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Taller de Expresión ITaller de Expresión ITaller de Expresión ITaller de Expresión I (cátedra Reale)(cátedra Reale)(cátedra Reale)(cátedra Reale)

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cuaderno de trabajo preparado por Analía Reale

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La argumentación Argumentamos para defender nuestras creencias, nuestras ideas, nuestras opiniones, o para refutar las de otro. Argumentamos para convencer a un auditorio de la validez de nuestras posiciones. La argumentación se presenta, entonces, como un trabajo de justificación de elecciones éticas, sociales o políticas. Como tal, esta práctica cuenta con una tradición de veinticinco siglos que, codificada por la retórica, está vigente aún hoy. Las consignas que integran este cuaderno de trabajo se plantean como pequeños ejercicios retóricos: reconocer los componentes de la situación argumentativa; distinguir tesis, argumentos y premisas; construir una refutación, elaborar un texto de opinión; argumentar utilizando la ironía y el sarcasmo; intervenir en una polémica.

Algunos de estos ejercicios apuntan a descubrir el andamiaje sobre el cual se sustenta toda argumentación, otros se detienen en aspectos relacionados con la estructuración del texto persuasivo, otros se centran en procedimientos como la ironía o la concesión. En suma, el trayecto que proponemos enfoca distintas cuestiones involucradas en el proceso de elaboración del texto argumentativo tal como fue diseñado por la retórica: desde la generación de ideas y la búsqueda de argumentos −operaciones características de la inventio− hasta la organización del discurso −la dispositio− y la puesta en texto −la elocutio− en la que se definen las decisiones que determinarán el estilo verbal del escrito.

Invención La puesta en marcha del proceso retórico es tarea de la inventio. En esta etapa el escritor/orador debe ocuparse de dos tareas básicas: evaluar y caracterizar la situación de argumentación en la que va a desarrollarse su discurso y encontrar argumentos eficaces para lograr sus objetivos. De la definición adecuada de las condiciones en las que va a argumentar dependen todas las decisiones que modelarán el texto y, por supuesto, el éxito de la empresa persuasiva. Con una imagen clara de la situación, el escritor puede establecer las premisas sobre las que fundará su argumentación y lanzarse a la búsqueda de los argumentos que sostendrán su posición.

La situación de argumentación Toda situación de argumentación presupone, como punto de partida, la existencia de un desacuerdo en torno de un objeto de discusión (que constituye el problema o cuestión argumentativa) y la voluntad de un enunciador de convencer al destinatario del discurso de que su tesis (la posición sostenida en el discurso) es digna de ser aceptada. El conjunto de estos factores (problema, enunciador, destinatario y tesis) diseña una escena argumentativa que es imprescindible evaluar con justeza para poder comprender y producir textos persuasivos adecuados y eficaces.

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� Leer el texto de Leonardo Moledo “Jehová y el Día Internacional de la Mujer” y determinar cuál es el objeto de controversia, quiénes son los oponentes, a qué destinatario se dirige y qué argumentos emplea para convencer.

Jehová y el Día Internacional de la Mujer

“Jehová dijo a Eva: tantas haré tus fatigas como sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia.

Y él te dominará.” Génesis 3, 16

¿Festejará Jehová el Día Internacional de la Mujer? ¿Y el Papa? Porque en nuestra digna civilización occidental la discriminación contra las mujeres viene del Génesis. Ya en el tercer capítulo, Jehová maldijo a la mujer sin advertir siquiera que en el episodio de la serpiente Eva se muestra como inteligente, astuta, curiosa y desafiante, mientras que Adán aparece como un imbécil, sin pensamiento o iniciativa propias y llevado de la nariz. Pero curiosamente la conclusión que se derivó de allí es la inferioridad intelectual de la mujer “por naturaleza” y decisión divina.

Un poquito más modernamente, y a cierta distancia de la creación judeocristiana, en la Universidad de Harvard, Estados Unidos, se ha levantado una buena polvareda sobre el tema: hace cosa de un mes, nada menos que el presidente de la universidad, Lawrence Summers, asistió a una reunión informal del National Bureau of Economic Research, una institución de investigación académica, donde tomó la palabra y constató que hay muy pocas profesoras de ciencias con status de “tenure” (contrato permanente) en las universidades, y lo atribuyó, entre otras causas, a diferencias innatas de género, que las harían menos proclives para las ciencias (a pesar de haber probado antes que el hombre el fruto del conocimiento), lo cual muestra que Summers o bien se cree Jehová, o bien no ha avanzado mucho respecto de Jehová. Nadie debe extrañarse, en consecuencia, de que un distinguido alumno de Harvard como Domingo Cavallo haya enviado a la científica argentina Susana Torrado a lavar los platos, lo cual hace suponer que la tesis tiene cierto peso en la universidad.

Cavallo seguía una ilustre tradición: cuando Marie Curie quiso inscribirse en la Universidad de Cracovia, le denegaron la entrada a la carrera de física y le sugirieron que se anotara en cursos de bordado y de cocina (Marie no quiso y optó por irse a París, donde inició la carrera hacia sus dos premios Nobel). También participaron en este asunto los muchachos de la Sorbona, que a principios del siglo XX organizaron una manifestación de estudiantes para impedir que una mujer se anotara en la Facultad de Medicina. Y no está de más recordar que hace menos de diez años se organizaron protestas en el Colegio Montserrat, dependiente de la Universidad de Córdoba, oponiéndose al ingreso de mujeres, seguramente para que no probaran la fruta del árbol del conocimiento.

Pero hubo discípulos de Jehová terriblemente firmes: en 1884, cuando en Oxford se propuso permitir a las mujeres ingresar a la universidad, el reverendo J. W. Burgon dijo en un sermón: “¿No tendrá ninguno de ustedes la generosidad o la sinceridad para decir a la mujer que desde el punto de vista del hombre se convertirá inevitablemente en una criatura sumamente desagradable? Si quiere competir con éxito contra los varones por las máximas calificaciones, habrá que poner en sus manos inevitablemente a los autores clásicos; dicho de otra manera, habrá que darles a conocer las obscenidades de la literatura griega y latina. ¿Se proponen ustedes seriamente hacer eso? Abandono este tema con una breve alocución dirigida al otro sexo: Dios os hizo inferiores a nosotros, y seguiréis siendo nuestras inferiores hasta el fin de los tiempos”.

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Las palabras de Burgon eran un sermón y por lo tanto podían atribuirse a un arrebato

bíblico, pero ya había habido quienes enfocaron “científicamente” el asunto: en Francia, Gustave Le Bon (1841-1931), fundador de la psicología social y autor del muy famoso libro La psicología de las masas, espantado ante las propuestas de algunos reformadores norteamericanos, que pretendían facilitar el acceso de las mujeres a la educación superior, escribía: “El deseo de darles la misma educación, y como consecuencia de proponer para ellas los mismos objetivos que para los hombres, es una peligrosa quimera... El día en que, sin comprender las ocupaciones inferiores que la naturaleza les ha asignado, las mujeres abandonen el hogar y tomen parte en nuestras batallas, ese día se pondrá en marcha una revolución social y todo lo que sustenta los sagrados lazos de la familia desaparecerá”. La psicología de las masas se estrenaba bien. Pero la antropología (que muchos consideran que siempre fue una ciencia progresista) había aportado su granito de arena: en algunos círculos antropológicos y médicos franceses se había puesto de moda considerar la inteligencia proporcional al peso del cerebro. Paul Broca (1824-1880), profesor de cirugía clínica de la Facultad de Medicina de París, fue un líder de esta corriente y fundó una verdadera escuela de medición y peso de cráneos y cerebros: la craneometría de Broca sólo se extinguió ya entrado el siglo XX.

Y así, sobre una muestra de 200 cadáveres, don Broca calculó el peso medio del cerebro masculino y el femenino y concluyó que el hombre era 181 gramos más inteligente que la mujer. Naturalmente, hubo quien objetó esta linealidad; el contraargumento de Broca fue interesante: “Como sabemos que las mujeres son menos inteligentes que los hombres, no podemos sino atribuir esta diferencia en el tamaño cerebral a la falta de inteligencia”. Lo cual demuestra que las mujeres son menos inteligentes que los hombres, como ya sabíamos. Razonamiento perfecto (y perfectamente circular). Ni Jehová (que nunca se caracterizó precisamente por la limpidez lógica de su pensamiento) lo hubiera hecho mejor.

Pero la escuela de Broca no se detuvo allí: sobre la base de una docena de esqueletos prehistóricos, los craneómetras encontraron que en ellos la diferencia de pesos cerebrales era menor, y ni lerdos ni perezosos concluyeron que la inteligencia del hombre había evolucionado más que la de la mujer, debido al papel predominante que éste, por “naturaleza”, juega en la sociedad.

Y realmente, ya que estamos en el Día Internacional de la Mujer, no viene mal recordar esta verdadera perlita salida de la pluma del inefable y antes citado Le Bon: “Entre las razas más inteligentes, como entre los parisienses, existe un gran número de mujeres cuyo cerebros son de un tamaño más próximo al de los gorilas que al de los cerebros más desarrollados de los varones. Esta inferioridad es tan obvia que nadie puede discutirla siquiera por un momento. Todos los psicólogos que han estudiado la inteligencia de las mujeres reconocen que ellas representan las formas más inferiores de la evolución humana y que están más próximas a los niños y a los salvajes que al hombre adulto civilizado. Sin duda, existen algunas mujeres distinguidas, muy superiores al hombre medio, pero resultan tan excepcionales como el nacimiento de cualquier monstruosidad, como, por ejemplo, un gorila con dos cabezas; por consiguiente, podemos olvidarlas por completo”. Esta auténtica joya literaria se publicó en la revista antropológica más importante de Francia, allá por 1870.

Jehová habría estado verdaderamente feliz.

Página/12, Contratapa del 8 de marzo de 2005

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Las premisas de la argumentación Para tener éxito en su propósito, el orador debe partir de tesis ya aceptadas por su auditorio sobre las cuales edificar nuevos acuerdos. Estas bases de acuerdo constituyen las premisas sobre las que se funda la argumentación. Las premisas son opiniones, creencias, juicios y valores que se presuponen compartidas con el destinatario del discurso y que, por lo tanto, no están sujetas a discusión.

Estos acuerdos básicos varían en función de los destinatarios a los que buscan convencer. Si el discurso se dirige a un auditorio no especializado, el enunciador apelará al sentido común y a principios y valores muy generales (los lugares comunes). El recurso a valores universales como el bien, la verdad, la justicia, la razón y la libertad, por citar algunos ejemplos, no son rechazados por ningún auditorio pero su definición es tan vaga e imprecisa que las consecuencias que pueden extraerse de ellas variarán con el significado que cada individuo les asigne. Por eso, un acuerdo sobre valores comunes debe ir acompañado de un esfuerzo por interpretarlos y definirlos para que el orador pueda adaptar ese acuerdo a sus fines.

Si el discurso se dirige a un grupo especializado −como sucede con la argumentación en el marco del discurso académico, por ejemplo− las bases del acuerdo serán más específicas. En efecto, cada disciplina define no sólo sus objetos de estudio sino también los acuerdos y argumentos sobre los que fundamenta la racionalidad que le es propia.

� Analizar los dos pares de textos que siguen. Identificar y comparar las premisas sobre las que se sostienen los acuerdos con sus destinatarios en cada uno de los artículos e indicar si estas premisas aparecen en forma explícita o no.

a. La polémica sobre la ortografía española

Botella al mar para el dios de las palabras*

por Gabriel García Márquez

A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras.

Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor.

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No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.

La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin

fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de diecinueve millones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aún no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero, dijo: «Parece un faro». Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazo un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso?

Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe

en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.

En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la

gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza

de que le lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años. *Discurso pronunciado por Gabriel García Márquez en la apertura del Primer Congreso Internacional de la Lengua Española que tuvo lugar en Zacatecas, México, en 1997. Reproducido por el diario La Jornada, México DF, 8 de abril de 1997

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¿Eskrivir komo se abla? Lourdes Penella El español ha librado numerosas batallas en distintas líneas de fuego. De los rótulos escritos exclusivamente con mayúsculas a Internet, el camino de nuestro idioma no ha sido fácil. Su riqueza, sin embargo, parece estar hoy nuevamente amenazada, y por extraño que parezca, en el frente universitario. El adecuado empleo de la lengua española, entre otras habilidades, expresa hoy la estatura profesional de un graduado. Pero las universidades se enfrentan a un enorme problema: el vacío creado en la enseñanza del español desde hace más de 50 años en las primarias nacionales.

Aunque de manera tardía e incompleta, el problema se ha empezado a subsanar. Incluso, en algunas instituciones los resultados han sido halagüeños. Sin embargo, un maestro universitario que enseña a dividir en sílabas una palabra, se enfrenta a una fuerte resistencia por parte de sus alumnos. «¿Cómo yo, ingeniero de tercer semestre, filósofo de primero, o contador en ciernes, voy a ponerme a dividir en sílabas?», exclaman. «¿A mi edad? ¿Y para qué me va a servir? ¿Cómo es posible que mi carrera me mande tres horas a la semana a conjugar verbos, a distinguir las ideas principales de un texto o a colocar diéresis sobre la u? ¿Qué se cree esta profesora, que me puso un 7, según ella porque "no están justificados mis argumentos en el ensayo del examen final"?».

De modo que un curso universitario de redacción no se inicia con el primer tema, sino con una abierta hostilidad, pues los estudiantes no le encuentran utilidad para su vida profesional. «Pero en mi carrera sólo necesito matemáticas e inglés, los dos idiomas universales…». Y al decirles que en algún momento tendrán que escribir una tesis en correcto español, la respuesta es: «Pues entonces ya me preocuparé» o «Para eso están los correctores. Profe, yo sé lo que le digo: hágale caso a García Márquez». ¿LA ORTOGRAFÍA NO ES RAZONABLE? En efecto, Gabriel García Márquez propuso durante el primer Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Zacatecas hace cinco años, la supresión de los acentos, un indistinto uso para la Z y la C y para la G y la J, la desaparición de la V y de la H y el exterminio de la Q.

