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Directc r de la biblioteca de sociología, Luis A. RigalThe SOliplogieal Tradition, Robert A. Nisbet© Basíc Books, Inc., 1966Primera edición en castellano, 1969; primera reimpresión,1977 'Traducción, Enrique Molina de VediaRevisión técnica, Carlos Flood

Unica edición en castellano autorizada por Basic Books,Inc., Nueva York, y debidamente protegida en todos lospaíses. Queda hecho el depósito que previene la ley n? 11.723.© Todos los derechos de la edición castellana reservadospor Amorrortu editores S. A., lcalma 2001, Buenos Aires.

La reproducción' total o parcial de este libro en, forma idén-tica o modificada, escrita a máquina por el sistema multi-graph, mimeógrafo, impreso, etc., no autorizada por los edi-tores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debeser previamente solicitada.

Industria argentina. Made in Argentina.

ISBN Obra completa 84-610-1010-8ISaN Volumen 1 84-610-1904_0

Dedico esta obra a E. P. N.

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Prefacio

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Este libro constituye un esfuerzo por exponer lo que tienede fundamental y distintivo, en lo conceptual e histórico,respectivamente, la tradición sociológica. Aunque abarca

.algunos de los temas que podríamos encontrar en una histo-ria del pensamiento sociológico, su propósito es bastante di-ferente, a un tiempo más estrecho y más amplio: lo primero,porque no son pocos los nombres aquí excluidos, que ))0

podrían faltar en una historia formal de la sociología; ymás amplio porque no he vacilado en destacar la importan-cia de personas que no fueron sociólogos -ni en lo nominalni en lo sustancial-, pero cuya relación con la tradiciónsociológica me parece vital.En el centro de toda tradición intelectual hay un núcleode ideas que le da continuidad a través de las generaciones,y la identifica entre todas las otras disciplinas que compo-nen el estudio humanístico y científico del hombre. Por lasrazones que expongo de manera general en el primer capí-tulo, y en forma explícita en el resto del volumen, he ele-gido cinco ideas como elementos constitutivos de la sociolo-gía: comunidad, autoridad, status, lo sagrado y alienación.Creo que ellas configuran, en su relación funcional recípro-ca el núcleo a que hacemos referencia.Es innecesario aclarar que estas cinco ideas, por trascenden-tes y atrayentes que sean, no representan la totalidad de lasociología moderna, sus múltiples intereses empíricos, susmetodologías y conceptos; ni por un momento se me ocu-rriria pensar tal cosa. Me. limito a sostener que ellas dana la tradición sociológica la continuidad y coherencia qurtienen desde hace más de un siglo. Para cambiar de rnctá-fora, podemos compararlas, en su asociación, a un alambiqueque destilara una esencia sociológica a partir de nocionesmás vastas y generales, comunes a todas las ciencias socia les:estructura, cultura, individualidad, proceso, desarrollo, fun-ción, etc. En el gran período formativo que va (k 18~O ;¡

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J9()(I, la tOllcUtTcncia de estas cinco ideas fue lo que señalóel rcsuruimiento, cada vez más distintivo, de la sociología,ck-spreudiéndose de la matriz de filosofía moral que alber-gara otrora los elementos de todas las ciencias sociales IDO-:,,:le!'t1~ll,.· ..

En los rapitulos que siguen no Se omitirá el papel prepon-derantr desempeñado por Tocqueville y Marx. Estas dosfig-Llra~,importan les para los fines que persigue este librodesde todo punto de vista, ocupan extremos teóricos opl.les-tos. En verdad, podemos considerar a la tradición socioló-gica como una especie de campo magnético, cuyos dos polosde atracción serían ellos. A la larga, la influencia del pri-mero ha sido al' respecto la más importante. Aun antes definalizar el siglo XIX, el triunfo del concepto tocquevillianode la sociedad y su curso de desarrollo sobre el conceptomarxista se refleja en las obras de Tonnies, Weber, Durk-heim y Simrnel, los cuatro hombres que más hicieron pordar forma sistemática a la teoría sociológica moderna.Afirmar esto no significa unirse al coro de desprecio porMarx que satura hoy la atmósfera del pensamiento occi-dental. Marx sigue siendo una de las dos mentes más crea-doras y que más influencia ejercieron sobre el pensamientosocial del siglo pasado. Privada de la tensión intelectual que'desencadenó, por oposición de ella, la potencia inmensa deMarx --verdadero heredero del Iluminismo=-, es poco pro-bable que la concepción tocquevilliana hubiera tenido losefectos modeladores que logró. En la historia de las ideas,toda influencia ha requerido siempre influencias antagónicaspara nutrirse. Y en última instancia, ¿ quién puede decir quelos escritos de Marx (que después de todo, siguen gozandode gran autoridad en muchos sectores no occidentales delmundo), no superen en Occidente, dentro de algunas déca-das o generaciones, el ascendiente actual de Tocqueville?En historia es fácil generalizar, teniendo en cuenta las os-cilaciones de las ideas y valores.Los temas antagónicos del tradicionalismo y del modernis-mo tienen significación paralela al papel contrastante deTocqueville y Marx. La sociología es la única ciencia socialcontemporánea donde la tensión entre los valores tradicio-nales y modernos aparece manifiesta en su estructura con-ceptual y en sus supuestos fundamentales.Más que ninguna otra disciplina académica, la sociología haconvertido los conflictos entre el tradicionalismo yelmo·.

dcrnismc de la cultura europea en un conjunto de concep.,tos analíticos e interpretativos, Sería absurdo tildar de tea·-dicionalistas o peor aún, de políticamente conservadores a'Webcr, Tonnies, Durkheim o Sirnmel ; pero no lo es insi-nuar que sus escritos ejcmulifiran. con mavor iLlsfcz~ '1''''los de ningún otro gran estudioso de las ciencias sociales ,:, ,1si!'.IoXIX, las tensiones de valor y perspectiva (I'W se de:;: '.¡.

can ····en los trabajos más pokrnicos-· como clcnicu tos Cnll~titutivos de las ideologías de la, dos últimas centurias ("11risror, se Iuudan en estas tensiones).Hoy resulta por cierto evidente que los conflictos id, ·Ií],')!'.;·cos fundamentales del último siglo y medio se han plantea' loentre dos conjuntos de valores: por una parte, los de lacomunidad, la autoridad moral, la jerarquía y lo sagrado ypor la otra, los del individualismo, la igualdad, la liberaci.v«moral y las técnicas racionalistas de la organización JI tlclpoder. Lo que ha hecho la sociología en sus aspectos mcjo. (!s

y más creativos es extraer estos conflictos del torbellino decontroversias ideológicas en que aparecieron durante las revo-luciones Industrial y democrática, y elevados --por muchoscaminos teóricos, empíricos y metodológicos-·- a la categO'liade problemas y conceptos; estos últimos colocan ahora a ladisciplina en una posición excepcional para comprender, HO

solo el desarrollo de la Europa moderna, sino también el de lasnaciones nuevas, que están experimentando algunos de loscambios sociales que conocieron Europa y Estados Uní-dos, dos generaciones atrás, En la medida en que estosconflictos continúen, la tradición sociológica seguirá siendotan incitante y significativa como 10 ha sido durante másde un siglo.

Deseo agradecer a la Universidad de California mi licenciasabática, a la Fundación John Sirnon Guggenheim su gc··nerosa ayuda financiera, y a la Universidad de Princctonla hospitalaria residencia que me brindara a modo de becapara escribir este libro. Por último, me es grato reconocermi deuda con Irving Kristol, cuyo estímulo y sugestionesaprecio profundamente, y con Carolyn Kirkpatrick, quienme ofreciera su indispensable ayuda en todas las fases de lapreparación del original.

Robert A. Nisbet.

Universidad de California, Riverside.Junio de 1966.

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1. Las ideas-elementos de la sociología

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1deas y antítesis

La historia del pensamiento se suele abordar de dos maneras.La primera y más antigua parte de los dramatis personas,los propios pensadores cuyos escritos proporcionan la ma-teria bibliográfica de aquélla. Sobre este procedimiento haymucho para hablar. Resulta imprescindible adoptarlo si de-seamos comprender las fuerzas motivadoras de la evoluciónintelectual, esas percepciones, intuiciones profundas y des-cubrimientos que proceden únicamente de seres individua-les. Sin embargo este enfoque tiene sus desventajas. La prin-cipal es que, gracias a él, la historia del pensamiento setransforma muy fácilmente en una mera biografía del pen-samiento. Las ideas aparecen como prolongaciones o som-bras proyectadas por individuos únicos, más que como esasestructuras discernibles de significado, perspectiva y fide-lidad a una causa que son a todas luces las grandes ideasen la historia de la civilización. Como las instituciones, lasideas tienen sus propias relaciones y continuidad, y no esnada raro perderlas de vista cuando concentramos nuestraatención en las biografías.El segundo enfoque se dirige, no a los hombres, sino a lossistemas, escuelas o ismos. No a los Bentham ni a los Mill,sino al utilitarismo; no a los Hegel ni a los Bradley, sino alidealismo; no a los Marx ni a los .Proudhon sino al socia-lismo. Indudablemente, la historia del pensamiento es lahistoria de los sistemas: verdad tan grande en la sociologíacomo en la metafísica. Las suposiciones, ideas y corolarios seconcretan en sistemas que a menudo adquieren un podersemejante al de las religiones sobre sus prosélitos. Podemoscomparar a los sistemas con las Gestalten de los psicólogos.Aprehendemos ideas y hechos, no en forma atomizada sinodentro de las pautas de pensamiento que constituyen unaparte tan grande de nuestro medio. Pero este enfoque, apesar de su valor, también es peligroso. Con harta frecuen-cia los sistemas son considerados como irreductibles, y no

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como lo que son en realidad: constelaciones de supuestose ideas discernibles y aun independientes, que pueden des-componerse y reagruparse en sistemas diferentes. Además,todo sistema tiende a perder vitalidad; lo que estimula a laspersonas de una generación o siglo, solo interesa a los anti-cuarios en la generación o siglo siguiente. Bástenos pensar enel socialismo, el pragmatismo, el utilitarismo; y mucho antesde ellos, en el nominalismo y el realismo. Sin embargo, cadauno de estos sistemas posee elementos constitutivos que con-servan hoy tanta vigencia -aunque de diferente manera-como la que tuvieron en sus contextos originales. Seríalamentable perder estos elementos de vista.Esto nos lleva de la mano a un tercer enfoq ue: el que noempieza por el hombre ni por el sistema, sino por las ideasque son los elementos de los sistemas. Nadie los ha descriptocon mayor lucidez ni autoridad que el extinto Arthur O.Lovejoy en el siguiente pasaje:••Cuando digo historia de las ideas ·-escribe Lovejoy-, quie-ro significar algo a la vez más específico y menos restrin-gido que la historia de la filosofía. La diferencia principalreside en el carácter de las unidades de que se ocupa aqué-J1a. Aunque en gran parte su material es el mismo que elde las otras ramas de la historia del pensamiento, y dependemucho de los trabajos precedentes, lo divide de manera es-pecial, reagrupa sus partes y establece nuevas relaciones, y loreenuncia desde un punto de vista distinto. Si bien el para-lelo tiene sus peligros, cabe decir que su procedimiento ini-cial es algo análogo al de la química analítica. Cuandoestudia la historia de las doctrinas filosóficas, por ejemplo,irrumpe en los sistemas individuales más sólidamente estruc-turados y los reduce, guiada por sus propios objetivos, a suselementos constitutivos, a lo que podríamos llamar susideas-elementos.»! .En The Great Chain 01 Being, de Lovejoy, vemos como esposible introducimos en sistemas tan complejos y diversosentre sí como el idealismo platónico, el escolasticismo me-dieval, el racionalismo secular y el romanticismo, y sacar arelucir ideas-elementos tan amplias y poderosas como con-tinuidad y plenitud, y hacerlo de manera tal que arrojenueva luz sobre los sistemas y también sobre los filósofosque los concibieron, desde Platón hasta el Iluminismo. No

solo vemos así los elementos constitutivos, las ideas-clemcn.tos, sino los nuevos agrupamientos y relaciones de hombrese ideas, apreciando afinidades y oposiciones que acaso noimagináramos que existieran.Mi libro abarca, naturalmente, un campo mucho menorqU(~el del profesor Lovejoy, y en modo alguno pretendohaber seguido todas las brillantes sugerencias de su enfnrpw.Pero gira, al igual que aquél, en torno de las idcas-elemen-tos ; en particular de ciertas ideas-elementos de la sociolo-gía europea del gran período formativo que va de 1830a 1900, cuando hombres tales como Tocqueville, Marx, We-ber y Durkheirn, echaron las bases del pensamiento socio-lógico contemporáneo.Insisto en esto, pues el lector debe estar claramente adverti-do de cuánto puede esperar, y qué cosas no debe esperarencontrar en este libro. No encontrará, por ejemplo, tenta-tiva alguna por develar el sentido de Marx, la esencia deTocqueville ni la unidad de la obra de Durkheim. Dejo aotros esa tarea, sin duda inestimable. Tampoco hallará aquínada sobre cualquiera de los otros sistemas que aparecen enlos escritos de los sociólogos del siglo XIX: materialismodialéctico, funcionalismo o utilitarismo. Las ideas-elemen-tos que proporcionan, a mi juicio, la médula de la socio-logía, en medio de todas las diferencias manifiestas entresus autores, serán nuestro tema; ideas que persistieron através de la época clásica de la sociología moderna y llegan,en verdad, hasta el presente.y nuestro punto de partida es el presente. La historia -al-guien lo dijo muy bien- revela sus secretos solo a quienescomienzan por el presente. Para mencionar las palabras deAlfred North Whitehead, el presente es tierra sagrada. To-das las ideas-elementos que consideramos en esta obra sontan notorias y tan rectoras del' esfuerzo intelectual actualcomo lo fueron cuando Tocqueville, Weber, Durkheim ySimmel hicieron de ellas las piedras fundamentales de lasociología moderna. No debemos olvidar que vivimos en laúltima fase del período clásico de la sociología. Si despojára-mos a esta última de las perspectivas y estructuras provistaspor hombres como Weber y Durkheim, solo nos quedaría unmontón estéril de datos e hipótesis incongruentes. .,~Qué criterios .!~uían la elección de las ideas-elementos deuna disciplina? Hay por lo menos cuatro dominantes. Di-chas ideas deben tener generalidad: es decir, todas ellas1 T'he Great Chain o[ Being, Cambridge: Harvard University Press,

1942, pág. 3.

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deben ser discernibles en un número considerable de figurassobresalientes de un período, y no limitarse a las obras de unúnico individuo o de un círculo. Segundo, deben tenerco!t}inuidad: deben aparecer tanto al comienzo como enlas últimas fases del período en cuestión, y ser tan impor-tantes con respecto al presente como lo son con respectoal pasado. Tercero, deben ser distintioas, participar de aque-Ilos rasgos que vuelven a una disciplina notoriamente dife-rente de otras. Nociones como «individuo», «sociedad» u«orden» resultan inútiles aquí (por valiosas que sean encontextos más generales), pues son elementos de todas lasdisciplinas que integran el pensamiento social. Cuarto, de-ben ser ideas en todo el sentido de la palabra: es decir, algomás que «influencias» fantasmales, algo más que aspectosperiféricos de la metodología; serio en el antiguo y perdu-rable sentido occidental de la palabra, al que tanto Platóncomo John Dewey podrían suscribir por igual. Una idea esuna perspectiva, un marco de referencia, una categoría (enel sentido kantiano), donde los hechos y las concepcionesabstractas, la observación y la intuición profunda formanuna unidad. La idea es --en las palabras de Whitehead.-un gran foco luminoso que alumbra una parte del paisajey deja otras en las sombras o en la oscuridad. No interesaque nuestra concepción última de la idea sea platónica o prag-mática, pues en el sentido que emplearé el término en estelibro, podría ser tanto arquetipo como plan de acción.¿ Cuáles son las ideas-elementos esenciales de la sociología,aqueIlas que, más que ninguna otra, distinguen a la socio-logía frente a las restantes ciencias sociales? A mi entender,estas cinco: comunidad, autoridad, status, lo sagrado y alie-nación. Su exposición detallada será tema de los capítulosque siguen. Aquí procederemos a identificarlas brevemente.La comunidad incluye a la comunidad local pero la desbor-da, abarcando la religión, el trabajo, la familia y la cultura;alude a los lazos sociales caracterizados por cohesión emo-cional, profundidad, continuidad y plenitud. La autoridades la estructura u orden interno de una asociación, ya seapolítica, religiosa o cultural, y recibe legitimidad por susraíces en la función social, la tradición o la fidelidad a unacausa. El status es el puesto del individuo en la jerarquíade prestigio y líneas de influencia que caracterizan a todacomunidad o asociación, Lo sagrado, o sacro, incluye lasmores, lo no racional, las formas de conducta religiosas y ri-

tuales cuya valoración trasciende la utilidad que pudieranposeer. La alienacián es una perspectiva histórica dentrode la cual el hombre aparece enajenado, anómico y des-arraigado cuando se cortan los lazos que lo unen a Iacomu-nidad y a los propósitos mora!is. .Cada una de estas ideas suele estar asociada a un conceptoantinomico, una especie de antítesis, del cual procede granparte de su significado constante en la tradición sociológica.Así, opuesta a la idea de comunidad está la idea de sociedadiGesellschait, en el léxico de Tónnies) formulada con re-ferencia a los vínculos de gran escala, impersonales y con-tractuales que se han multiplicado en la edad moderna, amenudo a expensas, según parece, de la comuni.dad. El con-cepto antinómico de autoridad es en el pensamiento socioló-gico el de poder, identificado' por lo común con la fuerzamilitar o policial, o con la burocracia administrativa,----que;a diferencia de - la autoridad surgida directamente de unafunción y asociación sociales, plantea el problema de la le-gitimidad. El antónimo de status, en sociología, no es laidea popular de igualdad, ~i1l9 la más nueva y '-refinadade clase, más especializada y colectiva a la vez. Lo opuestoa lo .sagrado es lo utilitario, lo profano (según la graveexpresión de Durkheim), o lo secular. Por último, la alie-nación (al menos considerada como perspectiva sociológi-ca) puede ser comprendida mejor corno inversión del pro-greso, A partir de hipótesis exactamente iguales sobre laíndole del desarrollo histórico en la Europa moderna -laindustrialización, la secularización, la igualdad, la democra-cia popular, etc.-, pensadores como Tocqueville y Weberdedujeron, no la existencia de un progreso social y moral,sino una conclusión más patológica: la alienación del hombrerespecto del hombre, de los valores y de sí mismo, aliena-ción causada por las mismas fuerzas que otros elogiaban,en ese mismo siglo, como progresistas.Comunidad-sociedad, autoridad-poder, status-clase, sagrado-secular, alienación-progreso: he aquí ricos temas del pen-samiento del siglo XIX. Considerados como antítesis rela-cionadas, constituyen la verdadera urdimbre de la tradiciónsociológica. Fuera de su significación conceptual en socio-logía, cabe ver en ellos los epítomes del conflicto entre latradición y el modernismo, entre el moribundo orden an-tiguo defenestrado por las revoluciones Industrial y demo-crática, y el nuevo orden, cuyos perfiles todavía indefinidos

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son tan a menudo causa de ansiedad como de júbilo y es-perauza.

Un conjunto diferente de palabras e ideas sintetizaban lasaspiraciones morales y políticas de entonces: individuo,progreso, contrato, naturaleza, razón y otras semejantes. Elobjetivo dominante de esa época, que se extiende desde elNovum Organum de Bacon hasta el Ensayo histórico sobrelos progresos de la razán humana de Coudorcct, da la lil.e-ración: liberación del individuo de los lazos sociales anti-guos, y liberación de la mente de las tradiciones que latenían encadenada. Durante todo ese lapso, reinó la convic-ción universal en el individuo natural: en su razón, su carác-ter innato y su estabilidad autosuficiente.Las ideas y valores del racionalismo individualista de lossiglos XVII y XVIII no desaparecieron, por supuesto, conla llegada del siglo XIX. Lejos de ello. En el racionalismocrítico, en el liberalismo filosófico, en la economía clásicay en la política utilitaria, prosiguió el ethos del individua-lismo, junto a la visión de un orden social fundado sobreintereses racionales.Pero a pesar del punto de vista que predominaba entonces,profusarncnte expuesto por los historiadores de la época, elindividualismo está lejos de describir en su trayectoria ('0111-

pleta el pensamiento del siglo XIX. En realidad, no I.iltanrazones para considerarlo como el menguante (aunque to-davía caliente) rescoldo de un individualismo que alcanzósu verdadero cenit en el siglo precedente. Lo más distintivoy fecundo, desde el punto de vista intelectual, en el pensa-miento del siglo XIX no es el individualismo, sino la reac-ción contra el individualismo como nuestras historias hantardado en advertir: una reacción que en nada se manifies-ta mejor que en la.s ideas que son tema central de este libro.Estas ideas =-comurudad, autoridad, status, lo sagrado yalicnación- tomadas conjuntamente, constituyen una re-orientación del pcnsami.-nto europeo, tan trascendental, ami juicio, como aqueIla otra tan diferente y aun opuesta, qlleseñaló la decadencia de la Edad Media, y el advenimientode la Edad de la Razón, tres 'siglos antes. El racionalismoindividualista se afirmaba entonces contra el corporativismoy la autoridad medieval; a comienzos del siglo XIX, ocurrelo inverso: la reacción del tradicionalismo contra la razónanalítica, del comunalismo contra el individualismo, y delo no racional contra lo puramente raciona.l.Dicha reacción es amplia: la encontramos tanto en la li-teratura, la filosofía y la teología, como en Lt jl .risprudcncia,

La rebelión contm el individualismo

Es evidente que estas ideas y antítesis no aparecieron por pn-mera vez durante el siglo XIX: todas ellas son, en una uotra forma, de larga data. Las encontramos en la antigüe-dad; por ejemplo, en la Atenas de Platón, cuando Grecia,igual que Europa dos mil años más tarde, buscaba dar nue-vos fundamentos a un orden que parecía destruido por losestragos de las guerras, las revoluciones y la stasis. El inte-rés de Platón por la comunidad, la alienación, la autoridad,la jerarquía, lo sacro, Y por la generación y degeneraciónsocial es por supuesto, profundo, y nada tiene de exageradodecir que los elementos esenciales del posterior pensamientosocial de Occidente aparecen, primero, en su desarrollo deestas ideas, y después, en la respuesta de Aristóteles. Vol-vemos a encontrar las mismas ideas, aunque con algunasmodificaciones, en los escritos de los filósofos moralistas ro-manos del siglo 1 antes de Cristo, cuando nuevamente U11

orden social tradicional aparece al borde de la destrucción,como consecuencia de guerras prolongadas, de revolucionessociales, de la decadencia moral, y de la espectacular caídade la República y su reemplazo por el imperio militar deAugusto. Cuatro siglos más tarde, nos topamos otra vez conellas en las obras de los filósofos cristianos, preocupados(como tan tos de sus con temporáneos paganos) por la alie-nación del hombre, la búsqueda de la comunidad bienaven-turada, la santidad de la autoridad, y el lugar que ellosmismos ocupaban en la cadena jerárquica que culminabaen la Ciudad de Dios.Pero aunque internporales Y universales, también ellas tie-nen, como todas las grandes ideas del hombre y de la so-ciedad, sus períodos de ascenso Y descenso, de escasez Y deabundancia. Hubo épocas en que su significación fue escasa,en que Iueron relegaoas y desplazadas por otras ideas y ac-titudes, notablemente diferentes, respecto del destino delhombre Y de sus esperanzas. Así, ninguna de las que nosinteresan en este libro desempeña un papel muy notorio enla Edad de la Razón, que con tanto brillo iluminó los siglosXVII y XVIII y alcanzó su punto más alto con el Ilumi-nismo en Francia e Inglat.erra.

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la historiografía y, en su forma más sistemática, en la so-ciología. Durante el siglo XIX, cada vez son más numero-sos los campos del pensamiento donde el individualismo ra-cionalista (sostenido de manera más notoria, naturalmente,por los utilitaristas, cuyas doctrinas proporcionaron relievenegativo a tantos conceptos sociológicos) es asediado por teo-rías que se apoyan en la reafirmación de la tradición, teoríasq'-!~:hubieran resultado taú n:pllgnantes a Descartes o aBacon, como a Locke o a Rousseau. La premisa histórica dela estabilidad innata del individuo es puesta a prueba poruna nueva psicología social que deriva la personalidad apartir de los estrechos contextos de la sociedad, y que hacede la alienación el precio que debe pagar el hombre por suliberación de tales contextos. En lugar del orden natural tancaro a la Edad de la Razón, ahora tenemos el orden insti-tucional -la comunidad, el parentesco, la clase social-como punto de partida de filósofos sociales de opiniones tandivergentes como Coleridge, Marx y TocquevilIe. De laconcepción generalmente optimista de la soberanía popularpropia del siglo XVIII, pasamos a las premoniciones delsiglo XIX sobre las tiranías que acechan en la democraciapopular cuando se transgreden sus límites institucionales ytradicionales. Finalmente, la idea misma de progreso es ob-jeto de una nueva definición, fundada no ya sobre la libera-ción del hombre respecto de la comunidad y la tradición,sino sobre una especie de anhelo de nuevas formas de co-munidad social y moral.

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Liberalismo, radicalismo, conservadorismo

Esta reorientación del pensamiento social, de la cual es unafase tan importante el advenimiento de la sociología, no esresultado --insisto-- de las corrientes puramente intelectua-les, ni mucho menos «científicas», de la época. Como 10expresara Sir Isaiah Berlín, y lo ilustran de manera soberbiasus propios estudios históricos, las ideas no engendran ideascomo las mariposas engendran mariposas. La falacia gené-tica ha transformado muy a menudo las historias del pen-samiento en secuencias abstractas de «engendros». En el pen-samiento político y social, en particular, es preciso queveamos siempre las ideas de cada época como respuestas aciertas crisis y a estímulos procedentes de los grandes cam-bios en el orden social.

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Las ideas que nos interesan resultarán incomprensibles amenos que las analicemos en función de los contextos ideo-lógicos donde aparecieron por primera vez. Los grandessociólogos del siglo, desde Comte y Tocqueville a Webery Durkheim, fueron arrastrados por la corriente. de las tres¡irandes ideologías del siglo XIX y comienzos del XX: elliberalismo, ei radicalismo y el cuuservadorisiuo. Eu ei jJIÚ-ximo capítulo nos ocuparemos de las dos revoluciones ---laIndustrial y la democrática-e- que conformaron esas ideo-logías, como también las ideas fundamentales de la socio-logía. Pero ante todo es importante describirías con algunaprecisión.El sello distintivo del liberalismo es su devoción por el in-dividuo, y en especial por sus derechos políticos, civiles y-cada vez más-s- sociales. La autonomía individual es parael liberal lo que la tradición significa para el conservador,y el uso del poder para el radical. Hay notables diferencias,a no dudarlo, entre los liberales de Manchester, para quie-nes la libertad significaba fundamentalmente liberar la pro-ductividad económica de las trabas de la ley y las costum-bres, y los liberales de París de 1830, para quienes liberar elpensamiento del clericalismo aparecía como el objetivo prin-cipal. Pero fuera de estas variantes, todos los liberales teníanen común, primero, la aceptación de la estructura funda-mental del estado y la economía (no consideraban a larevolución, como los radicales, base indispensable para lalibertad, aunque en alguna circunstancia pudieran apoyar-la) y, segundo, la convicción de que el progreso residíaen la emancipación de L mente y el espíritu humanos delos lazos religiosos y tradicionales que los unían al viejoorden. Los liberales del siglo XIX conservaron la fe delIluminismo en la naturaleza autosuficiente de la individuali-dad, una vez liberada de las cadenas de las institucionescorruptoras. Existieron, admitámoslo, quienes como Toc-queville, John Stuart Mili y Lord Acton --a quienes debe-mos incluir, en tanto ellos se incluían a sí mismos, entre loslib~rales- atribuían a las instituciones y tradiciones, encierta medida, la importancia que les atribuían los conser-vadores; dicha medida estaba dada por el grado en que talesentidades robustecieran la individualidad. La piedra de to-que era la libertad individual, no la autoridad social. El li-beralismo utilitarista -que abarca desde Jeremy Benthamél Herbert Spencer- tenía una opinión de la iglesia, el

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estado, la parroquia, el gremio, la familia y la tradiciónmoral que no se diferenciaba en ningún aspecto importantede las opiniones anteriores del Iluminismo. En las obras deMacaulay, Buckle y Spencer la noción del individuo aisla-do, automotivado v autoestabilizado, resulta primordial.Las instituciones y tradiciones son secundarias: en el mejorde los casos, sombras de aquél; en el peor, obstáculos que seoponen a su autoafirmación.Impera en el radicalismo -que a menudo deriva del libe-ralismo y hace causa común con él- una mentalidad muydiferente. Si hay un elemento distintivo del radicalismo delos siglos XIX y XX es, creo, el sentido de las posibilidadesde redención que ofrece el poder político: su conquista,su purificación y su uso ilimitado (hasta incluir el terroris-mo), en pro de la rehabili tación del hombre y las institu-ciones. Junto a la idea de poder, coexiste una fe sin límitesen la razón para la creación de un nuevo orden social.Con anterioridad al siglo XVUI, las rebeliones contra elorden social ----que no eran raras, ni siquiera en la EdadMedia- surgían en el marco de la religión. Los husitas, losanabaptistas, los niveladores, * los ternbladores, ** y otrosgrupos que periódicamente se levantaron contra la autori-dad constituida, perseguían objetivos religiosos. Las con-diciones sociales y económicas contribuyeron, a todas lu-ces, a desencadenar estas revueltas; y había, por cierto, re-ferencias a la pobreza y el sufrimiento en los bandos y ma-nifiestos que circunstancialmente redactaban. Pero lo im-portante es que esas referencias aparecen expresadas en tér-minos religiosos, donde lo fundamental es el llamado a lapureza perdida de la cristiandad apostólica, o la esperan-za en la segunda venida de Cristo.La línea principal del radicalismo del siglo XIX es, en todosentido, secular. La antorcha de la rebelión pasó a quienesveían la esperanza de Europa y la humanidad, no en lareligión, sino en la fuerza política de la sociedad. No des-apareció el milenarismo : solo perdió su contenido cristia-

* Niveladores (levelers): Miembros de un partido defensor de losprincipios republicanos e igualitarios, formado en Inglaterra hacia1647 y aniquilado por Cromwell dos años más tarde. (N. del E.)** Tembladores (shakers): Secta religiosa creada en Inglaterra enel siglo XVIII, que practicaba r-l celibato y la propiedad comúnde los bienes. Deriva su nombre de una de las danzas que formabanparte de su ritual. (N. del E.)

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no. Lo que nos muestra el radicalismo del siglo XIX (consu jacobinismo, el Comité de Salvación Pública y quizá,por sobre todo lo demás, el golpe de estado del 18 Brumario,como modelos) es una doctrina revolucionaria milenarista inacida de la fe en el poder absoluto; no el poder por sí 'mismo, sino al servicio de la liberación racionalista y hu- "manitaria del hombre de las tiranías y desigualdades quelo acosaron durante milenios, incluyendo las de la religión.En cuanto al conservadorismo, la cuestión es más compleja.Por ser la menos analizada de las tres ideologías, y por laestrecha relación que existe entre las tesis principales del con-servadorismo filosófico y las ideas-elementos de la sociología,debemos explorado con más detalle.El conservadorismo moderno es, en su forma filosófica almenos, hijo de la Revolución Industrial y de la RevoluciónFrancesa; hijo imprevisto, no deseado y odiado por los pro-tagonistas de cada una de ellas, pero hijo al fin. Lo queambas revoluciones atacaron, fue defendido por hombrescomo Burke, Bonald, Haller y Coleridge, y lo que ambasengendraron -en la forma de democracia popular, tecnolo-gía, secularismo, etc.·- es lo que el conservadorismo atacó.Si el ethos central del liberalismo es la emancipación indi-vidual, y el del radicalismo la expansión del poder políticoal servicio del fervor social y moral, el ethos del conserva-dorismo es la tradición, esencialmente la tradición medieval.De su defensa de la tradición social proviene su insistenciaen los valores de la comunidad, el parentesco, la jerarquía,la autoridad y la religión, y también sus premoniciones deun caos social coronado por el poder absoluto si los. indi-viduos son arrancados de los contextos de estos valores por lafuerza de las otras dos ideologías;A diferencia de los filósofos del Iluminismo, los conservado-res comenzaron con la realidad absoluta del orden institu-ciona1, tal como lo encontraron: el orden legado por la his-toria. Para ellos el orden «natural», el orden revelado porla razón pura, el orden sobre el cual los philosophes habíanmontado sus ataques devastadores a la sociedad tradicional,carecía de toda realidad. La cuestión aparece invertida, enverdad, en el pensamiento conservador: éste basó su agre-sión contra las ideas iluministas del derecho natural, laley natural y la razón independiente, sobre la proclamadaprioridad de la sociedad y sus instituciones tradicionalescon respecto al individuo.

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A comienzos del siglo XIX los conservadores constituyeronuna fuerza antiiluminista. En realidad no hay una solapalabra, una sola idea central de aquel renacimiento con-servador, que no procure refutar las ideas de los philo-sophes. A veces (Chateaubriand es un ejemplo) se compla-cían en parecer defensores de algunos iluminisras, cornomedio de acometer contra algún otro: por lo común contraVoltaire, cuyos brillantes ataques al cristianismo eran vitrio-lo para los conservadores, cristianos en lo más profundo.Aun en Burke se encuentran eventualmente palabras ama-bles para sus enemigos, cuyo propósito era promover en ellos

~sentimientos contradictorios y dividirlos, pero el odio al Ilu-minismo, y en especial a Rousseau, es fundamental en el "

, conservadorismo filosófico. ,-[Con acierto se ha llamado a los conservadores «profetas de '1

"_~Q,"Rª~ado»,cuya acción difícilmente habría de tener efecto'alguno sobre las corrientes principales del pensamiento y lavida europea. Sin ,embargo, para comprender mucho decuanto sabemos hoy que es importante y profundo en elsiglo XIX, sería fatal que los dejáramos de lado, como si Isolo tuvieran significación para los anticuarios. Todas lashistorias del pensamiento atestiguan la gran influencia ejer-cida por Burke, y especialmente por Hege1, pero ambossuelen ser considerados como individuos más que comomiembros de un movimiento ideológico que trascendiera.Debe vérselos, sí, como personalidades individuales, a seme-janza de Voltaire y Diderot dentro del Iluminismo, perotambién como integrantes de un vasto grupo de mentalida-des con suficientes cosas en común para constituir, incues-tionablemente, una época, un esquema de ideas.De todos ellos, los franceses 30n quizá los más descuidadospor los estudiosos. Bonald, Maistre y Chateaubriand suelenaparecer como figuras extrañas, con ciertos rasgos góticos,en la historia del «romanticismo», clasificación que al me- ::'nos a los dos primeros, debe hacerlos revolcarse en sus tum- "'baso La brillante juventud conservadora de Lamennais sue- Ile ser relegada al olvido ante el resplandor que emana desus actividades' radicales posteriores; la influencia de los ,conservadores franceses sobre el pensamiento social fue, Iempero, importante. Basta una ojeada a algunos sociólogospara evidenciarlo. Así, Saint-Simon y Comte prodigaron sus ¡elogios a 10 que este último llamaba la «escuela retrógra- r Ida». Este «grupo inmortal conducido por Maistre -escribe I

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Comte--I merecerá por mucho tiempo fa gratitud de lospositivistas».2 Saint-Simon afirmó que su interés por losperíodos «crítico» y «orgánico» de la historia, y tambiénsus incipientes proposiciones para «estabilizar» el industria-lismo y la democracia, le habían sido inspirados por Bo-nald. Le Play, una generación más tarde, no haría sino asig-nar sentido científico, en su European Working Classes, ala temprana obra polémica de Bonald sobre la familia. Lainfluencia del conservadorismo sobre Tocqueville es incues-tionable: constituye la fuente inmediata de su preocupaday evasiva apreciación de la democracia. Y hacia fines delsiglo, en las obras de Durkheim, de ideas no religiosas y li-beral en política, encontramos ciertas tesis del conservado-rismo francés convertidas en algunas de las teorías esencia-les de su sociología sistemática: la conciencia colectiva, elcarácter funcional de las instituciones e ideas, las asociacio-nes intermedias y también su ataque al individualismo.¿ Contra qué se alzaba el conservadorismo? Ante todo, porsupuesto, contra la Revolución, pero en modo alguno úni-camente contra ella. Creo que podemos entender mejor estaideología si la concebimos como el primer gran ataque almodernismo y a sus elementos políticos, económicos y cul-turales. La Revolución encendió la mecha, pero para losconservadores, su importancia era de índole histórica y sim-bólica. La veían como la férrea culminación de tendenciasprofundas en la historia europea moderna; tendencias quese manifestaban ahora en sus terribles consecuencias. Pocosllegaron tan lejos como Bonald, quien aludía al-Terror comoel justo castigo que Dios infligía a Europa por sus herejíasseculares e individualistas, pero existía entre los conserva-dores la convicción profunda, sin excepciones, de que 10 másdistintivo y «moderno» de la historia posterior a la Reformaera la maldad, o el preludio de la maldad.Cuando reconstruyeron la historia de Europa, lo primeroque vieron fue que los protestantes habían arrebatado de ladisciplina de la iglesia la fe individual, lo que conducía demodo inevitable al disenso "permanente. De esta transgre-sión a atribuir al hombre finito e individual, las potenciasintelectuales y certidumbres propias de Dios y de la socie-

2 Systeme de politique positive, 4'10 ed., París, 1912, 111, pág. 605.Para un informe detallado de la influencia del conservadorismo SOr

bre el pensamiento del siglo XIX, véase mi «Conservatism and So-ciology», American [ournal o/ Sociology, septiembre de 1952.

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dad (como hicieran Bacon y Descartes) solo había un paso.Ante la herejía del individualismo secular, ¿ no es lógicoque los hombres consideraran a la sociedad como considera-ban al paisaje físico, es decir, algo que las facultades crea-tivas podían enmendar chapuceramente una y otra vez,remodelar o rehacer, según se lo sugirieran sus impulsos?Por último, era inevitable que surgiera de todo esto la ima-gen romántica y peligrosa del hombre como una criaturade instintos indeleblemente estables y buenos por naturale-za, sobre los cuales las instituciones y gobiernos se asenta-ban de manera represiva y sin necesidad. Tal, en líneasgenerales, la concepción conservadora de lo que precedióa la Revolución y al modernismo.En el cuadro conservador del modernismo hay otros ele-mentos que proceden en forma directa de la RevoluciónFrancesa. El igualitarismo y el poder centralizado fundadoen el pueblo son quizá los más importantes, pero están es-trechamente vinculados con otros: la sustitución -en reli-gión, política y arte- de las restricciones disciplinarias dela tradición y la piedad por el sentimiento y la pasión; elreemplazo de los valores sacros no racionales por normasimpersonales y efímeras de contrato y utilidad; la declina-ción de la autoridad religiosa, social y política; la pérdidade la libertad, término este último que los conservadorespreferían definir en su sentido medieval, con connotacionesno tanto de liberación (que significaba licencia y falta deataduras), como de derecho rector dentro de la ley y latradición divinas; la decadencia de la cultura, como conse-cuencia de su difusión en las masas; y por último, la menta-lidad progresista y determinista que presidía todo esto, yque insistía en considerar lo pasado, lo presente y lo futurocomo categorías férreas correspondientes a lo éticamentemalo, mejor y óptimo.Esta es la constelación de elementos que surge de la concep-ción general conservadora sobre el mundo moderno, el mun-do que la Reforma, el capitalismo, el nacionalismo y la razónengendraran, y al que la Revolución había dado ahoranacimiento. Fácil es descubrir todos estos elementos en lareacción de Burke frente a la Revolución Francesa; tambiénse conservan vívidos en los escritos de otros conservadoreseuropeos y americanos. Si las ideas conservadoras nuncaarraigaron realmente en Estados Unidos, no fue porqueno hubiera hombres de genio -tales como John Randolph

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de Roanoke, James Fenimore Cooper, John C. Calhoun yunos pocos más+- que trataran de inseminarIas en el pen-samiento político norteamericano, sino porque carente deun pasado institucional medieval, que persistiera en su rea- I

lidad presente, el país no tenía con qué nutrirIas, a fin detornarIas apremiantes y relevantes; mientras que en Euro-pa, este pasado medieval se transformó, con particular subi-taneidad después de la Revolución Francesa, en un conjun-to evocativo de símbolos.El redescubrimiento de lo medieval -sus instituciones, va-lores, preocupaciones y estructuras- es uno de los acon-tecimientos significativos de la historia intelectual del sigloXIX.3 Aunque su importancia primera y más duraderase vincula con el conservadorismo europeo (plasmando, porasí decir, la imagen conservadora de la sociedad buena),también la tiene, y mucha, para el pensamiento sociológico,ya que forma el tejido conceptual de gran parte de surespuesta al modernismo. Este redescubrimiento de la EdadMedia explica, tanto como cualquier acontecimiento sin-gular, las notables diferencias entre la reconstrucción típicade la historia europea por parte de los iluministas, y lacorriente en muchos escritos históricos del siglo XIX. Losphilosophes franceses, y también ciertos racionalistas ingle-ses como Gibbon, Adam Smith y Bentham, manifestaroncategórico desdén por la Edad Oscura, ese período de másde un milenio que se extiende entre la caída de Roma yel comienzo de la Edad de la Razón, según la opinión ge-neralizada. "'0 -

De pronto, la Edad Media-vuelve a ser objeto de la aten-ción de los humanistas: primero en los escritos de hombrescomo Haller, Savigny, Bonald y Chateaubriand, para quie-nes esa era es innegablemente un motivo de inspiración;luego, ampliando cada vez más su ámbito, en las obras delos juristas, historiadores, teólogos, novelistas, etc. La EdadMedia suministró al siglo XIX casi tanto clima espiritualy temas como el pensamiento clásico lo había hecho en el

3 Uno de los muchos méritos de la excelente obra de RaymondWilliams, Culture and Society: 1780-1950 (Garden City: Double-day Anchor Books, 1960) es destacar y documentar el efecto lite-rario del medievalismo en el siglo XIX. Para los efectos socialesvéase mi «De Bonald and the Concept of the Social Group», [our-nal o/ the History o/ Ideas, junio de 1944, págs. 315-31, esp. págs.320 y sigs.

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Renacimiento. La aparición de lo que se dio en llamar laescuela histórica de las ciencias sociales, se fundó sobre elempleo de materiales históricos e institucionales en su ma-yoría medievales. Cada vez más la sociedad medieval pro-porcionaba una base de comparación con el modernismo,para la crítica de este último. Así como el siglo XVIIIhabía popularizado el empleo de materiales primitivos+-toda la moda del «exotismo», por ejemplo, tan estre-chamente vinculada a los modelos de ley natural- con elfin de establecer su contraste con el presente, así ahorael siglo XIX recurrió a materiales medievales. Había enello algo más que un propósito comparativo, por supuesto;tal como evidencian los monumentales estudios de vanGierke, Fustel de Coulanges, Rashdall y Maitland, el inte-rés por la Edad Media iba acompañado de una búsquedaerudita de los orígenes institucionales de la economía, la po-lítica y la cultura europeas. La Edad Media pudo servirde fundamento a la idealización y la utopía -lo demuestranlos escritos de Chateaubriand, Sir Walter Scott y otrosautores hasta llegar a William Morris- pero también sir-vió como fuente de algunas notables investigaciones histó-ricas y de ciencias sociales.Entre el medievalismo y la sociología hay íntima relación.Hemos señalado cuánto admiraba Comte a los conserva-dores; de ello derivó su aprecio .casi equivalente por laEdad Media. Pocos la adularon tanto como 61; fuera de todaduda, el medievalismo es el modelo real de su utopía so-ciológica en Sistema de política positiva. Comte infundióen sus venas la sangre del positivismo en reemplazo delcatolicismo, pero es indudable su admiración por la estruc-tura de la sociedad medieval, y sus deseos de restaurar, me-diante la «ciencia», sus características esenciales. La socie-dad medieval, con su localismo, su jerarquía y su consti-tución religiosa, es el punto de referencia permanente enlos estudios de Tocqueville sobre la democracia norteame-ricana y el régimen moderno en Europa. Le Play fundabafrancamente su «familia troncals, de la que hacía tantoalarde, sobre la familia medieval, y declaraba que la EdadMedia era el verdadero objeto de atención en el «estudiocomparativo de los hechos sociales», y no las «irrelevantessociedades antiguas y primitivas». Tonnies dedujo el ma-terial sustancial de su tipología de Gemeinschaft a partir de .la aldea, la familia y el clan medievales. Durkheim basó 1

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su celebrada propuesta de creación de asociaciones profe- 'sionales intermedias en los gremios medievales, poniendo.buen cuidado, por supuesto, en aclarar las diferencias, dadoque a menudo se le había criticado que fundara su cienciade la sociedad en valores de corporativismo, organicismo yrealismo metafísico.Con esto no pretendemos insinuar que los sociólogos tuvie-ran espíritu medieval. Tendríamos que buscar mucho paraencontrar una mentalidad más «moderna», por su filiaciónsocial y política, que la de Durkheim. Aun en el cuerpode su teoría social, prevalece el espíritu racionalista y posi-tivista, tomado en gran parte de Descartes, quien, muchomás que cualquier otro filósofo del siglo XVII, había ani-quilado el escolasticismo. Lo mismo cabe decir, en esencia,de Tónnies, Weber y Simmel. .:

1deología y sociología

Esto nos lleva al importante tema de las ideologías persona-les de lbs sociólogos de que nos ocuparemos. Hasta aquíhemos examinado las ideologías en abstracto, tomándolascomo semillero de los problemas doctrinarios y conceptua-les del siglo. El cuadro está lejos de ser igualmente claroni es tan fácil hacer clasificaciones cuando tomamos encuenta a los individuos. No resulta demasiado arduo ubicara Le Play, Marx y Spencer en sus ideologías respectivas. Elprimero es el conservador por excelencia; Marx, la perso-nificación del radicalismo del siglo XIX; Y Spencer, segúntodas las normas de su época, fue un liberal; pero nosucede lo propio con otros autores. Cabría designar a Comtecomo radical si atendemos a 'lo utópico de su Sistema depolítica positiva, con su plan de reordenación total de lasociedad occidental; mas para muchos hombres de su siglo,y en primer término para John Stuart MilI, las mesuradasloas que aquél cantara a la ciencia, la industria y el positi-vismo lo colocan entre los liberales; y es indudable la ten-dencia profundamente conservadora de los verdaderos con-ceptos de su nueva ciencia, conceptos que explican el lugarespecial que ocupó dentro del pensamiento conservador fran-cés hasta la Action Francaise, y también en el pensamientode la Confederación del Sur previo a la Guerra de Sece-sión de Estados Unidos. Quizá la figura de Tocqueville

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I'~~sultemá:; clara: en él se funden el liberalismo y el con-servadorisrno. Mantuvo vínculos personales COnlos liberalesd« su época; ejerció un papel influyente en la revoluciónde 1848, y no SI-! hada ilusiones en 10 que a resucitar elpasado se refiere. Para él la democracia era uno de los mo-vimientos irresistibles e irreversibles de la historia; sin em-bargo, el tono de sus análisis y críticas de la democraciaes acentuadamellte conservador.La cuestión se vuelve más compleja cuando pasamos a consi-derar otros titanes. Tonnies sería clasificado, supongo, comoconservador, al menos por su raigambre personal y noto-rios vínculos con las condiciones del tipo Gemeinschaft de sueducación; pero él no se juzgaba a sí mismo conservador,y sus simpatías políticas se inclinaban sin disputa hacia.los liberales. ¿Fueron liberales Simmel, Weber, Durkheim?La respuesta afirmativa sería probablemente la más apro-ximada. No por cierto radicales; ni siquiera Durkheim, aquien algunos, poco advertidos, ubicaran a veces entre lossocialistas. ¿Serían tal vez conservadores? No en ninguno delos sentidos políticos del término, corrientes en aquella época.Todos y cada uno de ellos se apartaron de los conservado-res en política y en economía.No obstante, sería engañoso abandonar aquí la cuestión.Existe un conservadorismo de concepto y de símbolo, y exis-te un conservadorismo de actitud. Desde nuestra posiciónactual es posible advertir en los escritos de esos tres hom-bres, profundas corrientes de conservadorismo, que avan-zan en dirección contraria a su filiación política manífies--ta. Hoy podemos ver en cada uno de ellos elementos enconflicto casi trágico con las tendencias centrales del libe-ralismo y del modernismo. A través de toda su vida lassimpatías liberales de Weber estuvieron en pugna con supercatación de lo que ese modernismo hacía -en la formade racionalización de cultura y pensamiento-- con los va-lores de la cultura europea. Este conflicto interior explicaen buena medida la melancolía que emana de ciertas partesde su pensamiento y que de hecho detuvo su actividad deerudito durante breves lapsos. Ni en Simmei ni en Durk-heim aparece una melancolía semejante, pero tampoco po-demos dejar de apreciar en sus obras la misma tensiónentre los valores del. liberalismo político y los valores delconservadorismo humanista o cultural, por renuentes que semostraran a aceptar estos últimos.

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La paradoja de la sociología -paradoja creativa, comotrato de demostrar en estas páginas- reside en que si porsus objetivos, y por los valores políticos y científicos quedefendieron sus principales figuras, debe ubicársela dentro dela corriente central del modernismo, por sus conceptos esen-ciales y sus perspectivas implícitas está, en general, muchomás cerca del conservadorismo filosófico. La comunidad,la autoridad, la tradición, lo sacro: estos temas fueron, enesa época, principalmente preocupación de los conservado-res, como se puede apreciar con gran claridad en la líneaintelectual que va de Bonald y Haller a Burckhardt y Taine.También lo fueron los presentimientos de alienación, del po-der totalitario que habría de surgir de la democracia demasas, y de la decadencia cultural. En vano buscaríamoslos efectos significativos de estas ideas y premoniciones so-bre los intereses fundamentales de los economistas, politicó-lagos, psicólogos y etnólogos de ese período. Se los hallará,en cambio, en la médula de la sociología -transfigurados,por supuesto, por los objetivos rar.ionalistas o científicosde los sociólogos.

Las fuentes de la imaginacián sociológica

Conviene insistir, para concluir con este tema, en dos pun-tos: primero, la base moral de la sociología moderna; ysegundo, el marco intuitivo o artístico de pensamiento enque se han alcanzado las ideas centrales de la sociología.Las grandes ideas de las ciencias sociales tienen invariable-mente sus raíces en aspiraciones morales. Por abstractas que .las ideas sean a veces, por neutrales que parezcan a los teó-ricos e investigadores nunca se' despojan, en realidad, de susorígenes morales. Esto es particularmente cierto con relacióna las ideas de que nos ocupamos en este libro. Ellas nosurgieron del razonamiento simple y carente de cornpromi=sos morales de la ciencia pura. No es desmerecer la grandezacientífica de hombres corno Weber y Durkheim afirmarque trabajaban con materiales intelectuales -valores, con-ceptos y teorías- que jamás hubieran llegado a poseersin los persistentes conflictos morales del siglo XIX. Cadauna de las ideas mencionadas aparece por primera vez enforma de una afirmación moral, sin ambigüedades ni disfra-ces. La comunidad comienza como valor moral; solo gra-

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dualmente se hace notoria en el pensamiento sociológico delsiglo la secularización de este concepto. Lo mismo podemosdecir de la alienación, la autoridad, el status, etc. Estas ideasnunca pierden por completo su textura moral. Aun en losescritos científicos de Weber y Durkheim, un siglo despuésde que aquéllas hicieran su aparición, se conserva vívido elelemento moral. Los grandes .:ilJ,::lóloglJSjamás uejawll deser filósofos morales.iy jamás dejaron de ser artistasl! Es importante tenerpresente, aunque solo sea como profilaxis contra un cienti-ficismo vulgar, que ninguna de las ideas que nos interesan-ideas que siguen siendo, repito, centrales en el pensamien-to sociológico contemporáneo- surgió como consecuenciade lo que hoy nos complace llamar «razonamiento para laresolución de problemas». Cada una de ellas es, sin excep-ciones, resultado de procesos de pensamiento -imaginación,visión, intuición- que tienen tanta relación con el artistacomo con el investigador científico. Si insisto en este punto,es solo porque en nuestra época, los bien intencionados yelocuentes maestros de la sociología (y también de otras cien-cias sociales), recalcan con demasiada asiduidad que 10 quees científico (i Y por consiguiente importante!) en su disci-plina, es únicamente consecuencia de poner la razón al ser-vicio de la definición y resolución de problemas.¿ Quién se atrevería a pensar que las Cemeinschaft y Ge-sellschaft de la tipología de Tónnies, la concepción webe-riana de la racionalizaci6n, la imagen de la metrópoii deSimmel, y la idea sobre la anomia de Durkheim provengande lo que hoy entendemos por análisis lógico-empírico? For-mular la pregunta implica ya conocer la respuesta. Estoshombres no trabajaron en absoluto con problemas finitos yordenados ante ellos. No fueron en modo alguno resolve-dores de problemas. Con intuición sagaz, con captación ima-ginativa y profunda de las cosas, reaccionaron ante el mun-do que los rodeaba como hubiera reaccionado un artista, ytambién como un artista, objetivando estados mentales ínti-mos, solo parcialmente conscientes.Tomemos, a título de ejemplo, la concepción de la sociedady el hombre subyacente en el gran estudio de Durkheimacerca del suicidio. Se trata, en 10 fundamental, de la pers-

4 La media docena de párrafos que siguen proceden de mi «80-ciology as an Art Forms, Paciiic Sociological Review, otoño de1962.

pectiva de un artista, tanto .como la de un hombre deciencia. El trasfondo, los detalles y la caracterización se com-binan en una imagen total iconística por su captación deun orden social completo. ¿ Cómo logró Durkheim esta idearectora? De algo podemos estar seguros: no la encontróexaminando las estadísticas vitales de Europa, como hubie-ra sucedido si se (\I'li('(\,.~ a 1(\ r.iencia la fábula de la cigüe-ña; tampoco Darwin extrajo la idea de la selección naturalde sus observaciones durante el viaje del Beagle. La idea,así como el argumento y las conclusiones de El suicidio yaestaban en su mente antes de examinar las estadísticas. ¿Dedónde, pues, la obtuvo? Solo cabe especular al respecto.Pudo haber arribado a ella en sus lecturas de Tocqueville,quien a su vez tal vez la dedujo de Lamennais, quien esposible que la tomara de Bonald o Chateaubriand. O quizáprovino de alguna experiencia personal: de algún recorda-do fragmento del Talmud, de una intuición nacida de supropia soledad y marginalidad, una migaja de experienciaparisiense. ¿Quién puede saberlo? Pero una cosa es cierta:la fecunda combinación de ideas que hay detrás de El sui-cidio -de la cual seguimos extrayendo provecho en nuestrasempresas científicas- se alcanzó de una forma más afín conlos procedimientos de un artista que con los del procesadorde datos, el lógico o el tecnólogo.No es muy diferente lo que ocurre con las ideas y perspec-tivas de Simmel, el más imaginativo e intuitivo de los gran-des sociólogos, y en más de un sentido. Sus descripciones delmiedo, el amor, los convencionalismo s, el poder y la amistadexhiben la mentalidad de un artista-ensayista, Y no consti-tuye distorsión alguna de valores ubicado junto a maestroscomo Montaigne y Bacon. Si eliminamos la visión artísticade sus análisis de lo extraño, la díada y el rol de lo secreto,habremos eliminado todo lo que le da vida. En Simmel hayesa maravillosa tensión entre lo estético concreto y lo filosó-fico general propia de las grandes obras. El elemento esté-tico es lo que hace imposible la absorción de su materialsociológico por medio de una teoría sistemática y anónima.Uno debe retornar al propio Simmel para dar con el concep-to real. Al igual de lo que sucede con Darwin y Freucl,siempre es posible deducir del hombre mismo algo impor-tante que ninguna formulación impersonal de la teoría so-cial permite entrever.Nuestra relación con estas ideas y sus creadores es semejante

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a la que vincula al artista con sus predecesores. Del mismomodo que el novelista siempre aprenderá algo nuevo alestudiar y reestudiar a Dostoievski o James -un sentidodel desarrollo y la forma, y el modo de extraer inspiración deuna fuente fecunda- también el sociólogo aprende perma-nentemente al releer a hombres como Weber y Simmel.Este es el rasgo que diferencia a la sociología de algunasciencias físico-naturales. Lo que el físico joven puede apren-der, aun de un Newton, tiene un límite. Una vez entendidoslos puntos fundamentales de los Principia, es poco probableque su relectura le ofrezca, como físico, mucho más (aunquepodría extraer nuevas ideas de ellos como historiador de laciencia). ¡Cuán diferente es la relación del sociólogo conun Simmel o un Durkheim! La lectura directa será siempreprovechosa, siempre dará como resultado la adquisición deuna información fecunda, capaz de ensanchar los horizontesdel lector. Proceso semejante al del artista contemporáneoque se enfrasca en el estudio de la arquitectura medieval, el

"soneto isabelino o las pinturas de Matisse. Tal es la esenciade la historia del arte, y la razón de que la historia de lasociología sea tan diferente de la historia de la ciencia.

2. Las dos revoluciones

El resquebrajamiento del viejo orden

Las ideas fundamentales de la sociología europea se com-prenden mejor si se las encara como respuesta al derrumbedel viejo régimen, bajo los golpes del industrialismo y lademocracia revolucionaria, a comienzos del siglo XIX~.y losproblemas de orden que éste creara. Tal es la única conclu-sión que podemos extraer del carácter de las ideas y lasobras donde aparecen, y de la relación de idea y obra conla época. Los elementos intelectuales de la sociología sonproducto de la refracción de las mjsmas fuerzas y tensionesq,ue delinearon el liberalismo, e~onservadorismo y el ra-

.dicalismo modernos.El colapso del viejo orden en Eu opa -orden que se apo-yaba en el parentesco, la tierra,' la clase social, la religión,la comunidad local y la} monarquía- liberó los diversoselementos de poder, riq¡Íeza y status consolidados, aunqueen forma precaria, desde la Edad Media. Dislocados por laRevolución, reunidos confusamente por el industrialismo ylas fuerzas de la democracia, encontraremos a esos elemen-tos recorriendo a tumbos el paisaje político de Europa du-rante todo el siglo XIX, en la búsqueda de contextos nuevos.Del mismo modo que la historia política del siglo XIX re-gistra los esfuerzos prácticos de los hombres por volver aconsolidarlos, la historia del pensamiento social registra los'esfuerzos teóricos realizados en tal sentido; es decir, lastentativas de ubicados en perspectivas de importancia filosó-fica y científica para la nueva era. La índole de la comuni-dad, la localización del poder, la estratificación de la riquezay los privilegios, el rol del individuo en la naciente sociedadde masas, la reconciliación de los valores sacros con las reali-dades políticas y económicas, la dirección de la sociedadoccidental: he ahí ricos temas para la ciencia del hombredel siglo XIX, igualmente sustanciosos como problemas pordirimir en el mercado, en la cámara legislativa, y también,con bastante frecuencia, en las barricadas.

