6.3. comunidades transnacionales y migración

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6.3. COMUNIDADES TRANSNACIONALES Y MIGRACIÓN EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN 1 DR. ALEJANDRO I. CANALES 2 DR. CHRISTIAN ZLOLNISKI 3 INTRODUCCIÓN En la literatura tradicional sobre la movilidad de la población, ésta suele analizarse con base en dos grandes categorías por medio de las cuales se intenta diferenciar los distintos tipos de migración. Por un lado, se usa el término de “migración permanente” para referirse a quienes cambian de manera definitiva su comunidad, región o país de residencia habitual. Por otro lado, se usa el término de “migración temporal” o “circular”, para referirse a aquellos desplazamientos continuos y recurrentes, que definen un constante ir y venir, pero en donde, la residencia habitual se mantiene en la comunidad de origen. Se trata de cambios temporales de residencia, que no alteran el carácter permanente de la residencia habitual 4 . 1 Ponencia presentada en el SIMPOSIO SOBRE MIGRACIÓN INTERNACIONAL EN LAS AMÉRICAS . San José, Costa Rica, 4 al 6 de Septiembre de 2000. Los autores desean agradecer al Dr. Rafael Alarcón sus comentarios y generosidad en facilitarnos gran parte de la bibliografía utilizada en este trabajo. 2 Profesor-Investigador, Departamento de Estudios Regionales-INESER, de la Universidad de Guadalajara, México. (e-mail: [email protected] ) 3 Profesor-Investigador del Departamento de Estudios Sociales, de El Colegio de la Frontera Norte, México. (e-mail: [email protected] ) 4 Un tercer tipo de migración, es la diáspora. En ésta, si bien el desplazamiento puede implicar un cambio definitivo de la residencia, no implica una integración completa y total en el lugar de asentamiento. Se mantiene y refuerza, en cambio, la pertenencia a comunidades u organizaicones que operan a escala internacional. Tal es el caso de los misioneros, así como también el reparto de los judíos por todo el mundo. No obstante, esta modalidad migratoria históricamente no ha sido por razones laborales, sino por motivos de persecución política, religiosa o cultural. Para un análisis más detallado de las diásporas contemporáneas, véase Cohen, 1997. 6.3.1

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Page 1: 6.3. Comunidades Transnacionales y Migración

6.3. COMUNIDADES TRANSNACIONALES Y MIGRACIÓNEN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN1

DR. ALEJANDRO I. CANALES2

DR. CHRISTIAN ZLOLNISKI3

INTRODUCCIÓN

En la literatura tradicional sobre la movilidad de la población, ésta suele analizarse con base en dos grandes categorías por medio de las cuales se intenta diferenciar los distintos tipos de migración. Por un lado, se usa el término de “migración permanente” para referirse a quienes cambian de manera definitiva su comunidad, región o país de residencia habitual. Por otro lado, se usa el término de “migración temporal” o “circular”, para referirse a aquellos desplazamientos continuos y recurrentes, que definen un constante ir y venir, pero en donde, la residencia habitual se mantiene en la comunidad de origen. Se trata de cambios temporales de residencia, que no alteran el carácter permanente de la residencia habitual4.

Este enfoque ha sido objeto de crítica por parte de un grupo creciente de especialistas en migración internacional desde finales de los años ochenta. Diversos estudios han mostrado que el esquema bipolar tradicional parece no ser útil para entender las características y formas que ha asumido el proceso migratorio a nivel internacional a partir de las últimas décadas del siglo XX. En particular, en el caso de la migración México-Estados Unidos, se destaca el hecho que a partir de mediados de los setenta, se ha mantenido un importante proceso de asentamiento de la población migrante (Canales, 1999; Cornelius, 1992; y Chávez, 1988), lo que pudiera interpretarse como una transformación del carácter temporal de la migración hacia uno permanente. Sin embargo, este proceso de asentamiento no parece estar asociado a ningún proceso de asimilación e integración social, cultural y política de los migrantes mexicanos a la sociedad norteamericana. Diversos autores se refieren a este proceso en términos de la configuración de comunidades transnacionales (Smith, 1993; Portes, 1997; Georges, 1990; Roberts, Frank y Lozano, 1999) esto es, que a través de la migración, se activarían diversos factores y procesos de articulación en el ámbito cultural, social y económico, entre comunidades e instituciones sociales distantes y separadas geográficamente.

1 Ponencia presentada en el SIMPOSIO SOBRE MIGRACIÓN INTERNACIONAL EN LAS AMÉRICAS. San José, Costa Rica, 4 al 6 de Septiembre de 2000. Los autores desean agradecer al Dr. Rafael Alarcón sus comentarios y generosidad en facilitarnos gran parte de la bibliografía utilizada en este trabajo.2 Profesor-Investigador, Departamento de Estudios Regionales-INESER, de la Universidad de Guadalajara, México. (e-mail: [email protected])3 Profesor-Investigador del Departamento de Estudios Sociales, de El Colegio de la Frontera Norte, México. (e-mail: [email protected])4 Un tercer tipo de migración, es la diáspora. En ésta, si bien el desplazamiento puede implicar un cambio definitivo de la residencia, no implica una integración completa y total en el lugar de asentamiento. Se mantiene y refuerza, en cambio, la pertenencia a comunidades u organizaicones que operan a escala internacional. Tal es el caso de los misioneros, así como también el reparto de los judíos por todo el mundo. No obstante, esta modalidad migratoria históricamente no ha sido por razones laborales, sino por motivos de persecución política, religiosa o cultural. Para un análisis más detallado de las diásporas contemporáneas, véase Cohen, 1997.

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El presente trabajo busca presentar una reflexión conceptual sobre este nuevo modelo de comunidades transnacionales, identificando algunos desafíos y exigencias teórico-metodológicas que éste implica para la manera de abordar el estudio de procesos de migración internacional en el actual contexto de la globalización. Más que dar un visión acabada del problema, queremos destacar algunos puntos que consideramos importantes planteados por este enfoque. Dicha discusión se basa fundamentalmente en la experiencia de la migración México-Estados Unidos, aunque sus repercusiones también pueden ser útiles para otros casos. El trabajo se divide en cuatro partes. En la primera exponemos las principales diferencias en el modo de abordar el estudio de la migración mexicana a Estados Unidos entre el modelo bipolar de migración permanente-migración temporal y el enfoque transnacional. En la segunda parte se presenta una reflexión de la manera en que procesos de globalización económica acentuados en las últimas décadas del siglo XX han servido como factores centrales para el desarrollo y consolidación de comunidades transnacionales multilocales de trabajadores internacionales. En la tercera parte explicamos el papel central que juegan los conceptos de redes sociales y capital social en el modelo de migración transnacional. La cuarta parte del trabajo presenta referentes empíricos de la manera en que comunidades transnacionales de migrantes mexicanos en Estados Unidos se articulan en asociaciones de comunidades de origen a través de las cuales los inmigrantes buscan mejorar sus condiciones de vida tanto en sus comunidades de origen en México como de destino en Estados Unidos. En la conclusión, reflexionamos sobre los desafíos que el modelo de migración transnacional implica a nivel teóricos y metodológico para los estudios de migración, así como para el ámbito de acciones y políticas públicas que busquen defender los derechos de los migrantes internacionales.

EL ENFOQUE DE MIGRACIÓN TRANSNACIONAL

La literatura sobre la movilidad de la población suele distinguir dos grandes categorías o tipos de migración, la “migración permanente” o definitiva, y la “migración temporal” o circular. En esta tipología, lo básico para la categorización de la migración, es la relación que a través de ella, se establece entre lo que sería la comunidad o región de origen y la de destino (Roberts, Frank y Lozano, 1999). En el primer caso, en particular, la definición de una y otra es simple y directa, y se corresponde con la definición que tradicionalmente se ha usado en la demografía para estimar los cambios de residencia internos e internacionales a través de censos y encuestas. En este sentido, el problema es delimitar el tiempo necesario para que un cambio de residencia se considere como definitivo (Canales, 1999). En el segundo caso, la misma definición de “origen” y “destino” es algo más borrosa, por cuanto el individuo o su familia no modifican su residencia habitual. Se trata más bien de la configuración de un circuito migratorio, cuyo origen o centro, es la comunidad de residencia habitual, y los “destinos” son sólo transitorios y temporales.

Inicialmente, estas dos categorías fueron usadas para analizar la migración internacional. Así, la migración europea a América del Norte y a América del Sur, del siglo XIX y principios del siglo XX, se consideró como un típico desplazamiento de tipo permanente o definitivo. Si bien los migrantes europeos mantuvieron estrechos contactos y relaciones con sus comunidades de origen, estas fueron menguando, de modo que en dos o tres generaciones se habían integrado socialmente a sus respectivas regiones de llegada (Portes y Rumbaut, 1996). Para entender este proceso de integración y las tensiones que fue generando, surgieron diversos esquemas, entre los cuales destacó el “paradigma de soberanía” (Smith, 1993) mediante el cual se pensaba que

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el migrante llegaba a convertirse en ciudadano, por medio de su asimilación o “americanización” (Rumbaut, 1997).

