a los cuatro vientos. las ciudades de la américa hispánica - lucena giraldo, manuel

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Ambos Mundos

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A LOS CUATRO VIENTOSLas ciudades de la América Hispánica

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MANUEL LUCENA GIRALDO

A LOS CUATRO VIENTOSLAS CIUDADES

DE LA AMÉRICA HISPÁNICAEstudio preliminar

Miguel Molina Martínez

Fundación CarolinaCentro de Estudios Hispánicos

e Iberoamericanos

Marcial Pons Historia

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Cubierta: Edward Walhouse Mark [Málaga (España), 1817 – Norwood (Inglaterra),1895], Plaza Mayor de Bogotá (1846), acuarela sobre papel (24,5 × 56,9 cm),Colección de Arte del Banco de la República de Colombia (registro 0057).

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del«Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcialde esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y eltratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o prés-tamo públicos.

© Manuel Lucena Giraldo

© Fundación Carolina. Centro de Estudios Hispánicos e Iberoamericanos© Marcial Pons, Ediciones de Historia, S. A.

San Sotero, 6 - 28037 Madrid� 34 91 304 33 03

ISBN:

Diseño de cubierta: Manuel Estrada. Diseño Gráfico

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A mi querida madre bogotana, Inés Giraldo,que contempla la ciudad desde el cielo.

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Índice

ÍndiceÍndice

Págs.

Prólogo, por Felipe Fernández-Armesto................................................... 11

Introducción .......................................................................................... 15

Capítulo I: La apertura de la frontera urbana ....................................... 29

Capítulo II: La ciudad de los conquistadores........................................ 61

Capítulo III: La metrópoli criolla .......................................................... 97

Capítulo IV: El simulacro del orden: la ciudad ilustrada....................... 129

Epílogo: Las luces que envuelven.......................................................... 173

Notas ..................................................................................................... 181

Anexo: Tabla de medidas de longitud y superficie ................................ 207

Bibliografía............................................................................................. 209

Índice onomástico.................................................................................. 229

Índice toponímico.................................................................................. 235

Índice temático ...................................................................................... 243

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Prólogo

PrólogoPrólogo

Cuando dos ingleses se tropiezan en una frontera lejana, formanun club. Cuando dos españoles se encuentran en circunstancias pare-cidas, fundan una ciudad. Al regreso de Cristóbal Colón de su primeratravesía atlántica habría dejado en La Española, según mostró unode los grabados que ilustraron las primeras ediciones de su periplo,una gran urbe floreciente, coronada de torres y murallas: una ciudad,por cierto, enteramente perteneciente al reino de la imaginación.Pero así son todas antes de ser edificadas.

También Hernán Cortés y sus acompañantes procedieron a fundarVeracruz al poco de arribar a tierra firme. Por supuesto, hubo enello motivos políticos obvios. Como alcalde de la ciudad recién nacida,Cortés adquirió una autoridad que hasta aquel momento le faltaba.Pero me parece también que a los conquistadores este impulso ourgencia de fundar una ciudad les era casi natural. Porque la vidaurbana es el marco y la morada de lo español. A fines del siglo XV,cuando empieza la apasionante historia contada por el investigadordel CSIC Manuel Lucena Giraldo en las páginas que siguen, cadaaldea aspiraba a ser villa y cada villa quería ser ciudad. Había pueblosde unos pocos habitantes que gozaban de los privilegios de unaurbe, con sus fueros, poderosos cabildos, murallas y jurisdicciones.Algunas ciudades se comportaban casi como las repúblicas cívicasde la antigüedad. Jerez de la Frontera negó la entrada a la reinacatólica. Barcelona mandaba embajadas a la Corte. En España, hastael día de hoy, según mandan prejuicios antiguos y entrañables, sólolo cívico es civilizado. Lo rústico es motivo de risa. Desde la épocade los godos, que se apoderaron de las rentas rurales mientras se

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Prólogo12

asentaban en centros fuertes y poblados, la aristocracia española havivido desvinculada de las fuentes de su riqueza, procedentes delcampo. Así, poseían ostentosos palacios urbanos, pero en contraste,como señalaron muchos viajeros, sus casas solariegas fueron rela-tivamente modestas y con frecuencia yacían en el abandono. Enla literatura española de principios de la Edad Moderna y aún hastael siglo XX, aparecen representaciones del campo fantásticas e increí-bles: tierras de hados y de invenciones bucólicas, de pastorcillosinocentes y bandoleros románticos, de soledades soñadas y aventurascaballerescas. La razón de ello resulta evidente: sus autores suelenconocer el campo sólo por lecturas.

Con este libro, seguimos las trazas y los alcances de la ciudadespañola en la otra orilla del océano Atlántico, desde que, terminadala reconquista, los conquistadores empezaron a reproducir en Américadiseños cuadriculares, tomados del campamento guerrero de Santaféen Granada, o su propio pueblo de origen en Extremadura, Andalucíau otro lugar. En pleno vigor del Renacimiento, el patrón romanode lo que debía ser una ciudad era tan conocido como imitado.Pero el mayor impulso en el trasvase de la urbe peninsular al NuevoMundo provino de la imaginación. Como se muestra en el primercapítulo, el número de fundaciones urbanas realizadas en el siglo XVI

resulta extravagante. Por supuesto, en su gran mayoría, aquellas ciu-dades parecieron inicialmente esbozos o intentos inacabados. Perolo más curioso es que, poco a poco, se fueron encarnando de verasy las más de ellas llegaron a ser dignas de los nombres grandilocuentesde santos y arcángeles, reyes y vírgenes, damas y caballeros, quesus fundadores les dieron. Todavía más sorprendente resulta lo rela-tado por el Dr. Lucena Giraldo en el segundo capítulo, que tratade la ciudad hispánica como fragua de mentalidades, forja de iden-tidades, marco psicológico y espacio social. Leyendo la gran reco-pilación de datos fascinantes que reúne en sus diferentes partes,procuro imaginar cómo fue la vida de un encomendero en una ciudadde frontera, matando el tiempo con antiguos compañeros en la tabernao debajo del pórtico de la audiencia o de la casa del gobernador,esperando una respuesta improbable a unas probanzas de méritosimposibles o fantasiosos. Allí, ante una atmósfera marcada por lacombinación de egoísmo y camaradería, y en conversaciones llenasde quejas y quijotismos, de hazañas y holgazanerías, típicas de lasreuniones de antiguos soldados, se forjaron las primeras mentalidadescriollas. Por su minuciosa atención a las fuentes y su ojo atentoa la evocación, la obra muestra en el tercer capítulo una imagen

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Prólogo 13

fehaciente sobre la manera en que los criollismos fueron criadosen sus cunas americanas. Aún en el siglo XVIII —asunto del cuartocapítulo, que resulta ser un ensayo sutil de historia atlántica— lasmetrópolis americanas, por inmensas y ricas que fuesen, no dejaronde ser ciudades imaginadas, impulsadas por el utopismo del progresoy la idea mecanicista que tuvieron los ilustrados del universo. Así,fundaron y reformaron ciudades, como bien se nos indica, para ser«máquinas cuyos mecanismos se hallaban en perpetuo movimiento».Pero el sedimento del pasado urbano perduró: su caos, sus fiestas,su colorido, sus ritos y alborotos, sus mezclas de sangres y olores.Con lo que Lucena Giraldo denomina la «catástrofe urbana», repre-sentada por las guerras de independencia, se cerró la primera granépoca de la ciudad hispánica. Pero habría renacimientos luego, ylos hay ahora.

Al fin, jamás debemos olvidar que, en su anhelo de vida urbana,los españoles trasplantados a América coincidieron con una poderosatradición urbana indígena, poseída por aztecas, mayas, incas y muchosotros pueblos mesoamericanos y andinos. Tal vez ello explique, siquie-ra en parte, el gran misterio del asentamiento español en el NuevoMundo: el hecho de que se desarrolló tan rápidamente, de maneratan fácil en apariencia, si pensamos en todos los problemas querepresentaba ajustarse a un nuevo ambiente natural, tan amenazadory lejos de Europa, y con un cumplimiento tan perfecto. Por todoello, me resulta un gran privilegio presentar a los lectores una obramaestra de la historia de América y de la difusión por el mundode la civilización española.

Felipe FERNÁNDEZ-ARMESTOCatedrático «Príncipe de Asturias»Tufts University

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Introducción

Manuel Lucena GiraldoIntroducción

En uno de los relatos incluidos en El Aleph (uno de los puntosdel espacio que contiene todos los puntos), Jorge Luis Borges narrala peripecia del anticuario Joseph Cartaphilus. Este comete la impru-dencia de aventurarse a buscar la ciudad de los inmortales, de enormeantigüedad e insensata complejidad y presidida por un palacio dearquitectura sin fin, «el corredor sin salida, la alta ventana inalcan-zable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, lasincreíbles escaleras inversas, con los peldaños y la balaustrada haciaabajo». Su aspecto es tal «que su mera existencia y perduración,aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasadoy el porvenir y de algún modo compromete a los astros».

Tan brillante y acusadora metáfora de la vida en la urbe modernaobedeció a su propia sensación de pérdida de la Buenos Aires queamaba y reconocía, demolida a impulsos de una modernidad mons-truosa y aborrecible. Al final, sostiene Cartaphilus, «ya no quedanimágenes del recuerdo; sólo quedan palabras» 1. Una vez más, laenseñanza de Borges resulta cualquier cosa menos ambigua: mientrasla materia de las ciudades es arrasada, permanecen las palabras rela-tivas a ellas. Precisamente esa peculiaridad de ser expresada medianteel lenguaje hizo que se levantaran desafiantes las ciudades letradasimaginadas por escritores, las ciudades utópicas cuyos habitantes seregían por leyes matemáticas que mantenían la ecuación perfectapara el buen gobierno, las ciudades situadas en espacios geográficosimposibles para la vida humana, ciudades de muchos tipos y orígenes,reales, intermedias, lentas, centrales y fronterizas, las que pruebanla existencia del paraíso y las que habitan en el infierno.

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Manuel Lucena Giraldo16

La realidad es que nadie sabe muy bien cómo definir una ciudad.De hecho, sólo podemos proclamar, de la mano de Guillermo CabreraInfante, que se trata de un espacio al que nada humano le es ajeno,lo que le permite apropiarse de todos los territorios y todas las memo-rias: «El hombre no inventó la ciudad, más bien la ciudad creóal hombre y sus costumbres» 2. Los clásicos la contemplaron comoel espacio de la acción política suprema, una aglomeración que erahumana porque constituía república 3. Fustel de Coulanges explicóel origen de la ciudad antigua como la reunión de grupos religiososautónomos: para formarla, cada uno de los fundadores arrojaba unpuñado de tierra en un foso. Así encerraba el alma de sus antepasadosy se podía erigir el altar donde ardería en adelante el fuego sagrado 4.

No han faltado valerosos intentos de caracterizar la ciudad apartir de elementos constitucionales fundados en la medida de sutamaño y densidad, el aspecto del núcleo y la actividad no agrícola,así como determinadas características sociales, la heterogeneidad,la cultura, el modo de vida y el grado de interacción social 5. Sebastiánde Covarrubias definió en 1611 la ciudad como «multitud de hombresciudadanos, que se ha congregado a vivir en un mismo lugar, debajode unas leyes y un gobierno» 6. La vertiente política tendió a diluirseen los siglos posteriores y así, en el inicio de su estudio contem-poráneo, la densidad y aglomeración de habitantes y edificios seconvirtió en elemento determinante. En 1910 el sociólogo francésRené Maunier la definió como «una sociedad compleja, cuya basegeográfica es particularmente restringida con relación a su volumeny cuyo elemento territorial es relativamente débil en cantidad conrelación al de sus elementos humanos». Hans Dörries avanzó unadefinición formalista. Una ciudad se reconoce «por su forma máso menos ordenada, cerrada, agrupada alrededor del núcleo fácil dedistinguir y con un aspecto muy variado, acompañada de los elementosmás diversos». Las funciones económicas y el predominio de acti-vidades no agrícolas fueron consideradas primordiales. El gran geó-grafo Friedrich Ratzel consideró la ciudad «una reunión duraderade hombres y de viviendas humanas que cubre una gran superficiey se encuentra en la encrucijada de grandes vías comerciales».Ferdinand von Richthofen, por su parte, la definió como «un agru-pamiento cuyos medios de existencia normales consisten en laconcentración de formas de trabajo que no están consagradas a laagricultura, sino particularmente al comercio y la industria».

El norteamericano Marcel Aurousseau consideró rurales los sec-tores de población que se extendían en la región y se dedicaban

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Introducción 17

a explotar la tierra, mientras los urbanos englobaban a las grandesmasas concentradas que no se interesaban de forma inmediata porla obtención de materias primas, pues se vinculaban a los transportes,la industria, el comercio, la educación, la administración del Estadoo simplemente residían en la ciudad. La dependencia alimentariatambién fue considerada determinante por Werner Sombart, quela definió «como un establecimiento de hombres que para su man-tenimiento han de recurrir al producto de un trabajo agrícola exte-rior». Algunos autores pusieron de relieve la importancia de la escalaurbana. En 1926 Pierre Deffontaines y Jean Brunhes mantuvieronque había ciudad «cuando la mayor parte de los habitantes pasanla mayor parte del tiempo en el interior de la aglomeración». Enesta línea, décadas después Pierre George mantuvo que eran peque-ñas ciudades los núcleos en los cuales los desplazamientos funcionalesse podían realizar a pie.

El impacto de la sociología y la antropología en el estudio dela ciudad llevó a la identificación del concepto de «cultura urbana»como una característica propia y añadió importantes elementos cua-litativos. Ya a principios del siglo XX el pionero Georg Simmel habíamantenido que la vida en la ciudad conformaba una cierta mentalidad,la despersonalización de las relaciones humanas, la tendencia a laabstracción, una intensificación de la vida nerviosa por la prisa con-tinua. Debido a ello, producía unos individuos tensos y agotados,libres pero solitarios, cosmopolitas pero atrofiados emocionalmente.Max Weber señaló como característica de la ciudad occidental lareunión de fortaleza, mercado, tribunal y trama asociativa, la funciónmilitar y la capacidad impositiva 7. También desde una perspectivasociológica Louis Wirth consideró la existencia de un modo de vidaurbano, definido por el aislamiento social, la secularización, la seg-mentación funcional, la superficialidad, el anonimato, el carácter tran-sitorio y utilitario de las relaciones, el espíritu de competencia, lamovilidad, la debilidad de las estructuras familiares y el control dela política por agrupaciones de masas. La dimensión, densidad yheterogeneidad de la aglomeración caracterizaron la ciudad como«una instalación humana relativamente grande, densa y permanentede individuos socialmente heterogéneos», que era productora de cul-tura urbana. En esta línea, Lewis Mumford propuso en 1937 unaacepción no exenta de lirismo: «Podríamos definir la ciudad comouna trama especial dedicada a la creación de oportunidades dife-renciadas para una vida en común y a producir un drama colectivopleno de significado» 8.

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En 1952, el geógrafo Max Sorre señaló que la ciudad era «unaaglomeración de hombres más o menos considerable, densa y per-manente, con un elevado grado de organización social, generalmenteindependiente para su alimentación del territorio sobre el cual sedesarrolla y dotada de un sistema de relaciones activas, necesariaspara el sostenimiento de su industria, de su comercio y de sus fun-ciones». Robert E. Dickinson mantuvo que el carácter de una ver-dadera ciudad conllevaba la posesión de un sector de servicios yuna organización de la comunidad más o menos equilibrada. Porentonces, el eminente arqueólogo Gordon Childe formuló su teoríade las tres revoluciones, neolítica, urbana e industrial, y, a pesarde una discutible identificación entre lo civilizado y lo urbano, definiódiez condiciones para distinguir las primeras ciudades: el tamañoy la población, la aparición de especialistas, la formación de capitalmediante impuestos a productos primarios, la construcción de edi-ficios a gran escala, la existencia de una clase gobernante, el usode la escritura, el comienzo de las ciencias exactas y predictivas,la existencia de arte, el comercio exterior de objetos de lujo y elsuministro permanente de materias primas a los artesanos 9.

La tremenda evolución del hecho urbano desde los años sesentadel pasado siglo otorgó espacio y credibilidad a las definiciones socio-lógicas y antropológicas, que primaron el elemento relacional y comu-nicacional de la ciudad. Umberto Toschi, heredero de las antiguasteorías orgánicas, mantuvo que resultaba básica la diferenciacióninterna del espacio. La ciudad era «un agregado complejo y orgánicode edificios y viviendas, con una función de centro coordinador parauna región más o menos vasta, en el cual la población, las cons-trucciones y los espacios libres se desarrollan diferenciados por lasfunciones y por la forma, coordinados unitariamente en función delgrupo social localizado y en desarrollo hasta constituir un típico orga-nismo social». A partir de 1980, se hizo ostensible el abandono delas teorías de la dependencia, la modernización y el marxismo afavor de las interpretaciones subculturales de la ciudad, que definieronámbitos inferiores y desagregados, alternativos, comerciales, comu-nitarios, sexuales, de género, de consumo, criminales, étnicos, dedescanso y de juventud, entre otros posibles, junto a enfoques regio-nales y lingüísticos 10. Lindando con el nihilismo conceptual, se difun-dió una aportación de la geografía de la percepción: «En todo paísexiste ciudad cuando los hombres de este país tienen la impresiónde estar en una ciudad» 11.

A fines del siglo XX, la urbe pareció justificar su existencia comolugar de intercambio y competencia discursiva y se hizo receptáculo

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Introducción 19

predilecto de las redes que constituyeron la única identidad factible,globalizada, virtual y postmoderna, desnuda de otra condición queno fuera la transitoriedad y el aparato espectacular, privada del sentidodel tiempo y consagrada a sobrevivir sólo como ruina 12. La ciudadse hizo laberinto, emporio, escenario teatral donde sus habitantesjugaban con identidades abiertas y fluidas. Frente a la antigua cer-tidumbre positiva vinculada al abigarramiento físico, se abrió pasouna inmaterialidad ligada a la densidad de comunicación como defi-nitoria de las relaciones de los hombres, su agrupación y proximidad.Era la urbe en la última frontera, deslocalizada y etérea, dependientesólo del flujo permanente de la energía eléctrica, conectada al milagrode la comunicación instantánea, incapaz de distinguir el día de lanoche, ajena al territorio circundante, el pulso del aire o la situaciónatmosférica. Había aparecido nuestra ciudad, la ciudad informacional,definida por Manuel Castells como la expresión urbana de la sociedadde la información, marcada por el dualismo que oponía al cosmo-politismo de la elite conectada a la red el tribalismo de la comunidadlocal, atrincherada en una identidad amenazada 13. Su variedad ibe-roamericana, si se diferencia en algo, es por un vertiginoso procesode fragmentación caracterizado por la decadencia de los centros tra-dicionales, el traslado de los servicios a barrios de oficinas, la auto-segregación de los grupos privilegiados que se recluyen en comu-nidades cerradas y el aumento de la pobreza y la marginación degrandes sectores sociales, muchos de ellos expulsados del campo,desplazados o víctimas del «deseo de urbe» 14.

Quizás resulte útil, a la vista de algunas reflexiones actuales sobrela ciudad, recuperar su sentido como urbs (entorno físico, opuestoa lo rural), civitas (comunidad institucionalizada) y polis (entidadpolítica), a fin de trascender sus elementos funcionales y espacialesy rescatar su sentido de la historia. Porque bajo la fútil dictaduradel instante que nos abruma todo se hace construcción permanente,pero su mágica inserción en la línea del tiempo es pura atribuciónde sentido y desvelamiento de secretos profundos, recuperación deun acumulado de experiencias que se contempla y transforma enuna fracción de tiempo que ya se ha desvanecido, pero tambiénqueda petrificada para siempre 15. De este modo, se nos desvelaque la ciudad desafía todo pensamiento evolucionista y toda apro-piación particular. No sólo avanza y retrocede, muere y resucita comoun organismo regido por impulsos que interpretan a su manera lossenderos de la historia, también es elemento propio de todas lasculturas. Donde ha habido hombres y estos han sobrepasado el estadio

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de los cazadores y los depredadores, ha nacido una ciudad. Todolo que ha acontecido tras su aparición ha sido un añadido, porquelo que creó el tiempo como una magnitud no regida por la tiraníaalimentaria, lo que otorgó al hombre la posibilidad de contar conun excedente para empezar a distanciarse de la naturaleza fue laagricultura y la ciudad fue en origen su hija predilecta.

La historia global de los últimos cinco mil años cuenta con dosmovimientos fundamentales y ambos se relacionan con la ciudad.El primero definió la progresiva construcción de un ámbito urbano,por definición artificial y en ese sentido humanizado. Para ClaudeLévi-Strauss, la ciudad surgió en la confluencia entre la naturalezay el artificio, es a la vez objeto material y sujeto de cultura, es vividay soñada de manera simultánea 16. Ciertamente, plantas y animalestuvieron desde el comienzo un lugar en ella, pero sujetos al des-potismo y la imaginación del hombre, a su capacidad de desgranaruna tiranía simbólica sobre lo que le rodeaba, desafiada de maneraperiódica por la fuerza brutal e incontrolable de plagas, terremotos,huracanes, heladas y sequías 17.

La vigencia de las leyes de una naturaleza imposible de ser rendidadel todo por la fuerza y la inteligencia del ser humano se vio con-trarrestada por la construcción de utopías negadoras de la ciudad,a modo de máscaras que disimulaban una dramática frustración,la de no haber logrado, de una vez y para siempre, el dominio delmedio natural 18. En los últimos dos siglos, la moderna tecnologíaha proyectado hasta el infinito la capacidad de intervención humanay frente a la ciudad preindustrial, definida por K. Sjoberg comoaquella que tenía población escasa, un centro prominente, funcionespolíticas, murallas interiores, una periferia clara y era encrucijadade caminos, se levantó la urbe industrial y postindustrial, al modode un gigantesco e inacabado mecano en permanente transformación,un artefacto envolvente de combinaciones entre lo humano y lo queno lo es 19. Como resultado de esta expansión indefinida y universalde lo urbano, de su infinita autosuficiencia y su capacidad de pro-selitismo y expansión, la ciudad se confunde de manera definitivacon el hombre, moldea su presencia física y su representación culturalen una amalgama final, absoluta y permanente.

En estas circunstancias, escribir historia acaba por ser en unamedida abrumadora y sin menoscabo de que existen y han existidosiempre sociedades extrañas a lo urbano, estudiar lo que ocurre enlas ciudades, valorar lo que tienen de metáfora perfecta e imposiblea la vez, la representación de lo humano tal y como debería ser

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Introducción 21

y su realidad tal y como es. Esta ambivalencia precipita la necesidadde implementar un punto de vista. ¿Cómo se ha definido la ciudad?¿Desde qué ángulo se observa y a partir de qué tradición intelectual?¿Son más felices quienes la niegan que quienes la alaban? ¿Dóndese encuentra su impulso vital, dónde se entrecruzan su realidad ysu virtualidad? ¿Cuáles son los límites entre el centro y la periferia?¿Ha existido la ciudad ideal? ¿Por qué fueron inventadas en tantoslugares distintos y distantes al mismo tiempo?

Sólo podemos rastrear el mapa de la historia que es la hoja deruta del presente en busca de respuestas. Y así llegamos a precisarque la ciudad expresa elementos fundamentales de numerosas civi-lizaciones a escala planetaria. Algunas de ellas tuvieron en su fun-dación una razón de ser, la plataforma desde la cual expandieronsu aparato de dominio físico y ejercieron su pretensión de perdurar;que en rigor resultara imposible es lo de menos. De acuerdo conesta perspectiva, el colosal proceso urbanizador acontecido en Amé-rica entre 1492 y 1810 constituyó un fenómeno único en la historiade la humanidad por su densidad, equilibrio y continuidad en eltiempo y ofreció un campo privilegiado para estudiosos y obser-vadores. Como señaló con sencillez el norteamericano Richard M.Morse, la colonización española creó en el Nuevo Mundo un sistemade justicia, administración y evangelización sustentado en una baseurbana 20.

Pese al carácter determinante de la ciudad hispánica colonialpara la Historia de América, su estudio ha sido descuidado hastahace relativamente poco tiempo. Una de las causas de ello, comoha apuntado el historiador panameño Alfredo Castillero, podría serla extensión de una percepción ruralizada del continente duranteel siglo XIX 21. Los estudios pioneros del argentino Juan A. García,La ciudad indiana (1900), y del peruano Jorge Basadre, La multitud,la ciudad y el campo en la Historia del Perú (1929), dedicados aaspectos sociológicos e institucionales y a las vinculaciones entre elcampo y la ciudad y el papel de las masas, respectivamente, cons-tituyeron esfuerzos aislados. Así, fue la estructura física de la urbey su apariencia, los aspectos vinculados a la más tradicional Historiadel Arte, el inventario monumental y arquitectónico de raíz positivistay erudita, lo que reunió buena parte de los esfuerzos de los estudiosos,entre los cuales destacó el historiador español Diego Angulo Íñiguez.Gracias a su labor podemos contar hoy con testimonios de numerososedificios y obras que han desaparecido 22.

A partir de la década de 1940 y en franca simultaneidad conuna agresiva etapa de crecimiento urbano que no se ha detenido

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hasta nuestros días, se empezó a estudiar la morfología, la lógicay tradición del trazado en forma de damero, la plaza central y losgrandes monumentos cívicos, religiosos y militares. Desde la décadade los sesenta, el impulso de nuevas políticas culturales dirigidasa la conservación y restauración de monumentos, con frecuencialigadas a organismos multilaterales, junto al acceso de especialistasde diversas disciplinas (antropólogos, sociólogos, politólogos, arqui-tectos, geógrafos, urbanistas e historiadores) a una gran cantidadde material documental y bibliográfico, así como la renovación his-toriográfica y la mejora del tratamiento analítico, visual y estadísticodel hecho urbano, enriquecieron nuestros conocimientos 23. Los estu-dios tradicionales continuaron, pero se fueron definiendo nuevaslíneas de investigación, preocupadas por la continuidad de lo pre-hispánico, la construcción social de la ciudad, su vinculación conel hinterland o «traspaís», la articulación con el exterior, los flujosde dinero y bienes o las transferencias de población.

Figuras como José Luis Romero, Richard M. Morse, Jorge EnriqueHardoy o Graziano Gasparini, entre otros, representaron un movi-miento que vinculó el estudio del pasado de la ciudad americanacon su más atribulado presente, hasta configurar en verdad una nuevamirada sobre ella. En sus brillantes estudios, libres al fin de la falaciaque suponía el desprecio de la tradición colonial (tan habitual desdela independencia), el devenir del tiempo se convirtió al fin en unamagnitud que contaba y no en un estorbo del que había que des-prenderse violentamente para poder arrancar de nuevo. Por eso,contemplaron el deterioro de los centros históricos como parte deun proceso humano, constructivo y ecológico de fatales consecuenciascontemporáneas y origen de miseria, «tugurización», desvalorización,desarraigo y subdesarrollo.

Especialistas en cuestiones específicas y ciudades o regiones con-cretas como George Kubler, Antonio Bonet Correa, Enrique MarcoDorta, James Lockhart, Peter Gerhard, Ángel Rama o Gabriel Guarda,sin duda estimulados por la difusión de enfoques comparativos y mul-tidisciplinarios, prepararon trabajos devenidos en clásicos dedicadosa la cuadrícula, las capillas y las plazas, Cartagena de Indias, Lima,el desarrollo urbano mexicano, los modelos de escritura o el sistemaurbano chileno. Las ciudades del pasado y del presente fueron objetode atención preferente de una serie de seminarios y simposios ensucesivos congresos de americanistas, siempre bajo la potente ins-piración de Hardoy 24. Mientras desde una perspectiva institucionaly jurídica se hicieron estudios tan notables como los de Francisco

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Introducción 23

Domínguez Company sobre las actas de fundación de ciudades, elmodelo reticular «clásico», que durante años se creyó era un patrónimpuesto desde la metrópoli repetido en América, fue consideradoel resultado de un largo proceso de experimentación. El objetivo,en esta cuestión ejemplar como en otras, fue la recuperación dela originalidad americana, tan evidente en los siglos XVII y XVIII comodiscutida o hurtada en el XIX.

Aunque la cuadrícula fue reconocida característica del procesourbanizador hispanoamericano, se demostró que abundaban lasexcepciones, dependiendo de la orografía del asentamiento, de supropio carácter e historial local, o de las particularidades y destrezasde los fundadores en materia urbanística. En buena parte fueronbrillantes discípulos o allegados de estos maestros o interesados enla ciudad procedentes de diversos campos, como Ramón Gutiérrez,Alejandra Moreno Toscano, Francisco de Solano, Horacio Capel oAlfredo Castillero, entre otros, quienes llevaron hasta las últimasconsecuencias sus innovadores planteamientos iniciales y colaboraronen la institucionalización de una historia urbana renovada 25. El Centrode Estudios Urbanos y Regionales en Buenos Aires, el Departamentode Geografía de Syracuse University, el Centro de Estudios HistóricosUrbanos del INAH en México o el Centro de Estudios Históricosdel CSIC en Madrid representaron bien este movimiento. Lo másllamativo de sus programas fue el estudio de la ciudad en el marcode contextos evolutivos regionales, la integración de elementos socioe-conómicos estructurales y la preocupación por el trazado, los mate-riales, usos o formas constructivas e incluso la vida cotidiana desus moradores. El gobierno local fue estudiado como un modelode oligarquía más o menos eficiente ante problemas como el sumi-nistro de trigo, los terremotos, sequías o ataques de piratas, la higiene,la delincuencia, el orden o el castigo de delincuentes, marginales,rebeldes y díscolos. La identidad local y la producción y difusióncultural también atrajeron muchos especialistas, aunque la fragmen-tación de la percepción histórica, en especial durante las últimasdécadas del siglo XX, ha dispersado los esfuerzos, dirigiéndolos alestudio de subculturas urbanas. También se desarrollaron cuestionesnuevas, los estudios ligados a la demografía histórica, las razas ycastas y su distribución en la ciudad, las historias de familias y lanueva prosopografía 26.

El Quinto Centenario del Descubrimiento de América, en suvertiente historiográfica, representó una oportunidad para que lainquietud hacia la ciudad colonial diera frutos notables. En el ámbito

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de la cooperación internacional, la colaboración en el campo de laconservación del patrimonio cultural impulsó la restauración de cascoshistóricos coloniales y el establecimiento de escuelas-taller recupe-radoras de destrezas tradicionales y configuró un modelo vigentehasta nuestros días, cuyos frutos son visibles en lugares tan alejadosentre sí como Potosí, Cartagena de Indias, Quito, Comayagua, LaHabana, Ponce, Ciudad Bolívar y Portobelo. También se realizaronexposiciones, entre las cuales destacó la española La ciudad hispa-noamericana. El sueño de un orden (1989), cuyo comisario fue Fer-nando de Terán, y se acometieron dos monumentales proyectos his-toriográficos, uno dedicado al estudio de las ciudades iberoamericanasdentro de las colecciones Mapfre-América, con una serie de mono-grafías dedicadas a distintas urbes, y la imprescindible y exhaustivaHistoria urbana de Iberoamérica coordinada por Francisco de Solano 27.

Con posterioridad, la historia de la ciudad hispánica colonial aambas orillas del Atlántico, salvo algunas excepciones, como la deEstados Unidos, donde por cuestiones ligadas al resurgir de la tra-dición hispana y latina o la fuerza de identidades regionales y localesen California o Nuevo México existe un renovado ímpetu, ha estadomarcada por la crisis de las grandes interpretaciones y el predominiode enfoques microhistóricos o localistas. De modo que mientras lametrópoli global converge en el espacio físico, parece producirseun movimiento opuesto en la memoria urbana: demasiados políticos,tecnócratas y, lo que es peor, ciudadanos ignoran y desprecian elpasado de sus ciudades. Quizás es el signo de nuestro tiempo, con-templar la ciudad como una «atopía» más, asumir que se pretendeinvisible y fragmentada también en la memoria.

Como hemos mencionado, la mayor colonización urbana pro-tagonizada nunca por Occidente tuvo por objetivo el continenteamericano durante la Edad Moderna. A la ofensiva urbanizadoraacontecida desde 1492 hasta 1573, año de promulgación de las fun-damentales Ordenanzas de descubrimiento, nueva población y pacifi-cación, con la ciudad como verdadero núcleo de la estrategia con-quistadora, vanguardia y retaguardia de las huestes, que abandonaroncon frecuencia las armas para dedicarse a su realización y cons-trucción, hemos dedicado el primer capítulo. Asentada la fronteraurbana, apareció la ciudad de los conquistadores, a la que hemosconsagrado el segundo capítulo. Novedosa en sus fórmulas y solu-ciones, fue expresión simultánea de la voluntad utópica del rena-cimiento europeo y de la realidad del Nuevo Mundo, hostil al enca-sillamiento e inventora de mestizajes. El tamaño de las calles; el

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establecimiento de solares y parcelas cuadrangulares, proyectadas ydeslindadas sobre un territorio sin apenas límites; o el aspecto dela plaza mayor, centro geométrico, funcional y simbólico desbordadoen los cercados y el suburbio por una humanidad de variedad incon-cebible, le otorgaron un aspecto al mismo tiempo familiar y ajeno,tan pretendidamente europeo como americano en sus múltiplesesencias.

A finales del siglo XVI, las emergentes ciudades y metrópolis criollasaparecieron a ojos de los contemporáneos como un paraíso en latierra. Naturalmente, cada una de ellas presentó rasgos singularesen función de sus características históricas y geográficas. México,la primera gran metrópoli, fue una prolongación de Tenochtitlany su identidad indígena perduró largo tiempo. Lima, la segunda,fue, por el contrario, una nueva urbe rodeada de pueblos de indiosy controlada por los encomenderos y sus descendientes. Bogotá tam-bién fue nueva, pero surgió en un área indígena y permaneció aisladadel mundo, apenas alterada por periódicos terremotos, entregadaal «tiempo del ruido». Cartagena, Portobelo y La Habana fuerongrandes ciudades-puerto y bastiones defensivos. Buenos Aires tam-bién fue una creación colonial, pero careció de una población cir-cundante indígena y agrícola. Su destino inicial fue vivir entregadaa una tropa de aventureros, maloqueros y contrabandistas.

Estas ciudades y metrópolis criollas, a las que hemos dedicadoel tercer capítulo, se habían levantado según las bondades de latraza cuadricular, que dividió el espacio en solares cuya jerarquíadependió de la distancia que los separaba del centro. Algunas fueroncapitales de gran magnitud, mientras otras, de dimensiones menores,se quedaron en urbes que representaban regionalidades aún inde-finidas, pero emergentes. La ciudad era lugar de sociabilidad y repre-sentación. En ella se encontraban los edificios que simbolizaban elpoder y también sus resquicios, catedral, casas reales o audiencias,con construcciones modernas e inspiradas en proyectos de urbanismoque combinaban la estética con la majestad. Ciudades gobernadaspor un poderoso cabildo, expresión del poder local, que tenía elencargo de organizar entradas y salidas de personajes notables, fiestas,devociones, ferias y mercados. La amplitud de las calles y de lasplazas y la perspectiva abierta por la traza rectilínea favorecían losespectáculos y ordenaban la vida. La importancia de la función deco-rativa resultó consustancial al espíritu de la contrarreforma y a lainfluencia del barroco. Este dio cauce a una etapa de madurez dela ciudad americana y le permitió exhibir su variedad social y de

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naciones, al tiempo que confirió espacio adecuado a la circunstanciaparticular. Esta diversidad se exhibió sin tapujos en las fiestas reli-giosas y las conmemoraciones civiles, de modo que en desfiles, pro-cesiones y cortejos cada grupo lució sus emblemas y signos distintivosy se hizo visible una suerte de integración jerarquizada de la sociedad.Con posterioridad, el pragmatismo ilustrado pretendió implantar unorden vertical y centralizado, con el propósito de hacer de la ciudadel reflejo de un pacto utilitario supuestamente perfecto. Al simulacrodel orden vivido en la ciudad de las luces hemos dedicado el cuartocapítulo. Mientras las ciudades de la América Hispánica crecían enriqueza y complejidad, se adivinaba el horizonte de la independenciay con ella una nueva era de libertad republicana para el continente.Esta es la materia del epílogo, «Las luces que envuelven».

Para concluir, me gustaría formular diversos agradecimientos.Maira Herrero Pérez-Gamir, anterior directora del Centro de Estu-dios Hispánicos e Iberoamericanos de la Fundación Carolina, mepropuso emprender la aventura intelectual de escribir este libro. Des-pués de años de travesías en selvas y desiertos, el regreso a la ciudadha sido más que reconfortante: por ello le estoy muy agradecido.Alfredo Moreno Cebrián, director académico de la Fundación Caro-lina e investigador del CSIC, renovó esta confianza en mí, sabedorde que se trataba de una tarea imposible sin buen ánimo y bene-volencia por parte de quienes la encargaban. Durante una estanciacomo investigador visitante en 2004 en el Queen Mary College dela Universidad de Londres gracias a la invitación de Felipe Fer-nández-Armesto pude realizar algunas consultas bibliográficas impres-cindibles; su invitación al Seminario de Historia Global resultó deci-siva para mejorar mis argumentos y combatir mis prejuicios. JavierLucena Giraldo me ayudó con diligencia en una ardua búsquedaen revistas, repertorios documentales y bases de datos. En Américay España, Fernando Rodríguez de la Flor, Juan Pimentel, RafaelValladares, Alfredo Castillero, Antonio Lafuente, Emanuele Amodio,Fernando Lucena Giraldo y Astrid Avendaño han leído partes delmanuscrito y me han hecho multitud de sugerencias y comentarios.La labor de Luis Conde-Salazar en la corrección ha sido decisiva.Por distintos motivos, también agradezco su apoyo a Miguel CabañasBravo, Piedad Martín y Lorena Cárcamo. El personal de la bibliotecadel Centro de Humanidades del CSIC en Madrid ha sido eficazy paciente conmigo y ha colaborado conmigo en cuanto he necesitado.Mi buen amigo Javier Beorlegui me ha ayudado a dejar de ladolas tensiones neuróticas propias de toda vida en la gran ciudad y

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mi esposa María ha sido paciente en lo cotidiano y crítica en lointelectual. El recuerdo de mi querido maestro Francisco de Solanoy sus enseñanzas ha hecho que fuera capaz de navegar en la junglaurbana con la tranquilidad de quien sabe ha aprendido al menosuna parte de lo que debía. Este libro está dedicado al recuerdode mi madre, Inés Giraldo Gómez, que me enseñó a amar la ciudady a vivirla como un ámbito de posibilidades y libertad, con la lógicapionera de la frontera antioqueña de la que procedemos. Muchasgracias a todos.

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Capítulo ILa apertura de la frontera urbana

Manuel Lucena GiraldoLa apertura de la frontera urbana

El fenómeno histórico que los europeos occidentales empezarona denominar desde el siglo XVI «Descubrimiento de América» consistióen la apreciación etnocéntrica, y en este sentido tan arbitraria comolegítima, de su primer contacto con unos hombres, tierras y maresextraños, sobre los que proyectaron pretensiones de autoridad y anti-güedad, aunque tuvieran al menos tanta potestad y siglos de historiacomo ellos 1. Por supuesto, se puede discutir hasta el infinito la inten-ción y orientación de la expansión europea, pero existen determinadosrasgos culturales, como la insólita capacidad de producir elementosvinculados con lo que en nuestros días llamamos relativismo —ahíestá la duda con frecuencia angustiosa sobre la justicia y legitimidadde la aventura conquistadora—, o la fundamental proyección de laexperiencia urbana, que llaman la atención y ofrecen sobre tal eventoclaves interpretativas de largo alcance.

La España de finales del siglo XV estaba estructurada en unapotente y prometedora red de ciudades, resultado del largo y complejoproceso de reconquista, finalizado con la expulsión o asimilaciónde los hispano-musulmanes. En algunos casos, sus habitantes, exce-lentes navegantes, se habían volcado hacia el océano Atlántico 2. Tantola experiencia portuguesa de exploración de la costa africana, apoyadaen el establecimiento de pequeñas pero eficientes fortalezas-factoría(Senegal, Saõ Jorge da Mina, Benim, Luanda), como la tempranacolonización de los archipiélagos más próximos (Canarias, Azores,Cabo Verde y Madeira), que implicó la fundación de Funchal, SaoVicente, Santa Cruz de Tenerife o Las Palmas, pusieron en marchasoluciones urbanísticas que, en la hora inicial americana, se probaroncon más o menos éxito 3.

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La apertura del Nuevo Mundo, con su dimensión colosal, implicóque la relación entre población, territorio y renta quedara brutalmentetrastocada a escala global. De acuerdo con la clásica tesis «occi-dentalista» de Walter P. Webb, el descubrimiento y sus consecuenciashicieron de Europa una verdadera metrópoli y de América su granfrontera. En 1492, los cien millones de europeos ocupaban una exten-sión de 6.033.750 kilómetros cuadrados 4. Desde entonces, la super-ficie disponible se multiplicó por cinco, la densidad se contrajo auna sexta parte de la preexistente y se difundió por doquier la ideade que en Ultramar existían riquezas asombrosas. El comercio devaliosas y extrañas mercancías se multiplicó, se difundieron comidasy bebidas deliciosas y el oro y la plata se importaron en cantidadesinimaginables 5.

La ciudad fue herramienta de apertura y consolidación de lafrontera atlántica y tuvo en ella una función doble y determinante.En una primera etapa, al modo de una embarcación avanzada sobreuna playa extraña, fue lugar de aprovisionamiento, descanso, centrode decisión y fiscalización de la empresa indiana. Pero a partir dela conquista de México en 1521, terminada la etapa depredadoray adaptativa del Caribe, se convirtió en el núcleo de estabilizacióne irradiación de la colonización española, en la metáfora de su podery también de sus alcances. Estos vinieron impuestos por los procesosde americanización, indianización y criollización. Como resultado deello, la modélica ciudad mediterránea y europea devino en algo nuevoy distinto: se convirtió en urbe atlántica e indiana.

Las imágenes iniciales del descubrimiento y la conquista muestranque la percepción de lo urbano fue primordial. De acuerdo conla tradición grecolatina, se presumía que donde existían ciudadeshabría policía y gobierno, pero con frecuencia se constituyeron ennúcleos de encarnizada resistencia y rechazo organizado por partede los indígenas. Pese a ello y visto en conjunto, el hecho urbanofacilitó sobremanera la conquista de América. La ciudad gobernabarecursos, hombres y territorios y quien se apoderaba de ella los poseía.Frente a la colosal y admirada Tenochtitlan de los aztecas, o la por-tentosa red de almacenes y tambos de los incas, los indígenas nómadasdel desierto mexicano o la selva amazónica parecieron a los con-quistadores tan sólo unos salvajes sin jerarquía, criaturas al margende la condición humana. El umbral de asimilación territorial porparte de los españoles encontró su límite en un estadio civilizatoriosituado de manera convencional entre la agricultura estacional y lapráctica nómada de la caza y recolección. Los «indios agrícolas»,

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según narraron con insistencia los cronistas, poseían poblados siquieratemporales y se suponía que alguna civilidad, ideas sobre la existenciade Dios y el diablo, reyezuelos, guerras y herramientas. A partirde ese nivel cultural, habitaba el planeta de la bestialidad. Sus mora-dores, carentes de nombre propio, fueron percibidos a partir decategorías polisémicas tan determinantes como perdurables: caribes,sodomitas, indios de guerra, bárbaros y caníbales 6.

La novedad del Nuevo Mundo desplazó en el mapa del universolas tierras, hombres y ciudades y las dispuso donde adquirieron cohe-rencia y sentido. En una «Memoria» dirigida en 1524 al patriciadode Córdoba, el humanista Hernán Pérez de Oliva señaló sin empachoque era preciso impulsar la navegación del río Guadalquivir, «porqueantes ocupábamos el fin del mundo y ahora estamos en el medio,con mudanza de fortuna cual nunca otra se vio» 7. El conquistadory cronista Gonzalo Fernández de Oviedo mencionó el «imperio occi-dental de nuestras Indias» y pidió abandonar las discusiones bizan-tinas y dejar de disputar «esta materia de Asia, África y Europa[...] pues lejos estamos en las Indias de donde al presente aquestascosas hierven» 8. Estas ansiedades geográficas refieren un desfaseentre la realidad y la capacidad cultural de producción de sentido,indican el movimiento también de los descubridores y cronistas ensu conjunto de referencias, narran su pérdida relativa dentro delespacio terrestre, por supuesto infinitamente menos abrupta que lade los descubiertos, pero también significativa. Se trató, en todocaso, de algo manejable. La novedad americana no supuso un enigmaindescifrable para el humanismo europeo y la idea de «descubri-miento» funcionó como arma de dominio e invención de América.Las incertidumbres relativas al carácter de los nativos o las pecu-liaridades de su naturaleza plantearon retos y dudas que de un modou otro se acabaron resolviendo, por las vías de la racionalizaciónuniversal de la humanidad, el doloroso mestizaje o la simple y eficazatribución de monstruosidad 9.

Una de las razones del éxito civilizatorio europeo fue la capacidadde mitificación, que hizo de los enigmas y misterios geográficos,tan bellamente reflejados en historias, relatos y crónicas de Indias,una de las armaduras de la conquista. Es importante señalar quesus narrativas estuvieron presididas por una tensión que opuso ala inicial representación de la realidad americana en términos deidealización de la naturaleza, los hombres y los hechos providencialesde la conquista una visión muy distinta. Esta subrayó lo contrario,el fracaso de la aventura ultramarina, con su secuela inevitable, la

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posibilidad e incluso la obligación de la rebelión individual frenteal desamparo y la fatalidad de un destino injusto. La historia dela conquista está plagada de perdedores y por eso los mitos sirvieron,según convino, como coartada del fracaso e instrumento de pro-paganda de la empresa indiana 10. De ahí que en la segunda mitaddel siglo XVI se abriera paso, frente al modelo representado por quie-nes, como el loco Aguirre, pretendían seguir buscando en el interiorcontinental o en alguna isla ignota «tierras por descubrir y por ganar»,una posibilidad de estabilización, a través de una conciencia pro-tocriolla de raíz profundamente urbana. De esta manera se volvióa adaptar la fábula necesaria a los imperativos de la realidad, losmitos a la cruda materialidad del mundo, con el fin de hacerlohabitable 11.

El lugar de las ciudades en la mitología del descubrimiento deAmérica fue fundamental desde que Cristóbal Colón perfiló su pro-yecto de alcanzar Asia navegando hacia el oeste, con sólidos fun-damentos en la geografía clásica y los testimonios de los viajerosmedievales 12. El palacio del rey de Cipango con las paredes recu-biertas de oro descrito por Marco Polo espoleó la imaginación deldescubridor, cuyo sueño místico, como se sabe, distaba de ser modes-to, pues pretendía nada menos que reconquistar Jerusalén y reedificarel templo de Salomón 13. También recabó su atención la leyendade la comarca de Ofir, situada al norte de la India y trasvasadapor él a la isla Española. En otro episodio mitificador, Colón reme-moró la «isla de las siete ciudades» a cuyas playas, según contó,había arribado una embarcación empujada por la tempestad: sustripulantes descubrieron entonces con asombro que las arenas estabanimpregnadas de oro. Que en fecha tan temprana como 1495 losescasos resultados prácticos de sus viajes reportaran a Colón el cruelapodo de «almirante de los mosquitos» no impidió que se propagarandos mitos urbanos fundamentales de la conquista de América deraigambre salomónica, preñados de elementos como mares y lagunas,ciudades fortificadas, hombres blancos y tierras doradas. Así, en elRío de la Plata fue localizada la «ciudad perdida de los césares»,también llamada Linlín, Trapananda, La Sal o Conlara. La urbemítica tendría murallas con fosos, revellines y una sola puerta, edificiossuntuosos y templos cubiertos de plata maciza, un metal allí tanabundante que sus moradores se servían de él para elaborar ollas,cuchillos y hasta rejas de arados. En sus casas, dispondrían de asientosde oro. Su aspecto físico era inconfundible, pues eran blancos yrubios, con ojos azules y barba cerrada. Su idioma resultaba inin-

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teligible a españoles e indios, pero extrañamente herraban su ganadocon marcas «como las de España».

El origen de la versión más corriente del mito de la ciudad perdidaprovino de las andanzas del descubridor Francisco César, que, segúnrefirió el cronista rioplatense Ruy Díaz de Guzmán, salió en 1526de Sancti Spíritu a orillas del río Paraná y, tras encontrar gente«muy rica y vestida con buenas prendas de lana», no se dejó obnubilarpor peligrosas fantasías y retornó entero a Cuzco. Otros relatos fueronmás aventurados, pues pretendieron que la ciudad perdida estabahabitada por náufragos supervivientes de la expedición de Simónde Alcazaba al estrecho de Magallanes (1534-1535), un grupo deincas rebeldes emigrados del Perú o los 150 desgraciados super-vivientes de la expedición del obispo de Placencia Vargas de Carvajal,abandonados en la Patagonia en 1539. En la segunda mitad delsiglo pretendieron que se trataba de los infortunados pobladoresde Nombre de Jesús y Rey Don Felipe, las «ciudades» magallánicasestablecidas en 1584 por Pedro Sarmiento de Gamboa, o de antiguoshabitantes de Osorno, la urbe chilena cruelmente destruida por losmapuches.

La «ciudad de los césares» constituyó una leyenda de tierrasextraordinarias y hombres blancos perdidos cuya funcionalidad geo-gráfica ofrece pocas dudas. Debían estar en alguna parte ignota delmapa, lo que constituía una motivación perfecta para continuar conlas exploraciones y entradas. Cada quien tenía su versión, construidaal modo de una geografía del deseo. En 1580, el escribano de Tucu-mán Alonso de Tula Cerbín informó que en el valle de San PedroMártir había «una gran provincia de ingas belicosos» que extraíanoro. Al tener noticia de la llegada de los españoles se habrían refugiadoen una laguna como la de México: «Puéblanse entre ellos en lacosta muy buenas ciudades, fértiles y de gran temple, que hay enla costa de la mar desde la boca del Río de la Plata hasta el estrechode Magallanes» 14. La difusión de poderosas imágenes, «una esme-ralda como media luna», un «canal sin bahía en el fondo», «losnáufragos perdidos», favoreció que durante el siglo XVII los inglesestuvieran una auténtica obsesión por encontrar lo que imaginabancomo «un pueblo de hombres españoles», que algunos de sus arro-jados navegantes habían entrevisto en la distancia. En su metamorfosisdieciochesca, la representación se alteró de manera sustantiva, puesse presentó como una república perfecta, cuya ubicación era secreta.Todo el mundo trabajaba excepto las viudas y huérfanos, nadie poseíamás de veinte hectáreas, las calles eran limpias, las casas contaban

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con dos plantas y la tortura estaba prohibida. No había españolesy los católicos tenían prohibido participar en el gobierno 15.

El equivalente del mito de los Césares en el norte americanofueron las no menos famosas «siete ciudades de Cíbola». Una versiónbastante extendida mantuvo, en la línea de ciertos relatos penin-sulares, que habían sido fundadas en el siglo XII por siete obisposhuidos con las reliquias de la iglesia de Mérida, en Extremadura,justo cuando la ciudad iba a ser capturada por los moros. Cómopudieron recorrer tan enorme distancia, no lo sabemos. Por supuesto,el mito se fue acomodando en sospechosa concordancia a los impulsosy necesidades del proceso descubridor, creó la realidad americanaque la imaginación ya había soñado. La secuencia de acontecimientosasí lo prueba. Tras el hallazgo por Juan Ponce de León de la penínsulade Florida en su búsqueda de la fuente de la eterna juventud, lapoderosa y arquetípica imagen de la ciudad del oro se difundió sinremisión. Los intentos de exploración del interior continental aca-baron, naufragio por medio, con el alucinante periplo de Álvar NúñezCabeza de Vaca y su compañero, el antiguo esclavo negro y moroEstebanillo: entre 1528 y 1536 ambos cruzaron el continente a pie,desde la actual Tampa hasta Sinaloa. Con ello transformaron parasiempre el arte de viajar.

Tres años después de su retorno, un Hernán Cortés deseosode afirmar su poder despachó a Francisco de Ulloa a explorar elPacífico. El virrey Antonio de Mendoza se le había adelantado, puesel otoño del año anterior había mandado al franciscano fray Marcosde Niza hacia el incógnito norte, acompañado del inquieto Este-banillo, que encontraría entonces la muerte por propasarse con lasindígenas. El informe de Niza mencionó el hallazgo de reinos abun-dantísimos con camellos y elefantes y apuntó la existencia de unaciudad más grande que México, identificada de inmediato con unade las siete de Cíbola. De ahí que a pesar de su fama de mentirosoel virrey no dudara en encargarle una formidable expedición que,por si acaso, puso al mando de uno de sus hombres de confianza,el gobernador de Nueva Galicia Francisco Vázquez de Coronado.Estuvo compuesta por unos trescientos hombres, al menos tres muje-res, seis franciscanos, más de mil indígenas aliados y cerca de 1.500caballos. En su transcurso soportaron toda clase de penalidades yacabaron por encontrar una aldea de los indígenas zuni en lo quehoy es Hawi Kuk (Nuevo México), habitada por unas cien familias.Los nativos, que en adelante se llamarían «pueblos», tenían edi-ficaciones con explanadas a distintos niveles, patios y casas de adobe,

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pero carecían de oro en cantidades dignas de justificar el esfuerzode llegar hasta ellos. Como todo buen conquistador, Vázquez deCoronado conjeturó que debía encontrarse cerca, por lo que despachóexploradores hacia el Gran Cañón y las tierras de los hopi y lostaos. En el inmenso continente, abrumados por la decepción y elaburrimiento, buscaron el mítico reino de Quivira, mencionado porun indígena conocido como «el turco». Según sus noticias, allí elseñor de la tierra dormía la siesta a la sombra de un gran árbol,del cual pendían numerosas campanas de oro tintineantes. Algunasexploraciones posteriores alcanzaron el territorio de la actual Kansas,pero el tiempo se agotaba. Después de mandar ajusticiar al turcopor mentiroso, Vázquez de Coronado ordenó el retorno a México.Al llegar, como temía, tuvo que hacer frente a un duro procesolegal por negligencia e ineptitud, pero fue exonerado de toda culpaen el fracaso de la expedición 16.

La culminación y con gran frecuencia la única justificación posiblede un descubrimiento, su concreción en una nueva ciudad, partióde una representación llena de simbolismo: la toma de posesión.Esta transfería al dominio material de la Corona una parte de lasIndias, considerada hasta entonces res nullius, habitada por paganosy entregada por las bulas papales a los reyes católicos, y la hacíapropia para que ningún otro se aposentase en ella: vacabant dominiauniversali jurisdictio non posesse in paganis 17. Proyectaba de ese modola acción descubridora sobre el terreno y también convertía por unacto de brujería jurídica el espacio «sin dueño» en territorio propio,detentado con justo título. La toma de posesión precedió y ordenóel procedimiento de fundación de ciudades. Su regulación, comosolía ocurrir en el derecho indiano, no adoleció de rigidez, de modoque pudo asumir el juego de la circunstancia. Entre sus fuentesjurídicas estuvieron algunas fórmulas procedentes del derecho roma-no y germánico, ya ensayadas en las islas Canarias 18. Para que tuvieravalidez, el descubridor debía cortar ramas, pasear, tomar puñadosde tierra, beber agua y hasta dar gritos; el escribano público levantabatestimonio y el pregonero daba luego voz a todo lo actuado. Elacto solía ir acompañado de misas y levantamiento de cruces y fina-lizaba con la traza física de calles y solares y el nombramiento delprimer cabildo. En una etapa posterior, como fruto de la experiencia,se le añadió en ocasiones el enterramiento de una botella con laescritura de posesión indicando para que no hubiera dudas quiénera el propietario del territorio. Se buscaba así advertir a posiblescompetidores europeos, ante los que sólo valía el «ánimo de dominio»

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o la presencia efectiva. En cualquier caso, las variantes fueron muchas.En las instrucciones entregadas a Juan Díaz de Solís en 1514 parael descubrimiento del estrecho que comunicaba el Atlántico con elPacífico, se le ordenó tomar posesión en un sitio bien determinado,cortar árboles y ramas, cavar el terreno y proclamar todo lo efectuadocon testigos y levantamiento de testimonio. También se le encarecióconstruir algún pequeño edificio donde hubiera un cerro señaladoo un gran árbol y levantar una horca. Finalmente, tenía que actuarcomo juez y sentenciar las demandas que le presentaran 19. El añoanterior, una vertiente marítima de la ceremonia protagonizada porVasco Núñez de Balboa —nada menos que la toma de posesióndel océano Pacífico— había obligado a los participantes a esperaren la orilla hasta que subiera la marea: «Sentáronse él y los quecon él fueron y estuvieron esperando que el agua creciese, porquede bajamar había mucha lama e mala entrada». Tal condición secontempló como requisito indispensable para que tuviera validezjurídica.

A partir de 1510, uno de los requisitos de la conquista fue lalectura del requerimiento a los indígenas. Lejos de representar elabsurdo que algunos pretenden, tuvo una función simbólica e inti-midadora y sirvió tanto para remarcar la superioridad civilizatoriaespañola como para transformar el contacto inicial en sumisión ocolisión, ya que excluyó la posibilidad de una percepción mutuaen idéntico nivel cultural. Recientes estudios mantienen que el reque-rimiento podría fundarse en tradiciones peninsulares islámicas ligadasa la jihad, entendida como una lucha regulada según principios legalesadecuados 20. Mediante la obligación de su lectura, la Corona atendióalgunas de las fundadas quejas de los frailes indigenistas, al tiempoque prescribió para un momento de gran peligro un procedimiento(bien se quejaron algunos conquistadores por ello) que determinabala conducta a seguir. La imposición del protocolo legal tambiénsirvió para recalcar la magnitud y ubicuidad del poder real. Eneste sentido, era lo de menos que la explicación fuera proyectadaliteralmente hacia árboles, animales u hombres que no podíanentender nada, salvo en el universal lenguaje de las señas, hastaque hubo disponibles intérpretes o «lenguas» capaces 21. Los argu-mentos del requerimiento son muy conocidos. El Dios creadordel universo hizo un hombre y una mujer, «de quien nos y vosotrosy todos los hombres del mundo fueron y son descendientes y pro-creados». Sus hijos se dispersaron por la tierra y más tarde SanPedro fue puesto por cabeza de todo el linaje humano, «don-

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dequiera que los hombres viniesen en cualquier ley, secta o creen-cia». Uno de los papas donó a los reyes de Castilla, León y Aragón«las islas y tierra firme del mar océano». Por causa de ello, losindígenas debían reconocer su potestad y tener a los monarcas«como a superiores y reyes», o arriesgarse en caso contrario aperderlo todo:

«Tomaremos vuestras personas y de vuestras mujeres e hijos ylos haremos esclavos y como tales los venderemos y dispondremosde ellos como sus majestades mandaren y os tomaremos vuestrosbienes y os haremos todos los males y daños que pudiéramos, comoa vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisteny contradicen; y protestamos que las muertes y daños que de ellose siguiesen sean a vuestra culpa y no de sus majestades, ni nuestra» 22.

Con requerimiento o sin él y sin dejar de lado que la auténticainfantería de la conquista de América estuvo constituida por los pro-pios indígenas, que acompañaron a las huestes de manera voluntariao forzada, lo cierto es que la rapidez del proceso conquistador, con-cluido en su primera etapa con la victoria de Hernán Cortés, sus600 acompañantes españoles y varios miles de aliados indígenas sobrelos aztecas el 13 de agosto de 1521, se explica tanto por su supe-rioridad militar, tecnológica y táctica, como por el apoyo que lebrindaron desde la retaguardia las incipientes ciudades del Caribe 23.

La conquista de México resumió la experiencia reunida desde1492. En los años posteriores, la «factoría colombina», un intentode trasposición de los procedimientos usados en la costa africanay los archipiélagos atlánticos, había funcionado tan mal como elgobierno del descubridor. Desde finales del siglo XV, liquidado sumonopolio, las cabalgadas o entradas de los conquistadores, unaadaptación a las nuevas circunstancias de las clásicas «algaras» orápidas expediciones estacionales de la reconquista peninsular, mar-caron la pauta. La regulación jurídica característica se basó en lafirma de capitulaciones entre la Corona y los particulares. Bajo elnuevo sistema, los reyes compartían el riesgo, las pérdidas y las even-tuales ganancias con financieros y aventureros privados, porque elnegocio americano había sido hasta entonces ruinoso. En segundotérmino, se reservaron el control político de la conquista, la sujeciónde quienes tuvieran pretensiones señoriales o hicieran gala de unespíritu demasiado independiente.

Este entramado político y legal hubo de transformarse a causade la magnitud de la catástrofe demográfica indígena en las Antillas

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y la conquista del imperio azteca. Ambos hechos concatenados ace-leraron la institucionalización de la frontera del Nuevo Mundomediante la fundación de los reinos de Indias, definitiva expresiónpolítica del trasvase institucional y burocrático español al continenteamericano. En torno a 1550, era precisamente la estabilidad de lared urbana la que garantizaba la viabilidad de una monarquía his-pánica atlántica, que contenía una conciencia criolla en estado ger-minal. En este sentido, la promulgación de las Ordenanzas de des-cubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias de 1573, ver-dadera piedra angular de la ciudad americana, no hizo más quesancionar y encauzar una dinámica de permanencia y una originalidadya entrevista, pero llamada a adquirir plena visibilidad en el siglosiguiente.

La fundación por Cristóbal Colón de Fuerte Navidad a finalesde 1492 supuso la creación del primer establecimiento europeo enAmérica, excepción hecha de los olvidados asentamientos vikingos.No deja de ser irónico que el motivo circunstancial de ello residieraen un lamentable descuido que produjo el naufragio de la SantaMaría, cuyo mando había quedado a cargo de un inexperto grumete,en la noche del 25 de diciembre de aquel annus mirabilis. Cuandoemprendió el retorno a la península de su primer viaje, Colón dejóen Fuerte Navidad 39 hombres al mando del cordobés Diego deArana, Pero Gutiérrez y el segoviano Rodrigo de Escobedo, conmercaderías para rescatar, bizcocho, artillería y una pequeña embar-cación 24. A fines de noviembre de 1493, al arribar a La Españolaen el transcurso del segundo viaje, Colón comprobó con consternaciónque todos habían sido masacrados por los nativos y tomó con rapidezla decisión de fundar una ciudad para asentar las más de 1.200personas que lo acompañaban, entre las cuales había, además demarineros, hidalgos, artesanos, labradores y religiosos, pues su obje-tivo en esta ocasión era colonizador. La urbe recibió el nombre deIsabela para honrar a la reina católica y se localizó en el norte dela isla, junto al mar, a 29 leguas del puerto de Santa Cruz. Su comienzofue celebrado con una misa el 6 de enero de 1494 y por entoncesse debió organizar su cabildo. El emplazamiento, según manifestóun descubridor que vivía sus horas de gloria, resultaba ideal, puesestaba en un alto junto a un puerto, en un amplio valle, y disponíaen sus cercanías de un bosque y una cantera. Otros testigos deaquel acontecimiento, como el italiano Michele Cuneo, opinaronen cambio que las endebles casas de Isabela eran tan sórdidas quele recordaban el aspecto de un burdel. El catalán Guillem Coma

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mencionó que tenía una calle ancha trazada a cordel que la dividíaen dos partes y estaba cortada por otras transversales; consta quemás adelante tuvo una fortaleza y una casa para residencia del almi-rante de las Indias 25.

En agosto de 1498 el puerto de Isabela había sido abandonadoy la malsana ciudad estaba a punto de sufrir la misma suerte; apenasdos años después se encontraba deshabitada. Según un testimoniodel propio Colón, un «desastre de fuego» había destruido dos terceraspartes de ella en 1494. El padre Las Casas señaló que se habíalocalizado cerca de una aldea indígena, por lo que había sido escenariode hechos de crueldad; resulta obvio que esta circunstancia debióagravar su atmósfera fronteriza y violenta. Obligado por los acon-tecimientos, Colón buscó un emplazamiento alternativo al sur, quetambién podía dar salida al mar a los asentamientos surgidos enel interior para la explotación minera (Santo Tomás, Esperanza oConcepción de la Vega) que en algunos casos se transformarían enciudades. En ejecución de sus designios, Santo Domingo fue fundadapor su hermano Bartolomé Colón en 1498, al oriente del río Ozama.A pesar del intento del descubridor de llamarla «Isabela la Nueva»para disimular este segundo fracaso urbano, su recuerdo quedaríaasociado a romances y leyendas populares de fantasmas, muerte ydesolación.

Apenas cuatro años después, el gobernador Nicolás de Ovando,que había llegado de España para corregir los desatinos colombinosacompañado de 2.500 colonos, trasladó Santo Domingo a la orillaizquierda del río e inauguró con ello el fenómeno tan genuinamenteamericano de las ciudades «portátiles», el desplazamiento por causasde pobreza, sanidad, ataque indígena o catástrofe de vecinos y pobla-dores con sus familias, servidores, enseres y animales a otro lugar,pero sin cambiar de urbe. La primera capital de América fue orga-nizada por Ovando con la habilidad burocrática y el sentido comúnque siempre le caracterizaron. Es importante destacar que sus ins-trucciones expresaron con claridad la voluntad real de establecerciudades al modo de las peninsulares:

«Que se hagan poblaciones en que los dichos indios puedan estary estén juntos, según y como están las personas que viven en estosnuestros reinos. Las cuales hagan hacer en los lugares y partes quea él bien visto fuere» 26.

Lo relevante fue la decisión política, consistente en el tiempoy en el espacio, de abrir una frontera urbana y de fundar según

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un procedimiento reglado y clásico, «digno de ser imitado». Estepartió de la identificación y justificación del sitio elegido y continuócon la traza del plano en damero sobre el terreno, el diseño delas calles principales, la colocación de la cruz en el solar de la futuraiglesia y de la picota en el área central de la plaza mayor y la desig-nación de solares para cabildo, gobernación y hospital 27. En cum-plimiento de las órdenes recibidas, Ovando también acabó con lalicenciosa costumbre extendida entre los colonos españoles de vivirdesperdigados en las aldeas indígenas. Cuando retornó a la penínsulaen 1509, había asentado cerca de 3.000 vecinos en unas quincevillas, entre las que se encontraban algunas tan importantes comoSanta María de la Verapaz, Salvatierra de la Sabana, Azúa, Villanuevade Yáquimo, Buenaventura y Bonao.

La orgullosa Santo Domingo, a la cual la Corona concedió divisasy escudo de armas en 1508, contaba con un puerto muy activo.Su rápido crecimiento se vertebró sobre una incipiente trama urbanaortogonal, que tenía las calles principales paralelas a la costa y laplaza mayor en su área central, aunque ligeramente desplazada haciael río. Pronto se levantó en ella la primera catedral americana, deestilo gótico tardío, con tres naves y dos capillas laterales; a diferenciade lo que se haría habitual posteriormente, su fachada principal nose orientó a la plaza mayor. Junto a ella, se edificaron el palaciode Diego Colón (1510-1514), el hospital de San Nicolás de Bari(1533-1552), la torre del homenaje de La Fuerza, las atarazanas(1515-1530) y la primera universidad americana, la de Santo Tomásde Aquino, abierta en 1538. Ante la magnificencia del conjunto,el obispo Geraldini señaló sin aparente sonrojo: «Quedé admiradoal ver tan ínclita ciudad fundada hace el breve tiempo de 25 años,porque sus edificios son altos y hermosos como los de Italia, supuerto capaz de contener todos los navíos de Europa, sus mismascalles anchas y rectas, que con ellas no sufren comparación las deFlorencia». El gran cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, alcaldede su fortaleza, recalcó tanto la novedad urbana como la voluntad deestilo presente en ella: «Fue trazada con regla y compás, es unaciudad nueva, bien planeada, que ha de servir de modelo a todaslas ciudades de América» 28. El primer recuento de población, quedata de 1528, indica que residían en ella 433 hombres, de los cuales281 eran cabeza de familia, casi dos terceras partes disponían deespada u otras armas y un 14 por 100 poseía caballo propio 29.

La distribución geográfica de las ciudades en La Española res-pondió tanto a la necesidad de impulsar la producción de alimentos

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destinados a las declinantes explotaciones auríferas, como al estímulodel comercio con los incipientes núcleos urbanos surgidos a lo largode la dinámica frontera antillana. En pocas décadas la poblaciónindígena desapareció casi del todo a causa de la avalancha de enfer-medades desconocidas (de las cuales algunas terribles también sepropagaron por Europa), los malos tratos y las brutales incursionesde los cazadores de esclavos, que proveían de mano de obra a estan-cias agropecuarias. Las sabanas fueron invadidas por el ganado vacunoy porcino; el cerdo se convirtió en «la despensa del conquistador».En estas condiciones, el ritmo de la conquista americana dependió,más que de la posibilidad inmediata de encontrar metales preciosos,perlas o pedrería, de la disponibilidad real de alimentos y de laexistencia de bases de partida y avituallamiento. El alargamientode las redes de aprovisionamiento se había convertido ya en la primeradécada del siglo XVI en un grave problema logístico 30.

Casi todos los capitanes de conquista se formaron en la expe-riencia dominicana, que fue una verdadera escuela de baquianosy «prácticos de la tierra». En 1508, el gobernador Ovando encomendóa Juan Ponce de León la conquista de Puerto Rico y también despachóa Tierra Firme las expediciones de Alonso de Ojeda y Diego deNicuesa. En 1509 mandó a Juan de Esquivel a Jamaica y en 1511Diego Velázquez alcanzó Cuba por orden suya 31. Ponce de Leóny Esquivel habían participado en la conquista del oriente de LaEspañola, donde fundaron Salvaleón del Higuey en 1505. Velázquezdirigió la conquista de la parte occidental de la isla, donde fundóVerapaz, Azúa y San Juan de la Maguana. Ojeda y Nicuesa fueronconocidos veteranos de la frontera y Núñez de Balboa, fundadorde los primeros establecimientos en el continente, Santa María laAntigua del Darién y Acla, fue colono en Salvatierra de la Sabana,cerca del actual cabo Tiburón.

