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La sede de la Fundación está en la calle de Serrano, en el número 107. Es un hermoso palacete, rodeado de amplios y cuidados jardines. Estos jardines —Acadenio— poseen frescas, luminosas, serenas perspectivas. El constante silencio de los jatdines y del palacete parece súbito. Los preciados textos, al­gunos de ellos únicos en las bibliotecas españolas, se alinean en estantetías colmadas. Por los balcones, por los ventanales, entran raudales de luz. Luz velada, suavizada por los visillos tenues.

Don Antonio Pastor, cuyo rango intelectual es sobtadamente conocido, me hace el honot de preferir conversar conmigo a disponer más eficazrñente de su tiempo.

La idea inicial de la Fundación reside en el peligro concreto que amenaza a la herencia espiritual, moral e intelectual del Occidente europeo. Así consta en la esctitura de creación de esta entidad. Por otta parte, don Antonio Pas­tor, «vio», como toda pupila atenta a los egregios sucesos espirituales, el evi­dente aislamiento de las nuevas generaciones con relación a los permanentes valores de Europa y, sobre todo, cómo en España se había perdido casi por completo, aparte de las cátedras especializadas, el gusto por el cultivo de los clásicos griegos y latinos. Además, el desconocimiento en su lengua y forma original de los textos básicos de la cultura europea, aun por aquellos que, de­bido a su profesión, habrían de conocerlos, fueron causa suficiente para erigir esta ejemplar Fundación.

—Es absolutamente necesario —dice don Antonio Pastor— salir al paso de una idea radical que se ha apoderado de nosotros: la de la salvación de Es­paña por la técnica. Sería verdaderamente trágico «desengancharnos» del espíritu occidental...

Penetramos en el estudio de su esposa, doña Marjorie Gabriela Ground. Hay algunas muesttas de sus cuadros. Hay en ellos —en este, en el otro

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detalle— rastro clarísimo de una aguda sensibilidad. Hay en ellos esponta­neidad y ffescura...

El régimen y gobierno de la Fundación descansa sobre resortes perfectos. La organización sugiere continuidad. Toda la trama que soporta a la institu­ción ha sido dispuesta para lograr un rendimiento fecundo...

He aquí el espléndido panorama. La raíz patriótica que ha originado la Fundación hará brotar —en dirección innumerable— un auténtico y riguroso espiniualismo, fundamento de toda continuidad histórica.

CARLOS LUIS ALVAREZ, A B C. 2 3 - X I - l v ' ) 7

Aunque se tenga, como tenemos muchos, una buena dosis de horror Nlatnti —y no está mal que queden algunos centrífugos, aunque sólo sea co­mo contrapartida a tanto centripetismo como subvierte la sociedad española—, hay ciertas ocasiones en las que uno no puede menos de lamen­tarse de no residir a unos pasos de la Puerta del Sol, o al menos en una cual-quieta de las ciudades de ese cintuión «guadalajareante» —¿sabes, lector, lo que quiere decir «guadala;arear»?— que circunda a Madrid de amnistía y de absentismo ilustrado.

Pero nuestro Finisterre, sobre todo desde que los aviones han dado en imitar a Faetonte, cae tan lejos de la gran palestra madrileña, que ni soñar cabe en una serie de escapadas como las que requerían estas convocadas reuniones de los martes novembrinos.

Y buena lástima es. Porque, aunque uno se tenga por simple aprendiz de filólogo clásico, no cabe duda de que le vendría muy bien oír a Tovar, y a Marías, y a Galiano, y a Laín Entralgo, y a nuestro d'Ors, en sus propias sal­sas, esto es, hablando de helenismo y de greco-romanismo para ambiente tan pfopicio como el que se provocará en la Fundación Pastor.

MANUEL RABANAL. La Noche, y-XI-1937

Hay conferencias y cursos que merecen ser destacados. Tal es el caso de la Fundación Pastot de Estudios Clásicos...

Conviene aclarar que esta Fundación la patrocina un señor, a quien no conozco personalmente, pero que me dicen es banquero..., ilustre gallego y

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gran amante de las Bellas Artes. Es decir, que esta Fundación es de tipo par­ticular...

Un amigo me invitó a asistir a la conferencia que sobre La Medicina gre­corromana diera don Pedro Lain Entralgo...

A mi derecha, la biblioteca y José Romero Escasi, buen pintor y que me guardará de mentir. Y a mi izquierda, Dámaso Alonso; Carmela Oliver, con un sombrero sensacional, que recordaba una tarta de violetas de Parma; y, cercanos a mí, Luis Escobar, el arquitecto Luis Moya y otras relevantes perso­nalidades, que sentimos no recordar...

Había un sofá. Sentadas en él, varias damas. Y la voz lejana de Lain Entralgo, cuyos finales de párrafo son sensacionales y que vino a decir, según pude oír y deducir, que en Grecia y en Roma los médicos, como no disponían de rayos X ni menos de aspirina y sí de plantas medicinales, las ad­ministraban a los enfermos, a quienes previamente intentaban convencer con una psicoterapia verbal de carácter científico. Se habló mucho de Platón y de su herencia; de Sócrates, de Diocles de Caristo, Galeno, etc., nombres que yo oía muy confusamente, pero que el conferenciante citaba con un pleno do­minio del tema y de voz.

Tenía tan cercana la biblioteca, que presté atención a los libros. Mucho de lo publicado sobre Lope de Vega. Libros de poesía. Cervantes. Y enfrente, la Historia de España de Menéndez Pidal; y debajo, una vieja pistola...

La cosa en sí creo que bien merece ser destacada. No todos los días un banquero, a quien —repito— no conozco, pero admiro, desde luego, cultiva el mecenazgo de tan elegante manera. Es decir, abriendo su propia casa para que unos intelectuales de verdad nos hablen del mundo antiguo, o, como en el caso de Lain Entralgo, de Medicina en la Antigüedad para finalizar afir­mando que el reverso de la Medicina helenística fue el hueco del Freud plató­nico, griego o romano, que entonces pudo existir y no existió...

Saber gastarse el dinero siempre ha sido un nada fácil arte. ¿Estamos?

MIGUEL UTRILLO, Pueblo, 2-XII-1957

Antonio Pastor, Bankier und Intellektueller, ehemals Lehrer am Oxforder King's College, hat eine Stiftung für klassische Studien ins Leben gerufen, die in Vortragsreihen über einen antiken Themenkreis die autonomen Per-

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sönlichkeiten des spanischen Geistesleben zu sammeln sucht. In dem kleinen Stadtpalais, das er der von ihm gegründeten Stiftung abgetreten hat, stehen vor einem interessant gemischten spanischen und internationalen Publikum Gelehite am Vortragspult, deren Namen ein Programm der Erneuerung be­deuten: Pedro Laín, Exrektor der Madrider Universität, Antonio Tovar, der auf dem Stuhl Unamunos in Salamanca Altphilologie lehrt, Julián Marías, der bedeutendste unter den Ortegaschülern, und manche andere.

Auf die Zeit des strengen Selbstgenügens und der klösterlichen Kulturas­kese folgt jetzt die begreifliche Gegenbewegung eines lang zurückgestauten Freiheitsbedürfnisses. Das Verlangen nach Differenzierung, nach einem grös­seren Farbenreichtum der kulturellen Palette wird stärker. Es kündigt sich durch eine liberalere Unterströmung in den Geisteswissenschaften und einen vorerst noch allzu ungebärdigen Realismus in der Literatur an.. .

ENRIQUE BARTH, Süddeutsche Zeitung, 2 8 - 2 9 - X I I - 1 9 5 7

En la tarde del próximo día nueve, dentro de la misma Fundación Pastor de Estudios Clásicos, leerá y comentará don Ramón Menéndez Pidal un capítulo de su obra inédita La «Chanson de Roland» y el neotradicionalismo, lectura y comentario que serán seguidos por un diálogo, en el que participa­rán interlocutores de tantas campanillas como Dámaso Alonso, Julián Marías y Rafael Lapesa.

Decíame pocas horas ha el profesor Moreno Báez, con quien tuve el gusto de hablar del tema y a quien debo, muy principalmente, la sugerencia de es­ta glosa, que la sesión pidaliana del nueve en la Fundación Pastor prometía ser algo verdaderamente bueno e importante. Sin miedo al tópico, no queda otro remedio que decir que rara vez se habrán dado cita en torno a un problema filológico o literario especialistas más idóneos que los que esta vez abordan los que plantea el estudio de la Chanson, arquetipo de la épica fran­cesa.

Buena otoñada, pues, madura y cosechera, la que está al finar para el gentil huerto plantado por el Sr. Pastor entre los muros de una señorial caso­na madrileña.

