redalyc.aproximaciones a la articulación entre el … · causales para una dominación que a...

12
Nómadas (Col) ISSN: 0121-7550 [email protected] Universidad Central Colombia Castellanos Llanos, Gabriela Aproximaciones a la articulación entre el sexismo y el racismo Nómadas (Col), núm. 6, marzo, 1997 Universidad Central Bogotá, Colombia Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=105118999008 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

Upload: phamkien

Post on 01-Oct-2018

214 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Nómadas (Col)

ISSN: 0121-7550

[email protected]

Universidad Central

Colombia

Castellanos Llanos, Gabriela

Aproximaciones a la articulación entre el sexismo y el racismo

Nómadas (Col), núm. 6, marzo, 1997

Universidad Central

Bogotá, Colombia

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=105118999008

Cómo citar el artículo

Número completo

Más información del artículo

Página de la revista en redalyc.org

Sistema de Información Científica

Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal

Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

APROXIMACIONES ALA ARTICULACIÓN

ENTRE EL SEXISMOY EL RACISMO

Gabriela Castellanos Llanos*

* Universidad delValle Profesora del Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad. Universidaddel Valle.

¡Yo he arado, he sembrado y he recogido el grano, y ningún hombre

podía ganarme! ¿Y acaso no soy una mujer? ¡Yo he sido capaz de trabajar

igual y comer tanto como cualquier hombre —cuando se podía— y de aguan-

tar el látigo también! ¿Y acaso no soy una mujer? ¡He parido trece hijos y a

la mayoría de ellos me los quitaron para venderlos como esclavos, y cuando

lloré con mi dolor de madre, nadie más que Jesús me oyó! ¿Y acaso no soy

una mujer?

Sojourner Truth, Convención de Mujeres en Akron, Ohio, 1851

Las formas en queinteractúan sexismo y racismo ennuestra sociedad es una cuestión queno sólo debe interesar a aquellos gru-pos étnicos, los de mujeres negras oindígenas, por ejemplo, sobre los cua-les estas dos formas de dominaciónconvergen, y para los cuales el proble-ma de su articulación esdirecta e inmediatamen-te relevante. A pesar deque el movimiento fe-minista ha sido frecuen-temente identificadocon mujeres profesiona-les o de clase media alta,las feministas sólo po-dremos ignorar el pro-blema del racismo (tan-to como el del clasismo,aunque en este trabajono nos ocuparemos di-rectamente de este últi-mo), a costa de seguircondenadas a lamarginalidad. Presentoesta breve reflexióncomo una exploraciónteórica, necesariamentelimitada, de las manerasen que están imbricadaslas dominaciones basa-das en la raza y en elsexo, a fin de aportar al-gunas ideas que sirvande base, posteriormente,para considerar posiblesavenidas para la articu-lación política de movi-mientos encaminados acombatir el sexismo y elracismo.

Parto de la idea de que clase,raza y género son tres elementos cons-titutivos de todas las relaciones socia-les1 . Tal concepción quiere decir, en-tre otras cosas, que siempre que nos

relacionemos directa o indirectamen-te con otros miembros de nuestra so-ciedad, los tres elementos estarán pre-sentes, que invariablemente ajustare-mos nuestra conducta, consciente oinconscientemente, a la apreciación desi nuestro interlocutor o interactuantepertenece o no al mismo sexo, a la

misma raza o a la misma clase. Quie-re decir, también, que no podemosdejar de hacerlo, ya que los discursosy las prácticas sociales que conforman,que dan cuerpo a nuestra cultura, es-tán atravesados porcondicionamientos de clase, raza y

género. Estos condicionamientos es-tán tan hondamente entrelazados conel tejido de nuestra cultura, que actúancon frecuencia de una manera ciega;tanto raza, como género y clase soncausales para una dominación que amenudo permanece invisible paraquienes la ejercen. Por eso vemos, por

ejemplo, que en muchospaíses de América tantodel Norte como del Sur,en los siglos XVIII yXIX se promulgaronconstituciones que reco-nocían la libertad comoun derecho innato e ina-lienable de todos loshombres, pero que nofueron obstáculo paraque se permitiera la es-clavitud, para que se ne-garan los derechos a lasmujeres, para que se des-pojara de sus tierras a losindígenas, o para que seexigiera tener propieda-des para ser considerado“ciudadano” y poderejercer derechos políti-cos. Por otra parte, pues-to que estos tres elemen-tos sociales (clase, géne-ro, raza) tienden a apa-recer simultáneamenteen todos los ámbitos yniveles (aun cuando seturnen, en el sentido deque asuma a veces unode ellos, a veces otro, unpapel preponderante)sería imposible que no

se establecieran formas deinterrelación y articulación entre ellos.Finalmente, este modo de concebirlosnos permite descubrir que debido aque cada uno de los tres está organi-zado jerárquicamente, ellos nos remi-ten siempre, de una forma u otra, al

Archivo Melitón R.