Por su parte, la migración temporal pareció ser una categoría clave para entender los continuos y permanentes desplazamientos de mexicanos hacia Estados Unidos (Bustamante, 1975). Si bien, no pocos mexicanos a lo largo del siglo XX se quedaron a vivir en forma definitiva en los Estados Unidos, es claro, que hasta mediado de los setenta al menos, el grueso de la migración estaba compuesta por individuos que establecían desplazamientos circulares y recurrentes entre sus comunidades de origen, y diversas zonas rurales del sur de los Estados Unidos, y en donde, la migración no podía entenderse como un evento único, sino como una carrera migratoria, pero cuyo destino final, solía ser el retorno definitivo a las comunidades de origen en México. En este caso, el paradigma de la soberanía, o de la asimilación, también parecía funcionar, pero en un sentido opuesto a la migración permanente. El carácter temporal y transitorio de la migración, obstaculizaba el proceso de asimilación y americanización del migrante, en la medida que se mantenía un fuerte y poderoso sentido de pertenencia social, cultural y política con las comunidades, regiones y países de origen (Smith, 1993). Sin embargo, diversos estudios han mostrado que este esquema de análisis parece no ser útil para entender las características y formas que ha asumido el proceso migratorio a nivel internacional a partir de las últimas décadas del siglo XX. En el caso de la migración México-Estados Unidos, el proceso de asentamiento de la población migrante no estaría necesariamente vinculado a dichos patrones, sino que adquiriría un perfil demográfico, social y cultural notablemente diferente del reflejado por aquel modelo. El asentamiento de migrantes mexicanos habría alcanzado una masa crítica de tal forma que diversos espacios de la migración se estarían modificando y configurando como espacios sociales pluri-locales, los cuales se sustentan en las redes e intercambios que vinculan en forma cotidiana y permanente las comunidades de origen y las de destino. Se trata de la conformación y consolidación de redes sociales que hacen del proceso migratorio un fenómeno social y cultural de profundas raíces (Massey, et al, 1987). Así por ejemplo, en aquellas regiones y comunidades donde se ha presentado con más intensidad a lo largo del tiempo se ha configurado un complejo sistema de redes de intercambio y circulación de gente, dinero, bienes e información que tiende a transformar los asentamientos de migrantes a ambos lados de la frontera en una sola gran comunidad dispersa en una multitud de localizaciones (Rouse, 1992).

Algunos autores se refieren a este proceso como la conformación de comunidades transnacionales (Smith, 1993; Portes, 1997; Georges, 1990; Roberts, Frank y Lozano, 1999). Se trata de la dislocación y desestructuración del concepto tradicional de “comunidad”, especialmente en términos de sus dimensiones espaciales y territoriales (Kearnay y Nagengast, 1989; Rouse, 1991). Esta virtual “desterritorialización” de las comunidades viene dado por este continuo flujo e intercambio de personas, bienes e información que surgen con y de la migración, y hacen que la reproducción de las comunidades de origen en México esté directa e intrínsecamente ligada con los distintos asentamientos de los migrantes en barrios urbanos y pueblos rurales de los Estados Unidos (Alarcón, 1995; Hondagneu-Zotelo, 1994). Esta nueva forma social y espacial que asume el proceso migratorio, implica también una dislocación y desestructuración del concepto tradicional de migración y de migrante. Por de pronto, la migración ya no se refiere necesariamente a un acto de mudanza de la residencia habitual, sino que se transforma en un estado y forma de vida, “de un medio de cambio del lugar de

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residencia se transforma en un contenido de una nueva existencia y reproducción sociales” (Pries, 1999:3). Como forma de vida y existencia, sostenemos que la conceptualización del proceso migratorio contemporáneo no puede reducirse a dar cuenta de un mero flujo de personas y/o de trabajadores, sino que debe también referirse e integrar, un no menos importante flujo e intercambio de bienes materiales y simbólicos, esto es, de recursos económicos, culturales, sociales y políticos. Asimismo, la migración no implica sólo un flujo en un único sentido, sino un desplazamiento recurrente y circular, un continuo intercambio de personas, bienes, símbolos e información.

Diversos autores han planteado el concepto de “transmigración” y “transmigrantes” para referirse a estas nuevas modalidades y formas que asume la movilidad de la población a nivel mundial (Tilly, 1990; Smart, 1999; Portes, 1997; y Glick Schiller, Basch y Blanc-Szanton, 1992). La transmigración difiere de las formas clásicas de migración, porque ella implica la consolidación de nuevos espacios sociales que van más allá de las comunidad de origen y de destino, se trata de la expansión transnacional del espacio de las comunidades mediante prácticas sociales, artefactos, y sistemas de símbolos transnacionales. A diferencia de la migración temporal, la transmigración no define una situación transitoria, sino que refleja esta emergencia de espacios pluri-locales y de comunidades transnacionales, en donde además, la condición de migrante se transforma por completo.

Comunidades Transnacionales y Globalización

En un estudio reciente (Glick Schiller, 1996; citado por Portes, 1997), se argumenta que procesos similares de relaciones, movimientos e intensidad de las inversiones y contactos entre lugares de origen y asentamiento, se dio también entre los inmigrantes europeos de principios del siglo XX. En general, podríamos estar de acuerdo con esta idea, no obstante, no cabe duda que las comunidades transnacionales actuales poseen un carácter distinto que justifica este nuevo concepto para referirse a ellas. Este carácter esta definido por distintos factores, aquí sólo nos detendremos en dos de ellos.

a) Un primer aspecto se refiere al contexto macroestructural en el cual se desarrolla este proceso. En concreto, el “transnacionalismo” junto a la conformación de comunidades transnacionales, forma parte importante del proceso de globalización de la sociedad contemporánea, configurando no sólo una forma de globalización, sino además, la formación de una figura social específica que emerge y forma parte de la sociedad global.

De acuerdo a diversos autores, la globalización corresponde a la transición de una sociedad industrial a una sociedad informacional, en donde ésta última reconfigura las bases de la economía industrial mediante la incorporación del conocimiento y la información en los procesos materiales de producción y distribución (Castells, 1998; Kumar, 1995). La economía informacional implica así, un nuevo tipo de configuración espacial de las relaciones económicas en el sistema-mundo, caracterizadas por su globalización creciente. En este marco, la globalización y flexibilización del sistema de producción, configuran los ejes de la reestructuración capitalista, a la vez que definen el nuevo sistema de reglas con base en las cuales estarían operando las relaciones capital/trabajo en el mundo actual. En este contexto, suele destacarse los cambios que afectan a la estructura del empleo y las ocupaciones, en tanto ellos serían la base del surgimiento de una nueva estructura de clases y estratificación social

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(Castells, 1998).

Al respecto, diversos autores ponen énfasis en la creciente polarización que se manifiesta en la estructura social de las ocupaciones. Se trata de una segmentación del mercado de trabajo, en donde junto a empleos estables, de altos ingresos, se presentan otros marcados por su carácter informal y ocasional. Sassen y Smith (1992) denominan a éste como un proceso de casualization, como una forma de enfatizar el marco de precariedad en que él se presenta. Aunque se presentan diversos tipos de empleos en la economía informal, la mayoría de ellos corresponden a puestos de trabajo no calificados, sin posibilidades de capacitación, y que envuelven tareas repetitivas. En no pocos casos, se trata además de empleos “ocasionales” en industrias que aún se rigen por formas fordistas de organización del proceso de trabajo. En este sentido, la casualization, o si se quiere informalización, corresponde más bien a una estrategia de tales firmas para enfrentar los retos de la competencia, sin asumir los costos de la innovación tecnológica. De esta forma, la economía informal no sólo es una estrategia de sobrevivencia para las familias empobrecidas por la restructuración productiva, sino también, y fundamentalmente, es resultado de los patrones de transformación en las economías formales y sectores de punta de la economía estadounidense (Canales, 2000).

En estos mercados casualizated, o informalizados, tiende a presentarse una importante selectividad en cuanto al origen de la fuerza de trabajo empleada. Así por ejemplo, Fernández-Kelly (1991) encontró que tanto en los condados del sur de California, como en Nueva York, hay una fuerte presencia de hispanos y otras minorías étnicas en este tipo de actividad, especialmente en los sectores de manufacturas. Se trata de ocupaciones como operadores, tareas de ensamble, y otras de baja calificación y bajos ingresos. Asimismo, esta autora señala que en la mayoría de los casos no hay sindicatos, se desarrollan prácticas de subcontratación, y que prevalece una alta participación de mano de obra femenina.