El establecimiento de ciudades litorales a fin de asegurar el sumi-nistro y la defensa de las huestes conquistadoras que pretendíanavanzar hacia el oeste y el sur marcó la pauta. En Cuba, dondeel hallazgo de chozas de paja llevó al doctor Chanca a conjeturarque entre los nativos existía algún grado de civilidad —«esta gentenos pareció más política», afirmó— cinco de las siete ciudades quefundó Velázquez fueron costeras o próximas al mar 32. Baracoa, erigidaen 1512, fue la más próxima a La Española y se levantó sobre uneje urbano lineal. Santiago, la primera capital cubana, se fundó en1511 en una bahía alargada y resguardada por dos promontorios;su primer trazado fue ortogonal en los alrededores de la plaza mayor

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e irregular en el exterior. Puerto Príncipe, fundada en 1515, tuvoun primer emplazamiento de trazado irregular junto a la costa ymás tarde se trasladó al interior. Trinidad había sido levantada elaño anterior con cierta disposición radial, en una pequeña colinaque se deslizaba hacia el mar.

La Habana, aunque se fundó en 1515, cambió tres veces deemplazamiento hasta 1519, cuando se radicó donde hoy permanece.Alejada en principio de las rutas comerciales y de la dinámica con-quistadora, la urbe habanera se aglutinó en esta etapa alrededorde la Fuerza vieja, situada al final del canal de entrada a la bahíaen la que sus habitantes por fin habían hallado refugio. Hacia 1550contaba con unos 300 habitantes. A fines de siglo la rotundidadde la Fuerza nueva, dotada de cuatro baluartes iguales en los vérticesde un cuadrado perfecto, alumbró el cambio de fortuna de la ciudad,llamada a convertirse en pieza clave y fortaleza amurallada de laCarrera de Indias, merced a los castillos de La Punta y El Morro.Su traza, que según uso y costumbre prescribió la medida de lossolares y el ancho de las calles, conformó una plaza irregular abiertaal puerto y una estructura de manzanas cuadrangulares de diferentestamaños. En otras regiones de la isla se fundaron en 1513 y 1514Bayamo y Sancti Spíritu. La primera dispuso de un trazado lon-gitudinal paralelo al río, con una retícula irregular y la iglesia y laplaza mayor situadas hacia el norte; en la segunda se repitió la fórmulade trazado irregular con apuntes geometrizantes. La plaza centralarticuló ambos conjuntos 33.

En Jamaica, las primeras fundaciones se localizaron en la costadel norte. De 1508 datan Villa Diego y Melilla; en 1510 surgió Sevilladel Oro, convertida en capital; Oristán, en cambio, se radicó al sur.Todas desaparecieron en poco tiempo. En 1524, debido a la insa-lubridad de Sevilla, el gobernador Francisco de Garay mudó la capitala Santiago de la Vega, conocida hoy como Spanishtown. La pobrezade la isla era tan considerable que en 1582 era la única ciudadhabitada. Terminaría por ceder la capitalidad a Kingston, situadaen un lugar estratégico. En cuanto a Puerto Rico, Vicente YáñezPinzón recibió en 1505 el cometido de poblar villas de cincuentao sesenta vecinos y repartirles «caballerías y tierras y árboles». Losdesgraciados vecinos de Caparra, la desprotegida y malsana ciudadfundada por Ponce de León en 1508, se trasladaron en 1519 auna pequeña isla alargada que cerraba una gran bahía situada alnorte, en la que pretendían hallar un lugar para vivir. Allí surgióSan Juan, cuya traza estaba definida dos años después. En los alre-

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dedores de la plaza mayor se configuró una retícula ortogonal ylos edificios se construyeron según el estilo de La Española. Mientrasla iglesia de Santo Tomás semejaba la catedral gótica de Santo Domin-go, en 1533 se levantó con intenciones defensivas la Fuerza viejao fortaleza de Santa Catalina. Pronto fue superada por la colosalde El Morro, en realidad un complejo sistema defensivo en per-manente renovación.

Aunque el salto al continente de mayor alcance fue el prota-gonizado por Hernán Cortés en 1519, como paso previo a la conquistade los aztecas, hacía tiempo que se había asentado el llamado «núcleopanameño». Este resultó fundamental en el avance hacia Centroa-mérica y el Perú. Las ciudades de Panamá, Nombre de Dios y susucesora Portobelo, abrigaron puertos terminales en el tránsito dela Carrera de Indias entre el Pacífico y el Atlántico. En la costaístmica fueron establecidas Natá (1522), Concepción (1559), Peno-nomé (1573) y Remedios (1589). Únicamente Santafé (1558), situadaen un paso cordillerano a medio camino entre Natá, convertida engranero del istmo, y Concepción, radicada en un área minera, fuecapaz de escapar a la atracción del litoral, gracias a su posiciónestratégica. En la naciente Panamá, la experimentación urbana fueregulada mediante las instrucciones para el poblamiento de Castilladel Oro, entregadas a Pedrarias Dávila en 1513. La experiencia dela frontera antillana había dado sus frutos. De ahí que recogieranpor primera vez indicaciones terminantes sobre el carácter del empla-zamiento, la orientación, la salubridad y la distribución de solaresde las futuras ciudades e incluso insinuaran la necesidad de revisarlas prácticas seguidas desde 1492:

«Habéis de repartir los solares del lugar para hacer las casasy estos han de ser repartidos según las calidades de las personasy sean de comienzo dados por orden, por manera que, hechos lossolares, el pueblo parezca ordenado, así en el lugar que se dejarepara plaza, como el lugar en que hubiese la iglesia, como en el ordenque tuvieren las calles, porque en los lugares que de nuevo se hacendando la orden en el comienzo, sin ningún trabajo ni costa quedanordenados y los otros jamás se ordenan» 34.

Las ciudades que Pedrarias fundó en Panamá se ajustaron almodelo ortogonal gracias a la colaboración del experto en geometríay mensura de terrenos Alonso García Bravo. Este tuvo la fortunade acompañar a Hernán Cortés en la conquista novohispana, intervinoen el trazado de Veracruz y Antequera y acabó por convertirse en

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«el alarife que trazó la ciudad de México». En el istmo, tal vezreformó el trazado inicial de la primera ciudad asentada en TierraFirme, Santa María la Antigua del Darién, fundada por Martín Fer-nández de Enciso junto al río Atrato a fines de 1509. García Bravotambién participó en el trazado de Acla, en cuya plaza mayor fueejecutado por rebeldías imaginarias en 1519 su desgraciado fundador,Vasco Núñez de Balboa. Tanto Nombre de Dios, erigida en 1510sobre la costa atlántica panameña, como Natá y Acla debieron tenerun trazado regular. Los planos de la primera Panamá, establecidapor Pedrarias en 1519, muestran una ciudad de esa morfología, perocon el curso de las calles torcido 35.

Desde ella partió en 1524 Francisco Hernández de Córdoba parafundar Bruselas cerca de la actual Puntarenas en Costa Rica y Leóny Granada en la actual Nicaragua. Su traza tuvo intención de regu-laridad, pero careció de la disciplina practicada por los urbanizadoresde México. Situada a orillas de un lago de gran tamaño y a lospies de un volcán cuya erupción había formado pequeñas islas delava, se levantó sobre una retícula dominada por una plaza cua-drangular, a la que confluyeron las diferentes manzanas. Los prin-cipales edificios religiosos se colocaron sobre un eje longitudinal yen perpendicular al litoral, en el que había un pequeño puerto; lacalle atravesada, paralela a la costa, sirvió como punto de reuniónde los caminos que llegaban a Granada desde todas direcciones.

En el extremo sur del Caribe, el asalto conquistador se dirigióhacia Venezuela, cuyas costas fueron recorridas por Colón durantesu tercer viaje. La efímera Nueva Cádiz de Cubagua, fundada en1510 al socaire del auge perlífero, que dio lugar a la primera delas economías extractivas de la región, apenas consistió en una seriede manzanas alineadas a lo largo de la costa. En 1540 ya habíasido abandonada, de modo que las cercanas Asunción, fundada en1525 en la isla Margarita, y Cumaná, establecida sobre el continenteen 1520, agruparon la escasa población española. La futura capitaldel oriente venezolano fue trasladada en 1569 a su emplazamientodefinitivo por el conquistador Diego González de Serpa y desdeentonces creció con lentitud sobre el espacio comprendido entreel cerro de San Antonio y el río Manzanares. La imponente presenciade la cercana fortaleza de Araya, levantada en 1622 para impedirla explotación holandesa de las salinas próximas, contrastó con lamodestia de la urbe, la pobre iglesia parroquial, los austeros conventosy la humilde aduana.

Al occidente se fundó en 1527 la ciudad de Coro, que tuvouna traza regular, al igual que otros núcleos importantes de la hostil

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Tierra Firme, como Santa Marta, fundada en 1525 por el trianeroRodrigo de Bastidas, o Cartagena de Indias, que lo fue por Pedrode Heredia en 1533. La primera de ellas sirvió de plataforma parala conquista del interior colombiano, pues de allí partió la huestede Gonzalo Jiménez de Quesada, que remontó el río Magdalenatras el rastro de los indígenas muiscas, la sal y el oro. En 1538fundó Santafé de Bogotá para justificar sus andanzas doradistas anteuna Corona que se había vuelto demasiado inquisitiva respecto alos hechos y fines de la conquista. Santa Marta fue una de las primerasciudades de trazado reticular ortogonal con manzanas rectangularesen vez de cuadradas, un estilo urbanizador que también se aplicóen San Juan de Puerto Rico, México y Puebla de los Ángeles. Suscalles fueron rectas y paralelas y la plaza mayor se dispuso juntoa la costa, en posición descentrada respecto al eje de la ciudad.Tuvo seminario, hospital y aduana y fue sede obispal durante buenaparte del siglo XVI. En cuanto a Cartagena, llamada a convertirseen la gran metrópoli fortificada de Tierra Firme, se radicó en elextremo de una gran bahía y tuvo un trazado semiregular. En laplaza mayor, localizada en un vértice que permitió unir las manzanaspróximas al puerto al asentamiento fundacional, se construyeron lacatedral, el cabildo y la casa del gobernador. Otra plaza, llamadade la aduana o del mar, abierta hacia el puerto, fue el centro delas actividades comerciales y el tráfico de mercaderías, como aceite,vino, papel, oro y esclavos. Una trama de calles rectas formaba unared de manzanas irregulares, que se extendió al poco hacia la cercanaisleta de Getsemaní. En 1572, Cartagena había llegado a los 4.000vecinos, pero se encontraba todavía lejos del esplendor que alcanzaríacon posterioridad.

En fecha tan temprana como 1517, apenas ocho años despuésde la llegada de los españoles, las ciudades cubanas contaban conhombres y recursos suficientes para servir de base al asalto del con-tinente, del mismo modo que las urbes de La Española habían sus-tentado la ofensiva inicial hacia las demás islas de las Antillas yTierra Firme. A la expedición de Francisco Hernández de Córdobahacia Yucatán aquel mismo año, que terminó en un trágico naufragio,siguieron las de Juan de Grijalba en 1518 y la acaudillada por Cortésen 1519. En aquella decisiva coyuntura, el hecho urbano tuvo unpapel relevante. Fue precisamente la fundación de la Villa Rica dela Veracruz lo que marcó el inicio de la conquista novohispana,porque permitió a Cortés investirse de la legitimidad política y militarque necesitaba: gracias a ella se liberó de la tutela de Diego Velázquez,el gobernador de Cuba a quien debía sujeción y lealtad.

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No se conoce la forma exacta de la primera Veracruz, un puertonatural en la planicie costera difícil para la navegación, pero idóneopara la defensa, «cerca de dos buenos ríos para agua y trato y grandesmontes para leña y madera y mucha piedra para edificar», segúnnarró el propio Cortés. El asiento definitivo de la ciudad en 1521se conformó según un trazado regular de calles rectas y relativamenteperpendiculares entre sí. La pequeña plaza mayor rodeada de laiglesia principal y la casa del gobernador quedaron situadas juntoal puerto, pero la aduana se estableció en la plaza del Maíz, dondese celebraba un populoso mercado. A fines del siglo XVI, Veracruzpresentaba una plaza rectangular rodeada de manzanas cuadradasy rectangulares y había adquirido cierta irregularidad 36.

Con el fin de asegurar las comunicaciones de su cada vez másnumerosa hueste, Cortés fundó tras Veracruz la localidad de Segurade la Frontera, que debió tener una planta casi cuadrangular. Apartir de estos emplazamientos, una vez lograda la alianza y el controlde Tlaxcala, que consideró «muy mayor que Granada y más fuerte»y de Cholula, «la ciudad más hermosa de fuera que hay en España»,se lanzó a la conquista de los aztecas. Su bella y limpia capital,Tenochtitlan, la gran presa urbana del continente americano, habitadaquizás por unas 300.000 personas, estaba dominada por el enormerecinto del Templo Mayor, rodeado a su vez de los grandes palaciosde los tlatoque (gobernantes) y los nobles más poderosos. Tambiéncontaba con grandes espacios dedicados al mercado y la adminis-tración, como el totocalli y el petlacalco. La organización urbana eraimpecable. En cada barrio se practicaba un tipo de actividad, conuna deidad a la que se rendía culto en el templo correspondiente 37.Muchas casas contaban con patios o chinampas, unas plataformasflotantes dedicadas al cultivo intensivo. Los edificios nunca sobre-pasaban las dos plantas, que eran exclusivas de las viviendas ocupadaspor la clase privilegiada. La mayoría de la población habitaba encasas que tenían una sola y disponían de una superficie de unostreinta o cuarenta metros cuadrados; las más pequeñas sólo teníandiez 38.

A pesar de la destrucción material acontecida durante la conquista,las terribles epidemias y los hechos de armas —el cronista Fernandode Alva Ixtlilxóchitl recordó que «los tlaxcaltecas y otras nacionesque no estaban bien con los mexicanos, se vengaban de ellos muycruelmente de lo pasado y les saquearon cuanto tenían»— en loreferente a la concepción urbana la continuidad fue más notablede lo que se ha supuesto 39. Las calzadas indígenas y el gran centro

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ceremonial de Tenochtitlan fundamentaron el trazado de la capitalde la Nueva España concebido por el ya mencionado alarife AlonsoGarcía Bravo, que diseñó parcelas cuadradas y un sistema vial rec-tangular de malla ligeramente heterogénea. Los cuatro campa o rum-bos míticos aztecas permitieron delinear cuatro barrios, puestos bajoadvocaciones que recordaron los atributos de antiguas divinidades.Así, San Juan Moyotla remitió a la virginidad masculina de Tez-catlipoca-Telpochtli, Santa María Cuepopan a la diosa Tonantzin,San Pablo Zoquipan a Quetzalcoatl y San Sebastián Atzacualco aljoven guerrero Huitzilopochtli 40.

A partir de 1521, sobre el paisaje fluvial dominado por multitudde canales y acequias fueron apareciendo casas de una sola plantacon gruesos muros y pequeñas ventanas. La ciudad semejaba, enpalabras de Bernal Díaz del Castillo, «un pequeño islote, casi unpantano, del que sobresalían unas rocas, rodeado de cañaverales».Su superficie se aproximaba a 130 hectáreas, a las que se añadían750 de las chinampas y 60 más del islote de Tlatelolco 41. La plazamayor, la más grande de América, fue levantada sobre el antiguocentro ceremonial azteca. En su vertiente sur discurría con placidezuna acequia que la separaba de otra plaza contigua, la del Volador,en la cual se estableció en 1550 la universidad. La gigantesca catedralse empezó a construir en 1573; sus obras se prolongaron duranteel siglo XVII y parte del XVIII. México creció con orden dentro dela traza inicial, ocupando primero el terreno hasta el límite de lossolares marcados y más tarde en altura y profundidad. Hacia 1600,alrededor de la plaza mayor aparecían la catedral en construcción,el viejo templo pendiente de derribo, la sede arzobispal, la casade la moneda, el palacio virreinal y el cabildo. En todas direccionesse veían iglesias, conventos, monasterios, palacios y edificaciones par-ticulares, los símbolos de la opulencia y el poder de la capital novo-hispana.

La ofensiva conquistadora y urbanizadora también hizo de lanueva urbe la base de partida para nuevas expediciones. El propioHernán Cortés mandó a Gonzalo de Sandoval hacia Tuxtepec, enel oriente; allí fundó en 1523 a orillas del río Coatzacoalcos la Villadel Espíritu Santo. Luis Marín se encaminó a Chiapas y Franciscode Orozco exploró la región de Oaxaca. En 1528 se formalizó lafundación de Antequera, cuya traza fue realizada al año siguientepor el ubicuo García Bravo. En ella, la plaza cuadrada se situó enun punto intermedio entre los dos ríos que cruzaban el valle, elAtoyac y el Jalatlaco, y los ejes se inclinaron unos grados para atem-

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perar la influencia solar. Vicente López se encaminó a la regiónde Pánuco, donde el propio Cortés fundó Santisteban del Puertoa finales de 1522. Hacia el occidente partió Cristóbal de Olid, quese encargó de culminar la conquista de Michoacán; allí se estable-cieron Pátzcuaro en 1524 y Valladolid en 1541. La primera de ellasnació por decisión del franciscano y utopista Vasco de Quiroga ycontó con una fuerte presencia indígena. Frente a ella, Valladolidsurgió como una villa de españoles en el valle de Guayangareo, dis-puesta según una traza ortogonal, con grandes manzanas partidasen cuatro solares y anchas calles; su enorme plaza mayor medíaunos 130 por 300 metros antes de la construcción de la catedral.

En el profundo norte mexicano aparecieron en 1546 Zacatecasy en 1554 Guanajuato, como reales de minas ligados al hallazgode plata. Su trazado fue irregular y espontáneo; adquirieron el esta-tuto de ciudades en 1585 y 1741, respectivamente. En el sur, Fran-cisco de Montejo fundó Mérida en 1542; dos años antes había erigidosobre la costa occidental de Yucatán San Francisco de Campeche.A pesar de la importancia que le deparaba ser el único puerto entreVeracruz y La Habana en el que podían recalar las flotas de laCarrera de Indias, en 1562 tenía una sola iglesia y a fines de sigloapenas llegaba a 400 habitantes. Con posterioridad fue fortificaday la plaza mayor se orientó hacia el mar; el centro urbano adquirióun carácter compacto. Si Campeche funcionó como punto de apoyopara la navegación en la vuelta del Caribe, la necesidad de protegerla salida del temible canal de las Bahamas hacia el Atlántico explicala fundación en 1565 de San Agustín de Florida, la primera ciudadde los Estados Unidos. Constituyó un peculiar núcleo urbano alar-gado, en cuyo centro se situó una plaza de armas abierta al mary dominada por la casa del gobernador. El fuerte de San Marcosotorgó cobijo a una agrupación de manzanas situadas en paraleloa la línea de la costa.

Al sur de México se situaron ciudades tan importantes comoCholula, un caso de clara adaptación del nuevo trazado a una pobla-ción existente, y Puebla de Los Ángeles. Esta se erigió en 1531por orden de la audiencia con el ánimo de llevar a la práctica elutópico modelo de división de españoles e indios en repúblicas segre-gadas, para residencia exclusiva de los primeros. La traza fue dirigidacon mano de hierro por los franciscanos y ejecutada por AlonsoMartín Pérez, que se encargó también de la distribución de los solares.Las primeras casas fueron radicadas en la orilla del río San Francisco,opuesta al futuro emplazamiento de la urbe. Un plano de 1532

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muestra una estructura de manzanas rectangulares de 180 por 90metros, con calles de unos trece de ancho alrededor de una granplaza central. Cada lado de la ciudad tenía 21 manzanas, la dimensióntotal era de 4,5 por 2,6 kilómetros y la superficie ocupada era de11,70 kilómetros cuadrados. El asentamiento estaba rodeado de fér-tiles ejidos y las huertas fueron ocupando diversos espacios; las man-zanas y lotes fueron urbanizados siguiendo una estricta planificación.

Al noroeste, Cristóbal de Oñate colonizó la Nueva Galicia. Lafundación de Guadalajara en el arenoso valle de Atemeja tuvo lugaren 1531. Tras sucesivos cambios de emplazamiento, la ciudad fueestablecida de manera definitiva sobre una vega de gran aprove-chamiento agrícola a 1.500 metros de altitud y a orillas del río deSan Juan de Dios. La estructura de sus plazas centrales resultó insólita.En un lado de la plaza mayor, que acogió la catedral, se dispusoel palacio del gobernador, pero las casas del cabildo, contrariamentea lo habitual, se colocaron en una segunda plaza junto a las casasreales y el obispado; las manzanas tuvieron una forma casi cuadrada.

Hacia el sureste se había dirigido Pedro de Alvarado, que fundóZacatula en 1523 y la primera Guatemala al año siguiente. En 1527su hermano Jorge estableció de nuevo Santiago de los Caballerosde Guatemala en el sitio de Bulbuxi, «donde brota el agua». Suvoluntad resuena con claridad en el acta fundacional:

«Mando que se haga la traza poniendo las calles norte y sur,este y oeste. Otrosí mando que en medio de la traza sean señaladoscuatro solares en cuatro calles en ellos incorporados, por plaza dedicha ciudad. Otrosí mando que sean señalados dos solares juntoa la plaza, en el lugar más conveniente, donde la iglesia sea edificada[...] que se señale un sitio para hospital [...] que junto a la plazasean señalados cuatro solares, el uno para casa del cabildo y el otropara cárcel pública y los otros para propios de la ciudad [y] quelos demás sean repartidos por los vecinos» 42.

En 1541 un inmenso torrente de agua que descendió del volcáncontiguo la arrasó por completo y mató a muchos de sus habitantes,que, según una interesada interpretación posterior, habrían recibidoun justo castigo del cielo por vivir en permanente pecado 43. Dosaños después fue refundada en otro lugar, donde actualmente seencuentra La Antigua, de acuerdo con una trama regular de manzanascuadradas, con calles rectas a partir de una plaza central; un terremotola volvió a destruir casi por completo en 1773. En el reino de Gua-temala también se fundaron hasta 1600 otras 44 villas y ciudades,

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como Granada y León (1524), Huehuetlán (1524), Trujillo (1525),Realejo (1533), Puerto Caballos, Gracias a Dios y San Pedro Sula(1536), Comayagua (1537), Sonsonate (1552), Cartago (1564) yTegucigalpa (1579).

Con frecuencia se olvida que desde el potente núcleo panameñose emprendió la conquista del sur del continente, lo que supusoentre otras cosas la imposición de una morfología urbanizadora bienexperimentada en el istmo. El clímax de esta nueva y decisiva etapa,marcada por la derrota del imperio de los incas, fue la fundaciónde Lima a comienzos de 1535 por Francisco Pizarro. La futura capitalperuana fue bautizada quizás como «ciudad de los reyes» para con-memorar la epifanía, pues en las mismas fechas en que el fundadory sus compañeros elegían su asentamiento los reyes magos de orientehabían tomado el camino del portal de Belén 44. Fue establecidaen un área de milenaria ocupación en el valle del Rímac, a cienpasos del río del mismo nombre y a sólo diez kilómetros de la costadel océano Pacífico. La elección del emplazamiento no fue casual.Lima surgió en un punto intermedio entre Trujillo y Cuzco, «unade las buenas tierras del mundo», como señaló el cronista PedroCieza de León. Sus primeros 79 vecinos recibieron puntualmentelos solares definidos en la traza inicial y, como mandaba la ley, adqui-rieron la obligación de cercarlos y poblarlos en el plazo de un año.La trama urbana comprendió 116 manzanas cuadradas y formó unconjunto rectangular apoyado en el borde del río, con una superficiecercana a las 214 hectáreas. La construcción de los edificios aledañosa la plaza mayor, que quedó descentrada a causa de la cercaníadel Rímac a uno de los lados del conjunto, fue emprendida sin dila-ción. En 1542 Lima ya contaba con audiencia y obispado; en 1551fue fundada la Universidad de San Marcos. Rondaba por entonceslos 15.000 habitantes y su superficie había crecido hasta las 314hectáreas.

La utilización de materiales frágiles en su construcción, comomadera, ladrillo y adobe, en detrimento de la piedra, muy escasaen la región, no dificultó su promisorio futuro. Lima constituyó lasegunda gran metrópoli virreinal americana y pronto estuvo dotadade magníficos edificios, iglesias y jardines, que quedaron rodeadospor numerosas casas de techo plano, una adaptación local a la prácticaausencia de lluvia. En la tumultuosa periferia urbana, los indios deencomiendas y los forasteros se fueron agrupando en el famoso subur-bio de Santiago del Cercado, cuya existencia legal fue reconocidaen 1566. Su traza tenía 35 manzanas y 122 solares y poseía una

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extraña plaza central romboidal. En el interior amurallado coexistiríanpor siglos sin problemas aparentes edificios tan disímiles como unaiglesia de los jesuitas, un hospital, un colegio para hijos de caciques,una cárcel para indios hechiceros y una fábrica de pólvora.

El trazado de Lima definió un modelo que tuvo, como el deMéxico, una influencia regional perdurable. Sin embargo, el contrastecon lo ocurrido en la antigua capital inca, Cuzco, no pudo ser mayor.Lejos del monumentalismo irregular azteca, la ciudad se había carac-terizado por la exactitud geométrica de su trazado (que reproducíaperfectamente la división de los grupos étnicos y su propia situaciónen el imperio), la ausencia relativa de grandes edificios, el cruceen la plaza central (la gran Huacapata, de 550 metros en su ladomayor y 250 en el menor) de los caminos que partían a los cuatrosuyus o regiones del incanato y la existencia de doce barrios, trespor cada una de ellas 45. En el centro se encontraba el templo delsol o inti-cancha, rodeado por los palacios de los incas. En elloshabían residido los ayllus o linajes reales, mientras en los barriosexternos se alojaban la gente común y quienes procedían de pueblosconquistados 46. Desde la fundación de Cuzco como urbe hispánicaen 1534 se produjo una reordenación del espacio central y la plazaincaica, atravesada por el río Huatanay, quedó dividida en manzanas.En la nueva plaza mayor se ubicó la catedral, en la llamada «delregocijo» se situaron el mercado indígena y el cabildo y la de SanFrancisco se erigió como centro religioso secundario. La situaciónde los solares de las órdenes (la Compañía de Jesús, Santa Claray Santo Domingo), resultó determinante en el proceso de estruc-turación de los barrios. La ciudad quedó definida por medio deleje principal y la calle perpendicular que bordeó las tres plazas. Buenaparte de los nuevos edificios se levantaron sin recato sobre los cimien-tos incaicos o reutilizaron antiguos materiales.

La rápida pujanza de Lima, tan ligada a la inmediata explosiónproductiva de la mina de Potosí y al tráfico de la plata hacia elistmo panameño y el Atlántico, fue posible porque su fundaciónculminó un proceso urbanizador que le otorgó una suerte de cen-tralidad moderada, de cabecera regional y, si se quiere, felizmentearcaizante. A su alrededor, Pizarro fundó San Miguel de Piura en1531 con 46 vecinos y en un sitio malsano. Pronto se tuvieron quetrasladar a otro emplazamiento que no fue mucho mejor, pues estabaentre «dos valles llanos, frescos y llenos de arboledas, aunque escasode lluvias, cálido, abundante en sabandijas y con una [plaga] deenfermedades de los ojos» 47. También estableció en 1534 la célebre

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Jauja, asociada para siempre a la idea de vida fácil, sobre un hermosovalle en el que, según mencionó Lope de Rueda, era imposible pasarhambre o necesidad, «pues los árboles daban buñuelos; los ríos,leche; las fuentes, manteca, y las montañas, queso». Es posible quetuviera una plaza mayor rectangular, pero en otros aspectos reprodujola norma peruana de traza urbana con manzanas cuadradas, visibletambién en San Juan de la Frontera de Chachapoyas (1538), Leónde Huánuco y San Cristóbal de Huamanga (1539), El Callao —quenació por libre como puerto de La Magdalena— y Villa Hermosade Arequipa (1540). Esta se radicó en un lugar estratégico situadoentre la zona minera de Charcas y el Pacífico. Su traza fundacionalconsistió en un cuadrado perfecto de 63 manzanas, ocho por cadalado, exceptuada la correspondiente a la plaza. La población estabaregada por acequias que provenían del río cercano y recorrían lascalles con orden, lo que posibilitó la existencia de huertas y jardinesque confirieron a la ciudad un paisaje característico.

También Trujillo, fundada por Diego de Almagro en 1535 sobreel valle del río Moche y amurallada de acuerdo con un impecableproyecto renacentista, siguió la pauta de Lima. Sus primeras viviendasde adobe con techos de madera ocuparon grandes manzanas decasi 130 metros de lado; las fachadas daban sobre calles que tenían13 de ancho. El clima era benigno, el suelo fértil, la vegetaciónabundante y la comunicación con el exterior resultaba fácil graciasa la cercanía del puerto de Guancacho. La hermosa ciudad crecióde manera armónica. Las excelentes «casas de piedra y bien cons-truidas» que la caracterizaban, según el geógrafo López de Velasco,se alternaban con los conventos. Al sur fue establecida en 1548La Paz por orden del pacificador Pedro de la Gasca, que deseabaasegurarse el control del Alto Perú tras las sangrientas guerras civilesentre conquistadores. La motivación política de su origen fue recogidaen la simple justificación del sitio elegido, por encontrarse «en laparte y lugar más conveniente».

Con el propósito de consolidar la conquista del norte del antiguoimperio inca, Pizarro había mandado a Piura al gran fundador deciudades Sebastián de Belalcázar, otro personaje que provenía enorigen del núcleo panameño. Este procedió con la habitual mezclaen los conquistadores de disciplina colectiva e iniciativa individualy organizó por su cuenta una expedición a Quito. En junio de 1534entró en la ciudad, que había sido incendiada y destruida por elgeneral inca Rumiñahui para evitar su entrega: incluso las 300 vírgenes

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del sol, las acllas o ñustas de la familia de Atahualpa, que se habíannegado a acompañarle en su retirada, habían sido exterminadas 48.Poco después apareció Diego de Almagro, compadre de Belalcázar,que venía de Cuzco a tomarle cuentas. Ambos olvidaron sus dife-rencias y unieron sus fuerzas con el objetivo de hacer frente a lahueste de Pedro de Alvarado, que había desembarcado procedentede Guatemala con el propósito nada disimulado de usurparles laconquista. Para evitarlo, Belalcázar y Alvarado fundaron el 15 deagosto San Francisco de Quito, sobre la falda del volcán Pichincha,a 2.800 metros de altitud. Sus primeros 200 vecinos se asentaronen los solares recién delineados alrededor de la plaza mayor. Latraza urbana adquirió movilidad mediante la apertura de otras dosplazas, que fueron consagradas a San Francisco y Santo Domingo.

Pese a las críticas que recibieron por su proceder, los fundadoresno dudaron en aprovechar el incipiente damero de la traza incaicay definieron una cuadrícula irregular, que se adaptó bien al estrechoterreno disponible excepto en el centro, donde se impuso la regu-laridad. La normativa del cabildo pronto prescribió el cerramientoy limpieza de los solares otorgados, la construcción de acequias yla vigilancia de los mercados. El crecimiento urbano quiteño se orientóen el sentido longitudinal del valle, hacia el norte en dirección alcamino de Pasto y hacia el sur al de Cuzco. La importancia dela nueva urbe se ratificó al ser designada sede de audiencia en 1563.Belalcázar, a fin de cuentas un veterano conquistador y excelenteestratega, sabía bien que el control del interior exigía asegurar laposesión de la costa. De ahí que remontara el Guayas, para fundarSantiago de Guayaquil a fines de 1534 junto a la boca del río Yaguachi.La ciudad sufrió asaltos indígenas e incendios, fue reasentada en1537 por el descubridor del Amazonas Francisco de Orellana y cincoaños después se radicó en su emplazamiento definitivo, un lugarinsalubre plagado de caseríos que fueron regularizados mediante eltrazado de una cuadrícula. Mientras tanto, al suroeste de Quito surgióde la nada San Antonio del Cerro Rico de Zaruma, un centro mineroque se convirtió en ciudad a fines del siglo XVI. En 1548 Alonsode Mercadillo fundó Loja, que adquirió una impecable traza regular.Hacia el oriente también aparecieron algunos núcleos poblados deefímera existencia ligados a hallazgos metalíferos, como Santiagode las Montañas o Sevilla del Oro; al sur Gil Ramírez Dávalos fundóen 1557 sobre un magnífico valle Santa Ana de Cuenca. Su trazaregular siguió el modelo de Lima, pero la plaza mayor fue más peque-ña. Una vez efectuado el señalamiento de terrenos para iglesia, cabil-

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do, cárcel, casa y tienda de propios, el monasterio de Santo Domingoy hospitales de españoles y naturales, fueron delineados los solaresde los vecinos: «Que cada uno tenga ciento y cincuenta pies delargo y trescientos en cuadra, trazando las calles derechas y de anchuraque puedan ir por ellas dos carretas». Dos años más tarde, el fundadorestableció Baeza al oriente. En esa región, Archidona, Ávila y Alcaládel Río, trazadas a cordel y regla y con las manzanas bien distribuidas,apenas tuvieron en sus difíciles años iniciales algunas frágiles chozas,rodeadas de una naturaleza libérrima.

La actividad de Belalcázar continuó hacia el norte del continente,pues su particular búsqueda de El Dorado le encaminó en esa direc-ción. Así, fundó Santiago de Cali y Popayán en 1536 según la habitualestructura cuadricular y en su avance hacia la sabana bogotana seencontró con las huestes de Gonzalo Jiménez de Quesada, que habíallegado al altiplano procedente de Santa Marta, y de Nicolás deFedermann, que procedía del occidente de Venezuela, entregadopor Carlos V a los banqueros alemanes Welser para pagar las múltiplesdeudas de sus aventuras imperiales y expoliado de inmediato porellos con la crueldad propia de los recién llegados a una conquista.Bajo este impulso, el valle del Cauca y el altiplano andino colombianose llenaron de ciudades. En 1537, Belalcázar fundó Pasto. Dos añosdespués, Jorge Robledo estableció Anserma y Gonzalo Suárez Rendónfundó Tunja. Mompós, convertida con el tiempo en un puerto estra-tégico en la ruta del río Magdalena, que comunicaba el interior conCartagena y la costa, fue establecida por Alonso de Heredia en 1540sobre una gran isla fluvial. En el Nuevo Reino de Granada tambiénse fundaron Cartago en 1541, Tolú en 1543, Pamplona en 1545, Ibaguéen 1550, Mariquita en 1551, Tamalameque en 1561, Leiva y Ocañaen 1572, Cáceres en 1576, Vélez en 1579 y Zaragoza en 1581.

La traza de Tunja, llamada a convertirse en una opulenta ciudad,se ajustó al probado modelo limeño, con un sistema de calles igual-mente distanciadas y cruzadas en ángulo recto para formar manzanascuadradas. Ese fue también el diseño de Santafé de Bogotá, surgidaen 1538 por voluntad de Jiménez de Quesada para justificar supresencia en tierras de los muiscas y dominar el territorio que tantoBelalcázar como Federmann le disputaban. La Bogotá inicial se levan-tó, en palabras de su fundador, en un «sitio bueno y acomodado[...] sin selvas inhóspitas, sin plagas, alimañas o fieras». Las casasde sus cien primeros vecinos fueron simples bohíos de varas y pajahasta que lograron levantarlas de tierra y tapia. Ocuparon unas 25manzanas de 380 pies de lado, limitadas por los ríos San Francisco

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y San Agustín al norte y al sur y por la cordillera central al oriente.Las calles tuvieron 35 pies de ancho en las vías principales y 25en las secundarias. Las manzanas fueron divididas en cuartos y octavosy en el lado oriental de la plaza mayor fue reservado un solar parala iglesia. Durante largo tiempo fue relegada en su papel de centralidadurbana por la plaza de San Francisco, localizada en el extremo nortede la ciudad, a orillas del río del mismo nombre. Las razones fueronpoderosas. De ella partía el camino real hacia Tunja y tenía un impor-tante mercado y un humilladero con una cruz que marcaba el límitede la capital del Nuevo Reino de Granada, dotada en 1549 de audien-cia y en 1564 de arzobispado.

Tres años después, Diego de Losada logró fundar una ciudaden el litoral central venezolano, tanto tiempo remiso a los conquis-tadores. Santiago de León de Caracas fue establecida en territoriosque había explorado el mestizo margariteño Francisco Fajardo, sobreun largo valle separado de la costa por una elevada cordillera yen la encrucijada de los futuros caminos de La Guaira y las minasde oro de Los Teques. La traza cuadricular de Caracas siguió eldiseño del agrimensor Diego de Henares, compañero del fundador,que compuso un cuadrado de cinco manzanas para alojar a los 136primeros vecinos con sus familias, acogidos y servidumbre 49. En elcentro se abrió la plaza mayor. Los límites geográficos de la ciudadquedaron fijados por tres riachuelos (Coroate, Catuche y Arauco)que desembocan en el río Guaire, y por la prominente ladera delmonte Ávila. Como era costumbre, se señaló una legua de tierrascomunales por cada viento o dirección. Durante su etapa inicial,Caracas tuvo pocas casas construidas, las calles apenas existían yse practicaba una economía de subsistencia. El panorama se trans-formó radicalmente desde finales del siglo XVI, cuando la producciónde cacao cambió la suerte de la provincia.

En otras regiones de Venezuela cercanas a la costa surgieronciudades tan importantes como Valencia, fundada en 1550, la primeracon trazado regular, y Barquisimeto, establecida en 1552, con unacuadrícula bien definida y trasladada a su asiento definitivo en 1563.En la región de los Andes, Juan de Maldonado fundó Mérida en1559 y San Cristóbal en 1561; la «portátil» Trujillo fue establecidapor Diego García de Paredes en 1558 y después de ser trasladadasiete veces se radicó en su solar definitivo en 1570. Carora, primeraciudad del interior, fue fundada en 1569 en el camino desde ElTocuyo hacia Coro. Con todo, lo más determinante de esta etapafue la tercera y definitiva fundación de Nueva Zamora de Maracaiboen 1573. Culminó así un proceso de asentamiento empezado por

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Ambrosio Alfinger en 1529, cuando necesitó una base de partidapara sus incursiones hacia el interior en busca de metales preciosos.

Al sur del continente la apertura de la frontera urbana manifestóel mismo ritmo sostenido de fundaciones que pugnaban por sobrevivira una existencia precaria. En el altiplano andino, a 2.880 metrosde altitud y sobre un terreno ondulado, el capitán Pedro de Anzulesfundó en 1538 por orden de Francisco Pizarro la ciudad de LaPlata, que sería capital de Charcas. Desde 1563 se convirtió en sedede audiencia; en su plaza mayor se situaron la catedral, el palacioarzobispal, el cabildo y la universidad. Su traza primitiva, con 25manzanas casi cuadradas y calles rectas, se expandió sobre las partesllanas del amplio terreno circundante. El reino de Chile permaneciólargo tiempo al margen de la conquista, debido al aislamiento geo-gráfico que le ocasionaban el océano Pacífico, el desierto de Atacamay los Andes. En 1535, una expedición al mando de Diego de Almagropartió de Cuzco con la intención de adentrarse en la jurisdicciónque había capitulado, bautizada como Nueva Toledo. La fundaciónde Santiago por Pedro de Valdivia no tuvo lugar hasta 1541. Eltrazado de la ciudad «a cordel y regla, comenzando desde la plazamayor», se hizo de acuerdo con sus propias ideas, pues no vacilóen declararse «jumétrico en trazar y poblar, alarife en hacer acequiasy repartir aguas, labrador y gañán en las sementeras, mayoral y rabadánen hacer ganados y, en fin, poblador, criador, sustentador, conquis-tador y descubridor». En sus inicios la futura capital, poblada porunos 150 vecinos, tuvo forma de trapecio, con un lado paralelo denueve manzanas al occidente y cinco al oriente y la trama cuadricularcontenida en el interior. Primero se ocuparon las manzanas centralesy más tarde las periféricas, hasta un total de 126, no todas cuadradasy separadas por calles de 36 pies de ancho. La hostilidad de losindígenas fue combatida con diversas medidas, entre las cuales des-tacó la construcción de una casa fuerte en la manzana situada alnorte de la plaza mayor, dotada de torres en las esquinas, almacény guarda de armas. Los sufridos pobladores se tenían que refugiaren ella cada vez que había «grita de indios» 50.

En 1544 fue fundada San Bartolomé de la Serena. Cinco añosdespués, tras sufrir el incendio, saqueo y asesinato de todos suspobladores excepto dos a manos de los nativos, fue reconstruidacon una muralla fortificada. En el resto del reino que ya era conocidocomo el «Flandes indiano» también fue patente el entrecruzamientoentre pretensión urbanizadora y avance fronterizo 51. HernandoPizarro dejó claro testimonio de ello:

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«A los cinco de octubre del año 1550 poblé la ciudad de Con-cepción, hice en ella 40 vecinos; por el marzo delante de 51 pobléla Ciudad Imperial, donde hice otros 80 vecinos, todos tienen suscédulas. Por febrero de este presente año de 1552 poblé la ciudadde Valdivia [...] Poblé la Villarica, que es por donde se ha de descubrirla mar del norte [...] y así iré conquistando y poblando hasta ponermeen la boca del estrecho [de] Magallanes» 52.

El territorio del Río de la Plata, tan buscado en la etapa debúsqueda del paso hacia la especiería, culminada con el viaje decircunnavegación completado en 1522 por Juan Sebastián Elcano,se convirtió en enterrador de quimeras, en especial tras la apariciónfulgurante de la mina de Potosí. En 1536, Pedro de Mendoza fundóel fuerte de Nuestra Señora de Santa María del Buen Aire, prontoabandonado a causa de la escasez de alimentos y los ataques delos indígenas. Con el objetivo de obtener bastimentos, Mendozahabía enviado a su lugarteniente Juan de Ayolas a remontar el ríoParaguay. Poco después, ante la falta de noticias, envió otra expe-dición en la misma dirección. Durante su transcurso, Juan de Salazarfundó en 1537 la casa-fuerte de Asunción. Su ventaja sobre SantaMaría del Buen Aire era evidente, pues contaba con parcialidadesindígenas favorables, como los carios, dispuestos a colaborar a cambiode ayuda en su guerra contra los indígenas del Chaco. Además,disponía de buenas tierras y estaba más próxima al Alto Perú. Asun-ción se convirtió en las décadas siguientes en la verdadera matrizurbana de la región. Como tantas otras veces, la alianza entre indí-genas y españoles fue sancionada mediante matrimonios, pues elsucesor de Ayolas, el enfebrecido y peligroso Domingo Martínezde Irala, se casó con la hija de un cacique, igual que hicieron otroscapitanes. Desde el punto de vista urbanístico, Asunción fue unaanormalidad continental, pues su trazado no guardó regularidadalguna.

La nueva ciudad dio origen a otras que sirvieron de punto deapoyo a los barcos que venían de Brasil y España y pretendían alcanzarel Atlántico sur. Así, en 1542 el antiguo explorador Álvar NúñezCabeza de Vaca, convertido en gobernador del Paraguay, fundó elpuerto de Los Reyes y promovió la exploración del Chaco, el Guairáy el Alto Paraná, donde se estableció Ontiveros en 1554. Con lamuerte de Martínez de Irala en 1556 se inició una nueva etapa,en la que se impuso una colonización agropecuaria basada en laencomienda indígena. Su desarrollo exigió la apertura de rutas decomunicación estables con la altiplanicie andina, Tucumán y la desem-

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bocadura del Plata. Santiago del Estero se asentó de modo definitivoen 1553 sobre el río Dulce, gracias a la insistencia de Juan Núñezdel Prado, que la mudó dos veces hasta que encontró unas con-diciones favorables. Por otra parte, el sucesor de Martínez de Irala,Gonzalo de Mendoza, fundó Ciudad Real en el Alto Paraná y Ñuflode Chávez estableció en el Alto Perú la Nueva Asunción y en Chi-quitos Santa Cruz de la Sierra. Sus relatos enloquecidos sobre fácilesriquezas causaron furor entre los asunceños, que decidieron dirigirsehacia allá, incluidos el gobernador Francisco Ortiz de Vergara y elobispo Fernández de la Torre. El 22 de octubre de 1564 empezarona remontar el Paraguay; en Asunción sólo permaneció un gobernadorinterino y algunas mujeres, ancianos y niños. Al llegar a Santa Cruzdescubrieron con consternación que la riqueza prometida no existíay decidieron retornar. Chávez murió poco después en un encuentrocon los indios.

Pese a tantos contratiempos, el acicate que suponía para la regiónla cercanía de Potosí, con su enorme demanda de toda clase debastimentos, así como la voluntad de Felipe II de proteger la rutadel estrecho de Magallanes y defender el flanco oriental americanode ataques de sus enemigos, desde San Agustín de Florida a lasAntillas y Venezuela, aconsejaron intentar una fundación definitivaen la desembocadura del Plata. Mendoza fue establecida en 1561,con una traza de 24 manzanas cuadradas en damero alrededor deuna plaza central que ocupó el espacio correspondiente a una deellas y los edificios de las órdenes religiosas y el hospital en lasesquinas. El mismo esquema se aplicó en San Juan al año siguiente,con manzanas cuadradas dispuestas alrededor de una plaza central,solares para los 25 pobladores de a cuarta parte de manzana y lostérminos y calles bien trazados. San Miguel de Tucumán se establecióen 1565 y Córdoba surgió en 1573 por voluntad de Jerónimo Luisde Cabrera de acuerdo con un modelo monumental, dotado de man-zanas de más de 428 pies de lado y calles de 25. El resultado fueuna traza rectangular de diez manzanas por siete, con la plaza mayorcentrada. Al igual que en Lima, la manzana principal de la plazafue dividida en dos por una estrecha calle y a los lados se situaronenfrentados el cabildo y la iglesia.

La ausencia de una ciudad costera que diera consistencia y via-bilidad a la red urbana del Plata fue solventada con la refundaciónde Buenos Aires por Juan de Garay en 1580. Apenas siete añosantes había erigido Santafé junto a un brazo del río Paraná, comopunto intermedio entre Asunción y la desembocadura. De modo

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harto significativo, para evidenciar que el tiempo de la conquistaa cargo de peninsulares pertenecía al pasado, la gran mayoría delos compañeros de Garay fueron americanos y mestizos y él mismorepresentaba elevados ideales de servicio y respeto estricto a la lega-lidad de la monarquía, bien lejanos del modelo de conquistadorinicial, emprendedor, individualista y aventurero. La nueva urbe lito-ral, situada 450 kilómetros al sur de Santafé, se levantó sobre unaretícula que formó un rectángulo de nueve manzanas de este a oestey dieciséis de norte a sur 53. Las calles rectas, las manzanas cuadradascon los habituales cuatro solares por cada una y la plaza mayordescentrada repitieron una traza tan experimentada como eficiente.Un siglo después, tan sólo un pequeño fuerte, una iglesia mayor,algunos conventos y un conjunto de unas 400 casas, la mayor partede ellas de adobe y paja, distinguían la futura capital argentina, cuyodamero inicial permanecía impoluto como consecuencia de la austerapobreza de sus vecinos y la ausencia de presiones especulativas.

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Capítulo II

La ciudad de los conquistadores

Manuel Lucena GiraldoLa ciudad de los conquistadores

«Dios está en el cielo, el rey está en Castilla y yo estoy aquí».Esta declaración efectuada por un conquistador en pleno siglo XVI

expresó sin ambigüedades la circunstancia americana, la creacióninesperada de un mundo nuevo 1. El hecho urbano formó parte demanera determinante de su escenario porque impuso a los reciénllegados un proyecto de permanencia y vecindad. Los indígenas tuvie-ron plena conciencia de ello. Cuando el temible caudillo araucanoLautaro avanzó en 1556 hacia la recién fundada Santiago de Chile,arengó a sus compañeros diciendo: «Hermanos, sabed que a lo quevamos es a cortar de raíz de donde nacen estos cristianos, paraque no nazcan más» 2. La medida del éxito de la colonización españolafueron sus ciudades. De ahí que los dibujantes de grabados ima-ginaran unas Indias salpicadas de magníficos paisajes urbanos, queespolearon la admiración de sus lectores europeos 3.

De acuerdo con las concepciones mentales de los conquistadores,la presumible libertad de acción propia de una nueva frontera seacompañaba de la tentación de establecer un poder señorial. Perolejos de darse un mecánico proceso de transferencia de autoridaddesde Europa hacia una periferia americana sobrevenida por artede encantamiento, se generaron nuevos espacios de poder local eindividual, visibles a través de la fundación de pueblos y ciudades.Estas nacieron en equilibrio político con la metrópoli, pues obtuvieronreconocimiento y legitimidad a cambio del sometimiento a la lejanapero indiscutible autoridad real 4. Para asegurar su vigencia, la monar-quía de los Austrias dispuso de mecanismos de control directo eindirecto de una asombrosa efectividad: la visita, el juicio de resi-

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dencia, una formidable legislación, la indefinición de las atribucionesde organismos y cargos, el supremo papel arbitral del monarca yla potestad de sus súbditos, indios, mestizos y negros incluidos, deacudir a él en busca de remedio para las injusticias y de recompensapor sus servicios.

No hubo expedición de descubrimiento y conquista sin factory veedor, los encargados de que se pagaran al rey sus tributos, yya en 1524 se fundó el Consejo de Indias para ocuparse de su gobier-no. Debido a su influjo, el continente fue recorrido por multitudde oficiales reales que constituyeron, según una aguda apreciación,«la carcoma de los conquistadores». Estos, en su inmensa mayoría,tuvieron claro que era en la ciudad donde querían vivir y morir,tanto por origen como por inclinación. Y también por oportunismo.Era en los núcleos urbanos donde se radicaban los organismos inter-medios de gobierno que, en reproducción de la potente tradiciónmunicipal peninsular, podían dar cauce a sus aspiraciones y ayudarlesa proteger las rentas y encomiendas logradas con tanto sacrificioy riesgo personal. De manera paradójica, la riqueza de las tierras«por descubrir y por ganar» que su trabajo y fortuna habían otorgadoal monarca colaboró en la liquidación de la revuelta comunera porCarlos I y con ella de la libertad de las ciudades de Castilla. EnIndias, bajo el punto de vista más o menos soterrado de algunosconquistadores, no hizo más que fomentar la ingratitud y arbitrariedadde los monarcas. Como señaló con agudeza Francisco Pizarro añosdespués de apoderarse del Perú, «en tiempos que estuve conquis-tando la tierra y anduve con la mochila a cuestas nunca se me dioayuda y ahora que la tengo conquistada y ganada me envían padras-tro». Era algo que todos sabían y los que pretendían olvidarlo podíanacabar como el loco Aguirre, colgados de una horca. Sólo la Coronaera dueña de los derechos sobre el suelo y el subsuelo de las Indias,autorizaba nuevas expediciones de descubrimiento y conquista o con-fería empleos, encomiendas y mercedes. En caso de conflicto, actuabacomo juez supremo. No resulta de extrañar que el prestigio universal,los recursos fiscales y administrativos y las grandes reservas de patro-nazgo procedentes del imperio ultramarino consolidaran el poderde los Austrias españoles durante los siglos XVI y XVII 5.

La proyección mental que los conquistadores llamaron tan ufanos«ciudad» fue en primera instancia un núcleo urbano indígena some-tido, un campamento militar o un simple descampado. En este sen-tido, no sólo existió una preeminencia de la ciudad política sobrela natural, sino una aventurada conversión de un espacio indiferente

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en territorio «cargado por una especie de superávit, de contenidohumano, emocional, hasta religioso» 6. Esta posibilidad de concreciónutópica fue explotada hasta tal punto que donde devino posibley real la urbe renacentista fue en América 7. De acuerdo con lasprimeras descripciones, las recién fundadas ciudades o villas del Cari-be o Tierra Firme eran pequeñas aldeas o pueblos construidos conmadera o adobe, en los que se practicaba una horticultura intensivay existían corrales y plantaciones de árboles frutales. En su paisajese vislumbraban los viñedos y olivares que se pretendían aclimatar,cabañas de ganado vacuno o porcino, molinos de pólvora y harina,hornos de cal, tejares, canteras y los primeros obrajes para la fabri-cación textil. La aspiración a la autosuficiencia y al coste reducidode los bienes de primera necesidad marcó la conducta de los cabildosrecién establecidos. Nada distinto a aquello que se pretendía enlos lugares de origen, entre los cuales, como se sabe, fueron mayoríalos de Andalucía. Entre 1520 y 1539, de los casi 14.000 emigranteslegales que pasaron a América, el 32 por 100 tuvo esa procedencia;los castellanos viejos constituyeron el 17 por 100 y hubo casi idénticaproporción de extremeños. De 1540 a 1560, el 55 por 100 de los9.044 emigrantes que cruzaron el Atlántico provino de Sevilla, Extre-madura, Toledo, Salamanca y Valladolid; también hubo leoneses,vascos, catalanes, gallegos y de otros sitios 8.

La procedencia regional junto a la recién adquirida calidad de«benemérito de la tierra», ganada por un derecho de conquista orde-nado en su procedimiento y sancionado por capitulación real, pres-cribieron el procedimiento al que debía sujetarse el conquistadory fundador de una ciudad 9. Nunca existió duda sobre la vinculaciónentre conquistar y poblar; quienes la olvidaron se tuvieron que enfren-tar a la desgracia y el fracaso, como ocurrió en los casos de Pánfilode Narváez en Florida o de multitud de enloquecidos buscadoresdel estrecho de Magallanes o El Dorado, tragados para siempre porla manigua. El célebre Francisco López de Gómara, capellán y cronistade Cortés, señaló en su Hispania victrix (1552), con su habitual eco-nomía de expresión: «Quien no poblare no hará buena conquista,y no conquistando la tierra, no se convertirá la gente; así que lamáxima del conquistar ha de ser poblar» 10. Llevado por su afánprovidencialista y adulador hacia su patrón, Gómara elevó a la cate-goría de principio teórico lo que había sido desde el gobierno enLa Española de Nicolás de Ovando una costumbre arraigada y sen-sata. De ahí que las famosas e influyentes Ordenanzas de descubri-miento, nueva población y pacificación de 1573, que no vacilaron en

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acogerse a la tradición lascasiana de rechazo del vocablo conquistapor su origen «mahomético», mandaran que los capitanes de futurasentradas «no se satisfagan con haber tomado y hecho el asientoy siempre lo vayan gobernando y ordenen cómo se ponga en ejecucióny tomen cuenta de lo que se fuere obrando» 11. Obsesionados porlos procedimientos legales propios de la modernidad política, asícomo por la separación entre el acto legislativo y su praxis, algunostratadistas han calificado las Ordenanzas de 1573 como anacrónicas,utópicas e inaplicables, una mera proyección burocrática ajena a unarealidad que, o ya existía como tal, o estaba destinada al caos desdeel origen de los tiempos. Estos planteamientos han partido de pre-juicios culturales derivados de la conocida «polémica del Nuevo Mun-do», que supuso la genética inferioridad americana, así como deun desconocimiento palmario del procedimiento normativo en lamonarquía filipina 12. La novedad de la norma partió, como era lógicoen una sociedad del Antiguo Régimen, de su fidelidad a las virtudesde la tradición. Pero además se ajustó a un uso social preexistente,estaba condenada al éxito porque constituyó un destilado de teoríay experiencia. Era razonable, sencilla y ventajosa en su aplicaciónal ordenar, nunca mejor dicho, una situación problemática.

Su génesis resulta clarificadora. Desde 1569 Juan de Ovando,visitador del Consejo de Indias, fomentó reuniones de juristas conel propósito de elaborar un código común para su gobierno en sietepartes, las dos primeras dedicadas a lo espiritual y lo temporal. Estaúltima contendría un apartado consagrado a descubrimientos y nuevasfundaciones, que constituyó en rigor las Ordenanzas. Hubo en ellasuna amalgama de normas urbanísticas existentes y doctrina de Vitru-bio (De Arquitectura es una obvia influencia) pero se percibió laférrea directriz política de Ovando, decidido a finalizar la conquistade las Indias. Los principios consignados al sitio de la ciudad, elclima, la orientación, la salubridad o los edificios públicos fueronvitrubianos. Existió también influencia de los artículos contenidosen De regimen principium de Santo Tomás de Aquino en lo relativoa la bondad del rey fundador de ciudades, como correspondía aun siglo marcado por el neotomismo y el renacer de la escolástica,y fueron obvios algunos conceptos vinculados a las Partidas de Alfon-so X y la Utopía de Tomás Moro 13.

Una serie de disposiciones recogieron, a veces literalmente, lascartas de Nicolás de Ovando (1501), las Instrucciones a Diego Colón(1509), las Instrucciones a Pedrarias Dávila y Diego Velázquez, laReal cédula para la fundación de ciudades (1521), las Instrucciones

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a Hernán Cortés (1523), las Instrucciones y reglas para poblar (1529),las Leyes Nuevas (1542), la Instrucción a fray Juan de Zumárraga,obispo de México (1543), y directrices sobre poblamiento entregadasal entonces flamante virrey del Perú, Francisco de Toledo. El conjuntolegislativo comprendió 149 artículos; con los 31 primeros se regularonlos descubrimientos; del 32 al 51 se apuntaron las normas para poblar;del 52 al 110 se enumeraron las condiciones ofrecidas y exigidasal jefe descubridor y poblador; del 111 al 138 se definieron losesquemas de construcción de la ciudad y, finalmente, del 139 al149 se abordó la pacificación y evangelización de los naturales. LasOrdenanzas, que se aplicaron hasta la independencia, fueron san-cionadas por Felipe II en el bosque de Valsaín (Segovia) el 13 dejulio de 1573. Diego de Encinas las incluyó en su Cedulario indiano(1596). En la Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681)se insertaron casi textualmente; ocuparon siete títulos del libro IV 14.

La primera parte se dedicó a establecer un control absoluto delos descubrimientos, con el fin de que se hicieran «con mas facilidady como conviene al servicio de Dios y nuestro y bien de los naturales».Nadie podría hacer por su propia autoridad «nuevo descubrimientopor mar, ni por tierra, ni entrada, nueva población ni ranchería enlo que estuviere descubierto o se descubriere sin licencia o provisión»(art. 1), bajo pena de muerte y pérdida de los bienes. Las autoridadeslocales debían informarse de la situación de las fronteras y paralograrlo enviarían desde un pueblo limítrofe «indios vasallos lenguasa descubrir la tierra y religiosos y españoles con rescates» (art. 4).Si el descubrimiento se hacía por mar, debían ir al menos dos navíospequeños con treinta marineros y descubridores, dos pilotos y clérigosy cargar mercaderías de poco valor «como tijeras, peines, cuchillos,hachas, anzuelos, bonetes de colores, espejos, cascabeles, cuentasde vidrios» para hacer rescates, además de mantenimientos paraun año (arts. 10-11). Una vez en el territorio descubierto, debíantomar posesión, llevar una memoria escrita de lo actuado y conferirnombre a los montes, ríos y pueblos que encontraran. En el casode hallar nativos, debían interrogarlos para conocer sus costumbresy la calidad de la tierra. No podían intervenir bajo ningún conceptoen guerras o conflictos entre ellos y si retornaban con algunos, inclusosi se los habían vendido como esclavos o venían por propia voluntad,el castigo para los descubridores era la pena de muerte. El artículo 29señaló:

«Los descubrimientos no se den con título y nombre de conquista,pues habiéndose de hacer con tanta paz y caridad como deseamos,

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no queremos que el nombre de ocasión ni color para que se puedahacer fuerza ni agravio a los indios» 15.

La segunda parte enumeró las normas generales para asentarpoblaciones. Estas se realizarían en regiones saludables y con buenclima, «de buena y feliz constelación, el cielo claro y benigno, elaire puro y suave, sin impedimento ni alteraciones y de buen temple,sin exceso de calor o frío, y habiendo de declinar, es mejor quesea frío» (art. 34). Los sitios serían a mediana altura y lejos delugares marítimos, por el peligro de corsarios «y no ser tan sanosy porque no se da en ellos la gente a labrar y cultivar la tierra,ni se forman en ellos tan bien las costumbres» (art. 41). Tambiénse recogieron otras consideraciones:

«El sitio a donde se ha de hacer la población [...] ha de seren lugares levantados a donde haya sanidad, fortaleza, fertilidad ycopia de tierras de labor y pasto, leña y madera y materiales, aguadulce, gente natural, comodidad de acarretos, entrada y salida, queesté descubierto de viento norte. Siendo en costa téngase conside-ración del puerto y que no tenga el mar al mediodía ni al poniente,si fuera posible; que no tenga cerca de sí lagunas ni pantanos enque se críen animales venenosos y corrupción de aire y aguas» 16.

El descubridor debía declarar si fundaba ciudad, villa o lugary nombrar un cabildo, compuesto de oficiales de hacienda, regidores,fiel ejecutor, procurador, escribano y pregonero. El escribano levan-taría un padrón de los vecinos y les daría solares y tierras de pastoy labor. Su estatuto se definió así:

«Declaramos que se entienda por vecino el hijo o hijas, o hijosdel nuevo poblador y sus parientes, dentro o fuera del cuarto grado,teniendo sus casas y familias distintas y apartadas y siendo casadoy teniendo cada uno casa de por sí» 17.

El suelo concedido era de propiedad libre y enajenable; los pobla-dores adquirían el compromiso de construirlo y cultivarlo en un plazoque osciló de uno a cuatro años, bajo pena de perderlo si no lohacían 18. Los privilegios del jefe poblador ocuparon los artículossiguientes. Destacaron el nombramiento de adelantado y gobernadorvitalicio (que podía entregar en herencia a un hijo) y la capacidadde encomendar indios, construir fortalezas, designar oficiales reales,hacer ordenanzas o reclutar pobladores y obtener mantenimientos

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con ventajas fiscales, así como la exención de almojarifazgo por diezaños y de alcabala por veinte (arts. 82-83). Por el contrario, quedabaobligado a que la nueva ciudad tuviera al menos 30 vecinos, loque aproximaba la población urbana inicial a unos 180 blancos yallegados, además de indios y negros. Cada vecino debía contar concasa y ganado propios. La ciudad tendría cuatro leguas de términoen cuadro y estar al menos a cinco leguas de otros núcleos poblados.Terminada la entrega de solares y decidido el lugar de la dehesay el ejido, el resto del término municipal se repartiría en cuatropartes, una para el descubridor y tres entre los vecinos, medidasen peonías y caballerías. Los artículos siguientes se ocuparon dela planimetría urbana. La ciudad se trazaría «a cordel y regla» desdela plaza mayor, «sacando las calles a las puertas y caminos principalesy dejando tanto compás abierto que aunque la población vaya encrecimiento se pueda siempre proseguir en la misma forma» (art. 111).La plaza mayor se situaría en el centro de la población tierra adentroy junto al desembarcadero si se encontraba junto al mar. Tendríade largo al menos una vez y media su ancho, «porque este tamañoes el mejor para las fiestas a caballo y cualquier otras que se hayande hacer» (art. 113). No sería menor de 200 pies de ancho y 300 delargo, ni mayor de 800 pies de largo y 532 de ancho; se considerabade buena proporción una de 600 pies de largo y 400 de ancho.Tendría soportales para comodidad de los mercaderes, sus esquinasse arrumbarían a los cuatro vientos y del intermedio de cada costadopartirían las cuatro calles principales, que quedarían protegidas dela intemperie. Debían ser anchas en lugares fríos y angostas en loscalientes; modularían la ciudad al alejarse del centro e ir atravesandopequeñas plazas, que con el tiempo configurarían distintos barrios.También se señalarían solares para iglesia principal, casas reales, cabil-do, aduana, atarazana, hospitales, pescaderías, carnicerías, teneríasy «otras oficinas que causan inmundicias» (art. 123). Finalmente,cuando la población estuviera terminada se podían establecer rela-ciones pacíficas con los indígenas cercanos.

Si la contundencia y alcances de la voluntad política filipina yel efecto normalizador de las Ordenanzas en las ciudades descubiertasy colonizadas antes de 1573 resultan indiscutibles, su influencia pos-terior, así como su importancia en la planificación urbana de buenaparte de América del Norte, desde San Agustín a Santafé (primeracapital continental de Estados Unidos), suscitan otras cuestiones.Entre ellas, vale la pena detenerse en el tipo de trama urbana queprodujeron y el reforzado papel de la plaza mayor 19. Se presume

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que los españoles establecieron en América ciudades ajustadas a untrazado en cuadrícula, sin más, pero prevalecieron el trazado endamero o modelo clásico con variantes y el modelo regular con varian-tes. En el primero, aplicado en Lima, Puebla u Osorno, existió undamero formado por manzanas idénticas de forma cuadrada o rec-tangular. La plaza mayor, situada en una de las manzanas sin construir,contenía la iglesia, cabildo y casas reales. Los lados de la plaza ylas calles nacidas en sus ángulos poseían arcadas y frente a las fachadasprincipales y en los laterales de otras iglesias se abrían plazoletas.En el segundo, integrado por los mismos elementos, no existió lamisma rigidez y aparecieron diversas plazas con funciones distintas;es el caso de Campeche, Potosí o Cartagena. También hubo unmodelo irregular, propio de ciudades espontáneas y hasta algunalineal, como Baracoa. Una revisión de 134 planos correspondientesa ciudades americanas en el período colonial muestra la abrumadoraaplicación del modelo clásico con plaza central o excéntrica, o regularcon plaza central o excéntrica 20.

La centralidad del modelo de ciudad ha sido interpretado dediversas maneras. Conquistadores, pobladores, alarifes y jumétricostrasladaron a América un rico bagaje teórico, que comprendió influen-cias del antiguo Egipto, los fueros castellanos, las urbes cuadradasmallorquinas y la ciudad mística dividida en cuatro barrios auto-suficientes del franciscano Eximenis. A todo ello se añadieron laspoderosas tradiciones urbanas prehispánicas 21. El modelo enlazó conla razón política al relacionar el geometrismo cuadricular con lasnecesidades de una pujante monarquía, abocada a un designio impe-rial. Uno de los paradigmas del urbanismo ultramarino hispánicofue el campamento de Santafé, fundado en 1491 por los reyes cató-licos para el asedio final al reino nazarí de Granada y culminar launidad española. Sus constructores se habrían inspirado en la tra-dición clásica según las obras de Vitrubio, los castros romanos ylas urbes medievales italianas. Otras opiniones apuntan que la cua-drícula no fue invocada por modelos teóricos, ya que fue impuestadesde la realidad: el damero era «natural» y permitía una distribuciónordenada y jerárquica de solares y edificios, al tiempo que favorecíala construcción de una perfecta escenografía y otorgaba grandes ven-tajas en alineamiento, densidad, capacidad de orientación y referencia,pues confería a los pobladores «un importante sentido de [...] segu-ridad emocional» 22. Finalmente, algunos autores sostienen que lodecisivo fue que la ciudad estaba arraigada en las tradiciones culturaleshispánicas y el diseño urbano constituyó el vehículo para transplantar

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un orden propio, pues materializaba el cuerpo místico contenidoen el pensamiento político 23.

El lugar de la plaza mayor en la ciudad americana fue una con-secuencia de su morfología, pero ella fue por sí misma generadorade ciudad, se tornó auténtico corazón urbano. Sitio de paso y dedesahogo al tiempo que escenario del poder, en su composiciónideal y capitalina reunió la catedral y el palacio episcopal al oriente,el cabildo al occidente, las casas reales (audiencia, palacio del virrey,casa de moneda) al norte y los palacios de los encomenderos y mer-caderes al sur 24. Como plataforma urbana que era, expuso sutilmenteel balance del privilegio. Si carecía de soportales, quizás se debíaa que se había impuesto el deseo aristocrático de individualizar lasfachadas de los edificios para exhibir riquezas, escudos y noblezasreales y supuestas. Recinto abierto y a la vez cerrado, era el espejode la magnificencia de los poderosos, pero también lugar popular,quizás maloliente mercado que preludiaba la contemporánea «tu-gurización» del centro, hasta convertirse en negación del proyectoelitista y ordenancista de ciudad por parte de las gentes de color,que desacralizaban su uso y la inventaban como propia 25.

Nada hay tan americano como una plaza mayor, con su cargade inventiva humana, con independencia de su origen teórico —elágora griega, el foro romano, los espacios situados frente a las cate-drales medievales, las plazas de Tenochtitlan y Cuzco o los lugaresceremoniales prehispánicos—, de su integración en la morfologíaurbana y de su servicio a la función económica primordial en laciudad 26. Para asombro de un visitante, en la de México los mer-caderes hacían negocios mientras comían pato con chile y se con-fundían todas las castas y calidades, pues unos iban vestidos a laespañola y otros desnudos 27. Su capacidad para generar dinámicasde aculturación y mestizaje se hizo obvia en la de Mérida de Yucatán,levantada sobre las estructuras mayas de T’Hó y apenas capaz deenmascarar su pasado como santuario de los dioses antiguos 28.

Hacer ciudad suponía abrir una puerta a la tierra, crear un emporioy corte, mantener una frontera o domesticar una realidad sobrevenida;así ocurrió en Buenos Aires, Lima, Santiago de Chile y Potosí. Empe-zaba por la elección de un lugar, la imposición de un nombre porel conquistador o fundador y la atribución de categoría de lugar,villa o ciudad, que sería más tarde reconocida o no por el rey. Sieste lo consideraba, podía otorgar un escudo de armas que se luciríaen pendones, estandartes, banderas, escudos y sellos 29. La concesióndel título de ciudad constituía privilegio, «quiero y es mi voluntad

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que ahora y de aquí adelante para siempre jamás el dicho pueblosea y se intitule la ciudad de Cumaná», señaló una real cédula de1591, que mandaba a todos la nombraran así 30. Hasta tal puntoque los vecinos de la propia Cartagena de Indias lograron en 1575que se revalidara, para que nadie osara discutir su categoría 31.

Mientras Pizarro tardó casi dos meses en fundar Lima, Garaysólo necesitó trece días para establecer Buenos Aires. La ciudadsurgió, en realidad, cuando «las personas que quisiesen asentar ytomar vecindad» sin haber despoblado otra urbe (al menos en teoría)acudieron ante el escribano para que escribiera sus nombres en losautos fundacionales. En la designada plaza mayor, apenas un erialcargado de simbolismo, Garay nombró las autoridades municipalesy dispuso en su centro y bien visibles la picota (una horca hechade piedra) o el rollo (una picota en forma redonda), los signos dela real justicia. Su siguiente tarea fue el reparto de solares para resi-dencia y sede del cabildo, la catedral y distintas congregaciones reli-giosas, como las de Santo Domingo, San Francisco, Santa Úrsulay las Once Mil Vírgenes. A continuación, delimitó el espacio parael hospital y los solares de viviendas y chacras (tierras de labor)para los vecinos, los cabezas de familia con fuego y raíz, cerca olejos de la plaza mayor en orden de relevancia, a razón de un cuartode manzana (la mitad de una cuadra) para cada vivienda. Al oriente,Garay señaló una zona de huertas separadas por la continuaciónde las calles y un ejido de 16 cuadras por 9 sobre la ribera. Enotras direcciones y rodeando la ciudad, fijó las tierras comunalesy los propios, cuyas rentas y alquileres administraría el cabildo. Haciael norte, más allá del límite ejidal, para cumplir con el preceptode otorgar a los pobladores «tierras y caballerías y solares y cuadrasen que puedan tener sus labores y crianzas», entregó a los vecinosuna franja de chacras de una legua de profundidad, dividida en65 parcelas de 350 o 400 varas de ancho. Por último, distribuyólas suertes de estancias, de 3.000 varas de frente por legua y mediade fondo. Sin piedra ni madera de tamaño y dureza adecuadas,las viviendas fueron levantadas sobre una estructura de maderas sindesbastar, con muros de barro, techos de paja, pisos de tierra api-sonada y aberturas mínimas, apenas disimuladas por un cuero quehacía las veces de puerta 32.