por razones genéticas, como miem-bros de una misma raza, a menudo sonmás grandes que las que pueden exis-tir entre individuos de razas diferen-tes. Lo que es mucho más preocupantees el hecho de que los intentos por cla-sificar y distinguir las razas humanashan estado casi siempre ligados a mo-vimientos o tendencias que intentanprobar la supremacía de una raza so-bre otra, y por lo tanto a establecer je-rarquías entre ellas. Además, un indi-viduo considerado, por ejemplo,“blanco” en un medio, puede ser ca-talogado como “negro” en otro país opor parte de otros grupos. Por estasrazones consideraremos “raza” comoun término cultural, no biológico, quepermite clasificaciones históricamen-te determinadas de los individuos deacuerdo a concepcionessocioculturales. Como planteaRodolfo Stavenhagen, la raza es una

ejercicio de un poder. Pero antes deseguir adelante, es preciso contar condefiniciones de tres términos básicos:género, raza y poder.

El concepto de raza

El concepto de raza, en pri-mer lugar, parecería ser el más senci-llo de presentar. Razas humanas, nosdice la Real Academia de la Lengua,son los “grupos de seres humanos quepor el color de su piel y otros caracte-res, se distinguen en raza blanca, ama-rilla, cobriza y negra”2 . Sin embargo,los intentos de los científicos por pre-cisar estos caracteres no han conduci-do nunca a establecer cuáles son losparámetros que permiten clasificar sinlugar a dudas a los individuos en es-tos u otros grupos raciales. Las dife-rencias entre personas consideradas,

característica objetiva, como la lenguay la religión, que permite establecerdistinciones étnicas, mientras que “laconciencia individual de pertenenciae identificación con el grupo(identidad)”sería un factor subjetivo.Sin embargo, este carácter objetivo noimpide que la raza sea “una construc-ción social y cultural de las diferen-cias biológicas aparentes... La razaexiste solamente en la medida en quelas diferencias biológicas adquierensignificado en términos de los valoresculturales y la acción social de unasociedad”3 . Lo objetivo, entonces, seconstruye en la cultura tanto como losubjetivo.

Existe una tendencia actual-mente a rechazar el uso del término“raza”, a reemplazarlo en todo sususos por la palabra “etnia”. Efectiva-mente, el reconocimiento por parte de

Hijas de María «Pacha» Restrepo, 1904. Archivo Melitón R.

los grupos discriminados de que suidentidad no se sustenta en una esen-cia inmutable ni en factores biológi-cos, sino que se construye histórica yculturalmente, es base para importan-tes avances conceptuales y políticos.Sin embargo, la raza como uno de losfactores culturales que pueden inter-venir en la diferenciación étnica (enel sentido en que lo planteaStavenhagen), no puede ser olvidada.Es importante para el análisis del ra-cismo que reconozcamos que en nues-tro medio los individuos que presen-tan características racialesmarcadamente diferentes al tipo “mes-tizo” más generalizado, continúan su-friendo discriminación aún cuandoestén aculturados, es decir, aún cuan-do su vínculo al grupo étnico en el cualquizá vivieron sus progenitores sehaya vuelto muy tenue o haya desapa-

recido. El racismo, por lo tanto, no sebasa solamente en el rechazo a las di-ferencias étnicas tales como los usosy costumbres diferentes a los de lacultura dominante, sino que se susten-ta en la identificación de característi-cas físicas culturalmente estigmatiza-das.

El concepto de género

Emplearé la definición de gé-nero que nos brinda Joan W. Scott,para quien significa “un elementoconstitutivo de las relaciones socialesque se basa en las diferencias que dis-tinguen a los sexos”4 . Como vemos,esta definición no nos permite sepa-rar nítidamente sexo (lo biológico) degénero (lo cultural), como hacen ac-tualmente algunos autores y autoras,

ya que “las relaciones entre los sexos”(y a través de ellas la diferencia sexualmisma) son base para el género. Estetérmino, género, nos remite evidente-mente a una realidad cultural, en elsentido de que las relaciones de géne-ro varían tanto en el tiempo como en-tre diferentes etnias y culturas, peroen él está ya contenido lo sexual, larealidad anatómica y fisiológica, queserá, a su vez, interpretada de mane-ras distintas según la cultura. Sin caeren la reducción de género a lo cultu-ral y de sexo a lo biológico, entonces,podemos plantear que el concepto de“género” nos permite descubrir quelas identidades femeninas y masculi-nas no se derivan directa y necesaria-mente de las diferencias anatómicasentre los dos sexos. Qué es y qué im-plica ser hombre o ser mujer, para laidentidad personal y para los compor-

Tomando café. Benjamín de la Calle. 1922. Archivo FAES.

tamientos, roles y funciones sociales,son cuestiones que no se determinan,directa y sencillamente, por lo bioló-gico. Son las formas de actuar y decir,los saberes, los discursos y las prácti-cas sociales, las que moldean en cadacultura, las distintas concepciones yactitudes hacia lo femenino y lo mas-culino.