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Dos fuerzas, monumentales por su significación, dieron ex-trema relevancia a estos temas: la Revolución Industrial yla Revolución Francesa. Sería difícil encontrar algún áreadel pensamiento que no hubiera sido afectada por uno deestos acontecimientos o por ambos. Su naturaleza cataclísmi-ea se torna muy evidente si observamos la reacción de quie-nes vivieron durante esas revoluciones y sufrieron sus con-secuencias inmediatas. Hoy resulta harto sencillo sumergircada revolución, con sus rasgos distintivos, en procesos decambio de largo plazo; tendemos a subrayar la continuidadmás que la discontinuidad, la evolución más que la revo-lución. Pero para los intelectuales de esa época, tanto ra-dicales como conservadores, los cambios fueron tan abruptoscomo si hubiera llegado el fin del mundo. El contraste entrelopresente y lo pasado parecía total -terrorífico o embria-gador, según cual fuera la relación del sujeto con el viejoorden y con las fuerzas en él actuantes.En este capítulo nos ocuparemos, no tanto de los aconteci-mientos y los cambios producidos por las dos revoluciones,como de las imágenes y reflejos que puedan hallarse de ellosen el pensamiento social del siglo pasado. No abriremosjuicio sobre 10 que fueron en su realidad histórica las revo-luciones Industrial o Francesa, en su relación concreta con

,lo que las precedió y lo que las siguió. Nuestro interés se! centrará sobre las ideas, y el vínculo entre acontecimientos e, ideas nunca es directo; siempre están de por medio las con-cepciones existentes sobre aquéllos. Por eso es crucial elpapel que desempeña la valoración moral, la ideología po-.lítica.La Revolución Industrial, el poder de la burguesía y el na-cimiento del proletariado pueden o no haber sido lo queMarx supuso que fueron, pero queda en pie el hecho deque, si se prescinde de su concepción al respecto, no hayotra forma de explicar lo que quizá fue posteriormente elmayor movimiento intelectual o social de la historia deOccidente. Cabe afirmar lo mismo de la Revolución Fran-cesa. Alfred Cobban se refirió hace poco al «mito» de laRevolución Francesa, queriendo decir, al parecer, que nosolo la subitaneidad de la Revolución sino también su im-portancia habían sido exageradas. Pero desde el punto devista de algunos de los fundadores de la sociología -Cornte,Tocqueville, Le Play- lo fue en otro sentido completa-mente distinto, más o menos el que Sore! habría de dar a

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esa palabra. Para aquellas figuras -y para muchos otros-la Revolución Ffancesa pareció casi un acto de Dios en suiñirümsidad cataclismica, Con la posible excepción de laRevolución Bolchevique en el siglo XX, ningún otro acon-tecimiento desde la caída de Roma en el siglo V suscitóemociones tan intensas, reflexiones tan graves ni tantos dog-mas y perspectivas rljvr-rsos relativos al hombre y su futuro.Tal como afirma E. J. Hobsbawm en uno de sus últimosescritos, las palabras son testimonios que a menudo hablanmás alto que los documentos. El período comprendido porel último cuarto del siglo XVIII y la primera mitad delsiglo XIX es, desde el punto de vista del pensamiento so-cial, uno de los más ricos de la historia en lo que atañe aliIormación de palabras. Consideremos las siguientes, inven-tadas en ese lapso o -lo que es lo mismo-- modificadasentonces para darles el sentido que hoy tienen: industria,industrialista, democracia, clase, clase media, ideología, in-telectual, racionalismo, humanitario, atomlstico, masa, co-mercialismo, proletariado, colectivismo, igualitario, liberal,conservador, científico, utilitario, burocracia,capitalismo,crisis+ Hubo otras, pero éstas son para nosotros las másinteresantes.Evidentemente, estas palabras no fueron simples tantos enun juego de reflexiones abstractas acerca de la sociedad ysus cambios. Todas y cada una de ellas estuvieron saturadaspor un interés moral y una adhesión partidaria, lo mismoal terminar el siglo XIX como en sus comienzos, cuandohicieron su aparición. Esto no significa negar ni oscurecersu eficacia posterior en el estudio objetivo de la sociedad.Todos los grandes períodos del pensamiento en la historiade la cultura se caracterizan por la proliferación de nuevostérminos y de nuevas acepciones, para los antiguos. ¿De quéotro modo podrían cortarse los lazos de los convencionalis-mos intelectuales, si no mediante los filosos bordes de lasnuevas palabras, capaces de expresar por sí solas nuevosvalores y fuerzas que pugnan por manifestarse? Nada másfácil que aplicarles los epítetos de «jerga» y «barbarismolingüístico» cuando surgen por primerayez; cierto es quealgunas de ellas los tenían bien merecidos y recibieron eljusto castigo del olvido posterior, pero la historia revela pal-

1 The Age of Revolution, Nueva York: Mentor Books, 1964,págs. 17 y sigs. Véase también Rayrnond Williarns, op. cit., XI-XVIII.

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mariamente que fueron pocas las palabras claves en el es-tudio humanístico del hombre y la sociedad que no comen-zaran como neologismos nacidos de la pasión moral y delinterés ideológico.

Los temas del industrialismo

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Nada lo pone más en evidencia que el efecto de la Revolu-ción Industrial sobre el pensamiento decimonónico. Si bienla fuerza de la Revolución Industrial adquiere mayor noto-riedad en la obra --literaria y erudita- de los ingleses(aunque más no sea porque esta Revolución es tan inglesacomo es francesa la Revolución política iniciada en 1789),0 elindustrialismo no dejó de tener implicaciones para los pen-_sadores franceses y alemanes. La amplia difusión que tuvoen toda Europa La riqueza de las naciones de Adam Smith,publicado en 1776, advirtió incluso a los eruditos más ence-rrados en sus claustros los problemas que crearía esa Revolu-ción. Mucho antes de que la frase «Revolución Industrial»se hiciera corriente, los escritores alemanes y franceses ya de-signaban como «sistema inglés» las fuerzas combinadas delindividualismo legal y del economismo que estaban trans- .formando a la sociedad inglesa. Como veremos repetida-mente en los capítulos que siguen, desde Comte a Weber,los sociólogos debatieron los problemas de la comunidad, elstatus y la autoridad en el contexto casi invariable de loscambios impresos sobre la sociedad europea por las fuerzasderivadas de la división del trabajo, el capital industrial ylos nuevos roles del hombre de negocios y el obrero.¿ Qué aspectos de la Revolución Industrial habrían de pro-vocar mayor cantidad de respuestas sociológicas y de re-sultar más rectores en la formulación de problemas y con-ceptos? Cinco de ellos, a nuestro juicio, desempeñaron unpapel crucial: la situación de la clase trabajadora, la trans-[ormacián de la propiedad, la ciudad industrial, la tecnolo-gía y el sistema [abril Gran parte de la sociología es enrigor una respuesta al reto representado por estas nuevassituaciones, y sus conceptos los sutiles efectos que ellas ejer-cieron sobre la mente de hombres tales como Tocqucville,Marx y Weber.Es incuestionable que el más notable y más ampliamentedebatido de estos aspectos fue la situación de la clase tra-

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bajadora. Por primera vez en la historia del pensamientoeuropeo, la clase trabajadora (distingo «clase trabajadora>de los pobres, los oprimidos, los humildes, que por supuestoconstituyen temas permanentes) fue tema de preocupaciónmoral y analítica. Algunos estudiosos han sugerido en losúltimos tiempos que la situación de la clase trabajadora,aun en las primeras etapas del industrialismo, era mejor quela que había prevalecido durante un par de siglos antes.Quizás esto sea cierto; pero es difícil que los observadoresindependientes sustentaran en los comienzos del siglo XIXtal opinión. Tanto para los radicales como para los con-se!vadores, la indudable degradación de los trabajadores, alprivarlos de las estructuras protectoras del gremio, la aldeay h familia, fue la característica fundamental Y más espan-fosadd nuevo orden. La declinación del status del traba-jador común, para no mencionar al artesano especializado,es objeto de la acusación de unos y otros. En el continente,Bonald y Hegel aludían con disgusto al «sistema inglés», aladvertir la inestabilidad general de la sociedad que resulta-ría fatalmente de la pérdida, por parte del hombre, de lasraíces de su trabajo en la familia, la parroquia y la comu-nidad. Ya en 1807 en Inglaterra, Robert Southey basabaen gran parte su crítica al nuevo sistema fabril en el em-pobrecimiento de sectores cada vez mayores de la población.Nueve años después escribió en su Colloquies: «[Un] pueblopuede ser demasiado rico; pues la tendencia del sistemacomercial, y más específicamente del sistema fabril, es acu-mular riqueza más bien que distribuirla .. , los grandes capi-talistas llegan a ser como tiburones en un estanque, quedevoran a los peces más débiles; y no hay duda de que lapobreza de una parte del pueblo parece aumentar en lamisma proporción que la riqueza de otra.»2 Como había deocurrir a lo largo de todo el siglo, Southey señala el con-traste entre su época y las anteriores .• Con lo malos queeran los tiempos feudales -le hace decir a Sir ThomasMore, su principal vocero el). los Colloquies-, no fueronta? perjudiciales como esta época comercial para los senti-mientos buenos y generosos d•. la naturaleza humana.>"Volvamos a los escritos del mis capaz de los radicales ingle-ses de ese periodo, William C(;t'b<:tt, aborrecido y perseguido

2 Citado P"f Williams, op. cit. pá~,. 25.3 Willi:mlS, pág 26

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',¡sin descanso por las fuerzas que detentaban el poder. Labase de su crítica a la nueva economía no es muy distintade la de Southey; es precisamente lo que él considera lafunesta declinación del status del obrero. El nuevo sistema«ha extinguido casi por completo la clase de los pequeñosgranjeros; de un extremo al Otro de Inglaterra, las casasque albergaron antes a los pequeños granjeros y a sus ven-turosas familias, se convierten ahora en ruinas, con todassus ventanas tapiadas, excepto una o dos, dejando pasar laluz precisa para que algún trabajador, cuyo padre fuequizás el pequeño granjero, atienda a sus hijos semidesnudosy famélicos ... »4 '«Quisiera ver -escribe Cobbett-, a los pobres de Ingla-terra como eran los pobres de Inglaterra cuando yo nací; ysolo la falta de medios podrá hacerme desistir de esforzarmepor realizar ese deseo.• Cobbett veía destruida a su alrededortoda relación tradicional que diera seguridad; los artesanosy granjeros se habían transformado en «manos» (hands),súbditos ahora de los «Señores de la Fibra, Soberanos dela Hilandería, grandes Hacendados de la Hebra . . . Cuandolos términos eran patrono y hombre, todos estaban en sulugar, y todos eran libres. Ahora, en realidad, es una cues-tión de amos y esclauos.s':La semejanza entre Southey y Cobbett refleja aquí cierta'afinidad entre el conservadorismo y el radicalismo que ha-bría de perdurar a lo largo de todo el siglo (me refiero, porsupuesto, a la evaluación del industrialismo y sus subpro-ductos; escasa o nula fue su afinidad en las cuestionespolíticas). Lo que describen en sus escritos conservadorescomo Tocqueville, Taine y el norteamericano Hawthorne,como reacción horrorizada ante el cuadro que presentabanManchester y otras ciudades de los Midlands de Inglaterra,no difiere, en su intensidad emocional, de lo que iba aescribir Engels. Manchester resultó el «tipo ideal», por asídecirIo, de las reacciones conservadoras y radicales contra lanueva industria y el desplazamiento de la clase trabajadoradesde su medio rural.

,El propio Marx, cuyo disgusto por el ruralismo era tandesorbitado como su odio al pasado, aparece comparando enel Manifiesto Comunista las «idílicas relaciones feudales ypatriarcales» del pasado con las que no han dejado otro

4 Wíl1iams, pág. 15.5 Williams, pág. 16.

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(<<nexoentre hombre y hom.bre que el desnudo interés per-sonal y el duro "pago al contado't». El industrialismo haahogado «los éxtasis más paradisíacos de fervor religioso, deentusiasmo caballeresco y de sentimentalismo filistero, * enlas heladas aguas del cálculoegoísta»." A no dudarlo, Marxtenía una opinión escéptica del antiguo patriarcalismo, yaque veía en él un velo que ocultaba la explotación real;pero muchos conservadores de la época hubieran aceptadosin objeciones su' terminología. Su referencia al «nexo deldinero» en apariencia debe más a Carlyle -cuyo Signs ofthe Times, escrito en 1829, exponía con elocuencia y pasiónla atrofia de la cultura europea por el comercialismo-- quea los radicales o liberales." El conservador Balzac había deescribir en Francia: «No hay mejor pariente que un billetede mil francos.» Y antes que él Bonald, en un ensayo acercade la familia rural y urbana, presentó al comercialismo comoel atributo fundamental de todo lo que él odiaba en elmodernismo.Esta es la razón de que los cargos formulados contra el

, capitalismo por los conservadores del siglo XIX hayan sidoa menudo más severos que los de los socialistas. Mientras

'estos últimos aceptaron al capitalismo, al menos al punto'de considerarlo un paso necesario del pasado al futuro, lostradicionalistas tendieron a rechazarlo de plano, juzgandoque toda evolución de su naturaleza industrial de masas -yafuera. dentro del capitalismo oen un socialismo futuro--constituía un apartamiento continuo de las virtudes supe-riores de la sociedad feudal cristiana. Lo que más desprecia-ban los conservadores era lo que los socialistas aceptaban enel capitalismo -su tecnología, sus modos de organización yel urbanismo--. Veían en estas' fuerzas las causas de la des-

* El término inglés philistine, como el francés philistin, derivadel alemán Philister, y se utiliza para designar un espíritu vulgar, degustos convencionales e indiferente a la cultura y el arte. Em-pleado originalmente por los estudiantes universitarios alemanespara referirse sobre todo a la gente i1etrada de pueblo, fue incor-porado a la lengua inglesa por el poeta Mathew Arnold. (N. del E.)6 «Manifesto of the Communist Partys, en Mar» and Engels: BasicWritings on Politics and Philosophy, de Lewis S. Feuer, comp.,Garden City: Doubleday Anchor Books, 1959, pág. 9.7 Véase Asa Briggs, «The Language of "Class" in Early Nine-teenth Century England», en Asa Briggs y John Saville, comps.,Essays in Labour History, Londres: Macmillan and Co., 1960,pág. 47.

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integración de lo que Burke llamara «hosterías y lugares dedescanso» del espíritu humano; Bonald, les liens sociales,y Southey, «el lazo de unión».El segundo de los temas derivados de la Revolución Indus-trial tiene relación con la propiedad y su influencia sobre elorden social. Como veremos más adelante, ningún aspectode la Revolución Francesa representó' mayor afrenta paralos conservadores que la confiscación de la propiedad y eldebilitamiento del apoyo institucional a ésta. La propiedad,y la función que deseaba asignársele en la sociedad, sobre-pasa a cualquier otro símbolo en su acción diversificadorasobre los conservadores y radicales del siglo XIX. Para losprimeros, .ella era la base indispensable de la familia, laiglesia, el estado y todos los otros grandes grupos sociales.Para los radicales su abolición -salvo como vago senti-miento colectivo-- resultó cada vez más la meta fundamen-tal de sus aspiraciones.Sin embargo, en esto, tal como ocurría con respecto a lasituación de la clase trabajadora, hay una curiosa proximi-dad entre unos y otros, de carácter en parte interpretativo.Marx y Le Play estaban totalmente de acuerdo en la in-variable base económica de la familia a lo largo de la his-toria, y ambos hubieran podido aceptar las esclarecedoraspalabras de un conservador del siglo XX, Sir Lewis Namier,quien escribió: «Las relaciones entre grupos de hombres yparcelas de tierra, entre comunidades organizadas y unida-des territoriales, constituyen el contenido fundamental dela historia política; la estratificación y las convulsiones so-ciales, surgidas fundamentalmente de la relación entre el ,hombre y la tierra, forman la parte más importante, aunque,no siempre admitida, de la historia interna de las naciones;y en las condiciones urbanas e industriales, la propiedad dela tierra tiene todavía mayor trascendencia de la que porlo común se supone.s" Ningún conservador habría dudadode la veracidad de estas palabras; tampoco un radical, aun-que sí los liberales.Pero la afinidad entre conservadores y radicales iba másallá; ambos odiaban cierto tipo de propiedad: la propiedadindustrial de gran escala, y más especialmente la propiedadde tipo abstracto e impersonal representada por acciones

compradas y vendidas en la bolsa. El especulador, el mejorejemplo del nuevo orden económico a los ojos de los con-servadores, se convierte en el principal objetivo del ataquede Burke. El ascendiente maligno ejercido por los que élllamaba «los nuevos traficantes» -los que especulaban contierras y propiedades, los compradores y vendedores de ac-ciones- aparece en forma notable en sus páginas. Burkeexpone el problema sin ambages. Su temor reside en queel poder político se transfiera de la tierra a nuevas formas decapital. Pero detrás de ello estaba su profunda convicciónde que todo ese orden, con el cual él se había comprome-tido con tanta pasión, se fundaba, en última instancia, en'la propiedad de la tierra. En este nuevo orden económicopodía ver a la propiedad fragmentada, atomizada y con-vertida en bonos o acciones impersonales que jamás inspi-rarían lealtad ni llevarían hacia la estabilidad. Por supuesto,Burke tenía razón. No obstante, fue ,otro conservador delsiglo XX, el economista Joseph Schumpeter, quien hizo deeste punto la verdadera tesis de Capitalism, Socialism andDemocracy, concluyendo con la observación de que un pue-blo donde la propiedad sólida y concreta ha degenerado enla posesión de bonos y acciones impersonales, no notará latransición del capitalismo al socialismo cuando ésta se pro-duzca.En el siglo XIX los conservadores y radicales desconfiaba npor igual del capital industrial y del financiero; pero mien-tras estos últimos tendieron cada vez más, después de Marx,a considerar esta forma de propiedad como un paso esencialen la evolución hacia el socialismo, y a pensar que la cura desus males capitalistas sobrevendría con la liquidación revo-lucionaria de la propiedad privada, aquéllos estimaron queera la propia naturaleza de ese capital lo que creaba ines-tabilidad y alienación en la población, y que el mero hechode ser la propiedad pública o privada no lo afectaba. Todolo que había hecho de la propiedad de la tierra tema deherencia y primogenitura, en. casi todos los países, en unau otra época -lo que había llevado por igual al campesi-nado y a la aristocracia, durante siglos, a preservar y per-petuar la propiedad por encima de todos los otros valores,salvo los religiosos, para convertirla en objeto de la ambiciónsin límites, la avaricia y el proteccionismo- hacía ahoraque la tierra fuera el pilar de la ideología conservadora.Una tercera cuestión suscitada por la Revolución Industrial

8 Lewis Namier, England in the Age o/ the American Reuolution,2" ed., Nueva York: Saint Martin's Press, 1961, prefacio.

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fue la del urbanismo. De la misma manera que la situaciónsocial de la clase trabajadora llegó a ser, por primera vez,tema de la pasión ideológica, también lo fue el caráctersocial de la ciudad. Antes del siglo XIX, la ciudad, al me-nos en la medida en que se ocupan de ella los escritoshumanistas, fue considerada como depositaria de todas lasgracias y virtudes de la civilización. A veces encontramos(recuérdense los Ensayos de Montaigne, o las Confesionesde Rousseau) expresiones de desagrado frente a la ciudad,pero éstas se dirigen no tanto a su naturaleza (y menos aúna la pobreza y suciedad que puede mostrar) cuanto a las dis-tracciones que proporcionan en ciertas ocasiones sus rique-zas y su vida intelectual más activa. Pero el rechazo realde la ciudad, el miedo a ella como fuerza de cultura, ylos presagios relativos a las afecciones psicológicas que in-cuba, configuran una actitud mental casi desconocida antesdel siglo XIX. Como volveremos a verlo repetidas veces, laciudad constituye el contexto de casi todas las proposicionessociológicas relativas a la desorganización, la alienación y elaislamiento mental: estigmas todos de la pérdida de comu-nidad y pertenencia. Podemos estar seguros que no faltaronrazones para los malos augurios. Volvamos a Manchester:entre los años 1801 y alrededor de 1850 la población saltóde 70.000 habitantes a algo más de 300.000. Junto al aumen-to de las cifras aumentó, naturalmente, la mugre -«lai.!l~alubridad», al decir de Ruskin- más allá de todo loque e! hombre europeo estaba preparado a soportar. Comoen los otros dos temas que hemos tocado, también aquí esinevitable el contraste: esta vez, el que existe entre las ciu-dades estables, relativamente simples y amuralladas que en-contramos en cientos de láminas de la vida urbana medieval,y los conglomerados extendidos, sin concierto ni límites queofrecen a la mirada las nuevas ciudades de los Midlands.Acaso las ciudades inglesas presentaran el peor de los es-pectáculos del urbanismo -así lo vieron los humanistas fran-ceses y alemanes, lo mismo que los ingleses- pero comopusieron de relieve las novelas de Balzac, Victor Hugo ymás tarde Zola, el fenómeno de París superó todo lo ima-ginable. ,Al comienzo, los radicales y conservadores concordaron bas-tante en su desagrado por el urbanismo. Hay tanta nostalgiapor el pasado rural en Cobbett como en Burke; pero amedida que transcurre el siglo no podemos menos que sor-

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prendernos ante 'el carácter cada vez más «urbano» del ra-dicalismo. Con esto no solo quiero significar las raíces de-mográficasciudadanas de casi todos los movimientos ra-dicales del siglo XIX, sino también el sabor urbano delradicalismo, el ordenamiento típicamente urbano de valoresque vemos en el pensamiento radical.Marx consideró al nacimiento del urbanismo como una bcndíciÓn .capitalista, algo que debía difundirse más aún enel futuro orden socialista. El carácter esencialmente «urba-no» del pensamiento radical moderno (y su falta consiguien-te de preparación teórica y táctica con respecto al rol de laspoblaciones campesinas en el siglo XX) procede en granmedida de Marx y de una concepción que relegó el rura-lismo a la condición de un factor retrógrado. Es interesanteadvertir que Engels, cuyo estudio de las clases trabajadorasinglesas tiene' en general más rasgos de un espíritu exaltadoque de estricto marxismo, se angustió ante la expansión delurbanismo. «Sabemos muy bien -escribió-, que el aisla-miento del individuo... es en todas partes e! principiofundamental de la sociedad moderna; pero en ninguna semanifiesta de manera más estrepitosa y evidente este egoís-mo mezquino, que en el fárrago frenético de la gran ciu-dad.>" Podemos comparar sus palabras con las de Tocque-:ville después de una visita a Manchester: «De esta suciacwaca parte la mayor corriente de industria humana, parafertilizar el mundo entero. De este albañal inmundo fluyeoro puro. Aquí alcanza la humanidad el desarrollo máscompleto y brutal; aquí hace sus milagros la civilización, yel hombre civilizado se vuelve casi un salvaje.s+" Los con-servadores señalan con insistencia el grado en que la cul-tura europea -desde sus ideales morales y espirituales hastasu artesanía, sus cantos y su literatura-e- se ha basado sobrelos ritmos de la campiña, la sucesión de las estaciones, laalternancia de los elementos naturales y la relación profun-da ~ntre el hombre y el suelo. Solo cabe esperar desarraigoy alienación del alejamiento de! hombre de estos ritmos, ysu exposición a las presiones artificiales de la ciudad. Siel radicalismo moderno es urbano en su mentalidad, elconservadorismo, en cambio, es en gran medida rural.

9 Citado por Briggs, op, cit., pág. 48.10 Alexis de Tocqueville, Journeys to England and Ireland, trad.de George Lawrence y K. P. Mayer; K. P. Mayer, comp., NewHaven: Yale University Press, 1958, págs. 107 y sigs.

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Debemos mencionar, por último, otros dos temas igualmentevitales, igualmente cargados de pasión ideológica en el pen-samiento del siglo XIX: Ia tecnología y el sistema fabril.;Bajo el efecto de la primera y dentro de los confines cíclúltimo, conservadores y radicales pudieron ser testigos decambios que influían sobre la relación histórica entre elhombre y la mujer, que amenazaban (o prometían) hacerde la familia tradicional algo caduco, que abolirían la sepa-ración cultural entre la ciudad y el campo, y posibilitarían,por primera vez en la historia, la liberación de las energíasproductivas del hombre de los límites impuestos por la na-turaleza o la sociedad tradicional.Ambos temas, la tecnología y la fábrica, dieron materiapara innumerables discursos, sermones y oraciones, así comotrabajos eruditos, en el siglo XIX. Los radicales muestrancierta ambivalencia hacia ellos. La subordinación del obreroa la máquina, su incorporación anónima al régimen implan-tado por la sirena de la fábrica y el capataz, la proletariza-ción de su status son, evidentemente, tópicos en que abundala literatura radical; pero también en esto la respuesta con-servadora es la más fundamental. Mientras Marx vislumbróen la máquina una forma de esclavitud y una manifestaciónde la alienación del trabajo, identificó cada vez más esaesclavitud y esa alienación con la propiedad privada, másque con la máquina como tal. En lo relativo a la disciplinade la fábrica, las palabras de Engels, suscitadas por lacondena anarquista al sistema fabril, reflejan lo que llegóa ser casi general en los escritos radicales del último siglo:«El deseo de abolir la autoridad en la industria de granescala es equivalente a desear la abolición de la propia in-dustria, destruir el telar para volver a la rueca.s P Una vezque se acepta a la fábrica y su división del trabajo impuestamecánicamente como necesidad histórica, no hay más queun corto paso a esa especie de idealización de la fábrica yde la máquina que encontramos en las obras literarias yartísticas de los radicales a comienzos del siglo XX.Los conservadores desconfiaron de la fábrica y de su divi-sión mecánica del trabajo como habían desconfiado de todootro sistema que pareciera, por su propia naturaleza, diri-gido a destruir al campesino, al artesano, tanto como a lafamilia o la comunidad local. Era fácil ver en el funciona-

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t1 J «On Authority», en Feucr, op, cit., pág. 483.

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miento de la máquina rotativa de vapor, la lanzadera o lamáquina de hilar, una forma de tiranizar la mente del hom-bre y un instrumento para su degradación moral. En aparien-cia, había entre el hombre y la máquina una transferencia defuerza y destreza primero, y de inteligencia después; preña-da de malos augurios para las criaturas hechas a imageny semejanza de Dios. De la misma manera que la fábrica(para Bentham, el modelo perfecto de lo que debieran sertodas las relaciones humanas) fue considerada por hombrescomo Coleridge, Bonald y Haller, el arquetipo de una regla-mentación económica solo conocida hasta entonces en cuar-teles y prisiones, también la máquina se convirtió a sus ojosen el símbolo perfecto de lo que estaba ocurriendo en lasmentes y la cultura humanas. .Carlyle se dirigía a los conservadores y a los humanistas porigual cuando escribió: «No solo lo externo y lo físico songobernados ahora por la máquina, sino también lo íntimoy lo espiritual ... La misma costumbre regula, no ya nuestromodo de actuar: también nuestros modos de pensar y desentir. Los hombres mecanizan su mente y su corazón tantocomo sus manos. Han perdido la fe en el esfuerzo individualy en la fuerza natural, de cualquier índole que fuera. Susanhelos y luchas no persiguen una perfección íntima, sinocombinaciones y disposiciones exteriores, instituciones y con s .tituciones, es decir, mecanismos de uno u otro tipo. Todossus esfuerzos, adhesiones, opiniones, se vuelven hacia losmecanismos y adquieren carácter mecánico.sf Con el mis-mo espíritu decía Carlyle: "El mecanismo echó raíces enlas fuentes más íntimas y primarias de las convicciones delhombre, y eleva desde allí innumerables ramas que cubrentoda su vida y actividad: unas cargadas de frutos y otrasde veneno.s " y Tocqueville veía en la máquina y en laconsiguiente división del trabajo instrumentos de una degra-dación más espantosa que todas las que hubiera sufrido elho;nb:e bajo las pasadas tiranías. Todo lo puesto en larnaquma bajo la forma de destreza y dirección era quitado-;-pensaba Tocqueville- de la esencia del hombre, debili-tandolo, subordinándolo y estrechando su mentalidad. "Elarte avanza, el artesano retrocede.s '"

12 Carlyle, «Signs of the Times», Williams, op. cit., pág. 79.13 uu., págs. 79 y sigs.14 Democracy in America, Phillips Bradley, comp., Nueva York:Alfred Knopf, 1945, II, pág. 159.

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La democracia como revolución

La Revolución Francesa no fue menos aniquiladora en susefectos sobre el dogma y los sentimientos tradicionalistas. Yla revolución política de Francia tuvo lo que tanto faltó;1 1~ revolur-ión económica: emisarios y discípulos diligentesque hicieran de ella la primera gran revolución ideológicade la historia de Occidente. Si los cambios políticos implan-tados por la Revolución Francesa resultaron o no más de-cisivos para la historia posterior de Europa -o del mundo-e-que los cambios económicos producidos por la RevoluciónIndustrial, será siempre cosa discutible; pero aquélla tuvo,por su misma naturaleza, una intensidad dramática y subí-taneidad que nada en ésta pudo equiparar. La incisiva De-claración de los Derechos del Hombre, la naturaleza insólitade las leyes aprobadas entre 1789 y 1795, leyes que abarca-ban todos los aspectos de la estructura social francesa -parano insistir en sus aspectos sanguinarios, en especial los re-w~selltados por el Terror- fueron suficientes para garan-tizar a la Revolución una suerte de milenarisrno que habríade convertirla, durante un siglo, en el acontecimiento másconturbador de la historia política e intelectual de Francia,Todo lo que el industrialismo significa en el siglo XIX parala,; letras, los movimientos sociales y la legislación ingleses,lo es la Revolución democrática de Francia de fines del si-glo XVIII para los franceses.Cualquier escolar sabe hoy que la Revolución Francesa 110

inició los procesos de centralización, igualitarismo, colecti-vismo nacionalista, secularización y burocracia que los par-tidarios de ambos bandos le atribuyeron en un principio,En los comienzos del siglo XIX hubo historiadores ---el másnotable entre ellos Tocqueville- que señalaron las hondasarces que tenían estos procesos en la historia de Francia:

PITO la Revolución . conquistó su influencia tenaz sobre laconciencia europea antes de que el análisis histórico lasrevelara. De cualquier manera, dejando de lado todo lo quepreparó el camino a la Revolución, nada podría menosca-bar el extraordinario espectáculo de un puñado de hombres(roforruadores liberales, intelectuales políticos, especulado-res financieros, visionarios de la economía, fanáticos morales.¡iáfa citar solo algunos de los tipos que florecieron simultá-)1',:<1 G sucesivamente en el curso (le la Revolución) que secreían comprometidos en la constitución de un nuevo orden

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,social y' así 'eran tenidos por otros individuos a uno y otrolido del Atlántico. Taine, cuya erudición y juicio podemosdiscutir, pero no su agudeza e ingenio, estuvo en lo cierto alcalificar a la Revolución como el hecho histórico más im- 'portante en Europa después de la caída de Roma.Aquí apenas podemos insinuar los alcances e intensidad dela influencia de la Revolución sobre el pensamiento europeo.Bastará para ello considerar a los sociólogos. De Comte aDurkheim, sin excepción, le asignaron un papel decisivo enel establecimiento de las condiciones sociales que les inte-resaban en forma inmediata. Así, Comte señala específica-mente el desorden engendrado por ella como antecedentede su propia obra. Comte creyó que «los falsos dogmas» de laR~Y_Qh.¡,ci9n-el igualitarismo, la soberanía popular y el in-dívidualismo-- eran los responsables, aún más que el nuevosistema industrial, de que cundiera la desorganización moralériTuropa. Tocqueville estaba obsesionado por la Revolu-ción; ella es el verdadero tema de su estudio de la demo-cracia norteamericana, y tenía proyectada una larga obrapara analizar específicamente sus efectos. Le Play le atribu-ye repetidas veces ser la causa principal de la penosa situa-ción de la clase trabajadora hacia mediados de siglo, ytambién la secularización de la educación, la individuali-zación de la propiedad y el crecimiento acelerado de laburocracia,que tanto le disgustaba. Al finalizar el siglo,Durkheim sigue preocupado con lo que Barna la sustitucióndel «egoísmo corporativo» por un «egoísmo individual". Elimpacto intelectual de la Revolución no fue menos generalen Alemania. Tenemos muchas pruebas de la fascinaciónque ejerciera sobre Hegel, y es indudable que la espectacularracionalización de la ley emprendida por los revolucionariosconstituyó el impulso inmediato de los estudios de Savigny.atto van Gierke encontró en el efecto destructivo de laRevolución sobre asociaciones intermedias tales como el mo-nasterio, el gremio y la comuna, la mayor inspiración parasu monumental estudio de! estado y la asociación en la his-tona. europea. y es indudable que Leo Strauss tiene razónal afirmar que las categorías básicas de autoridad de Max'Yeber -autoridad tradicional, autoridad racional y auto-ndad carismática- deben mucho a la Revolución y susefectos sobre el antiguo orden.P Mosca, profundamente im-

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15 Leo Strauss, Natural Right and History, Chicago: University

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presionado por las lecturas de Taine, tomó de la Revoluciónlos elementos esenciales de su teoría del poder. No menosafectado resultó Michels, en la formulación de su «ley de laoligarquía» y su crítica del «centralismo democrático».Lo que es cierto de la sociología del siglo pasado, es igual-mente cierto de muchos otros campos del pensamiento: lahistoriografía, la jurisprudencia, la filosofía moral y la cien-cia política. Todas ellas se vieron en situación de tratar lascuestiones suscitadas, en forma tan dramática, por la Revo-lución: la tradición versus la razón y la ley, la religión ver-sus el estado, la naturaleza de la propiedad, la relación de lasclases sociales, la administración pública, la centralización, elnacionalismo y, quizá por encima de todas las demás, eligualitárismo, La palabra democracia, que resumía todasestas cuestiones, se remonta directamente en su forma mo-derna a la Revolución Francesa. E. Weekleyescribe: «Solocon la Revolución Francesa la palabra democracia dejó deser un mero término literario y pasó a formar parte delvocabulario político. »16

¿Cómo fue que esta Revolución, más que ninguna hastaentonces, atrajo la atención de los hombres durante unsiglo, dominó el pensamiento en tantos campos y afectó laspropias categ-orías mediante las cuales los hombres se iden-tifican a sí mismos, e identifican su relación con la política yla moralidad? Dar una respuesta cabal es asunto complejo,pero hay un aspecto que interesa a nuestros propósitos: laRevolución Francesa fue la primera revolución profunda-mente ideológica. Esto no significa menoscabar a la revo-lución norteamericana, que sacudió la mentalidad europeacon su Declaración de Independencia. Pero esta última per-seguía objetivos limitados casi exclusivamente a la inde-pendencia de Inglaterra; ninguno de sus líderes ~ni siquie-ra Tom Paine- sugirió que fuera el medio para una re-construcción social y moral, que abarcara a la iglesia, lafamilia, la propiedad y otras instituciones.En Francia ocurrió un fenómeno muy diferente. A los pocosmeses del comienzo de la Revolución los principios morales

oí Chicago Press, 1953, pág. 57. El profesor Strauss habría podido,sin embargo, hacer extensiva su exposición a otras grandes ideasde la historia occidental, comenzando quizá por los efectos de laguerra del Peloponeso sobre la filosofía política griega en el si-glo IV a. C.16 Words Ancient and Modern, citado por Williams, op, cit., XII.

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ya reclamaban atención, y a medida que aquélla progresabafueron ocupando casi toda la escena. Podremos decir cuantoqueramos de sus causas económicas, del rol de los hombresde negocios o servidores públicos ajenos a la ideología, de laimportancia de los procesos puramente administrativos, y delos efectos internos de las guerras que la Revolución debiólibrar contra otros países. Pero basta con que examinemoslos preámbulos de las leyes que comenzaron a aparecer ha-cia 1790, los debates que se desarrollaron en la Asamblea yla Convención, los libelos y panfletos que circularon portoda Francia, para poner en evidencia que cualesquiera fue-ran las fuerzas subyacentes al comienzo, el poder de la pré-dica moral, de la filiación ideológica, de la creencia políticaguiada puramente por la pasión, alcanzó un punto casi sinprecedentes en la historia, salvo tal vez en las guerras orebeliones religiosas. El aspecto ideológico es bastante noto-rio en la Declaración de los Derechos del Hombre y en losprimeros debates relativos al sitio que debía ocupar la reli-gión; pero alcanzó una intensidad casi apocalíptica en lostiempos del «Comité de Salut Public» (Albert Guerard hasugerido que «salvación» es la traducción más expresiva deltérmino francés salut que aparece en este apelativo).*Fueron los conservadores, comenzando por Burke, quienesprimero llamaron la atención sobre dicho carácter ideoló-gico. Burke fue acerbamente atacado por sugerir en 1790que los propósitos de la Revolución Francesa eran funda-mentalmente diferentes de los de la norteamericana. Se loacusó de traicionar los principios en los que 'fundamentarasu enjuiciamiento de la East India Company, y su defensade los colonos estadounidenses; pero él veía en la Revo-lución Francesa una fuerza compuesta de poder político,racionalismo secular e ideología moralista, que era, a sujuicio, única. y en esto tenía razón. Por mucho que losprejuicios influyeran sobre su versión de los hechos y las leyes,por sentimental que fuera su opinión de la monarquía fran-cesa y maliciosa su caracterización de los que ejercieron elpoder revolucionario, si pensamos que hacia 1794 hombres

* En inglés se designa este cuerpo como Committee of Public Se-f~ty; pero la palabra safety connota «seguridad» más que «salva-cl~n». De ~llí que Guerard propusiera llamado Committee 01 Pu-blic Saluatinn, En castellano no se presenta este problema, pues elorganismo se conoce en efecto como «Comité de Salvación PÚ-blica». (N. del E.) , ,

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c.omo Robespierre y Saint-Just hubieran encontrado su opi-nión sobre las repercusiones de la Revolución, mucho máspróxima a la realidad que la del liberal Richard Price (quien,c.omo sabemos, fue el móvil inmediato de las Reflections deBurke) no podemos sino advertir en ello un dejo de iro-nía. Pues mientras Price no veía más allá de los objeti-vos políticos proclamados por la Revolución, Burke advirtióla subyacente intensidad oral, cuasi-religiosa, del contexto deracionalismo político dentro del cual estos últimos tomaronforma. Aquello que los filósofos del racionalismo descartarondel aborrecido cristianismo durante la Revolución, lo invis-tieron con verdadero celo de misioneros en la obra revolu-cionana.Una generación después, Tocqueville no hacía sino volcaren nuevas palabras la. afirmación de Burke cuando escribía:«Ninguna rebelión política anterior, l.1orviolenta que fuera,despertó tan apasionado entusiasmo, pues el ideal que sefijó la Revolución Francesa no fue solo cambiar el sistemafrancés sino nada menos que regenerar a toda la especiehumana. Creó una atmósfera de fervor misional y adquirió,verdaderamente, todos los aspectos de un renacimiento re-ligioso. .. para consternación de los observadores contem-poráneos. Quizá fuera más exacto decir que desarrolló unaespecie de religión, aunque imperfecta, pues careció de Dios,de ritual o de la promesa de una vida futura. Sin embargo,esta extraña religión, como el Islam, inundó el mundo enterocon sus apóstoles, militantes y mártires.s+?Es debido a su carácter ideológico que la Revolución setransformó en obsesión de los intelectuales durante décadas.Los meros acontecimientos, aun si consisten en destronarmonarcas, expropiar y decapitar, no cautivan las esperanzasde los románticos, idealistas y visionarios a lo largo de variasgeneraciones, ni atormentan a los aprensivos tradicionalistas.Hacen falta dogmas y herejías, y la Revolución los tuvo enabundancia; ella contribuyó a promover en Europa occi-dental las actitudes mentales acerca del bien y el mal en lapolítica; reservadas antes a la religión y a la demonología.Todo el carácter de la política y del rol de los intelectuales

17 The Old Regime and the Freneh Reuolution, trad. de StuartGilbert, Garden City: Doubleday Anchor Books, 1955, págs. 12y sigs. Burke había escrito en 1790: «Si tomamos en consideración to-das las circunstancias, la Revolución Francesa resulta el acontecimien-to más asombroso que ha ocurrido en el mundo hasta la fecha.»

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en ella cambió con la estructura del estado y su relacióncon los intereses sociales y económicos. La política se volvióentonces una forma de vida intelectual y moral no diferentede la descripta por Rousseau en sus Confesiones: «Llegué a¡'comprender que todo estaba conectado, en sus raíces, con'la política, y que de cualquier modo que procediese. nadie·'~ería sino como la naturaleza de su gobierno lo hiciera.v-"En su Discurso sobre la economía política escribió Rousseau: .«Si es bueno saber cómo actuar frente a los hombres talcomo son, mucho mejor es hacer de ellos lo que es necesarioque sean. La autoridad más absoluta es la que penetra enel ser más íntimo del hombre, y se preocupa tanto por suvoluntad como por sus acciones ... Si cumpliéramos la Vo-

. luntad General, habríamos satisfecho todos los deseos parti-culares; en otras palabras, puesto que la virtud no es másque esta conformidad de los deseos particulares con la Vo-luntad General, habríamos establecido el reino de la vir-tud.»l1l La relación que ligó a Rousseau con la Revolución esinteresante; pensar que fuera una de las «causas» de ésta es,por supuesto, absurdo. Con anterioridad a 1789 se lo leía yrespetaba muy poco en Francia. Sus ideas no parecían im-portar demasiado ni siquiera al estallar el movimiento. Perohacia 1791, trece años después de su muerte, se había con-vertido en la Eminencia Gris: el más admirado, citado einfluyente entre todos los philosophes. Su interesante com-binación de igualitarismo individualista (tan vivo en losdiscursos sobre las artes y las ciencias, y sobreel origen dela desigualdad) y de una Voluntad General que daba legiti-midad al poder político absoluto (como lo expuso en elDiscurso sobre la economía política y en El contrato social)estaba hecha a la medida de las aspiraciones revolucionarias.

)Para empezar, la augusta Declaración de los Derechos del.Hombre especificaba con claridad que «la fuente de toda!soberanía es esencialmente la nación; nadie, ningún indi-viduo puede ejercer autoridad alguna que no proceda en

I claros términos de ella». Y más adelante: «La leyes laexpresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos. tie-nen el derecho de participar en su creación, ya sea perso-

1.8 Contessions o/ Jean [acques Rousseau, Boston: The Bibliophi-list Society, 1933, 11, pág. 141.19 The Social Contraet and Discourses, G. D. H. Cele, trad. yco~p., Nueva York: E. P. Dutton and Company, 1950, págs. 297y SIgS.

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nalmente o por medio de sus representantes. Debe ser igualpara todos, tanto en lo que protege como en lo que castiga.Todos los ciudadanos, siendo iguales ante sus ojos, sonigualmente aptos para ocupar cualquier cargo, puesto y em-pleo público, según su capacidad y sin otra distinción quela que establecen sus virtudes y talentos.»En estos términos aparece redactada gran parte de la le-gislación específica de la Revolución.P? Una ley que llevafecha del 2 al 17 de marzo de 1791, abolía para siempre losaborrecidos gremios y corporaciones, inaugurando la libertadde trabajo (liberté du travail). Esta ley fue seguida, tresmeses después, por una medida más rigurosa, la famosaLoi Le Chapelier del 14 al 17 de junio, que no solo con-firmaba la abolición de los gremios sino que prohibía elestablecimiento de cualquier forma análoga de asociación.«Ya no existe corporación alguna dentro del estado; no haymás que el interés particular de cada individuo y el interés!,!'eneral, .. » Las asambleas democráticas adquirían así, de(!'olpe, una magnitud de poder que los reyes supuestamenteabsolutos no habían logrado jamás, a pesar de sus esfuerzos.El disgusto de Rousseau por las «asociaciones parciales»dentro del estado se incorporaba ahora a la legislación. «Nodebe permitirse la reunión de los ciudadanos de ciertos ofi-cios en pro de sus supuestos intereses.» Un estado «verdade-ramente libre -dijo uno de los legisladores-, no debe so-portar en su seno ninguna corporación, ni siquiera aquellasconsagradas a la instrucción pública, que como tales han

20 A Social History 01 the French Revolution, de Norman Hamp-son (Londres: Routledge and Kegan Paul, 1963), representa untratamiento excelente y novedoso de los aspectos sociales de laRevolución. Véase también el notable artículo de Franklin F. Ford«The Revolutionary-Napoleonic Era: How Much of a Water-shed ?», American, Historical Review, octubre de 1963, págs. 18-29. El profesor Ford escribe: «El más trascendente de todos loscambios ocurrió en la estructura social y, lo que no reviste menosimportancia, en la forma como los hombres concebían la estructurasocial.» Para repasar la historia institucional completa de la Revo-lución (que contiene la verdadera esencia de su impacto sobre elorden anterior), es preciso aún hoy remitirse al notable conjunto deobras producidas en Francia al terminar el siglo, muy pocas de lascuales podremos mencionar en las páginas siguientes. Los mejoresestudios acerca de las leyes que eliminaron las corporations y com-munautés, son el de Etienne Martin Saint-Léon, Histoire des cor-porations de métiers (París, 1898) y el de Roger Saleilles, De lapersonalité [uridique (París, 1910),

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merecido el reconocimiento del país». Las sociedades de be-neficencia y las asociaciones de ayuda mutua fueron de-claradas ilegales o al menos sospechosas. «Es tarea de lanación --declaró Le Chapelier en un discurso ante la Asarn-blea-, es tarea de los funcionarios públicos en nombre de lanación, proporcionar empleo a quien 10 solicite y asistenciaa los débiles y enfermos.» Si las antiguas corporaciones eraninaceptables, sobre la base de su corrupción de la voluntadgeneral, ¿ por qué habrían de permitirse otras nuevas? «Pues-to que la abolición de todo tipo de corporaciones de ciuda-danos del mismo estado y del mismo oficio es, una de lasbases fundamentales de la Constitución de Francia, se prohí-be restablecerlas de tacto bajo cualquier pretexto de forrna.»Los decretos posteriores de Napoleón relativos a las asocia-ciones, no hicieron sino ampliar y confirmar lo que habíacomenzado la Revolución en su fase democrático-liberal,hecho a veces soslayado por los historiadores qae destacanel papel «reaccionario» que desempeñó Napoleón con res-

'pecto a aquélla. Sus leyes fueron más amplias, y el sistemapolicial con que las puso en vigor faltaba en 1791. Pero nolas creó; se limitó a extenderlas y sistematizarlas. Así, en1810 agregó a las leyes existentes nuevos artículos que prohi-bían las asociaciones de más de veinte personas. Aunque laprotesta popular hizo que estas restricciones se moderaranen 1812, esta acerba controversia política concerniente a lasasociaciones, que duró tres generaciones, no terminó sino,con el rechazo final (en las postrimerías delsiglo pasado)de las leyes que las prohibían o limitaban. Veremos másadelante que Comte, Le Play y TocquevilIe, para nombrarisolo tres sociólogos, se preocuparon profundamente por las.consecuencias de la restricción de la libertad de asociaciónpara la sociedad.La familia experimentó también un profundo cambio en lalegislación revolucionaria.P! Como los philosophes, los Ie-gisladores revolucionarios encontraron que las costumbrespatriarcales y la indisolubilidad del lazo matrimonial «erancontrarias a la naturaleza y a la razón». Una ley de 1792designaba al matrimonio como contrato civil, y establecíadiversos motivos que justificaban el divorcio. Tales medidasse apoyaban invariablemente en la ley natural, con frecuen-

21 El análisis más cabal del efecto de la Revolución sobre el sis-tema de parentesco en Francia sigue siendo el de Marcel Rouquet,Evolution du droit de [amille oers l'indiuiduolisme, París, 1909.

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les citas filosóficas. Que esta disposición fue bien recibida yprodujo alivio en algunos sectores lo demuestra el hecho de¡¡lit' en el sexto año de la República el número de divorciosexcedió en París el de matrimonios; pero habrían de seguirlaotras, vinculadas con la reforma de la familia, Se establecie-ron estrictas limitaciones al poder paterno, y en todos los casosla autoridad del padre cesaba cuando los hijos alcanzabanla mayoría de edad legal. En 1793 ésta se fijó en los veintiúnaños; por esa misma fecha el gobierno decretó la inclusiónde los hijos ilegítimos en los asuntos relativos a herencia fa-miliar. Los legisladores tenían una actitud abiertamente hos-til a las costumbres que regían la solidaridad de la familiaantigua. Hombres como Lepelletier y Robespierre, apelandoespecíficamente a los preceptos de Rousseau (en su Discursosobre' la economía política), insistieron en que el estadodebía tener primacía de derecho sobre la vida de los jóvenes.Los legisladores sostenían que dentro de la familia, y encualquier otro medio, debían prevalecer los ideales de igual-dad y los derechos individuales. Concebían a la familia comouna pequeña república (une petite république), y prohibie-ron al padre ejercer en ella una autoridad «monárquica».Las relaciones entre la familia y sus dependientes domésti-cos, tales como los sirvientes, eran establecidas sobre unabase contractual. La unidad patriarcal de la familia que- 'daba así disuelta, al menos en la letra de la ley, siguiendola política general adoptada con respecto a todos los grupos.La modificación de la propiedad por obra de los legisladoresrevolucionarios no fue menos profunda.P Antes de la Re-volución la costumbre y la ley habían alentado un sistemade herencia por el cual las fincas, grandes y pequeñas, ten-dían a ser preservadas intactas, y permanecían de gene-ración en generación en poder de las mismas familias.Ahora se hacía difícil perpetuar la propiedad familiar enel agregado social. Con su concepción de que la propiedadpertenecía a los miembros individuales de la familia, el go-bierno proclamaba el partage forcé, mediante el cual e!padre estaba obligado por ley a legar partes iguales de lapropiedad a sus hijos. Al limitar la libertad testamentariadel padre \' forzar una división igualitaria de la propiedad,la solidaridad económica de la familia se debilitaba. Esto,

22 Véase Philippe Sagnac, La législation civile de la RévolutionFrancaise , París, 1898.

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como veremos más adelante, obsesionó a Le Play más queninguna otra de las medidas revolucionarias y lo impulcéa realizar un vasto estudio de la familia y de la propiedad.Otra expresión de! esfuerzo por liberar a los individuos delas antiguas autoridades, es el control de la educación, asu-mido por el gobierno en lugar de la familia a partir de1793.23 Con anterioridad, la educación pnl1lana era unquehacer conjunto de la ~am!lia. y de la i~·~es~a.Las ~ll1i-versidades francesas eran instrtuciones eclesiásticas scmiau-tónomas. Los sucesivos gobiernos revolucionarios, que creíancon Danton que «después del pan, la educación es la necesi-dad primera del pueblo», adoptaron muchas medidas diri-gidas a la vez a centralizarla y extendería, instituyéndola nocomo un mero derecho sino como un deber político de todoslos ciudadanos. Napoleón dio impulso poderoso a este pro-pósito centralizador, pves declaró públicamente que la edu-cación era un mecanismo para producir sujetos eficientes.«En el establecimiento de un organismo de enseñanza -se-ñaló-, mi principal objetivo es contar con un medio dedirigir las opiniones políticas y morales; pues mientras noenseñemos al pueblo desde la infancia si han de ser repu-blicanos o monárquicos, católicos o librepensadores, el estadono constituirá una nación.v= Dejando de lado la motivación,

. estas palabras podían provenir de Rousseau o de alguno delos jacobinos. ,La religión también fue profundamente afectada, y aquíel lazo entre el Iluminismo y la Revolución es quizás el másclaro de todos. El abate Raynal, cuyos escritos anticlerica-les le habían acarreado la censura de la iglesia, alcanzó untardío desquite durante la Convención, cuando sus palabrasfueron declamadas con entusiasmo: «El estado no ha sidohecho para la religión; la religión es para el estado. El estadoes supremo respecto de todas las cosas; toda distinción entreel poder temporal y el poder espiritual es un palpable ab-surdo, y no puede haber más que una sola y única juris-dicción en todas aquellas cuestiones donde sea necesariobrindar o defender la utilidad pública. ,,25 Cuando estalló

23 Antonin Debidour, Histoire des rapports de l'Eglise el d e I'FII1I,2" ed., París, 1911.24 G. Lowes Dickinson, Reoolution. and Reaction in Modo 1/ F"/Il-

ce, Londres, 1892, pág. 54.25.Citado en A Short History o] the French. People, d.: Ch.nltsGUlgnebert, trafl. de F. Richmond, Nueva York, 1930, II, pág. 265,

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la Revolución no existía un deseo manifiesto de abolir elcristianismo, pero sí el de regularlo por completo. En casode haber una iglesia, ésta debía reflejar el carácter del nuevoorden político. En el nombre de la liberté, la Asambleasuprimió todos los votos monásticos permanentes y las órde-nes religiosas. Fueron transferidas al estado las funciones deeducación y caridad que habían correspondido a la iglesiay las diversas órdenes. Los obispos y párrocos debían serelegidos igual que los funcionarios comunes, los clérigosaceptar el sustento del estado, y formular en ese carácterun voto de fidelidad a él. Quienes se negaron a hacerla fue-ron declarados enemigos del pueblo.Pero el golpe más rotundo fue la confiscación de las pro-piedades pertenecientes a la iglesia. Desde el punto de vistade la naturaleza de los grupos sociales y asociaciones am-paradas por la ley, el mayor interés de este acto reside enlos debates que desencadenó en relación con el caráctercorporativo de la iglesia. Más de un miembro de la Asam-blea planteó la cuestión de si la iglesia, dado su caráctercorporativo, no debía ser indemnizada. Aun en aquel or-ganismo seguían encontrando expresión antiguas ideas cor-porativas de la jurisprudencia; pero fueron ahogadas porel aluvión irresistible de argumentos de «ley natural», segúnlos cuales no existen en realidad más personas que las natu-rales (es decir, los individuos), y todos los derechos que laiglesia pudiera reclamar desaparecían ante los derechos so-beranos del estado. Thouret declaró ante el cuerpo legisla-ti \'0: «Los derechos de los individuos son diferentes a losde la corporación; los individuos existen ante la ley, ytienen derechos que surgen de la naturaleza y son impres-criptibles, tales como el derecho de propiedad; las corpora-ciones, en cambio, solo existen por la ley, y sus derechosdependen de ésta.,,26 Concluía su discurso con esta densaobservación: «La destrucción de un organismo corporativono es un homicidio.» •Por múltiples razones, pues, debemos considerar en realidada la Revolución según la: imagen que de ella se formaronlas generaciones de intelectuales que la sucedieron: la obracombinada de la liberación, la igualdad y el racionalismo.Tocqueville escribió que el igualitarismo pronto llegó a serel apremiante ethos moral de aquélla, una vez disipada la

26 Citado por Paul Janet, «La propriété pendant la RévolutionFrancaise», Reuue des Deux Mondes, 1877, pág. 328.

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primera agitación libertaria. Pero no debemos soslayar su'racionalismo, ID el atractivo que éste tuvo para quienes, si-guiendo a Platón, creían en las bases racionales del estadojusto. La pasión por la unidad geométrica y la simetría llevóa los legisladores revolucionarios, más allá de cuestionesrelativamente triviales (como la reforma del sistema mone-tario y la normalización de las pesas y medidas) hasta latarea más excitante de racionalizar las unidades de espacioy tiempo dentro de las cuales vivían los hombres. Había elproyecto de abolir las antiguas provincias y reemplazarlaspor unidades y subunidades perfectamente geométricas deadministración política, orientadas todas en última instanciahacia su centro, París. Fue reformado el calendario, asig-nando nuevos nombres a los días y los meses para recordarconstantemente al pueblo la ruptura con el antiguo régimen.Pues si un pueblo ha de ser a un tiempo libre y sabio, debeser liberado de viejos recuerdos y prejuicios engastados enasociaciones y símbolos tradicionales. Abolidos los centrostradicionales de educación, había que establecer nuevos cen-tros y crear un organismo de propaganda para liberar alpueblo --en las palabras de Rousseau- de los "prejuiciosde sus padres».La Revolución era también obra del poder; no el poderen el sentido mecánico simple de fuerza aplicada so.eun pueblo por un gobierno externo para la prosecución 4esus propios objetivos, sino el poder considerado como algoque nacía del pueblo y era trasmutado por los fines liberta-rios, igualitarios y racionalistas de manera tal que dejabade ser poder para convertirse en el ejercicio de la voluntadpopular. Tal había sido el sueño de Rousseau, y fue el sue-ño de muchos durante la Revolución.Lo que dio significación histórica a, la Revolución en lamente de sus líderes y, aún más, en las mentes de los revo-lucionarios del siglo XIX (para quienes aquélla era unejemplo obsesivo), fue su mezcla singular de poder y liber-tad, de poder e igualdad, de poder y fraternidad, y depoder y razón. Desde un punto de vista puramente intelec-tl!al, estas afinidades representan de manera bastante apro-ximada las fases sucesivas del desarrollo de la Revolución.¿De qué otro modo, sino por el poder colectivo del pueblo-representado primero por la Asamblea y la Convención,lueg:o por el Comité y finalmente por un solo hombre-,hubiera sido posible alcanzar la libertad para los millones

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'JIII' sulrian la opresión de las aborrecidas autoridades de la¡gl('~¡a, la aristocracia, los gremios y la monarquía? Delpoder concebido como liberación no había más que un cortopaso al poder concebido como igualdad ; pues si cada ciu--ladauo de Francia era por definición partícipe del nuevoorden político, (~acaso esto no proporcionaba ia igualdad Jepoder: la forma más fundamental de igualdad? Y en laestructura de la nación, declarada desde el comienzo únicafuente legítima de autoridad en la República, residía unaforma de fraternidad que hada aparecer caducas y discrimi-natorias a todas las formas anteriores, Por último, ¿ de quéotra manera sería posible acabar con la confusión polí-tica, social y económica legada por el feudalismo, e implan-tar un nuevo sistema de sociedad, como no fuera por elejercicio de un poder tan racional como ilimitado?"La transición de una nación oprimida hacia la democracia-declaró el Comité de Salvación Pública-s-," es como el es-

fuerzo mediante el cual la naturaleza surge de la nada, Hayque rehacer enteramente a un pueblo si queremos hacerlolibre, destruir sus prejuicios, alterar sus costumbres, limitarsus necesidades, erradicar sus vicios y purificar sus deseos.» 27Es imposible no advertir aquí el naciente moralismo polí-tico --a veces moralismo total- que se sumaba a lostemas de liberación, igualdad, razón y poder, Rousseauhabía señalado el camino en su Discurso sobre la economíapolítica y en El contrato social, El poder sin moralidad estiranía; la moralidad sin poder es estéril. Por eso, a medidaque progresaba la Revolución, se levantaba ese crecientellamado a la virtud en apoyo de las medidas más extre-mas tornadas por el gobierno, Una nueva manifestación deconciencia religiosa acompañaba inevitablemente al moralis-mo. «¿ Cómo hemos de reconocer a un republicano?», pre-guntaha Barére de Vieuzac, Su respuesta podría haber sidotornada directamente del. capítulo de El contrato social,acerca de la religión civil: «Le reconoceremos -sostenÍa-cuando hable de su país con "sentimiento religioso" y delpueblo soberano con "devoción religiosa".» Con razón, loshistoriadores del nacionalismo han rastreado sus orígenesmodernos en la Revolución, El sentimiento político fue lallama que fundió con su calor todas las relaciones y simbo-

los sociales que separaban al ciudadano de la meta de unaFrancia une et indivisible.En las últimas décadas se ha llegado a considerar al jaco-binismo como el que mejor expresa esta fusión singular demoralismo y poder absoluto, Aunque investigaciones re-cientes han revelado los orígenes de clase media y objetivospuramente económicos, de la mayoría de los miembrosde los clubes jacobinos, así como las técnicas de «club dedebates» a que recurrían, la imagen del jacobinismo queha inspirado desde entonces a los radicales y atormentadoa los conservadores estuvo mucho más cerca de la realidadpolítica revolucionaria del siglo XX que ningún otro ele-mento de la sociedad liberal y burguesa del siglo XIX, Elhistoriador Robert Palmer sugiere algo de esto en el si-guiente párrafo:«Su república democrática debía ser unitaria, sólida, total,donde el individuo estuviera fusionado en la sociedad y elciudadano en la nación. La soberanía nacional debía limi-tar los derechos individuales, la voluntad general prevale-cer sobre los deseos privados, En interés del pueblo el es-tado debía ser intervencionista, y brindar servicios socia-les; debía proyectar y orientar las instituciones del país,y emplear la legislación para elevar al hombre común. Separecería más a los estados del siglo XX que a los del XIX;"la función del gobierno -dijo Robespierre el 5 de Nivo-so--, es dirigir las fuerzas morales y físicas de la nación",»28

IEl paso final es el que va del poder al terror: en toda re-volución digna de ese nombre es preciso darlo, Pues, comodeclaró Robespierre: «Si la base del gobierno popular entiempos de paz es la virtud, la base del gobierno popular entiempos de revolución es la virtud y .el terror: terror sin elcual la virtud es impotente, virtud sin la cual el terror es~sesi~0,»29 Sin duda parte de la fascinación y autojusti-ficación que hallaban los espectadores cristianos en la quemade los no creyentes y herejes durante la Inquisición, la en-contraron los espectadores revolucionarios del guillotinamien-to de los contrarrevolucionarios y traidores en el París de1794, En el contexto del Terror fue donde tuvieron suO:!gen las connotaciones peculiarmente modernas de la trai-cion y la subversión; cada una de esas connotaciones es tan

28 Robert R. Palmer, T'uielue who Ruled, Princeton: PrincetonUnive;rsity Press, 1941, pág. 311.29 Citado por Palrner, op, cit., pág. 276,

.lf- Ver nota de página 53,27 Citado por John Morley en su biografía de Rousseau, Lon..dres, 1915, II, pág. 132,

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inseparable del carácter de la moderna democracia de ma-sas, como la herejía lo era del carácter .de la iglesia me-dieval. Para un Saint-Just, inspirado por la ferocidad dis-ciplinada y espiritualizada de un inquisidor medieval, el te-rror podía tener las propiedades de un agente cauterizador:aunque penoso, indispensable para exterminar la infecciónpolítica. Fue en estos términos que revolucionarios del sigloXIX, como Bakunin, pudieron justificar el uso del terror.Justificación que continúa en el siglo XX: en las obrasde Lenin y Trotsky, de Stalin, Hitler y Mao. Hay, sin duda,una gran diferencia entre la realidad de la RevoluciónFrancesa y la realidad del totalitarismo del siglo XX, perono es menos cierto que existe una continuidad vital, comolo han señalado varios estudiosos actuales (entre otros J. L.Talmon y Hannah Arendt), siguiendo conceptos de Toc-queville, Burckhardt y Taine.

