ahora bien, esta representación de la violencia como matriz epocal e histórica, subjetiva
y objetiva, configura un cierto compromiso entre los espacios de experiencia y los
horizontes de expectativa. No emerge de una práctica desapasionada y neutra de
indagación del proceso histórico nacional o global. Surge como interrogación y respuesta
de una experiencia generacional y propone una perspectiva específica para una
problemática que es colectiva. Es una marca ideológica que atenaza las preocupaciones
de una generación política en la izquierda intelectual y académica argentina. Porque
debemos reconocer que hasta hace muy poco el debate sobre la memoria y la historia
reciente en la Argentina fue un patrimonio casi exclusivo de las izquierdas y sobre todo
de sus franjas intelectuales.
Perspectivas de una problematización generacional
El breve análisis aquí propuesto se refirió a un corpus textual específico perteneciente a
una serie de estudios de la memoria y de la historia que compone un abanico de
interpretaciones irreductibles a una argumentación sin fisuras. El enfoque de Calveiro es
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tan singular como comparable con otras aproximaciones. El rasgo compartido con otras
estrategias interpretativas reside en el lugar preponderante asignado a la violencia política
como trama fundamental de la política revolucionaria de la década de 1970. Incluso para
quienes no comparten la dialéctica entre responsabilidad y esperanza explícita en la
fórmula de la “memoria política” en Calveiro, se puede hallar el mismo tema, la
omnipresencia de la violencia (entre otras referencias: Del Barco [2005], De Santos
[2006], Hilb y Lutzky [1984], Kaufman [2007], Ollier [1986], Pozzi [2006], Romero
[2003], Terán [2006], Vezzetti [2002, 2009]). Son otras las opciones que
desproblematizan la violencia o le otorgan una condición de elemento sistémico más o
menos velado (Izaguirre y colaboradores, 2009; Marín, 2003). Así las cosas, en la
constitución del campo de consensos y divergencias en torno a la relación epocal entre
violencia y política en la historia argentina reciente se puede hallar una memoria
generacional. En el mismo registro se puede situar el reclamo coral sobre la necesidad de
reinstituir la dimensión ética en la construcción de toda estrategia de izquierda
democrática, aunque no necesariamente antirrevolucionaria.
No se me escapan las vicisitudes del concepto de generación, desde Ortega (1923) a
Mannheim (1928) hasta nuestros días. Faute de mieux, es el que habilita captar la
pregnancia de una experiencia común, aunque no por eso unívoca, y las distintas
tramitaciones desde los marcos académicos en la era de la democracia liberal.
Una generación política e intelectual como la que ha producido una serie consistente de
intervenciones interpretativas sobre la memoria y la historia reciente argentinas no se
define por la década de nacimiento (si bien una argumentación de este tipo tendría alguna
relevancia), sino por el problema sobre el que se edifica una preocupación compartida. Y
ese problema, muy propio de la llamada “transición democrática” de los Ochenta y los
tiempos posteriores, fue la relación entre violencia y democracia, una cuestión urgente en
el periodo post-dictatorial.
La centralidad de la violencia devino un concepto articulador del pensamiento de la
memoria y de la historia para toda una generación marcada en los Setenta por opciones
políticas radicales y ciertos orígenes de clase. Avanzó sobre la explicación de una época,
se expandió sobre sus antecedentes y consecuencias, constituyéndose en clave
hermenéutica del debate sobre qué alcance asignarle a “1983”, esto es, a la democracia
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liberal y al estado de derecho en la historia y memoria nacionales. La relación con la
noción matriz de violencia fue diferente en cada caso. Pero lo compartido por dicha
generación fue la primacía de la violencia en su relación con la política. Las posturas al
respecto fueron variadas, e incluso llegaron a oponerse. Mas compartieron por eso mismo
un terreno de confrontación que compuso un lenguaje común. He allí el nudo que agita
las cuerdas de las prácticas de la memoria y de la historia, al menos hasta que se produzca
un relevo generacional que no se realizará, podemos preverlo, inexorablemente.