Se pensaba, tradicionalmente,que el sexo, sobre todo el femenino,traía consigo un determinación inevi-table. En la sociedad moderna, a par-tir de la formación del capitalismo,nacer con genitales masculinos abríauna cierta gama de posibilidades deactuación social, dentro de las limita-ciones o privilegios de clase y etnia.Nacer con la posibilidad de ser madreforzaba (condenaba) a una única for-ma de ser y de pensar; para la mujer laanatomía es el destino, decía el pro-pio Freud, el mismo pensador quepostuló la formación histórica de lapsiquis.

La categoría de género nos

dota de una herramienta conceptualcon la cual explorar las formas deinterrelación entre la diferencia sexualanatómica y los condicionamientosculturales que nos hacen pensar y vi-vir esta diferencia de formas determi-nadas. Esta categoría, en suma, nosremite a las relaciones sociales entremujeres y hombres, a las diferenciasentre los roles de unas y de otros, ynos permite ver que estas diferenciasno son producto de una esenciainvariable, de una supuesta “natura-leza” femenina o masculina.

Para Joan Scott, además, elgénero es “el campo primario dentrodel cual o por medio del cual se arti-cula el poder”5 . Efectivamente, apren-demos lo que es el poder desde la in-fancia, observando y aprendiendo areproducir las relaciones desigualesentre hombres y mujeres que se vivenen el seno de la familia. En tercer lu-gar, género es el conjunto de saberessociales (creencias, discursos, institu-ciones y prácticas) sobre las diferen-cias entre los sexos6 .

Al emplear estos términos,Scott aclara que los ha tomado en elsentido que les da Foucault. Saber,entonces, nos remite a “la compren-sión sobre relaciones humanas produ-cida por las culturas y las sociedades”;el saber es, por tanto, relativo en vezde absoluto, y es objeto de luchaspolíticas, al tiempo que se constituyeen uno de los medios por los cuales seconstruyen las relaciones de poder7 .Los saberes se producen y se compar-ten a través de determinados tipos dediscursos, desde los científicos hastalos narrativos, tanto los relatos litera-rios como los de la vida cotidiana, pa-sando por toda la gama de discursosprofesionales, más o menos especiali-zados. Es allí, en lo que la gente dicey escribe, no sólo en los libros queescriben sino en las anécdotas y chis-tes que cuentan y en los dichos querepiten, donde se juegan las batallasque decidirán lo que consideramosverdad, lo que consideramos legítimo,lo que consideramos valioso eimportante. Es allí donde se estable-cerá quién tiene derecho a tomar de-terminadas decisiones en la vida so-cial, es decir, quién ostentará cada tipode poder.

El concepto de poder

Como sabemos, las investiga-ciones de Foucault sobre el poder locondujeron a verlo de manera diferen-te a la que había sido tradicional. Lasconcepciones del poder vigentes aúnen muchos análisis contemporáneoscorresponden, o bien a la idea de quelo económico es la base del poder, obien a la que lo equipara con la repre-sión, siguiendo la línea sicoanalíticafreudiana y posteriormente de Reich8 .En contraposición a estas explicacio-

Grupo de trabajadoras de una trilladora, 1923.Benjamin de la Calle. Archivo FAES.

al viejo modelo de una subyugaciónsólida, global, aplastante, que sobre lagran masa del pueblo ejercen una per-sona o un grupo que centralizan elpoder. El gran descubrimiento deFoucault fue que el poder lo ejerce-mos todos de múltiples formas ennuestras interrelaciones. El poder cir-

cula entre todos nosotros, losdominadores y los dominados, queademás podemos serlo de diversasmaneras e intercambiando estos dosroles según el tipo de relación de quese trate. Una dama burguesa, porejemplo, puede ejercer una domina-ción sobre sus sirvientes, a la vez queverse subyugada por su marido, o suamante. Un obrero puede padecer ladominación del jefe, pero ejercerlaante su mujer y sus hijos. Una madre

nes, Foucault planteó otra hipótesis,según la cual “el poder es guerra, es lacontinuación de la guerra por otrosmedios”. Esta definición invierte lostérminos del famoso dicho deClausewitz, según el cual “la guerraes la continuación de la política porotros medios”. Aun cuando la concep-ción de Clausewitz enfatizalo que hay de similar entrela guerra y la política, toda-vía considera como lo usualel manejo de los conflictosde intereses por medio de lapolítica, mientras que laguerra es el caso extremo,especial, lo extraordinario.Para Foucault, por el con-trario, los conflictos que seproducen en la lucha por elpoder, las correlaciones defuerzas y sus cambios, lastendencias y sus refuerzos,las diversas acciones que seemprenden para mantenero alterar el statu quo, ensuma, todo lo que compo-ne la “paz civil” en un sis-tema político, no es sino lacontinuación de la guerra,que se torna cotidiana y pe-renne9 . Desde esta perspec-tiva, en nuestra civilizaciónla guerra es el estado nor-mal de las cosas, aunque loscombates no siempre seancruentos. Por esta razón, el poder raravez conduce a victorias o derrotasmonumentales, o definitivas, sino que“se consolida mediante la confronta-ción a largo plazo entre los adversa-rios”10 .

