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Ilustre Arreola

En l elborción del dictmen pr declrr Jun José Arreol Benemérito Ilustre del Estdo de Jlisco, el Con-

greso del Estdo inolucró expertos en el tem. Así, más llá de trbjr un expediente burocráticmente, recurrimos los lectores, estudiosos y colegs de Arreol. L conoctori resultó en más de einte textos que ofrecieron liosos rgu-mentos. Fue proceso de dictminción legislti inédito que responde los indudbles méritos de Jun José Arreol, uno de los grndes escritores de l lengu espñol.

Presentmos en ests págins un selección de los textos que recibimos, donde mnifestron dhesión e interés pr que Arreol fuer declrdo Benemérito Ilustre de Jlisco, difundiendo sí l prte más signi cti del expediente que se integró pr l declrtori.

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Téofilo Guerrero ~ Juan José Doñán ~ Jorge EsquincaFernando Solana Olivares ~ Avelino Sordo V ilchis

Eugenio Partida ~ Godofredo OlivaresErika Elizabeth Sánchez Benavides ~ José Israel Carranza

Luis V icente de Aguinaga ~ Rodrigo Ruy Arias, et. alRaúl Aceves ~ Silvia Eugenia Castillero

Marco Aurelio Larios ~ Manuel Falcón Morales

Secr etaría de Cult ur a ~ Gobier no de Jalisco2015

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D.R. © 2015, Téofilo Guerrero, Juan José Doñán, Jorge Esquinca, Fernando Solana Olivares, Ave-

lino Sordo Vilchis, Eugenio Partida, Godofredo Olivares, Erika Elizabeth Sánchez Benavides,

José Israel Carranza, Luis Vicente de Aguinaga, Rodrigo Ruy Arias, Jesús Cruz Flores, Amado

Aurelio Pérez, Silvia Eugenia Castillero, Marco Aurelio Larios, Manuel Falcón Morales.

Primera edición, 2015

D.R. © 2015, Secretaría de Cultura

Gobierno del Estado de Jalisco

Av. de la Paz 875, Zona Centro

44100, Guadalajara, Jalisco, México

ISBN: 978-607-734-055-3

Impreso y hecho en México

Printed and made in Mexico

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En el prólogo de la «edición definitiva» de Confabulario, que Juan José Arreola tituló «De memoria y olvido», nos hace «Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posi-bles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu».

Hoy nos damos la oportunidad de reconocer a alguien que también se dedi-có en cientos de páginas y horas de disertaciones, a manifestar mediante la pala-bra, el espíritu; a un Juan José Arreola que nos legó los cimientos de una nueva narrativa, de un compromiso irrenunciable con su oficio y con las letras.

La obra de Juan José Arreola, una herencia de los jaliscienses, es reconoci-da en todas las latitudes como un festival de la lengua, como una colección de imágenes de un pasado, un presente y porvenir que le han dado identidad a las letras mexicanas.

Arreola fue un convencido de su oficio, que ejercía con responsabilidad y determinación. Afrontó, contra muchos obstáculos, una brillante labor de editor; como lo relatan sus contemporáneos, fue un gran conversador, pero también un inigualable formador y maestro de escritores. Hugo Hiriart, por ejemplo, re-cuerda que Juan José Arreola hacía «de la más trivial conversación una fiesta del espíritu y un monumento a la literatura».

Como alguien comprometido con su oficio y dedicado a hacer de cada ora-ción una celebración de la lengua; como alguien convencido de su vocación, Arreola no fue un asiduo a la fama y a la comodidad de la que disfrutaban mu-chos de sus contemporáneos. Arreola prefería nutrirse de experiencias para ir

Juan José Arreola,Benemérito Ilustre del Estado de Jalisco

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construyendo un legado literario propio de un orfebre, de un artesano. Tal vez por ello es que hasta hoy —aunque su obra es justamente valorada por los exper-tos y por sus inumerables lectores— sea que de manera institucional nos dedi-quemos a rendirle homenaje y a otorgarle el tan merecido reconocimiento como Jalisciense Ilustre.

Juan José Arreola, un escritor reconocido y admirado por tantos, no me-rece otra cosa más que ser homenajeado por sus propios lectores, por quienes han acudido a su obra para vivir una experiencia única. En la eleboración del dictamen nos propusimos ir más allá de lo usual, involucrando a expertos en el tema.Así, más allá de elaborar un dictamen burocrático, de llenar el expediente, recurrimos a sus lectores, a sus estudiosos, a sus colegas. La convocatoria resultó en la recepción de más de veinte textos, escritos en diferentes formas y géneros, que nos ofrecen valiosos argumentos que dejan en claro por qué Juan José Arreo-la merece ser declarado Benemérito Ilustre del Estado de Jalisco. Este proceso de dictaminación legislativa inédito, por nunca antes intentado, responde justa-mente a la vocación y capacidad originales de uno de los más grandes escritores de la lengua española.

