80 la pelirroja
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Un portugués crítico y valiente MIGUEL BAYÓN 08/04/2006
José Valentim Fialho de Almeida (1857-
1911) es eso que en toda literatura se
conoce como un raro. Fue portugués, de
cuna rural, vivencias inequívocamente
lisboetas y literatura
cosmopolita. Su existen-
cia consistió en una
constante lucha contra
la miseria y en una apa-
sionada relación con la
bohemia, el lado mefíti-
co de las cosas, la nece-
sidad de que en el mun-
do lata la ternura. La in-
terpretación más freu-
diana de su universo lite-
rario le vincula con una
infancia de mancebo de
farmacia y noches pasa-
das estirado o encogido
en un tablón, pero sobre
todo una infancia repleta
de gentes nimbadas por
la pobreza, que se le po-
nían incesantemente de-
lante.
En Portugal es un nombre que suena a
todo el familiarizado con la literatura, pe-
ro el tiempo le ha privado de lectores. Un
poco como sucede con escritores como
Afonso Duarte o Faure da Rosa. Tiempo
hubo en la vida de Fialho en que su libro
Os gatos formaba parte de los estudios escolares. También alcanzó repercusión
O país das uvas. A ruiva (La Pelirroja) apareció en una revista en 1978, y le re-
trata perfectamente como alguien a ca-
ballo de la tradición y la modernidad.
El estilo de esta obra de juventud es ya
muy suyo: siempre veloz, inesperado; lo
impulsa una compasión afilada. Es sobre
todo la historia de una muchacha empa-
pada de miseria, crecida en ambiente de
sepulturas y vinazo, y también la historia
de su enamorado, con más oportunida-
des de sobrevivir simplemente porque es
hombre, y varias historias de personajes
sórdidos, de alcahuetas y pendencieros.
Fialho narra tanto a lo posromántico co-
mo con morbosidad modernista, pero
nunca renuncia, en su deriva casi esper-
péntica, al naturalis-
mo, incluso al deter-
minismo social. Con
una maestría insólita,
le casan los altos vue-
los con el fogonazo
chabacano. En estas
páginas no se elude
la tensión erótica, la
explotación y la espe-
ranza que acarrea el
sexo en una sociedad
hipócrita y corrupta;
la pintura de la degra-
dación de los pobres
y el contraste con el
escaparate de los ri-
cos nunca es dema-
gógica, sólo irrebati-
ble.
Con Fialho, estamos lejos de la ironía lím-
pida de un Eça de Queiroz, pero no tanto
de esa apelación a que el espíritu redima
de la ruina. Estamos lejos del arrebato
sentimental de Camilo Castelo Branco,
pero no tanto de ese mirar cara a cara la
fatalidad. Fialho, visto ahora, fue un pre-
cursor de muchas cosas; pero leído lo
más directamente posible, obviando en
lo posible los datos retrospectivos, nos
impregna del encanto del coraje, de la
imperfección, del escribir como ahora ya
no se quiere escribir: en la cuerda floja.
http://www.elpais.com/
La pelirrojaLa pelirrojaLa pelirroja Fialho de AlmeidaFialho de AlmeidaFialho de Almeida
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Página 2 La Pelirroja cuenta la fascinante histo-ria de una joven, hija de un enterra-dor, víctima de sus deseos de amor, prosperidad y pasio-nes. Es, sin duda, una de las novelas más singulares y atrevidas, por su contenido erótico y su crítica social, de la literatura portu-
guesa del XIX, y fue la primera obra maestra, inédita en español hasta hoy, de Fialho de Almeida, cuyos libros producían en Fernando Pessoa, según nos cuenta en el Libro del de-sasosiego, «un placer intangible».