Por otra parte, para Foucaultel poder opera mediante leyes, apara-tos e instituciones que ponen en mo-vimiento relaciones de dominación.Pero esta dominación no nos remite

puede repetir con sus hijos la domina-ción que padeció, y quizá aún pade-ce, a manos de su propia madre.

El poder se ejerce, también,mediante una red de discursos y deprácticas sociales. Según Foucault,en cualquier sociedad múltiples rela-

ciones de poder atravie-san, caracterizan, constitu-yen el cuerpo social. Estasrelaciones de poder nopueden disociarse, ni esta-blecerse, ni funcionar sinuna producción, una acu-mulación, una circulación,un funcionamiento de losdiscursos11.

El poder racista, porejemplo, no se ejerce so-lamente cuando se mata ose explota al otro étnico;está en juego, también,cuando se cuenta un chis-te racista, cuando se alegaque en Colombia “no exis-te prejuicio racial”, cuan-do alguien se burla “cari-ñosamente” del dialecto delos negros o de los indíge-nas, cuando se usan eufe-mismos para no decir “ne-gro”, porque la palabra“nos parece fea”.

Del poder participan hasta losmismos dominados, quienes lo apun-talan y lo comparten, en la medida enque, por ejemplo, repiten los dichos,las ideas que justifican su propiadominación. Esta, entonces, se orga-niza mediante una estructura de po-der cuyas ramificaciones se extiendena todos los niveles de la sociedad. Lamejor dominación, la más eficiente, esla que se apoya en miembros del pro-pio grupo subyugado; es por esto que

Familia de Manuel Betancur, 1897. Archivo Melitón R.

usufructuando el mismo poder que lassubyuga como mujeres, compartién-dolo fugazmente, en la medida en queaparecen como aliadas de losdominadores.

Tampoco se trata deculpabilizar a los/las dominados/as porrazón de género, raza o clase, ni de

trasladar la culpa de los victimarios alas víctimas. Se trata, más bien, decomprender que debemos dejar deinterpretar la dominación en términosde culpa, a fin de aprender a recono-cer la culpa como uno de los meca-nismos de dominación. Se trata detrascender las viejas explicaciones entérminos moralistas para acceder a unaconcepción de las relaciones de poderque nos acerque a sus mecanismosocultos, escondidos, muchas veces, enlos resortes más íntimos de los saberesy los discursos cotidianos.

Sin embargo, los dominadosno son sólo actores que contribuyen aagenciar su propia dominación; sontambién, y casi que inevitablemente,

los esclavistas siempre eligen a suscapataces entre los mismos esclavos,así como las familias patriarcales siem-pre dependen de mujeres (madres,abuelas, tías) para mantener el controlsobre las niñas y las jóvenes. Y no sóloellos, sino también aquellos que estánmuy lejos de tener el derecho a esgri-mir el látigo, hacen circular el poderque los domina, y seinvisten en él, con-virtiéndose en cóm-plices de su propiadominación al haceruso de los discursosy las prácticas que lajustifican y perpe-túan.

En esta nue-va perspectiva sobrelas relaciones de po-der, las víctimas tra-dicionales dejan deparecernos tan sufri-das e inocentes, puesempezamos a descu-brir su participaciónen apoyo a losvictimarios. En la medida en que losdominados ejercen un poder sobre suspares, o cuando aceptan y promuevensus propios roles en las relaciones depoder, ejercen también una auto-dominación, pues contribuyen a laconsolidación del poder que los sub-yuga. Por eso, tanto las mujeres quehacen ciencia partiendo de premisassexistas, como las que escriben clichéspara las revistas femeninas, o las queemplean los esquemas misóginos desu profesión en lo que dicen o escri-ben, o las que murmuran contra susvecinas, o las que sencillamente repi-ten el refrán que apuntala las relacio-nes tradicionales de género; todasellas, a la vez que contribuyen a supropia subordinación, están

luchadores que se resisten de múlti-ples maneras a la subyugación quepadecen. Estas resistencias, en granparte puestas en juego en el escenariode los saberes y los discursos, no sonsiempre evidentes, ni aún deliberadas,pero sí alcanzan, mediante un efectomomentáneo o acumulativo, una cier-ta eficacia. Ellas incluyen, en el caso

de las relaciones degénero, no sólo accio-nes o discursos políti-cos o académicosinfluídos por ideas fe-ministas, sino tambiénciertas formas de com-plicidad entre domina-dos (por ejemplo, lamomentánea o reitera-da laxitud de la madreante algunas formas derebeldía sexual de sujoven hija), y ciertos ti-pos de discursos coti-dianos (tales como re-latos, chistes, “chis-mes”, incluso, en loscuales se minimiza o sehace mofa del poder

patriarcal). Las estructuras de poder sereacomodan, es cierto, tratando de asi-milar y así de neutralizar cualquierresistencia, pero ese mismo esfuerzopor cooptar o por contrarrestar la opo-sición implica desplazamientos quetarde o temprano producen grietas enlas estructuras existentes, grietas quepueden ir agrandándose.