MUNUEL RABANAL, La Noche, 6 - X I I - 1 9 5 8

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El coloquio que se celebró en la Fundación Pastor de Estudios Clásicos y en el que don Ramón Menéndez Pidal, con su barba florida y sus inmediatos noventa años, fue ponente, daba mucho más de lo que prometía. Se trataba de exponer ciertos temas sobre la Chanson de Roland. Pero, en realidad, co­mo expresó el señor Pastor en unas palabras previas, se trataba de reafirmar, un poco a contrapelo del mundo, el valor jerárquico de «lo clásico». Classicus era en Roma el que tenía cierta independencia, ciertos estudios y era apto pa­ra aspirar al Senado. «Proletario», el que, por no tener nada de esto, sólo se vinculaba a la sociedad por lo que tenía, que era su «prole»: números para la nómina de los soldados o los trabajadores que habían de ser regidos y mejora­dos por los que tenían «cierta clase», por los «clásicos».

El «clasicismo» no agota su contenido en su mero concepto literario. Es probablemente un modo jerárquico de concebir la sociedad, no muy distante de ese gobernar «para el pueblo, pero sin el pueblo» que ahora se aplaude to­das las tardes en ese Esquilache evocado con tan buen pulso por Buero. Aquella misma salita de una casa particular donde la Fundación Pastor fun­ciona, es ya «clasicismo» en acción: recobro del «salón», del «club», de la minoría actuante que con una etiqueta gremial —los escolásticos, los huma­nistas, los enciclopedistas— ha regido, para bien o para mal, la vida del pen­samiento. Porque ésta no es cuestión de número, sino, como dice Belloc, de «número determinante». Y no es apresable en rigor matemático la vaporosa cualidad que da a un número eficacia de determinación. Si una ciudad sufre un terremoto destructor de diez en diez años, como el temblor apenas durará dos o tres minutos cada vez, apenas sumará tres cuartos de hora de terremoto en un siglo: y, sin embargo, esa modesta cifra estadística «determina», de modo absoluto, el carácter trágico e inhabitable de aquella ciudad. Un puña­do de escritores reunidos en una salita, restableciendo actitudes clásicas, puede también tener un valor «determinante» en medio de un período de angustia vital y desorden literario. Don Ramón, con sólo «estar», con su bar­ba blanca, ya es puro clasicismo. Como lo es tener noventa años, que sólo los tienen los escritores que, como él o Goethe, se han evadido del desgaste de lo romántico y confuso.

JOSÉ MARÍA PEMAN, ABC, 6 - 1 - 1 9 5 9

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Those who find in the gradual disappearance of the classics from modern education a symptom of cultural decline may derive some encouragement from a spirited rearguard action in Madrid.

Professor Antonio Pastor, who has founded the Pastor Foundation for Classical Studies, is an Oxford B. Litt., and for many years was the Cervantes Professor of Spanish Language and Literature at the University of London. He is now by profession a banker. I should like in this connection to quote a tribute paid to him by a distinguished Spaniard now in this country: Pastor stayed in England during the war, being bombed at Sevenoaks and making regular journeys to Bristol, to which the University of London had been transferred, under all the difficulties of war-time travelling. He could have retired to Spain and taken up his banking profession. He continued to do what he could to put our case to his own countrymen. He has made over to the Foundation his big house, renting certain rooms in it from the Founda­tion for his own use. He has also given to the Foundation his library. In time some of the rooms will be reserved for students from European universities, including our own.

At the moment the primary purpose of the Foundation is to organise lec­tures on some aspect of Greco-Roman civilisation —I lectured recently on the classical and modern attitude to Nature— and also on aspects of modern European civilisation, with special reference to their classical antecedents. The Foundation has already succeeded in attracting a distinguished group of supporters... It was the Church which kept the torch of classical learning alight in the dark ages. The Pastor Foundation is, let us hope, a symbol of a revival of classical culture in the darker ages which we are now entering.

SIR ARNOLD LUNN, The Tablet, 7 - X I - 1 9 5 9

In most countries of western Europe, classical education is retreating; in Spain, it has begun a remarkable advance. The quality of professional scho­larship is rapidly improving; the number of books and periodicals dealing with the classics has greatly increased; and visiting lecturers are assured, at least in Madrid and Barcelona, of a large and enthusiastic audience...

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The eagerness of Spaniards to end the long cultural isolation from protestant Europe that began with Philip II and to reassert their undeniable claim to a gteat share in the European cultural tradition has benefited classical studies, as it has other humane disciplines. But the Spanish classical revival has been much aided by the country's good fortune in possessing an institution of an unusual, and most valuable character. As a rule classical scholarship gets little support from wealthy private benefactors; but three great institutions exist to show what can be done for the classics by the enlightened generosity of private persons. The Center for Hellenic Studies at Washington, D.C., endowed by the late Mrs. Marie Beale and by Mr. Paul Mellon, each year enables a number of young scholars, who may come from any country in the world, to work in comfortable conditions and to have the use of a good and rapidly expanding library. The Fondation Hardt at La Chandoleine, near Geneva, founded by the late Baron Kurt von Hardt, entertains classical scholars free of charge, maintains an ex­cellent library, and each year invites a number of professional scholars to hold a symposium on a given topic whose proceedings are later published. A third comparable institution, situated in equally delightful surroundings and doing equally important work, is the Fundación Pastor de Estudios Cláficos, es­tablished in the most agreeable quarter of Madrid.

The Fundación was founded in 1954 by Don Antonio Pastor, a member of an old well-known banking family, whose history throws much light on the character of his foundation. During the First World War he was at Balliol, and obtained the degree of B. Litt. with a thesis on Plotinus, one of his examiners being Dean Inge. For many years he held the Chair of Spanish at King's College, London; and even after his return to Spain he has continued to take an active interest both in Hispanic and in classical studies. Alarmed at the harm done by the general over-estimation of applied science, Don Antonio decided to equip a unit to fight what he calls a continuing commando action on behalf of civilized values. For this purpose he and his English wife made over to the foundation their Madrid house, valued at about f 150.000, at the same time assuring by will that the running expenses (at present about £ 5.000 a year) will continue to be met. The Fundación is and will continue to be ad­

ministered by a distinguished body of trustees, including the Vice-Chancellor of Oxford, who is represented by the British Ambassador.

If the Fundación were able to choose its Director at will, it could find no one more suitable to the post than its Founder, who is ideally equipped for

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all that it involves. Don Antonio has complete command of English, French and German; he is well acquainted with both the ancient and the modern classical literatute of Europe; and he has in large measure the social gifts re­quired to make such an organization a success. He has built up what is becoming an admirable library, not only buying the books —with some assis­tance from the Greek Government and from the Gulbenkian Foundation— but choosing and arranging them himself with great care and skill. This library is soon to be thrown open to any serious student who has an introduc­tion, and it will be particularly valuable to those engaged in research at the University of Madrid. Don Antonio has also organized groups of lectures by Spanish or foreign scholars, chosen for intellectual distinction without regard to ideology; among the distinguished foreign visitors, who are most gene­rously entertained by him and Señora Pastor, the British stand high in the list. The lectures are published in their original languages in a series of «Cuadernos» issued by the Fundación, and so far fourteen volumes have ap­peared. Don Antonio is now planning a series of basic Greek and Latin texts, and also a sequence of dramatic dialogues on classical topics that are intend­ed for a wider public. Working in close collaboration with the University of Madrid, and also with the national organization for the advancement of higher studies, the Fundación is making an impressive contribution to the re­vival of classical studies in Spain, and also to the interest of the subject every­where.

H U G H LLOYD-JONES, Times Literary Supplement, 2 2 - X I I - 1 9 6 6

Professor Lloyd-Jones, widely admired among us as one of today's fore­most masters in classicism, has perhaps been a bit overenthusiastic in speak­ing about our contribution to the Humanities. The history of classical scho­larship in Spain is a dull tale of stagnancy from the middle of the seven­teenth century up to about 1930. Nowadays, as he and other visitors have been able to appreciate, the revival of classics in our country is an undeniable fact; but only ctitics unduly conditioned by political allegiances could refuse to admit that this progress, first promoted in a rather tentative, if fairly courageous, way by the Republican Governments, owes most of its achieve­ments to the support and fostering given to Greek and Latin studies, during the past thirty years, not only by several clear-sighted private institutions (Fundació Bernât Merge, Fundación Pastor de Estudios Clásicos, Sociedad

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Española de Estudios Clásicos), but also, and on a very large scale, by the State Universities (Madrid, Salamanca, Barcelona) and Institutes of the Con­sejo Superior de Investigaciones Científicas.

Concerning [a] direct allusion to my behaviour towards our... colleague Garcia Calvo... I think that I have done my best not only «to help» this very remarkable scholar, but to try to redress a whole university process I felt was going wrong.

Two or three days after the student incidents of February, 1965, I read, at a meeting of our Faculty in full, a motion in which some of us asked for a quick and satisfactory superseding of the charges brought against Garcia Cal­vo and the other professors. I was one of the signers of a petition addressed to the Government in very similar terms. I have left on record my written ob­jections to the filling in of the vacancy brought about by Calvo's absence. In short, I have done everything within my power on their behalf —short of leaving the university, which, by the way, has never interfered with free teaching, research or discussion in my chair.

I feel that it is by staying where I am and working hard that I can be of more use to my country (which should be above temporary politics), to my professional calling, to our students and even perhaps to Professor Garcia Calvo himself.