Algunos críticos consideran a Fialho el Dic-kens portugués, otros el reverso de Eça de Queiroz, y todos el mejor retratista de la Lis-boa popular. Desde niño, antes de estudiar Medicina, trabajó en una mísera farmacia, en la que pasó día y noche, durmiendo sobre una tabla. Allí conoció a muchos de los per-sonajes recreados en estas páginas. La Pelirroja ha sido definida, al ser rescatada en Portugal recientemente, como parte de una «histología social» similar a la que des-arrollaría más tarde en sus novelas el tam-bién médico y escritor Louis-Ferdinand Céli-ne.
José Valentim Fialho de Almeida nació en Vila de Frades en 1857. Estudió medicina en la Universidad de Lisboa y tuvo, según sus biógrafos, una vida llena de sinsabores debido a las dificultades económicas que sufrió su familia y que le obligaron a traba-jar desde muy joven como ayudante de bo-tica. Fue un excelente cronista de su tiem-po y reflejó como pocos la miseria que tan bien conoció; a veces de un modo sarcásti-co y cruel, pero sin olvidar nunca el sufri-miento de los demás. Todavía hoy se le considera un escritor clave para compren-der la compleja transición de los siglos XIX al XX en Portugal. Trató en su obra temas por lo general controvertidos, y muy ade-lantados a su época, muchos de ellos califi-cados de «morbosos». Renovador de la pro-sa portuguesa, introdujo, además, numero-sos neologismos que pronto fueron adopta-dos por otros escritores. Murió en 1911. Destacan en su obra dos interesantes volú-
menes de artículos: Os gatos (que reúne textos publicados entre 1889 y 1894) y Pas-quinadas, de 1890; así como los libros de ficción Contos (1881), A cidade do vício (1882) y O país das uvas (1893). Tras su muerte vieron la luz varios títulos que re-copilaban otros artículos suyos y un buen número de crónicas de viajes. La Pelirroja fue publicada por primera vez en 1878 en las páginas de la revista Museu
Ilustrado.
http://www.editorialperiferica.com/
LA PELIRROJA
Fialho de Almeida
traducción de Antonio Sáez Delgado
periférica. Cáceres, 2006
153 páginas, 11 euros
La pelirroja es una de esas pequeñas joyas literarias que
de no ser por el empeño de un modesto editor ?cosa que
afortunadamente empieza a ser habitual? seguirían en
ese limbo literario sólo frecuentado por los más avisa-
dos lectores, y aún así. Fialho de Almeida seguiría sien-
do un desconocido, a pesar de que Fernando Pessoa lo
citara en su Libro del desasosiego.
Lo importante es que el portugués Fialho de Almeida
(1857-1911) fue un lúcido cronista de su tiempo, como
lo demuestran las varias colecciones de sus estimables
artículos y crónicas sociales (mucho más que costum-
bristas) que vieron la luz a finales del siglo XIX.
La pelirroja es una novela corta, escrita por un médico
que para serlo luchó contra viento y marea, y conoció de
cerca, tanto por devoción como por oficio, los bajos
fondos lisboetas. Fue publicada en 1878, en las páginas
de una revista. Tuvo que chocar a la fuerza, y mucho, en
aquella época.
La pelirroja es una novela escrita con un lenguaje llama-
tivo (por la fuerza de las imágenes y la fortuna de las
descripciones) que tiene pasajes turbadores, tanto por lo
truculento y morboso, como por el contenido de las
afortunadas descripciones de la vida y la extrema pobre-
za del proletariado portugués en la Lisboa de esa segun-
da mitad del XIX. La historia de una mujer joven, sin
suerte ni talento alguno, carente de cualquier tipo de
educación, con marcadas tendencias necrófilas (por ser
hija de un espantoso sepulturero y haber tenido el depó-
sito de cadáveres como cuarto de juegos), que acaba
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dando de manera estúpida y dramática en la prostitu-
ción.Al hilo de la vida de la pelirroja Carolina, Almeida
pinta una turba callejera, que celebra sus fiestas entre las
tumbas, compuesta por desgraciados, perversos sólo por
idiocia, degenerados, alcohólicos, que es tratada a la vez
con severidad y piedad, con escaso sentimentalismo (que
redunda en la fuerza narrativa) y con mucha eficacia.