Santiago de Mora, presidente del Instituto Cervantes, destacaba cómo, curiosamente, el escritor colombiano criticó a la gramática con un discurso gramaticalmente perfecto. «Hizo —dijo— un discurso lírico muy poco comparable con una propuesta práctica, y lo hizo desde la imaginación y la libertad de un novelista» [1] .

De hecho, García Márquez no hizo sino recoger una propuesta en la que diversos especialistas llevan años investigando: la de simplificar la ortografía española. Uno de ellos, Raúl Ávila [2] declaró abruptamente en el Congreso que «la ortografía académica no es razonable». Y agregó: «Cuando una ley puede ser infringida involuntariamente por alguien que puso todo su empeño en cumplirla, la culpa no es del infractor, sino de la ley». Opinión de la que no participan muchos profesores; en especial dudan de que los alumnos «ponen todo su empeño en cumplirla…».

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Raúl Ávila ha dedicado su vida a trabajar con escolares mexicanos de todo el país, y

sus estudios le han permitido conocer las dificultades de los niños para aprender las normas ortográficas: las haches puestas al azar, las confusiones entre B y V, los problemas con la S, C y Z y las mezclas de la LL y la Y. [3]. En efecto, en México los escollos están fundamentalmente en aquellos grupos de letras que suenan igual, pero se escriben diferente. El objetivo central es, pues, fonologizar la escritura, es decir, atribuir una sola letra a cada sonido. Ávila ha propuesto, de hecho, un «alfabeto internacional hispánico». Éste quedaría integrado por sólo 25 letras excluyendo a la C, la H, la Q, la W y la X. Aceptar esta oferta representaría un grave empobrecimiento del idioma.

Sin embargo, si consideramos que a partir del año 2000, 90% de los hispanohablantes somos latinoamericanos, la propuesta cobra interés.

Inmediatamente después de la oferta del colombiano, los argumentos en contra brotaron como hongos. El principal sostiene que adaptar la ortografía a las distintas pronunciaciones locales, acabaría dificultando la comunicación escrita entre los hispanohablantes. Además, si un idioma hablado en 20 países se empieza a modificar, se va a adaptar de manera distinta en cada país. Unos dirán que no quieren la H, pero sí la V, otros dirán que quieren mantener la G y la J, pero no la Q, y así sucesivamente.

Este planteamiento tiene la aparente ventaja de que los niños aprenderían con mayor rapidez, pero luego no sabrían leer los millones de libros que ya están editados con las letras actuales.

Octavio Paz, ausente de Zacatecas por su ya delicado estado de salud, explicó en el diario Reforma: «Sería como si quisiéramos imponer la fonética del siglo XIX al habla del siglo XX. El habla evoluciona sola, no se tiene por qué proclamar ni declarar la libertad de la palabra, ni tampoco su servidumbre. Muchas de las expresiones que García Márquez propuso para sustituir las conjugaciones actuales, son arcaicas. Tampoco estoy de acuerdo con la supresión de la hache. Si queremos saber adónde vamos, hay que saber de dónde venimos» [4] […] ¡AH, Y LAS ETIMOLOGÍAS! Este es otro de los argumentos esgrimidos por los enemigos de andar tocando el alfabeto. «No se hicieron por capricho las reglas ortográficas, tienen una razón de ser. Las palabras tienen un sentido etimológico», decía otro Nobel, el gallego Camilo José Cela. «Cuando yo era catedrático, a los alumnos que tenían una sola falta de ortografía los suspendía. En eso hay que ser inexorables…». [8]

Raúl Ávila contraataca, esta vez con una frase de Andrés Bello: «Conservar letras inútiles por amor a las etimologías me parece lo mismo que conservar escombros en un edificio nuevo para que nos hagan recordar el antiguo». [9]

Es lo que ocurre al filólogo español José Antonio Millán [10] con la hache: «higuera, hierro, almohada, alhelí… qué quieres que te diga, yo les tengo cariño con hache… Es como unos zapatos viejos que no valen para nada, pero que no te animas a tirarlos porque te recuerdan por dónde has caminado con ellos».

El congreso de la lengua de Zacatecas se abrió con la propuesta de un Nobel de Literatura para jubilar la ortografía. Y concluyó con la voz de Fernando Pessoa, que trajo a colación Martín Mayorga cuando afirmó: «Decía Pessoa que la ortografía también es gente. Y García Márquez, como algunas empresas, quiere jubilar a la gente antes de tiempo». [11]

Urge que en las universidades se siga enseñando redacción y ortografía de acuerdo con la grandeza del idioma, porque es éste el único vehículo por el que se conoce el valor de cada persona. Si no se escribe claro y se habla bien, es imposible conocer el pensamiento del hombre.

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Notas [1] El País. «Congreso de la lengua castellana: la polémica de la ortografía». Sección La Cultura, p. 28. Madrid, 13 abril de 1997. [2] Raúl Ávila es lingüista mexicano. Profesor e investigador del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México. Coordinador de la Comisión de Difusión Internacional del Español por radio, televisión y prensa. [3] Véase Raúl Ávila. «Hacia un diccionario internacional hispánico», en Nueva Revista de Filología Hispánica. 1998. [4] Reforma. «La academia mexicana: limpia, fija y da esplendor». Sección D, p. 1. México D.F., 2 de abril de 1994. [8] «Transgresiones gráficas», en El cajetín de las lenguas. www.ucm.es/info/ especulo/cajetin/tr_grafi.html [9] Véase Raúl Ávila. «Lengua hablada y estrato social: un acercamiento lexicoestadístico», en Nueva Revista de Filología Hispánica. Tomo 36. México, 1988. pp. 144-146. Y sus artículos: «La lengua española en América cinco siglos después», en Estudios Sociológicos. El Colegio de México. 1992. p. 690, y «La lengua española en el quinto 92 y el primer 98», en Actas del IV Congreso Internacional de «El español de América». Del 7 al 11 de diciembre de 1992. Tomo 1. Santiago de Chile, Universidad Católica de Chile, 1995. p. 496. El planteamiento de una norma lingüística hispánica también ha sido hecho por J. M. Lope Blanch en su artículo «El español de América y la norma lingüística hispánica», en su libro Nuevos estudios de lingüística hispánica. UNAM. México, 1993. pp. 127-136. [10] Filólogo español. Autor del prólogo al Glosario básico inglés-español para usuarios de internet, de Rafael Fernández Calvo. www.comfia.net/documento/estudio/ajenos/glosario.htm#intro [11] Daniel Martín Mayorga. «El idioma español y la sociedad de la información», en Centro Virtual Cervantes: Congreso de Zacatecas. www.cvc.cervantes.es/obref/congresos/zacatecas/tecnologias/ponencias/dmayorga.htm

publicado en revista electrónica Istmoenlinea.com.mx, año 45, no 264, febrero 2003 (texto adaptado).

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b. Acerca de Bolivia Construcciones

Bajo sospecha

por Diego Rojas para Veintitrés.

OTRO PREMIO LITERARIO CUESTIONADO POR PLAGIO. ESCÁNDALO Y EL DEBATE ENTRE ESCRITORES Y ACADÉMICOS Esta vez se trató de la novela Bolivia Construcciones, de Sergio Di Nucci, ganadora del concurso La Nación 2006. Por qué el jurado revocó el galardón. Qué dijo el autor.

En contra

Por Elsa Drucaroff*

La semiología y el análisis del discurso sostienen que nadie puede hablar como la Biblia dijo que habló Adán, por primera vez, sacando palabras de la nada. Toda palabra que se pronuncia ya ha sido dicha, viene contaminada de connotaciones, juicios de valor, tradiciones, etc., y por lo tanto hablar es citar a muchos, escribir también. Esto no supone que quien escribe sea un pasivo repetidor, porque se trata de dialogar. Cada palabra que se dice o escribe dialoga con ella misma, dicha o escrita antes por otros. En literatura este fenómeno es constante. Pero a veces opera a partir de un procedimiento muy consciente, que en la posmodernidad está de moda: ese procedimiento se llama intertextualidad. Ahora bien, ¿cuándo hay intertextualidad y cuándo simple plagio? El grupo Bajtin sostiene que entre el discurso referido y el discurso que refiere "se dan relaciones dinámicas de gran complejidad y tensión". Por mi parte, he leído las dos novelas y no considero que en las transcripciones que hace Di Nucci de Nada, de Carmen Laforet, estas relaciones estén dadas. La transcripción es casi textual, sólo se cambia la primera persona femenina por una primera masculina y las palabras españolas por palabras verosímiles para el narrador boliviano: es decir, se borran las marcas en vez de producir ese diálogo al que se alude en la intertextualidad.

*Novelista y crítica literaria

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A favor

Por Jorge Panesi*

La novela está planteada como un juego. Y Di Nucci no es el primero en utilizar este procedimiento. Basta citar al Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, en el que en algunos momentos hay pasajes calcados del Ulises de James Joyce. La acusación de plagio implica cuestionar toda la literatura moderna. Además, la literatura es el territorio del robo, todos roban, todo aquel que escribe roba, la literatura implica la suspensión de la moral. Esto cambia cuando está la ley de por medio. Y un jurado, un premio y el dinero son las representaciones de la ley en la institución literaria. En un certamen de esa naturaleza entran en consideración cuestiones económicas, éticas e institucionales. Creo que el jurado está compuesto por lectores de primera línea. De cualquier modo, cuando leyeron y premiaron Bolivia Construcciones por primera vez, leyeron la novela como literatura. Cuando la leyeron por segunda vez, la leyeron desde el punto de vista institucional, desde el punto de vista económico, del qué dirán. Hay dos lecturas, ¿con cuál se queda el público? ¿Con la primera o con la segunda?

La decisión sobre la cuestión de la copia se realiza en el acto de lectura: cualquiera que lea un mismo escrito en contextos diferentes, lo lee de distinta manera. El plagio en la literatura no existe, en cambio, existe el robo. Así, hay quienes adoran a los ladrones y consideran al robo como una de las bellas artes. Por eso, hay robos mal hechos y robos bien hechos. En este sentido, considero que Bolivia Construcciones es un robo bien realizado.

*Director de la carrera de Letras en la UBA

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Argumentos y tesis En una argumentación, las tesis –es decir, las posiciones que son defendidas en el discurso– se distinguen de los argumentos −los datos que se ofrecen para sostener la tesis− por los conectores lógicos que se emplean para introducir unas y otros. Por ejemplo, en el enunciado siguiente:

"La pena de muerte es injusta porque comete el mismo crimen que pretende castigar" el segmento del enunciado introducido por "porque" señala el argumento que sostiene la tesis "la pena de muerte es injusta". En efecto, conectores como "porque", "puesto que", "dado que" son empleados para introducir argumentos, mientras que "por lo tanto", "por consiguiente", "en consecuencia", "entonces" presentan tesis o conclusiones.

���� La lista que se presenta a continuación reúne una serie de proposiciones que pueden ser empleadas como tesis o bien como argumentos. Relacionarlas armando secuencias conectadas por el nexo que corresponda.

No es posible sostener la gratuidad de la enseñanza.

El ingreso irrestricto a la Universidad es una de las causas de su ineficiencia.

La gratuidad de la enseñanza superior es injusta.

Es imposible garantizar la calidad de la enseñanza en un contexto de masividad.

El presupuesto universitario es insuficiente.

Los pobres pagan para que estudien los ricos.

La controversia: argumentos y contra-argumentos ���� Oponer una nueva tesis a cada una de las tesis identificadas en la consigna

anterior y elaborar un argumento que la sostenga.

���� Escribir un artículo de opinión sobre el tema al que se refieren las tesis y argumentos de las dos consignas anteriores. Además de los argumentos elaborados en las actividades previas, el artículo debe incluir por lo menos un ejemplo con valor argumentativo. Antes de escribir es conveniente elaborar un plan que defina claramente:

a. el objeto de la controversia,

b. la tesis principal sostenida en la argumentación,

c. las características del enunciador y del destinatario, los argumentos y contrargumentos que se articularán en el texto

d. el medio en el que se publicará.

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���� En los textos que se presentan a continuación, identificar la tesis que se plantean y los argumentos que se proponen para sostenerlas.

���� Elegir uno de los dos artículos y escribir una refutación de sus posiciones.

Antes de escribir es conveniente elaborar un plan que contemple las mismas cuestiones consideradas en la consigna anterior.

Lo que Internet le está haciendo a nuestros cerebros

¿Google nos está volviendo estúpidos?

Por Nicholas Carr1 para The Atlantic2

“Dave, basta. Basta, por favor. Basta, Dave. ¿Vas a parar de una vez, Dave?” Así le ruega la supercomputadora HAL al implacable astronauta Dave Bowman en una famosa y extrañamente conmovedora escena del final de la película de Stanley Kubrick 2001: Una odisea del espacio. Bowman, que había estado a punto de ser condenado a morir en el espacio a causa de un problema de funcionamiento de la máquina, está desconectando tranquila y fríamente los circuitos de memoria que controlan su cerebro “artificial”. “Dave, mi mente se está yendo,” dice HAL, con desesperación. “Puedo sentirlo. Puedo sentirlo.” Yo también puedo sentirlo. Durante estos últimos años he tenido la incómoda sensación de que alguien o algo ha estado jugando con mi cerebro, rediseñando el circuito neuronal, reprogramando la memoria. Mi mente no se está yendo –al menos eso creo– pero está cambiando. No pienso de la misma manera que antes. Puedo sentirlo más claramente cuando leo. Sumergirme en un libro o en un artículo extenso solía ser fácil. Mi mente era capturada por el relato o por los argumentos y podía pasarme horas recorriendo largos pasajes en prosa. Eso ya casi nunca sucede. Ahora mi concentración a menudo empieza a desviarse después de dos o tres páginas. Me pongo nervioso, pierdo el hilo, empiezo a buscar otra cosa para hacer. Me siento como si tuviera que arrastrar a mi cerebro de vuelta al texto. La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en una lucha. Creo saber lo que está pasando. Desde hace ya más de una década, paso mucho tiempo conectado, buscando y navegando y, a veces, aportando algo a la gran base de datos de Internet. La Web ha sido un regalo de Dios para mí, como escritor. Una investigación que antes requería días en las bibliotecas ahora puede hacerse en minutos. Unas pocas búsquedas en Google, algunos clicks rápidos en enlaces y ya tengo el dato revelador o la cita precisa que necesitaba. Aun cuando no estoy trabajando, es muy probable que me encuentre explorando la

1 Autor del libro The Big Switch: Rewiring the World, From Edison to Google (“El gran cambio:

reconectando el mundo, de Edson a Google”, 2008). 2 The Atlantic es una revista norteamericana de publicación mensual fundada en 1857 por un grupo de intelectuales notables entre los que se contaban escritores como Ralph Waldo Emmerson, Harriett Beecher-Stowe y H. W. Longfellow.