Individualización, abstracción y generalización

Si contemplamos ambas revoluciones .desde el punto de vis-ta de los procesos más amplios y fundamentales que tienenen común, encontraremos tres especialmente notables .. Losllamaré individualización, abstracción y generalización. Ellosrepresentan gran parte de lo que significó el cambio revo-lucionario para los filósofos y estudiosos de la ciencia' socialdel siglo XIX. La importancia de cada uno de ellos ha per-durado hasta el siglo XX.Individualización. En el mundo moderno, la historia pareceapuntar claramente en todas partes hacia la separación delos individuos de las estructuras comunales y corporativas:de los gremios, de la comunidad aldeana, de la iglesia his-tórica, la casta o el estado, y de los lazos patriarcales engeneral. Algunas personas, quizá las más, ven esta sepa-ración en los términos progresistas de una liberación, laemancipación de una tradición que se ha vuelto opresiva.Otros adoptan una opinión más, sombría, y ven en ello elsurgimiento de un nuevo tipo de sociedad,donde el egoísmomoral y el atomismo social son las cualidades dominantes.Pero ya sea desde el punto de vista general del progreso, ode la declinación, existió un reconocimiento unánime queabarcó filósofos tan diferentes como Bentham, Coleridge, Toc-queville, Marx, Spencer y Taine. No el grupo sino el indi-

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viduo era el heredero del desarrollo histórico; no el gremio,sino el empresario; no la clase o el estado, sino el ciudadano;no la tradición litúrgica o corporativa, sino la razón indivi-dual. Cada vez más, podemos ver a la sociedad como unagregado impersonal, casi mecánico, de votantes, comer-ciantes, vendedores; compradores, obreros y fieles: en re-sumen, como unidades separadas de una población más quecomo partes de un sistema orgánico. Por supuesto quealgunos, como Marx, previeron, junto con la descomposi-ción de la antigua jerarquía y autoridad, la formación deun nuevo tipo -el del sistema industrial-, pero esto nole impidió considerar igualmente al individuo beneficiariodel proceso y, una vez libre de la tiranía de la propiedadprivada de la industria, destinatario de la salvación final.Abstracción. Esto se relaciona con la individualización, pero'atañe en primer lugar a los valores morales. Muchísimas'mentalidades de este siglo fueron impactadas, no solo porla tendencia de los valores históricos a hacerse cada vez másseculares, cada vez más utilitarios, sino también por su se-paración cada vez mayor de las raíces concretas y particula-res que les habían otorgado, durante muchos siglos, su dis-tintividad simbólica y un medio para su realización. Elhonor -como había de demostrarlo Tocqueville en un ca-pítulo magistral de La democracia en América-, la lealtad,la amistad y el decoro se originaron todos, como valores,en los contextos muy particularizados de la localidad y elrango. Ahora, sin que disminuyera en modo alguno su atrac-tivo como palabras, como símbolos, experimentaban profun-das alteraciones los contextos en los cuales habían comuni-cado su significado y habían servido de orientación durantesiglos al pensamiento y la conducta humanos. Muchos deestos valores habían dependido, para su concreción, de laexperiencia directa del hombre en la naturaleza: de susritmos y ciclos de crecimiento y decadencia, de frío y decalor, de luz y de sombra. Ahora, un sistema tecnológicode pensamiento y conducta comenzaba a interponerse entreel hombre y el habitat natural directo. Otros valores ha-bían dependido de los lazos del patriarcalismo, de una aso-ciación estrecha y primaria, y de un sentido de lo sacro quese apoyaba en un concepto religioso o mágico del mundo.Ahora, esos valores se volvían abstractos -a causa de latecnología, la ciencia y la democracia política-, eran des-plazados de lo particular y de lo concreto. También esto

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podría representar el progreso para muchos y una declina-ción cultural para otros.Generalización. La nación, y aun el ambito internacional,han llegado a ser considerados en forma creciente comocampos esenciales para el ejercicio del pensamiento y lalealtad humanos, Desde la familia V la comunidad local,las ideas se han extendido en nuestra época a la nación, lademocracia, la visión de un orden internacional futuro. Jun-to con los intereses y las funciones S'e amplía la lealtad, ytambién las percepciones de los hombres, que ya no ven ensus congéneres meros individuos particulares, sino más bienmiembros de un agregado general, o clase. Como dijera Os-trogorski: «Al descomponer lo concreto, la lógica de loshechos tanto como la de las ideas, abrió la puerta a lo gene-ral. En esto, al igual' que en todo lo demás, el industrialismodio el primer impulso. A los ojos de los fabricantes, la masade seres humanos que se afanan en la fábrica eran solotrabajadores, y el trabajador asociaba al dueño de la fábricacon la idea de mero capitalista o patrono. Por no estar encontacto íntimo, cada cual concebía al otro mediante laeliminación mental de sus características individuales espe-ciales, reteniendo únicamente lo que tenía en común conlos otros miembros de su clase.» 30 La democracia revolu-cionaria hizo en la esfera política lo que la Revolución In-dustrial en la económica. En cada caso el particularismo delantiguo orden -··la kild,~¡~("jaa pensar en términos de loconcreto, el rico o jllJ,li'i"l1SI1, el pobre o desvalido identifi-cables-, desapareció j!tnlc' con su localismo. La mismatendencia a pensar CId:1 vez más en términos de «la clasetrabajadora», «los p(I1.)I"e~», «los capitalistas», se expresacon igual fuerza en la ícnclencia a pensar en términos de«votantes», «buro. ra";:1", «ciudadanía», etcétera.

general, cuán ilimitado era el terremoto que comenzabaen Europa occidental, se extendía al resto de Europa y elhemisferio occidental en el siglo XIX, y prosigue incólumeen el Extremo Oriente, el Medio Oriente, la América la-tina y Africa en nuestros días.

En su Reilcction: {PI tl., Reuolution in France Burke es-cribió: «En Il1IíCL,LS [J;,l'te~ de Europa reina el franco des-orden; en muchas otras se escucha un murmullo subterrá-neo, un movimiento confuso que amenaza con un terremo-to general en el mundo político.» 31

Pero ni siquiera la presciencia de Burke pudo revelarle cuán

30 Democracy and the Organization 01 Polítical Parties, Londres,1902, 1, pág. 4-8.31 The Works o/ Erltnurul Burke, Nueva York: Harper and Bro-thcrs, 1837, 1, pág-s. 524 y sígs.

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3. Comunidad

El redescubrimiento de la comunidad

De las ideas-elementos de la sociología, la más Iundamcn-tal y de más largo nlcance es la de comunidad. El rcdv--cubrimiento de la comunidad es sin disputa el desarrollomás característico del pensamiento social del siglo' XIX,desarrollo que se hace extensivo mucho más allá de la tco-ría sociológica, a campos tales como la filosofía, la historiay la teología, hasta ser, en realidad, uno de los temas prin-cipales de la literatura de imaginación del siglo. Es difícilpensar en hallar otra idea que separe de manera tan clarael pensamiento social del siglo XIX del de la época prece-dente, la Edad de la Razón.La idea de comunidad tiene en el siglo XIX la mismaimportancia que tuvo la idea del contrato en la Edad dela Razón: fue el eje alrededor del cual giraba todo lo de-más. En aquel entonces, los filósofos habían usado el prin-cipio racional del contrato para dar legitimidad a las re-laciones sociales. El contrato proporcionaba el modelo detodo lo bueno y defendible de la sociedad; en el siglo XIX,en cambio, vemos que el contrato se desvanece ante el re-descubrimiento del simbolismo de la comunidad. Los lazos9~Ja _comunidad -reales o imaginados, tradicionales o im-p~estos- llegaron a formar en muchas esferas dd pensa-miento la imagen de la buena. sociedad. La comunidad se~?nvierte en el medio de señalar la legitimida(l f'il ,'.,;ocia-cienes tan diversas como el estado, la iglesia, los sindicatosel-movimiento revolucionario, la profesión y la c<,l0l)ct'::1 tiva.Cuando digo comunidad quiero significar algo (iUI' l.·;:cedela mera comunidad local. La palabra, tal C.OJl1C la '.~llcon-tramo~ en gran parte de los pensadores de las dos últimascenturias, abarca todas las Iorrnu s de relación ea rat.t eriza-das por un alto grado de intimidad personal, proíuudidadernoclO.nal, compromiso moral, cohesión so.inl y cOlltinuidad

. e~1d tiempo. La comunidad se basa sobu- el hombre ronce-bido en su. totalidad, más que sobre uno 11 otro (le: los roles

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que puede tener en un orden social, tomados separadamen-te. Su fuerza psicológica procede de niveles de motivaciónmás profundos que los de la mera volición o interés, y logra'su realización por un sometimiento de la voluntad indivi-dual que es imposible en asociaciones guiadas por la simpleconveniencia o el consentimiento racional. La comunidad

',:-es una fusión de sentimiento y pensamiento, de tradición: y compromiso, de pertenencia y volición. Puede encontrárselaen la localidad, la religión, la nación, la raza, la ocupación,o en cualquier fervorosa causa colectiva, o bien tener ex-presión simbólica en ellas. Su arquetipo, tanto desde elpunto de vista histórico como simbólico, es la familia; y encasi todos los tipos de comunidad genuina la nomenclatura

~e la familia ocupa un lugar prominente. Las antítesis, rea-les o imaginarias, formadas en el mismo medio social porlas relaciones no comunales de competencia o conflicto,utilidad o consentimiento contractual, son fundamentalespara robustecer los lazos comunitarios: su relativa imper-sonalidad y anonimato llevan a primer plano a estos últimos,personales e íntimos.En la tradición sociológica, desde Comte hasta Weber, elcontraste conceptual entre lo comunal y lo no comunal esvívido y bien articulado. Hacia fines del siglo, Tonnies ledio la terminología que aún subsiste (Gemeinschaft y Gesell-schaft), pero no es menos real en las obras de los sociólo-gos anteriores y posteriores, donde solo Marx disiente de ma-nera significativa sobre sus consecuencias valorativas.No es suficiente decir, como muchos historiadores, que elrasgo más distintivo del advenimiento de la sociología en elsiglo XIX es la idea de «sociedad»; tampoco es una afirma-ción precisa, ya que dice a un tiempo demasiado y dema-siado poco. Pues, en una u otra forma, el concepto de socie-dad no dejó nunca de ser objeto de consideración filosófica,ni siquiera durante la Edad de la Razón y el Iluminismo,cuando abundaban, las doctrinas individualistas. Como haseñalado de manera tan esclarecedora Sir Ernest Barker,desde 1500 hasta 1800 toda la teoría secular de la ley na-tural empeñó prácticamente la totalidad de sus esfuerzosen elaborar una teoría de la sociedad; pero tras la imagenracionalista de la sociedad en ese período, existió siemprela imagen de individuos libres por naturaleza, que se habíanunido racionalmente en una forma específica y limitada deasociación. El hombre era lo principal; las relaciones ocu-

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paban un lugar,~ec.undar~o. Las i~~tituciones. solo eran pro-yecciones ~e sentlmlen!os.mnatos fIJOSy atomlzados, del hom-bre. Volición, consentimiento y contrato: he aqUl palabrasclaves en la visión de la sociedad en términos de ley natural.Los grupos y asociaciones que no fueran defendibles enestos términos eran arrumbados en el cuarto de los trastosviejos de la historia. Pocas comunidades tradicionales sobre-vivieron al examen de los filósofos de la ley natural de lossiglos XVII Y XVIII. La familia era habitualmente acep-tada, por supuesto, aunque Hobbes utiliza la idea de uncontrato tácito para justificar la relación padre-hijo, y unsiglo más tarde Rousseau juega con la del sometimientode la familia a la Voluntad General. Deberíamos asignartambién un párrafo especial a la cuestión de la iglesia, peroesta cuestión había perdido casi toda su intensidad haciafines del siglo XVII. Cuando nos volvemos hacia otras aso-ciaciones, vemos que tampoco con ellas hubo merced. Losgremios, la corporación, el monasterio, la comuna, el pa-rentesco, la comunidad aldeana: todas fueron considera-das carentes de fundamento en la ley natural. La sociedadracional debía ser, como el conocimiento racional, lo opues-to-a ..la tradicional. Se debía fundar en el hombre, no comomiembro del gremio, feligrés o campesino, sino como hom-bre natural, y ser concebida como un tejido de relacionesespecíficas deseadas por los hombres, que éstos establecíande manera libre y racional entre si, Tal era el modelo desociedad a que llegó el Iluminismo francés.Para los philosophes este modelo estaba hecho .a la medi-da de sus objetivos políticos. Las relaciones comunales delfeudalismo les repugnaban tanto en el terreno moral comoen el político, y si fuera posible demostrar que carecíande Ta sanción de la ley natural y la razón, ipues, tantomejor! En su opinión, Francia estaba saturada de relacionesde carácter corporativo y comunal. Lo que hacía falta eraun orden social fundado sobre la razón y el instinto, unidopor los lazos más flojos e impersonales. El problema, talcomo lo planteó solemnemente Rousseau, consistía en «en-fontrar una forma de asociación que defendiera y protegieraa persona y los bienes de cada asociado con toda la fuerzacom.ún, y donde cada uno, aunque integrante del conjunto,PU?lera. seguir obedeciendo a sus propios dictados, y si-gUiera siendo tan libre como antes-.! Semejante estado no

,1 Social Contract, op. cit., págs. 13 y sigs.

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podría ver la luz, sin embargo, mientras se dejara incólumela estructura heredada de la sociedad. Los males socialeshabían aparecido, en primera instancia, como consecuenciade una interdependencia artificial. «Desde el momento enque un hombre comienza a necesitar de la ayuda de otro;desde el momento en que cualquiera encuentra ventajosotener provisiones suficientes para dos, desaparece la igual-dad, surge la propiedad, el trabajo se vuelve indispensable,y los extensos bosques se convierten en praderas propicias,que el hombre debe regar con el sudor de su frente, y dondepronto germinarán y crecerán junto con las mieses la es-clavitud y la miseria.» 2 Solo la destrucción total de las ins-tituciones del mal, permitiría el renacimiento que el conglo-merado social reclamaba. La falla de la reforma anteriorhabían sido "los constantes remiendos, cuando para comen-zar debió despejarse el terreno eliminando lo viejo, como hizoLicurgo en Esparta ... » No todos los philosophes hubieranestado de acuerdo con Rousseau, por cierto, en las conse-cuencias que éste extrajo a partir de su propia combinaciónradical de individualismo y absolutismo político; pero lairracionalidad de la mayor parte del antiguo orden eraincuestionable. Esta es la razón de la implacable oposicióndel Iluminismo a todas las formas de asociación tradicio-nal y comunal. «No hubo período más pobre que el sigloXVIII --escribe W. H. Riehl-s- en el desarrollo de un es-píritu de comunidad común; la comunidad medieval habíasido disuelta, y la moderna aún no estaba pronta. .. en laliteratura satírica de la época, cuando alguien quería re-presentar a un tonto lo hacía aparecer como burgomaestre,y si quería describir una reunión de necios, describía unareunión de concejales ... » El Iluminismo «fue un períodoen que la gente anhelaba humanidad y no tenía compasiónpor su propio pueblo; cuando se filosofaba acerca del estadoy se olvidaba a la cornunidad-."La hostilidad intelectual a la comunidad tradicional y asu ethos recibió fuerte impulso, como hemos visto, de lasdos revoluciones; en cada una de ellas la unión de las fuerzaslegislativas y económicas que trabajaban por la destrucciónde grupos y asociaciones nacidos en la Edad Media, pudoparecer la obra del progreso, cumpliendo lo prescripto o

2 Discourse 011 the Origin o{ Lnequality, op, cit., págs. 244, 254.3 Citado por Lewis Murnford, 'Thc City in History, Nueva York:Harcourt, Brace & World, 1961, pág. 454.

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presagiado por los filósofos r~cionalista~ .desde Hobbes. Laanimosidad contra la comull1?a~ tradicional en los pen-sadores del siglo XIX se refleja mtensamente en los escri-tos (y la labor práctica) de los filósofos radicales, condu-cidos por el notable Jeremy Bentham. Este y sus suce-sores rechazaron la fe del Iluminismo francés en los dere-chos naturales y en la ley natural, pero como destacaraHalevy, la consecuencia de sus propias doctrinas de armoníanatural y de interés personal racional fue la misma para lascomunidades corporativas intermedias entre el hombre y elestado soberano. Las loas de Bentham a la comunidadtradicional se hacían extensivas a la ley común, el sistemajurídico, el burgo, y aun las universidades antiguas. El ra-cionalismo, que en su forma cartesiana había eliminado lasuperstición y la revelación, debía eliminar también lasreliquias del comunalisrno.' Para alcanzar esta meta radi-cal, .el comercio, el industrialismo y la ley administrativadel estado debían servir de instrumentos, permitiendo, cadauno a su modo, alcanzar los fines sociales del racionalismo.Las legislaturas del siglo XIX, cada vez más sensibles a losdeseos de los nuevos hombres de negocios y de la adminis-tración pública, encontraron muchos motivos de fascina-ción en las obras de los utilitaristas, desde Bentham hastaHerbert Spencer. No fue difícil pasar de lo abstracto filo-sófico a las necesidades políticas cuando el enemigo comúnera la subsistencia de tradiciones comunales que sobrevi-vían aún después de haber perdido toda utilidad, y erantan contrarias al desarrollo económico como a la reformaadministrativa. No es simple coincidencia que, casi desde elcomienzo de la Revolución Industrial, los partidarios delcomercio y la industria mostraran tanto interés por la re-forma política y administrativa como por la expansión delnuevo sistema económico.Así encontramos entre los discípulos de Bentham la doble~asión por el individualismo económico y la reforma poli-tica; esta última suele tomar la forma de un proyecto de

4 ~a obra clásica sobre Bentham sigue siendo Growth o] Philoso-ph,cal Radicalism de Halévy, donde este aspecto del pensamiento de~entham y su potente influjo sobre sus continuadores aparece ana-izado con mucho detalle. Véase también el ensayo fascinante deGertrude Himmelfarb «The Haunted House of Jeremy Bentham»,NnIdeas in History: Éssays in Honor o/ Louis Gottscholk, Durham,

. C.: Duke University Press, 1965.

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centralización administrativa excesiva para la época. Larelación entre el industrialismo y la centralización adminis-trativa fue muy estrecha en el curso de todo el siglo. Laretórica de Manchester acerca del laissez-faire a menudoocultó con un manto de nubes la influencia de las legis-laturas sobre las acciones políticas, pero dicha influenciaexistió. Tanto el economismo como la politización calcula-da fueron requisitos indispensables para la gigantesca tareade barrer los escombros comunales de la Edad Media.

La imagen de la comunidad

Todo eso es verdad, pero en el siglo XIX vemos tambiénUna aguda reacción intelectual, iniciada por los conserva-dores, quienes en su rechazo del modernismo, se empeñaronen descubrir los elementos del antiguo régimen sobre los queaquél se apoyaba más firmemente. En la cima de estos ele-mentos estaba la comunidad tradicional.Burke ofreció sus hostiles respetos a los reformadores que.procuraban -dijo-- "desbaratar los lazos de la comunidadsubordinada y desintegrarla en un caos de principios ele-mentales, antisocial, incivil e inconexos.P Sus mayores con-tribuciones al pensamiento político se fundan realmente enlo que él juzgaba la prioridad ética de la comunidad his-tórica (en las colonias, la India o Francia), ya fuera sobre"la afirmación de los derechos de individuos inexistentes»,o sobre «la distribución geométrica y los ordenamientos arit-méticos» de los centralizadores políticos. «Los organismoscorporativos son inmortales, para bien de sus miembros, nopara su castig-o», escribió como amarga respuesta a las leyesindividualistas de los líderes revolucionarios franceses."En las obras de los conservadores, el redescubrimiento dela comunidad tradicional y sus virtudes ocupa un lugarcentral, como también el contraste entre la comunidad y elindividualismo impersonal que veían florecer a su alrede-dor. Bonald declaraba en Francia que la exigencia de lahora era restablecer las garantías comunales que ofrecíanla iglesia, la familia y otras solidaridades prerrevoluciona-rias, incluidos los gremios y las comunas. El contraste entre

5 Works, 1, pág. 498.6 Works, 1, pág. 518.

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la seguridad pl7triarcal que proporcionaban estos organismosy la inseguridad del nuevo orden es tema recurrente en susescritos. Haller hace girar toda su ciencia de las sociedadesalrededor de la comunidad local y su autonomía natural.Las acusaciones de «mecanismo» formuladas por Carlylese fundaban, al menos en parte, sobre el desplazamiento de«modos de pensar y de sentir» de su contexto comunalhistórico. Nadie expuso esta opinión conservadora con máselocuencia que Disraeli. En Sybil escribe: «No hay comu-nidad en Inglaterra; hay agregación, pero agregación encircunstancias tales que la tornan más un principio diso-ciante que unificador ... La comunidad de propósitos es loque constituye la sociedad. . . Sin ella los hombres pueden serllevados a constituir una contigüidad, pero seguirán estan-do aislados en la práctica> Esta situación es más extremay.dañina en las ciudades. «En las grandes ciudades los hom-bres se agrupan por el deseo de lucro. No están en un estadode cooperación sino de aislamiento, en lo que a hacer for-tuna se refiere; y para todo lo demás no les importa elprójimo. El cristianismo nos enseña a amar a nuestro pró-jimo como a nosotros mismos; la sociedad moderna no re-conoce prójimo alguno.s? «La sociedad moderna no reco-noce prójimo alguno.» Estas palabras de Disraeli podríanservir como síntesis de gran parte del pensamiento del sigloXIX -tanto del radical como del conservador, del imagi-nativo como del empírico--. Atendamos a William Morris,c~ya alabanza de las virtudes medievales era la base prin-cipal del ataque al individualismo moderno :;«La camara-dería es el paraíso, y la falta de camaradería el infierno;camaradería es vida, falta de camaradería es muerte; lo quehacéis sobre la tierra lo hacéis por camaradería, y la vidaque ponéis en ello perdurará. por siempre, y cada uno devosotros participará de ella.» 8

La camaradería, la proximidad con otros seres, la comuni-fad, cada una a su modo, constituyen el nuevo esquema dea utopía. Lo que fuera el sueño de las primeras mentali-dades ;ttopistas cobra ahora para muchos realidad -reali-~td .efllnera, a veces desilusionan te, pero realidad al fin-o

libro de Robert Owen, N ew Lanark, no afectó, por su-puesto, la vida práctica de muchos,' pero fue' precursor

7 Williams P 't ' 1068 C' , o . ctt., pago .l' t l~do por May Morris, William Morris: Artist, Writer, Socia-IS, xford: Basil Blackwell, 1936, 1, pág. 145.

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por el tema. Las comunidades religiosas utópicas del sigloincluían más personas; sus motivaciones pueden hallarsetanto en el repudio del egoísmo económico y político comoen los esfuerzos por recuperar para la cristiandad su purezaapostólica y profética. En tanto ética, el comunalismo es unafuerza poderosa de la religión del siglo XIX, como lo esen muchos otros terrenos. Denu» del socialismo, los mar-xistas se apartaron resueltamente de todo modelo basadosobre el localismo y la tradición, encontrando «en la vastaasociación de naciones» y en la fábrica, estructuras sufi-cientes para la redención ética de la humanidad; pero habíaquienes pensaban de otro modo: Proudhon, cuya defensade la familia patriarcal, el localismo y el regionalismo, cons-tituye el elemento peculiar de su pensamiento socialista;los anarquistas, muchos de los cuales veían en las comuni-dades aldeanas existentes y en las cooperativas rurales lascélulas del nuevo orden (una vez que la propiedad hubierasido liberada del terrateniente y la monarquía y la clase,por supuesto). Gran parte del ímpetu de los movimientoscooperativos y de ayuda mutua del siglo pasado provinie-ron de la tentativa de devolver a la sociedad algo de loque había perdido al abandonar la comunidad aldeana y losgremios. En muchos de los pasquines y panfletos de la épo-ca, se oponen las desaparecidas solidaridades de la comu-nidad aldeana y los gremios al egoísmo y la avaricia rei-nantes. A veces sus motivaciones eran de índole radical-vinculadas con la abolición de la propiedad privada y laclase social-, otras veces de Índole conservadora, dandoorigen a la obra singular de hombres como William Morrispor restablecer o preservar el pasado artesanal de la co-muna. Con frecuencia el comunalismo adquiría una formapuramente anticuaria, promoviendo la creación de clubes yperiódicos, e investigaciones de aficionados. Estos esfuerzosno fueron cn modo alguno estériles: el nuevo movimientode planificación urbana y restauración cívica se basó, enparte, sobre los odiosos contrastes que ofrecían las ciudadescontemporáneas con respecto a los grabados y dibujos delas aldeas y pueblos medievales.Pero 'la comunidad es un modelo en otros aspectos, mássutiles y más estrictamente intelectuales. Gran parte de lanueva orientación de la filosofía moral y social es conse-cuencia del redescubrimiento de la comunidad por partedel pensamiento histórico y sociológico y el impacto que

ello produ~o. S.up~ne un c~mb:o completo de perspectiva.Vemos lafnfluencia de la Idea de comunidad en una co-rriente sustancial del pensamiento político del siglo. La ideade un estado abstracto, impersonal y estrictamente legales puesta a prueba por medio de teorías que se fundan sobr~la supuesta prioridad de la comunidad, la tradición y elstatus, Eruditos romo Sir Henrv Maine, Otto von Gierke. ven las postrimerías del siglo, eí gran F. W. Maitland handemostrado que Ios fundamentos de la soberanía rnoder-na, la ley prescriptiva y la ciudadanía no provienen to-dos de la voluntad individual y del consentimiento, ni mu-cho menos de un contrato mítico, sino que son mejorcomprendidos como consecuencias históricas de la disolu-ción de la comunidad y la corporación medievales. La pro-pia imagen del estado resulta afectada. Aunque en las obrasde John Austin, el concepto abstracto e individualista delestado y la soberanía fue objeto de una formulación elo-cuente, se le opusieron, sin embargo, otras opiniones -algu-nas nefastas- del estado como comunidad, que presentan ala nación política como sucesora legítima de la iglesia en sudemanda de lealtad individual.Del mismo modo las radiaciones de la comunidad han de sercontempladas dentro del pensamiento religioso de la épo-ca. El individualismo religioso y la teología racionalista delsiglo XVIII -consecuencia directa del movimiento queiniciaran Lutero y Calvino--, son desafiados ahora en mu-chos frentes: el canónico, el litúrgico, el moral, el político.Lamennais, en su Ensayo sobre la indiferencia publicado en1817, y que tuviera vasta influencia, no ve para el hombre,una vez separado del carácter comunal y corporativo de lareligión, sino la desesperación atea. Lo primero, nos dice,no fue el verbo, sino la comunidad: la comunidad delhombre y Dios, y de los hombres entre si, Tal la esenciade una corriente de pensamiento cada vez más poderosa enel siglo, que había de interesar a los teólogos de todos lospaíses occidentales y constituir, quizá, la primera reacciónsignificativa frente al individualismo protestante que Eu-ropa había visto después de la Contrarreforma. Se produceun verdadero renacimiento de los temas litúrgicos y canóni-cos, temas que seguramente tienen contenido intelectual ydoctrinario, pero son también aspectos vívidos del tempe-ramento comunal que invade tantas esferas del pemamiento.La manifestación política del corporativismo religioso mues-

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tra con elocuencia las ideas de autonomía religiosa y plura-lismo, en hombres tales como Dollinger en Alemania, La-cordaire en Francia y Acton en Inglaterra. Si en realidad laiglesia era más una comunidad que una mera reunión deindividuos, merecía gozar de su parte de autoridad dentrode la sociedad, y del derecho a ser contemporánea del esta-do en las cuestíones propias de su naturaleza. Las verdade-ras raíces del pluralismo político que aparecerán despuésen las obras de F. W. Maitland, J. N. Figgis y el jovenHarold Laski hay que buscarlas en el comunalismo religioso.En la filosofía, la idea de comunidad se revela de muchasmaneras: de índole especialmente social y moral, es tam-bién epistemológica y aun metafísica, pues el ataque quecomienzan a preparar contra las perspectivas sensaciona-listas y atomísticas de la realidad, primero Hegel y luegohombres como Bradley en Inglaterra y Bergson en Francia-para culminar con la proposición de Durkheim acercade los orígenes comunales de la concepción humana del uni-verso y de las categorías del conocimiento-e- forma partede una misma perspectiva; solo que ésta es más notoriaen la filosofía social y política. Tomemos, verbigracia, aColeridge y Hegel. El primero, en su notable Constitutionof Church and Sta te, hace de la visión de la comunidad labase esencial del ataque contra el racionalismo utílitario,el individualismo religioso y el industrialismo" del laissez-faire. Así como la comunidad es para Coleridge el modelode buena sociedad, también la tradición es el núcleo de suataque contra el modernismo intelectual y literario.En Hegel la influencia de la idea de comunidad apareceen su Filosofía del Derecho, obra que, más que cualquierotra producción de la filosofía alemana de comienzos delsiglo XIX, estableció las bases apropiadas para el surgi-miento de la sociología alemana. Se trata de un ensayoracionalista, pero de un tipo de racionalismo muy diferen-te al del Iluminismo (alemán o francés). Hegel era conser-vador, y el carácter conservador de su pensamiento socialfue plasmado en buena medida por el papel dominante quedesempeñaba en él la imagen de comunidad. Su crítica delindividualismo de los derechos naturales, de la soberaníadirecta e inmediata, su rechazo del igualitarismo de la Revo-lución Francesa y su ataque al contrato como modelo derelación humana se fundan todos en un concepto de so-ciedad que, al igual que la sociedad medieval, es concéntrica:r

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está compuesta por círculos de asociación entrelazados-familia, profesión, comunidad local, clase social, iglesia-,cada uno de los cuales es autónomo dentro de los límitesde su significación funcional, cada uno de los cuales debeser la fuente necesaria y el respaldo de la individualidad, ytodos en conjunto constituyen el verdadero estado. ParaHegel, el verdadero estado es una communitas communita-tum más que un agregado de individuos, como lo definíael Iluminismo.Por último, la influencia del redescubrimiento de la comu-nidad se advierte sobre, toda la historiografía del siglo XIX.Si hay un aspecto en que los escritos históricos decimonóni-cos se diferencian de los del siglo precedente -aparte, qui-zá, de que sus objetivos eran cada vez más científicos- esla verdadera erupción de interés erudito por el pasado co-munal y tradicional de Europa; esto se puso de manifiestoen incontables obras acerca del feudo, la comunidad aldea-na, el gremio, el condado, el distrito, el ecentenar»," etc.De la misma manera que los historiógrafos del siglo XIXrechazaban las historias «naturales», econjeturales> e «hi-potéticas» del siglo anterior -basadas, según era, pública-mente reconocido, más en las luces de la razón que en losdatos de los archivos-, se mostraban adversos también ala hostilidad contra la Edad Media que había conducidoa Voltaire, Gibbon y Condorcet a despreciar todo aquelperíodo por su bárbara interrupción del progreso. Bastamencionar los nombres de Stubbs, Freeman, MaitIand, Fus-tel de Coulanges, Savigny y von Gierke para mostrar elgrado, en que historiadores de primera fila se entregaron alestudio de las comunidades e instituciones medievales. Lashistorias institucionales del siglo XIX siguen siendo hastahoy insuperadas; ellas representan una parte del interés des-pertado por la comunidad medieval, interés que afecta asi-mismo al advenimiento de la sociología. La relación enbuena medida adversa u hostil que los historiadores delsiglo XVIII encontraron que existía entre las institucionesmedievales y los electorados, asambleas y libertades moder-nas, se invierte en el siglo' XIX, donde algunos estudiososbuscan los orígenes de la democracia en los contextos otrora

* Hundred: Antigua división de los condados en Inglaterra quecomprendía, según se supone, un centenar de hídes, medida equi-valente a unos 100 acres; o sea que el hundred tenía 10.000 acres(aproximadamente 4.050 ha). (N. del E.)

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menospreciados de la junta popular, el feudo, la asambleacondal y el estamento.

La comunidad moral: Comte

Lo que más nos interesa a nosotros, no obstante, es la socio-logía y la influencia ejercida sobre ella por la idea de co-munidad. Esta influencia fue amplia. La, comunidad no,~sun asunto que atraiga el mero interés empírico de los so~'ciólogos -puesto de manifiesto en estudios sobre el paren-tesco, la localidad y el gremio- sino una perspectivayunametodología que esclarece el análisis. dé' la religión, la auto-ridad, hr'ley, el lenguaje 'y la personalidad, y da otros alcan- ..ces al problema permanente de la organización y la des-organización, La sociología, más que toda' otra disciplinade este siglo, ha dado primacía al concepto. de lo social. Elpunto sobre el cual queremos insistir, sin embargo, es queel referente de lo «social» fue casi invariablemente lo co-munal. Communitas, no societas (con sus connotacionesmás impersonales) es la verdadera fuente etimológica dela palabra «social», tal como la emplea el sociólogo en susestudios sobre la personalidad, el parentesco, la economíay el sistema político.En ninguna parte aparece más deslumbrante la visión de lacomunidad, al iniciarse el siglo XIX, que en el pensamientoy la obro. de Auguste Comte. Este no solo dio nombre ala sociología, sino que consiguió más que nadie establecersus fundamentos en el mundo de la filosofía y la erudición.Su nombre nos evoca la "ley de los tres estados», la «jerar-quía de las ciencias», y vagamente el positivismo, al cualél consideró al principio sinónimo de ciencia, y más tarde,en sus últimos años, Una nueva religión que a su juicio re-emplazaría al cristianismo. Pero el positivismo es solo unmétodo; y la ley de los tres estados y la jerarquía de lasciencias tienen poco que ver, en realidad, con el sistemade sociología por él concebido; constituyen su preámbulo,los argumentos -por así decirlo-- en pro de la necesidade inevitabilidad de una nueva ciencia de la sociedad. Sinos interesa conocer lo que el propio Comte juzgaba susociología sistemática, no iremos a la Filosofía positiva (lamás influyente de todas sus obras tanto desde el punto devista filosófico como en términos generales, según se ad-

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mite) , sino a LfL política positiva, cuyo subtítulo reza: «Tra-tado de sociología»; en ella, el ambiente de comunidad re-sulta arrollador.Comunidad perdida es comunidad que hay que ganar: heaquí los temas que orientan tanto su estática social (laciencia del orden) como su dinámica social (la ciencia delprogre. o ). Comte define ,,1 pf()~reso simplemente como e!logro del orden, y no hay duda de que cuando su pens«-:miento alcanzó plena madurez, la estática social fue paraél el más fundamental de los dos aspectos. La dinámica so-cial -nos dice- se funda sobre una captación profundadel evolucionismo que emana de los pensadores «metafísicos»iluministas; la estática social, en cambio, se apoya en ideasextraídas (lo admite con franqueza) de la escuela «tea-lógica» o «retrógrada», de la que Maistre, Bonald y Cha-teaubriand fueron, a su juicio, las figuras preeminentes. Enteoría, su repudio de ambas escuelas es parejo, pero bastaleer sus amargas palabras acerca de hombres como Voltai-re y Rousseau (<<doctores de la guillotina» los llama en unade las airadas imputaciones relativas a los orígenes ideoló-gicos del Terror) y las opiniones más amables e incluso apro-badoras, que emite acerca de los conservadores, para com-prender por qué la filosofía de Comte, no católica, supues-tamente republicana y orientada hacia el ,progreso, logróatraer durante todo el siglo XIX a los tradicionalistas yreaccionarios franceses anteriores a la Action Franqaise.El interés sociológico de Comte por la comunidad habíanacido de las mismas circunstancias que originaron el con-servadorismo: la ruptura o desorganización de las formastradicionales de asociación. Hay que insistir en ello, puessuele decirse a menudo que el advenimiento de la sociolo-gía fue una respuesta directa, o un refle:,. de la multipli-cación de nuevas formas de vida asor';I.l.!\·a en Europaoccidental, formas que trajeron consigo (,] industrialismoy la democracia social. Estas formas intr n:<;amn a G .mte(a diferencia de los conservadores, (J ¡¡cogí., tk buen gradoa la industria, la ciencia y .dreril.J!J!i,<:f)i~!lI(): oí] menos d,palabra), pero no es difícil demostrar qu,'!o 'lile ori....mósus primeras reflexiones sociológicas ni) fue la percepciónde lo nuevo, sino más bien el desasosiego experimentado antela quiebra de lo antiguo y su consrr.ucncia, da anarquí l

que día' a día envuelve a la sociedad». El fantasma de ;~,comunidad tradicional revolotea sobre roda su ~.\ciok,.;·,;t,

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cual ocurre -aunque en forma menos evidente- en laobra de Tocqueville, Le Play y sus sucesores.Para Comte, la restauración de la comunidad es una cues-tión de urgencia moral. Juzgaba a la Revolución poco másque la desorganización social presidida por una tiraníapolítica. Compartía la repugnancia de los conservadorespor el Iluminismo y la Revolución. Los derechos indivi-duales, la libertad y la igualdad eran según él meros «dog-mas metafísicos»," sin solidez suficiente para sostener unorden social ¡?;enuino. S610 en su filosofía de la historiadifiere de los conservadores en grado significativo. Su ve-neración por el pasado no alcanza al repudio categóricodel modernismo, ni a una concepción pesimista del fu-turo, como sucede con aquéllos. Además, supo ver en elIluminismo y en la Revolución, igual que Marx, pasoshistóricamente necesarios hacia un futuro positivista. Asícomo Marx dispensó al capitalismo el cumplido de con-siderarlo el agente históricamente necesario de disolucióndel feudalismo y, lo que es más importante, el medio paraconformar los contextos tecnológico y organizativo del so-cialismo, Comte presentó sus respetos al Iluminismo por

. haber «enterrado de una vez y para siempre los preceptoscaducos del sistema teológico feudal». S610 con las doctrinasde los philosophes, por repugnantes que hayan sido -es-cribe--, pudo destruirse para siempre ese sistema socialcaduco que alcanzó su culminación durante la Edad Media,con lo cual quedó despejado el camino para el nuevo siste-ma social a que daría lugar la diseminación de la cienciade la sociología.Sin embargo, si reparamos en el contenido y los principiosreales de la nueva ciencia, y en la minuciosa descripcióndel nuevo orden, expuestos con detalle por Comte en Lapolítica positiva, encontramos una actitud mental muy dife-rente a la que existe en la obra de Marx. Para éste noes desacertado decir que el socialismo (en estructura) es

9 Véase Sy,;teme de politique positiue, 1, págs. 361 y sigs, Cornteconcibió los derechos individualistas y democráticos como «metafí-sicos» desde sus Ensayos iniciales hasta el fin de su vida. Fue Burkeel primero en proclamar «metafísicos» a los derechos naturalesalentados por la Revolución. «Los pretendidos derechos de estosteorizadores son todos extremos; y en la medida que son metafísi-camente ciertos, son moral y políticamente falsos.s Works, 1,pág. 482.

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simplemente capitalismo sin propiedad privada, pues con-sidera a aquél compatible con las categorías organizaciona,les del capitalismo (la ciudad industrial, la fábrica, la má-quina, la clase trabajadora, etc.), y en cierto sentido comouna consecuencia de ellas. Pero dentro de la perspectiva dela futura sociedad positivista que nos ofrece Comte, halla-mos un orden que presenta una notable y minuciosa ana-logía, no con el medio democrático-industrial que lo rodeasino, por el contrario, con el sistema cristiano feudal quelo precedió. Se aplica aquí lo que dijimos en el primercapítulo acerca de la atracción que ejerce lo medieval sobrelos creadores de la tradición sociológica; cuanto más seintroduce Comte en los elementos analíticos de su sociolo-gía y en los detalles estructurales de la utopía sociológicaque previó, tanto más indispensables encuentra las ideas yvalores que extrajo de Bonald y Maistre, y originariamente,de sus padres, monárquicos y católicos devotos. Se nos sirvevino positivista trasegado en botellas medievales. Si el socia-lismo es, para Marx, capitalismo sin propiedad privada,la sociedad positiva de Comte no es más que medievalismosin cristianismo. Una y otra vez nos dice en La política po-sitiva cómo los principios, dogmas, rituales y formas positi-vistas pueden apoyarse en los modelos proporcionados porla Edad Media.En la sociedad positivista la clase mercantil reemplaza a laaristocracia terrateniente, la ciencia a la religión, las formasrepublicanas a las monárquicas; pero logrado esto, el aspectoque ofrece a nuestros ojos tiene mucho más en comúncon las categorías espirituales y sociales de la sociedad me-dieval que con cualquier otra cosa posterior a la Reformaprotestante (a la que Comte condena junto con el indivi-dualismo, el derecho natural "Y la secularización). Rara vezse ha bosquejado la utopía con más devoción por la jerar-quía, la pertenencia, el deber, el corporativismo, la liturgiay el ritual, la representación funcional y la autonomía delpoder espiritual. Llega incluso a prescribir o sugerir la in-dumentaria de los sociólogos en ejercicio de su sacerdocio,la naturaleza del altar, un nuevo calendario de festividades,y diversas formas de culto. Lo mismo ocurre con las carac-terísticas que asigna a la familia, la iglesia, la ciudad, elgremio y la clase positivistas. En todas ellas aparece vívidasu pasión por la comunidad moral, en todos los niveles dela pirámide social.

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Sin embargo, no haríamos justicia a una de las mentes másilustradas e imaginativas del siglo, si limitáramos el interésde Comte por la comunidad al nivel de la utopía. En Lapolítica positiva (y también en algunos capítulos de la Fi-losofía positiva, anterior a aquélla, y en sus primeros ensa-yos) hay un concepto de comunidad y de sus propiedadesque es sociológico, en el sentido ll11e Durkhciu. daría a esapalabra. Como Durkheiru, Comte ha.c que todo lo humanoque sobrepasa el nivel puramente 1 siológico derive de lasociedad, y, también. como él, considc+a a esta última unacomunidad in extenso, No es ",prol)i:Ll?l.·u:a su paladar laconcepción de la sociedad del Iluu.i: .s.no, una colecciónde individuos cuyas institucic-r-es a> meras proyeccion('~sde lo intraindividual ; tampocc ,lo e! le; que popularizaranBentham y sus prosélitos: un amplio c.unpo de batalla deintereses individuales encontrados, Para Comte la sociedades sustantiva y primaria; precede al individuo en 10 lógicoy en lo psicológico, y lo modela. Fuera de sus roles en lasociedad, el hombre tal y como lo conocemos no es siquieraconcebible, Llevado por su fervor filosófico, Comte hace dela sociedad el «Ser Supremo» del culto positivista. Perobajo este velo de religiosidad hay una concepción sagaz delas fuentes sociales de la personalidad, el lenguaje, la mo-ralidad, la ley y la religión.En la base de la sociología comtiana está el rechazo totalde la perspectiva individualista, El individuo, escribe, entérminos tomados directamente de' Bonald, es una abstrac-ción, una mera construcción del razonamiento metafísico.«La sociedad es imposible de descomponer en sus individuos,tanto como es imposible descomponer una superficie geo-métrica en rectas, o una recta en puntos.» La sociedad esreductible solamente a elementos que compartan su esen-cia; es decir, a grupos y comunidades sociales, El más fun-damental de éstos es, por supuesto, la familia.l"Podríamos ilustrar el interés de Comte por la comunidad ha-ciendo referencia a sus escritos acerca del lenguaje y dt~lpensamiento, de la moralidad y la religión, de la economíay la clase, o del sistema político y la ley; pero es en suanálisis detallado de la familia (que solo podemos resumirbrevemente aquí) donde vemos con más claridad su fuerzaespeculativa en un aspecto de la sociedad muy soslayado

por racionalistas y utilitaristas. La familia, afirma, debeser rescatada de los contextos negativos donde la colocó elpensamiento moderno. El deber primordial de la nueva so-ciología es la difusión de un concepto positivo o científico dela familia, que ocupe el lugar de los «sofismass enunciadospor los racionalistas desde el siglo XVI.¡,Qué nos reserva la teoría de la familia de Comte? Seriafácil olvidar la esencia de sus ideas y concentrarse en algunasde las observaciones manifiestamente' sentimentales, nostál-gicas y románticas que, con harta frecuencia, desfiguran susintuiciones más serias y profundas. Incurriríamos con ello,empero, en grave error, pues lo que nos da Comte (a vecesdeformado por sus conceptos utópicos y su jerga positivis-ta) es la primera definición moderna, sistemática y teó-rica, de la familia como unidad de relaciones y status.l!Comte nos dice que hay dos perspectivas a través de lascuales debemos estudiar a la familia: la moral (con lo cualquiere significar, como ya veremos, la social) y la política.La primera nos da referencia del proceso total de sociali-zación del individuo, su preparación para ingresar a unacomunidad mayor. Dentro de la perspectiva moral Comtetrata las relaciones constitutivas internas de la familia: fi-lial, fraternal y conyugal. Somete a cada una de ellas a unanálisis amplio, insistiendo de manera constante sobre laformación de la personalidad dentro del medio creado porlas tres relaciones conjuntamente. De la relación filial de-duce el respeto a la autoridad superior, tan vital en loscontextos de moralidad; a partir de los sentimientos del niñocon respecto a la autoridad de los padres se desarrollan losque habrá de experimentar hacia otras autoridades de lasociedad. De la relación fraternal proviene el sentido pri-migenio de solidaridad social y de simpatía, que los philo-sophes equivocadamente atribuyeron a la naturaleza delindividuo, dentro del cual, afirmaban, residía en la formade instinto. La tercera relación es la conyugal, que paraComte (al menos en la época que escribió La política positi-va) es quizá la fundamental. La considera tan crucial comotrama de la sociedad, que acusa a todos aquellos que desdeLutero hasta los philosophes, dieron su aprobación al di-vorcio. El divorcio -leemos- es una de las manifestacionesprincipales del «espíritu anárquico» que inunda la sociedad

10 Systeme, n, pág. rai. 11 Systéme, II, esp. págs. 185 y sígs,

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.1: moderna. Con el positivismo desaparecerá. Comte se ocupade otros roles y relaciones -el de padre y la relación de amoa sirviente, verbigracia- en todos los casos dentro del con-texto mayor de sus propiedades socializantes, y de la defen-sa que promueve contra las influencias atomizadoras y se-cularizantes de su época.En la segunda perspectiva -la política- analiza la estruc-tura interna de la familia: primero su naturaleza monogá-mica, y segundo la autoridad que ..fluye naturalmente del

. padre (en esta prédica en favor de la restauración de laautoridad patriarcal plena dentro de la familia, que laRevolución había abolido, se pone en evidencia su menta-lidad medieval). Le interesa asimismo la jerarquía internade la familia y la desigualdad enecesaria> entre sus miem-bros; como era de esperar, fustiga con severidad a los re-formadores igualitarios de la Revolución y a los socialistasque quieren, dice, «introducir en el seno de la familia susanárquicas doctrinas niveladoras». En la misma perspectivatrata finalmente la relación de la familia con la comuni-dad, la escuela y el gobierno.

sociológica cabal: la primera genuinamente científica delsiglo. Fourier.r Saint-Simon, Comte y otros habían usado laterminología de la ciencia, habían anunciado cambios en eltema de la ciencia de la sociedad. Había también quienescomo Quetelet, prosiguiendo la «aritmética política» deisiglo XVIII, compilaron (o compilarían) cúmulos de esta-dísticas sociales para señalar correlaciones o «pautas», aci-calándose en la exactitud cuantitativa. Le Play fue, empero,mucho más lejos, ya que planteó un problema claro y al-canzó conclusiones objetivas, con un método riguroso, aun-que a veces extremo. El libro de Durkheim El suicidiosuele ser considerado como la primera obra «científica» dela sociología, pero no va en desmedro de aquél decir queen los estudios de Le Play acerca del parentesco y los tiposde comunidad en Europa, encontramos un esfuerzo muyanterior por combinar observaciones empíricas con la de-ducción de inferencias cruciales, y por hacerlo respetandomanifiestamente los criterios científicos. Concedamos queLe Play dejó traslucir en su resumen final sus suposicionescatólicas y políticamente conservadoras (Sainte-Beuve lollamó un Bonald rajeuni); pero si limitamos nuestraatención a su obra principal, Los trabajadores europeos,publicada en seis volúmenes aproximadamente y basadasobre una abrumadora recopilación de datos sobre el te-rreno e historias, seguiremos preguntándonos cómo, a pesarde sus defectos, puede dejársela de lado de la manera quese lo ha hecho, en la historia de la sociología.Los trabajadores europeos es, sin duda, el ejemplo supremoque ofrece el siglo XIX de un verdadero estudio de campo

.de la comunidad tradicional, su estructura, su relación cone! medio, sus elementos componentes, y la desorganizaciónque sufre como causa de las. fuerzas económicas y políticasde la historia moderna. Muchos otros se preocuparon por

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La comunidad empírica: Le Play

No es Comte sino Frédéric Le Play quien introduce en elsiglo XIX el estudio sustantivo y empírico de la comunidad.De todas las grandes figuras, Le Play es la menos aprecia-da por el propósito y los alcances de su obra. Los ampliosmantos de utopía, romanticismo y sentimentalismo con queComte oculta tantos de sus conceptos sociológicos, están au-sentes en Le Play. Comenzó su carrera como ingeniero deminas, en cuyo carácter recorrió gran parte del continenteeurasiático. Dondequiera que fuera registraba sus observa-ciones sobre los pueblos y las organizaciones sociales queencontraba a su paso. Gradualmente su interés por estostemas superó al que sentía por la minería, decidiendo porúltimo abandonar su carrera profesional y dedicar el restode su vida al estudio científico de la sociedad. Le Play nose tituló sociólogo; en su época esa palabra estaba impregna-da de! positivismo de Comte, que a él no le interesaba ma-yormente; pero Los trabajadores europeos 12 es una obra

12 Les ouuriers européens fue publicado en 1855; la 2" edición,muy ampliada, es de 1877-79 (de esta última extraje mis citas).

Poco después de su publicación la Academia dc Ciencias de Fran-cia le otorgó un premio y recomendó la fundación de una sociedadpara aplicar el método de Le Play. Con este objeto se creó en1856 la Société d'Economie Sociale. Si el estudio comparativo dela familia llevado a cabo por Le Play tiene algún antecedente enque haya podido inspirarse, éste es el notable ensayo de. Bonald«De la famille agricole et de la famille industrielles, (Euvres com-pletes (París, 1859-64, II, págs. 238 y sigs.). En este ensayo, pu-blicado por primera vez en 1818, la familia se torna corno puntode partida para el estudio de los efectos antagónicos del tradiciona-lismo y el modernismo.

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la comunidad sustantiva: Tocqueville se sintió atraído porlos municipios de Estados Unidos y la comunidad aldea-na de la Europa medieval; van Maurer por la marca *alemana; van Gierke por la estructura legal de la comu-nidad medieval y su atomización bajo los embates delmoderno individualismo de la ley natural; Maine por lacomunidad aldeana de la India, Europa oriental y la In-glaterra primitiva; Laveleye por las comunidades rusas y sui-zas; Seebohm por la comunidad rural inglesa; y Weber porla ciudad medieval. Hubo muchos más; pero nadie puedecompararse a Le Play, ni en los alcances de su empresa nien la calidad imaginativa del método empleado.Escribió Le Play: «El punto de partida de mi trabajo y laguía constante de mis inducciones fue la serie de estudioscomenzados por mí hace medio siglo, y proseguidos desdeentonces por amigos más jóvenes que lo hicieron extensivoa toda Europa, las regiones adyacentes de Asia y, másrecientemente, al resto del mundo. Cada estudio tiene porobjeto la familia de la clase trabajadora, la localidad quehabita y la constitución social que la gobierna ... Las pobla-ciones consisten, no en individuos sino en familias. La ta-rea de observación habría sido vaga, indefinida y nada con-vincente si hubiera debido abarcar, en cada localidad, a losindividuos de diferente edad y sexo. Se hace precisa, biendefinida y convincente cuando su tema es la familia." 13

Ninguna síntesis de Los trabajadores europeos puede hacerjusticia a su contenido. La excelencia de esta obra resideen su combinación de lo micro y lo macrosociológico, lo in-tensivo y lo extensivo. Todos los estudios individuales quecomponen el trabajo mayor tienen por objeto central unafamilia real y concreta. Con este grupo como punto departida, Le Play trata en forma sistemática el funciona-miento interno de la familia, sin descuidar su relación conla comunidad que la rodea, a la que llama constitución so-cial. Es allí donde aplica su famosa técnica presupuestaria.¿ Qué método mejor y más exacto de definir lo que es una

.familia y lo que hace -pregunta- que el examen de susingresos y gastos? Y lo que es más importante, tomandocomo esquema el presupuesto familiar es posible dar unabase comparativa y cuantitativa al estudio de la familia.wLa comparación. es la esencia del método de Le Play. «La.observación de hechos sociales» es el término que empleapara describirlo, pero el punto capital es que se trata deuna observación ,,·vmjJcaativa. Estudia lJO!" separado y enforma intensiva unas cuarenta y cinco familias de todos loslugares de Europa, que van desde pastores seminómades deBashkir, en Rusia oriental, a la familia de un tipógrafo deBruselas. Los estudios se clasifican en dos grupos: en elprimero se incluyen los tipos familiares caracterizados poralto grado de estabilidad, culto de la tradición y seguridaddel individuo, para cuyo estudio toma como ejemplos a uncampesino de Orenburg, un obrero siderúrgico de los Ura-les, un cuchillero de Sheffield, un obrero de fundición deDerbyshire, un labriego de la Baja Bretaña y un fabri-cante de jabón de la Baja Provenza. Como lo evidencia lavariedad de estos ejemplos, Le Play no se circunscribe azonas culturalmente rezagadas para encontrar estabilidad yseguridad,En los dos volúmenes finales se ocupa de los sistemasfamiliares que experimentan desorganización. Utiliza casos'extraídos en gran parte de Francia, y principalmente deParís, pues sostiene que es sobre todo en ese país, comoconsecuencia de la Revolución, que se han desintegrado enbuena medida las bases de la tradición y de la seguridad co-munal. En sus análisis de un labrador de Morvan, un car-pintero de París y un relojero de Ginebra vemos los resul-tados de la fragmentación de la propiedad, la pérdida de laautoridad legal del padre, y la ruptura de relaciones entrela familia y la tradición, provocadas por el individualismoy la secularización modernos.Sus estudios del parentesco lo llevaron a la conclusión deque hay tres tipos fundamentales de familia en el mundo.Su clasificación se ha hecho famosa.P El primer tipo es lafamilia patriarcal, y se encuentra principalmente en las* Marca: Entre los pueblos germánicos antiguos, tierras ocupadas

o trabajadas por los miembros de una comunidad. (N. del E.)13 Dorothy Herbertson, Th.e Life of Fréderic Le Play, VictorBranford y Alexander Farquharson, comps. (publicado primero porseparado en 1950 por Le Play Housc Press; reimpreso c.orno secciónsegunda del volumen 38 de The Sociological Reoieui, 1946, pág.112).

14 Les ouvriers européens, 1, passim.15 El mejor resumen del estudio de Le Play sobre la familia y otrosgrupos comunales es el que él mismo hiciera en La réforme sociale(París, 1864), que lleva el subtítulo: sDeduite de l'observationcomparée des peuples européens».

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estepas o llanuras donde las condiciones económicas y po-líticas otorgan gran funcionalidad a la familia grande, condominio patriarcal. En esas circunstancias casi no existeuna autoridad política y social externa y la familia debeejercerla por sí misma. No obstante, concluye Le Play, aun-que apropiada para condiciones pastoriles, ese tipo de fa-milia lo sería mucho' menos para un orden político y eco-nómico moderno. En segundo término tenemos la familiade tipo «inestable» (la famille instable), que aparece par-ticularmente en la Francia posrevolucionaria, pero de laque hay ejemplos en otras épocas históricas: en la Atenasposterior a la desastrosa guerra con Esparta, en la Romadel último Imperio, etc. Los rasgos característicos de la fa-milia inestable son su individualismo extremo, su caráctercontractual, su falta de arraigo en la propiedad, y su estruc-tura generalmente inestable de generación en generación.Le Play afirma que este tipo de familia es la responsablede gran parte de la inseguridad e incertidumbre espiritualendémicas de Francia. Al tercer tipo lo llama «familia tron-cal» (la famille souche), que alcanzó mayor éxito y vigor enEscandinavia, Hanover, el norte de Italia, y en alguna' me-dida en Inglaterra. Se la puede ver también en la Chinamoderna. La familia troncal no retiene a los hijos unidosdurante toda la vida, como la patriarcal; son libres de mar-charse cuando llegan a adultos, y con la excepción de unode ellos, por lo general lo hacen, fundando su propia fa-milia. Pero el que queda en la casa se convierte en here-dero universal de la propiedad familiar, que se preservaintacta y de la cual es único representante legal. La familiatroncal es siempre un refugio al que pueden volver quienesnecesiten amparo, pero el sistema alienta la autonomía per-sonal y el desarrollo de nuevos hogares, de nuevas empresasy formas de propiedad. Combina, en otras palabras, lo me-jor del sistema patriarcal con el individualismo de tipo ines-table.El interés de Le Play por la comunidad va más allá del meroanálisis de los tipos familiares. Cada uno de éstos es unmicrocosmos, un elemento clave de la comunidad, pero elobjetivo fundamental de Le Play es relacionar a la familiacon otros tipos de instituciones comunitarias. Lo que más lepreocupa es el rol de la familia en el orden social. Su es-tudio persigue como fin último los lazos que la unen conotros sectores de la comunidad -la religión, el empleador,

el gobierno, laescuela, etc.-. Analiza la índole del ambientefísico de cada familia, las costumbres religiosas y moralesque la circundan, su rango en la jerarquía de la comuni-dad, su tipo de alimentación, vivienda, actividades recrea-tivas y, por supuesto, la ocupación de sus miembros.Este último punto es crucial en su obra. Ni siquiera su con-temporáneo Marx superó la preferencia que él asignara a labase económica de la vida de la familia y la comunidad.Le Play no se cansa de insistir: estudiamos la vida social,primero en términos de lugar -en los que incluye tanto losrecursos naturales como la topografía y el clima- y se-gundo en términos de la ocupación; únicamente a travésde ésta el ambiente adquiere significación para el hombre.Algunos investigadores han tratado a Le Play como un de-terminista geográfico. No fue en modo alguno deterrninista(sus censuras al determinismo en el primer volumen deLos trabajadores europeos siempre resultan dignas de leer),pero si lo fuera, sería más preciso llamarlo deterministaeconómico.Se interesó por los niveles de status ocupacional entre lasfamilias de la clase trabajadora, y su clasificación al res-pecto es sutil y sagaz; en ella se basan evidentemente variosestudios posteriores, tanto europeos como amerícanos.l"Las familias pueden estar diferenciadas en la jerarquía destatus de una comunidad, nos dice Le Play, de tres ma-neras: 1) por la ocupación u oficio; 2) por el grado dentrode esta ocupación; y 3) por la naturaleza del contrato quecada obrero concierta con su empleador.Divide las ocupaciones en unos nueve grupos, que abarcandesde las actividades de pueblos que dependen por com-pleto del producto natural de la tierra -el pastoreo, la pes-ca y las explotaciones extractivas- hasta la agricultura, laindustria, el comercio, y en la cúspide, las artes y profe-siones liberales. Expuesto de esta manera el panorama eco-nómico de la clase trabajadora, Le Play retama la cuestiónde los grados sociales concomitantes de estos grupos ocupa-cionales.En casi todos ellos pueden encontrarse seis grados de status.En el último están los sirvientes que habitan la casa delamo, pagados en parte en especie, en parte en dinero. Le

16 Mi síntesis de este aspecto del trabajo de Le Play está tomadadel excelente enfoque de Dorothy Herbertson, op. cit., págs. 114y sigs.

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sigue el jornalero que habita su propio domicilio, pagadoa veces en dinero, a veces en especie, o de ambas maneras .En tercer lugar vienen los trabajadores a destajo, que co-bran un precio fijo por una cantidad definida de trabajo,y cuyo status suele ser considerado superior al del jornale-ro, remunerado sobre la base exclusiva del tiempo de labor.En cuarto lugar están los arrendatarios que alquilan lapropiedad al terrateniente; este status dista de ser homo-géneo, pues puede incluir tanto al sirviente doméstico conderecho a criar unas pocas cabezas de ganado junto conlas de su amo, como al próspero «maestro» u oficial ca-lificado (master workman) que arrienda una cierta pro-piedad para trabajarla en su propio beneficio. En quintolugar están los propietarios, quienes no se ven obligados adeducir el alquiler de la propiedad de sus ganancias y porlo general desarrollan, como consecuencia de su misma con-dición de propietarios, hábitos de frugalidad y ahorro. Elsexto y más alto status social es el de los oficiales calificadosa que antes hicimos referencia, ya sean arrendatarios opropietarios; estos master woikmen tienen sus propios clien-tes, establecen sus propias normas de trabajo y retribucio-nes, y a menudo emplean dependientes asalariados, lo cuallos coloca, por supuesto, enla frontera que separa a la clasetrabajadora de los empleadores.El tercer conjunto de circunstancias que diferencian a ungrupo de obreros de otro es el status contractual que man-tienen respecto de sus empleadores. Este, dice Le Play, de-pende menos del monto del salario que de la naturaleza delcontrato que los compromete. Donde hay abundancia detierra disponible para una población, lo común es que exis-tan compromisos obligatorios permanentes, y el sistema fun-ciona bien cuando los propietarios tienen un sentido deresponsabilidad hacia los dependientes, y éstos un sentidode lealtad hacia aquéllos (como en el feudalismo). Confrecuencia, advierte Le Play, la disolución de este compro-miso permanente sería más provechosa, en términos estric-tamente económicos, para. los propietarios que para los de-pendientes, quienes se verían arrojados así a un mercadoimpersonal. En los casos en que la tierra disponible se vuel-ve más escasa, los compromisos permanentes obligatoriostienden a ser reemplazados por los voluntarios, que adquie-ren con el tiempo mayor valor social en la población. A me-dida que disminuye la tierra, estos últimos son poco a poco

superados en número por relaciones de naturaleza tempo-raria, puramente salariales. Con este sistema la antigua so-lidaridad de amo y dependiente declina, y en el tipo deindustrialismo que aparece de manera tan notable en Fran-cia, se suceden las huelgas, lockouts y otros síntomas pato-lógicos de conflicto.Paralelamente il1 parentesco y a la comunidad local, LePlay se interesó en otras formas de asociación corn. .nal, enespecial las que encontró el campesinado para alcanzar Iinestécnicos o económicos que la familia o la comunidad localeran incapaces por sí solas de lograr. Se ocupó asimismode formas sociales tan diversas como el gremio, la coope-rativa y el monasterio. A estas y otras unidades semejantesles dio el nombre de communautés, afirmando que poseenvalor económico en las sociedades tradicionales (como su-cedió en un tiempo en Europa) pero que éste disminuyeen la Europa actuaL También están los grupos a los que!lama corporaiions, definiéndolos como asociaciones ajenasa la industria, que cumplen funciones de carácter social,moral e intelectual para los que trabajan en ella. Se refierea las asociaciones de ayuda mutua entre los pobres, a lascompañías de seguros y a las asociaciones culturales parala preservación o desarrollo de artes y oficios. Le Play noasigna tanto valor a estas asociaciones corporativas comohabía de hacerla Durkheim -ya que desde su punto devista no serían necesarias si se estableciera un sistema fa-miliar estable-, pero tampoco les niega importancia, Esta-ba muy interesado en las asociaciones intelectuales y pro-fesionales, una de las glorias distintivas -deCía- de In-glaterra, que explican en gran medida la superioridad' in-telectual inglesa, especialmente en las ciencias.l"

Nota acerca de Le Play y Marx

Comparar a Le Play con Marx resulta a la vez atractivo ynovedoso. Ambos centraron su pensamiento y sus investiga-ciones en la clase trabajadora (Le Play con predilección porla rural, Marx por la industrial). Ambos vieron la riquezay dignificac:ión de la socieda-: que resultaría, a la larga, de

17 Véase La ré [orme sociale, n. esp. caps. 42, 46 y 47; tambiénLes auuriers, II, págs. 217 y sig~.; JlI, págs, 38 Y sigs. y 355-72; YV, págs. 33 y sigs.