Por contraste, en Lima, la riqueza del reino y la inserción dela nueva urbe en el entramado espacial de una avanzada civilizaciónindígena preexistente permitieron a Pizarro barruntar un futuro deopulencia y poder, al que no fueron ajenas las llamadas «guerras

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civiles» entre conquistadores, en las cuales él mismo acabaría porperecer. Con gran sentido práctico y talante organizador, Pizarroasignó a cada uno de los pobladores que fuesen encomenderos deindios un solar cerca de la plaza mayor. A los destacados y beneméritosles dio dos solares, igual que a las órdenes religiosas y el hospital,sobre las calles trazadas de oriente a poniente (rectas) y de noroestea suroeste (travesías), con al menos una de las aceras a la sombra 33.Finalmente, destinó algunos solares para nuevos vecinos, que se com-prometieron a residir al menos un año en la localidad y a levantarsu casa; otros los otorgó a los encomenderos para que asentaranallí los indios de servicio con sus huertas y rancherías. Pronto fuerontapiados y se convirtieron en «corrales para negros». En el repartofue tan generoso con sus compañeros que un sólo encomendero,Francisco de Chávez, recibió para ranchería y asiento de sus indiosdiez solares y otros más para huerta.

El emplazamiento de Santiago de Chile había sido elegido porPedro de Valdivia antes de la expedición conquistadora. Primeroconsiguió que los jefes indígenas autorizaran una fundación en elvalle del Mapocho. A continuación, levantaron la primera capillao iglesia mayor y las bodegas, así como tambos o alojamientos juntoa la plaza y algunas casas de madera y paja para los nuevos pobladores.Aunque el acto formal de fundación tuvo lugar en febrero de 1541,el primer cabildo no fue nombrado hasta el 7 de marzo. Tres añosmás tarde, Valdivia otorgó a los vecinos algunos indios en encomienda,pero la situación militar era tan difícil que se vieron obligados aconstruir al norte de la plaza mayor una casa fuerte amurallada dotadade cuatro torres bajas con troneras, cuartos de almacén y otras depen-dencias. Hacia 1550 la ciudad, a la cual la Corona otorgó dos añosmás tarde un escudo de armas y el título de «muy noble y muyleal», debía constar de seis o siete casas de paja y bahareque. Sóloen 1580 concluyó la distribución de solares; tanto en su interiorcomo en los alrededores se aposentaron agrupaciones de naturales 34.Potosí no tuvo fundación oficial ni trazado regular, porque desdesu explosiva aparición en 1545 cada uno se pobló donde quiso.Las primeras 94 casas se levantaron en los lugares más secos, alrededorde una laguna que con el paso del tiempo fue desecada; en añoy medio se construyeron más de 2.500 casas, pero quedaron «sincalles por donde pasar», pues no hubo quien las delineara. El resul-tado fue un núcleo urbano laberíntico y difuso extendido en arrabales,cuestas y barrancos, habitado por una muchedumbre inimaginablede indios mitayos: a principios del siglo XVII, pudo tener 160.000habitantes.

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La ciudad política fue regida desde el principio por el cabildo,el «ayuntamiento de personas señaladas para el gobierno de la repú-blica». Como hemos visto, sus primeros miembros eran designadospor el conquistador y fundador, en quien el rey había delegado esaprerrogativa en la correspondiente capitulación. A ellos se sumabanalgunos oficiales reales en razón de su cargo, el tesorero, veedory contador. La legislación distinguió tres clases de poblaciones: ciu-dades metropolitanas, ciudades diocesanas o sufragáneas y villas olugares. El cabildo de las primeras estaba integrado por un alcaldemayor u ordinario, tres oficiales de la real hacienda, doce regidores,dos fieles ejecutores, dos jurados de cada parroquia, un procuradorgeneral, un mayordomo, un escribano del concejo, dos escribanospúblicos, un escribano de minas y registros, un pregonero mayor,un corredor de lonja y dos porteros. En las segundas constaba deocho regidores y los demás eran oficiales perpetuos, mientras queen las villas y lugares había un alcalde ordinario, cuatro regidores,un alguacil, un escribano del concejo, un escribano público y unmayordomo 35. En general, los cabildos americanos tuvieron dos alcal-des ordinarios y un número variable de regidores entre los que seescogieron los primeros, seis en lugares pequeños y doce en los gran-des, aunque hubo excepciones como Pánuco y Tampico, que tuvieroncuatro, Santo Domingo con diez o Puebla con veinte. Para desem-peñar el cargo era necesaria vecindad, capacidad, calidad y opor-tunidad, esto es, cumplimiento de incompatibilidades como la ley«del hueco» (1535), según la cual un alcalde ordinario no podíaser reelegido hasta dos años después de finalizado su último mandatoy con la preceptiva residencia que examinaba su acción gubernativasatisfecha.

La elección de alcaldes y regidores varió según la época y lasregiones y su conflictividad fue moderada. A pesar de que algunasveces se registraron quejas, o aparecieron pasquines insultantes oamenazadores, e incluso se produjeron peleas, desafíos y hasta moti-nes, fueron de corta duración y baja intensidad 36. En Cuba se intro-dujo en 1530 una combinación de propuesta, elección y sorteo parael nombramiento cadañero de los alcaldes, debido a la oposicióngeneral de los vecinos contra la existencia de regidores perpetuosy el control de los municipios por parte de los conquistadores ysus familias y paniaguados. De acuerdo con este sistema, el gober-nador proponía una persona, el cabildo vigente nombraba otras dosy el cabildo abierto formado por los vecinos, estantes y habitantesdos más 37. De estos cinco candidatos se escogían por sorteo los

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dos alcaldes; los nombres se introducían en un cántaro y un niñoque pasara en ese momento por la calle extraía los papeles conlos nombres de los ganadores 38. En La Habana, en 1555, fueronadmitidos a votar para elegir alcalde 36 vecinos, tres regidores yel gobernador, pero más adelante lo pudieron hacer todos los pobla-dores, insólito y avanzado derecho democrático que el gobernadorPérez de Angulo intentó eliminar sin conseguirlo, pues los regidores,«mirando por el servicio de Dios y de Su Majestad», los convocarony eligieron sus alcaldes como acostumbraban y era su derecho 39.Hubo otros casos. Acordada la fundación de La Paz por el pacificadorLa Gasca, el 20 de octubre de 1548 se reunieron en cabildo enla iglesia del pueblo de Llaja todos los que allí se encontraban y,«en la mejor forma y manera que podían», nombraron alcaldes yregidores. En Chuquiabo, el pueblo de indios donde se estableció,plantaron luego el rollo para hacer justicia 40. Cubagua en Venezuelay Nombre de Dios en Panamá conocieron experiencias similares.

El balance de poder entre la Corona, que pretendió a un tiempoproteger y controlar la autonomía municipal, los virreyes y gober-nadores y los conquistadores y sus descendientes, aliados o no agrupos emergentes —hacendados, mercaderes, señores de minas—tendió a resolverse con el tiempo a favor de los poderosos y adi-nerados, en especial desde que en 1558 se empezaron a venderlos cargos municipales, aunque las tendencias «populares» perma-necieron y, de un modo u otro, continuaron vigentes hasta la inde-pendencia. Hasta aquel año, el «estado llano» de los colonizadores,en lugares cuanto más alejados y más pequeños mejor, había logradodefenderse con cierto éxito de las tropelías de algunos conquistadoresy encomenderos 41. De acuerdo con las leyes de Indias, las eleccionespara alcaldes y regidores eran anuales y habían de efectuarse el 1de enero de cada año en las casas del ayuntamiento. Jamás en lacasa del gobernador ni en presencia de ministros militares, para garan-tizar la libertad de elección 42. A veces se adelantaban a finales dediciembre para que el cabildo estuviera formado a la llegada deun nuevo gobernador, que en teoría debía limitarse a otorgar suconfirmación. Si no lo hacía, porque deseaba ampliar sus redes clien-telares o subrayar su autoridad, podía suspenderlas. En esos casos,la legislación y la jurisprudencia eran claramente municipalistas. Siel pleito resultante acababa en la audiencia, esta solía fallar a favorde la elección de alcaldes al margen de injerencias externas y porlo común castigaba a los gobernadores infractores.

La existencia de regimientos hereditarios por nombramiento delos conquistadores, merced real o compra —en el siglo XVII llegaron

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a ser una posesión hereditaria enajenable, con el único requisitode entregar un tercio del producto de la venta a la Real Hacienda—reforzó el componente oligárquico del cabildo 43. En México, ya enla etapa de gobierno de Cortés, el monarca dotó numerosos regi-mientos perpetuos y así continuó ocurriendo durante toda la etapacolonial. En 1527, de los doce regidores que lo componían oncetenían el cargo por provisión real y desde el gobierno del virreyLuis de Velasco «el viejo» (1551-1566), la presencia de conquis-tadores y encomenderos fue menoscabada por un nuevo grupo, com-puesto de oficiales reales y principales no vinculados a la conquista.En 1623, un 75 por 100 de los regidores del cabildo formaba partede la «universidad de mercaderes» en que se había convertido lainstitución municipal 44. Poco antes de la independencia había quinceregidores permanentes y hereditarios, que elegían anualmente a losdos alcaldes y cada dos años seleccionaban además seis regidoreshonorarios entre comerciantes y propietarios. Todos los regidoreshereditarios eran criollos, pero era costumbre elegir por mitades losalcaldes y los regidores honorarios entre americanos y peninsulares.Por entonces, Caracas tenía doce regidores propietarios y cuatroanuales que dotaba el rey a partir de una lista de nombres propuestapor el gobernador. La práctica de elegir alcaldes por partes igualesentre americanos y peninsulares se generalizó con el fin de disminuirla animosidad entre ellos y facilitar el gobierno de la ciudad.

La venta de oficios alcanzó, como en Castilla, a todas aquellasocupaciones que podían ser rentables. En Lima, desde 1581, fueronsubastados los oficios de depositario general y receptor de penas;el de escribano fue vendido hasta por dos vidas y, diez años mástarde, salieron a la venta los de alguacil mayor y fiel ejecutor. Aunqueen la adjudicación se debía dar preferencia a los hombres de capacidady, cuando fuera posible, a los fundadores y sus descendientes, huboincapaces, menores y analfabetos en calidad de titulares de oficiosmunicipales. Sólo en el caso de los regidores se mantuvo el controlreal mediante la obligatoriedad de la confirmación: todos los nom-bramientos de regidores perpetuos debían ser aprobados por elmonarca en un plazo de cinco años, bajo pena de pérdida del oficio.En Caracas, en 1691, sólo un regidor cumplía tal requisito, de modoque el gobernador se compuso con él para designar los alcaldesy el procurador que les convenían. Los miembros salientes apelaroncon éxito tan ilegal procedimiento 45. Con frecuencia los cabildospagaron por el privilegio de elección y compraron a la Corona unoo más regimientos para poder designar a sus miembros. En algunos

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casos, el gobernador o la audiencia llegaron a arrendar regimientosa cambio de una renta anual, que percibía la Corona: el cabildodesignaba entonces a sus titulares. En muchas ciudades alejadas delas capitales e incluso en algunas que pasaban por una crisis, comoocurrió en Lima en 1784, los oficios del cabildo no tenían gran deman-da y muchos de ellos, cuando no todos, permanecían vacantes porfalta de comprador. También fue este el caso de Buenos Aires hastamediados del siglo XVIII, cuando su cabildo tuvo la fuerza suficientepara obtener del rey el privilegio de elegir anualmente seis regidores.Se trató de una muestra incontestable de su inesperada opulencia.

Al igual que en España, el nombramiento de un corregidor, desig-nado por el Consejo de Indias, pretendió servir para imponer laautoridad del monarca, controlar a los poderosos y limitar la auto-nomía municipal. Una solicitud para el establecimiento de corregidoren México, donde se llamó a veces alcalde mayor, señaló que setrataba de cargo por tiempo limitado (tres años en Indias, cincoen la península) y pidió tuviera vara alta de justicia, presidencia,voz y voto en el cabildo y obligación de visitar la tierra. Cuandollegó a la Nueva España el primer virrey, Antonio de Mendoza,comprobó con desánimo que la mayoría de los corregimientos estabanen manos de conquistadores; estos los consideraban una especiede encomiendas a corto plazo 46. Hacia 1570 existían allí unas 70alcaldías mayores y unos 200 corregimientos menores o sufragáneos;también había corregidores en el virreinato del Perú, Quito y NuevaGranada 47.

El corregidor presidía el cabildo en ausencia de autoridad superior,entregaba las varas de regidores a los electos y en caso de empatetenía voto de calidad. Juzgaba los litigios entre españoles e indios,cuyos pueblos quedaron bajo su jurisdicción 48. A diferencia de loque ocurrió en los reinos peninsulares, no desplazó a los alcaldesde la judicatura municipal. Aunque se prohibió que se hiciera cargode las causas que competían a los alcaldes ordinarios, ejerció ciertocontrol sobre sus resoluciones, propias de jueces legos, anuales ycon fuertes intereses locales. Los fallos del corregidor en lo civilse podían apelar ante la audiencia correspondiente. Fue oficio biendotado y habitual en conquistadores pobres y fracasados; Miguelde Cervantes solicitó infructuosamente que le concedieran el de LaPaz. Tan sólo Lima logró defenderse con éxito de la imposiciónde un corregidor, de modo que sus dos alcaldes ordinarios se encar-garon del gobierno y la administración de justicia 49. En México logra-ron ese privilegio por breves períodos.

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Los dos alcaldes ordinarios, llamados de primer y segundo votopor el orden de elección, fueron la cabeza de la institución municipal,pues presidían el cabildo en caso de ausencia del gobernador o elcorregidor, votaban delante de todos y asumían en ciertos casosel gobierno civil y militar. No podían ejercer en ningún caso comotenientes del gobernador. Su función primordial fue judicial, puesconstituían la primera instancia civil y criminal. Tenían oficina enlas casas del cabildo y horario determinado para recibir pleiteantes,examinar testigos y dictar sentencias. Estas podían ser apeladas anteel cabildo en pleno y las audiencias. También vigilaban la admi-nistración y el suministro de la ciudad, la adjudicación de tierras,la situación de propios, comunes y ejidos, la salud pública y el urba-nismo y el cumplimiento de las ordenanzas 50. Debían ser vecinosde la ciudad, personas hábiles, saber leer y escribir, no ser oficialesreales ni deudores de la Real Hacienda y tener una vida honrosa,sin delitos de sangre ni ejercicio de oficios viles y mecánicos. Teníanprohibido el comercio, ser regatones (intermediarios), el trato y con-trato en mercancías y la posesión de tiendas o tabernas, en partepor ser trabajos infamantes, en parte para evitar colusión de interesesdurante su labor inspectora 51. Sobre el papel, pues hubo multitudde excepciones. En 1640 se permitió a los de Guatemala tener comer-cio y pulpería (una tienda de abastos cuyo distintivo era una escobaen la entrada) y en Potosí, lugar de mineros, se les toleró la deudafiscal por la intrincada naturaleza de sus negocios, pues siempreestaban empeñados debido al pago del azogue. En caso de falle-cimiento del gobernador y en ausencia de tenientes, los alcaldesordinarios desempeñaban provisionalmente sus funciones, pero aveces tuvieron ese privilegio de modo incondicional. Fue el casode Caracas entre 1676 y 1736. Los regidores lo aprovecharon pararepartirse tierras y destituir con la excusa de incapacidad a dos gober-nadores incómodos, Nicolás de Ponte, que según ellos había perdidola razón, y José Francisco Cañas y Merino, que además de ser amigode «rudas diversiones», como meter en la cárcel a quien le llevabala contraria, escandalizó a los vecinos por tener la insólita costumbrede perseguir de verdad el contrabando 52.

También existieron otros alcaldes, de menor rango y cometidoespecífico. Los de minas eran propios de esos lugares; tenían juris-dicción sobre españoles, negros e indios y fueron nombrados primeropor el cabildo y más tarde por el monarca. Los alcaldes de la her-mandad, como el de Lima, establecido en 1555, se solían elegirpor un año y carecían de voz y voto en el cabildo. A veces fue

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oficio vendible y perpetuo, o se desempeñó como en Tucumán poralcaldes ordinarios salientes. Ejercían, como en la península, la fun-ción de policía rural. En sus salidas en busca de bandidos y fugitivosportaban el estandarte real y solían mandar una cuadrilla formadapor negros libres, indios y mulatos, puestos a sueldo del cabildo.El de Lima, por ejemplo, compró dos esclavos para que desempeñaranesa labor, pero decidió venderlos por andar vagueando y por miedoa que murieran y se perdiera su coste. En México hubo alcaldesde mesta, de alameda y de las aguas para cuidar jardines y paseos.En Guatemala hubo en el siglo XVI alcaldes de milpas para cuidarque los indios cultivaran sus campos y de indios y sacas para repartirindios alquilones entre los que demandaban su trabajo. En Limaexistieron alcaldes de barrio desde el terremoto de 1746, «para segu-ridad de los vivos y conservación de los bienes, que quedaron desam-parados y embarazar el latrocinio a que se dieron los negros, mulatosy otras gentes vulgares» 53. Hubo alcaldes de fortalezas para impulsarsu construcción y cuidado y de oficios para ocuparse de trabajosconcretos, como en Quito, donde los hubo de sastres, sombrereros,silleros y herradores. En Santiago de Chile hubo alcaldes de borra-cheros para combatir la afición a la bebida de los indios y en Caracasde toros, responsables de traer del campo las reses que se lidiabanen las fiestas.

El alguacil mayor se ocupaba de la detención de maleantes, elcumplimiento de ordenanzas, la custodia de reos (cuyos regalos nopodían aceptar) y la persecución de juegos y pecados públicos, todoello por naturaleza del cargo; por mandato judicial perseguían ademásquebrantos, blasfemias y borracheras 54. Después de los alcaldes yel alférez real tenían el primer puesto y voto del cabildo, junto alraro privilegio de entrar a las juntas con armas. Incluso sus esclavospodían llevarlas. El cargo era incompatible con posesión de lugarde tratos y contratos, oficios y gobiernos. Se solía otorgar por losconquistadores a sus capitanes de confianza y gozaron de gran pres-tigio; tuvieron carácter perpetuo y se vendieron por una gran cantidadde dinero. Al cabo, algunos se convirtieron, como señaló un gober-nador del Perú, García de Castro, en «los gallos del pueblo». Laimpronta del honor revistió su ejercicio, de modo que los titularesse ocupaban de las detenciones de relieve, las notificaciones de reso-nancia y las sentencias de degollamiento, mientras los corchetes yministriles atendían a la gente común. En los pueblos de indios,los cabildos tuvieron alguacil propio. Además del salario, cobrabanuna tasa por ejecución, encarcelamiento o citación judicial. En algunos

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casos, como en Santa Marta, costeaban la mitad del mantenimientode la cárcel, que solía estar en las casas del cabildo; el resto erapagado de los propios.

El alférez real era el encargado de guardar y portar en ocasionesde relieve las armas del monarca. Era oficio vendible y alcanzó can-tidades muy elevadas. El virrey Toledo señaló en La Plata y Cuzcoque lo debía desempeñar cristiano viejo, hidalgo, que no hubierasido artesano y no tuviera tienda de mercaderías. Recibía el testimoniopúblico de lealtad de los habitantes de la ciudad, pero era oneroso,pues debía mantener el estandarte con las armas si lo había y pagarlos uniformes de lacayos y acompañantes. También iban de su cargolos refrescos y meriendas de los gobernadores, los oidores de laaudiencia y los cabildos y sus séquitos en las fiestas señaladas. Aunquepor esa causa recibió en ocasiones una ayuda de costa (en Limale entregaban la renta anual de seis tabernas) los gastos eran tanelevados que alguno tardó veinticinco años en pagar una ceremonia;en Quito un alférez real huyó de la ciudad al acercarse las fiestasdel Espíritu Santo para proteger su bolsillo. Para colmo, las ocasionesde sacar el pendón real abundaban, por las numerosas festividadesde santos, arcángeles, devociones, cumpleaños y celebraciones reales,fundaciones y traslados de la ciudad.

El fiel ejecutor, también llamado almotacén, era el encargadodel reconocimiento de los pesos y medidas «para examinar si losgéneros que se daban eran cabales». En 1525 Hernán Cortés, conel talento leguleyo que le caracterizó, señaló en las ordenanzas paralas villas de Nueva España sus cometidos:

«Ordeno y mando que en cada una de las dichas villas hayaun fiel que vea y visite todos los bastimentos que en las dichas villasse vendieren y los pesos y medidas con que se vendieren y pesarenlas ahierre el dicho fiel y las señale y marque con la señal y marcasde la dicha villa y que ninguna persona pueda vender ningunos delos dichos bastimentos, si no fuere por los pesos y medidas queel dicho fiel les diere y señalare, so pena de haberlo por perdido[...] Item, que ninguna persona que trajere bastimento a vender acualquiera de las dichas villas, no los pueda vender por menudeosin que primero sean vistos por el dicho fiel y por uno de los regidoresde la dicha villa y puéstole precio» 55.

El trabajo del fiel ejecutor pretendió hacer realidad el derechode los habitantes de la ciudad a alimentarse bien y a un preciorazonable. Para lograr este objetivo, según la tradición municipal,

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lo más eficiente era un mercado controlado, que no dejara a losvecinos y sus familias a merced de poderosos, acaparadores y regatones.El fiel ejecutor vigilaba las transacciones, visitaba por sorpresa tiendasy mercados, imponía tasas, «posturas» y aranceles y fijaba preciosmáximos. En el siglo XVIII se esforzaron en separar la producciónde la distribución; los panaderos no podían ser molineros y quienesposeían tienda no podían vender pan, pues ese era el cometido delos panaderos. «No se consienta por ninguna vía regatones de trigoo pan cocido en los pueblos», se señaló en Buenos Aires 56. En sucelo revisor, el cabildo de La Habana mandó pesar de madrugada«las reses, puercos y vacas que se trajesen muertas a la carniceríade cada vecino», sellar las medidas del vino y comprobar las existentesen las tabernas y tiendas y el pan y el pescado que se vendía enlas plazas. El campo de actuación del fiel ejecutor se extendió ala medición de solares, caballerías y estancias. En algunos casos,como en Puerto Rico o Santiago de Chile, se dividieron ambos come-tidos (el fielazgo atañía al control de las medidas y la ejecuciónde penas en los infractores), pero lo común fue que estuvieran unidosy los cabildantes lo dotaran cada año. La eficaz labor del fiel ejecutor,entre otras causas, explica que, en comparación con lo que ocurríaen Europa, las ciudades de la América española permanecieran, porlo general, al margen de hambrunas devastadoras 57.

Otro cargo importante fue el de procurador, pues representabaal común de la ciudad ante los tribunales, organismos de gobiernoy la Corte y exponía sus necesidades ante el cabildo, en el cual,sin embargo, carecía de voto. También se personaba en procedi-mientos judiciales, por orden del cabildo o sin ella. En sus juntaspodía proponer o rechazar acuerdos y conminaba si lo considerabanecesario con costosas apelaciones a tribunales superiores. Estas sepretendían evitar porque los oidores de la audiencia solían tenerpendencias guardadas contra los regidores y la propia ciudad. Duranteel siglo XVI fueron elegidos por el vecindario, pero desde 1623 fueronlos regidores y no el cabildo abierto quienes los designaron 58.

El de procurador no podía ser cargo servido por oficiales reales;por las materias de su interés, acabó ocupándose de asuntos diversos.En Caracas fue costumbre que el procurador presentara poco despuésde las elecciones una lista de peticiones, que invariablemente seocuparon del pregón de las carnicerías, el arancel de las pulperías,el arreglo de los caminos, la apertura de acequias, la visita de losejidos y el interrogatorio de los vagos, a fin de que declararan susmedios de vida y, en caso de no tenerlos, obligarles a trabajar. La

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ambigüedad del oficio de procurador se hacía evidente cuando teníaque ir contra los acuerdos del cabildo. El de Lima se opuso en1604 a que se pagaran con dinero de los comunes los gastos deun auto de fe; su petición fue ignorada. En cambio, el de Quitologró en 1599 que el cabildo devolviese a los vecinos la tasa añadidaal precio de la carne, aunque hubiera sido con la loable intenciónde arreglar las calles. Los procuradores de las ciudades de Indiastenían prohibido pasar a la península sin autorización, pues eranmuy caros de mantener y se temía que infestaran la Corte con peti-ciones y súplicas, dificultando aún más la acción de gobierno 59.

El escribano del cabildo, también llamado «fiel de fechos», teníala función de dejar testimonio por escrito de cuantas actuacioneslo requirieran. A pesar de su gran importancia, ya que respondíande la memoria pública y privada de la ciudad, para desempeñarel oficio sólo se pedía ser español y saber leer y escribir. Teníanun sueldo considerable, además de prebendas y una reputación públi-ca acompañada en ocasiones de mala fama, por el frecuente abusoen el cobro de aranceles y la malignidad y tendencia de algunosa vincularse en hechos fraudulentos y delictivos. Por su calidad desecretarios y notarios participaban en registros, testimonios, pleitosy juicios. Una cédula filipina prescribió que llevaran el registro depobladores en nueve libros, con los nombres de los conquistadores,fundadores y encomenderos. También debían anotar los que no teníanindios pero sí tierras y solares, los que no tenían bienes pero síun oficio, los que tenían oficio pero no lo ejercían, los ausentesen servicio del rey y los indios de los arrabales y las haciendas.Con el transcurso del tiempo, se redujeron en número; en Caracashacia 1790 sólo había tres escribanos, para blancos de calidad, pardosy blancos de orilla 60.

Desde comienzos del siglo XVI fue cargo de nombramiento real,aunque hubo algunas designaciones de cabildos y gobernadores. Sinellos no se podían reunir los regidores, ya que recibían los votos,redactaban las actas y las firmaban. También transcribían en los librosque eran de su responsabilidad las reales cédulas y los nombramientosy custodiaban el archivo, cuyos papeles debían tener inventariados,cosidos y con índice. En su caso, otorgaban copia de documentosy títulos de propiedad. Una cédula de 1590 mandó que ningún enco-mendero fuera escribano y los hubo que sólo se ocuparon de pleitosde indios.

Las llamadas «varas de justicia» se entregaban a quienes acom-pañaban a los alcaldes en representación y auxilio del poder real.

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Eran altas para ministros superiores y cortas para los inferiores; siem-pre iban grabadas con una cruz. Sobre ellas se efectuaban los jura-mentos de cumplimiento de cargos o de decir la verdad en los juicios.Recoger las varas a quienes las ostentaban equivalía a la destitución.Producían en las gentes de bien un sano temor. En México, al alcaldede la alameda le fue concedida una vara de justicia «para que nadiese le atreviera».

Al margen de los cargos y oficios mencionados, que formabanel llamado «cuerpo de ciudad», hay que mencionar una serie deempleos extracapitulares. Todos eran atribuidos por el cabildo, queexigía el juramento de ser desempeñados «fiel y lealmente» y undepósito de fianza previo a su ejercicio. El mayordomo de la ciudadadministraba los bienes del cabildo, pero no podía efectuar pagossin un mandato escrito. El depositario general, oficio de mercedreal y luego vendible, era quien custodiaba los bienes en litigio. Lostenedores de bienes de difuntos se encargaban de los caudales dequienes habían fallecido. Debían guardarlos en cajas de tres llavesy remitirlos a la Casa de Contratación de Sevilla, que se encargabade buscar a los herederos para entregárselos. El padre de pupilosy huérfanos, llamado curador de mancebos, padre de mozos, juezde menores o, como en nuestro tiempo, defensor de menores, teníalos cometidos de evitar que los huérfanos se hicieran viciosos y demalas costumbres y de fiscalizar a los tutores asignados y pagadosque no cumplían como era debido. Pedro Martín fue nombradoen 1567 por el cabildo de Santiago de Chile «padre de huérfanosy huérfanas, así españoles como mestizos e indios», por un año,con el cometido de vigilar cómo se administraban sus haciendassi las tenían, ponerlos como criados o imponerles el aprendizaje deun oficio. También debía cuidar de que las mestizas que tuvieranedad cumplida se casaran. En algunos casos, como en Cuzco, unregidor acompañado del corregidor se ocupaba de controlar a lostutores y administradores de los bienes de los menores. Era un cargoretribuido por arancel: en Lima, cobraban un peso por cada mozopuesto a servir y diez pesos por cada mil de renta de huérfanovigilada.

Hubo un protector de indios propio de la ciudad y nombradopor el cabildo para evitar los abusos cometidos sobre ellos en lajurisdicción urbana por caciques, curas y encomenderos. El juez denaturales existió en los cabildos peruanos para evitar gastos a losnativos, litigantes por naturaleza y enredados en largos procesos quelos arruinaban, al decir de los cronistas. Era de nombramiento anual

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y llevaba vara de justicia. Si el monto del pleito en el que entendíabajaba de 50 pesos no se levantaba testimonio, pero si subía deesa cantidad había que hacerlo. De sus fallos era posible apelar anteel corregidor, cuya sentencia era definitiva. El corredor de lonja hacíalas veces de intermediario entre el vendedor y el comprador, yaque tasaba las mercancías y artículos que eran objeto de trato. Cobra-ba a ambas partes y existió en todas las ciudades importantes. EnMéxico y Caracas hubo un diputado de la alhóndiga (mercado degrano), encargado de la administración del pósito (almacén) de maízy trigo y también un administrador de hospitales, que eran del cabildoo estaban bajo la custodia de alguna orden religiosa o el patronatode algún particular. Un regidor se encargaba de vigilarlos; al médicole solía pagar el cabildo, a razón de 200 pesos, como ocurría enLima en 1561. Estaba mandado por el rey que hubiera hospitalesen todos los pueblos de españoles e indios. En Santo Domingo seconstruyó uno en 1502, en México se abrió en 1524, en Guatemalaen 1527 y en La Paz en 1550 61.

El cabildo pagaba un mayordomo de iglesias para que cuidarade sus fábricas, ornamentos y rentas. También tenía su propio cape-llán, que celebraba misa para los regidores en sus casas o se acercabaa la cárcel para impartir la bendición y ofrecer consuelo a los presos.En lo referente a la enseñanza las instituciones municipales fueronmuy cuidadosas y se esforzaron en apoyar el eficaz sistema educativoadministrado por la iglesia en sus parroquias, conventos y monasterios.Además, fueron militantes en la petición de universidades. En 1540,el cabildo de Santo Domingo solicitó para un estudio donde se impar-tía gramática desde hacía dos años «las libertades que gozan losestudios generales» y poco después el de México pidió «universidadde estudio de todas las ciencias, porque los hijos de los españolesy los naturales las aprendan y se ocupen de toda virtud y buenosejercicios y salgan y haya letrados de todas facultades» 62. Allí existióuniversidad desde 1551, como en Lima, donde el cabildo pidió tuvieraedificio propio, independiente de los claustros de Santo Domingo,lo que logró en 1574. En Quito se fundó la universidad en 1586,en Cuzco en 1598, en Santiago de Chile en 1619, en Tucumánen 1622, en Bogotá en 1623, en Caracas en 1721 y en La Habanaen 1728.

Precisamente el cabildo de la capital venezolana tuvo el arrojode nombrar en 1593 a un soldado-poeta de nombre Ulloa comocronista de la ciudad. Dos años antes había designado maestro aLuis de Cárdenas; con lo que cobraba a algunos alumnos de posibles

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lograba sostenerse y admitir a quienes no podían pagarle. SimónBasauri enseñaba a pobres y huérfanos «por amor de Dios y paraque no se criaran como potrillos»; el cabildo le retribuía del estancodel vino 63. En México, algunos maestros celosos acudieron en 1617al procurador para que se comprobara si sus competidores eran bue-nos cristianos y si en verdad sabían escribir o sólo lo parecía y selimitaban a mover frente a sus alumnos los moldes de las letras.Por entonces el cabildo de Buenos Aires acogió la propuesta deFrancisco Montesdoca, maestro de señoritas, de enseñar rudimentosde lectura a los hijos de los pobres. En Ibarra, Martín Cumeta recibióen 1609 el monopolio docente y en Santiago de Chile concedieronpermiso en 1618 a Melchor de Torres para abrir escuela aunquesin exceder el arancel y con un máximo de cien alumnos. En Santaféde La Plata, el cabildo pidió en 1577 al teniente de gobernadorque prohibiera emigrar de la ciudad al maestro Pedro de Vega, puesno había quien lo supliera. Hubo escuelas municipales para indiosy mestizos en Cuzco, México y Quito y para morenos en Venezuelay Buenos Aires. En Luján, donde tenían una escuela gratuita parapobres, el cabildo acordó en 1775 multar a las familias que no enviarana ella a sus hijos 64.

Hubo otra serie de oficios considerados menores, poco rentablesy de escasa honra. El obrero mayor era un alarife municipal, quecuidaba de fomentar y vigilar las obras públicas y requería los indiosy peones necesarios para llevarlas a cabo. El capitán de la ciudadcastigaba a los nativos rebeldes y montaraces. El guarda mayor eraun vigilante urbano y los cobradores de rentas reales existían dondeno había oficiales que se ocuparan de ello. En Lima y Santiagode Chile hubo examinador de caballos, encargado de evitar quese echara a las yeguas municipales macho alguno sin aprobación,a fin de evitar la degeneración y enfermedad de la casta caballar.Los omnipresentes pregoneros, tan importantes en una sociedad basa-da en la cultura oral, daban voz pública a resoluciones judiciales,citaciones, remates, festejos y bandos. También acompañaban a losdelincuentes camino de la horca; fue oficio propio de negros esclavoso libres, mulatos e indios. El visitador La Gasca lo concedió enArequipa al negro Alonso Gutiérrez para recompensar su servicioen la reciente campaña contra los pizarristas, bajo la obligación depagar al cabildo cincuenta pesos. El español Diego García, infelizen fortuna y honra, le compró el cargo y además se ofreció comoverdugo; también fue nombrado almotacén de acequias. El oficiode verdugo solía ser desempeñado por negros libres. En Trujillo

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del Perú el cabildo pretendió innovar y compró un negro esclavopara que lo fuera; le tuvieron que pagar un vestido decente, puesno lo tenía. Al fin, se trató de una mala solución, pues debido a«su talante altanero y desconsiderado» tuvo un enfrentamiento conel alférez real y acabó por ser enviado a Guayaquil, donde se lecambió por un cargamento de madera. Algunos reos de muerte pro-testaron porque el verdugo fuera un antiguo esclavo y además negro,pues consideraron que se faltaba a su honra en el trance supremode abandonar este mundo. En Arequipa hubo un cirujano que sirvióde manera simultánea el oficio de verdugo. En Guadalajara, debidoa su inexistencia, fue fusilado para su fortuna Fernando de Armindes,condenado por la justicia a pena infamante, pues la sentencia habíaordenado que fuera ahorcado y se le cortase después la cabeza yuna mano, para clavarlas en la ventana por la que había pretendidorobar las cajas reales del pueblo en el que había sido alcalde ordinario.El portero vigilaba las puertas del cabildo, avisaba de su celebracióny a veces introducía en las juntas las peticiones de los vecinos acambio de dinero. También hubo, según los casos, maceros (queen tiempo ordinario ayudaban al fiel ejecutor), alarifes para «medirlos solares y repartir el agua que anda por la ciudad y echar lasacequias por donde han de ir», almotacenes para reducir al patrónde pesas y medidas guardado en el cabildo el que se aplicaba entiendas y mercados, yegüerizos para cuidar las yeguadas públicasque pacían en la dehesa de la ciudad e intérpretes de lenguas parael trato con los naturales.

Los carceleros solían salir dos veces a la semana a pedir porlas calles para alimentar a los presos y podía haber trompeteros yatabaleros para la ocasión en que fuera necesaria música, meseguerospara cuidar de los panes, albéitares para vigilar y cuidar los animalesde la ciudad, campaneros y relojeros. En México, el primer relojfue cedido por Cortés y se instaló en el antiguo palacio de Axacayatl.En Lima, el cabildo decidió comprar uno en 1549 y en Santaféde Bogotá la audiencia lo mandó instalar en 1563. Los jesuitas tuvie-ron fama de excelentes astrónomos y mecánicos del tiempo; en 1612el cabildo de Quito contribuyó a la construcción de una torre paraque el toque de campanas del reloj existente en el colegio de laCompañía diera a conocer las horas hasta en sus barrios más lejanos 65.

La ciudad de los conquistadores tuvo en el cabildo su instituciónprimordial, la expresión de su poder. Una muestra de 682 individuospertenecientes a las huestes de Cortés, Pizarro, Pedro de Herediay su socio Durán y Valdivia, las de Belalcázar, Jiménez de Quesada

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y Federmann (que coincidieron en el altiplano de Bogotá en 1538)y los miembros de la expedición de Fernández de Serpa en 1569a la Nueva Andalucía, indica tanto su vocación de permanencia enAmérica como su opción municipalista. De los 194 que se sabe obtu-vieron algún cargo, 13 lo lograron en la península, donde fueroncon frecuencia calificados como peruleros o indianos, nuevos ricosy advenedizos cuya hidalguía no contaba. De los 181 restantes, sólo21 obtuvieron altos empleos en la administración y 121 lograronun oficio en las instituciones de sus ciudades. Apenas el 10 por100 retornó a España 66. El ejercicio de un cargo en el cabildo quizásno hizo de los conquistadores dóciles servidores del rey, pero sinduda formó parte de la vida señorial a la que creyeron tener derecho 67.Su permanente aspiración a una posición política superior no ofreciólugar a dudas. De ahí que su relación con los representantes directosdel poder real, que a veces acudían a América con una mentalidaddepredadora y altanera, resultara difícil. La institución del cabildofacilitó el restablecimiento de complejos equilibrios políticos. En unlugar tan apartado como el Río de la Plata, Carlos V confirió en1537 a los vecinos y conquistadores asentados en ciudades el derechoa elegir gobernador bajo ciertas premisas. El cabildo de Asunciónlo invocó cuando le convino y en cierta ocasión depuso uno bajola acusación de evitar mayores perjuicios y hasta «la pérdida delreino». Para el cabildo de Caracas, destituir al gobernador fue casiun hábito. En 1623 lo depusieron «por los muchos delitos cometidos».En realidad quiso que se cumpliera de una vez por todas la realcédula de supresión del servicio personal de indios encomendados,en favor de un menos oneroso tributo en metálico. Es interesanteanotar que al constituir el cabildo la única institución privativa delvecindario urbano, se produjeron intentos de introducción mediantejuntas comunes a varias ciudades de una representación por esta-mentos, tal como existía en las Cortes de los reinos peninsulares.Los cabildos de diversas ciudades de La Española acreditaron a susdiputados para una junta que tuvo lugar en Santo Domingo en 1518.Por unanimidad aprobaron numerosas peticiones al rey, pero prontolas diferencias les impidieron toda acción común. En 1528, un enviadodel cabildo de México se esforzó por obtener en la Corte un privilegiopara que se concediera a la ciudad, en representación de NuevaEspaña, voz y voto en las Cortes de Castilla. Carlos V no lo otorgó,pero le concedió una especie de premio de consolación, pues en1530 le dio el primer voto entre las ciudades de Nueva España«como lo tiene en estos nuestros reinos la ciudad de Burgos» y

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le cedió el primer lugar en los congresos que, previa autorizaciónreal, reunieran eventualmente a los representantes de las ciudadesy villas de las Indias. En 1540 concedió el mismo primer voto aCuzco en Nueva Castilla, pero en 1630 Felipe IV mandó guardarlos privilegios de Lima, «para que aquella ciudad como asiento delgobierno superior siempre sea ennoblecida y aumentada» 68.

A mediados del siglo XVI, como una más de las medidas a tomarpara luchar contra la bancarrota real, se proyectó introducir en elPerú un servicio en metálico al monarca, voluntario y único. A finde aprobarlo, se convocaría una diputación general de ciudades, conel fin de tratar la contribución, negando por principio la presentaciónde quejas y peticiones, como era habitual en las Cortes castellanas 69.Algunos miembros del Consejo de Indias formularon fuertes reparosy la convocatoria no se llevó a efecto. Décadas después, el virreydel Perú, marqués de Cañete, preocupado por el aumento continuodel número de criollos, que suponía de fidelidad menos contrastadaque los peninsulares, sugirió a Felipe II que convocara diputadosde los reinos americanos a las reuniones de las Cortes castellanasy que sus leyes tuvieran validez en Indias. Sin embargo, en 1609otro virrey, Montesclaros, se opuso a que se reunieran diputadosde las ciudades más importantes del Perú, porque «darían lugara una agitación desenfrenada». Hubo que esperar a las Cortes deCádiz de 1812 para que se eligieran diputados americanos, peroaun sin ellas la autonomía urbana fue hasta la independencia unelemento fundamental en la arquitectura institucional de la monarquíaespañola 70.

El éxito de la ciudad de los conquistadores, su continuidad enel tiempo, se basó en una articulación territorial muy eficiente. Larelación entre los centros urbanos menores y las capitales tendióa ser más importante que en la etapa prehispánica, pues las segundasactuaron como verdaderas fronteras de colonización, conectadasmediante puertos a las redes de comunicación del mundo atlántico 71.El Nuevo Mundo occidental y urbano encontró su línea de per-manencia en un sistema económico de extensión comarcal, orientadoa que las ciudades fueran autosuficientes, baratas y abundantes enlos precios de los alimentos y artículos de primera necesidad, perosometido a la «fricción de la distancia»: la existencia de una barreramuchas veces infranqueable en el acceso a objetos y productos, acausa del alto costo de los transportes 72. Los modelos de inserciónde las urbes recién fundadas en el espacio inmenso de América fueroncentrífugos y dependieron de la estructura indígena preexistente y

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de la adaptación o superposición española, de acuerdo con dos tipo-logías aparecidas en la Nueva España y el Perú. En el primer caso,las políticas cortesianas fueron capaces de estructurar, tras una rápidavictoria militar, una red urbana regional amplia e integrada, a travésde diversas y complejas dinámicas institucionales que aglutinarony adaptaron los ritmos y espacios prehispánicos. En el segundo, lapervivencia de una campaña militar durante casi veinte años, debidoa los conflictos entre pizarristas y almagristas, implicó el fracaso dela interrelación urbana en una etapa fundamental. A ello se sumóla propia e inmutable naturaleza vertical andina, con el resultadode una articulación más frágil, irregular y desintegrada 73.

En Nueva España, las redes de comunicación unieron ciudades,pueblos y aldeas con un «traspaís» o hinterland fluido y próximo.En Perú se quebraron a diferentes alturas con ciudades-isla localizadasen nichos ecológicos distintos y distantes. Con el paso del tiempo,un buen número de urbes, por su tamaño y pujanza, evolucionaronfuncional y formalmente, mientras que otras parecieron estancarseen volumen y aspecto. Las mejor situadas en las cambiantes redesde comercio y transporte, caso de Tucumán, Puebla, León, Méridao Pasto, sostuvieron una gigantesca red urbana que acabó por vincularel continente. Sobre los gigantescos intersticios se abrieron múltiplesy vastas fronteras, como las misionales, sustentadas en sofisticadosmecanismos de relación entre lo urbano y lo rural, generadoras detipologías asombrosas y autosuficientes hasta ser acusadas de cons-tituir república aparte, como fue el caso de las reducciones jesuíticasdel Paraguay 74. Pero también las de cimarrones, palenques y cumbesde negros en la América tropical y las más determinantes, las indí-genas, organizadas alrededor de los pueblos de indios y con exclusiónteórica de españoles, mestizos o mulatos, según una fórmula rura-lizada que les confirió un importante grado de autonomía y resultódeterminante en la formación de las regiones americanas 75.

La concentración de los indígenas pretendió que se hispanizaranen sentidos bien concretos: debían convertirse en cristianos, vasallosleales, tributarios y vivir en república, en núcleo poblado; hasta elsiglo XVIII hablar español no se consideró imprescindible 76. Comoseñaló el formidable obispo de Michoacán Vasco de Quiroga, creadore impulsor de los hospitales-pueblo con el propósito de remediarla miseria de los nativos, se trataba de que fueran «verdaderamentecristianos y políticos [...] y no vivieran desparramados y dispersospor las sierras y montes» 77. En 1530 Carlos V plantea la necesidadde que los indios «se entiendan más con los españoles y se aficionen

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a su manera de gobierno» y tengan cabildos propios en sus pueblos,con alcalde, regidores y escribano, en la acertada presunción de quepodían ser complementarios de las demás instituciones 78. Ciertastradiciones prehispánicas de organización política, que comprendíanla existencia de castas de funcionarios y consejos nobiliarios, se fusio-naron de modo peculiar con la municipalidad hispánica y ofrecierona los nativos la posibilidad de sobrevivir en control de lo que ver-daderamente importaba, la tierra, protegida así por títulos legales 79.En Cuernavaca, el heredero del tlatoani anterior a la conquista fueinstalado como gobernador y se mantuvo una rotación de cargosentre nobles indígenas principales 80. En 1533, se promulgó una cédulapara que los naturales próximos a la ciudad de Santiago de Guatemalaeligieran alcaldes y un alguacil. El indio Baltasar, de Tepeaca, recibiólicencia en 1542 para hacer una población en el valle de Tozocongo,«que ellos por ser muy de Dios nuestro señor y vivir en repúblicay policía cristiana querían edificar un pueblo donde se quedasena vivir y permanecer» 81. Otra cédula enviada al virrey de NuevaEspaña en 1560 insistió en que «los indios de esa tierra que estánderramados se [juntaran] en pueblos».

Las Ordenanzas de 1573 consagraron esta probada práctica deorganización territorial y, como hemos visto, dieron por terminadala conquista pero mantuvieron e impulsaron el énfasis urbanizador.Las ciudades serían como islas de un vasto archipiélago, alejadasuna mínima distancia de las demás. Su jurisdicción, de acuerdo conun principio de derecho común, equivaldría a un día de viaje 82.Un siglo después, la Recopilación mandó que en los pueblos de indioshubiera alcalde, si contaban con más de 80 casas dos alcaldes ydos regidores, aunque fueran muy grandes no más de cuatro regidoresy si su población era de entre 40 y 80 indios un alcalde y un regidor,renovables igual que en los de españoles, por año nuevo 83.

Fue habitual que los pueblos de indios tuvieran un gobernadorindígena, con título de «don», ocupado en la dirección política yla administración de justicia, con salario e indios de servicio y elegidopor los principales, además de un cacique hereditario y vitalicio consus indios de servicio, dedicado a supervisar la actividad económica,ambos de tradición prehispánica, y, por último, un cabildo semejanteal español 84. El intento de las elites indígenas de mantener la con-tinuidad con el mundo anterior a la conquista utilizando las nuevasinstituciones para conservar algún grado de autonomía chocó conel influjo y el poder absorbente sobre el espacio circundante delas urbes, tanto de las refundadas como de las nuevas. La escala

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del fenómeno fue escasa en algunas regiones, pero en otras produjoun cataclismo y transformó el territorio con una velocidad inusitada.Un ejemplo interesante fue el de Toluca. Aunque la primera gene-ración de conquistadores encomenderos fue residente, sus hijos ynietos fueron más flojos, abjuraron del campo y a fines del siglo XVI

residían en México. Las grandes estancias fueron entregadas a hom-bres de confianza y familiares de poca fortuna para que las admi-nistraran. Desde 1580 aparecieron multitud de pequeños estancieros,granjeros y ganaderos, algunos de ellos mestizos, hijos ilegítimos oportugueses, que se hicieron dueños de explotaciones pequeñas ymedianas, dedicadas a la provechosa cría de cerdos, ovejas y caballos.Coexistían con una población aún intacta de indios cultivadores demaíz, regida por sus propios cabildos, compuestos por individuosque eran o se hacían pasar por nobles 85.

Una muestra de miembros de 145 cabildos indígenas de Yucatánentre 1657 y 1675 permite observar la continuidad de los linajesy clanes de principales y la rotación en los cargos, habitual en con-ductas oligárquicas, pero también deja ver nombres no vinculadosa la nobleza tradicional, antiguos macehuales o campesinos que habíanhecho del gobierno de los pueblos su camino para el ascenso social 86.No fue sólo la ciudad la que produjo la alteración del balance entrelo rural y lo urbano o la ruptura de la utopía de las repúblicas separadasde españoles e indios, que las leyes habían intentado proteger pro-hibiendo a los blancos detenerse en pueblos de naturales, impidiendoa estos trasladarse de uno a otro o facultando a sus alcaldes paraprender a negros y mestizos descarriados. Con el paso del tiempo,la hacienda agrícola, la estancia ganadera, los reales de minas o lasplantaciones conectadas a las demandas de la economía atlánticadieron un impulso definitivo a esta transformación.

Por otra parte, la ciudad señorial imaginada por los conquistadorescomo expresión de la bipolaridad de las repúblicas de españolese indios tampoco perduró. En ella hubo desde el principio negrosy castas mezcladas, y el mestizaje urbano, resultado de la necesidadque tenían unos y otros de comerciar con sus bienes, talentos ycuerpos, surgió desde el primer momento. En este sentido, no hayque confundir la urbe americana inicial que algunos pretendieronsegregada con la posterior ciudad criolla, visible en su segmentacióndesde el centro blanco hacia la periferia multiétnica, segura de sucapacidad de gobernarse acatando lo que le convenía y feliz de formarparte del imperio de consenso de los Austrias españoles. El centrode la ciudad se erigió como sede de las instituciones civiles y ecle-

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siásticas y representó el poder de los conquistadores, pero ellos mis-mos, que tantas veces se vincularon a princesas indígenas, comenzaronun mestizaje no ligado como en los feroces tiempos iniciales a arries-gadas operaciones de alianza, sino a políticas de estabilidad y com-promiso, que esbozaron en ocasiones parejas imposibles 87. Hacia1580, existían en la América española al menos 230 ciudades per-manentes, que en 1630 ascendían a 330 88. En todas existía unasecuencia perfecta de la imperfección y un gradiente de color enla piel, desde la plaza mayor y las calles adyacentes hacia los barriosy arrabales. Los indios llegaban a la ciudad de nueva planta —dela refundada nunca se marcharon— como sirvientes, empleados, sol-dados o criados de los conquistadores, naborías, yanaconas, forasterosy desarraigados de sus comunidades de origen. Eran peones o arte-sanos que se alojaban en campamentos y cercados en función, silos dejaban, de su origen étnico. A ellos se sumaron mestizos, zambos,mulatos, negros libres y algunos esclavos escapados, que si en elcampo tenían pocas posibilidades de escapar a su condición, en laciudad podían intentar vivir libres. Por lo general, residieron en barriosy parroquias radicados entre el centro y el arrabal. El cercado porantonomasia fue el de Lima, pero también existieron en Cuzco, Quitoo La Paz, aquí como barrio de indios extramuros, y en otras muchasurbes. Charcas constituyó un caso extraordinario, pues, como recom-pensa a los servicios prestados durante la conquista, los indios yam-paraes conformaron su barrio a partir de la plaza mayor 89.

Las ciudades se hicieron durante el siglo XVI abigarradas, mez-cladas, tan ordenadas y virtuosas a ojos de sus habitantes comocaóticas ante los europeos que ocasionalmente las visitaban o losoficiales reales peninsulares enviados para gobernarlas. De acuerdocon las cifras recogidas entre 1571 y 1574 por el cosmógrafo y cronistaJuan López de Velasco, dentro de un proyecto vinculado a la reformadel gobierno indiano, las relaciones geográficas y las Ordenanzas de1573, la América española suponía, por encima de todo, una expresiónurbana. Sus 241 ciudades pobladas reunían 23.493 vecinos. Entrelas capitales, Santo Domingo contaba con 500 vecinos; La Habanatenía 60; San Juan de Puerto Rico, 200; Caracas, 55; México, 3.000;Guatemala, 500; Panamá, 400; Santafé de Bogotá, 600; Quito, 400;Guayaquil, 100; Cuenca, 80; Lima, 2.000; Cuzco, 800; Santiago deChile, 375; La Paz, 200; Potosí, 400, y Asunción, 300.

Existían multitud de urbes de importancia regional. Carora tenía40 vecinos; Guanajuato, 600; Puebla, 600; Zacatecas, 300; Gua-dalajara, 150; Durango, 30; Oaxaca, 350; Mérida, 90; Veracruz, 200;

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Sonsonate, 400; León, 150; Cartagena, 250; Tunja, 200; Pasto, 28;Guayaquil, 100; Cuenca, 80; Arequipa, 400; Huamanga, 300; Val-divia, 230; La Serena, 90; Mendoza, 29; Potosí, 400, y Santa Cruzde la Sierra, 125 90. Aunque la multiplicación por cinco o seis delnúmero de vecinos permite barruntar la población blanca y españolaexistente, es obvio que se trataba de una minoría más o menosamplia entre los habitantes de las urbes americanas, sobre cuyo núme-ro total sólo se pueden hacer conjeturas. En México pudieron residirhacia 1560 unos 8.000 hombres blancos. Diez años después, había10.595 esclavos negros y en la última década del siglo quizás tuvo4.000 vecinos españoles. A comienzos del XVII residían en ella 15.000vecinos españoles, 50.000 negros y mulatos y unos 80.000 indios 91.

Lima tenía por entonces más de 3.000 vecinos, además de 12.000mujeres de diferentes naciones y 20.000 negros. El padrón ordenadoen 1614 por el virrey Montesclaros recogió un total de 25.452 per-sonas, de las cuales 5.257 eran españoles y 4.359 españolas. A sucabeza se encontraban los altos funcionarios y el clero (el propiovirrey, oidores de la audiencia, oficiales reales, arzobispo y canónigos),los miembros del cabildo, encomenderos, profesionales (sacerdotes,abogados, escribanos, médicos), mercaderes y tratantes, artesanosy gente de oficios (boticarios, barberos, plateros, batihojas, sastres,sederos, talabarteros, gorreros, botoneros, calceteros, ropavejeros osombrereros en el centro, coheteros, curtidores, herreros, olleros,molineros, carpinteros, arrieros y hortelanos en los barrios), juntoa marineros y transeúntes. Entre ellos vivían muchos negros quehabían adquirido su libertad por hechos de armas, actos caritativoso porque habían ahorrado gracias al «peculio», o derecho a adquirirmediante trabajo personal el dinero destinado a su manumisión.Solían trabajar como artesanos, sirvientes, pajes, hortelanos, albañileso peones. Las compañías de carretas, pesquerías costeras y algunoscriaderos de ganado utilizaban, en cambio, cuadrillas de esclavos 92.Finalmente, estaban los indígenas ladinos o semiaculturados de dis-tintas procedencias, sirvientes, peones o plateros, residentes en elCercado, Pachacamilla (donde estaban mezclados negros e indios)o el arrabal de San Lázaro, así llamado por la leprosería o lazaretoque había acogido. Allí también se albergaban los esclavos traídosde Cartagena y por eso daría lugar al corazón africano de Lima:Malambo.

Panamá, emporio comercial de la carrera de Indias, contaba en1610 con 1.267 blancos, pero había 3.696 esclavos, 702 libres y27 indios, con un total de 5.692 habitantes. Estaba gobernada por

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una plutocracia dueña de los bergantines dedicados a la pesqueríade perlas y también de recuas de mulas para el paso del istmo,almacenes de mercaderías, hatos de ganado vacuno y aserraderosde madera para la construcción de viviendas. Había un clero nume-roso, profesionales (escribanos, abogados, médicos, cirujanos, far-macéuticos y boticarios), militares con oficialidad y tropa (una rarezaen el continente) y gente de oficios, zapateros, sastres, calceteros,cereros, herreros y plateros 93. Santiago de Chile, otra ciudad sig-nificada por la existencia de un contingente militar, tenía unos 400vecinos y en 1613 llegó a albergar 1.717 españoles. Entre los decalidad se encontraban los altos funcionarios, miembros del cabildo,encomenderos, estancieros y mercaderes, oficiales militares, escri-banos y abogados. Por debajo de ellos, se encontraban los españolescomunes, soldados, artesanos y gente de oficios y finalmente losindios, negros, mestizos, mulatos y zambos. La frontera chilena fuetanto un lugar de oportunidades como un acicate para la movilidad.Era muy frecuente el matrimonio mestizo y el concubinato geográ-ficamente repartido y más o menos disimulado y había muchos sol-dados, marineros y traficantes nómadas, los llamados «estantes» 94.La suerte de los abundantes hijos ilegítimos dependía del recono-cimiento del progenitor (muchos mestizos vivían gracias a ello comoespañoles) y también había gran número de huérfanos, expósitose hijos de padre desconocido 95. En 1614 habitaban en los arrabalesde Santiago 124 carpinteros, 100 curtidores, 33 sastres, 81 zapateros,3 sederos, 3 cordoneros de jarcia, 30 albañiles, 7 herreros, 19 tinajeros,6 canteros y 4 pintores; muchos de ellos laboraban a domicilio yotros acudían de manera regular al centro de la ciudad, porque tra-bajaban en su construcción 96.

Alrededor de la plaza mayor se fueron levantando penosamentelas ciudades americanas. La empresa de construir México exigió talesesfuerzos que el franciscano Motolinía la comparó con una plagabíblica, pues se destruyeron bosques, se desviaron cursos de aguay se agotaron canteras. Allí resultó fundamental el trabajo de losindígenas. En Veracruz, según cuenta Bernal Díaz del Castillo, hastaCortés se había visto obligado a intervenir:

«Trazada iglesia y plaza y atarazanas y todas las cosas que con-venían para hacer villa, e hicimos una fortaleza y desde en los cimientosy en acabarla de tener alta para enmaderar y hechas troneras y cubosy barbacanas dimos tanta prisa que, desde Cortés, que comenzó elprimero a sacar tierra a cuestas y piedras y ahondar los cimientos,como todos los capitanes y soldados a la continua entendíamos en

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ello y trabajábamos por la acabar de presto, los unos en los cimientosy otros en hacer las tapias y otros en acarrear agua, y en las caleras,en hacer ladrillos y tejas y en buscar comida, otros en la madera,los herreros en la clavazón y de esta manera trabajamos en ello ala continua desde el mayor hasta el menor y los indios que nosayudaban» 97.

Las labores constructivas originaron un importante mestizaje étni-co y cultural, que en México dio lugar a fenómenos como el tequitqui,la supervivencia del estilo indígena y su fusión con el europeo, alque dotó de una aureola nueva e inclasificable 98. En 1585 las obrasde la catedral de México ocupaban a españoles, flamencos, indios,esclavos africanos y chichimecas. La primera piedra se había colocadodoce años antes; eran nativos los peones, aprendices, escultores ylos maestros artesanos que estaban a las órdenes de maestros deobra españoles, que disponían de al menos cuatro intérpretes paratraducir sus ideas y negociar con las autoridades nativas. Los indiospicapedreros obedecían a «capitanes» salidos de sus mismas filasque servían como intermediarios con europeos y criollos. Los chi-chimecas eran prisioneros de guerra enviados del norte y los negroshabían nacido en México o eran africanos de Sierra Leona o Biafra,como un tal Pedro, de treinta años, «entre ladino y bozal», quecon toda lógica abandonaba el trabajo «por ser casado e irse cadarato donde tiene a su mujer» 99. En la catedral de Valladolid trabajaronmás de 500 indios tarascos y establecieron relaciones comunidadesalejadas entre sí. La extrema dificultad en los transportes, así comoel alto costo de los materiales, determinó su utilización en un contextolocal. Así, en el lago Titicaca se usó adobe para los muros y laarquería del atrio de las iglesias, mampuesto (piedra sin labrar) enlos contrafuertes y cantería en las torres y quizás en el muro delas fachadas. Las portadas eran de ladrillo o piedra y los tejadosde madera o teja, posiblemente de rollizos de paja de totora enlos templos más humildes 100.

Las viviendas particulares, en realidad una especie de «babeles»domésticas en las que convivían blancos, indígenas y negros, negandotambién en el ámbito privado la utopía de las repúblicas separadas,se construyeron con lo que estaba más a mano. En la opulenta Panamáno había grandes mansiones o palacios, la mano de obra era escasay poco cualificada y los materiales muy caros. Lo habitual eran lascasas de madera cubiertas de teja, aunque algunas se levantaronde cal y piedra. El hierro de clavos y cerraduras era tan valiosoque se reutilizaba de manera habitual (se registraron casos de expor-

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tación de clavos usados a Costa Rica) y la cal se obtenía en concheroscercanos. Los maestros y operarios calculaban las varas cúbicas deparedes y «las varas de tablas, zapatas, alfajías, cuadrantes, cabezales,soleras, riostras, pies derechos, tornapuntas y crucetas; también lasbasas de piedra para las columnas y pilastras y las varas de piedralabrada para las quicialeras, la sillería y las rafas» 101. Las paredesmedianeras eran tan frágiles que no existía intimidad. En 1599 frayDiego de Ocaña señaló:

«Mirad cómo habláis que las paredes tienen oídos. Porque nohay más de una tabla en medio del vecino y todo cuanto se tratase oye en la casa ajena. Pero yo digo que no solamente tienen oídosaquellas paredes, sino ojos también, porque por las junturas de lastablas se ve cuanto pasa en casa del vecino» 102.

Lo habitual allí eran las casas de dos pisos en las cuales la plantabaja hacía las veces de tienda o almacén y la de arriba era residencia;muchas estaban dedicadas a la renta, muy provechosa a causa dela actividad comercial del istmo y la estrechez del emplazamientourbano. Los frentes eran pequeños (doce metros de promedio) yla altura de las casas podía ser considerable, pues llegaban a tenerdos y hasta tres pisos. A comienzos del siglo XVII, la ciudad tenía332 casas de una sola altura, tejadas y con entresuelos, 40 casillasy 112 bohíos de paja. Sólo ocho eran de piedra: la audiencia, elcabildo y seis propiedad de particulares.

En la cercana Quito, el proceso de construcción fue tan caóticoque el propio cabildo tuvo que indicar dónde se podía obtener barropara fabricar ladrillos de adobe, a fin de evitar que el casco urbanose hiciera peligroso por la proliferación de agujeros excavados porlos vecinos, dedicados a levantar edificaciones 103. En toda Américael tipo más extendido en la arquitectura doméstica permanente, lacasa con patio, que tenía en el espacio particular unas funcionessimilares a las de la plaza mayor en el público, de tránsito, visibilidady separación, logró articular las manzanas con facilidad. En una etapaposterior, será habitual el corredor exterior y la edificación de patiossucesivos permitirá el aumento de la superficie disponible y de ladensidad, así como la compactación del tejido urbano. En la señorialLima, que quizás tenía a comienzos del XVII unas 4.000 casas, habíaquintas, mansiones señoriales con huerta o jardín desprovistas depatios y con galerías, casas urbanas de dos pisos con llamativos bal-cones, viviendas en hilera, residencias compactas alineadas frentea la calle a veces precedidas por un patio y por supuesto galpones,

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callejones o corralones, construidos con adobe, ladrillo, madera, algode piedra y quincha —una estructura de madera unida con cañabrava y recubierta de barro, de propiedades antisísmicas—. Una ciu-dad distinguida pero no capitalina, como Tunja, contaba en 1610con 251 casas en el centro, 88 altas y 163 bajas 104. Sus acaudaladosencomenderos, poseedores de grandes mansiones de piedra, tapiay techos de teja, las decoraron con artesonados pintados, portonesy escudos nobiliarios 105.

No resulta extraño que tantas señales de grandeza hicieran alos hijos y nietos de los conquistadores olvidar sus orígenes, hastareducirlos en su memoria al recuerdo de un cataclismo heroico enel que había nacido la urbe, seguido de años de incertidumbre y«sencillez patriarcal». Ellos ya no tenían escrúpulos en reconocersecomo criollos:

«Allá [en Perú] no se conoce otra voz que la de español parasignificar, sin diferenciar, al que es nacido en España de españoles,o al que de ellos nació en las mismas Indias [...] Hacemos puesmucho aprecio los criollos de las Indias de ser españoles y de quenos llamen así [...] Criollo es lo mismo que procreado, nacido, criadoen alguna parte y criollo en el Perú y en las Indias no quiere decirotra cosa, según la intención con que se introdujo esta voz, queespañol nacido en Indias y así como usamos de la voz de españolpara diferenciarnos de los indios y negros, para diferenciarnos delos mismos españoles que nacieron en España, nos llamamos acácriollos» 106.

En ningún lugar como en el cabildo se hizo visible el final deuna época y el comienzo de otra distinta. A pesar de la extraordinarialongevidad de algunos de sus miembros (en Lima Diego de Agüerofue regidor durante cincuenta y siete de los setenta y seis años quevivió y del linaje de los Ampuero el abuelo Francisco lo fue portreinta y dos, el hijo Martín durante cuarenta y tres y el nieto Franciscopor veintinueve) lo cierto es que, en unos lugares más deprisa queen otros, los encomenderos habían cedido ante el empuje de letrados,mercaderes, oficiales reales y traficantes, gentes prósperas que ansia-ban el honor de gobernar la ciudad. Suyo será el nuevo siglo.

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Capítulo III

La metrópoli criolla

Manuel Lucena GiraldoLa metrópoli criolla

El 13 de agosto de 1618 el padre Gómez, jesuita distinguidoresidente en México, pronunció en la capilla del hospital de SanHipólito, uno de los mejor dotados de la capital y especializadoen acoger a los pasajeros que llegaban enfermos de la península,un sermón muy imprudente. Aquel día fatal se refirió a la recientedecisión tomada por el virrey, marqués de Guadalcázar, de vendervarios cargos públicos de prestigio a aspirantes criollos y criticó dura-mente la medida. Peor aún, se atrevió a denigrar en la casa deDios a los criollos novohispanos y los declaró constitutivamente inca-paces de desempeñar oficios de gobierno, pues ni siquiera sabíanservirse de una pluma de gallina. Al escucharlo, como no podía sermenos, los feligreses echaron mano de sus espadas, de modo quela misa concluyó en un tumulto.

A causa de este triste suceso, un sacerdote elocuente y respetadodevino en vulgar alborotador. Los acontecimientos se precipitaron.El arzobispo Pérez de la Serna reprendió a Gómez con dureza yle prohibió pronunciar sermón alguno, pero la Compañía de Jesússalió en su defensa y acudió para que construyera sesudos argumentosen su favor al temible maestrescuela de Oaxaca Antonio de Brambila,conocido en el virreinato por ser enemigo tanto de las autoridadeseclesiásticas como de los criollos. En una rápida reacción, el arzobispometió en prisión a Gómez antes de que pudiera exponer las alam-bicadas tesis que preparaba, pero entonces un grupo formado pormiembros de la audiencia y jesuitas dio un insospechado golpe demano y lo puso en libertad. El 20 de septiembre, de acuerdo conlos planes del arzobispo, se pronunciaron en toda la capital vibrantes

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sermones en elogio de las capacidades e intelecto de los criollos,con asistencia del cabildo, la audiencia en pleno y el propio virrey.En lo que sólo se puede interpretar como una solución típicamenteignaciana, el padre Gómez recibió el alto honor de pronunciar, el1 de enero de 1619, el sermón oficial de año nuevo, pero de inmediatofue extrañado de la ciudad. Los jesuitas retornaron a su tradicionalpolítica procriolla, que no abandonarían hasta su expulsión, en 1767,de los dominios de Carlos III 1.

Como ilustra este episodio, nada excepcional, las ciudades dela América española se habían convertido en espacios de construcciónde una identidad propia en términos más o menos conflictivos, perosiempre dinámicos y creativos. Más de un siglo después del des-cubrimiento y muchas de ellas centenarias en su devenir como urbesde una monarquía atlántica, las más importantes pretendieron adquirirentidad metropolitana y todas fueron consolidando, más pronto quetarde, una idiosincrasia propia, visible hasta nuestros días 2. Esta aspi-ración apenas fue afectada por el hecho de que existiera un superiorgobierno distante y arbitral, como el que podía ejercer el rey deEspaña sobre las ciudades de los opulentos reinos de Indias, tanlejanas de la miseria y las guerras de la Europa seiscentista. Así,los proyectos metropolitanos de México y Lima no sólo fueron com-patibles con la fidelidad al monarca y sus virreyes, sino que la refor-zaron. Además, se produjo un efecto de competición entre ellas ycon otras urbes del Nuevo Mundo a la hora de expresar su progresivocriollismo a través de la mentalidad y el aparato del barroco 3. Parasu ventaja, ambas capitales contaron con la presencia del virrey enlas calles, una parte del cuerpo del monarca, «el rey vivo en carnes»,según señaló el marqués de Cañete. Sus habitantes celebraron sulealtad en fiestas y ceremoniales tan potentes como efímeros. Graciasa ellas se pudo expresar una identidad criolla emergente, ni españolani indígena, infiltrada de componentes africanos y de otras proce-dencias 4.

Los elementos de esta identidad criolla expresada como aparatobarroco fueron proyectados por las elites urbanas con una pretensiónde adoctrinamiento masivo, mediante fiestas que celebraban unaacumulación providencial de poder político, riqueza y santidad, señalcarismática del carácter metropolitano. En ellas, como señaló el Ecle-siastés, el simulacro se transmutaba en verdad, gracias a la promul-gación de una teatralidad efímera y martirial. Pero también acontecíaun sutil combate político: tras la exhibición se escondían intensasluchas de poder, porque la fiesta constituía una metáfora del orden

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de la ciudad. En ambos ciclos de eventos espectaculares, el sacroy el profano, los criollos, aspirantes a un relevante papel públicoy frustrados a veces por no lograrlo, pudieron enfatizar el ceremonialy el formalismo, aprendieron a exagerar la apariencia de las cosasen posible detrimento de su sustancia. El clímax estético barrocose situó, así, en la proliferación de delirantes fantasías ornamentalesaplicadas en los interiores de volúmenes ortogonales y favoreció eldivorcio entre estructura y decoración, o la falta de movimiento delas plantas y alzados de los edificios 5. Por otra parte, permitió alos peninsulares sublimar el esfuerzo descomunal que suponía cons-truir una monarquía atlántica, tejer un espejismo de control absolutoque los evadió de una realidad imperial imposible de gestionar 6.