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selva de información de la Web, leyendo y escribiendo correos electrónicos, barriendo titulares y entradas de blogs, viendo videos o escuchando podcasts o solo saltando de enlace en enlace. (A diferencia de las notas al pie con los que a veces se los compara, los enlaces no señalan meramente a obras relacionadas; te lanzan hacia ellas.) Para mí, como para tantos otros, la Web se está convirtiendo en el medio universal, el conducto de la mayor parte de la información que fluye a través de mis ojos y oídos y en mi mente. Las ventajas de tener acceso inmediato a un archivo tan increíblemente rico de información son muchas y han sido ampliamente descriptas y debidamente aplaudidas. “El recuerdo perfecto de la memoria de siliconas”, escribió Clive Tompson en Wired, “puede ser una enorme bendición para el pensamiento.” Pero esa bendición tiene un precio. Como señaló en los años ’60 el teórico de la comunicación Marshall McLuhan, los medios no son sólo canales pasivos de información. Proveen material para el pensamiento pero también modelan los procesos de pensamiento. Y lo que Internet parecería estar haciendo es triturar mi capacidad de concentración y contemplación. Mi mente ahora espera recibir información de la manera en que la distribuye la Web: como un rápido torrente de partículas en movimiento. Antes era un buzo en el mar de las palabras. Ahora surfeo a lo largo de la superficie como un tipo en un Jet Ski.

No soy el único. Cuando comento mis problemas con la lectura entre amigos y conocidos –la mayoría de ellos, gente de letras– muchos dicen tener experiencias parecidas. Cuanto más usan la Web, más tienen que esforzarse en mantenerse concentrados a lo largo de escritos extensos. Algunos de los bloggers que suelo leer también han comenzado a mencionar el fenómeno. Scott Karp, que escribe un blog sobre medios en Internet, recientemente confesó que ha dejado de leer libros. “Estudié literatura en la Universidad y era un lector voraz de libros,”escribió. “¿Qué pasó?” La respuesta sobre la que especula: “¿Qué pasa si todo lo que leo está en Internet no tanto porque cambió mi manera de leer, es decir, por una simple cuestión de comodidad, sino porque cambió mi manera de PENSAR?” Bruce Friedman, que lleva un blog sobre el uso de las computadoras en medicina, también describió cómo Internet ha alterado sus hábitos mentales. “Perdí casi totalmente la capacidad de leer y absorber un artículo extenso tanto en la web como impreso”, escribió hace poco. Friedman, un patólogo que ha sido durante muchos años profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Michigan, amplió su comentario en una conversación telefónica conmigo. Su pensamiento, dijo, ha adquirido una cualidad de “staccato” que refleja la manera en la que recorre rápidamente breves pasajes de texto de diversas fuentes online. “Ya no puedo leer La guerra y la paz”, admitió. “He perdido la capacidad para hacerlo. Hasta una entrada de blog de más de tres o cuatro párrafos es demasiado para absorber. Le paso apenas por encima.” Las anécdotas por sí solas no prueban gran cosa. Y todavía estamos esperando experimentos neurológicos y psicológicos de largo plazo que provean una imagen definitiva de cómo el uso de Internet afecta la cognición. Pero un estudio de investigadores de la Universidad de Londres sobre hábitos de búsqueda online publicado recientemente, sugiere que podríamos estar en el medio de un mar de cambios en nuestra forma de leer y pensar. En el marco de un programa de investigación de cinco años de duración, los investigadores examinaron registros de computación que documentan el comportamiento de los visitantes de dos sitios de búsqueda muy frecuentados, uno operado por la Biblioteca Británica y otro por un consorcio educativo del Reino Unido. Descubrieron que la gente que usa estos sitios exhibió una forma de actividad de “pasada superficial”, saltaban de una fuente a la otra y raramente volvían a una fuente que habían visitado previamente. Por lo general, no leían más de una o dos páginas de un artículo o libro antes de decidir “rebotar” a otro sitio. A veces guardaban un artículo extenso pero no hay evidencia de que hayan vuelto efectivamente a él para leerlo. Los autores del trabajo señalaron que:

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Es claro que los usuarios no leen online en el sentido tradicional: de hecho

hay indicios de que están emergiendo nuevas formas de “lectura” ya que los usuarios recorren horizontalmente títulos, páginas de contenidos y resúmenes en busca de ganancias rápidas. Casi parecería que se conectan a la red para evitar leer en el sentido tradicional.

Gracias a la omnipresencia del texto en Internet, y por supuesto a la popularidad de los

mensajes de texto en teléfonos celulares, es muy posible que estemos leyendo mucho más hoy que en los años ’70 u ’80, cuando la televisión era el medio privilegiado. Pero es una forma diferente de lectura y detrás de ella yace una forma diferente de pensamiento, quizás hasta un nuevo sentido del ser. “No solo somos lo que leemos”, dice Maryanne Wolf, psicóloga de la Universidad de Tufts y autora de Proust y el calamar: la historia y la ciencia del cerebro lector. “Somos cómo leemos.” Wolf se inquieta ante la posibilidad de que el estilo de lectura que promueve la Red, un estilo que pone la “eficiencia” y la inmediatez” por encima de cualquier otra cosa, esté debilitando nuestra capacidad para el tipo de lectura profunda que emergió cuando una tecnología anterior, la de la imprenta, generalizó la circulación de obras en prosa largas y complejas. Cuando leemos online, dice, tendemos a convertirnos en “meros decodificadores de información.” Nuestra capacidad para interpretar el texto, para establecer las ricas conexiones mentales que se dan cuando leemos profundamente y sin distracciones, se utiliza muy poco. Leer, explica Wolf, no es una capacidad instintiva para los seres humanos. No está programada en nuestros genes como lo está el habla. Tenemos que enseñarle a nuestra mente a traducir los caracteres simbólicos que vemos en el lenguaje que comprendemos. Y los medios y las otras tecnologías que usamos para aprender y practicar la actividad de la lectura juegan un papel importante en la conformación de los circuitos neuronales en nuestros cerebros. Se ha demostrado experimentalmente que los lectores de ideogramas, como los del chino, desarrollan un circuito mental para la lectura muy diferente del que se encuentra en aquellos cuya escritura se alfabética. Las variaciones se extienden a través de varias regiones cerebrales, incluidas las que gobiernan funciones cognitivas tan esenciales como la memoria y la interpretación de estímulos visuales y auditivos. Podemos sospechar, entonces, que los circuitos configurados por nuestro uso de la Red serán diferentes de los que establecen nuestra lectura de libros y otras obras impresas. Alrededor de 1882, Friedrich Nietzsche compró una máquina de escribir, una Malling-Hansen Writing Ball, para ser preciso. Su vista estaba debilitada y mantener sus ojos concentrados en una página se había convertido en una tarea agotadora y dolorosa que a menudo le provocaba terribles migrañas. Se había visto obligado a reducir su escritura y lo acosaba el temor de que en poco tiempo más tendría que abandonarla por completo. La máquina de escribir lo rescató, al menos por un tiempo. Una vez que logró dominar el tipeo al tacto, pudo escribir con sus ojos cerrados, usando solamente las yemas de sus dedos. Las palabras podían fluir otra vez desde su mente a la página. Pero la máquina tuvo un efecto más sutil sobre su trabajo. Un compositor amigo de Nietzsche notó un cambio en el estilo de su escritura. Su prosa tersa se había vuelto más cerrada, más telegráfica. “Quizás, a través de este instrumento, te acostumbrarás a un nuevo idioma” le escribió el amigo en una carta, a la vez que le señaló que sus “‘pensamientos’ tanto en la música como en el lenguaje a menudo dependían de la cualidad de la pluma y el papel”. “Tienes razón”, le respondió Nietzsche, “nuestro instrumental para escribir participa activamente en la formación de nuestros pensamientos.” Bajo la influencia de la máquina, escribe el investigador en comunicación alemán Friedrich A. Kittler, la prosa de Nietzsche “cambió los argumentos por aforismos, los pensamientos por tropos y la retórica por el estilo telegráfico.”

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[…] Esa escena de 2001 me persigue. Lo que la hace tan conmovedora y tan extraña es la reacción emocional de la computadora frente al desmantelamiento de su mente: su desesperación a medida que cada circuito va apagándose, su ruego infantil al astronauta –“Puedo sentirlo. Puedo sentirlo. Tengo miedo.”– y su regresión final a lo que solo puede llamarse “estado de inocencia”. El torrente de sentimientos de HAL contrasta con la falta absoluta de emoción que caracteriza a las figuras humanas en el film, que hacen sus tareas con eficiencia casi robótica. Sus pensamientos y acciones parecen establecidos por un guión, como si siguieran los pasos de una fórmula. En el mundo de 2001, la gente se ha vuelto tan maquinal que el personaje más humano resulta ser una máquina. Esa es la esencia de la oscura profecía de Kubrick: cuanto más dependemos de las computadoras para mediar nuestra comprensión del mundo, es nuestra inteligencia la que se achata y se convierte en inteligencia artificial.

Publicado en la edición julio/agosto 2008 de The Atlantic, Disponible en http://www.theatlantic.com/doc/200807/google

(traducción y adaptación de A. Reale)

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La devaluación de la letra impresa

por Roberto Guareschi

Es una idea provocativa que hoy está tomando fuerza: Internet nos hace volver a una cultura propia de la oralidad. Antes de la imprenta el conocimiento se transmitía oralmente. Quizás los mejores ejemplos de ese tipo de construcción sean la Ilíada y la Odisea. Homero era un “cantor”: tomaba versos de otros y los mezclaba y reelaboraba. Los “cantores” eran los depositarios del conocimiento colectivo. No existía el concepto de “autor”.

¿Qué tendrá que ver esto con el periodismo? Les pido un poco de paciencia: tengo la esperanza de recompensarlos

Con la invención de la imprenta comenzó a construirse la presunción de que la verdad estaba en los libros. Eran sólidos, hermosos, ordenados, “uno podía confiar en la palabra, impresa en lindas, prolijas columnas” dice Thomas Pettit, profesor de la Universidad de Dinamarca del Sur. Los libros ayudan a ordenar nuestra visión del mundo en categorías. Aún tienen, en gran parte de la población, la mayor credibilidad.

La idea provocativa que hoy intento describir −Pettit es su teórico más radical− se llama “El paréntesis Gutemberg”. La era de la palabra impresa estaría terminando. Internet, las redes sociales, están construyendo una cultura mediática definida por lo efímero, la referencia de amigos, el chisme, y por la información y el conocimiento que fluye y no se contiene en el formato rígido y estable de la imprenta.

Es una “segunda oralidad” (por eso la cultura de lo impreso sería un “paréntesis”). Algunas de sus operaciones (sampling y remixing) consisten en tomar parte del contenido de una obra (frases textuales, musicales, etc) y reusarla dentro de otra obra, sacándola del contexto original. Es una cultura hecha, como en la época de Homero, de copia y recreación. ¿Copia? Sí: copia. Hoy se llamaría aún “plagio”; para Homero no existía tal cosa. Tampoco para Shakespeare, otro genial “remixador” (uno de los últimos, cuando se abría el “paréntesis Gutemberg”): la mayoría de sus obras son reelaboraciones de otros textos.

Una acotación: los derechos de autor irán muriendo en muchas zonas de la nueva cultura. Célebres bandas de rock toleran la piratería porque esa difusión no autorizada hace a sus giras negocios multimillonarios, mucho más que el disco. Música y letras (palabras), no mediadas.

Retomamos a Pettit: ahora “se quiebran las categorías. La letra impresa no es más garantía de veracidad. Lo oral ya no debilita a la verdad (…) El periodismo deberá distinguirse en un mundo de formas de comunicación superpuestas. La gente no supondrá que si algo está en el diario, es verdad”. En esto, señor Pettit, usted llega tarde… Mucha gente ya lee los diarios con espíritu incrédulo, acá (más aún por la disputa con los Kirchner) y en el mundo desarrollado. En este aspecto, nosotros ya estamos fuera del “Paréntesis Gutenberg”.

La teoría es muy estimulante. Su radicalidad ayuda a pensar nuestra era desde su mismo núcleo: el conocimiento, los medios, la información. Desde luego, la palabra impresa no desaparecerá pero seguirá devaluándose. Formará parte de nuevos lenguajes: no reinará y/o tendrá que compartir el trono.

La iglesia temía a la imprenta: con la difusión masiva de la cultura perdía el monopolio de la verdad. Esta “segunda oralidad” acelerará el fin de otro monopolio de la verdad: el de los medios y periodistas tradicionales, golpeados por las nuevas tecnologías y por la cultura que las crea.

Esa cultura se cuece en las redes sociales. Cada vez más gente consume información guiada por recomendaciones de sus amigos en vez de ir directamente a los grandes medios. Sobrevivirán los que sepan construir una nueva credibilidad y un nuevo liderazgo. La palabra impresa y las grandes marcas periodísticas no impresionan a los nativos digitales. Cada vez más la credibilidad y el liderazgo se ganarán en un trabajo conjunto y en red con los usuarios y no desde un podio en un aula magna frente a una audiencia muda y decreciente.

publicado en el diario Perfil, el 23 de mayo de 2010

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La organización del discurso: la dispositio De acuerdo con la dispositio clásica, cuya función consistía en organizar los materiales elaborados en la etapa de la inventio, la estructura del discurso argumentativo consta de cuatro partes principales, gobernadas, a su vez, por dos objetivos básicos: conmover y convencer . Estas cuatro partes son:

1) el exordio, la apertura del discurso, en la que el orador se presenta e intenta

captar la adhesión del auditorio a la vez que introduce en forma resumida la el objeto de discusión;

2) la narratio, el momento en el que se exponen los hechos relacionados con el tema a tratar,

3) la confirmatio, en la que se presentan los argumentos que sostienen la posición del orador y

4) el epílogo, cuyo objetivo es reforzar el acuerdo alcanzado en la fase anterior movilizando las emociones del auditorio.