En este marco entonces, esta estrategia de flexibilidad y desregulación laboral, que afecta directamente las condiciones de trabajo y de contratación, parece no obstante, ser la base de una nueva oferta de puestos de trabajo para la población migrante (Zlolniski, 1994). Así por ejemplo, se da un importante incremento de trabajadores migrantes en empleos como “janitors”, jardineros, “house cleaners”, “dishwashers”, y otras ocupaciones similares de baja calificación y precarias condiciones de trabajo. De esta forma, los trabajadores migrantes, conforman una base demográfica para la configuración de un “proletarian servants” en el marco de la consolidación de una sociedad postindustrial (Rouse, 1991).

En este sentido, la segmentación del mercado de trabajo, es la base de una segmentación de la población en estratos económicos, sociales y culturales diferenciados. Si bien los distintos segmentos o estancos ocupacionales se configuran siguiendo una lógica económica dictada por el proceso de desregulación contractual y flexibilización laboral, quienes conforman cada uno de estos segmentos no lo hacen siguiendo una lógica estrictamente económica, sino en función de procesos de diferenciación social “extra-económicos”, en especial factores de diferenciación cultural, étnica, demográfica, de género, y de condición migratoria.

Con base en estos factores de diferenciación social, se configuran grupos poblacionales con diversos grados de vulnerabilidad y desventajas sociales, que les impiden establecer otros marcos de regulación de sus condiciones de vida, de trabajo y reproducción social, en un

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contexto estructural en el cual ya no parecen operar los mecanismos de negociación política y social que surgieron en la sociedad industrial y tomaron forma en el estado de bienestar. Me refiero en concreto, a la configuración de minorías sociales y culturales (mujeres, niños, migrantes, grupos étnicos, entre otros), cuya vulnerabilidad construida socialmente se traslada al mercado laboral bajo la forma de una desvalorización de su fuerza de trabajo, y por ese medio, de una desvalorización de sus condiciones de vida y reproducción.

En este marco estructural, las comunidades transnacionales y la “transmigración”, adquieren un significado especial. En efecto, en no pocos casos, las redes sociales de reciprocidad, confianza y solidaridad sobre las cuales se configuran las comunidades transnacionales, operan también, como una forma de enfrentar el problema de la vulnerabilidad social y política que surge por la condición étnica y migratoria de la población, y que la ubica en una situación de minoría social.

Los trabajadores migrantes, atrapados en contextos de desigualdad y precariedad generados por el proceso de globalización, buscan articular formas de respuestas, aunque no de “salidas”, a dichos procesos como actores dentro de sus propias comunidades. En este sentido, su articulación a través de comunidades transnacionales, abre oportunidades de acción para enfrentar la situación de vulnerabilidad a través de las propias comunidades. Los riesgos del traslado, los costos del asentamiento, la búsqueda de empleo, la inserción social en las comunidades de destino, la reproducción cotidiana de la familia en las comunidades de origen, entre otros aspectos, tienden a descansar sobre el sistema de redes y relaciones sociales que conforman las comunidades transnacionales, de modo de facilitar tanto el desplazamiento, como la inserción laboral del migrante.

Asimismo, el capital social de los migrantes les permite enfrentar y configurar respuestas, aunque no salidas, a las condiciones de precariedad de su empleo, derivadas de la flexibilidad laboral y desregulación contractual que caracterizan los mercados laborales en esta era de globalización. De hecho, la transnacionalización de la fuerza de trabajo con base en las redes sociales de las comunidades, puede entenderse también, como la contraparte de la globalización del capital, aunque no necesariamente como una globalización del trabajador. En este sentido, la dicotomía comúnmente planteada en términos de que el capital se globaliza y el trabajo se localiza, a nuestro entender está mal planteada. Por un lado, hay que distinguir “trabajo” de “fuerza de trabajo”. El trabajo, como proceso y como acto, es tan globalizado como el mismo capital. La fuerza de trabajo, en cambio, no. La globalización de la fuerza de trabajo sería la globalización del trabajador, proceso que sin embargo, no parece asumir las formas y contenidos de la globalización del trabajo y del capital.

Por otro lado, hay que distinguir las formas de globalización, esto es, los caminos de entrada y salida de la globalización. Mientras el capital se globaliza desde arriba, y por sobre ello, es la lógica del capital la que conduce el proceso de globalización, la fuerza de trabajo entra en este proceso de una forma subordinada, esto es, desde abajo, con un margen limitado para definir su accionar. En este sentido, no hay que confundir el carácter transnacional de la migración laboral, con su posible e hipotética globalización. La mano de obra deviene global no por formar parte de una comunidad transnacional, sino porque se inserta en procesos de trabajo que forman parte de la globalización. Inversamente, no son las comunidades transnacionales el camino de entrada del trabajador migrante a la globalización, sino más bien, constituyen una

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estrategia de respuesta, que los trabajadores migrantes pueden construir, para enfrentar los costos de su entrada a mercados de trabajo que operan con una lógica globalizada.

La transnacionalización no es la forma que asume la globalización de la mano de obra, es por el contrario, una estrategia desarrollada por los trabajadores para enfrentar las condiciones de su globalización. De esta forma, las comunidades transnacionales definen un campo de acción, una estructura de opciones, que el migrante laboral puede desarrollar para asumir y distribuir los costos de su globalización. En este sentido, las redes sociales y las comunidades transnacionales tienen un doble papel. Por un lado, en tanto estrategia de respuesta, es también una forma de reproducción de las condiciones de subordinación social generadas por la globalización. Por otro lado, en cambio, en tanto campo de acción alternativo que define una estructura de opciones, las comunidades transnacionales pueden también configurar ámbitos sociales desde los cuales se pudiera trascender los reducidos marcos de negociación impuestos por la globalización.

b) En segundo lugar, la migración europea de fines del siglo XIX y comienzos del XX, se dio en un contexto de consolidación del capitalismo nacional y del proyecto de la modernidad. De acuerdo a este proyecto, basado en el pensamiento liberal del siglo XIX, la modernización de la sociedad se planteaba como una ruta hacia la racionalización y secularización de la vida social, en donde las distintas formas de adscripción y pertenencias culturales, tenderían a desestructurarse, y transformarse en formas modernas, esto es, constituidas en torno al Mercado (trabajo) y el Estado (ciudadanía). Las redes sociales y el capital cultural de los migrantes, tenderían entonces, a desestructurarse y transformarse de acuerdo a las condiciones que imponía el proceso de modernización de la sociedad norteamericana. Asimismo, esta modernización, abría importantes espacios económicos, sociales, culturales y políticos para la integración (asimilación) de las crecientes oleadas de migrantes.

Por el contrario, las migraciones contemporáneas se dan en un contexto completamente distinto, que abre nuevos espacios para la expansión del capital social y cultural, pero también abre nuevas formas de entendimiento de este proceso. En esta era de globalización los espacios de negociación e integración que se configuraron en torno al estado de bienestar y el proceso de modernización, se desestructuran y fragmentan, reforzando con ello, los procesos de exclusión y diferenciación social. En este contexto, se puede entender el resurgimiento de formas de básicas y “primarias” de solidaridad, confianza y reciprocidad, como las que dan forma y substancia a las comunidades transnacionales. De esta forma, los actuales procesos migratorios, a diferencia de los que se vivieron a principios del siglo XX, han permitido la creación de un campo social de significados y acciones en donde las comunidades transnacionales pueden identificarse como unidades discretas, esto es, comunidades en sí mismas. De hecho, la construcción material e imaginaria de estas comunidades permiten enfrentar los procesos de desestructuración del tejido social, en particular, la individualización y el fenómeno de exclusión económica y social, que adquiere dimensiones alarmantes en las sociedades contemporáneas en esta era de la globalización (García Canclini, 1999).

En este contexto, cabe retomar la cuestión del sentido de pertenencia y la construcción de identidades transnacionales, señalada por Smith (1993). Se trata de un sentido de pertenencia a comunidades imaginadas que coexiste con las diversas formas de pertenencia, residencia y ciudadanía propias de las comunidades políticas creadas por los estados nacionales entre los

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cuales se da la migración. Los migrantes desarrollan vínculos sociales y culturales junto a nexos económicos y laborales que hacen que muchos de ellos se “imaginen” a sí mismos como parte de una comunidad en los Estados Unidos, pero no de cualquier comunidad, sino de una comunidad migrante, trasn-localizada, que reproduce y recrea los patrones culturales y formas simbólicas de sus comunidades de origen (Chávez, 1994). Esta construcción imaginaria se basa en un conjunto de relaciones y transacciones de todo tipo que se dan en el marco de un sistema transnacional de redes sociales y capital cultural. Estas redes conforman el nicho interpersonal del individuo, y contribuyen a su propio reconocimiento como individuo y a su imagen de sí mismo como miembro de una comunidad, como sujeto de un tejido social básico (Enríquez, 2000).