No sabemos cuánto podían durar las fiestas en las ciudades ame-ricanas del siglo XVII, pero sí conocemos su auténtica vocación deapoderarse de lo cotidiano casi hasta hacerlo desaparecer. En elreino de Chile, había entonces 94 efemérides religiosas, que sumadasa los 52 domingos del año daban un total de 146 días señalados 7.Eran de mayor y menor relieve. La Limpia Concepción de Maríafue celebrada en Lima entre el 14 de octubre de 1656 y el 10 demarzo del año siguiente, e incluyó además de la estricta celebraciónde la advocación mariana fuegos de artificio y desfiles callejeros decarrozas con serpientes de siete cabezas, montes habitados por sal-vajes, carros de flores, el paraíso con Adán y Eva, naves de velaque disparaban artillería e imágenes del magnífico rey Felipe IV.Una máscara de la Universidad de San Marcos, especialmente gene-rosa en aquella ocasión, fue acompañada de seis carros que portaban1.000 personas de lucimiento y 500 «a lo ridículo». También seescenificó un combate de cuatro galeras que embestían un castilloinventado por los herreros y sastres de la ciudad y hubo una procesiónde negros, que acompañaron el evento con sus músicas, tan llamativascomo sospechosas. Ellos también sufragaron una corrida de toros,pues fue común su identificación con la virgen. Era creencia generalque consolaba en particular a los morenos que la veneraban 8.

Pero lo descollante fueron las canonizaciones y beatificaciones,en especial si se trataba de criollos, pues reafirmaban el contenidoprovidencial de la urbe americana, en una centuria proclive a ellas.Si México experimentó la creciente devoción a la virgen de Gua-dalupe, patrona del virreinato novohispano desde 1747, Lima pudocelebrar la subida a los altares de su antiguo arzobispo Santo Toribiode Mogrovejo, del misionero y caminante San Francisco Solano, delmulato y «enfermero milagroso» San Martín de Porres y de la humilde

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criolla Santa Rosa de Lima 9. Esta fue homenajeada en 1671 conbando de luminarias, procesión de los miembros de todos los con-ventos de frailes y monjas (sólo los jesuitas tenían el privilegio deno asistir), honores de las tropas y los comerciantes —que enlosaronsu calle con barras de plata y la revistieron de damascos—, torosy cucañas 10. Ocho años más tarde, por causa de Santo Toribio, semovilizó una procesión que incluyó carros con niñas instrumentistasvestidas de monjas y estatuas evocadoras de hechos heroicos desu vida, como el bautizo de Rosa, la futura santa. En México, porcontra, fue muy celebrado en 1621 San Ignacio. Lo más llamativofue, junto a la confección de ricos altares, los fuegos y procesiones,el desfile que incluyó una imagen suya de la altura de un hombre—el rostro muy devoto, en la mano derecha un Jesús levantado—,así como el paseo de cinco carros triunfales, que representaban esta-dios de su vida inmortal, la juventud, la ciencia, la fe contra la herejía,la conversión de las gentes y la reformación de los Estados 11.

El Corpus Christi pronto adquirió carta de naturaleza como fiestapropia de los cabildos, por lo cual en ciudades como Caracas yGuayaquil dio lugar a disputas de preeminencia; en él podía darseel caso de que gente insolente no respetara los asientos reservadosa oficiales y servidores del rey, «conquistadores y personas honra-das» 12. Solía acompañarse, como en la península, de bailes, desfilesy de la escenificación de comedias y autos sacramentales. En Limase representaron en 1635 «La Margarita del cielo: Santa Margaritade Crotona» (obra de un aventurero portugués devenido en ecle-siástico) y «Las dos columnas de Hércules». Al año siguiente sellevó a escena «No está el cielo seguro de ladrones» 13. En Caracas,la población de color, para mayor divertimento, organizaba desfilescon una Tarasca, Gigantes y Diablitos 14. En Potosí el Corpus, quese prolongaba durante seis días, sirvió para mostrar la destreza enla equitación y la capacidad inventiva de sus habitantes, de modoque se deshiciera la inquina y la mala fama que padecían, puessu único pecado era haberse visto favorecidos por la fortuna 15. Lostoros acompañaron tanto las fiestas religiosas como las profanas.En Lima se celebraban el día de la Epifanía, el de San Juan, elde Santiago y la Asunción, pero también hubo encierros para darla bienvenida a los virreyes, como en 1629, o se organizaron porlos gremios de plateros, herreros, confiteros o soldados con ocasiónde sus patronos. Los negros, mulatos e indios participaron cada vezmás de las corridas y se hicieron peones o jinetes, de modo quese fue diluyendo su componente aristocrático 16.

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Las fiestas profanas también dieron abundante ocasión de exhi-bición y destemplanza; el paseo del pendón con las armas realesy de la ciudad era la más importante y tenía lugar en el aniversariode la fundación. La ceremonia, de acuerdo con las leyes de Indiasdebía ser igual en todas partes, aunque en Guatemala, por ejemplo,desfilaban orgullosos los descendientes de los indígenas aliados quehabían participado junto a los españoles en la conquista 17. Los vecinosse vestían con sus mejores galas para mostrar reputación y las casasy calles se adornaban con tapices y colgaduras. El alférez real, quepagaba banquetes, toros y fuegos de artificio, paseaba acompañadode un escuadrón de jinetes y las autoridades en orden de jerarquía,junto a guardias, lacayos, maceros y criados, según un complicadoceremonial. Los lutos reales también jugaron un importante papel,porque permitían una recreación de la fidelidad y abrían paso ala sucesión monárquica 18. En las iglesias se construían piras fúnebreso lujosos túmulos, se colocaban estatuas y lienzos, los oidores y regi-dores usaban trajes de pena hechos de telas determinadas y los ofi-ciales competían en lúgubre ostentación. También había música acajas destempladas y salvas de artillería. La muerte de la reina Anade Austria en 1581 llevó a Felipe II a imponer una penitencia públicay un duelo general a las ciudades, pues la creyó vinculada a «losgrandes pecados de la cristiandad» 19. Las proclamaciones, nacimien-tos y juras de reyes cerraban el ciclo del dolor y la expiación yno sólo obligaban al paseo público del pendón, sino al desfile detodas las jerarquías de la urbe, la colocación de luminarias, la lecturade cartas reales, su acatamiento «sobre las cabezas de todos y cadauno» y, por fin, los gritos de rigor: «Guatemala, Guatemala porel rey Don Felipe II nuestro señor, rey de Castilla y de León yde las Indias», en el caso de aquella ciudad y este monarca 20.

La proclamación de Carlos II en Lima en 1666 adquirió caractereslegendarios. En la plaza mayor se alzó un efímero retablo-templetedonde apareció acompañado de ángeles y de las virtudes cardinales,coronados todos por la figura de la fama; a los lados, un inca leofreció una corona de oro y una coya o «inca reina» otra coronade flores 21. Estos actos de acatamiento podían ir seguidos de bailes,coloquios, toros y comedias. Había obligación de asistir bajo penade multa —que era de 25 pesos en Santiago del Estero—. Las demos-traciones de lealtad eran costosas. En Panamá, los gremios de zapa-teros, pulperos, sastres, carpinteros y plateros comprometieron sushaciendas para pagar los gastos a los que debían hacer frente 22.

La recepción del sello real y las entradas de los virreyes y enmenor escala de los gobernadores podían ser muy aparatosas, pues

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duraban meses e incluían además de su personal acogimiento laentrega de regalos, el paso por arcos triunfales, mascaradas, fuegos,comedias, autos y danzas de naturales y morenos. El aspecto políticoera fundamental, pues servían para vincular la voluntad del reciénllegado con los intereses de los gobernados: la fiesta de recibimientopodía ser el inicio de una negociación disfrazada de generosidad. Feli-pe II intentó limitar sus gastos, pues corrían sin tasa y dejaban arruinadoal cabildo, como ocurrió en Lima en 1606 23. Las fiestas por el Car-naval y la Candelaria en Cartagena también fueron muy importantes;en ellas bailaban en un salón por turno y cada uno en su día blancos,mulatos y negros; los primeros podían asistir a los bailes de los otrosdos y los mulatos a los de los negros, pero no a la inversa 24. Final-mente, existían fiestas no regulares, desde las que se podían organizarpor la llegada de jueces pesquisidores —caso de México tras la revuel-ta de Martín Cortés— a las de consagración de catedrales e iglesias,inauguración de fuentes y acueductos, la derrota de piratas o lavictoria contra los turcos de Argel o los herejes de Flandes.

Aunque las metrópolis americanas fueron gobernadas desde unaCorte itinerante y sobre la base de una negociación permanente,durante el siglo XVII se generó un proceso que hizo de ellas un«verdadero centro cultural, reconocible por la singularidad e ini-mitabilidad de unos productos [...] costosos, complejos y ejempla-res» 25. No podía ser de otra forma, porque el cursus honorum buro-crático se movía dentro de un sistema solar hispánico cuyas ciudadesen Asia, América y Europa eran como los planetas que lo componían.El consejero de Indias Eugenio de Salazar lo expresó de maneraadecuada cuando relató con picardía su propia vida:

«Nací y me casé en Madrid. Críome estudiando la escuela com-plutense y salmantina, la licencia me dio la seguntina, la mexicanade doctor el mando. Las Salinas Reales fui juzgando, puertos deraya a Portugal vecina. Juez pesquisidor fui a La Cortina y estuveen las Canarias gobernando. Oidor fui en La Española. Guatemalame tuvo por fiscal y de allí un salto di en México a fiscal y a oidorluego. De allí, di otro al tribunal más alto de Indias, que me pusoDios la escala. Allá me abrase su divino fuego» 26.

Ortega y Gasset describió la condición psicológica colonial comola propia de aquel cuya cultura tuvo origen en otro lugar. Los habi-tantes de las metrópolis americanas, muy al contrario, expresaronsu mundo como centro y no como periferia, las situaron en la primeraglobalización como emporios de una cultura construida con retazos

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de todas las procedencias propias y ajenas 27. Esta actitud de algunamanera había sido visible desde los tiempos de la conquista en lascrónicas y relatos de admiración por el paraíso ganado y de des-consuelo por la carencia de recompensa y la deslealtad de un monarcainjusto 28.

Desde las últimas décadas del siglo XVI y en especial a partirde 1620, cuando las reformas del gobierno de las Indias dentrode los proyectos restauradores de la monarquía patrocinados por elconde-duque de Olivares se percibieron por sectores nada desde-ñables de las elites criollas como una onerosa y tiránica manera deregirlas, emergieron una serie de representaciones imaginarias deespacios urbanos concretos, alimentadas por tradiciones clásicas, imá-genes bíblicas y liturgias contrarreformistas 29. En este sentido, resultalógico que frente al modelo renacentista y empírico implícito enlas relaciones geográficas filipinas, la invención de los mitos urbanoscriollos proyectara una topología barroca, ageográfica porque su fun-ción primordial no era la orientación espacial en la ciudad, sinola lectura exuberante de sus símbolos y ritmos y también hagiográfica,por la pretensión de ejemplarizar y disciplinar a quienes la habitaban.

La palabra «criollo», procedente del portugués crioulo, se usabainicialmente sólo para designar a los esclavos nacidos en Indias. Gar-cilaso de la Vega en los Comentarios reales (1609) indicó:

«Es nombre que lo inventaron los negros [...] Quiere decir entreellos negro nacido en Indias; inventáronlo para diferenciar los quevan de acá nacidos en Guinea de los que nacen allá, porque setienen por más honrados y de más calidad por haber nacido en lapatria que no sus hijos, porque nacieron en la ajena y los padresse ofenden si los llaman criollos. Los españoles, por semejanza, hanintroducido este nombre en su lenguaje para nombrar a los nacidosallá» 30.

Esta acepción del criollo como español blanco nacido en Indiasfue utilizada por primera vez en 1563 por el obispo de GuatemalaFrancisco Marroquín; poco después se difundió en Perú y los jesuitasla usaron desde entonces en su correspondencia con Roma y suliteratura edificante. La novedad del término fue expresada sin amba-ges por el gobernador del Perú García de Castro, cuando advirtióen 1567 al presidente del Consejo de Indias: «V. E. entienda quela gente de esta tierra es otra que la de antes [...] esta tierra estállena de criollos, que son estos que acá han nacido». La desconfianzade los altos funcionarios peninsulares hacia los españoles nacidos

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en América, que venía de antiguo, se acentuó durante el reinadode Felipe II. El geógrafo y cosmógrafo López de Velasco, sobrecuya influencia no puede dudarse, declaró que tenían la piel másoscura que los europeos y con el tiempo iban a indianizarse, a tornarsecada vez más bárbaros y estúpidos 31. La relegación del clero secularnovohispano, en especial de origen mestizo, en la dotación de parro-quias de indios, cuando los virreyes además habían marginado elproyecto de formación de clero indígena promovido por el obispoZumárraga en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, también serelacionó con su supuesto carácter desleal, perezoso e incompetentepor naturaleza. En realidad, lo que se quería mantener fuera desu influencia y del patronazgo del arzobispo metropolitano era elmonopolio del virrey y los frailes peninsulares sobre unos pingüesbeneficios eclesiásticos 32.

Frente a lo que interpretaron como una monstruosa duda sobresu lealtad al monarca y una injusta acometida contra sus derechos,sospechosamente contemporánea con el fervor en las ciudades penin-sulares por la limpieza de sangre, los españoles americanos empezarona expresar con seguridad y rotundidad su criollismo, pero no esfácil determinar en qué momento concreto la loa urbana se convirtióen uno de los vehículos culturales y políticos que prefirieron. EnEuropa, desde el siglo XVI las historias locales, de inspiración huma-nista y procedencia italiana, habían contribuido a difundir una imagende la ciudad como centro organizador y difusor de la fe en un amplioentorno. Sus valores procedían de constituir un lugar antiguo y noble,situado en un emplazamiento privilegiado. Por ello, forjaron unaidea de la urbe como lugar central, natural y providencial, organizadordel territorio circundante 33. Resulta obvio que auspiciaron una nuevalectura del pasado, según la cual las viejas ciudades españolas, «con-taminadas» por raíces hebraicas y en especial islámicas, se propusieroncomo lugares conquistados y purificados, donde al fin se practicabauna fe monolítica 34.

En cualquier caso, estas primeras polémicas entre peninsularesy criollos tuvieron a América como objeto primordial. En el senode la sociedad peninsular seiscentista, lo habitual era el silencio sobreella o la difusión fuera de medida de sus innumerables peligros ycorrupciones, como se hizo patente en multitud de cartas, novelasy piezas de teatro: «guárdate del que es indiano», llegó a señalarLope de Vega en una obra. «Que cuanto de Indias nos viene esbueno, si no es los hombres», escribió Tirso de Molina, que paracolmo había vivido en Santo Domingo 35. Ambas actitudes, el silencio

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y el rechazo, enmascararon la incapacidad de comprender y asimilarla circunstancia americana, que quedó condenada así por siglos aldesistimiento, la crítica feroz y el abandono, sin menoscabo de lapermanencia de la lectura utopista, igualmente desgraciada por irreal.El propio Cervantes, quizás afectado por el rechazo reiterado a lapetición de obtener merced en las Indias, señaló en El celoso extremeñoque eran

«refugio y amparo de los desamparados de España, iglesia de losalzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los juga-dores, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchosy remedio particular de pocos» 36.

Los portavoces del incipiente criollismo, que representaron elpunto de vista opuesto, fueron maestros en adaptar las historiaslocales a sus circunstancias y en utilizar las vigentes tradiciones utó-picas para hacer proclamación de virginidad. No fueron menos duchosen reinterpretar si les convenía el pasado de los indígenas para hacerloparte de su genealogía al tiempo que sus coetáneos despojaban conahínco a sus descendientes y en generar una percepción de sí mismosque les permitió combatir en luchas políticas contra los peninsularescon singular éxito. Desde luego, la capacidad criolla para producirestereotipos combativos, opuestos a los que les proyectaban, fuenotable. Si había peninsulares que, por ejemplo, criticaban la dema-siada libertad de las mujeres en América —les escandalizaba, enespecial, que se permitiera a las señoras principales jugar a las cartasy a los dados en compañía de otras mujeres y hasta de hombres—ellos no dudaron en mofarse de continuo de la patética comicidaddel chapetón o gachupín, el peninsular tan ignorante del NuevoMundo que desconocía la grandiosidad de su geografía y confundíaPerú con Guatemala 37.

La fabricación de una genealogía fabulosa y quimérica del hechourbano americano, manipuladora de los registros de su etimologíay toponimia, sirvió al objetivo de convertir la renacentista ciudadde los conquistadores en metrópoli criolla. La urbe, legalmente espa-ñola en su república, marginada de lo indígena y apenas «injertada»de gentes tan oscuras como imprescindibles de otras procedencias,devino en décadas en fortaleza eclesiástica providencial, con los indiosconvertidos no ya en comunidad separada, sino en residuo arcaicoy los negros y miembros de castas condenados a pelear sus batallasen los cercados o a ser convertidos en chivos expiatorios por su

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permanente «desvergüenza» y «altanería». Ya no existía una visiónde la ciudad posible renacentista, sino un auténtico lugar real y con-creto que ofrecía una existencia determinada por la experiencia iden-titaria del naciente criollismo 38.

A fin de cuentas, desde el origen, las ciudades americanas habíancontado con un nombre que las ligaba indisolublemente a los patronosy gustos del fundador, con figuras celestiales tutelares y a menudoun escudo de armas. Les había faltado trenzar lo político y lo culturalen una nueva genealogía, superar las narrativas de la conquista paraconstruir un relato virtuoso y ecuménico, una épica de la colonizaciónque adaptara la exaltación de las repúblicas urbanas a un contextogeográfico distinto al peninsular, pero no menos necesitado de argu-mentos para hacer frente a la voracidad fiscal de la Corona 39.

Las dos capitales virreinales produjeron, no por casualidad, losdos modelos más interesantes y complejos. A punto de cumplir Limasu primer siglo de fundada, el criollo de Chuquisaca fray Antoniode la Calancha, autor de la influyente Crónica moralizada del ordende San Agustín en el Perú (1638), proclamó con ardoroso providen-cialismo: «Y si en sólo 98 años es lo que vemos creciendo tantoen todo, ¿qué será si Dios la guarda?». La obra, antes de narrarla edificante historia agustiniana en el Perú, elogió el clima, explicólas influencias estelares de que se beneficiaba, presentó los ríos, arro-yos y manantiales y evocó las frutas que se recogían, las plantasy árboles, los pájaros y los animales salvajes, para concluir en unvibrante elogio de la humanidad y el carácter de sus naturales.

Tiempo atrás el humanista Francisco Cervantes de Salazar habíatenido el atrevimiento de arrumbar en la Crónica de la Nueva España(1564) las referencias a la Tenochtitlan azteca, para describir encambio «la grandeza que hoy tiene la ciudad de México despuésque españoles poblaron en ella». Así, alabó la prestancia de la plazamayor, el tamaño del palacio virreinal —que tenía incluso un espaciodonde los caballeros podían ejercitarse en el manejo de las armas—,el crecido número de monasterios, iglesias, hospitales y colegios decaridad y la construcción de la majestuosa catedral 40. Hacia 1604,Baltasar Dorantes de Carranza se hizo eco de las crecientes desa-venencias entre peninsulares y criollos. En el soneto «El gachupín»desmitificó la realidad virreinal, mostró con ánimo arcádico la corrup-ción urbana y criticó la injusticia reiterada hacia los conquistadoresy sus atribulados descendientes:

«Minas sin plata, sin verdad mineros,mercaderes por ello codiciosos,

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caballeros de serlo deseosos,con mucha presunción, bodegoneros.Mujeres que se venden por dineros,dejando a los mejores muy quejososcalles, casas, caballos muy hermosos,muchos amigos, pocos verdaderos.Negros que no obedecen sus señores,señores que no mandan en su casa,jugando sus mujeres noche y día;colgados del virrey mil pretensores,tiánguez, almoneda, behetría,aquesto en suma en esta ciudad pasa» 41.

Aquel mismo año el manchego criollizado Bernardo de Balbuenapublicó un famoso elogio en tercetos a la capital virreinal, GrandezaMexicana, que hizo de ella elemento fundamental de la identidadcriolla novohispana. Se trató de un auténtico «poema de la polis»:

«De la famosa México el asientoorigen y grandeza de edificios,caballos, valles, trato, cumplimiento,letras, virtudes, variedad de oficios,regalos, ocasiones de contento,primavera inmortal y sus indiciosgobierno ilustre, religión, estado,todo en este discurso está cifrado [...]Es México en los mundos de Occidente,una imperial ciudad de gran distrito,sitio, concurso y poblazón de gente» 42.

La pretensión de Balbuena de situar en México el centro con-tinental, «del nuevo mundo la primera silla», fue compartida porel extremeño Arias de Villalobos, «sólo Madrid le gana en ser corte»,pero los apologistas de Lima no se quedaron atrás. Para uno desus naturales, Rodrigo de Valdés, la capital virreinal peruana erala «Roma americana». El también limeño Juan Meléndez la consideró«reina de las ciudades de las partes meridionales», una inteligenteexpresión que evitó toda posibilidad de comparación con la opulentametrópoli novohispana. No obstante, fue el peninsular y conversoAntonio de León Pinelo, afectado por lo que consideraba el desdéne ignorancia de los europeos respecto a América, quien llevó estosargumentos al extremo. En una proyectada Historia de Lima en cuatropartes, que en realidad se iba a ocupar de todo el virreinato, pretendió

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dedicarle el segundo libro, pero fue en el complejo y enciclopédicoParaíso en el Nuevo Mundo (1656) donde, arrastrado por un criollismomesiánico, trascendió los límites del providencialismo urbano y loca-lizó el Edén en la cuenca amazónica 43.

Las comparaciones entre Lima y México constituyeron un géneropropio y lejos de proyectarse hacia la Corte y las urbes peninsulares,lo hicieron hacia la antigua Roma o la Jerusalén bíblica. A finesdel siglo XVI, el sevillano Juan de la Cueva distinguió a México porser urbe con seis cosas excelentes en belleza, todas con la letra «c»,«casas, calles, caballos, carnes, cabellos y criaturas». Algunos escri-tores posteriores, como Balbuena, Arias de Villalobos o el dominicorenegado Thomas Gage, modificaron algunas y agregaron «caminos,carreras, calzadas, plazas y vestidos». Las que reflejaron la opinióncomún fueron «calles, casas y caballos». Por el contrario, Lima osten-taba según sus panegiristas cuatro letras «p» prodigiosas en queexcedió a México, registradas en fecha tardía por El lazarillo deciegos caminantes (1776) de Concolorcorvo, a saber, «pila, puente,pan y peines» 44.

Avanzando por esta senda de la afirmación de la identidad, algu-nos llegaron al extremo de atribuir una apariencia antropomorfa alas ciudades. Hechas cuerpo en estatuas portadoras de dones queles eran característicos, las nueve principales de Nueva España asis-tieron en 1713, desde un carro alegórico, a los festejos realizadosen la capital por el nacimiento del infante Don Felipe. De la mismaforma, en 1725 las ocho más importantes del Perú se hicieron pre-sentes en el mausoleo erigido en la catedral metropolitana con motivode las exequias de Luis I. La minera villa de Potosí, acometida defiebres pero en juicio natural, llegó a redactar en 1800 un testamento,en el cual, previa encomienda a Dios de un alma de «plata pura»,pidió que no la embalsamaran porque ya la habían «desentrañadoen vida» y dispuso que sus funerales se verificaran con asistencia,entre otros, de su padre, el Cuzco; de su hijo, «el niño BuenosAires, a quien virreinato di»; y de Chuquisaca, «niña expuesta ycon mis pechos criada» 45.

La pujanza y la riqueza de las ciudades americanas tuvo muchoque ver, siquiera en términos publicitarios, con la extensión y eléxito de estas narrativas novedosas y de raigambre criollista. El pro-gresivo control por los españoles americanos de los cabildos, de sec-tores del clero y hasta de las audiencias, junto a la extensión delas universidades, la pérdida relativa de poder de los descendientesde conquistadores y encomenderos y la emergencia de letrados, mer-

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caderes, militares, hacendados y traficantes, no hizo otra cosa queotorgarles justificación y aportarles lectores y mecenas. Además dela venta de cargos, que facilitó el control de nuevos espacios ins-titucionales por los criollos —en especial desde 1687, cuando laCorona empezó a enajenar también los puestos de oidor en las audien-cias— se asentaron diversos mecanismos de consolidación de la plu-tocracia, como las composiciones de tierras, de extranjeros o de otrasclases, que legalizaron a cambio del pago de una cantidad de dineroal fisco situaciones de hecho que contravenían la ley. También jugóun relevante papel en la expansión del prestigio de los poderososamericanos el acceso, tanto tiempo postergado, a títulos de noblezade Castilla o la obtención de prestigiosos hábitos de órdenes militaresy mayorazgos 46.

Resulta difícil imaginar la intensidad del debate sobre la idoneidadde peninsulares y criollos para servir diferentes oficios y cometidos,o los argumentos en torno a las limitaciones de su naturaleza y,por tanto, la justicia o no de su nombramiento. Frente a quienespensaban que en las Indias no había gentes de lustre para desempeñaroficios de calidad, se situaban aquellos que defendían a los criollosy aseguraban que se limitaban a reaccionar ante la postergación yel trato humillante al que eran sometidos. El novohispano Juan deZapata mantuvo en De iustitia distributiva (1609) que los elegidospara los obispados de Indias debían conocer las lenguas indígenasy en caso contrario cometían pecado mortal quienes los elegían yla designación no era válida 47. El geógrafo Vázquez de Espinosa,autor del fundamental Compendio y descripción de las Indias occi-dentales (1630), señaló que los estudiantes de las universidades ame-ricanas tenían un alto nivel de rendimiento, lo que negaba la supuestainfluencia negativa del clima en su desarrollo intelectual. A su enten-der, la única razón verdadera de las dificultades que encontrabanal terminar los estudios era la lejanía de la Corte y sus oportunidadesde patronazgo. Poco después, el gran tratadista Juan de SolórzanoPereira fue más allá y mantuvo en Política indiana (1647) que losespañoles americanos debían ser considerados idénticos a los penin-sulares y tener sus mismas oportunidades y privilegios, pues eran«retoños del tronco español» y poseían una extraordinaria inteli-gencia. El conflictivo y valiente Juan de Palafox, uno de los protegidosdel conde-duque de Olivares (convencido en cambio de que la con-quista de América había puesto a la monarquía española «en tanmiserable estado que se puede decir con gran fundamento que fueramás poderoso si hubiera menos aquel Nuevo Mundo»), obispo de

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Puebla y fugazmente virrey de Nueva España en 1642, mantuvoque los criollos mexicanos, al igual que los miembros de las elitesaragonesas o castellanas, merecían toda confianza, por tratarse de«verdaderos españoles» 48. Para él, la legitimidad del poder del virreyresidía en su capacidad de impartir justicia, no de repartir oficios.Su decidida lucha porque se respetara la alternativa eclesiástica, orga-nizada para garantizar el turno en la dotación de empleos a criollosy peninsulares, le granjeó fama de santidad entre los primeros yel odio exacerbado de los segundos 49. Las variantes regionales, encu-bridoras de una territorialización en ciernes, no tardaron en aparecer.La comparación con lo peninsular actuaba como elemento de calidad.Para Alonso de la Mota y Escobar, por ejemplo:

«La gente española que aquí nace y se cría [en Zacatecas] sesabe por experiencia que son más fuertes, más recios y de mayortrabajo que no los de otras partes y así señalan en los oficios y ejerciciosa que se inclinan y dan, y los que siguen las letras estudian mástiempo y con más perseverancia y no con tanta lesión de la saludcomo los de [la parte central de] Nueva España, y así es acá comúnopinión que la gente nacida y criada en Zacatecas es muy parecidaa la de Castilla, así en agudeza de ingenio como en fortaleza depersona [...] También se conoce por experiencia que los vinos deCastilla se afinan en esta ciudad más que en otra parte [de México]» 50.

La apelación al clima, que ocupó un lugar central en la atribucióneuropea de inferioridad al Nuevo Mundo, trajo consigo planteamien-tos interesantes y canalizó el debate hacia la cuestión de la idoneidaddel sitio de las ciudades, convertidas en elemento de observacióny comparación y en reflejo providencial de la voluntad divina quehabía hecho de América una tierra elegida. En 1618, el eminentemédico madrileño Diego Cisneros publicó Sitio, naturaleza y pro-piedades de la ciudad de México, una de las obras fundacionales delbarroco novohispano, dedicada a estudiar las implicaciones médicasdel clima y el ambiente de la capital virreinal, su asiento geográfico,situación astronómica, vientos, aguas, temperaturas, propiedades delsuelo y frutos de la tierra, para deducir y evaluar el temperamentode sus habitantes y prevenir enfermedades. Según manifestó en ella,«los efectos del ambiente de la ciudad de México son muy semejantesa los de algunas de las mejores partes de Castilla la Vieja». Portanto, los criollos, hijos y nietos de españoles, sólo podían ser comosus progenitores, esto es, coléricos y de naturaleza animosa, atrevidos,agudos, «en todas las ciencias y artes muy perfectos, amigos de su

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parecer, sufridores de trabajos y de robusta complexión». Los indí-genas, en cambio, eran melancólicos o sanguíneos, «ligeros, curiosos,el color tostado tirante a pardisco, hábiles y de ingenio». Comolos criollos novohispanos, concluyó Cisneros, mantenían una dietasemejante a la castellana, las diferencias entre peninsulares y criolloseran en realidad tan ligeras que no daban razones, en cuanto anaturaleza, para sustentar la menor discriminación 51.

Los argumentos de equiparación fueron muy imaginativos. Lázarode Arregui, por ejemplo, al referirse a los criollos de Nueva Galiciadeclaró que «hasta en las estancias y lugares más remotos se hablala lengua española tan cumplida y pomposamente como en la Corteo en Toledo» y Bernabé Cobo señaló que los habitantes de Limaestaban «tan españolados todos que generalmente hombres y mujeresentienden y hablan nuestra lengua». El dominico criollo Alonso Fran-co arguyó que la mutua hostilidad entre peninsulares y criollos habríatenido algún sentido si se hubiese tratado de gentes diferentes enalgo, pero como en verdad tenían la misma sangre, lengua y tra-diciones, no tenía justificación alguna. Esteban García, cronista agus-tino y también criollo, se interesó más en demostrar que el climade México inspiraba obediencia y respeto a las instituciones españolasque en probar su capacidad intelectual. En su opinión, «a pesarde los apasionados, influye lealtad, amor, veneración y respeto nosólo a su rey, sino a sus virreyes y ministros». Ante la insinuaciónhecha por algunos peninsulares de que los disturbios acaecidos enla ciudad de México en 1624 habían probado la intrínseca deslealtadde los criollos hacia la monarquía, apuntó con acritud: «¿Pues qué,la rebelión de los moriscos de Granada en tiempos del rey Felipe IIse reflejó de alguna manera en los españoles de la ciudad?». Natu-ralmente que no, respondió, como tampoco se podía culpar a loscriollos de que una masa plebeya y vil, formada por indios, negrosy castas, hubiera alborotado las calles de la capital virreinal.

Aunque los autores criollos no podían admitir que los naturalesde América fuesen letárgicos y apáticos en comparación con los espa-ñoles europeos, no tuvieron empacho en reconocer que eran hol-gazanes. Atribuyeron este defecto a la gran distancia que los separabade Europa. Esta circunstancia implicaba, según creían, una falta deestímulo, ya que encontraban grandes dificultades y se desanimabancuando pretendían un empleo al servicio del rey o de la Iglesia.Un derivado de la holgazanería, la indolencia, caracterizó desde elsiglo XVII la condición del criollo urbano y se incorporó más adelanteal costumbrismo decimonónico. Ha llegado hasta nuestros días incor-

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porada al arsenal conceptual del realismo mágico 52. El virrey Velasco«el joven» criticó que los criollos mexicanos se negaran a desempeñartrabajos manuales o artesanales y que acudieran a la capital sóloa comer y gastar. Pero el siempre combativo Palafox encontró enla confianza el antídoto contra la indolencia criolla y llamó la atencióna su sucesor, el conde de Salvatierra, sobre las verdaderas víctimas,los indígenas:

«Los españoles de estas provincias son no sólo fieles, sino finosal servicio de Su Majestad y con blandura y buen gobierno acudiráncon prontitud y alegría a lo que se les mande en su real nombre;y los indios son gente tan miserable, que no pueden dar más cuidadoa V. E. que el que debe tener su amparo, porque de su sudor ysobre sus espaldas se fabrican todos los excesos de los alcaldes mayo-res, doctrineros, caciques y gobernadores y cuanto puede imaginary sutilizar la codicia para vestirse de la desnudez y la miseria deestos desdichados» 53.

Al fin, a diferencia de las ciudades de los conquistadores, con-cebidas con ínfulas de lugar ideal, las metrópolis criollas acabaronpor reflejar la patrimonialización por las elites de las instituciones,la memoria y el contexto urbano y la proyección compulsiva de susrepresentaciones hacia el resto de sus habitantes mediante fiestasy ceremoniales 54. Tal había sido el objetivo de ciertos linajes e indi-viduos, enfrentados a la marea convulsa de una etnicidad incom-prensible y remezclada (a la que ellos mismos pertenecían en muchoscasos, por lo que debían con ahínco separarse de ella) y a la agresiónde los oficiales reales peninsulares, que se atrevían a discutirles pri-vilegios ansiados, ganados o comprados. Su defensa se vinculó ala recreación de una ciudad de Dios, una Jerusalén celestial de natu-raleza libérrima y habitantes moderados y virtuosos, patriarcalespadres de familia que sin duda habitarían algún día el reino delos cielos. La funcionalidad de esta construcción, de un brutal uti-litarismo, queda de manifiesto cuando se descubre que importantesautores criollos apenas trascendieron el marco espacial de la ciudady, en cambio, se perdieron en el análisis del tiempo de la gentilidadindígena, tan provechoso para inventar una genealogía alternativaa la patrocinada por los peninsulares. El franciscano limeño frayBuenaventura de Salinas y Córdoba se adentró en el Memorial delas Historias del Nuevo Mundo. Perú (1630) en los arcanos de lascuatro edades preincaicas, inspirado sin duda por la Nueva crónicay buen gobierno (1615) de Felipe Guamán Poma de Ayala, pero

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no se ocupó más que de Lima y sus alrededores y aludió al restodel virreinato de manera lejana. Guamán Poma, por cierto, no habíadudado en presentar con orgullo «la Ciudad de los Reyes de Lima»como audiencia real y Corte, cabeza mayor del reino de las Indias,residencia del virrey y arzobispado de la Iglesia 55. Salinas y Córdobadescribió el asiento de la capital peruana, dominado por dos alcoreso colinas, a la manera de una novela bucólica y pastoril:

«Parece que la naturaleza, de puro opuesto, los hizo adrede opara enamorar la consonancia o para despicar [desahogar] con lahermosura del valle lo rígido y desaliñado de los montes, sin quelo dejen de murmurar algunos atrevidos y bulliciosos arroyos que,mordiendo los cerros por la falda, corren a lo fructífero de las huertasque, lisonjeadas con el agua, beben la vida por instantes» 56.

De la misma manera que los cronistas mantuvieron que el bonan-cible entorno de la capital mexicana hacía a los pobladores virtuososy saludables, Salinas y Córdoba indicó que Lima «ni con el demasiadocalor del sol se abrasa en el verano, ni con los helados fríos seentorpece ni tiembla en el invierno, porque la bañan muy agradables,templados y saludables aires». Además, ni la espantaban los truenosni la hendían los rayos, por las laderas de los cerros corrían losciervos y los gamos, saltaban perdices, volaban gallaretas y los pájarosmadrugaban, amanecían rosas, flores olorosas, aves del cielo y pájaroscantores. Como inevitable consecuencia,

«el natural de la gente comúnmente es apacible y suave y los quenacen acá son en extremo agudos, vivos, sutiles y profundos en todogénero de ciencia. Los caballeros y nobles (que son muchos y delas más antiguas casas de España), todos discretos, gallardos, ani-mosos, valientes y jinetes. Las mujeres generalmente son cortesanas,agudas, hermosas, limpias y curiosas y las nobles son con todo extremopiadosas y muy caritativas. El lenguaje que comúnmente hablan todoses de lo más cortado, propio, culto y elegante que puede imaginarse.Y lo que más admira es ver cuán temprano amanece a los niñosel uso de la razón y que todos en general salgan de ánimos tanlevantados [...] porque este cielo y clima del Perú los levanta y enno-blece en ánimos y pensamientos» 57.

El Memorial representó a cabalidad una verdadera literatura deexaltación criolla que podía rememorar el pasado indígena, peromuchas veces prefería ignorarlo. El jesuita Bernabé Cobo, en suHistoria de la fundación de Lima (1639), señaló la barbarie de los

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indios gentiles en contraste con los que se habían hecho cristianos,«nuestra sagrada religión [...] de hombres salvajes poco menos fierose inhábiles que toscos leños, es poderosa para hacer hombres humanosque viven según razón y virtud» 58. A este respecto, resulta sintomáticoque Pedro Peralta y Barnuevo, el autor de una obra tan fundamentalpara la tradición urbana peruana como Lima fundada o conquistadel Perú (1732), optara en su colosal poema de 1.159 octavas realespor reclamar cargos y honores para la nobleza criolla, pero dedicaraal período prehispánico sólo un pequeño fragmento y eligiera la lle-gada de Francisco Pizarro al Perú como mito iniciático de la ciudady el virreinato 59.

La narración del pasado y el presente de México y Lima comoprovidenciales metrópolis criollas tuvo gran éxito y de un modo uotro fue imitada en muchas ciudades de la América española durantelos siglos XVII y XVIII. Las razones resultan claras. Se trataba de unmodelo de ciudad que sustentaba el intento de reorganización delespacio urbano según las necesidades de los sectores emergentesde la elite. A ello contribuyeron los amurallamientos y fortificaciones,que podían defenderla de piratas y corsarios, pero facilitaban la expul-sión de sectores de la población de menos «calidad» a cercadosy periferias. De manera simultánea, favoreció la americanización desus espacios públicos y privados —para menoscabo de los penin-sulares— y proyectó sobre el territorio circundante una regionali-zación con aspiraciones de capitalidad 60.

Al fin lo criollo, tanto en lo que tuvo de expresión de un mundonuevo, sincrético y mestizo, como de voluntad de gestionar lo quese consideraba propio, logró hacerse visible de manera escandalosaen los múltiples espacios de la ciudad barroca, ella misma una super-posición dramática y aparatosa, una impostura sobre el ordenadotrazado renacentista. El arte suntuario de las mansiones de Tunjala representó como una nueva Jerusalén. En Arequipa, fue barrocoel original contraste entre las amplias y claras superficies lisas delos edificios y la exuberante decoración en los relieves de las portadas.En Quito, la voluntad de un barroco propio emergió en retablosy pinturas que mostraron y escondieron motivos, figuras y colores:el caso de los soles incaicos con la frente fajada que se intercalaroncon querubines en la decoración del sotocoro del convento de SanFrancisco fue extraordinario, pero no el único, pues un cuadro anó-nimo representó a la Virgen del Rosario con un Niño Jesús queportaba en la frente una cinta roja con un disco dorado en el centro,al modo del «maskapaycha» usado para distinguirse por los incas

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y la nobleza indígena. Pero sin riqueza no había barroco posible.Buenos Aires vivió una aparente «larga siesta» y Santafé de Bogotátransitó por un «tiempo del ruido», una aburrida y austera esperaentre sucesivos terremotos, apenas turbada por las noticias de losataques de los piratas en el litoral.

También, la unión de las Coronas ibéricas (1580-1640) contribuyóa hacer del barroco un estilo global, quizás el primero que realmentetuvo esta condición, pues se manifestó en momentos y lugares dife-rentes, en Cartagena igual que en Goa, México, Quito, Sevilla, Olin-da, Ouro Preto o Luanda. En el Brasil hispánico, la llegada deltiempo filipino incidió en una presión regularizadora sobre los tra-zados urbanos, antes menos determinados por las normas, carentesde plaza mayor y ajenos al interior continental debido al caráctermarítimo, desarraigado y más de «feitorizaçâo» que de colonización,habitual en la expansión portuguesa. Por todo ello, levantados enpromontorios (la «cidade alta») que apuntaban al mar: en el litoral,la «cidade baixa» reunía las facilidades portuarias, dársenas y mue-lles 61. En sus ciudades, respecto a sus vecinas de la América española,hubo menos intervención de la voluntad humana, menos centralidady planificación, pero también se dio mayor fantasía constructiva yuna cierta dejadez o «desleixo», «un ordenamento espacial marcadomuito mais pela organicidade do que pelo espírito disciplinador eracional» 62. En todas las urbes, el barroco configuró una verdaderadramatización de la vida de sus moradores, una visión particulardel espacio y el tiempo:

«Se trata, en fin, de constatar la fuerza y la impregnación deuna topología barroca que todo lo construye: está lo alto y lo bajo;a la derecha y a la izquierda. Esta parcialización, junto también alos colores y su simbólica precisa, son los primeros ejes de lecturaque lo arquitectónico y pictorial barroco demandan de las comu-nidades a que se dirigen [...] Las escogidas figuraciones maestras,las cuales rigen la superior coherencia que manifiesta esta sociedadmultipolar así formada, dan, en buena medida, la espalda a los hechos—a la lectura literal—, interpretándolos desde un prioritario sentidodramático-providencialista, que de todos modos siempre tienen» 63.

Con la metrópoli limeña como modelo, los libros referidos aotras ciudades del sur continental repitieron el ideario que la repre-sentaba adornada por mitificaciones localistas. Las Memorias de lagran ciudad del Cuzco (1690), escritas por el madrileño criollizadoJuan Mogrovejo de la Cerda para reivindicar su perdida capitalidad

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del Perú, resultaron de una erudición sorprendente y abrumadora,pero repitieron los tópicos hasta la saciedad. Además de ponderarlas cualidades de sus pobladores, mencionó su «fertilidad deleitable»,la «excelencia en el aire» y la riqueza de minerales, animales, insectos,piedras y manantiales 64. Poco después, la Historia de la villa imperialde Potosí de Bartolomé Arzáns de Orsúa, redactada a principios delsiglo XVIII, esbozó una crónica urbana salpicada de luchas intestinas,epidemias, leyendas de mártires, fiestas, procesiones y menoscabosfemeninos. La trasposición del modelo idílico de naturaleza, con-frontado a la realidad de un difícil emplazamiento, situado a 4.000metros de altura y barrido por vientos heladores, no presentó difi-cultad. Para Arzáns, la hostilidad de la naturaleza en la ciudad delCerro Rico, donde por espacio de cuarenta años ninguna mujer espa-ñola había podido alumbrar al hijo que llevaba en las entrañas, sehabía conjurado por acción de la providencia, de suerte que porfin «nacen y se crían muy hermosos los niños, las plantas y floresdelicadas en los jardines y las yerbas en sus campos». La urbe potosina,antes regida por las influencias nefastas de Sagitario y Escorpión,que habían arrastrado a sus habitantes al odio visceral y la guerracivil entre vicuñas y vascongados, se gobierna ahora por Júpiter yMercurio, que han hecho de ellos sabios, prudentes, inteligentes ensus negocios y su comercio, magnánimos y generosos 65.

En el extremo sur del continente, la épica heroica de la fronterachilena, inaugurada con La Araucana (1569) de Alonso de Ercilla,tan determinante en la creación de un contramito de los relatoscolombinos a partir de la transformación del guerrero imperial encronista decepcionado y volcada sin contemplaciones en la digni-ficación del mundo indígena, abrió paso a un proceso diferente.Si la guerra de conquista, entre otras consecuencias, había integradola red urbana de la lejana capitanía austral, Ercilla sólo podía enunciarcomo legado moral y literario para las generaciones venideras unadescarnada voluntad expiatoria:

«Pero luego nosotros destruyendo,todo lo que tocamos de pasada,con la usada insolencia el paso abriendo,les dimos lugar ancho y ancha entrada,y la antigua costumbre corrompiendo,de los nuevos insultos estragada,plantó aquí la codicia su estandarte,con más seguridad que en otra parte» 66.

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Aunque en la Población de Valdivia (1647) fray Miguel de Aguirreponderó la hazaña heroica de su reconstrucción tras terremotos yacometidas indígenas y la defensa de un territorio ganado con tantostrabajos y sacrificios, «uno de los más preciosos diamantes de laimperial corona de S. M. en su América», la fundamental Históricarelación del reino de Chile del jesuita criollo Alonso de Ovalle, publi-cada el año anterior, consolidó y actualizó la visión poética de Ercilla.La obra, adelantada a su tiempo por la envergadura intelectual desu criollismo, enunció las propiedades de la tierra al pie de los Andes,la condición de sus «habitadores», la entrada de los españoles, lavalerosa resistencia de los araucanos y, por último, «el modo quehubo de plantar la fe y los progresos que ha hecho y hace, par-ticularmente por medio de las misiones y ministerios, nuestra Com-pañía de Jesús». El panorama de la naturaleza y la geografía chilenasconstituyó un panegírico, culminado con la descripción de las ciudadesy la alabanza de las cualidades de sus habitantes. El mismo esquema,de inequívoca ambición territorial, fue recreado en la también fun-dacional Historia de la conquista y población de Venezuela (1723)por el regidor perpetuo y alcalde de Caracas José Oviedo y Baños,capaz de trascender el marco local y recuperar una memoria regionalque con el tiempo adquirirá pretensiones continentales 67.

La consolidación del poderío de los criollos, triunfantes en lasdistintas Jerusalén americanas tras el fracaso de la ofensiva olivaristadirigida a restaurar el poder de la monarquía española a escala global,hizo que se extendiera tanto entre quienes gestionaban el gobiernode las Indias como en el seno de importantes grupos de peninsularesque habitaban en sus urbes, cierto sentimiento de derrota y exclusión.A este respecto, los datos son significativos. Todos los regidoreslimeños eran peninsulares en 1560, pero en 1580 eran criollos un30 por 100 y en 1620 alcanzaban el 60 por 100, nueve de un totalde quince 68. Durante el siglo XVII en México el 76 por 100 de losregidores fueron criollos y el resto peninsulares. La crisis de su cabildo,acontecida desde 1690, cuando quedaron vacantes las regidurías porlas que se habían pagado tradicionalmente cantidades muy elevadas,no fue causada por la falta de oportunidades para los criollos, sinopor su abundancia: la pérdida de provecho y el mucho gasto quecausaban no compensaba su ejercicio en comparación con los cargosde oidor en la audiencia y las alcaldías o corregimientos que pudieranestar disponibles 69.

Así, la ciudad americana se convirtió en el escenario de luchaspor el poder apenas disimuladas, en las cuales diversas facciones

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pugnaban por controlar las riquezas, las redes de patronazgo y loscargos de prestigio. En función de sus intereses y fuerza en cadamomento se organizaban coaliciones dirigidas a mejorar sus posi-ciones y debilitar a sus rivales más directos; cuando se habían apo-derado de los resortes de poder no dudaban en defenderse. En1650, los capitulares de Caracas impidieron servir el cargo de alguacilmayor a Juan Rodríguez Arias, que lo había comprado en públicasubasta, porque su padre había sido criado; las multas y amenazasde la audiencia de Santo Domingo no lograron que depusieran suveto. En 1675, se negaron a dar posesión a Juan Padilla como gober-nador interino de Venezuela, a pesar de que fueron declarados enrebeldía 70. Guayaquil fue dominada por un solo linaje durante lasprimeras décadas del siglo XVIII:

«Los Castros son los notarios,los Castros son regidores,Castro, alguaciles mayoresy un Castro alcalde ordinario.Otro Castro es comisariode la hermandad; y si apura,otro Castro hace de cura,y otro es alférez mayor,y otro fiel ejecutor,y otro ejerce la procura.La vida es así muy dura,mi señor corregidor:contra Castros no hay justicia,ni vale razón ni ciencia,ni recursos a la audiencia,ni enemistad ni amicitia.Porque son una miliciaque Su Majestad no cuenta;una milicia que intenta,si no ve Su Majestad,poner sitio a la ciudady poner el sitio en venta.Pues solo Dios nos sustentaen esta calamidad» 71.

Lo cierto es que frente a la patriarcal sobriedad de la ciudadde los conquistadores, se había difundido un estilo de vida linajudo,que implicaba elementos como el patronazgo de un convento o iglesia,la pertenencia a una cofradía renombrada, el título y el mayorazgo,

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la posesión de capilla familiar y capellanías, la residencia en casaurbana principal con abundantes sirvientes y esclavos, la propiedadrural, el uso habitual de carruaje, ropa fina, menaje con ricas joyasy mobiliario, la educación universitaria y la posición de privilegioen fiestas públicas y ocasiones señaladas 72. México fue un buen ejem-plo de todo ello. Según contó Thomas Gage en su Nuevo recono-cimiento de las Indias Occidentales (1648), la alameda mandada edificarpor el virrey Velasco aparecía ante sus visitantes llena «de cochesde hidalgos y con aquellas reuniones sazonadas al principio por dulcesy confites y dispersas con excesiva frecuencia a la luz de las espadasdesnudas y con el cadáver de alguno de sus miembros abandonadoen tierra».

Non urbs, sed orbis, se trataba en rigor de una capital del siglode oro. El 12 de julio de 1605 partieron desde Sevilla en el «EspírituSanto» 262 ejemplares del Quijote allí destinados, que meses despuéspudieron disfrutar los interesados; tres años más tarde Mateo Alemán,autor del Guzmán de Alfarache, se radicó en ella para labrarse suúltimo infortunio. En México, donde fray Juan de Zumárraga inicióen 1539 la labor editorial, hubo en el siglo XVII más de veinte imprentasy se publicaron cerca de 2.000 títulos. No es de extrañar la referenciapermanente en los libros a aspectos vinculados a la arquitectura,lo propio en una ciudad opulenta y en construcción, con atencióna asuntos tan dispares como las bondades del emplazamiento, arbitriosy propuestas más o menos desatinadas, una descripción en versode la calzada que iba al santuario de Guadalupe o las indulgenciasplenarias y perpetuas que se podían ganar asistiendo a sus templos 73.En las cuarenta iglesias y capillas se celebraban más de 600 misasal día y los conventos de San Francisco, Santo Domingo o SanAgustín, junto a la catedral —que estrenó en 1673 un nuevo retablo—y los 16 conventos de monjas, salpicaban el horizonte de cúpulasy torres grandiosas construidas con piedra, cal y «tezontle», unapiedra volcánica de propiedades antisísmicas que, según indicó Váz-quez de Espinosa, resultaba «dócil de labrar y tan liviana que unalosa grande flota en el agua sin hundirse».

Las calles, hermosas y anchas, mostraban palacios y sólidos edi-ficios con ventanas imponentes, balcones y rejas de hierro; hacia1650 contaba con más de 30.000 casas. En cuanto a Lima, quedebía tener entonces unos 50.000 habitantes, el mercedario fray PedroNolasco la representó en 1685 según una atinada perspectiva, conedificios domésticos y singulares, calles, plazas y plazuelas, huertosy jardines interiores, los monasterios de Santa Catalina, El Carmen

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y los Descalzos, la iglesia de Santa Teresa y el hospital de Jesús.En la abigarrada plaza mayor, flanqueada por la catedral, el palacioarzobispal y la capilla del sagrario, convivían damas elegantes, caba-lleros que paseaban bajo una sombrilla sostenida por sus criados,oficiales reales, aguadores mulatos, indias vendedoras de flores, fru-teros y pescadores. No quedaba a la zaga en devoción libresca, puesla imprenta había sido introducida por los jesuitas en 1584 y existíaun intenso comercio de novedades con la península. El mercadery librero Pedro Durango de Espinosa —allí conocido como PedroFlecher— dejó al morir en 1603 «dos prensas con sus ingenios parael oficio» y 1.204 libros sin vender. Cristóbal Hernández Galeasfalleció de repente una mañana de 1619 en una tienda portátil quetenía alquilada en la calle de los ropavejeros. Entre sus bienes teníapara comerciar 1.718 libros, miles de estampas de imágenes, cientosde rosarios y crucifijos pequeños de bronce, telas, mercería y ropavieja 74.

«Este corral se alquila para gallos de la tierra y gallinas de Castilla»,escribió alguien divertido en las paredes del palacio virreinal de Méxi-co en 1692 para burlarse del conde de Galve, que ante la acometidade una turba formada por indios, mestizos, mulatos y españoles deorilla enfurecidos y hambrientos había huido aterrorizado junto asu esposa al convento de San Francisco, mientras los jesuitas ejercíansus buenos oficios para apaciguar los ánimos 75. Bien lejos de todoaquello, la décima musa novohispana sor Juana Inés de la Cruzhabía proclamado la grandeza de las edificaciones de la ciudad, «estafábrica elevada, qué parto admirable es, de los afanes del arte» yla transparencia de su atmósfera, «clara del cielo la luz pura, clarala luna y claras las estrellas» 76. Había sido el «cisne mexicano» —co-mo ella lo llamó— Carlos Sigüenza y Góngora, catedrático, cos-mógrafo real, geógrafo y poeta, quien en 1680 había tenido la pere-grina idea de levantar a petición del cabildo un arco triunfal conlos logros de doce emperadores aztecas para dar la bienvenida alvirrey marqués de la Laguna. Cuatro años después, Sigüenza publicóel Paraíso occidental, salpicado de fuerte guadalupanismo y celebró elpasado y el presente de lo que llamó la «nación criolla». En elmalhadado 1692, en cambio, fue visto dedicado a salvar el archivodel cabildo de la incendiaria acometida del populacho. No resultaextraño que con posterioridad pidiera el final de la «confusión detoda clase de gentes», la restitución del orden, el castigo de losindios y los insolentes que los habían incitado, el cercamiento delas parcialidades de los nativos y su expulsión de la urbe. Tanto

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por prudencia como por convencimiento, en adelante abandonó laspeligrosas apelaciones a la antigüedad indígena 77.

Lo cierto es que los cantos a las bondades del emplazamientode México por parte de poetas y literatos no habían logrado escondersus extraordinarios problemas, entre los que destacaba por encimade cualquier otro el de las inundaciones, que tuvieron resultadoscatastróficos en 1553, 1580, 1604, 1607 y 1629. Aquel año nefasto,la acometida causó tal destrucción que se planteó la posibilidad deun traslado. Nadie podía darse por sorprendido, pues las obras diri-gidas a proteger la urbe eran tan antiguas como su existencia. Unaaveriguación de mediados del siglo XVI indicó que en tiempos dela gentilidad, durante los reinados de Moctezuma I, Ahuitzotl y Moc-tezuma II —el último tlatoani, depuesto por Cortés— las fuertesinundaciones habían obligado a sus habitantes, inermes ante el ham-bre y las enfermedades, a desplazarse en canoas y barquillas y avivir tan afligidos «que estuvieron por mudar la ciudad». El retopolítico y tecnológico representado por la defensa de la ciudad antela acción devastadora de las aguas y la posible desecación del vallesuscitó un importante enfrentamiento entre las diversas institucionesque querían imponer su criterio y sufragar una parte lo más reducidaposible de los gastos, así como un debate sobre la tecnología a utilizar,que podía incorporar la sabiduría de los nativos o asumir sin másla superioridad europea. Fue el virrey Velasco «el viejo» quien en1555 ordenó la movilización mediante repartimiento de 6.000 indí-genas para construir una albarrada, una cerca de madera y piedrapara defender del agua la ciudad, al estilo de la destruida durantela conquista cortesiana. También mandó trabajar en la mejora delas calzadas que comunicaban México con el exterior. Según su ele-vado criterio, era «la ciudad y república de españoles» la que debíadarles la comida y herramientas de hierro necesarias, pues «los natu-rales ponen el trabajo de las personas». En su tajante respuesta,el cabildo se negó a sufragarlas y además el regidor Ruy Gonzálezy el vecino Francisco Gudiel propusieron una alternativa, el desagüedel lago a través de una gran acequia por Huehuetoca, al norte,que condujera las aguas y recogiera las torrenteras más caudalosaspara llevarlas hacia el río Tula (fuera del valle central) y de ahíal golfo de México. Pese a los conflictos entre el virrey y el cabildo,a principios de 1556 la albarrada que se llamó de San Lázaro yaestaba construida, lo que tuvo un claro efecto desde el punto devista de la ordenación territorial, pues era la solución heredada dela ciudad indígena. El propio virrey Velasco, hombre práctico a fin

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de cuentas, informó sin presunción alguna haber ordenado edificar«la albarrada que hicieron los indios en tiempo de su infidelidad[...] como ellos solían tener, sólo que más ancha y alta» 78.

Aunque el problema del suministro de agua a la ciudad quedóresuelto con la apertura en 1620 del acueducto de Chapultepec,que tenía 904 arcos, 3.908 metros de longitud, atravesaba la capitaldesde la calzada de Tacuba hasta la alameda y conducía el aguaa la fuente de salto del agua, la amenaza de las inundaciones erapermanente. En 1604 llovió tanto que, ante los daños producidosen calles y casas, el dinámico virrey, marqués de Montesclaros, decidióelevar las acequias principales de suministro, restaurar el sistemade albarradas prehispánicas en su integridad e impulsar el desagüedel valle, como había propuesto Gudiel cuarenta años antes. Lasreparaciones de las calzadas de Guadalupe y San Cristóbal por elnorte, de San Antón por el sur y de Chapultepec —que soportabael inacabado acueducto— completaron un ambicioso plan de obraspúblicas. En 1605, cuando las obras de terraplenado estuvieron enmarcha, Montesclaros giró una visita a los trabajos acompañado delos regidores, miembros del cabildo eclesiástico y del consulado demercaderes, el fiscal de la audiencia, encomenderos interesados,maestros de arquitectura y cosmógrafos. Dos años después se produjootra inundación y la alternativa del desagüe lacustre pareció la únicaque resolvería el problema de manera definitiva. Tras reunirse conlos oidores en un «real acuerdo», el virrey Velasco hijo, que servíaun segundo mandato, señaló:

«Habiendo visto una relación de todo lo actuado en razón deldicho desagüe y las medidas y pinturas hechas de los sitios y partespropuestas para él y otros papeles y pareceres que hicieron al casoy tratándose y conferido acerca de ello, se resolvió y acordó se hagael dicho desagüe por la parte de la laguna de San Cristóbal Ecatepec,pueblo de Gueguetoca y sitio nombrado de Nochistongo, con queel dicho desagüe se haga de suerte que por él se pueda desaguarla laguna de esta ciudad» 79.

En la Pascua de 1608 la primera parte de la magna obra, desdeHuehuetoca hasta la salida de Nochistongo, estaba terminada. Ladirección técnica había sido desempeñada por Heinrich Martin —co-nocido como Enrico Martínez—, maestro mayor, cosmógrafo, impre-sor y astrólogo de origen alemán, autor de distintos estudios sobreel clima y el previsible comportamiento de las aguas lacustres. Almenos 4.700 indígenas trabajaron en una canalización de 13.079

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metros de longitud, de la cual 6.150 iban a cielo abierto y a casi11 de profundidad y el resto consistiría en un túnel de 6.129 metros,de entre 2,31 y 1,54 de ancho y 3,08 de altura, jalonado por 42lumbreras cuadradas, «por las cuales [indicó Martínez] entra luzy se saca la tierra con muchos ingenios y artificios de mucha curiosidady primor». En la cota más alta, una lumbrera alcanzaba 44 metrosde profundidad y la más baja se situaba a 11. Un tramo de 984metros iría cubierto de mampostería y en otros habría recubrimientosde piedra y cal 80.

Tras la apertura de las compuertas por el virrey, comparado porel literato Ruiz de Alarcón con un nuevo Licurgo, se manifestarondos hechos inesperados: el daño a los cultivos en chinampas delos indígenas de Chalco por la pérdida de agua y la existencia desumideros y manantiales que podían alterar hasta los más afinadoscálculos sobre el volumen de agua embalsada. En años sucesivos,los técnicos debatieron la necesidad de ahondar el socavón pararegular mejor el caudal en tiempo de lluvia (como pretendía Martínez)y la exactitud de la nivelación, de la que dependía todo el proyecto.Un maestro de arquitectura, Alonso Arias, no tuvo reparos en indicarque el desagüe era inútil, porque no alcanzaba la proporción requeridapor el divino Vitrubio, el 0,0050 por 100 de desnivel, pues teníasólo el 0,0005 por 100. Ocultó, sin embargo, que esa medida hubierasupuesto un tajo de proporciones gigantescas. La preocupación enel Consejo de Indias por la situación de la capital mexicana impulsóa las autoridades a contratar otro técnico hidráulico, el holandésAdrián Boot, al que se concedió como había pedido «una buenapaga» a cambio de sus servicios. Pertrechado con el sonoro títulode «ingeniero real», Boot se presentó en 1614 ante el virrey y realizóuna detenida inspección de las obras, cuyo resultado fue concluyente.La mampostería era deficiente y las nivelaciones erróneas. Nada delo realizado valía «para librar a esta ciudad de México del riesgoen que está y del que ha de venir si Dios nuestro señor no lo remedia».Su propuesta, que encubrió un retorno a la antigua filosofía de con-tención de las aguas, por la imposibilidad manifiesta de realizar undesagüe general, propugnó como en tiempos de los aztecas la «for-tificación de la ciudad», el reforzamiento de albarradas y calzadas,la apertura de canales y la construcción de ingenios de evacuación,compuertas, grúas, puentes y palas de hierro.

Los maestros de arquitectura consultados refutaron una por unalas iniciativas de Boot, con lo cual Martínez, celoso y postergado,pudo asumir la continuación de las obras del socavón y el tajo. El

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nombramiento por el virrey marqués de Guadalcázar de un supe-rintendente del desagüe y la sustitución en 1624 de su sucesor, elmarqués de los Gelves, a resultas de un insólito y sospechosamentebien dirigido alboroto popular, privó más tarde a Boot de su mayorapoyo, pero sus propuestas sobre la regulación del caudal mediantecompuertas en las albarradas, que favorecían a los cultivadores dechinampas, fueron atendidas. Lo peor estaba por venir. La «graninundación» del día de San Mateo de 1629, «que universalmenteanegó toda la ciudad, sin reservar de ella cosa alguna, cuyo cuerpode agua fue tan grande y violento en la plaza, calles, conventosy casas de esta ciudad que llegó a tener dos varas de alto», produjola muerte de unos 30.000 indios, redujo el número de vecinos espa-ñoles a 400 y la mantuvo sumida en el agua hasta 1634, con laúnica excepción de la plaza mayor, la del Volador y la de SantiagoTlatelolco. Las consecuencias fueron determinantes y no sólo porquelos atribulados capitalinos atribuyeron a la intervención de la muyvenerada virgen de Guadalupe su salvación. Así, aunque se propusieronmedidas tan desesperadas como el arbitrio del escribano del cabildoFernando Carrillo, según el cual cada vecino propietario de una casadebía levantar alrededor de ella una calzada de mampostería, demodo que las calles se convirtieran en acequias, se hizo evidenteque había que volver al primitivo proyecto de desagüe. Para finan-ciarlo, en 1630 el virrey marqués de Cerralbo implantó el impuestodel vino en toda la Nueva España —la primera vez que se extendíaun tributo para favorecer en parte a la capital, pues el resto se gastóen fortificar Veracruz— y se pudieron reanudar las obras entre rumo-res de sumideros y manantiales insospechados y francas invitacionesdel Consejo de Indias a trasladar la capital a otro lugar, que sellegó a proponer se levantara entre los cerros de Tacuba y Tacubaya.

La muerte de Martínez en 1631 le ahorró la afrenta de ver pos-tergados sus planteamientos debido a la decisión de construir eldesagüe general a tajo abierto y también la vergüenza de ser acusadode dispendio y abandono de funciones. Por fin, en 1637 —el mismoaño que Boot sufrió un proceso inquisitorial— el virrey Cadereytaordenó al mencionado escribano Fernando Carrillo hacer una memo-ria de lo acontecido. Su Relación universal, legítima y verdadera delsitio en que está fundada la muy noble e insigne y muy leal ciudadde México, lagunas, ríos y montes que la ciñen y rodean, calzadas quela dividen y acequias que la atraviesan, inundaciones que ha padecidodesde su gentilidad y remedios aplicados, aparecida aquel mismo año,trató con insólita ecuanimidad la conservación del desagüe de Hue-

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huetoca, la situación de la capital virreinal y su posible traslado.No obstante, las líneas del debate ya estaban resueltas. El cuerpode técnicos que asesoró a Cadereyta, experimentado en los asuntospropios de una gran metrópoli, aconsejó convertir el túnel en uncanal. Las obras acabaron sólo en 1789 y bajo los auspicios delconsulado, no del cabildo. Ello no impidió que la capital se inundarade nuevo 81.

La historia del desagüe de México y sus devastadoras inundacionesinfluyó en su representación como una metrópoli extendida sobrelas aguas. La planta ejecutada en 1628 por Juan Gómez de Trasmonte,maestro mayor de la catedral, que alcanzó gran difusión en Europa,la presentó como una plácida comunidad que sesteaba a la orillade un lago idílico, un esquema reproducido en el conocido biombo«La muy noble y leal ciudad de México», de fines de siglo. Eneste se hicieron visibles los trazados rectilíneos, las espaciosas callesy las casas con tejados de terracota, conformando un entramadoque reflejaba el aumento del número de edificios, iglesias y conventos.Frente al dominante utopismo criollo, en cambio, Cristóbal de Villal-pando elaboró en 1695 a solicitud del virrey conde de Galve unavista del zócalo de México con pretensiones casi fotográficas, nosólo porque mostró los daños causados por el motín de 1692 —elpalacio virreinal apareció con media fachada en ruinas, pues habíasido incendiado junto a la cárcel y otros edificios—, sino por laperfección de la perspectiva arquitectónica y el afán de mostrarlotodo: fachadas, pórticos, galerías, soportales, puestos callejeros, laacequia al frente y la celebrada fuente central. La vitalidad de lametrópoli se hizo visible en la presencia abigarrada de más de 1.200personas, con el artista y el virrey entre ellas, rodeados de clérigos,mendigos, carreteros, mercaderes, soldados, nobles con peluca, abo-gados y oficiales reales, además de mujeres principales con mantillay séquito 82. Casi un siglo antes, Balbuena había registrado con ironíala existencia de tantos oficiales y la proliferación de criados y pania-guados,

«fiscales, secretarios, relatores,abogados, alcaides, alguaciles,porteros, chanciller, procuradores,almotacenes, otro tiempo ediles,receptores, intérpretes, notariosy otros de menos cuenta y más serviles» 83.

Lima, la orgullosa metrópoli peruana, también encontró un retodistintivo que aglutinó su voluntad de identidad, más allá del man-

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tenimiento de una libertad de costumbres visible en la conocidaexistencia de celestinas mestizas, mulatas expertas en filtros de amory toda clase de ladrones, vagamundos, pícaros y aventureros. Laurbe que, según se decía, «la diseñó Dios para que la fundasenlos españoles por cabeza de las nuevas tierras y nuevos cielos quese descubrieron y conquistaron», también peligraba por las inun-daciones y el suministro de agua distaba de ser fácil. La fuenteplantada en la plaza mayor por orden del virrey Toledo, el granorganizador, tardó setenta años en funcionar como era debido yen 1607 la furia del Rímac arrasó el puente que la unía con Trujillo,así que hubo que levantarlo de nuevo, pero con seis arcos 84. A imi-tación de México, el virrey Montesclaros decidió construir una ala-meda llamada de los descalzos, que tuvo tres calles delimitadas porocho hileras de árboles y tres fuentes. En 1609, cuando la ciudadse encontraba inmersa en plena expansión metropolitana, se produjoun gran terremoto y el peor daño aconteció en la catedral, de modoque sus muros tuvieron que ser ensanchados, las alturas reducidasy las bóvedas levantadas de crucería y no de cañón, lo propio enuna metrópoli paradisíaca pero también pecadora y, por tanto, pro-pensa al castigo divino. Con todo, el verdadero peligro en Limaprovino del océano Pacífico, a causa de las incursiones de corsariosy piratas. En 1579 se había producido el mítico ataque de FrancisDrake y en 1624 la acometida de Jacobo Clerck «L’Hermite» causóenorme pánico, pero fue a partir de 1639, a causa de la guerrade la monarquía española con las Provincias Unidas y la pérdidadel Brasil portugués, convertido en una base de ataque formidable,cuando se impuso la necesidad de amurallar el vital puerto de ElCallao. Allí se encontraban los reales almacenes, con riquezas ini-maginables —en determinadas fechas había mercancías y metalespreciosos por valor de veinte millones de pesos—, desprotegidastambién ante las fuertes corrientes y las olas gigantescas. En 1644comenzaron las obras de la muralla sin mucho arte de fortificar,con ángulos y pendientes inadecuadas, cortinas de desigual longitudy sin foso; por fin, en 1694 se edificó un muelle de piedra quese guarneció con manglares 85.

La fortificación de Lima, en cambio, constituyó un proyecto exi-toso y redundó en su presentación universal como una inexpugnableciudad de Dios, íntegra y compacta. Se reflejó de inmediato en laplanimetría de la metrópoli, gracias a la difusión de la obra de F.Echave La estrella de Lima convertida en sol sobre la punta de sus

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tres coronas (1688), aparecida al año siguiente de la beatificaciónde su segundo arzobispo, Santo Toribio de Mogrovejo 86. En 1683,cuando se reanudaron las hostilidades con Inglaterra y llegaron noti-cias de que el almirante Vernon acosaba Panamá y Portobelo, eljesuita Juan Ramón Coninck, catedrático de San Marcos y cosmógrafomayor, fue llamado por el Consejo de Indias a fin de que elaboraraun proyecto de fortificación del que había dado noticias años atrás 87.Buen conocedor del terreno y de las peculiaridades de la sociedadlimeña, había diseñado algo perfectamente factible, una muralla ligerade 11.700 metros alrededor del perímetro urbano, formada por doslienzos, exterior e interior, fabricados de adobe y terraplenados hastauna altura de once metros,

«con cascajo y tierras que se sacaren del foso, siguiendo el dechado[ejemplo] de los de Troya, que si fingieron los poetas que Neptunoy Apolo habían sido sus autores, fue porque la tierra y el agua eransus materiales, los cuales secados a los rayos del sol, cobraron tantaconsistencia que fueron incontrastables a la fuerza» 88.