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elevar la posición de aquélla. Ambos detestaban la demo-cracia burguesa surgida de la Revolución, en la que veían,no la liberación y la prosperidad que casi todos los liberalesproclamaban, sino diversas formas de corrupción y tiranía.Aspiraban por igual a un orden social exento en la mayormedida posible de la competencia y la rivalidad. Se hallamado a Le Play «el Karl Marx de la burguesía», peroeste juego de palabras es engañoso, ya que apenas prestómás consideración que Marx al tipo de sociedad que laburguesía construía en Francia. Ambos encontraron muyde su gusto la pintura implacable que trazara Balzac de esasociedad. El individualismo económico, la lucha por el sta-tus y los electorados de masas repugnaban tanto a unocomo al otro.Pero las diferencias profundas de perspectiva histórica y deevaluación ética entre ellos atenúan mucho la importanciade estas semejanzas. Para Marx la esencia del método his-tórico es el descubrimiento de la ley de hierro de la evolu-ción, que clarifique la relación del pasado con el presentey el futuro. Marx es un determinista histórico del siglo XIXen todo el sentido de la palabra; Le Play repudia cualquier.tipo de determinismo histórico. Los datos históricos solohan de ser empleados con fines comparativos, para tratarproblemas específicos; su objetivo es la formulación de con-clusiones empíricas, como las que le habían sido sugeridasdurante sus estudios de ingeniería. Critica todos los esfuer-zos por reducir la historia a una única dirección, ya sea«progresiva» o «regresiva».Tanto Le Play como Marx fueron sensibles al componenteinstitucional de la historia, pero más allá de esta semejanzagenérica hay entre ellos un contraste total. Para Marx lainstitución clave es la clase social; para Le Play, el paren-tesco; la estructura de la sociedad varía con el tipo de fa-milia subyacente. Marx detesta la propiedad privada; LePlay declara que es la base indispensable del orden socialy de la libertad. Marx juzgó a la religión superflua paracomprender la conducta humana, y un narcótico por susefectos; para Le Playera un elemento esencial de la vidaintelectual y moral del hombre, tal como la familia lo espara su organización social. Marx consideraba al esquemarural de las cosas, en su conjunto, equivalente a una imbe-cilidad en lo que atañe a sus consecuencias sobre el pen-samiento humano. Le Play, a pesar de su aceptación cons-

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ciente de la industria, prefiere a todas luces la sociedadrural, porque ye en. ella un abrigo protector que la vidaurbana, por su propIa naturaleza, debe destruir. Marx erasocialista; Le Play ubicó al socialismo, junto con la de-mocracia de masas, la secularización y el igualitarismo, en-tre los peores males de su tiempo, signos inconfundiblestodos ellos de degeneración social.'Tenemos, por último, la cuestión de la comunidad. Es evi-dénte que a Marx le interesaba un cierto tipo de comuni-dad, y que este tipo era, ante todo y sobre todo, la solida-ridad de las clases trabajadoras del mundo, y en segundotérmino (como técnica para promover el socialismo, unavez que la Revolución destituyera del poder al capital pri-vado), el implícito en lo que él llamaba «la vasta asociaciónde la nación-.P Pero esto no es comunidad en el sentidoque tanto Le Play como cualquier otro sociólogo -o parael caso, algunos de los socialistas contemporáneos de Marx-destacaron. El repudio de Marx por el pasado, las «recetasde cocina», y por sobre todo su insistencia en que los ma-yores problemas de organización debían ser resueltos por lahistoria y no por reformas en migajas, lo colocan total-mente fuera del universo de pensamiento de. Le Play.Podemos comprender mejor los puntos de vista de Manerespecto de la 'comunidad tradicional si atendemos a lo queescribió en 1853 acerca de la comunidad .aldeana de laIndia. Vio, con tanta claridad como Le Playo Maine, quela ocupación inglesa había logrado lo que «todas las guerrasciviles, invasiones, revoluciones, conquistas y hambrunas» nohabían conseguido: quebrar «la estructura total de la socie-dad de la India, sin síntoma alguno de reconstrucción a lavista». Marx dice, con palabras que constituyen un notablepresagio: cEsta pérdida de su viejo mundo, sin la ventajade ganar uno nuevo, imprime -una forma particular de me-lancolía a la miseria actual del pueblo hindú, y separa alIndostán, gobernado por Inglaterra, de todas sus antiguastradiciones y de todo su pasado histórico.s+"Pero ¿ cuál sería, según Marx, la índole de la reconstruc-ción debida? De ningún modo, por cierto, apuntalar aque-lIas tradiciones antiguas. Veamos lo que dice, específica-mente, acerca del tema de la comunidad aldeana:

18 Communist Manifesto, en Feuer, op, cit., pág. 29.19 «The British Rule in India», Feuer, pág. 476.

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eAhora bien, por desagradable que sea para el sentimientohumano presenciar esa multitud de organizaciones socialeslaboriosas, patriarcales e inofensivas, desorganizadas y di-sueltas en sus unidades constituyentes, arrojadas a un marde infortunios, mientras sus miembros individuales pierdena un tiempo sus formas antiguas de civilización y sus me-dios hereditarios de subsistencia, no debemos olvidar queestas comunidades aldeanas idílicas, aparentemente inofen-sivas, han sido siempre el sólido fundamento del despotismooriental, que aprisionaron la mente humana dentro del cam-po más estrecho posible, tornándola herramienta dócil dela superstición, esclavizándola con normas tradicionales, des-pojándola de toda grandeza y de toda energía histórica ...No debemos olvidar que estas pequeñas comunidades estu-vieron contaminadas por las distinciones de casta y por laesclavitud, que subyugaron al hombre a las circunstanciasexternas en lugar de elevado a la condición de soberano delas circunstancias, que transformaron un estado social enautodesarroIlo, en un destino natural inmutable ... ,.20

Admitamos =-continúa Marx- que Inglaterra es movidaúnicamente por «los intereses más ruines» en lo que hacecon la India y con sus interdependencias sociales antiguas,y que «los ha puesto en práctica de una manera estúpida».«Pero ésa no es la cuestión» -concluye, en un atisbo reve-lador de su distinción entre el bien acorto plazo y el bien alargo plazo, o «histórico».«La cuestión es: ¿ puede la humanidad alcanzar su destinosin una revolución fundamental del estado social de Asia?En caso negativo, cualesquiera hayan sido los crímenes deInglaterra, ésta será el instrumento inconsciente que em-plea la historia para producir esa revolución. ,,21

Lo que escribe aquí acerca de la comunidad aldeana de laIndia concuerda perfectamente con una opinión anterior,relativa a la escena europea, enunciada con gran perspica-cia analítica en su ensayo La cuestión judía. Se referíaallí a la «revolución política» iniciada en el siglo XVI yque por primera vez dio origen a un claro sentido del«interés general del pueblo». «[La revolución política] des-integró la sociedad civil en sus elementos fundamentales:por UIl! lado los individuos, y por el otro los elementos ma-

20 tus., pág. 480.21 nu., pág. 480.

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teriales .Y culturales que' constituían la experiencia vital yla situación civil de esos individuos. Dejó en libertad elespíritu político, que había sido, por así decirlo, disueltofragmentado y eliminado en los diversos callejones sin sa~!ida de la sociedad feudal ... ,.22 Como aclara más adelan-te, esos callejones sin salida son la familia, los tipos de ocu-pacióu, la casta y los gremios. Debemos recordar su rechazode todo el comunalismo y el corporativismo legados por lahistoria para comprender que se refiriera en términos apro-batorios a la «escoba gigantesca» de la Revolución Francesa,que los había barrido al cajón de los desechos históricos,Nada en sus escritos sugiere tampoco que modificara algu-na vez esta concepción suya de la comunidad. Hay una .con-tinuidad perfecta entre lo que escribió acerca de la comuni-dad aldeana en la India, y la posición que habrían de to-mar los bolchevique s -aunque solo después de un debateconsiderable- en la cuestión de las instituciones comunalestradicionales de Rusia, tales como la mir y la cooperativarural. En 1875 Engels preveía en verdad la posibilidad deuna revolución socialista que actuara basándose en la exis-tencia de estos grupos más que en su destrucción.«Es evidente que la propiedad comunal en Rusia ha pasadohace mucho tiempo su período de florecimiento, y segúntodas las apariencias, se encamina hacia su disolución. Sinembargo, existe la posibilidad innegable de transformar estaforma social en otra superior, si subsiste hasta que madurenlas circunstancias para ello, y si se muestra capaz de undesarrollo tal que los campesinos ya no cultiven la tierraseparadamente sino en forma colectiva; y de transformarlaen esa forma superior sin que los campesinos rusos se veanobligados a pasar por la etapa intermedia de la pequeñapropiedad burguesa. No obstante, esto solo puede ocurrir siantes de la disolución completa de la propiedad comunal,sobreviene una revolución proletaria en Europa occidentalque cree para los campesinos rusos las precondiciones nece-sarias para esa transformación. . . Si algo puede salvar toda-vía la propiedad comunal rusa y darle la posibilidad de evo-lucionar hacia una nueva forma realmente capaz de subsis-tir, es la revolución proletaria en Europa occidental ... »23

Pero a pesar de estas palabras de Engels, fue la línea dura,

22 Karl Marx: Early Writings, T. B. Bottomore, trad. y comp.,Nueva York: McGraw-HiIl, 1964, págs. 28 y sigs.23 «On Social Conditions in Russía», Feuer, op, cit., pág. 472.

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la línea «histórica», la que habría. de prevalecer el, losdebates acerca de las instituciones campesinas, y la queadoptaron los revolucionarios rusos después de conquistarel poder. Pronto decidieron los bolcheviques que no habíalugar para ningún grupo -comunidad aldeana, gremio ocooperativa- constituido bajo el despotismo feudal, ni si-quiera para alguna de sus formas modificadas. La etapa delcapitalismo burgués podía salvarse, pero no sobre la basede muletas legadas por el pasado como la mil".No todo el radicalismo europeo compartió la opinión deMarx acerca de la caducidad de las instituciones locales vde parentesco. Lejos de ello. Si algo diferencia a Proudho;¡de Marx, y a las tradiciones que ellos iniciaran --el anar-quismo descentralizador y pluralista por una parte, y elsocialismo nacionalista y centralizado por la otra- es suopuesta actitud frente al tema de estas instituciones, EnProudhon hay una veta evidente de tradicionalismo, a pesarde 'su rechazo de la propiedad privada, la iglesia, la clasesocial y el estado. Y por oposición a Marx, no vacila en serutópico, es decir, en adelantamos detalles sobre la Europaanarquista que prevé y desea: una Europa fundada en ellocalismo, donde la pequeña comunidad -rural e indus-trial-· sea el elemento esencial. Entre Proudhon y Le Playhay una afinidad que ninguno de ellos tiene con Marx,afinidad que se hace extensiva incluso a la estructura de lafamilia. En este punto Proudhon parece, realmente, mástradicionalista que Le Play, pues aboga por la familia pa-triarcal. 24

Sin embargo, la tradición marxista se impuso al fin en elradicalismo europeo, especialmente después de la derrotaque sufriera Prusia a manos de Francia en 1870, y desdeentonces la corriente principal del radicalismo fue tan hos-til al localismo, la comunidad y la cooperación como lo fuela línea del liberalismo utilitario que va de James MilI aHerbert Spencer.

La comunidad como tipología: Tonnies y Weber

DeIa comunidad como sustancia pasamos a la comunidadcomo tipología. En esto la obra de Tónnies tiene importan-

24 Véase Solution du probléms social, I dée génér ale y La Porna-cratie de Proudhon. He tratado las fuentes tradicionalistas de Proud-hon en mi artículo sobre Bonald, op. cit., pág. 326.

cia máxima. En ningún terreno ha sido la contribución so-ciológica al pensamiento social moderno más fecunda, nihan tomado en.préstamo sus ideas con más frecuencia otrasciencias sociales (en especial en los estudios contemporáneossobre las naciones subdesarrolladas), que en lo que atañe alempleo tipológico de la noción de comunidad. Medianteesta tipología, la grave transición histórica de la sociedaddel siglo XIX, a partir de su carácter predominantementecomunal y medieval, hacia su forma moderna industrializaday politizada, fue extraída del contexto único de la historiaeuropea donde surgiera, y ubicada en un marco más generalde análisis, aplicable a transiciones análogas en otras épo-cas y regiones de la tierra.Como ya he señalado, los lineamientos generales del usotipológico de la comunidad aparecen por igual, al comienzodel siglo, en los escritos de radicales y conservadores; ellosconstituyen una parte del amplio contraste entre el moder-nismo y el tradicionalismo que ocupó un lugar tan promi-nente en el análisis político y filosófico. La trama mismade las Reflections on the Revolution in France de Burke (ytambién de algunas de sus otras obras, incluyendo los dis-cursos acerca de los colonos norteamericanos y acerca dela India) es el contraste permanente entre la «sociedad le-gítima», compuesta de parentesco, clase, religión y locali-dad y cimentada por la tradición, y el nuevo tipo de sociedadque veía desarrollarse en Inglaterra y en el continente, con-secuencia (previsiblemente inestable), a su juicio, de la ni-velación democrática, el comercialismo desenfrenado y 'elracionalismo sin raigambre. La oposición de Hegel entre la«sociedad familiar» y la «sociedad cívica» incorpora a todasluces la tipologia ; además está presentada en un contextofundamentalmente no polémico. Es oportuno volver a citarel ensayo de Bonald «La familia agrícola e industrial», es-crito en 1818, donde se ocupa de los modos antitéticos depensamiento, sentimiento y relación social dentro de la so-ciedad urbana y rural. Análogamente, en los escritos deColeridge, Southey, Carlyle y otros -a todos los cualeshemos aludido ya en relación con el ethos de la comunidad-ese mismo contraste resulta capital. Para estos autores laesencia del contraste residía en aquello que había alcanzadola cumbre comunal en la Edad Media, y lo que comoresultado de la atomización y la secularización, se presen-taba tan deplorable en el mundo moderno.

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Aparte de los escritos ideológicos, tres grandes obras eruditasde mediados del siglo XIX proporcionaron, a mi juicio,un antecedente efectivo del empleo tipológico de la comu-nidad, que encontramos en Tonnies y en la tradición socio-lógica. .La primera es la monumental Das Deutsche Genossenschalts-recht de Otto van Gierke, publicación que comenzó en1868 y prosiguió durante varias décadas. Dada la situaciónconstitucional de Alemania en esa época -donde desempe-ñaba un papel medular el conflicto entre las interpretaciones«romanista» y egermanistas de la ley- era quizás inevitableque la obra de van Gierke, elaborada desde un punto devista acentuadamente germanísta, atrajera mucho la aten-ción, no solo en el terreno de la ley sino también en la esferamás vasta del estudio de la sociedad; puesto que en supensamiento resulta esencial el notable contraste que trazaentre la estructura social medieval (basada sobre status ads-criptas, pertenencia, unidad orgánica de todos los gruposcomunales y corporativos ante la ley, descentralización legaly la distinción básica entre el estado y la sociedad) y lanación-estado moderna (que se apoya en primer término enla centralización del poder político y en segundo términoen el individuo, pulverizando en consecuencia todo lo quealguna vez existió entre ambos). La oposición que estableceentre Genossenschaft y Herrschajt: es fundamental. Nadieexploró en el siglo XIX con más minuciosidad que vanGierke los cimientos comunales de la sociedad medieval, nitrazó con más agudeza el contraste entre esta última y lasociedad moderna. Su obra fue muy leída, no solo en Ale-mania sino también en otras partes del mundo. F. W.Maitland, y más tarde Ernest Barker, la tradujeron en parte.La segunda obra es Ancient Law de Maine, publicada en1861. Redactado en una prosa de finísimo estilo, este pe-queño volumen fue considerado casi inmediatamente un clá-s;:0, tan importante para la política y la sociología comopara la esfera especial de la jurisprudencia a la que Mainepertenecía. Maine define la tipología de la comunidad entérminos de «status» versus «contrato», referente en prin-cipio a las leyes de las personas; pero es evidente que susinferencias van mucho más lejos, alcanzando a la compa-ración total de diversos tipos de sociedad. El contraste entresociedades o épocas que se apoyan fundamentalmente sobreel status y la tradición adscriptos, y las que se apoyan

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sobre el contrato y el status adquirido, esclarece no solo loque Maine dio en llamar un principio de desarrollo (todaslas sociedades tienden --escribió- a transferir el acento delstatus al contrato), sino también la clasifioación de tipos,que suele resultar más relevante. En manos de Maine de-muestra ser una herramienta adecuada para la compren-sión de las sociedades existentes: por ejemplo, las de Europaoriental, India y China, en comparación con la dc Europaoccidental. También es aplicable a períodos históricos ante-riores; por ejemplo, en la evolución de la patria potestas dela Roma antigua, desde la sociedad de «status» de la Repú-blica, a la sociedad de «contrato» del último Imperio. Elobjetivo principal del libro de Maine era demostrar la im-posibilidad de comprender los conceptos legales modernoscomo no fuera a la luz de la transición de un sistema socialbasado sobre el status, hacia otro basado primordialmentesobre el contrato; pero ambos términos fueron muy utiliza-dos desde entonces -incluso por el propio Maine- paraclasificar las sociedades del mundo (subdesarrolladas y mo-dernas, las denominaríamos hoy). Tónnies estaba bien fa-miliarizado con la obra de Maine.El tercer libro a que haremos mención, cuyo estilo igualaen calidad al de Maine, es La ciudad antigua de Fustel deCou1anges, aparecido en 1864. Me referiré a esta obra conmás detalle en un capítulo posterior, pues es uno de lostrabajos claves para la perspectiva de lo sacro-religioso. Porel momento será suficiente observar que este perspicaz es-tudio de la ciudad-estado griega y romana es también unadescripción de los procesos de formación yclesintegraciónde la comunidad. El contraste entre la comunidad estable ycerrada que caracterizó la historia inicial de Atenas y Roma,y.la sociedad individualizada y abierta en que se transformóen.un período posterior, sirve de base para una interpre-tación sociológica de la cultura clásica y sus cambios queconserva la misma frescura y poder de sugestión que teníacuando Fustel escribió el libro.Como se habrá advertido, los tres libros aparecieron duran-te la década de 1800, y su 'influencia sobre el pensamientoeuropeo fue inmediata, En la época en que Tónnies escribióSu Gemeinschait und Gesellschaft, las ideas expresadas en~quéllos eran bien conocidas y no podían haberle pasadoInadvertidas. Si examinamos la obra de Tónnies encontra-mos que es, en realidad, una fusión (dentro de su propia

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tipulogía distintiva de comunidades) de los temas básicosde von Gierke, Maine y Fuste! de Coulanges: la transiciónde: 1) la política occidental, de lo corporativo y comunal, alo individualista y racional; 2) la organización social occi-dental, del status adscripto al contrato; y 3) las ideas oc-cidentales, de lo sacro-comunal a lo secular-asociacional.Tünuies dio articulación teórica a estos tres temas, y aunquehaya extraído también su material de la transición' delmedievalismo al modernismo de Europa occidental, su em-pleo tipológico de esos datos permite una aplicación uni-versal.No siempre se toma debida cuenta de que el libro de Ton-ni es fue escrito cuando el autor solo tenía treinta y dos años, ,antes de la publicación de cualquiera de las grandes obrasde Weber, Durkheim y Simmel, ni que a este libro siguióuna larga obra erudita que se hizo extensiva a muchoscampos de la teoría y de la historia.Se ha dicho con frecuencia que Tonnies procuraba conGemeinschaft und Gesellschaft, exaltar nostálgicamente elpasado comunal, y que era enemigo de las tendencias libera-les de la era moderna. En el prefacio de la última edición,vemos que esos cargos influyeron sobre su pensamiento: «Amodo de guía -dice allí- quisiera agregar que no tuvehace cincuenta años la intención, ni la tengo ahora, depresentar con este volumen un tratado ético o político. Aeste respecto ya previne con insistencia, en mi primer pre-facio, contra las explicaciones descaminadas y las aplicacio-nes inteligentes pero capciosas de misideas.v'" Advertiremosel pathos de esta afirmación si recordamos que fue escrita enmomentos en que los nazis pregonaban por el mundo sustorpes doctrinas de la santidad de la «comunidad» basadasobre la raza y la nación. Sin duda, es cierto que Gemein-schaft und Gesellschaft refleja un grado considerable de nos-talgia por las formas comunales de sociedad en que Tónniesmismo se había criado, aunque cabe dudar de que esa nos-talgia sea mayor de la que podemos encontrar en Weber oDurkheim. Toda la sociología del siglo XIX está imbuidade un tinte de nostalgia en su propia estructura. En todo

25 Ferdinand Tónnies, Gemeinschaft und Gesellschajt, 1887; 8" ed.,Leipzig, 1935. Todas las referencias que siguen son de Communityand Society, Charles Loomis, trad. y comp., Nueva York: HarperTorchbook, 1963.

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caso, hay un universo de distancias entre ella y las doctrinasdel nazismo.Volvamos a los conceptos Gemeinschaft y Gesellschaft. Esfácil traducir el primero como comunidad, si damos a lapalabra el sentido cabal que le asignamos en este capítulo.Con el segundo la cosa es más difícil: su traducción máscomún es «sociedad», lo cual no dice casi nada, pues des-pués de todo, la comunidad es en sí misma una parte dela sociedad. La Gesellschaft adquiere importancia tipológicacuando la consideramos como un tipo especial de relaciónhumana, caracterizada por un alto grado de individualis-mo, impersonalidad, contractualismo, y procedente de lavolición o del puro interés más que de los complejos estadosafectivos, hábitos y tradiciones subyacentes en la Gemein-schaft.Tonnies nos dice que la sociedad europea evolucionó desdelas uniones de Gemeinschaft a asociaciones de Gemeinschaft,luego a asociaciones de Gesellschaft, y finalmente a unionesde Gesellschaft. Esta es, en esencia, la síntesis de la evolucióneuropea, que él convierte en una tipología clasificatoria parael análisis de toda sociedad, pretérita o actual, europea o no.Las primeras tres fases del desarrollo reflejan una individua-lización creciente de las relaciones humanas, donde predo-minan cada vez más la impersonalidad, la competencia yel egoísmo. La cuarta fase representa los esfuerzos de lasociedad moderna por recuperar algunas de las seguridadescomunales que ofrecía la sociedad anterior -mediante lastécnicas de las relaciones humanas, la seguridad social y elseguro de empleo- dentro del contexto de una corporaciónprivada o pública del tipo de la Gesellschaft. Podríamoscomparar la cuarta fase con una seudo-Gemeinschaft en susmanifestaciones más extremas.Presentado su perfil histórico, veamos ahora más minucio-samente los propios términos. Comenzaremos con la Ge-meinschaft y sus dos fases: «El prototipo de todas las unionesde Gemeinschaft es la familia. El hombre participa en esasrelaciones por su nacimiento: la voluntad racional librepuede determinar que permanezca dentro de la familia,pero la existencia misma de esa relación no depende de ella.Los tres pilares de la Gemeinschaft -la sangre, el lugar(país) y la mentalidad, o sea el parentesco, la vecindad yla amistad- están comprendidos dentro de la familia, peroel primero de ellos es su elemento constitutivo.» Las asocia-

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ciones de Gemeinschaft, en cambio, «son perfectamente in-terpretables como amistad, Gemeinschaft de espíritu y men-talidad basada sobre el trabajo común o la vocación, y poreso sobre creencias comunes». Entre las múltiples manifesta-ciones de asociaciones Gemeinschaft están los gremios, lasfraternidades de artes y oficios, las iglesias y las órdenesreligiosas. «En todas ellas persiste la idea de la familia. Elprototipo de la asociación en Gemeinschaft sigue siendo larelación entre amo y sirviente o, mejor dicho, entre maestroy discípulo ... » Evidentemente, la combinación de unionesy asociaciones de Gemeinschaft que Tónnies bosqueja noes ni más ni menos que un esquema social de la Europa me-dieval, aunque sus consecuencias trascienden a Europa.La Gesellschaft, en sus dos formas, asociación y unión, re-fleja recíprocamente la modernización de la sociedad eu-ropea: siempre es importante tener presente que Gesellschaftdesigna el proceso tanto como la sustancia. Para Tonniesella sintetiza la historia de la Europa moderna. En la Ge-sellschajt pura, simbolizada según él por la empresa econó-mica moderna y la trama de relaciones legales y morales enque se desenvuelve, vamos hacia una asociación que ya nosigue el molde del parentesco ni de la amistad. «La diferen-cia reside en que para ser válida, es decir, para satisfacerla voluntad de sus miembros todas sus actividades debenrestringirse a un fin definido y a medios definidos de al-canzarlo.s=' La esencia de la Gesellschaft es la racionalidady el cálculo. El pasaje siguiente es una síntesis perfecta dela distinción que establece Tonnies entre ambos conceptos.«La teoría de la Gesellschaft atañe a la construcción arti-ficial de un agregado de seres humanos que se parece su-perficialmente a la Gemeinschaft, en la medida que laspersonas viven y habitan juntas y en paz. Sin embargo, en laGemeinschaft permanecen esencialmente unidos, a pesarde todos los factores disociantes, en tanto que en la Ge-sellschaft están esencialmente separados a pesar de todos losfactores unificadores. En la Gesellschaft, a diferencia de laGemeinschaft, no encontramos acciones derivables de unaunidad necesaria y existente a priori, acciones que mani-fiesten, por ende, la voluntad y el espíritu de la unidad, auncuando sean desempeñadas por el individuo; acciones que,en la medida en que son realizadas por el individuo, tienen

26 Community and Society, pág. 192.

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como beneficiarios a los que están unidos a él. En la Ge-sellschaft, repetimos, esas acciones no existen. Por el contra-rio, todos están aquí solos y aislados, y en situación de ten-sión contra todos los demás.v'"Sería erróneo suponer que Tónnies considera el contrastesustantivo y empírico de las relaciones humanas tan definí-do y abrupto como podrían sugerirIo los conceptos de Ge-meinschalt y Gesellschaft. Aunque el influjo de cada unode ellos guarde una correspondencia aproximada con lasdos grandes fases de la historia europea ~tradicional ymoderna-, él los emplea como una especie de tipos ideales,y así puede exhibir elementos de GeseUschaft en la familiatradicional, y con la misma facilidad elementos de Gemein-schaft en la corporación moderna. Este aspecto de su pen-samiento suele ser soslayado. Weber habría de desarrollarlo yhacerla más flexible, pero ya está presente en aquél.Tonnies advierte que siempre y en todas partes, la carac-terización popular de 103 dos tipos de organización muestraun fuerte elemento moral. La Gemeinschaft y sus diversoscorrelatos tienden a ser «buenos»: o sea, podemos decirde alguien que ha caído en malas «asociaciones» o en unamala «sociedad», pero nunca en una «mala comunidad".Todos los estados de ánimo elementales de la sociedad quegozan de aprecio -el amor, la lealtad, el honor, la amistad,etc.- son emanaciones de Gemeinschait, Simmel, como yaveremos, da mucha importancia a esto, aunque sin hacerreferencia a los dos términos acuñados por+Tonnies. LaGemeinschaft es el asiento de la moralidad, la sede de lavirtud. También es potente su influencia sobre el trabajo.«La Gemeinschaft, en la medida en que es capaz de hacerla,transforma toda tarea en una' especie de arte, le da estilo,dignidad y encanto, y un rango dentro de su clase, señaladocomo vocación y honor.» Para Tónnies hay Gemeinschaftcuando el trabajador -ya sea artista, artesano o profesio-nal- se entrega sin reservas a su labor sin medir el tiemponi la compensación. «Sin embargo, la remuneración endinero, tanto como la posesión del producto terminado para

27 Ibid., págs. 64 y sigs. Las bastardillas son mías. En el ensayode Bonald acerca de la sociedad rural y urbana al que me referíantes encontramos expresiones notablemente parecidas: «l'agricul-ture qui disperse les hommes dans les campagnes, les unit sans lesrapprocher»; mientras que «le commerce qui les entasse dans lesvilles, les rapproche sans les unir», Bonald, (Euures, II, pág. 239.

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la venta, tiende a provocar una inversión de este proceso,que hace que el individuo se identifique en una sola perso-nalidad con esta construcción mental. En la Gesellschaft ...esa personalidad es, por naturaleza y conciencia, el hombrede negocios o comerciante.»28Tonnies nos dice que la tipología permite incluso una di-ferenciación útil de ambos sexos. La mujer, por naturaleza,se entrega más fácilmente a los propósitos y valores de laGemeinschafi. «Por ello comprendemos lo reñido que debeestar el comercio con la mentalidad y naturaleza femeni-nas.» La historia europea muestra con bastante claridadque la mujer puede ser y ha sido, convertida a los roles dela Gesellschaft; esto se vincula estrechamente con su eman-cipación. Pero a medida que se incorpora a la lucha por lavida «es evidente que el comercio y la libertad e indepen-dencia de que goza la obrera fabril como parte contratantey poseedora de dinero, desarrollará su voluntad racional yle permitirá pensar de manera calculadora (aunque, en elcaso del trabajo de fábrica, la tarea en sí no apunte en esadirección). La mujer adquiere lucidez y conciencia y setorna insensible: nada más terrible y extraño a su natura-leza innata, a pesar de todas las modificaciones posteriores.Nada tampoco, quizá, más característico e importante enel proceso de formación de la Gesellschait y destrucción dela Gemeinschait.et» El elemento Gemeinschaft en la mujer-también en el niño- es lo que explica la facilidad conque ambos fueron explotados en las primeras fábricas, nosdice Tonnies, pues son por naturaleza más vulnerables queel varón adulto.¿ Acaso significa esto que carezca la Gesellschaft de elemen-tos morales positivos? De ninguna manera. Sin la Gesell-schaft y su constelación especial de elementos sociales eintelectuales, el liberalismo y muchos de los atributos dela cultura moderna no podrían haber surgido. La ciudades la sede de la Gesellschaft. «La ciudad es también elcentro de ia ciencia y la cultura, que van de la mano conel comercio y la industria. Aquí las artes deben ganarse lav~da: son explotadas a la manera capitalista. Las ideas sedifunden y cambian con asombrosa rapidez .• Los discursosy libros, mediante la distribución masiva, se convierten en

28 Tonnies, op. cit., pág. 165.'29 lbíd., pág. 166.

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estímulos de importancia trascendental.» Pero con el avan-ce de la Gesellschalt y su brillo cultural debe producirsela desintegración de la Gemeinschaft. En ese punto Ton-nies es claro y categórico. No conozco ningún pasaje queejemplifique esto tan bien ni condense los argumentos mo-rales, sociológicos e históricos de su libro, como lo hace elsiguiente; aparece en la parte en que aplica su tipología a lahistoria romana y al nacimiento del Imperio, pero 10 mismopodría figurar en cualquier otro lugar de su obra.«En este sentido nuevo, revolucionario, desintegrador y ni-velador, la ley general y natural es en su totalidad un ordencaracterístico de Gesellschaft, manifiesto en su forma máspura en la ley comercial. En sus comienzos parece muyinocente: solo significa progreso, refinamiento, perfecciona-miento y mayores facilidades; sirve a la bondad, a la razóny a la ilustración. Esta forma persistió aun durante la de-cadencia moral del Imperio. Ambas tendencias han sidodescriptas con frecuencia: la elaboración, universalizacióny por último sistematización y codificación de la ley por unaparte, y por la otra la decadencia de la vida y las moresacompañada de brillantes triunfos políticos, una adminis-tración idónea y una jurisprudencia eficiente y liberal. Peromuy pocos parecen haberse dado cuenta de la relaciónforzosa que existe entre estas dos tendencias, su unidad einterdependencia. Ni siquiera los autores más eruditos lo-gran a veces librarse de prejuicios y alcanzar una concepciónestrictamente objetiva, no deformada, de la. fisiología y lapatología de la vida social. Admiran el Imperio y la leyromanos; condenan la decadencia de la familia y de lasmores; pero se muestran incapaces de analizar la relacióncausal entre ambos fenómenos.ss? ,Los conceptos de Gemeinschaft y Gesellschait abarcan yrepresentan muchas cosas: aspectos legales, económicos, cul-turales e intelectuales; incluso la división entre los sexoscomo hemos visto; pero lo capital es la imagen de un tipode relación social y de 10& elementos mentales afectivos yvolitivos que cada uno de ellos lleva implícita. Lo que laaristocracia y la democracia eran, desde una perspectivatipológica, para Tocqueville; los tipos familiares patriarcale inestable para Le Play, y las formas de producción econó-mica feudal y capitalista para Marx, son la Gemeinschaft

30 lbld., pág. 202.

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y la Cesellschaft para Tónnies. En cada caso se abstrae, seda significación dinámica, y se convierte por así decirlo, encausa efficiens de la evolución de la sociedad, a un soloaspecto del orden social más amplio.Lo importante en la obra de Tónnies no es el mero análisisclasificatorio; ni tampoco la filosofía de la historia, sinoque mediante esta diferenciación de Cemeinschaft y Ce-sellschaft como tipos de organización social, y mediante elempleo histórico y comparativo de estos tipos, contamos conuna explicación sociológica del advenimiento del capitalis-mo, el estado moderno y toda la actitud mental modernista.Lo que otros descubrieron en los campos económico, tecno-lógico o militar, de la causalidad, Tónnies lo encontró en elcampo estrictamente social: la comunidad y su desplaza-miento sociológico por modos no comunales de organiza-ción, legislación y sistema político. Para Tónnies el adve-nimiento del capitalismo y la nación-estado moderna sonaspectos de un cambio social más fundamental, que identi-fica en los términos de Cemeinschaft y Cesellschaft. Talel mayor mérito de su libro. Mientras Marx considera, porejemplo, que la pérdida de la comunidad es consecuenciadel capitalismo, Tónnies juzga que el capitalismo es con-secuencia de la pérdida de comunidad: del pasaje de laCemeinschaft a la Cesellschaft. Extrae así a la comunidaddel status de variable dependiente que tenía en las obrasde los economistas e individualistas clásicos en general, yle da status independiente y aun causal. Esta es la esenciade su empleo tipológico de la comunidad, esencia que setransmite a las obras de Durkheim, cuya crítica de Tonniese inversión de la terminología empleada por él no puedenocultar la afinidad que existe entre sus tipos de solidaridad«mecánica» y «orgánica», y los conceptos de su predecesor.También la encontramos en Simmel (quien utilizó «metró-poli» como término sintetizador del modernismo) y en labase de la distinción sociológica norteamericana entre lostipos de asociación «primaria» y «secundaria», que debemossobre todo a Charles H. Cooley.En nadie, empero, influyó la tipología de Tónnies con másprofundidad y produjo resultados más originales que en MaxWeber. Dejaremos para el capítulo siguiente el análisisde los fecundos tipos «tradicional» y «racional» de autoridady sociedad de Weber. Baste señalar aquí que guardan unacorrespondencia casi perfecta con los términos acuñados

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por Tonnies. Por el momento, me interesa más destacar elempleo directo, P?r parte de, yveber? de la tipología de co-munidad. Sus ongenes empmcos bien pueden remontarseal interés que mostró Weber por la transición del trabajo

.agrícola de una condición de «status» a una condición de«contrato» (interés despertado en 1890 por la indagación delas condiciones de la agricultura en Alemania oriental que!levara a cabo la Ve rein für S ozialpolitik). Pero la formacon que de esta temprana preocupación suya pasa al trata-miento comparativo en gran escala de la sociedad es segu-ramente consecuencia, en buena medida, del efecto que tu-vieron sobre él las elaboraciones teóricas de Tonnies.La ética comunal ocupa un lugar central en la obra deWeber. Como Tónnies, Weber consideró a la historia euro-pea como una especie de declinación gradual del patriar-calismo y la hermandad que habían caracterizado a lasociedad medieval. Para Tonnies esta declinación está ex-presada, como hemos visto, por la Cesellschaft tomada comoproceso (así la consideró él explícitamente). Para Weber esla consecuencia del proceso de «racionalización>. Ambosprocesos son, sin embargo, notablemente parecidos.Más en consonancia con el presente análisis, tenemos elefecto de la tipología de Tónnies sobre la manera en queexamina Weber la índole de la acción social y de las rela-ciones sociales. El enfoque de Weber es más sutil y, en su

..con junto, más completo, pero sus raíces en' la distinción queestableciera aquél entre los dos tipos de asociación están a lavista.Vemos esto con claridad en la notable caracterización we-beriana de los cuatro tipos de acción social, orientados res-pectivamente: 1) hacia fines interpersonales, 2) hacia finesvalorativos absolutos, 3) hada estados emocionales o afec-tivos, y 4) hacia lo tradicional y lo convencional. Conceda-mos que la clasificación de Weber es superior; de todos mo-dos, su vínculo con la distinción de Tónnies entre los dostipos de volición, y entre normas sociales y valores sociales,resulta incontestable. Otro tanto podemos afirmar del aná-lisis weberiano de los tipos de relación social. La prioridad(en términos de lógica) que les asigna Weber en las estruc-turas institucionales más amplias donde encontramos estostipos de relación social -política, económica, religiosa,etc.- es, por sí sola, testimonio del poder ejercido por elenfoque de Tónnies, que asignaba prioridad a los tipos de

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volición y relación. En todo el examen weberiano de laacción social, las formas de orientación de la acción socialy la «legitimidad» del orden social, está subyacente el con-traste entre Gemeinschaft y Gesellschait,Volvamos, sin embargo, al empleo específico por parte deWeber del concepto de «comunidad» )' é u antítesis. Le en-contramos cuando habla de los tipos de «relación social desolidaridad», donde establece la distinción fundamental en-tre lo «comunal» y lo «asociativo». Estos son los tipos queWeberencuentra por doquier en la historia humana, yrepresentan para él exactamente lo que Gemeinschaft y Ge-sellschaft para Tonnies: tipos ideales. Weber nos dice queuna relación es comunal cuando está basada' sobre el sen-timiento subjetivo de pertenencia mutua de las partes, deque cada una de ellas está implicada en la existencia totalde cada una de las otras. Ejemplo de ello son el grupomilitar estrechamente unido, el sindicato, la cofradía reli-giosa" los lazos que vinculan entre sí a los amantes, y laescuela o universidad; además, por supuesto, de otros ejem-plos obvios tales como la familia, la parroquia y la vecindad.Para Weber una relación es asociativa cuando se apoyasobre un «ajuste de intereses motivado racionalmente, uotro acuerdo que responda a motivos similares». Poco im-porta que esté guiada por la utilidad práctica o por unvalor moral; será asociativa si responde a un cálculo racio-nal del interés o la voluntad, antes que a una identificaciónemocional. Los ejemplos más puros de relaciones asociati-vas los encontraremos en el mercado libre, o sociedad abier-ta; aparecen allí asociaciones que implican la avenencia deintereses opuestos pero complementarios, asociaciones volun-tarias que se apoyan exclusivamente sobre el interés personalo la creencia y el consentimiento contractual; no solo lahallaremos en la conducta económica sino también en laconducta religiosa, educacional y política.Estos son los dos tipos fundamentales de relación que Weberdescubre en la sociedad humana. Son para él perspectivas,tipos ideales, y gran parte de su enfoque destaca el=hechode que ambos pueden aparecer participando en la mismaestructura social. «Toda relación social que va más allá dela prosecución de fines comunes inmediatos; que perdura,por ello, durante lapsos prolongados, abarca relaciones so-ciales relativamente permanentes entre las mismas personas,y éstas no pueden limitarse en forma exclusiva a las activi-

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r dades técnicamente necesarias.s'" De ahí la tendencia, aunen las relaciones económicas basadas sobre un contrato, aque comience a desarrollarse una atmósfera más comunalcuando se prolongan durante cierto tiempo. «A la inversa,una relación social que se juzga normal y primariamentecomunal puede contener acción -de algunos o incluso to-dos los participantes- orientada en importante medida porconsideraciones prácticas. Existe, por ejemplo, una ampliavariación en la magnitud con que los miembros del grupofamiliar sienten una genuina comunidad de intereses o, encambio, aprovechan la relación para sus fines propios. »32

Weber va más allá de la distinción simple entre lo comunaly lo asociativo, para describir las que llama relaciones abier-tas/Y cerradas:«Diremos que una relación social, ya tenga carácter comu-nal o asociativo, es "abierta" a los extraños si (y en la me-dida que) no se niega participación en la acción social mu-tuamente orientada, relevante respecto a su significado sub-jetivo, a quienes deseen participar y puedan hacerlo, deacuerdo con su sistema de orden. En cambio, llamaremos"cerrada" para los extraños a la relación que, de acuerdocon su significado subjetivo y las leyes 'coercitivas de suorden, excluye, limita o sujeta a condiciones la partici-pación de ciertas personas. ,,33

El hecho de que una relación sea abierta o cerrada nodetermina intrínsecamente, que sea comunal o asociativa.Hay relaciones asociativas -sociedades comerciales, clubesselectos, por ejemplo- que son tan cerradas como las co-munidades de parentesco más aisladas y aferradas a la tra-dición. La «cerrazón" (closure), en síntesis, puede obe-decer a razones tradicionales, .emotivas o de mero cálculo.La relación de tipo comunal es, empero, la que tiende a ma-nifestar con más frecuencia los atributos sociales y moralesdel orden cerrado; pues cuando una relación se vuelve aso-ciativa -es decir, fruto del interés o la volición, más que dela tradición o el parentesco- resulta difícil imponer loscriterios de hermetismo.La demostración más notable de esto, en Weber, se refiere

31 The Theory o/ Social and Economic Or ganization, trad. deA. M. Henderson y Talcott Parsons; comp. Talcott Parsons, NuevaYork: Oxford University Press, 1947, pág. 137.32 Ibíd., págs. 137 y sigs.33 lb íd., pág. 139.

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a la ciudad. Aun con los cánones actuales, su estudio com-parativo de la estructura y la conducta urbanas sigue siendoun acierto notable, crucial en su estudio del capitalismo,como lo es su obra sobre la ética protestante (hecho olvidadomuy a menudo por sus críticos). Weber nos dice que lamayor diferencia entre las ciudades del mundo antiguo ylas de la Edad Media europea reside en que aquéllas eranpor lo general asociaciones de comunidades -es decir, com-puestas por grupos étnicos o de parentesco estrechamentevinculados entre sí y legalmente indisolubles-, en tanto quelas ciudades medievales fueron desde el comienzo asociacio-nes de individuos (individuos cristianos, por supuesto, dadoque a los judíos se les negaban los derechos de la ciudadaníacon motivo de estar incapacitados para participar en lamisa), y estos individuos juraban lealtad a la ciudad comotales, no como miembros de castas u otros grupos. Todaslas ciudades medievales fueron en su origen, «asociacionesconfesionales de creyentes individuales, no asociaciones ri-tuales de grupos de parentesco».Vveber ha señalado con perspicacia que este hecho tiene dosnotables y divergentes consecuencias: por una parte, el in-dividualismo de sus miembros -es decir, la falta de com-promiso legal de cada uno de sus miembros respecto deotros grupos sociales- contribuía al comunalismo y la auto-nomía crecientes de la propia ciudad medieval, que al prin-cipio era una comunidad en todo el sentido de la palabra,tal como el monasterio o el gremio. Pero al mismo tiempoese individualismo determinó que desde el principio exis-tiera una tendencia estructural a adoptar carácter de aso-ciación, donde los derechos de los individuos adquiriríancada vez mayor prominencia y donde sería cada vez másfácil a los extraños ser aceptados como ciudadanos, plan-teando un reto a los gremios y otros grupos cerrados de laciudad y contribuyendo de ese modo al desarrollo generaldel capitalismo y la racionalidad secular moderna.P"

34 Véase The City, trad. y comp. de Don Martindale y GertrudeNeuwirth, Glencoe: The Free Press, 1958. No hace mella en lagrandeza de Weber observar que este libro se apoya en la tipologíade Tónnies,

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La comunidad' como metodología

En Durkheim encontramos la idea de comunidad empleadano en forma meramente sustantiva, como en Le Play, nomeramente tipológica, como en Tónnies, sino también enforma metodológica. En sus manos se transforma en unaestructura de análisis dentro de la cual adquieren nuevasdimensiones cuestiones tales como la moralidad, la ley, elcontrato, la religión y aun la naturaleza de la mente humana.Independientemente de la influencia directa de Durkheimsobre la sociología, su empleo de la idea de comunidadserviría de inspiración a un número considerable de eru-ditos, pertenecientes a disciplinas tan distantes de la sociolo-gía como la historia clásica, la jurisprudencia y el estudio dela cultura china. En los trabajos de Gustave Glotz sobrela antigua Atenas, vemos aplicar como perspectiva de aná-lisis de la filosofía y el arte, de la cultura y la política, laintegración y desintegración de la comunidad ateniense. Lomismo cabe afirmar de la obra filosófica de 'León Duguit enjurisprudencia, de la interpretación de la historia del dere-cho romano de J. Declareuil, y de los complejos y sutilesestudios de la cultura china de Marcel Granet. En todasestas obras, y también en muchas otras, el concepto de co-munidad deja de referirse a la mera colectividad, a un tiposustancial de relación humana, para transformarse en uninstrumento de análisis de la conducta reflexiva del serhumano.Durkheim comparte con Freud gran parte de la responsa-bilidad por haber encaminado el pensamiento social con-temporáneo, desde las categorías racionalista s clásicas devolición, deseo y conciencia individual, hacia aspectos queson, en un sentido estricto, no volitivos y no racionales. Sibien la influencia del segundo de los nombrados es másvastamente reconocida, no faltan razones para considerarque la reacción de Durkheim contra el racionalismo indi-vidualista fue más amplia y fundamental que la de aquél.Después de todo, Freud no dudó jamás de la primacía delas fuerzas individuales e intraindividuales al analizar laconducta humana. Según su doctrina, las influencias no ra-cionales provienen de una mente inconsciente interna alindividuo, aunque esté genéticamente relacionada con elpasado de la raza. En síntesis, el individuo sigue siendo ensu pensamiento una realidad tangible. Para Durkheim, sin

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embargo, la comunidad tiene realidad previa, y de elladerivan los elementos esenciales de la razón.Es instructivo señalar que en Durkheim aparece invertidoel cuadro del individualismo. Allí donde la perspectiva in-dividualista había reducido todo lo que era tradicional ycorporativo en la sociedad a los átomos rígidos e inmutablesde la mente y el sentimiento individuales, Durkheim, enforma diametralmente opuesta, hace que estos últimos seanmanifestaciones de aquello. Tenemos así una especie de re-duccionismo a la inversa, que toma algunos de los estadosmás profundos de la individualidad -por ejemplo, la fereligiosa, las categorías de la mente, la volición, el impulsosuicida- y los explica en función de lo que está fuera delindividuo: en la comunidad y en la tradición moral. Durk-heim reduce a estados prerracionales y preindividuales delconsenso comunal y moral aun esas formas tan indudable-mente racionales de la relación como son el contrato y ladecisión política. A partir de una metodología basada sobrela prioridad de la comunidad, examina el delito, la insania,la religión, la moralidad, la competencia económica y el de-recho. Lo que señalamos antes acerca del referente de lo«social» en la sociología europea y su modificación, es apli-cable con particular propiedad a Durkheim. El rigor conque critica al individualismo utilitario deriva en parte delo que Durkheim consideraba su concepción inapropiadade la naturaleza de la sociedad, como una constelación im-personal de intereses y acuerdos. Según él, esto no serviríanunca de nada: las raíces reales de la palabra sociedadestaban, en su opinión, en la communitas, no en la societas."La sociedad no puede hacer sentir su influencia a menosque esté en acción, y no está en acción si los individuos quela componen no se asocian y actúan en común. Solo me-diante la acción común toma conciencia de sí misma ycomprende cuál es su posición; es, por sobre todas las cosas,una cooperación activa. ,,35

De este enfoque comunal de la naturaleza de la sociedadprocede el fundamental concepto de la conciencia colecti-va, que Durkheim define acertadamente en función de las«creencias y sentimientos comunes". Esta manera de enca-rar la organización social no es muy semejante, evidente-

mente, a la delos utilitarios del siglo XIX, quienes tal comolos philosophes habían hecho antes, tomaron como referenteinconsciente la societas en sus escritos acerca de la sociedad;la imagen de Durheim les habría parecido en exceso cor-porativa. El pensamiento de Durkheim estuvo profundamen-te influido por f'Sf' renacimiento total de los valores y atri-butos de la comunidad: comunidad en el sentido de gruposformados a partir de la intimidad, la cohesión emocional, laprofundidad y la continuidad. Para él la sociedad no essino comunidad, en su sentido más amplio.Es importante advertir que el interés inicial de Durkheimpor los atributos metafísicos de la sociedad tuvo su origenen su tentativa de demostrar que las limitaciones y reglaspropias de los tipos tradicionales de organización social eraninaplicables a la vida moderna. De la división del trabajosocial perseguía como objetivo textual probar que la divisióndel trabajo en la sociedad moderna cumplía la función deintegrar a los individuos mediante su búsqueda de especia-lizaciones complementarias y simbólicas, haciendo posible-por primera vez en la historia-s- acabar con los mecanis-mos tradicionales de coerción social. La función de ladivisión del trabajo es social: es decir, la integración; conella deben aparecer nuevas relaciones y leyes. Los tipos tra-dicionales de relación y de derecho -basados sobre la re-presión, las costumbres y las sanciones comunales- songradualmente descartados. Tales fueron los motivos que loimpulsaron a escribir ese libro; sin embargo, extrajo otrasconclusiones. 'Durkheim distingue en él entre dos tipos de solidaridad so-cial: la mecánica y la orgánica. La primera es la que haexistido a lo largo de casi toda la historia de la sociedadhumana: basada sobre la homogeneidad moral y social, esreforzada por la disciplina de la pequeña comunidad. Den-tro de este marco domina la tradición, hay una completaausencia de individualismo, y la justicia se dirige de maneraarrolladora hacia la subordinación del individuo a Ia con-ciencia colectiva. La propiedad es comunal, la religión nose distingue del culto y el ritual, y todas las cuestiones rela-tivas al pensamiento y conducta individuales son determi-nadas por la voluntad de la comunidad. Los lazos de pa-rentesco y localismo, y lo sacro, dan sustancia al conjunto.La segunda forma de solidaridad -la que llama orgánica-se basa sobre la primacía de la división del trabajo. COI: el

35 'The Elemeniary Forms of Religious Lile, trad. de Joseph WardSwain, Londres: George Allen & Unwin, 1915, pág. 418.

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advenimiento de la tecnología y la liberación general de laindividualidad de las restricciones del pasado, fue posible'-por primera vez en la historia, también en este caso- queel orden social se apoyara, no sobre la uniformidad mecá-nica ni la represión colectiva sino sobre la articulaciónorgánica de individuos libres empeñados en funciones di-ferentes, pero unidos por sus roles complementarios. Dentrodel marco de la solidaridad orgánica el hombre puede estaren general desvinculado de las restricciones tradicionalesdel parentesco, la clase, el localismo y la conciencia socialgeneralizada. La justicia será restitutiva más que penal; laley perderá su carácter represivo, y habrá cada vez menornecesidad de' castigo. La heterogeneidad y el individualismoreemplazarán a la homogeneidad y el comunalismo, respec-tivamente, y la división del trabajo brindará todo lo nece-sario para mantener la unidad y el orden.Talla concepción inicial de De la división del trabajo, fácil-mente inferible de sus capítulos iniciales, en especial a laluz de lo que Durkheim había escrito durante los tres ocuatro años anteriores a su publicación. No hay duda deque el terna del racionalismo progresivo e individualistatenía mucho mayor vigencia en su pensamiento al comienzode la obra que al final. Dada la naturaleza progresiva delmarco de cambio donde Durkheim procuró al principioubicar los dos tipos de sociedad, sus conclusiones habríantenido curiosa similitud con las de Herbert Spencer, puesreducido el argumento de este último a sus elementos esen-ciales, subrayaba el ascendiente progresivo de los lazos ba-sados sobre sanciones restitutivas y división del trabajo, conrespecto a los que tenían sus raíces en la tradición y en lacomunidad.Pero Durkheim fue más lejos: la contribución distintiva dela obra antes citada reside en que, en el mismo procesode defender lo que él concebía corno tesis inicial de su tra-bajo, vio su debilidad intrínseca cuando se la llevaba a susconclusiones lógicas, y al advertirlo la modificó, sutil perodecididamente. Corno Weber, Durkheim comprendió queaunque la distinción conceptual entre los dos tipos de so-lidaridad o asociación era real, la estabilidad institucionaldel segundo debía afianzarse en la continuación (en una uotra forma) del primero. Los racionalistas progresivos dela época afirmaban más bien que uno debía reemplazar alotro. Durkheim demostró, más aún que Weber, que ese

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reemplazo llevaría, en realidad, a una monstruosidad socio-ló¡.Óca.No es 'fácil desentrañar la enredada maraña de argumentosque componen la demostración de Durkheim (y esto es loque hace que De la división del trabajo sea, para el estudioso,la más fascinante de sus obras). En cierto sentido el libroes una especie de palimpsesto y se requiere no poco inge-nio para descubrir en qué punto la segunda tesis comienzaa imponerse a la inicial.El análisis minucioso nos revela que ese segundo argumentoempieza a desarrollarse a partir de la mitad del libroaproximadamente, y encuentra su mejor expresión en elpasaje siguiente: «La división del trabajo solo puede tenerlugar en el seno de una sociedad preexistente. Alrededor detoda la división del trabajo hay una vida social, pero pre-supuesta por aquélla. Esto es lo que hemos establecidodirectamente en realidad, al demostrar que hay sociedadescuya cohesión responde en esencia a una comunidad decreencias y sentimientos; de estas sociedades surgen aquellascuya unidad es asegurada por la división del trabajo.s '"El pasaje reviste crucial importancia, pero Durkheim no esdel todo sincero. Aunque se mostró interesado por el tipode cohesión que calificara corno mecánica -de la que ana-lizó sus formas de derecho, costumbres y creencias- no estotalmente cierto que haya destacado la necesidad perma-nente, en la sociedad orgánica moderna, de elementos esta-bilizadores de carácter mecánico. Puede decirseque su breveanálisis del contrato y las raíces indispensables de este últimoen formas no contractuales de autoridad y relaciones, es la«divisoria de aguas» de su argumentación.Señalar este aspecto en De la división del trabajo -la «in-versión» del argumento empleado por su autor- resulta ca-pital para comprender toda su obra, y la única forma deencontrar congruencia entre este libro y los que lo sucedie-ron. Hay constancia, por supuesto, de que Durkheim jamásvolvió a distinguir de modo' alguno entre los dos tipos desolidaridad en sus estudios posteriores, ni empleó la divisióndel trabajo corno forma de cohesión, ni mucho menos acudióa una racionalización de los conflictos y la anomia en lasociedad como meras «formas patológicas de división del

36 The Division o/ Labor in Society, trad. de George Simpson,N.ueva York: The Macmillan Company, 1933, pág. 277. (De ladIvisión del trabajo social, Buenos Aires: Schapire, 1966.)

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trabajo». Los tipos de sociedad, coerción y solidaridad delos que se ocupó en sus obras posteriores -ya sea en térmi-nos teóricos o prácticos- nada tienen que ver con los atri-butos que asignó a una sociedad moderna, orgánica y (pre-sumiblemente) irreversible en De ladivisi6n del trabajo. Porel contrario, la sociedad -según todas sus apariencias, fun-ciones y roles históricos- se convierte !Jara Durkheim enun complejo de elementos sociales y psicológicos, que 'habíarelegado en un comienzo a la raza o sociedad primitiva.Como habría de declarado siempre a partir de entonces, nosolo se funda la sociedad hormal en rasgos tales como laconciencia colectiva, la autoridad moral, la comunidad y losacro, sino que la única respuesta apropiada a las condicio-nes modernas es el fortalecimiento de estos rasgos. Solo porese medio será posible moderar el suicidio, el conflicto eco-nómico y las corrosivas frustraciones de la vida anómica.FEn Las reglas del método sociol6gico, ubicada cronológica-

.mente entre De la divisi6n del trabajo y El suicidio, Durkheimtransmuta los atributos de solidaridad mecánica en caracte-rísticas eternas de los hechos sociales en general. Esto no esmás que una ampliación temeraria de su conclusión ante-rior, según la cual los hechos de la exterioridad social, lacoerción y la tradición -elementos primordiales todos ellosde la solidaridad mecánica- son los únicos que puedeninteresar a los sociólogos en su condición de tales, por mu-cho que avancemos en el estudio de la conducta humana.La tesis fundamental de este pequeño volumen es la im-posibilidad de descomponer o reducir los hechos sociales adatos individuales, psicológicos o biológicos, y mucho me-nos a meros reflejos de fenómenos geográficos o climáticos.P"En la época en que se publicó Las reglas del método socio-16gico -ese período ultraindividualista de las ciencias so-ciales- debe haber parecido poco más que una visión dela mente social absoluta, un ejercicio erudito de reificación.

37 Véase Suicide: A Study in Sociology, trad. de John A. Spauld-ing y George Simpson, Nueva York: The Free Press of Glencoe,1951, págs. 373 y sigs. Este trabajo fue publicado en 1897, cuatroaños después de De la divisi6n del trabajo. Durkheim agregó ensu 2'" edición de esta última obra un nuevo prefacio donde des-arrolla dichas observaciones.38 Th» Rules 01 Sociological Method, trad. de Sarah A. Solovay yJohn H. Mueller; George E. G. Catlin, comp., Chicago: Univer-sity of Chicago Press, 1938; Nueva York: The Free Press oí Glen-coe, 1950, esp. cap. 2.