MANUEL FERNANDEZ-GALIANO, Times Literary Supplement, 2 - I I - 1 9 6 7

Es difícil, ciertamente difícil en los ajetreados tiempos que corren el llevar al dia y sin demoras la correspondencia personal: no soy, por mi parte, de los más cumplidores en este aspecto, y ello me desazona con frecuencia. Ahora tengo delante una carta que ya nunca podré contestar: no hubo mucho tiem­po para hacerlo, es cierto, pero quisiera que estas lineas fueran confesión ca­tártica que me libere de un patético sabor a ceniza ante la firma amistosa que tantas veces vino a mí desde esas tierras gallegas. Lo mejor será, quizá, que presente las cosas con la sobriedad eficaz de un cuaderno de bitácora: a él le habría gustado así.

Se acerca noviembre y, como todos los años desde hace ya casi veinte, la Fundación Pastor de Estudios Clásicos se dispone a ofrecer su ciclo otoñal de conferencias. En otros tiempos, Antonio Pastor, el entrañable motor de la

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Fundación erigida sin alharacas ni pomposidades como un sencillo monu­mento a las Humanidades clásicas, se ocupaba personalmente de la complica­da organización. Ultimamente suele venir de su muy querida Pontevedra con el tiempo justo para la primera conferencia; pero no por ello ha dejado de cerciorarse por correo o por teléfono de que las cosas marchan bien. Tene­mos, además, mil asuntos que disponer: la edición de los «Cuadernos» que están en prensa; la constante ampliación y renovación de la biblioteca; el in­cesante discurrir sobre la forma que permita a la Fundación un más activo contacto con profesores y estudiantes...

Día 9. Filgueira Valverde nos ha hablado, magníficamente como siempre, de dos grandes figuras del XVIII, Sarmiento y Feijoo, no muy partidarios de las Letras Clásicas en apariencia y, sin embargo, continuadores directos de un mundo renacentista que va a desembocar tras ellos en la gran época de las Humanidades prerrománticas. Pastor ha forzado su salud quebrantada para presentar a su gran amigo, que lo es también de la Fundación y de todos no­sotros. Y lo ha hecho muy bien. La jornada ha sido inolvidable.

Día 15. Junta de Patronato como es tradicional en noviembre. De modo inesperado me encuentro, a mi llegada, con que Pastor, por primera vez des­de hace muchos años, no nos presidirá hoy por culpa de un fuerte ataque de «gripe». Nos reunimos un poco cabizbajos, pues su presencia ha sido siempre el alma de estos actos. El embajador de Grecia, asiduo asistente a ellos, ofrece generosamente un fondo de Literatura griega moderna para la biblioteca fun­dacional.

Y, como era de temer, el 16 soy yo también quien ha de suplir a nuestro presidente en la presentación del profesor Lasserre, de la Universidad de Lausana, quien nos da una preciosa lección sobre los epitalamios de Safo. El genio de la poetisa aparece a su mejor luz en estas simples canciones popula­res de tipo nupcial.

El 23, Antonio Pastor se encuentra mucho mejor. Ha estado estos días preocupadísimo con los pormenores de la conferencia de Rogelio Buendía, profesor de la Universidad de Madrid, cuya charla, con proyecciones, versa sobre Mitología e ilustración: toda una evolución ideológica y artística que, a lo largo del XVII y XVIII, corre desde la serenidad espléndida de Poussin, a través de Watteau, Boucher y Fragonard, hasta el academicismo un poco frío, aunque técnicamente perfecto, de David e Ingres. El público queda muy in­teresado y satisfecho. Y Pastor está contento; pero no se hallará ya en Madrid

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para la última lección de la serie, muy contra su gusto. No acaba de mejorar del todo y busca los siempre clementes aires de Pontevedra. Como ocurre en casos similares, ningún presentimiento me dicta que va a ser la última vez que le veo, que un largo período de íntima amistad y colaboración está lle­gando a su fin.

El 27, un conciso telegrama: Desolado no asistir tu conferencia. Sánchez Cantón falleció esta mañana. Todo triste. Hemos perdido con Cantón un va­lioso puntal de la Fundación. El fue quien en tiempos nos presentó; él quien, con gran constancia y tacto, ha venido asistiendo a todas nuestras reuniones para darnos certeros consejos. Efectivamente, la noticia lleva consi­go un aire de luctuoso presentimiento. Me contaron luego que Pastor, ya casi totalmente repuesto, no se sintió, sin embargo, con fuerzas para acompañarle en su último viaje.

El 30 termina el ciclo. En vez de presentarme a mí, hemos acordado que Luis Diez del Corral, uno de los Patronos más activos, dedique al ejemplar Sánchez Cantón las palabras de sentido recuerdo que merece. A continuación toco un tema de los que tanto hemos cultivado año tras año en la Fundación, atenta a enlazar pasado y presente en armoniosa síntesis. El mito de Antígona tratado, de mil modos y con mil aprovechamientos ideológicos, por Espriu, Anouilh, Brecht, Pemán, Marechal, García Márquez, María Zambra-no, Dürrenmatt. La inmortal doncella tebana, como el mito clásico, lleva siglos sobrellevando olvidos y desvíos. Hay mucha gente. Y todos echan de menos al Presidente.

El día 3, carta mía a Pastor contándoselo todo. El 5, su respuesta: No sa­bes cuánto siento no haber estado allí físicamente... Aquí estamos bajo el signo de esa muerte... Yo me repongo lentamente, sobre todo por lo cardíaco... El 10 —parece como si inconscientemente se aferrara al tenue hilo del correo— una nueva carta. La señora de Rey Romero le ha pedido una no­ta del cursillo para La Voz de Galicia: habrá que complacerla. Como yo no asistí más que muy parcialmente, te iba a rogar enviaras algo sobre aquello... Y todavía, en el correo de la tarde, una felicitación cordialísima por mi últi­ma peripecia personal; y al día siguiente, el deseo navideño de todo lo mejor con una balada de Alvarez Limeses.

Toda a terra ten - coor de manzán; pero también empieza a tenerlo, en tan alegres fiestas, de luto para todos nosotros. Al día siguiente me llega de Salamanca, como primicia tipográfica, el primer ejemplar encuadernado del

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«Cuaderno» número 18, que contiene la magistral lección sobre la Odisea de Schadewaldt con otra mía consagrada a la Medea de Eurípides; en prensa, y muy avanzado, está el 17, unos Estudios sobre la España antigua en que se aunan los saberes extremados de Antonio Tovar y Julio Caro Batoja. Mi carta del 13, que no sé ya si llegó a leer Pastor, le habla de cómo el muy cumplidor Lasserre me ha remitido el original francés de su conferencia sáfíca...

El mes un poco largo finaliza. El 14, una humilde, sentidísima misa reza­da dedicada a Cantón por sus amigos de Madrid; el 15, la terrible noticia de la muerte súbita de Antonio Pastor; el 16, la melancólica bajada desde el ce­menterio pontevedrés donde, no más separados materialmente que en cual­quiera de nuestras sesiones, quedan descansando en paz los dos amigos que tanto batallaron en común por un mundo mejor, más sensible, más humanístico... Un mundo por el que ahora nos toca a los supervivientes se­guir luchando.

MANUEL FERNÁNDEZ-GALIANO, La Voz de Galicia, 1 8 - 1 - 1 9 7 2

Más de un mes ha transcurrido ya desde la muerte de Francisco Javier Sánchez Cantón. Después de los funerales y antes de las sesiones necrológicas de las academias, no han venido mal estos días de relativa calma vacacional para recapitular y darnos clara cuenta de lo que hemos perdido. Un hombre de primera calidad en lo académico, lo científico, lo social y lo humano. Otros hablarán mejor que yo de su gran figura en la vanguardia de las letras y las artes, perfecto espécimen de una generación intelectual a la que tanto de­bemos los de nuestra edad. Yo voy a intentar cuatro torpes trazos sobre una actividad que probablemente no ocupará gran espacio en los elogios fú­nebres. Y sin razón. Porque aquellos ocho años (1950-1958) en que convivi­mos estrechamente, él como decano y yo como secretario de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, nos mostraron al mejor Sánchez Cantón en su mejor momento y en una coyuntura en que la crisis docente de hoy apenas se apuntaba. Todo ello produjo frutos evidentes. Pu­dieron, claro está, ser más jugosos y sazonados. Las circunstancias no dieron para más. Nos quedó, en cambio, a todos la silueta modélica de un hombre ejemplar. No es poco.

Entonces se acudía a los cargos universitarios sin gran entusiasmo quizá, pues son funciones onerosas y llenas de dificultades, pero sí con ilusión de

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hacer algo. Así entramos Cantón y sus colaboradores en la Facultad. Su ante­cesor, don Eloy Bullón, había sido hábil piloto en singladura sembrada de es­collos; su sucesor, José Camón Aznar, encontró campo propicio para el despliegue, en las tareas de gobierno, de su personalidad brillante e impreg­nada de humanismo. Entre los dos, Sánchez Cantón fue sobrio y dinámico impulsor y reformador de mil aspectos que requerían empuje o corrección. Su decanato coincidió, además, de modo casi exacto con la presencia en el Ministerio de un equipo no menos fértil en iniciativas importantes.