Este orden codificado por la retórica no es ni universal ni necesario. Ya Aristóteles

había observado que no hay más que dos partes indispensables en el discurso argumentativo: la enunciación de la tesis que se ha de defender y los medios para probarla. Sin embargo, el orden de presentación de los argumentos es fundamental para construir las condiciones de recepción más favorables para la aceptación de la tesis. En todos los casos, la organización de un discurso argumentativo debe tener en cuenta la situación en que se desarrolla: el destinatario al que se dirige, el objeto del discurso, la posición del enunciador, deben ser considerados en el momento de la elección y presentación de los argumentos. � Analizar la organización de las partes del discurso (la dispositio) en el texto

de Gabriel García Márquez “Botella al mar para el dios de las palabras”

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La puesta en texto: la elocutio Una vez encontrados los argumentos y organizados en las distintas partes del discurso, el orador tiene por delante la tarea de "ponerles palabras". Tradicionalmente, la elocutio corresponde al momento de la escritura propiamente dicha del texto argumentativo y en ella se concentran las preocupaciones concernientes a los aspectos estéticos del discurso: la construcción de la frase y la belleza del estilo. Estas cuestiones no son de ningún modo accesorias ni debe entendérselas como meros ornamentos del decir. En efecto, para que una argumentación sea eficaz no solo es importante encontrar argumentos adecuados y convincentes sino que las cualidades estéticas del discurso también contribuyen a lograr la adhesión del auditorio a las tesis del orador.

En el modelo retórico clásico, la elocutio abarcaba tanto el conocimiento de la gramática como de ciertos procedimientos o “figuras” tendientes a intensificar la función estética de la palabra argumentativa. Las figuras suelen agruparse, por lo general, atendiendo a distintos tipos de criterios: de sentido (metáfora, metonimia y sus formas asociadas); de dicción (que concierne la materia fónica de la lengua como la rima, la aliteración, la paronomasia entre otros); de construcción (elipsis, repetición) y de pensamiento (ironía, oxymoron, paradoja). Brevísimo glosario de figuras retóricas I. Figuras de sentido o “tropos” Metáfora

El mecanismo metafórico se asienta sobre una operación de sustitución. Un mismo significante, por ejemplo “nieve”, puede ser usado para hacer referencia a varios significados distintos según los contextos en los que se emplea. Cuando alguien dice, en medio de una pista de esquí: “Hoy la nieve está perfecta para esquiar”, el uso de este signo es puramente denotativo, hace referencia al sentido primario de esta palabra que encontramos en el diccionario. Sin embargo, en el verso “Las nieves del tiempo platearon mi sien” del tango “Volver”, la palabra refiere a otra realidad, en este caso, los cabellos que se han vuelto blancos con el paso del tiempo. La sustitución de un sentido por otro es posible gracias a ciertas similitudes percibidas entre los dos objetos (el color blanco de la nieve y las canas, en este caso). A su vez, esta similitud de base evoca otras semejanzas posibles entre las cualidades propias de los objetos vinculados por la relación metafórica: la sensación de frialdad (reforzada por el verbo “platear”), el invierno (a menudo metáfora también de la vejez), etc.

Algunas otras figuras asociadas con la metáfora son la comparación, la alegoría y la parábola. En la comparación los dos términos semejantes están presentes en la frase y relacionados a través de nexos o giros (“como”, “es parecido/igual/semejante a”): “Las canas se parecen a la nieve”.

La alegoría es una metáfora expandida. Cuando un presidente o un líder político dice, por ejemplo, en referencia a una situación de crisis social: “Soy un piloto avezado y sabré capear el temporal con mano firme para conducirlos a todos a buen puerto.” está desplegando la metáfora crisis/temporal a partir del análisis de varios de sus componentes.

En la parábola, la alegoría se extiende hasta alcanzar la dimensión de un relato.

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Metonimia

Mientras que en la metáfora el efecto de sentido se produce por la sustitución de un signo por otro que guarda cierta semejanza con él, en la metonimia una o varias cualidades de un signo se proyectan (se desplazan) sobre las de otro.

Por ejemplo, cuando decimos de alguien que “no tiene cabeza” no estamos afirmando que ha sido decapitado sino que carece de juicio o razonamiento. El elemento reemplazado (razonamiento) guarda una relación de contigüidad con el reemplazante (cabeza). Sabemos que la cabeza es la sede del cerebro, órgano responsable de las facultades cognitivas; en la relación metonímica se proyectan las cualidades del objeto evocado (razonamiento) sobre el que efectivamente está presente en el discurso (cabeza) de acuerdo con una lógica de contigüidad: la razón tiene su sede en el cerebro que, a su vez, se encuentra en la cabeza (razón�cerebro�cabeza). La integración de estos términos en una secuencia es la que hace posible la comprensión de la frase no en su sentido literal sino en el “figurado”. Son ejemplos de metonimia: la corona (=el rey), los grilletes (=la esclavitud),

Una figura cuyo mecanismo es comparable con el de la metonimia es la sinécdoque aunque en este caso el desplazamiento se produce entre elementos que conforman un todo y que se relacionan por inclusión (la parte por el todo): el Hombre en lugar de la Humanidad (“El Hombre llegó a la Luna en el siglo XX.”); el “pan” en lugar del “alimento” (“nuestro pan cotidiano”); las “velas” en lugar de los “barcos” (“una armada de cuatrocientas velas”). II. Figuras de dicción

Las figuras de dicción explotan el material fónico del lenguaje: juegos de palabras, similitudes, paralelismos y repeticiones son los mecanismos principales sobre los que se apoyan las expresiones propias de este grupo. Esta clase de figuras fundan su poder de persuasión no solo en su capacidad para llamar la atención y quedar grabadas en la memoria sino también en el principio que induce a identificar la similitud en el plano del significante con una equivalencia en el plano del significado. Así, por ejemplo, juegos de palabras como el famoso “Traduttore, tradittore” en el que se establece una identidad entre el traductor y el traidor, refuerzan su poder de convicción precisamente gracias a esta consonancia.

Algunos procedimientos típicos de este grupo son la creación de palabras (“diputrucho”, “yomagate”, “ecololo” –ecologista + cholulo–); la anfibología (el “doble sentido”: “Salió de la cárcel con tanta honra que le acompañaron doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban ‘señoría’ ...” Quevedo, Buscón); la antanaclasis (la repetición de una palabra con dos sentidos diferentes: “El corazón tiene sus razones que la razón desconoce“, Pascal); la aliteración (“Vine, vi y vencí”, Julio César), entre otros. III. Figuras de construcción

Las figuras de construcción se apoyan en la sintaxis y, de manera menos precisa, en la colocación de palabras en el discurso. Algunas operan por sustracción de significantes como la elipsis (“Lo bueno, si breve, dos veces bueno.” ); otras por adición como la repetición y otras por permutación como el quiasmo (“Algunos creen que la ciencia es un lujo y que los grandes países gastan en ella porque son ricos. Grave error. No gastan en ella porque son ricos y prósperos, sino que son ricos y prósperos porque gastan en ella.”, B. Houssay). IV. Figuras de pensamiento

Lo que caracteriza a las figuras de pensamiento, según la retórica clásica, es el hecho de que no recurren ni a la sustitución, ni a los juegos léxicos, ni a la sintaxis. Entre las más productivas se cuentan la ironía (que consiste en significar lo contrario de lo que denotan las palabras empleadas en el discurso); el oxímoron (que reúne en una misma frase dos términos de significado opuesto: “proletario mundano”, “nieve ardiente”) y la paradoja (una afirmación autocontradictoria en superficie pero que encierra una verdad: “¡Qué pena que la juventud se desperdicie en los jóvenes!”, G. Bernard Shaw).

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� Señalar los pasajes en los que se emplean figuras retóricas en este texto y

explicar el efecto de sentido que producen.

Verdades y mentiras

Ya es costumbre que, en los meses preelectorales, los políticos desplieguen ante los votantes sus catálogos de ilusiones. En la mayoría de los casos se trata de promesas patrioteras o populistas que encienden los sentimientos de las mayorías. Pocas de esas promesas pueden ser cumplidas, porque son sólo expresiones de deseo o trampas de la imaginación que sólo atrapan a los incautos. Todas se desvanecen pronto en el aire del olvido.

No son espejismos inofensivos, sin embargo. Algunos han conducido a desastres y matanzas, como los inexistentes arsenales iraquíes de destrucción masiva, que derivaron en una guerra sin fin y en la brutal recesión de la economía norteamericana. Otros han empezado con grandes palabras -revolución, liberación, independencia- que encubrieron dictaduras, corrupción y crímenes.

El arte suele ser un excelente antídoto contra esos engaños. Hace pocos meses volvió a editarse en DVD una poco difundida película que Orson Welles realizó en 1973, F for Fake ("F de falso"), mutilada para su exhibición comercial por distribuidores iraníes y difundida en la Argentina con otro título, Verdades y mentiras. Como todas las obras de Welles, tampoco en ésta hay afanes pedagógicos o morales, sino el implacable reflejo de una época de confusión, como era la de hace tres décadas y como es la de ahora.

La película comienza en los andenes de una estación brumosa, donde un mago de circo transforma las monedas que le proporcionan los pasajeros en llaves de arena, luces de bengala y ángeles de algodón que se disuelven cuando alguien intenta tocarlos. Mientras una mujer etérea avanza entre las valijas, la voz sepulcral de Welles exalta la nobleza de la mentira contra la estrechez de la falsificación, antes de explicar en tres historias cuáles son las diferencias entre una y otra.

En la primera parte, el jefe de la policía secreta del zar urde un libro paranoico, Protocolos de los sabios de Sión, para justificar los demenciales pogromos rusos de comienzos del siglo XX. La segunda parte es una laboriosa entrevista del biógrafo falsificador Clifford Irving al falsificador de cuadros Elmyr de Hory. Ambos conversan junto a las mesas de juego de Las Vegas, en el puente de Londres y en un galpón secreto de Ibiza, entre incontables cuadros de Mattisse, Bracque y Van Gogh, todos falsos, por supuesto.

La superchería final es autobiográfica: Welles se muestra a sí mismo en 1938, aterrorizando a los campesinos del Medio Oeste norteamericano con su versión radial de La guerra de los mundos, pero tanto el documental que narra esa mistificación como los reportajes a granjeros en fuga y automovilistas paralizados en las rutas de Ohio están fraguados con recortes de archivo, películas ajenas, fotos trucadas y malabarismos de computadora. Desde un horizonte alucinado, Welles explica, con su maravillosa voz de sótano, que la mentira es la finalidad de todo arte, mientras que la falsificación es sólo un medio para obtener ganancias, lo que es una cita del ensayo de Oscar Wilde La decadencia de la mentira

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Los embaucadores famosos abundan en los reinos del arte, donde han multiplicado los claroscuros de Rembrandt, los cuellos de cisne de Modigliani y los escritos póstumos del marqués de Sade. Hay ciudades y enciclopedias falsas pero verosímiles, como lo saben los lectores de Marco Polo, de Calvino y de Borges; hay santos falsos como los que imaginaba Gonzalo de Berceo a comienzos del siglo XIII cuando deseaba desviar a los peregrinos hacia su convento de San Millán y retener sus limosnas; hay fotografías de monstruos que no existen, como las que reproduce un libro magistral llamado Freaks, de Leslie Fiedler, en el que se ve un niño hindú de cuyas espaldas brota otro niño parásito, y un hombre con cuatro pies elegantemente calzados.

Pero las falsificaciones son aún más caudalosas en los feudos de la política, donde las estadísticas se desplazan siguiendo el índice interesado de los caudillos, de modo que la miseria, el alcoholismo y la violencia urbana podrían ser menos graves en Caracas y Tucumán que en Riga o Amsterdam.

Hasta el lenguaje tiene sus víctimas, y ciertas frases siguen identificándose con personajes que jamás las pronunciaron. Una de las más célebres es el "Elemental, mi querido Watson", de Sherlock Holmes, que no aparece en ninguna de las cuatro novelas y 57 narraciones breves escritas por su creador, Arthur Conan Doyle. La improvisó el actor sudafricano Basil Rathbone, mientras filmaba El sabueso de los Baskerville, en 1939, y desde entonces sigue adherida a Holmes con más énfasis que su pipa y su violín. Ni pertenece a Voltaire la famosa sentencia "No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero voy a defender con mi propia vida su derecho a decirlo". Esa frase fue incluida por primera vez en un libro de Evelyn Hall titulado Los amigos de Voltaire (1906) y, a pesar de su falsedad comprobada, se la reproduce con la firma del filósofo francés en los más serios manifiestos y proclamas sobre la libertad de pensamiento.

El purgatorio de las obras (y de las vidas) imaginarias es casi tan populoso como el de las verdaderas. El cine ha difundido más de una vez la historia de la falsaria Anna Andersson, quien murió hace tres décadas tratando de convencer al mundo de que era Anastasia, una de las hijas del zar Nicolás II. La credulidad de la gente y las ambigüedades de la historia le permitieron sostener esa mentira hasta el fin, y vivir de ella con cierta holgura.