En el caso de las comunidades transnacionales, la “membership” define una situación y condición muy distinta a la de ciudadanía. La comunidad transnacional define y construye un sentido de pertenencia y dependencia con ella, que es más fuerte y profundo que el de los respectivos estados nacionales involucrados con la migración. Se trata de la configuración de un sentido de pertenencia que está antes, pero también más allá de la ciudadanía. Como señala Smith, la “pertenencia más allá de la ciudadanía” se refiere a la transnacionalización del sentido de comunidad más allá de las fronteras nacionales tanto del estado mexicano, pero también del estado norteamericano. De esta forma, los migrantes mexicanos residentes en Estados Unidos, mantienen e incrementan su importancia y vínculos con sus comunidades de origen aún después de su asentamiento legal, estable y definitivo. Para ellos, la posible ciudadanización, esto es, la construcción de un sentido de pertenencia con el estado norteamericano, cuando se da, no implica, sin embargo, una ruptura ni mucho menos, con su sentido de pertenencia con sus comunidades de origen. La pertenencia a éstas es más profunda y vital que las pertenencias construidas políticamente. En no pocos casos, la ciudadanización no es sino una forma para defender y mantener los lazos comunitarios.

En el caso de la comunidad transnacional, la pertenencia tiene un sentido y significado distinto al de las comunidades políticas. La pertenencia es “definida por los mismos migrantes, estructurada por sus redes sociales, y constituida transnacionalmente a través de sus prácticas” (Smith, 1993:6). En este sentido, esta pertenencia llega a ser substantiva, y no sólo declarativa, en la medida que permite trastocar el sentido de las presencias físicas y contiguas, por presencias imaginadas y simbólicas. En este marco, podemos señalar las prácticas, privilegios y beneficios que gozan los migrantes en sus comunidades, aún después de su asentamiento en Estados Unidos. Ejemplo de ello, es la capacidad de influencia y el poder que los migrantes pueden ejercer en el proceso de toma de decisiones sobre diversos aspectos en las comunidades de origen. La “ausencia” física, es contrarrestada por la “presencia” imaginada, que se vuelve real y concreta por medio de la información y poder que fluye a través de las redes construidas por los migrantes, y que se ve facilitada por el desarrollo de las telecomunicaciones.

COMUNIDADES TRANSNACIONALES Y REDES SOCIALES

Pensar la migración en términos de la conformación de comunidades transnacionales, implica pensar en términos de un proceso social cuya reproducción en el tiempo y expansión en el espacio, se basa en la consolidación de redes sociales y comunitarias. Como señala Portes (1997), las comunidades transnacionales configuran un denso sistema de redes sociales que cruzan las fronteras políticas, y que son creadas por los migrantes en su búsqueda de

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reconocimiento social y avance económico. Estas redes dependen de vínculos y relaciones de parentesco, amistad, y sobretodo, de identidad comunitaria. Asimismo, estas redes se configuran con base en relaciones de confianza, reciprocidad y solidaridad que signan el carácter de las relaciones al interior de las comunidades (Enríquez, 2000).

El principio de reciprocidad implica no sólo una forma de solidaridad, de compartir con el otro lo que se tiene, sino también una forma de endeudamiento social y simbólico. Por ello, es necesario una importante dósis de confianza, en términos de que, tarde o temprano, dicha deuda moral será pagada. Por lo mismo, los actos de solidaridad y de apoyos mutuos no se hacen siguiendo un racionalidad económica del tipo costo-beneficio. Así, por ejemplo, Durand (1994) señala que si bien puede haber cierta monetarización en algunos de estos intercambios (búsqueda de empleo, apoyo en el primer asentamiento, etc.), en general prima una lógica basada en compromisos morales y simbólicos de “reciprocar” los favores recibidos.

El carácter transnacional de este tejido social, se deriva del hecho que ha sido construido con base en prácticas, actividades e intercambios que traspasan continuamente las fronteras políticas, geográficas y culturales, que tradicionalmente habían enmarcado y separado a las comunidades de origen y las de asentamiento de los migrantes. De esta forma, el “transnacionalismo” es definido como el proceso por el cual los migrantes construyen estos campos sociales que unen sus propias comunidades y sociedades de origen con las de asentamiento (Glick Schiller, Basch y Blanc-Szanton, 1992).

En particular, las redes sociales sirven para recrear la comunidad de origen en los lugares de asentamiento, y de esa forma reproducir la comunidad en el contexto de su transnacionalización. Asimismo, las comunidades de origen también se transforman, como resultado de su estrecha dependencia con la dinámica de los mercados de trabajo en Estados Unidos, así como por la fuerte vinculación con la vida social y cotidiana en los lugares de asentamiento de los migrantes. Se trata de un proceso de adaptación continua de sus formas de vida y de sus estructuras sociales y económicas. Alarcón (1992) define este proceso como la norteñización de las comunidades de origen, en la medida que la reproducción social, cultural y económica de estas comunidades está no sólo orientada hacia el “norte”, sino además, crecientemente desarticulada del “sur”, esto es, de México. Para estas comunidades son más intensas las relaciones que mantienen con los lugares de asentamiento de sus migrantes en el “norte”, que las relaciones que mantienen con sus comunidades vecinas. Para su reproducción, es más importante el flujo de bienes materiales y simbólicos que proviene de sus comunidades gemelas al otro lado de la frontera, que los intercambios que mantienen con el resto de México5.

Estas redes sociales operan en los diferentes niveles y campos sociales que componen la reproducción social de las comunidades. De esta forma, en cada campo social, se establecen y reconstruyen redes sociales y familiares, a través de las cuales los miembros de las comunidades interactúan y desarrollan sus actividades sociales, culturales, económicas y políticas. Asimismo, la práctica de estas acciones e intercambios en contextos transnacionales fortalece las propias redes, y permite la expansión territorial de los ámbitos de reproducción de

5 Sólo como dato ilustrativo, podemos señalar la importancia de las remesas en la reproducción social y cotidiana de los hogares migrantes.

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la propia comunidad. Así por ejemplo, la inserción laboral y la búsqueda de un trabajo se extiende no sólo a los confines territoriales de la comunidad de origen, sino que incluye también y de modo importante, opciones laborales disponibles en los lugares de asentamiento de los migrantes. De hecho, a través de la estructura de redes sociales de cada comunidad transnacional, fluye la información en ambos sentidos, en términos de las necesidades y opciones de trabajo en cada ámbito territorial. Asimismo, con apoyo en estas redes, se facilita la movilidad de los individuos de un lugar a otro, en términos de que estas redes de familiares, amigos y paisanos, permiten minimizar los riesgos del desplazamiento, así como los costos del asentamiento e inserción laboral (Sassen, 1995). En no pocos casos, el migrante sabe incluso antes de iniciar el viaje a Estados Unidos, cómo va a cruzar, dónde va a llegar en cada fase de la migración, así como también donde se va a emplear y cuál sería su salario.

Procesos similares se corresponden con la reproducción de la unidad doméstica y la vida familiar. En este caso, aún cuando una familia, o los miembros de un hogar puedan estar separados territorialmente, su pertenencia a una comunidad transnacional permite que se reconstruya su unidad doméstica, con base en las redes sociales por medio de las cuales fluyen no sólo información, sino también formas de ejercicio del poder intrafamiliar, toma de decisiones domésticas y cotidianas, etc. (Delaunay y Lestage, 1998).

Por su parte, la reproducción de las relaciones y estructuras comunitarias también adopta una forma transnacionalizada. De hecho, las formas de poder, las diferencias sociales, y en general, las estructuras sociales, culturales y políticas que constituyen a cada comunidad, son también trasplantadas del país de origen, a los lugares de asentamiento (Smith, 1993). Sin embargo, el “transnacionalismo” no sólo implica el transplantar las relaciones y estructuras sociales de las comunidades de origen en los lugares de asentamiento. Este es un proceso a través del cual dichas relaciones y estructuras son también modificadas (Tilly, 1990). Así por ejemplo, podemos citar la ampliación de los roles de la mujer en los hogares en los cuales el jefe de hogar ha emigrado. En estos casos, la mujer debe ampliar sus responsabilidades tradicionales, incluyendo parte de las tareas y responsabilidades que tradicionalmente se le han asignado al varón, en tanto sujeto proveedor de los recursos materiales para la reproducción familiar, y sujeto sobre el cual descansa gran parte de la estructura de poder al interior de la familia. La ausencia por largas temporadas de esta figura masculina, implica modificaciones en los roles femeninos, mismos que devienen en conflictos familiares en el momento de la reunificación, ya sea por el retorno del jefe de hogar, o por la migración de la familia a los Estados Unidos.