La construcción de 25 baluartes y cortinas de 123 metros, contraveses de 28 y frentes de 74, evidenciaron el uso de un arte modernode fortificar, pero la aparente falta de ambición del proyecto y laendeblez de los materiales fueron duramente criticadas por la Juntade Guerra. Esta propuso una alternativa tan irreal como colosal,pues pidió nada menos que el aumento de la pendiente, la cons-trucción de cimientos de piedra y cal, el uso de piedra dura enel foso, la compactación del terraplén y el robustecimiento de baluar-tes, parapetos y cortinas. Lejos de estas distracciones, el impulsodel virrey conde de Castellar y sin duda el pánico de los limeñosobraron un milagro, pues en 1687 la muralla estaba concluida. Habíacostado más de un millón de pesos. Los comerciantes pagaron unasección; el virrey y los tribunales el baluarte real; los conventos,el cabildo eclesiástico, la universidad y oficiales de diverso rangoaportaron dinero. Sólo el arzobispo se negó a colaborar. A pesarde las contingencias —los negros jornaleros se negaron a trabajarsi no les subían el salario de cinco a seis reales, actitud que depusieroncuando el virrey amenazó con mandarlos a picar piedra un año ala isla de San Lorenzo— la muralla cerró un semicírculo alrededorde la ciudad apoyado sobre el río, resguardando una superficie interiorde 920 hectáreas, pues el arrabal había quedado fuera y el cercadoresultó partido por la mitad 89. El paso quedó franqueado por nueve

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puertas: Martinete, Maravillas, Barbones, Cocharcas, Santa Catalina,Guadalupe, Juan Simón, Callao y Monserrate. Aunque la efectividadde la fortificación de Lima nunca fue puesta a prueba en un ataque,de lo que no cabe dudar es de su efecto disuasorio, así como desu utilidad para el cobro de gabelas e impuestos a los artículos quese introducían en el casco urbano 90.

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Capítulo IV

El simulacro del orden: la ciudad ilustrada

Manuel Lucena GiraldoEl simulacro del orden: la ciudad ilustrada

Mientras la metrópoli barroca es orgánica por naturaleza, se cons-tituye como un cuerpo que metaboliza materias de todos los orígenesculturales y étnicos sin descartar nada porque puede con todo ytodo le sirve, la ciudad ilustrada es mecánica, se concibe como unamáquina perfecta gobernada por el designio del progreso y se dirigea toda velocidad hacia un futuro obligatorio de felicidad y utilidadpúblicas. Una late bajo los impulsos ascéticos del pasado reafirmadosen el presente, la otra se orienta hacia una era promisoria que nuncallega.

La primera de ellas acude a las tinieblas del Antiguo Testamentopara buscar su genealogía, puede inventar por sí misma un ciclomítico y reside de manera simultánea en el centro y la periferiadel mundo, pues la Jerusalén celestial a la que imita nace de lalectura de los signos de la predestinación esparcidos por un Diosubicuo. La segunda, en cambio, responde a un estadio de evoluciónen la carrera de las edades del hombre y no sólo proyecta sobresu espacio y sus habitantes una construcción lineal del tiempo yuna pretensión de uniformidad; también asume como propia unajerarquía tan rígida como moderna, salpicada de metrópolis, colonias,imperialismos, descripciones del orbe y sistemas tan etnocéntricoscomo pretendidamente universales de catalogación de la naturalezay la humanidad.

En la metrópoli barroca domina la circunstancia, en la ciudadilustrada rige la pretensión de la esencia, pues a ella se atribuyeun atraso infamante que debe ser subsanado a cualquier precio.Una vive su espacio como goce y expiación en fiestas y rituales,

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se imagina inmóvil y sólo quiere conservar, se reafirma en la materiade lo fugaz y lo efímero. Otra lo asume como un combate contrasí misma, se horada, excava y mutila en obras públicas infinitas yasombrosas, se dota de luces para que la noche sea dominada porel día, enmascara con el empedrado de sus calles principales susorígenes rurales y cuenta con órdenes y reglamentos que regulanla vida privada y disciplinan la pública 1.

El conflicto y también el entrecruzamiento inevitable de estasdos formas de entender, construir y hasta amar la urbe americanacaracterizaron el siglo XVIII y en especial sus tres últimas décadas,haciendo de ellas una etapa de cambio y sobresalto. Las señalesen torno a esta disyuntiva habían estado disponibles para quieneslas quisieran ver. Desde la entronización de la dinastía borbónica,el proyectismo auspiciado por ministros y oficiales reales se habíadirigido a encontrar fórmulas que restauraran la monarquía española«a su antigua felicidad y opulencia». En este sentido, el reformismofue una reacción necesaria, la ecléctica adaptación de una monarquíadel Antiguo Régimen a un escenario atlántico y global cada vez máshostil. En su propia y vacilante definición política, ligada en cualquiercaso al absolutismo ilustrado, no pretendió tanto la «odiosa intro-ducción de novedades» como «el restablecimiento de España y susIndias» a su pasada situación de incontestado poder 2.

El espíritu de declinación característico del siglo XVII apareciócomo el enemigo a batir y, con interesantes matices, los reinadosdel XVI fueron los modelos a seguir, los períodos de gloria pasadaque se podrían restaurar gracias al benéfico gobierno de la nuevadinastía. De modo significativo, lejos de dejarse deslumbrar por lasglorias imperiales de Felipe II, los reformistas valoraron en especialel reinado de Carlos V y, sobre todo, el de los reyes católicos 3.Los imprescindibles e inevitables cambios pretendieron basarse enla única autoridad posible, aquella cimentada en la tradición. Comoseñaló el célebre ministro José del Campillo en 1741, era necesariovolver a la época virtuosa del «valor español» y relegar la desidiay el mal gusto, dos terribles legados de la centuria anterior 4. Larealidad del Nuevo Mundo constituía un reto particular para estainterpretación del pasado, ya que debía criticar y asumir de manerasimultánea la existencia de un vasto imperio ultramarino. Este erauna fuente de preocupaciones y desgracias, pero bien administradopodía otorgar beneficios. Por eso, como señaló Bernardo Ward hacia1762, era necesario introducir «un nuevo método, para que aquellarica posesión nos dé ventajas que tengan alguna proporción con

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lo vasto de tan dilatados dominios y con lo precioso de sus pro-ductos» 5.

Quienes se opusieron a los cambios tanto en España como enAmérica utilizaron la autoridad de la tradición. Para el presidentedel Consejo de Indias en 1768, el marqués de San Juan de PiedrasAlbas, que opinaba sobre el nuevo plan de intendencias, de tanprofundo impacto en la ciudad, «alterar un método observado desdeel descubrimiento y la conquista de América», confirmado y aprobadopor «ministros doctos y sabios virreyes» y a la vista de «ejemplarísimosy celosos prelados», introduciendo un opuesto sistema, una universalmutación, en países donde «toda novedad se recibe con violencia»,constituía un terrible error 6. La proposición de cambios en el gobiernode las Indias resultaba, según él, una grave equivocación, pero yaque se trataba de emitir una opinión, era necesario recordar que«la diversidad de naciones pide diferencia de gobiernos» y «no siem-pre los remedios convenientes a la cabeza pueden ser de beneficioa las demás partes del cuerpo»: que las intendencias funcionaranen España no significaba que lo fueran a hacer en América. Estosrazonamientos fueron combatidos por los reformistas con el con-vencimiento absoluto de defender el único camino posible hacia lafelicidad de la monarquía. El marqués de Grimaldi, ministro de Esta-do, pidió al rey que no dudara en apoyar las reformas, pues «dondehacen pie los amantes de la inacción en materias de gran gobiernoes por lo regular en que debemos respetar lo que dispusieron nuestrosmayores» 7. El hacendista Miguel de Múzquiz confiesa que, a pesarde que las leyes antiguas sean sabias, «es más fácil cortar abusoscon reglas nuevas que con la observancia de las antiguas» 8. El condede Aranda se comporta como un político de altura. Aunque los méto-dos de gobierno deben cambiar con el tiempo, es consciente dela mala elección de quienes pasan a servir oficios en Indias. Supreocupación radica en que los americanos se sientan cómodos enla monarquía, por lo que pide sirvan en el ejército en equivalenciacon los peninsulares, sin discriminación alguna 9.

En 1759 el buen rey Fernando VI pasó a mejor vida, arrastradopor la «melancolía involutiva» que soportaba desde la muerte desu querida reina portuguesa, Bárbara de Braganza. La herencia quedejó a su hermano Carlos III incluyó un insólito superávit hacen-dístico, una capital —Madrid— indigna de tal nombre y una guerracon Gran Bretaña de pésimo pronóstico. Las primeras medidas deri-vadas del reformismo ya habían dejado sentir en América sus efectos.La ejecución del Tratado de límites hispano-portugués de 1750 afectó

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a territorios tan vitales como Venezuela y el Río de la Plata y mostrócon claridad la voluntad real de someter los poderes intermedios—misioneros díscolos, patriciados locales, blancos «de orilla» o indí-genas «principales»— que habían dado sentido y estabilidad al pactocolonial tradicional. El acuerdo diplomático también generó un impul-so urbanizador, que formó parte de una política de ordenación terri-torial de nuevo cuño, laica y regalista 10.

El doloroso legado dejado por la Guerra de los Siete Años, quehabía supuesto la pérdida temporal de Manila y La Habana y lacesión de Florida, favoreció la introducción de las necesarias nove-dades. En 1764 se establecieron los correos marítimos y al año siguien-te el régimen de puerto único pasó a la historia, pues se autorizóel comercio libre y protegido entre Puerto Rico, Santo Domingo,Cuba, Margarita y Trinidad y además entre ellas y nueve puertospeninsulares: Cádiz, Sevilla, Málaga, Alicante, Cartagena, Barcelona,Santander, La Coruña y Gijón 11. En su año de gracia, los reformistaslograron también el establecimiento de la primera intendencia ame-ricana en Cuba y promovieron el envío de una visita general a NuevaEspaña puesta al mando de José de Gálvez, una figura clave enel denominado proceso de deconstrucción del Estado criollo 12. Eltodopoderoso visitador se comportó al principio como un recaudadorde impuestos deseoso de hacer pagar los elevados costos de la defensaimperial a los habitantes del Nuevo Mundo. Su habilidad para inter-ferir en las redes de poder locales, tanto si su talento organizadorredundaba en beneficio de la Real Hacienda como si lo era en pro-vecho propio, resultan difíciles de discutir. Pero fue su papel enla represión de los motines causados por la expulsión de los jesuitasen San Luis de la Paz, Guanajuato, Valladolid, San Luis Potosí,Pátzcuaro y Uruapán lo que le hizo adquirir un extraordinario relieve.Gracias al apoyo de un virrey tan lejano a América como él mismo,el flamenco marqués de Croix, pudo organizar una expedición puni-tiva que liquidó mediante «castigos ejemplares y bien merecidos»toda oposición. La extremada crueldad con que se comportaron pare-ció presagiar tiempos peores, pero en la Corte debió ser precisamenteesta demostración de eficacia, nutrida de la incapacidad para el com-promiso con los naturales del Nuevo Mundo, lo que llamó la atención.El anticriollismo de Gálvez, que aparece incluso en un lugar tanpersonal como su biblioteca, encajó de manera perfecta con la visióncoyuntural que poseía la monarquía carolina de la administraciónultramarina: era el hombre adecuado en el momento perfecto 13.

Durante su etapa de responsabilidades políticas, que se prolongóen el Ministerio de Indias hasta su muerte en 1787, la cuidadosa

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y arcaica sofisticación del «obedezco pero no cumplo», que habíagarantizado en la distancia el gobierno americano durante los denos-tados siglos de los Austrias, fue sustituida por una fórmula despóticaque propugnó la construcción de un poder racional y centralizado 14.Incluso el lenguaje del reformismo —por más que la historiografíahaya sobrevalorado su coherencia, propósitos y resultados— tuvocomo fin elaborar un ethos imperial basado en la diferenciación ren-table y eficiente de la metrópoli y las colonias. En cierto modo,reflejó en el terreno político la calificación cultural de lo americanocomo inferior e incapaz para la civilización, en la línea de su deni-gramiento practicada por importantes escritores, filósofos y natu-ralistas europeos, como Hume, De Paw, Voltaire o Buffon. Gálvez,a fin de cuentas un hombre de su tiempo, se limitó a convertireste principio en acción y, seguramente sin saberlo, con ello diotérmino a la sutileza del barroco 15.

Antes de hacer sentir sus efectos sobre la red urbana americana,el programa ilustrado aplicado a la ciudad había mostrado su agresivocarácter en la península. Madrid se convirtió en un eficaz laboratoriode pruebas. Estas comprendieron tanto una rápida y contundentereordenación de su espacio como el disciplinamiento de sus habi-tantes, condenados de súbito a abandonar sus arraigadas capas largasy los chambergos, enormes sombreros de ala ancha, por las capascortas y el sombrero de tres picos o tricornio. Las razones esgrimidasfueron, claro está, de policía pública. Aquellas prendas permitían,según las autoridades emergentes, un embozo perfecto, bajo el cualpodía ocultarse cualquier arma y el sombrero de ala ancha «vertíauna sombra impenetrable sobre el rostro», que facultaba para cometertoda clase de fechorías 16.

La reacción a estas medidas policiales en la Villa y Corte y enespecial el Motín de Esquilache de 1766, auténtico preludio de lasrevueltas antirreformistas del Nuevo Mundo a comienzos de los añosochenta, desde Túpac Amaru a los comuneros neogranadinos, mostróque el radical intervencionismo ilustrado distaba de ser aceptablepara unas sociedades tan ajenas en su concepción del mundo a laidea de novedad 17. No fue extraño a este impulso ordenancista dela ciudad y sus pobladores que fuera con frecuencia concebido ygestionado por militares, marinos y burócratas cosmopolitas y tocadospor el progresivo y utilitarista espíritu de las luces, gentes leídas,pragmáticas y resueltas, enajenadas de toda lealtad que no se cir-cunscribiera a ellos mismos, la Corona y el Estado 18. Por lo general,no se trató de grandes nobles, aunque los más principales continuaron

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sirviendo al monarca siquiera sobre el papel con la diligencia y emu-lación a que les obligaban el prestigio de sus casas y las hazañasde sus antepasados. Así se extendió, en rigor, una meritocracia dela nobleza, atenta a la idea de servicio y el compromiso individual 19.En la medida en que su condición adquirida por nacimiento noequivalía a una superioridad moral si no iba acompañada de buenasobras, también algunos eficaces servidores del trono lograron grandestítulos merced a un cometido particular que, frente a lo que habíaocurrido en el pasado, no se escondió del escrutinio público, sinoque se pregonó, aunque se relacionara con acciones que podían recor-dar a ojos de los malintencionados los denostados oficios «viles ymecánicos». Algunos de los nuevos nobles lo fueron del «real tesoro»,la «real proclamación», el «real transporte», o simplemente «delsocorro» de alguna plaza asediada 20.

Junto a ellos, nobles demediados, hidalgos residuales de la peri-feria peninsular, catalanes, vascos, asturianos y gallegos en una pro-porción importante, pero también irlandeses e italianos del nortey del sur, además de castellanos y andaluces, se presentaron en lasurbes americanas y también en sus áreas rurales con una voluntadinquebrantable de hacer carrera y «proseguir su mérito». Según unsimple y extendido punto de vista, les cabía el honor de combatirla enquistada corrupción que había hecho mella en «acreditadosestablecimientos antiguos» —en lugar primordial los cabildos— paraacabar con el desorden. A ellos se sumaron con un entusiasmo sóloequivalente a la voluntad de ocultación de estas complicidades quepracticaron tras la independencia, cuando en casos muy significativossus miembros ya se habían convertido en padres de la patria, sectoresnada desdeñables de la naciente y orgullosa burguesía criolla vinculadaa los negocios de un mundo atlántico en expansión, formada porindividuos no menos leídos y resueltos, cuya incesante actividad«transformó la sociedad tradicional y le imprimió rasgos inéditos» 21.

A partir de 1764, la agitación sacudió el Atlántico hispánico desdeambas orillas. Los organismos peninsulares proyectaron una reformapolítica que no primó como en el pasado la conservación de la monar-quía católica y la complementariedad de sus diversos reinos, sinola competición entre territorios y provincias. El objetivo fue promoveruna especialización productiva regional gestionada desde la metrópoli(palabra que se empieza a generalizar por entonces), así como lamejora de la administración, la fiscalidad y la puesta en defensa.En América, la propia evolución de su peculiar modelo cultural ylos importantes cambios políticos, demográficos, económicos y socia-

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les acontecidos desde finales del siglo XVII también jugaron un papeldecisivo y requirieron profundos ajustes. Las consecuencias de todoello quedaron crudamente al descubierto a partir de 1808, al ponera prueba la constitución que vinculaba a los españoles de amboshemisferios 22.

La expresión de la ciudad ilustrada mediante el lenguaje y lasclaves estéticas del neoclasicismo respondió a un intento de refun-dación virtuosa que aglutinó estas corrientes de inquietud atlánticay pretendió dotarla del orden y el equilibrio que, según los reformistas(tanto peninsulares como americanos), había perdido por causa desu corrupción y desorden. Pero una cosa era construir la urbs, lainstalación física de un entorno ajeno a lo rural, con artefactos nove-dosos como alamedas y cuarteles, y otra bien distinta refundar laciudad política, la polis, que se suponía tan deteriorada por la faltade amor al rey y la pujanza de los intereses particulares en su expresióncomunal institucionalizada, su civitas. Para transformarlas, hacía faltaun tiempo del cual el reformismo careció.

Por eso, aunque pretendió hacer de la monarquía bicentenaria,jurisdiccional, compuesta y consensual de los Austrias un imperioterritorial, geometrizado y centralizado, sus representantes cuandoles convino no dudaron en aplicar las viejas fórmulas del gobiernobasado en el pacto con poderes intermedios. El mismo reformismoque sustentó el inigualable acto despótico representado por el extra-ñamiento en 1767 de los jesuitas de los dominios del rey de Españano dudó en concertarse con los caciques y principales «mandones»de los reinos de Chile según el uso de los tradicionales parlamentos,que sellaban mediante el intercambio de regalos y la demostraciónteatralizada de las fuerzas respectivas la renovación de una alianzaque contentaba a todas las partes 23. En la Amazonía, el ilustradoingeniero militar Francisco de Requena no dudó en proponer laalianza con los indígenas como el único medio de lograr una presenciaefectiva mediante el establecimiento de núcleos de población enlas fronteras: era imposible concebir una iniciativa más tradiciona-lista 24. Al fin, el reformismo fue tan ecléctico en su génesis comoirregular en su desarrollo: la independencia constituye el telón defondo que señala para algunos autores su ostensible fracaso y paraotros la culminación de su éxito 25. Su andamiaje teórico, más unmosaico de ideas que un verdadero sistema, se cimentó en la refu-tación de una tradición política y constitucional ibérica de fuerteconsistencia y proclamó la insuficiencia de la integración transatlánticade las instituciones burocráticas, eclesiásticas y académicas españolas

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de ambos hemisferios, en la pretensión de que su desajustado fun-cionamiento había generado una organización social incoherente, unpeligroso e insoportable estado, identificable sin esfuerzo con lamonarquía barroca 26. Hasta las sabias trazas de las ciudades de losconquistadores habrían devenido por tanto «abandono y torpeza»en un laberinto irrespirable de callejuelas, pasajes y angosturas 27.

Dejando de lado visiones estereotipadas, resulta evidente quesectores nada desdeñables de los poderes criollos, indios principalesy miembros de castas, entendieron que se abría ante ellos un nuevoescenario político, en el que debían buscar su propio balance depérdidas y ganancias, especialmente si se encontraban inmersos encoyunturas de crisis y estancamiento. Frente al más inepto abso-lutismo, las tradiciones de gobierno local de consenso entre criollosy caciques constituyeron una alternativa viable si no eran desarti-culadas por reformadores autócratas. En la leal Tlaxcala, las necesariasobras públicas se vieron favorecidas por el consenso cívico entrelos vecinos españoles y los indígenas, que colaboraron en su cons-trucción y financiación 28. La embestida contra las metrópolis criollas,tan peligrosas para el programa ilustrado por contener en sí mismastodos los mundos posibles y disfrutar de un margen extraordinariode autonomía, se propuso desmontar su núcleo político virtuoso—que sustentaba el incipiente patriotismo local— e implicó una ferozcrítica hacia la labor llevada a cabo por los poderosos cabildantesy sus redes de paniaguados, servidores, «hechuras» o simples peo-nes 29. La «flagrante y comprobada incapacidad» detectada en loscabildos americanos se pretendió resolver por el procedimiento deseparar el gobierno y la administración de la ciudad. Se trató dealgo ciertamente inédito y en su forma más agresiva dedujo de lacarencia administrativa o de la ausencia de modernos procedimientosde fiscalización una falta de legitimidad política: vaciada de contenidola polis, era forzoso tomar el control de su expresión institucional,la civitas. Así, la exigencia repentina de una serie de requisitos tec-nocráticos encubrió a nivel municipal el cambio de la filosofía políticade la monarquía, desde una constitución consensual hacia otra decontrol, inadmisible de la antigua concepción de la república local.No obstante, es preciso reconocer que las instituciones municipalesdistaban de encontrarse en su mejor momento. Cuando Gálvez visitóla Nueva España, entre 1765 y 1771, halló el cabildo de la ciudadde Guadalajara, la segunda del reino, en estado agónico. En algunoslugares, tuvo que crear nuevos regidores 30. San Luis Potosí teníasólo dos actuando en representación de propietarios no residentes

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y uno de ellos era también su alcalde. Las haciendas locales carecíande protocolos administrativos; en muchas de ellas ni siquiera se lle-vaban libros de cuentas, a pesar de la pulcra exactitud exigida porlas leyes de Indias 31.

Algunos de los rasgos originales del cabildo habían entrado encrisis. La venta de oficios menoscabó su apoyo entre vecinos delcomún y pobladores, pues quedaron más expuestos a los abusosde los poderosos, gobernadores, corregidores y sus redes de con-chabados. Las diferentes facciones en pugna, con frecuencia unidaspor vínculos de paisanaje, funcionaban como conglomerados de inte-reses que contaban con complicidades judiciales y usaban, llegadoel caso, del soborno o la coacción para protegerlos. Pero, al mismotiempo, otras fuerzas suavizaban las acometidas faccionales y oli-gárquicas sobre el gobierno municipal. Excepto por cuestiones deprestigio, los nuevos patricios se interesaban menos que antes porlos oficios vendibles y renunciables, de modo que los precios alcan-zados en las subastas se mantenían o hasta bajaban; en otros casos,simplemente quedaban vacantes. En Cuzco se pagaron 8.000 pesospor la alferecía real en 1702; medio siglo después sólo valía 3.000.En Piura, una alcaldía de la Santa Hermandad, allí llamada «pro-vincial», bajó de 2.800 a 2.500 pesos entre 1713 y 1725 32. En NuevaGranada a comienzos del siglo XIX la desvalorización de oficios muni-cipales había producido una suerte de desobediencia civil a la horade servirlos, pues más que un honor representaban una onerosacarga. En 1802, el santafereño Agustín Benegas solicitó exenciónde oficios concejiles y cargos públicos por su avanzada edad y haberlosservido en demasía, pues había sido alcalde de la hermandad sieteaños y teniente de justicia mayor otros quince. Toribio de Posadainformó en 1810 que no podía servir la alcaldía de San Felipe dePortobelo por ser analfabeto «aunque vecino honrado», lo que des-pertó sospechas en las autoridades. Un caso peculiar fue el del ayun-tamiento de Marinilla, también en Nueva Granada, cuyos miembrossolicitaron a la Corona en 1803 la exención del requisito de ausenciade parentesco para ocupar sus regidurías, pues al ser casi todos losvecinos familiares entre sí era imposible de cumplir 33.

La tendencia del cabildo de las grandes capitales virreinales yde ciudades de tamaño medio a perder peso político parece habersido general 34. El establecimiento de los nuevos consulados de comer-cio a partir de 1790 y de las Sociedades de Amigos del País, queotorgaron a los criollos espacios de sociabilidad y expresión inde-pendiente, sólo pudo favorecerla 35. No obstante, su poder e influencia

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continuaron siendo proverbiales. Cuando se estableció en 1776 elvirreinato del Río de la Plata, el cabildo bonaerense no dudó enaspirar a un papel creciente y el virrey Ceballos apoyó sus peticionesen procura de un comercio más libre. Dos años después, aduciendoque representaba todos los intereses y sectores de la ciudad, se opusoal nombramiento de Vértiz para sustituirlo, lo que se consideró contoda la razón una afrenta y un precedente peligroso. Como con-secuencia de ello, dos regidores fueron deportados a las islas Malvinasy los otros ocho fueron inhabilitados por siete años para desempeñarcargos públicos. El perdón que obtuvieron poco después no disimulóel «real disgusto» en el que habían incurrido 36.

En 1771, cuando las reformas se encontraban en su momentoálgido, una Representación del cabildo de México —que conservóhasta la independencia una agrupación selecta, aunque no exclusiva,de la elite novohispana— protestó ante el rey porque se rumoreabaque los naturales de América iban a ser excluidos de servir las mitrasy primeras dignidades de la Iglesia y los empleos militares, de gobiernoy las plazas togadas de primer orden 37. En su escrito no dudaronen señalar que tal medida implicaba «trastornar los derechos delas gentes. Es caminar no sólo a la pérdida de esta América, sinoa la ruina del Estado» 38. Años antes, el peninsular Antonio de Ulloa,un marino y científico que no compartía el anticriollismo de Gálvez,había expresado un punto de vista similar:

«No comprendo la mejoría que pueda traer para el rey la nuevaplanta [las Intendencias] considerando como tal las libertades quelos vasallos gozan por acá, distintas de las que tienen en Europa,siendo convenientes para que subsista la lealtad y los intendentesaunque empiecen su establecimiento con suavidad, al fin han deaplicarse al mayor aumento del erario, sin atender a lo que una partele acrecientan, por otra le disminuyen» 39.

La implantación de las intendencias no dejó lugar a dudas sobrela intención real de limitar la autonomía de los municipios; la uni-formización bajo capa de dar igual tratamiento a todos los vasallos,así como el saneamiento y puesta al día de la gestión de sus haciendasy la necesaria promoción de obras públicas sirvieron de justificación 40.El intendente debía presidir las sesiones del cabildo de su capitaly sus subordinados en los distritos locales, los subdelegados, tomaronel control de las finanzas y otros asuntos, desde el movimiento delos fondos de la ciudad a la limpieza de las calles, plazas y edificios,provisión de agua, cuidado de caminos, canales y puentes, incremento

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agrícola, explotación de bosques y minas, reglamentación de los hos-pitales y cárceles o vigilancia de tierras, mercados, pulperías y pana-derías 41. Las ordenanzas de intendentes prescribieron el control delos propios y ordenaron los gastos en cuatro clases: dotaciones oayudas de costa señaladas a justicias, capitulares y dependencias delos ayuntamientos y salarios de oficiales y empleados, como el médicoo el maestro; réditos de censos legítimos o impuestos con facultadreal; festividades votivas o limosnas voluntarias y gastos precisos oextraordinarios. Unas juntas municipales formadas por un alcaldeordinario, dos regidores, el síndico y el depositario general fueronresponsabilizadas del manejo y custodia del dinero procedente delos propios y arbitrios; sus disposiciones no podían ser alteradas porel cuerpo de regidores. Un asesor letrado nombrado por el intendentepodía intervenir en las sesiones del cabildo y con frecuencia le impusosu criterio de manera despótica, como informaron con pesar desdeSantiago de Chile:

«El hacer un detalle de los ultrajes que han padecido y sufridomuchos de los individuos que componen el venerable cuerpo de larepública sería exponerse a la nota de una nimia prolijidad, o deun excesivo amor por sus distinciones, bastando decir que desdeel ingreso a su empleo no hay aquel sosiego que se gozaba en otrostiempos más serenos, porque ha creído que puede hacer prevalecersu dictamen en las juntas del ayuntamiento contra el sentir de losdemás, interrumpiendo y despreciando con voces ásperas e injuriosaslos pareceres que contempla opuestos a los suyos» 42.

La Junta Superior de Real Hacienda, radicada en la capital delvirreinato o capitanía general, constituyó otra instancia de fiscali-zación. Su papel resultó fundamental en el control centralizado deuna gestión económica municipal antes fragmentada en comparti-mentos estancos y autosuficientes. No fue menos importante la rup-tura con la tradición urbana en este campo, porque en aras de launiformidad se favoreció la disociación entre el casco y el términomunicipal. Frente a la idea de la ciudad como centro de un territorioo región en la que funcionaba como capital política y cultural, banco,mercado, centro distribuidor y lugar de referencia, vigente desdeel tiempo de los conquistadores, se abrió paso la separación de lorural y lo urbano. La urbe se concibió por primera vez sin la extensajurisdicción que le había conferido sentido y continuidad. El cambiofue de enorme gravedad. La red urbana americana se había nutridoen su segundo nivel de una galaxia de ciudades medianas y pequeñas

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que actuaban como cabeceras regionales y poseían una jurisdicciónmunicipal gigantesca. En ella solían asentarse multitud de pueblosde españoles e indios (siquiera en términos jurídicos, pues en impor-tantes áreas del continente sus habitantes ya eran mestizos, miembrosde castas y nativos forasteros o ladinos, hispanizados por ser cristianosque hablaban español), junto a estancias y haciendas en formacióny otras comunidades no oficiales, pero más o menos toleradas. Setrataba de campamentos y rancherías de mineros, llaneros y supuestosladrones de ganado, cumbes y palenques de esclavos huidos o «ro-chelas», núcleos de campesinos pobres y libres, zambos, mulatos,mestizos, blancos y negros, todos tácitamente aceptados porque lofundamental era que acataran la autoridad real y también porqueno había otro remedio 43.

La fragmentación de los términos municipales a manos de losintendentes, promotores también con frecuencia de nuevas pobla-ciones, redujo el poder de las ciudades más antiguas y facilitó sucontrol, pero también favoreció el establecimiento de otras y legalizónúcleos poblados existentes, presentados a veces como fundacionesestablecidas por ellos o sus empleados en el curso de alguna expe-dición benemérita y meritoria. Fue el caso de Cartagena de Indiasy las 44 «poblaciones nuevamente fundadas» entre 1774 y 1778por el capitán Antonio de la Torre, que no se debió a la iniciativade un intendente, pues en Nueva Granada fueron excepción. Ensus propias palabras, el contingente de pobladores allí radicado hastallegar a casi 42.000 personas se había formado agrupando la gentedispersa que vivía en los montes, descendientes de tropa y marinería,desertores, polizones, esclavos huidos, cimarronas, prófugos, crimi-nales escapados de los presidios y cárceles e indios que, mezclados,habían dado lugar a «una abundante casta de zambos, mestizos yotros matices difíciles de determinar», sin orden, trabajo ni vestido,«de que no necesitaban por no tener frío ni vergüenza» 44.

El caso de la «monstruosa jurisdicción» de Guatemala no resultamenos significativo. Tenía inicialmente 58 leguas, pero se redujoa 11 en 1573. El cronista criollo y regidor perpetuo Francisco Fuentesy Guzmán señaló en su Recordación Florida (1690) que contenía77 pueblos de indios; estos suministraban fruta, pescado, cereales,hierbas, ropas, carne y madera a sus habitantes bajo la supervisióndel cabildo. El pavoroso terremoto padecido por la ciudad en 1773,que impuso el traslado a un nuevo emplazamiento, sirvió de excusapara reducirlo a cinco leguas, con solo tres barrios o pueblos enla vecindad. El resto se dividió en dos corregimientos y como las

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protestas de la ciudad no cesaban, en 1778 el rey impuso un «perpetuosilencio» sobre el asunto. La aparición de núcleos poblados tambiénimplicó el conflicto por la posesión de parte de las viejas jurisdiccionesa las que habían pertenecido. El pueblo de Danlí, una rancheríade minas y ganado emancipada de la antigua Tegucigalpa, pidiótener autoridad sobre cinco leguas, de acuerdo con el estatuto reco-nocido por las ordenanzas de intendentes. El subdelegado de la capitalreplicó con acritud

«que aún las mismas cuatro leguas son excesivas de territorio a losalcaldes del pueblo de Danlí por carecer del privilegio de ayunta-miento, erección y confirmación en villa y como a tal pueblo suplicoa V. S. [el capitán general] mande señalarles su territorio, para queno se entrometan al de la subdelegación» 45.

La mejora y sofisticación de la administración urbana bajo lapresión de las intendencias también pretendió constituir una respuestaal fuerte incremento de la población y su creciente complejidad socialy étnica, reflejo de la emergencia de una sociedad de castas en buenaparte del continente 46. La gran metrópoli americana era México,que tenía en 1742 unos 98.000 habitantes. En 1772 llegaba a 112.462,en 1803 a 137.000 y en 1820 a casi 180.000. Por detrás se situabaun grupo de urbes en torno a los 50.000 habitantes: La Habanacontaba con 18.000 habitantes en 1741 y con 51.037 en 1791, peroen 1817 llegaba a los 84.075; Buenos Aires tenía 10.056 habitantesen 1744, 24.363 en 1773, 42.540 en 1810 y 55.416 en 1822; Lima—una de las pocas ciudades que perdió población en el siglo XVIII—tenía 52.627 habitantes en 1755, a nueve años de un terrible seísmo,y mil menos en 1791, pero en 1812 había llegado a 64.000; Gua-najuato tenía 32.000 habitantes en 1793 y 71.000 en 1803; Pueblacontaba con 42.000 habitantes en 1742 y 68.000 en 1803; Guadalajaratenía 11.294 habitantes en 1760, 34.697 en 1803 y 40.000 en 1813.Caracas tenía 18.669 habitantes en 1771 y creció hasta 42.000 en1812, poco antes del desolador terremoto que la dejó semidestruida.En torno a los 25.000 había muchas urbes. Cuzco tenía 26.000 en1754 y 32.000 en 1791; Santiago de Chile contaba con 21.000 en1758 y 30.000 en 1800; Arequipa tenía 24.000 en 1791; Querétaro,24.000 en 1779 y 35.000 en 1803; Santafé de Bogotá, unos 19.000en 1772 y 28.000 en 1809; Quito, 23.726 en 1784 y más de 25.000en 1810; Maracaibo, 10.000 en 1772 y 22.000 en 1800.

Por detrás, había un conjunto de ciudades que habían sido grandesvenidas a menos, otras que habían aumentado su población y algunas

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nuevas en pleno crecimiento. En Concepción residían 5.000 habi-tantes en 1758 y 17.000 en 1800; en Cartagena, 13.690 en 1777y 17.600 en 1809; Mendoza tenía 14.000 en 1812; Santiago de Cuba,11.000 en 1774 y 15.000 en 1792; Mérida de Yucatán, 7.000 en1742 y 10.000 en 1803; Veracruz, 8.000 en 1742 y 16.000 en 1803.Finalmente, existían ciudades pequeñas como Valencia de Venezuela,con los mismos 7.000 habitantes en 1772 y 1800; Barquisimeto pasóen ese período de 9.000 a 11.000 habitantes; Córdoba del Platatenía 11.000 habitantes en 1813; Monterrey, 7.000 en 1803; Asun-ción, 7.088 en 1793; Trujillo del Perú, 6.000 en 1791; la antes popu-losa Panamá, 7.831 en 1790; Tucumán, 4.000 en 1812; Valparaíso,5.000 en 1813; Medellín, 6.000 en 1772 y 5.000 en 1800; Cali,7.000 en 1789 y los mismos en 1807; Matanzas, 3.000 en 1774y 6.000 en 1792 47.

La comparación con las ciudades de la España peninsular resultasignificativa. En 1787, Madrid tenía 190.000 habitantes; Valencia,100.657; Barcelona, 92.385; Sevilla, 80.915; Cádiz, 71.080; Málaga,51.098; Valladolid, 23.284; La Coruña, 13.575; Bilbao, 12.787; SanSebastián, 11.494; Gerona, 8.014, y León, 6.051. El peso demográficode las urbes americanas en el conjunto de la monarquía es evidente 48.También resulta significativo el análisis, en la medida de lo posible,de los datos sobre distribución de la población en el territorio, peso dela capitalidad y consistencia de la red urbana. En 1778 la poblaciónde Buenos Aires era un 13 por 100 del total virreinal y Catamarca,Córdoba y Mendoza juntas reunían un 11 por 100 más; en 1800,estos porcentajes habían bajado al 12 y al 8 por 100, respectivamente.Santiago de Chile tenía en 1791 un 8 por 100 del total de la Capitaníay Concepción y Talca un 3 por 100; La Habana reunía un 19 por100 de la población cubana en 1792 y Puerto Príncipe, Santiagoy Trinidad otro 15 por 100, pero en 1827 los porcentajes habíandescendido al 13 y al 9 por 100. Lima tenía en 1791 un 5 por100 de la población virreinal, Arequipa, Huamanga y Cuzco un 8por 100; Caracas agrupaba el 7 por 100 de la población de la Capitaníaen 1772, pero Barquisimeto, Maracaibo y Valencia reunían el 8 por100. En 1800, los porcentajes habían bajado al 4 y al 5 por 100.Incluso en México, con una de las mayores metrópolis del mundoatlántico, la capital tenía el 3 por 100 de la población virreinal en1772, pero en 1803 y 1823 bajó al 2 por 100; Guanajuato, Pueblay Zacatecas reunían el 3 y el 2 por 100 del total en las mismasfechas. Con independencia de la desigual distribución de núcleospoblados en el territorio, resulta obvio que la brutal macrocefalia

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urbana es un fenómeno posterior a la independencia 49. Los sistemasde ciudades de la América española en las décadas anteriores a ellamuestran una distribución armónica de sus componentes, lo queprueba la posterioridad de la primacía de una urbe-capital, con losgraves efectos que causa sobre la ordenación del territorio, los flujosde población y la creación de riqueza 50.

Excepto en coyunturas peculiares, vinculadas a crisis agrícolascíclicas, no se produjo una transformación masiva de población ruralen urbana, debido a la ausencia de estímulos industriales o buro-cráticos de entidad suficiente, con la excepción del empleo en elejército y las milicias 51. Estas atrajeron en el área del Caribe a mulatosy pardos marginados en la ciudad o a residentes en áreas ruralespróximas y les ofrecieron oportunidades de ascenso social y prestigio,que culminaron con su acceso a las universidades o la compra decédulas de «gracias al sacar», equivalentes a certificados de blancuralegal, para escándalo y oprobio, entre otros, de los «grandes cacaos»caraqueños, que se opusieron a ello con la mayor firmeza 52. Es alta-mente probable que el notable crecimiento demográfico de las ciu-dades impulsara la comercialización de productos del campo en susmercados, atrayendo sectores dinámicos de las sociedades rurales.Así se pudo acelerar la ruptura del equilibrio comunitario tradicionala favor de las grandes propiedades y en contra de campesinos ycultivadores de pequeñas parcelas, conuqueros mestizos e indígenas.Las leyes y los tribunales todavía protegían de manera relativamenteeficaz los resguardos y terrenos de los pueblos de indios. El golpede gracia se lo darían las desamortizaciones de tierras del siglo XIX

y la extinción de los derechos comunales 53.La información existente sobre los totales de población permite

efectuar otras reflexiones. El incremento de los residentes en ciudadesdebió obedecer ante todo al crecimiento vegetativo y la emigracióntransatlántica voluntaria de blancos europeos y forzada de esclavosafricanos. Aunque el número de habitantes en urbes no creció entérminos absolutos respecto a su porcentaje por territorios, los puertosemergentes mejor integrados a la economía atlántica como La Haba-na, Caracas o Buenos Aires, los emporios del azúcar, el cacao ylos cueros, tuvieron un comportamiento distinto y atrajeron población.También es constatable que la emigración desde la península sedesvió a ciudades ligadas a los circuitos del comercio libre, con lasalvedad de las iniciativas repobladoras, una constante del período.A Luisiana fueron enviados canarios, alemanes, acadianos del Canadáfrancés e ingleses realistas de las trece colonias, tras la independencia

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norteamericana; a Florida partieron alemanes de la misma proce-dencia, junto a menorquines, cubanos, campechanos y canarios; aCuba fueron canarios y catalanes. Diversos grupos de peninsularese isleños se radicaron con más o menos fortuna en Santo Domingo,Yucatán, Guayana, las Provincias Internas de Nueva España, Hon-duras o Chile; indígenas de Florida fueron llevados a Cuba y negrosy mulatos «fieles» de Santo Domingo a Cuba y Yucatán despuésde la revolución haitiana.

Los sistemas de repoblación fueron variados, pues comprendierondesde el envío de soldados-colonos a presidios, el despacho de pobla-dores forzosos, milicianos sin oficio, presidiarios, vagamundos, pros-titutas y gentes «mal entretenidas» de las ciudades importantes, perotambién de pueblos y aldeas que se querían librar de «indeseables»,a la emigración voluntaria subsidiada por la Corona y regulada porla legislación de Indias bajo contrato con un particular 54. Algunosde los promotores de nuevas fundaciones merecieron el ennoble-cimiento por sus servicios: Domingo Ortiz de Rozas fue conde depoblaciones por haber fundado 16 villas en Chile entre 1749 y 1756;el teniente de milicias José Guzmán fue barón de la Atalaya en1778 por haber establecido San Miguel en el límite con el SantoDomingo francés; Miguel de Aycinena recibió en 1786 un marquesadopor su labor en Guatemala; Joaquín de Santa Cruz fue conde deJaruco en 1796 por su labor fundacional en Cuba y a AmbrosioO’Higgins se le honró con el marquesado de Osorno en 1796, trasrepoblar esta ciudad chilena asolada por los indígenas en 1604 55.

Otra de las características del siglo XVIII fue el dinamismo dela frontera urbana, que operó como vector fundamental de la con-solidación regional iniciada en la centuria anterior y fue clave parael «desenvolvimiento más intensivo del mestizaje en su diversas for-mas de composición racial» 56. Sin duda se ha enfatizado en demasíala desaceleración del proceso fundacional a partir de 1620 y suresurrección a partir de 1750. En realidad, es impresionante la con-sistencia con que se mantuvo en marcha: en este campo los reformistascarolinos se limitaron a aplicar con renovada disciplina las Ordenanzasde descubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias de 1573,paradigma de una experiencia multisecular que duró hasta la inde-pendencia, e incluso después. De ahí que resulte adecuado carac-terizar la segunda mitad del siglo como una nueva era de expansiónimperial, ocupación de áreas «vacías» e integración de territoriosmarginales, pero también sea necesario llamar la atención sobre susfundamentos institucionales y sociales. El presidio, el real de minas,

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la misión y la ciudad fueron elementos de una rica tradición fronterizay no deben verse en competición, sino integrados, pues constituyeronsoluciones a situaciones diversas, pero se encaminaron al mismo obje-tivo, la producción de espacio occidentalizado:

«Aventurándose en una hostil geografía, los misioneros difundiríanel evangelio y la buena nueva de la cristiandad; los indios convertidosserían agrupados en misiones donde los padres [...] les impartiríanla instrucción. Los misioneros serían protegidos por soldados, quese alojarían en presidios próximos a los establecimientos religiosos.Los soldados brindarían la fuerza física requerida para persuadir alos nativos, pero la fuerza se emplearía únicamente cuando fueranecesaria para obligar a los paganos a adoptar una actitud receptivaante las enseñanzas de los misioneros. Y las familias de los soldadoslos acompañarían hacia la frontera, vendrían comerciantes a venderlesbienes y los agricultores y rancheros recibirían tierras en las inme-diaciones. Las colonias de orden civil crecerían, así, en torno a lospresidios y las misiones. Este triple ataque sobre [...] territorios vír-genes, se creía, pondría gradualmente bajo el poder y la dominaciónespañolas la distante frontera» 57.

Hubo también elementos nuevos. En primer lugar, la secula-rización ejercida por el reformismo de frontera, que trajo conflictoscon misioneros demasiado independientes, desde los jesuitas expul-sados en 1767 a los capuchinos catalanes de Venezuela y tantosotros religiosos hostilizados por gobernadores e intendentes regalistasy remisos al poder eclesial. La pretensión de centralización y uni-formidad supuso la extensión de instituciones de unos lugares aotros. Entre ellas destacaron las paces y «parlamentos» generales,celebrados para negociar acuerdos de convivencia e interés comúncon indígenas independientes y ariscos y con negros arrochelados.Se realizaron con tocagües, araucanos, chiriguanos, yaquis, comanchesy apaches en Nueva España o darienitas y palenqueros en NuevaGranada. También los hubo en Florida y en Chile, donde regularonuna guerra fronteriza secular e incluyeron el establecimiento en San-tiago de «caciques embajadores permanentes» 58. No resultó menosimportante la creación de «provincias internas». Estas fueron enti-dades administrativas especiales, dirigidas a formalizar las políticasde colonización y poblamiento de vastos territorios interiores delcontinente: en verdad, colaboraron a abrir el interior del NuevoMundo. Aunque la más conocida y exitosa fue la Comandancia Gene-ral de las Provincias Internas de Nueva España (1776), hubo expe-

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riencias similares en la Guayana venezolana, en Mainas en la audienciaquiteña y en Mojos y Chiquitos en el Alto Perú 59.

El fenómeno de expansión de la frontera urbana alcanzó a todoslos territorios americanos 60. En Santo Domingo, se fundaron SanFelipe de Puerto Plata (1735), Santa Bárbara de Samaná (1756)o Sabana de la Mar (1760), en parte con emigrantes canarios. EnCuba, se refundó Pinar del Río (1773) y se establecieron Nuevitasy Mariel; en Florida se erigieron enclaves fronterizos como los fuertesde San Marcos de Apalaches, Nogales o San Fernando de las Barran-cas y en Luisiana se poblaron con peninsulares Galveston, Barataria,Nueva Gálvez e Iberia, algunos de cuyos habitantes se radicaronen Veracruz tras la cesión del territorio a Francia en 1803.

En el septentrión novohispano surgieron una sociedad y una eco-nomía originales, cuyos agentes fueron los gambusinos o buscadoresde metales preciosos, aventureros de toda ley, soldados y capitanesambiciosos y frailes mesiánicos. A ellos se unieron agricultores yganaderos peninsulares, indios tlaxcaltecas y tarascos traídos del sury los propios nativos chichimecas y de otras etnias «rescatados dela barbarie». Aislados, poco numerosos, obligados a defenderse así mismos, cuidaron de sus socavones, pueblos, iglesias, presidiosy ranchos con denuedo y desempeñaron todos los oficios, pues «erana la vez carpinteros, agricultores, cocineros, vaqueros, arrieros, explo-radores y organizadores de hombres» 61. El noroeste se comunicabacon el resto del virreinato por el camino de «tierra adentro», queiba hasta Santafé de Nuevo México bordeando la Sierra Madre occi-dental; su vertiente hacia el Pacífico estaba casi despoblada. El con-tacto con las misiones y presidios de Texas era muy difícil. Pesea las dificultades, el impresionante impulso fundacional llevó a lacolonización de Sierra Gorda desde 1748 y al establecimiento demás de veinte pueblos hacia el norte, como Laredo, Dolores, Reinosa,Soto de la Marina o San Antonio. En ellos coexistieron dos tiposde trazas distintas, una de nueve manzanas cuadradas de lado yplaza central y otra con manzanas cuadradas y rectangulares enfren-tadas alrededor de una plaza mayor cuadrada; las manzanas fueronmayores que las habituales en el siglo XVI, pero los solares más peque-ños, lo que aumentó la densidad 62.

En el profundo norte, a partir de 1772, se consolidó la míticafrontera califórnica, que aglutinó misiones, pueblos y presidios. Estossirvieron como refugio a civiles y soldados, pero en raras ocasionespermitieron organizar campañas eficaces contra los nativos que incur-sionaban desde las grandes praderas 63. Hacía tiempo que existía

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una red de presidios para proteger reales de minas como Sombrerete,Real de Catorce, Saltillo, Parral y Chihuahua o urbes como Durangode los ataques de apaches, comanches, semis o tarahumaras. Lalínea defensiva atravesaba desde el Pacífico al Caribe por Sonora,Sinaloa, Nueva Vizcaya, Arizona, Nuevo México y Texas y constabade quince presidios colocados a quince leguas unos de otros. Des-tacaban los de Tubac —una agrupación de edificios de adobe sobreuna elevación, presididos por una casa de guardia y residencia delcapitán, rodeados de una capilla y con algunos barracones de soldados,todo ello sin fortificar—, Terrenate, El Paso, Janos, Buenaventura,Julines, Cerro Gordo, Santa Rosa, Monclova y San Antonio 64. Juntoa este se fundó en 1731 de acuerdo con las Ordenanzas de 1573la villa homónima con 16 familias canarias compuestas por 56 miem-bros, que habían sobrevivido a un penoso traslado desde Cuba yVeracruz. El resto del siglo llevaría una existencia sencilla de ciudadganadera, alterada tan sólo por los periódicos intentos de los gober-nantes de Texas, allí residenciados, de moralizar la vida pública yacabar con el juego, los robos, los amancebamientos escandalosos,la destilación clandestina de licor y las carreras de caballos en lascalles 65.

Por fuera del contorno protegido existían otros presidios, comolos de Monterrey en California o Santafé y Robledo en Nuevo México.Allí el fenómeno urbanizador se manifestó de maneras distintas. SanCarlos, San Diego, San Antonio de Padua, San Gabriel y San LuisObispo fueron misiones fundadas por fray Junípero Serra entre 1769y 1772; San Juan Capistrano, San Francisco y Santa Clara se esta-blecieron en 1776 y 1777, Buenaventura en 1782, Santa Bárbaraen 1786, San Luis Rey en 1798 y San Francisco Solano en 1823.San Diego, San Francisco y Santa Bárbara (con 203 habitantes, deellos 47 mujeres, en 1785) además de misiones fueron presidios.En cuanto a las ciudades, no resultaron menos importantes 66. SanJosé de Guadalupe (1777), Los Ángeles (1781) y Branciforte (1796)lo fueron desde sus inicios 67. Mientras los presidios eran sostenidoscon situados de las Provincias Internas, las misiones se mantuvieroncon el «fondo piadoso» de California 68.

En Guatemala destacó el traslado a una nueva capital tras elterremoto de 1773 —la nueva traza cuadrada mostró pequeños atre-vimientos del urbanismo ilustrado, tendentes a cuestionar la regu-laridad tradicional, pues la plaza mayor se desplazó al norte y huboelementos asimétricos— y se fundaron pueblos y villas para mestizosy ladinos, como San Luis de las Carretas (1784), San Salvador (1802),

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Jocotenango, San Pedro, Potresillo (1810) y Santa Rosa, esta últimaen Honduras. Algunos emigrantes gallegos que iban a fundar unavilla en la Mosquitia fueron enviados a Trujillo con el objeto dereforzar su débil poblamiento. En Nueva Granada, se fundó El Banco(1744), con negros libertos, mestizos y blancos pobres, pero lo másimportante fueron las citadas «nuevas poblaciones» de Cartagena(con trazas de 48 manzanas cuadradas o irregulares, según los casos),entre las cuales destacaron Montería, Sincelejo, Sonsón y Ciénaga.En el Darién se construyeron casas fuertes en Yaviza, Chepigana,Cana y El Real y en 1786 el ingeniero Antonio de Arévalo erigiólos fuertes de San Rafael y San Gabriel para proteger las poblacionesdel golfo de San Blas y Carolina. En el Pacífico surgió el fuertedel Príncipe, que debía dar salida a un futuro camino interoceánico,pero en 1789 una real cédula ordenó abandonar los costosos esta-blecimientos de Mandinga, Concepción y Carolina, destruir los fuer-tes y demoler las iglesias «para que no fueran profanadas por lossalvajes». En Venezuela, se fundaron Puerto Cabello en la costa,Ciudad Real y Real Corona (1759) en el Orinoco, Angostura (1764)en su desembocadura y San Fernando de Atabapo, Esmeraldas ySan Carlos de Río Negro en la ruta fluvial amazónica. Esta últimase convirtió en la localidad limítrofe con el Brasil portugués.

El Río de la Plata fue en sentido urbano una realización die-ciochesca. En 1724 se fundó Montevideo para proteger la desem-bocadura fluvial y luchar contra el contrabando; sobre uno de losejes de salida de la descentrada plaza mayor se situó la ciudadelay las 32 manzanas en damero de la traza inicial se sortearon entrelos canarios que fueron sus primeros pobladores civiles. En sus alre-dedores se fundaron en 1776, tras la toma española de la coloniade Sacramento, pueblos como Las Piedras, Florida o San Juan Bau-tista, con algunos blancos que vivían dispersos 69. Más allá surgióun segundo cinturón urbano con San Fernando Maldonado, SanCarlos, Melo (de plaza rectangular) y Batoví, que fueron lugaresfundamentales en la defensa frente a los lusobrasileños. Con el mismopropósito se consolidaron en Paraguay presidios y núcleos urbanos,como San Felipe Borbón (1714) al norte y La Villeta (1718) al sur.Entre ambos se levantó una línea de presidios desde San Jerónimo,extramuros de Asunción, a Lambaré o El Reducto, que fueron refor-zados desde 1761 con Ibioca, Maicampan o Ñembucai. En 1745surgió San Agustín de la Emboscada con negros y pardos librescomo pobladores; después del Tratado preliminar de San Ildefonso(1777), aparecieron en el río Paraguay Pilar Ñeembucó y Rosario

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Cuarepotí. En las Malvinas, tras la expulsión de franceses y británicos,se fundó Puerto Soledad (1767). En la Patagonia, emigrantes astu-rianos, gallegos y castellanos fundaron en 1778 Puerto Deseado comobase pesquera y de extracción salinera. Con el objeto de protegerla,se establecieron diversos fuertes: San José (1779) y Carmen de Pata-gones (1782). En Chile, donde el suelo realengo para nuevas fun-daciones era escaso (la tierra debía ser adquirida a particulares) yla existencia de una frontera indígena abierta había producido unaacusada desruralización, la Junta de Poblaciones impulsó con el apoyodel capitán general Manso de Velasco la fundación de diez ciudades,entre ellas Rancagua (1743) o Santa Cruz de Triana. La hazañase narró en una leyenda contenida en su plano en estos términos:

«El gran Filipo quinto, el animosode las Españas y de las Indias dueño,en estados y en armas tan glorioso,a todo el mundo asombra su real ceño.Edifica ciudades, puebla villas,teatro es el orbe de sus maravillas,Don José Manso de Velasco ardiente,en su celo y acero fulminante,siendo de aquesta audiencia presidente,se extendió en poblaciones más que Atlante» 70.

En tiempos de otro capitán general, Domingo Ortiz de Zárate,se fundaron quince poblaciones y se trasladaron o reconstruyeronChillán y Concepción, arruinadas en 1751 por un terremoto. Estaúltima

«contiene rasgos ejemplares en su traza: la plaza, de 150 varas porlado, presenta en el situado al sur varios cuarteles para artillería,infantería y dragones veteranos. La plaza va, en este caso y con justiciade su rango militar, a titularse «plaza de armas». Los edificios quecontienen estos cuarteles junto a la catedral (obra hecha sobre losplanos de Sabatini, Toesca y Palomino), la iglesia de San Pedro,el palacio del arzobispo, la casona de los gobernadores, el ayun-tamiento y los que ocupa un poderoso criollo (José de Urrutia) poseenuna unidad vertebral arquitectónica neoclásica: que es como unaatmósfera nueva colocada sobre el clásico esqueleto del damero» 71.

En las décadas siguientes hubo en Chile más preocupación porla fundación de pueblos de indios, pero también se establecieronciudades como Talcahuano y Tucapel, en plena Araucanía: el capitán

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general Ambrosio O’Higgins retomó el impulso urbanizador y esta-bleció Maipo (1792), Linares (1794), Osorno (1796) —con la pre-tensión de convertirse en la utopía perfecta de una comunidad dehacendosos labradores y laboriosos artesanos— o Llopeu (1797).

Las reformas urbanas expresaron el ideal de las ciudades ilustradascomo máquinas cuyos mecanismos se encontraban en perpetuo movi-miento. De ahí que las más importantes experimentaran una profundatransformación, fundada en una nueva idea de civilidad. En adelante,el espacio público se querrá separado del privado y desgajado delos ámbitos de lo íntimo (concernientes a la vida privada oculta,pues la exterior debía mostrar comportamiento adecuado) con unapretensión de transparencia absoluta 72. La rapidez de este cambiofue tan asombrosa que se puede hablar de una revolución de losmodelos descriptivos, que pasaron de fijarse en la abundancia delas ciudades a hacerlo en su inmundicia. Todavía en 1777 Juan deVieyra señaló en su Breve y compendiosa relación de la ciudad deMéxico que el interior de la plaza mayor, adornada por «la famosafuente que forma un perfectísimo ochavo», era «un abreviado epílogode maravillas», con toda clase de frutas y hortalizas expuestas, «queni en los mismos campos se ve junta tanta abundancia». En 1788,sin embargo, un anónimo Discurso sobre la policía de México señalaba:

«Domina en esta ciudad un desorden en la manipulación y ventade alimentos condimentados y preparados con fuego, que apenashay plaza y aún calle donde no se fría o guise, causando no sólolas contingencias de incendios sino el humo, olor u otras incomo-didades inseparables» 73.

Los representantes allí del nuevo urbanismo neoclásico, que pre-tendieron imponer unidad, regularidad, simetría, proporción y pers-pectiva, en aras de su proyecto de ciudad política orientada a lafelicidad de sus habitantes mediante la ciencia y la industria y laimplantación de conductas higiénicas, morales y racionales, perci-bieron la antes laureada plaza mayor como «muy fea y de vistamuy desagradable» 74. Pero lo peor era el elemento humano quela habitaba: «Lo desigual del empedrado [... ] los montones de basura,excrementos de gente ordinaria y muchachos, cáscaras y otros estor-bos la hacían de difícil andadura». La famosa fuente fue denigradasin contemplaciones:

«Esta pila fue una gran inmundicia, el agua estaba hedionday puerca, a causa de que metían dentro para sacar agua las ollas

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puercas de la comida de los puestos y también las asaduras paralavarlas. Las indias y gente soez metía dentro los pañales de los niñosestando sucios para lavarlos fuera con la agua que sacaban [...] elenlosado de afuera estaba lamoso y resbaloso a causa de la jabonaduraque despedía la ropa que lavaban al derredor» 75.

Por entonces se perdieron las primeras iglesias de México, comola del Amor de Dios, reemplazada por una tienda y una vivienda;la de San Felipe, convertida en casa de vecindad; la de San Pedroy San Pablo (1784) y la capilla del Gallo, pero por contraste apa-recieron la Real Academia de San Carlos (1784), impulsora de laestética neoclásica, o el formidable palacio de minería del valencianoManuel Tolsá, construido entre 1797 y 1813. En ese escenario irrum-pió, como predestinado a restaurar las pasadas glorias de la ciudad,el habanero Juan Vicente de Güemes, conde de Revillagigedo y virreyde Nueva España de 1789 a 1794. Fue él quien hizo «desembarazartotalmente la plaza mayor de sus puestos y sus cabañas», limitóel mercado a la explanada del Volador y dispuso la limpieza, empe-drado y regularización de las calles y la recogida de las basuras.Además, ordenó al arquitecto jefe de la ciudad, Ignacio Castera,levantar un plano con el objeto de «conciliar el mejor orden depolicía y de construcción futura». A este respecto, es interesantesubrayar que las obras pretendieron restaurar la ciudad a «la her-mosura material y la salubridad del aire» que había tenido en susorígenes cortesianos, perdidos por las irregularidades abiertas en latraza, los callejones y vericuetos.

Que en el curso de las obras en la plaza aparecieran el calendarioazteca de la piedra del sol y el monolito de Coatlicue, la diosa terrestrede la vida y la muerte, representada por una mujer con una faldade serpientes y un collar de corazones de sacrificados, no menoscabóel fervor transformador del virrey 76. La exuberancia normativa desu programa también se hizo patente en los bandos que establecieron«una casa de alquiler de coches y cupés decentes, situando algunosen parajes públicos para fletarlos solamente por horas, a precioscómodos», o castigaron al que rompiera o robara el alumbrado: «elque quebrare algún farol, [de los que existían 1.128 en la capital]aunque sea descuido lo pagará y si no tuviere con qué, se le aplicaráa donde lo devengue con su trabajo». No era cuestión de broma;quien se enfrentara a los guardias que los cuidaban podía arriesgarse,según los casos, a tres años de trabajos forzados, destierro y multas.

No son menos significativas las órdenes de Revillagigedo paraque hubiera vigilancia militar en los paseos de la Alameda y Bucareli.

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Allí, los soldados debían ordenar el tráfico e impedir la entrada de«gente de mantas o frazadas, mendigos, descalzos, desnudos o inde-centes». Los vendedores de dulces fueron permitidos a condiciónde que no los fabricaran allí y vinieran vestidos 77. La desnudez seconsideraba en general una consecuencia de la ociosidad y madrede otros vicios, como la afición desmedida a la bebida en las pulqueríasy la entrega desenfrenada al juego, que llevaba al común de lasgentes a empeñar la ropa en las pulperías o a perderla en envitesdesafortunados 78. En esta materia, Revillagigedo obtuvo un gran éxi-to, pues impuso a los 5.000 hombres y 2.000 mujeres que trabajabanen la gigantesca Real Fábrica de Puros y Cigarros —cuyo edificioneoclásico levantado entre 1793 y 1807 fue un logro de la arquitecturaindustrial a escala mundial—, así como a los 500 operarios de laCasa de la Moneda, la compra de una vestimenta adecuada concargo a su salario 79. El testimonio del peninsular José Gómez, queresidió en México en su etapa de gobierno, la resumió con la concisiónexigida a una Relación de mando:

«En su tiempo se hicieron agujeros por toda la ciudad y se sacaronvarios ídolos del tiempo de la gentilidad [...] En su tiempo se quitóel repique de las campanas con esquilas [cencerros pequeños] entodas las iglesias [...] por mandado del virrey se mataron más de20.000 perros. Se pusieron en todas las calles faroles y unos hombresque los cuidaban que se llamaban serenos y que estaban toda lanoche gritando la hora que era y el tiempo que hacía. Se pusieronunos carros para la basura y otros para los excrementos de casas,con su campana. Todos los miércoles y los sábados de la semanase barrían todas las calles y se regaban todos los días y si no semultaba a los vecinos con 12 reales. Se quitaron de palacio todaslas imágenes que había de Cristo y de la Virgen [...] Se pusieronen todas las calles o esquinas los nombres y los números de lascasas en azulejo. Se pusieron coches de providencia, que no los habíani se habían visto» 80.

Lo cierto es que Revillagigedo fue tanto un gobernante singularcomo el representante de un estilo de mando visible en muchasciudades de la América española en las últimas décadas del siglo,cuyo programa de obras públicas solía conllevar la construcción deun cuartel, un hospital, el traslado extramuros del cementerio, lamejora y construcción de nuevos puentes y caminos, fuentes de aguapotable, sistemas de alcantarillado, paseos, teatros, plazas de toros,jardines y alamedas, así como una serie de mejoras de las condiciones

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de habitabilidad, entre las que se contaban aquellas relacionadascon la limpieza, empedrado, alumbrado y jardinería. Su contem-poráneo en el Perú, el marino Francisco Gil y Lemos (1790-1796),estableció en Lima una academia de bellas artes, un gabinete ana-tómico, un hospital y una escuela náutica 81. Sus habitantes encon-traron gran esparcimiento en la alameda de los descalzos, arregladacon fuentes, esculturas y parterres, el escenario perfecto para lasseductoras tapadas, que usaban un rebozo para taparse medio ojoy causaban estragos entre los limeños por su singular atractivo. Alfinal de siglo, el virrey O’Higgins mandó construir la carreteraLima-Callao con tres calzadas: una central empedrada para vehículosy dos laterales apisonadas para peatones. Esta iniciativa supuso elrebasamiento definitivo de la muralla y la apertura de una nuevaetapa urbanística 82.

En Buenos Aires, una ciudad guarnición llevada a la opulenciapor la industriosidad y maña de sus grandes comerciantes, un virreynovohispano, Juan José de Vértiz (1778-1783), descubrió al llegarla fealdad de las construcciones, las dificultades de la circulaciónprovocadas por el cieno y el peligro para la salud pública de lascarroñas de la vacas sobre las calzadas, que atraían multitud de roe-dores 83. De inmediato, junto al intendente Francisco de Paula ySanz, puso en marcha medidas como la prohibición de arrojar basurasa la calle o las orillas del río, la nivelación y empedrado de las callesy la eliminación de cactus de los alrededores de la plaza mayor,que según creían le otorgaba un aspecto rústico. También ordenaronabrir calles cerradas de manera arbitraria; los pulperos recibieronorden de no cortar leña en la calle y se exhortó a los artesanosa entrar a sus casas las mesas y bancos de trabajo que colocabandonde les apetecía, a fin de no entorpecer la circulación de los vian-dantes. Las calles se iluminaron con faroles de grasa de vaca, perocon frecuencia fueron robados o rotos. Vértiz también fundó el pro-tomedicato, un hospicio, un corral de comedias, una imprenta yuna casa de expósitos. A comienzos del siglo XIX se acometió lareforma de la plaza mayor, que fue dotada de arquerías; la plantabaja se ocupó con tiendas y el primer piso tuvo depósitos y habi-taciones. El mercadeo permanente de toda clase de objetos y ali-mentos sólo se detenía en ocasiones especiales, cuando el recintoacogía fiestas, espectáculos, corridas de toros o ahorcamientos dedelincuentes, cuyos cadáveres eran a veces cortados en trozos y lascabezas y manos arrojadas a los lugares donde habían perpetradosus crímenes 84.

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En Santiago de Chile sucesivos gobernantes favorecieron las obrasen la plaza mayor, la audiencia, el palacio del capitán general, lanueva catedral (1775), la aduana, el cabildo (1790), el palacio dela moneda (1805) y el consulado (1807), mientras en Quito fueel barón de Carondelet (1799-1807) quien ordenó restaurar el palaciode gobierno, el atrio y portadas de la catedral y poner en marchaun servicio de limpieza y recogida de basuras. En Caracas, en tiemposdel gobernador Manuel González (1782-1787) se edificaron los puen-tes de Carlos III y la Trinidad, un corral de comedias y una alamedasegún el modelo del Paseo del Prado madrileño, con el fin de

«contribuir al mayor lucimiento de esta ciudad y que al mismo tiempohaya una diversión pública que sirva para establecer en sus moradoresla sociedad política y de alivio a los que ejercitándose en el trabajode sus respectivos oficios soliciten el recreo del ánimo en aquel cómodorato dedicado al descanso» 85.

Como en otros casos, la alameda no sólo rompió la tradiciónreticular, con todo lo que ello significaba de novedad, sino que ofrecióa las nuevas clases acomodadas un lugar de renovación de airesy encuentro social, dedicado a intercambiar impresiones y miradas,al margen de los viejos espacios y estilos. En Santafé de Bogotá,el virrey Ezpeleta (1789-1796) mandó construir el puente sobre elrío Bogotá, llamado «del común», empedrar la calle real, abrir unhospicio «para la recolección de mendigos y para que los miserablesforasteros y errantes disfrutaran del asilo que demandaba su condiciónde invalidez o calamidad», estableció escuelas para niños, orquestas,tertulias y hasta logró que se construyera un teatro. En su apertura,se representó la comedia «El monstruo de los jardines», de PedroCalderón de la Barca 86.

El efecto de emulación de las grandes capitales fue considerable.Donde era posible se mejoraba el suministro de agua; México con-sumía de manantial, Caracas y Popayán de río, Cartagena de lluvia,Querétaro y Santiago de Chile de río y manantial, Veracruz de ríoy lluvia, y Lima de río, manantial y pozos, mientras que BuenosAires recurría a la de río, lluvia y pozos. Por sus calles, como enLima y otras ciudades, la vendían los populares aguateros, por logeneral negros esclavos que lograban con esta actividad remuneradaahorrar para pagar su manumisión. El agua «gorda» se reservabapara la plebe y la «delgada» para los pudientes, pero las enfermedadesatribuidas a sus deficiencias (catarro, garrotillo, asma o litiasis), aque-jaban a todos por igual. A pesar de importantes novedades médicas,

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como la vacuna, introducida desde 1803 en toda la América española,todavía hacían estragos mortíferas epidemias 87.

La limpieza y eliminación de las calles de estiércol, perros sindueño, animales muertos y otros desperdicios se consideraron partesustancial de una buena imagen urbana y la «desagradable fetidez»supuesta en Cuzco o San Luis Potosí fueron combatidas con dis-posiciones que obligaron a los vecinos a sacar las basuras. El empe-drado de las calles se acometía por lo general con piedra huevillo(guijarros de río) en las calzadas y losas o piedra tallada en las aceras.Buenos Aires, en cambio, tuvo aceras de ladrillo debido a la carenciade piedra. En cuanto a la iluminación, era un asunto «de policía».De ahí que los bodegoneros, mercaderes y dueños de pulperías tuvie-ran que poner faroles en las puertas de sus establecimientos o pagarun arancel al cabildo para su mantenimiento. En Veracruz su ins-talación se justificó por el decoro debido a toda «población culta»,el «carácter expuesto» de su plebe y la frecuente presencia de mari-neros 88. Además de los fijos, existían faroles ambulantes, que eranportados por guardianes —tres en el caso de Santafé de Bogotá—o por esclavos que prestaban este servicio, como en Córdoba, ala orden de «Ah, muchacho, el farol y vente presto» 89.

La ciudad americana de casas caídas, iglesias apuntaladas y callesllenas de basura, barro y aguas fecales se presumió que había quedadoatrás. Aunque Panamá ofrecía un aspecto lamentable en 1761, seacometió la construcción de empedrado, alcantarillado, una nuevaplaza y se repararon iglesias y edificios. Veracruz tenía en 1797 empe-drado, acueducto y alumbrado de aceite; el cementerio se habíatrasladado extramuros. La importancia del empedrado era extremaen ciudades tropicales porque reducía el riesgo sanitario. El ingenieromilitar O’Dally utilizó los adoquines del lastre de los buques paracubrir las calles de San Juan de Puerto Rico; Cartagena tambiénfue adoquinada. En La Habana se adornó la plaza mayor con ceibasy jardines, se empedraron las calles, se abrieron las alamedas dePaula y el Nuevo Prado y se inauguró el alumbrado; en la nuevaGuatemala, en cambio, estos trabajos tropezaron con grandes difi-cultades por las peculiaridades del terreno. En época de lluvias, elagua cubría las aceras y la sangre del matadero bajaba como unarroyo pestilente desde los barrios altos de Habana y Capuchinos.No resulta extraño que algunos pobladores de la vieja ciudad pre-tendieran seguir en ella tras el terremoto de 1773 y para mostrarsu voluntad de permanencia se esmeraran en la limpieza de suscalles y plazas, destinadas por imperativo legal a la evacuación for-zosa 90.