Hay denuncia severa y redentora en las páginas de Al-
meida y hay también fatalismo de quien ignora las cau-
sas de la depravación de su época.
Será raro que el lector no mire con asombro la fecha de
publicación de la novela, porque en esas páginas, todo lo
decimonónicas que se quiera, hay una estimulante mez-
cla de furia y libertad de lenguaje, una necesidad de
nombrar la realidad con total crudeza, que era desconoci-
da en otras latitudes.
Publicado originalmente en www.abc.es
La pelirroja Santos Domínguez
http://santosdominguez.blogspot.com/
En su partida de nacimiento, la editorial Periférica anuncia que una de sus lí-neas fundamentales consistirá en ofrecer una amplia selección de clásicos moder-
nos, inéditos o poco difundidos en caste-llano. Uno de esos clásicos recuperados con que Periférica inicia su andadura es La pelirroja, una novela del portugués Fialho de Almeida (1857-1911). Rescatada en 2005, la edición portugue-sa de Assírio & Alvim tuvo una buena acogida de crítica y público. Ahora apa-rece por primera vez en castellano con traducción de Antonio Sáez Delgado. Fialho de Almeida ocupa en la literatura portuguesa del último tercio del XIX un lugar semejante al de Blasco Ibáñez en España. Lo que este supone respecto de Galdós lo significa Fialho de Almeida res-pecto de Eça de Queiroz. Identificado al-guna vez con Dickens por su visión de la infancia desvalida y callejera, me parece que la crudeza con la que se refleja la realidad, el interés por destacar sus as-pectos más sórdidos, el regodeo en la miseria, la crítica social, el anticlericalis-mo, el erotismo lo aproximan, incluso en una obra temprana como esta, a la radi-calidad naturalista más que a otras for-mas templadas de realismo. La pelirroja se publicó en 1878, muy po-co después que La taberna de Zola y an-tes que Nana. Fialho era entonces un jo-ven de extracción humilde y estaba to-davía muy marcado por una larga convi-vencia con la pobreza. Estudiante de Me-dicina como Pío Baroja y Felipe Trigo, conoció como ellos la frecuencia con la que se mezclan en los pobres el dolor y la miseria. Y, como ocurre con las nove-las de aquellos, esta narración es tam-bién una disección del tejido social del Portugal atrasado de finales del XIX. Inevitablemente, esas experiencias las habría de reflejar Fialho en sus artículos y crónicas. También aquí, como en sus
cuentos, la crítica social atraviesa la novela en la visión de los estamentos representativos de la sociedad tradicio-nal (militares, ricos, curas hipócritas y lascivos) y en el reflejo de la prostitución como paradigma de la explotación. Junto con esa voluntad de denuncia, aparecen en La pelirroja la pura busca del escándalo sicalíptico o la incursión en
la necrofilia. Y un erotismo turbio que
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se confirma, como en toda la literatura eu-ropea como una de las ramificaciones pre-ferentes del naturalismo. Quizá el único defecto técnico de esta no-vela sea el papel del narrador, su perspec-tiva, que oscila entre la indefinición y la incoherencia del narrador omnisciente y el testigo. Es, digámoslo ya, un narrador abusivo, que probablemente procede más de la torpeza del principiante que de las trampas del ventajista. Tiene Fialho otros valores que nos lo muestran como un renovador de la prosa narrativa y periodística portuguesa, como uno de los maestros reconocidos por Pes-soa. Novela escrita con prosa consistente y efi-cacia narrativa, las brillantes descripciones de una Lisboa suburbial, más agria que pintoresca, de bajos fondos y prostitución, tienen una enorme fuerza por el talento del autor, pero sobre todo porque esa vi-sión Lisboa nocturna, parda y lóbrega vie-ne de lo vivido. Como esos personajes que completan un ambiente que los explica y que queda expuesto en ellos. La traducción, ágil y eficiente, de Antonio Sáez tiene una virtud fundamental: le qui-ta al texto la vieja capa de barniz, el des-agradable toque arcaico que había en al-gunos rasgos de su estilo. Vale la pena leer esta Pelirroja, buena lite-ratura menor en una edición cuidada que presagia nuevas sorpresas tan agradables
como esta.