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Al evocar dicho período comprendemos. que había entoncestan pocos sociólogos capaces de asimilar los argumentoscapitales de Durkheim en sus categorías mentales individua-listas, como serían pocos una o dos décadas más tarde losfísicos capaces de asimilar la teoría de la relatividad deEinstein dentro de las categorías clásicas de sus lecciones demecánica. Hoy, Las reglas de Durkheim, releidas con cui-dado y con alguna indulgencia hacia sus acentos polémicasy caprichos de expresión, parecen contener pocas cosas queescapen a lo que los sociólogos suelen admitir acerca de lanaturaleza de h realidad social en sus estudios empíricos dela conducta institucionalizada. Pero es tal la fuerza de losestereotipos descriptivos en la historia del pensamiento so-cial, que las criticas que constituyeron la primera respuestaa Las reglas han sobrevivido en gran medida, a pesar deque -el clima de individualismo analítico dentro del cual lasformulara fue reemplazado hace rato por otro más afín conlos valores metodológicos de Durkheim.Lo que había nacido, por así decir, en De la divisi6n deltrabajo y fuera bautizado en Las reglas del método socio-lágico, recibió confirmación sucesiva en El suicidio y Lasformas elementales de la vida religiosa. Durante mucho tiem-po los estudiosos han persistido en clasificar estos volúmenesen categorías intelectuales separadas, como si correspondie-ran a fases discontinuas de su obra. La verdad es exacta-

. mente opuesta: la metodología sobre la cual hace hincapiéen Las reglas tiene raíces profundas en De la divisi6n del tra-bajo. Otro tanto cabe decir del contenido empírico concretode El suicidio y la sustancia erudita, de amplias proyeccio-nes, de Las formas elementales: ambos fluyen con claridad yrigor de los conceptos y proposiciones formulados en abs-tracto en Las reglas. De nada vale, en síntesis, dividir elpensamiento de Durkheim en fases mutables e inconexas ro-tuladas evolutiva, metafísica, empírica y funcional-institucio-nal, y afirmar que corresponden, en ese orden, a sus cuatroobras principales.Lo que las cuatro obras tienen en común -y esto es aplica-ble asimismo a los libros de publicación póstuma y a losartículos aparecidos en L' Année y en otros lugares- es una~etafísica social y una metodología derivada de la convic-ción que tomó forma en el pensamiento de Durkheim cuan-do escribió De la divisi6n del trabajo: que toda conductahumana, por encima del nivel de lo estrictamente psicológi-

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co, ha de ser considerada ya como un producto emanado dela sociedad, ya como profundamente condicionada por ella:es decir, por la totalidad de los grupos, normas e institucionesdentro. de los cuales se desenvuelve, consciente o inconscien-temente, todo ser humano desde el momento de su naci-miento. Los instintos sociales, los complejos de superioridad,los sentimientos naturales, pueden existir en realidad en elhombre (Durkheim jamás negó su existencia), pero si loscomparamos con los efectos determinantes de la sociedad encuestiones tales como la conducta moral, religiosa y social,su influencia resulta despreciable, y no proporcionan másque la base orgánica. En todo caso, es imposible llegar aellos -en términos sociológicos- hasta después de haberagotado todas las consecuencias posibles de lo social. Esteúltimo punto es la gran verdad soslayada tan a menudo porel pensamiento individualista y utilitario del siglo XIX, delmismo modo que muchos la siguen soslayando aún hoy.Sin duda es bastante fácil demoler algunas de las construc-ciones metafísicas de Durkheim, y muchos. críticos se hanempeñado en ello. Tomadas en abstracto ¿ cuánto tiempo so-portarán ideas tales como la conciencia colectiva, las repre-:sentaciones colectivas y la autonomía absoluta de la sociedadlos embates del empirismo crítico, el análisis lingüístico yotras manifestaciones de la persecución implacable de lafilosofía contemporánea a todo lo que no es conceptualmenteatómico? Admitámoslo al punto: No mucho.Pero es imposible tratar a Durkheim limitándose a la defi-nición de términos tales como representaciones colectivas,representaciones individuales y anomia, tanto como lo seríadeducir la complejidad y sutileza de su obra de los conceptosde estructura o función. Es imprescindible tomar en cuentalos problemas empíricos y reales que interesaron a Durkheimy que procuró explicar. Esta es la mejor manera de com-prender las conclusiones sustantivas que se alcanzan sobrela base de premisas que bien podrían ser atacadas, en abs-tracto, como «carentes de sentido», metafísico.Veamos, ante todo, su análisis sobre la naturaleza y esenciade la moralidad. Durkheim no se cansó nunca de insistir so-bre el carácter central de lo moral. Todos los hechos socialesson, en sí mismos, hechos morales. En las páginas finales deDe la división del trabajo escribió: «La sociedad no es ... unforastero en el mundo moral, ni algo que solo tenga reper-cusiones secundarias sobre él... Si desapareciera la vida

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social, toda la 'vida moral desaparecería también, pues care-cería ya de objeto.:o39 Planteó la cuestión de manera máscategórica aún en La educación moral: «Si hay un hechoque la historia haya demostrado irrefutablemente, es que lamoralidad está relacionada en forma directa con la estruc-tura social del puehlo que la practica, La relación es taníntima que, dado el carácter general de la moralidad ob-servada en una' cierta sociedad. .. podemos deducir la na-turaleza de esa sociedad, los elementos de su estructura yla forma en que está organizada. Dadme las pautas matri-moniales, las normas morales que dominan la vida familiar,y os diré las características principales de su organización.sé?Insiste en que la moral social no es una abstracción: lo es,en cambio, la moral individual, pues ¿ dónde sino dentro dela comunidad podemos encontrar vida moral? «No hallare-mos vida moral, en ninguna de sus formas, sino dentro dela sociedad; la vida moral solo cambia en relación con lascondiciones sociales. .. Los deberes del individuo para con-sigo mismo son, en realidad, deberes para con la sociedad.vt!La educación moral nos permite comprender en detalle cómoutilizó Durkheim la perspectiva de la comunidad en la elu-cidación de la moralidad. (La mitad, si no más, de este no-table libro póstumo está dedicado a la forma en que loscódigos morales se internalizan en la mente infantil. Nues-tro análisis versará apenas sobre la proposición capital desu obra.) La moralidad presenta tres elementos esenciales:1. El espíritu de disciplina. Toda la conducta moral «seadapta a reglas preestablecidas. Comportarse moralmenteimplica ajustarse a una norma ... Este reino de la moralidades el reino del deber; el deber es la conducta prescripta.>¿ Cuál es la fuente de este .elemento prescriptivo? No elplasma germinal, con seguridad. Quienes responden «Dios»tienen al menos el mérito de buscar fuera del individuo auna autoridad capaz de mandar; pero para Durkheim Dioses solo una forma mítica de la sociedad; por eso su respues-ta es «la sociedad». Solo la sociedad -mediante sus códigosde parentesco, religión y economía, mediante sus tradicio-nes coercitivas y grupos- posee la autoridad necesaria para

39 The Division 01 Labor, pág. 399.40 Moral Education: A Study in the Theory and Application 01the Sociology 01 Education, trad. de Everett K. Wilson y HerrnanSchnurer. Nueva York: The Free Press of Glencoe, 1961, pág. 87.41 The Division 01 Labor, págs. 399 y sigs.

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establecer el sentido del deber ser (que jamás puede serreducido a mero interés o conveniencia, como reiteradamen-te sostiene Durkheim), a una de las fuerzas rectoras y mástenaces de la vida humana. Esta relación inalterable de la:moralidad con el «deber ser», con una disciplina impo-sible de reducir a meros impulsos internos del hombre, es loque conduce a Durkheim a la atirrnacion lógica, aunyut:algo insólita, de que «los erráticos, los indisciplinados, sonmoralmente incornplctosv.P2. Los fines de la moralidad. Pero la disciplina no basta;para que resulte efectiva, para que su función se ponga demanifiesto y se vuelva determinante, deben existir tambiénlos fines de la moralidad. Estos son invariablemente imper-sonales, pues la acción orientada en forma exclusiva haciametas personales -cualesquiera sean los beneficios que pro-duzca- es lo contrario de la acción moral. ¿De dónde pro-cede, entonces, la impersonalidad que se comunica al indi-viduo mediante la disciplina? De la sociedad, del vinculodel individuo con la sociedad: «[La moralidad] consiste enel lazo que une al individuo con los grupos sociales que in-tegra. Por eso comienza cuando nos incorporamos a ungrupo humano, cualquiera sea éste. Puesto que el hombre,en realidad, solo es completo en la medida en que pertenecea diversas sociedades, la moralidad misma solo es completaen la medida que nos sentimos identificados con esos dife-rentes grupos a los que pertenecemos: la familia, el sindi-cato, la empresa comercial, el club, el partido político, elpaís, la humanidad.s+' Es, pues, la pertenencia al gruposocial lo que brinda el contexto indispensable de mediaciónque transforma los fines en fines impersonales dotados deautoridad, única que hace de la disciplina una realidad.3_ La autonomía o autodcterminocián. Este tercer elementonada tiene que ver con la autonomía kantiana; Durkheimdedica buena parte de su argumentación a demostrar lasimperfecciones del imperativo categórico orientado hacia elindividuo de Kant. La autonomía personal -es decir, laresponsabilidad propia- es sin duda un instrumento CIucialde la conducta moral, pero Durkheim sostiene que es tanparte integrante de la sociedacl corno la disciplina y la per-tenencia a un gr~po. La autonomía es simplemente la con-

42 Moral Education, pág. 53,43 uu. pág. 80,

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ciencia que adquiere el ser humano, gracias a su razón, delos motivos de cuanto hace bajo .el impulso de la disciplinay de sus adhesiones: «Para actuar en fo:m~ ~oral. no essuficiente -ya no lo 'es- respetar la disciplina m estarcomprometido con un grupo. Más allá de esto, bien poracatamiento a una regla o por devoción a una idea colectiva,debemos cC:l1t:l conciencia, de manera tan clara y completacomo sea posible, sobre las razones de nuestra conducta.,Esta conciencia confiere a nuestra conducta la autonomía'que la conciencia pública exige de ahora en adelante detodo ser cabal y genuinamente moral. Por ello cabe decirque el tercer elemento de la moralidad es la comprensiónque tengamos de ella.»44 Con la evolución de la sociedadhumana aparece una fuerte tendencia a que la concienciadel hombre se haga cada vez más aguda y sensible, La ne-cesidad de disciplina y adhesión sigue siendo tan grandecomo siempre. (Esto va en respuesta a los individualistascontemporáneos que proclamaban una nueva moralidad,donde el hombre, liberado para siempre de disciplinas ycompromisos sociales, fuera libre de gobernarse a sí mismo.)Gracias a su razón, no obstante, el hombre puede saber loque hace y lograr así una forma de autonomía intelectual(pero no social) que ignoró el hombre primitivo.Un segundo empleo de la perspectiva de la comunidad, deinfluencia no menor que el anterior, es el análisis del con-trato, iniciado en De la división del trabajo, y que es objetode un desarrollo exhaustivo en su posterior Etica profesionaly moral cívica. En muchos aspectos este examen del contratodebe figurar entre los tours de force más brillantes del aná-lisis social moderno. Su punto de partida es la refutación aSpencer, quien concibe el contrato como un acto simple yatómico de dos o más individuos que se asocian guiados porel interés propio y la razón, esta última a modo de comple-mento. Pero sería un error afirmar que Durkheim redujoa esto su tratamiento del tema. En su justa dimensión, suexamen es un ataque profundo a la corriente de pensamientoque comenzó en el siglo XVII con Hobbes y sus conternpo-rán~os y continuó con el Iluminismo, para llegar a ser enel SIglo XIX la esencia del movimiento utilitarista.P Para

44 uu., pág. 120,45 Véase Otto von Gierke, Natural Lato and the Theory 01 Socie-ty, .I500-1800, trad. de Erncst Barker, Cambridge: Thc CambridgeUn¡versity Press, 1934; Elie Halévy, The Growth of Philoso phical

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esta corriente, el contrato es el modelo residual de todas lasrelaciones sociales. Hobbes se propuso racionalizarIo todo,incluso el lazo familiar, como un contrato implícito entrelos hijos y los padres. En la tradición racionalista utilitariade los siglos XVIII y XIX, todo lo que no podía se~ racio-nalizado -legitimado- por un contrato real o imaginario,era sospechoso. La única realidad, y, en consecuencia, elobjeto digno de la atención científica, es la que emana delhombre mismo, su instinto y su razón. La unión social, decualquier modo que se manifieste para la percepción simple,es en verdad el producto de alguna forma de contrato. Di-cho brevemente: según esta concepción el contrato es el mi-crocosmos de la sociedad, la imagen de las relaciones hu-manas.Esta es la imagen que Durkheim rechaza, arguyendo que elcontrato, considerado primordial ya sea desde el punto devista histórico o lógico, es insostenible y engañoso. Durkheimse pregunta: ¿ Cómo se espera que los hombres honren unacuerdo contractual que se apoya solo sobre los intereses ocaprichos individuales que, presumiblemente, le habrían dadoorigen? «Allí donde el interés es la única fuerza rectora,cada individuo se encuentra en estado de guerra con todoslos demás, pues nada contribuye a moderar los egos y nin-guna tregua puede durar mucho. El interés es la cosa menosconstante que existe. Lo que hoy me une a ti, mañana mehará tu enemigo. Una causa de esa índole solo puede pro-mover relaciones y asociaciones pasajeras.s+"Afirma Durkheim que ningún contrato, sea cual fuere sutipo, podría sostenerse un solo instante si no estuviera basadosobre convenciones, tradiciones o códigos donde está presen-te claramente la idea de una autoridad superior a aquél.La noción de contrato, su posibilidad misma como relaciónentre los hombres, aparece tardíamente en la evolución dela sociedad humana, y florece solo dentro de contextosdonde ya rigen, soberanas, mores que ni siquiera esforzandola imaginación son reductibles al interés personal. Esas morestienen su origen y realidad permanente en la comunidad, noen estados de conciencia individual.Extraeremos nuestro tercer ejemplo del famoso estudio deDurkheim sobre el suicidio. Decir que su enfoque se vuelve

'Radicalism, antes citado. Estas dos obras son todavía los mejorestrabajos sobre dicha corriente de pensamiento.46 The Diuision 01 Labor, págs. 203 y sigs.

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aquí lisa y lla~amente empírico no es exagerar la nota. Ha-ber arrojado el guante al ídolo racionalista del contrato eraya bastante osado; pero tomar el suicidio, el más íntimo ymanifiestamente individual de todos los actos, y someterIotambién a la metodología, de la sociedad, debe haber sido,con seguridad, más de cuanto podían soportar los utilitarista sde entonces. La sugerencia acerca del suicidio que aparecíaen De la división del trabajo --es decir, su relación con losperíodos de desintegración social- se vuelve ahora el temacentral de la investigación, precisamente en términos de lametodología expuesta en Las reglas del método sociológico.Varias son, por supuesto, las motivaciones de la obra; antetodo, la índole científica. El suicidio era un problema quepreocupaba a muchos, ya había sido estudiado y existíamucho material de naturaleza demográfica. Durkheim loadmite: «Hemos elegido el suicidio entre los múltiples temasque tuvimos ocasión de estudiar en nuestra carrera docente,porque pocos hay que exijan una definición más precisa, yporque nos pareció particularmente oportuno acometerlo;sus límites ya habían requerido que le dedicáramos un tra-bajo preliminar.v'"Pero hay otros dos motivos que han pasado más inadverti-dos. En primer lugar, dice Durkheim, la «posibilidad de lasociología" como campo específico de estudio quedará mejorevidenciada con este descubrimiento de leyes que afectan elsuicidio y provienen directamente del objeto distintivo dela sociología: es decir, la sociedad y los hechos sociales. Enresumen, hay en la obra un objetivo práctico y profesional,y es evidente que Durkheim nunca lo perdió de vista, comolo demuestran sus reiteradas referencias a este punto en Elsuicidio. .«El método sociológico, tal cómo lo practicamos, se apoyapor entero sobre el principio básico de que los hechos so-ciales deben ser estudiados como cosas: es decir, como reali-dades externas al individuo. No hay principio que nos hayasido más criticado; pero no 'hay ninguno más fundamental>Para que la sociología sea posible debe tener un objeto pro-pio que la caracterice, tomar conocimiento de una realidadque no pertenece ya al dominio de otras ciencias. Si noexiste realidad alguna fuera de la conciencia individual, lasociología carece de objeto propio, pues entonces los únicos

47 Suicide, págs, 36 y sigs.

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temas susceptibles de observación son los-estados mentalesdel individuo; sin embargo, éstos pertenecen al campo dela psicología. Desde el punto de vista psicológico, la esenciadel matrimonio, por ejemplo, o de la familia, o de la reli-gión, consiste en las necesidades individuales a las que estasinstituciones presumiblemente responden: el amor paterno,el amor filial, el deseo sexual, el sedicente instinto religioso.«Con el pretexto de dar a la ciencia una base más sólidafundándola sobre la constitución psicológica del individuo,se la despoja del único objeto que le es propio: es precisocomprender que no puede haber sociología a menos queexistan sociedades; y que las sociedades no pueden existirsi no hay otra cosa que individuos.s=f He aquí, enunciadocon toda claridad, el pasaje de la metafísica a la metodolo-gía práctica. Pocas veces ha sido esta traducción llevada acabo con más eficacia..Justificado que hubo el estudio del suicidio sobre bases de-mográficas y metodológicas -destacando en cada caso, con-viene advertirlo, la autonomía de lo social, único objeto queadmite consideración sociológica- Durkheim agrega la ra-zón final de su obra, que es de índole moral. El suicidio, dice,pertenece a una categoría de hechos que incluye el conflictoeconómico, el crimen y el divorcio, y marca el estado pato-lógico de la sociedad europea contemporánea. Hay queencontrar algún remedio que sirva para mitigar sus alcances,así como los de otras formas de desintegración social. A la luzde estas consideraciones prácticas y morales Durkheim serefiere a «algunas sugestiones relativas a las causas del des-ajuste general que padecen en la actualidad las sociedadeseuropeas, y a los factores que puedan remediadas». El suici-dio --insiste-- como se presenta hoy, «es precisamente unade las formas en que se transmite la afección colectiva quepadecemos; de ahí que pueda ayudarnos a comprender estaúltima».49Las conclusiones a que arriba en este libro notable puedenser contempladas aún en nuestros días como una demostra-ción triunfal de los resultados que había previsto en abstrac-to en Las reglas del método sociológico. Su insistenciaen la sociedad más que en el individuo prevalece en todala obra, plenamente apoyada por medio de datos y verifi-

48 Ibíd., pág. 35.49 uu; pág. 37.

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cación de hipótesis. Resultan muy gráficas las palabras conque resume el trabajo: «Los resultados que obtenemos cuan-do, dejando de lado al individuo, buscamos las causas de laaptitud suicida de cada sociedad en la naturaleza de la socie-dad misma, son por completo diferentes. La relación queexiste entre el suicidio y ciertos estados del medio social estan directa y constante como parece incierta y ambigua suvinculación con hechos de carácter biológico y físico. ,,50

¿ Cómo llega la sociedad a ser la causa determinante y prin-cipal de un acto tan individual como el suicidio? Ello ocurreen particular de los tres modos siguientes:Suicidio egoísta. Se produce cuando la cohesión de los gru-pos a los que pertenecen los hombres declina al punto de noofrecer ya el apoyo normal al yo. Durkheim declara en unade sus proposiciones más celebradas: «El suicidio varía in-versamente al grado de integración de los grupos sociales delos cuales el individuo forma parte.» Cuando la sociedadestá fuertemente integrada, impone limitaciones a los indi-viduos, los considera a su servicio, «y así les prohíbe disponera su antojo de sí mismos». Dentro de las poblaciones moder-nas, entre aquellos cuyos lazos asociativos son relativamentedébiles -los protestantes, los habitantes urbanos, los traba-jadores industriales, los profesionales- las tasas de suicidioson más altas que las que registran los agregados de carácteropuesto.s-Suicidio anómico. Paralelamente al suicidio egoísta está elsuicidio anómico, originado por la dislocación repentina desistemas normativos, el' derrumbe de los valores que tal vezguiaron al individuo durante toda su vida, o el conflictoentre las metas deseadas y la capacidad para alcanzadas. Noes la pobreza lo que lleva al suicidio. Durkheim se refierea la «notable inmunidad de los países pobres": «[La pobre-za] protege contra el suicidio porque es en sí misma unalimitación. La riqueza, en cambio, por el poder que otorga,nos engaña haciéndonos creer que dependemos solo de nos-otros mismos. Al reducir la resistencia que encontramos en~~sobjetos, nos sugiere la posibilidad de triunfar sobre ellosIlImitadamente. Cuanto menos restringido se siente uno,tanto más intolerable parece toda restricción.vs" La anomiaes, en resumen, un derrumbe de la comunidad moral, del

50 lbíd., pág. 299.51 uu., libro 2, cap. 2.52 Ibid, pág. 254,.

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mismo modo que el egoísmo es un derrumbe de la comu-nidad social.Suicidio altruista. La tercera forma de suicidio no es menossocial, en su contexto rector, que los otros dos tipos, perose manifiesta cuando la participación en la relación sociales tan grande que el individuo se quita la vida porque piensaque algún acto suyo ha mancillado dicha relación. La esenciade este suicidio, como señala Durkheim, no es el escape sinoel autocastigo. Aunque es más probable que lo encontremosen las sociedades primitivas, donde el consenso tribal puedetener una influencia arrolladora (pero aun allí es raro), esposible hallarlo también, circunstancialmente, en esos sec-tores de la sociedad moderna -como los cuadros de oficia-les de las organizaciones militares establecidas- de tradicióndominante y profunda. 53

Según Durkheim: « ••• Toda sociedad humana tiene unaaptitud mayor o menor para el suicidio; su expresión sebasa sobre la naturaleza de las cosas. Cada grupo social poseeen realidad una inclinación colectiva por el acto que essuya propia, y fuente de todas las inclinaciones individuales,antes que su resultado. El egoísmo, el altruismo o la anomiaque fluyen por la sociedad en consideración constituyen esasinclinaciones, de las que derivan tendencias de melancolíalánguida, renunciación activa o cansancio exasperado. Estastendencias del organismo social, en su totalidad, al afectara los individuos, determinan que lleguen al suicidio. Lasexperiencias privadas que suelen señalarse como causas in-mediatas del suicidio, adquieren influencia según la predis-posición moral de la víctima, eco del estado moral de lasociedad. ,,54

Este pasaje, extraído del contexto y considerado en términosestrictamente analíticos, podría ser expuesto al mismo tipode ataques que sufrieron otros pasajes y conceptos durkhei-mianos. ¿Cabe suponer la existencia, en una sociedad hu-mana, de una «aptitud» -una «inclinación colectiva o degrupo»- para el suicidio? ¿Puede un organismo social te-ner «tendencias de melancolía Iánguida- P, etc. Los presu-puestos acumulados en varios siglos de individualismo occi-dental llevarían a responder enfáticamente «no», y así suce-dió, con suma elocuencia, en los tiempos de Durkheim. Pero

53 Ibid., libro 2, cap. 4.54 tus; pág. 300.

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no nos detengamos a inquirir una vez más por los efectosagobiadores sobre el pensamiento occidental de un indivi-dualismo analítico que, paradójicamente, impidió conoceral hombre -al hombre real-, en lugar de permitirconocerlo; no tratemos tampoco de salvar a Durkheim delas conocidas acusaciones de reificación. Las discusiones deesta especie son casi siempre fútiles e interminables. Insista-mos mejor en este único hecho: sobre la base del conceptode sociedad brillantemente sintetizado en el pasaje que aca-bamos de citar, Durkheim desarrolló una metodología yalcanzó, por medio de verificaciones capitales, conclusiones(por cierto muy precisas) acerca de la incidencia del suicidioen la sociedad, que apenas han sido puestas en tela de juicioen los setenta años transcurridos desde la publicación de sutrabajo. El suicidio sigue formando parte de la media doce-na de grandes estudios científicos de sociología; no es ne-cesario siquiera apoyarse en la palabra clásico para formulareste juicio.Nuestro cuarto ejemplo -y en definitiva el más funda-mental del empleo metodológico de la comunidad por partede Durkheim-, es su enfoque de la naturaleza del hombre.Después de dos generaciones de psicología social, es muyposible que en el examen de Durkheim de las fuentes socia-les del yo haya pocas cosas que detengan nuestra atención,pero en su época fue lo bastante original como para suscitarincomprensión y epítetos agraviantes. La perspectiva indivi-dualista del yo, la mente y la personalidad tenían raíces tanprofundas que los críticos de Durkheim (especialmente Tar-de, cuya insistencia en la «imitación» como proceso funda-mental se apoya sobre la noción de individuos preconcebidos,por así decirlo, con fines sociales) lo hicieron objeto deseveros ataques, enrostrándole sobre todo su «mentalidadgrupal» y su «realismo social». Una de las acusaciones másdifundidas (cuyos ecos persisten en nuestros días) es que ensu sociología el individuo desaparece por completo.Pero si atendemos a lo que escribió realmente Durkheimacerca de la individualidad' y de los procesos plasmadoresde la personalidad, es poco lo que hoy puede parecemosexcepcional. Durkheim tuvo buen cuidado de afirmar que"la sociedad existe y vive solo en los individuos y por mediode ellos».«Si desapareciera la idea de sociedad de las mentes indivi-duales, y los individuos dejaran de sentir y compartir las

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creencias; tradiciones y aspiraciones del grupo, la sociedadmoriría. Podemos decir de ella lo que ... decimos de la di-vinidad: es real solo en la medida en que ocupa un lugaren la conciencia humana ... ,,55

Pero de esta verdad no se desprende que el hombre sea laentidad primaria y autosuficiente del pensamiento utilitario;por el contrario, el hombre es una entidad doble: bioló-gica y social.«Hay dos seres en él: un ser individual con sus bases en elorganismo, y cuya esfera de actividades está por ende muylimitada, y el ser social, que representa la realidad más altaen el orden intelectual y moral que podemos conocer me-diante la observación: es decir, la sociedad. Esta dualidadde nuestra naturaleza tiene por consecuencia, en el ordenpráctico, la irreductibilidad de un ideal moral a una moti-vación utilitaria, y en el orden del pensamiento, la irreduc-tibilidad de la razón a la experiencia individual. En la me-dida que pertenece a la sociedad el individuo se trasciendea sí mismo, tanto cuando piensa como cuando actúa.>En otro lugar escribe: «El hombre social se superpone alhombre físico; presupone necesariamente una sociedad a laque expresa y sirve. Si ésta se disuelve, si ya no sentimosque existe y que actúa alrededor y por encima de nosotros,cuanto tenemos de social pierde toda base objetiva. Soloresta una combinación artificial de imágenes ilusorias: unafantasmagoría que se desvanece con la mínima reflexión; osea, nada que pueda constituir la meta de nuestras accio-nes. No obstante, este hombre social es la esencia del hom-bre civilizado; es la obra maestra de la existencia.sf"La concepción durkheimiana del individuo es, pues, tan ra-dicalmente social como su concepto de la moralidad. Elhombre es incognoscible, al menos para el científico social,excepto como manifestación -como nódulo- de la comu-nidad. La disciplina de la mente y el carácter es solo lapersonalización de la disciplina del grupo en formación. Lapersonalidad normal es un reflejo de la integración normalcon la comunidad; la personalidad anormal, un reflejo delfracaso de esta integración al grupo.Durkheim lleva su perspectiva de la comunidad hasta losmeandros de la mente individual. Existe la autoridad de la

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razón, pero ¿de dónde proviene esta autoridad? «Es la au-toridad misma de la sociedad, que se transfiere a cierto modode pensamiento que es condición indispensable de toda ac-ción común. La necesidad con que se nos imponen las ca-tegorías, no es efecto de simples hábitos, de cuyo yugo po-dríamos desembarazarnos sin mucho esfuerzo; tampoco esuna necesidad física o metafísica, pues dichas categorías cam-bian en diferentes lugares y momentos; es un tipo especialde necesidad moral, que representa para la vida intelectuallo que la obligación moral para la voluntad.v''?No solo la disciplina de la razón es reflejo de la disciplinacomunal, también lo son las categorías de la razón, comotiempo, espacio, causalidad y fuerza. Por supuesto, en estoDurkheim pisa un terreno epistemológico muy discutible, ysería insensato suponer que sus opiniones en esta materiahayan conquistado la aceptación que lograron otros aspec-tos de su pensamiento; son, sin embargo, dignas de mención.Los empiristas han procurado explicar estas categorías, conHume, en función de la experiencia individual; los aprio-ristas han sostenido, con Kant, que hay que considerar a lascategorías innatas, una parte de la estructura de la mente.Durkheim pone en tela de juicio ambos conceptos, y sostie-ne que cada categoría no es más que un reflejo de la comu-nidad. Afirma, así, que la idea del tiempo surge de la con-memoración social de las fiestas religiosas, de los calendarios,cuyo significado primigenio fue señalar los ritos. Solo elpoder de la comunidad religiosa y sus ritos pudo haberimpreso la idea general del tiempo sobre la conciencia delhombre. Lo mismo se aplica a las otras categorías de lamente. Nos dice, por ejemplo, que las concepciones del es-pacio entre los pueblos primitivos correspondieron siemprea la manera en que se yuxtaponían sus unidades sociales(v. gr. en forma concéntrica o rectangular). La idea defuerza' es concebida en términos de ampliación del poderde la unidad tribal o alguna otra unidad colectiva. Y asísucesivamente; es notorio que Durkheim no fue solo el so-ciólogo de la comunidad, ,sino también su epistemólogo ysu metafísico.Los esfuerzos de Durkheim por explicar las «categorías» dela mente tuvieron poco efecto sobre la epistemología -don-de nunca fueron considerados muy en serio-; pero mayor

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55 The Elementary Forms of Religious Liie, pág. 347.56 Suicide, pág. 213.

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57 The Elementary Forms of Religious Li!e, págs, 17 y sigs,

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importancia reviste el hecho de que han servido admira-blemente como perspectivas de la sociología del conocimien-to y la cultura.

La comunidad molecular: Simmel

Como última manifestación de la perspectiva de la comuni-dad en la tradición sociológica, acudiremos a la esfera dela microsociología: la esfera de las pequeñas e ínfimaspautas de relación subyacentes en los grupos' y asociacionesvisibles de la sociedad. Como es natural, aquí nos volvere-mos hacia Sirnmel.Simmel es el estudioso que pone a la sociedad bajo el mi-croscopio, constantemente fascinado por lo pequeño y loíntimo. Su sociología, que recibiera tantas veces el apela-tivo de «formal» es algo mas que un esfuerzo por clasificarformas de conducta. Sus exámenes de grupos como la díaday la tríada, y de ciertos vínculos sociales como la amistad, laobediencia y la lealtad, debieron ser entendidos como unabúsqueda de los elementos moleculares de la sociedad; lasunidades más pequeñas a las cuales es posible reducir ana-líticamente las instituciones y asociaciones.Le interesaban tanto el proceso minúsculo como la estruc-tura. La interacción de díadas y tríadas en forma de coope-ración, de confianza, de secreto, lo atraían tanto como larelación misma; algo análogo cabe decir de los elementosnegativos de conflicto y competencia, elementos tan vitalescomo los positivos de amor y de cooperación para la fusiónde individuos y grupos, como no tuvo dificultades en de-mostrar. El ojo microscópico de Sirnmel, al atravesar lascapas de la historia y de las convenciones, otorga una cua-lidad in temporal y universal a sus observaciones. Simmelconocía la continuidad de los elementos fundamentales dela aso~iación a través de los tiempos, y sabía que por gran-des que sean las diferencias de instituciones y pautas cultu-rales de las eras históricas, estructuras como las díadas ytríadas mantienen su identidad y su influencia indestructi-ble sobre las formas más amplias y manifiestas de la sociedad.Everett Hughes llamó a Sirnmel el Freud de la sociedad; estaanalogía es útil. Así como Freud se dedicó a estudiar losestados y procesos del inconsciente del individuo, que estádetrás de la mente consciente y la orienta, Simmel se con-

sagró de modo análogo a las relaciones «inconscientes. delorden social: las díadas, tríadas y otros elementos intempo-rales, constitutivos de los lazos sociales. Al igual de lo queocurre en la mente, éstos tienen un efecto profundo sobrela dirección del cambio y la estructura de las asociacionesmayores de la sociedad.La reacción de Simmel contra el individualismo analítico outil.itarista es tan vasta y violenta como la de Durkheim,aunque menos evidente, y aparece de tal manera disimuladaque permite el equívoco circunstancial de asignar a su obraun carácter individualista. Es indiscutible que tuvo unconcepto claro y firme de la individualidad. «La .colisiónamplia y trascendente entre la sociedad y el individuo», co-mo él la denominara, obsesionó su sensibilidad ética tantocomo ocupó sus indagacione.s sociológicas. Sirnmel asignóa la individualidad una realidad conceptual que falta, porlo general, en cualquiera de los sociólogos hasta aquí consi-derados. Sin embargo, entre su imagen de lo individual yla que encontramos en las obras de los utilitaristas hay unagran diferencia, ya que proviene de una concepción de lasociedad que muestra un notable parecido con la de Durk-heim, como lo sugiere el pasaje siguiente: «La sociedad viveuna vida propia en una combinación particular de abstrac-ciones y concreciones, y cada individuo aporta a ella algunasde sus características y su potencia; la sociedad crece conlas contribuciones de los individuos, que plasman o procuranplasmar, más allá de ella, su existencia como individualida-des.»ó8Simmel no fue insensible a las grandes fuerzas de la socie-dad ni a las tendencias históricas que determinaron su naci-miento. Lejos de ello: Acaso haya utilizado el microscopio,pero no dejó de ser por eso el anatomólogo y el ecólogo. Suobra, como las de Weber o Tónnies, tiene por escenario elgran cambio en la naturaleza de la sociedad provocado porlas dos revoluciones. Tuvo conciencia vívida de las fuerzashistóricas, y muchos de sus ejemplos y alusiones son extraí-dos de otros períodos. Su ensayo sobre las afiliaciones ogrupos está, verbigracia, salpicado de los mismos contrasteshistóricos entre la sociedad' medieval y moderna que nernosvisto en otros sociólogos. El contraste es, en verdad, la base

58 Sociology of Religion, trad. del alemán de Curt Rosenthal,Nueva York: The Philosophical Library, 1959, pág. 50.

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de su perspectiva de la individualidad, fundamentada sobrela liberación histórica del hombre de la comunidad medie-val. «En la Edad Media la afiliación a un grupo absorbíala totalidad del hombre. No servía solo a un propósito mo-mentáneo, definido objetivamente; era más bien una aso-ciación de todos los que se combinaban en aras de esepropósito, en tanto '-:Iut: la asociación absorbía la VIda enterade cada uno de ellos.,,59 Esto no significa que el hombremedieval estuviera entorpecido por su condición de partici-pante. El «enriquecimiento» del individuo como ser social«según el tipo medieval era considerable, pues lo que obte-nía con su afiliación a un grupo más amplio faltaba porcompleto en su afiliación a los grupos inmediatos. " El es-quema concéntrico es un estadio sistemático y muchas vecestambién una etapa histórica, anterior a la situación en lacual los grupos a los que se afilian las personas se yuxtapo-nen e "intersecan" en una y la misma persona.v'" La socie-dad moderna se diferencia profundamente del esquema con-céntrico medieval de afiliaciones de grupo, y en esta diferen-cia de organización reside la peculiaridad del individuo mo-derno: una peculiaridad emergente que es el fundamentohistórico de las filosofías modernas del individualismo. En lasociedad moderna, a diferencia de la medieval, el individuopuede acumular afiliaciones de grupo casi sin límite. «Elmero hecho de que lo haga, aparte de la naturaleza de losgrupos en cuestión, es suficiente para darle una concienciamás fuerte de individualidad en general y al menos paracontrarrestar la tendencia de dar por supuestas sus afilia-ciones grupales iniciales. »61 Esta es para Simmel -casitanto como para Durkheim- la perspectiva temporal dondedebe ubicarse el individualismo.Del mismo modo, su notable ensayo «Metropolis and Men-tal Life», está dedicado en lo fundamental al tránsito histó-rico de Europa desde las formas cohesivas y tradicionalesde comunidad, a los complejos anónimos urbano-industria-les. En este ensayo Simmel pone el acento en las luces dela ciudad, pero también nos hace ver las sombras que dejanla comunidad y la tradición en su retroceso. La elaborada

59 Conflict and the Web 01 Group Ajiiliation, trad. de Kurt H.Wolff y Reinhard Bendix, prólogo de Everett C. Hughes, NuevaYork: The Free Press of Glencoe, 1955, pág. 149.60 lbld., pág. 149.61 tus., págs. 150 y sigs.

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complejidad, el 'anonimato y la reserva de la vida metropo-litana tienen su contraparte en la simplicidad, la llaneza yla calidez de la comunidad tradicional.La misma contraparte es formulada de manera más siste-mática en su estudio del dinero.62 El dinero es el símbolo,no solo de la conversión de valores cualitativos en valorescuantitativos, sino también de la liberación por parte de losindividuos, de los contextos comunales de la Europa pre-industrial. Unicamente La decadencia de Occidente de

. Spengler nos presenta un cuadro tan detallado e imagina-tivo del dinero y el crédito, como el alambique dentro delcual la mente occidental pasó, de su preocupación por lasesencias metafísicas y sociales, a su preocupación 'Por la can-tidad y las variaciones cuantitativas. Simmel nos demuestrade qué manera el auge del dinero como instrumento ymedida de intercambio en la economía de la ciudad-estadoitaliana, y luego en toda Europa, fue paralelo al auge deuna concepción del mundo donde lo orgánico es reemplaza-do por lo simplemente ,'Cuantitativo y mecánico, tanto en lasociedad como en la filosofía y la moralidad. La historiasocial, moral e intelectual de Europa se convierte en susmanos en una sucesión de desprendimientos individuales dela comunidad y la tradición medievales, observables en elascenso de los monarcas, hombres de negocios, ban-queros, artistas e intelectuales. El debilitamiento de la co-munidad medieval y el avance de los individuos no podíaproducirse hasta existir medios impersonales de evaluación-concordes con un ambiente de ley impersonal- que per-mitieran a los individuos relacionarse entre sí de maneradirecta.Pero Simmel no se contentó con formular la transforma-ción social de Europa en estos términos amplios de transi-ción de la comunidad tradicional a la sociedad impersonal.Buscó las manifestaciones minúsculas y los elementos sub-yacentes en el cambio. Su hincapié sobre las formas prima-rias de asociación fue en parte la búsqueda de un temadistintivo para la sociología, que evitara repetir lo que esta-ban realizando otras ciencias sociales y la librara del cargode ser una simple y confusa «miscelánea». Pero en mayor

62 Philosophie des Geldes, Leipzig, 1900. Niciolas J. Spykman, TheSocial Theory 01 George Simmel (Chicago: University oí ChicagoPress, 1925), contiene una excelente sinopsis de esta obra tanolvidada.

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medida aún refleja el deseo de exponer las fuerzas compro-metidas en la gran transformación de la sociedad europeaen términos de los elementos sociales específicos implicados.Un pasaje espléndido de su ensayo sobre la religión ilustraeste punto: «La vida social supone la correlación mutua desus elementos, la que tiene lugar en parte en acciones yrelaciones instantáneas, que se manifiestan parcialmente enformas tangibles: en funciones y leyes públicas, órdenes yposesiones, lenguajes y medios de comunicación. Todas estascorrelaciones sociales mutuas, sin embargo, responden a di-versos intereses, fines e impulsos. Forman, por así decirlo, elelemento que se realiza socialmente en 10 "junto a cada uno"y lo "con cada uno", lo "para cada uno" y lo "contra cadauno" de los individuos.v'f Lo que pone de relieve el geniodistintivo de Sirnmel es la insistencia en que todo lo queposea cierta magnitud en las relaciones y cambios socialesdebe ser traducido a lo «junto a cada uno», 10 «para cadauno», etc. Sea cual fuere el tema~tratara -poder po-lítico, capitalismo, religión-, no se tisfacía hasta haberIlevado el análisis al nivel primario e los elementos quecaracterizan las relaciones y procesos. dentro de los cualesviven los hombres. 'El carácter peculiar del interés de Simmel por los elementosde la comunidad se aprecia mejor, no en su tratamientode las formas geométricas como las díadas y tríadas, ni tam-poco en su examen de los procesos de cooperación y conflic-to -aun reconociendo la importancia de esos estudios paraaveriguar la naturaleza de la comunidad-, sino más bien ensus incomparables análisis de la amistad, la lealtad, el amor,la dependencia, la gratitud, la confianza y otros elementosprimarios de la relación humana. Su sensibilidad al respectoy su aguda capacidad para vincular dichos elementos conlas fuerzas mayores de la sociedad no tienen parangón en elpensamiento moderno -salvo en las obras de ciertos novc-listas, dramaturgos y otros artistas.La amistad, la dependencia, la confidencia, la lealtad: heaquí algunos de los átomos sociales, por así llamarlos, de lacomunidad tradicional. El interés por ellos es grande entoda sociedad o época que experimenta cambios semejantesa los que ocurrieron en Europa a fines del siglo XIX. Talcomo el derrumbe de las estructuras tradicionales de clase

63 Sociology 01 Religion, pág. 10.

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reveló a los hombres por primera vez la complejidad y losmatices del status, así también la ruptura de la comunidadlos hizo meditar sobre la índole de la amistad, los límitesadmisibles de la intimidad, los cánones de la discreción, lasfronteras de la lealtad. Para los tradicionalistas, en estas épo-cas de cambio, las amistades, confidencias y lealtades realespueden aparecer, en el mejor de los casos, como despojosde una comunidad muerta que alguna vez existiera, comoresaca que flota sobre los mares del egoísmo económico ypolítico. Hubo muchos en la época de Simmel que asigna-ron significado a estas figuras retóricas.Simmel estaba lejos de ser un tradicionalista en estos térmi-nos, pero es evidente que el contraste entre la comunidadtradicional y la sociedad moderna constituye el trasfondoesencial sobre el que su análisis microscópico de los lazosprimarios adquiere ese brillo extraordinario que lo caracte-riza. Lo que él llama ••la sociología de las relaciones íntimas"no tiene raíces en una geometría abstracta sino en las co-rrientes de cambio generadas por las revoluciones Industrialy política.Ningún trabajo de Simmel ofrece una oportunidad mejorpara apreciar, en todos sus matices, su peculiar análisis dela comunidad, que su famoso estudio del secreto.P" Lo queDurkheim hace con el suicidio, lo hace Simmel -de unamanera distinta, pero vinculada a aquélla- con el secreto:es decir, lo extrae del reducto del individuo que lo «guarda»,como acostumbramos decir, y lo coloca directamente entrelas relaciones y procesos de la sociedad. El suicidio y elsecreto, cada cual a su modo, son la esencia de todo aquelloque corresponde a lo más recóndito de la motivación indi-vidual y, sin embargo, solo resultan comprensibles en surelación con la sociedad.Tenemos, ante todo, la relación del secreto con el procesode la comunicación humana; relación indestructible, puestodo lo quc comunicamos a otra persona por íntima y dignade confianza que la juzguemos, y cualquiera sea el gradode veracidad de lo que decimos, debe escoger siempre dentro«de ese todo psicológico-real cuya versión absolutamenteexacta (en términos de contenido y secuencia) llevaría a todoel mundo a un hospital para enfermos mentales-.t" Escoge-

64 The Sociology 01 George Simmel, trad. y comp. de Kurt H.Wolff, Nueva York: The Free Press of Glencoc, 1964, parte IV65 lbíd., págs. 311 y sigs.

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mas y modificamos el tono, dejando fuera zonas íntegras de«realidad»,Consciente o inconscientemente, mentimos, «Toda mentira,por objetivo que sea su tema, engendra por su misma natu-raleza un error relativo al sujeto que miente.» 66 La men-tira consiste en que quien la comete esconde a los otrossu idea verdadera, Una mentira es tanto más soportablecuanto más lejos de nosotros, cn tiempo y en espacio social,está el que miente. «Cuanto más lejos están los individuosde nuestra personalidad más íntima, tanto más fácilmenteaceptamos su falsedad, sea en un sentido práctico o en unsentido psicológico íntimo; mientras que la vida se nos haceinsoportable si nos mienten las pocas personas cercanas anosotros.> 67 Pero no hay sociedad, ni forma alguna de re-lación, donde la mentira no sea permisible en algún grado,e incluso necesaria: en la medida en que la sociedad exte-rior esté escalonada en términos del grado en el cual otrostienen acceso a «toda la verdad», habrá mentira. «A pesarde que muchas veces una mentira puede destruir una re-lación, mientras esa relación existió la mentira era un ele-mento integral de ella. El valor negativo de la mentiradesde el punto de vista ético no debe cegamos frente a susignificación sociológica positiva para la formación de cier-tas relaciones concretas.» La mentira es «la técnica positi-va y -por así decirlo- agresiva, cuyos propósitos se lograncon mayor frecuencia mediante el secreto y el disimulov.t"Simmel pasa ahora de lo socioepistemológico a lo decidida-mente social. «Antes de abordar el secreto en el sentido deun deseo consciente de ocultación, es preciso observar losgrados en que diversas relaciones dejan fuera de su juris-dicción el conocimiento recíproco de sus personalidades tO-tales por parte de los individuos que en ellas participan.»Hay grupos de intereses que nada reclaman del individuototal, y son los que predominan en la sociedad moderna.«La objetivación creciente de nuestra cultura, cuyos fenó-menos constan cada vez más de elementos impersonales, yabsorben cada vez menos la totalidad subjetiva del individuo(como lo muestra palmariamente el contraste entre la ar-tesanía y el trabajo fabril), también llega a las estructu-ras sociológicas.s'"

66 lbíd., pág,312.67 tus; pág. 313.68 lbíd., pág. 316.69 tiu., págs. 317 y sigs,

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III

Esta .objetiva('ión de la cultura ha alterado por completo elcampo social y moral de la confidencia, por cuanto aquelloque uno necesita confiar: a otro ser humano, ha sido frag-mentado y confinado (el empleador y el empleado, el ban-quero y el prestatario, por ejemplo). También han cambia-do radicalmente los conceptos de «familiaridad» y «discre-ción». «La discreción es una forma especial del contrastetípico entre los imperativos, "io y'ue Ha está prohibido estápermitido" y "lo que no está permitido está prohibido". Lasrelaciones entre los hombres se distinguen así según el co-nocimiento mutuo: o bien "lo que no está escondido pue-de ser CI)!1,)C'ido"o "lo que no es revelado no debe sercono cido ".lt

Tenemos asimismo los roles de amistad e intimidad, ambosafectados profundamente por el cambio social moderno.La intimidad se hace presente, típicamente, en dos con-textos principales: la amistad y el matrimonio. «En la medi-da que el ideal de amistad fue heredado de la antigüedad y(hecho bastante curioso) se desarrolló dentro de un espírituromántico, su meta es la absoluta intimidad psicológica ...Este ingreso del yo total e indiviso en la relación es másplausible en La amistad que en el amor, por cuanto aquéllacarece de la concentración específica sobre un único ele-mento que el amor extrae de su sensualidad.» 70 La socie-dad moderna, en especial, admite que es el amor sexual elque «abre, más que ninguna otra cosa, las puertas de lapersonalidad total. En realidad, para no pocos individuos,el amor es la única forma en que pueden entregar su yototal, del mismo modo que la forma de su arte ofrece alartista la única posibilidad de revelar íntegramente su vidainterior.» Sin embargo, como señala Simmel, «la prepon-derancia del lazo erótico puede suprimir. ,. los otros con-tactos (el de la moral práctica, el intelectual), e impedirque asomen las cualidades ajenas a la esfera erótica que lapersonalidad tiene en reserva». La amistad carece de lahermosa intensidad del amor, pero también de su frecuen-te irregularidad, y por eso «puede ser un medio más aptoque el amor para conectar' a una persona total con otrapersona en su totalidad; puede ablandar el recato más fá-cilmente que aquél, tal vez de modo menos tormentoso,pero en mayor escala y con una secuencia más perdurable.

70 tiu., pág. 325.

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No obstante, es probable que esta intimidad completa sehaga cada vez más difícil a medida que aumenten las di-ferencias entre los hombres. El hombre moderno tiene talvez demasiadas cosas que esconder como para conservar unaamistad en el sentido antiguo.» 71

Pero volvamos al matrimonio y la intimidad: «La medidade la autorrevelación y autodominio, con sus complementosde abuso y discreción, es más difícil de determinar.» Elproblema en lo que Simmel llama específicamente «lasociología de las relaciones íntimas» consiste en saber «sies la renuncia recíproca y conjunta a la autonomía de laspersonalidades, o de -Io contrario la reserva, la condiciónpara alcanzar el máximo de valores comunes». El problemafue menos intenso en épocas anteriores, pues el matrimonioerio es, en principio, una institución erótica, sino solo socialy económica. La satisfacción del deseo amoroso solo estáaccidentalmente conectada con él.» Cabe suponer que enesas culturas no existía «ni la necesidad ni la posibilidadde una autorrevelación íntima y recíproca. Por otra parte,faltaría cierto grado de delicadeza y castidad, cualidadesque, a pesar de su carácter negativo en apariencia, siguensiendo la flor de una relación personal íntima profundamen-te internalizada.» 72

Sirnmel advierte que en nuestra sociedad, donde la rela-ción matrimonial es cada vez más la única relación íntimavigente (la amistad en su sentido auténtico disminuye bajolas presiones del modernismo), hay una fuerte tentaciónde cargar sobre sus hombros más peso de lo que su estruc-tura le permite. «Durante las primeras etapas de la relación,tanto en el matrimonio como en el amor libre de tipo ma-rital, se observa un gran impulso a dejarse absorber com-pletamente por el otro, a entregar las últimas reservas delalma, después de las del cuerpo, a perderse cada uno en elotro sin recelos. Sin embargo, en casi todos los casos, esteabandono suele amenazar gravemente el futuro de la re-lación.» 73 Pues Simrnel insiste en que solo pueden entre-garse por completo quienes no pueden entregar todo de si.Estos raros individuos tienen una reserva de posesiones psi-cológicas latentes que nunca se agota: vuelve a colmarse

71 tiu., págs. 325 y sigs.72 tiu; págs. 326 y sigs.73 tiu., pág. 328.

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a medida que se dan. «Pero otras personas son distintas:con cada expansión de sentimientos, con cada abandonoincondicional, con cada revelación de su vida interior, in-cursionan (por así decirlo) en su capital, pues les falta elmanantial de una opulencia psíquica continuamente reno-vada, imposible de revelar del todo ni de separar del yo." 74

Así, establecida ya la clara relación del secreto cori el disi-mulo, la confianza, la discreción y la intimidad, llegamos alsecreto como tal. Sirnmel afirma que es una de las grandesrealizaciones del hombre. Comparado con la etapa infantilcaracterizada por un despliegue carente de inhibiciones, ,«elsecreto amplía inmensamente la vida»; ofrece la posibilidadde un segundo mundo junto al visible, donde existe tantaverdad, tanto bien y tanta justicia como en el mundo ma-nifiesto, pero donde puede morar también el mal. Cadauno de esos mundos influye sobre el otro.El secreto es un mecanismo neutro en lo moral, que seeleva por encima de sus contenidos. Capaz de absorber losvalores más nobles y soportar el rigor de los castigos o lastorturas, puede encerrar asimismo el conocimiento o lamotivación de Índole más maléfica. Su intrínseca fascina-ción deriva del hecho de que nos confiere una posiciónexcepcional. Es un medio de exaltar la identidad, así comode lograr intimidad; pero también (señala Simmel) fas-cina la posibilidad de traicionarlo, pues «el secreto con-tiene una tensión que se disipa en el momento de revelarlo.Este momento constituye el pináculo de su desarrollo; todossus encantos se unen una vez más y llegan a un clímax:tal como el momento de disipación permite disfrutar conintensidad extrema el valor del objeto ... El secreto tam-bién está lleno de la conciencia. de que puede ser traiciona-do; de que uno posee el poder de sorprender, de dar unvuelco al' destino, de la alegría, de la destrucción. " acasode la autodestrucción.» 75

El secreto está Íntimamente relacionado con la individua-lización. «Las situaciones sociales de profunda diferenciaciónpersonal permiten y requieren nl secreto: a. la inversa, elsecreto encarna e intensifica esa difetcneÍ;t·:ión. En un círcu-l~ pequeño, la formación y preservación de secretos se hacedIfícil, aun en el campo técnico: todos r.stán muy cerca de

74 isu., pág. 328.?5 tu«, pág. 333 Y sigs.

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todos y de sus circunstancias, y la frecuencia e intimidaddel contacto ofrece muchos alicientes a la revelación; peropor otra parte ya no es necesario conservarlo, ni siquieraen casos particulares, ya que este tipo de ° formación socialsuele nivelar a sus miembros ... » 7~En cambio, cuando se agranda la comunidad todo cambiade manera radical. Simmel señala que hay cierta paradojaen la sociedad moderna. «Parece como si las cuestiones ge-nerales se hicieran cada vez más públicas, y las cuestionesindividuales cada vez más secretas, a medida que aumentanlas oportunidades culturales.» La política, la administraciónpública y aun los negocios «pierden así su secreto e inaccesi-bilidad, en la misma medida que el individuo ha ganadola posibilidad de un retiro cada vez más completo, y enla misma medida que la vida moderna, en medió del agol-pamiento metropolitano, crea una técnica para hacer quelas cosas privadas sean mantenidas en secreto, lo cual antessolo era posible mediante un aislamiento espacial>."? Sim-mel observa que el secreto tiene otro atributo social: el ador-no. La naturaleza y función del adorno consisten en dirigirlas miradas de los demás hacia el adornado. «Aunque, eneste sentido, es lo contrario del secreto, debe recordarse,que ni aun en el caso del secreto la función de énfasis per-sonal permanece ausente>Luego aborda directamente la sociedad secreta y su función.«La esencia de la sociedad secreta es dar autonomia.> 78

Esto significa autonomía frente a la invasión de lo privado,frente al reconocimiento circunstancial y desagradable, frentea la impersonalidad y la heterogeneidad. La sociedad se-creta está guiada por un motivo aristocrático: aislarse delas cualidades que identifican a todos, y en consecuencia aninguno. La sociedad secreta es una forma de inclusividad yde exclusividad, de aclarar y especificar la confianza y laconfidencia, de empeñar la devoción y la amistad. «Porúltimo, el aislamiento de la sociedad secreta de las síntesissociales que la rodean, evita muchas ocasiones de conflicto.»Los choques de intereses, las luchas por el poder y prestigioque encontramos en todas las sociedades y en todos lostiempos -y especialmente en los nuestros-, son mitigadospor su mismo aislamiento social.

76 lbíd., págs. 334 y sigs.77 lbíd., pág. 336.78 lbíd., págs. 361; 345-76.

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¿ <,¿ué diremos de sus problemas internos? En la sociedadsecreta hay Cierta susceptibilidad a una extrema centrali-zación de la autoridad pues su propia estructura -el se-creta- tiende a fomentar medidas especiales para guardar-Olo. Cuanto más secreta es la organización (cual en unaconspiración criminal) tanto más extrema la centralización.La presión por la solidaridad se hace casi avasalladora. Cuan-to más aislada o amenazada llega a sentirse la sociedadsecreta dentro de un orden social, tanto más autoritariaserá la forma que toma su cohesión. No obstante, por elmismo motivo, tanto mejor aceptada será esta autoridadcomunal por el individuo.En este proceso, el individuo experimenta una situación pa-radójica. Todo lo que le brinda sentimientos identificadoresde reconocimiento e individualidad en la sociedad secreta,tiende a separado de la sociedad que lo rodea: hay unaproporción directa entre ambos factores. Así, aunque se«personaliza» dentro de la sociedad secreta, dice Simmel, se«íespersonaliza- en el orden social general.La igualdad es la esencia de la comunidad, y la sociedadsecreta no es una excepción a esta regla. A cada cual segúnsus necesidades, y de cada cual según su capacidad. Perocuando se hace más intenso, el secreto puede convertir laigualdad en nivelación, lo que a su vez fortalece el podercentral dentro del grupo.«De la función a la disfunción» podría haber sido el subtítuloque diera Simmel a su estudio del secreto. Su genio resideprecisamente en haber demostrado que las mismas cuali-dades que sostienen a la sociedad secreta, la amenazan. Con-cebida como un medio de salvar la brecha entre el individuoalienado y una sociedad impersonal, de brindar status, igual-dad, sentido de participación )j' otros valores de comunidad,la sociedad secreta, en virtud de la presión de las fuerzasque condujeron a su creación, puede convertirse, no enmedio de socialización sino de desocialización, no en unaparte del orden social sino -bajo la mirada hostil de lasmasas y del gobierno central-e- en uno de sus enemigos.

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4. Autoridad

El espectro del poder

eEn nuestros días --escribe TocquevilIe-, los hombres venque los poderes constituidos se desmoronan en todas partes;asisten a la muerte de toda autoridad antigua; las viejasbarreras vacilan y caen, y ante este espectáculo se turba eljuicio de los más sabios; solo atienden a la asombrosa revo-lución que tiene lugar ante sus ojos, e imaginan que lahumanidad está a punto de hundirse en la anarquía per"manente. Si dirigieran la mirada a las consecuencias finalesde esta revolución, quizá sus temores adquirirían forma di-ferente. Por mi parte, confieso que desconfío del espíritude libertad que parece animar a mis contemporáneos. Com-prendo muy bien que las naciones de esta época sean turbu-lentas, pero no veo claro que sean liberales; temo que al cabode estas perturbaciones, que hacen vacilar a los tronos sobresu base, el dominio de los soberanos demuestre ser más pode-roso que nunca.> 1

Así como la caída del antiguo orden hizo que los hombresadquirieran conciencia de la pérdida de la comunidad tra-dicional, también les dio conciencia de la pérdida de la au-

"toridad tradicional: de las coacciones, disciplinas normati-vas y lazos patriarcales que habían formado parte durantetanto tiempo de la cultura, que apenas se los había reconoci-do hasta que el estallido de dos revoluciones los llevó a pri-mer plano con la amenaza de extirparlos. Y del mismo modoque el desgaste de la comunidad habitual llevó a las premo-niciones sociológicas de la sociedad de masas, así también ladeclinación de las autoridades antiguas originó, por unaparte, premoniciones de desorganización, y por la otra nue-vos tipos de poder, más inclusivos y penetrantes que ningu-no de los que la historia había conocido.En la sociedad tradicional la autoridad es apenas reconoci-ble como dotada de una identidad separada, ni siquiera

1 Democracy in America, I1, pág. 314.

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distintiva. ¿ Cómo podría ser de otra manera? Profundamen-te incorporada a las funciones sociales, parte inalienable delorden interno de la familia, el vecindario, la parroquia y elgremio, ritualizada en toda circunstancia, la autoridad estáunida de modo tan estrecho con la tradición y la moralidad,que apenas se la advierte más que el aire quc los hombresrespiran. Aun en manos del rey, tiende a mantener en unasociedad de esa Índole su carácter difuso e indirecto. Tal esla tendencia del poder monárquico a sumergirse en el ethostotal del patriarcalismo, que el poder del rey parece a sussúbditos poco diferente del que ejercen los padres sobre loshijos, los sacerdotes sobre los feligreses y los maestros sobrelos aprendices. Todo el peso de la moralidad -que es ti-picamente la moralidad del deber y de la .Jealtad- haceque la autoridad sea un aspecto indiferenciado del ordensocial, y el gobierno, poco más que una superestructurasimbólica.Pero cuando los hombres se separan, o se sienten separadosde las instituciones tradicionales, surge, junto al espectro delindividuo perdido, el espectro de la autoridad perdida. Lostemores y la ansiedad se apoderan de la escena intelectualcomo mastines sin dueño. En esos casos los hombres se vuel-ven inevitablemente hacia los problemas de autoridad, pre-guntándose: ¿ Qué autoridad sería suficiente para reempla-zar a la autoridad perdida; para frenar la anarquía naturalque se infiltra (aun en las sociedades civilizadas en algunascircunstancias) por las grietas de la ley y la moralidad?¿De dónde extraerla? Y paralelamente se formulan esteotro interrogante: ¿ Cuáles serán los medios para controlarel tipo de poder que siempre amenaza levantarse sobre lasruinas de la autoridad constituida?Quizá no basten los derechos puramente individuales. Comoafirmó Burckhardt, haciéndose eco de sentimientos expresa-dos antes por Burke, esos derechos pueden intensificar eldesarrollo de formas de poder nuevas y más horribles. «Elgran daño comenzó en el siglo pasado --escribió Burck-hardt- principalmente con Rousseau y sus doctrinas sobre labondad de la naturaleza humana. Tanto los plebeyos comolos hombres cultos dedujeron de ello la creencia en la Edadde Oro que infaliblemente habría de llegar, siempre que sedejara librada a la gente a sus propias fuerzas. El resultado,como lo saben hasta los niños, fue la desintegración com-pleta de la idea de autoridad en manos de los mortales, con

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lo cual, por supuesto, periódicamente somos víctimas delpuro poder.» 2

De todos los aspectos de la Revolución Francesa, el podersería el que con más insistencia habría de atormentar al con-servadorismo posrevolucionario; poder que, a sus ojos, deri-vaba del sistema de libertades y derechos individuales y dela igualdad pregonado por la Revolución. A partir de Burke,los conservadores sostuvieron que todo lo que los revolucio-narios habían destruido de las autoridades tradicionales delgremio, la comuna, la iglesia y la familia patriarcal, depo-sitándolo precariamente en la voluntad individual y popular,sirvió, en realidad, para magnificar el poder político en unamedida sin precedentes en la historia europea. «En todosentido, reverenciamos y seguimos al poder», escribe CarIy-le. Este tema aparece como un hilo escarlata a lo largo delconservadorismo del siglo XIX. Alienado de la comunidadhistórica, el individuo nunca será capaz por sí solo -de-cían=-, a pesar de los derechos e igualdades recién otorga-dos, de derrocar el tipo de poder que el estado revolucionarioy democrático representa.Desde el punto de vista de la sociología del poder en elsiglo XIX, hay cuatro aspectos notables de los órdenes re-volucionario y napoleónico. Cada uno de ellos, como vere-mos, proporcionó tema y sirvió de potente estímulo a todoslos grandes sociólogos, de Tocqueville a SimmeJ.3 La socio-logía de las ideas presenta pocos casos en que la relaciónentre los acontecimientos sociales y la respuesta intelectualsea tan clara y directa.1. El totalismo del poder revolucionario. No fue total al

2 The Letters o/ [acob Burckhardt, trad. y comp. de AlexanderDru, Londres: Routledge and Kegan Paul, 1955, pág. 147. «Nadahay más desventurado bajo el sol... que un gobierno bajo cuyasnarices cualquier círculo de intrigantes políticos pueda arrebatarel poder ejecutivo, y lo deje tambaleante ante el "liberalismo", elentusiasmo, los patanes y los magnates de la aldea. Conozco de-masiado bien la historia para esperar de las masas otra cosa queuna futura tiranía; y esta última significará el fin de aquélla»,pág. 94.3 Véase mi «The Freneh Revolution and the Rise of Sociology inFranee», American [ournal o/ Sociology, septiembre de 1943, págs.156-64. Cabe decir sin temor a exagerar que Tocqueville, Marx,Le Play, Durkheim, Weber, Simmel, Michels y Mosca, máximasfiguras en el desarrollo de la sociología del poder, escribieron todoscomo si tuvieran a los jacobinos mirando sobre sus hombros.