¿Qué consecuencias trae talconcepción de la política, de lossaberes y del poder? En primer lugar,ratifica y refuerza la vieja consignafeminista: “Lo personal es político”,dándole, simultáneamente, un nuevosentido. Pues no se trata ya sólo deadvertir cómo las relaciones afectivaso domésticas están atravesadas por

Circo, 1900. Archivo Melitón R.

una lucha que también podemos lla-mar política, sino a la vez de recono-cer que en el lenguaje científico y enel cotidiano, en las conversaciones, enlos dichos y las costumbres, estamosintercambiando efectos de poder, quea la vez apuntalan y pueden llegar asocavar las estructuras políticas. ParaFoucault, entonces, lo discursivo espolítico, tanto en el ámbito personalcomo en la esfera pública.

¿Qué es el racismo?

Partiendo de las consideracio-nes anteriores, puedo ya analizar losconceptos de racismo y de sexismo.Para ello, apelo una vez más aFoucault, quien planteó una nuevadefinición del racismo moderno. Suargumentación adopta un punto departida distinto a los de los análisispolíticos clásicos, puesto que no seencamina a determinar el origen delderecho del soberano a dominar a sussúbditos, sino que, por el contrario,plantea la pregunta sobre cómo, me-diante qué tecnologías, se logra domi-nar a los sujetos sociales.

Ahora bien, en los siglos XVIIy XVIII, nos dice Foucault, aparecendos nuevas técnicas del poder. La pri-mera, denominada disciplinaria, seencamina a producir cuerpos dócilesmediante la vigilancia, el adiestramien-to minucioso12. La segunda, la queaquí más nos interesa, constituye una“biopolítica”, pues se dirige al controlde la vida, pero no en el sentido de lavieja soberanía, que daba al gobernan-te el derecho de decidir sobre la vida ola muerte de los gobernados. En laépoca moderna, más bien, el poderpolítico otorga el derecho, no sólo dematar o de dejar vivir, sino de “hacervivir o dejar morir”13. Es decir, en la

nueva técnica del poder político, elgobierno comienza a preocuparse y adecidir sobre “procesos de conjuntoque son específicos de la vida, comoel nacimiento, la muerte, la produc-ción, la enfermedad”14. Aparecen así,a partir del siglo XIX, el control de-mográfico de la natalidad, de la pobla-ción, y la higiene pública como con-trol de las enfermedades y las epide-mias. Mientras que antes era la Igle-sia la que asistía a los pobres, los an-cianos, los inválidos y los enfermos,en la era moderna el gobierno creamecanismos de seguridad social pararesponder a sus necesidades. Todosestos nuevos desarrollos constituyenlo que Foucault llama la biopolítica, otecnología del biopoder, que ejerce“un poder continuo, científico: el dehacer vivir”15.

En esta nueva tecnología delpoder, sin embargo, aparece un nue-vo problema: puesto que su objetivoes la vida, “¿cómo van a ejercerse elderecho de matar y la función homi-cida, si el poder soberano retrocedecada vez más y el biopoder, discipli-nario y regulador, avanza siempremás?” El Estado necesita conservar elderecho de matar, en la guerra, en lapena de muerte (en los países dondeella exista), y no sólo mediante elasesinato directo, sino también en lasformas indirectas mediante las cuales,a través de la injusticia social y las dis-tintas formas de dominación, se ex-pone a algunos a la muerte o se multi-plica el riesgo de su muerte, “o mássimplemente [se les expone a] la muer-te política, la expulsión”16 . Es aquídonde interviene el racismo. Para do-tar al Estado del derecho a matar, hacefalta el racismo, que ya existía hacemuchos siglos, pero que ahora, en elsiglo XIX, “se inserta como mecanis-mo fundamental del poder tal como

se ejerce en los Estados modernos”17.

¿Qué es, entonces, el racismomoderno? Es precisamente el meca-nismo mediante el cual, en una socie-dad donde el poder se ejerce sobre lavida, se introduce “una ruptura . . .entre lo que debe vivir y lo que debemorir”. Al calificar a unas razas comobuenas y otras como inferiores, se lo-gra fragmentar la sociedad, “producirun desequilibrio entre los grupos queconstituyen la población . . . subdivi-dir la especie en subgrupos que, enrigor, forman las razas”18 . En segun-do lugar, al clasificar algunas razascomo inferiores, se asegura un supues-to “derecho” a dar la muerte, pues secrea la idea de que la eliminación dela mala raza “es lo que hará la vidamás sana y más pura”. En conclusión,“desde el momento en que el Estadofunciona sobre la base del biopoder,la función homicida del Estado mis-mo sólo puede ser asegurada por elracismo”19 . Sólo mediante la instau-ración y la activación del racismo pue-de el Estado moderno ejercer el viejopoder soberano del derecho de muer-te. El racismo es, por lo tanto, parteintegrante del Estado moderno.

¿Qué es el sexismo?