Recuerdo, por ejemplo, los principios de la tendencia autonómica impe­rante hoy en la Universidad y que comenzó con la adopción de planes de es­tudio especiales en cada Facultad. La nuestra, por ejemplo, fue de las prime­ras en fundar secciones de Filología Moderna, en que los idiomas pasaban de un plano chatamente instrumental a la igualdad de nivel y aspiraciones res­pecto a los demás estudios. El francés, el inglés, el alemán, más tarde el ita­liano vieron realzados e independizados sus curricula. Y ahí siguen hoy esas secciones en fecundo desarrollo.

O pensemos en la labor cultural, complementaria y paralela a las clases, que una verdadera vida universitaria necesita. Seminarios como el que reco­gió las investigaciones de Menéndez Pidal y sus colaboradores y discípulos; cátedras especiales, como la de Historia de la Música, donde el maestro Rodrigo era y es él mismo historia gloriosa; ciclos de conferencias como los dedicados a la cultura catalana, en que con tanto ahínco trabajamos los de Barcelona y los de Madrid. Cantón logró que los nuevos catedráticos entraran en la Facultad dando sus primicias en augurai lección pública; que los jubila­dos recibieran merecido homenaje de despedida. No consiguió, en cambio, la vuelta a las tareas de colegas apartados de ellas muy contra su gusto en al­gunos casos; bien estuvo, con todo, que se mtentara.

Las publicaciones eran para él verdadera obsesión. Una Universidad no puede quedarse en el mero flatus vocis de las lecciones por magistrales que sean. Sánchez Cantón, infatigable escritor de temas menudos y grandes, soñó con una editorial universitaria en que tesis doctorales, libros, folletos y revis­tas dieran fe diaria del trabajo personal de claustrales y alumnos. Yo le ayudé en lo que pude. Recuerdo la tenacidad con que promovió, pongo por caso, la publicación de un historial completo de la Facultad que, aunque con defec­tos, vio finalmente las prensas. Lástima que aquello quedara un poco margi­nado en los años siguientes, difíciles, es cierto, y plagados de problemas. Un

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día de tumulto, la modesta vitrina en que se exhibían las dos docenas de logros quedó destrozada. Y a mí, que me acordaba de tanto esfuerzo y su­dor, me entraron ganas de llorar.

Y así podría seguir infinitamente si dejara correr el carro de los recuerdos agridulces y me adentrara en la anécdota de cuánto porfió porque se recatalo-garan pronto y bien los fondos de la biblioteca, deteriorados en la guerra; o de aquellas optimistas andanzas teatrales en que ya entonces nos atrevíamos con Lorca o Beckett; o de los inefables viajes con el coro; o de su casi maniáti­ca insistencia en que los bedeles llevaran zapatos y corbatas presentables; o de la divertida anécdota inenarrable, cuando decano y secretario quisieron me­terse a redentores de una alumna descarriada... Todo muy remoto, muy simple y quizá pueril; pero así eran los años cincuenta.

¡Cuánta lucha, cuánto tenaz empeño no siempre alcanzado! El decano Cantón se obstinaba en perseguir la máxima eficacia en la enseñanza: menos vacaciones abusivas, menos fiestas alegremente intercaladas en el curso, un más exacto cumplimiento de la obligación cotidiana por parte de todos. Podía pretenderlo así él, que jamás subordinó su clase ni la preparación de ella a ninguna de sus actividades decanales o extrauniversitarias. Podía ca­librarnos a los demás, pues criterio y prestigio le sobraban para ello, y cuando le encargaron que clasificara y discirniera entre nosotros, no adujo cómodos pretextos de acomodaticio compañerismo. Lo cual, naturalmente, provocaba a: veces ciertos enconos; pero ésta es otra cuestión.

No era hombre siempre fácil para el diálogo, pero se esforzaba en ser enormemente accesible a los estudiantes. Porque entonces —sí, muchachos de hoy que creéis saberlo todo— existían cauces para la negociación y el en­tendimiento entre autoridades, docentes y alumnos. Y en ocasiones se logra­ba más, y con frecuencia las cosas funcionaban mejor. Y si se sabía tocar el venero sentimental que aquel gran gallego acorazaba tras su aparente herme­tismo, una verdadera corriente de franca y leal cooperación brotaba entre unos y otros.

Pero ya todo es agua pasada. Cantón no volverá a nosotros. Todavía en los próximos años le recordaremos con añoranza quienes le quisimos de veras. Y aunque poco a poco su perfil se vaya desdibujando, en la estructura multi­forme, anárquica, pero aún robusta de esa Universidad que, pese a todo, si­gue viviendo y que unos y otros hemos moldeado entre desvelos y desidias, entre aciertos y errores, quedará, sin duda, una oscura, apenas visible veta

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dibujada con el esfuerzo y la buena fe de quienes servimos al país a lo largo de ocho ya lejanos años.

MANUEL FERNÁNDEZ-GALIANO, Ya, 2 0 - 1 - 1 9 7 2

Nos trae hoy la memoria de Antonio Pastor a la Fundación que él creó y que lleva su nombre. Porque ha logrado perdurar así, doblemente, entre no­sotros; no sólo en la tercera vida de la fama, sino también en una institución, que es otra manera de pervivir en obra activa, de mantenerse en la conti­nuidad de los ideales y de las realizaciones que prosiguen amigos y colabora­dores. Nos juntamos todavía bajo el estremecimiento del viento del Oeste que en un año ha derribado tantas figuras cimeras. Esta casa estaba presidida por Sánchez Cantón, evocado aquí hace poco por Diez del Corral. Así se unían, en el fomento de los estudios clásicos, dos ciues praeclari que se atraían no sólo por la comunidad de formación y de investigaciones, de idea­les y de proyectos, sino también por sus propias disparidades de carácter. He convivido y compartido sus tareas en el Instituto de Estudios Gallegos, en la Sociedad de los Bibliófilos, en la Misión Biológica de Galicia, en el Museo de Pontevedra, en este mismo Patronato al que fui traído sin otros merecimien­tos que los de mi entusiasmo... Era admirable el ver cómo se complementa­ban, cediendo, aunque aparentasen ser como el fuego y la roca.

En Antonio Pastor había siempre un cabrilleo, un giro de hélice. Se retra­taba bien en sus dos grandes aficiones: el yate y el avión. Era la inquietud, la movilidad, el impulso intuitivo, la sucesión de iniciativas, el regusto de pilo­tar y la segura sorpresa, pero también, y esto los acercaba, la leal fidelidad. Sánchez Cantón, lógica, autocrítica, rigor, previsión, timidez, reserva, segun­dos planos, aparente frialdad que velaba auténticos fervores con cordiales displicencias...

Fue Antonio Pastor admirable en sus generosidades. Lo testimonian esta Fundación, sus donaciones de azabaches y pinturas al Museo de Pontevedra; pero no fue menor su magnanimidad en la altura y trascendencia de sus ini­ciativas. También aquí lo atestiguan con elocuencia y lo pregonan el estable­cimiento del Instituto de Estudios Españoles en Londres, los cursos y confe­rencias allí organizados a partir de 1928, las enseñanzas de español para adul­tos, los primeros pasos del nuevo Instituto de España en.Londres y de la sec­ción inglesa del Departamento de Culturas Modernas del Consejo Superior de

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Investigaciones Científicas y de su biblioteca, los comienzos de la «Fundación Batrié de la Maza» y de otras entidades de su tierra gallega, nunca olvidada por él pese a la distancia en lenguas y en leguas, en enseñanzas y estudios...

Retornaba. Retornaba siempre. Su vida fue como un continuo regresar. En su última preocupación literaria, la vuelta de Ulises, hay mucho de cifta y símbolo de su vivir. Volver a las fuentes clásicas de la cultura, a la religiosi­dad tradicional, a la vieja cortesía local, incluso a la Banca paterna o a los Consejos de Administración de las Sociedades que su padre había fundado. Reincorporarse así, siempre con Marjorie Ground, admirable esposa y finísima pintota, a la vida de su tierra nativa, pero en una quieta ciudad espi­ritual, en Pontevedra, y encontrar en ella primero un activo descanso, luego su propia tierra al lado de los mejores compañeros.

En la nave de Antonio Pastor, más que los azares, los presagios o los te­mores, se sentía la ausencia, la «saudade». ¡Que ahora, amigos, haya sido col­mada por la presencia de lo divino!