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principio, por "supuesto, pero en la época del Comité de Sal-vación Pública no eran pocos los fanáticos convencidos deque a menos que el pueblo gozara de un poder absoluto ygeneral sobre sus enemigos internos y externos, la libertad delos ciudadanos no estaría asegurada. Tal el motivo de la de-claración grandilocuente de Robespierre: «El g-obierno de laRevolución es el despotismo de la libertad contra la tirania.»De la creencia subyacente en la moralidad absoluta delintento era fácil pasar a la fe en que el poder para llevarloa cabo también era moral y debía ser total; debía extendersea todos los órdenes de la vida y el ser del hombre. Totali-tarismo no es, por supuesto, la palabra más adecuada paradescribir a la Francia jacobina, pues entre la aspiración deun Saint-Just y la realidad política de su país hay dema-siadas barreras institucionales: prolongación de la lealtad yautoridad tradicionales. Pero es evidente que la idea de«totalitarismo democrático» nació en 1793.2. La base de masas del poder revolucionario. Los revolu-cionarios afirmaban que la legitimidad del poder no resideen un decreto divino, en la herencia ni en la tradición. Lalegitimidad es otorgada solo por la masa del pueblo queparticipa en él; pero no se puede decir que por el hechode participar sea esclavizado por él, cualquiera sea su in-tensidad. Esta tesis ganó cada vez más adeptos a medidaque la Revolución avanzaba, hasta que llegó el momento enque prácticamente todo fue justificado en nombre del pue-blo. La invocación «al pueblo» fue lo que hizo del ejércitorevolucionario el primer ejército de masas de la historiaeuropea, y esa misma invocación justificaba la expansión yla intromisión del poder gubernamental en un grado des-conocido desde la época de Diocleciano, en la antigua Roma.La figura clave de la Revolución no fue el hombre econó-mico, ni el hombre religioso, ni el hombre moral, sino elhombre político. De ahí la exaltación del ciudadano. Laparticipación de la masa en el poder podía aparecer inex-tricablemente vinculada, corno hemos visto, a los caros atri-butos de libertad, igualdad y fraternidad.3. La centralización del poder revolucionario. La centra-lización francesa, como Tocqueville había de destacarlo,comenzó varios siglos antes, en las postrimerías de la EdadMedia, pero fue contenida durante mucho tiempo por ins-tituciones tales como los gremios y las comunas, que la Re-volución iba a exterminar para siempre. París se transformó,

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con la Revolución, en capital de la sociedad francesa, enun grado no alcanzado jamás por los Borbones. La cen-tralización administrativa surgió del ideal de participaciónde las masas en el poder. ¿ Cómo se podría otorgar al pue-blo en su conjunto el poder residual, a menos que todaslas autoridades intermedias, todas las viejas divisiones delpeder, fueran despojadas de C3C poder y- su autoridad his-tórica pasara por primera vez a aquél, representado por sugobierno? Hacia 1793 muchos líderes revolucionarios estabanconvencidos -y los jacobinos más que nadie- de que elgobierno centralizado ofrecía los mejores medios para des-cubrir y expresar la verdadera voluntad del pueblo. Siquinientas personas podían expresar la voluntad del pueblo,¿por qué no cincuenta? Si cincuenta, ¿por qué no tres? Yde esto no había más que un corto paso a la funesta ideade que un solo hombre estaría habilitado para satisfacer lavoluntad popular -la voluntad verdadera- que el gobier-no representativo ordinario jamás habría de alcanzar.4. La racionalizacion del poder. También este proceso, co-mo advertirían Tocqueville y Weber, procedía de fines dela Edad Media. Pero la Revolución lo hizo vívido, le dioun tinte espectacular, y lo convirtió en principio consagradode gobierno. Esto se aprecia en todos los niveles: racionali-zación del papel moneda, del sistema de pesas y medidas, delcalendario; racionalización del sistema educativo, al reem-plazar la autonomía histórica de las unidades educaciona-les por un gran sistema público, que abarcando desde losgrados elementales hasta la universidad llegaría a todos losrincones de Francia, dirigido desde París. Las irregulari-dades históricas de las comunas y las provincias políticasfueron abolidas y sustituidas por departamentos simétricosy otras unidades que reflejarían la razón administrativa, nola tradición. Hubo racionalización en el ejército, incluso ensus sistemas de comando y en sus técnicas de combate. Ypor encima de todo ello estaba el sistema racionalizado dela burocracia.Estos son los cuatro aspectos de la Revolución, las cuatrofacetas del poder revolucionario que con más fuerza ibana chocar contra la ideología del siglo XIX e impregnar demanera más profunda al discurrir filosófico sobre el eternoproblema de la autoridad y la sociedad. En sociología, comoya veremos, cada uno de ellos constituye un tema rector ypersistente.

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Autoridad versus poder

Su asimilación en el pensamiento social se produjo dentrodel contexto teórico de la importante distinción entre auto-ridad y poder, que comenzó a plantearse antes de que laRevolución hubiera estallado. Dar forma política y urgenciamoral (l -sta distinción fue la empresa que dio vrig<.:u alconflicto entre conservadores y radicales. Resulta esclarece-dor, lo que escribió Comte a este respecto:«Los dos partidos parecen haber· cambiado de bando. Ladoctrina retrógrada, a pesar de sus pretensiosas aspiracio-nes al orden y la unidad, pregona la distribución rle centrospolíticos, con la secreta esperanza de salvar el sistema anti-guo, al menos pOloun tiempo, entre la población más atra-sada, manteniéndola ajena a los centros generales de civi-lización; en tanto que la política revolucionaria orgullosade haber resistido en Francia la coalición de los poderes an-tiguos, olvida sus propias máximas, para recomendar lasubordinación de los centros secundarios a los principales ...En resumen, la escuela revolucionaria ha comprendido porsí sola que la creciente anarquía intelectual y moral de estostiempos, requiere una creciente concentración de la acciónpolítica propiamente dicha, para evitar el disloque com-pleto de la sociedad.» 4

Más tarde, en La política positiva, desarrollaría un sistemade autoridad difícilmente discernible, en sus valores medie-vales, de la filosofía conservadora. No obstante, en la épocaen que escribió estas líneas, estaba todavía bajo el embrujode un racionalismo que, si bien por un lado rechazaba laspremisas del derecho natural de la Revolución, seguía in-fluido por sus tendencias racionalizadoras y centralizadoras.En esencia, la diferencia entre conservadores y radicales re-sidía, como lo insinúa Comte, en el contraste entre las filo-sofías del pluralismo y la centralización. La filosofía conser-vadora, enraizada en valores medievales, hizo su baluartede la «distribución de centros políticos»: es decir, el plura-lismo de la autoridad apoyado, ante todo y por encima detodo, sobre la comunidad local, la familia, el gremio y lasdemás fuentes de la costumbre y la tradición. Los conserva-dores veían en la centralización revolucionaria y en la ra-

4 The Positivc Philosophy, trad. de Harriet Martineau, Londres:George Bell & Sons, 1896, II, pág. 161.

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cionaJización de la autoridad un presagio maligno de lo quellegaría a ser algún día la cultura europea, a menos queestas fuerzas fueran controladas por la reafirmación dellocalismo y la descentralización, por la tradición antes quepor el decreto administrativo. Los radicales, en cambio, nopodían dejar de ver en la Revolución la empresa de libera-ción del hombre de las autoridades opresoras y su incorpora-ción a un nuevo sistema de poder, fundado en el pueblo ydirigido por el pensamiento racional (o al menos, el co-mienzo de dicha empresa).En estos términos -los determinados por el impacto de laRevolución sobre la sociedad tradicional- es preciso esta-blecer el fundamental distingo entre autoridad y poder. Laimagen de la autoridad social, tanto para los conservadorescomo para los radicales, está modelada con materiales to-mados del antiguo régimen; la imagen del poder político-racional, centralizado y popular-, con materiales ex-traídos del esquema legislativo de la Revolución. Autoridadsocial versus poder político: tal es, precisamente, la maneraen que plantearon el asunto, primero los conservadores, yluego otros pensadores del siglo, hasta llegar a las reflexio-nes de Durkheim sobre la centralización y los grupos socia-les, y a los trabajos de Weber sobre la racionalización y latradición. La vasta y constante preocupación por la coerciónsocial, el control social y la autoridad normativa que re-fleja la historia de la sociología, al igual que su propia dis-tinción entre autoridad y poder, tienen raíces comunes consu interés por la comunidad.Burke dio los pasos iniciales al destacar el contraste entreel antiguo orden fundado en la tradición, y el nuevo ordenelaborado sin otra ayuda que la razón, contraste que im-pregna todas sus denuncias. Burke no sentía sino despreciopor lo que llamó el sistema «geométrico»' de los revolucio-narios: se quería reemplazar con un programa centralizadode legislación administrativa, fruto del cálculo, la tramainconsútil de tradición y autoridad que, comenzando por lafamilia y pasando por la comunidad y la provincia, llegabaal rey, cuyo gobierno -insistía- era algo más que simbólico.La esencia del sistema era la lealtad individual hacia elgrupo social. «Ningún hombre se ha visto jamás atraídocon un sentimiento de orgullo, parcialidad o afecto realpor una descripción numérica de medidas de superficie .Nuestros afectos públicos comienzan en nuestras familias .

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Luego pasamos a la vecindad y a nuestras relaciones pro-vinciales habituales.» 5

En Francia, pocos años después, vemos idéntico contraste enlas obras de Bonald, especialmente en su monumental Théo-rie du pouvoir. Aquí explica Bonald la distinción medievalpluralista entre esferas de autoridad. La familia tiene unaautoridad absoluta dentro de su propio dominio en el gradodebido; también la iglesia, el gremio, etc., y por último, elestado, tienen una autoridad apropiada y constituida. Perocuando la autoridad natural del estado se extiende hastacontrarrestar las autoridades internas de otras asociacionesde la sociedad, se transforma en despotismo, es decir, enpoder. En estos términos expresa Bonald su preferencia porla monarquía sobre la democracia. Aquélla, por su natura-leza, reconoce las autoridades de los grupos sociales y reli-giosos que constituyen la sociedad; ésta, apoyada en la doc-trina revolucionaria de la voluntad general, no lo hace nipuede hacerla. Aquélla está esencialmente limitada, a pesarde su demanda histórica de absolutismo; ésta debe hacerseilimitada por el efecto disolvente de su soberanía sobretodos los grupos que se interponen entre la masa democrá-tica y el individuo."La protección que ofrecía la autoridad contra las incursio-nes del poder centralizado y racionalista interesó asimismoa HegeI. Su preferencia por la monarquía (aunque electi-va) se basaba, en buena parte, sobre su convicción de quela autoridad política podía ser mediada, podía fundirse en lasociedad con más eficacia que en el caso de una democra-cia directa. También Hegel critica la teoría revolucionariafrancesa del poder, viendo en ella no solo el aislamientodel individuo, sino un incremento de la autoridad política,consecuencia de la pérdida de las instituciones intermedias.«La constitución --escribe en su Filosofía del Derecho- es,esencialmente, un sistema de mediación. En los despotismosdonde solo hay gobernantes y pueblo, este último es efecti-vo -si en alguna medida puede serlo-- solo como masaque destruye la organización del estado.» 7

Como Bonald, Hegel sostiene la necesidad de instituciones

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5 Works, op. cit., pág. 543.6 Bonald, (Euvres completes, París, 1864, 1, págs. 355-58. Véasetambién II, pág. 357.7 Philosophy of Right, trad. de T. M. Knox, Oxford: ClarendonPress, 194-2, pág. 292.

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que brinden seguridad al individuo y constituyan una espe-cie de amortiguador entre él y el gobierno. Por eso aboga:por las corporaciones gremiales. «Es verdad -escribe-·-, queestas asociaciones lograron excesiva autonomía en la EdadMedia, cuando eran estados dentro de otros estados ... peroaunque no hay que permitir que esto se repita, podemosafirmar, sin embargo, que en ellas reside 1<1 vprrl;..rkra fuerzadel estado. El poder ejecutivo enfrenta en ellas intereses le-gítimos que hay que respetar, y puesto que la administra-ción no puede sino ayudar a esos intereses --'-aun cuandodeba también supervisarlos- el individuo halla protección enel ejercicio de sus derechos y así vincula su interés privadocon la conservación del todo. . . Tiene importancia supremaque el pueblo esté organizado, porque solo así 'llega a serpoderoso. De otro modo no es más que un montón, unagregado de unidades atómicas. Únicamente cuando las aso-ciaciones particulares son miembros organizados del estadoadquieren poder legítimo.» 8

Tantas son las aprensiones de Hegel respecto de la socie-dad de masas, como las de Burke o las de Bonald. Suteoría de la autoridad se basa sobre los males del tipo depoder directo que pusieron de manifiesto la Revolución yNapoleón: poder sin la mediación de organismos sociales.Por eso destaca la importancia permanente de las clasessociales, los estamentos, las comunidades locales y las aso-ciaciones gremiales. La articulación de todos estos grupo,proporciona la mejor base de representación legislativa:Más avanzado el siglo encontramos que L~ Play empleaexplícitamente la frase «autoridades sociales» para describirlas que él juzgara fuentes centrales y legítimas de la verda-dera autoridad de una sociedad: la familia patriarcal, lacomunidad, el gremio o empresa comercial. y la religión."Tocqueville utiliza las palabras «secundaria» e «interme-dia» para calificar a estas y otras autoridades, que son ala vez -según dice- baluarte de la seguridad del individuoy obstáculos contra el aumento de la centralización politi-ea."?Sería falso suponer que esta distinción entre la autoridad

social y el poder político se apoya solamente en el pensa-miento conservador, Ese fue su origen, pero más tarde sedifundió mucho. Los anarquistas habrían de esgrimirla. Paraellos el problema del poder en la sociedad moderna derivóen gran parte su intensidad del enorme realce que la Revolu-ción había dado a la idea de estado. «La democracia essimplemente el estado elevado '1 1" enésima potencia», diriaProudhon, haciéndose eco de lo expresado por Bonald, aquien adrniraba.P Corno ya advertimos, Proudhon teníaprofundo interés por el localismo y la multiplicación de cen-tros de autoridad en la sociedad, corno medio para conte-ner la centralización, basada sobre las masas, que veía des-arrollarse a su alrededor, y a la cual un simple cambio desistema económico no podría por sí solo, a su juicio, alterarde manera significativa. El pluralismo y la descentralización,aspectos notables del anarquismo del siglo XIX -desdeProudhon hasta Kropotkin-, proceden ambos de un sentidovívido de la diferencia existente entre la autoridad social,que es, de acuerdo con la definición anarquista, múltiple,asocia tiva, funcional y autónoma, y el poder político delestado; este último, por muy «democrático» que haya sidoen sus raíces, está destinado a la centralización y a la buro-cratización, a menos que lo equilibre la autoridad implícita'en el localismo y la libre asociación.Una rama importante del liberalismo social adoptó asi-mismo la distinción entre autoridad y poder. Aquí la figu-ra clave es Lamennais, quien se inició corno conservador ycatólico ultramontano.P Su temprana defensa militante dela iglesia contra el estado fue predicada sobre un principiode autoridad que en el fondo era pluralista. Se unió al co-rnicnzo a Bonald, Chateaubriand, Balmes y otros conserva-dores católicos, pues consideró que su concepción de la li-bertad de la iglesia en la sociedad implicaba también indi-rectamente la de otras asociaciones: la familia, la coopera-tiva, el sindicato y la localidad. Solo cuando advirtió la faltade armonía entre sus propósitos y los de algunos de suscorreligionarios, rompió con ellos y con la iglesia, y atrajosobre sí, a la larga, la excomunión. Pero su obra esencialya había sido realizada, y junto con otros hombres de la

11 Solution du probléme social, pág. 86, e I dée générale, págs. 116y sigs,12 Véase mi artículo acerca de Larnennais y el advenimiento delpluralismo social en Journal 01 Politics, noviembre de 1948.

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8 Ibíd., págs. 290 y sigs,9 T'he Organization of Labor, trad. de Gouveneur Emerson, Fila-delfia, 1872, pág. 252; La réiorme sociale, op, cit., I'II, pág. 590.10 Democracy in America, I1, págs. 298, 303, y libro 2, cap. 7,possim,

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iglesia, corno Montalembert y Lacordaire, que señalaron elcamino, convirtió en realidad el catolicismo social moderno,de orientación pluralista. Después de su excomunión, Lamen-nais llegó a ser en Francia una figura rectora en la causade las cooperativas y sindicatos, Su ideología conservó su ten-dencia poderosamente descentralista. "La centralización -es-cribió- provoca apoplejía en el centro y anemia en lasextrernidades.» En uno de los primeros números del periódi-co L'Avenir, que fundara en 1830, cuando estaba aún alservicio de la iglesia, coloca a la descentralización y la liber-tad de asociación entre las demandas más importantes dela época.Lamennais se anticipó, evidentemente, a Tocqueville en estey otros temas afines. Y corno trasfondo de todas sus exigen-cias y reclamos está su insistencia incansable en la necesidadde autoridad social corno base de la verdadera libertad. "Siuno quiere apreciar en sus justos alcances nuestra situaciónactual, primero debe comprender que no es posible gobier-no, ni orden, ni control público si los hombres no estánunidos de antemano por lazos que ya los constituyan en unestado de sociedad.» Más enérgica aún resulta esta afirma-ción suya, antítesis directa del ideal de Rousseau de unaorganización política donde cada hombre fuera «completa-mente independiente de sus conciudadanos, y completamen-te dependiente del estado».«De la igualdad nació la independencia, y de la indepen-dencia el aislamiento. En la medida que cada hombre estácircunscripto -por así decirlo- a su vida individual, ya notiene más que su fuerza individual para defenderse, si lo ata-can; y ninguna fuerza individual puede ofrecer garantíassuficientes contra el abuso de esa fuerza, incomparablementemayor, llamada soberanía, y de la cual proviene la necesidadde una nueva libertad: la libertad de asociación. ,,13 Estaspalabras fueron escritas casi una década antes que La de-mocracia en América de Tocqueville.Pero donde la distinción entre autoridad social y poder po-lítico tuvo efectos más perdurables, fue en el campo filosó-fico. Durante dos siglos el pensamiento social había colocadoel acento filosófico sobre el estado y sobre una doctrinacada vez más abstracta de la soberanía. En 1576, Bodin consu trascendental diferenciación entre las autoridades limita-

das y condicionales de la sociedad -es decir, del gremio elmonasterio, la corporación y la comuna- y la autoridadabsoluta e incondicionada del estado (única a la que re-conoce soberanía), inició una línea de pensamiento quehabrían de continuar, con fuerza y sutileza crecientes, Hob-bes, toda la escuela de los filósofos de la ley natural del sigloXVII, y finalmente Rousseau. La hostilidad hacia las aso-ciaciones tradicionales y sus autoridades se expresó de muydiversas maneras: Hobbes las comparó con «gusanos en lasentrañas del hombre natural»; Rousseau advirtió el peligrode toda «asociación parcial» dentro del estado. El Iluminis-mo francés homologó a la vez el rechazo de la autoridad tra-dicional y el rechazo de la comunidad tradicional; no erandespués de todo, sino caras de una misma moneda. Para losfisiócratas, apóstoles del orden natural de la economía, labuena sociedad no habría de ver siquiera la luz, a menosque la centralización política acabara con aquellas autori-dades, que obstruían -tales eran sus palabras- las arteriasdel comercio y las finanzas.l!Corno resultado de dos siglos de preocupación por la sobera-nía, el poder político aparecía corno algo, o bien indepen-diente, o bien antitético, de la tradición moral y la autoridadsocial. Desde Hobbes hasta Rousseau se había sostenido quela verdadera soberanía tiene su origen, no en la tradiciónni en las autoridades sociales históricas, sino en la naturalezadel hombre y en el consentimiento contractual, ya sea realo implícito, y la majestad y racionalidad que la caracterizanderivan de su independencia de todo otro tipo de autoridad.En este punto es donde mejor podemos apreciar la impor-tancia de las teorías sociológicas sobre la autoridad apare-cidas en el siglo XIX. Junto al redescubrimiento de la co-munidad, encontramos el .redescubrimiento de la costumbrey la tradición, de la autoridad patriarcal y corporativa; todolo cual -se afirma- constituye las fuentes fundamentales(y permanentes) del orden social y político. Según estaconcepción el estado político se convierte en apenas una ~elas autoridades de la sociedad mayor, circunscripta, condi-

13 L'Avenir, CEuvres completes, Bruselas, 1839, II, pág. 440.

14 Véase un análisis del apego de los fisiócratas al despotismo cen-tralizado y su abominación de los grupos intermediarios, en «Ledeclin et la supression des Corps en France au XVIII" siecle», enL'organisation corporatiue du moyen {¡g.eti la fin de ['ancien régime,de Francois Oliver-Martin, Lovaina: Universidad de Lovaina, 1937,pág. 156.

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cionada y limitada por las otras. En estos términos podemoscomprender mejor la significación del rechazo, por parte delos sociólogos, del enfoque abstracto o formal de la natura-leza de la soberanía. Y también considerar al pluralismopolítico como filosofía sistemática, junto a las ideas sindi-calistas, de socialismo gremial, y otras ideas descentralistas.La sociología mantiene una estrecha relación histórica contodas ellas.u;

El descubrimiento de las élites

Una segunda consecuencia del efecto de la Revolución sobreel antiguo régimen fue el despertar del interés intelectualmoderno por las élitespolíticas. Este interés floreció, en pri-mer lugar, como resultado del problema que planteó a lamentalidad conservadora la aparente discontinuidad de laRevolución Francesa en la historia europea. Dada la pre-misa conservadora de la estabilidad y armonía esencial delantiguo orden, ¿ cómo podía haber sobrevenido un desenlacetan súbito y drástico? Incluso si se adoptaba la opinión queTocqueville, más desapasionado, habría de adelantar (quela centralización y la racionalización de la Revolución eran,junto a su igualitarismo, derivaciones de procesos iniciadosvarios siglos antes), ¿ cómo explicar el carácter traumáticodel movimiento?Para Burke, que solo considera real la primera de estas pre.guntas, la respuesta estaba, a todas luces, en las maquina-ciones de los philosophes, en su lucha por el poder. Losfilósofos del Iluminismo, decía, estaban animados, por sobretoda otra cosa, de una pasión de poder, y con ella de odiohacia el orden antiguo, al que querían derribar. Burke serefiere a los philosophes como «hombres de letras políticos».Como grupo --afirma con acritud- casi nunca fueron ad-versos al cambio y la innovación, Tronchadas sus raíces, pri-mero en la iglesia y luego en la corte real, se vieron obliga-dos a procurarse un status propio en la sociedad. «Trataronde recobrar la perdida protección de la antigua corte, cons-tituyendo una especie de corporación propia, a la que con-tribuyeron en no escasa medida las dos academias de Fran-

15 Consulte el lector mi trabajo «The Politics of Social Pluralism»,Journal o/ Politics, X, págs. 764-86,

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cia y después la vasta empresa de la Enciclopedia, em-prendida por,"una sociedad que estos caballeros integra-ban."HI Formaron, sostiene, una especie de cábala, consa-grándose en primer lugar a «la destrucción de la religióncristiana. Persiguieron este objetivo con un celo que hastaese momento había sido privativo de los propagadores dealgún sistema religioso. Los animaba el más fanático espíritudé' proselitismo, a

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partir del cual, en fácil graduación, 'pasa-ron al espíritu persecutorio acorde con los medios de quedisponían.» Burke da poco crédito a la persecución que losphilosophes pretendían haber sufrido. La verdadera perse-cución, insinúa, fue la que ellos infligieron a todos los quedisentían con sus ideas. «Apelaban ala intriga para suplirla carencia de razones y de talento. A su sistema de mono-polio literario sumaban una laboriosidad incansable paraoscurecer y desacreditar, por cualquier medio y de cualquiermodo, a quienes no pertenecían a su facción. Quienes hayanobservado el móvil que guiaba su conducta habrán adverti-do hace rato que nada buscaban sino el poder de transfor-mar la intolerancia de la lengua y de la pluma en una per-secución capaz de acabar con la propiedad, la libertad y lavida.s+?Destronado que hubieron la religión, los intelectuales procu-raron subvertir el orden social que los rodeaba. Tambiénaquí «un espíritu de cábala, de intriga y de proselitismoimpregnaba todas sus ideas, palabras y acciones. El celopolémico pronto dirigió sus pensamientos hacia la fuerza;comenzaron a insinuarse entablando correspondencia conpríncipes extranjeros, en la esperanza de que con su auto-ridad --que al principio adularon- podrían producir loscambios que tenían en vista. Les era indiferente que esoscambios se realizaran mediante el rayo del despotismo, o porel terremoto de la conmoción popular. .. El mismo propó-sito que guiaba sus intrigas con los príncipes, hizo que cul-tivaran, de manera peculiar, a los acaudalados de Francia;y en parte, mediante los recursos que les proporcionaranaquellos individuos que PQr sus funciones poseían los me-dios más amplios y seguros de comunicación, se apoderaroncuidadosamente de todas las vías de opínión.s+"Tras el ataque de Burke a los intelectuales políticos asoma

16 Works, op, cit., pág. 504.17 Ibíd., págs. 504 y sigs,18 tus; pág. 505_

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su obvia y profunda desconfianza de todas las influenciasque le parecían antagónicas a la tradición social, a la cris-tiandad y, por sobre todo, a la clase terrateniente, con elgentleman como símbolo. Jamás se le ocurrió pensar, porsupuesto, que él mismo era un intelectual político, dotadoen parte de la misma pasión por la intriga partidaria y porintro.lucirse el! los círculos de puJe!' y de lJle~Llgiu, l¡lW

fustiga en los intelectuales del Iluminismo y la Revolución,y con una aptitud no menor para la duplicidad. Desde elpunto de vista histórico, empero, lo que importa es la pautapara considerar al intelectual secular y su relación con elpoder que proporcionó Burke, no solamente al pensamientoconservador del siglo XIX en Inglaterra y Francia, sino,más tarde, a gran parte de la sociología.No debe sorprendemos que la desconfianza hacia el intelec-tual desarraigado y la aprensión frente al atractivo que ins-piran a su voracidad los círculos de poder, hayan llegado aser elementos inseparables de la opinión conservadora -ex-presada en los escritos de Coleridge, Carlyle, Maistre yTaine--. Reviste más interés la forma en que aparece tradu-cida en una «sociología del intelectual" que perdura desdeComte hasta nuestros días.Las reflexiones de Comte acerca del intelectual político estánincluidas en su condena más general de la politización delpensamiento, una de las peores manifestaciones, a su juicio,de la etapa «metafísica» de este último. Comte nos dice quelas cuestiones más vitales de la organización política hantocado «a la clase que es esencialmente una bajo dos nom-bres: los civiles y los metafísicos, o de acuerdo con su títulocomún, los abogados y hombres de letras, que ocupan, na-turalmente, respecto del estadista una posición subordinada.Veremos en lo que sigue que desde su origen hasta la épocade la primera Revolución Francesa, el sistema de organiza-ción política metafísica fue expresado y dirigido por lasuniversidades y las grandes corporaciones judiciales: las pri-meras constituían una especie de poder espiritual, las se-gundas un poder temporal. Este estado de cosas sigue sien-do discernible en casi todos los países del continente; enFrancia, durante más de medio siglo, la estructura ha de-generado en un abuso tal que los jueces son reemplaza-dos por el foro, y los doctores (como se los solía llamar) porsimples hombres de letras; de manera tal que ahora, todohombre que sepa sostener una pluma puede aspirar a la

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conducción espiritual de la sociedad, a través de la prensao desde su sitial profesional, en forma incondicional y cua-lesquiera sean sus títulos. Cuando llegue el momento de es-tablecer una situación orgánica, el reino de los sofistas y losdeclamadores tocará a su fin; pero habrá que salvar el im-pedimento derivado de su goce temporario de la confianzapública." 19La misma opinión, en esencia, sobre los intelectuales políti-cos encontramos en Tocqueville, particularmente en El an-tiguo régimen y la Revolución. Como Burke y Comte, Toc.guevilIe nos llama la atención «hacia la influencia notable,para no decir formidable, que tuvieron los escritos de estoshombres (que a primera vista parecen interesar solo a lahistoria de nuestra literatura) sobre la Revolución, influen-cia que, en realidad, perdura todavias P? Pero a diferenciade Burke, Tocqueville puede comprender por qué surge elintelectual político del siglo XVII, como tipo social. Suobjeto era combatir «las ridículas y ruinosas institucionesheredadas de una época anterior, que nadie había procuradocoordinar ni ajustar a las condiciones modernas, y que pare-cían destinadas a vivir a pesar de haber perdido todo va-lar ... " En estas condiciones, era e bastante natural que lospensadores de la época llegaran a desdeñar todo cuantotuviera sabor a pasado, y desearan remodelar a la sociedadsegún líneas enteramente nuevas, trazadas por cada pensa-dor ala sola luz de la razón».21Pero su aversión por el pasado, su total inexperiencia conrespecto a la realidad política y social, y su decidida con-fianza en lo que les revelaba la luz de la razón pura, convir-tieron a los intelectuales políticos -nos dice Tocqueville, casicon las mismas palabras de Burke- en instrumentos incons-cientes de una nueva forma.de despotismo: la que resultabade la sujeción a «una sociedad ideal imaginaria donde todoera simple, uniforme, coherente, equitativo y racional, en elmás amplio sentido de esos términossP''«Nuestros hombres de letras -continúa Tocqueville- nosolo impartían a la nación francesa sus ideas revoluciona-rias; también configuraban el temperamento nacional y elconcepto de la vida. En el largo proceso de modelar las men-

19 The Positive Philosophy, II, págs. 180 y sigs.20 The Old Re gime, pág. 140.21 tu«, pág. 140.22 tus; pág. 146.

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tes de los hombres según su modelo ideal, la tarea les eratanto más fácil cuanto que los franceses no habían tenidoexperiencia en el campo de la política, y el terreno se pre-sentaba despejado. Nuestros escritores terminaron por confe-rir así a los franceses los instintos, el cariz de opinión, losgustos y aun las excentricidades características del literato,y cuando llegó el momento de la acción estas propensionesliterarias se volcaron en la arena política.» Tocqueville ob-serva que la Revolución Francesa fue conducida «con el mis-mo espíritu que había dado origen a tantas teorías en abs-tracto expuestas en los libros. Nuestros revolucionarios tu-vieron igual inclinación a las grandes generalizaciones, a lossistemas legislativos preestablecidos, a una rígida simetría; elmismo desprecio por los hechos concretos; el mismo gustopor remodelar las instituciones sobre líneas nuevas, ingenio-sas y originales; el mismo deseo de reconstruir toda la or-ganización de acuerdo con las reglas de la lógica y un sis-tema preconcebido, en lugar de tratar de rectificar sus partesdefectuosas. El resultado fue poco menos que desastroso;pues lo que es un mérito en el escritor, bien puede ser unvicio en el estadista, y las mismas cualidades que contribuyena hacer gran literatura pueden llevar a revoluciones catas-tróficas. ,,23

Los intelectuales literatos dieron un nuevo lenguaje a lapolítica, que habría de alterar profundamente, de allí enadelante, su naturaleza y dimensión. «Aun la fraseologíade los políticos estaba tomada en buena parte de los librosque leían; atiborrada de palabras abstractas, figuras retó-ricas detonantes, sonoros clisés y tropas literarios. Favore-cido por las pasiones políticas que pregonaba, este estilo seabrió camino entre todas las clases, y fue adoptado con nota-ble facilidad aun por las más bajas.» Tocqueville cierra estepasaje con incisiva malicia: «En realidad, todo lo que nece-sitaban para llegar a ser literatos de segundo orden era cono-cer un poco mejor la ortografía.v'"

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;1. Las raíces del poder: Tocqueville~'1

La democracia en América de Tocqueville es el primer estu-dio sistemático y empírico de los efectos del poder político

l':;, 23 tiu., pág. 147.24 tiu; pág. 147.

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sobre la sociedad moderna. La obra es mucho 'pero en el fondo se trata de un análisis notablernrnas que eso,sionado del efecto de la democracia sobre las tra~~t~ desapa_valores y las estructuras sociales procedentes de IlClon~s, losmedieval. En su segunda gran obra, El antiguo ,a, SOCIedadRevolución Francesa, Tocqueville explora las r~glrnen y laPoder político moderno pn su rlohle aspecto (' Uentes rlp1

b .' , C b deci le Cent lición y urocratización. a e ,eCIr, sin apartarse dt, 1- r~ :za-que precede a La democracza en América' Ilad: ct lógica,

'1 ' dei d dverti " le q 1este u timo ejara e a vertir, entre líneas, la te . ue eabajo siguiente, Ambos estudios han de ser COfn SIS d~l tra-la luz de la obsesión de Tocqueville por la Revofle;:dldos aefectos sobre el orden social. ' UC10n y susLa idea central de Tocque~il1e admite una formul ' ,cilla: todo lo que en la SOCiedad moderna aliena ~Clon sen-de la autoridad tradicional --de la clase, el grem ~ ho~bresia, etc,- tiende a arrastrarlo cada vez con más f 10, la igle-el paraíso del poder; poder concebido, no como a~erza haciay terrible, sino como algo próximo, hermético Íntigo remotovidencial: el poder de la democracia moder~a e mo y pro-ces en la opinión pública. Este es su tema d~m?n SUs raí-declinación de la comunidad aristocrática y la lib lUa~te, La~ombre d~ las au!or~dade~ antiguas eran un re u~~~Clón,d;lrico -repite con insistencia-e- para que hiciera;u ito ~l~t,o-el poder moderno en el estado nacional demacra' ti ~paflclOnA dif ia d i tod ' ICOI erencia e casi to os sus contemporaneos 1" .no vio a la democracia primariamente como ~n ?cquevIllelibertad, sino de poder La democracia con su h·slstema debre la igualdad y la liberación de la au~oridad tr I~~':-Pié 50-

su sentido de centralización y unificación nacio~ IClonal, yla consecuencia lógica e inevitable de fuerzas q a, es solocomenzado a actuar varios siglos antes' su orO Ue habían

1, " " h bi ' Igen f 1centra izacion monarquica, que a la reducido la di ue amedieval y el localismo en favor de crecientes ag lVersidadcionales, basados sobre un poder administrat{egados na-Mientras la libertad significa, para Tocquevill- v.o central.frente al poder, la democracia es, por naturalez~ znmunidadd~ poder, mayor en. intensida~ y alcance pot~n~ra formanmguna forma anterior de gobierno político, ales que~Cuáles son las fuentes del poder democrático? Toc 'las enc~ent~a, prominentem~nte, ~n la tendencia uq~e':lllede la historia moderna hacia la Igualación de st t nanlmenivelación de los rangos, «Al recorrer las páginas da us y la

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historia, es difícil hallar en los últimos setecientos años ungran acontecimiento que no haya promovido igualdad desituación> La igualdad ha significado, sin embargo, la des-trucción de los estamentos, gremios, clases y otras asociacio-nes que, en virtud de la misma desigualdad que conferíana la población, limitaban el poder del rey. «Advierto quehemos destruido esas potencias individuales capaces de en-frentar la tiranía por sí solas; el gobierno heredó todos losprivilegios de que han sido despojados la familia, el gremioy el individuo; el poder de un pequeño número de personas-que si fue algunas veces opresor, era con frecuencia con-servador- ha sido reemplazado por el debilitamiento de todala comunidad.v'fLa idea de pueblo, de mayoría -roca donde descansa elpoder democrático- no podría haber surgido sin la esterili-zación de la autoridad jerárquica. En la Edad Media loshombres tenían conciencia de sí mismos como miembros dealguna iglesia o gremio, o de esta o aquella familia o provin-cia, pero nunca como nación, ni mucho menos como pueblo,con existencia corporativa independiente. La conceptualiza-ción del pueblo como entidad es un proceso gradual en lahistoria moderna; históricamente, su base es, ante todo, laatomización de las identidades sociales de los individuos enel medievo, y en segundo lugar, la centralización y nacio-nalización del poder político, que proporcionó una atmós-fera legal dentro de la cual podían vivir y adquirir identidadlas masas de individuos socialmente desarraigados.Entre igualdad y centralización hay, por ese motivo, unadecisiva afinidad. De allí la inevitabilidad histórica del sur-gimiento de los primeros monarcas poderosos, como LuisXIV. Los ataques de estos monarcas a los baluartes feudalesde autoridad hicieron que se extendiera gradualmente labase de igualdad y que aumentara el anhelo por ella. Delmismo modo, todo lo que aflojó los lazos existentes entre lasasociaciones feudales y sus miembros -la guerra, el comer-cio, el desarrollo de las ciudades y la imprenta- facilitó latarea de centralización.Establecida la tendencia a largo plazo y las raíces de lacentralización, ¿ qué es lo que origina su variable intensidaden los tiempos modernos? La menor o mayor centralizaciónde una democracia está determinada principalmente por

., 25 Democracy in America, 1, pág. 10.

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su aparición gradual -el caso de Estados Unidos- o co-mo consecuencia de una revolución repentina. En este úl-timo caso, «puesto que las clases que administran las cues-tiones locales han sido súbitamente barridas por la tormenta,y la masa restante, confundida, carece de organización y dehábitos que la habiliten para asumir esa responsabilidad,solo el estado parece capaz de hacerse f;1rgo de t0c10S lo~problemas del gobierno, y la centralización llega a ser, porasí decirlo, el estado inevitable del país». El napoleonismo,escribe Tocqueville, fue inevitable en Francia, pues «despuésde la súbita desaparición de la nobleza y del sector más altode las clases medias, estos poderes volvieron, por supuesto,a él; le hubiera sido casi tan difícil rechazarIos como le fueasumirloss.P"Tocqueville señala la afinidad entre las clases inferiores y elpoder centralizado. El gobierno central se convierte, para elpueblo, en la única vía para arrebatar a la aristocracia el ma-nejo de las cuestiones locales. Las clases inferiores, o susrepresentantes, tienden así a lograr ascendiente en la primerafase de una revolución; peto, insiste con agudeza Tocque-vilIe, este equilibrio no perdura. «Hacia el fin de esa revolu-ción. .. suele ser la aristocracia conquistada la que procuraasumir el manejo de todas las cuestiones del estado, porqueteme la tiranía de un pueblo que ha llegado a ser su igual,y con no poca frecuencia, su amo. De este modo, no siemprees la misma clase de la comunidad la que trata de aumentarlas prerrogativas del gobierno; pero cuando la revolucióndemocrática se prolonga siempre hay en la nación una clasefuerte en número o en riqueza, inducida por pasiones o in-tereses particulares a centralizar la administración pública;y ello ocurre con independencia de esa resistencia a ser go-bernado por el vecino que constituye el sentimiento generaly permanente de las naciones democráticas.s-"En Inglaterra son las clases inferiores las que procuran des-truir la independencia local y transferir la administración alcentro, mientras las clases superiores se esfuerzan por con-servarla en las áreas locales. Pero llegará el momento -pro-nostica Tocqueville- en que ocurrirá todo lo contrario.Un tercer factor que contribuye a las variaciones de intensi-dad es el efecto contrastante del analfabetismo de las masas

26 tus; 11, pág. 298.27 Ibid., 11, pág. 298 .

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bajo un régimen aristocrático y bajo una democracia. En elprimer caso, la ignorancia de las masas no conduce necesa-riamente a la centralización, "porque la instrucción está casiigualmente repartida entre el monarca y los líderes de lacomunidad». Muy diferente es el caso de la democracia,donde han desaparecido los poderes intermedios; el puebloqueda así, mucho más directamente, en manos del gobiernocentral. "Por eso, en una nación ignorante y democrática, nopuede dejar de producirse rápidamente un notable abismoentre la capacidad intelectual del gobernante y la de sussúbditos. Esto completa la fácil concentración de todos lospoderes en sus manos: la función administrativa del estadose extiende de continuo porque el estado es el único compe·tente para administrar las cuestiones del país.,,28En cuarto lugar, la organización militar tiene un poderosoefecto centralizador sobre la administración democrática. Eltriunfo en la guerra ·--advierte Tocqueville-c- depende másde los medios para transferir con facilidad todos los recur-sos de una nación hacia un único punto, que de la magnitudde esos recursos. «Por eso es principalmente en la guerra don-de las naciones desean --ya menudo necesitan- aumentarla capacidad y el poder del gobierno central. Todos los hom-bres de genio militar son partidarios de la centralización,que aumenta sus fuerzas; y todos los hombres de genio cen-tralizador son partidarios de la guerra. .. Así, la tendenciademocrática que lleva a los hombres a multiplicar sin cesarlos privilegios del estado y a circunscribir los derechos de laspersonas, es mucho más veloz y constante en aquellas nacio-nes democráticas que, por su situación, están expuestas aguerras frecuentes y de vastas proporciones, que en todas lasotras. ,,29

Pero de todas las causas que promueven la centralizacióndel poder en una democracia, la más importante es la cunay el carácter de la persona que gobierna. Los pueblos nuncaestán tan satisfechos de delegar poderes en su líder comocuando sienten que éste es, por su origen y temperamento,uno de ellos. «La atracción de los poderes administrativoshacia el centro siempre será menos fácil y rápida bajo el im-perio de reyes, conectados todavía en alguna forma con elantiguo orden aristocrático, que bajo nuevos príncipes, hijos

28 tu«, II, págs. 299 y sigs.29 tus; II, págs. 300 y sígs.

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de sus propios actos, cuyo linaje, prejuicios, inclinaciones yhábitos, parecen .lígarlos indisolublemente a la causa de laigualdad ... En las comunidades democráticas, lo normal esque la centralización aumente en la misma medida en quese reduce la naturaleza aristocrática del soberano."Una revolución que destituye a una antigua familia realpara poner nuevos hombres a la cabeza de un pueblo demo-crático, puede debilitar transitoriamente el poder central,pero por anárquica que parezca al principio, es posible pre-decir sin vacilaciones que su consecuencia final y cierta seráextender y asegurar las prerrogativas de ese poder.»La condición más importante -o, en realidad, la únicarequerida- para lograr la centralización del poder supremoen una comunidad democrática es amar la igualdad, o hacerque los hombres crean que se la ama. De esta manera, laciencia del despotismo, otrora tan compleja, se simplifica yreduce, por así decirlo,a un único principio.s"La preocupación de Tocqueville por el conflicto entre elpoder político y la autoridad tradicional lo llevó a examinarel efecto del poder democrático sobre las instituciones so-ciales. Ya hemos visto cómo este poder mina, por su propianaturaleza, el localismo y la jerarquía: pero hay otrosejemplos.Existe una autoridad basada en la ilustración, en la distin-ción individual y en el gusto, la cual se ve debilitada encada caso -nos dice Tocqueville-- por la difusión del poder,o al menos por el mito de esta difusión, que lleva a los hom-bres a desconfiar de toda autoridad que no parezca provenirde la opinión pública; este poder propio de la" democraciaes más formidable que la Inquisición española, que despuésde todo solo se ocupaba de la circulación de libros. «El im-perio de la mayoría triunfa con mucho mayor soltura enEstados Unidos, pues elimina, en realidad, todo deseo de'publicarlos, »31

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30 tsu., II, pág. 302.31 Ibid., 1, pág. 265. Es interesante observar, sin embargo, que enlos cuadernos de notas que Tocqueville llevó consigo durante supermanencia en Estados Unidos, no encontramos esta caracteriza-ción, aunque hay varias referencias a la opinión pública. Véase[ourney to America, George Lawrcnce, trad.; J. P. Mayer, comp.,New Haven: Yale University Press, 1960, passim. Cuando leemosDemocracy in Am.erica debemos tener siempre presente que Suautor vio allí «algo más que Norteamérica», y que como lo dice

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También está el efecto del poder popular sobre la autoridadde la familia. «En las naciones aristocráticas las institucionessociales no reconocen, en verdad, a nadie más que al padreen la familia; los hijos son recibidos por la sociedad de susmanos; la sociedad lo gobierna a él, él gobierna a sus hijos.De esta manera, el padre no solo tiene un derecho naturalsino que adquiere un derecho político a mandarlos; es elorigen y sostén de su familia, ptro también su gobernanteconstituido. En las democracias, donde el gobierno toma acada individuo singular de la masa para subordinarlo a lasleyes generales de la comunidad, no hace falta ese interme-diario; a los ojos de la ley el padre es allí solo un miembrode la comunidad, mayor y más rico que sus hijos.»32El conflicto entre la familia y el estado es entonces un con-flicto entre la autoridad tradicional del padre y el podernaciente de otros miembros de la familia, consecuencia inevi-table de la individualización de la familia y de la magnifi-cación del rol de cada miembro como ciudadano.«Cuando los hombres viven más para el recuerdo de lo queha sido que para el cuidado de lo que es, y cuando atiendenmás a lo que pensaban sus antepasados que a pensar por símismos, el padre es el vínculo necesario y natural entre elpasado y el presente: el eslabón que enlaza los extremos deesas dos cadenas. En las aristocracias. . . el padre no solo esel jefe civil de la familia, sino también el conducto de sutradición, el expositor de sus costumbres, el árbitro de susmaneras. Se lo oye con deferencia, se le dirige la palabracon respeto, y el amor que inspira siempre está atemperadopor el temor.»Cuando la sociedad se vuelve democrática y los hombresadoptan como principio general que es bueno y legal juzgartodas las cosas por sí mismos, empleando sus conviccionesanteriores, no como reglas de fe, sino simplemente comomedios de información, disminuye el poder de las opinionesdel padre sobre las de sus hijos, y también su poder legal.»33Lo mismo ocurre con la profesión, la clase y la religión, enlo que a la autoridad se refiere: lo que el poder político(y la opinión pública que se adapta a él) quita a la autori-

en forma expresa, buscaba «la imagen de la democracia»; véaseI, pág. 11.32 Denwcracy in America, II, pág. 194.33 lbu; pág. 194.

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dad consuetudinaria de cada una de estas instituciones, loquita también a su función de mantener la tradición, o deservir como contextos de cultura. Tocqueville piensa quesolo la profesión legal exhibe signos de conservar la autori-dad tradicional y esto por ser tantos los abogados que par-ticipan en la política; logran así proteger su identificaciónprofesional, junto a la forma y rituales que caracterizan demanera tan preponderante esta profesión nacida en la EdadMedia. En el campo de la religión, el protestantismo pros-pera por su falta de intensidad organizativa, y aunque Toc-queviIle procura demostrar que el catolicismo presenta ma-yor afinidad natural con la democracia --por la nivelaciónde la masa dentro de la Iglesia Romana, como consecuenciade la centralización papal-, advierte que en términos litúr-gicos y jerárquicos el catolicismo norteamericano es más«protestante» que el que podemos encontrar en Europa."En la institución militar encontramos un último ejemplodel efecto del poder sobre la autoridad tradicional. El es-pectáculo de los ejércitos de masas de la Revolución -queen sus aspectos igualitarios continuara con todos los detallesNapoleón, producto también él de la democracia militar-,dejó una impresión profunda en el pensamiento de Tocque-ville; bien merece que lo llamemos el primer sociólogo delmilitarismo. Tocqueville advierte un profundo e íntimo con-flicto entre la preferencia de la democracia civil por la paz-fundada en el deseo de proseguir los negocios sin interfe-rencias bélicas- y la preferencia de los ejércitos democrá-ticos por la guerra; según él, la razón de esta última reside enla naturaleza del mando militar democrático. En los regí-menes aristocráticos casi todos los oficiales proceden de lanobleza, y la guerra no puede afectar un status adscriptopor el nacimiento e independiente de las carreras militares;el caso es muy diferente en la democracia. «En los ejércitosdemocráticos el deseo de superación es casi universal; deseoardiente, tenaz y permanente, fortalecido por todos los otrosdeseos, acompaña al sujeto toda la vida. Pero es fácil com-prender que entre todos los ejércitos del mundo, aquéllosdonde los ascensos deben ser más lentos en tiempos de paz,Son los ejércitos de los países democráticos. .. Por eso enUn ejército democrático los espíritus ambiciosos desean laguerra: ésta proporciona vacantes y justifica la violación de

34 lbld., II, pág. 27.

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la ley de la antigüedad, único privilegio natural de la de-mocracia. »35

Paralelamente, en tiempos de paz se tiende a ignorar alos militares, y aun a despreciarlos, hecho irritante para lasaspiraciones de status. En una aristocracia esto no tiene im-portancia, pues los oficiales no pueden ser privados de sustatus nobiliario; en una democracia, en cambio, «los mili-tares descienden al rango de los más bajos servidores públi-cos; se los estima poco, y ya no se los comprende. Ocurreentonces lo contrario de lo que sucede en épocas aristocrá-ticas; los hombres que ingresan al ejército ya no pertenecena la clase superior sino a la inferíor.» En una democracialos triunfadores, los educados y los ricos eluden el serviciomilitar, y el resultado es que «el ejército, tomado colectiva-mente, constituye a la larga una nación pequeña en sí mismo,donde la mente está menos desarrollada y las costumbres sonmás rústicas que en la totalidad de la nacións.P"TocquevilJe encuentra probable que los oficiales subalternosde los ejércitos democráticos tengan mayores tendencias bé-licas que los otros oficiales. Después de todo, los oficiales decarrera tienen, por lo general, su status asegurado tanto entiempos de paz como en tiempos de guerra; no así aquéllos.«Un hombre aguijoneado permanentemente por su juventud,sus necesidades, sus pasiones, el espíritu de su época, sus es-peranzas y temores, no puede dejar de alentar una ambicióndesesperada.»Por eso los oficiales subal ternos prefieren la guerra: laguerra a cualquier precio j pero si la guerra se les niega,entonces anhelan una revolución que suspenda la autoridadde las reglamentacionesestablecidas, y les permita, con ayu-da de la COl! fusión general y de las pasiones políticas de lahora, librarse de sus oficiales superiores y ocup:,r sus lugares.No les es imposible provocar esa crisis, pues por diferentesque puedan ser sus pasiones y deseos respecto de los queaniman a los soldados, su origen y hábitos comunes les otor-gan mucha influencia sobre éstos.» 87

Las democracias tienden a mostrarse débiles en las primerasfases de una guerra, pero mucho más fuertes que las aris-tocracias en las fases finales. Al comienzo del conflicto noes fácil lograr que los derr.ócratas renuncien a sus actividades

~\'i Ibíd., Il, pág. 266.% Ihfd .. II, pág. 266.37 Ibld., rr. pág. 274.

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y esparcimientos. corrientes de la vida civil; pero cuandoaquél se prolonga y exige inevitablemente esta renuncia, elpueblo vuelca todo su entusiasmo, y aun su ferocidad, enproseguirIo. «La guerra, tras destruir todos los modos deespeculación, se constituye en la única y gran especulación,a la que convergen en forma exclusiva todos los deseos ar-dientes y ambiéicncs que engendra la igualdad ... Una gue-rra prolongada produce en el ejército democrático los mis-mos efectos que una revolución en un pueblo: viola losreglamentos y permite que los hombres extraordinarios seeleven por encima del nivel común.sff Además, existe una«conexión secreta)' entre el carácter mili tar y el carácterdemocrático. Este último anhela apasionadamente lograraquello a lo que aspira y disfrutarlo: tiende a expresar vene-ración por el peligro y a temer a la muerte menos que a lasdificultades. Este es el espíritu que los habitantes de unademocracia aportan a la industria y el comercio, espírituque se adecua con facilidad a las situaciones bélicas. «Nin-guna grandeza halaga más la imaginación de un pueblo de-mocrático, que la grandeza militar: grandeza que resplan-dece de manera súbita y vívida, y se obtiene sin fatiga, ¡sinarriesgar otra cosa que la vida!,,39También se ocupó Tocqueville de los efectos de la democra-

. cia sobre la administración pública a la que se cuida de dis-tinguir nítidamente de la soberanía. Recalca la significaciónde la transferencia histórica de aquella, que pasó demanos de empleados honorarios y voluntarios, a manos deempleados asalariados. Esta transferencia -nos advierte-comenzó en la Edad Media, y es un aspecto de la evolucióneuropea del poder político racionalizado; pero el procesode burocratización se ha acelerado mucho en las democra-cias. Insinúa la posibilidad de medir el avance de la demo-cracia en un país por el grado en que la burocracia asala-riada reemplaza a la voluntaria y honorarla. Pues, «si los em-pleados públicos no reciben paga, habrá una clase de fun-cionarios públicos independientes y ricos, que constituiránla base de una aristocracia; y si el pueblo conserva su dere-cho de elección, esta elección solo recaerá en una clasedetermina,cla de ciudadanos.»Cuando una república democrática requiere que los fun-

38 Ibíd., II, págs. 277 y sigs.39 Ibld., II, pág. 278

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cionarios asalariados le sirvan sin paga, podemos estar segu-ros de que el estado se encamina hacia la monarquía. Ycuando una monarquía comienza a retribuir a esos funcio-narios hasta entonces no remunerados, esto es signo ciertode que se aproxima una forma de gobierno despótico orepublicano. El reemplazo de funcionarios impagos por fun-cionarios pagos es en sí mismo suficiente ····en mi opini6n--.para constituir una verdadera revolución.s+"Pero entre el desarrollo de la burocracia -relacionada ensí misma, de modo funcional, con la democracia- y lapreservación de la participación popular en el gobierno-piedra angular, en definitiva, de la ética democrática-se crea un conflicto. En este punto, Tocqueville no propor-ciona los minuciosos detalles que habría de suministrar We~ber, pero en él aparece, no obstante, la intuición profundadel hecho.Escribe: «En nuestra época todos los gobiernos de Europahan perfeccionado, de manera singular, la ciencia de la ad-ministración pública: hacen más 'cosas, y todo con másorden, más celeridad y a menos costo; parecen constante-mente enriquecidos por la experiencia que han extraído delos individuos particulares. Cada día que pasa, los príncipeseuropeos someten a una fiscalización más estricta a los ofi-ciales subordinados, e inventan nuevos métodos para guiar-los más de cerca e inspeccionarlos con menos molestias. Nocontentos con realizarlo todo por medio de sus agentes,llegan a manejar la conducta de sus agentes en todo; demanera tal que la administración pública no solo dependede un único poder, sino que está cada vez más limitada aun único lugar y concentrada en las mismas manos. El go-bierno centraliza su acción mientras aumenta sus prerroga-tivas; de allí procede el doble aumento de su fuerza.,,41Hay una relación íntima, diríamos incluso recíproca, entrela centralización y la forma de propiedad que predominaen las democracias. El vasto aumento de propiedad fluidavinculada -con los fabricantes ha intensificado la tendenciahacia una administración cada vez más regimentada y cen-tralizada. «La propiedad fabril. . . no amplía sus derechos enla misma proporción que su importancia. Las clases fabrilesno son menos dependientes cuando se hacen más numerosas

40 lbld., I1, pág. 208.41 tsu., II, pág. 307.

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sino que, por el contrario, parece como si el despotismoacechara en ellas y creciera naturalmente junto con ellas.,,42A medida que la nación se embarca en una creciente acti-vidad fabril, la necesidad de caminos, canales, puertos yotras obras de índole semipública, imprescindibles para eldesarrollo ulterior de la industria, origina un incesante au-mento de la esfera de administración gubernamental,La centralización «se ha extendido en todas partes de milmaneras diferentes. Las guerras, revoluciones y conquistashan servido para promoverla; todos los hombres participa-ron con sus afanes en su aumento.s+s La centralización delpoder se nutre de la rebelión popular. Vemos por doquierpueblos que «escapan con violencia del imperio de las leyes,aboliendo o limitando la autoridad de sus gobernantes opríncipes; las naciones que no están en franca revolución,se hallan al menos levantiscas y agitadas; un mismo espíritude rebelión las infunde a todas». Pero junto a esta anarquíase erige «el aumento incesante de las prerrogativas del go-bierno supremo, más centralizado y audaz, más amplio yabsoluto; el pueblo es así fiscalizado cada vez más por laadministración pública, conducido en forma insensible aceder nuevas porciones de independencia individual, hastaque los mismos hombres que periódicamente tumban untrono y pisotean una estirpe de reyes, se inclinan, reverentesy obsequiosos como nunca, ante los menores' dictados de unempleado. De esta manera parece haber en nuestros días dosrevoluciones opuestas: una que debilita de continuo el podersupremo, y la otra que de continuo 10 refuerza; en ningúnotro período de nuestra historia fue ese poder a la vez tandébil o tan fuerte.,,44TocquevilIe advirtió también la decisiva afinidad entre el<racionalismo cartesiano" y la' opinión pública en la de-mocracia. En ningún otro país del mundo, afirma, se prestamenos atención formal a la filosofía que en Estados Uni-dos; los norteamericanos carecen de una escuela propia depensamiento y son indiferentes a las escuelas europeas. Apesar de lo cual se observa entre ellos un «método filosófico»

42 lbld., II, pág. 310. El mito, asiduamente cultivado por la clasecomerciante norteamericana a partir de la década de 1880, deque ella había florecido con el laissez-jaire y deseaba ese estado decosas, hubiera divertido a Tocqueville.43 uu., II, pág. 313.44 lbld., I1, pág. 313.

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muy real y poderoso: el racionalismo, tal como lo definióDescartes.Aun aquellos norteamericanos que jamás oyeron hablar deDescartes, señala Tocqueville, siguen con ahínco sus doctri-nas. Su repudio de toda tradición (que constituía paraDescartes el medio epistemológico de establecer el terrenode la verdad pura, a partir de la sola razón) es según ellosuna técnica 1lluy aJel-uaLla }J.Ma un •• leoría del gobicrno queprocura, en nombre de la libertad y la igualdad, repudiarlas formas y dogmas tradicionales. Tal método refuerza laopinión pública, convirtiendo al sentido común de cadahombre (ese mismo sentido común que todos los hombrescreen poseer en dosis igual y suficiente, como Descartes afir-maba con ironía) en guía apta para resolver todas las difi-cultades y misterios. Así como la unión del igualitarismo yel poder tiene efectos esterilizantes sobre las distincionessociales, la unión del racionalismo cartesiano y la opiniónpública los tiene sobre las distinciones intelectuales.s"Individualización, esterilización y racionalización de la auto-ridad tradicional: he ahí, entonces, los procesos que segúnTocqueville llevan, a la larga, a una magnificación del poderpolítico en la democracia. Ese poder --nos dice en uno delos capítulos más celebrados de La democracia en América-podrá parecer, con el tiempo, no poder sino libertad. Lasmultitudes democráticas, separadas de la jerarquía, aisladasde las comunidades tradicionales, confinadas a la intimidadde sus mentes y corazones individuales, pueden llegar asentir que el único poder que queda, el del estado, no esuna tiranía sino una forma de comunidad superior y másbenévola.«Por encima de esta raza de hombres se establece ti 1\ poderinmenso y tutelar, único que torna a su cargo asegurar susatisfacción y cuidar de su desti 110. Ese poder es absoluto,minucioso, regular, providentc y manso. Sería análogo a laautoridad paterna si, como ésta, su objetivo fuera preparara los hombres para su madurez; pero procura, por el con-trario, mantenerlos en una infancia perpetua ... Después dehaber logrado apresar a cada miembro de la comunidad enSlIS potentes garras y someterlo a su voluntad, el poder su-premo extiende sus brazos sobre toda la comunidad. Cubrela superficie de la sociedad con una red de pequeñas leyes,

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45 Ibíd., I1, caps. 1 y 2.

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complicadas, minuciosas y uniformes, que ni siquiera lasmentalidades más originales y los caracteres más enérgicospueden atravesar para elevarse por encima de la multitud ...Ese poder no destruye la existencia, pero la impide; notiraniza, sino que comprime, debilita, apaga y adormece alpueblo, hasta que cada nación queda reducida a un merorebaño de animales tímidos y laboriosos, cuyo pastor es el!l'Ohiern()~Siempre pensé que esa servidumbre regular, serena y bené-vola que he descripto, sería más fácil de combinar de lo quecomúnmente se cree, con alguna de las formas exteriores dela libertad, y que incluso sería posible establecerla bajo elamparo de la soberanía del pueblo.»4;lHe ahí el adelanto que nos ofrece Tocqueville sobre el tota-litarismo: nacido, no de lo notoriamente malo de la socie-dad, sino de las fuerzas y estados que los hombres de todaspartes consideran bendecidos por el progreso. Lo que darelieve a su análisis del totalitarismo moderno es que procurarelacionarlo con los valores políticos (mejor dicho, con lacorrupción de los valores) que los hombres aprecian, másque con aquellos que repudian. Su visión no difiere delsombrío espectáculo que más tarde Weber desplegaría antenosotros: una sociedad occidental pulverizada y convertidaen robots, producto de una burocracia humanitaria carentede vitalidad creadora.No debe pensarse, sin embargo, que Tocqueville consideraraa la democracia solo en los términos lóbregos de su forzosatransformación futura en una tiranía plebisci taria. Es evi-dente que antes de morir esa visión suya se adueñó cadavez más de su imaginación, pero gran parte de la esenciasociológica y liberal de La democracia en América se nosescaparía si no advirtiéramos los controles sociales y fuerzasopuestas al poder centralizado .que Tocqueville reconocióen Estados Unidos. La independencia del poder judicial,la separación entre la religión y el estado, la autonomía yelevado status en que se desenvuelven las profesiones (espe-cialmente la legal), la autoridad aún intacta de la comuni-dad local, la diversidad regional y la frontera abierta; todoello +-señala Tocqueville- actúa corno control sobre elpoder político que tiende a surgir de las mayorías política-mente dominantes, y del imperio ilimitado de la opiniónpública.