En Calveiro, memoria e historia se amarran en una relación íntima y ambivalente, donde
la experiencia vivida es reinterpretada gracias a una “historización” que moldea una
memoria política. Las fórmulas del enganche de la memoria con la historia son distintas
en otros integrantes de su generación, que insisten quizá en la vertiente analítica o
historiográfica, pero también en la testimonial o confesional. Cualesquiera fueran los
rasgos dominantes de la composición entre lógicas de la memoria y de la historia, como
sea que se articularen los recuerdos del pasado y las apuestas del presente, la generación
que desarrolló con mayor profundidad la reflexión sobre la temática de la violencia
política en el pasado relativamente reciente constituyó un suelo de interpretaciones. Sobre
ellas se construyó el trabajo de las nuevas hornadas de investigadores e investigadoras
(no creo que aún alcancen la apostura y ambición de una nueva generación intelectual, si
este adjetivo es cargado en toda su plenitud).
En efecto, la circulación de un conjunto de textos relativos al pasado reciente fue decisiva
para la edificación de las más recientes investigaciones sobre la historia nacional y el
balance crítico en torno a los años de radicalización política. ¿Cómo explicar esta
“influencia”?
La generación de Pilar Calveiro no produjo sus escritos en un espacio libres de estrías y
fronteras institucionales. Atravesó las barreras de las huellas no académicas de su
producción primera para constituirse en “Bibliografía” de trabajos universitarios
relativamente disciplinados. Lo mismo sucedió con otras intervenciones, citadas en la
bibliografía y bien conocidas en el ambiente intelectual argentino, que desde el zócalo del
ensayo crítico se difundieron como sostenes interpretativos de estudios académicos. El
pasaje no debería sorprender, porque la generación que se lanzó a enunciar sus posiciones
lo hacía en la vereda de sus anclajes institucionales, con su autoridad y legitimidad,
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capacidad de inducción interpretativa, reclutamiento de pulsiones renovadas y
reproducción conceptual. Entonces, se transmitió una preocupación generacional y
grupal, vigorosamente articulada por pertenencias de clase, en la cual el provilegio
otorgado a la deriva de las organizaciones armadas tendió a ocluir otras historias, otros
actores y otras memorias. Al permear el campo de la historiografía, todavía hoy
condiciona también la investigación y el presente de quienes se esfuerzan por indagar la
experiencia setentista, tanto en sus referentes pretéritos como en sus reverberaciones
contemporáneas. No obstante, trabajos recientes tallan entradas de investigación hacia
otras narraciones (por ejemplo, Basualdo, 2010; Lorenz, 2010).
Si la argumentación que insiste en el calado generacional de los estrechos enlaces entre
historia y memoria es pertinente (e insisto que podía haber tomado una “muestra”
bastante diferente que los textos de Calveiro para arribar a un constelaciones temáticas
afines, aunque quizá con otras derivaciones), entonces un debate posible es el de los
condicionamientos intransferibles que imprimieron trazos indelebles en el campo de la
reflexión y la escritura sobre la memoria y la historia de los setenta, y por lo tanto, el de
las nuevas condiciones que regularán, y quizá ya gobiernan, el quehacer investigador y
eventualmente crítico de las (posibles) nuevas generaciones. El tema no es menor y
plantea dilemas importantes para quienes hoy se encuentran ante la perspectiva de una
transmisión intelectual y académica. Si el paso a las nuevas hornadas es inevitable,
¿cuáles serán sus problemas? ¿Cómo incidirán sus puntos de vista en la refiguración del
campo de estudios? ¿Qué efectos tendrá la previsible escisión entre experiencia, historia y
rememoración, inimaginable para quienes nacieron en los setenta o los ochenta?
Pero lo principal surgirá de las actitudes de las nuevas generaciones, que adeudan a sus
precedentes la propuesta de posiciones sobre un tema fundamental como es el de la
violencia política. Cuando se menta la cuestión generacional no se alude sólo al corte. Se
invoca también una cierta continuidad y aprendizaje, así fuera que se realice pagando la
aduana de una distancia.
En mi opinión, estas son algunas de las principales preguntas que nos plantea la actual
encrucijada argentina de la relación entre historia y memoria.
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