Por su parte, la creciente migración femenina y familiar, ha permitido que las mujeres accedan a contextos sociales en que la distinción de género se construye con base en principios y relaciones sociales diferentes a las que prevalecían en las comunidades de origen. Esto ha permitido una modificación favorable a la mujer, de las relaciones de poder al interior de la familia y de la comunidad, sin que ello implique, sin embargo, una ausencia de conflictos y tensiones cotidianas (Hondagneu-Sotelo, 1994). Algo similar puede plantearse respecto a las relaciones intergeneracionales, esto es, al cambio en los roles y posiciones relativas de los

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jóvenes, adultos y ancianos6.

Asimismo, las redes sociales y comunitarias no sólo permiten esta reproducción y modificación de las relaciones y estructuras comunitarias, sino que con base en ello, se da también una reproducción de formas de desigualdad social (Tilly, 1990). Así como las redes contribuyen a reproducir y perpetuar procesos y relaciones sociales, también contribuyen a reproducir formas y carácter de estos procesos y relaciones sociales. En el caso de la desigualdad social, por ejemplo, ésta es creada y reproducida en la medida que las redes sociales a la vez que configuran redes de inclusión social y de pertenencia a una comunidad transnacional, también configuran formas de exclusión y de no pertenencia a comunidades nacionales. Cada forma de inclusión es también una forma de exclusión. Esto es, la red social permite el acceso a determinados flujos de información, intercambios, y posicionamientos sociales. Pero es también una forma de exclusión en un doble sentido. Por un lado, excluye y margina a otros individuos que no pertenecen a la red social, a la comunidad, y por otro, también impide que los miembros de la comunidad accedan a otras redes de información e intercambios. De esta forma, las redes sociales a la vez que se extienden y modifican, recrean distintas formas de desigualdad7.

Así por ejemplo, en la búsqueda de un empleo por medio de redes sociales, el migrante no llega a obtener el empleo “óptimo” para él, de acuerdo a las condiciones “objetivas” del mercado y sus propias capacidades. Sólo obtiene el empleo “posible”, esto es, aquél que está accesible a las redes sociales de las cuales él participa. En la búsqueda de un empleo no entran todas las opciones teóricamente disponibles, sino sólo las que están accesibles por medio de los contactos familiares y de paisanos. De esta forma, la disponibilidad de empleos, y por tanto, la forma de inserción laboral, está en función de la extensión de la red y del capital social y cultural.

Un ejemplo típico, es la articulación de las redes sociales de los migrantes con el campo de acción de los subcontratistas, lo cual permite al migrante acceder a un empleo en forma rápida y segura, pero en un contexto de alta flexibilidad, y en donde la propia red social puede servir como mecanismo de control laboral. Por su parte, a través de las redes sociales, se configuran también nichos de mercados que contribuyen al proceso de segmentación del mercado de trabajo por el lado de la oferta. En este contexto, Sassen (1995) destaca el papel de las redes sociales en la conformación de un sistema de mercados locales de fuerza de trabajo.

6 En este sentido, Rouse (1991) señala que los migrantes terminan convirtiéndose en experimentados exponentes de una cultura bifocalizada, participando de una cotidiana tensión y conflicto entre dos formas de vida muy distintas. Esta situación también es retomada por Portes (1997), quien señala que a través de las redes translocales, los migrantes llevan una vida dual, a menudo son bilingües, se mueven entre dos culturas, mantienen su hogar en los dos países, y participan de relaciones que requieren su presencia física y simbólica en ambos espacios.7 Sin embargo, cabe señalar que la reproducción de la red reproduce la desigualdad, aunque no perpetua sus formas. Así como las relaciones e intercambio social por medio de redes implica la reproducción, extensión y transformación de las mismas redes, así también, permitirían la transformación de las formas de desigualdad.

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ASOCIACIONES DE COMUNIDADES DE ORIGEN DE MIGRANTES TRANSNACIONALES

¿De qué manera organizan los migrantes transnacionales ese conjunto de respuestas ante las condiciones de vida y laborales impuestas por el marco de globalización? ¿Que posibilidades de respuesta y acción posibilitan las comunidades transnacionales para sus miembros? ¿Cómo sirven las asociaciones de migrantes transnacionales para vincular actividades de defensa de sus derechos económicos, laborales, políticos y culturales tanto en los países de origen como destino? En esta sección buscamos llevar la discusión del plano conceptual al terreno práctico de la acción colectiva, ilustrando algunas de las formas más comunes y efectivas de acción que pueden identificarse en el seno de comunidades transnacionales. La discusión se centra en el caso de las denominadas “asociaciones de comunidades de origen”, popularmente conocidas como “clubes” formadas por migrantes mexicanos en Estados Unidos.8 Estas asociaciones surgen originalmente con el propósito de contribuir al mejoramiento de las condiciones de vida de sus paisanos en las comunidades de origen en México, manteniendo a los emigrantes en contacto con dichas comunidades. Como tales, representan una de las formas principales por las que inmigrantes mexicanos se vinculan activamente con sus comunidades de origen, transcendiendo así las barreras geográficas y políticas que las separan de aquellas. Se trata de asociaciones formadas por migrantes de la misma comunidad en México con el propósito de enviar remesas y otros recursos materiales para el mejoramiento de las condiciones estructurales de aquellas, generalmente a través de proyectos filantrópicos para obras públicas. Como tales, estas asociaciones conllevan un involucramiento activo de los inmigrantes en dichas comunidades, con importantes implicaciones para las concepciones de pertenencia e identidad comunitaria de estos inmigrantes.

Las asociaciones de inmigrantes no son sin embargo un fenómeno nuevo. Por el contrario, representan una de las facetas más comunes asociadas a procesos de migración internacional de distintas poblaciones a países como Estados Unidos a finales del siglo XIX y comienzos del XX, las cuales jugaron un papel fundamental para su integración y movilidad económica en ese país. Los inmigrantes japoneses que llegaron a Estados Unidos a comienzos del siglo XX, por ejemplo, formaron asociaciones basadas en comunidades de origen que jugaron un papel fundamental la rápida movilidad económica experimentada por este grupo (Zabin y Escalada, 1998: 3). Las asociaciones judías en Nueva York formadas sobre las mismas bases también jugaron un papel central para la cohesión de este grupo, fomentando la incorporación de nuevos inmigrantes a los sindicatos (Ibídem).

A diferencia de estos casos, sin embargo, las asociaciones de inmigrantes mexicanos han estado generalmente orientadas a acciones filantrópicas en sus comunidades de origen, como explicamos más abajo. Generalmente se trata de asociaciones formadas por inmigrantes de origen rural, mayoritariamente de los estados de migración tradicional del occidente de México, aunque más recientemente han surgido importantes asociaciones en otros estados, especialmente Oaxaca. Asimismo, los fundadores de estas asociaciones suelen ser inmigrantes de primera generación que ya se encuentran asentados y con cierta posición sólida en Estados Unidos, quienes buscan ayudar a sus comunidades de origen a través de proyectos financiados por estos clubes. Aunque tanto hombres como mujeres participan en los mismos, la mayoría de los líderes de estas asociaciones

8 En inglés conocidas como Home Town Associations.

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son hombres, siendo los casos de mujeres que son presidentas de las mismas la excepción (Zabin y Escalada, 1998: 10). En un estudio de Zabin y Escala sobre estas asociaciones, se indica que existen alrededor de 170 clubes de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos de dieciocho estados de México registrados en los consulados mexicanos, además de otro gran número de asociaciones de carácter más informal que no tienen contacto oficial con los consulados.9

No todas las asociaciones mantienen el mismo nivel de organización. Zabin y Escala distinguen tres niveles de complejidad e institucionalización de las mismas. El primero es el de asociaciones de carácter informal formadas en base a redes sociales de inmigrantes de la misma comunidad de México, a través de las cuales los paisanos se ayudan en la búsqueda de trabajo, vivienda y otras necesidades de primera mano. Un segundo nivel de desarrollo es el de clubes oficiales fundados por inmigrantes de la misma comunidad o “comunidades hermanas” de México. El tercer nivel de complejidad es el de las llamadas “federaciones”, que son aquellas formadas por diferentes clubes de un mismo estado en México y organizados bajo un mismo paraguas. La más antigua de éstas es la Federación de Clubes de Zacatecas, una de las regiones de migración tradicional a Estados Unidos, que fue creada en 1972 y en la actualidad cuenta con 51 clubes miembros de ella (Zabin y Escalada, 1998: 15). La formación de esta federación muestra un aspecto importante señalado por varios autores en el surgimiento de las mismas, a saber el papel activo de parte de autoridades gubernamentales mexicanas a través de los consulados para la formación de dichas federaciones (Smith, 1995; Moctezuma 1999; Alarcón 2000; Zabin y Escalada 1998). Aunque los factores que han llevado al gobierno mexicano a fomentar este tipo de federaciones esta fuera del alcance de este trabajo, la creciente influencia y poder económico y político de estas asociaciones y su incidencia en asuntos locales en las comunidades de origen, en muchos casos substituyendo la ausencia de programas sociales y económicos de desarrollo por parte del gobierno mexicano, puede considerarse un factor importante que ha llevado a autoridades gubernamentales a establecer relaciones con dichas asociaciones. La otra federación de magnitud es la formada por varios clubes del estado de Jalisco en 1990 con la participación y ayuda directa del consulado mexicano y que cuenta con 49 clubes como miembros.10