Con este pequeño volumen, que es una selección de los textos que recibimos de la comunidad cultural del estado, donde de diferentes maneras manifesta-ron su gusto, interés y, por supuesto, adhesión para que, en un acto de recono-cimiento de los grandes valores culturales, Juan José Arreola fuera declarado Benemérito Ilustre de Jalisco, buscamos difundir una parte importante —y muy significativa— del expediente que integramos para la declaratoria.

En el relato «El silencio de Dios», el protagonista escribe, «Necesito hablar y confiarme; no tengo destinatario para mi mensaje de náufrago. Quiero creer que alguien va a recogerlo, que mi carta no flotará en el vacío, abierta y sola, como sobre un mar inexorable». Al final, desde otra dimensión, algún Dios responde al autor de la carta, que «en lugar de ocuparte en investigaciones amargas, te dediques a observar más bien el pequeño cosmos que te rodea. Registra con cui-dado los milagros cotidianos y acoge en tu corazón a la belleza. Recibe sus men-sajes inefables y tradúcelos a tu lengua». Y esto es precisamente lo que estamos intentanto hoy, al registrar y acudir a la belleza traducida en la obra de Juan José

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Arreola, para pagar una vieja deuda con uno de sus más grandes protagonistas de la historia literaria del mundo de habla hispana.

Hoy estamos aquí, porque estoy segura que a muchos nos sucede lo que a Julio Cortázar con la obra de Juan José Arreola. Cortázar le escribió, en una car-ta de 1954, que «acabo de leer sus cuentos —y releer los que más me gustan, y después superleerlos, que consiste en leerlos en el recuerdo—, y estoy contento». Nosotros también estamos contentos de releer y superleer a Juan José Arreola en este recuerdo y en este homenaje a su obra.

Verónica Delgadillo García, 23 de septiembre de 2014

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Somos más o menos treinta mil, unos dicen que más, seguramente somos más, muchos más de los que pudieran pensarse, y pensamos que Juan José Arreola merece ser declarado Benemérito de Jalisco, y que contribuya a engalanar a una Rotonda de los Jaliscienses Ilustres que ya merece una visita digna, como la del Maestro.

Si Jalisco tiene voz, es gracias a sus literatos, y por supuesto a la letra inquie-ta y vivaz del ilustre zapotéense, que supo darle brillo, alegría y perspicacia a todo cuanto escribió.

Somos mucho más de treinta mil los que damos fe de la calidad humana y generosidad del Maestro, al declararlo Benemérito de Jalisco, el Congreso rendi-rá un homenaje más que merecido a un jalisciense que nos representa orgullosa-mente en el Parnaso mundial.

¿Por qué Arreola?

Teófilo Guerrero

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A trece años su muerte, el jalisciense Juan José Arreola sigue siendo un escritor excepcional, aparte de haber sido también uno de los animadores más extraordinarios que han tenido las letras mexicanas y la vida cultural de nuestro país. Porque, aparte del prosista supremo, a quien se deben algunas de las me-jores páginas que se escribieron en nuestra lengua durante el siglo X X, Arreola fue también un talento multifacético, capaz de convertir en objeto de interés vital casi todo lo que tocaba. Contra la opinión farisea, que dice «lamentar» que el autor de La feria presuntamente hubiera desperdiciado parte de su talento en fri-volidades, cuestiones baladíes o asuntos de poca monta, está el hecho irrebatible de que, entre nosotros, nadie como él fue capaz de popularizar, sin banalizarlos, no sólo a varios de los grandes escritores de todos los tiempos, volviéndolos cer-canos y haciéndolos accesibles a las personas más alejadas de ellos, sino de llevar al mismo tiempo una altísima cuota de amenidad, sensatez, gracia y buen gusto a campos donde este tipo de valores escasean enormemente: la radio y la televi-sión (de manera particular, la televisión abierta que se hace en nuestro país).

Un Midas verbalAparte de su obra literaria, la cual, además de su perfección formal, es una re-flexión sobre la condición humana, Arreola dejó un magisterio en diversos cam-pos del quehacer humano. A diferencia del juicio de no pocos de sus contempo-ráneos —en ocasiones, incluso, contra su propia y autocrítica opinión—, el suyo no fue un talento disperso y menos aún desperdiciado, sino un genio proteico y renaciente. Ese talento no sólo se desplegó en diversos ámbitos, sino que a

Arreola benemérito

Juan José Doñán

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varios de esos ámbitos terminó dándoles una dignidad de la que carecían hasta antes de la eclosión arreoliana. No es exagerado decir que llegó a ser una suerte de encantador de serpientes, que vivió para contarlo; un equilibrista que, sin red protectora de por medio, fue capaz de caminar con gracia y donaire sobre un alambre, desafiando el vértigo de la altura y la amenaza de la caída libre; un histrión que no repetía rutinas y, lo más importante —algo que habla también de su autenticidad—, que nunca se detuvo por temor a hacer el ridículo.

