59523621 ulloa fernando novela clinica psicoanalitica

19

Upload: anavart524896

Post on 14-Oct-2015

17 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

  • Fernando O. Ulloa

    Novela clnica psicoanalticaHistorial de una prctica

    PAIDOS

    Buenos AiresBarcelona

    Mxico

  • Cubierta de Gustavo Macri

    Motivo de tapa:Fragmento de Cuadriga persa, dibujo de Mara Celia Gonzlez Gay la. edicin,1995

    Impreso en la Argentina - Printed in ArgentinaQueda hecho el depsito que previene la ley 11.723

    Copyright de todas las ediciones en castellano

    Editorial Paids SAICFDefensa 599, Buenos Aires

    Ediciones Paids Ibrica SAMariano Cub 92, Barcelona

    Editorial Paids Mexicana SA Rubn Daro 118, Mxico, D.F.

    La reproduccin total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idntica o modi-ficada, escrita a mquina, por el sistema "multigraph", mimegrafo, impreso por fotoco-pia, fotoduplicacin, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados.Cualquier utilizacin debe ser previamente solicitada.

    ISBN 950-12-4191-2

  • INDICE

    Prefacio I ........................................................................11Prefacio II .. . ...................................................................24

    PRIMERA PARTE

    I. Historial de una prctica clnica .....................................331. La narracin en la clnica ..........................................332. La nocin de herramienta clnica, algo personal .........383. La novela clnica neurtica de Don Pascual ................404. Pichon Rivire, un maestro que nunca fue ciruela ......555. Los barquitos pintados hicieron puerto en Rosario .....636. La asamblea clnica y la comunidad clnica ........ ........697. El primer seminario universitario sobre psicologainstitucional . ...................................................... ........758. Mi amigo Jos Bleger ...................................... ........779. Los grupos operativos disciplinados ................. ........8010. El xodo de los bastonazos ............................ ........8411. Los pasos metodolgicos como niveles de anlisisen el abordaje de una institucin ......................... ........8612. El acompaamiento corresponsable en unaintervencin institucional ..................................... ........9513. Otra vuelta por las herramientas clnicaspersonales ......................................................... ........10214. La abstinencia psicoanaltica, una actitud noindolente .....................................................................10915. La novela neurtica del psicoanlisis .......................11716. La ternura como fundamento de los derechoshumanos .....................................................................13117. Las campanas solidarias de Marie Langer . ...............14018. "H 8", algo ms que "llmelo hache" ... ...................14419. Adenda final ...................................... ...................149

    SEGUNDA PARTE

    II. Desde los procederes de la crtica literaria a laclnica psicoanaltica como un proceder crtico .................. 153

    1. El psicoanlisis y los procederes crticos ................... 1532. Consideraciones acerca de los aforismos .................. 174

    III. La tragedia y las instituciones .................................... 185IV. Propio anlisis ........................................................... 205

    TERCERA PARTE

    V. La difcil relacin del psicoanlisis con la no menosdifcil circunstancia de la salud mental ............................. 231

    1. "La salud mental, un desafo para el psicoanlisisen su siglo de vida" .................................................... 2312. Cultura de la mortificacin y proceso de manico-mializacin, una reactualizacin de las neurosis

    actuales [Aktualneurose] ................................................ 236VI. El lugar del sujeto y la produccin de subjetividad ...... 257

    1. As hablaba Cauqueo ............................................. 264

  • CUARTA PARTE

    VII. La amistad, el psicoanlisis y sus alrededores ............2691. Cuentos con tigres y alguna rata .............................2692. Del amor por las palabras y las palabras amigas ........2733. La poco amable poltica de Tebas ............ , ..............275

    VIII. Tres mbitos y sus modos correspondientes deamistad ............................... : .................................. 287

    IX. La amistad en el psicoanlisis ..................... :......: ..... 3011. Una preocupacin personal temprana ..... .................3012. Relaciones entre candidatos II ................ ................ 3043. Los duelos esenciales de lo conocido no sabido ........ 318

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 6

    V. LA DIFCIL RELACIN DEL PSICOANLISISCON LA NO MENOS DIFCIL CIRCUNSTANCIA

    DE LA SALUD MENTAL

    1. "LA SALUD MENTAL, UN DESAFO PARA EL PSICOANLISIS ENSU SIGLO DE VIDA"

    ste fue el ttulo de una charla abierta, seguida de dos seminarios, que dirig en octu-bre de 1994 en Barcelona, en la sede del IPSI, institucin psicoanaltica que dirige miamigo Valentn Baremblitt.

