abad mercedes - viaje con turbulencias

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  • 5/21/2018 Abad Mercedes - Viaje Con Turbulencias

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    Viaje con turbulencias

    Mercedes Abad

    No siempre puede uno saber con difana claridad lo que desea. Pero ese da las ceran ms sencillas de lo habitual. Mis aspiraciones existenciales haban quereducidas a una sola. Si me hubiera propuesto confeccionar una lista inspirada eCuarenta Principales con mis sueos, afanes y deseos, mi fracaso habra sido rotupues los 39 restantes no aparecan por parte alguna, y la energa que de otro modhabra repartido a escote entre 40 deseos se concentraba en un solo objeto. Al saben tan encumbrada posicin, mi deseo, inicialmente sensato y modesto, se convertido en el ms absorbente, imperioso y desptico de los afanes.

    Decidida a satisfacerlo cuanto antes, resolv suspender durante unas horas relacin con la realidad objetiva. Me fui a la estacin del ferrocarril y compr benditas horas de aislamiento y soledad en forma de billete de ida y vuelta a Zarag

    Tuve suerte; despus de recorrer todo el convoy, encontr un compartimiento en el ltimo vagn. Me arrellan en la butaca ms cercana a la ventanilla y, consonrisa de estpida beatitud, saqu de mi bolso el objeto de mi deseo, una napasionante a la que por fin podra dedicarle la atencin que mereca sinimpedimentos que una suerte cruel se haba empecinado en poner en mi cadurante las dos semanas anteriores con una perfidia sin precedentes. Antezambullirme de lleno en la lectura, aspir los penetrantes efluvios del papel y la ticalcul que en el curso de aquel parntesis de libertad temerariamente arrancado aresponsabilidades podra leer unas 200 pginas, tal vez ms.

    Estaba ya inmersa en el fascinante mundo que el autor haba creado (para m,m) cuando un tipo irrumpi en el compartimiento. Exhal un grito y pegu un brinmi asiento. Avergonzada, pas casi sin transicin a la clase de risita ofuscada conuno se re cuando acaba de hacer un ridculo espantoso. Pero el tipo ni siquiera esuna sonrisa. Rgido y tenso, farfull una disculpa por haberme asustado y se sfrente a m.

    Me dije que la irrupcin de mi compaero de viaje era un contratiempo menorpasajeros obstinados en charlar habran supuesto una amenaza infinitamente mAs que regres a mi libro y retroced unas cuantas frases con nimo de no perder ede la historia. Apenas acababa de concentrarme cuando el tipo empez a agitar unDe forma maquinal, mis ojos abandonaron la letra impresa, imantados por aquel su espasmdico y exasperante movimiento. El hombre debi de percibir un desteldesaprobacin en mi mirada porque el pie dej bruscamente de moverse.

    Tres o cuatro lneas despus, mi vecino volvi a las andadas. Cruz y descruz vveces las piernas desplazando mucho aire al hacerlo. Pareca estar incmodo no ysu asiento, sino en el mundo. Luch con denuedo para amarrarme mentalmentenovela, pero el sortilegio se haba roto. La voluptuosa cadencia de las frases,minutos antes me permita saborear la textura y el sentido exactos de cada palabrhaba desdibujado para dejar paso a un magma informe y confuso cuyo sentid

    alcanzaba a penetrar. Ni que decir tiene que segu intentndolo. Pero empeza

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    comprender que el desasosiego de aquel hombre perteneca a una especie altamcontagiosa; no slo no dejaba ni un minuto de agitarse y de rebullir en su asiento,que de algn modo se las ingeniaba para provocar en m una exagerada concienctodos sus movimientos, como si repercutieran en mi propio cuerpo segregando olede malestar fsico. Se rascaba, se atusaba el bigote, descruzaba y cruzaba las pieregresando as a su posicin inicial; se frotaba las manos, suspiraba, agitaba ora unora el otro, tamborileaba en la butaca. A veces, combinaba dos o tres movimientmismo tiempo.

    Cerr el libro con un golpe involuntariamente violento y nuestras miradas, msencontrarse, chocaron. Percib en sus ojos una expresin lastimera que hostigcreciente aversin por aquel desconocido. Ni siquiera saba quin era y yacircunstancias sembraban la discordia entre nosotros.

    Contempl la posibilidad de cambiar de compartimiento, pero record que tiban llenos. Incluso acarici la idea de bajar en la siguiente estacin y coger cualotro tren; a fin de cuentas, me traa sin cuidado ir a Zaragoza, a Madrid o a ValePero de pronto me vi a m misma saltando de tren en tren, obsesionada por encontcompartimiento vaco y tranquilo que un hado cruel y burln se complaca en negarla imagen me pareci opresivamente absurda.