Pero, ¿qué tipo de actividades desarrollan estas asociaciones en ambos lados de la frontera? ¿De qué manera contribuyen estas asociaciones a defender los derechos de los migrantes mexicanos en ambos lados de la frontera? A nivel analítico, podemos distinguir entre actividades desarrolladas por estas asociaciones en sus comunidades de origen y aquellas enfocadas en las comunidades de destino en los Estados Unidos. Como señalamos anteriormente, en el caso de los clubes mexicanos, la mayor parte de sus actividades se enfocan en comunidades rurales en México, generalmente proyectos de carácter filantrópico encaminados al desarrollo de obras públicas e infraestructura (Alarcón, 2000; Zabin y Escala, 1999). Las actividades más comunes desarrolladas por estos clubes incluyen la construcción o reparación de carreteras, puentes, parques, iglesias, escuelas, clínicas, instalaciones deportivas y calles. Por su parte, los proyectos sociales generalmente están encaminados a la gente de bajos ingresos en sus comunidades a través del apoyo a clínicas, guarderías, y centros de retiro 9 Los estados con mayor número de clubes son Zacatecas (51), Jalisco (49), Michoacán (11), Sinaloa (11), Nayarit (9), Oaxaca (8), Puebla (5), Durango (4) (Zabin y Escala, 1999: 9).10 No todos los estados con clubes forman sin embargo federaciones. Tal vez el caso más claro es el de Michoacán, el cual aunque con un buen número de migrantes y clubes no cuenta con una federación, fundamentalmente por la tensa relación o diferencia de orientación política entre estos clubes y el consulado mexicano (Zabin y Escala, 1999).

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para ancianos. Asimismo, los clubes regularmente hacen donaciones para comprar ambulancias, equipo medico, material para escuelas, y becas de estudio para niños de familias pobres (Alarcón, 2000: 4-5). En otros casos sirven para canalizar ayudas de emergencia médica, entierros, otorgar crédito para vivienda, etc. Como forma de recaudar fondos para estas obras, los clubes generalmente organizan bailes, picnics, rifas, charreadas, concursos de belleza, y otros eventos culturales en sus comunidades de destino en Estados Unidos.

La Federación de Clubes Zacatecanos sirve para ilustrar una de las formas más activas y exitosas de la promoción de este tipo de obras públicas de carácter social por parte de emigrantes mexicanos. Unicamente en 1996, por ejemplo, los clubes de esta federación apoyaron el financiamiento de 60 proyectos de obras públicas en el estado de Zacatecas por el valor de cientos de miles de dólares, incluyendo la construcción y reparación de carreteras, la reparación de iglesias y plazas de pueblos, y la construcción de escuelas, clínicas y casas de convalecencia para ancianos (Zabin y Escala, 1999: 16). El papel activo de esta federación sirvió de inspiración para la creación del programa conocido por “dos-por-uno”, en el que tanto los gobiernos del estado de Zacatecas como el gobierno federal se comprometían a invertir $1 dólar cada uno por cada $1 destinado por la federación para proyectos de desarrollo comunitario. Este programa fue más tarde ampliado a clubes de otros estados en 1993 bajo la iniciativa de la Secretaria de Desarrollo Social de México (Alarcón, 2000: 7). Las cuidadosas relaciones establecidas por esta federación tanto con el gobierno mexicano como con el gobierno del estado de Zacatecas ha sido considerado un factor central que explica el éxito de los proyectos públicos fomentados por ella (Zabin y Escala, 1999: 17).

Aunque generalmente las actividades de las asociaciones de migrantes mexicanos tienen un carácter filantrópico, algunas asociaciones tienen un perfil más político que busca defender activamente los derechos económicos, laborales, humanos y políticos de sus miembros en ambos lados de la frontera. Tal vez el caso más sobresaliente es el de las asociaciones de migrantes del estado de Oaxaca, uno de los estados más pobres del sur de México y que contribuye con un importante número de migrantes tanto al norte del país como a los Estados Unidos en busca de mejores oportunidades económicas y laborales. Aunque de formación reciente en comparación con los clubes de migrantes de otros estados como Zacatecas, Jalisco y Michoacán, las asociaciones de oaxaqueños han conseguido un grado de articulación y politización ausente en muchas asociaciones de otras regiones. Según Rivera-Salgado, el alto grado de politización de las asociaciones oaxaqueñas se debe a la combinación de una serie de factores, incluyendo el origen indígena de muchos de ellos que los lleva a ser una minoría dentro de una minoría en Estados Unidos, a menudo discriminados tanto por empleadores nativos de Estados Unidos como por patrones mexicanos mestizos, muchos de ellos también inmigrantes (1999: 1447-1450).

La inserción de migrantes indígenas de Oaxaca como jornaleros en la agricultura comercial en ambos lados de la frontera, especialmente en Baja California en el lado mexicano, y en los estados de California, Oregon, y Washington en los Estados Unidos, ha dejado a esta población en una situación particularmente vulnerable (Kearney y Nagengast, 1989). En este contexto, la rápida formación de clubes de migrantes oaxaqueños puede interpretarse como una forma de respuesta a dicha situación por parte de indígenas mixtecos y zapotecos con una fuerte cultura política autóctona donde instituciones comunales en sus comunidades de origen sirven para el gobierno y la toma de decisiones de asuntos públicos (Rivera-Salgado, 1999: 1452-1453). Las

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asociaciones de migrantes de esta región, suelen así canalizar sus remesas a estas instituciones (Zabin y Escala, 1999: 19).

El carácter político de estas asociaciones puede ilustrarse con en caso del Frente, una coalición de alrededor de 2,000 migrantes indígenas mixtecos, zapotecos y triques formada en 1991. Los objetivos del Frente son promover y defender los derechos humanos de los migrantes indígenas y mejorar sus condiciones laborales y de vida en ambos lados de la frontera, para lo que dicha asociación mantiene dos sedes principales, una en California y otra en Oaxaca (Rivera-Salgado, 1999: 1449-1450). A diferencia de las federaciones de otros estados donde el gobierno mexicano ha jugado un papel central en su creación, en el caso de las federaciones oaxaqueñas, estas han surgido como resultado de las acciones e inquietudes políticas de sus líderes, quienes han sido bastante exitosos en la formación de asociaciones de carácter binacional de base y la movilización de los recursos sociales, políticos, y culturales de las comunidades indígenas de Oaxaca (Rivera-Salgado, 1999: 1455).

El segundo ámbito de acción de los clubes y federaciones de migrantes mexicanos se ubican en sus comunidades de destino en Estados Unidos. Como señalamos anteriormente, la incidencia de parte de las asociaciones en este campo es significativamente menor que la observada en las comunidades de origen. No obstante de estar menos desarrolladas que estas últimas, y como en el caso de asociaciones de migrantes de otros países de comienzos del siglo XX, los clubes y federaciones de inmigrantes mexicanos también juegan un papel importante en promover los derechos económicos, laborales y políticos de sus miembros en los Estados Unidos, facilitando así su integración en este país. Además, como señala Alarcón, el proceso de asentamiento experimentado por un amplio segmento de la población inmigrante mexicana en Estados Unidos en las ultimas décadas ha sido un factor importante que ha llevado a muchos inmigrantes a re-dirigir sus recursos a sus comunidades de destino en temas como vivienda, educación, y la formación de empresas pequeñas de parte de inmigrantes mexicanos (2000: 21).