Si el racismo moderno estárelacionado con la justificación delpoder de matar, podemos decir que elsexismo es la ideología que permitejustificar el derecho de los hombres(quienes, como nos decía Simone deBeauvoir, son los que guerrean, losque quitan la vida), de matar a lasmujeres, las que en nuestra sociedadsólo pueden dar la vida, no quitarla.Efectivamente, si entendemos por“matar”, como lo hace Foucault, elhecho de poner al otro en riesgo de

muerte mediante la dominación, o deprivarlo de sus derechos mediante laexclusión, observamos que las muje-res en nuestra civilización hemos es-tado hasta hace muy poco, y aún esta-mos, en peligro de muerte. No sólotuvo hasta hace muy poco el hombreel derecho de matar a la esposa “in-fiel”, sino que la violencia contra lamujer continúa siendo tolerada y aus-piciada por las mismas autoridades.“Entre marido y mujer, nadie se debemeter”, dicen los mismos policías quetienen el deber de impedir que unamujer muera de una golpiza. Y lamujer que acusa a su violador ante laley, a menudo se ve sometida a que sele trate como si ella hubiera incitado ypropiciado su propia violación.

En una sociedad donde el serplenamente humano, el que tienemayores derechos políticos, es quientiene la capacidad, reconocida jurídi-camente, de matar, de participar en laguerra, la mujer sigue siendo una ciu-dadana de segunda clase. Definiré elsexismo, entonces, como todo el com-plejo sistema de ideas, discursos y ac-titudes que hacen más fácil, ideológi-ca y jurídicamente hablando, matar auna mujer que matar a un hombre,negarle sus derechos a ella que a él(cuando ella y él están en igualdad decondiciones de clase y de raza). Reco-nozco, además, que este sistema sesustenta en un poder político que tie-ne su base en la guerra.

Algunas formas de articu-lación entre sexismo y ra-cismo

Como hemos dicho, Foucaultsitúa la aparición del racismo moder-no en el siglo XIX, reconociendo queotros tipos de racismo ya existían

muchos siglos atrás. Evidentemente,sólo el racismo puede explicar suce-sos acaecidos mucho antes, en el si-glo XVI, hechos como la matanza deCaonao, en Cuba, narrada por el Pa-dre Las Casas, o las “crueldades inau-ditas” que los españoles les practica-ban a los indios en Yucatán, según elrelato de Diego de Landa, o todas lasotras manifestaciones de la orgía desangre que condujo, según Alonso deZorita, a que un funcionario de laCorona dijera “a voces, que cuandofaltase agua para regar las heredadesde los españoles se habían de regar consangre de indios”20 . He aquí, exacer-bado, enloquecido, el poder de la so-beranía. Como observa Todorov,“Todo ocurre como si los españolesencontraran un placer intrínseco en lacrueldad, en el hecho de ejercer supoder sobre el otro, en la demostra-ción de su capacidad de dar la muer-te”21 . Todorov ofrece tres motivacio-nes simultáneas para la crueldad de losespañoles: su afán de riquezas, lapulsión de dominio, y la idea de quelos indios “están a la mitad del cami-no entre los hombres y los animales”,idea sin la cual “la destrucción no hu-biera podido ocurrir”22.

Adicionalmente, Todorov su-giere que debemos preguntarnos si lalocura homicida no es “una caracte-rística de las sociedades de dominiomasculino”23. Efectivamente, la domi-nación de los varones sobre las muje-res se constituye en una de las formasprivilegiadas mediante las cuales seaprende la agresividad y la crueldad.Y esto no sólo porque en las relacio-nes familiares entre padre y madre,entre padre hija o entre hermano yhermana, nos encontramos con un la-boratorio para la producción de lasformas más cruelmente refinadas desadismo y agresividad. No se trata sólo

de que el hijo o el hermano del hom-bre violento, del abusador sexual o elviolador aprenda comportamientosviolentos contra la mujer, y medianteéstos un poder que después puedetransferir a otras personas. Ni siquie-ra hemos referido toda la historia cuan-do reconocemos que las esposas quepadecen violencia física en ocasionesla ejercen contra sus propios hijos ehijas, o que las mujeres y hombres quereciben abuso físico en su niñez tien-den a convertirse, a su vez, enviolentadores de sus propios hijos ode otros menores. Debemos ir más allápara reconocer que la dominación pa-triarcal produce un lenguaje simbóli-co de violencia, un tipo de identidadmasculina que está basado frecuente-mente en la imposición y la fuerza, ala vez que asigna prestigio a los indi-viduos que reducen a otros a la obe-diencia mediante cualquier medio,incluída la coerción. Es por esta ra-zón que el sexismo es una posiciónque permite y propicia otras formasde discriminación, como el racismo,aún en personas que no han vividodirectamente, en su propia familia,hechos flagrantes de violencia contrala mujer.