La enumeración de mistificaciones puede resultar interminable. Algunas son tan llamativas que merecen lugar aparte. Entre las más sonoras está la del holandés Hans van Meegeren, quien estudió con tanto celo y talento las técnicas de Jan Vermeer -figura mayor de la pintura flamenca del siglo XVII- como para inventar, entre 1936 y 1942, siete obras maestras desconocidas, que los expertos atribuyeron a una etapa temprana de Vermeer. Una de ellas, Cristo en Emaús, unía con destreza algunas jarras de vino, cabezas, manos y platos de sus obras juveniles y las ordenaba de manera tan nueva que media Europa quedó sin aliento ante el hallazgo. Nadie pudo descubrir que Van Meegeren era un falsario. Irónicamente, tuvo que hacerlo él mismo. Al terminar la Segunda Guerra, la policía holandesa lo arrestó por vender al enemigo obras que pertenecían al patrimonio nacional y lo amenazó con la cárcel perpetua. Van Meegeren eligió entonces denunciarse como falsificador, delito menos ofensivo que el de colaboracionista. Para demostrar que no mentía, pintó un último Vermeer en su celda: el mejor de todos y el único que fue destruido.

Menos patética es la historia del francés Denis Vrain-Lucas, quien se hizo rico vendiendo una colección de veintisiete autógrafos de Colón, Carlos V, Dante, Carlomagno y Julio César, todos falsos, por supuesto. Tres de las joyas de aquel conjunto bastaron para asegurar la inmortalidad a Vrain-Lucas, no en los anales de

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los coleccionistas sino en los osados dominios de la falsedad, donde todo es posible: una carta de Sócrates a sus discípulos antes de beber la cicuta; un relato de Lázaro sobre los prodigios del paraíso, después de ser resucitado; una confesión arrepentida de María Magdalena a la comunidad de Jerusalén. La Enciclopedia Británica supone que este último texto fue el que delató a Vrain-Lucas porque el falsario, ya cebado, lo escribió en francés.

La historia de la política argentina abunda en esas ventas de abalorios, que pierden rápidamente su brillo ante la cegadora realidad. La patria socialista del último Perón, la recuperación victoriosa de las Malvinas, el uno a uno de Menem, Cavallo y de la Rúa, así como los fuegos fatuos del corralito, fueron algunos de esos espejismos que llevaron al país hacia abismos de los que no fue fácil salir.

Desde el principio de los tiempos, el hombre inventa fábulas para que otros las vivan y las sufran, así como la vida inventa realidades que con frecuencia terminan convirtiéndose en fábulas.

Por Tomás Eloy Martínez Para LA NACION 3 de marzo de 2007

���� Analizar la figura retórica a partir de la cual se construye el proverbio

siguiente:

Una gran mentira es como un gran pez en tierra; podrá agitarse y dar violentos coletazos, pero no llegará nunca a hacernos daño, no tenemos más que conservar la calma y acabará por morirse.

Escribir un texto argumentativo que plantee una reflexión sobre la mentira y que lleve como epígrafe este proverbio. Indicar el medio en el que se publicará el texto.

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La polémica en torno del affaire Bolivia Construcciones Los textos que se reproducen a continuación fueron publicados en distintos medios gráficos y electrónicos. Todos ellos integran una serie polémica en la que se reflejan distintas posiciones frente al incidente generado a partir de la denuncia de plagio en la novela Bolivia Construcciones. Léanlos atentamente para identificar las tesis que sostiene cada uno y reconstruir el diálogo argumentativo que los vincula. 1. El caso

Premio LA NACION-Sudamericana 2006

El jurado revocó el fallo del certamen de novela Constató que Bolivia Construcciones tiene fragmentos de Nada, de Carmen Laforet, sin hacer referencia a la fuente

El jurado del certamen de novela LA NACION-Sudamericana 2006 decidió anteayer revocar el fallo que había establecido como ganadora a la obra Bolivia Construcciones, firmada por Bruno Morales (seudónimo del periodista Sergio Di Nucci), luego de haber constatado la existencia de una serie de similitudes entre el texto presentado por Di Nucci y la novela Nada, de la escritora catalana Carmen Laforet, publicada en 1944 y ganadora de la primera edición del premio Nadal en 1945.

Las semejanzas fueron señaladas al jurado por un joven lector de LA NACION, de 19 años, que acababa de leer la novela española.

Si bien la acción de Nada transcurre en la España posterior a la Guerra Civil y Bolivia Construcciones narra las peripecias de un inmigrante boliviano en Buenos Aires, el jurado que integran los escritores Carlos Fuentes, Tomás Eloy Martínez, Griselda Gambaro, Luis Chitarroni y Hugo Beccacece encontró las similitudes señaladas entre ambas novelas particularmente en los pasajes de Bolivia Construcciones (202 páginas) que van de la página 167 a la 200. Ni en ese tramo ni en ninguna otra parte de la obra de Di Nucci se menciona la novela Nada, así como tampoco se menciona a Carmen Laforet.

A continuación se reproduce la declaración en la que el jurado fundamenta su decisión:

"Un lector, Agustín Viola, de 19 años, informó sobre «extrañas similitudes», que el jurado desconocía, entre la novela Bolivia Construcciones (Premio de Novela LA NACION-Sudamericana 2006), de Bruno Morales (seudónimo de Sergio Di Nucci) y Nada (1944), de la autora catalana Carmen Laforet. Sin ser tan extrañas, las similitudes existen en varias zonas de la novela. Bien sabemos que las distancias entre texto ajeno y propio, entre copia y originalidad, son muy difusas, y que incluso cierta crítica especializada ha borrado esas distancias. Las discusiones al respecto podrían ser infinitas. Sin embargo, la manera en que se efectúa la apropiación es la que determina su validez dentro del discurso literario. En el caso de Bolivia Construcciones, los fragmentos de Nada, incluidos con mínimos retoques, no significan una reescritura. La novela avanza, las situaciones siguen porque Carmen

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Laforet las aporta. La ética de un escritor, su honestidad intelectual, consiste en adjudicar a quien corresponda lo que no es fruto de su propio trabajo. Por todo eso, y de acuerdo con los requisitos y facultades conferidas en las Bases del Premio de Novela LA NACION-Sudamericana 2006, el jurado resuelve revocar el fallo".

Consultado telefónicamente por LA NACION, Di Nucci dijo: "Desde la primera entrevista con LA NACION hablé de la reescritura como un principio constructivo de la novela, que por algo se llama Bolivia Construcciones. Hubo ya trabajos académicos que identificaron y elogiaron ese procedimiento, que lo hizo gente de manera mucho mejor, como Juan Rodolfo Wilcock en sus primeras crónicas y en sus últimas novelas italianas. Con sólo introducir una única modificación un mismo texto cuenta otra historia.

"Nunca quise perjudicar a Carmen Laforet -sigue Di Nucci-. Por el contrario, quise que Nada, la novela de ella, tuviera más lectores y no menos. Nada es una novela clásica que se enseña a los chicos en el secundario. Quise que Nada se reconociera en Bolivia Construcciones. Es decir, se quiso mostrar a Nada, no se la quiso ocultar, lo cual hubiera sido muy fácil. Se quiso señalar a esta otra novela, no ocultarla, se la quiso homenajear, no cancelarla. Esto de la reescritura de Nada se hace en música con el sampleo, o en artes plásticas, como lo que hizo Warhol con La última cena. “En ningún lugar de Bolivia Construcciones, sin embargo, existe la menor referencia a Nada ni a su autora.

Por su parte, el director editorial de Sudamericana, Pablo Avelluto, manifestó: "Estamos muy tristes por lo que ocurrió, pero también estamos muy orgullosos del jurado del premio y muy contentos con él y con la actitud que tomó, que, por supuesto, respaldamos totalmente. Ahora, nuestros abogados están estudiando cuáles son las medidas que tenemos que tomar ante esta situación completamente inesperada".

La Nación, 8 de febrero de 2007

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2. La carta de Puán

Esta carta fue enviada al diario La Nación a principios de febrero de 2007, inmediatamente después de conocida la decisión del jurado del concurso La Nación de novela de retirar el primer premio al autor de Bolivia Construcciones, Sergio Di Nucci (o Bruno Morales). El diario la publicó recién a fines de marzo aunque circuló mucho antes de esa fecha en distintos blogs dedicados a la difusión del arte y la cultura.

Señor Director del diario La Nación,

Ante la decisión, dada a conocer por el diario La Nación en su edición de ayer, de retirar

el Premio de Novela 2006 a Bolivia Construcciones de Bruno Morales, quienes abajo

firman quieren manifestar su sorpresa por los motivos aducidos.

Bolivia Construcciones hace explícitas, ya desde su título, las dificultades de

componer una novela que busque representar desde dentro una realidad

inaprensiblemente ajena para un autor argentino, la de los migrantes bolivianos, y recurre

para este fin a una serie de usos literarios de larga data.

Uno de ellos, impugnado por el jurado, es el de transformar pasajes de otros textos

con una finalidad estética precisa. No hace falta insistir en que éste es un uso corriente en

las literaturas occidentales desde la Antigüedad, del que tantos autores se han valido

notoria y brillantemente.

Tal como ha señalado la crítica especializada, se trata de un procedimiento que

enriquece los valores de la novela Bolivia Construcciones y constituye uno de sus títulos

de neta originalidad. Su empleo, conviene destacar, no es en modo alguno ocioso o

injustificado, sino que responde a razones estructurales que obran en la novela. De este

modo, valiéndose de la transformación de ambientes, personajes y situaciones de Nada

(1944) de Carmen Laforet, novela clásica, escolar, escrita en español, que podría

conseguir y leer en Buenos Aires el joven protagonista de Bolivia Construcciones, así

como cualquiera de los lectores de esta novela, el autor crea un marco para aquellos

capítulos en los que, como en un sueño, en una deliberada idealización, dos realidades

contrastantes se funden generando una nueva realidad. También justifica este uso, desde

el interior de los diversos planos de significación que ha valorado la crítica, la presencia

constante de un nivel alegórico que coexiste con el realismo.

“Componer obras interesantes y hermosas, con frases destinadas a otros párrafos, a

otras situaciones, a otros temas, ha de ser, por lo menos, tan difícil como componerlas

con frases inventadas por uno mismo”, decía Adolfo Bioy Casares en su prólogo a La

Celestina. Sin deliberadas transformaciones entre textos, a veces evidentes, otras

recónditas, la literatura no existiría. Así, los textos de Laforet evocados han sido

transfigurados para dar lugar a textos y situaciones diferentes. Por eso consideramos a la

vez injusto y paradójico que se pretenda una limitación de Bolivia Construcciones

aquello que constituye una de sus excelencias, que una rica trama de intertextualidades

sea confundida con un grosero plagio.

Mariana Bendahan - Consejera por el Claustro Mayoría de Graduados - Facultad de

Filosofía y Letras UBA, Oscar Blanco - Docente e investigador - Facultad de Filosofía y

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Letras UBA, Federico Bossert - Antropólogo - Facultad de Filosofía y Letras UBA

Lorena Córdoba - Antropóloga – CONICET, Mirta Gloria Fernández - Profesora de

Didáctica Especial en Letras, UBA - Profesora de Semiología, UBA - Tutora del

Postítulo de Literatura Infantil y Juvenil, CEPA Escuela de Capacitación, Gobierno de la

Ciudad, Cristina Fangmann - Doctora Literatura New York University - Docente Teoría

Literaria - Facultad de Filosofía y Letras - Universidad de Buenos Aires, Fabiola Ferro -

Secretaria General de la Asociación Gremial Docente - Facultad de Filosofía y Letras

UBA, María Ledesma - Doctora UBA Diseño y Comunicación - Consejera Directiva

FADU UBA - Directora Carrera de Formación Docente FADU UBA - Profesora Titular

Regular Comunicación FADU UBA - Profesora Titular Regular Semiótica UNER,

Josefina Ludmer - Docente y escritora, Daniel Martino - Ex Comisario del Premio

Cervantes de la Lengua Española - Editor de la obra y los papeles privados de Adolfo

Bioy Casares, Ernesto Montequin - Traductor - Curador de la obra de Silvina Ocampo -

Pre-jurado del Premio La Nación-Sudamericana de Novela 2006, Luciano Padilla López

– Traductor, Jorge Panesi - Director de la Carrera de Letras - Facultad de Filosofía y

Letras UBA, Alicia Parodi - Doctora en Literatura Española - Profesora Regular

Literatura Española - Facultad de Filosofía y Letras UBA, Juan Miguel Santos - Doctor

Université D´Aix Marseille III - Profesor de Teorías de Lenguajes- Facultad de Ciencias

Exactas UBA, Diego Villar - Doctor en Antropología – CONICET, Susana Santos -

Secretaria Académica Departamento de Letras - Facultad de Filosofía y Letras UBA,

Ariel Schettini - Profesor Teoría Literaria y poeta - Facultad de Filosofía y Letras UBA,

Pablo Federico Sendon - Doctor en Antropología – CONICET, Juan Diego Vila -

Doctor en Literatura Española - Profesor Regular Literatura Española - Facultad de

Filosofía y Letras UBA

3. Homenajes, copias e inspiraciones

Por Maximiliano Tomas

En la Argentina y en buena parte del mundo, los médicos –e incluso los psicoanalistas– están obligados a contratar un seguro de mala praxis. Sucede que en torno a estas actividades profesionales se ha desarrollado una suerte de industria subsidiaria: frente a la mínima posibilidad de falta o equivocación, acecha una jauría de abogados dispuesta a sacar tajada del error ajeno.

La semana pasada se supo de la revocación del fallo por el que el periodista Sergio Di Nucci resultó ganador del Premio La Nación-Sudamericana de Novela 2006/2007. Según Agustín Viola, un atento lector de diecinueve años, la novela galardonada, Bolivia Construcciones, presentaba a lo largo de unas decenas de páginas “extrañas similitudes” con Nada, un libro de la escritora catalana Carmen Laforet publicado a mediados de la década del cuarenta y merecedor del premio Nadal. En 1997 había

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sucedido algo similar, en un certamen de cuentos del mismo diario: tiempo después de haberse otorgado el galardón se demostró, sin muchas dificultades, que Daniel Omar Azetti había copiado, línea por línea, un relato de Giovanni Papini, “El espejo que huye”.