En general, podemos distinguir dos tipos de participación de clubes en actividades en comunidades de residencia en Estados Unidos. El primer tipo se refiere a actividades directamente organizadas y promovidas por estas asociaciones en sus comunidades de residencia en Estados Unidos. Un ejemplo de ello son las actividades promovidas por los clubes michoacanos en la ciudad de Chicago. Aunque la Federación Michoacana de clubes fue originalmente creada para ayudar a problemas en sus comunidades de origen, con el tiempo los líderes de la Federación fueron interesándose en dar respuesta, mediante la participación en diferentes proyectos comunitarios, a los numerosos problemas que enfrentan sus paisanos en el área de Chicago (Espinosa, 1999: 21). Estos proyectos incluyen la defensa de los programas bilingües de educación en las escuelas públicas, la mejora de las condiciones de vivienda e infraestructura en los barrios donde estos inmigrantes y sus familias residen, así como la lucha contra problemas de drogas, pandillas y violencia que afecta a estas áreas (ibídem: 22). Estos proyectos denotan una especial preocupación por el bienestar y futuro de los hijos de los miembros de estas asociaciones, buscando facilitar su integración y movilidad en los Estados Unidos por medio de la educación.

El segundo tipo de actividades se refiere a coaliciones con organizaciones comunitarias, sindicatos, organizaciones no gubernamentales, y otras asociaciones civiles que buscan

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defender los derechos de los inmigrantes y población latina en general en Estados Unidos. Grupos de inmigrantes indígenas oaxaqueños como la coalición Mixteca-Zapoteca y el Frente, por ejemplo, han establecido coaliciones con sindicatos (el sindicato de los trabajadores del campo “United Farm Workers), organizaciones no gubernamentales, iglesias, organizaciones estudiantiles, etc., para defender sus derechos laborales y humanos en ese país (Rivera-Salgado, 1999: 1448).

Otro ejemplo del potencial que ofrecen este tipo de coaliciones es la establecida en la ciudad de Los Angeles en 1992 entre inmigrantes del estado de Guanajuato con el sindicato de carpinteros de la construcción de esa ciudad con el objeto de apoyar la sindicalización de los trabajadores especializados en el revestimiento de paredes del sector de la construcción en el sur de California, la mayoría de los cuales eran inmigrantes mexicanos de esa región. A comienzos de los años 1990, las condiciones laborales para los trabajadores de este ramo habían empeorado notablemente como consecuencia del crecimiento de prácticas de subcontratación en el sector de la construcción residencia. Trabajadores inmigrantes eran objeto de abusos continuos, carecían de beneficios laborales, y percibían sueldos mucho más bajos que los de sus colegas en el sector de la construcción comercial, los cuales sí estaban sindicalizados (Milkman y Wong, 2000). Surgido como un movimiento de base, un grupo de trabajadores inmigrantes decidieron organizar una huelga para pedir la mejora de sus condiciones laborales. Debido a que gran parte de los trabajadores de este sector eran originarios de la pequeña comunidad de El Maguey en el estado de Guanajuato, las redes sociales de estos inmigrantes facilitaron enormemente la organización de esta huelga, la cuál tuvo una rápida difusión en Los Angeles y la mayoría de las ciudades del sur de California a excepción de San Diego (Milkman y Wong, 2000: 181; Zabin y Escala, 1999: 31). El apoyo que estos trabajadores recibieron tanto del sindicato de trabajadores de carpintería, como de otras organizaciones comunitarias, sindicales, y grupos religiosos fue crucial para la importante victoria que tuvo este movimiento laboral, el cual cautivo la atención pública y de los medios de comunicación en esos años, y que sirvió para demostrar el potencial de movilización que estas coaliciones ofrecen.

Un tercer ejemplo del potencial que ofrecen las asociaciones de inmigrantes como aliados naturales de movimientos sindicales en Estados Unidos se encuentra en la ciudad de Los Angeles en el llamado Los Angeles Manufacturing Action Project (LAMAP), desarrollado entre 1995 y 1997. LAMAP fue un intento de lanzar un movimiento sindical de amplio alcance que incluyera a sindicatos de varios sectores donde se emplean trabajadores inmigrantes latinos en esta ciudad. El proyecto se centraba en el sector de manufactura que se estima emplea a 700,000 trabajadores, la mayoría de ellos inmigrantes mexicanos y centroamericanos (Delgado, 2000: 227). Aunque el proyecto fue finalmente abandonado por falta de fondos, los organizadores del mismo vieron en los clubes de migrantes una vía efectiva de movilizar a miles de trabajadores inmigrantes que trabajan en industrias de baja calificación y salarios por medio de las redes sociales de estos últimos, en lugar de emplear estrategias sindicales más tradicionales y costosas de reclutamiento (Zabin y Escala, 1999: 32).

En resumen, las actividades desarrolladas por las asociaciones de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos fomenta los vínculos económicos, sociales y políticos de estos migrantes con sus comunidades de origen, manteniendo así una presencia activa en sus comunidades de México y reflejando el carácter transnacional de dichas comunidades. Asimismo contribuyen

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al fortalecimiento del poder político de los migrantes y la defensa de sus derechos laborales, políticos y humanos en ambos lados de la frontera, como lo ilustra el caso de las organizaciones de migrantes oaxaqueños de origen indígena, quienes a través de dichas asociaciones buscan defender sus derechos como trabajadores transnacionales empleados en la agricultura comercial tanto en México como Estados Unidos.

Por otra parte, la canalización de recursos financieros y materiales a las comunidades de origen en obras públicas de parte de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos ha contribuido críticamente a la capacidad de estos inmigrantes como actores políticos de negociar vis-a-vis con el gobierno mexicano, especialmente en los niveles estatal y local. Generalmente ignorados por autoridades oficiales, las asociaciones de migrantes y magnitud de las remesas que se canalizan a través de las mismas, junto con la desinversión del gobierno mexicano en el área rural en la era de las políticas neoliberales de reestructuración, han posibilitado que los inmigrantes tengan un peso cada vez más importante en asuntos públicos de sus comunidades de origen, como los programas “dos-por-uno” y “tres-por-uno” mencionados más arriba ilustran.

CONCLUSIONES: DESAFÍOS E IMPLICACIONES DEL MODELO DE COMUNIDADES TRANSNACIONALES PARA LA INVESTIGACIÓN Y LA ACCIÓN

La noción de comunidades transnacionales plantea importantes desafíos teóricos y metodológicos tanto para el estudio de la migración, como para el entendimiento de las formas de organización y acción social, cultural y política de los migrantes en los actuales contextos de globalización. A modo de conclusiones, presentamos algunas ideas respecto a estos puntos.

a) Pensar la migración con base en el concepto de comunidades transnacionales, plantea exigencias conceptuales que no han sido debidamente resueltas en los enfoques teóricos tradicionales. En concreto, nos referimos al menos a tres aspectos. Por un lado, destaca el problema respecto a los determinantes de la acción social, y en particular, de las unidades de análisis a considerar. Por otro lado, el problema de la articulación e integración en un mismo análisis de múltiples causas o niveles de explicación de la migración. Y por último, la exigencia de un pensamiento abierto al movimiento de los procesos sociales, en este caso, de la migración, y de las transformaciones sociales que se le vinculan.

Respecto al primer punto, los enfoques neoclásicos reducen la acción del individuo a una racionalidad económica de evaluación costo-beneficio. No obstante, es claro que en el contexto de comunidades transnacionales, las decisiones respecto a quién, cuándo y cómo migrar, no se toman con base en dichos criterios economicistas, sino que la acción de migrar está envuelta y sólo se puede entender, en el contexto de un complejo sistema de relaciones e intercambios de bienes materiales, culturales, y simbólicos. En este sentido, Portes (1995) plantea la necesidad de retomar los aportes conceptuales de la Sociología Económica para el entendimiento de la acción social de los individuos. Se trata de recrear el marco social que da sentido y significado a la acción de migrar. Asimismo, la preeminencia de las estructuras por sobre los sujetos en los análisis basados en el enfoque histórico-estructural, tampoco logran dar cuenta de cuál es la o las lógicas de la acción de los individuos en el marco de comunidades transnacionales. No obstante, desde este enfoque se han logrado elaborar importantes propuestas para el

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entendimiento de la migración laboral en el marco de la globalización11. Sin embargo, la ausencia de sujetos cuya acción reproduce y transforma las condiciones estructurales, sigue siendo una de sus principales deficiencias. En este sentido, estos modelos estructurales ayudan a entender el contexto de la acción social de los distintos agentes, pero en ningún caso permiten entender y explicar dicha acción.