    Volv la vista hacia el paisaje que desfilaba a toda velocidad. Era muy feo; apense vea otra cosa que horrendas fbricas sepultadas bajo toneladas de mugenvueltas en ominosas espirales de negra humareda; sin embargo, me pareconfortante. Estaba a punto de sonrer ante lo estpido de aquella situacin cuade pronto, el tipo se dirigi a m.

    Me juzga usted, verdad?Dispar su acusacin con voz de insecto. De pronto, me vea sentada en el banq

    juzgada por haber juzgado. Estaba tan anonadada que tard en poder articular palaCmo dice?Digo que me est usted juzgando.Tena voz de insecto, y tambin los ojos, redondos y saltones, recordaban los de

    mosca. Y era tan bajito que los pies no le llegaban al suelo.Que yo lo juzgo? Por qu iba a juzgarlo?Mis palabras se me revelaron en su absoluta estupidez no bien las

    pronunciado. Obedecan, es cierto, a una lgica aplastante. Pero encerraban tamuna flagrante impostura. Estaba desconcertada. Me daba cuenta, por otra parte, deseguirle el juego a aquel hombrecillo era un disparate.

    No me negar que le ataco los nervios, que mi simple presencia la incomoda yno le resulto simptico.

    igame. Ni niego ni afirmo. Sencillamente, no entiendo lo que pretende usted.Slo pretendo -fue su asombrosa respuesta- que sea usted sincera.

    Aqulla era una de las situaciones ms enrarecidamente absurdas en las quehaba visto involucrada. Me dije que aquel tipo era un insecto que, al caer en unade araa, se las ingeniaba para apoderarse de la voluntad de su verdugo con el infalible del chantaje sentimental. l era dbil y yo fuerte; sin embargo, conseguame tambaleara en la cuerda floja.

    Y si no quiero ser sincera? Nadie puede obligarme.Pero me equivocaba al pensar que con esto zanjara el asunto.Tiene razn -contraatac el tipo-; slo una ntima nocin de la decencia, qu

    tiene o no se tiene, puede impelirlo a uno a ser sincero. Y usted carece de la mnocin de decencia.

    Muy bien: soy indecente, hipcrita, miserable; una autntica piltrafa humana, lo

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    usted quiera; le doy permiso para aplicarme cuantos improperios le vengan a la caEl problema es que, a diferencia de lo que le pasa a usted, a m me trae sin cuidadopinin. Me importa un pito caerle bien o asquerosamente mal. Lo nico que quieacabar con esta discusin absurda. Me entiende?

    Sin duda, me haba excedido en mi deseo de zaherirlo. Empec a sentirme culy, al mismo tiempo, me irrit sentirme culpable.

    Claro volvi a embestir, pero cambiando el tono dolido y acusador por tranquilo y fro, ominoso en su extraa calma, el mundo gira en torno a ustemejor dicho: est a sus pies, como un felpudo que aguardara con absmansedumbre a que usted lo pisotee cuando le venga en gana. Quera usted leer, ame doy cuenta. Es usted una persona educada, culta y sensible que slo pretendauna novelita. Y en sas entro yo, un hombre que tiene la particularidad de estar agitado. La molesto. No se pregunta lo que puede pasarme. Ni siquiera se le opensar que tal vez tengo problemas. Sencillamente, la molesto. Soy una grpedorreta procedente de la vida real, algo que le impide a usted entregarse a un mde ficcin infinitamente ms elevado y sublime. Y, puesto que no soy ms quepedorreta, usted no vacila en mostrarme toda su hostilidad y en tratar de aplastcon la mirada para hacerme sentir inferior e incorrecto. La felicito: ha conseguidobjetivo. Ha lastimado mi amor propio y ahora llevo conmigo una carga de dolor mque la que arrastraba hace un rato. Podra fastidiarla con un relato pormenorizadmis desdichas, pero no se preocupe, se lo ahorrar. Puede usted volver a su libro.

    El tipo se call. Mientras hablaba, haba hecho un esfuerzo sobrehumanoconstruirme una mscara de cnica displicencia. Pero mi deseo de aplastarlo era supa m.

    Sus desdichas, caballero, me importan un rbano. Podra usted morirse aqu msin que moviera un dedo para ayudarlo.

    Sin otra cosa que aadir, nos miramos fija e intensamente durante largo rato. apenas media hora ramos dos perfectos desconocidos cuyas trayectorias vitales nhaban cruzado. Pero ahora nos odibamos como slo pueden odiarse dos

    humanos.

    El ltimo libro publicado de Mercedes Abad es Soplando al viento (Tusquets).