JOSÉ FILGUEIRA VALVERDE, Homenaje a Antonio Pastor, Madrid, 1975, 9-16

De momento me interesa más poner de relieve algo que, por lo demás, era de esperar en una empresa inspirada por Antonio Pastor, de cuyos estu­dios y docencia en Inglaterra acabáis de oír hablar. Yo también, a mi paso por aquel país en 1947, muy reciente todavía su estancia, supe de Pastor, de sus relaciones con las mejores cabezas de la cultura británica y de sus denoda­dos esfuerzos, desde el Instituto de España piimero y ya en Madrid después, por colmar la penosa zanja que una serie de incomprensiones y lejanías había abierto entre Inglaterra y España en los años treinta y cuarenta. Debo decir, sin embargo, que el trato que, simple iniciado en estos estudios, recibí en­tonces fue intachable. Llevaba, es cierto, una fuerte baza en las cartas de pre­sentación de Walter Starkie, cuya hermana Enid enseñaba por entonces en la Universidad oxoniense. Fue el primer episodio de una larga convivencia en que los sucesivos representantes del British Council en España —el propio Starkie en primer lugar, y luego Montague, y Traversi, que varias veces nos habló aquí de Shakespeare con insuperable competencia, y el llorado Jack Bruton, y ahora Norman Tett— han sido no sólo grandes amigos particulares de Antonio Pastor y míos, sino también infatigables consejeros y participan­tes en nuestras tareas fundacionales. Gracias, pues, a Starkie pude visitar en

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el Wadham College a sir Cecil Maurice Bowra; me acogió con la mejor cortesía de las gentes de su raza y su casta; me dio una tarjeta, que todavía exhibo en mis viajes, para la Bodleian Library; y, al cuarto de hora de cono­cernos, ya estábamos Bowra y yo sentados en el suelo de su biblioteca revol­viendo papeles y libros que por entonces sólo difícilmente llegaban a España. Bowra, muy recientemente fallecido y Patrono de Honor que fue de esta Fundación, era autor de obras fundamentales sobre poesía griega que todos manejamos a cada paso, pero también un profesor de Poética general que co­mentaba en clase a Dante, a Lorca y a Pushkin en sus lenguas originales con magnífica comprensión de lo que es el Humanismo integral. El primer tomo de sus memorias, publicadas en 1966 y que siento no haber dado a leer a Pas­tor, a quien se lo prometí varias veces, es una verdadera delicia. Sir Maurice, solterón extremadamente sociable, tenía infinidad de amigos interesantes; no sólo, naturalmente, colegas ilustrísimos como sir Gilbert Murray y sir John Beazley, muy querido este último por Antonio Pastor, sino también grandes escritores como Yeats, John Betjeman, Evelyn Waugh y prácticamente todos los sucesivos gobernantes del Reino Unido: Asquith, Lloyd George, sir John Simon, Neville Chamberlain, Winston Churchill, Gaitskell... Su estancia en Madrid del I960 fue un verdadero gozo para todos; y ahí enfrente tenemos un buen recuerdo en la fotografía con lema pindàrico que regaló a Antonio Pastor. Antes de Bowra habíamos tenido aquí a Arnold Toynbee, que dio, ante el Paraninfo atestado de la Facultad de Filosofia y Letras, una conferen­cia sobre lo que entonces era su nueva y hoy sigue siendo su brillante tesis histórica; luego vinieron sir Arnold Lunn, hombre singular, deportista y teó­logo, gran amigo de España, precursor de las hoy ya generalizadas ideas en pro de la preservación del «environment» y cuya conferencia sobre las actitu­des clásica y moderna en torno a la Naturaleza fue hermosísima; los histo­riadores sir Ronald Syme y Michael Grant; el bizantinòlogo sir Steven Runci-man; Geoffrey Kirk, gran especialista en estudios homéricos; John Morrison, el mejor conocedor actual de los barcos antiguos, lo cual le hacía doblemente apreciado para el navegante Antonio Pastor; Hugh Lloyd Jones. Este, como ustedes saben, es el «Regius Professor» de Griego en Oxford y, como tal, su­cesor indirecto de Bywater, reivindicador hace tiempo para Nebrija de la pro­nunciación mal llamada erasmiana...

Algunos de estos insignes visitantes —Kirk y Morrison, por e j e m p l o -procedían de colegios de Cambridge, pero la mayoría de los conferenciantes

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ingleses de la Fundación tienen un claro matiz oxoniense. Es natural. Pastor amó mucho esta ciudad deliciosa, verdadera Atenas de los estudios clásicos a lo largo de toda la primera mitad de este siglo; y en realidad lo que se propu­so con esta Fundación —es de esperar que las condiciones externas cooperen con las pobres fuerzas de quienes le hemos sucedido— es crear en Madrid un pequeño foco de Humanismo entendido precisamente al modo de Oxford. Con visión amplia, humana del mundo clásico despojado en lo posible de mostrenca erudición menuda; con trato y convivencia noble, recatada, ele­gante, me atrevería a decir si ésta no fuera hoy palabra llamada al desuso lingüístico; con cordialidad austera y profunda; con no desdeñoso, pero sí imparcial apoliticismo; con el modo de vida que aún aprecié yo en 1947 y Pastor mucho antes en Oxford y que la vida moderna y el humo de las fábri­cas Morris me temo que terminarán por adulterar. Antonio Pastor fue, en to­do eso y en muchas otras cosas, incluso en pequeneces, como sus ligeras ex­centricidades, su facilidad para el trato social y hasta su leve tartamudeo aca­démico, un típico «fellow» de aquella espléndida sociedad de humanistas cu­ya supervivencia debemos desear todos.

Pero las actividades de la Fundación no podían centrarse de manera exclusiva en Inglaterra si se aspiraba a darle como lema un carácter plena­mente humanístico, es decir, universal. Y menos que nadie podía resignarse a esto quien, como Pastor, se interesó tanto siempre por las lenguas, cultu­ras y Literaturas de otros países europeos. Francia, desde luego, en primer lugar. También en los sucesivos directivos del Instituto Francés y de la Casa de Velázquez —dediquemos aquí un cariñoso recuerdo a Henri Terrasse,. que tanto nos favoreció en vida— hemos encontrado siempre la más inesti­mable ayuda, gracias a la cual figuras de la categoría de Henriot, Carcopi-no, Germain, el P. Festugière o Flacelière nos han ido deleitando unos tras otros con sus doctas palabras impregnadas de infalible «savoir-dire». Para el próximo invierno tenemos ya la promesa de un gran especialista de las Letras latinas medievales, nuestro amigo el profesor Fontaine, de la Sorbo­na; y espero que los contactos con el país vecino, del que siempre aprende­mos tanto en el campo de los estudios clásicos, seguirán intensificándose más y más.

Y, claro está, con Grecia al fondo. Uno de los más imborrables recuerdos de esta Fundación lo constituye, sin duda alguna, el crucero que varios miembros de ella, con el propio Antonio Pastor, realizamos por aguas griegas

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con ocasión de uno de los congresos de la «Fondation Européenne de la Culture». Sin Grecia, sin el contacto directo con las tierras y los hombres de aquel país, el Humanismo clásico resulta inconcebible. No sólo, claro está, la Hélade antigua. Ayer, con motivo del sencillo acto en que agrade­cimos al embajador Calevras el donativo de un importante lote de libros de Literatura griega actual, ponía yo de relieve, con una cita de Seferis, cómo los helenos de hoy estiman, sí, el ser tenidos por herederos de los hombres sublimes de antaño, pero también desean que se cuente con ellos como parte integrante, básica e importante como pocas, de la Europa ac­tual, sucesora ella también del mundo grecolatino. Aquí se ha querido, pues, tener siempre a los embajadores de Grecia como miembros activí­simos y generosos del Patronato; e igualmente nos hemos empeñado en que los más prestigiosos miembros de la Universidad griega figuraran tam­bién entre nuestros visitantes. Buen recuerdo nos dejó en su tiempo el profesor Daskalakis; y de sensacionales cabe calificar las conferencias que pronunció el más sobresaliente arqueólogo de la Grecia actual y uno de los mejores del mundo clásico, el profesor Marinatos, Patrono de Honor de esta Fundación, que, gracias a su tesón y competencia —no desorbite­mos el papel de la suerte en estos casos—, está consiguiendo imponer, en virtud de los sensacionales hallazgos de Santorini, su teoría sobre una rela­ción entre la tremenda explosión de aquel volcán y la catástrofe de las ciudades minoicas de Creta y otras islas...

Importa mucho que las futuras actividades de esta Fundación, para las que en tan gran manera necesitaremos del amor y la colaboración de uste­des, se proyecten en doble y armoniosa línea que compagine, de una par­te, el culto directo y estricto de los antiguos, sin hojarasca retórica ni pos­turas seudohumanistas ni latinajos de hoja de almanaque ni miedo al ne­cesario sudor del estudio en lenguas originales; pero también, de otra par­te, la convicción de que cada siglo tiene sus clásicos. Hay un Homero del siglo XX, como hubo otro del XVIII y otro del XIV y otro del V antes de Jesucristo; y nuestro Homero es solamente nuestro, es lo que nuestra men­talidad de hombres de hoy lee en las viejas páginas de la Ilíada y la Odi­sea. Es un mensaje que únicamente los hombres de finales de este siglo, con nuestra mentalidad de finales de este siglo, podemos descifrar. Y que nos hará mejores. Y del que no podemos prescindir. No man is an island, dice genialmente John Donne; todos tenemos un istmo que nos une a los demás, sí, pero también a un pasado glorioso. Si cortamos el cable que

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nos amarra a nuestros mayores, el viento del capricho o de la moda se nos lle­vará por las olas del mar de la barbarie.