De un tiempo a esta parte los casos se repiten: el escritor británico Ian McEwan sufrió en noviembre de 2006 una acusación muy similar a la de Di Nucci –aunque en su caso se habló de “préstamos legítimos”, “fuentes históricas” e “inspiración”. Y no sólo en el ámbito literario: autores de autoayuda o de divulgación histórica como Jorge Bucay y Felipe Pigna fueron señalados, en su momento y con gran revuelo, como apropiadores ilegales del trabajo ajeno.

No conozco a Di Nucci, no leí su novela. Tampoco la de Laforet. Lo que importa es algo más. Esta avalancha de denuncias pone de relieve un estado de situación que va más allá de la culpabilidad o no de los autores. Algo que, paradójicamente, no encuentra paralelo en otros campos de la creación. En la música, por ejemplo: con un par de loops o cambios de tono, con la mera repetición de una estrofa fuera de tiempo, los críticos especializados hablan de remixes. En el cine, si un director filma exactamente la misma película pero reemplaza el reparto –La gran estafa, El quinteto de la muerte, Casino Royale–, se habla de remakes y se factura, eso sí, como si fuera la primera vez. En las artes plásticas la práctica está más difundida: la reproducción de una obra original por otros medios no sólo se exhibe sino que se celebra como un guiño de intertextualidad. ¿Por qué esa misma indulgencia se le suele negar, con obstinación, a la palabra escrita? ¿Cuál es la diferencia entre el homenaje, la parodia o el liso y llano plagio? ¿Cuáles son los límites de cada disciplina? ¿Quiénes los establecen?

Meses atrás, el escritor Guillermo Piro señaló –no con ánimo policial sino precisamente burlesco– que el propio Miguel de Cervantes Saavedra se había inspirado afanosamente en La leyenda dorada, una obra del dominico italiano Santiago de la Vorágine que data de 1494, para escribir un capítulo de la segunda parte de El Quijote. No hace falta ir tan atrás para comprobar que ejemplos como éste sobran. ¿Pero acaso importa? Lo que causa escozor, a decir verdad, es la imparable voluntad de pesquisa y delación que parece extenderse como un virus. Como si la literatura necesitara de una cohorte de guardianes de cierto honor intangible. Como si necesitara de una fuerza de policía propia.

Este artículo apareció en el suplemento Cultura

del diario Perfil, el 11 de febrero de 2007

.

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4.

Con las manos en la masa

Por Julio Zoppi

Comprendiendo al periodista Di Nucci. No me sorprendió lo de Di Nucci en cuanto supe que era periodista. Con las honrosas excepciones que existen en todas las profesiones donde aparecen personalidades creadoras que trascienden y desbordan sus respectivos marcos, la generalidad militante del metier periodístico se caracteriza por una histeria operadora cuyo patrón de actividad típico es el hallazgo, captación, apropiación y trascripción de un producto exterior a ellos que puede recibir el nombre genérico de información, y que se manifiesta de diversas formas; desde chimentos hasta ideas ajenas. Sucede que cierto día el contexto microcultural donde habitan, distorsionado por la confusión, les hace abrigar la íntima convicción de que pueden ser escritores de un plumazo puesto que escriben, y hasta a lo mejor escriben bien. Entonces, por ejemplo, se largan a hacer novelas y como lo más natural del mundo trasladan los patrones de su modus operandi productivo y fabrican un aparente producto propio basado en la captura clandestina de materiales ajenos; no están formados para hacer otra cosa. A veces creo que un escritor puede tener más semejanza con un mecánico dental, un carpintero o un taxidermista que con un periodista, y no me explico de donde se supone tan enorme y falaz contigüidad entre una actividad y la otra. Puede que haya contribuido a ello un efecto de traslación a espejo de la situación inversa: es un hecho que han existido grandes artistas escritores que además practicaron profesionalmente el periodismo escribiendo artículos de divulgación u opinión, o bien directamente realizando cualquier tarea típica de una redacción. De allí que los periodistas, tal vez confundidos, inviertan la ecuación a su favor y crean que por el hecho de serlo están muy cercanos a volverse escritores, cuando sólo tienen en común la tarea mecánica de la escritura. Esto sería como considerar que un pintor de paredes está muy próximo a convertirse en artista plástico por el hecho de que ambos toman un pincel y pintan. Utilizar el acto mecánico de la escritura para ejercer tareas de chimenteros, transcriptores, citadores, noteros o difamadores difiere abismalmente de las aptitudes y actitudes creativas que requiere la práctica mínimamente calificada del arte literario. La carencia brutal de imaginación propia para resolver situaciones narrativas puede ser una de las razones que lleva a alguien a copiar, y es una resultante de su formación; jamás construyeron en su mente la posibilidad de confiar en su creatividad ni tampoco invirtieron energías en desarrollarla, sino que se educaron para concebir que los resultados de la imaginación son siempre una cosa ajena y producida por los demás que se descubre o encuentra en un rincón, y que su tarea natural era la de ser copistas y transcriptores de esa ajenidad, meros oportunistas captores de información. Es que el periodista no se cría para aprender a dialogar en términos cordiales con la propia voz de su creatividad, sino para encontrar la de otros en la calle y llevársela prestada, hallar el gran descubrimiento en los archivos, o ganarse la confianza de gente desconocida que la cuente la gran historia. Su pulso andante es andar revolviendo basura para encontrar el oro, en todas partes menos en la piel y en los órganos profundos de su propia mente. A menudo tanto cirujeo intelectual les da resultados; hallan por doquier historias interesantes, personajes exóticos, libros enteros ideales para robar porque suponen que nadie se dará cuenta del engaño. Al fin y al cabo están tan acostumbrados a engañar impunemente todos los días con la manipulación de la información que se relajan y

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confían demasiado. Es probable que si interrogamos el inconsciente de Di Nucci éste nos dirá algo parecido a: “Soy inocente, lo único que hice fue cumplir con mi trabajo”.

Los condescendientes vanguardistas. Pero más enervante que el acto de este plagio es el coro de imbéciles –incluida las insólitas declaraciones del plagiario– que salen a buscar citas de famosos –casi siempre fuera de contexto– para avalar y justificar el acto queriéndolo disfrazar de operación estética o experimental inscripta en alguna indeterminada corriente de vanguardia. Por favor, seamos rigurosos y serios por un instante, un choreo es un choreo y no otra cosa, tanto si nos queremos basar en el principio de no contradicción de la lógica aristotélica como en la lógica popular de barrio o en cualquier otro sistema que nos agrade que incluya entre sus pautas elementales el más mínimo sentido común. Basta del caradurismo de enmascarar la realidad flagrante con racionalizaciones y pseudo intelectualizaciones a posteriori que resultan tan repudiables como el mismo plagio. Lo peor de todo que me ha tocado leer es el artículo de Maximiliano Tomas en Perfil, con una argumentación que da tristeza clama de modo adolescente por una indulgencia barata para los fraudulentos y los corruptos de la literatura. Su texto está entre lo peor que podría esperarse de un escritor y director de un suplemento cultural. Por el tono condescendiente, hasta se podría pensar que Tomas se siente identificado con esa “técnica”. No lo sé, pero su queja de la excesiva rigurosidad de los que leen y las analogías que aporta para probar que sólo se trata de una “persecución” son de un patetismo inédito, y de esto si que nadie podría acusarlo de plagio.

No nos tomen más el pelo, dejen de insultar nuestra buena fe y nuestra inteligencia, como si no supiéramos que cosa es inspirarse en obra anterior y que otra es copiar párrafos enteros de una obra ajena y presentarlos como propios. Pongamos fin a esta torpe igualación entre copisteros y honestos creadores. Siempre la explicación de que se trataba de un “homenaje” o una obra basada en “la reescritura” basada en no se cual estética es un argumento que se esgrime después que los descubren con las manos en la masa, y habiéndose pavoneado como auténticos creadores por ahí.

O la próxima, por favor, pongan en la tapa del libro bien grande: “Esta obra se basa en reescrituras y copias de textos de obras de otros autores, consultar al pie la lista de las obras usadas”. Entonces sabremos a qué atenernos y no soportaremos tanto fraude gratuito.

Publicado en Nación Apache el 12 de febrero de 2007

http://www.nacionapache.com.ar/archives/1512

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5.

Literatura interrumpida

Por Susana Santos

Una de las características de la torpeza es conocer las cosas pero ignorar su uso correcto; su manifestación más habitual, no sólo en el campo de la crítica, es aplicar conceptos sin atender a la oportunidad y a la medida. Cuando Shaw (¿o Wells?) trataba de hacer prosélitos para el socialismo hallaba una dificultad casi insalvable en la tendencia de la gente a imaginar que las teorías serían aplicadas con rigor estúpido, hasta el último extremo: “Si no hay propiedad, ¿no son mías las pastillas que compré en la farmacia? ¿Por qué?”.

Elsa Drucaroff parte de dos premisas que juzga incontrovertibles. Una de hecho y otra de derecho. La primera, que en Bolivia Construcciones hay “plagio”. De esto, no ofrece pruebas, porque la opinión del jurado y la suya propia le bastan (apelación a la autoridad que cierra toda discusión ulterior: un conjunto de seis notables no puede equivocarse). La segunda, que el “plagio” es malo. Como es una premisa de derecho, tampoco ofrece ninguna prueba de ello. Para defender o atacar el “plagio”, sin embargo, conviene tener preparada una teoría diferente de la de “los soeces esbirros del copyright” (Daniel Link dixit).

Hay una falacia de petición de principio en Elsa Drucaroff: da por demostrado lo que debería demostrar. Como cree que Bolivia Construcciones “es” o “consiste en” un plagio (en el sentido del Derecho Penal, que de otra teoría no dispone aquí), Elsa Drucaroff cree que los defensores de la novela defienden el plagio. Y como cree que lo que ella entiende por “plagio” es un delito, cree que los defensores de Bolivia Construcciones son unos delincuentes. Hay en Elsa Drucaroff una marcada tendencia a desplazarse desde el lenguaje figurado y el lenguaje literario hacia el de la moral y el derecho, y a entender todos los términos con literalidad de intérprete dogmático de la ley positiva.

Si la literatura tal como la entendemos contara sólo con críticos de estas características, desaparecería. O sólo algunos géneros se verían promovidos. Como buena parte del malentendido en torno a Bolivia Construcciones, que llevó al jurado a anunciar el 8 de febrero la revocación del Premio de Novela La Nación-Sudamericana 2006, es una discusión sobre la literalidad, volveremos más adelante sobre este asunto.

Dejemos la discusión de fondo sobre las teorías del “plagio” y aceptemos, aunque sólo sea provisoriamente, que “plagio” es copia servil y perezosa de alguien que desea para sí, sin mediaciones, los réditos de otro autor. Tal vez valga aquí como ejemplo el caso del cuento de Giovanni (no Giacomo, ni mucho menos Giacommo) Papini, reproducido por un ex concursante de La Nación. ¿Pero cómo llega Elsa Drucaroff a la rápida conclusión de que Bolivia Construcciones “es” un “plagio”? La argumentación es simple, y parece muy fácil reconstruirla. Ella entiende que si “un lector cualquiera” (en palabras del jurado, La Nación 23 de febrero) no reconoce en un pasaje casi final de Bolivia Construcciones la continua y sistemática referencia a Nada –la novela de 1944 de Carmen Laforet–, de ello se sigue que el móvil del autor no puede ser otro que el ocultamiento doloso. Porque si ella y tan grandes escritores y críticos no consiguieron detectarla, nadie puede hacerlo.

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Esto merece una serie de explicaciones complementarias –que, si se sigue la argumentación hasta el fin– resolverán toda la cuestión. En primer lugar, las alusiones, en los textos de todas las literaturas conocidas, no siempre se perciben en primeras lecturas. Hay una diferencia entre leer un texto y estudiar un texto. Bastará citar sólo un par de ejemplos. Una de las firmantes de la Carta dirigida a La Nación el 9 de febrero con pedido de publicación en “Cartas de Lectores” (y publicada recién el 9 de marzo, sin la totalidad de las firmas autógrafas) descubrió, incrustados en un texto cervantino, dos pasajes de otros autores, sin indicación de fuentes. Se tardaron siglos para este descubrimiento.

¿Qué hacer en el après-coup? ¿Qué hacer cuando se descubre lo que, no sin ironía, otro firmante de la carta a La Nación llamó “robo”? Aquí se abren dos caminos para los críticos literarios. O bien abandonamos la literatura, y llamamos a la policía (es decir, entendemos el “robo” literalmente, como si fuera un delito del Código Penal). O bien estudiamos nuevamente el texto, y consideramos cuáles son los efectos estéticos y literarios que la evocación descubierta produce. Generalmente, toda evocación genera una lectura en varios niveles, que pueden parecer incomunicados en las primeras lecturas, y que súbitamente empiezan a mostrar nuevas alianzas. Así como el conocimiento del Martín Fierro enriquece la lectura de Borges (es un ejemplo de Elsa Drucaroff), el conocimiento de Nada enriquece el conocimiento de Bolivia Construcciones (y al revés, también el conocimiento de Bolivia Construcciones enriquece el conocimiento Nada, porque el consecuente crea al antecedente –Bolivia Construcciones es, también, una obra de crítica literaria).

Muchos creemos que Bolivia Construcciones es una obra de naturaleza singular y compleja. No es casual que lo piense, entre los firmantes, precisamente quien descubrió la incrustación cervantina, y que dedicó en diciembre a la novela de Bruno Morales, un denso estudio, “Bolivia Construcciones, novela cifrada”. Por cierto, es una discusión abierta. No todos pueden estar de acuerdo en los méritos y deméritos de la novela. Es mejor que así sea. Si en contra de algo estamos, es de cerrar la discusión entre lectores y críticos llamando a la Justicia. Porque los procedimientos de los que se vale la novela son usos literarios exacerbados, y como tales –y sólo como tales– deben ser censurados o elogiados. Que la literatura produzca efectos sociales y ella misma sea un efecto social, es una verdad de perogrullo. Pero que los críticos literarios reclamen más y mayor control social sobre ella, hace resonar ecos fascistoides.