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La reordenación del espacio urbano obedeció a políticas de largosalcances, cuya persistencia en el tiempo era imposible de prever.Pero además el escenario físico y humano de las ciudades americanasfue más difícil de transformar de lo que una voluntad política, pormuy regalista y despótica que fuera, podía lograr. Algunas inves-tigaciones apuntan que el deterioro y abandono de los centros his-tóricos existió en el siglo XVIII y se produjo de una manera «natural»,ajeno a reestructuraciones tecnocráticas del tejido urbano. Es inne-gable que la división en barrios y cuarteles fue determinante, porqueimpuso una geometrización de innegable efecto urbanístico, fiscaly propagandístico. Sin embargo, algunas investigaciones muestranque estos simulacros de orden podían encubrir la soledad y la escasezdramática del número de españoles peninsulares, pero también decriollos americanos, en el seno de la «innumerable multitud» de«color quebrado» que habitaba las ciudades. También es constatablela exitosa aproximación de mestizos, mulatos, indios y negros libreshacia los centros urbanos, antaño reservados a los conquistadoresbeneméritos y sus descendientes, contrarrestada por la escapada deviejos y nuevos patricios hacia las haciendas, estancias, cosos y chacrasde residencia, recreo y abastecimiento de las afueras 91.

No debió ser ajeno a este fenómeno, en unas regiones más queen otras, el aumento exponencial de las áreas extramuros de algunasurbes, que se extendían por el término pero también presionabanhacia el antiguo casco 92. En Guatemala, los indios ladinos se habíanaposentado en las cercanías de la plaza mayor y era habitual la pre-sencia de mestizos y mulatos en cofradías y gremios, casados además,para escándalo de algunos, con blancas de orilla. En Panamá, eldeterioro de intramuros y el olvido de los patrones jerarquizadosoriginales era ostensible, a pesar de que el amurallamiento habíaexpulsado al arrabal a los indigentes y gentes de castas y la divisiónde solares (en torno a 300) había pretendido consagrar de maneramatemática el dominio de las familias principales, pues no habíalugar para nadie más. En México, el centro era tan comercial comopopular. Tras la revuelta de 1692 allí se había levantado el Parián,llamado así por el distrito comercial al menudeo controlado por loschinos en Manila; en 1816 tenía 180 tiendas de gran tamaño. Aloccidente estaba el portal de mercaderes y un callejón de tiendasal por menor; al sur se hallaba el portal de las flores, donde seaposentaban mujeres indígenas y en la propia plaza mayor las mulatasvendían sobre esteras de palma y tela toda clase de artículos y moji-gangas. En Lima, los artesanos, confinados en los arrabales, se las

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habían arreglado, quizás sacando ventaja de la crisis económica yel daño sufrido por las familias principales a causa de la fundacióndel virreinato del Río de la Plata y la implantación del comerciolibre, para regresar al centro del que habían sido expulsados unsiglo atrás. Lo importante para ellos era dejar atrás los terribles obrajesy las infernales panaderías de las afueras, que funcionaban comolugares de castigo 93. En Buenos Aires, una ciudad donde el númerode negros y mulatos siempre fue elevado, había hasta morenos libresque poseyeron esclavos, vendieron sitios y casas y promovieron cons-trucciones 94. En Cartagena, una tercera parte de la población vivíaen el fortificado arrabal de Getsemaní, comunicado con el cascopor el puente de San Francisco. La importancia del servicio doméstico,la artesanía, el comercio y las instituciones militares implicó un tráficopermanente de personas que configuró una urbe con un alto por-centaje de negras y mulatas libres dedicadas a toda suerte de oficios,oficiales, marineros y soldados en tránsito y un buen número delibres, artesanos y militares pardos con una elevada posición social:241 de ellos tenían reconocido el título de «don» o «doña» 95.

Si el hábitat natural del soldado era la ciudad y el signo deltiempo era la restauración del orden, resultaba del todo natural quese dividiera en cuarteles; la iniciativa resaltaba el propósito, tantasveces enunciado, de poner a sus habitantes en policía. En 1782,el casco y los arrabales de México se redujeron a ocho cuartelesmayores (barrios) y 32 menores, gobernados por los cinco alcaldesde la sala del crimen de la audiencia, el corregidor y los dos alcaldesordinarios. El de alcalde de barrio era oficio concejil de cuyo ejerciciono cabía excusa, honorífico, por dos años y uniformado con casacay calzón azul, vuelta de manga encarnada y en medio de ella alo largo un alamar (presilla y botón, u ojal sobrepuesto) de plata.Llevaban bastón de mando. Cada cuartel menor tenía un escribanopara servicio de jueces y atención a las funciones de seguridad yjudiciales de los alcaldes, en especial por las noches:

«Como por lo regular el delincuente huye de la luz, es necesarioque los alcaldes no aflojen en el trabajo de rondar de noche ensus cuarteles; antes si se esmeran, poniendo la mayor exactitud ytesón a fin de que se eviten no sólo los delitos, sino lo que damotivo a ellos, como son las músicas en las calles, la embriaguezy los juegos. A cuyo efecto si se hallaren que en las vinaterías, pul-querías, fondas, almuercerías, mesones, trucos y otros lugares públicosen el día [...] hay desórdenes [...] y si se les denunciaren casas detepachería (jugo fermentado de piña y azúcar) u otras bebidas pro-

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hibidas, o de juegos de suerte y envite, procederán contra los trans-gresores 96.

El alcalde de barrio también tenía otros cometidos, pues debíahacer un censo de población y edificios. Como «padre político dela porción de pueblo que se les recomienda», cuidaba que hubieraalgún médico, cirujano, barbero, partera y botica, además de escuelapara niños y niñas «con maestros virtuosos y aptos» y atendía alos huérfanos, viudas y pobres. Con semejante cantidad de exigencias(y sin sueldo) no resulta extraño que algunos moderaran su eficienciapara evitar extensiones de mandato o reelecciones, a pesar del pres-tigio que el cargo les solía deparar, excepto en México, porque recayóal principio en algunos mulatos y gentes de «color quebrado», quelo monopolizaron en sus familias 97. El problema del orden en losatestados arrabales y rancherías se generalizó en este período. San-tiago de Chile fue dividido en cuatro cuarteles. En 1802 se discutióla conveniencia de «la extinción de las nominadas chozas o ranchos»,que eran un 25 por 100 de las viviendas de la ciudad y se encontrabanrepartidas, si bien los «guangalíes», viviendas precarias ocupadas porcastas e indios «sin costumbres ni ocupación», se concentraban enlas riberas norte y sur del río Mapocho, así como en otras áreasal norte y sur de la urbe 98. Buenos Aires también se dividió encuatro cuarteles y veinte barrios; Caracas tuvo ocho barrios y Veracruzcuatro. Guadalajara, seis barrios, como Quito; Querétaro, tres cuar-teles y nueve barrios. Lima, objeto de un gobierno ilustrado porimpulso del visitador Escobedo, tuvo cuatro cuarteles puestos al man-do de alcaldes de Corte y cuarenta barrios con sus alcaldes homó-nimos, que, según un exacto recuento, sumaban 322 calles, 17 calle-jones, la gran plaza mayor, seis plazuelas, 6.841 casas y 8.222 puertasde habitación 99.

En cierto sentido resulta paradójico que se implantara una geo-metría castrense en las ciudades americanas —a ello colaboró sinduda la presencia y la labor extraordinaria en multitud de obraspúblicas de los ingenieros militares— porque los cuarteles fueronpor lo general deficientes y la vida en guarnición incómoda y pocogratificante 100. Esta contradicción resulta aún más llamativa porquela ciudad fue el marco de desarrollo de la actividad del ejércitoen América, que tuvo en ella

«su ámbito propio, modificándola y actuando sobre su paisaje físico,social y económico; y a la vez siendo determinado por ella, imbu-

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yéndose del espíritu criollo y barroco que caracterizó la vida urbanaamericana a lo largo del siglo XVIII» 101.

La triple dimensión de la organización militar, basada en la exis-tencia de regimientos, batallones o compañías fijas, unidades derefuerzo que cruzaban el Atlántico de continuo en ambas direccionesy milicias de blancos, morenos y pardos, o la idiosincrasia particularde la Real Armada, con sus oficiales científicos —algunos de ellosamericanos—, su demanda permanente de marinería y su red debases y apostaderos a escala continental, imprimieron un sesgo deter-minado a las urbes en las que sus oficiales, soldados y marineroseran destinados, de manera permanente o temporal. Su impacto alcan-zó todos los órdenes: político —al reforzar la presencia de la Coronay relacionarse con estamentos, cuerpos e individuos en avenenciao conflicto—, económico —por la importancia de sus ingresos, gastos,tareas logísticas y demandas de aprovisionamiento y mano de obra,hasta el límite de lo industrial, como en el arsenal de La Habana—,social —al remarcar un ethos jerárquico, pero también facilitar lamovilidad al dar cabida a pardos y morenos libres en su servicio—y cultural —en la medida en que el elemento militar fue en estaetapa con frecuencia ilustrado y más tarde liberal, pero también impu-so un conjunto de prácticas autoritarias y coercitivas antes desco-nocidas—.

La distribución de los cuerpos militares en las urbes americanasreflejó las viejas y nuevas amenazas sentidas por quienes gobernabanla monarquía. Pero fue la Guerra de los Siete Años la que impusola necesidad de crear auténticos ejércitos, pues la toma de La Habanao el acoso a Veracruz terminaron la etapa de feliz dejación al respecto,aquella en la cual dominó una pax hispanica articulada en el consensoimperial. Este se basó en el interés de estamentos e individuos pode-rosos en mantener la estabilidad, el temor a las revueltas y motinesde indios, negros y castas, pero fue favorecido por la propia intan-gibilidad geográfica de América, cuyo tamaño y complejidad habíandisuadido en el pasado de absurdas pretensiones de control territoriala diversos ministros y consejeros de Indias. En 1762 el atribuladomarqués de Cruillas, virrey de Nueva España, temeroso de un ataquebritánico, suplicó a los principales de las ciudades ayuda para proveerla defensa. En Veracruz los milicianos reclutados querían irse a cultivarsus milpas de maíz y en Tlaxcala una requisa del alguacil mayoren busca de armas arrojó por todo balance siete pistolas, cuatroescopetas y cuatro espadas.

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Era obvio que ni el recuerdo del glorioso espíritu guerrero delos conquistadores ni la improvisación de milicianos carentes de arma-mento e interés permitirían afrontar una nueva guerra con GranBretaña, que se sabía llegaría tarde o temprano. De ahí que enaños sucesivos se organizaran en regiones de población numerosaseis regimientos de infantería provincial (México, Puebla, Toluca,Tlaxcala, Córdoba-Orizaba y Veracruz) con blancos e integrantesde castas en compañías separadas, además de regimientos de dragonesy caballería en otros lugares, como Querétaro y Celaya. La pésimasituación de la milicia, calificada por el alcalde mayor de San LuisPotosí como «una multitud desorganizada que servía de asilo a losvagabundos e indolentes», continuaba vigente al declararse un nuevoconflicto en 1779, de modo que se propuso formar un ejército regularcon cuatro regimientos de infantería, un batallón de infantería enVeracruz, dos regimientos de dragones y las dos compañías de Cata-luña existentes, con cerca de 10.000 soldados. A ellos se sumaríancasi 40.000 milicianos de todo el virreinato. Las unidades fijas seestacionarían en México, Tlaxcala, Córdoba, Toluca, Guanajuato,San Luis Potosí, Oaxaca, Valladolid, Puebla, Querétaro y Veracruz.No existía otra solución. Aunque la desconfianza de los militaresprofesionales en la efectividad y hasta la existencia de los cuerposmilicianos continuó, la formación de un ejército provincial se habíaimpuesto 102.

En otras regiones de América, el proceso fue similar, en la medidaen que reflejó la misma tensión entre los cuerpos armados perma-nentes con oficiales peninsulares y tropa americana de costo pro-hibitivo y las denostadas milicias, la única solución de defensa viableen términos políticos y económicos. Al margen del debate, lo ciertoes que la planta militar se asentó y amplió. Cuba tuvo regimientosde infantería, artillería, oficiales ingenieros y un apostadero de marina;Puerto Rico y Santo Domingo tuvieron regimientos de infanteríae ingenieros. En Cartagena hubo un regimiento de infantería, doscompañías de artillería, ingenieros y un apostadero de marina; enLa Guaira, compañía de artillería, ingenieros y apostadero de marina;en Margarita, una compañía de infantería; en Maracaibo, cuatro com-pañías de infantería; y tres en Guayana y Cumaná. Caracas tuvoun batallón de infantería e ingenieros; Santafé de Bogotá, doscompañías y un batallón de infantería; Popayán, una compañía deinfantería; Quito, cuatro; dos en El Callao —donde también habíaacantonada una de artillería e ingenieros y existía un apostaderode marina— y en Tarma se radicó una compañía de infantería. En

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Guayaquil hubo un batallón de infantería y apostadero de marina.En El Plata, Montevideo tuvo apostadero de marina y un regimientode refuerzo con tres compañías, una de ellas de artillería; BuenosAires contó con apostadero de marina, un batallón de infantería,ingenieros y un escuadrón de dragones, además de compañías deartillería en Santafé y en la frontera. Chile tuvo abundante dotación,pues en Chiloé había dos compañías de infantería, una de artilleríay dragones; un batallón de infantería, una compañía de artilleríay un escuadrón de dragones en Valdivia; ocho escuadrones de dra-gones, un batallón de infantería y una compañía de artillería en Con-cepción; cinco compañías de infantería en la frontera; una compañíade dragones en Santiago y una compañía de artillería en Valparaíso.Todos estos cuerpos armados se completaron a escala continentalcon milicias provinciales, de morenos libres, blancos y pardos, máso menos numerosas y dispuestas, «disciplinadas» o no 103.

El moderado tamaño del ejército permanente, que tenía hacia1775 unos 13.000 hombres de dotación y 8.000 de refuerzo, aunqueen 1810 había alcanzado 35.000 de dotación y 2.000 de refuerzo,no impidió los enfrentamientos con los cabildos por causas de finan-ciación y reclutamiento 104. Estos resultaban fundamentales para lasmilicias, que no podían funcionar sin el concurso de las familiasbeneméritas de cada localidad, pues sus miembros se convertíanen oficiales, pagaban los costos y las proveían de personal. El usoexperto por los cabildantes de la manipulación, las peticiones y lasdemoras para obtener garantías, contener las demandas o eludir (co-mo en el caso de los comerciantes) los servicios a realizar, chocócon la necesidad de mejorar cuanto antes el estado de defensa mos-trado por los militares profesionales, casi siempre peninsulares, encar-gados de ponerlas en marcha. Para colmo, el regalismo acentuadoy hasta el anticlericalismo latente de algunos oficiales también pro-movió conflictos de competencia, fuero y jurisdicción —a veces vin-culados a escándalos públicos, divorcios y amancebamientos— conobispos e inquisidores celosos de sus prerrogativas.

Lo cierto es que la ciudad americana era un espacio compartido,convertido repentinamente por imperativo de las circunstancias endominio castrense. Las dotaciones militares constituyeron un pro-blema añadido a los cambios que las aquejaban, de una intensidady velocidad desconocidas. La fórmula francesa de construcción decuarteles, con dormitorios divididos en cuatro cuerpos, alrededorde un patio central para ejercicios y paradas, resultó con frecuenciainaplicable por la escasez de recursos, la temporalidad en el acan-

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tonamiento de tropas y la falta de solares en el casco urbano. Revistas,paradas y ejercicios de instrucción se hicieron en las plazas públicasy la ausencia de cuarteles, como en el caso de Panamá, obligó aalojar a los soldados en corrales, conventos, bóvedas y casas par-ticulares. En Mobila, desde 1700 los soldados vivían con los vecinos,en Santo Domingo residían dispersos por la ciudad y en Cartagenaa los de refuerzo les alquilaban unas casas situadas junto a las murallas.En Panamá, mercedarios, franciscanos y dominicos vieron sus templosconvertidos en dormitorios de soldados. Hubo, sin embargo, cuartelesnuevos en Cartagena, Valdivia, Santiago de Chile, Lima, Veracruz,Nueva Orleans y Caracas 105.

El ámbito en que la presencia del ejército borbónico y las nuevasnecesidades defensivas tuvieron más consecuencias para la urbe ame-ricana fue el de la fortificación, pues la dotaron de una aparienciade máquina de guerra. Comprendió la construcción de amuralla-mientos y el levantamiento de ciudadelas, fuerzas, baluartes, revellinesy toda clase de estructuras, que se implantaron sobre las tradicionalesretículas y abundaron en los abismos de irregularidad que, en unámbito completamente distinto, habían impuesto los paseos y ala-medas de orientación oblicua 106. Aunque la ambición constructivade los ingenieros militares encargados de estas obras fue atemperadapor las limitaciones institucionales y financieras, Cartagena, Cam-peche, Montevideo, Mérida, San Agustín, Panamá, Santo Domingo,Valdivia y Concepción fueron rodeadas por amurallamientos y defen-sas. La Guaira quedó circundada por fuertes y baterías, al igualque Riohacha, Chagre, Chiloé y Puerto Cabello. En La Habanase levantó un vasto sistema defensivo de dimensión comarcal. Hacia1800, la impresionante entrada desde el mar presentaba los fuertesde El Morro y La Punta, la Cabaña, el Príncipe y Atarés, la ciudadfortificada y la Fuerza Vieja, junto a baterías como la de Regla ycastilletes como San Lázaro y La Chorrera. En Cartagena, desdeel acceso en la bahía se sucedían el fuerte de San Fernando, labatería de San José, los fuertes del Pastelillo, La Manga y SantaCruz, la ciudad y el arrabal amurallados y la vieja mole de SanFelipe de Barajas, felizmente intacta. Ciudades tan alejadas entresí como Nueva Orleans —donde el barón de Carondelet impulsóla construcción de dos fuertes en las extremidades del frente fluvial,en forma de pentágono regular—, San Juan de Puerto Rico —allíse reconstruyeron y reforzaron entre 1765 y 1783 la fortalezas deSan Cristóbal y San Felipe del Morro y se completó la muralla—,Veracruz —guardada por el formidable castillo de San Juan de

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Ulúa—, o Montevideo —una plaza fortificada presidida por unaciudadela con cuatro baluartes en sus extremos y defendida por losfuertes del Cubo del Norte, El Cubo del Sur y San José— expe-rimentaron similares transformaciones.

En la medida en que la ciudad ilustrada se proyectó sobre eltrasfondo barroco de las urbes americanas como una fundación pro-cedente de otra parte, en la pretensión de alterar sus equilibriosy también sus permanentes imposturas, resultó inevitable que el tiem-po y el espacio vividos por sus habitantes se alteraran de maneranotable. El universo de contraste y mestizaje que era propio de uncontinente de color —en feliz expresión del gran viajero Alejandrode Humboldt— no hizo más que agudizarse con la difusión de unaretórica extremista, destinada a desembocar en la supuesta inevi-tabilidad del cambio revolucionario y en su opuesto, cercanos yaen sus versiones criollas, ambas agónicas y criminales, de terror realistao de «salud pública» más o menos a la manera jacobina. Pero enel horizonte de 1800, los habitantes de las ciudades americanasseguían practicando con idéntica constancia sus vicios y virtudes,al pairo de los acontecimientos, engañados por los últimos estertoresde una monótona rutina de lentísima evolución 107.

El esplendor de las urbes del Nuevo Mundo parecía correr encierto modo parejo a los afanes de autorepresentación de las elitesque las gobernaban, virreyes, gobernadores e intendentes, oficialesdel ejército y la marina, cabildos seculares y catedralicios, grandesfamilias de hacendados o señores de minas, descendientes de con-quistadores y encomenderos, prósperos comerciantes y autoridadesde la Iglesia, obispos, abades y priores de conventos y monasterios.Los retratos de las nuevas clases acomodadas, y no sólo de virreyes,arzobispos o caciques, mostraban los recientes cambios, visiblesen la vestimenta, los fondos y los objetos que los acompañaban—mapas, compases o cuartos de círculo formaban ahora parte delatrezzo—. La mexicana Luisa Gonzaga fue retratada por José MaríaVázquez en 1806 a la manera neoclásica, sobre un fondo de jardíny con vestido imperio; en sus manos aparecieron un libro y unabanico. Juan de Sáenz, en cambio, pintó en 1793 La señora Musitúe Icazbalceta con sus dos hijas, adornadas con vestidos de per-las, encajes y plumas en el sombrero, a la manera barroca novo-hispana, si bien al fondo apareció un jardín ornamentado con escul-turas mitológicas de Neptuno, Venus y Apolo, en concesión a lamoda 108.

Si hemos de creer lo que cuenta Concolorcorvo en El lazarillode ciegos caminantes (1776), «los interiores de las casas manifiestan

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la grandeza de las personas que las habitan», el frenesí y el lujoque atesoraban algunas de ellas correspondía a la gallardía de sucondición 109. En las de Lima se veían alcobas con colgaduras, rodapiésde damasco carmesí, galones de Milán, sobrecamas de Lyon, sábanasy almohadas de lienzo de Cambrai y batista de Holanda. Las casasse adornaban con tapicerías, sillerías de caoba, camas y vajillas deplata y porcelanas de China. En los palacios de México, donde loshabía espléndidos, como los de los condes de Santiago de Calimaya(1781), el marqués de Jaral del Berrío (1785), la casa de los perroso la de los azulejos, la elegancia de las columnas que rodeaban lospatios, el refinamiento de las bóvedas y arcos, los balcones de hierroforjado y los revestimientos confirmaban la impresión de opulenciaque producía la fachada. Por lo general, el acceso se hacía a travésde un zaguán que desembocaba a un patio. A su alrededor se dis-tribuían espacios destinados a servicios como cuartos para mozos,cocheras o bodegas. Del patio salía la escalera al segundo piso yen el espacio que se formaba abajo estaba la covacha. En el des-cansillo, se abría una puerta al entresuelo, que constaba de variosespacios, utilizados como oficinas y habitación de los empleados.Arriba, donde se hacía la vida familiar, los espacios principales solíanser el salón del dosel —que era privilegio de la nobleza, destinadoa guardar los retratos del rey y la reina—, la sala de estrado pararecibir, la antesala, el tocador y la habitación principal, el oratorio,un número variable de habitaciones, despacho de curiosidades, biblio-teca, salón de música, comedor, repostería, cocina, baño y cuartode asistencia. Los muebles incrustados de nácar, carey y caoba, loscofres lacados de China y los marfiles filipinos salpicaban las estancias.Alrededor de la señora española peninsular o criolla y sus hijos eíntimos, se hallaban las sirvientas indias y mulatas o los esclavosnegros que servían el chocolate (que se tomaba por la mañana ya las tres de la tarde) y preparaban el paseo vespertino. Durantelas recepciones, el tabaco era de rigor. «En las visitas de las señoraspasan varias veces una bandeja de plata con cigarros y un braserito»;se fuma en todos lados, menos en las iglesias, señala un visitante 110.Otros habitantes de la urbe, la inmensa mayoría que residía en vivien-das, entresuelos, accesorías y cuartos, no podía disfrutar de semejanteslujos 111.

En ciudades de reciente expansión, como Buenos Aires, reinabamayor sobriedad que en la capital novohispana. Las casas de losgrandes comerciantes disponían de buenos muebles de rica maderadel Janeiro y las mujeres, aun «las más pulidas de todas las americanas

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españolas», no usaban vestidos tan costosos como los de las limeñas.Concolorcorvo recuerda que «cortan, cosen y aderezan sus andrielescon perfección, porque son ingeniosas y delicadas costureras» 112.Los placeres del chocolate se sustituían por el consumo de yerbamate y se acudía a diversiones honestas, como las tertulias y lasveladas musicales animadas por mulatos guitarristas y divertidos cam-pesinos. Allí sólo había 16 coches en 1771; en Lima, en cambio,rodaban 280 coches y más de mil calesas. En sus calles, las damasimportantes competían en el lujo de sus carruajes, el vestido desus doncellas o, como ocurría en Caracas con las poderosas man-tuanas, las señoras de las haciendas de cacao, el número y disposiciónde los esclavos que las acompañaban a misa.

La costumbre del paseo en las alamedas recién construidas, jus-tificada por las renovadas ideas en torno a la salud y los cambiosen la sociabilidad, fomentó de manera paradójica la criticada osten-tación barroca, pues se tenía por costumbre de principales ir encarruaje y se consideraba propio del vulgo hacerlo a pie. La emulaciónde los nuevos usos entre la gente «del común» o la presencia callejerade militares y marinos uniformados, con su prestancia y su novedosoritual cuartelero de cañonazos a la hora exacta en aviso del cierrede puertas y ciudadelas, en grave detrimento de las tradicionalescampanas y sus avisos de devoción y recogimiento, apenas disimu-laban la evidencia de que las urbes americanas se habían transfor-mado, pero también continuaban como siempre, resistentes al cambio,para escándalo de los ilustrados peninsulares y criollos, que sóloveían (y no paraban de escribir sobre ello) calles sucias, basuraspor doquier, cerdos y perros en la vía pública, borrachos y jugadores,ladrones y asaltantes, además de mujeres de placer, mulatas y zambascasi siempre. La visión del criollo chileno Manuel De Salas no dejólugar a dudas sobre la pérdida de la tensión virtuosa, la anomiasocial que un patricio contemplaba como la enfermedad mortal queaquejaba a su patria local, en una referencia dedicada al vital cuerpode los artesanos:

«Herreros toscos, plateros sin gusto, carpinteros sin principios,albañiles sin arquitectura, pintores sin dibujo, sastres imitadores, bene-ficiarios sin docimasía, hojalateros de rutina, zapateros tramposos,forman la caterva de artesanos, que cuanto hacen a tientas más lodeben a la afición y a la necesidad de sufrirlos, que a un arregladoaprendizaje sobre que haya echado una mirada la policía y animadola atención el magistrado. Su ignorancia, las pocas utilidades y los

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vicios que son consiguientes les hacen desertar con frecuencia y,variando de profesiones, no tener ninguna» 113.

Semejantes juicios expresaban tanto un estado de ánimo indi-vidual como una corriente de opinión, jaleada de continuo desdeinstituciones y medios de la recién aparecida prensa periódica, enzar-zada también en la tarea opuesta de defensa de América en la tantasveces mencionada polémica del Nuevo Mundo. Entre ellas destacaronlos consulados de comercio, tanto los antiguos de México y Limacomo los fundados a partir de 1790 en Caracas, Buenos Aires, Car-tagena, Veracruz, Guatemala y La Habana, así como las expedicionescientíficas, desde las botánicas de Nueva Granada, Nueva Españay Perú a las hidrográficas o mineralógicas y las Sociedades de Amigosdel País, fundadas en Santiago de Cuba (1787), Mompós (1784),Veracruz y Mérida (1780-1794), Lima (1783), Quito (1791), LaHabana (1791), Guatemala (1794), Bogotá (1801), Puerto Rico(1814) y Chiapas (1820).

Todas expresaron una vocación de liderazgo social articulada enuna idea moderna de opinión pública. Como organismos intermediosentre las gentes instruidas y «ordinarias», dedicados a la reflexióny la agitación política y corporativa, funcionaron mediante la elecciónde comisiones, reuniones públicas, escuelas, clases de instruccióny la edición y recolección de libros, semillas y otros materiales. Susmiembros expresaron un punto de vista ilustrado y criollo cada vezmás radical en publicaciones reconocidas y difundidas por suscripcióno venta. Entre ellas destacaron el Diario literario de México (1768),fundado por el novohispano José Antonio de Alzate; el MercurioVolante con noticias importantes y curiosas sobre varios asuntos de físicay medicina (1772), establecido por José Ignacio Bartolache; el Diariode Lima curioso, erudito, económico y comercial (1790), y el formidableMercurio peruano de historia, literatura y noticias públicas (1791), trasel cual se situó el ariqueño Hipólito Unánue. Fuera de las antiguascapitales virreinales aparecieron la Gaceta de La Habana (1762 y1782), el Papel periódico de Santafé de Bogotá (1791) del bayamésManuel del Socorro Rodríguez, Primicias de la cultura de Quito (1792)del mestizo Francisco de Santa Cruz y Espejo, el Telégrafo mercantil,rural, político, económico e historiográfico del Río de la Plata (1801)del extremeño Francisco Antonio Cabello, la Gaceta de Caracas (1808)y muchos otros 114. Al fin, el mundo urbano de la América españolano dejó de expresarse, como había ocurrido desde el siglo XVI, através de una formidable cultura impresa. De modo que la ciudad

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ilustrada fue ámbito de una auténtica edad de oro del libro y elescrito, ostensible en la proliferación de imprentas, la multiplicaciónde ediciones y el especial cuidado de algunos gobernantes en lamateria. Entre ellos sobresalió el virrey Vértiz, que en 1780 mandórescatar una antigua prensa de los jesuitas para poner en marchaen Buenos Aires la imprenta de los niños expósitos, primera de laciudad, que vendía libros en sus propios locales mediante un portalabierto a la vía pública 115.

Una de las quejas constantes en los periódicos y tertulias delos patricios y sus émulos era la relajación de las costumbres, consus secuelas en la escasa laboriosidad y la proliferación de los viciosprivados y públicos. Causa de ello suponían que eran las fiestas,pues, lejos de disminuir en número, habían aumentado con la imple-mentación de rituales reforzados de la fidelidad borbónica junto alas debidas a la tradición, religiosas y profanas. Su sentido era elmismo de siempre, articular lo ordinario con lo extraordinario, refor-zar la jerarquía social y abrir un espacio aparente y controlado parala distensión y la disensión. La educación en el temor ante la etnicidadno evitaba auténticas (y deseadas) ocasiones de peligro y el con-siguiente y temido escándalo público: en Guatemala se produjeronen 1789 serios enfrentamientos por las burlas a las que fueron some-tidas en carnaval las mujeres de dos peninsulares, el coronel CayetanoAnsoátegui y el ingeniero José Ampudia. No se les había ocurridootra cosa que disfrazarse una con capa de hombre y sombrero inglésy la otra con enaguas de mulata: el populacho las había tratadocomo a tales y debió llegar a los más francos excesos 116. Porquelo extraordinario, contra lo que se podía pensar, no relajaba, sinoque reforzaba la necesidad de urbanidad y civilidad. En procesiones,fiestas de toros y cañas, rogativas y celebraciones patronales o eventosde recuerdo y evocación de lealtad a un rey-padre lejano, las cor-poraciones y estamentos se mantenían en su lugar geográfico delatlas urbano, que también lo era simbólico. Durante el tiempo ordi-nario, se producían, en cambio, posibilidades de encuentro que teníanpor objeto poner en marcha la «sana emulación» entre superiorese inferiores, con una pedagogía volcada a evacuar los posibles con-flictos protagonizados por «injertos racionales», pardos, blancos deorilla y otros grupos peligrosos 117.

Si las fiestas reforzaban la jerarquía social, era lógico que enun entorno marcado por la explosión de la etnicidad y la emergenciade grupos desestabilizadores tuvieran inusitada frecuencia. En LaHabana había en 1750 un total de 57 religiosas «de tabla», es decir,

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de obligada asistencia para las autoridades, con vísperas, misas ysermones, desde el Corpus Christi a San Cristóbal (patrón de la ciu-dad), San Lorenzo (patrón contra los rayos), San Marcial (patróncontra las hormigas), 31 festivos en el Espíritu Santo, 33 en el SantoCristo del Buen Viaje o 19 en los jesuitas, hasta un total de 534fiestas religiosas, con sus adornos y pompas correspondientes. EnPanamá destacaban el Corpus con bailes y procesiones, la Encarnaciónpara librarse de los incendios, San Atanasio contra los temblores,San Jorge y San Pablo por las victorias sobre el tirano Contrerasy el pirata Drake, Santa Bárbara contra los rayos, la presentaciónde Nuestra Señora por el terremoto de 1604 y Santiago, patrónde España, con salida del estandarte real. En San Agustín de laFlorida eran muy celebrados el patrón y los santos de devoción militar,como San Marcos, San Miguel, y San Andrés, y el Corpus. Estecontinuó alcanzando en las metrópolis criollas el nivel de paroxismodel siglo anterior. En México desfilaron en una ocasión el virrey,altos funcionarios y nada menos que 85 cofradías con tarascas, gigan-tes y diablos, escoltadas por tropas a pie y dragones a caballo, mientrasque en Cuzco lo hacían los cabildos y la nobleza en tres filas concirios, seguidos de indios danzantes, tarascas y gigantones. La SemanaSanta era muy popular, como la Navidad, y las cofradías rivalizabanen riqueza y devoción; fueron famosas las de Lima, Quito, Cuzco(con el milagroso señor de los temblores), San Juan de Puerto Rico,Valdivia y La Habana, en este caso con la procesión de la Virgende los Marineros 118.

En 1777 una orden de Carlos III intentó evitar los excesos come-tidos en fiestas religiosas por los disciplinantes, que se mancillabanel cuerpo con latiguillos acabados en bolas de cera con cristales,cadenas o espinas y ordenó que en adelante no se permitieran, comotampoco los empalados y semejantes, por promover la incidenciay el desorden, alejar de la verdadera devoción y ser propias delbárbaro tiempo pasado. Estas pretensiones de regulación podían pro-ducir efectos contraproducentes. En Quito, el barón de Carondeletreintrodujo en carnaval los toros, que habían sido prohibidos portraer tumultos y accidentes; en vez de moderarlos, como era deprever, multiplicaron los desórdenes 119.

Los actos ceremoniales de la fidelidad, fundamentales en el rega-lista siglo de las luces, comprendieron las muertes de dignidadesreales (rey, reina e infantes), la aclamación de monarcas, el nacimientode príncipes, la entrada de virreyes y gobernadores, la recepcióndel sello real o la lectura de cartas y anatemas de la Santa Inquisición.

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En mayo de 1789 se celebraron en Caracas las exequias de Carlos III;se acompañaron de ruidosos conflictos de preeminencias entre amboscabildos y comenzaron con la confección del habitual túmulo, colo-cado frente al altar mayor, ponderando las virtudes del finado, alabadocomo «protector de las artes y las ciencias», «sabio mediador» y«promotor de la utilidad pública». Poco después, la jura de Carlos IVpor la ciudad dio lugar a doce días de fiestas, cifra moderada porel capitán general Juan Guillelmi, pues los regidores pretendían quefueran veinte. Al alzamiento de los pendones en el cabildo en nombredel nuevo monarca, al que se acreditó amor y lealtad, siguieron labendición en la catedral y el paseo del pendón por las calles haciala plaza mayor, su exposición pública en el balcón del ayuntamientoy tres días de luminarias, toros, fuegos, danzas y comedias para cele-brar «la alegría del vasallaje». Los universitarios construyeron uncarro triunfal cuyo motivo fue la celebración de la sabiduría sobrela ignorancia y el falso estudio, los mercaderes aportaron una orquestade música con cuerpo de máscaras y los bodegueros y pulperos repre-sentaron una pieza alegórica:

«En la plaza mayor, profusamente iluminada, en la que aparecíanrepresentadas mediante bastidores bien pintados las siete Islas Cana-rias, entró disparando salvas un barco de madera bastante grande,sobre el que venían un capitán, un maestre, algunos oficiales y variosmiembros de la tripulación. Después de recoger a siete damas quepersonificaban a cada una de las islas del citado archipiélago, la navelas condujo a la isla de la Gran Canaria, situada frente a los retratosde los reyes. Una vez desembarcadas, todas ellas pusieron en escenasobre la tarima central, a la vera de las efigies regias, un dramaen obsequio del nuevo monarca. Luego se hicieron arder por todala plaza fuegos artificiales que imitaban árboles, castillos, soles, fuentesy otras muchas figuras en una de las cuales se leía: “Viva Carlos IV”» 120.

Además, los arrieros y amos de recuas ofrecieron una corridade toretes «con doce jinetes y doce hombres a pie, los que debíanir enmascarados y vestidos de mojiganga» y al gremio de los pardos,«que es el más cuantioso y depositario en sí de todas las artes delpúblico», le concedieron la representación de cuatro comedias consainetes y entremeses en la plaza mayor. El gremio de negros, encambio, homenajeó al rey sirviendo a los pobres de la cárcel unaabundante comida 121.

Una de las armas fundamentales de los ilustrados contra la «re-lajación» de las costumbres fue el teatro, junto a los toros —la primera

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plaza inaugurada fue la limeña del Acho, abierta en 1766 con unacorrida de 16 astados— uno de los espectáculos preferidos tantode las elites como del común. El virrey Vértiz mandó abrir en BuenosAires en 1783 un corral de comedias cuyo arriendo destinó a mantenerla casa de niños expósitos; la mayor novedad fue su permanencia,pues con anterioridad lo habitual era que los espectadores acudierancon algún esclavo que transportaba las sillas a una instalación pro-visional. Allí se representaron obras tan controvertidas como Siripo,del periodista y escritor Manuel José de Lavardén, sobre la pasiónlegendaria del cacique del mismo nombre por Lucía Miranda, esposadel conquistador Sebastián Hurtado, o El amor de la estanciera, laprimera obra gauchesca. En ella, una joven hija del país prefierea un coterráneo aunque no tenga fortuna y desprecia a un extranjerovanidoso. En mayo de 1804 se abrió un segundo coliseo (el primerose había incendiado en 1792 debido a un cohete lanzado desdela vecina iglesia de San Juan Bautista, que celebraba sus fiestas patro-nales) con la representación de Zaire, de Voltaire. En Santiago deChile la tradición teatral se suponía relegada porque los actores eranmulatos y de castas, («mientras más truhanesco sea lo que repre-sentan, más agrada la pieza», señaló un observador), pero en Limasurgió una heroína universal, la famosa «Perricholi», la actriz MichaelaVillegas y Hurtado de Mendoza, cuyos devaneos amorosos con elvirrey Amat fueron satirizados en el pasquín Drama de dos palanganas(1776) 122. La asistencia a las obras competía con los cafés, de loscuales se abrió el primero en Lima en 1771 —en México el Tacubaapareció en 1785—, los baños, reñideros de gallos, juegos de pelotay salones de baile.

En la capital novohispana, los toros no tuvieron una sede per-manente hasta la apertura de la plaza de San Pablo en 1815. Allíel teatro también tuvo un fuerte arraigo. En 1753, el primer virreyRevillagigedo inauguró el Coliseo Nuevo, que podía acoger 1.500espectadores. Los de pie —o mosqueteros— ocupaban el fondodel patio de butacas, mientras los menos afortunados se apretujabanen el cuarto piso, en el gallinero, donde un tabique separaba a loshombres de las mujeres. Los muros estaban pintados de azul y blancoy el techo se hallaba adornado de pinturas mitológicas. La sala estabadotada de balcones volados de hierro. La temporada se iniciabael domingo de Pascua y se prolongaba hasta los últimos días delcarnaval; las funciones tenían lugar todos los días menos los sábadosy terminaban entre las diez y las once de la noche 123. Enfrente delteatro, la Casa de Irolo, adquirida especialmente para ese propósito,

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servía de escuela y de salón de ensayo a cantantes, bailarines y músicos.El virrey Bernardo de Gálvez (1785-1786) regaló al Coliseo un lujosotelón e hizo mejorar las instalaciones; quizás para compensar, seaplicó a reglamentarlo todo. En adelante, la censura previa revisaríaprogramas, textos y puestas en escena; los actores tendrían rectadisciplina y moral acreditada. Se prohibió la venta ambulante y lasubida de los espectadores al escenario, así como que tiraran «desdela cazuela y palcos, yesca encendida y cabos de cigarros al patio,sucediendo no pocas veces que se queman los vestidos y capas delas personas que ocupan los palcos más bajos, bancas y mosquete» 124.El ballet «a la italiana» en el Coliseo Nuevo tuvo en Marani unafigura clave. Este representó bailes populares españoles y mexicanos(el jarabe, los bergantines, los garbanzos y la bamba poblana), danzascortesanas y otras compuestas de temas heroicos, mitológicos, bufoso trágicos, pero a principios del siglo XIX la ópera era lo que estabade moda.

Lejos de la vida de los grandes personajes, se encontraba la detodos los demás. Un hombre corriente, el escribano de México Maria-no Espinosa, se dirigió en 1795 a los magistrados de la sala delcrimen de la audiencia para pedirles una posición remunerada, acausa de su extrema fatiga y la escasez de sus ingresos, derivadostan sólo de magros aranceles. Tres años después reiteró la peticióny narró la rutina a la que se veía sometido. Desde antes de lasocho a las once de la mañana asistía al magistrado con respeto ydecoro y luego se ocupaba de casos criminales mayores y menores,a veces hasta las tres de la tarde. Entonces podía contar con unao dos horas para comer, retornaba al servicio del magistrado y mástarde debía salir con los alcaldes de cuartel a las rondas nocturnas,que podían acabar a las doce de la noche y consistían invariablementeen una sucesión de homicidios, asaltos y robos, de los que debíasacar testimonio y levantar sumario. Hasta 1806 no logró la merecidacompensación 125. Su trabajo se había vuelto cada vez más necesariopara una urbe como México, populosa y, de acuerdo con su parecer,atenazada por toda clase de peligros: la prueba de que la ciudadilustrada, como expresión de un orden material y humano perfecto,no había pasado de ser un simulacro. En las calles, cualquiera seencontraba con la temible «altanería», la grosería y desinhibiciónde sus habitantes, indígenas por doquier, blancos de orilla, mulatosy morenos libres que amenazaban, según algunos alarmistas, conla «pardocracia». Todo estaba allí para el que lo quisiera contemplar.Como el andaluz Simón de Ayanque, que en 1792 había trazado

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en Lima por dentro y por fuera el retrato fiel de una urbe en lacual lo realmente prodigioso eran, claro, sus habitantes:

«Que divisas mucha gente,y muchas bestias en cerco,de las que no se distinguen,a veces sus propios dueños.Que ves muchas cocineras,muchas negras, muchos negros,muchas indias recauderas,muchas vacas y terneros.Que ves a muchas mulatas,destinadas al comercio,las unas al de la carne,las otras al de lo mesmo.Verás varios españoles,armados y peripuestos,con ricas capas de grana,reloj y grandes sombreros.Pero de la misma pastaverás otros pereciendo,con capas de lamparilla,con lámparas y agujeros.Que los negros son los amosy los blancos son los negrosy que habrá de llegar día,que sean esclavos de aquellos.Verás también muchos indios,que de la sierra vinieron,para no pagar tributo,y meterse a caballeros.Verás con muy ricos trajes,las de bajo nacimiento,sin distinción de personas,de estado, de edad ni sexo.Verás una mujer blanca,a quien enamora un negro,y un blanco que en una negra,tiene embebido su afecto.Verás a un título grande,y al más alto caballero,poner en una mulatasu particular esmero» 126.

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Epílogo

Las luces que envuelven

Manuel Lucena GiraldoLas luces que envuelven

Hasta 1808 ninguno de los intentos de promover la revoluciónen la América española tuvo éxito. Por el contrario, pese a la corrup-ción, inoperancia y hasta deslealtad constitucional que la monarquíade Carlos IV mostró hacia sus súbditos americanos, estos perma-necieron en fidelidad. Algunas medidas tomadas por el gobiernodel generalísimo y favorito Manuel Godoy extendieron por las urbesamericanas, en especial las del Caribe, el temor a una violenta fracturasocial 1. En 1795, Godoy fue recompensado por Carlos IV con eltítulo de «príncipe de la paz», para premiar sus habilidades en unanegociación que había enajenado por primera vez en tres siglos tierrasy súbditos de la monarquía española en el Nuevo Mundo. La cesiónde parte de Santo Domingo realizada entonces transgredió el principiode inalienabilidad vigente desde la época de los Austrias y causóescándalo y conmoción entre los patricios criollos 2.

Los motivos de malestar en el mundo atlántico, un reflejo delos acontecimientos europeos pero también el resultado de dinámicasamericanas, eran muchos y se habían extendido por las ciudadesvinculadas al comercio a larga distancia de productos perecederos,como el cuero, cacao, azúcar, tabaco o añil, desde Cartagena a Caracasy Buenos Aires, o en las urbes cuyas abrumadoras mayorías negrasy pardas podían prestar oídos a rumores insensatos de libertad. Laproclamación del final de la esclavitud por el jacobino Leger-FélicitéSonthonax en Haití en 1793 y su independencia como primera repú-blica negra del mundo en 1804 también causaron enorme preocu-pación. La volatilidad de la situación fue percibida por grupos sig-nificativos de la población americana, tanto urbana como rural. Un

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capitán peninsular destinado en Veracruz, Juan José de Escalona,envió al rey en 1798 una carta que contenía una apocalíptica pre-monición:

«Sepa S. M. que es en estas ciudades y reinos de Indias dondese juega el destino de las Españas. Defendido su comercio, la pazde sus moradores y el honor de la monarquía, habrá de encontrarsela felicidad en una población que no desea sino ser leales súbditosde un monarca poderoso que les garantice la protección de sus vidasy haciendas y les permita el proseguir sus comercios y negocios. Delo contrario, expuestos y estragados a las contingencias del porvenir,se resquebrajarán sus lealtades y buscarán en otros las seguridadesy libertades que se les negaron y estarán en el disparadero de llegara enfrentarse con aquello que hasta ahora representaba el honor desus familias. Se alzarán ciudades contra ciudades y ante el clamoruniversal una lengua de fuego barrerá las Américas» 3.

Los efectos de la guerra con Gran Bretaña, que comenzó en1796 y, con la excepción de un período de tregua entre 1802 y1804, duró hasta 1808, mostró las serias limitaciones de la defensaimperial, a pesar del esfuerzo realizado en las últimas décadas. El17 de abril de 1797 una escuadra británica formada por 18 embar-caciones, que transportaban 14.100 hombres, atacó San Juan de Puer-to Rico. El brigadier Ramón de Castro, sabedor de las hostilidadesque amenazaban las posesiones españolas de América, había hechoen su ciudad los preparativos adecuados. Sus 6.471 hombres, miem-bros del regimiento de infantería fijo, milicias disciplinadas de infan-tería, compañía urbana y de negros, miembros de la Real Armaday 180 presidiarios lograron rechazar el asalto. Como recompensaa su resistencia, San Juan recibió la facultad de exhibir en su escudoun lema: «Por su constancia, amor y fidelidad, es muy noble y muyleal esta ciudad». También se otorgó libertad de alcabala a los frutosy carnes para el abasto urbano, los cuatro regidores tuvieron a per-petuidad sus oficios con la gracia de vincularlos en sus familias y losalcaldes y regidores recibieron la gracia de utilizar uniforme. El restode habitantes de la isla fueron declarados «fieles y leales vasallos».

Aquel mismo año, la astuta mano del antiguo intendente de Vene-zuela Francisco de Saavedra en el Ministerio de Hacienda logró lapuesta en marcha de un decreto de comercio con naciones amigasy neutrales, que permitiría hasta 1799 a los comerciantes de las urbesamericanas vender sus productos y comprar los efectos que necesitabanpara subsistir. Para su disgusto, La Habana, Caracas, Cumaná, Car-

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tagena, Maracaibo, Guayana y Buenos Aires ya traficaban directa-mente con puertos extranjeros con la excusa de la guerra. Se tratabade un «verdadero comercio libre», que él quería limitar con el decretode neutrales, favorecedor, en todo caso, del tráfico con la península.Poco antes, el virrey de Nueva España había informado a la Corteque dos años de guerra con Francia no habían supuesto contratiempopara el comercio de Veracruz, pero el conflicto con los británicoshabía reducido las importaciones un 92 por 100 y las exportacionesun 97 por 100. Mientras tanto, en Caracas se pudría el cacao —laúnica fuente de numerario por la inexistencia de minas de oro oplata— y en Buenos Aires 33 embarcaciones permanecían sin salirde puerto, por el temor a ser abordadas durante la peligrosa travesíahacia la península. Sólo La Habana, que en 1792 había recibidopermiso para negociar con buques extranjeros del tráfico negrero,se libró de la catástrofe, pues en ellos salía azúcar y entraban harina,pertrechos navales y víveres 4.

A partir de 1805, la continuación de la guerra con Gran Bretañaempeoró la situación, pues el comercio se hizo casi imposible y laderrota de la escuadra combinada hispano-francesa en Trafalgar,seguida de inmediato por intentos de invasión británicos en Venezuelay el Río de la Plata, mostró hasta qué punto los habitantes de lasciudades de la América española estaban condenados a defendersea sí mismos 5. En 1806, el venezolano Francisco de Miranda, aunquecarente de suficiente apoyo político, logró obtener del comercianteSamuel G. Ogden un préstamo usurario, armó el «Leandro» y reclutómercenarios, desempleados, granjeros y marineros en los muellesde Nueva York y las tabernas de Brooklyn; con ellos pretendió liberaral Nuevo Mundo de la tiranía española. La embarcación partió deStaten Island el 2 de febrero y tomó el camino de Haití, dondeel precursor esperaba contratar más personal. Ajeno a las peculia-ridades de la tripulación, Miranda enarboló por primera vez la banderatricolor —amarillo, azul y rojo— y le hizo jurar lealtad «al librepueblo de Suramérica, independiente de España». A finales de julio,la flotilla se dirigió hacia Coro; el 3 de agosto lograron desembarcar,pero los vecinos huyeron hacia las montañas y el gobernador solicitórefuerzos a Caracas y Maracaibo. En el puerto de La Vela, Mirandaizó la nueva bandera, reclutó algunos jóvenes y enfermos y aunqueapeló a «los buenos e inocentes indios, los bizarros pardos y losmorenos libres» asistió impávido a su indiferencia absoluta y al fracasode sus ofrecimientos. El día 13 reembarcó a sus hombres y abandonóVenezuela, a la que retornaría en 1810, con la revolución ya iniciada 6.

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Mucho más grave fue la acometida británica al Río de la Plataa comienzos de 1806. No se trataba de conquistar América del Sur,sino de promover su emancipación, aunque la posibilidad de ocuparciudades importantes y puntos estratégicos había quedado abierta 7.En abril de aquel año, un convoy naval partió de Suráfrica haciael Río de la Plata y el 20 de mayo la fragata «Leda» se presentóante la fortaleza de Santa Teresa, en la Banda Oriental. El 11 dejunio la flota se encontraba al completo en las aguas del Plata ysus superiores, Popham y Beresford, diseñaron el plan de invasión.Aunque Beresford sostuvo la conveniencia de ocupar en primer tér-mino Montevideo, al contar con fortificaciones que permitirían ladefensa en caso de una reacción de la población, Popham impusoel ataque directo e inmediato a Buenos Aires, donde el virrey Sobre-monte se había distinguido más por su afición al teatro que porimpulsar los preparativos militares. El 22 de junio los barcos británicosse dirigieron a la ensenada de Barragán. El virrey reaccionó y envióa defender la posición al marino y futuro virrey Santiago Liniers.Dos días mas tarde, emitió un bando convocando a todos los hombresaptos para empuñar las armas a incorporarse en tres días a los cuerposde milicias. Aunque en principio el desembarco no se concretó, enla mañana del 25 de junio la flota británica apareció frente a BuenosAires en línea de batalla y poco después 1.641 soldados y oficialesdesembarcaron en los bañados de Quilmes.

El «pícaro, vil cobarde e indigno» virrey, al decir del destacadocriollo Juan Martín de Pueyrredón, resolvió entonces emprender laretirada hacia el interior, a pesar de contar con fuerzas de caballeríacercanas a 2.000 hombres. En Buenos Aires, las compañías de mili-cianos intentaron organizarse y en el fuerte se reunieron jefes militares,oidores de la audiencia, miembros del cabildo y el obispo. Pocodespués, la capital virreinal y sus 40.000 habitantes cayeron en manosde los británicos, que sólo sufrieron la pérdida de un marinero. Sinembargo, la resistencia se organizó de inmediato. Liniers, que habíaretornado de Buenos Aires con la excusa de visitar a su familia,estudió la situación y se dio cuenta de que la reconquista debíapartir de Montevideo, al requerir apoyo naval 8. Tras la recluta degente en el interior, la acción libertadora se puso en marcha. EnBuenos Aires, Beresford veía crecer la hostilidad de la población,la provisión de víveres se interrumpía y los negocios cerraban suspuertas. Ante el riesgo de que sus tropas quedaran atrapadas, decidióretirarse al puerto de La Ensenada y dispuso el reembarque. Pocodespués, mientras la columna de Liniers, compuesta inicialmente

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por 936 hombres, avanzaba desde Montevideo, las tropas que aban-donaban Buenos Aires eran atacadas desde las azoteas y balconescon fuego de fusilería. Popham y Beresford resolvieron evacuar esamisma noche desde el muelle de la ciudad a las mujeres e hijosde los soldados y a los heridos, mientras la tropa se dirigía al embarque.La columna y los habitantes de Buenos Aires lograron impedirloy el 12 de agosto de 1806 se produjo la rendición británica. Liniersse convirtió en la primera figura militar del virreinato y se hizo cargode que los vencidos no sufrieran un trato deshonroso; también asumióel mando político, acompañado de los miembros del cabildo, enla plaza mayor y ante los vecinos, mientras el virrey Sobremonte,que «andaba errante como los indios», se refugiaba en Montevideo.

El panorama cambió de modo drástico a comienzos de octubre,y no sólo porque la derrota de Beresford y sus hombres no habíaimplicado la retirada de Popham, que bloqueaba el puerto de Mon-tevideo, sino por la llegada de naves británicas con un contingentede 2.000 soldados de refuerzo, al que se unieron poco después veintebarcos más. Comenzaba así, en enero de 1807, la segunda invasiónbritánica del Plata, que esta vez atacó con buena lógica Montevideo,la plaza de la que había surgido la reconquista. Los 5.000 soldadosbritánicos arrollaron a las tropas mandadas por Sobremonte, queabandonó otra vez Montevideo y corrió a refugiarse en el interior.Allí, como en Buenos Aires, se produjo una fuerte resistencia popular,pero el 3 de febrero las tropas invasoras tomaron la urbe e hicieronprisionero al gobernador Ruiz Huidobro y a cerca de 2.000 soldados.Liniers hizo lo contrario que en la primera invasión y se refugióen Buenos Aires para preparar la defensa, aunque esta vez hubouna importante novedad política, que presagió lo que iba a ocurrircasi de inmediato a escala imperial. El 6 de febrero una junta tomóla decisión de deponer y arrestar al virrey por los cargos de «imperitoen el arte de la guerra y de indolente en clase de gobernador»,al tiempo que pasquines anónimos pedían que lo sustituyera Liniersy amenazaban con degollar a los miembros de la audiencia si seoponían. Con gran sensatez política, el organismo judicial depusoal virrey y otorgó a Liniers la comandancia general.

Montevideo, mientras tanto, se había convertido en una verdaderafactoría inglesa. Multitud de comerciantes instalaron allí su base deoperaciones y fomentaron un activo intercambio clandestino. Perola mayoría de los rioplatenses no contemplaba todavía, como señalóaños después Manuel Belgrano, más que una alternativa: «tener elamo viejo o ninguno». La operación británica del segundo asalto

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a Buenos Aires comenzó el 28 de junio, con el desembarco de 8.000hombres en la ensenada de Barragán. Liniers pasó revista a sus tropas.Estas representaban la constelación humana que habitaba la capitalvirreinal, pues había milicianos «patricios, jornaleros, artesanos ymenestrales pobres», montañeses, catalanes, andaluces, asturianos,arribeños, migueletes, cazadores, gallegos y húsares, hasta un totalde 8.000 soldados. Aunque en principio una sorpresiva maniobrade los británicos logró separar sus fuerzas en los corrales de Miserere,los porteños se atrincheraron en las casas y azoteas y descargaronsobre ellos una mortífera lluvia de balas, a las que sumaron «granadasde mano, frascos de fuego y hasta las armas plebeyas de piedrasy ladrillos». El resultado fue devastador y en lo que supuso un claroantecedente de las tácticas de guerrilla y sitio de la inmediata Guerrade Independencia española, regimientos enteros fueron diezmadospor las terribles descargas. Por fin, el 7 de julio concluyó el enfren-tamiento, con la capitulación de Whitelocke y la evacuación británicade Buenos Aires y Montevideo. El triunfo personal de Liniers, cuyavida acabaría trágicamente en 1810 al ser fusilado por los revolu-cionarios de mayo, fue indiscutible.

Mientras esto ocurría, al otro lado del Atlántico, en la península,Carlos IV apuraba su tiempo y Manuel Godoy su gobierno. El monar-ca terminó su reinado en una vergonzosa claudicación ante su hijoy más tarde ante Napoleón y Godoy acabó por facilitar la entraday despliegue del ejército imperial francés. La consecuencia de todoello, la «santa insurrección española» iniciada en mayo de 1808,aglutinó la francofobia popular, el miedo clerical al «ateísmo jaco-bino» y la fuerza movilizadora del localismo y se transformó en unalucha por la libertad de la nación española 9. En la leal América,sin excepción, se juró fidelidad al deseado Fernando VII. En Santiagode Chile, el cabildo, la audiencia y el gobernador reconocieron enseptiembre la soberanía de la Junta Central y propusieron reclutary armar 16.000 milicianos. El cabildo de Caracas juró fidelidad almonarca en julio y el de La Habana juró lealtad en julio al reyy la Junta de Sevilla y en septiembre al rey y la Junta SupremaCentral. Las colectas de donativos patrióticos, préstamos y otras ayu-das desde América fluyeron hacia Cádiz gracias al final de las res-tricciones navales, mientras el comercio marítimo por fin se des-bloqueaba. En Quito surgió la aristocrática revolución del marquésde Selva Alegre, que creó una junta propia para defender los derechosreales y la religión y acabó por disolverse en octubre de 1809, mientrasen México fue depuesto el virrey Iturrigaray, considerado procriollo,

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por una coalición de comerciantes y hacendados peninsulares. El16 de septiembre de 1810 el cura Hidalgo lanzó el famoso «gritode Dolores» a indios y mestizos en nombre de Fernando VII y lavirgen de Guadalupe, para defender la religión verdadera, liberarsedel dominio peninsular (y del capitalino) y abolir el tributo; durantecasi un año mantendría en jaque a las fuerzas del brigadier Calleja 10.

El año 1809 fue trágico para las armas españolas, pues culminócon la invasión de Andalucía, la toma de Sevilla y el sitio de Cádiz.Este supuso el detonante de la implosión de la monarquía, su estallidofinal y temible desde el centro hacia la periferia. En los primerosmeses de 1810, el aluvión de malas noticias —el colapso inicial trasla fugaz victoria de Bailén, el final de la coalición antinapoleónicatras la derrota de Austria en la batalla de Wagram en julio de 1809y la terrible derrota patriota en Ocaña el 19 de noviembre anteriorde un ejército de 51.869 hombres, organizado en buena parte graciasa las contribuciones americanas— apenas permitía disimular el hun-dimiento de la resistencia en la España peninsular. De ahí que, obli-gados a defender sus repúblicas y temerosos del derrumbe insti-tucional de la metrópoli, los patricios de Caracas —que no podíantolerar en modo alguno la anexión a Francia, pues supondría la pér-dida de nuevo del comercio exterior y quizá la temida sublevaciónde los pardos, que hasta entonces se había evitado— se reunieranla noche del 18 de abril de 1810 para perfilar los últimos detallesde un golpe de Estado al capitán general, el guipuzcoano Emparan,de quien además hacía tiempo se rumoreaba que era afrancesado.A la mañana siguiente, una sesión del cabildo lo depuso. Segúnsu propio testimonio, quienes lo habían orquestado «decían al pueblo,esto es, a 400 o 500 hombres que contenía la casa capitular, casitodos de su facción, que la España estaba perdida sin recurso, queno quedaba a los españoles sino Cádiz y la isla de León» 11.

Como un relámpago, el fenómeno juntista (y golpista, bajo elpunto de vista de muchos peninsulares) gestionado por los criollosse propagó bajo la forma de cabildos abiertos, un método de movi-lización política tan antiguo en las urbes americanas como eficientey lógico según el ideario de quienes los manejaron: hacendados,comerciantes, mercaderes, curas, militares y burócratas. Gente deorden y patricios, en su gran mayoría. Paradójicamente sus revo-luciones, comenzadas para llenar un vacío de poder, conservar yen todo caso cambiar sólo lo indispensable, «destruyeron el armazónque sostenía el conjunto de la vieja estructura urbana y rural y dejarona sus componentes para que buscaran nuevo sitio» 12. La crisis de

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1810, un colapso político devenido al poco en catástrofe urbana,se sustanciaría al precio de quince años de guerra y la destrucciónde buena parte de la riqueza material y humana del continente.Como señaló el propio Simón Bolívar, la libertad política del NuevoMundo se había ganado a costa de todo lo demás. Muerto el súbdito,sin embargo, nacía el ciudadano. En adelante, la ciudad americanatendría que responder a la obligación de ser también refugio y escuelade individuos iluminados con la práctica de sus deberes y derechos.Se trata de un reto que dos siglos después está lejos de lograrse,aunque hay que seguir intentándolo. Pues, como afirmó el gran escri-tor peruano Sebastián Salazar Bondy en su célebre Lima, la horrible(1964), «toda ciudad es un destino, porque representa una utopía».

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Notas

NotasNotas

INTRODUCCIÓN

1 H. CAPEL, Dibujar el mundo. Borges, la ciudad y la geografía del siglo XXI, Barcelona,2001, pp. 14 y ss.; C. GRAU, Borges y la arquitectura, Madrid, 1995, pp. 145 y ss.

2 G. CABRERA INFANTE, El libro de las ciudades, Madrid, Alfaguara, 1999, p. 13.3 A. GARCÍA Y BELLIDO, Urbanística de las grandes ciudades del mundo antiguo, Madrid,

1985, p. XXVII.4 R. M. MORSE, «Introducción a la Historia Urbana de Hispanoamérica», en F. DE

SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid, 1983, pp. 12-15.5 P. MARCUSE, «¿Qué es exactamente una ciudad?», Revista de Occidente, núm. 275,

Madrid, 2004, pp. 7-23; H. CAPEL, «La definición de lo urbano», Estudios Geográficos,núm. 138-139 (homenaje al profesor Manuel de Terán), Madrid, 1975, pp. 265 y ss.;Scripta Vetera, http://www.ub.es/geocrit/sv-33.htm.

6 S. DE COVARRUBIAS, Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid, 1611, p. 288.7 Citado en M. ROJAS MIX, La plaza mayor. El instrumento de dominio colonial,

Barcelona, 1978, pp. 113-114.8 L. MUMFORD, «What is a City?», en R. T. LEGATES y F. STOUT (eds.), The City

Reader, Londres, 2003, p. 94.9 G. CHILDE, Los orígenes de la civilización, México, 1954, pp. 73 y ss.; ÍD., «The

Urban Revolution», en R. T. LEGATES y F. STOUT (eds.), The City Reader, Londres,2003, pp. 39-42.

10 T. J. GILFOYLE, «White Cities, Linguistic Turns and Disneylands: the New Para-digms of Urban History», Reviews in American History, núm. 26.1, Baltimore, 1998,p. 192.

11 H. CAPEL, «La definición de lo urbano», op. cit., pp. 275 y ss.12 M. AUGE, El tiempo en ruinas, Barcelona, 2003, pp. 45 y ss.13 M. CASTELLS, «European Cities, the Informational Society and the Global Eco-

nomy?», en R. T. LEGATES y F. STOUT (eds.), The City Reader, Londres, 2003, pp. 482-483.14 E. AMODIO y T. ONTIVEROS (eds.), «Introducción», en E. AMODIO y T. ONTI-

VEROS (eds.), Historias de identidad urbana. Composición y recomposición de identidadesen los territorios populares urbanos, Caracas, 1995, p. 7; J. OSSENBRÜGGE, «Formas deglobalización y del desarrollo urbano en América Latina», Iberoamericana, núm. 11,Madrid, 2003, p. 97.

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Notas182

15 J. CARO BAROJA, Paisajes y ciudades, Madrid, 1981, pp. 15 y ss. y 128 y ss.;E. ROBBINS y R. EL-KHOURY, «Introduction», en E. ROBBINS y R. EL-KHOURY (eds.),Shaping the City. Studies on History, Teaching and Urban Design, Nueva York, 2004,p. 2.

16 Citado en R. DEL CAZ, P. GIGOSOS y M. SARAVIA, «La ciudad en el espejo»,Revista de Occidente, núm. 275, Madrid, 2004, p. 83.

17 T. GLACKEN, Traces on the Rhodian Shore. Nature and Culture in Western Thoughtfrom Ancient Times to the end of the Eighteenth Century, Berkeley, 1990, pp. 5 y ss.y 116 y ss. Hay traducción española, Huellas en la playa de Rodas: naturaleza y culturaen el pensamiento occidental desde la Antigüedad hasta finales del siglo XVIII, presentaciónde H. CAPEL, Barcelona, 1996.

18 Sobre la visión negativa de la ciudad, H. CAPEL, Dibujar el mundo..., op., cit.,pp. 115 y ss.

19 J. ALCINA FRANCH, «En torno al urbanismo precolombino de América. El marcoteórico», Anuario de Estudios Americanos, vol. XLVIII, Sevilla, 1991, p. 46; A. LAFUENTE

y T. SARAIVA, «The Urban Scale of Science and the Enlargement of Madrid (1851-1936)»,Social Studies of Science, vol. 34, núm. 4, Londres, p. 531.

20 R. M. MORSE, «Introducción a la Historia Urbana...», op. cit., p. 37.21 A. CASTILLERO CALVO, «The City in the Hispanic Caribbean, 1492-1650», en

P. C. EMMER (ed.) y G. CARRERA DAMAS (coed.), General History of the Caribbean, vol. II,Londres, 1999, pp. 205 y ss.

22 A. PÉREZ SÁNCHEZ, «Biografía de Diego Angulo Íñiguez», en I. MATEO GÓMEZ

(coord.), Diego Angulo Íñiguez, historiador del arte, Madrid, 2001, pp. 26, 34 y ss.23 F. DE SOLANO, R. M. MORSE, J. E. HARDOY y R. P. SCHAEDEL, «El proceso

urbano iberoamericano desde sus orígenes hasta los principios del siglo XIX. Estudiobibliográfico», en F. DE SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid,1983, pp. 727 y ss., para referencias sucesivas de autores y obras.

24 W. BORAH, «Trends in Recent Studies of Colonial Latin American cities», HispanicAmerican Historical Review, núm. 64-3, Duke, 1984, pp. 535-536.

25 R. M. MORSE, «Introducción a la Historia Urbana...», op. cit., pp. 37 y ss.; J. WAL-

TON, «From Cities to Systems: Recent Research on Latin American Urbanization», LatinAmerican Research Review, núm. 14-1, Albuquerque, 1979, pp. 159 y ss.

26 W. BORAH, «Trends in Recent Studies...», op. cit., pp. 547 y ss.27 La ciudad hispanoamericana: el sueño de un orden, Madrid, 1989; F. DE SOLANO (dir.)

y M. L. CERRILLO (coord.), Historia urbana de Iberoamérica, 3 tomos, Madrid, 1987-1992.

CAPÍTULO I

1 M. RESTALL, Los siete mitos de la conquista española, Barcelona, 2004, pp. 190y ss.

2 A. JIMÉNEZ MARTÍN, «Antecedentes: España hasta 1492», en F. DE SOLANO (dir.)y M. L. CERRILLO (coord.), Historia urbana de Iberoamérica, t. I, Madrid, 1987, pp. 40y ss.; H. PIETSCHMANN, «Atlantic History. History between European History and GlobalHistory», en H. PIETSCHMANN (ed.), Atlantic History. History of the Atlantic system,Göttingen, 2002, p. 15.

3 F. DE SOLANO, «La expansión urbana ibérica por América y Asia. Una consecuenciade los Tratados de Tordesillas», Revista de Indias, vol. LVI, núm. 208, Madrid, 1996,p. 619.

4 Se trata de un cálculo conservador; la Europa actual tiene 10.530.750 kilómetroscuadrados; W. P. WEBB, The Great Frontier, Londres, 1953, pp. 100 y ss.

5 J. H. ELLIOTT, El Viejo Mundo y el Nuevo, 1492-1650, Madrid, 1990, pp. 75-78.

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Notas 183

6 E. AMODIO, Formas de la alteridad: construcción y difusión de la imagen del indioamericano en Europa durante el primer siglo de la conquista de América, Quito, 1993,pp. 15 y ss.; P. HULME, «Tales of Distinction: European Ethnography in the Caribbean»,en S. B. SCHWARTZ (ed.), Implicit Understandings. Observing, Reporting and Reflectingon the Encounters between Europeans and Other Peoples in the Early Modern Era, Cambridge,1995, pp. 163 y ss.

7 Citado en J. H. ELLIOTT, El Viejo Mundo..., op. cit., p. 93.8 Citado en A. GERBI, La naturaleza de las Indias nuevas, México, 1992, p. 313.9 Ibid., pp. 20-21; S. GRUZINSKI, El pensamiento mestizo, Barcelona, Paidós, 2000,

pp. 78 y ss.10 J. LOCKHART, Of Things of the Indies. Essays Old and new in Early Latin American

History, Stanford, 1999, p. 124.11 B. PASTOR BODMER, The Armature of Conquest. Spanish Accounts of the Discovery

of America, 1492-1589, Stanford, 1992, pp. 3-4.12 Un excelente ejemplo en F. LÓPEZ ESTRADA, «Un viaje medieval: Ruy González

de Clavijo visita Samarcanda... y vuelve para contarlo», Revista de Occidente, núm. 280,Madrid, 2004, pp. 27 y ss.

13 J. GIL, Mitos y utopías del descubrimiento, 1, Colón y su tiempo, Madrid, 1989,pp. 50, 206 y ss.

14 J. GIL, Mitos y utopías del descubrimiento, 2, El Pacífico, Madrid, 1989, pp. 153,268 y ss. y 275.

15 A. MANGUEL y G. GUADALUPI, Breve guía de lugares imaginarios, Madrid, 2000,pp. 129-130.

16 D. WEBER, The Spanish Frontier in North America, New Haven, 1992, p. 49.17 F. MORALES PADRÓN, Teoría y leyes de la conquista, Madrid, 1979, p. 134.18 F. MORALES PADRÓN, «Descubrimiento y toma de posesión», Anuario de Estudios

Americanos, vol. XII, Sevilla, 1955, pp. 333-336; G. GUARDA, «Tres reflexiones en tornoa la fundación de la ciudad indiana», en F. DE SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudadiberoamericana, Madrid, 1983, pp. 91 y ss.