MANUEL FERNÁNDEZ-GALIANO, Homenaje a Antonio Pastor, 1 7 - 3 0

Nos hemos reunido esta tarde para recordar con pena en el alma la vida de un hombre a quien por pura y gratuita vocación, sin el menor asomo de profesionalidad interesada, encandilaron las reliquias de la Antigüedad clási­ca. Mas no sólo por esto; también, y aun sobre todo, porque cuanto ahora nos rodea y acompaña, estos Hbros, estos muros, la memoria próxima o remo­ta de tantas palabras sabias aquí dichas y escuchadas, nos está diciendo a vo­ces que Antonio Pastor no sintió tal encandilamiento como mera fuente de fruición personal, esa tan honda y exquisita que al erudito pueda darle la lec­tura de la Odisea o de Sófocles en su idioma originario, sino como estímulo para el cumplimiento de una misión y un servicio: el servicio y la misión de educar, mediante el conocimiento de los clásicos antiguos, a la sociedad de que por nacimiento y familia él fue parte, este pueblo tan menesteroso de educación que diariamente llamamos España. No otro, en efecto, ha sido el designio principal de la Fundación que lleva su nombre, y no otra fue la me­ta lejana de las últimas ilusiones de su paso por la tierra. Porque Antonio Pastor, a quien sobraron recursos para ser un voraz coleccionista de libros y cerámicas o un asiduo y deleitado paseante sobre las losas de la Acrópolis o entre los muros de Micenas, prefirió dedicar muchas de sus horas y no poco de su dinero al empeño de lograr que sus compatriotas pudieran alcanzar la fina dignidad humana que otorga la frecuentación consciente de la Odisea y de Sófocles o, llegado el caso, la contemplación ilustrada de las maravillas de la Acrópolis.

Sé muy bien a lo que me expongo proclamando esto. Procuro vivir con los ojos abiertos en mi mundo —mi tiempo, mi país—, y sobradamente se me alcanza que son muchos, demasiados, los que dentro de él pensarán o acaso gritarán que este empeño fundacional de Antonio Pastor se hallaba condenado desde su raíz misma a la inutilidad o, lo que es peor, al fomento, lo diré con palabra muy a la moda, de un «elitismo» de anacrónicos estetas.

La formación humanística y lo que hasta ahora ha sido el nervio de ella, el conocimiento de los clásicos griegos y latinos, pura inutilidad. Lo único útil para el hombre, lo que de veras puede liberarle para siempre de su servi-

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dumbre a la pobreza y a los temores ancestrales, sería el cultivo eficaz de las ciencias de la Naturaleza, y sobre todo el de aquellas que con facilidad pueden convertirse en técnicas para dominarla y explotarla. Los demás sabe­res, y en especial los que en la greciparla y en la latiniparla tienen su fun­damento, no pasarían de ser eso que nuestros antepasados llamaban coplas de Calaínos: pura palabrería incapaz de satisfacer las verdaderas necesidades del ser humano. Recuerdo cierto coloquio televisivo entre un pobre profesor de Latín, encargado de abogar en pro del mantenimiento de su disciplina en el Bachillerato, o como ahora se llame a lo que antes así llamábamos, y una pequeña jauría de celosos defensores de la «educación actual» en nombre de la «sociedad actual» y al servicio de unos «intereses actuales»; y a la vez que la imagen del tal coloquio, vuelvo a sentir mi vivo deseo de sal­tar a la pantalla, colocarme a la vera del acosado latinista y decir muy suavemente a sus interlocutores: «Bien. De muy buen grado admito que pa­ra ser con pleno derecho hombre de este tiempo es preciso estar fuerte en Matemáticas, Física, Economía y Sociología; tan fuerte como ustedes, entu­siastas defensores de tal modernidad, sin duda alguna estarán. Para de­mostrar a todos la certidumbre de esa convicción mía, ¿quieren decirme có­mo se halla el valor de x en una ecuación completa de segundo grado?». De haber podido cumplir este módico deseo, creo que todavía estaría mi cuer­po invadido por la risa.

Pero dejémonos de imaginaciones y vengamos a la verdadera realidad de este mundo nuestro, más precisamente, a la parte de su realidad que no sa­ben o no quieren ver esos voceadores paladines de la eficacia y la actualidad por obra de la ciencia natural y de las técnicas sobre ella asentadas. Tres pun­tos, dos pertenecientes al orden de los hechos y el tercero al orden de las ideas, me atrevería yo a discernir en ese examen.

1.° La formación escolar de los hombres que han hecho posibles la ciencia natural y la técnica de nuestros días. No, no me remontaré a quienes, como Galileo, Harvey y Newton, todavía eran capaces de escribir en latín. Me atendré tan sólo a la pléyade de los que desde Ampère y Maxwell hasta Planck y Einstein han sentado las bases científicas de la técnica más actual; y frente a ellos, me preguntaré: «¿Cómo fueron intelectualmente educados to­dos esos hombres? ¿A cuál le faltó, durante su adolescencia y su mocedad, un contacto serio y reiterado con la Antigüedad clásica? Y si esto fue así, ¿por qué no desear que en el siglo XXI —con él a la vista se piensa ahora— siga

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habiendo, frente a la realidad del cosmos, sabios que en su tiempo sean lo que esos supieron ser en el suyo?».

2° La importancia que ese contacto con la Antigüedad clásica pudo y puede tener para quienes creadoramente han cultivado y están cultivando las ciencias de la Naturaleza. Es cierto; a la precedente observación muy bien podría responderse así: «De acuerdo; todos esos hombres fueron educados se­gún un plan que incluía las Humanidades clásicas. Pero el conocimiento de éstas, ¿les sirvió de algo para ser los físicos, los químicos o los naturalistas que ellos fueron?». A lo cual yo, siempre en el orden de los hechos, respondería así: «Abro el libro Vorträge und Erinnerungen de Max Planck y me encuentro con estudios sobre la ley causal y el libre albedrío, sobre la ciencia y la fe, sobre el positivismo y el mundo exterior; esto es, con reflexiones cuyo ámbito excede ampliamente la teoría de los quanta y los principios de la termodiná­mica y para cuyo desarrollo en modo alguno pudo resultar ociosa la diligente formación humanística de su autor. Hojeo The Man on his Nature, testamen­to intelectual de Charles Sherrington, y descubro cómo las viejas Humanida­des fueron parte esencial en la mente del insigne explorador y sistematizador de los reflejos medulares. Releo la conferencia Problemas filosóficos de las partículas elementales, de Werner Heisenberg, el gran físico, y pronto salta a mis ojos su actualísima discusión con Kant, Democrito y Platón. Vuelvo a to­mar en mis manos el hoy tan leído libro Le hasard et la necessiti, del biólogo y bioquímico Jacques Monod, y en él veo una y otra vez los nombres de De­mocrito, Bergson, Teilhard de Chardin, Marx y Engels, y al fondo de todos ellos, Marx y Engels comprendidos, problemas que los viejos pensadores griegos comenzaron a plantearse. Acudo en fin —para que todas mis citas no sean de ultrapuertos— a los Recuerdos de mi vida, de don Santiago Ramón y Cajal, y me encuentro con este párrafo: Mi citada afición a los estudios filosó­ficos, que adquirió años después caracteres de mayor seriedad, sin transfor­marme precisamente en pensador, contribuyó a producir en mí cierto estado de espíritu bastante propicio a la investigación científica. Y quien se atreva a poner en duda esa «seriedad» de que nos habla nuestro eximio histólogo, vea las copiosas anotaciones por él manuscritas en las márgenes de la traducción de Platón y Aristóteles que don Patricio de Azcárate, con mejor voluntad que Filología, ofreció a los españoles del siglo pasado. Todo lo cual demuestra que, frente a las insolentes voces de los panegiristas de la ciencia natural y la técnica a palo seco, alguna importancia dieron y siguen dando a las Humani­dades clásicas los más altos creadores de esa ciencia y esta técnica.

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3.° Un concepto de la «utilidad» verdaderamente adecuado a la in­tegridad de la naturaleza humana. Entendido el vocablo en su más amplio sentido, utilidad es la condición de aquello que nos sirve para conseguir alguno de nuestros fines vitales. ¿Por qué, entonces, limitarnos a conside­rar útil lo que nos permite ganar dinero, regular la temperatura ambiente o trasladarnos con rapidez de un lugar a otro del planeta? ¿Por qué no ha de ser también útil lo que nos ayuda a esclarecer el fundamento de nuesta existencia y a robustecer la conciencia de nuestra dignidad de hombres? Sería necio, claro está, pensar que ambos empeños sólo mediante las Hu­manidades clásicas pueden ser logrados; pero no menos necio sería desco­nocer que buena parte de esas humanidades —el epos homérico, la trage­dia griega, los presocráticos. Platón, Aristóteles, los estoicos, Virgilio, Horacio— son y seguirán siendo presupuesto importantísimo para la efecti­va realidad de dicho logro. Sin una cuestión personal con la Antigüedad grecolatina, aunque no sea sino para rechazar las soluciones que ella nos dio o para perfeccionarlas cuanto se quiera, difícilmente podrá contribuirse a la creación de una cultura real y verdaderamente «humana»; por tanto, a la edificación de un modo de ser. hombre en el que la condición de tal sea algo más que la individual participación en un hormiguero científi­camente ideado.