Por otro lado, las causas de la migración, no pueden reducirse ya sea a factores individuales, o familiares (enfoques neoclásicos), o en su defecto, a meros factores estructurales que sobredeterminan la acción de los sujetos. En ambos casos, no es posible entender, por ejemplo, por qué individuos, familias y hasta comunidades que viven en condiciones similares, y expuestas a similares condicionamientos estructurales, desarrollan distintas rutas de acción social, unos migrando, mientras que otros optan por otras estrategias familiares y comunitarias. Las comunidades transnacionales definen un ámbito particular desde el cual podemos pensar la migración, y que nos ayuda a entender estas diferencias en el comportamiento concreto de agentes particulares. Conceptos como capital social, redes sociales, causación acumulativa, o “embedded transactions”, hablan de un nivel de análisis intermedio, que no puede ser aprehendido por los enfoques microsociales ni macroestructurales. Aún más, definen un nivel de análisis que exige pensar en términos de la articulación de las dinámicas sociales que se dan tanto a nivel micro como macro. Pensar la migración desde la categoría de comunidades transnacionales, exige por tanto, pensar en una forma de articulación de las condiciones estructurales (globalización, mercados de trabajo, etc.) con las características individuales de los agentes (estructura familiar, perfiles demográficos, etc.), articulación también, de los factores económicos, con los culturales, sociales y políticos que determinan la acción social, en términos de que todos ellos configuran el marco de operación de las redes sociales. El capital social no define sólo un nuevo nivel de análisis, antes bien, define un ámbito que exige la reconstrucción articulada de los demás niveles de comprensión del proceso social.

Por último, y consecuente con todo lo anterior, pensar la migración en términos de comunidades transnacionales, capital cultural y redes sociales, exige además una forma de pensamiento abierto al movimiento. Como hemos planteado anteriormente, las redes sociales no sólo conforman una forma de respuesta a procesos estructurales. En su desarrollo y expansión, las redes sociales a la vez que reproducen, también modifican y transforman las condiciones en que ellas se expanden. Por lo mismo, no es posible usar categorías y lógicas de análisis estática, que congelan el movimiento tanto del pensamiento como de la misma realidad social que se quiere analizar. En este sentido, y retomando la propuesta de Zemelman (1992), las comunidades transnacionales pueden entenderse como ámbitos de mediación en una doble acepción. Mediación, en términos de que configura un nivel en el cual es posible pensar en la reconstrucción articulada de los procesos sociales, en este caso, de la acción social (migrar, intercambios, flujos de información, reciprocidad, etc.). Pero también mediación en términos del pasado y el futuro, esto es, en términos de la transformación de las condiciones en las cuales dicha acción social se desarrolla.

b) En términos metodológicos, el carácter transnacional de la migración implica una necesaria reformulación en las definiciones clásicas de migrante y del status migratorio de la población. La definición de "migrante" ya no puede derivarse única y exclusivamente de la condición de

11 Véase por ejemplo, el trabajo de Sassen, 1998.

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residencia del individuo, esto es, de la ubicación de su residencia habitual a uno u otro lado de la franja fronteriza. Por el contrario, la condición migratoria ha de definirse más bien a partir de la incorporación y participación del individuo en un sistema transnacional de redes sociales y comunitarias. Esta conceptualización de la migración permite una ampliación en la delimitación espacio-temporal del concepto de residencia habitual. A diferencia de las categorías de settlers y sojourners, en el caso de las comunidades transnacionales no se trata ya de un lugar único de “residencia habitual” que la migración hace variar temporal o permanentemente. Por el contrario, se trata de la interacción de dos o más lugares de residencia en un mismo momento, así como de la articulación de los tiempos de ausencia con los momentos en que se está presente en cada lugar (espacio) de residencia. Esto implica una expansión espacial de la noción de residencia habitual lo que permite incluir tanto el lugar de estancia en Estados Unidos como el de estancia en México. Asimismo, refleja una expansión temporal de dicha categoría (residencia habitual) al incluir los tiempos de las estancias a uno y otro lado de la frontera. Obviamente, con estas “expansiones” la noción de residencia habitual usada tradicionalmente en demografía, prácticamente pierde su anterior significado y relevancia como categoría analítica.

Se es “residente” de una comunidad transnacional, aún cuando se haya migrado de un país a otro, a la vez que se forma parte de una comunidad de transmigrantes, aún cuando no se haya modificado el lugar de residencia. La pertenencia a una comunidad transnacional, y por tanto, la participación de este proceso de transmigración, no implica necesariamente un desplazamiento continuo. Basta formar parte de una comunidad donde la transmigración le ha permitido expandir sus ámbitos territoriales de reproducción social y económica. En una comunidad transnacional no todos los miembros son transmigrantes, pero la transmigración es una práctica social que está presente en el horizonte de vida de todos y cada uno de los miembros de dicha comunidad.

Esto implica un cambio en la unidad de análisis y en el contenido de las categorías usadas en el entendimiento de la migración en los actuales contextos de globalización. Transmigración, transnacionalismo y comunidades transnacionales, son algunos de los conceptos que suelen usarse para dar cuenta de estas tendencias de la migración en esta era de globalización. A nuestro entender, sin embargo, se trata además de una necesaria expansión y ampliación del concepto mismo de “migración”. Si hubo un tiempo en que podíamos delimitar la migración como el flujo de individuos y fuerza de trabajo, hoy en día es claro que debemos ampliar su contenido incorporando la movilidad e intercambio de bienes culturales, información, y recursos materiales. Al migrar, en su propio desplazamiento, el individuo no sólo lleva consigo su persona y su fuerza de trabajo, sino que también lleva con él su cultura y su capital social. La migración así, no es sino una forma particular en que las redes y el capital social y cultural de una comunidad se expanden y consolidan en espacios cada vez más amplios y distantes.

c) Finalmente, la formación de comunidades transnacionales también plantea importantes potenciales de acción comunitaria para la defensa de los derechos de los miembros de estas comunidades que es importante señalar. Como el caso de las asociaciones de migrantes mexicanos descritas en la sección anterior de este trabajo, la movilización de los recursos económicos, materiales y políticos por medio de las mismas, permite el mantenimiento y renovación de vínculos transnacionales de estos migrantes tanto en sus comunidades de origen como de destino, así como la defensa de sus derechos humanos, laborales, políticos, y culturales.

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En este sentido, podemos identificar algunos espacios potenciales de acción que pudieran servir para fortalecer la defensa de los intereses de los trabajadores migrantes.

En primer lugar, si bien la canalización de remesas y otros recursos por medio de estas asociaciones a las comunidades de origen no deben pensarse como alternativas al desarrollo en un papel que debe asumir el Estado, programas de inversión en proyectos públicos como el “tres-por-uno” confiere a los inmigrantes una capacidad importante de negociación con agentes gubernamentales a la vez que le dan voz en la toma de decisiones sobre asuntos que afectan directamente a dichas comunidades.

Un segundo ámbito de acción se refiere al mejor aprovechamiento de las redes sociales de los migrantes en sus comunidades de destino para el desarrollo de coaliciones y alianzas con organizaciones civiles, sindicatos, organizaciones no gubernamentales, y otros actores políticos que buscan defender los derechos laborales, políticos y culturales de los inmigrantes. Es tal vez en este ámbito donde hay un camino más largo por recorrer. Por ejemplo, sólo recientemente políticos de origen latino y organizaciones chicanas en Estados Unidos han comenzado a fomentar un acercamiento con asociaciones de migrantes mexicanos en ciudades como Los Angeles al percatarse del enorme potencial de movilización que las redes sociales de estos migrantes ofrecen (Alarcón, 2000: 21). Particularmente, el uso de las redes y capital social de los trabajadores inmigrantes con fines de movilización sindical es un área que ofrece un enorme potencial que hasta ahora ha sido pobremente explorado. En un momento donde el nuevo sindicalismo en Estados Unidos está incorporado a trabajadores inmigrantes de bajos recursos como parte fundamental de su estrategia de revitalización (Milkman y Wong, 2000), las coaliciones entre sindicatos de determinadas industrias y asociaciones de trabajadores inmigrantes aparece como un campo particularmente fértil.

Para aprovechar el potencial que estas coaliciones pueden ofrecer, es sin embargo necesario superar algunos obstáculos que hasta ahora han dificultado el acercamiento entre ambos tipos de organizaciones. Por un lado, las asociaciones de inmigrantes han de superar el enfoque parroquial que caracteriza a muchas de ellas (Zabin y Escala, 1999: 35) ampliando su agenda de intereses para incorporar de manera más activa las necesidades que afectan a la población inmigrante que reside en Estados Unidos, como en el caso de la asociación de inmigrantes michoacanos en Chicago.

Por otro lado, los políticos, sindicatos, y asociaciones de Estados Unidos, han de desarrollar una mayor sensibilización y entendimiento de la propia comunidad inmigrante, sus formas de organización social, y la importancia que tienen tanto asociaciones institucionalizadas como otras agrupaciones de carácter más informal pero no por ello menos importantes como formas de articulación y cohesión social en dicha comunidad. Más allá de este ámbito, fundaciones filantrópicas, corporaciones, y agencias gubernamentales de los países de origen y destino de los migrantes interesados en la defensa de sus derechos habrán de buscar en el futuro formas de colaboración con estas asociaciones y desarrollar formas de cooperación con las mismas.

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