Todavía otras dos cuestiones deben ser consideradas a este respecto. En primer lugar, toda lectura de un texto literario implica siempre avanzar en un terreno donde mucho se ignora. Sin embargo, esas ignorancias, que después se resolverán y generarán otras, en la medida que se estudie el texto, no impiden el avance. Otro de los firmantes de la carta encontró, el primero en décadas de crítica borgesiana, alusiones textuales en el cuento “Los teólogos” que permiten entenderlo como la lucha entre Perón y Farrell. ¿Invalida esto a las lecturas borgesianas anteriores? No. Pero sí las enriquece. ¿Hubieran sido mejores los textos de Cervantes o Borges si indicaran sus fuentes? Tampoco. O mejor dicho: al contrario, hubieran sido peores. La literatura –al menos, este tipo de literatura– no hace declaraciones de Aduana. La bruna oscuridad es uno de sus ideales estéticos.

Con lo que llegamos a una segunda cuestión. Esa premeditada oscuridad no es infranqueable. Precisamente, puede hacerse luz en ella. Bolivia Construcciones es una novela que evoca numerosas veces, por muchos medios, el célebre pasaje de San

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Pablo que se refiere al vidrio oscuro (uno de sus dos protagonistas se llama Quispe, palabra que como sustantivo común significa “vidrio” en quechua) y al llegar a ver cara a cara en el espejo de los enigmas. Uno de los placeres que repetidamente se atribuyen a la lectura literaria es del reconocimiento. Pero ese reconocimiento, que hace que se vuelva transparente lo que es opaco, resulta tanto más placentero, tanto más cognitivamente exigente, cuanto mayor es el esfuerzo por obtenerlo. Y nunca, nunca será completo. El “plagio”, tan denunciado por quienes se complacen en el sentido punitivo de esta palabra (que el jurado no utiliza en su anuncio de revocación publicado en La Nación el 8 de febrero, y menos aún en su discreta glosa del 23 de febrero, publicada en La Nación como “Carta de Lectores”), incurre en el dolo y en la pereza; busca cancelar el descubrimiento de otro texto que sin embargo está presente. Por el contrario, la alusión, la contaminación textual, la evocación de otras voces y otros ámbitos buscan ser reconocidas –pero sin proporcionar en nota al pie la solución, como si la novela fuera un didáctico cuaderno de ejercicios. De hecho, la evocación de Nada fue descubierta, y celebrada tempranamente, ya el pasado noviembre, por la crítica. El mismo hecho de que la presencia de este clásico de la novela española de posguerra haya sido señalada por un joven lector, que leyó este libro porque se lo había pasado una amiga que lo había leído en la escuela secundaria (según declara en entrevista con la revista Noticias), demuestra el carácter más bien omnipresente en el ámbito hispanohablante de un libro publicado en centenares de miles de ejemplares y que es una de las obras más traducidas de la lengua española. Que seis entrenados estudiosos de la literatura hayan ignorado su presencia en Bolivia Construcciones, no habla mal de ellos: ¿quién puede descubrir todos los textos que hay en cada texto? La comunidad de lectores y de críticos es afortunadamente muy amplia, y es conveniente no decidir en su nombre.

Recibido sin alarmas, el redescubrimiento de la presencia de Nada en la novela Bolivia Construcciones obliga a una relectura, que vuelve a la novela más rica y con mayores resonancias. Hacia fuera, hacia la historia literaria, también cambia su vinculación con otras novelas, que deberán ser releídas a su vez, y que a su vez iluminarán a Boliva Construcciones con su propia luz, no siempre oscura, aunque siempre insuficiente. Porque en la literatura argentina ya existe una novela que reescribe a Nada: es La Caída (1956), de Beatriz Guido. ¿Cómo no reencontrar, en este título que alude a la primera falta y a la expulsión del Edén, al anagramático Adán, al innominado narrador de Bolivia Construcciones?

Publicado en Nación Apache, 11 de marzo de 2007

http://www.nacionapache.com.ar/archives/1567

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6.

Demoliendo otras construcciones

Por Norberto Cambiasso

1- Decía James Anthony Froude -crítico por el cual Borges profesaba una justa admiración- que en cualquier cuestión sobre la que los hombres se encuentran en veredas opuestas existen tres alternativas: que los puntos de desacuerdo sean puramente especulativos y carezcan de importancia moral, que haya algún equívoco del lenguaje y ambas partes digan lo mismo con diferentes palabras, o que la verdad sea algo distinto de lo que sostienen las partes y cada uno asuma algún elemento importante que el otro tiende a ignorar u olvidar. En cualquier caso, agregaba, cierta calma y un buen temperamento son necesarios para comprender y oponernos con éxito a aquello con lo que no estamos de acuerdo.

Prudente consejo que los detractores de Bolivia Construcciones desconocen por completo. De allí el ensañamiento gratuito con el que muchos fustigan la persona de su autor como si éste no fuera más que un vulgar delincuente. ¡Plagio!, aúllan los guardianes de la moral y las buenas costumbres; y su prédica adquiere las resonancias de una aristocrática señora que se siente traicionada por ese imperdonable descuido en el que por un instante -sólo por un instante- pareció recaer su diario de cabecera.

Mientras tanto, la discusión se amplifica a través de blogs, periódicos y revistas, escritores y académicos. La mayoría opina con esa delectación tan propia de la idiosincrasia argentina que consiste en la deleznable voluntad de hacer leña del árbol caído.

2- Las reacciones histéricas a que dio lugar el affaire Bolivia no son desinteresadas. Bien vale la pena citar algunos ejemplos. Me enteré de la decisión del jurado de dar marcha atrás con el premio durante mis vacaciones, a través de una horrenda nota de Clarín que respiraba satisfacción por todos sus poros ante ese aparente desliz que, según la irrefrenable lógica del mercado, acarrearía el ineluctable desprestigio del premio de la competencia. Lógica ésta que La Nación-Sudamericana no podía menos que compartir. Sólo hay competencia allí donde se admiten presupuestos comunes y se aceptan reglas de juego que, la mayor parte de las veces, se contraponen a las elecciones individuales. En ese sentido, y aunque no pueda confirmarse más allá del terreno especulativo, la premura con que el jurado se arrepintió de su anterior entusiasmo parece directamente proporcional a las presiones corporativas que debe haber sufrido. Y hay que decir que fue el dictamen de ese mismo jurado el primero en adjudicarle al asunto esos sobretonos morales y jurídicos en los que se ha empantanado la discusión. “La ética de un escritor, su honestidad intelectual, consiste en adjudicar a quien corresponda lo que no es fruto de su propio trabajo”, dijeron. Y Pablo Avelluto, director editorial de Sudamericana, coronaba el asunto con una amenaza que sólo por eufemismo podría uno adjetivar como velada: "Estamos muy tristes por lo que ocurrió, pero también estamos muy orgullosos del jurado del premio y muy contentos con él y con la actitud que tomó, que, por supuesto, respaldamos totalmente. Ahora, nuestros abogados están estudiando cuáles son las medidas que tenemos que tomar ante esta situación completamente inesperada". ¿Cómo no estar

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orgulloso de esos corderitos que, ante la primera dificultad, dieron la espalda a una novela por la que habían manifestado un desbordante frenesí y corrieron a refugiarse bajo las faldas de sus patrones? ¿Qué clase de postura podía tener en el conflicto un jurado de cinco miembros de los cuales uno es hombre de La Nación, el otro, empleado de Sudamericana, el tercero, futuro director del suplemento cultural con el que el diario de los Mitre saldrá a competir con Ñ y el cuarto, artista exclusivo del periódico en cuestión? Todos tenemos que vivir de algo y nunca es bueno morder la mano que nos da de comer. Pero convendrán conmigo en que no es ésta una gran plataforma para despacharse con sermones acerca de la ética y la honestidad intelectual.

“Los lazos de esta novela con la novela clásica son firmes e imperceptibles. Son exigencias, no pavoneos, de modo que mencionarlos implica una especie de traición...”, afirmaba con sensatez uno de los jurados en octubre de 2006. Y el propio autor advertía: “En Hechos inquietantes, Wilcock tomaba una frase de una narración externa: Los egipcios adoraban a las momias, y cuidaban minuciosamente sus órganos para que funcionaran cuando fuera necesario. Wilcock reemplaza momias por adolescentes. El procedimiento es utilizado en Bolivia Construcciones, insertando la palabra bolivianos por cualquier otra palabra de aires prestigiosos: momias, argentinos o alemanes. Prefiero que aquellos que aprecian ese tipo de cosas las descubran”.

3- La exaltación, como ya es sabido, dejó paso a la perplejidad. Y se impuso la ley del menor esfuerzo, la misma que tantos le endilgan al autor para condenarlo de modo sumario. Ningún empeño por averiguar si razones estructurales, ligadas a los diferentes niveles en que discurre la novela, justificaban la elección de un procedimiento que sólo la cerril moralina de quienes se constituyen en testaferros del patrimonio ajeno pudo calificar con términos más dignos de la comisaría 25 que de cualquier discusión estética.

No es este lugar para demostrar que la apropiación literaria no constituye violación alguna del trabajo ajeno, que las operaciones artísticas no son reductibles a las leyes de copyright. Cualquier lector informado de este blog conoce la plunderfonía y el sampler y sabe que el reloj de quienes levantan el dedo acusatorio atrasa varias décadas. Pero hay que mencionar la pereza intelectual de un jurado que fue incapaz de indagar las relaciones productivas entre Nada y Bolivia, prefirió jugar el juego de las lágrimas y revocó el fallo anterior sin el adecuado análisis y la extensa justificación que hubiera merecido una decisión semejante.

Es cierto que no fueron sus miembros los que pronunciaron la palabra “plagio”. Pero su infortunado fallo bastó para arrojar ese manto de sospecha del que tantos otros se valieron para concluir el sucio trabajo de desprestigio. Aún a riesgo de ponerse en ridículo al seguir a rajatabla el fervor policíaco de un joven denunciante indudablemente muy mal asesorado.

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4- Un tono más prudente se advierte en la carta de lectores de La Nación del 23 de febrero. Allí, los cinco integrantes del jurado responden a otra famosa y, por entonces inédita misiva que, con su honestidad y buena fe características, el diario recién publicaría mucho más tarde. La condena personal parece ceder el terreno a razones estéticas. Ahora resulta que el descubrimiento de la novela de Laforet debilitaría los méritos de Bolivia Construcciones. El argumento se basa en una operación espuria que tiende a reducir la noción de intertextualidad a una identificación de “fuentes de manera que sea visible para cualquier lector”. Dejemos de lado tan peculiar comprensión del concepto para no perdernos en interminables discusiones técnicas; mencionemos, sin embargo, que la Carta firmada por Jorge Panesi, Josefina Ludmer y otros intelectuales y publicada recién en marzo no menciona la palabra ni el concepto de intertextualidad. Tampoco deja de ser curioso que se apele a una suerte de populismo de salón. De repente, el jurado se convierte en el adalid del lector común. ¿Será porque un lector común tuvo a bien advertir a los cinco notables de la existencia de Nada? No dudo que el jurado sepa ser agradecido. Lo que no entiendo es por qué es jurado, si no reivindica para sí ninguna autoridad más allá de la del lector común. Hasta donde tengo noticia, ningún premio literario ha llamado nunca a un lector común, sea lo que signifique esa abstracción indemostrable, para integrar las filas de un jurado.

Lo que se espera de éste es que no se haga eco fácil de una denuncia, ni convierta a una discusión literaria en un linchamiento moral. Las razones estéticas que aduce brillan por su ausencia. De lo contrario, debería haber contemplado al menos la posibilidad de que Nada refuerce, en lugar de debilitarlos, los méritos literarios de Bolivia Construcciones. La relectura forma parte de la literatura; las notas al pie, en general, corren por cuenta de los críticos antes que de los autores. De golpe, el pecado de Bruno Morales se reduce a una mera descortesía. No tuvo a bien informar al jurado de esos párrafos en cuestión. Y el jurado, que es agradecido pero no tolera la descortesía, obró en consecuencia. No fuera a ser cosa que perdiera credibilidad ante cualquier lector y éste no lo considerara más uno de los suyos. Porque ya se sabe, La Nación ha sido, es y siempre será el diario de la gente común.

en http://esculpiendo.blogspot.com/2007/03/demoliendo-nuevas-construcciones.html (publicado el 18 de marzo de 2007)

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7. Sobre el plagio

Por Josefina Ludmer

No comparto la idea o el mito del autor como creador y la ficción legal de un propietario de ideas y/o palabras. Creo, por el contrario, que son las corporaciones y los medios los que se benefician con estas ideas y principios. El mito del plagio (”el mal” o “el delito” en el mundo literario) puede ser invertido: los sospechosos son precisamente los que apoyan la privatización del lenguaje. Las prácticas artísticas son sociales y las ideas no son originales sino virales: se unen con otras, cambian de forma y migran a otros territorios. La propiedad intelectual nos sustrae la memoria y somete la imaginación a la ley.

Antes del Iluminismo, la práctica del plagio era la práctica aceptable como difusión de ideas y escritos. Lo practicaron Shakespeare, Marlowe, Chaucer, De Quincey y muchos otros que forman parte de la tradición literaria.

El derecho de autor se desarrolló originariamente en Inglaterra en el siglo XVII, no para proteger autores sino para reducir la competencia entre editores. El objetivo era reservar para los editores, perpetuamente, el derecho exclusivo de imprimir ciertos libros. La justificación, por supuesto, era que el lenguaje en literatura llevaba la marca que el autor le había impuesto y que por lo tanto era propiedad privada. Con esta mitología florecieron los derechos de autor durante el capitalismo, y establecieron el derecho legal de privatizar cualquier producto cultural, ya sean palabras, imágenes o sonidos.

Como se ha dicho tantas veces, fue en los año ‘60 que Foucault, en primer lugar, y después Barthes y otros, mostraron que “la función autor” impedía la libre circulación y composición de ideas y conocimientos. Pero desde 1870 Lautréamont (como después Maiacovski durante la Revolución Rusa) defendió una poesía impersonal, escrita por todos, y sostuvo que el plagio era necesario. (Borges también lo hizo, y pensaba, a partir de Valéry, en lo que llamaba el espíritu creador de literatura.)