Muy bien sabía esto Antonio Pastor. Lo aprendió de joven en las mejores aulas de Europa, supo luego hacerlo sangre de su alma y quiso que tan viva­mente como él lo supiesen y sintiesen muchos españoles; en su intención y en su ambición, todos los españoles. Sí; ya sabemos que tal ambición es y se­guirá siendo desmesurada, porque siempre, y más en estos tiempos, serán in­gente mayoría quienes prefieran la carretera al aoristo y los telefilmes al Edi­po en Colono. Pero cuantas veces volvamos a reunimos aquí los que nos hallamos muy lejos de tales preferencias o, aun no estando dentro de esta sa­la, vivamos el nunca agotado goce de encontrarnos sin prisa con un clásico griego o latino, nunca dejaremos de recordar con agradecimiento a Antonio Pastor. Un hombre que fue nuestro amigo, que amó con lúcida pasión las re­liquias de la Grecia y la Roma antiguas y que tenazmente quiso, también con voluntad de amor, que a través de una y otra creciesen en dignidad humana sus compatriotas.

PEDRO LAÍN ENTRALGO, Homenaje a Antonio Pastor, 3 1 - 3 9

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Venimos hoy aquí a honrar y recordar a Antonio García y Bellido, Patro­no que fue de esta Fundación. Tristísimo motivo; pero también consolador para quien crea no sólo que el hombre no se extingue en su paso fugaz por este mundo, sino también que aquellos que han sabido y podido crear una obra personal continúan viviendo en ella

Pero no hemos querido que falte un recuerdo brevísimo de Antonio como promotor, favorecedor y colaborador de la Fundación Pastor de Estudios Clá­sicos. Lo que aquí hizo, y fue mucho, puede describirse en poquísimas pa­labras. Se le llamó; conoció la empresa; reflexionó sin duda sobre las moles­tias y riesgos de la propuesta —pérdida de preciosas horas de investigador, compromisos, ajetreo innecesario—; llegó a la conclusión de que valía la pe­na ayudarnos y nos ayudó. Como él era. Sin alharacas. Sin ceremonia. Sin re­servas también.

Alguna vez he citado —y si entre vosotros hay quien lo haya oído ya, sea indulgente conmigo por motivos fáciles de comprender— unas palabras que tengo grabadas desde hace ahora veinte años en mi corazón. Con ellas descri­bió magistralmente aquel gran humanista que fue don Gregorio Marañón, Patrono también en tiempos de esta Fundación, a persona queridísima para mí: Tenía demasiados méritos para ser vano y toda su vida fue, como aquí la vimos, la imagen de esa actitud, tan útil a los demás hombres, que yo llamo el recato eficaz. En las horas de los fuegos artificiales, estos varones parecen no existir. Mas, en las horas grises y largas del trabajo creador, el surco más profundo es el que ellos, sencilla y templadamente, van dejando detrás.

Así era también Antonio García y Bellido. Pasma pensar que alguien tan mal dotado para las universales artes de la bambolla, la intriga, el relumbrón y el tacto de codos hubiera llegado, en la plenitud de su vida, al pináculo de prestigio auténtico en que la ciencia nacional e internacional le había coloca­do con razón sobrada. Y gusta pensar cómo a veces se imponen, entre tanta farsa y oropel, la verdad desnuda, el talento sin colgajos, la autoridad sin bombo ni platillos.

García y Bellido nos dejó. Dios mío, demasiado pronto. Le esperaban, nos esperaban, fecundos años de magisterio, consejo y guía. Tú lo quisiste. Permite que su rica, pingüe semilla de sabiduría y virtud siga fructificando y floreciendo entre quienes fuimos sus discípulos.

MANUEL FERNÁNDEZ-GALIANO, Homenaje a Antonio García y Bellido, Madrid, 1 9 7 5 , 5 5 - 5 9

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Cuando hace algo más de un año celebrábamos en Valencia los profe­sionales de la Arqueología el quincuagésimo aniversario de la fundación del Servicio de Investigación Prehistórica de la Diputación Provincial, nuestro compañero don Luis Pericot, muy aquejado va por la enfermedad que acaba de llevarle a la tumba, me comunicaba entristecido que nunca más podría asistir a ninguna sesión de la Real Academia de la Historia. Su dolencia, más sensible cada día, le impedía incluso desplazarse sin acompañamiento. El viaje de Barcelona a Valencia había sido posible a costa de un gran acopio de fuerzas, él temía que de sus últimas fuerzas, como en efecto ha sucedido: un año más tarde, y en fecha tan señalada como la de la fiesta del Pilar, don Luis Pericot nos ha dejado para siempre...

Este nadar entre dos aguas, armonizando discrepancias, fue una constante en la vida de Pericot, una actitud de la que siempre se sintió ufano. Las ene­mistades y disputas agrias entre científicos, suscitadas por diferencias de tem­peramento, de escuela o de filosofía, entristecían su espíritu conciliador. Quizás el último y más ilusionado de sus proyectos de vejez era la redacción de unas Memorias a las que varias veces aludió en sus últimos escritos y dis­cursos, que no sé hasta qué punto estaban adelantadas y en las cuales se proponía trazar la semblanza de cuantos maestros de la Prehistoria y la Arqueología había conocido y tratado en sus muchos años de estudios, viajes y quehaceres profesionales. Esperamos que sus más íntimos discípulos resca­ten y publiquen lo que de ellas quede entre sus papeles. Muchos datos igno­rados y muchas sabrosas anécdotas esmaltarán esas páginas, sazonadas por aquella ironía ampurdanesa, aquel fino sentido del humor que tantas veces iluminaba el semblante de nuestro querido compañero. Los años —decía en 1972— me han permitido borrar los resquemores propios y ajenos. Aún hace pocos meses mi maestro Bosch Gimpera, admirable y generoso siempre, des­de su nueva patria, México, me escribía, al saber que yo iba a suceder en el sillón académico a don Manuel Gómez-Moreno, unas frases que a la vez expresan la admiración por el genio fallecido y la disculpa de las vías científicas que tendían a la disarmonía, cancelando así viejas discrepancias que han perdido todo sentido.

Si además de haber sido testimonio de esta feliz conciliación —sigue diciendo— os contara mi alegría, en 1934, por haber presenciado y contri­buido a la reconciliación entre Breuil y Hernández Pacheco, como antes había ocurrido entre Breuil y Cabré, y más tarde la que me produjo la

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epístola del abad de Soria, Gómez Santacruz, con elogiosas frases para Schul-ten tras años de implacable hostilidad en un punto tan neurálgico como Nu-mancia, y aún otros episodios más recientes, comprenderéis que venga ahora ante vosotros con la conciencia tranquila por haber luchado cuanto me fue posible por la armonía de los arqueólogos españoles y su amistad con los sa­bios extranjeros que han sentido como nosotros el aura misteriosa que surge del remoto pasado hispánico...

A N T O N I O BLANCO FREIJEIRO, Estudios Gásteos, X X I I I 1 9 7 9 , 1 9 9 - 2 0 3

Permitidme que termine con algún sentimiento personal. El Pericot al que más recuerdo no es el científico, preocupado por la Prehistoria europea, africana o americana, el historiador de los pueblos de la España Antigua y de los indios americanos, el ameno conferenciante de varios continentes, sino el hombre bueno y cariñoso, preocupado por los problemas de cualquier estu­diante, principiante o investigador o futuro catedrático. El amigo que, siempre que le visité en su universidad de Barcelona, camino de Alemania o Italia, me invitaba a cenar en Las Siete Puertas, junto al puerto de Barcelona, y se interesaba por todo lo que a mí, personal y científicamente, me afectara en ese momento. Este es el Pericot que más profundamente grabado queda en mi recuerdo.

JOSÉ MARÍA BLÁZQUEZ, Estudios Clásicos, X X I I I 1 9 7 9 , 2 0 3 - 2 0 5

Acabamos de perder al profesor Dr. don José Manuel Pabón y Suárez de Urbina, catedrático que fue de la Universidad de Madrid, Consejero del Su­perior de Investigaciones Científicas y Patrono de Honor de la Fundación Pas­tor de Estudios Clásicos. Iba a cumplir ochenta y seis años. Una larga vida de estudio, docencia y hombría de bien...