Ante los micrófonos y las pantallas de la televisión, Arreola no sólo se prodi-gó sobre muchas de las cosas que más le importaban (el lenguaje, la memoria, la literatura, el eterno femenino, la música, la amistad, la historia, el arte, la condi-ción humana, la educación, el ajedrez…), sino también sobre asuntos circunstan-ciales que estaban muy lejos de formar parte de sus intereses profundos. Verlo y oírlo hablar de futbol, cuando éste se vuelve asunto casi ineludible (durante un campeonato mundial, por ejemplo) era una experiencia aleccionadora,en mu-chos sentidos. Por un lado, se ponía de manifiesto su voluntad —más aún que su vocación— terenciana, pues como buen amante de los clásicos Arreola se pro-puso que nada de lo humano le fuese ajeno. Pero, por otro lado, el espectador televisivo se encontraba con una verdadera caja de sorpresas: un hombre ajeno al balompié, hablando, de una manera lúcida, informada y gozosa, lo mismo de la «olvidada vocación épica» del ser humano, que del milagroso espíritu lúdico («que a todos nos vuelve niños»), o de la naturaleza de los nombres de los futbo-listas: «¿Has reparado —le decía a Jorge Berry, durante el mundial de Italia, en 1990— en ese jugador de Rumania llamado Lacatus? Fíjate que nombre más lati-namente puro: La-ca-tus. Nada casual, por otra parte, dado que lo que ahora es su país formó parte del gran imperio latino y su afinidad nominal con la capital de ese imperio sigue estando a flor de piel: Roma, Romania, Rumania».

Un clásico de nuestro tiempoArreola fue, a no dudarlo, una de las personas más gratas que ha habitado en nuestra república literaria; un finísimo editor; un dandy, cuya voluntad de aliño lo llevaba frecuentemente a trasponer las fronteras de la elegancia ortodoxa; un lector que llegaba a presumir que ya no leía a varios de sus escritores más queri-

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dos, por la sencilla razón de que se «los sabía de memoria»; un conversador de muchos quilates, capaz de encantar a los más diversos auditorios, lo mismo con su saber —un saber prodigioso, del cual estaba desterrada la pedantería— que con una serie de ocurrencias que rayaban en la inspiración; un excepcional sujeto de entrevista que, apenas con una pregunta de por medio, la cual en ocasiones era innecesaria, solía crear prosas verbales; un profesor tan heterodoxo como dotado para la enseñanza (un testimonio frecuente de quienes asistieron a sus clases es que sus alumnos solían salir levitando del aula).

A él se le debe, también, entre nosotros, la invención de eso que se conoce como taller literario. Durante los años cincuenta y parte de los sesenta, en un arranque de generosidad que mucho lo honra, Arreola habilitó una parte de la casa que ocupaba con su familia, en la colonia Roma de la ciudad de México, para recibir a jóvenes escritores que comenzaban a hacer sus primeras armas literarias, con el propósito de darles alineación y balanceo (como es común en cualquier taller mecánico) a los artefactos verbales o textos que comenzaban a hacer. Pero Arreola no sólo se quedó en el Sócrates literario, capaz de hacer que los otros se dieran cuenta de sus extravíos y encontraran la mejor forma de ser enmendados, sino que también comenzó a editarlos, primero en una revista (Mester) y luego en dos memorables colecciones literarias (Los Presentes y Cua-dernos del Unicornio). De estas empresas civilizatorias, que surgieron no de una iniciativa oficial, sino de la desusada generosidad de un escritor, son deudores, entre muchos otros, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Vicente Leñero, Fernando del Paso, José Agustín, René Avilés Fabila, Carlos Fuentes, Homero Aridjis, Elena Poniatowska, José Carlos Becerra…, así como los lectores de todos ellos.

El de Arreola fue, un magisterio múltiple, sapiencial y gozoso (siempre vio la literatura y la enseñanza como una de las formas de la felicidad). Con su des-aparición física se fueron muchas cosas. Pero también se quedaron otras y se han quedado para siempre. Entre ellas, la certeza de haber coexistido con un clásico, y con un verdadero benemérito, tanto de su patria grande como de su patria chica y de la lengua española.

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Este documento presenta un fragmento del texto cortesía de

la Secretaría de Cultura de Jalisco.