46 Ibíd., II, pág. 319.

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Todavía más importante era a su juicio la libertad de aso-ciación.s" Pocas de las cosas que encontró en EstadosUnidos lo sorprendieron más viva y favorablemente que laprofusión de asociaciones; éstas desempeñan en innumera-bles esferas, funciones sociales que en Europa dependían dela aristocracia o de la burocracia política. Todas las socie-dades -escribe- requieren cierto grado de libertad deasociación, pero en ninguna parte es tan grande la exigen-cia de «asociaciones intermedias» como en una democracia:resulta allí demasiado fácil suponer que por residir la so-beranía en el pueblo todo, disminuye la necesidad de asocia-ciones autónomas, funcionales y apolíticas. Las asociacionessirven al doble propósito de brindar un reducto al individuo,librándolo del deseo de ser absorbido por la masa, y de limi-tar el grado de participación y centralización gubernamental.Tocqueville establece una clara diferencia entre las asocia-ciones políticas y las civiles; las primeras se manifiestanpreferentemente en los partidos políticos, las segundas en lagran profusión de asociaciones sociales, culturales y econó-micas que encontró en Estados Unidos. Desde el puntode vista de la vitalidad del orden' social y de la proteccióndel individuo, estas últimas son las más importantes: suexistencia refleja un grado muy alto de acción social y par-ticipación individual. Es lógico que la prosperidad de lasasociaciones civiles parezca depender poco de las asociacio-nes políticas; no obstante, hay en realidad una dependenciamuy Íntima.«En todos los países donde están prohibidas las asociacionespolíticas son raras las asociaciones civiles. Es poco probableque este resultado sea accidental; cabe pensar, más bien, enuna relación natural y quizá necesaria entre estos dos tiposde asociaciones ... No digo que no puedan existir asociacio-nes civiles en un país donde las asociaciones políticas estánprohibidas, pues los hombres no pueden vivir en sociedadsin embarcarse en alguna empresa común; sostengo, empero,

47 lbld., I, págs. 192 y sigs., y II, caps. 5, 6 Y 7. Entre lasanotaciones de Tocqueville (op. cit., pág. 212) encontramos lo si-guiente: «El poder de asociación alcanzó su más alto grado en Nor-teamérica. Se crean asociaciones con propósitos comerciales, y tam-bién políticos, literarios y religiosos. Nadie procura el triunfo apelan-do a una autoridad más alta, sino al concierto de los poderes indi-viduales.» Tocqueville pensaba que las sociedades de templanzanorteamericanas eran «la última palabra en materia de asociación».

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que las asociaciones civiles siempre serán menos, tendránuna organización más endeble y una conducción menos há-bil en un país así, y nunca concebirán proyectos trascenden-tes, o fracasarán en su ejecución.v"Cuanto más «ocupe [el gobierno] el lugar de las asociacio-nes, tanto más requerirán los individuos, perdido el conceptode unión, su ayuda: estas causas y efectos se suceden y ori-ginan sin cesar».49De ahí la importancia vital. de las asocia-ciones en la estructura de autoridad de una sociedad demo-crática. «La ciencia de la asociación es [en la democracia] lamadre de la ciencia; el progreso de todo el resto dependede su propio progreso."Entre las leyes que gobiernan las sociedades humanas, unaparece destacarse como la más precisa y clara: si los hom-bres han de adquirir o conservar su estado civilizado, elarte de asociarse debe perfeccionarse y crecer en la mismaproporción en que aumenta la igualdad de condiciones.v'P

Los usos del poder: Marx

La concepción de Marx acerca del poder en la sociedaddifiere en absoluto de la de Tocqueville en los aspectos im-portantes. No hay mejor forma de señalar este contraste quela siguiente: mientras la filosofía de Tocqueville puede re-sumirse como la antítesis de las cuatro fases del poder revo-lucionario antes descriptas -el totalismo, la masa, la cen-tralización y la racionalización- la de Marx ·es su conse-cuencia directa y conceptual. Marx compartía plenamenteel odio de los intelectuales jacobinos por la sociedad tradicio-nal, su desconfianza frente al pluralismo y el localismo, ysu repudio de la libertad de asociación. También hizo suyala fe jacobina en la voluntad popular, y en la sedicenteextinción del poder luego de cierto plazo, una vez que hu-bieran desaparecido los grupos de status tradicionales de lasociedad. El pasaje siguiente resulta ilustrativo:«Cuando en el curso de la 'evolución, hayan desaparecidolas diferencias de clases y toda la producción se concentreen manos de la vasta asociación de la nación en su conjun-to, el poder público perderá su carácter político. El poder

48 Democracy in America, II, pág. 118.49 uu., II, pág. 108.50 tus; 11, pág. 110.

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[ político propiamente dicho no es más que el poder organi-t zado de una clase para la opresión de otra. P 51

Esto es, por supuesto, puro Rousseau, puro Saint-Just. Apesar de figurar en el Manifiesto Comunista no constituyeun mero llamado a la acción, ni un vuelo pasajero de fan-tasía .táctica: refleja todo lo que es crucial en la concepciónmarxista, y es tan cierto en el Marx «filosófico» de los co-mienzos como en el Marx posterior, «histórico». Desde Lacuestión judía, pasando por el Manifiesto y Las luchas declases en Francia hasta sus últimas cartas, hay en Marx unconcepto del poder tan opuesto al de Tocqueville -y tam-bién en gran medida a los de Tonnies, Weber y Durkheim-como congruente con lo que encontramos en el Discursosobre la economía política, de Rousseau, o en algunos delos decretos del Comité de Salvación Pública. Esa concep-ción nos llevaría a la indiferencia filosófica frente a lasconsecuencias a largo plazo del empleo de las técnicas delpoder en una revolución.Pues si los hombres están convencidos de la desaparicióninevitable del poder, una vez dadas las correspondientes con-diciones económicas y sociales, ¿ por qué no emplear durantela revolución y en el período inmediato posterior todas lastécnicas posibles de centralización y consolidación del poder?Y, si el poder político es en realidad mero reflejo de unaclase dominante en una sociedad dividida en clases, ¿ cómopuede haber problema de poder en una sociedad cuyasdistinciones de clases (y todas las demás distinciones socia-les) han sido niveladas?Engels se limitó a reformular la opinión de Marx sobre estacuestión, al escribir, refiriéndose al estado: «Cuando llegapor fin a ser el representante efectivo de toda la sociedad,se vuelve superfluo. Tan pronto deje de -existir toda clasesocial a la cual oprimir. .. el estado dejará de ser necesario.

. El primer acto en virtud del cual el estado se constituyerealmente en representante de toda Ia sociedad -la tomade posesión de los medios de producción en nombre de lasociedad- es, al mismo tiempo, su último acto independien-te como estado. La interferencia estatal en las relaciones

"sociales se torna superflua y se extingue a sí misma en unterreno tras otro; el gobierno de personas es reemplazadopor la administración de las cosas, y por la dirección del

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51 Basic Writings, op, cit., pág. 29.

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proceso de producción. El estado no es "abolido"}. muere." 52

La línea divisoria entre las concepciones del estado de Toc-queville y Marx no podría ser mejor trazada que en estepasaje de Engels. Es la concepción que aún hoy está en labase de la indiferencia casi total (tanto de los intelectualescomo de los funcionarios) de las naciones v movimientosmarxistas respecto de los problemas de la 'burocracia, lacentralización y la mecanización política que han demostra-do ser en todos los otros medios, preocupaciones capitalesde las mentalidades liberales del siglo XX.Las divergencias entre Marx y Tocqueville pueden reducirsea esto: para Tocqueville el poder político debe siempreprovocar mayores amenazas en las sociedades más individua-lizadas -es decir, atomizadas y niveladas-; para Marx elmayor -y en realidad el único- peligro lo presentan lassociedades caracterizadas por lo contrario: donde son másfuertes las clases y otras pautas de diferenciación social. Toc-queville opinaba que había más libertad personal bajo la aris-tocracia que bajo la democracia, donde la opinión públicase vuelve, a su juicio, más despótica que la Inquisición me-dieval. Para Marx no había libertad real bajo la aristocra-cia: el carácter específico del desarrollo político moderno;consiste en que el estado, especialmente en su forma demo-.crática, representa el comienzo de una emancipación huma-'na que solo será completa después de la revolución socialista. lEntonces, y solo entonces, conocerán los hombres la libertad. IPara Tocqueville, el poder político es, al mismo tiempo, una"causa de alienación, por medio de su penetración en lascomunidades de pertenencia que constituyen la sociedad, yun refugio de la alienación; es decir, en la democracia, seconvierte cada vez más en una fortaleza para eludir los ma-les y las frustraciones de la' sociedad civil. Para Marx elpoder político es alienación, en el particular sentido mar-xista del término, que abarca la propiedad, la clase y lareligión. La alienación y el poder político concluirán enforma simultánea cuando e! hombre llegue, bajo el socialis-mo, ;:. la emancipación plena de todas las limitaciones. «Laemancipación política significa reducir al hombre a rniern-Ll'O de la sociedad civil, a un individuo independiente yegoista, por una parte, y a ciudadano, a persona moral, porla otra. La emancipación humana será completa únicamente

52 uu., pág. 106.

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cuando el individuo real absorba en sí mismo al ciudadanoabstracto; cuando, como hombre individual, en su vida co-tidiana, en su trabajo y en sus relaciones, llegue a ser unser de la especie; y cuando haya reconocido y organizadosus propios poderes (fo'rces propres) como poderes sociales,de modo quc ya no separe su poder social de sí mismo comopoder politico.s+"Este pasaje ha sido tomado del final de La cuestión judía deMarx; en este ensayo, escrito cinco años antes que el Mani-fiesto, es donde mejor se puede aprehender la esencia delconcepto marxista de la naturaleza y el rol del poder políticoen la historia europea. Como tantas de sus obras breves, suobjetivo era refutar la tesis de otro filósofo: en este caso, elalegato de Bruno Bauer en pro de la emancipación de losjudíos y su ascenso a la participacién política como tales.Para Marx esa emancipación y elevación eran quiméricas.Bauer, pensaba, no comprendía la naturaleza histórica delestado europeo y su vínculo con la religión. La respuesta deMarx forma parte de una revisión magistral del vínculo delestado con todas las formas de participación civil en cuer-pos colectivos, incluida la religión entre las formas de parti-cipación económica, social y cultural. La esencia de la polé-mica, que no debe detenernos aquí, es que no puede habercuerpo colectivo judío en el estado por la simple razón deque no puede haber cuerpo colectivo cristiano en el estado.O sea, la idea misma de estado se postula sobre la base dela esterilización de las identidades religiosas en favor de laciudadanía. Si se afirma como fundamental la condición dejudío (o de cristiano), no puede haber ciudadanía propia-mente dicha, pues la idea de ciudadanía política surgió enfunción de la emancipación del hombre de sus identidadesprepolíticas.El conflicto entre la sociedad civil y el estado es lo quellamó la atención de Marx. Tocqueville también vio esteconflicto, como ya hemos observado, pero en términos to-talmente diferentes. Para Marx la influencia decisiva no esla del estado, sino la de la sociedad civil, con sus diversascombinaciones de egoísmo materialista y formas de alicna-ción. El estado ofrece al hombre (y aquí encontramos otravez un sólido substrato rousseauniano) una visión de lacomunidad que contrasta con todo lo que representa la so-

ciedad civil. «Dónde el estado político ha alcanzado supleno desarrollo, el hombre vive una existencia doble, nosolo en el pensamiento y en la conciencia, sino en la reali-dad: una existencia celestial y terrenal. Vive en la comuni-dad política, donde se considera a. sí mismo un ser comuni-tario, y en la 'sociedad civil, donde actúa simplemente comoindividuo privado, trata a los otros hombres como instru-'mentas, desciende al rol de mero instrumento y se transfor-ma en juguete de potencias extrañas.s'" Así, en el puroterreno moral, es imposible que los miembros de una religiónsean, como tales, miembros del estado, de la comunidad po-lítica. «El conflicto en: que el individuo se encuentra porprofesar una religión particular, en relación a su propiacondición de ciudadano, y en relación a los otros hombrescomo miembros de la comunidad, podría resolverse dentrodel cisma secular entre el estado político y la sociedad civil.»La diferencia entre el hombre religioso y el ciudadano esexactamente la misma que existe «entre el tendero y el ciu-dadano, entre el jornalero y el ciudadano, entre el terrate-niente yel ciudadano, o entre el individuo y el cludadano»."En síntesis, lo que Marx, como Rousseau, quiso destacares la tensión revolucionaria entre la ciudadanía y la per-tenencia a la sociedad civil. La ciudadanía política no erasin duda para él, como lo era para Rousseau, la respuestafinal, pues representa una forma de alienación en sí misma.Pero cuando leemos este ensayo no podemos dejar de pensar'que en alguna medida Marx deduce del ideal político deciudadanía -identidad que adquiere el hombre mediantesu emancipación legal y conceptual de otras identidades destatus- algo (quizás un modelo) de su visión apocalípticade la emancipación «humana» final, donde el hombre severá liberado de sus identidades políticas, tanto como detodas las identidades económicas, religiosas y sociales. «Laemancipación política representa ciertamente un gran pro-greso», escribe Marx. «No es, en verdad, la forma final deemancipación humana, pero ~s la forma final de emancipa-ción dentro del marco del orden que hoy prevalece. No hacefalta decir que hablamos aquí de una emancipación real yconcreta> 56

53 Early Writings, op. cit., pág. 31.

54 tus; pág. 13.55 lbld., pág. 14.56 tus; pág. 15.

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Marx exhibe perspicacia en sus escritos acerca del estado ysu función en la historia europea. El hombre europeo, nosdice, se ha emancipado políticamente de la religión «les-plazándola de la esfera de la ley pública, a la de la leyprivada». Después de haber formado parte de la estructuradel estado, la religión se convierte mediante acontecimientostales como la Reforma y el advenimiento del nacionalismo,en parte de la sociedad civil únicamente. eSe ha transformadoen el espíritu de la sociedad civil, del egoísmo y su esfera ydel bellum omnium contra omnes. Ya no es la esencia de lacomunidad, sino la esencia de la diferenciación.v'"Este pasaje nos suministra la clave para entender el conceptomarxista de la sociedad civil: liza de tiranías económicas,religiosas y sociales a las que el hombre sigue sujeto. A di-ferencia de Hegel, que veía en la sociedad civil -la familia,la clase y la comunidad local- el complemento necesariodel estado, Marx ve en ella solo la fragmentación y la alie-nación de donde alguna vez habrá que sacar al hombre.Comparte la repugnancia de Rousseau por todo 10 que.acentúa la identidad particular y diferenciada del hombre,y el amor de Rousseau por todo lo que destaca al hombreen su identidad comunitaria, o como Marx la llama, en suidentidad de «especie». En estos términos Marx se burla dela insistencia de la escuela de la ley natural sobre los dere-chos individuales, precisamente como lo había hecho Rous-seau, quien en El contrato social había declarado que unavez que el hombre ingresara en una verdadera comunidadpolítica renunciaría a todos sus derechos individuales y ad-quiriría otros, basados sobre su participación como ciudada-no. «Ninguno de los supuestos derechos del hombre -escri-be Marx-, va más allá del hombre egoísta, el hombre talcual es, como miembro de una sociedad civil: es decir, comoindividuo separado de la comunidad, encerrado en sí mismo,preocupado por entero por sus intereses particulares y ac-tuando según su capricho personal.» 58 En La sagrada fami-lia vuelve sobre este punto: «Hemos demostrado que elreconocimiento de los derechos del hombre por parte delestado moderno tiene apenas la misma significación que elreconocimiento de la esclavitud por parte del estado en laantigüedad. La base del estado antiguo era la esclavitud; labase del estado moderno es la sociedad civil y el individuo

57 lbid., pág. 15.58 uu; pág. 26.

de la sociedad civil; es decir, el individuo independiente,cuyo único lazo con otros individuos es el interés privado yla necesidad inconsciente y natural, esclavo del trabajo asa-lariado, así como de sus propias necesidades egoístas y delas de los demás.,,59 , ..Dondequiera que aparece el estado como tipo históricotiene que haber conflicto entre él y los elementos religif)~0.y económicos de la sociedad civil. «En los períodos en queel estado político como tal surge violentamente en la socie-dad civil, y cuando los hombres procuran liberarse mediantela emancipación política, el estado puede -y debe- cierta-mente abolir y destruir la religión; pero solo de la mis-ma manera como procede a destruir la propiedad privada,mediante la declaración de un máximo, la confiscación oel impuesto progresivo, o con el método que utiliza paraabolir la vida: mediante la guillotina. Cuando el estadotiene máxima conciencia de sí mismo, la vida política pro-cura ahogar sus propios requisitos -la sociedad civil y suselementos- y establecerse como vida de la especie, genuinay armónica, del hombre. Pero solo puede alcanzar esta metacolocándose en violenta contradicción con sus propias con-diciones de existencia, mediante la declaración de una revo-lución permanente." 60Después de haber leído este pasaje no hace falta buscarinfluencias tácticas extrañas, para explicar la preocupacióncreciente de Marx por el poder político y el uso del poderen la desintegración de los restantes centros de privilegiosy jerarquía de la sociedad, y para formar una asociacióngeneral dentro de la cual los individuos, no los grupos ni lasclases, llegaran a ser los elementos de la organización polí-tica. Si de Hegel tomó su sentido de la función históricadel estado en Europa, de Rousseau (que había influido sobreHegel, .por supuesto) heredó la concepción del estado comoestructura que descansaba sobre lealtades y devociones di-rectas de los individuos, liberado cada uno de ellos de leal-tades antagónicas.Como Rousseau, Marx pudo combinar en un solo pasajeelementos rigurosamente analíticos y milenaristas. Las fun-ciones individualizadoras del estado histórico y su relación

59 Selecte d Writings in Sociology and Social Philosophv, trad. deT. B. Bottornore ; T. B. Bottomore y Maximilien Rubel, comps.,Nueva York: McGraw-Hill Book Company, 1956, pág. 218.60 Earl)' Writings, pág. 16.

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eun la sociedad feudal sirvieron a ambos admirablemente demarco de especulación sobre el futuro. La imprecación deRousseau, según la cual dentro de la voluntad general y suasociación exclusiva los individuos se alejarían de la maneramás completa posible de relaciones antagónicas -lo cuallos obligaría a alcanzar sus individualidades- se refleja en(,1 siguiente pasaje de Marx acerca del tema de la sociedadfutura: «La religión, la familia,el estado, la ley, la mora-lidad, la ciencia, el arte, etc., son solo formas particularesde producción y obedecen a su ley general. La aboliciónpositiva de la propiedad privada, como la apropiación de lavida humana, es así la abolición positiva de toda alienación,y el retorno del hombre, desde la religión, la familia, elestado, etc., a su vida humana: es decir su vida social.s'"En Marx, al igual que' en Rousseau, siempre hay implícitauna concepción del hombre según la cual éste contiene na-turalmente dentro de sí sentimientos y facultades que, através de la evolución social, le han sido enajenados y pasa-ron a instituciones externas que 10 esclavizan. La revoluciónes el único medio para poner fin a esta alienación y devolveral hombre esas facultades. De ahí la función política vitalque desempeña la revolución en el pensamiento de Marx.«El aspecto político de una revolución consiste en el movi-miento de las clases sin influencia política para poner fina S1.1 exclusión de la vida política y el poder. Su punto devista es el del estado, un todo abstracto que solo existe envirtud de su separación de la vida real, e inconcebible sinla oposición organizada entre la idea universal y la existen-cia individual del hombre. Las revoluciones de tipo políticoorganizan también, en consecuencia, de acuerdo con esteconcepto estrecho e incongruente, un grupo dirigente dentrode la sociedad, a expensas de esta última.,,62Después de esto viene un párrafo clave, que amplía la visiónanalí tica convirtiéndola en una esperanza mesiánica: laesperanza, por primera vez en la historia, del fin de la om-nipresencia del poder político. «La revolución en general-el derrocamiento del poder gobernante y la disolución delas relaciones sociales existentes- es un acto político. Elsocialismo no puede desarrollarse sin revolución; necesitaeste acto político de la misma manera que requiere el de-

61 Selected Writings, pág. 244.62 Ibíd., págs. 237 y sigs.

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rrocamiento y la disolución. Pero tan pronto comienza suactividad organizativa, tan pronto se manifiesta su propósitoy espíritu, se quita esta capa politica.s'" La última oraciónes, por supuesto, crucial. El trozo fue escrito cinco años an-tes que apareciera el Manifiesto, y en muchos aspectos esaoración es la más importante que redactara Marx en lo quea la política futura del socialismo se refiere. En ella halla-mos la simiente del mito que autorizó a varias generacionesde intelectuales marxistas combinar sin dificultades ni con-flictos mentales los programas de usurpación despiadada ycentralización absoluta del poder político, junto a la con-fianza fanática en que una vez implantada la soberaníamoral del espíritu y los propósitos del socialismo, el poderpolítico, en el sentido existencial, desaparecería. No sinrazón calificó Lenin a los bolcheviques de e jacobinos dela democracia social contemporánea».De la misma manera que el poder organizado de la Revolu-ción Francesa sirvió de modelo a los marxistas para afirmarel necesario totalismo del poder revolucionario, de la atomi-zación de las autoridades tradicionales y de la racionaliza-ción y generalización del poder político revolucionario, tam-bién sirvió de modelo a la centralización. Marx y Enge!snunca dudaron que esta última sería crucial para alcanzarlos objetivos socialistas en las primeras etapas de la revolu-ción. Marx admiraba la centralización de la RevoluciónFrancesa que, «como una escoba gigantesca», barrió sindejar rastros el localismo, el pluralismo y el comunitarismode la sociedad tradicional. «El poder del estado centraliza-do -escribió, con palabras que recuerdan a Tocqueville, alcomienzo de una de sus obras-, con sus órganos ubicuos ypermanentes del ejército, la policía, la burocracia, el cleroy la magistratura -órganos forjados siguiendo el plan deuna división sistemática y jerárquica del trabajo- tuvo susorígenes en la época de la monarquía absoluta, cuando sir-vió a la naciente clase media como arma poderosa en susluchas contra el feudalismo. No obstante, su desarrollo fueestorbado por mil formas de remanentes medievales, dere-chos de señores, privilegios locales, monopolios de los muni-cipios y gremios y constituciones provinciales. La escobagigantesca de la Revolución Francesa barrió en el sigloXVIII todas estas reliquias de tiempos idos, y despejó así

63 tsu., pág. 238.

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u1 mismo tiempo el suelo social de los últimos obstáculosque se oponían a la erección del estado moderno, superestruc-tura levantada durante el Primer Imperio ... ,,64

Marx coincidía asimismo con Tocqueville en su apreciaciónde Napoleón. Según él, Napoleón comprendió con claridadla naturaleza del estado moderno y representa la últimacoritienua Jd terrorismo revolucionario contra la sociedadcivil y su política, que había comenzado la Revolución. Sinembargo, Napoleón «practicó el terrorismo sustituyendo larevolución permanente por la guerra permanente». Marxtiene clara comprensión táctica de los pasos dados por Na-peleón para nacionalizar, monopolizar y centralizar la vidaeconómica e intelectual de Francia. Y a no dudarlo tuvopresente el modelo de la centralización jacobina y napoleó-nica cuando en el Manifiesto Comunista detalló, junto conEngels, los pasos que sería necesario dar como parte de larevolución «en los países más adelantados». Estos incluíanla centralización de la banca y el crédito; la estatización delos medios de comunicación y de transporte; la ampliaciónde las fábricas y otras instalaciones productivas de propiedaddel estado; el establecimiento de ejércitos industriales, etc.65

Marx fue capaz de formular juicios muy elaborados acercadel papel de la burocracia en el desarrollo del gobiernoeuropeo. «Este poder ejecutivo, con su monstruosa organi-zación burocrática y militar, con su artificial maquinariaestatal abarcando amplios estratos, con una multitud defuncionarios que alcanza a medio millón, además del mediomillóride individuos que componen el ejército; este asom-broso crecimiento parasitario, que traba como con una redal organismo de la sociedad francesa y le cierra todos losporos, surgió en los días de la monarquía absoluta, con ladecadencia del sistema feudal, que él ayudó a precipitar. Losprivilegios señoriales de los terratenientes y las ciudades setransformaron en otros tantos atributos del poder del estado;

64 Basic Writings, pág. 363.65 lb id., págs. 28 y sigs, La captación de Marx de l'idé e napoléo-nienn.e, aunque limitada por su perspectiva estrictamente económi-ca, y por ende menos reveladora que lo que Michels habría de es-cribir una generación más tarde, es, no obstante, sagaz. Para Marxla idea napoJ.eónica presenta en realidad cuatro aspectos: 1) laesclavización del campesino so capa de su liberación; 2) gobiernofuerte e ilimitado para mantener a raya al proletariado urbano;3) una «burocracia servil y numerosa», y 4) dominación del clerocomo instrumento de gobierno. Véase Basic Writings, págs. 341-44.

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los dignatarios feudales, en funcionarios pagos; y el abiga-rrado esquema de antagónicos poderes plenarios medievales,en un esquema regulado de autoridad estatal, cuya laborestá dividida y centralizada como en una fábrica. La pri-mera Revolución Francesa, cuya faena fue quebrar todoslos poderes independientes locales, territoriales, urbanos yprovinciales, para crear la unidad burguesa Lle Id l1dL~':'n,estaba destinada a dar ímpetu a lo que la monarquía abso-luta había comenzado: la centralización, pero al mismotiempo la ampliación, los atributos y los agentes de la auto-ridad gubernamental. Napoleón perfeccionó esta maquina-ria estatal." 60Tocqueville no lo hubiera expresado mejor. Estas palabrasfueron escritas en 1852, diecisiete años después de la publi-cación de La democracia en América, tres años antes deaparecer el estudio de Tocqueville sobre el antiguo régimen.Pero allí termina la cuestión.Parece haber preocupado poco a Marx que el socialismopudiera tener sus propios problemas de burocracia, a la luzdel poder político centralizado que habría de asumir, segúnprescribía el Manifiesto Comunista. De la misma maneraque el poder político pierde su carácter político una vezdestruida la clase capitalista, la administración gubernamen-tal perdería presumiblemente su naturaleza burocrática. Le-nin debió haber sentido que compartía la opinión de Marxsobre estas cuestiones cuando escribió, refiriéndose a la ad-ministración socialista: «La contabilidad y el control nece-sarios para esto han sido simplificados por el capitalismohasta un punto máximo, transformándose en tareas extra-ordinariamente simples, como son observar, registrar y emitirrecibos, tareas al alcance de cualquiera que sepa leer y es-cribir y conozca las cuatro opetaciones aritméticas ... Cuan-do casi todas las funciones del estado se reducen a estacontabilidad y control a cargo de los propios trabajadores,deja de ser un estado "político". Las funciones públicas se,ol1\'ierten, de funciones políticas, en simples funciones ad-niinistrativas ... Toda la sociedad se habrá cOllvertido enun.t oficina y una fábrica, con igual trabajo e igual paga.v'"Pese a la indiferencia de Marx y Engels por todos los pro-!'!"111:1S del poder político que pudieran aparecer dentro de

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una sociedad sin clases, tuvieron --:-como Bentham antes queellos- una concepción bastante bien desarrollada de la fá-brica como personificación de la autoridad social dentro delindustrialismo. En un ensayo escrito en 1874, «Acerca de laautoridad», Engels manifiesta su desdén por la esperanzaanarquista de que cese toda autoridad una vez derribado elcapitalismo. Lejos de todo nirvana de cese de autoridad-nos dice Engels-, habrá, tiene que haber, en el socialismoel tipo de autoridad permanente propio de las disciplinastecnológicas y de la fábrica de gran escala. Al referirse altrabajo futuro en el régimen socialista, Engels se muestra en-fático. «Todos estos obreros, hombres, mujeres y niños; estánobligados a comenzar y terminar sus tareas a las horas fija-das por la autoridad del equipo, a quien nada le interesa laautonomía individual." La voluntad de cada individuo,siempre deberá subordinarse, lo que significa que las cues-tiones tienen un planteo autoritario. Las máquinas automáti-cas de una gran fábrica son mucho más despóticas de cuantohayan sido los pequeños capitalistas que emplean obreros.Al menos en lo que respecta a las horas de trabajo, cabríaescribir sobre los portales de estas fábricas: Lasciate ogniautonomia, voi che entrate. Si el hombre, por su conocimientoy su genio inventivo ha logrado subyugar las fuerzas de lanaturaleza, éstas se vengan de él sometiéndolo, en la medi-da que él las utiliza, a un verdadero despotismo, indepen-diente de toda organización social. Querer abolir la autoridaden la industria de gran escala equivale a querer abolir laindustria misma: destruir el telar mecánico para volver a larueca.,,68Es bastante evidente que Engels tenía poco de utópico o deromántico, y aun cuando sus palabras no encarnaran demanera total las opiniones de Marx sobre el tema, corres-ponden sin duda a la corriente principal de la tradición mar-xista, que habría de alcanzar su culminación en Rusia en1919. y no faltan en verdad razones para suponer quereflejaban sustancialmente tales opiniones, pues Marx nuncalas repudió, y en todo caso se ajustan a lo que proclamaraincansablemente desde los primeros años, a saber: la historiaes lo que determina, en la matriz de cada etapa del desarro-llo, los verdaderos perfiles y la verdadera esencia de la etapasiguiente, Para Marx la gloria del capitalismo residía en el

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68 Basic Writings, pág. 483.

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sistema industrial y tecnológico nacido dentro de él. El capi-talismo, como conjunto de relaciones sociales, desapareceríajunto con el poder político, pero no la industria de granescala, ni la tecnología, ni lasdjsciplinas que a ellas contri-buyen.

La racionatización de la autoridad: Weber

El contraste entre la sociedad tradicional y la modernaconstituye para Weber, como para TocquevilIe o Marx, labase esencial de su teoría del poder. En términos morales,entre Weber y Marx hay la misma distancia que existe entreMarx y Tocqueville. Weber es más pesimista que Tocque-ville, si cabe, respecto del futuro del poder político occidental.Los elementos esenciales de su, análisis histórico del poderpolítico tienen su prototipo en el examen de la afinidadentre el igualitarismo social y la centralización del poderpolítico que efectuara Tocqueville. Casi en la misma medidaque el principio de igualdad sirvió a los propósitos de esteúltimo, el de racionalización sirvió a los propósitos de aquél.Ambos asignan una significación histórica dinámica, y auncausal, a un único aspecto dominante del modernismo. Loque TocquevilIe califica de «aristocrático» es tildado porWeber de «tradicional».Sin embargo, Weber otorga a los elementos capitales de suteoría del poder un grado de universalidad, una generali-dad de aplicación sociológica que no encontramos en Toc-queville. El enfoque de la autoridad de Tocqueville carecede un objetivo taxonómico deliberado; tampoco se esfuerzapor extraer de los materiales concretos de la sociedad occi-dental europea o norteamericana, perspectivas de análisisaptas para la clarificación del mundo antiguo o de lassociedades no occidentales, A todas luces, Tocqueville em-pleó a veces lo concreto como base para reflexiones de apli-cación abstracta y universal; pero esto es muy diferente delesfuerzo científico que realizara intencionadamente Webera fin de formular conceptos .utilizables en el estudio de lasociedad, con independencia de la época o lugar. Su éxitoen este sentido está atestiguado por la incorporación casiuniversal de sus categorías fundamentales en los trabajoscontemporáneos. No es exagerado decir que las categoríasque él utilizara para explicar la historia de la autoridad y

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d poder en Occidente son el punto de partida del conjuntode investigaciones actuales sobre las organizaciones formalesde gran escala y sobre la transición de las naciones nuevasno occidentales, de los gobiernos de tipo tradicional a losgobiernos de tipo moderno. Y en cuanto a su análisis dela burocracia --que incluye la función que ésta desempeñaen las esferas no gubernamentales de la sociedad y la cultu-ra-, no solo es el punto de partida de los estudios actuales,sino, salvo rarísimas excepciones, su punto culminante. Nadieha agregado todavía a la teoría (visión sería la palabra másprecisa) de Weber, sobre la burocracia, elemento teóricoalguno que no estuviera, al menos implícitamente, en susformulaciones.Comencemos con los tres típos de «dominación» que encuen-tra Weber, en mayor o menor grado, en todas las sociedades:la tradicional, la racional y la carismática. A los fines delanálisis las dos primeras son las más importantes en la socio-logía de la autoridad. La tercera, la carismática, solo sepresenta en la historia en forma pura -según Weber- du-rante breves lapsos; su destino es convertirse, casi de inme-diato, en la forma tradicional o la racional. Veremos estobrevemente, pues creo que el lugar más adecuado para unexamen detenido de lo carismático es el capítulo sobre losacro-religioso..D:.adicio'1lal. «Un sistema de coordinación imperativa serádenominado "tradicional" cuando se sostiene y se cree ensu legitimidad sobre la base de la santidad del orden, y delos consiguientes poderes de control, tal corno fueron recibi-dos del pasado (tal corno "existieron desde siempre"). Lapersona o personas que ejercen la autoridad son designadasde acuerdo con leyes transmitidas por tradición. El objetode obediencia es la autoridad personal del individuo, quela disfruta en virtud de su posición tradicional. El grupoorganizado que ejerce la autoridad se basa primariamente,en el caso más simple, sobre relaciones de lealtad personalcultivadas mediante un proceso común de educación.» 69 Laautoridad tradicional obtiene así su legitimidad, no de larazón o de la ley abstracta, sino de sus raíces en la creenciade que es antigua; de que contiene una sabiduría inherentee inexpugnable, que va más allá de toda razón individual.

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69 The Theory o/ Social and Economic Organization, op, cit.,pág. 341.

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Su esencia social .es la relación personal directa entre aquellosque la experimentan: el maestro y el discípulo, el siervo y elamo, el líder religioso y el prosélito, etc. En ese sistema nohay una diferenciación clara entre autoridad «política» y«moral». La autoridad del reyes, ante todo, personal, noterritorial, y se ejerce a través de la mediación de una escalade otros dirigentes -duques, condes, etc.·-, todos los cualesmantienen con sus propios vasallos un vínculo comparableal del rey con ellos. El «aparato» apropiado para ese siste-ma consiste, o bien en partidarios personales -funciona-rios domésticos, parientes, favoritos- o en vasallos leales yseñores tributarios. Para Weber, corno para todos los demássociólogos el modelo esencial de autoridad tradicional fuela Edad Media.Autoridad..,_r..a,cio.n.al~Es de un tipo sumamente distinto.sé' caracteriza por la burocracia, por la raeionalización delas relaciones personales que constituyen la sustancia de lasociedad tradicional. Existe dominación legal en una socie-dad cuando «el sistema de leyes, aplicadas judicial y admi-nistrativamente de acuerdo con principios determinable s,vale para todos los miembros del grupo socials.?? Aunqueesta forma de autoridad no es igualitaria -tiene sus pro-pios estratos de funciones y responsabilidades- no puededejar de apoyar la igualdad, que falta en el orden tradi-cional. Todos son iguales ante la norma que los gobiernaespecíficamente. Son más importantes las normas que laspersonas o las costumbres. La organización es suprema y,por su misma naturaleza, propende hacia una racionali-zación creciente mediante la reducción de la influenciadel parentesco, la amistad o los demás factores, incluso eldinero, que tanto influyen sobre el sistema tradicional. Lafunción, la autoridad, la jerarquía y la obediencia estánpresentes aqui corno en el orden tradicional, pero se lasconcibe corno fruto exclusivo de la aplicación de la razónorganizativa,Autoridad carismática. Es la ejercida por el individuocapaz de demostrar mediante la revelación, las potenciasmágicas, o simplemente por una ilimitada atracción per-sonal, que posee carisma, una fuerza singular de mandoque supera, a los ojos del pueblo, todo lo legado por latradición o la ley. El liderazgo carismático, sea en la reli-

70 uu., págs. 333 y sigs.

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gión o en la política, casi siempre implica, en algún puntoclave de su arribo, un golpe espectacular descargado sobreel estado o la iglesia. Jesús, Buda, Mahoma, César, Crom-well, Napoleón (cuyo propio coup d'état, según he adverti-do, fue la fuente primaria de la fascinación que experi-mentara el siglo XIX frente a este tipo de autoridad) re-presentan todos, no solo la erupción del genio individual(en el sentido latino del término), sino de un conflictodramático, ora con la tradición sacra, ora con la adminis-tración racional. La revolución, religiosa o política, es elverdadero núcleo del ejercicio del liderazgo carismático,pues su impacto sobre la gente debe tener profundas yperturbadoras consecuencias sobre las tradiciones o normasque rigen habitualmente la vida de los hombres. En su formapura la autoridad carismática no es, sin embargo (ni pue-de serlo por su propia naturaleza), estable y duradera. «Eldestino del carisma -escribió Weber-, dondequiera se in-corpore a las instituciones permanentes de una comunidad,es ceder el paso a las fuerzas de la tradición y a la sociali-zación racional. Esta decadencia de lo carismático indica,por lo general, una disminución de la importancia de laacción individual. Y de todas las potencias que disminuyenla importancia de la acción individual, la más irresistiblees la disciplina racional.» 71

Así, la autoridad carismática no es tanto un tipo de auto-ridad, como (en su forma más pura y estricta) un modode cambio inducido por el impacto de algún gran hombre.Puede ocurrir entonces que su «mensaje» se tradicionalice, seracionalice, o ambas cosas a la vez. Weher se refiere a la«rutinización» (routinization) del carisma, consecuencia ine-vitable de la desaparición del gran hombre o del gran mo-mento de inspiración. Pero destaca con insistencia que dicharutinización pronto se asimila a alguno de los dos tipos rea-les de autoridad: la tradicional y la racional.PAparte del claro vínculo de sus conceptos acerca de lotradicional y lo racional con las corrientes de pensamientoderivadas de la Revolucién Francesa, guardan una relaciónmás específica aún con los de Gemeinschaft y Gesellschaft,

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i' 71 From Max Weber: Essays in Sociology, trad. y comp. H. H,Gerth y C. Wright Mills, Nueva York: Oxford University Press,1946, pág. 253.72 The Theory o/ Social and Economic Organization, págs. 363y sigs.

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de Tónnies. La influencia ejercida por Tónnies sobre la de-finición weberiana de la comunidad y su relación con lasasociaciones, es equiparable a la que ejerciera su enfoquedel estado político. Tónnies consideró al estado políticocomo una manifestación primaria de Gesellschaft, cuyos có-digos y procedimientos legales regularizados son expresionestan plenas de Ccscllschaft como los elementos económicos,que suelen destacarse con mayor frecuencia. Basta conside-rar el pasaje siguiente: «El estado se despoja cada vez másde las tradiciones y costumbres del pasado, y de la creenciaen su importancia. Así, las formas del derecho cambian y éstedeja de ser el producto de los folkways, mores y costumbres pa-ra transformarse en un derecho puramente legalista: un pro-ducto de la organización política. El estado y sus dependen-cias, y los individuos, son los únicos agentes que quedan, enlugar de las múltiples fraternidades, comunidades y man-comunidades que se desarrollan en forma orgánica. El ca-rácter de las personas, influido y determinado por esas ins-tituciones preexistentes, experimenta nuevos cambios al te-ner que adaptarse a estructuras legales nuevas y arbitrarias.Esas instituciones preexistentes pierden el firme apoyo queles daban los usos y mores, y la convicción de su infa-Iibilidad.» 73Casi con seguridad, ésta es la fuente inmediata del notableprincipio de racionalización de Weber; principio que elevasus conceptos de lo tradicional y de lo racional, extrayén-dolos de un nivel meramente clasificatorio, para darles elcarácter de elementos de una filosofía de la historia, tanimponentes corno los de Tocqueville, Marx o Tónnies. Asícomo Tocqueville concibió el poder moderno en términosde la influencia formativa de la igualdad, así como Marxlo vio en términos de lucha dialéctica y Tonnies en la tran-.sición de la Gemeinschaft a la Gesellschaft, Weber lo sin-tetiza en un proceso de racionalización iniciado en la altaEdad Media y continuado hasta hoy, proceso cuyo términono parece más cercano que el del igualitarismo, la dialécti-ca o la Gesellschuft. .En la concepción histórica de Weber, la democracia y elcapitalismo -realidades soberanas del mundo moderno paraTocqueville y Marx, respectivamente- son apenas mani-festaciones especiales de otra fuerza más fundamental: la

73 Community and Society, op. cit., pág. 226.

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racionalización. La racionalización del gobierno -que abar-ca la centralización, la generalización y también la abstrac-ción del poder- sacó a Europa del feudalismo y la condujo,a través de las monarquías absolutas, a la nación-estadocontemporánea, en su forma democrática. Si se logra evitaruna racionalización burocrática más total, e incluso totali-taria, será solo por la fuerza permanente de los valoresmorales y estéticos, que de alguna manera seguirán siendopara los hombres los límites de la racionalidad pura.Del mismo modo, la racionalización de la economía -obte-nida gracias a una mejor contabilidad de los costos, formasracionales de trabajo, separación gradual de la propiedad,con respecto al poder político (dominium), y otros recur-sos- dio origen a lo que llamamos capitalismo. Para Marxel capitalismo se caracterizaba ante todo por el carácterprivado de la propiedad, y la separación del pueblo en dosgrupos: los propietarios y los trabajadores. Para Weber, estoselementos son más bien accidentales que esenciales. Además__y aquí es donde Weber difiere profunda y definitivamentede los marxistas- el socialismo, lejos de ser lo opuesto alcapitalismo, es solo la intensificación y expansión de laspropiedades esenciales del, capitalismo. Bajo un régimen so-cialista, la racionalización, la burocracia y la mecanizaciónregirán las vidas humanas en mayor medida que en el capi-talismo.De todos los elementos conceptuales que introdujo la teo-ría weberiana de la autoridad, la burocracia es lo que ledio más fama. Como hemos visto, corresponde en su obraa la categoría de dominación racional; es el tipo de jerar-quía que reemplaza a la autoridad carismática, patrimonialy / o tradicional, cuando la economía o el gobierno (o tam-bién la religión, la educación, la organización militar o cual-quier otra de las instituciones de la sociedad) se estructurasegún las siguientes formas específicas:Desempeña un papel primordial «el principio de jurisdiccio-nes fijas y oficiales, generalmente ordenadas por reglas; esdecir, 'por leyes o reglamentaci0nes admínistrativass J" Sedistribuyen las actividades normales como deberes oficiales,y la autoridad para impartir órdenes es asignada de maneraestable y previsible, sustituyendo así el carácter circunstan-cial y esporádico de la autoridad patrimonial o de parentesco.

74 Essays, pág. 196.

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Se toman las provisiones «para el cumplimientoregulár y ,continuo de estos deberes y para la ejecución de los dere-chos correspondientes». Este sistema, identificado siemprecomo burocracia en el gobierno público, es en esencia elmismo que existe en la empresa moderna, donde se lo conocecomo dirección (management).Del principio básico de jurisdicción fija y oficial surgenprácticas y criterios tan vitales como la regularización de loscanales de comunicación, autoridad y apelación; la priori-dad funcional del cargo respecto de la persona que lo des-empeña; la insistencia en las órdenes escritas y registradas,en lugar de directivas o deseos circunstanciales, meramentepersonales; la categórica separación entre la identidad ofi-cial y la personal en el manejo de las cuestiones y el controlde las finanzas; la determinación del tipo de adiestramientonecesario para ser «experto» en cada cargo o función, y laadopción de medidas tendientes a proporcionarlo. La rigu-rosa prioridad de las cuestiones oficiales respecto de las me-ramente personales, en el manejo de una empres;:¡.; y porúltimo, la conversión de tantas actividades y funciones comosea posible en reglas claras y especificables; reglas que tie-nen, por su naturaleza, significación preceptiva y autori-taria.75

Tal es la esencia de la teoría weberiana de la burocracia.'Pero abandonar aquí este tema sería dejarloen el terrenode lo meramente descriptivo y taxonómico. Lo que distin-gue a dicha teoría es la manera en que su autor la relacionacon las corrientes principales de la historia política, econó-mica y social de Europa. Para Weber la burocratización esuna poderosa manifestación del principio histórico de laracionalización. El avance burocrático en el gobierno, la em-presa, la religión y la educación es un aspecto de la raciona-lización de la cultura, que también ha transformado, segúnWeber, la índole de las artes plásticas, el teatro, la músicay la filosofía. En resumen, la burocracia es un procesohistórico que permite explicar muchos de los aspectos quedistinguen al mundo moderno del J$edieval (y también, porsupuesto, diferenciaciones análogas en el mundo antiguoy en el mundo asiático; es para Weber un medio de compren-der las sociedades de la China, la India y la antigua Roma,tanto como la europea).

75 uu; págs. 196-203.

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Su identificación de la burocracia como vasto y esencialambiente del hombre occidental moderno eleva su sociolo-gía de la autoridad por encima del mero lugar comúnempírico. Dentro de esa perspectiva, como dentro de suvisión más amplia e inclusiva de la racionalización, resi-den a la vez posibilidades para la libertad y para el despo-tismo. Sin una burocratización de la sociedad, COl! su én-fasis implícito en las cualidades universales del hombre y suexclusión teórica de todos los atributos personales o localis-tas, no hubiera sido posible buena parte de la historia de lademocracia y la libertad modernas. Tocqueville presentóa la democracia como una fase de la historia de la colecti-vización y centralización del poder; Weber la presenta comouna manifestación de burocratización. El enunciado de Toc-queville de que el progreso de la democracia en un país esmensurable por la proporción en que utiliza funcionariospagos, encuentra fácil eco en Weber. No es menos cierto,sin embargo, que las reglas, los cargos oficiales y los archi-vos pueden llegar a ejercer fácilmente sobre el espíritu delhombre un despotismo más general e incisivo que cualquierade los recursos de un monarca o de una aristocracia. Deja-remos para el último capítulo las melancólicas reflexionesde Weber acerca de este punto, pues es parte de una actitudmental con respecto a la alienación que abarca también otrostemas.Weber es, más que cualquier otro, el sociólogo de la «revo-lución de lo organizativo>, revolución que Marx no supover, como debía forzosamente ocurrir por su posición uni-lateral respecto del predominio de la propiedad privada.Weber demuestra que la tendencia más importante de la his-toria moderna es el reemplazo gradual de los incentivos ori-ginados en la propiedad, por otros basados en la organiza-ción. Mucho antes de que Berle y Means escribieran sunotable estudio, en la década de 1930, acerca de la corpo-ración moderna y la «desintegración del átomo de la pro-piedad» en posesión pasiva y administración activa, Weberhabía hecho de este punto la base de su teoría de la orga-nización moderna. Observa Weber que muchos de los privi-legios, poderes y obligaciones antes inseparables de la pro-piedad, han sido transferidos ahora a la administración. Enla sociedad medieval los conceptos de posesión (ownership)y «soberanía» apenas eran vagamente reconocidos comoesencias independientes, pues un rasgo de la sociedad tradi-

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cional era que estuvieran entrelazados. El hecho de que enlos siglos posteriores a la Edad Media el poder y la propie-dad se fueron alejando cada vez más en la práctica y distin-guiendo categóricamente en la teoría, atestigua -segúnWeber- el carácter creativo de la racionalización. Perocon la llegada del siglo XX la racionalización llevó esteproceso a un nuevo nivel: los dos elementos vuelven afundirse en uno, pero este «uno» no es la propiedad, nisiquiera el poder en el sentido corriente, sino la adminis-tración: más específicamente, la administración propia delos procesos de burocratización, de organización juzgadacomo fin en sí mismo. Así, se llega al punto de que el hos-pital esté fundamentalmente al servicio, no de la enfermedadhumana, sino del propio hospital; la universidad, la iglesiay el sindicato llegan a estar dominados, a través de procesosde racionalización, por sus propias metas organiza tivas in-trínsecas. Para Weher todo esto es la conclusión natural einevitable de un proceso que comenzó cuando empezó asustituirse el carácter directo del dominio basado sobre lapropiedad por los procesos más racionales de la direccióny la administración.A medida que la dirección -es decir, «la dominación» enel sentido antiguo- se confía en grado creciente a la ad-ministración racional, en el terreno de la acción «política»se experimenta un cambio paralelo; y asígnase preferencia-como pronosticó Weber- a cualidades de los funciona-rios elegidos que tienen cada vez menos que ver con la or-ganización como tal, y cada vez más con lo queWeber sin-tetizó en la palabra demagogia. «Desde la época del estadoconstitucional, y en forma decidida desde el establecimientode la democracia, el "demagogo" ha sido el típico líder po-lítico de Occidente... La demagogia moderna tambiénapela a la oratoria, y en enorme escala, si consideramos losdiscursos electorales que debe pronunciar un candidato mo-derno; pero la palabra impresa tiene efectos más duraderos .El publicista político, y sobre todo el periodista, son hoylos representantes más importantes de la especie demagó-gica.» 70

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76 Ibid., pág. 76. No obstante, Weber escribe, como Tocqueville ycasi con sus mismas palabras: «La organización burocrática por logeneral llega al poder sobre la base de una nivelación de las dife-rencias económicas y sociales. .. La burocracia acompaña inevita-blemente a la democracia de masas moderna en contraste con el

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1!11 De allí el éonflicto entre la burocracia y la democracia, cuyaintensificación en las naciones modernas pudo prever We-ber. El percibió, al igual que Tocqueville, la relación fun-cional existente entre burocracia y democracia, en la quecada una se desarrolla junto a la otra y ambas se nutrende un enemigo común: el privilegio heredado. Como Toc-queville, Weber comprendió que aunque en términos fun-cionales las dos fuerzas pudieran estar vinculadas, llegaríaun momento en que el objetivo moral de la democracia --elgobierno en manos del pueblo- ya no sería defendible, porel creciente centralismo de la burocracia, instrumento deese gobierno. El. robot se volvería contra su amo. Esta formade deshumanización se convirtió en su preocupación cons-tante y en motivo de sus aprensiones.Llegó a ser también, por diversas vías, materia de aprensiónpara otros hombres. En ninguna parte está tratado estetema de manera más penetrante y presagiosa que en Lospartidos políticos: estudio sociológico de las tendencias oli-gárquicas de la democracia moderna, de Robert Michels.FEste libro notable es mucho más que una crítica de la buro-cracia; constituye un examen perspicaz de todos los aspec-tos del modernismo político: la soberanía popular, el siste-ma de partidos, la centralización administrativa y la politi-zación de los valores morales y culturales bajo la presiónde las masas. Aquí nos limitaremos a analizar su enfoquede la burocracia, que está en la misma línea que el de MaxWeber.«La burocracia --escribe Michels-, es el enemigo jurado dela libertad individual y de toda iniciativa audaz en materiade política interna. La dependencia respecto de autoridadessuperiores, característica del empleado medio, suprime laindividualidad e imprime en la sociedad donde predominanlos empleados un sello de estrecho filisterismo pequeñobur-gués.* El espíritu burocrático corrompe el carácter y en-gendra pobreza moral. En toda burocracia advertimos la

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autogobierno democrático de las unidades pequeñas y homogéneas»(pág. 224).77 Traducido por Eden y Cedar Paul, Nueva York: The FreePress, 1949. El libro apareció en entregas periodísticas en 1908;en alemán en 1911, y en inglés en 1915. La deuda de Michels paracon Tocqueville y Weber no debe impedirnos ver su notable ori-ginalidad.* Ver nota de página 43.

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c:acería p~r el puesto, la ma~ía de los ascensos y la obsequio-sidad hacia aquellos de quienes depende la promoción; semanifiesta arrogancia hacia los inferiores y servilismo hacialos superiores... Cabe decir que cuanto más conspicuossean el celo, el sentido del deber y la devoción de una buro-cracia, tanto más mezquina, estrecha, rígida y carente deliberalidad demostrará ser.» 78

Michels ubica estas palabras en el contexto de su examende la burocracia gubernamental, en particular la prusiana,pero en esencia su libro tiende a caracterizar los movimien-tos democráticos y socialistas de masas, precisamente en estostérminos. Weber se había limitado sobre todo a la burocra-tización de las dependencias oficiales y gubernamentales;Michels, en cambio, lleva el análisis hasta esos movimientosde la clase trabajadora -el marxismo entre ellos- quepresumiblemente desafiaban la estructura del gobierno buro-crático y del capitalismo burocrático, encontrando en defi-nitiva poco más que un reordenamiento de la organizacióny el pensamiento socialistas, en los términos de sus enemigos.«La doctrina económica marxista y la filosofía marxista dela historia no pueden dejar de ejercer gran atracción sobrelos pensadores; pero los defectos del marxismo se ponende manifiesto cuando entramos al dominio práctico de laadministración y la ley públicas, para no hablar de erroresen el campo psicológico y aun en esferas más elementales."La teoría socialista ha naufragado en el mundo nebulosode un individualismo imposible, o bien «ha formulado pro-puestas que (sin duda en oposición a las excelentes inten-ciones de sus autores) convertían forzosamente al indivi-duo en esclavo de la masav.I? Durante más de medio siglo,observa Michels, los socialistas han procurado alcanzar unaorganización modelo. «Hoy, con tres millones de obreros or-ganizados -número mayor que el que parecía necesariopara asegurar una victoria completa sobre el enemigo- elpartido tiene una burocracia que rivaliza con el propio esta-do en lo que atañe a su conciencia de los deberes, su celoy su sumisión a la jerarquía; las arcas están colmadas; unacompleja ramificación de intereses financieros y morales cu-bre todo el país. .. Así, la org-anización se transforma enun fin en lugar de un rnedio.» 80

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78 lbíd., pág. 189.79 uu., pág. 386.80 lbíd., págs. 372 y sigs.

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A la luz de la (para él) inevitable burocratización de laacción política -una vez que triunfa y logra muchos ad-herentes- Michels se refiere a «la ley de hierro de la oli-g-arquía»: «Organización implica tendencia a la oligarquía.En toda organización, ya sea un partido político, un sindicatoprofesional u otra asociación semejante, la tendencia aristocrá-tica lo pone claramente de manifiesto. El mecanismo dela organización, al par que confiere solidez estructural, pro-voca cambios trascendentales en la masa organizada, invir-tiendo por completo las posiciones respectivas de los conduc-tores y los conducidos. .. Con el avance de la organización,la democracia tiende a declinar. La evolución democráticasigue un curso parabólico, que en nuestros días -al menosen cuanto a la vida partidaria se refiere- está en la fasedescendente. Cabe enunciar, como regla general, que el au-mento de poder de los líderes es directamente proporcionala la magnitud de la organización.» 81 Tal es para Michelsla ley de hierro de la burocracia.Su mordaz análisis no iba dirigido solamente a la demo-cracia socialista, sino a la democracia en general. El sombríopárrafo con que concluye su libro sigue directamente la tra-dición de Tocqueville y Weber:«Las corrientes democráticas de la historia parecen olassucesivas que rompen sobre la misma playa y se renuevan decontinuo. Este espectáculo persistente es a un tiempo alen-tador y depresivo. Cuando las democracias han logrado ciertoestado de desarrollo sufren una transformación gradual,adoptan un espíritu aristocrático y, en muchos casos tam-bién las formas aristocráticas, contra las cuales lucharon alcomienzo con tanto denuedo. Surgen entonces nuevos acusa-dores para denunciar las traiciones; después de una erade combates gloriosos y de poder sin gloria, terminan porunirse a las viejas clases dominantes; desde allí son ataca-dos, en nombre de la democracia, por nuevos adversarios.Es probable que este juego cruel se prolongue intermina-blemente.» 8.2

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La función de la autoridad: Durkheim

La idea de autoridad aparece como leitmotiv en todas Lasobras de Durkheim. Es el tema dominante de su sociología

81 uu., págs. 32 y sigs.82 nu., pág. 408.

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y su filosofía, superado en tal sentido solo por la noción decomunidad. Cierto es que al comienzo, Durkheim tomó a\la ley como única medida real de la solidaridad social; 83~el hecho de haberse visto forzado a abandonar esta imperiosapreferencia, sin embargo, de ningún modo disminuyó sufirme creencia en que la verdadera sociedad y la verdaderamoralidad solo existen cuando está claramente presente laautoridad sobre la mente y conducta del individuo.La posición central de la autoridad en el pensamiento deDurkheim se desprende de algunas palabras que escribieraacerca de la relación entre la disciplina y la personalidad.«Por lo común -afirma-, la disciplina solo parece útil por-que supone una conducta que tiene consecuencias útiles; essolamente un medio para especificar e imponer la conductarequerida; mas... debemos decir que la disciplina extraesu raison d'étre de sí misma; que el hombre sea disciplinadoes bueno, independientemente de los actos que por ello sevea obligado a realizar." 84

¿ Por qué es buena la disciplina? Dar respuesta a este inte-rrogante constituye el objeto explícito de La educación mo-ral, aunque lo mismo podría deducirse dicha respuesta decualquiera de sus obras restantes. La disciplina es la auto-ridad en acción, y la autoridad es inseparable, y aun indiscer-nible, de la. textura de la sociedad. La sociedad --así noslo ha dicho en De la división del trabajo y en Las reglas-solo se manifiesta en las diversas formas de obligación querescatan, por así decirlo, al individuo del vacío en que sehalla. La autoridad y la disciplina configuran la urdimbremisma de la personalidad; sin autoridad el hombre no puedetener sentido del deber, ni siquiera verdadera libertad. Solocuando las tradiciones, códigos y roles tienen el efecto deforzar, dirigir y frenar los impulsos del hombre, cabe decirque la sociedad posee existencia auténtica.Durkheim critica a Bentham y otros utilitaristas por sufalsa concepción sobre el rol de la autoridad. «Para Bent-ham, la moralidad, corno la ley, encerraba una especie depatología. La mayor parte de los economistas clásicos com-partían esa opinión. Es indudable que este punto de vistallevó a los principales teóricos socialistas a creer posible ydeseable establecer una sociedad sin regulaciones sistemáti-

83 The Division of Labor, op, cit., prefacio.84 Moral Education, op, cit., págs. 31 y sigs.

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caso La noción de una autoridad que dominara la vida yadministrara la ley les parecía una idea arcaica, un pre-juicio que no podía subsistir. Es la vida misma la que hacesus propias leyes. Nada podía haber por encima ni por de-bajo de ella.» 811 .En su Etica profesional, Durkheim prosigue discurriendosobre este tema. «No hay forma de actividad social quepueda prescindir de la disciplina moral apropiada... Losintereses del individuo no son los del grupo al que perte-nece, y muchas veces existe un antagonismo real entre unoy otro.» 86 Solo vagamente percibe el sujeto esos intereses, yaun puede ocurrir que no los perciba en 'absoluto. Por esotiene que haber algún. sistema que se los recuerde, «que leobligue a respetarlos, y este sistema no puede ser otro queuna disciplina moral; pues toda disciplina de este tipo es uncódigo de reglas que establece lo que el individuo debehacer para no perjudicar los intereses de la colectividad,ni desorganizar la sociedad de la que forma parte".87La autoridad, en su relación con el hombre, no solo afianzala vida moral: es la vida moral; «cumple una función im-portante en la formación del carácter y la personalidad engeneral. El elemento más esencial del carácter es en verdadsu capacidad de restricción o -como se suele decir- deinhibición, que nos permite contener nuestras pasiones, nues-tros deseos, nuestros hábitos, y sujetarlos a la ley.» 88 Estoúltimo lleva a pensar que Durkheim no desconocía a los freu-dianas y otros pensadores de su época, que atribuían al rigorde las autoridades morales la fuente inmediata de los desór-denes psicológicos. El contraste entre Durkheim y el freu-dismo en lo que concierne al tema de la disciplina revisteconsiderable interés.La concepción de Durkheim sobre la autoridad lo lleva, porsupuesto, al problema de la libertad, y no vacila en destacarla prioridad absoluta de la autoridad en el establecimiento'de cualquier marco donde sea imaginable la libertad. «Ensuma, las teorías que celebran los beneficios de las liberta-des ilimitadas son apologías de un estado de enfermedad.Cabría incluso decir que, al contrario de lo que podría

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85 nu, págs. 35 y sigs.86 Professional Ethics and Civic M orals, trad. de Cornelia Brook-field, Londres: Routledgc and Kegan Paul, 1957, pág. 14.87 tus; pág. 14.88 Moral Education, pág. 46.