Humanitas, es bien sabido, no significa solamente «cultura», ni siquiera «humanismo», sino también «cualidad de hombre bueno». Y eso lo fue su­perlativamente quien hoy se nos ha ido. Generoso de su persona, de su con­sejo y ayuda; genuinamente modesto en su desdén, nunca ofensivo para los demás, hacia la bambolla, el autobombo o los bombos mutuos; capaz de buscar silenciosamente mayor concentración en el trabajo y la vida familiar.

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Al jubilarse rehuyó aparatosas despedidas u oficiales homenajes; no buscó distinciones ni medallas; y nunca, nunca se quejó de nada.

Porque, como sucede con los hombres de su talla, su mundo espiritual le compensaba de todo. Ultimamente tenía ya terminada su Odisea rítmica, que debe sin falta aparecer pronto. Sus allegados nos empeñábamos en lograc que el autor nos entregara el original, pero don José Manuel no acababa nun­ca de hacerlo. Faltaba por añadir una nota, o por pulir una aspereza, o por eliminar una cacofonía. Trabajo no ya de buen artesano, sino de finísimo or­febre. A quienes le observábamos decaer en salud y avanzar en años nos preocupaba la posibilidad de que el traductor no viera su libro impreso. Y, aunque no se lo decíamos, él lo entendió, y un día del verano pasado, el últi­mo en que le vi vivo, terminó por decirme: Es que ahora no pienso más que en Dios. Medía ya la vida, su trajín y sus vanidades con la escala infinita de la eternidad.

Al día siguiente de su muerte le enterramos en la vieja y noble Sigüenza que le enseñé a querer y en que afincó para siempre. El viento serrano le can­tará dáctilos y espondeos en las frondas del vecino pinar. Y su Odisea será postuma para nosotros, pero no para él, pues pasado, presente y futuro serán contemplados como una sola cosa por su alrna cristianísima liberada ya de es­te valle de lágrimas. Descanse en paz.

MANUEL FERNÁNDEZ-GALIANO, Estudios Clásicos, X X I I I 1979, 191-197

Una bella meditación filosófico-lírica del doctor García Sabell bajo el título Muerte clásica y muerte en Galicia dio paso a la clausura de la Primera Reunión Gallega de Estudios Clásicos en el historiado salón de sesiones de la Diputación pontevedresa. Culmina así este importante congreso desarrollado en tres jornadas, las dos primeras en el marco de la Facultad de Geografía e Historia de Santiago...

El profesor Rosado Fernandes (¿no tiene su rostro un sí es no es a Mario Soares?) estrenó la palabra. Su trabajo se centró sobre el tema de las yeguas de Lisboa, que, de acuerdo con el mito clásico, concebían por obra del vien­to. Desarrolló la exégesis del mito a la luz de la literatura y propuso interpre­taciones científico-biológicas a la extraordinaria casta de los caballos lisboetas. Su densa y extensa ponencia fue asimismo algo más que un repaso a los clasi-cistas del Occidente peninsular...

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El profesor Monteagudo aprovechó el turno de observaciones y réplicas para extenderse en una cuasiponencia intentando demostrar la existencia de huellas helénicas en Galicia; no le faltó mucho para afirmar que Ulises nació en Betanzos...

El «record» de decibelios en aplausos lo alcanzó entre los comunicantes el profesor Rabanal. Su trabajo, interpretado más que leído, fue una original y sugestiva explicación de texto, trasportando a la antropología gallega el atrac­tivo tema de la sombra de Darío en la tragedia Los Persas de Esquilo. Tan original como su planteamiento acerca de la consideración que en Galicia se presta a los muertos (los muertos de cuerpo presente no hablan, pero oyen y reciben información), fue el soneto con que el veterano y benemérito profe­sor justificó previamente su intervención:

Que Darío no sepa qué ha pasado y su sombra lo inquiera sorprendida no es un invento raro, es la medida de algún planto gallego muy sonado.

No debo declarar cómo está urdida mi comunicación, mi emocionado escrito escatològico tramado con voces de saludo y despedida.

Filólogo y poeta, poca cosa, yo, lector de «Los Persas» y de Esquilo, quise escribir cuan parten a su fosa

la «aboa» de Filgueira, gran asilo; Pilara la de Flórez, triste rosa; Juana de don Ramón, chivo y estilo.

Sólo faltó, como fondo a la comunicación, la helénica majestad de la mú­sica que Maurice Emmanuel compuso para el poema de Théodore Reinach sobre la tragedia de Salamina...

La reivindicación del ponente fue apoyada con una comunicación del pro­fesor A. B. Goosen, que analizó precisamente la original interpretación trini­taria de Prisciliano. Terminó con estas bellas palabras: Ahora yo he tratado de contribuir un poquito desde el Norte tan frío a la rehabilitación de Prisci­liano. Allá fue muy injustamente tratado este hombre de quien el cuerpo es­tá enterrado aquí en alguna parte en el jardín de Galicia. Estoy convencido

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de que fue un hombre con el corazón lleno de amor encendido por su Cristo-Dios y por la Iglesia y que vivía del Espíritu Santo de Cristo...

Algún miembro de la Liga Antitabáquica debió de colarse en el aula y, con buen humor, escribir en latín macarrónico: aula fumo gravis, audientes loquentes fatigat, que más o menos significa que fumar en el aula molesta tanto a los que escuchan como a los que hablan...

A modo de balance improvisado, podríamos dejar constancia de algunas reflexiones de urgencia, desde la perspectiva de un observador no especialis­ta:

— El esfuerzo y la preparación de los especialistas en el terreno de los es­tudios clásicos no es mínimamente correspondido con el interés oficial que reciben y la protección que se presta al patrimonio histórico-artístico.

— Hay fuera de España una atención al ámbito cultural e histórico galle­go que en algunos aspectos supera la de fronteras adentro.

— El «punto caliente» que más controversia ha suscitado es el de la influencia o no de los griegos en la historia de Galicia.

— Conectado con lo anterior hay que señalar el escepticismo de algunos especialistas hacia los restos de cerámica como posibles indicadores de asenta­mientos mediterráneos u orientales en la Gallaecia.

— Destacable es la reivindicación de la figura y obra de Prisciliano efec­tuada por los profesores Fontaine y Goosen.

— Los lingüistas portugueses no comparten la postura del profesor Rodri­gues Lapa respecto a una hipotética fusión del gallego y el portugués en el futuro...

GABRIEL PLAZA, El Ideal Gallego, 3 - 3 - V I I - 1 9 7 9

Voy sin embargo a ello, no sin alguna inconsciencia, porque debo hablar en estos momentos. La Fundación Pastor de Estudios Clásicos, en que tanta ilusión y esfuerzo venimos poniendo muchos desde hace ahora veinticinco años, visita sus patrios lares y, recordando el viejo mito de Anteo, se dispone, en contacto con las verdes tierras gallegas, a cobrar nuevos ánimos para otros tantos lustros en que nuestros sucesores la pilotarán. Ha sido realmente una experiencia inolvidable y creo que no debemos arrepentimos de habernos de-

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cidido a venir, pero no para traer nada, salvo entusiasmo y afecto, sino para tomar mucho, para llevarnos la mochila cargada de esencias humanísticas de este país en que temperancia del clima y templanza de los hombres compo­nen un singular paradigma de sophrosyne auténticamente clásica...

Y, finalmente, como magnífico colofón, la Universidad de Santiago. Era lógico, matemáticamente lógico, y estaba claro que esta insigne casa nos apoyaría con la generosidad que habéis visto. Lo estaba, al menos para mí, que se volcaría en nosotros. Porque yo intuía con fe que hallaríamos la máxi­ma devoción y colaboración en su Rector y Decanos, en sus Departamentos de Latín y Griego, en su profesorado y alumnado. Pero es que yo conozco y quiero hace muchos años a Manuel Díaz y Díaz. Algún tiempo atrás, presen­tándole en una preciosa conferencia que dio en nuestra Fundación, contaba yo, como rasgo típico de su personalidad única, que, a una carta que le escribí sugiriéndole, como Presidente que él era entonces de la Sociedad Es­pañola de Estudios Clásicos, la posibilidad de que España presentara su can­didatura para el VI Congreso Internacional de dicha materia, Díaz, sin du­darlo un momento, contestó alegre, ilusionadamente que sí. Y nos metimos en aquel berenjenal, en aquel tinglado increíble, a lo largo de uno de los más difíciles años de la transición española, con perspectivas inseguras y llenas de problemas y peligros, y se celebró en 1974 el Congreso, cumbre de los logros humanísticos españoles, y, al menos según dicen, resultó bastante bien. Pues algo parecido ha ocurrido ahora... Porque Manolo se ha desvivido en ello, con un saber hacer de su mano derecha y un trato de su mano izquierda que todos conocíamos, pero que, aun así, nos ha vuelto a dejar admirados... Casi me da vergüenza, porque ello es muy poco, decir que la Fundación acaba de designarle Patrono de Honor, distinción merecida, pero inferior a la que representaría ahora que aplaudierais calurosamente conmigo su labor titáni­ca...

MANUEL FERNÁNDEZ-GALIANO, Discurso de Clausura de la l Reunión Gallega de Estudios Clásicos pronunciado en Pontevedra el 4-VII-1979

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