A partir de Lautréamont las vanguardias del siglo XX, Dadá y los surrealistas, rechazaron la originalidad y postularon una práctica de reciclado y rearmado: los ready-mades de Duchamp y los montages con recortes de diarios de Tristan Tzara. También rechazaron la idea del “arte” como esfera separada. Pero fueron los situacionistas los que llevaron estas ideas al campo teórico, defendiendo el uso de fragmentos ya escritos (o imágenes, o películas) como medio para producir otras (nuevas) obras. Estas prácticas también incluían obras colectivas, muchas veces sin firma. Recuerdo la revista Literal en los años ‘70, donde no existía firma de autor.

Desde entonces, y en esa tradición, creo que “el plagio” es simplemente un procedimiento para pensar y escribir.

Hoy se postula el uso de nombres diferentes (como es común en Internet), como táctica de enfrentamiento al mito del creador y propietario. En Italia el fenómeno de Luther Blissett tuvo este sentido: muchos escritores empezaron a usar este nombre como “firma” para enfrentar la máquina editorial y mediática. Después de su “suicidio” surgió el colectivo Wu Ming (anónimo, en chino), que escribe novelas rehusando todo tipo de escrituras y enfrentando la idea de “propietarios legales” de textos.

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Hoy, a partir de “la revolución digital”, el argumento ya no es que el autor es una ficción y que la propiedad es un robo, sino que las leyes de propiedad intelectual deben ser reformuladas. La tendencia es explorar las posibilidades del significado en lo que ya existe, más que agregar información redundante. Estamos en la era de lo recombinante: en cuerpos, géneros sexuales, textos, y culturas.

Como el plagio conlleva una serie de connotaciones negativas los que exploran su uso lo han camuflado con otras palabras: ready-mades, collages, intertextos, apropiaciones. Todas estas prácticas son exploraciones en el plagio y se oponen a las doctrinas esencialistas del texto. Precisamente uno de los objetivos del plagio es restaurar la dinámica y fluidez del significado, apropiando y recombinando fragmentos de cultura. El significado de un texto deriva de sus relaciones con otros textos.

Creo que toda condena de plagio (toda condena de un escritor como “delincuente” literario) es un acto reaccionario. Y si pienso en una política propia de los que escribimos, la consigna central sería que todo libro editado, como los periódicos, sea digitalizado y puesto en Internet cuando aparece, para que pueda ser leído y usado por cualquiera que pueda acceder libremente.

Publicado en el suplemento Radar de Página 12 el 27 de mayo de 2007.

8. Nada que ver con otra historia

Por Bruno Morales

Siempre serán odiosas las palabras de un premiado, dije al recibir el Premio La Nación-Sudamericana. Más aún lo advierte el premiado en el trance de explicar su libro.

Mucho tiempo me llevó pensar Bolivia Construcciones, novela que narra la vida de dos inmigrantes bolivianos en la villa del Bajo Flores. Mucho más que escribirla. Como dije aquella noche del premio, hay fines y medios. El fin, que alcancé, era la donación a una ONG boliviana: el 6 de diciembre, recibido el dinero, lo entregué a ADA. La novela era el medio. A la vez, desafío: una novela de incidencia política que fuese muy literaria.

Me explicaré considerando una cuestión del plan de mi novela. Antes de escribir una sola línea, yo quería que en un pasaje casi final el narrador adolescente entreviera una evasión de su vida cotidiana. Recordaba una novela que siempre me gustó, El visionario (1934) del católico Julien Green. En la primera de sus partes el protagonista vive en una villa de provincia, desde la cual ve un castillo. En la segunda, ingresa en el castillo. En la tercera, retoma su vida anterior: ignoramos si soñó la aventura, o si leyó y recreó una novela de capa y espada.

Esta oposición entre mundo laboral y fantasía libresca me seducía. Sin embargo, me disgustaba que la división en partes fuera didáctica, y que la fantasía aristocrática, de algún modo, triunfase. Para mi novela, yo quería que el ingreso en la fantasía fuera gradual, menos perceptible, y que el protagonista fracasase en su evasión de lo cotidiano.

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Comprendí que para sostener la ilusión de ese pasaje casi final, que serviría de contraste, debía crear un marco. Y que convenía elegir como referencia un texto casi obligatorio en español, de estilo llano, con infinitas ediciones, que aun el narrador protagonista pudiera llegar a leer. Un clásico que contara, además, con el encanto de la distancia. Nada (1944), de la católica Carmen Laforet, se impuso por esos y otros motivos. La narradora en esta novela, Andrea, llega de un ámbito semirrural a una ciudad gótica, Barcelona. Estudia Letras y griego, lengua en que su nombre significa “varón”. Esto terminó por decidirme. Era la novela que mi pasaje evocaría: Nada era la inversión de Adán. Que el adánico y como tal innominado narrador de mi novela anhelara perder su identidad y fundirla con la de Andrea, y fracasara, generaría, pensaba yo, algo nuevo, “rico y extraño” para aquel pasaje.

No por azar, la evocación tiene lugar en una secuencia que caractericé como “impostada” (La Nación, 5 de noviembre). El protagonista está solo, sin su amigo. Vive una escena nocturna, tal vez soñada, en una novela de jornadas diurnas y laborables. El narrador se siente perdido en una villa que ya conoce. Lo familiar se torna extraño, y al revés. Por primera vez, una mujer lo besa, y ahora él la quiere salvar. Pero es una mujer de libro y no real. Concluida esa secuencia, el narrador se lava con aguas que ni lo refrescan ni lo limpian: el mundo de ensueño quedó atrás. En el capítulo siguiente, vuelve a su amigo, a los trabajos y los días. Adecuar su vida al libro que lo contaminó no ha sido posible: es esencialmente ajeno.

Todo efecto de extrañeza se habría anulado si las pistas fueran fáciles, o si la intervención de Nada fuera prenunciada. Las pistas sólo valen para un lector que ya conoce Nada, no para otro.

En el siglo XVIII, los novelistas filosóficos hacían que un piel roja visitara Europa para poder criticarla sin riesgo. En Bolivia Construcciones, la voz del narrador boliviano podría pasar por la única verdadera en un mundo de imposturas argentinas. También ésta revela ser una ilusión perdida cuando el lector descubre la evocación.

Me he resignado a exponer lo que habría preferido que cada lector descubriese por sí mismo, para mostrar qué deliberación artística rige la composición de Bolivia Construcciones. Sujeto a ella, uno y solo uno de los instrumentos elegidos fue evocar a Nada, tercera obra más traducida de la lengua española, a lo largo de unas treinta páginas, en el contexto de una trama y ambientación autónomas. Que obras de arte planeadas y compuestas así no nos parezcan tan buenas, o ni siquiera obras de arte, es un debate legítimo, pero que conviene reservar a la crítica y al público. Darlo por concluido midiendo y pregonando de antemano cómo debe formar su opinión cada uno agravia a los lectores, cuyas capacidades se cuestionan, y acaso a la literatura.

Publicado en el suplemento Radar de Página/12 el 3 de junio de 2007.

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���� Síntesis Acerca de la relación entre creación artística y propiedad

El texto que sigue es una carta abierta del artista plástico Alejandro Propato en la que denuncia la apropiación de su obra Arte de las playas por parte de la Asociación de Artistas Visuales de la República Argentina (AAVRA). Tras su lectura atenta (y la de los textos anteriores sobre el caso Bolivia Construcciones) escribir un artículo de opinión acerca del tema de la propiedad de la producción artística. La nota estará destinada al suplemento cultural de un diario de circulación nacional. En ella debe plantearse claramente un problema en torno de la noción de propiedad intelectual y se debe definir y defender una posición (tesis) en esta controversia. En la página 39, el diagrama que esquematiza el funcionamiento de la máquina retórica tiene por objeto orientar la planificación de este escrito (y cualquier otro de texto argumentativo).

¿Quién protege las obras de los artistas emergentes?

“Guardavidas Mr. Eamon Keaney sentado en la playa Grattan Road de Salthill durante la instalación de banderas del artista argentino Alejandro Propato, “Arte de las playas”, para el “Galway Arts Festival” (Tapa del -THE IRISH TIME- Dublín 17 de julio de 2003)

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Estimados artistas convocados por la Asociación Argentina de Artistas Visuales (AAVRA) para intervenir banderas, en la Bienal del Fin del Mundo:

Hace poco tiempo tomando conocimiento de que en la “Bienal del Fin del Mundo (marzo-abril 2007) “AAVRA participará con una acción que guarda una manifiesta identidad con mi obra “Arte de las Playas” les cursé una carta reclamando por la violación los derechos de propiedad intelectual de mi obra.

La presidenta de AAVRA, rechazó mi carta argumentando: “Las ideas, como es sabido no están protegidas por las leyes que protegen los derechos de autor. Aunque usted hubiese concebido antes tal idea, cosa que negamos”....

Como ustedes podrán ver en la página www.artedelasplayas.com.ar inicié mi obra en el 2000, con un recorrido a lo largo de la costa Argentina, armándola en Cariló, Villa Gesell, Mar del Plata, Las Grutas, Puerto Madryn y Playa del Límite entre Chubut y Santa Cruz. En todos estos sitios fue declarada de interés cultural en 1999.

En el 2003, invitado por EUNETSTAR ( EUROPEAN NETWORK OF STREET ART, organización que nuclea festivales de arte de distintos países de Europa ) armé “Arte de las Playas” en reconocidos festivales de arte público de Holanda, Bélgica, Irlanda e Inglaterra.

En el 2004, cuando era conocido en el ambiente artístico que AAVRA buscaba proyectos de arte, para armar en la Patagonia, se reunieron conmigo y me propusieron, a través de su presidenta, Nora Correas, que artistas que ellos iban a convocar pintaran las banderas de mi obra. Aunque rechacé esta posibilidad, les ofrecí crear otra obra que se adaptara mejor a ese propósito. Con posterioridad, a esa reunión, no se comunicaron nuevamente.

Si bien es cierto que la legislación vigente no protege las ideas, es un error considerar una obra de arte conceptual tan sólo como una idea.

Por lo tanto el que quiera utilizar una obra de arte conceptual con la intención de intervenirla, reinterpretarla o rescribirla debería contar con el permiso y/o la mención al autor de la misma.

Un lector comunicó al diario La Nación que había encontrado similitudes entre Bolivia construcciones (premio de Novela La Nación-Sudamericana 2006) y Nada, escrita por Carmen Laforet. El autor de Bolivia construcciones declaró haber reescrito la obra Nada pero sin referenciar a la autora. El Jurado le retiró el premio considerando, entre otras cosas, lo siguiente:”La ética de un escritor, su honestidad intelectual, consiste en adjudicar a quien corresponda lo que no es fruto de su trabajo”.

Y vaya que armar “Arte de las playas” fue, para mí, un duro trabajo. Esfuerzo del que no me arrepiento ya que dio los frutos más hermosos, en la devolución de la gente que pudo vivir mi obra.

Me pregunto si AAVRA habría convocado a pintar mingitorios sin mencionar a Duchamp, o a teñir las aguas de la Bahía de Ushuaia sin la autorización y/o mención de García Uriburu. Y qué tal un Partenón de libros pintados por artistas sin el visto bueno de la Minujín. En el ámbito de la cultura, resultarían inadmisibles estas posibilidades. Todo parecería indicar que, en mi caso, por no ser un artista famoso y no frecuentar el circuito tradicional no dudan en proceder de esta impropia manera.

En este marco de situación donde la comisión directiva de AAVRA y los responsables de la organización de la Bienal del Fin del Mundo se atreven a ningunear y maltratar a un artista emergente les pido, como colegas, su apoyo.

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Este apoyo se pondría de manifiesto retirando sus obras de esta acción colectiva, con la que sus gestores pretenden ir en defensa de territorios geográficos y se olvidan de actuar con corrección en los territorios artísticos.

Con el deseo y la esperanza que podamos, entre todos, cuidar de la libertad y honestidad del accionar artístico y de esta manera sumar libertad y honestidad a la sociedad toda los saluda atentamente. Alejandro Propato –escultor arquitecto- www.artedelasplayas.com.ar [email protected]

DNI 20617876

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CÓMO FUNCIONA LA MÁQUINA RETÓRICA Guía para la planificación de un texto argumentativo

SITUACIÓN ARGUMENTATIVA

KAIROS: elegir la ocasión oportuna, el contexto espaciotemporal adecuado DECORUM: seleccionar el tono adecuado al tema, a la circunstancia y al auditorio

Controversia: sobre un tema legítimo � ¿Es razonable hablar de propiedad de las ideas artísticas? ¿BC es un plagio de Nada? No sería legítimo cuestionar que se haya premiado una novela sobre bolivianos o la inteligencia del autor de Arte en las playas, p. ej.

Sujeto: legitimidad para tomar la palabra � quiénes y en qué medida están habilitados para opinar.

Auditorio: características, valores � dependerá del ámbito elegido para argumentar: (distinción entre especialistas y no especialistas)

Discurso: elección del género en función del ámbito � carta de lectores, ensayo crítico, etc.

Finalidad: persuadir (orientar la conducta de un destinatario particular), convencer (apelar a la razón de un auditorio universal)

INVENCIÓN encontrar qué decir

2 problemas básicos

Cómo formular la quaestio

Cómo buscar argumentos

2 objetivos

Psicológico: conmover ����conocer al destinatario Lógico: convencer ����presentar buenas pruebas

Pruebas

Extratécnicas ���� pasajes de BC

Intratécnicas ���� Inductivas ���� Ejemplo ���� Deductivas ���� Lugares

DISPOSICIÓN ordenar lo que se ha encontrado

EXORDIO

captatio presentación benevolentiae

NARRATIO

descripción hechos

CONFIRMATIO

proposición argumentación discusión

EPILOGO

ELOCUCIÓN ponerle palabras, adornar con las figuras

figuras

sentido ���� metáfora, metonimia

dicción (fónicas) ���� rima, aliteración, paronomasia

construcción ���� elipsis, repeticiones, simetrías

pensamiento ���� ironía, oxymoron, paradoja

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