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deducirse de las apariencias, los términos "libertad" y "li-cencia" son antagónicos, pues aquélla es el fruto de lareglamentación; con la práctica de reglas morales desarro-llamos la capacidad para gobernarnos y regulamos a nos-otros mismos, y la libertad no tiene otra realidad que ésa.,.89A partir de De la división del trahajo y hasta la última rlt"sus grandes obras, Durkheim demuestra claramente en va-rios pasajes que, a su juicio, en la Edad Moderna se produceun notorio derrumbe de la autoridad. La necesidad de au-toridad moral, escribe, es una verdad digna de ser recorda-da en particular en nuestros tiempos: «Porque vivimosprecisamente en uno de esos períodos revolucionarios críti-cos en que la autoridad suele debilitarse por la pérdida dedisciplina tradicional, período capaz de dar fácil origen a unespíritu de anarquía. Esta es la fuente de las aspiracionesanárquicas que... aparecen hoy, no solo en las sectasparticulares que llevan ese nombre, sino en doctrinas muydiversas que, aunque opuestas en otros puntos, concuerdanen su aversión hacia todo lo que huela a regulación.» 90

Su interés teórico por la autoridad, en toda su amplitud yprofundidad, le ha valido con frecuencia acusaciones de«colectivismo», «autoritarismo» y «nacionalismo». Sin em-bargo, esos cargos son injustos. En primer lugar, las con-notaciones políticas de esos términos producen como efectoinevitable que se identifique a Durkheim con el colectivismonacionalista y unitario que comenzaba a florecer en Euro-pa. Tal identificación es falsa. En los hechos,su pensamien-to político está cerca del extremo opuesto. Su análisis delestado y de su relación con el orden social, como veremosmás adelante, está mucho más próximo al de los sindicalis-tas de su tiempo que al nacionalismo integral de los con-servadores franceses, o la variante más idealizada que en-contramos en Inglaterra en las obras de hombres como T.H. Green y Bernard Bosanquet.En lo que respecta a la política práctica, Durkheim fue undreyfusard, término que desborda la convicción en la ino-cencia de Alfred Dreyfus, para incluir convicciones vincula-das con principios como la igualdad legal, los derechos civi-les, la fuerza de la ley y la libertad política. El términoconnotaba también anticlericalismo e incluso podía derivar

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89 uu., pág. 54.90 ¡bid., pág. 54.

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a veces -debido a la intensidad emocional con que estabancargados entonces todos los asuntos relativos a la iglesia enlas cuestiones políticas- en sentimientos en apariencia anti-rreligiosos, suficientes para enajenar a algunos, como Péguy.Durkheim no abandonó nunca sus principios de dreyfusard,y por su reconocido agnosticismo, les fue muy fácil a lossostenedores de la iglesia, deformar sus opiniones anticlerica-les y agnósticas, presentándolas como apoyo tácito al pre-dominio de la política sobre todas las cuestiones religiosas,intelectuales y morales.Distorsión fácil, pero no por ello más aceptable. Lejos de serun monista, un nacionalista o un colectivista, Durkheimdebe ser ubicado, como Tocqueville, entre los pluralistas.Sus ideas estaban muy próximas a las proclamadas en suépoca por hombres como Duguit y Saleilles en Francia yMaitland y Figgis en Inglaterra. La clara preferencia deDurkheim por la sociedad, el orden y la autoridad no debeconfundirse con un nacionalismo unitario o un colectivismoeconómico centralizado, como han hecho muchos críticos;ello significa olvidar la esencia de una teoría de la relacióndel hombre con la sociedad que culmina en el pluralismode autoridad y en una insistencia rigurosa sobre lo que Durk-heim llamó los corps intermédiaires. Estas asociaciones inter-medias entre el hombre y el estado, que constituían la sus-tancia múltiple de la sociedad, son las verdaderas unidadesde su teoría de la autoridad, tal como los individuos abs-tractos son las unidades de la teoría utilitarista. Que Durk-heim critique el individualismo no implica que repudie lalibertad y acepte el colectivismo; dicha crítica representa,por el contrario, uno de los aspectos culminantes de todoenjuiciamiento genuino de la teoría tradicional de la sobe-ranía monista.La autoridad es el fundamento de la sociedad; pero paraDurkheim la autoridad es plural, y se manifiesta en las di-versas esferas del parentesco, la comunidad local, la profe-sión, la iglesia, la escuela, el gremio, el sindicato, tanto comoen el gobierno político. A partir de la premisa de que espreciso que actúe sobre el individuo una autoridad constanteen cada una de las asociaciones de la sociedad -de dondederiva limitación del individualismo legal y social-, Durk-heim arriba a una crítica total del estado, tan aguda comola de los individualistas y mucho mejor afirmada en el te-rreno de la historia.

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En el comienzo' de su obra, Durkheim hizo de las reglasjurídicas las únicas manifestaciones fidedignas del consensoen la sociedad. En De la divisi6n del trabajo sostuvo que laleyera el único medio claro y seguro de identificar la soli-daridad social. Escribió entonces: «Se verá con claridadcómo hemos estudiado la solidaridad social a través delsistema de reglas jurídicas; cómo, en la búsqueda de causas,hemos puesto a un lado todo cuanto se presta a juiciospersonales y apreciación subjetiva, para llegar a ciertoshechos, bastante profundos, de la estructura social, capacesde ser objeto de juicio, y en consecuencia, de ciencia.» 91Esta es una' de sus observaciones más citadas; pero auncuando es justo considerarIa importante en el contexto deesa obra, pocas veces se advierte que su importancia acabaallí. En este trabajo hace de la ley represiva, al menos enprincipio, el atributo identificador, el sello de la solidari-dad mecánica, del mismo modo que hace de la ley restitu-tiva la esencia de la solidaridad orgánica. Pero ni siquieraallí, en realidad, se limitó a los datos jurídicos; así, admiteque el enfoque legalista deja de «tomar en consideraciónciertos elementos de la conciencia colectiva que, por supoder menor o su indeterminabilidad, permanecen ajenosa la ley represiva, en tanto que contribuyen a asegurar laarmonía social. Son los protegidos por los castigos meramentedifusos.» 92

Por fortuna para nosotros, Durkheim el erudito y el hombrede ciencia, no se dejó atrapar ni aprisionar por Durkheimel metodólogo, pues si no hubiera avanzado más allá de las«reglas jurídicas», hoy careceríamos no sólo de El suicidio,de Las formas elementales de la vida religiosa, de La educa-ci6n moral, sino también de una gran parte de De la divisi6ndel trabajo. .Lo principal aquí es que el enfoque durkheimiano del estu-dio de la autoridad no podía estar limitado por los procesosde la ley o del estado; en su distinción categórica entre lasociedad y el estado -la misma que formulan todos los plu-ralistas- podemos ver cómo su hincapié en la autoridades compatible con una posición política indudablemente li-beral, tanto para esa época como para la nuestra. Solocuando el individuo tiene firmes raíces en un sistema deautoridad social y moral, es posible la libertad política.

91 Th.e Diuision 01 Labor, págs. 36 y sigs,92 tu«, pág. 110.

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«Imaginemos -escribe-- un ser liberado de toda limitaciónexterna, déspota más absoluto aún que los que nos mues-tra la historia, a quien ningún poder externo pudiera res-tringir o influir. Por definición, resistir a sus deseos es impo-sible. ¿Diremos, entonces, que es todopoderoso? Por ciertoque no: pues él mismo no puede ofrecerles resistencia. Ellosson sus amos como lo son de todo lo demás. Se somete asus deseos, no los domina.> 93 Para Durkheim, si la auto-ridad no enraiza en valores morales que en última instanciacontribuyen a su legitimidad, no es más que el caparazónde la autoridad. Y la libertad es simplemente inconcebiblefuera del contexto de las reglas y normas que la definen.Aunque las fuentes del pluralismo de Durkheim se rastreanen De la división del trabajo en las páginas finales de El sui-cidio aparece su primera preocupación seria por el proble-ma de la relación triangular del individuo con la autoridadsocial y el poder del estado. AqUÍ lo vemos reflexionandosobre las medidas que sería necesario tomar para una res-tauración de la autoridad que bastara para conjurar la des-organización moral, de la que el suicidio es manifestaciónnotoria. Lo primero por considerar es la posible reimplanta-ción de las penalidades extremas aplicadas en el pasado a lossuicidas y a sus familias. Pero hoy estas medidas deben re-chazarse, pues «la conciencia pública no las toleraría». Larazón consiste en que el suicidio «dimana de sentimientosque la opinión pública respeta» --aunque no el acto ensÍ- y ante ellos el público no se avendría a medidas seve-ras. «Nuestra excesiva tolerancia hacia el suicidio obedeceal hecho de que, puesto que el estado mental que 10 originaes general, no podemos condenarlo sin condenarnos a nos-otros mismos; estamos demasiado saturados con él como parano disculparlo en parte .••94

La familia no es una solución: tal vez 10 fuera en el pasa-do, mas en la época moderna, la familia conyugal no soloes demasiado pequeña para absorber y calmar los malesdel espíritu, sino que ha sido desplazada, por las fuerzasde la historia, de su posición central en los procesos econó-micos y políticos que gobiernan la vida del hombre y deter-minan sus lealtades. Lejos de ofrecer refugio a los temorese insuficiencias del hombre, necesita ella misma de sostén,

93 Moral Education, pág. 44.94 Suicide, pág. 371.

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y éste s610 puede. provenir del desempeño de un rol dentrode una forma más amplia y trascendente de asociación; algocomparable, en 10 funcional, con el tipo antiguo de fami-lia extendida, hoy extinta. El suicidio y las condiciones ac-tuales de la familia conyugal son, a juicio de Durkheim,ejemplos de la declinación presente de la autoridad. Su exa-men de la familia -en términos de pérdida de significaciónfuncional- ha de ser considerado entre los primeros, si noel iniciador de una larga serie de análisis similares. Antesque él, otros habían diferenciado ya la familia nuclear dela familia extendida, pero Durkheim le atribuyó relevanciacon respecto a los problemas contemporáneos de autoridady desorganización.La educación no desempeña en este asunto ningún papelesencial. «Es sólo la imagen y el reflejo de la sociedad, a laque imita y reproduce en forma sintética, pero no la crea.El mal es de Índole moral y tiene raíces profundas; es ab-surdo esperar que la educación, que después de todo apenascompromete una parte de la vida de cada estudiante, y solodurante breve lapso, pueda superar las deficiencias del ordensocial en su totalidad .• 95

El único remedio es «devolver a los grupos sociales un gradoadecuado de consistencia, a fin de que obtengan una adhe-sión más firme del individuo, y para que éste se sienta másvinculado a ellos. El individuo debe sentirse en mayor me-dida solidario con una existencia colectiva que 10 precedeen el tiempo, que 10 sobrevive y 10 abarca en todo sentido.Si ello ocurre, ya no sentirá que su conducta. tiene comoúnico prop6sito su propio bien, y al comprender que parti-cipa en una empresa que desborda su persona, no se perci-birá a sí mismo como un ser carente de significación. Lavida volverá a cobrar sentido ante sus ojos, al recuperar sumeta y orientación naturales. Ahora bien; ¿ qué grupos tie-nen mayores probabilidades de imprimir constantemente so-bre el hombre este saludable sentimiento de solidaridad?" 96

No por cierto la sociedad política, «demasiado distante delindividuo» para influir sobre él en forma ininterrumpida ycon fuerza suficiente. El estado, en todos los casos, es unade las causas principales de la atomización social y de lavacuidad moral cuyo fruto es el suicidio.P" La sociedad re-

95 Ibíd., págs. 372 y sigs.96 uu; págs. 373 y sigs.97 Suicide, pág. 389.

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ligiosa no resultaría más eficaz. Lo fue otrora, pero la diver-sidad actual de corrientes de pensamiento secular ha hechoimposible, para la mayoría de las personas, retornar a ladogmática certidumbre que la religión requiere de los indi-viduos a fin de detener, con su autoridad, sus impulsossuicidas. La eficacia del catolicismo romano. estadísticamen-te demostrable, se basa sobre un grado de rigidez organiza-tiva e intelectual que casi todo el mundo -piensa Durk-heim- encontraría hoy intolerable. Aparecerán nuevasreligiones, a no dudarlo, pero es probable que sean aúnmás tolerantes, en cuestiones doctrinarias, que las más libe-rales sectas protestantes actuales; y éstas, como demuestranlos datos demográficos, carecen virtualmente de influenciarestrictiva.Durkheim arriba a la conclusión de que estamos. a salvodel suicidio egoísta solo «en la medida que somos socializa-dos; pero las religiones pueden socializamos solo en la me-dida que nos niegan el derecho al libre examen. Ya no tienen,y es probable que nunca volverán a tener, suficiente autori-dad para forzarnos a ese sacrificio. .. Además, si aquellosque juzgan que nuestra cura puede provenir únicamentede una restauración religiosa fueran consecuentes, procura-rían reimplantar las religiones más arcaicas; pues contrael suicidio el judaísmo preserva mejor que el catolicismo,y el catolicismo mejor que el protestantismo.» 98 Y los pos-teriores estudios sistemáticos de Durkheim acerca de la reli-gión nos habilitan a concluir que la religión primitiva, consu subordinación completa del individuo al culto, sería lamás eficaz. En la sociedad primitiva, donde todo está recar-zado por lo sacro, donde los valores están encerrados enimplacables contextos de comunidad, el suicidio -exceptoen su forma «altruista», rara por otra parte- es descono-cido. Es ilusorio suponer que la sociedad europea modernasea capaz de retornar a este tipo de religión.Durkheim encuentra la forma' de autoridad y de perte-nencia más aptas para brindar la sustancia social hoy au-sente de la vida de los individuos en la revitalización --conciertas modificaciones-o del gremio, es decir, una asocia-ción ocupacional específicamente adaptada al carácter dela industria moderna. La vida económica absorbe al hom-bre moderno en un grado desconocido en toda etapa an-

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98 uu., pág. 376.

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terior; pero «las sociedades europeas enfrentan la alterna-tiva de abstenerse de regular la vida ocupacional, o regularlapor intermedio del estado, pues no existe ningún otro orga-nismo capaz de desempeñar este papel moderadors.w Espreciso concebir, pues, nuevas formas de organización socialpara librarse de la contradicción inherente a la existenciade una horda de individuos cuyas vidas están reguladas, perono dirigidas en realidad, por un estado distante, remoto eimpersonal.«La única manera de resolver esta antinomia es crear unnúcleo de fuerzas colectivas fuera del estado (aunque sujetoa su acción), habilitado para ejercer una influencia regula-dora más variada. Nuestras corporaciones reconstituidassatisfarán esta condición; más aún, no se ve con claridadqué otros grupos podrían hacerlo; ellas están lo bastante cer-ca de los hechos, en contacto directo y constante con éstos,como para descubrir todos sus matices; deberán, sí, ser lobastante autónomas para respetar su diversidad. A ellas in-cumbe, por ese motivo, el deber de presidir las compañíasde seguros, las instituciones de subsidios y pensiones, cuyanecesidad sienten tantas mentalidades esclarecidas, y quecon toda razón dudamos de colocar en manos del estado, tanpoderoso ya y tan inepto.» 100 Por la misma relevancia desus objetivos respecto de las necesidades económicas y socia-les, estas corporaciones serían depositarias de suficiente au-toridad moral como para frenar los impulsos egoístas (ypor consiguiente suicidógenos) de los seres humanos, hoydesperdigado s como otros tantos granos de arena.Sería posible terminar así con los suicidios anómicos y egoís-tas, pues la corporación se transformaría en el centro deautoridad moral legítima, tal como lo fue el gremio medie-val. «Dondequiera que los apetitos excitados tiendan aexceder todo límite, la corporación deberá decidir la distri-bución equitativa que corresponda a cada parte cooperativa.Al estar por encima de todos sus miembros estará dotadade la autoridad necesaria para exigir los sacrificios y las in-dispensables concesiones e imponer orden. Obligando a losmás fuertes a usar su fuerza con moderación, evitando que

99 uu; pág. 380.100 Ibid., pág. 380. Esta es la proposición que desarrolla en ellargo prefacio a la 2" edición de The Division of Labor, publicadaen 1902, cinco años después de la aparición 'de Suicide, y a la quealgunos de sus críticos acusaran de «corporativismo medieval».

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los más débiles multipliquen sus protestas indefinidamente,recordando a todos sus deberes recíprocos y el interés gene-ral, y regulando en ciertos casos la producción para que nodegenere en una fiebre mórbida, moderará unas pasionescon otras, y logrará aplacarlas imponiéndoles límites. Deese modo, se establecerá un nuevo tipo de disciplina moral,

. sin la cual todos los descubrimientos científicos y adelantoseconómicos del mundo solo producirán descontento.» 101

Es importante que estas nuevas estructuras de autoridadgocen de cierta dosis de autoridad legal, tanto como estric-tamente moral y social, pues la autoridad moral requiereuna base de reconocimiento legal. Nuéstro desarrollo histó-rico --escribe Durkheim en un pasaje que recuerda por suintensidad a Tocqueville--, ha barrido con todas las formasantiguas de organización social intermedia. Estas «desapare-cieron una tras otra, ya sea por el lento efecto erosivo deltiempo, o debido a grandes perturbaciones, pero no han sidoreernplazadasv.P'' En los orígenes, el grupo de parentesco,a través del clan y la familia, poseía la autoridad nece-saria, pero pronto dejó de ser una división política y setransformó en el centro de la vida privada. Vinieron luegolas unidades territoriales -el centenar, * la aldea, la comu-na- al igual que los gremios, monasterios y otras formasde asociación, pero también éstas experimentaron disloquey atomización.«El gran cambio introducido por la Revolución Francesaconsistió precisamente en llevar esta nivelación a un puntohasta ese momento ignorado. No fue un cambio súbito ycasual: venía preparándolo, largo tiempo ha, la progresivacentralización del antiguo régimen ... Desde entonces eldesarrollo de los medios de comunicación, al masificar laspoblaciones, ha eliminado casi los últimos vestigios del repar-to antiguo. Y puesto que el remanente de las organizacionesocupacionales fue a la vez violentamente destruido, des-aparecieron también todas las organizaciones secundariasde la vida social.» 103

Solo el estado sobrevivió a la tempestad de la historia mo-derna. Aquí llegamos a la médula de la sociología políticade Durkheim. La acción del estado moderno encierra una

101 Suicide, pág. 383.102 nu; pág. 388.* Ver nota de página 81.103 tus; pág. 388.

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profunda paradoja: a pesar de haber asimilado funcionesque ejercían antes otros grupos, engrosando así aún másuna burocracia ya bastante abultada, propendió, merceda ello, a nivelar' las escalas sociales y atomizar los gruposconvirtiendo a las poblaciones en algo semejante a un mon~tón de arena .. "Se ha: dicho a menudo que el estado es unintruso impotente. Pretende extenderse sobre toda suertede cosas que no le incumben, y a las que domina apelandoa la violencia. .. Los individuos perciben a la sociedad yla dependencia en que se encuentran con respecto a ella, solopor medio del estado. Pero siendo este último un ente dis-tante, su influencia no puede ser sino lejana y discontinua;de ahí que ese sentimiento no tenga la constancia ni lafuerza necesarias... Es imposible que el hombre persigaobjetivos excelsos.y se someta a 'una ley si no ve por encimasuyo nada a lo cual pertenecer. Liberarlo de toda presiónsocial es abandonarlo a sí mismo, hundirlo en la confusiónmoral. Estos son los dos elementos característicos de nuestrasituación moral. Mientras el estado se agranda e hipertrofiasin éxito para lograr firme dominio sobre los individuos,éstos, carentes de vínculos mutuos, se precipitan unos sobreotros como moléculas líquidas que no encuentran la energíacentral que los sostenga, los fije y los organice.s 104

Durkheim establece. en estos términos -tocquevillianos enel fondo-- el contexto jurídico para el' establecimiento desus asociaciones ocupacionales. Esas serán las unidades esen-ciales de la sociedad -reconocidas a un tiempo por el esta-do y por las familias de sus miembros- y en virtud de esecarácter, deben tener la autoridad legal que les infundaautoridad moral suficiente para satisfacer las exigencias deintegración y de moralidad.Si he demorado un poco en estos aspectos del pensamientode Durkheim, fue por motivos que trascienden la impor-tancia efímera de las asociaciones ocupacionales. Pese aque dichas asociaciones han quedado muy atrás de nos-otros, en lo que atañe a sus posibilidades históricas, mu-chas veces los estudiosos de Durkheim las han tratado erró-neamente como productos casuales de su pensamiento. Nolo son en absoluto. En su formulaci6n primigenia (al finalde El suicidio, publicado en 1896) está el origen y el nú-cleo de un enfoque teórico que habría de influir sobre un

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104 uu., pág .. 389.

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número considerable de historiadores, juristas y etnólogos,todos los cuales hallaron la dicotomía durkheimiana de au-toridad social y poder político de extraordinaria utilidaden sus estudios de otras culturas y períodos históricos.Consideremos más minuciosamente dicho enfoque. ¿ Quées, para Durkheim, la sociedad política? Primero, en suestado normal, es pluralista. Durkheim cita a Montesquieu,para quien la sociedad política supone "poderes intermedia-rios, subordinados y dependientes». Sin estas autoridadessecundarias es imposible la existencia del estado, salvo queasuma forma patológica. «Lejos de oponerse al grupo socialdotado de poderes soberanos y llamado más específicamente"el estado", el estado presupone su existencia; existe solodonde aquéllos existen. No hay grupos secundarios; no hayautoridad política: al menos no hay nada a lo que puedaaplicarse este término de manera apropiada.sw"Pero esto es solo una parte del cuadro: por mucho que elestado normal dependa del cuerpo de autoridades secunda-rias que lo apuntalan, advertimos sin embargo un conflicto(a veces real, siempre potencial) entre aquél y éstas. El,individuo ocupa el tercer vértice de una relación triangu-lar de fuerzas. Su libertad con respecto al poder del estadose mide por su absorción dentro de una o más autoridadessecundarias: la familia, la iglesia, el gremio, etc. Recípro-camente, el individuo ve garantizada su protección respectode la autoridad muchas veces avasalladora de estos grupos,por el estado, que se la brinda a través de los derechos pri-vados. El estado crea los derechos privados.Esta relación triangular se presenta en la historia de todaslas sociedades humanas. Al principio en un estado latente:tanto el estado como el individuo son todavía realidadesvagas, no del todo concebidas. El grupo social -el clan, latribu, la asociación- es soberano. .eEn la primera etapa, lapersonalidad individual se pierde en las profundidades dela masa social; más tarde se abre paso gracias a su propioesfuerzo. El.horizonte de la vida individual, antes limitadoy de pequeño alcance, se ensancha y se transforma en exal-tado objeto del respeto moral. El individuo adquiere dere-chos cada vez más amplios sobre su propia persona y sobrelas posesiones que le corresponden ... » 106

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ilU.1 105 Professional Ethics, pág. 45.

106 Ibíd., pág. 79.

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Es interesante comparar esta parte del análisis con uno delos más b:~llantes pá~ra~o~ ja~ás escritos acerca del podery su relación con el individualismo, que puede considerarseel germen de aquél. En el trozo a que hacemos referencia,perteneciente a De la división del trabajo, Durkheim revelaun aspecto de su actitud mental que tiene tanto (mirabile die-tu) de Rousseau como de Tocqueville. «En lugar de tomarcomo origen de la eliminación del individuo el establecimien-to de una autoridad despótica, debemos ver en este hecho,por el contrario, el primer paso hacia el individualismo. Enrealidad los jefes son las primeras personalidades que surgende la masa social. Su excepcional situación, al ponerlos porencima del nivel de los demás, les da una fisonomía distintay les confiere paralelamente individualidad. Cuando llegana dominar a la sociedad ya no están obligados a seguir todossus movimientos. Su poder proviene, por supuesto, del gru-po, pero una vez organizado, este poder se hace autónomoy les permite desarrollar una actividad personal. De estemodo se abre una fuente de iniciativas que no habíaexistido antes. De ahora en más existe alguien que puedeproducir cosas nuevas y aun, en cierta medida, negar el usocolectivo. Se ha roto el equilibrio.s+?"El individuo no se abre paso recurriendo únicamente a suspropias fuerzas; la guerra y el comercio ayudan a crearel estado, y entre el estado y él se establece una sólidaafinidad.La historia de Atenas al igual que la de Roma, nos revelael persistente emerger del individuo a partir de la sociedadtribal, con la ayuda del estado central; que nace a la par deaquél. En realidad, históricamente es el estado .quien creala idea de individualidad; ante todo en términos legales yluego, en forma gradual, en términos económicos y mora-les. Las famosas reformas de Clístenes en la antigua Aticalo demuestran. El individuo, liberado de la sociedad tradi-cional, resulta tan necesario para el desarrollo de la juris-dicción y autoridad del estado, como éste lo es para el indi-viduo en la conquista de su -identidad legal primero, y luegosocial y moral.Sin la sociedad (la cual, recordémoslo, presenta diferenciascategóricas con relación al estado) el hombre carecería, porsupuesto, de la naturaleza que lo distingue de los animales.

107 The Diuision 01 Labor, pág. 195.

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La sociedad ha llevado las facultades psíquicas del individuoea un grado de energía y capacidad productiva inconmensu-rablemente mayor de cuanto hubiera sido posible si perma-neciera aislado de sus semejantes ... Una capacidad muchomás rica y variada que la que pudiera exhibir un individuo{mico y solo.» Pero hay otro aspecto: el aspecto represivo.••Si bien la sociedad nutre y enriquece la naturaleza huma-na; tiende, por otra roarte, a subordinarla a sí misma, porlas mismas razones> 08 Es propio de todas las formas deasociación inclinarse al despotismo si no existen fuerzasexteriores que se lo impidan, con reclamos por la lealtadindividual que entran en pugna con los de aquéllas. Hastatanto no se aflojaron los estrechos lazos de las comunidadesantiguas y sus miembros se convirtieron en alguna medidaen partículas independientes, la libertad tal como hoy laconocemos resultaba imposible.eUn hombre es mucho más libre en medio de una multi-tud que en un pequeño círculo de personas. De donde re-sulta que las diversidades individuales pueden así manifes-tarse con más facilidad, que declina la tiranía colectiva, yque el individualismo se establece en los hechos; con eltiempo los hechos se transforman en derechos.s-P" La únicamanera de impedir que las autoridades secundarias; anti-guas o modernas, envuelvan a los individuos y los privende la diversidad que la individualización permite, es queexista una forma de asociación más amplia, que cree laposibilidad legal de una identidad individual, distinguiblede los grupos sociales a los que pertenecieron antes los sereshumanos.Aquello que se quita a los grupos sociales va, en parte, alestado y se incorpora a su nuevo sistema de legislación, perotambién va en parte al ciudadano individual, en la formade derechos prescriptos. En este sentido, Durkheim dice quela función principal del estado como entidad es «liberar laspersonalidades individuales. Y ello ocurre únicamente por-que al tener en jaque a las sociedades que lo constituyen, lesimpide ejercer sobre el individuo la influencia represiva quede otro modo ejercerían.s P?

Pero Durkheim no olvidó que el estado podía ocasionarconsecuencias diametralmente opuestas, que se revelan en

108 Projessional Ethics, pág. 60.109 lbíd., pág. 61.110 lbíd., págs. 62 y sigs.

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su hipertrofia y. en la atrofia de los grupos sociales; lo señalópor primera vez en El suicidio. Para el estado es. fácil trans-formarse en el nivelador, el represor, el déspota. Y a. dife-rencia de las autoridades menores, no puede dar siquieraal individuo (en virtud de su propia magnitud) el sentidode comunidad que le ofrecían las formas más antiguas deasociación. (EnteüJámonos, no puede hacerla sin provocarconsecuencias despóticas.)«De ello cabe inferir un hecho simple: si la fuerza colectiva,el estado, ha de ser el liberador del individuo, también nece-sita algún contrapeso; debe estar limitado por otras fuerzascolectivas; es decir, por los grupos secundarios que anali-zaremos más adelante. .. Para los grupos no es bueno que-dar solos; es forzoso, sin embargo, que existan. De esteconflicto de fuerzas sociales nacen las libertades individuales.AqUÍ volvemos a encontrarnos con la. gran importancia deestos grupos; su finalidad no es meramente regular y go-bernar los intereses a los que deben servir: constituyen unade las condiciones esenciales para la emancipación delindividuo.s U!

Las formas de autoridad: Simmel

A despecho de las importantes diferencias entre Simmel yDurkheim, sus concepciones sobre la función de la autoridaden el orden social y en la génesis y mantenimiento de lapersonalidad exhiben notable parecido. Simmel asigna alindividuo una distintividad e incluso una prioridad que novemos en Durkheim. Sin embargo, el pasaje siguiente delprimero de los nombrados podría fácilmente haber sidoescrito por el segundo:«La conciencia de sufrir coerción, o de estar sujeto a unaautoridad superior, resulta circunstancialmente opresiva omueve a la rebelión, tanto si la autoridad es un ideal o unaley social, una personalidad que emite órdenes arbitrarias oel ejecutor de normas superiores. Pero para la mayoría delos hombres la coerción representa, casi con certeza, un apo-yo irreemplazable; significa cohesión en la vida Íntima o ex-terior. En el lenguaje inevitablemente simbólico de la psico-logía diríamos que nuestra alma parece vivir en dos niveles:

111 lbíd., pág. 63.

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uno de ellos, más profundo, rígido o inconmovible porta elsentido real y sustancial de la vida, en tanto que el otro secompone de impulsos momentáneos, de irritaciones aisladas.Esta segunda capa podría triunfar sobre la primera auncon mayor frecuencia de lo que ocurre en verdad; y graciasa las embestidas y a la rápida y cambiante sucesión de suselementos, no brindaría a aquélla oportunidad alguna dellegar a la superficie, si no se interpusiera el sentimiento deuna coerción, proveniente de alguna parte, frenando sutorrente, quebrando sus vacilaciones y caprichos y dandoasí lugar y supremacía, una y otra vez, a la corriente ocultay persistente.s-PEn estos términos elabora Simmel un planteo sociológico delas ventajas inherentes a instituciones tales como la monar-quía hereditaria y el matrimonio sacramental. Tomemos aeste último a título ilustrativo. Es innegable, dice Simmel,que la coerción de la ley y la costumbre mantiene unidos amuchos matrimonios que desde un punto de vista estricta-mente psicológico debieran disolverse. En ese caso las per-sonas se subordinan a una ley que no les conviene; la conse-cuencia es la infelicidad.«Mas en otros casos esta misma coerción -por imperiosaque nos parezca de momento, desde el punto de vistasubjetivo- tiene un valor inestimable, ya que mantieneunidos a quienes la moral obliga a permanecer juntos peroque por algún malhumor, irritación o volubilidad momen-táneos se separarían si pudieran, malogrando de esta ma-nera sus vidas o destruyéndolas sin remedio.» 113

Simmel asigna, pues, a la autoridad sustancialmente la mismafunción que Durkheim. Cualquiera sea el contenido de laley moral -bueno o malo, racional o irracional- «la meracoerción unificadora de la ley engendra valores individua-les de naturaleza ética y eudemonista (para no mencionarlos de conveniencia social) que jamás se hubieran alcanzadoen ausencia de toda coerción-P"La autoridad cumple una función integra tiva: es el cementoindispensable de la asociación, el vínculo constitutivo de laslealtades humanas. Las fidelidades y obligaciones para conel grupo podrían claudicar y sufrirían una continua ame-naza de atrofia si no fuera por la estructura rígida de la

112 The Sociology 01 Georg Simmel, op, cit., págs. 299 y sigs,113 Ibíd., pág. 299.114 Ibíd., pág. 299.

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autoridad; ésta no solo sirve a los valores del grupo y a lamisión que éste acomete, sino también al establecimiento delazos vitales entre el individuo y el grupo.Volvamos a la sociedad secreta, y considerémosla esta vezdesde el punto de vista de su carácter autoritario en lugarde sus rasgos comunales. Simmel escribe: «En corresponden-cia con el notable grado de cohesión que presenta la socic-dad secreta está su total centralización. Ella constituye unejemplo de obediencia incondicional y ciega a los líderes;desde luego, estos líderes podrían encontrarse en cualquierotro sitio, mas aquí asumen un papel particular, ante elcarácter muchas veces anárquico del grupo, que niega todaotra ley. Cuanto más criminales son los fines que ellospersiguen, más ilimitado suele ser su poder y la crueldadcon que lo ejercen. .. Debido a ello, las sociedades secretasque por cualquier razón no consiguen establecer una autori-dad sólida y consistente, suelen estar expuestas a muy gravespeligros.» 115

Así como hay una relación estrecha y recíproca entre elcarácter comunal de una sociedad secreta y la forma en quesus miembros sienten el orden social que los rodea -unente exterior a ellos, impersonal y desprovisto de significa-do- así también la hay entre el sistema de autoridad queinforma la sociedad secreta y el sistema circundante, másamplio, de autoridad legal o poder.Entre estos dos sistemas existe un conflicto inevitable; segúnSimmel, dicho conflicto no proviene enteramente de la es-tructura del secreto propia de uno de ellos, sino del hechode ser parcial, y por consiguiente, capaz de producir con-fusión y divisiones. «Cuando el propósito general de lasociedad en su conjunto es la fuerte centralización (espe-cialmente política), resulta antagónica respecto de todaslas asociaciones especiales, cualesquiera sean su contenidoy propósitos. Por el mero hecho de constituir unidades, estosgrupos entran en competencia con el principio de centra-lización, que aspira a ser el único con prerrogativas parafundir a los individuos en una forma unitaria. La preocupa-ción del poder central por la "asociación especial" está pre-sente en toda la historia política.» A este concepto tocque-villiano SimmeI agrega otro característicamente suyo: «Hastatal punto se considera a la sociedad secreta enemiga del po-

115 Ibíd., págs. 370 y sigs,

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der central, que todo grupo políticamente rechazado recibeese nombre." 116

El conflicto, la persecución, pueden tener efectos tan vitali-zadores para el sentido de libertad interna de la sociedadsecreta como para su sentido de cohesión. En las sociedadessecretas muchas veces se combinan un autoritarismo férreocon una embriagadora sensación de libertad por parte desus miembros. Todo lo que lleva a éstos a alejarse de lasopresiones y frustraciones que sienten que les inflige la socie-dad global, intensifica su deseo de unidad solidaria dentrode la sociedad secreta. Consecuencia de ello es, por lo común,la centralización y el rigor de la autoridad interna. Gradual-mente, el carácter monolítico de la pequeña sociedad llegaa parecer a los miembros el verdadero signo de su liberaciónde las tiranías y corrupciones exteriores. En el totalismo desu poder, la sociedad secreta no siente despotismo sino unanueva forma de libertad de la que todos pueden participar,cargada de misión redentora. La historia de las sectas reli-giosas y movimientos revolucionarios lo ilustra ampliamente.Lo que más le interesa a Simmel son los reductos interioresde la autoridad; pero no deja de ver por ello la relación deestos últimos con las instituciones mayores y las normasmás generalizadas de la sociedad. Un ejemplo es su análisisde la «autoridad" manifestada en ciertos actos culturales ysociales de los individuos. En algunas personas esta «autori-dad», esta capacidad instantánea para provocar una res-puesta, parece provenir directamente de su personalidad;"pero el mismo resultado -la autoridad- es alcanzablesiguiendo la dirección opuesta. Un poder superindividual-el estado, la iglesia, la escuela, la familia o la organizaciónmilitar- reviste a una persona de una reputación, unadignidad, un poder de decisión última, que jamás emanaríade su individualidad. ,,117

El enfoque de Simmel está atravesado de parte a parte poralusiones históricas, lo cual indica una vez más su concienciade la relación existente entre la microsociologia y las co-rrientes más amplias de la sociedad. Acaso su saber históricono revele la profundidad, diversidad y riqueza de un Weber,pero comparado con Durkheim, evidencia un mayor interéshistórico (en contraste con el interés etnológico de aquél)

116 tiu., pág. 375.117 lbíd., págs. 183 y sigs,

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por la naturaleza de la autoridad. Las concepciones analí-ticas de Simmel y Tocqueville respecto de la historia de lacentralización política, su efecto sobre las asociaciones in-termedias, y el surgimiento de la masa política en la sociedadmoderna muestran una correspondencia casi perfecta. Ladiferencia reside en que para Simmel la importan-¡- moralde estas cuestiones es menos obvia, y sus raíces no debenbuscarse tanto en hechos ideológicos.En La superioridad del individuo sobre la masa Sirnmelnos presenta las cualidades esenciales del moderno estadode masas, que según él constituye una «tragedia sociológica»por su reducción de la individualidad a un nivel inferior,más primitivo y sensual; al borrar lo distintivo de la perso-na, sostiene, da lugar a un todo indiferenciado que se fundasobre el mínimo común denominador. La masa es «un nuevofenómeno, formado, no a partir de las individualidades to-tales de sus miembros, sino de aquellos fragmentos en quecada uno de ellos coincide con los demás. Estos fragmentosno pueden ser, por ende, más que lo más bajo y primitivo.s-wPero si Tocqueville limitó su análisis de la masa a la de-mocracia norteamericana, Simmel la incluye en un tiposocial más general y formal. Y en tanto los juicios moralesde aquél son siempre explícitos, Sirnmel prefiere un enfoquemás sutil, desapasionado y objetivo. Partiendo de una mismaperspectiva histórica, opta por ubicar a la masa política enun molde más universal y categórico. He ahí lo esencial.Otro punto interesante es su examen de lo que llama tertiusgaudens, es decir, el poder de tentado por 'una tercera perso-na o parte, simplemente por el hecho de terciar. En el cortoespacio de tres párrafos nos proporciona ejemplos muy di-versos extraídos de la historia, europea: la relación del par-tido de centro respecto de los liberales y de los demócratassociales de su época; el papel desempeñado por Inglaterrarespecto de los poderes del continente, al comienzo de la erapolítica moderna; la actitud del Papa frente a los elementosantagónicos internos de la iglesia en el último período me-dieval; la función judicial asumida por Guillermo el Con-quistador frente a los anglosajones y sus propios normandos.Su elaboración, en términos sociológicos, del divide et im-pera guarda estrecha relación con lo anterior. Aqu.í unatáctica conocida, reiteradamente observada en la política, se

118 lbíd., pág. 33.

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convierte en una forma abstracta, presente en contextos quevan desde la familia al estado o el imperio: aquí un tercerpartido conquista el poder promoviendo directamente la di-visión entre los otros dos. Simmel cita varios casos ilustrati-vos: la acción de lee emperadores romanos frente a lasascriacio-w n'¡ i,\inSils y económicas; la actitud de los reyesan[~I(Jnormandos respecto de los señores feudales; el taccio-nalismo promovido por el gobierno colonial entre los abo-rígenes australianos, y las tentativa, de dividir a la ciuda-danía que llevaron a cabo los gobernantes de la Veneciamedieval. Es posible que lo que más interese a Simmel sealas formas que pueden abstraerse de los acontecimientos his-tóricos, pero nadie puede acusarlo de que sus abstraccionesresulten infundadas.Cuando nos volvemos a su obra principal acerca de la auto-ridad, Superordination and Subordination, encontramos quesus tipos formales de autoridad mantienen la misma relacióncontextual con el desarrollo histórico concreto de la Europamoderna observable en Weber. Las categorías weberianas delo «tradicional>, Y lo «racional» resultaroll ser conceptualiza-cienes de las fases que había atravesado y estaba atravesandoEuropa en su transición al modernismo; otro tanto ocurrecon los tres tipos esenciales de Sirnmel. Tras 10 que él llama«la centralización individua!», «la subordinación ante lapluralidad» y «la subordinación ante un principio" estápresente -con igual claridad que en Weber-- un ciertomodelo histórico: el que exhiben las fases sucesivas de lapolítica europea moderna en su desplazamiento de la mo-narquía a la república, y de ésta a la dominación impuestapor organizaciones y normas impersonales. Casi todos susejemplos de estos tres tipos est.ún tomados de la historiaeuropea, lo cual de ninguna manera significa disminuir suvalidez científica para el estudio comparativo de la autoridady e! poder. Todo lo que queremos señalar, una vez más, esque los conceptos capitales de la sociología moderna hundensus raíces en un conjunto especial de circunstancias históricas.Superordinativn and Subordination comienza analizando laíndole de la dominación Y su vínculo con los elementos mí-nirnos de la asociación humana. Simmel nos dice que laautoridad es por naturaleza iuicractiua. La dominación, le-jos de ser unilateral, corno podría parecer a primera vista,cst.i determinada por 18 expectat iva de la clase de obediencia<[Ile se le prestarcí. En los CilSOS más extremos de subordina-

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ción personal existe una considerable magnitud de libertadpersonal. La llamada coerción absoluta es siempre relativa;está condicionada por nuestro deseo de escapar del castigocon que se nos amenaza, o de otras derivaciones de nuestradesobediencia. Solo en casos de violación física. directa pode-mos decir que la libertad del subordinado ha desaparecidototalmente en una relación de super-subordinación. Laobediencia, en resumen, configura la dominación casi en lamisma medida que la dominación configura la obediencia..Simme1 señala que «nadie desea que su influencia determinepor completo al otro individuo. Más bien procura que estainfluencia, esta determinación del otro, repercuta sobre él.Por ello, aun e! deseo abstracto de dominio 'es un caso deinteracción; este deseo se satisface cuando la conducta osufrimiento del otro, su situación positiva o negativa, apareceante el dominador corno fruto de su propia voluntad.v+"Aun en el caso extremo de dominación --amo y esclavo-sigue habiendo un grado residual de asociación que privaa aquélla de! carácter unilateral que se le suele atribuir.Pero cuando, mediante procesos de «objetivación» ---es de-cir, las personas reducidas a objetos-e- se identifica principal-mente a 103 individuos corno clases de cosas, «tiene tan pocosentido hablar de asociación como lo tendría. hacerla paradesignar el vínculo entre el carpintero y su banco de tra-bajo».120 Tallo que sucede en la clase trabajadora moderna,donde cada obrero es ignorado por sus ernpleadores, y dondese vende una mercancía impersonal: «el trabajo».La autoridad sobre las personas, en contraste con la domi-nación de las cosas, 'presupone una libertad mucho mayorque la que se suele reconocer por parte de la persona so-metida. Aunque parezca "aplastarla", la coerción o la corn-pulsión no son los únicos fundamentos del sometimiento.»El carácter singular de la autoridad desempeña en la vidasocial un papel importante, de las maneras más diversas.Una de las más significativas es la relación de la autoridadcon la objetividad que adquieren gradualmente la percepcióny el juicio humanos. Una persona de autoridad superiorcontrae un sentido del «peso abrumador de sus opiniones,una fe o confianza que tiene el carácter de la objetivi-dad» . .. A I actuar «con autoridad» para hacerlo, su sig-

119 tus. páf.:. 18l.120 lb id., J'<Ít;. ) 82.

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nificación experimenta un salto cualitativo: asume ante sumedio el estado físico de la objetividad, metafóricamentehablando.P! También esto evidencia que Simmel y Durk-heim se hallan muy próximos entre sí.La reciprocidad es la esencia de la autoridad personal, perocuando e! grupo se agranda, aquélla disminuye y se intensi-fica la dominación lisa y llana. Este es un elemento nuevoen el cuadro. «La ausencia de esta reciprocidad explica elhecho, varias veces observado, de que la tiranía de un gruposobre sus miembros es peor que la de un príncipe sobre sussúbditos.» Simmel arriba, bien que por otras vías, a unaconclusión semejante a la de Tocqueville: la inexorableexpansión del poder ejercido sobre nosotros mismos y desus límites tolerables cuando se concibe este poder comoproducto de las relaciones en las que participamos. «Todogrupo -no solo el grupo político-s- concibe a sus miembros,no como a seres que lo enfrentan, sino como a elementosincluidos por él a modo de lazos constitutivos. Esto determi-na a menudo una peculiar falta de consideración por losmiembros, muy diferente de la crueldad personal de ungobernante. Dondequiera exista un enfrentamiento formal(aunque se aproxime mucho, en repetidas ocasiones a lasumisión), hay interacción; y, en principio, la interacciónsupone siempre imponer algún límite a ambas partes (aun-que esta regla no está exenta de excepciones individuales).Cuando el superior demuestra una extrema desconsidera-ción (como es el caso en los grupos que simplemente dispo-nen de sus miembros) deja de haber enfrentamiento con suforma de interacción, lo cual implica espontaneidad, y porconsiguiente, que tanto el superior como los elementos su-bordinados sufran limitaciones.» 122 Tocqueville, al emplearcomo marco la democracia política de gran escala, advertíaen la opinión pública lo que Simmel comprueba en todoslos niveles de la asociación, designándolo, en términos socio-lógicos precisos, como la subordinación del rol y la identidaddel individuo a la condición de miembro del grupo.Veamos ahora los tres tipos fundamentales de superioridadjerárquica y subordinación de Simmel: 1) la ejercida porun individuo como monarca, padre en una familia patriar-cal, señor feudal o dueño de una empresa; 2) la ejercida

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121 uu., pág. 183.122 tus; pág. 187.

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por un grupo de asociaciones sobre sus miembros, como enlas repúblicas y democracias modernas; y 3) la ejercida porun principio objetivo, donde dominan el cargo, la organiza-ción impersonal o la tecnología en lugar de las personalida-des humanas. Como señaláramos antes, cabe considerarlascomo una síntesis conceptual de la experiencia históricaeuropea.Centralización individual de la autoridad. Lo que Simmelllama «superioridad jerárquica de un solo individuo» refleja-nos dice- la historia primitiva de Europa: en la manco-munidad, la familia y la iglesia.El gobierno unipersonal tiene que haber contribuido a laprimera unificación del grupo. El triunfo histórico del ju-daísmo y de la cristiandad, al arrancar a los individuos desus lealtades tribales y de parentesco, fue consecuencia de lacentralización: en este caso, ola centralización de la deidad.El advenimiento del estado moderno no habría sido posiblesi un ser «único» -el monarca- no se hubiera convertidoen punto focal. Solo el gobierno unipersonal hace que losgobernados adquieran conciencia de sí mismos como sociedadcon intereses propios. Esto puede originar un conflicto, unadisociación, pero Simmel demuestra cómo ese conflicto pue-de servir de base ulterior de la unidad. Al igual que Tocque-ville, advierte el vínculo interactivo entre centralización ynivelación. Sin embargo, hay diferentes tipos de nivelación:«La nivelación que más agrada al despotismo... es la delas diferencias de rango, no la de las diferencias de carácter.Una sociedad de carácter y tendencia homogéneos, pero or-ganizada en diversos órdenes de rango, resiste férreamente aldespotismo, en tanto que una sociedad donde coexisten nu-merosos tipos de caracteres con una igualdad desarticulada,apenas si puede hacerle frente.» 123 Observa la afición de losdéspotas por las personas de mediocre oapacidad. Los déspo-tas, escribe en un epigrama de estilo tocquevilliano, «solodesean sirvientes de mediano talento».¿ Cómo racionalizar normativ~mente la desproporción ca-racterística del gobierno unipersonal? «La cuestión es quela estructura de una sociedad donde solo manda una perso-na, en tanto que la gran masa se deja gobernar, adquieresentido normativo en virtud de una circunstancia específica:que la masa, el elemento gobernado, inyecte solo parte de

123 Ibíd., pág. 198.

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las personalidades que la componen en la relación mutua.en tanto que el gobernante aporte toda su personalidad. Laspersonalidades del gobernante y del súbdito individual noparticipan en las relaciones en la misma proporción. »124

Aquí, bajo el rótulo de la autoridad, Simmel retorna al temaque encontramos en su análisis del grupo: la «entrega» des-igual que hace el individuo de sí mismo a uno y otro grupo.Los grupos exhiben diferencias características «según la pro-porción entre las personalidades totales de los miembros ylas pactes dp. dichas personalidades con las cuales se fundenen la "masa". La medida de su gobernabilidad depende deesta diferencia cuántica.> 125Pero la nivelación no es el único rasgo de la dominaciónunipersonal: « ... el grupo toma la forma de una pirámide.Los subordinados enfrentan al gobernante de acuerdo condiversas gradaciones de poder. Entre la masa que ocupa losúltimos peldaños y la cumbre de la pirámide, se interponenvarias capas, de volumen cada vez menor y significacióncada vez mayor.s P" La pirámide puede originarse de dosmaneras diferentes: primero, si un gobernante con plenopoder autocrático permite que se «escurra» hacia abajo elcontenido de su autoridad, conservando para sí su formay el título. Generalmente, al cabo de cierto lapso el poderde los sujetos ubicados en los escalones más altos tiende adebilitarse, lo que determina una creciente autonomía delos estratos inferiores; segundo, por la conversión de auto-ridades antes autónomas en fases ordenadas de la pirámide.Aquí el proceso comienza desde abajo; la autonomía esnegociada, por así decirlo, a cambio de la seguridad departicipación en la pirámide. Ambos tipos tienen notorioorigen en la historia política de Europa, hecho ante el cualSimmel es tan sensible como Weber. Pero en esto, como entodo, le interesa también su aplicabilidad a las estructurasno políticas: la iglesia, la escuela, la clase y el clan. Ambostipos de gradación pueden estar combinados; la historiadel feudalismo occidental lo ilustra con claridad.Simmel coincide con Durkheim en que el gobierno uniper-sonal se presenta como indestructible y eterno. La imagen del«único» permanece incólume mucho después que la revo-lución y el cambio barrieran a los monarcas y emperadores.

124 lb íd., págs. 201 y sigs .125 lb íd., pág. 203.126 Ibíd., pág. 206.

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••La fuerza particular del dominio unipersonal se manifiestaen que sobrevive a su propia muerte, por así decirld>'~#lim-primir su matiz peculiar a estructuras cuya verdadera.esen-cia es la negación de ese dominio.» 127 Hasta la democraciarevolucionaria, advierte, solo se concibe como «la monarquíavueltacabeza abajo y dotada de los mismos atributos. Lavolonté générale de Rousseau, a la que todos deben someter-se sin resistencia, tiene en un todo igual carácter que el mo-narca absoluto» 128

Sirnmel destaca un fenómeno que se repite a lo largo dela historia: el grupo que se somete con preferencia al ex-traño, a la persona cuya falta de conocimientos sobre la vidainterna de aquél está magníficamente compensada por suobjetividad frente a las hostilidades y sospechas originadasen el grupo, y su inmunidad al respecto. En la sociedad me-dieval, señala, era inconcebible que una persona cualquiera-ya se tratara de un noble, o el miembro de un gremio,una iglesia o una familia=- fuera gobernada ni juzgadapor alguien que no pertenecía a su misma categoría social.La vida moderna está, empero, más matizada; ha introdu-cido una nueva actitud: «En general... podemos decirque cuanto más baja es la posición que ocupa un grupo ensu conjunto y, en consecuencia, cuanto más acostumbradoestá cada uno de sus miembros a la subordinación, tantomenos admitirá el grupo que uno de sus miembros lo go-bierne; y recíprocamente, cuanto más alto se halla el grupo,tanto más probable que se subordine a uno de sus pares. Enel primer caso la dominación de los iguales es difícil porquetodos son de abajo; en el segundo caso es más sencillaporque todos ocupan una posición elevada.s P''La subordinación a una pluralidad, Del mismo modo quela imagen del monarca fundamenta el tipo ideal del prime-ro, la imagen de la república fundamenta este segundo tipogeneral. Tres puntos señalados por Simmel merecen mención:En primer lugar, la objetividad del gobierno pluralista -esdecir, el hecho de que incor.pore la dominación a las leyesy procesos de todo el grupo, antes que adscribirla a una fi-gura simbólica- está acompañada de su tendencia a unamayor impersonalidad. Esto puede tener ventajosas cense-

127 Ibíd., pág. 217.128 lbid., pág. 218.129 lbíd., pág. 219.

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cuencias: los esclavos de la antigua Esparta, los campesinosfeudales de Prusia y los habitantes de la India moderna,muestran todos una preferencia comprensible por el gobier-no estatal -esclavitud estatal, dominio estatal, estado in-glés=-, respecto del gobierno ejercido por intereses privados.Pero, por la misma razón, las crueldades cometidas por lasrepúblicas contra los individuos ajenos a ellas exceden mu-chas veces a las cometidas por gobernantes individuales.El hado de los pueblos sometidos fue más duro bajo laRepública romana que bajo los emperadores; hay, por otraparte, pocos ejemplos de trato más riguroso que el sufridopor cierto grupos -los irlandeses, los disidentes, los escoce-ses, los papistas- a lo largo de la historia moderna de In-glaterra, nación que ostenta, en cambio, la más resplande-ciente foja de servicios en lo que atañe a su justicia paracon los individuos.18o La historia europea nos sorprendeuna y otra vez --observa Simmel- con la mayor disposi-ción manifestada por los monarcas para prestar ayuda alpueblo, de la que hallamos en la voluntad colectiva de lanobleza feudal o la república posterior; y en cuanto alestado moderno, puede legalmente condenar a un individuoa muerte, mas no perdonarlo; el perdón sigue siendo pre-

. rrogativa individual del monarca, el presidente o el go-bernador.El segundo aserto de Simmeljse vincula con la tendenciahistórica de la voluntad o gobierno pluralista hacia un cre-ciente corporativismo. Aunque en el primer caso es necesa-rio el gobierno personal para dar al grupo su identidad, eldesplazamiento gradual del centro de gravedad de la perso-na a la colectividad es lo que da permanencia a esta última.ASÍ, «el aumento de la conciencia democrática en Franciaprovino (entre otras cosas) del hecho que, tras la caída deNapoleón 1, hubo una rápida sucesión de cambiantes po-deres gubernamentales, todos ellos incompetentes, insegurosy deseosos de ganarse el favor de las masas; cada ciudadanoadquirió así profunda conciencia de su propio significadosocial. Sometido a todos esos gobiernos, siguió empero sin-tiéndose fuerte, ya que constituía el elemento perdurablea través del cambio y el contraste entre los sucesivos re-gímenes.s P!U!

130 tu«, págs. 226 y sigs.131 tsu., págs. 233 y sigs.

226

Otro de los temas que concitó la atención de Simmel fuelo que él llamó la derrota electoral de las minorías frente alas mayorías; definía así el proceso actual por el cual -adiferencia de lo que ocurría en la Edad Media- las opi-niones de la minoría son sojuzgadas y aun anuladas por lamayoría. A algunos estudiosos de Simmel este fragmentoles ha parecido de una exlravagancia arcaica. Sin t!mLalgo,su a veces extraña terminología encubre el importante pro-blema del mantenimiento de un pluralismo cultural, étnicoy geográfico en una sociedad que, habiéndose poli tiza docada vez más, reduce también cada vez más los problemasde la supervivencia a los procesos electorales. Grupos queen épocas pasadas eran capaces de conservar su identidadincluso frente a la agresión armada, encuentran cada vezmás arduo hacerla cuando todos los problemas y tensionesson asimilados por el proceso político y, por ende, quedana merced del voto mayoritario. Es significativo -señalaSimmel- que esta victoria electoral rara vez fue defendidaen el terreno del mayor derecho de las mayorías; a me-nudo se presume la existencia latente de una voluntad dela asociación en su conjunto, voluntad claramente discerní-ble, según los defensores de este punto de vista; y a modode racionalización de la supremacía mayoritaria, se sostieneque la voluntad total o real es revelada por el voto de lamayoría. Tal era, por supuesto, lo que Rousseau proclamabacomo la función legítima del voto en su relación con laVoluntad General.Subordinación a un principio. Aquí Sirnmel se atiene a lascircunstancias objetivas. Define este tipo de subordinacióncomo la «fundamental transición del personalismo al obje-tivismo en la relación de obediencia, transición que nopuede provenir del conocimiehto anticipado de las conse-cuencias utilitarias».182 Compara la subordinación a obje-tos --por ejemplo, a la tierra olas máquinas- con la sub-ordinación personal, y encuentra que la primera es por lor,~guJar una «forma rigurosa, humillante e incondicional desubordinación; pues en la medida que el hombre se subordi-na en virtud de pertenecer a una cosa, desde el punto devista psicológico desciende a la categoría de mera cosa».188Es fácil ver el vínculo entre este tipo de dominación y el

132 Ibíd., pág. 252.133 uu., págs. 253 y sigs.

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esquema del modernismo en su totalidad; el triunfo delproceso, la organización y lo meramente material sobre loindividual que aquél lleva apareado. La sociedad modernaconduce, afirma Simmel, a una multiplicación de situacio-nes donde los individuos se encuentran bajo esta clase depoder «objetivo». Un caso ilustrativo es el status del obreromoderno. Mientras la relación de trabajo asalariado fueconcebida como un «contrato de arriendo», se conservó algode la subordinación del obrero a una persona: el empresa-rio. «Pero desde que el contrato de .trabajo no se consideracomo el arriendo de una persona sino como la compra deuna mercadería -el trabajo--, este elemento de subordi-nación personal desaparece. .. El trabajador ya no está su-jeto como persona sino como sirviente de un procedimientoeconómico objetivo." 184 El poder objetivo, la metrópoli, laalienación: tres elementos que constituyen, para Simmel,una trinidad nefasta.Pero el objetivismo presenta una segunda connotación, queen última instancia puede llegar al mismo tipo de poderimpersonal, pero requiere sin embargo diferenciación. Elobjetivismo puede significar también una transferencia depoder, de la persona o grupo a una norma social. Así, laobjetivación del poder se revela en concepciones talescomo la supremacía de la ley, del cargo, de la orden o man-dato, del imperativo moral abstracto. En un principio, lacondenación del homicidio derivaba su fuerza únicamentede la identidad de la persona que lo prohibía (jefe, rey odios) ; con el tiempo, «no matarás» llegó a tener, empero,fuerza impersonal y objetiva. El análisis del objetivismo deSimmel, aunque muy próximo al examen de la autoridad dela conciencia colectiva que llevara a' cabo Durkheim, difie-re de éste en un aspecto importante: para Durkheim locolectivo precede históricamente a lo personal y siemprele da fuerza; para Simmel, lo personal precede a lo colec-tivo y le brinda el elemento duradero de la autoridad inhe-rente aun a la circunstancia objetiva.Nos queda por ver la relación entre dominación y libertad.Al igual que Tocqueville, Simmel ve en la libertad no solola liberación del poder por parte de un individuo o grupo,sino la utilización de esa misma libertad para dominar aotros. «Si la examinamos más de cerca, la liberación de la

subordinación. •. casi siempre se revela, al mismo tiempo,como aumento de dominación: ya sea con respecto a quie-nes gobernaban antes, ° con respecto a un estrato nuevo,destinado a la subordinación definitiva.» 135 Recurre, a títu-lo de ejemplo, al puritanismo en Inglaterra y también alpapel del Tercer Estado en Francia durante y después dela Revolución. Sus palabras son sagaces y profundas; «Mer-ced a su poder económico, el Tercer Estado logró que losotros estados, antes superiores, dependieran de él; pero esteproceso, y la emancipación total del Tercer Estado extraesu rico contenido y sus importantes consecuencias solo de laexistencia (o, más bien, de la formación simultánea) de unCuarto Estado al cual el Tercero podía explotar y por sobreel cual podía elevarse." 13il - .

El último caso que cita Simmel es la historia de la iglesiaen Europa occidental. La libertad de la iglesia, escribe,<no consiste, por lo general, únicamente en la liberaciónde los poderes superiores seculares, sino en el dominio lo-grado sobre aquellos poderes mediante esta liberación. Lalibertad de la iglesia para enseñar, por ejemplo, significaque el estado recibe ciudadanos aleccionados por aquélla eimbuidos de sus ideas; por eso el estado queda muy a me-nudo bajo el dominio de la iglesia.» 137

La libertad otorgada a un grupo, observa Simmel, puedetener dos aspectos, según el espíritu con que se la otorgue,y el status del grupo que la recibe. Por una parte puederepresentar «un mérito, un derecho, un poder»; pero por laotra reflejar los anhelos de «exclusión y la desdeñosa indi-ferencia de'! poder superior». La historia de los judíos y desus vínculos con la sociedad circundante es, según él, ejem-plo notable de ambos casos, ya sea en formas simples omixtas.P"Entre libertad e igualdad la relación ha de ser eterna-mente ambig-ua. «En la medida que prevalece la libertadgeneral, también prevalece la igualdad general, pues aquéllasolo supone la inexistencia de dominio», en tanto que laig-ualdad, aunque aparezca 'como la primera consecuenciade la libertad, demuestra no ser sino una especie de estado tran-sitorio. Las siguientes palabras de Simmel son virtualmente

135 lbíd., pág. 273.136 lbíd., págs. 274 y sigs.J:n lbíd., pág. 276.J 38 lbíd., pág. 277.í3+ lbírl., pág. 263.

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una cita de Tocqueville: «Nadie está satisfecho con la po-sición que ocupa respecto de sus semejantes; todos quierenalcanzar alguna otra más favorable en algún sentido.» Así,el primer vínculo que establece la libertad se quiebra pron-to, pues el impulso que ori:gina en su nombre el esfuerzo porioualar al poder que domina, engendra más adelante el.k-seo de superar a ese poder y a otros semejantes a él..I·,1/

139 tus., pág. 275.

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lndice

9 Prefacio

Primera parte: ideas y contextos

15 l. Las ideas-elementos de la sociología15 Ideas y antítesis20 La rebelión contra el individualismo22 Liberalismo, radicalismo, conservadorismo31 Ideología y sociología33 Las fuentes de la imaginación sociológica37 2. Las dos revoluciones37 El resquebrajamiento del viejo orden40 Los temas del industrialismo50 La democracia como revolución

. 64 Individualización, abstracción y generalización

Segunda parte: las ideas-elementos de la so-ciología

71 3. Comunidad71 El redescubrimiento de la comunidad76 La imagen de la comunidad82 La comunidad moral: Comte88 La comunidad empírica: Le Play95 Nota acerca de Le Play y Marx

100 La comunidad como tipología: Tonnies y Weber115 La comunidad como metodología134- La comunidad molecular: Simme!

146 4. Autoridad146 El espectro del poder151 Autoridad uersus poder

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158 El descubrimiento de las élites162 Las raíces del poder: Tocqueville177 Los usos del poder: Marx189 La racionalización de la autoridad: Weber200 La función de la autoridad: Durkheim215 Las formas de autoridad: Simmel

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