De hecho, valdría la pena ex-plorar la idea de que el proceso deconstrucción de una identidad colec-tiva fuerte frecuentemente apela a ladisminución de un “otro” que debe serconsiderado inferior y por lo tantomerecedor de la dominación. Estaconclusión puede derivarse de los aná-lisis realizados por Edith Hall, quienexamina cómo la “invención del bár-baro” como figura recurrente en la tra-gedia griega conduce a la consolida-ción de la identidad helenística delconjunto de las polis griegas, por víade un chauvinismo aglutinante24 . Enestudios posteriores sería interesante

explorar cómo ese “otro” cuya supues-ta inferioridad sirve de cemento parauna identidad nacional o étnica se haapoyado frecuentemente tanto en elsexismo como el racismo.

La similitud profunda entrelas actitudes sexistas y las racistas seevidencia en una coinciden-cia, señalada por MichelAgier, entre algunas formashistóricas de resistencias delos negros y de las mujerescontra su dominación. Estu-diando el movimiento negroen Bahía, Brasil, Agier ob-serva que en él se produceuna inversión de los valorestradicionales de la sociedadacerca del negro. De estasuerte, si la ideología racistapropone el estereotipo delnegro de “tendenciasdionisiacas”, es decir, intere-sado sólo en embriagarse, enel baile, en el goce sexual,en el movimiento negrobahiano se acogerá este es-tereotipo, pero valorándolocomo una “característicafestiva de la “raza”, creado-ra de cultura y de ocioscomercializables”. De lamisma manera se invierte lavaloración negativa de la su-puesta “rudeza y barbariedel negro”, convirtiéndola en “valo-res positivos” que son interpretadoscomo “una pureza y una fuerza queemanan de la misma naturaleza”. Aho-ra bien, Agier encuentra “en este re-curso de los negros bahianos al usoinvertido de la noción de raza negra,la misma fuerza y los mismos impasesque en el uso de la metáfora del pariapor las feministas europeas del sigloXIX.” 25 . En el movimiento feministade fines del siglo XIX, Eleni Varikas

encuentra una valoración invertida delparia, visto románticamente por partede las feministas, quienes identificanla condición social de la mujer con lade los miembros de esta casta de ex-cluidos y marginados:

Se trata de la idea de la supe-

rioridad del paria en relación con losque lo excluyen, una superioridad li-gada (. . .) de una parte, a sumarginalidad y a la impermeabilidadque ésta implica a los vicios de la so-ciedad, y de otra parte, a su proximi-dad a la naturaleza(...). Así, la supe-rioridad ética atribuida al paria termi-na en una fuente de dignidad del gru-po, condición previa para la constitu-ción de toda identidad colectiva. Ellase convierte en una fuente de valores

alternativos que las feministas oponena los valores del despotismo y la ex-clusión (Varikas, 1990:43)26 .

Efectivamente, Agier recono-ce que tanto en el movimiento negrobahiano como en este movimiento fe-minista europeo de hace un siglo se

emplean “homologías forma-les de inversión y desobrenaturalización de laidentidad”, que “permitenseñalar un mismo nivel de re-sistencia”.

“Homologías de in-versión” similares puedenobservarse en el movimientofeminista contemporáneo, enuna corriente que se ha de-nominado “feminismo cultu-ral”, y descrita por AliceEchols en su artículo “El nue-vo feminismo del yin y elyang”27. De acuerdo con estatendencia, aquello que paralos sexistas es pasividad o de-bilidad de las mujeres, en rea-lidad es amor a la paz. Lo quese nos reprocha como exce-so de sentimentalismo feme-nino es en verdad, según estefeminismo, una mayor capa-cidad de expresar sentimien-tos, de dar ternura. La tenden-cia a ser demasiado subjeti-

vas, según el discurso dominante, apa-rece reinterpretado como una mayorconciencia de nuestra afectividad. Loque debe hacerse, según esta corrien-te de pensamiento, es reivindicar losatributos fmeninos subvalorados pornuestra cultura, pues son esos atribu-tos los que pueden salvar a una civili-zación en bancarrota. Estas feminis-tas nos dicen que la cultura de la mu-jer, aunque desarrollada en condicio-nes de opresión, tiene muchos valo-

Matilde Bernal de Greiff, 1927. Archivo Melitón R.

res que rescatar. En contra de la cul-tura dominante, que nos desprecia, elfeminismo cultural nos permiteautoafirmarnos, ver muchas de nues-tras características como positivas. Sinembargo, como bien señala LindaAlcoff, este tipo de feminismo puedetener también consecuencias nocivas,pues sus planteamientos no permitenseparar los valores positivos de la cul-tura femenina de las condiciones deopresión en las cuales se desarrolla-ron estos valores28 . Por el hecho deque nuestras limitaciones sociales noshayan permitido desarrollar una ma-yor ternura, o un mayor contacto connuestros sentimientos, no podemosnegar que múltiples condiciones so-ciales nos han restringido en otros sen-tidos. Pese a que el feminismo “cul-tural” busca un cambio generalizado,esta posición puede llegar a reforzarla idea misógina de que existe unaesencia femenina, una sola naturale-za de la mujer, y que quienes no co-rrespondan a ella no son “verdaderas”o plenamente mujeres29 . Como seña-la Michel Agier, este procedimiento deinversión de la valoración de losesterotipos racistas o sexistas se limi-ta a reelaborar la sustancia de las acti-tudes y concepciones sobre un grupo“donde las fronteras y los criterios hansido ya trazados por el sistema de do-minación”, sea éste racial o sexual30.