FIALHO DE ALMEIDA Con un siglo de retraso se traduce al fin ´La
pelirroja´, una obra clave en el tránsito de la
novelística portuguesa hacia la modernidad.
25/09/2006 JUAN Bolea
Parece un Max Estrella, y recuerda a un Pedro Luis de
Gálvez.
El autor de Os gatos, Pasquinadas, O pais das uvas, o,
ahora, de La pelirroja (A Ruiva) debió de ser, además del
niño terrible de las letras portuguesas de finales del XIX y
principios del XX, un bohemio, un alma atormentada y
lúcida en la Lisboa del cambio de siglo. Un gran caricatu-
rista literario, a la manera de Dickens, y un fino analista de
la sociedad de su tiempo, en la época en el que el novelista
debía necesariamente practicar la crítica social.
Dicen sus biógra-
fos que los escritos
de José Valentim
Fialho de Almeida
(1857-1911), teni-
dos por una especie
de reverso a la no-
velística de E§a de
Queiroz, por el
perfil oscuro de ese
mismo ángel claro,
llegaban a conmo-
ver medularmente
a Fernando Pessoa.
Y, puedo fedatarlo,
su prosa sigue con-
moviendo hoy en
día.
Alcanza nuestras
fibras por su hondura y sinceridad, por su desgarrado talen-
to, la lectura de La pelirroja, una de las mejores novelas de
Fialho de Almeida, inexplicablemente inédita hasta el mo-
mento en nuestro país.
La brillante traducción de Antonio Sáez Delgado, para la
editorial Periférica, ha permitido conservar buena parte de
la riqueza estilística y lingüística del texto original. Se trata
de una novela decimonónica, desde luego, folletinesca o
melodramática, pero concebida desde una enorme audacia,
y por medio de una mentalidad ciertamente avanzada para
su época.
La historia nos cuenta la peripecia de una prostituta portu-
guesa, bonita y pelirroja, desde sus primeros escarceos en
el mercado de la carne hasta su caída final, víctima de las
enfermedades, el alcohol, la pobreza y el hambre.
Carolina es el nombre de este extraordinario personaje.
Hija de un enterrador, eróticamente imaginativa y precoz,
la joven trabará muy temprano contacto con sus primeros
amores. Que no serán señoritos del Chiado ni de la Baixa,
sino los bustos mortuorios, blancos y rígidos, de los cadá-
veres que su padre, el enterrador, trasteaba en el depósito
del cementerio antes de proceder a su inhumación. Frente a
esos marchitos caballeros, recorriendo con mano doncel la
piel fría de sus flancos, Carolina experimentará sus prime-
ras y enfermizas calenturas. Esa escena en la que la mucha-
cha pugna por despertar a los muertos, para que la abracen
y le hagan el amor, sigue siendo hoy francamente audaz, de
manera que imagínense leyéndola hace más de cien años.
Fialho de Almeida, no en vano había transcurrido con fre-
cuencia por las cloacas de la sociedad portuguesa, sabía
muy bien de lo que escribía. Vástago de una familia de Vila
de Frades venida a menos, sufrió estrecheces económicas y
frecuentó la vida golfa de los cafés lisboetas. Sus inquietu-
des literarias, la potencia de su estilo renovador, su extraña
capacidad de incorporar neologismos, o una visión interna-
cional de los problemas de su tiempo, combinando esos
recursos europeístas con un naturalismo de raíces sórdidas,
estéticas, y de escenarios góticos, le convierten en un narra-
dor clave en la moderna novela portuguesa.
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