19 F. MORALES PADRÓN, Teoría y leyes..., op. cit., pp. 135-136.20 P. SEED, Ceremonies of Possesion in Europe’s Conquest of the New World, 1492-1640,

Cambridge, 1995, pp. 71 y ss.; U. BITTERLI, Cultures in Conflict. Encounters betweenEuropean and Non-European Cultures, 1492-1800, Stanford, 1989, pp. 72 y ss.

21 Su participación quedó recogida en las «Ordenanzas reglamentando que en cadaexpedición de descubrimiento y conquista se lleven intérpretes», Granada, 17 de diciembrede 1526, en F. DE SOLANO (ed.), Documentos sobre política lingüística en Hispanoamérica,1492-1800, Madrid, 1992, p. 16.

22 Texto completo en L. PEREÑA, La idea de justicia en la conquista de América,Madrid, 1992, pp. 237-239.

23 J. LYNCH, «Armas y hombres en la conquista de América», América Latina, entrecolonia y nación, Barcelona, 2001, pp. 29 y ss.

24 C. COLÓN, Los cuatro viajes. Testamento, edición de C. VARELA, Madrid, 2000,pp. 155-156.

25 C. VARELA, «La Isabela. Vida y ocaso de una ciudad efímera», Revista de Indias,vol. XLVII, núm. 181, Madrid, 1987, p. 737.

26 Instrucción al comendador Nicolás de Ovando sobre el modo de concentrara la población indígena dispersa, en F. DE SOLANO (ed.), Normas y leyes de la ciudadhispanoamericana, 1492-1600, t. I, Madrid, 1995, pp. 24-25.

27 J. E. HARDOY, Cartografía urbana colonial de América Latina y el Caribe, BuenosAires, 1991, p. 41.

28 Citado en J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades hispanoamericanas, Madrid,1992, p. 139.

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Notas184

29 R. CASSA, «Cuantificaciones sociodemográficas de la ciudad de Santo Domingoen el siglo XVI», Revista de Indias, vol. LVI, núm. 208, Madrid, 1996, pp. 643 y 654.

30 A. CASTILLERO CALVO, «The City in the Hispanic...», op. cit., pp. 210 y ss.31 La Tierra Firme incluía la costa comprendida entre la desembocadura del Orinoco

y el istmo panameño.32 A. GERBI, La naturaleza de las Indias nuevas. De Cristóbal Colón a Gonzalo Fernández

de Oviedo, México, 1992, p. 39. Los taínos contaban con poblados concentrados quetenían, según señaló Pedro Mártir de Anglería, desde 50 hasta 1.000 casas, pero existíanagrupaciones de no más de cinco.

33 J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades..., op. cit., p. 146.34 A. ALTOLAGUIRRE, Vasco Núñez de Balboa, Madrid, 1914, p. 39.35 A. CASTILLERO CALVO, «The City in the Hispanic...», op. cit., pp. 215 y ss.36 J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades..., op. cit., p. 177.37 A. R. VALERO DE GARCÍA LASCURAIN, «Los indios en Tenochtitlan. La ciudad impe-

rial mexica», Anuario de Estudios Americanos, vol. XLVII, Sevilla, 1990, pp. 39-40.38 J. L. DE ROJAS, «Cuantificaciones referentes a la ciudad de Tenochtitlan en 1519»,

Historia mexicana, vol. XXXVI, México, 1986, p. 217.39 M. LEÓN-PORTILLA (intr.), Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista,

México, 1992, p. 133.40 J. ALCINA FRANCH, «El pasado prehispánico y el impacto colonizador», La ciudad

hispanoamericana: el sueño de un orden, Madrid, 1989, p. 212.41 J. E. HARDOY, Ciudades precolombinas, Buenos Aires, 1964, p. 187.42 F. DOMÍNGUEZ COMPAÑY, Política de poblamiento de España en América (la fundación

de ciudades), Madrid, 1984, pp. 99-100.43 D. ANGULO ÍÑIGUEZ, «Terremotos y traslados de la ciudad de Guatemala», en

I. MATEO GÓMEZ (coord.), Diego Angulo Íñiguez, historiador del arte, Madrid, 2001,pp. 224-225.

44 J. GUNTHER DOERING y G. LOHMANN VILLENA, Lima, Madrid, 1992, p. 54.45 J. E. HARDOY, «El diseño urbano de las ciudades prehispánicas», en F. DE SOLA-

NO (dir.) y M. L. CERRILLO (coord.), Historia urbana de Iberoamérica, t. I, Madrid, 1987,pp. 164-165.

46 J. E. HARDOY, Ciudades precolombinas, op. cit., pp. 435 y ss.47 M. A. DURÁN HERRERO, Fundaciones de ciudades en el Perú durante el siglo XVI,

Sevilla, 1978, p. 75.48 J. SALVADOR LARA, Quito, Madrid, 1992, p. 69.49 E. TROCONIS DE VERACOECHEA, Caracas, Madrid, 1992, pp. 51-52.50 A. DE RAMÓN, Santiago de Chile (1541-1991). Historia de una sociedad urbana,

Madrid, 1992, p. 32.51 C. LÁZARO ÁVILA, Las fronteras de América y los «Flandes indianos», Madrid, 1997,

pp. 13. y ss.52 F. DOMÍNGUEZ COMPAÑY, Política de poblamiento..., op. cit., p. 14.53 M. GUTMAN y J. E. HARDOY, Buenos Aires. Historia urbana del área metropolitana,

Madrid, 1992, p. 27.

CAPÍTULO II

1 G. CÉSPEDES DEL CASTILLO, «Raíces peninsulares y asentamiento indiano: los hom-bres de las fronteras», en F. DE SOLANO (coord.), Proceso histórico al conquistador, Madrid,1988, pp. 39 y ss.

2 A. DE RAMÓN, Santiago de Chile..., op. cit., p. 41.3 F. FERNÁNDEZ-ARMESTO, Las Américas, Barcelona, 2004, p. 73.

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Notas 185

4 J. M. OTS CAPDEQUÍ, El Estado español en las Indias, México, 1975, pp. 15 yss.; G. HERNÁNDEZ PEÑALOSA, El derecho en Indias y su metrópoli, Bogotá, 1969, p. 170;J. P. GREENE, Negotiated Authorities. Essays in Colonial Political and Constitucional History,Charlottesville, 1994, p. 13.

5 J. H. ELLIOTT, El Viejo Mundo..., op. cit., p. 106.6 G. GUARDA, «Tres reflexiones en torno a la fundación de la ciudad indiana»,

en F. DE SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid, 1983, p. 94.7 G. KUBLER, «Foreword», en D. P. CROUCH, D. J. GARR y A. I. MUNDIGO, Spanish

City Planning in North America, Cambridge, 1982, p. XII; L. BENEVOLO y S. ROMANO,La città europea fuori D’Europa, Milán, 1998, p. 81.

8 F. DE SOLANO, «El conquistador hispano: señas de identidad», en F. DE SOLA-

NO (coord.), Proceso histórico al conquistador, Madrid, 1988, pp. 23-24.9 Sobre la fidelidad al rey y su obligación de otorgar recompensas, F. TOMÁS Y

VALIENTE, «Las ideas políticas del conquistador Hernán Cortés», en F. DE SOLANO (coord.),Proceso histórico al conquistador, Madrid, 1988, pp. 165-181.

10 Citado en A. DE RAMÓN, «Rol de lo urbano en la consolidación de la conquista:los casos de Lima, Potosí y Santiago de Chile», Revista de Indias, vol. LV, núm. 204,Madrid, 1995, p. 392.

11 Libro IV, Título VII, Ley XX, Recopilción de leyes de los reinos de Indias (1681),t. II, Madrid, 1973, p. 93.

12 A. GERBI, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica, 1750-1900,México, 1982, pp. 66 y ss.

13 G. GUARDA, «Tres reflexiones...», op. cit., p. 100; F. DE SOLANO, «Significadoy alcances de las nuevas ordenanzas de descubrimiento y población de 1573», Ciudadeshispanoamericanas y pueblos de indios, Madrid, 1990, pp. 60 y ss.; J. M. MORALES FOLGUERA,La construcción de la utopía. El proyecto de Felipe II (1556-1598) para Hispanoamérica,Madrid, 2001, pp. 25 y ss.

14 D. DE ENCINAS, Cedulario indiano, vol. IV, Madrid, 1945, pp. 232-246; Recopilaciónde leyes de los reinos de Indias (1681), t. II, Madrid, 1973, pp. 79-93.

15 En el contexto de la monarquía hispánica existía una distinción entre «reinosde herencia» y «reinos de conquista», de la que podía derivar una diferencia constitucionalen detrimento de estos últimos; agradezco a R. Valladares esta puntualización; «Nuevasordenanzas de descubrimiento, población y pacificación de las Indias» (1573), en F. DE

SOLANO (ed.), Normas y leyes de la ciudad hispanoamericana, 1492-1600, t. I, Madrid,1995, p. 199.

16 Artículo 112 de «Nuevas ordenanzas de descubrimiento...», op. cit., p. 211.17 Artículo 93 de «Nuevas ordenanzas de descubrimiento...», op. cit., p. 208. La

condición de vecino, inicialmente referida a españoles con casa poblada, pronto incluyóa indios, negros libres y morenos, que también recibieron solares y labores; F. DOMÍNGUEZ

COMPAÑY, «La condición de vecino», Estudios sobre las instituciones locales hispanoame-ricanas, Caracas, 1981, pp. 112 y ss. El número de vecinos permite calcular la poblaciónblanca de una ciudad junto a sus agregados, multiplicándolo por seis, aunque se tratade una cuestión sometida a un permanente debate historiográfico; J. E. HARDOY y C. ARA-

NOVICH, «Escalas y funciones urbanas de la América española hacia 1600. Un ensayometodológico», en F. DE SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid,1983, pp. 362-364.

18 En 1529 el cabildo de Guatemala dio seis meses a los vecinos que tenían solarespara que los cercaran y poblaran, amenazándolos con su pérdida en caso contrario.También prohibieron que los perros, cerdos, yeguas y caballos estuvieran sueltos porlas calles, pues se metían en el mercado y la iglesia, «que es cosa de mal ejemplo,y especialmente para los naturales de la tierra que lo ven», «Acuerdos del cabildo deGuatemala, 20 de agosto de 1529», en F. DE SOLANO (ed.), Normas y leyes de la ciudadhispanoamericana, 1492-1600, t. I, Madrid, 1995, pp. 92-3.

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Notas186

19 G. KUBLER, «Foreword», op. cit., p. XII; G. R. CRUZ, Let There be Towns. SpanishMunicipal Origins in the American Southwest, 1610-1810, Texas College Station, 1988,p. 19.

20 En la muestra aparecen según un modelo clásico y de plaza central, 42; clásicoscon plaza excéntrica junto a una costa o río, 6; clásicos con plaza excéntrica sin elementode atracción particular, 8; regulares con plaza central, 11; regulares con plaza excéntrica,20; regulares con dos plazas central y excéntrica, 3; regulares con dos plazas excéntricas,6; regulares alargados, 3; irregulares, 10; lineales, 5, y sin un esquema definido, 20;J. E. HARDOY, «La forma de las ciudades coloniales en la América española», en F. DE

SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid, 1983, p. 329.21 J. L. GARCÍA FERNÁNDEZ, «Trazas urbanas hispanoamericanas y sus antecedentes»,

en La ciudad hispanoamericana: el sueño de un orden, Madrid, 1989, pp. 215 y ss.; I. A. LEO-

NARD, Books of the Brave. Being an Account of Books and of Men in the Spanish Conquestand Settlement of the Sixteenth century New World, Berkeley, 1992, pp. 91 y ss.

22 J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades..., op. cit., p. 367, recogiendo un plan-teamiento de R. Martínez Lemoine.

23 R. M. MORSE, «Introducción a la Historia Urbana...», op. cit., pp. 44-47.24 A. BONET CORREA, El urbanismo en España e Hispanoamérica, Madrid, 1991, pp. 176

y ss.25 A. CASTILLERO CALVO, La vivienda colonial en Panamá. Historia de un sueño, Panamá,

1994, p. 200.26 M. ROJAS MIX, La plaza mayor..., op. cit., pp. 66 y ss.27 F. DE SOLANO, «Rasgos y singularidades de la plaza mayor», Ciudades hispanoa-

mericanas y pueblos de indios, Madrid, 1990, p. 190.28 A. ALEDO TUR, «El significado cultural de la plaza hispanoamericana. El ejemplo

de la plaza mayor de Mérida», Tiempos de América, núm. 5-6, Castellón, 2000, p. 40.29 Libro IV, Título VIII, Ley I, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),

t. II, Madrid, 1973, p. 94.30 Título de ciudad al pueblo de Cumaná de la provincia de Nueva Andalucía,

San Lorenzo, 3 de julio de 1591, en S. R. CORTÉS (comp.), Antología documental deVenezuela, Caracas, 1971, p. 112.

31 G. PORRAS TROCONIS, Cartagena Hispánica, 1533 a 1810, Bogotá, 1954, pp. 76-78.32 R. FIGUEIRA, «Del barro al ladrillo», en J. L. ROMERO y L. ROMERO (dirs.), Buenos

Aires, Historia de cuatro siglos, t. I, Buenos Aires, 2000, p. 113.33 J. LOCKHART, Of Things of the Indies. Essays Old and New in Early Latin American

Colonial History, Stanford, 1999, p. 122.34 A. DE RAMON, «Rol de lo urbano en la consolidación...», op. cit., p. 409.35 Libro IV, Título VII, Ley II, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),

t. II, Madrid, 1973, p. 91.36 G. CÉSPEDES DEL CASTILLO, «Vecinos, magnates, cabildos y cabildantes en la Amé-

rica española», La ciudad hispanoamericana: el sueño de un orden, Madrid, 1989, pp. 229y ss.

37 El cabildo abierto es «la junta que se hace en alguna villa o lugar a son decampaña tañida, para que entren todos los que quisieren del pueblo, por haberse detratar alguna cosa de importancia o de que pueda resultar algún gravamen que comprendaa todos, lo cual se ejecuta a fin de que ninguno pueda reclamar después», citado enC. BAYLE, Los cabildos seculares en la América española, Madrid, 1952, p. 433. Se convocabapor el procurador, gobernador, alcalde ordinario, corregidor, alférez real o el cabildoen pleno para tratar los más diversos asuntos, tributos, corridas de toros, inundaciones,servicios de los indios, unión de armas o provisión de trigo. En Santiago de Chilehubo seis en el siglo XVI, 59 en el XVII, cinco en el XVIII y uno en el XIX; participó«todo el pueblo y común», algunos vecinos o ciertas corporaciones. Sus acuerdos debíanser legalizados, H. ARANGUIZ DONOSO, «Estudio institucional de los cabildos abiertos

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Notas 187

de Santiago de Chile (1541-1810)», en F. DE SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudadiberoamericana, Madrid, 1983, pp. 217 y ss. El cabildo abierto casi desapareció de Castillaen los siglos XV y XVI, como consecuencia de la aristocratización de las ciudades. Excep-cionalmente se convocaron algunos, I. A. A. THOMPSON, «El concejo abierto de Alfaroen 1602: la lucha por la democracia municipal en la Castilla seiscentista», Berceo, núm. 100,Logroño, 1981, pp. 307 y ss.

38 R. KONETZKE, América Latina, II, La época colonial, Madrid, 1979, p. 129.39 C. BAYLE, Los cabildos seculares..., op. cit., pp. 112-113.40 Ibid., p. 105.41 C. H. HARING, El imperio hispánico en América, Buenos Aires, 1966, pp. 170

y ss.; F. TOMÁS Y VALIENTE, La venta de oficios en Indias (1492-1606), Madrid, 1972,pp. 61 y ss.

42 Libro IV, Título IX, Ley I, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),t. II, Madrid, 1973, p. 96.

43 «Puede decirse que durante todo el XVI el cabildo de Quito estuvo dominadoen exclusiva [por encomenderos], desde la fundación de la villa hasta prácticamente1597: la calidad de benemérito y de conquistador, esencial para la consecución de laencomienda, será la tónica dominante también para los cargos concejiles en toda lacenturia», J. ORTIZ DE LA TABLA, Los encomenderos de Quito, 1534-1660. Origen y evoluciónde una elite colonial, Sevilla, 1993, p. 130.

44 J. F. DE LA PEÑA, Oligarquía y propiedad en Nueva España (1550-1624), México,1983, p. 149.

45 P. M. ARCAYA, El cabildo de Caracas (período de la colonia), Caracas, 1968, p. 37.46 P. GERHARD, Geografía histórica de la Nueva España, 1519-1821, México, 1986,

p. 14.47 Libro V, Título II, Ley I, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),

t. II, Madrid, 1973, pp. 144-146, enumera los gobiernos, corregimientos y alcaldíasmayores de provisión real en las Indias. Eran corregimientos en la audiencia de Lima,los de Cuzco y su montaña, Cajamarca, Santiago de Miraflores, Arica, Collaguas, Ica,Arequipa, Guamanga, Piura, Paita y Castro Virreina; en la de Santafé, los de Mariquitay Tunja; en la de Charcas, los de Potosí, Oruro y La Paz; en la de Quito, los deZamora, Loja, Guayaquil y Quito; en la de México, los de Veracruz, México y Zacatecas,y numerosas alcaldías mayores equivalentes.

48 Libro V, Título II, Ley III, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),t. II, Madrid, 1973, p. 146.

49 G. LOHMANN VILLENA, «El corregidor de Lima (estudio histórico-jurídico)», Anua-rio de Estudios Americanos, vol. IX, Sevilla, 1952, pp. 131-132.

50 Estas regulaban todos los aspectos de la vida municipal, desde el paso del santísimosacramento a la limpieza de las pesas de las carnicerías, «Ordenanzas municipales deGuayaquil» (1590), en Normas y leyes de la ciudad hispanoamericana, 1492-1600, t. I,Madrid, 1995, pp. 253-268.

51 Libro IV, Título X, Ley XII, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),t. II, Madrid, 1973, p. 99.

52 P. M. ARCAYA, El cabildo de Caracas..., op. cit., pp. 72-75.53 C. BAYLE, Los cabildos seculares..., op. cit., p. 173.54 Libro V, Título VII, Ley X, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),

t. II, Madrid, 1973, p. 161.55 C. BAYLE, Los cabildos seculares..., op. cit., p. 208.56 J. A. GARCÍA, La ciudad indiana, Buenos Aires, 1998, p. 125.57 J. C. SUPPER, Food, Conquest and Colonization in Sixteenth century Spanish America,

Alburquerque, 1988, pp. 87-88.

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Notas188

58 Libro IV, Título XI, Ley II, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),t. II, Madrid, 1973, p. 101.

59 Libro IV, Título XI, Ley V, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),t. II, Madrid, 1973, p. 101.

60 P. M. ARCAYA, El cabildo de Caracas..., op. cit., p. 59.61 R. ARCHILA, «La medicina y la higiene en la ciudad», en F. DE SOLANO (coord.),

Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid, 1983, p. 657.62 C. BAYLE, Los cabildos seculares..., op. cit., p. 544.63 Ibid., p. 548.64 Ibid., p. 552.65 «Contribución del cabildo de Quito a la adquisición de un reloj público, Quito,

13 de enero de 1612», en F. DE SOLANO (ed.), Normas y leyes de la ciudad hispanoamericana,1601-1821, t. II, Madrid, 1996, pp. 35-36.

66 C. GÓMEZ y J. MARCHENA, «Los señores de la guerra en la conquista», Anuariode Estudios Americanos, vol. XLII, Sevilla, 1985, pp. 200 y ss.

67 J. LOCKHART, Los de Cajamarca. Un estudio social y biográfico de los primeros con-quistadores del Perú, t. I, Lima, 1986, p. 71.

68 Libro IV, Título VIII, Ley V, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),t. II, Madrid, 1973, p. 94.

69 En Castilla, el monarca convocaba a Cortes villa, reino y ciudades, como enlas muy tumultuosas celebradas en 1632, J. E. GELABERT, Castilla convulsa (1631-1652),Madrid, 2001, pp. 67 y ss.

70 G. LOHMANN VILLENA, «Las cortes en Indias», Anuario de Historia del DerechoEspañol, t. XVIII, Madrid, 1947, pp. 655 y ss.

71 W. HARRIS, The Growth of Latin American Cities, Athens, 1971, p. 13; P. SINGER,«Campo y ciudad en el contexto histórico iberoamericano», en J. E. HARDOY y R. P. SCHAE-

DEL (comps.), Las ciudades de América Latina y sus áreas de influencia a través de laHistoria, Buenos Aires, 1975, pp. 203 y ss.

72 E. VAN YOUNG, «Material Life», en L. S. HOBERMAN y S. M. SOCOLOW (eds.),The Countryside in Colonial Latin America, Alburquerque, 1996, p. 66; M. A. MARTIN

LOU y E. MUSCAR BENASAYAG, Proceso de urbanización en América del Sur, Madrid, 1992,p. 123.

73 P. VIVES, «Ciudad y territorio en la América colonial», La ciudad hispanoamericana:el sueño de un orden, Madrid, 1989, pp. 222-223; P. PÉREZ HERRERO, Comercio y mercadosen América Latina colonial, Madrid, 1992, pp. 99 y ss.

74 E. J. A. MAEDER y R. GUTIÉRREZ, Atlas histórico y urbano del nordeste argentino.Pueblos de indios y misiones jesuíticas, Resistencia, 1994, pp. 12-14.

75 F. DE SOLANO, «El pueblo de indios. Política de concentración de la poblaciónindígena: objetivos, proceso, problemas y resultados», Ciudades hispanoamericanas y pueblosde indios, Madrid, 1990, p. 333; ÍD., «Urbanización y municipalización de la poblaciónindígena», Ciudades hispanoamericanas y pueblos de indios, Madrid, 1990, pp. 355 y ss.

76 J. R. LODARES MARRODÁN, El paraíso políglota: historias de lenguas en la Españamoderna contadas sin prejuicios, Madrid, 2000, pp. 55 y ss.

77 Quiroga fundó en 1531 a dos leguas de México el hospital de Santafé, dondeatendió a indios enfermos y desamparados, y poco después estableció otro hospitalen Tzintzuntzan, junto a Pátzcuaro. Tras acceder a la sede michoacana, fundó el hospitalde San Nicolás de Tolentino y prosiguió con su experimento evangelizador de los hos-pitales, que constaban de una casa común para enfermos y principales y de casas par-ticulares para los congregados en familias, así llamadas porque en ellas vivían sus miembros.Tenían un terreno anexo para huerta o jardín, estancias de campo y lugares para siembrasy ganaderías. El hospital tenía forma de cuadrado en uno de cuyos frentes estaba laenfermería de contagiosos y en los otros el resto de los enfermos. Los naturales trabajabancomunalmente durante seis horas y del beneficio se pagaban los gastos del hospital,

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Notas 189

la comunidad y las escuelas; el resto se repartía entre los congregados. También aprendíandiversos oficios.

78 C. GIBSON, «Rotation of Alcaldes in the Indian Cabildo of Mexico City», HispanicAmerican Historical Review, vol. 33, núm. 2, Duke, 1953, p. 213.

79 L. SOUSA y K. TERRACIANO, «The “Original Conquest” of Oaxaca: Nahua andMixtec Accounts of the Spanish Conquest», Ethnohistory, vol. 50, núm. 2, Duke, 2003,p. 384; J. BUSTAMANTE, «Los vencidos: nuevas formas de identidad y acción en unasociedad colonial», en S. BERNABEU (coord.), El paraíso occidental. Norma y diversidaden el México virreinal, Madrid, 1998, pp. 29-33.

80 R. S. HASKETT, «Indian Town Government in Colonial Cuernavaca: Persistence,Adaptation and Change», Hispanic American Historical Review, vol. 67, núm. 2, Duke,1987, p. 210.

81 «Mandamiento del virrey de Nueva España Antonio de Mendoza concediendolicencia al indio Baltasar, de Tepeaca, para hacer una población en el valle de Tozocongo,México, 17 de mayo de 1542», en F. DE SOLANO (ed.), Normas y leyes de la ciudadhispanoamericana, 1601-1821, t. II, Madrid, 1996, p. 137.

82 T. HERZOG, «La política espacial y las tácticas de conquista: las “Ordenanzasde descubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias” y su legado (si-glos XVI-XVII)», en J. R. GUTIÉRREZ, E. MARTÍNEZ RUIZ y J. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ (coords.),Felipe II y el oficio de rey: la fragua de un imperio, Madrid, 2001, p. 296.

83 Libro VI, Título III, Ley XV, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),t. II, Madrid, 1973, p. 200; M. MORNER, Region & State in Latin America’s Past, Baltimore,1993, pp. 20 y ss.

84 P. BORGES MORÁN, Misión y civilización en América, Madrid, 1987, pp. 156-158.85 J. LOCKHART, «Españoles entre indios: Toluca a fines del siglo XVI», Revista de

Indias, vols. XXXIII-XXIV, núm. 131-138, Madrid, 1973-1974, p. 487.86 F. DE SOLANO, «Autoridades municipales indígenas de Yucatán (1657-1677)»,

Ciudades hispanoamericanas y pueblos de indios, Madrid, 1990, pp. 395-423.87 C. BERNAND y S. GRUZINSKI, Historia del Nuevo Mundo. Los mestizajes (1550-1640),

t. II, México, 1999.88 C. ROMERO ROMERO, «Fundaciones españolas en América: una sucesión crono-

lógica», La ciudad hispanoamericana: el sueño de un orden, Madrid, 1989, pp. 275-293.89 R. GUTÍERREZ, «Distribución espacial de la ciudad: los barrios hispanocoloniales»,

en F. DE SOLANO (dir.) y M. L. CERRILLO (coord.), Historia urbana de Iberoamérica,t. I, Madrid, 1987, p. 316.

90 F. DE SOLANO, «Ciudades y pueblos de indios antes de 1573», Ciudades his-panoamericanas y pueblos de indios, Madrid, 1990, pp. 53-57.

91 C. BERNAND, Negros esclavos y libres en las ciudades hispanoamericanas, Madrid,2001, p. 50; C. GIBSON, Los aztecas bajo el dominio español, 1519-1810, México, 1981,p. 389.

92 J. LOCKHART, El mundo hispanoperuano, 1532-1560, México, 1982, pp. 234-235;M. A. DURAN HERRERO, «Lima en 1613. Aspectos urbanos», Anuario de Estudios Ame-ricanos, vol. XLIX, Sevilla, 1992, p. 183.

93 A. CASTILLERO CALVO, La vivienda colonial..., op. cit., p. 87.94 F. DOMÍNGUEZ COMPAÑY, La vida en las pequeñas ciudades hispanoamericanas de

la conquista, 1494-1549, Madrid, 1978, p. 83; M. GÓNGORA, «Urban Social Stratificationin Colonial Chile», Hispanic American Historical Review, vol. 55, núm. 3, Duke, 1975,pp. 427 y ss.

95 M. GÓNGORA, «Sondeos en la antroponimia colonial de Santiago de Chile», Anua-rio de Estudios Americanos, vol. XXIV, Sevilla, 1967, p. 1326.

96 A. DE RAMÓN, Santiago de Chile..., op. cit., p. 70.

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Notas190

97 B. DÍAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera de la conquista de Nueva España, Madrid,1984, p. 103.

98 José Moreno Villa acuñó este término en 1942, M. CABAÑAS BRAVO, «Méxicome va creciendo. El exilio de José Moreno Villa», en M. AZNAR SOLER (ed.), El exilioliterario español de 1939, vol. I, Barcelona, 1998, p. 223.

99 C. BERNAND y S. GRUZINSKI, Historia del Nuevo Mundo..., op. cit., p. 260.100 E. MARCO DORTA, «Iglesias renacentistas en las riberas del Lago Titicaca», Anuario

de Estudios Americanos, vol. II, Sevilla, 1945, p. 707.101 A. CASTILLERO CALVO, La vivienda colonial..., op. cit., pp. 134-135.102 Ibid., p. 70.103 F. B. PYKE, «Algunos aspectos de la ejecución de las leyes municipales en la

América española durante la época de los Austrias», Revista de Indias, vol. XVIII, núm. 72,Madrid, 1958, pp. 208-209.

104 V. CORTÉS ALONSO, «Tunja y sus vecinos», Revista de Indias, vol. XXV,núm. 99-100, Madrid, 1965, p. 160.

105 J. M. MORALES FOLGUERA, Tunja. Atenas del Renacimiento en la Nueva Granada,Málaga, 1998, pp. 135 y ss.

106 «Españoles: baquianos y bisoños, criollos y peninsulares», en G. CÉSPEDES DEL

CASTILLO (ed.), Textos y documentos de la América Hispánica (1492-1898), Barcelona,1986, p. 194.

CAPÍTULO III

1 J. I. ISRAEL, Razas, clases sociales y vida política en el México colonial, 1610-1670,México, 1980, pp. 91-92.

2 Metrópoli era para los griegos la ciudad madre de otras y para los romanos lacapital de una provincia. S. DE COVARRUBIAS la definió como «ciudad principal de lacual han salido muchas poblaciones circunvecinas dependientes de ella», Tesoro de lalengua castellana, Madrid, 1611, p. 548 Para el Diccionario de la lengua castellana, t. IV,Madrid, 1734, es «ciudad principal que tiene dominio o señorío sobre las otras». E. DE

TERREROS PANDO señaló que era la iglesia principal o sede, por ello metropolitana, deuna ciudad arzobispal, Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes, t. II, Madrid,1787, p. 580.

3 B. BRAVO LIRA, «Régimen virreinal. Constantes y variantes de la constitución políticaen Iberoamérica (siglos XVI al XXI)», en F. BARRIOS (coord.), El gobierno de un mundo.Virreinatos y audiencias en la América Hispánica, Cuenca, 2004, pp. 398 y ss.

4 I. RODRÍGUEZ MOYA, La mirada del virrey. Iconografía del poder en la Nueva España,Castellón, 2003, pp. 94 y ss.; M. A. PASTOR, Crisis y recomposición social. Nueva Españaen el tránsito del siglo XV al XVII, México, 1999, p. 42.

5 G. GASPARINI, América, barroco y arquitectura, Caracas, 1972, p. 167.6 P. MARZAHL, «Creoles and Government: the Cabildo of Popayán», Hispanic Ame-

rican Historical Review, vol. 54, núm. 4, Duke, 1974, p. 638; J. L. ROMERO, Latinoamérica:las ciudades y las ideas, México, 1976, pp. 73 y ss.; F. RODRÍGUEZ DE LA FLOR, Barroco.Representación e ideología en el mundo hispánico (1580-1680), Madrid, 2002, pp. 37 y ss.

7 I. CRUZ DE AMENÁBAR, «Una periferia de nieves y soles invertidos: notas sobreSantiago, fiesta y paisaje», Tiempos de América, núm. 5-6, Castellón, 2000, p. 122.

8 C. BERNAND, Negros esclavos..., op. cit., pp. 68 y ss. Entre los santos negros des-tacaron, por la difusión de su culto, San Benito, San Antonio de Noto, San Elesbán,Santa Ifigenia y San Martín de Porres. También se extendieron entre ellos diversasadvocaciones de la virgen, B. VINCENT, «Le culte des saints noirs dans le monde ibérique»,en D. GONZÁLEZ CRUZ (ed.), Ritos y ceremonias en el mundo hispano durante la EdadModerna, Huelva, 2002, pp. 121 y ss.

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Notas 191

9 E. VILA, Santos de América, Bilbao, 1968, pp. 43 y ss.10 Lima tenía una nutrida población de hábito y gran número de conventos grandes

femeninos, pero la auténtica ciudad conventual americana era Quito, que en 1650,con aproximadamente 25.000 habitantes, tenía la catedral, cinco iglesias parroquiales(y tres más extramuros), cuatro conventos de monjas, cinco conventos de frailes y dosrecolecciones (conventos de retiro), L. MARTÍN, Daughters of the Conquistadores. Womenof the Viceroyalty of Peru, Alburquerque, 1983, pp. 174 y ss.

11 C. BAYLE, Los cabildos seculares..., op. cit., pp. 735 y ss.12 E. B. NÚÑEZ, La ciudad de los techos rojos, Caracas, 1988, pp. 52-53; Actas del

cabildo colonial de Guayaquil, 1650-1657, t. III, Guayaquil, 1973, pp. 80-81.13 G. LOHMANN VILLENA, «Las comedias del Corpus Christi en Lima en 1635 y

1636», Revista de Indias, vol. X, núm. 42, Madrid, 1950, pp. 865-868.14 C. F. DUARTE, «Las fiestas de Corpus Christi en la Caracas Hispánica (Tarasca,

Gigantes y Diablitos)», Boletín de la Academia Nacional de la Historia, vol. 70, núm. 279,Caracas, 1987, pp. 675 y ss.

15 R. MÚJICA PINILLA, «Identidades alegóricas: lecturas iconográficas del barrocoal neoclásico», El barroco peruano, Lima, 2003, p. 310.

16 F. IWASAKI CAUTI, «Toros y sociedad en Lima colonial», Anuario de EstudiosAmericanos, vol. XLIX, Sevilla, 1992, pp. 318 y ss.

17 Libro III, Título XV, Ley LVI, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681),t. II, Madrid, 1973, p. 69.

18 A. OSSORIO, «The King in Lima: Simulacra, Ritual and Rule in Seventeenth CenturyPeru», Hispanic American Historical Review, núm. 84-3, Duke, 2004, pp. 460-461.

19 S. MACCORMACK, «El gobierno de la república cristiana», El barroco peruano,Lima, 2003, pp. 217 y ss.

20 C. BAYLE, Los cabildos seculares..., op. cit., p. 684.21 R. RAMOS SOSA, «La fiesta barroca en ciudad de México y Lima», Historia, vol. 30,

Santiago, 1997, p. 279.22 A. CASTILLERO CALVO, La vivienda colonial..., op. cit., p. 270.23 Agradezco a R. Valladares esta puntualización; Carta del cabildo al Consejo de

Indias indicando la imposibilidad de contener los gastos en el recibimiento del virrey,conde de Monterrey, Lima, 8 de mayo de 1606. Se mandó que no pasaran de 4.000ducados, J. ORTIZ DE LA TABLA, M. J. MEJÍAS y A. RIVERA GARRIDO (eds.), Cartas decabildos hispanoamericanos. Audiencia de Lima, t. I, Sevilla, 1999, p. 35.

24 D. RIPODAS ARDANAZ, «Las ciudades indianas», Atlas de Buenos Aires, t. I, 1981,p. 16.

25 G. KUBLER, «El urbanismo colonial iberoamericano, 1600-1820», en F. DE SOLA-

NO (ed.), Historia y futuro de la ciudad iberoamericana, Madrid, 1986, p. 30.26 Citado en J. BARRIENTOS GRANDON, «El Cursus de la jurisdicción letrada en las

Indias (siglos XVI-XVII)», en F. BARRIOS (coord.), El gobierno de un mundo. Virreinatosy audiencias en la América Hispánica, Cuenca, 2004, p. 633.

27 C. G. MOTA, Um Americano intranquilo. Homenagem a Richard Morse, Río deJaneiro, 1992, p. 19; S. GRUZINSKI, Les quatre parties du monde. Histoire d’une mon-dialisation, París, 2004, pp. 71 y ss.

28 J. BARRIENTOS GRANDON, «El Cursus de la jurisdicción letrada...», op. cit., pp. 639y ss.

29 J. H. ELLIOTT, El conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia,Barcelona, 1991, pp. 161 y ss., y 279 y ss.

30 Citado en B. LAVALLE, Las promesas ambiguas. Criollismo colonial en los Andes,Lima, 1993, pp. 19-20; M. A. PASTOR, Crisis y recomposición social..., op. cit., pp. 197y ss.

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Notas192

31 Sobre su actuación y personalidad, R. ÁLVAREZ, «El cuestionario de 1577. La“Instrucción y memoria de las relaciones que se han de hacer para la descripción delas Indias de 1577”», en F. DE SOLANO (ed.), Cuestionarios para la formación de lasRelaciones Geográficas de Indias, siglos XVI-XIX, Madrid, 1988, pp. XCV y ss.

32 G. BAUDOT, La vida cotidiana en la América española en tiempos de Felipe II,México, 1983, pp. 312-313; M. A. PASTOR, Crisis y recomposición social..., op. cit., pp. 207y ss.

33 S. QUESADA, La idea de ciudad en la cultura hispana de la edad moderna, Barcelona,1992, p. 93.

34 F. RODRÍGUEZ DE LA FLOR, Barroco..., op. cit., pp. 123-124.35 D. RIPODAS ARDANAZ, «Presencia de América en la España del XVII», en D. RAMOS

(coord.), La formación de las sociedades iberoamericanas (1568-1700). Historia de EspañaMenéndez Pidal, t. XXVII, Madrid, 1999, p. 802; H. BRIOSO SANTOS, América en laprosa literaria española de los siglos XVI y XVII, Huelva, 1999, pp. 105 y ss.; sobre laidentificación de riqueza y comercio indiano, B. CÁRCELES DE GEA, «Las Indias y elconcepto de riqueza en España en el siglo XVII», en C. MARTÍNEZ SHAW y J. M. OLIVA

MELGAR (eds.), El sistema atlántico español (siglos XVII-XIX), Madrid, 2005, pp. 76 y ss.36 F. RODRÍGUEZ DE LA FLOR, Barroco..., op. cit., pp. 37-38.37 A. GERBI, La naturaleza..., op. cit., pp. 226 y ss.38 M. D. SZUCHMAN, «The City as Vision. The Development of Urban Culture

in Latin America», en J. M. GILBERT y M. D. SZUCHMAN (eds.), I Saw a City Invincible.Urban Portraits of Latin America, Wilmington, 1996, p. 24; A. RAMA, La ciudad letrada,Hanover, Ediciones el Norte, 1984, pp. 25 y ss.

39 I. A. A. THOMPSON, «Castilla, España y la monarquía: la comunidad política,de la patria natural a la patria nacional», en R. L. KAGAN y G. PARKER (eds.), España,Europa y el mundo atlántico: homenaje a John H. Elliott, Madrid, 2001, pp. 211-213.

40 Existieron dos catedrales en México. La antigua, de tres naves techadas de madera,fue construida de 1524 a 1532 por el arquitecto Juan de Sepúlveda. En 1585 fue recons-truida y en 1626 derribada. Del templo actual, que se pensó fuera más grande quela enorme catedral de Sevilla, aunque luego se optó como modelo por la más razonablecatedral nueva de Salamanca, se puso la primera piedra en 1573. Claudio de Arciniegay Juan Miguel de Agüero fueron los autores del proyecto, que se terminó de realizaren 1667, año también de su consagración. La fachada, que empezó a ejecutar JoséDamián Ortiz tras ganar un concurso en 1786, fue concluida por Manuel Tolsá. Lasobras concluyeron en 1813, M. TOUSSAINT, Catedral de México, México, 1948, pp. 2-3.

41 Citado en A. LORENTE MEDINA, «México: “Primavera inmortal” y “emporio” detoda la América», en J. DE NAVASCUES (ed.), De Arcadia a Babel. Naturaleza y ciudaden la literatura hispanoamericana, Madrid, 2002, p. 77; Tiánguez significa mercado.

42 La expresión es de Alfonso Reyes, S. GRUZINSKI, La ciudad de México: una historia,México, 2004, pp. 200 y ss.; R. XIRAU, «Bernardo de Balbuena, alabanza de la poesía»,Estudios. Filosofía-Historia-Letras, México, 1987, http://www.hemerodigital.unam.mx/ANUIES/itam/estudio/estudio10/sec�4.html.

43 A. DE LEÓN PINELO, Epítome de la Biblioteca oriental y occidental, náutica y geo-gráfica, edición y estudio introductorio de H. CAPEL, t. I, Barcelona, 1982, p. XXIV;G. LOHMANN VILLENA, «La Historia de Lima de Antonio de Léon Pinelo», Revista deIndias, vol. XII, núm. 50, Madrid, 1952, pp. 766 y ss.; A. A. ROIG, «La “inversiónde la filosofía de la historia” en el pensamiento latinoamericano», Revista de Filosofíay de Teoría Política, núm. 26-27, La Plata, 1986, pp. 170 y ss.

44 CONCOLORCORVO, El lazarillo de ciegos caminantes, Buenos Aires, 1997, p. 286.45 D. RIPODAS ARDANAZ, «Las ciudades indianas», op. cit., pp. 19-20.46 En la Nueva España se otorgaron durante la primera mitad del siglo XVII los

títulos de conde de Santiago de Calimaya (1616), conde del valle de Orizaba y condede Moctezuma de Fultengo (1627), y en Perú se dieron el condado de Villamar y

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Notas 193

el marquesado de la conquista (1631). En la segunda mitad se otorgaron 16 más enNueva España, 34 en Perú, 3 en Chile, 3 en Venezuela, 2 en Nueva Granada y 1en El Plata, J. F. DE LA PEÑA, Oligarquía y propiedad en Nueva España, op. cit., pp. 181y ss.; ÍD., «La institución del mayorazgo: su repercusión en el Virreinato de la NuevaEspaña», en R. L. KAGAN y G. PARKER (eds.), España, Europa y el mundo atlántico...,op. cit., pp. 408 y ss.; D. RAMOS, «Nobleza americana del XVII y órdenes militares»,en D. RAMOS (coord.), La formación de las sociedades iberoamericanas (1568-1700). Historiade España Menéndez Pidal, t. XXVII, Madrid, 1999, pp. 462-463. Hubo un total de569 americanos caballeros de Santiago, 198 de Calatrava, 98 de Alcántara, 33 de Montesa,209 de Carlos III y 7 de Malta, G. LOHMANN VILLENA, Los americanos en las órdenesnobiliarias, t. I, Madrid, 1993, p. VI; G. CÉSPEDES DEL CASTILLO, Ensayos sobre los reinoscastellanos de Indias, Madrid, 1999, p. 143.

47 J. ZAPATA Y SANDOVAL, De iustitia distributiva et acceptione personarum ei opossitadisceptatio, edición de C. A. BACIERO, A. M. BARRERO, J. M. GARCÍA AÑOVEROS y J. M. SOTO,Madrid, 2004, pp. 22 y ss.

48 J. H. ELLIOTT, El conde-duque de Olivares..., op. cit., p. 426.49 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO, Politics and Reform in Spain and Viceregal Mexico. The

Life and Thought of Juan de Palafox, 1600-1659, Oxford, 2004, pp. 82-83; A. RUBIAL

GARCÍA, La santidad controvertida. Hagiografía y conciencia criolla alrededor de los venerablesno canonizados de Nueva España, México, 1999, pp. 217 y ss.

50 Citado en J. I. ISRAEL, Razas, clases sociales y vida política..., op. cit., pp. 96-97.51 D. CISNEROS, Sitio, naturaleza y propiedades de la ciudad de México, estudio pre-

liminar de J. L. PESET, Madrid, 1992, pp. 111 y ss.52 El gran cronista de la Bogotá decimonónica relató este episodio: «Después de

la fuga de los españoles en el año de 1819, reinó por algún tiempo el desgobiernoen el país [...] circunstancia que supieron aprovechar algunos en beneficio propio, entreestos un patriota de apellido Millán, que se permitió construir una casa en el entoncessitio conocido con el nombre de “El Cárcamo” [...] Inútiles fueron las requisitoriasde Acebedo para que Millán demoliese el inmueble estorboso, visto lo cual se le fijóal vecino refractario un plazo perentorio con la amenaza de proceder de hecho encaso de que no atendiera las órdenes del gobernador. Acostumbrado Millán a la indolenciasantafereña, no prestó atención a la exigencias de la autoridad, en la persuasión deque “perro que ladra no muerde”. Aún dormía tranquilamente Millán en su confortablelecho, después de escanciar la suculenta taza de chocolate por vía de desayuno, cuandocumplido y no obedecido el plazo fatal, llamó a la sirvienta para que le explicara lacausa de cierto ruido extraño que oía encima del edificio. Señor —le informó la cuitadasirvienta—, una cuadrilla de presidiarios y soldados están echando al suelo las tejasde la casa. Confundido Millán con las nuevas que le daba la sirvienta, salió a mediovestir con el objeto de averiguar la verdad de lo que sucedía [...] el ofendido creyóque del asunto saldría bien librado, puesto que la casa la destruían por orden de laautoridad», J. M. CÓRDOVEZ MOURE, Reminiscencias de Santafé y Bogotá, Bogotá, 1978,p. 32.

53 Citado en J. I. ISRAEL, Razas, clases sociales y vida política..., op. cit., p. 271.54 A este respecto, es determinante la reflexión sobre la existencia de un poder

justo y no tiránico: «La constitución indiana no es una construcción legal o doctrinalmás o menos feliz, sino una trama de instituciones [entre ellas las urbanas] arraigadasen ideales políticos compartidos por la población, como buen o mal gobierno y leyesjustas e injustas», B. BRAVO LIRA, «Régimen virreinal. Constantes y variantes de la cons-titución política en Iberoamérica (siglos XVI al XXI)», en F. BARRIOS (coord.), El gobiernode un mundo. Virreinatos y audiencias en la América Hispánica, Cuenca, 2004, p. 401.

55 Luis E. Valcárcel y Warren L. Cook sugirieron que Guamán Poma fue la fuentede Salinas y Córdoba a causa de las similaridades textuales en varios puntos, R. ADORNO,

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Notas194

Guamán Poma y su crónica ilustrada del Perú colonial: un siglo de investigaciones haciauna nueva era de lectura, Copenhage, 2001, http://www.kb.dk/elib/mss/poma/presentation/index.htm; F. GUAMÁN POMA DE AYALA, El primer nueva corónica y buen gobierno,1615-1616, edición de R. ADORNO, facsimilar y anotada, Copenhage, 2004,http://www.kb.dk/elib/mss/poma/index.htm.

56 Citado en B. LAVALLE, Las promesas ambiguas..., op. cit., p. 118.57 Ibid., p. 114.58 F. ESTEVE BARBA, Historiografía indiana, Madrid, 1992, p. 559.59 P. PERALTA Y BARNUEVO, Lima fundada o conquista del Perú, poema heroico en

que se decanta toda la historia del descubrimiento y sujeción de sus provincias por D. FranciscoPizarro, marqués de los Atabillos, ínclito y primer gobernador de este vasto imperio y secontiene la serie de los reyes, la historia de los virreyes y arzobispos que ha tenido la memoriade los santos y varones ilustres que la ciudad y reino han producido, Lima, 1732; F. ESTEVE

BARBA, Historiografía indiana..., op. cit., pp. 566-567; D. BRADING, Orbe indiano. De lamonarquía católica a la república criolla, 1492-1867, México, 1991, p. 370.

60 A. CASTILLERO CALVO, La vivienda colonial..., op. cit., pp. 202 y ss.61 L. WECKMANN, La herencia medieval de Brasil, México, 1993, p. 158.62 J. G. SIMÔES (junior), «Os paradigmas urbanísticos da colonizaçao portuguesa

e espanhola na América», A cidade Iberoamericana: O espaço urbano brasileiro e His-pano-americano en perspectiva comparada, Sao Paulo, 2001, p. 25; S. BUARQUE DE HOLANDA,Raízes do Brasil, Sao Paulo, 2003, p. 110.

63 F. RODRÍGUEZ DE LA FLOR, «Planeta católico», El barroco peruano, Lima, 2003,p. 19.

64 J. MOGROVEJO DE LA CERDA, Memorias de la gran ciudad del Cusco, 1690, ediciónde M. C. MARTÍN RUBIO, Cusco, 1983, pp. 24 y ss.

65 B. LAVALLE, Las promesas ambiguas..., op. cit., p. 117.66 Citado en B. PASTOR BODMER, The Armature of Conquest...,op. cit., p. 275.67 B. LAVALLE, Las promesas ambiguas...,op. cit., p. 118.68 G. LOHMANN VILLENA, «Los regidores del cabildo de Lima desde 1535 hasta

1635 (estudio de un grupo de dominio)», en F. DE SOLANO (coord.), Estudios sobrela ciudad iberoamericana, Madrid, 1983, p. 204.

69 M. L. PAZOS PAZOS, El ayuntamiento de México en el siglo XVII: continuidad ins-titucional y cambio social, Sevilla, 1999, p. 321.

70 P. M. ARCAYA, El cabildo de Caracas..., op. cit., pp. 71-72.71 C. BAYLE, Los cabildos seculares..., op. cit., p. 119.72 P. GANSTER, «La familia Gómez de Cervantes. Linaje y sociedad en el México

colonial», Historia mexicana, vol. 31, núm. 2, México, 1981, pp. 202-203.73 M. DÍAZ, «La referencia a la obra arquitectónica en la prosa y la poesía de

la Nueva España, siglo XVII», Anuario de Estudios Americanos, vol. XXXVIII, Sevilla,1981, pp. 417 y ss.

74 C. A. GONZÁLEZ SÁNCHEZ, Los mundos del libro. Medios de difusión de la culturaoccidental en las Indias de los siglos XVI y XVII, Sevilla, 1999, p. 127.

75 A. LIRA y L. MURO, «El siglo de la integración», Historia general de México,t. II, México, 1976, pp. 179-180.

76 «Aplaude la ciencia astronómica del padre Eusebio Francisco Kino, de la Compañíade Jesús», en sor Juana Inés DE LA CRUZ, Lírica, Barcelona, 1983, p. 335.

77 A. PAGDEN, Spanish Imperialism and the Political Imagination. Studies in Europeanand Spanish-American Social and Political Theory, 1513-1830, New Haven, 1990, pp. 91-97.

78 J. SALA CATALÁ, Ciencia y técnica en la metropolización de América, Aranjuez,1994, p. 41.

79 Ibid., p. 109.

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Notas 195

80 El costo del desagüe fue tan elevado que acabó por doblar prácticamente alde la catedral: de 1607 a 1789 se gastaron 5.399.869 pesos y en la catedral, de 1536a 1813, un total de 3.191.313 pesos, L. S. HOBERMAN, «Technological Change in aTraditional Society: The Case of the “Desagüe” in Colonial Mexico», Technology andCulture, vol. 21, núm. 3, Detroit, 1980, p. 392.

81 Entre los asesores de Cadereyta destacó el arquitecto, matemático, geógrafo,relojero y astrónomo carmelita fray Andrés de San Miguel, constructor de monasterios,acueductos y puentes y autor del primer tratado de arquitectura escrito en la NuevaEspaña. En el siglo XVIII resultó determinante el informe realizado en 1774, a peticióndel Consulado, por el criollo Joaquín Velázquez de León, Documentos relativos a ladesecación del valle de México, en A. M. CALAVERA (comp.), Madrid, 1991, pp. 113y ss. El gran canal del desagüe, iniciado por Maximiliano en 1867, fue culminado en1900, bajo el porfiriato. Al fin, no hubo una obra absolutamente efectiva, pues la dese-cación del valle y la pérdida de agua por los asentamientos residenciales y los usosindustriales jugaron un papel determinante en la prevención de las inundaciones.

82 R. L. KAGAN, Imágenes urbanas del mundo hispánico, 1493-1780, Madrid, 1998,pp. 148 y ss., y 239 y ss.; R. BOYER, «La ciudad de México en 1628: la visión deJuan Gómez de Trasmonte», Historia mexicana, vol. XXIX, núm. 3, México, 1980, pp. 448y ss.

83 Citado en F. DE SOLANO, «Rasgos y singularidades...», op. cit., p. 187.84 En 1651 se colocó en el centro de la plaza mayor una fuente de bronce diseñada

por el arquitecto y escultor Pedro de Noguera, E. MARCO DORTA, «La plaza mayorde Lima en 1680», Actas del XXXVI Congreso Internacional de Americanistas, vol. 4,Sevilla, 1966, p. 601.

85 J. SALA CATALÁ, «El agua en la problemática científica de las primeras metrópoliscoloniales hispanoamericanas», Revista de Indias, vol. XLIX, núm. 186, Madrid, 1989,p. 276.

86 R. L. KAGAN, Imágenes urbanas..., op. cit., p. 270.87 Desde 1618 existían proyectos de fortificar la metrópoli, G. LOHMANN VILLENA,

«Las defensas militares de Lima y Callao hasta 1746», Anuario de Estudios Americanos,vol. 20, 1963, pp. 154 y ss.

88 J. SALA CATALÁ, Ciencia y técnica..., op. cit., p. 278.89 M. A. DURÁN MONTERO, Lima en el siglo XVII, Sevilla, 1994, pp. 87-88.90 J. GUNTHER DOERING y G. LOHMANN VILLENA, Lima, op. cit., pp. 125-127.

CAPÍTULO IV

1 J. L. ROMERO, Latinoamérica..., op cit., pp. 150 y ss.2 L. NAVARRO GARCÍA, «El reformismo borbónico: proyectos y realidades», en

F. BARRIOS (coord.), El gobierno de un mundo. Virreinatos y audiencias en la AméricaHispánica, Cuenca, 2004, p. 499; L. SÁNCHEZ AGESTA, El pensamiento político del despotismoilustrado, Sevilla, 1979, pp. 71 y ss.; A. KUETHE e I. BLAISDELL, «French Influence andthe Origins of the Bourbon Colonial Reorganization», Hispanic American HistoricalReview, núm. 71-3, Duke, 1991, pp. 579 y ss.

3 P. ÁLVAREZ DE MIRANDA, Palabras e ideas: el léxico de la ilustración temprana enEspaña (1680-1760), Madrid, 1992, p. 676.

4 J. CAMPILLO Y COSSÍO, Nuevo sistema de gobierno económico para América, Oviedo,1993, p. 73.

5 B. WARD, Proyecto económico, Madrid, 1982, p. 253. La obra estaba terminadaen 1762 y se editó por iniciativa de Campomanes en 1779.

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Notas196

6 Informes sobre el establecimiento de intendentes en Nueva España, Dictámenessobre el proyecto de una nueva administración pública, G. CÉSPEDES DEL CASTILLO (ed.),Textos y documentos de la América Hispánica (1492-1898), Barcelona, 1986, p. 310.

7 Ibid., p. 308.8 Ibid., p. 307.9 Ibid., p. 309.10 J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades..., op. cit., pp. 261 y ss.11 Se les sumaron Luisiana en 1768, Campeche y Yucatán en 1770, Caracas en

1772 y Santa Marta en 1776; dos años después el Reglamento de libre comercio seaplicó en los puertos peninsulares citados, Palma de Mallorca, Los Alfaques de Tortosa,Almería y Santa Cruz de Tenerife y numerosos puertos americanos, los nueve mayoresde La Habana, Cartagena, Buenos Aires, Montevideo, Valparaíso, Concepción, Arica,El Callao y Guayaquil, y los menores de Puerto Rico, Santo Domingo, Montecristo,Santiago de Cuba, Trinidad, Margarita, Campeche, Santo Tomás de Castilla, Omoa,Riohacha, Portobelo, Chagres y Santa Marta. En 1789 su vigencia se extendió a NuevaEspaña y Venezuela, C. MARTÍNEZ SHAW, «El despotismo ilustrado en España y lasIndias», en V. MÍNGUEZ y M. CHUST (eds.), El imperio sublevado. Monarquía y nacionesen España e Hispanoamérica, Madrid, 2004, pp. 144 y ss.

12 J. LYNCH, «El estado colonial en Hispanoamérica», América Latina, entre coloniay nación, Barcelona, 2001, pp. 81 y ss.

13 José de Gálvez tenía 917 títulos en su biblioteca, de los cuales sólo noventatrataban de Indias. Al regresar de Nueva España trajo siete obras, pues fue indiferentea la producción bibliográfica novohispana, F. DE SOLANO, «Reformismo y cultura inte-lectual. La biblioteca privada de José de Gálvez, ministro de Indias», Quinto Centenario,núm. 2, Madrid, 1981, p. 34.

14 Esta fórmula «servía el mismo objetivo de preservar a la vez la apariencia delealtad del súbdito y la imagen del rey», J. H. ELLIOTT, «Rey y patria en el mundohispánico», en V. MÍNGUEZ y M. CHUST (eds.), El imperio sublevado..., op. cit., p. 23.

15 A. GERBI, La naturaleza..., op. cit., pp. 55 y ss.16 «Yo pienso que estas razones utilitarias —seguridad pública, conveniencia de

que se pudiera reconocer a los delincuentes— no eran más que apariencia: la justificación“objetiva” de otras razones más hondas, estéticas y “estilísticas”: los hombres del gobiernode Carlos III sin duda sentían malestar ante aquellos hombres tan de otro tiempo,tan distintos de lo que se usaba en otras partes, tan arcaicos. Yo creo que la aversióna la capa larga y al chambergo era una manifestación epidérmica de la sensibilidadeuropeísta y actualísima de aquellos hombres que sentían la pasión de sus dos verdaderaspatrias: Europa, el siglo XVIII», J. MARÍAS, La España posible en tiempos de Carlos III,Madrid, 1988, pp. 172-173.

17 Para el clásico Diccionario de Covarrubias, novedad es «cosa nueva y no acos-tumbrada, y suele ser peligrosa por traer consigo mudanza de uso antiguo», P. ÁLVAREZ

DE MIRANDA, Palabras e ideas..., op. cit., p. 621; J. ANDRÉS-GALLEGO, El motín de Esquilache,América y Europa, Madrid, 2003, pp. 81 y ss.

18 E. MARTIRE, «La militarización de la monarquía borbónica (¿una monarquía mili-tar?)», en F. BARRIOS (coord.), El gobierno de un mundo. Virreinatos y audiencias enla América Hispánica, Cuenca, 2004, pp. 476 y ss.

19 F. DE SOLANO, Antonio de Ulloa y la Nueva España, México, 1987, pp. LXXVIy ss.

20 Este fue el caso de José Solano y Bote, comisario de la expedición de límitesal Orinoco (1754-1761), capitán general de Venezuela y Santo Domingo, y atento reor-ganizador de Caracas, nombrado marqués del socorro tras su labor como jefe de laescuadra que auxilió la plaza de Pensacola, en Florida, durante la Guerra de Independencianorteamericana, G. A. FRANCO RUBIO, «Reformismo institucional y elites administrativasen la España del siglo XVIII: nuevos oficios, nueva burocracia. La Secretaría de Estado

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Notas 197

y del Despacho de Marina (1721-1808)», en J. L. CASTELLANO, J. P. DEDIEU yM. V. LÓPEZ-CORDÓN (eds.), La pluma, la mitra y la espada. Estudios de Historia institucionalen la Edad Moderna, Madrid, 2000, pp. 122 y ss.

21 J. L. ROMERO, Latinoamérica..., op. cit., p. 119.22 G. CÉSPEDES DEL CASTILLO, Ensayos sobre los reinos castellanos..., op. cit., pp. 154

y ss.; M. LUCENA GIRALDO, «La constitución atlántica de España y sus Indias», Revistade Occidente, vol. 281, 2004, pp. 41-44.

23 A. LEVAGGI, Diplomacia hispano-indígena en las fronteras de América: historia delos tratados entre la monarquía española y las comunidades aborígenes, Madrid, 2002, pp. 119y ss.; sobre la expulsión de la Compañía de Jesús, T. EGIDO (coord.), J. BURRIEZA SÁNCHEZ

y M. REVUELTA GONZÁLEZ, Los jesuitas en España y en el mundo hispánico, Madrid, 2004,pp. 256 y ss.

24 F. DE REQUENA, Ilustrados y bárbaros. Diario de la exploración de límites al Amazonas(1782), edición de M. LUCENA GIRALDO, Madrid, 1991, p. 34.

25 G. CÉSPEDES DEL CASTILLO, Ensayos sobre los reinos castellanos..., op. cit., p. 146;J. LYNCH, «Spain’s Imperial Memory», en M. LUCENA GIRALDO (coord.), Las tinieblasde la memoria. Una revisión de los imperios en la Edad Moderna. Debate y perspectivas,Cuadernos de Historia y Ciencias Sociales, núm. 2, Madrid, 2000, pp. 64 y ss.

26 R. MORSE, El espejo de Próspero. Un estudio de la dialéctica del Nuevo Mundo,México, 1982, p. 90.

27 F. FERNÁNDEZ CHRISTLIEB, Europa y el urbanismo neoclásico en la ciudad de México.Antecedentes y esplendores, México, 2000, p. 71.

28 J. D. RILEY, «Public Works and Local Elites: The Politics of Taxation in Tlaxcala,1780-1810», The Americas, vol. 58, núm. 3, Washington, 2002, pp. 356 y 389 y ss.

29 «Las “repúblicas locales” adquirieron relevancia y valor como centros de ejerciciode una actividad ciudadana en la monarquía. Su identidad política se reconocía enunas ordenanzas municipales que se entendían como constitución local. Así se descubrióun medio, el municipal, en el cual la virtud era socialmente practicable “y no acaparadapor el príncipe”», J. M. PORTILLO VALDÉS, Revolución de nación. Orígenes de la culturaconstitucional en España, 1780-1812, Madrid, 2000, p. 57.

30 C. H. HARING, El imperio hispánico..., op. cit., p. 182.31 Véase, por ejemplo, «que un oidor por turno revea las cuentas que el cabildo

tomare» de propios, pósitos, obras públicas y fiestas como el Corpus Christi, Libro IV,Título IX, Ley XXVI, Recopilación de leyes de los reinos de Indias (1681), t. II, Madrid,1973, p. 98.

32 O. CORNBLITT, Power and Violence in the Colonial City. Oruro from the MinningRenaissance to the Rebellion of Tupac Amaru (1740-1782), Cambridge, 1995, p. 27.

33 J. M. OTS CAPDEQUI, Las instituciones del Nuevo Reino de Granada al tiempode la independencia, Madrid, 1958, pp. 136-138.

34 «By the beginning of the eighteenth century the heroic age of the cabildos wasa thing of distant memory in all parts of the Spanish empire», J. LYNCH, Spanish ColonialAdministration, 1782-1810. The Intendant System in the Viceroyalty of the Río de la Plata,Londres, 1958, p. 202.

35 R. J. SHAFER, The Economic Societies in the Spanish World (1763-1821), Syracuse,1958, pp. 253 y ss.

36 J. LYNCH, «La capital de la colonia», en J. L. ROMERO y L. ROMERO (dirs.),Buenos Aires. Historia de cuatro siglos, t. I, Buenos Aires, 2000, p. 55.

37 Mientras en el consulado había representadas nueve familias tituladas criollasy once que no lo eran, en el cabildo hubo 16 regidores perpetuos, 19 regidores honorariosy 12 alcaldes ordinarios pertenecientes a familias de la elite virreinal entre 1780 y 1810,J. E. KICZA, «The Great Families of Mexico: Elite Maintenance and Business Practice

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Notas198

in Late Colonial Mexico City», Hispanic American Historical Review, vol. 62, núm. 3,Duke, 1982, pp. 441 y 451.

38 Representación de la ciudad de México al rey, por José González Castañeda,2 de mayo de 1771, impresa en Madrid en 1786. Los criollos ante la nueva política,G. CÉSPEDES DEL CASTILLO (ed.), Textos y documentos de la América Hispánica (1492-1898),Barcelona, 1986, p. 318.

39 La referencia data de 1776; citado en F. DE SOLANO, Antonio de Ulloa..., op. cit.,p. LXXIX. Otros cabildos, como los de Córdoba, Salta o Asunción, manifestaron, encambio, su conformidad con el celo de sus intendentes respectivos en 1786 (Sobremonte),1789 (Mestre) y 1798 (Ribera), J. LYNCH, Spanish Colonial Administration, pp. 226 y ss.

40 «Mi soberana voluntad es [...] igualar enteramente la condición de todos misvasallos de la Nueva España», Ordenanza de Nueva España (1786), G. MORAZZANI

DE PÉREZ ENCISO, Las ordenanzas de intendentes de Indias (cuadro para su estudio), Caracas,1972, p. 66. Un caso interesante de conflicto de preeminencias y competencias fueel de Querétaro, el único corregimiento novohispano que escapó al régimen de sub-delegaciones de la intendencia, R. SERRERA CONTRERAS, «La ciudad de Santiago de Que-rétaro a fines del siglo XVIII: apuntes para su historia urbana», Anuario de Estudios Ame-ricanos, vol. XXX, 1973, pp. 512 y ss.

41 G. MORAZZANI DE PÉREZ ENCISO, La Intendencia en España y en América, Caracas,1966, p. 161; J. VEGA JANINO, «Las reformas borbónicas y la ciudad americana», Laciudad hispanoamericana: el sueño de un orden, Madrid, 1989, pp. 242 y ss.; «Ordenanzasde intendentes: alcances de sus objetivos y obligaciones en materia urbana» (Madrid,1786), en F. DE SOLANO (ed.), Normas y leyes de la ciudad hispanoamericana, 1601-1821,t. II, Madrid, 1996, pp. 256-267.

42 Citado en J. A. GARCÍA, La ciudad indiana, op. cit., p. 280.43 A. MEISEL y M. AGUILERA ROJAS, «Cartagena de Indias en 1777: un análisis demo-

gráfico», Boletín Cultural y Bibliográfico, vol. XXXIV, núm. 45, Bogotá, 1997, p. 29.44 M. LUCENA GIRALDO, «Las Nuevas Poblaciones de Cartagena de Indias,

1774-1794», Revista de Indias, vol. 199, Madrid, 1993, p. 768.45 M. F. MARTÍNEZ CASTILLO, Apuntamientos para una historia colonial de Tegucigalpa

y su alcaldía mayor, Tegucigalpa, 1982, pp. 146-147.46 La América española tenía hacia 1700 alrededor de 10.300.000 habitantes, de

los cuales 700.000 eran españoles, 9.000.000 indios, 500.000 negros, 40.000 mestizosy 60.000 mulatos. En 1800 la población llegaba a 16.910.000 habitantes, con 3.276.000españoles, 7.530.000 indios, 776.000 negros y 5.328.000 mestizos y mulatos. El aumentode la población en el siglo XVIII fue del 69 por 100, se estabilizó el número de indígenasy creció mucho el de mestizos, mulatos y castas, así como el de negros esclavos, J. R. FISHER,«Iberoamérica colonial», Historia de Iberoamérica, t. II, Historia Moderna, Madrid, 1990,pp. 619-621.

47 N. SÁNCHEZ ALBORNOZ, La población de América Latina, desde los tiempos pre-colombinos al año 2025, Madrid, 1994, pp. 140 y ss.; J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ

PÉREZ, La vida de guarnición en las ciudades americanas de la ilustración, Madrid, 1992,pp. 72-73; J. E. KICZA, Empresarios coloniales. Familias y negocios en la ciudad de Méxicodurante los Borbones, México, 1986, p. 16; R. M. MORSE (comp.), The Urban Developmentof Latin America, Stanford, 1971, pp. 9 y ss.; análisis regionales de N. LAKS, M. L. CONNIFF,E. FRIEDEL, M. F. JIMÉNEZ, R. M. MORSE, J. WIBEL, J. DE LA CRUZ, C. F. HERBOLD

y J. GALEY.48 La España peninsular debía tener en 1800 unos 11 millones de habitantes; Nueva

España en torno a 6.500.000, las Antillas un millón, el resto de América Central 900.000,el Perú 1.300.000, Nueva Granada 1.800.000 y El Plata unos 200.000. Como hemosindicado, la población aproximada de la América española era de 16.910.000 habitantes,D. S. REHER, «Ciudades, procesos de urbanización y sistemas urbanos en la península

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Notas 199

ibérica», Atlas histórico de las ciudades europeas, I, Península ibérica, Barcelona, 1994,pp. 1-29.

49 En el virreinato novohispano, por ejemplo, estaba poblado el centro y el sureste,pero el resto se encontraba casi deshabitado; México, Puebla, Oaxaca, Yucatán, Gua-dalajara y Valladolid concentraban en 1742 cinco sextos del total de población y, conindependencia de los avances de la frontera poblada en el norte, esta distribución nose alteró de modo significativo. Un caso paradigmático de regionalización, E. VAN YOUNG,La ciudad y el campo en el México del siglo XVIII. La economía rural de la región deGuadalajara, 1675-1820, México, 1989, pp. 25 y ss.

50 Sólo México tenía a fines del siglo XVIII una distribución no armónica del sistemade ciudades, con primacía clara de la capital sobre las demás. Durante el XIX Cuba,Chile y Argentina siguieron sus pasos y en el XX se presentó tal fenómeno en Perú,Venezuela y Colombia, R. M. MORSE, «El desarrollo de los sistemas urbanos en lasAméricas durante el siglo XIX», en J. E. HARDOY y R. P. SCHAEDEL (comps.), Las ciudadesde América Latina y sus áreas de influencia a través de la Historia, Buenos Aires, 1975,pp. 266 y ss.; W. P. MCGREEVEY, «A Statistical Analysis of Primacy and Lognormalityin the Size Distribution of Latin American cities, 1750-1960», en R. M. MORSE (comp.),The Urban Development of Latin America, Stanford, 1971, p. 122.

51 J. MARCHENA FERNÁNDEZ, Ejército y milicias en el mundo colonial americano, Madrid,1992, pp. 91 y ss.; C. BERNAND, Negros esclavos..., op. cit., pp. 162 y ss.

52 La sesión del cabildo de Caracas de 6 de octubre de 1788 se ocupó del rumorque corría por la ciudad de que el rey iba a permitir a los pardos libres tomar sagradasórdenes y contraer matrimonio con blancos del estado llano, de lo que infería gravespeligros. En 1796 pidió en una furibunda representación al rey la suspensión de la cédulade «gracias al sacar», pero en 1801 el monarca la ratificó y mantuvo los privilegiosconcedidos a los pardos; Real cédula de dispensa de la calidad de pardo a Julián Valenzuela,de Antioquia, Madrid, 5 de julio de 1796; Real cédula de dispensa de la calidad depardo a Pedro Antonio de Ayarza, de Portobelo, Aranjuez, 16 de marzo de 1797; unareal cédula de 21 de junio de 1793 autorizó a los pardos que ejercían la medicinacon real aprobación a concurrir a la enseñanza de la anatomía, R. KONETZKE, Colecciónde documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810, vol. III,t. 2, Madrid, 1962, pp. 719-720, 754 y 757-758; P. M. ARCAYA, El cabildo de Caracas...,op. cit., p. 110; Real cédula de dispensa de la calidad de pardo a Diego Mejías Bejarano,de Venezuela, Madrid, 7 de abril de 1805; Desintegración de la sociedad de castas,G. CÉSPEDES DEL CASTILLO (ed.), Textos y documentos de la América Hispánica (1492-1898),Barcelona, 1986, p. 308.

53 E. VAN YOUNG, La ciudad y el campo..., op. cit., pp. 15 y 55 y ss.54 Ciudad Real, fundada en la banda sur del Orinoco en 1759, fue poblada en

primer término con voluntarios, pero cuando su número no fue suficiente se pidió alos gobernadores vecinos de la Guayana que despacharan vagos y delincuentes, en elcaso de la Nueva Granada sin graves delitos de sangre, los hombres entre dieciochoy treinta y cinco años y las mujeres entre quince y treinta. A ellos se sumaron extranjeros,indios de Margarita y esclavos escapados de las plantaciones del Esequibo holandés,M. LUCENA GIRALDO, «Gentes de infame condición. Sociedad y familia en Ciudad Realdel Orinoco (1759-1772)», Revista Complutense de Historia de América, vol. 24, Madrid,1998, pp. 182-183.