No sólo están fuerte y profun-damente articulados el racismo y elsexismo, como vemos, sino que algu-nas de las formas mismas de resisten-cia a ellos comparten estrategias, conidénticas bondades y peligros. Dentrode los límites de este trabajo no puedoexplorar manifestaciones concretas deesta articulación, analizando a fondohechos culturales específicos y empí-ricamente observables, como, porejemplo, el prototipo de feminidad

idealizada, pero asexuada, asociada alestereotipo de belleza blanca, en con-traste con el prototipo de feminidadsexualmente activa y deseable, perosocialmente menos valorada, asocia-do al estereotipo de mujer negra. Sóloquiero señalar que análisis como éstedeben partir de la base teórica de unreconocimiento de dicha articulación.Tales formas de análisis deberánemprenderse no como ejercicios aca-démicos abstractos, sino como aveni-das para el reconocimiento de una rea-lidad que nos permitirá actuar políti-camente para transformarla.

Citas

1 En relación con este punto de partida, es intere-sante recordar que Balibar y Wallerstein planteanque racismo, sexismo y universalismo permiten es-tablecer formas de exclusión, jerarquías sociales ydiscursos homogenizantes que desembocan endominaciones complementarias. (Véase Race,Nation , Classe, de E. Balibar e I. Wallerstein,(París: Editions La Découverte, 1988), citado en“Racismo e identidad étnica”, de Alicia Castella-nos Guerrero (en Alteridades, 1991, 1(2): 44-52).

2 Diccionario de la Lengua Española,Décimonovena edición. Madrid: Real AcademiaEspañola, 1970, p. 1107.

3 Rodolfo Stavenhagen, “La cuestión étnica: algu-nos problemas teórico-metodológicos”. Estudiossociológicos. México, 10(28), Enero, 1992: 61.

4 Joan W. Scott, “El género: una categoría útil parael análisis histórico”, en Historia y género: Lasmujeres en la Europa moderna y contemporánea,James Amelang and Mary Nash (Comp.), Valen-cia: Edicions Alfons el Magnanim, 1990, p. 26.

5 Scott, loc. cit.

6 Joan Wallach Scott, Gender and the Politics ofHistory (New York: Columbia University Press,1988), p. 2.

7 Scott, Gender and the Politics of History, p. 2.

8 M. Foucault, Power/knowledge (New York:Pantheon Books, 1980), pp. 88-91.

9 Foucault, Op. cit., p. 91.

10 Michel Foucault, “Subject and Power”, in MichelFoucault: Beyond Structuralism andHermeneutics, eds. H.L. Dreyfus and Paul

Rabinow. Chicago: University of Chicago Press,1983, p. 226.

11 Michel Foucault, Genealogía del racismo. Ma-drid: Ediciones Endymion, 1992, p. 34.

12 Véase la obra de Foucault Vigilar y Castigar.Para una presentación sucinta de las principalestesis de este libro, véase mi libro ¿Por qué somosel segundo sexo?. Cali: Universidad del Valle,1991.

13 M. Foucault, Genealogía del racismo, p. 249.

14 Ibid., p. 251.

15 Ibid., pp. 255-6.

16 Ibid., p. 266.

17 Ibid., p. 264.

18 Ibid., p. 264.

19 Ibid., p. 265.

20 Tzvetan Todorov, La conquista de América. Elproblema del otro. México: Siglo XXI, 1992, pp.150-1, 154.

21 Ibid., p. 155.

22 Ibid., p. 157.

23 Ibid., p. 155.

24 Edith Hall, Inventing the Barbarian. Greek Self-Definition through Tragecy. Oxford: ClarendonPress, 1991.

25 Michel Agier, “Etnopolítica. Racismo, cultura ymovimiento negro en Bahia” (sin datos bibliográ-ficos), p. 63.

26 Citado en Agier, ibid.

27 A. Echols, “El nuevo feminismo del yin y elyang”, en Ann Snitow, C. Stansell y S. Thompson(eds.), Powers of Desire,Nueva York: MonthlyReview Press, 1983.

28 Véase Linda Alcoff, “Cultural Feminism versusPost-Structuralism: Identity Crisis in FeministTheory”, en Signs: Journal of Women in Cultureand Society, Universidad de Chicago, 1988, 13(3), 405-436.

29 Para una discusión más a fondo de este tema,véase mi artículo, “¿Existe la mujer? Género, len-guaje y cultura”, en Género e identidad. Ensayossobre lo femenino y lo masculino, Luz GabrielaArango, Magdalena León y Mara Viveros (comps.),Bogotá: Ediciones Uniandes/Tercer Mundo Edi-tores, 1995.

30 Michel Agier, ibid., p. 64.