55 F. DE SOLANO, «Ciudad y geoestrategia española en América durante el siglo XVIII»,La América española de la época de las luces, Madrid, 1988, pp. 41-42.

56 C. ESTEVA FABREGAT, «Población y mestizaje en las ciudades de Iberoamérica:siglo XVIII», en F. DE SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid,1983, p. 557.

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Notas200

57 O. B. FAULK, «El presidio: ¿fuerte o farsa?», en D. WEBER (comp.), El Méxicoperdido. Ensayos sobre el antiguo norte de México, 1540-1821, México, 1976, p. 56. Deacuerdo con las peculiaridades regionales, ya que como era lógico en una región ganaderahabía propensión al poblamiento disperso, las villas poseían una plaza mayor, con cabildoe iglesia. En Nuevo México los ranchos, que reunían la población española, si estabanen agrupación eran llamados «poblaciones», pero si el fin era defensivo se denominaban«plazas»; solían tener murallas defensivas, torreones y parapetos. Este término y el de«placita» se empleaban también para designar a los pueblos y villas. El «lugar» erala agrupación muy pequeña de población. Los ranchos, dispersos en el campo si nohabía riesgo de ataques indígenas, solían constar de una o varias edificaciones juntoa granjas y huertos. Si eran grandes se llamaban haciendas y podían estar fortificadas;si un rancho humilde mostraba una estructura defensiva se llamaba «casa-corral», M. SIM-

MONS, «Settlement Patterns and Village Plans in Colonial New Mexico», enJ. D. GARR (ed.), Spanish Borderland Sourcebooks. Hispanic Urban Planning in NorthAmerica, Nueva York, 1991, pp. 43-44.

58 A. LEVAGGI, Diplomacia hispano-indígena..., op. cit., pp. 127 y ss.; S. VILLALOBOS,«Tres siglos y medio de vida fronteriza chilena», en F. DE SOLANO y S. BERNABEU (coords.),Estudios (nuevos y viejos) sobre la frontera, Madrid, 1991, pp. 337 y ss.

59 Se consideraron parte de la jurisdicción de las Provincias Internas novohispanas,establecidas por el visitador José de Gálvez en 1776 con «fines utilitarios» y de dominioterritorial, Nueva Vizcaya, Nuevo México, Nuevo León, Coahuila, California, Nayarit,Culiacán, Sonora, Texas y Nuevo Santander, que quedaron bajo el gobierno military político del comandante general. En 1793 las Californias, Nuevo León y Nuevo San-tander se separaron y se colocaron bajo gobernantes militares directamente sujetos alvirrey. Las Provincias Internas incluían entonces Sonora, Sinaloa, Nuevo México, NuevaVizcaya, Coahuila y Texas. En 1804 las dificultades para su administración exigieronque la Comandancia fuera dividida en Provincias Internas de Oriente y Occidente.Las Californias, Nuevo León y el Sur de Nuevo Santander pasaron a depender delvirrey. Chihuahua fue la capital de las Provincias de Oriente y Arizpe de las Provinciasde Occidente, M. HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA, La última expansión española en América,Madrid, 1957, pp. 71-72; M. C. VELÁZQUEZ, «La Comandancia General de las ProvinciasInternas», Historia mexicana, núm. 106, México, 1977, pp. 164 y ss.; M. LUCENA GIRALDO,«El Reformismo de Frontera», en A. GUIMERÁ (ed.), El Reformismo Borbónico. Unavisión interdisciplinar, Madrid, 1996, pp. 268 y ss.

60 Una lista de 358 fundaciones en todo el continente entre 1700 y 1810 en C. ROME-

RO ROMERO, «Fundaciones españolas en América...», op. cit., pp. 275-293.61 E. FLORESCANO e I. GIL SÁNCHEZ, «La época de las reformas borbónicas y el

crecimiento económico, 1750-1808», Historia general de México, t. II, México, 1976,p. 239.

62 J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades..., op. cit., pp. 279-280.63 O. B. FAULK, «El presidio...», op. cit., p. 67; sobre sus características y planimetría,

J. E. HARDOY, Cartografía urbana colonial..., op. cit., pp. 245 y ss.64 P. M. CUELLAR VALDÉS, Historia de la ciudad de Saltillo, Saltillo, 1975, p. 26;

J. EARLY, Presidio, Mission and Pueblo. Spanish Architecture and Urbanism in the UnitedStates, Dallas, 2004, pp. 138-139.

65 A. VIDAURRETA, «Evolución urbana de Texas durante el siglo XVIII», en F. DE

SOLANO (coord.), Estudios sobre la ciudad iberoamericana, Madrid, 1983, pp. 610 y ss.66 G. R. CRUZ, Let There be Towns..., op. cit., pp. 165-170.67 G. R. CRUZ, Let There be Towns..., op. cit., pp. 105 y ss.; D. J. GARR, «Villa

de Branciforte: Innovation and Adaptation on the Frontier», en D. J. GARR (ed.), SpanishBorderland Sourcebooks. Hispanic Urban Planning in North America, Nueva York, 1991,pp. 309 y ss.

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Notas 201

68 J. F. BANNON, The Spanish Borderlands Frontier, 1513-1821, Nueva York, 1970,pp. 157 y ss.; D. WEBER, The Spanish Frontier..., op. cit., pp. 242 y ss.

69 Como se puede observar en el caso de San Juan Bautista (actual Santa Lucía),el procedimiento fundacional era idéntico al del siglo XVI, pues consistió en la delimitaciónde un gran solar de unas 800 por 500 varas, en el cual se marcaron 35 solares paramanzanas de unas 100 varas de lado con una plaza central y otros para la iglesia yotras instituciones. A menos de 100 varas se señalaron chacras para 50 vecinos, conuna superficie aproximada de 50 por 400 varas, J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades...,op. cit., pp. 288-289.

70 Citado en J. AGUILERA ROJAS, Fundación de ciudades..., op. cit., p. 275.71 F. DE SOLANO, «La ciudad hispanoamericana durante el siglo XVIII», Ciudades

hispanoamericanas y pueblos de indios, Madrid, 1990, p. 56.72 E. AMODIO, «Vicios privados y públicas virtudes. Itinerarios del eros ilustrado

en los campos de lo público y de lo privado», Lo público y lo privado. Redefiniciónde los ámbitos del estado y de la sociedad, Caracas, 1996, p. 198.

73 Citado en J. MONNET, «¿Poesía o urbanismo? Utopías urbanas y crónicas dela ciudad de México (siglos XVI a XX)», Historia mexicana, vol. XXXIX, núm. 3, México,1990, p. 741.

74 E. SÁNCHEZ DE TAGLE, «La remodelación urbana de la ciudad de México enel siglo XVIII: una crítica de los supuestos», Tiempos de América, núm. 5-6, Castellón,2000, p. 15; F. FERNÁNDEZ CHRISTLIEB, Europa y el urbanismo neoclásico en la ciudadde México..., op. cit., pp. 72 y ss.

75 Citado en J. MONNET, «¿Poesía o urbanismo?...», op. cit., pp. 742-743.76 El hallazgo fue objeto de la Descripción histórica y cronológica de las dos piedras,

publicada en 1792; S. GRUZINSKI, La ciudad de México..., op. cit., p. 116.77 Bando comunicando la creación del servicio público de coches, México, 6 de

agosto de 1793; Bando del virrey anunciando las penas que se aplicarían a los quedestruyeran el alumbrado de la ciudad de México, México, 7 de abril de 1790; Órdenespara que exista vigilancia militar en los paseos de la ciudad de México, se impida laentrada de mendigos y malvestidos, y se regule el tráfico rodado por la alameda yel paseo nuevo de Bucareli, México, agosto de 1791, F. DE SOLANO (ed.), Normas yleyes de la ciudad hispanoamericana, 1601-1821, t. II, Madrid, 1996, pp. 275-289.

78 Los establecimientos de venta de pulque, «bebida alcohólica, blanca y espesa,del altiplano de México, que se obtiene haciendo fermentar el aguamiel o jugo extraídodel maguey con el acocote», según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua,tenían nombres tan pintorescos como El monstruo, Los camarones, El gallo, El fraile,El piojo y La milagrosa. En el siglo XIX, durante el porfiriato, existieron Los sabios sinestudio, El triunfo de la onda fría, Yo viajo al más allá, Me siento un campeón de box,La eterna vieja guerra, Las groserías de San Cristóbal, Las batallas de la noche corríanpor el mundo, Los misterios del comercio, El mercado de la carne, La dama de la noche,La muchacha de los muchos besos, Mi único amor, El vaso del olvido, Mi güero, Queremossaber qué pasa, Me quieres aún pequeña, Reír, nada más que reír, y El paraíso de missueños, W. B. TAYLOR, Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexi-canas, México, 1987, p. 107.

79 En el primer caso, los hombres llevarían calzones blancos de manta, camisa depuntiví, calzones de paño azul, chupa de paño, capatón o mancelles (en lugar de lafrazada) de paño de la tierra, sombrero, medias y zapatos; las mujeres, enaguas blancasde manta, armador o monillo sin mangas de bramante (hilo gordo o cordel muy delgadohecho de cáñamo), paño de rebozo, medias y zapatos. La mayor parte de los operarioseran indios y castas, pero también había españoles. El 94 por 100 trabajaba a destajoy el resto a jornal fijo y sueldo, M. A. ROS, «La Real Fábrica de Puros y Cigarros:organización del trabajo y estructura urbana», en A. MORENO TOSCANO (coord.), Ciudadde México: ensayo de construcción de una historia, México, 1978, p. 49; N. F. MARTIN,

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Notas202

«La desnudez en la Nueva España del siglo XVIII», Anuario de Estudios Americanos,vol. XXIX, Sevilla, 1972, p. 273.

80 Citado en S. GRUZINSKI, La ciudad de México..., op. cit., pp. 111-112.81 M. E. RODRÍGUEZ GARCÍA, «El criollismo limeño y la idea de nación en el Perú

tardocolonial», Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades,monográficos, núm. 9, Sevilla, 2002, ttp://www.us.es/ araucaria/nro9/monogr9�4.htm.

82 J. GUNTHER DOERING y G. LOHMANN VILLENA, Lima, op. cit., p. 148.83 Sobre el estatuto y estilo de vida de este grupo, S. SOCOLOW, Los mercaderes

del Buenos Aires virreinal: familia y comercio, Buenos Aires, 1991, pp. 190 y ss.84 C. BERNAND, Historia de Buenos Aires, Buenos Aires, 1999, pp. 77-79.85 Citado en C. LEAL, El discurso de la fidelidad. Construcción social del espacio

como símbolo del poder regio (Venezuela, siglo XVIII), Caracas, 1990, p. 72.86 S. P. RODRÍGUEZ ÁVILA, «Prácticas de policía: apuntes para una arqueología de

la educación en Santafé colonial», Memoria y sociedad, vol. 8, núm. 17, Bogotá, 2004,p. 35.

87 Las epidemias más devastadoras fueron las de viruela y sarampión. En Méxicohubo fiebres en 1714, matlazáhuatl grave (probablemente tifus) entre 1736 y 1739,tifus y viruela en 1761-1764, sarampión en 1768-1769, matlazáhuatl en 1772-1773, saram-pión y viruela en 1779-1780, peste en 1780 y viruela en 1797-1798; en Bogotá huboviruela en 1756, 1781 y 1801-1803, y sarampión en 1729; en Quito hubo sarampiónentre 1728 y 1729, viruelas y peste de Japón en 1759-1760, disentería en 1780-1783y sarampión en 1785-1786. En Chile la viruela era recurrente, P. GERHARD, Geografíahistórica de la Nueva España..., op. cit., p. 23; N. D. COOK y W. G. LOVELL, «Unravelingthe Web of Disease», en N. D. COOK y W. G. LOVELL (eds.), «Secret Judgments ofGod». Old World Disease in Colonial Spanish America, Norman, 1992, pp. 216 y ss.

88 C. BLÁZQUEZ DOMÍNGUEZ, «Comerciantes y desarrollo urbano: la ciudad y puertode Veracruz en el siglo XVIII», Tiempos de América, núm. 5-6, Castellón, 2000, p. 33.

89 D. RIPODAS ARDANAZ, «Los servicios urbanos en Indias durante el siglo XVIII»,Temas de Historia argentina y americana, núm. 2, Buenos Aires, 2003, p. 207.

90 J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ PÉREZ, La vida de guarnición..., op. cit., p. 52.91 En 1790 los españoles europeos apenas suponían en México capital el 2,24 por

100 de la población y en 1805 el 2,25 por 100. En 1802, había 67.500 blancos. En1811, de 15 barrios de los que existe información censal, 11 estaban habitados sólopor indios. En Caracas, en 1810 los blancos eran un 31,8 por 100, los indios un 1,96por 100, los pardos un 36,10 por 100, los negros libres un 8,41 por 100 y los esclavosun 21,63 por 100, para un total de 31.721 habitantes. En Panamá había en 1794 untotal de 7831 habitantes, de los cuales eran esclavos 1.676, negros libres 5.112, blancos862 e indios 63. En Cartagena había en 1777 un total de 10.470 habitantes. De los5.001 sobre los cuales hay información étnica, 309 son blancos, 2.875 mestizos, mulatosy pardos libres, 1.720 esclavos, 15 indígenas y 82 eclesiásticos. Una muestra de poblaciónde 95 ciudades elaborada a partir de los datos de la obra de D. DE ALSEDO Y HERRERA,Diccionario Geográfico-Histórico de las Indias Occidentales o América, Madrid, 1789, conun total de 1.038.318 habitantes, muestra que eran indios 58,5 por 100, españoles26,8 por 100, mestizos 7,26 por 100, mulatos 7,04 por 100 y negros 0,4 por 100,C. ESTEVA FABREGAT, «Población y mestizaje...», op. cit., p. 578; J. E. KICZA, Empresarioscoloniales..., op. cit., p. 17; G. BRUN, «Las razas y la familia en la ciudad de Méxicoen 1811», en A. MORENO TOSCANO (coord.), Ciudad de México: ensayo de construcciónde una historia, México, 1978, p. 116; M. LUCENA SALMORAL, Vísperas de la independencia.Caracas, Madrid, 1986, p. 27; A. CASTILLERO CALVO, Los negros y mulatos libres en laHistoria Social panameña, Panamá, 1969, p. 16; A. MEISEL y M. AGUILERA ROJAS, «Car-tagena de Indias en 1777...», op. cit., p. 44.

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Notas 203

92 En 1778 vivían en La Habana 40.737 habitantes intramuros y 4.434 extramuros,pero en 1817 eran 44.319 y 39.279; en 1846 ascendían a 37.560 y 92.434, C. VENEGAS

FORNIAS, «La Habana, patrimonio de las Antillas», Tiempos de América, núm. 5-6, Cas-tellón, 2000, p. 57.

93 S. D. MARKMAN, «The Gridiron Town Plan and the Caste System in ColonialCentral America», en R. P. SCHAEDEL, J. E. HARDOY y N. S. KINTZER, Urbanizationin the Americas from Its Beginnings to the Present, Houston, 1978, pp. 484 y ss.; A. CASTILLERO

CALVO, La vivienda colonial..., op. cit., pp. 204 y 314 y ss.; G. CÉSPEDES DEL CASTILLO,«Lima y Buenos Aires. Repercusiones económicas y políticas de la creación del Virreinatodel Río de la Plata», Anuario de Estudios Americanos, vol. 3, 1946, pp. 126 y ss.

94 M. A. ROSAL, «Negros y pardos propietarios de bienes raíces y de esclavos enel Buenos Aires de fines del período hispánico», Anuario de Estudios Americanos, vol. LVIII,núm. 2, Sevilla, 2001, p. 510.

95 A. MEISEL y M. AGUILERA ROJAS, «Cartagena de Indias en 1777...», op. cit., p. 54.96 Reglamento de los alcaldes de barrio de la ciudad de México, por Baltasar Ladrón

de Guevara, México, 6 de noviembre de 1782, F. DE SOLANO (ed.), Normas y leyesde la ciudad hispanoamericana, 1601-1821, t. II, Madrid, 1996, pp. 226-227.

97 A. MORENO TOSCANO, «Un ensayo de historia urbana», en A. MORENO TOS-

CANO (coord.), Ciudad de México: ensayo de construcción de una historia, México, 1978,p. 18.

98 En el primer cuartel había 644 casas con 171 ranchos; en el segundo, 483 con324 ranchos; en el tercero, 406 con 99, y en el cuarto, 636 con 149, A. DE RAMON,Santiago de Chile..., op. cit., p. 116.

99 A. MORENO CEBRIÁN, «Cuarteles, barrios y calles de Lima a finales del siglo XVIII»,Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellshaft Lateinamerikas, núm. 18,Colonia, 1981, pp. 102 y 143.

100 Entre 1721 y 1768 estuvieron destinados en América 131 ingenieros militares,entre 1769 y 1800 lo fueron 183 y entre 1800 y 1808 hubo 61. Estuvieron en todaslas regiones y además de trabajar en fortificaciones se dedicaron a toda clase de obrasciviles, como puentes, caminos, canales, puertos y faros, H. CAPEL, Geografía y matemáticasen la España del siglo XVIII, Barcelona, 1982, pp. 294 y ss.; H. CAPEL, J. E. SÁNCHEZ

y O. MONCADA, De Palas a Minerva. La formación científica y la actividad espacial delos ingenieros militares en el siglo XVIII, Barcelona, 1988, pp. 322 y ss.

101 J. MARCHENA, «La ciudad y el nuevo ejército», en F. DE SOLANO (dir.) yM. L. CERRILLO (coord.), Historia urbana de Iberoamérica, t. III-1, Madrid, 1992, p. 77.

102 C. I. ARCHER, El ejército en el México borbónico, 1760-1810, México, 1983, pp. 24y ss.

103 Estas constituyeron un éxito en Cuba, Puerto Rico, Venezuela o Perú, mientrasque en Nueva España o Nueva Granada encontraron ciertas resistencias. No obstante,sólo en Nueva España hubo 58.200 hombres en regimientos radicados por todo elterritorio, J. MARCHENA FERNÁNDEZ, Ejército y milicias..., op. cit., pp. 190 y ss.; J. C. GARA-

VAGLIA y J. MARCHENA, América Latina desde los orígenes a la independencia, II, La sociedadcolonial ibérica en el siglo XVIII, Barcelona, 2005, p. 314.

104 Entre 1770 y 1779 de los oficiales veteranos eran peninsulares el 54,8 por 100y criollos el 39,7 por 100, mientras en la tropa veterana eran peninsulares en tornoal 16 por 100 y americanos el 84 por 100. Hubo una progresiva americanización dela oficialidad, pues entre 1800 y 1810 de los oficiales veteranos eran peninsulares el36,4 por 100 y americanos el 60 por 100, mientras en la tropa veterana entre 1780y 1800 eran peninsulares el 16 por 100, americanos el 81 por 100 y extranjeros un3 por 100, J. MARCHENA, «La ciudad y el nuevo ejército», op. cit., pp. 88-89.

105 J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ PÉREZ, La vida de guarnición..., op. cit., pp. 152-166;J. O. MONCADA MAYA, «EL cuartel como vivienda colectiva en España y sus posesiones

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Notas204

durante el siglo XVIII», Scripta Nova, vol. VII, núm. 146 (007), Barcelona, 2003,http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(007).htm.

106 La ciudadela era una fortaleza desprendida de la plaza principal, aunque nodel todo fuera de ella, con más de seis u ocho baluartes; con tres o cuatro se denominabafuerte. La batería era una pequeña fortaleza en la que se podían colocar piezas deartillería. El baluarte era la parte principal de una fortaleza y podía ser lleno, vacío,unido, separado, doble, cortado y plano, según la disposición de flancos y planos ycaras y su disposición frente al enemigo. El revellín era una obra que cubría los flancosde la fortificación, con forma de ángulo saliente agudo, con flancos y doble o cortado;sobre la Escuela de Fortificación hispanoamericana, J. M. ZAPATERO, Historia de lasfortificaciones de Cartagena de Indias, Madrid, 1979, pp. 21-22 y ss.

107 J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ PÉREZ, La vida de guarnición..., op. cit., p. 82.108 I. RODRÍGUEZ MOYA, La mirada del virrey..., op. cit., p. 79.109 CONCOLORCORVO, El lazarillo de ciegos caminantes, op. cit., p. 269.110 S. GRUZINSKI, La ciudad de México..., op. cit., p. 135.111 La vivienda tenía varios espacios integrados en una unidad; las había bajas o

altas, según el piso donde se ubicaban; podían tener sala, estudio, antesala, recámaras,comedor, asistencia, cuarto de mozos, cocina, despensa, azotehuela y bodega. Otrasse distinguían simplemente como principales, más modestas, con sala, recámaras, cocinay azotehuela. A pesar de la variedad de dimensiones y disposiciones que presentaban,lo que diferenciaba las viviendas de las casas es que estas compartían el edificio conotros tipos de residencia. El entresuelo se ubicaba en los descansos de las escalerasde inmuebles altos; tenían varias piezas con ventanas hacia los patios. La accesoría,con portal propio a la calle, estaba ubicada en la planta baja de los edificios juntoal zaguán o portón de entrada. Solía constar de un solo espacio cuadrangular, aunquelas había con una división al fondo para crear una recámara o una trastienda o conun segundo nivel formado por un medio piso de madera que era utilizado como recámara.El cuarto se ubicaba indistintamente en plantas bajas o altas. Consistía generalmenteen un solo espacio, en el que habitaba toda la familia. Ocasionalmente tenían unacocina, G. DE LA TORRE VILLALPANDO, «La vivienda de la ciudad de México desde laperspectiva de los padrones», Scripta Nova, vol. VII, núm. 146 (008), Barcelona, 2003,http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(008).htm.

112 CONCOLORCORVO, El lazarillo de ciegos caminantes, op. cit., p. 38.113 M. SALAS, «Representación al ministro de hacienda Diego Gardoqui sobre el

estado de la agricultura, industria y comercio del reino de Chile», Escritos de Don Manuelde Salas y documentos relativos a él y su familia, t. I, Santiago, 1910, p. 171.

114 A. GIL NOVALES, «Ilustración, reformismo y revolución de las ideas», en F. DE

SOLANO (dir.) y M. L. CERRILLO (coord.), Historia urbana de Iberoamérica, t. III-1, Madrid,1992, pp. 38-43.

115 J. TORIBIO MEDINA, Historia de la imprenta en los antiguos dominios españolesde América y Oceanía, t. II, Santiago de Chile, 1958, pp. 327 y ss.

116 J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ PÉREZ, La vida de guarnición..., op. cit., p. 98.117 D. RIPODAS ARDANAZ, «La vida urbana en su faz pública», Nueva historia de

la nación argentina. Periodo español (1600-1810), t. 3, Buenos Aires, 1999, pp. 127-128.118 J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ PÉREZ, La vida de guarnición..., op. cit., pp. 99

y ss.119 M. LUCENA SALMORAL, «La ciudad de Quito hacia 1800», Revista de Indias,

vol. L, núm. 188, 1990, p. 164.120 J. M. SALVADOR, Efímeras efemérides. Fiestas cívicas y arte efímero en la Venezuela

de los siglos XVII-XIX, Caracas, 2001, p. 102.121 C. LEAL, El discurso de la fidelidad..., op. cit., pp. 131 y ss.

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Notas 205

122 G. WEINBERG, «Tradicionalismo y renovación», en J. L. ROMERO y L. ROME-

RO (dirs.), Buenos Aires. Historia de cuatro siglos, t. I, Buenos Aires, 2000, pp. 102-104;A. DE RAMÓN, Santiago de Chile..., op. cit., p. 123; J. GUNTHER DOERING y G. LOHMANN

VILLENA, Lima, op. cit., p. 136.123 J. P. VIQUEIRA ALBAN, ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social

en la ciudad de México en el siglo de las luces, México, 1987, p. 70.124 S. GRUZINSKI, La ciudad de México..., op. cit., p. 123.125 M. C. SCARDAVILLE, «A Day in the Life of a Court Scribe in Bourbon Mexico

City», Journal of Social History, vol. 36.4, 2003, p. 979.126 Citado en J. L. ROMERO, Latinoamérica..., op. cit., pp. 130-132.

EPÍLOGO

1 Diferentes visiones del personaje en D. HILT, The Troubled Trinity. Godoy andthe Spanish Monarchs, Alabama, 1987, pp. 35 y ss.; C. SECO SERRANO, Godoy, el hombrey el político, Madrid, 1978, pp. 102 y ss.; E. LA PARRA, Manuel Godoy. La aventuradel poder, Barcelona, 2002, pp. 147 y ss.

2 Durante la Guerra de la Convención (1793-1795) tropas procedentes de NuevaEspaña, Cuba, Puerto Rico y Venezuela atacaron el Saint Domingue francés, dondela rebelión de los esclavos causaba graves estragos, pero mediante la Paz de Basileade 1795 España cedió a Francia su parte de la isla. Desde entonces, los súbditos americanosde la monarquía se convirtieron en rehenes de la política internacional de Godoy. Esinteresante recordar que, por contraste, tras la Paz de París de 1763 España perdióla Florida, pero la Real Armada organizó un convoy que trasladó a Cuba a los indígenasque habían servido la causa de Carlos III y querían permanecer en jurisdicción española.Aunque se abandonaba un territorio por una derrota militar, se respetaba la vinculaciónconstitucional que unía al rey y sus súbditos, G. CÉSPEDES DEL CASTILLO, América Hispánica(1492-1898), Barcelona, 1983, pp. 424-425.

3 Citado en J. MARCHENA y M. C. GÓMEZ PÉREZ, La vida de guarnición..., op. cit.,p. 9.

4 J. R. FISHER, El comercio entre España e Hispanoamérica (1797-1820), Madrid,1993, pp. 45 y ss.

5 M. LUCENA GIRALDO, «Trafalgar y la libertad del Nuevo Mundo», en A. GUIMERÁ,A. RAMOS y G. BUTRÓN (coords.), Trafalgar y el mundo atlántico, Madrid, 2004, pp. 340y ss.

6 M. PICÓN SALAS, Francisco de Miranda, Caracas, 1966, p. 92.7 B. LOZIER ALMAZÁN, Liniers y su tiempo, Buenos Aires, 1990, p. 77.8 L. H. DESTEFANI, «La destacada carrera naval del jefe de escuadra don Santiago

Liniers», Boletín del Centro Naval, vol. LXXXI, núm. 657, Buenos Aires, 1963, p. 15.9 J. ÁLVAREZ JUNCO, Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Madrid, 2001,

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NO ALONSO, La generación española de 1808, Madrid, 1989, pp. 101 y ss. El término«Guerra de Independencia» solo se generalizó en la década de 1840. Según una célebreopinión de Marx, el levantamiento español fue «nacional, dinástico, reaccionario, supers-ticioso y fanático».

10 E. V. YOUNG, The Other Rebellion. Popular Violence, Ideology and the MexicanStruggle for Independence, 1810-1821, Stanford, 2001, pp. 1 y ss.

11 D. RAMOS, «Wagram y sus consecuencias, como determinantes del clima públicode la revolución de 19 de abril de 1810 en Caracas», Revista de Indias, vol. 21, núm. 85-86,1961, p. 453.

12 J. L. ROMERO, Latinoamérica..., op. cit., p. 169.

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Anexo

Algunas medidas de longitud y superficie

Manuel Lucena GiraldoAlgunas medidas de longitud y superficie

Caballería de tierra: Rectángulo de 1.104 varas de largo por 552de ancho; en México, 7.956 metros cuadrados; en Costa Rica, 2.521;en Cuba, 4.202; en Guatemala, 1.266; en Honduras y Puerto Rico,4.908.

Caballería urbana: Solar para casa de 100 pies de ancho y 200de largo.

Celemín: Paralelogramo de 537 metros cuadrados.Estadal: Cuatro varas.Estancia de ganado mayor: Cuadrado de 5.000 varas de largo por

5.000 varas de ancho.Estancia de ganado menor: Cuadrado de 3.333 varas de largo por

3.333 varas de ancho.Fanega: Rectángulo de 576 estadales cuadrados; en México, 5.663

metros cuadrados.Huebra: Superficie que se ara en un día.Labor: Paralelogramo de 7,22 metros cuadrados.Legua: De acuerdo con la Nueva recopilación correspondía a

5.572,6 metros, pero las variedades conceptuales y regionales eranmuy grandes. La legua común valía 5.565, la de camino 6.620 yla marina 5.555; también se definió como la distancia recorrida acaballo en una hora.

Peonía: Solar de 100 pies de largo por 50 de ancho.Pie: 16 dedos: 0,278 cm.Sitio: Paralelogramo de 1.755 metros cuadrados.Solar para casa, molino o venta: Cuadrado de 50 varas de largo

por 50 varas de ancho.

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Manuel Lucena Giraldo208

Suerte de tierra: Un cuarto de caballería.Tarea: Paralelogramo de 69 metros cuadrados en Cuba.Vara castellana: 3 pies o 4 palmos: 0,835 mm.Vara mexicana: 0,848 mm.

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Índice onomástico

Índice onomásticoÍndice onomástico

Agüero, Diego de, 95Aguirre, Fray Miguel de, 117Aguirre, Lope de, 32, 62Ahuitzotl, 121Alcazaba, Simón de, 33Alfinger, Ambrosio, 56Alfonso X, 64Almagro, Diego de, 52-53Alva Ixtilxóchitl, Fernando de, 46Alvarado, Jorge de, 49Alvarado, Pedro de, 49, 53Alvarez Chanca, Diego, 41Álvarez de Toledo y Figueroa, Fran-

cisco, conde de Oropesa y virrey delPerú, 65

Alzate, José Antonio de, 166Amat y Junyent, Manuel, 170Ampudia, José, 167Angulo Íñiguez, Diego, 21Ansoátegui, Cayetano, 167Anzules, Pedro de, 56Apolo, 127, 163Arana, Diego de, 38Aranda, conde de, 131Arévalo, Antonio de, 148Arias, Alonso, 123Armindes, Fernando de, 84Arregui, Lázaro de, 111Arzáns de Orsúa, Bartolomé, 116Atahualpa, 53

Aurousseau, Marcel, 16Ayanque, Simón de, 171Aycinena, Miguel de, 144Ayolas, Juan de, 57

Balbuena, Bernardo de, 107-108, 125Baltasar, Indio, 88Bartolache, José Ignacio, 166Basadre, Jorge, 21Basauri, Simón, 83Bastidas, Rodrigo de, 45Belalcázar, Sebastián de, 52-54, 84Belgrano, Manuel, 177Benegas, Agustín, 137Beresford, William, 176-177Bolívar, Simón, 180Bonet Correa, Antonio, 22Boot, Adrián, 123-124Borges, Jorge Luis, 15Braganza, Bárbara de, 131Brambila, Antonio de, 97Brunhes, Jean, 17Buffon, conde de, 133

Cabello, Francisco Antonio, 166Cabrera Infante, Guillermo, 16Cabrera, Jerónimo Luis de, 58Calancha, fray Antonio de la, 106Calderón de la Barca, Pedro, 154Calleja, Félix María, 179

Page 231: A Los Cuatro Vientos. Las Ciudades de La América Hispánica - Lucena Giraldo, Manuel

Índice onomástico230

Campillo, José del, 130Cañas y Merino, José Francisco, 76Cañete, marqués de, 86, 98Capel, Horacio, 23Cárdenas, Luis de, 82Carlos I, 62Carlos II, 101Carlos III, 98, 154, 168-169Carlos IV, 169, 173, 178Carlos V, 54, 85, 87, 130Carondelet, barón de, 154, 162, 168Carrillo, Fernando, 124Cartaphilus, Joseph, 15Castells, Manuel, 19Castera, Ignacio, 151Castillero, Alfredo, 21, 23, 26Castro, Ramón de, 174Castros, linaje de Guayaquil, 118Ceballos, Pedro de, virrey del Río de

la Plata, 138Cervantes de Salazar, Francisco, 106Cervantes, Miguel de, 75, 105César, Francisco, 33Chávez, Francisco de, 71Chávez, Nuflo de, 58Childe, Gordon, 18Cieza de León, Pedro, 50Cisneros, Diego, 110-111Clerck «L’Hermite», Jacobo, 126Coatlicue, 151Cobo, Bernabé, 111, 113Colón, Bartolomé, 39Colón, Cristóbal, 11, 32, 38-39, 44Colón, Diego, 40, 64Coma, Guillem, 38Concolorcorvo, 108, 163, 165Contreras, Tirano, 168Cortés, Hernán, 11, 34, 37, 43, 45-48,

63, 65, 74, 78, 84, 92, 121Cortés, Martín, 102Coulanges, Fustel de, 16Covarrubias, Sebastián de, 16Croix, marqués de, 132Cruillas, marqués de, 159Cruz, Sor Juana Inés de la, 120Cueva, Juan de la, 108

Cueva Enríquez y Saavedra, Baltasarde la, conde de Castellar y virreydel Perú, 127

Cumeta, Martín, 83Cuneo, Michele, 38

Dávila, Pedrarias, 43, 64De Paw, Cornelius, 133De Salas, Manuel, 165Deffontaines, Pierre, 17Díaz de Armendáriz, Lope, marqués

de Cadereyta y virrey de Nueva Es-paña, 124-125

Díaz de Guzmán, Ruy, 33Díaz de Solís, Juan, 36Díaz del Castillo, Bernal, 47, 92Dickinson, Robert E., 18Domínguez Company, Francisco, 23Don Felipe, infante, 108Dorantes de Carranza, Baltasar, 106Dörries, Hans, 16Drake, Francis, 126, 168Durango de Espinosa, Pedro, 120

Elcano, Juan Sebastián, 57Emparan, Vicente de, 179Encinas, Diego de, 65Ercilla, Alonso de, 116-117Escalona, Juan José de, 174Escobedo, Rodrigo de, 38Escobedo, Jorge de, visitador del Pe-

rú, 158Espinosa, Mariano, 171Estebanillo, 34Eximenis, Franciscano, 68Ezpeleta Galdeano, José de, virrey de

Nueva Granada, 154

Fajardo, Francisco, 55Federmann, Nicolás de, 54, 85Felipe II, 58, 65, 86, 101-102, 104,

111, 130Felipe IV, 86, 99Fernández de Córdoba, Diego, mar-

qués de Guadalcázar, virrey deNueva España, 97, 124

Fernández de Enciso, Martín, 44

Page 232: A Los Cuatro Vientos. Las Ciudades de La América Hispánica - Lucena Giraldo, Manuel

Índice onomástico 231

Fernández de la Torre, obispo, 58Fernández de Oviedo, Gonzalo de,

31, 40Fernández de Serpa, Diego, 85Fernando VI, 131Fernando VII, 178-179Flecher, Pedro, 120Franco, Alonso, 111Fuentes y Guzmán, Francisco, 140

Gage, Thomas, 108, 119Galve, conde de, 120-121Gálvez, Bernardo de, 171Gálvez, José de, 132-133, 136, 138Garay, Francisco de, 42Garay, Juan de, 58-59, 70García Bravo, Alonso, 43-44, 47García de Castro, Lope, gobernador

del Perú, 77, 103García de Paredes, Diego, 55García, Diego, 83García, Esteban, 111García, Juan A., 21Gasca, Pedro de la, 52, 73, 83Gasparini, Graziano, 22Gelves, marqués de los, 124George, Pierre, 17Gerhard, Peter, 22Gil Ramírez Dávalos, 53Gil y Lemos, Francisco, 153Godoy, Manuel, 173, 178Gómez de Trasmonte, Juan, 125Gómez, José, 152Gonzaga, Luisa, 163González de Serpa, Diego, 44González, Manuel, 154González, Ruy, 121Grijalba, Juan de, 45Grimaldi, marqués de, 131Guadalupe, virgen de, 99, 124, 179Guamán Poma de Ayala, Felipe,

112-113Guarda, Gabriel, 22Gudiel, Francisco, 121-122Güemes y Horcasitas, Juan Francisco

de, primer conde de Revillagigedoy virrey de Nueva España, 170

Güemes Pacheco y Horcasitas, JuanVicente, segundo conde de Revilla-gigedo y virrey de Nueva España,151-152

Guillelmi, Juan, 169Gutiérrez, Alonso, 83Gutiérrez, Pero, 38Gutiérrez, Ramón, 23Guzmán, José, barón de la Atalaya,

144

Hardoy, Jorge Enrique, 22Henares, Diego de, 55Heredia, Alonso de, 54Heredia, Pedro de, 45, 84Hernández de Córdoba, Francisco,

44-45Hernández Galeas, Cristóbal, 120Hidalgo, Miguel, 179Humboldt, Alejandro de, 163Hume, David, 133Hurtado de Mendoza y Luna, Juan

Manuel, marqués de Montesclaros,virrey del Perú, 86, 91, 122, 126

Hurtado de Mendoza, García, mar-qués de Cañete, virrey del Perú, 86,98

Hurtado, Sebastián, 170

Iturrigaray, José de, virrey de NuevaEspaña, 178

Jaral del Berrío, marqués de, 164Jiménez de Quesada, Gonzalo, 45, 54,

84

Kubler, George, 22

La Gasca, Pedro de, 73, 83Las Casas, Bartolomé de, 39Lautaro, 61Lavardén, Manuel José de, 170«Leandro», bergantín, 175«Leda», fragata, 176León Pinelo, Antonio de, 107Lévi-Strauss, Claude, 20Licurgo, 123

Page 233: A Los Cuatro Vientos. Las Ciudades de La América Hispánica - Lucena Giraldo, Manuel

Índice onomástico232

Liniers, Santiago, 176-178Lockhart, James, 22López de Gómara, Francisco, 63López de Velasco, Juan, 52, 90, 104López, Vicente, 48Losada, Diego de, 55Luis I, 108

Maldonado, Juan de, 55Manso de Velasco, José, 149Marani, 171Marco Dorta, Enrique, 22María Vázquez, José, 163Marín, Luis, 47Marroquín, Francisco, 103Martín Pérez, Alonso, 448Martin, Heinrich o Enrique, 122Martín, Pedro, 81Martín de Pueyrredón, Juan, 176Martínez de Irala, Domingo, 57-58Martínez, Enrico, 122-124Maunier, René, 16Meléndez, Juan, 107Mendoza, Antonio de, conde de Ten-

dilla y virrey de Nueva España, 34,75

Mendoza, Gonzalo de, 58Mendoza, Pedro de, 57Mercadillo, Alonso de, 53Miranda, Francisco de, 175Miranda, Lucía, 170Moctezuma I, 121Moctezuma II, 121Mogrovejo de la Cerda, Juan, 99, 115,

127Molina, Tirso de, 104Montejo, Francisco de, 48Montesdoca, Francisco, 83Moreno Toscano, Alejandra, 23Moro, Tomás, 64Morse, Richard M., 21-22Mota y Escobar, Alonso de la, 110Motolinía, fray Toribio de Benavente,

92Mumford, Lewis, 17Múzquiz, Miguel de, 131

Narváez, Pánfilo de, 63Neptuno, 127, 163Nicuesa, Diego de, 41Niza, fray Marcos de, 34Nolasco, fray Pedro, 119Núñez Cabeza de Vaca, Álvar, 34, 57Núñez de Balboa, Vasco, 36, 41, 44Núñez del Prado, Juan, 58

Ocaña, fray Diego de, 94O’Dally, ingeniero militar, 155Ogden, Samuel G., 175O’Higgins, Ambrosio, 144, 150, 153Ojeda, Alonso de, 41Olid, Cristóbal de, 48Olivares, conde-duque de, 103, 109Oñate, Cristóbal de, 49Orozco, Francisco de, 47Ortega y Gasset, José, 102Ortiz de Rozas, Domingo, 144Ortiz de Vergara, Francisco, 58Ortiz de Zárate, Domingo, 149Ovalle, Alonso de, 117Ovando, Juan de, 64Ovando, Nicolás de, 39-41, 63-64Oviedo y Baños, José, 117

Pacheco y Ossorio, Rodrigo, marquésde Cerralbo y virrey de Nueva Es-paña, 124

Padilla, Juan, 118Padre Gómez, jesuita, 97-98Palafox, Juan de, 109, 112Palomino, 149Paula y Sanz, Francisco de, 153Peralta y Barnuevo, Pedro, 114Pérez de Angulo, gobernador, 73Pérez de la Serna, arzobispo, 97Pérez de Oliva, Hernán, 31Pizarro, Francisco, 50-52, 62, 70-71,

84, 114Pizarro, Hernando, 56Polo, Marco, 32Ponce de León, Juan, 34, 41-42Ponte, Nicolás de, 76Popham, Home, 176-177Posada, Toribio de, 137

Page 234: A Los Cuatro Vientos. Las Ciudades de La América Hispánica - Lucena Giraldo, Manuel

Índice onomástico 233

Quiroga, Vasco de, 48, 87

Rama, Ángel, 22Ramón Coninck, Juan, 127Ratzel, Friedrich, 16Requena, Francisco de, 135Reyes católicos, 35, 68, 130Richthofen, Ferdinand von, 16Robledo, Jorge, 54Rodríguez Arias, Juan, 118Rodríguez, Manuel del Socorro, 166Romero, José Luis, 22Rueda, Lope de, 52Ruiz de Alarcón, Juan, 123Ruiz Huidobro, Pascual, 177Rumiñahui, 52

Saavedra, Francisco de, 174Sabatini, Francisco, 149Sáenz, Juan de, 163Salazar Bondy, Sebastián, 180Salazar, Eugenio de, 102Salazar, Juan de, 57Salinas y Córdoba, fray Buenaventura

de, 112-113Salomón, 32Salvatierra, conde de, 112San Andrés, 168San Atanasio, 168San Cristóbal, 168San Francisco, 53San Francisco Solano, 99San Ignacio, 100San Jorge, 168San Juan de Piedras Albas, marqués

de, 131San Lorenzo, 168San Marcial, 168San Marcos, 168San Martín de Porres, 99San Miguel, 168San Pablo, 47, 168Sandoval, Gonzalo de, 47Santa Bárbara, 168Santa Cruz y Espejo, Francisco de,

166Santa Cruz, Joaquín de, 144

Santa Rosa de Lima, 100Santa Úrsula, 70Santiago de Calimaya, condes de, 164Santiago, patrón de España, 168Santo Cristo del Buen Viaje, 168Santo Domingo, 53Santo Tomás de Aquino, 40, 64Santo Toribio de Mogrovejo, 99-100,

127Sarmiento de Gamboa, Pedro, 33Selva Alegre, marqués de, 178Serra, fray Junípero, 147Sigüenza y Góngora, Carlos, 120Simmel, Georg, 17Siripo, 170Sjoberg, 20Sobremonte, Rafael de, virrey del Río

de la Plata, 176-177Solano, Francisco de, 23-24, 27, 99,

147Solórzano Pereira, Juan de, 109Sombart, Werner, 17Sonthonax, Leger-Félicité, 173Sorre, Max, 18

Terán, Fernando de, 24Toesca, Joaquín, 149Tolsá, Manuel, 151Torre, Antonio de la, 140Torres, Melchor de, 83Toschi, Umberto, 18Tula Cerbín, Alonso de, 33Tupac Amaru, 133

Ulloa, Antonio de, 138Ulloa, Francisco de, 34Unánue, Hipólito, 166Urrutia, José de, 149

Valdés, Rodrigo de, 107Valdivia, Pedro de, 56, 71Vázquez, José María, 163Vázquez de Coronado, Francisco,

34-35Vázquez de Espinosa, Antonio, 109,

119Vega, Garcilaso de la, 103

Page 235: A Los Cuatro Vientos. Las Ciudades de La América Hispánica - Lucena Giraldo, Manuel

Índice onomástico234

Vega, Lope de, 104Vega, Pedro de, 83Velasco, Luis de, «el viejo», virrey de

Nueva España, 74, 119, 121Velasco, Luis de, «el joven», conde de

Santiago, marqués de Salinas yvirrey de Perú y Nueva España, 112

Velázquez, Diego, 41, 45, 64Venus, 163Vernon, Edward, 127Vértiz y Salcedo, Juan José de, virrey

del Río de la Plata, 138, 153, 167,170

Vieyra, Juan de, 150Villalobos, Arias de, 107-108Villalpando, Cristóbal de, 125

Villegas y Hurtado de Mendoza, Mi-chaela, Perricholi, 170

Vitrubio, 64, 68, 123Voltaire, 133, 170

Ward, Bernardo, 130Webb, Walter P., 30Weber, Max, 17Welser, banqueros, 54Whitelocke, 178Wirth, Louis, 17

Yáñez Pinzón, Vicente, 42

Zaire, 170Zapata, Juan de, 109Zumárraga, Fray Juan de, 65, 104, 119

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Índice toponímico

Índice toponímicoÍndice toponímico

Acla, 41, 44África, 31Alcalá del Río, 54Alicante, 132Alto Paraná, 57-58Alto Perú, 52, 57-58, 146Amazonas, río, 53Amazonía, 135América del norte, 67América Hispánica, 12-13, 21, 23, 26,

29-32, 37-40, 47, 63, 68, 79, 85-87,90, 94, 98, 104-105, 107, 109-111,114-115, 117, 131-132, 134, 138,143, 152, 155, 158-160, 166,173-176, 178

Andalucía, 12, 63, 85, 179Andes, 55-56, 117Angostura, 148Anserma, 54Antequera, 43, 47Antillas, 37, 45, 58Aragón, 37Araucanía, 149Araya, 44Archidona, 54Arequipa, 52, 83-84, 91, 114, 141-142Argel, 102Arizona, 147Asia, 31-32, 102

Asunción, 44, 57-58, 85, 90, 100, 142,148

Atacama, 56Atlántico, 12, 24, 29, 36, 43, 48, 51,

57, 63, 134, 159, 178Atoyac, 47Atrato, 44Austria, 101, 179Ávila, 54-55Azores, 29Azúa, 40-41

Baeza, 54Bailén, 179Banda Oriental, 176Bañados de Quilmes, 176Baracoa, 41, 68Barataria, 146Barbones, 128Barcelona (España), 11, 132, 142Barquisimeto, 55, 142Barragán, 176, 178Batoví, 148Bayamo, 42Benim, 29Biafra, 93Bilbao, 142Bogotá, 25, 45, 54, 82, 84-85, 90, 115,

141, 154-155, 160, 166Bonao, 40

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Índice toponímico236

Branciforte, 147Brasil, 57, 115, 126, 148Brooklyn, 175Bruselas, 44Buenaventura, 40, 112, 147Buenos Aires, 15, 23, 25, 58, 69-70,

75, 79, 83, 108, 115, 141-143,153-155, 157-158, 161, 164,166-167, 170, 173, 175-178

Burgos, 85

Cabo Tiburón, 41Cabo Verde, 29Cáceres, 54Cádiz, 44, 86, 132, 142, 178-179Cali, 54, 142California, 24, 147Callao, 52, 126, 128, 153, 160Cambrai, 164Campeche, 48, 68, 162Cana, 148Canadá, 143Canal de las Bahamas, 48Canarias, 29, 35, 102, 169Caparra, 42Caracas, 55, 74, 76-77, 79-80, 82, 85,

90, 100, 117-118, 141-143, 154,158, 160, 162, 165-166, 169,173-175, 178-179

Caribe, 30, 37, 44, 48, 63, 143, 147,173

Carmen de Patagones, 149Carolina, 148Carora, 55, 90Cartagena (España), 132Cartagena de Indias, 22, 24-25, 45, 54,

68, 70, 91, 102, 115, 140, 142, 148,154-155, 157, 160, 162, 166,173-175

Cartago, 50, 54Castilla, 37, 61-62, 74, 85-86, 101,

109-110, 120Castilla del Oro, 43Cataluña, 160Catamarca, 142Celaya, 160

Centroamérica, 43Cercado, 50, 90-91, 127Cerro Gordo, 147Chaco, 57Chagre, 162Chalco, 123Chapultepec, 122Charcas, 52-56, 90Chepigana, 148Chiapas, 47, 166Chihuahua, 147Chile, 56, 99, 117, 135, 144-145, 149,

161Chillán, 149Chiloé, 161-162China , 164Chiquitos, 58, 146Cholula, 46, 48Chuquiabo, 73Chuquisaca, 106, 108Ciénaga, 148Cipango, 32Ciudad Bolívar, 24Ciudad Imperial, 57Ciudad Real (Paraguay), 58Ciudad Real (Venezuela), 148Coatzacoalcos, 47Cocharcas, 128Comayagua, 24, 50Concepción (Chile), 57, 142, 149,

161-162Concepción (Panamá), 43, 148Concepción de la Vega, 39Conlara, 32Córdoba (España), 31Córdoba (Argentina), 58, 142, 155Córdoba (México), 160Coro, 44, 55, 175Costa Rica, 44, 94Cuba, 41, 45, 72, 132, 142, 144,

146-147, 160, 166Cubagua, 44, 73Cuenca, 53, 90-91, 108Cuernavaca, 88Cumaná, 44, 70, 160, 174

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Índice toponímico 237

Cuzco, 33, 50-51, 53, 56, 69, 78,81-83, 86, 90, 108, 115, 137,141-142, 155, 168

Danlí, 141Darién, 41, 44, 148Dolores, 146, 179Dulce, río, 58, 66Durango, 90, 147

Egipto, 68El Banco, 148El Callao, 52, 126, 160El Paso, 147El Plata, 161El Real, 148El Reducto, 148El Tocuyo, 55Esmeraldas, 148España, 11, 26, 29, 33, 39, 46, 57, 75,

85, 95, 98, 105, 113, 130-131, 135,142, 168, 175, 179

Esperanza, 39Estados Unidos, 24, 48, 67Europa, 13, 30-31, 40-41, 61, 79, 98,

102, 104, 111, 125, 138Extremadura, 12, 34, 63

Flandes, 56, 102Florencia, 40Florida, 34, 48, 58, 63, 132, 140,

144-146, 148, 168Francia, 146, 175, 179Fuerte del Príncipe, 148Fuerte Navidad, 38Funchal, 29

Galveston, 146Gerona, 142Getsemaní, 45, 157Gijón, 132Goa, 115Golfo de México, 121Gracias a Dios, 50Gran Bretaña, 131, 160, 174-175Gran Canaria, 169Gran Cañón, 35

Granada (España), 12, 46, 68, 111Granada (Nicaragua), 44, 50Guadalajara, 49, 84, 90, 136, 141, 158Guadalquivir, río, 31Guadalupe, santuario, 119, 122Guadalupe, puerta de (Lima), 128Guairá, 57Guanajuato, 48, 90, 132, 141-142, 160Guancacho, 52Guatemala, 49, 53, 76-77, 82, 88, 90,

101-103, 105, 140, 144, 147,155-156, 166-167

Guayana, 144, 146, 160, 175Guayaquil, 53, 84, 90-91, 100, 118,

161Guayangareo, 48Guinea, 103

Haití, 173, 175Hawi Kuk, 34Holanda, 164Honduras, 144, 148Huamanga, 52, 91, 142Huatanay, 51Huehuetlán, 50Huehuetoca, 121-122

Ibagué, 54Ibarra, 83Iberia, 146Ibioca, 148India, 32Indias, 22, 24, 31, 35, 38-39, 42-43,

45, 48, 61-62, 64-65, 70, 73, 75, 80,86, 91, 95, 98, 101-105, 109, 113,117, 119, 123-124, 127, 130-132,137, 140, 144, 149, 159, 174

Inglaterra, 127Isabela, 38-39Isabela la Nueva, 39Isla de Léon, 179Isla Española (véase La Española)Isla Margarita, 44Islas Canarias, 35, 169Italia, 40

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Índice toponímico238

Jalatlaco, 47Jamaica, 41-42Janos, 147Jaruco, 144Jauja, 52Jerez de la Frontera, 11Jerusalén, 32, 108, 112, 114, 117, 129Jocotenango, 148Juan Simón, puerta de (Lima), 128Julines, 147

Kansas, 35Kingston, 42

La Coruña, 132, 142La Española, isla, 11, 32, 38, 40-41,

43, 45, 63, 69, 85, 102La Guaira, 55, 160, 162La Habana, 24-25, 42, 48, 73, 79, 82,

90, 132, 141-143, 155, 159, 162,166-168, 174-175, 178

La Paz, 52, 73, 75, 82, 90, 132,173-174

La Plata, 56, 78La Sal, 32La Serena, 56, 91La Vela, 175La Villeta, 148Lago Titicaca, 93Lambaré, 148Laredo, 146Las Palmas, 29Las Piedras, 148Leiva, 54León (España), 37, 101, 142León (Nicaragua), 44, 50, 91León de Huánuco (Perú), 52, 87Lima, 22, 25, 50-53, 58, 68-70, 74-78,

80-84, 86, 90-91, 94-95, 98-102,106-108, 111, 113-114, 119,125-126, 128, 141-142, 153-154,156, 158, 162, 164-166, 168, 170,172, 180

Linares, 150Linlín, 32Llopeu, 150Loja, 53

Londres, 26Los Ángeles, 147Los Reyes, 57Los Teques, 55Luanda, 29, 115Luisiana, 143, 146Luján, 83Lyon, 164

Madeira, 29Madrid, 23, 26, 102, 107, 131, 133,

142Magallanes, 33, 57-58, 63Magdalena, 45, 52, 54Maicampan, 148Mainas, 146Maipo, 150Málaga, 132, 142Malambo, 91Malvinas, 138, 149Mandinga, 148Manila, 132, 156Mapocho, 71, 158Maracaibo, 55, 141-142, 160, 175Maravillas, 128Margarita, 100, 132, 160Mariel, 146Marinilla, 137Mariquita, 54Martinete, 128Matanzas, 142Medellín, 142Melilla, 42Melo, 148Mendoza, 34, 57-58, 75, 91, 142, 170Mérida (Venezuela), 55, 87Mérida (México), 48, 69, 90, 142, 166México, 30, 35, 37, 48México (ciudad), 23, 25, 33-34, 44-45,

47, 51, 65, 69, 75, 77, 81-85, 89-93,97-100, 102, 106-108, 110-111,114-115, 117, 119-121, 123-126,138, 141-142, 150-151, 154,156-158, 160, 164, 166, 168,170-171, 178

Michoacán, 48, 87

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Índice toponímico 239

Milán, 164Mobila, 162Moche, 52Mojos, 146Mompós, 54, 166Monclova, 147Monserrate, 128Monte Ávila, 55Montería, 148Monterrey, 142, 147Montevideo, 148, 161-163, 176-178Morelia [véase Valladolid, (México)]Mosquitia, 148

Natá, 43-44Nogales, 146Nombre de Dios, 43-44, 73Nombre de Jesús, 33Nueva Andalucía, 85Nueva Asunción, 58Nueva Cádiz de Cubagua, 44Nueva Castilla, 86Nueva España, 47, 75, 78, 85, 87-88,

106, 108, 110, 124, 132, 136,144-145, 151, 159, 166, 175

Nueva Galicia, 34, 49, 111Nueva Gálvez, 146Nueva Granada, 54-55, 75, 137, 140,

145, 148, 166Nueva Orleans, 162Nueva Toledo, 56Nueva Vizcaya, 147Nueva York, 175Nuevitas, 146Nuevo México, 24, 34, 146-147Nuevo Mundo, 12-13, 21, 24, 30-31,

38, 64, 86, 98, 105, 108-110, 112,130, 132-133, 145, 163, 166, 173,175, 180

Ñembucai, 148

Oaxaca, 47, 90, 97, 160Ocaña, 54, 94, 179Occidente, 24, 32, 107Ofir, 32Olinda, 115Ontiveros, 57

Orinoco, 148Osorno, 33, 68, 144, 150Ouro Preto, 115Ozama, 39

Pachacamilla, 91Pacífico, 34, 36, 43, 50, 52, 56, 126,

146-148Pamplona, 54Panamá, 43-44, 73, 90-91, 93, 101,

127, 142, 155-156, 162, 168Pánuco, 48, 72Paraguay, 57, 87, 148Paraguay, río, 57-58, 148Paraná, 33, 57-58Parián, 156Parral, 147Paseo del Prado, 154Pasto, 53-54, 87, 91Patagonia, 33, 149Pátzcuaro, 48, 132Penonomé, 43Perú, 21, 33, 43, 62, 65, 75, 77, 84,

86-87, 95, 103, 105-106, 108,112-114, 116, 142, 153, 166

Pichincha, 53Pinar del Río, 146Pilar Ñeembucó, 148Piura, 51-52, 137Ponce, 24Popayán, 54, 154, 160Portobelo, 24-25, 43, 127, 137Portugal, 102Potosí, 24, 51, 57-58, 68-69, 71, 76,

90-91, 100, 108, 116, 160Potresillo, 148Provincias Internas de Nueva España,

144-145, 147Provincias Unidas (Países Bajos), 126Puebla, 45, 48, 68, 72, 87, 90, 110,

141-142, 149, 160Puerto Caballos, 50Puerto Cabello, 148, 162Puerto Deseado, 149Puerto Príncipe, 42, 142Puerto Rico, 41-42, 45, 79, 90, 132,

155, 160, 162, 166, 168, 174

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Índice toponímico240

Puerto Soledad, 149Puntarenas, 44

Querétaro, 141, 154, 158, 160Quito, 24, 52-53, 75, 77-78, 80, 82-84,

90, 94, 114-115, 141, 154, 158,160, 166, 168, 178

Rancagua, 149Real Corona, 148Real de Catorce, 147Realejo, 50Reinosa, 146Remedios, 43Rey Don Felipe, 33Rímac, 50, 126Río de Janeiro, 164Río de la Plata, 32-33, 57, 85, 132,

138, 142, 148, 157, 161, 166,176-177

Riohacha, 162Robledo, 147Roma, 103, 107-108Rosario Cuarepotí, 148-149

Sabana de la Mar, 146Sacramento, 148Salamanca, 63Saltillo, 147Salvaleón del Higüey, 41Salvatierra de la Sabana, 40-41San Agustín de la Emboscada, 148San Agustín, 162San Agustín, río, 55San Agustín (Estados Unidos) , 58, 67,

168San Antonio, 44, 53, 146San Antonio de Padua, 147San Blas, 148San Carlos, 147-148San Carlos de Río Negro, 148San Cristóbal, 55, 122, 162, 168San Cristóbal Ecatepec, 122San Diego, 147San Felipe Borbón, 148San Felipe de Puerto Plata, 146San Fernando de Atabapo, 148

San Fernando de las Barrancas, 146San Fernando Maldonado, 148San Francisco, 48, 54San Francisco Solano, 99, 147San Gabriel, 147-148San Jerónimo, 148San José, 149, 162-163San José de Guadalupe, 147San Juan, 42, 58, 174San Juan Bautista, 148San Juan Capistrano, 147San Juan de Dios, 49San Juan de la Frontera de Chacha-

poyas, 52San Juan de la Maguana, 41San Juan de Puerto Rico, 45, 90, 155,

162, 168, 174San Juan Moyotla, 47San Lázaro, 91, 121, 162San Luis de la Paz, 132San Luis de las Carretas, 147San Luis Obispo, 147San Luis Potosí, 132, 136, 155, 160San Luis Rey, 147San Marcos de Apalaches, 48, 50, 99,

127, 146, 168San Miguel, 58, 144San Pablo Zoquipan, 47San Pedro, 148San Pedro Sula, 50San Rafael, 148San Salvador, 147San Sebastián, 142San Sebastián Atzacualco, 47Sancti Spíritu, 33, 42Santa Ana de Cuenca, 53Santa Bárbara, 147, 168Santa Bárbara de Samaná, 146Santa Catalina, 43, 119, 128Santa Clara, 51, 147Santa Cruz de la Sierra, 58, 91Santa Cruz de Tenerife, 29, 38Santa Cruz de Triana, 149Santa María Cuepopan, 47Santa María de la Verapaz, 40Santa María la Antigua del Darién, 41,

44

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Índice toponímico 241

Santa Marta, 45, 54, 78Santa Rosa, 147-148Santafé (Estados Unidos), 161Santafé de Bogotá, 43, 45, 54, 58-59,

67-68, 84, 90, 115, 141, 146,154-155, 160, 166

Santafé (Argentina), 83Santafé (España), 12Santander, 132Santiago de Chile, 56, 61, 69, 71, 77,

79, 81-83, 90, 92, 139, 141-142,145, 154, 158, 161-162, 170, 178

Santiago de Cuba, 41, 142, 166Santiago de la Vega, 42Santiago de las Montañas, 53Santiago del Estero, 58, 101Santiago Tlatelolco, 124Santisteban del Puerto, 48Santo Domingo, 39-40, 43, 53-54, 70,

72, 82, 85, 90, 104, 118-119, 132,144, 146, 160, 162, 173

Santo Tomás, 39, 43Saõ Jorge da Mina, 29Sao Vicente, 29Segovia, 65Segura de la Frontera, 46Senegal, 29Sevilla, 63, 81, 115, 119, 132, 142,

178-179Sevilla del Oro, 42, 53Sierra Gorda, 146Sierra Leona, 93Sierra Madre Occidental, 146Sinaloa, 34, 147Sincelejo, 148Sombrerete, 147Sonora, 147Sonsón, 148Sonsonate, 50, 91Soto de la Marina, 146Spanishtown, 42Staten Island, 175

Tacuba, 122, 124, 170Tacubaya, 124Talca, 142

Talcahuano, 149Tamalameque, 54Tampa, 34Tampico, 72Tarma, 160Tegucigalpa, 50, 141Tenochtitlan, 25, 30, 46-47, 69, 106Tepeaca, 88Terrenate, 147Texas, 146-147T’Ho, 69Tierra Firme, 41, 44-45, 63Tlatelolco, 47, 104, 124Tlaxcala, 46, 136, 159-160Toledo, 63, 111Tolú, 54Toluca, 89, 160Tozocongo, 88Trapananda, 32Trinidad, 42, 132, 142, 154Trujillo (Guatemala), 50, 148Trujillo (Perú), 50, 52, 83, 126, 142Trujillo (Venezuela), 55Tubac, 147Tucapel, 149Tucumán, 33, 57-58, 77, 82, 87, 142Tula, 121Tunja, 54, 55, 91, 95, 114Tuxtepec, 47

Ultramar, 30

Valdivia, 57, 91, 117, 161-162, 168Valencia, 142Valencia (Venezuela), 55, 142Valladolid (España), 63, 142Valladolid [Morelia (México)], 48, 93,

132, 160Valparaíso, 142, 161Valsaín, 65Vélez, 54Venezuela, 44, 54-55, 58, 73, 83,

117-118, 132, 142, 145, 148,174-175

Veracruz, 11, 43, 45-46, 48, 90, 92,124, 142, 146-147, 154-155,158-160, 162, 166, 174-175

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Índice toponímico242

Verapaz, 40-41Villa Diego, 42Villanueva de Yáquimo, 40Villarica, 57Volador, 47, 124, 151

Wagram, 179

Yaguachi, 53Yaviza, 148Yucatán, 45, 48, 69, 89, 142, 144

Zacatecas, 48, 90, 110, 142Zacatula, 49Zaragoza, 54Zaruma, 53

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Índice temático

Índice temáticoÍndice temático

Agua, 122, 126, 154Alameda, 77, 81, 119, 122, 126, 135,

151-155, 162, 165Alcalde de barrio, 77, 157-158Alcalde ordinario, 72, 75-77, 84, 118,

139, 157Alcantarillado, 152, 155Alférez real, 77-78, 84, 101Alguacil mayor, 74, 77, 118, 159Almotacén, 78, 83-84, 125Alumbrado, 151, 153, 155Antiguo Régimen, 64, 130Antiguo Testamento, 129Apaches, 145, 147Araucanos, 117, 145Audiencia, 12, 25, 48, 50, 53, 55-56,

69, 73, 75-76, 78-79, 84, 91, 94,97-98, 108, 113, 117-118, 122, 146,149, 154, 157, 171, 176-178

Austrias (monarquía de los), 61-62,89, 133, 135, 173

Aztecas, 13, 30, 37-38, 43, 46-47, 51,106, 120, 123, 151

Baquiano, 41Barroco, 25, 98-99, 110, 114-115, 133,

159, 163

Cabildo, 11, 25, 35, 38, 40, 45, 47,49, 51, 53, 56, 58, 63, 66-85, 88,

91-92, 94-95, 98, 100, 102, 108,117, 120-122, 124-125, 134,136-140, 154-155, 161, 163,168-169, 176-179

Cabildo eclesiástico, 122, 127Cabildo indígena, 89Capitulación, 63, 72, 178Carnaval, 102, 167-168, 170Carrera de Indias, 42-43, 48, 91Casa de Contratación, 81Chichimecas, 93, 146Chiriguanos, 145Cimarrón, 87, 140Cirujano, 84, 92, 158Ciudad perdida de los césares, 32Civitas, 19, 135-136Colegio, 51, 84, 104, 106Colonización, 21, 24, 29-30, 57, 61,

86, 106, 115, 145-146Comercio Libre, 132, 143, 157, 175Compañía de Jesús, 51, 97, 117Comunicaciones, 18-19, 46, 52, 57,

86-87Conquistador, 11-12, 24, 29-31,

35-37, 41-42, 44, 47, 52-53, 55-56,59, 61-62, 68-69, 71-75, 77, 80,84-86, 89-90, 95, 100, 105-106,108, 112, 118, 136, 139, 156, 160,163, 170

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Índice temático244

Consejo de Indias, 62, 64, 75, 86, 103,123-124, 127, 131

Consulado, 122, 125, 137, 154, 166Corpus Christi, 100, 168Corregimiento, 75, 117, 140Corte, 11, 79-80, 85, 102, 108-109,

111, 113, 132-133, 175Cortes, 85-86Cortes de Cádiz, 86Criollismo, 13, 98, 104-106, 108, 117Cronista de la ciudad, 82Cuadrícula, 22-23, 53, 55, 68Cuartel, 135, 149, 152, 156-158,

161-162, 171

Depositario general, 74, 81, 139Desagüe de México, 125Descubrimiento de América, 23, 29,

32Diputado de la alhóndiga, 82

Eclesiastés, 98Empedrado, 130, 150-151, 153, 155Encomendero, 74, 80-81, 89, 91-92,

95, 108, 122, 163Encomienda, 50, 57, 62, 71, 75, 108Esclavitud (esclavos), 37, 41, 45, 65,

77, 83-84, 90-91, 93, 103, 119, 140,143, 154-155, 157, 164-165, 170,172-173

Escuelas, 24, 41, 83, 102, 153-154,158, 166, 171, 180

Examinador de caballos, 83Expósito, 92, 153, 167, 170

Fiel ejecutor, 66, 74, 78-79, 84, 118Fiesta, 13, 25-26, 67, 77-78, 98-102,

112, 116, 119, 129, 153, 167-170Fortificación, 114, 123, 126-128, 162,

176

Grito de Dolores, 179Guadalupe, virgen de, 99, 124, 179Guarda mayor, 83Guerra de Independencia española,

178Guerra de los Siete Años, 132, 159

Hinterland, 22, 87Hospitales, 40, 45, 49, 51, 54, 58, 67,

70-71, 82, 87, 97, 106, 120, 139,152-153

Incas, 13, 30, 33, 50-51, 114Independencia, 13, 22, 26, 65, 69,

73-74, 86, 134-135, 138, 142-144,173

Ingeniero militar, 135, 155Intendencia, 131-132, 138, 141Intérprete, 36, 84, 93, 125Invasión británica del Plata, 175, 177

Jesuitas, 51, 84, 97-98, 100, 103, 120,132, 135, 145, 167-168

Juez de naturales, 81Junta Central, 178Junta de Poblaciones, 149

Ladino, 91, 93, 140, 147, 156Leyes de Indias, 73, 101, 137 (véase

también Recopilación de Leyes de losReinos de Indias)

Limpieza, 53, 104, 138, 151, 153-155

Maestro, 23, 27, 82-83, 93-94, 105,122-123, 125, 139, 158

Mayas, 13, 69Médico, 82, 91-92, 110, 139, 158Mercado, 17, 25, 46, 51, 53, 55, 69,

79, 82, 84, 139, 143, 151Ministerio de Indias, 132Misión, 117, 145-147Motín de Esquilache, 133Murallas, 11, 20, 32, 42, 51-52, 56, 71,

114, 126-127, 153, 156, 162

Nuevas poblaciones de Cartagena,148

Obraje, 63, 157Obrero mayor, 83Ordenanzas de descubrimiento, nueva

población y pacificación de las Indias(1573), 24, 38, 64-67, 88, 90, 144,147

Ordenanzas de intendentes, 139, 141

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Índice temático 245

Plaza mayor, 169, 177Población, 16, 18, 20, 22, 24-25, 30,

38, 40-41, 46, 48, 52, 63, 65-67,88-89, 91, 100, 114, 117, 135,141-144, 155, 157-158, 160,173-174, 176

Polis, 19, 107, 135-136Pregonero, 35, 66, 72, 83Presidio, 140, 144-148Procesiones, 26, 100, 116, 167-168Proclamación, 101, 105, 134, 173Procurador, 66, 72, 74, 79-80, 83, 125Protector de indios, 81Provincias Internas, 144-145, 147Pueblo de indios, 73Pulpería, 76, 79, 139, 152, 155

Quijote, 119

Real Academia de San Carlos, 151Real Armada, 159, 174Real de minas, 144Recopilación de Leyes de los Reinos de

Indias (1681), 65, 88Reformismo, 130-131, 133, 135, 145Regidor, 66, 72-76, 78-82, 88, 95, 101,

117-118, 121-122, 136, 138-140,169, 174

Requerimiento, 36-37

Santa Inquisición, 124, 168Siete ciudades de Cíbola, 34Sociedades de Amigos del País, 137,

166

Tapadas, 153Tarascos, 93, 146Teatro, 104, 149, 152, 154, 169-170,

176Tenedores de bienes de difuntos, 81Tequitqui, 93Tlatoani, 88, 121Tlaxcaltecas, 46, 146Tocagües, 145Toma de posesión, 35-36Toros, 77, 99-101, 152-153, 167-170Trafalgar, 175Traspaís (ver hinterland)Tratado de Madrid de 1750, 131Tratado preliminar de San Ildefonso

de 1777, 148

Unión de las Coronas ibéricas(1580-1640), 115

Universidad, 26, 40, 47, 50, 56, 74,82, 99, 108-109, 127, 143

Urbanismo, 25, 68, 76, 147, 150Urbs, 19, 119, 135

Vara de justicia, 81-82Venta de oficios, 74, 137Verdugo, 83-84

Yaquis, 145

Zuni, 34