    Los textos que componen esta tercera parte contienen dispersas las principales ideasall desarrolladas.

    "Cultura de la mortificacin y proceso de manicomializacin" fue la ponencia con quecerr un congreso de psicoanlisis y tcnicas grupales, realizado unos das antes en Za-ragoza. Fui invitado a estas jornadas por otros amigos espaoles, Nicols e Isabel Capa-rrs.

    Tambin fueron amigos -Victorio y Elvira Nicolini- los que en ese mismo viaje me pro-pusieron dar una conferencia y un posterior seminario en el Departamento de Psicologade la Universidad de Bologna, sobre temas semejantes, quiz ms centrados en procede-res clnicos.

    Es la amistad ttulo suficiente para acceder a estas actividades? No lo es el meroamiguismo, pero si este sentimiento est sostenido por aos de acompaamiento en eldesarrollo de actividades psicoanalticas, compartiendo una visin del mundo y un com-promiso tico semejante, est claro que se validan ttulos. La amistad, cuando es solida-ria con la produccin en comn de inteligencia, puede generar la valenta, el alegre talan-te y hasta el adueamiento del propio cuerpo, necesarios para habrselas con la resigna-da mortificacin hecha cultura, aquella donde zozobra el sujeto frente a la moral con va-lor de estadstica.

    Pero no basta la amistad, siempre algo fortuita, para estos cometidos que enfocan laartesana clnica sobre lo social, desde la perspectiva del psicoanlisis; tambin es im-prescindible la atenta consideracin de los procesos ntimos donde zozobra, sobrevive ose afirma la produccin viva d subjetividad. Por esto incluyo algunos pasajes de un tex-to con el que particip en un seminario sobre "El lugar del sujeto hacia el fin del milenio".Durante varios meses, distintos expositores sostuvieron en l dismiles e incluso encon-tradas propuestas, a lo largo de un debate crtico que apuntaba a dar respuestas al ago-bio y desconcierto socio-cultural con que nos aproximamos al fin de siglo y de milenio.Tuvo lugar en ATE, sede del sindicato de trabajadores del estado.

    Termino con un breve texto, relacionado con los quince aos de esfuerzos de las Ma-dres de Plaza de Mayo.

    Es posible que el trmino "desafo", aplicado al psicoanlisis, que encabeza esta terce-ra parte, presente ms inconvenientes que beneficios, sobre todo si aproxima la idea untanto grotesca de un analista militante de su causa.

    Siempre me ha parecido opuesta a los procederes crticos y autocrticos asumirse mili-tante de alguna posicin psicoanaltica, defendiendo una pertenencia escolstica, en ge-neral sujeta a jefaturas transferenciales. Esto sin dejar de reconocer que un psicoanalis-ta, ms an si est comprometido en una prctica social, es una persona no neutralizadaen su condicin poltica, como un aspecto constitutivo de su subjetividad. No tiene porqu dejar de ser activo ciudadano de su ciudad, si esto cuadra a su deseo.

    Claro que confiero un lugar destacado a la perspectiva poltica, a partir de mi propiaexperiencia en la numerosidad social, trabajando desde un inters por la salud mental.Una actividad estrechamente entramada con la cultura y atenta a la causa de los dere-

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 7

    chos humanos, en un sentido amplio y cotidiano, que va ms all del valor indeclinableque esta idea tiene frente a las groseras transgresiones de la impunidad represora.

    Las militancias psicoanalticas suelen ser secuelas de procesos transferenciales confuerte desarrollo, sin que tenga lugar concomitantemente su anlisis. Algo pasible de serenglobado bajo el nombre -un poco extrao- de analistas-ianos, aquellos adscritos a "unianismo" encabezado por las figuras principales de la historia del psicoanlisis (freudia-nos, kleinianos, lacanianos, etctera).

    Es innecesario destacar que este "ianismo" nada tiene que ver con la rigurosa toma deposicin con que muchos analistas profundizan y acrecientan las lneas conceptuales deestos maestros. Se suele rechazar con algn fundamento esta nominacin de maestrodentro de la transmisin psicoanaltica, mas es imposible negar la maestra de aquellosque, a lo largo del siglo de vida del psicoanlisis, han promovido estmulo transferencialpara hacer de quienes toman una determinada lnea conceptual, algo ms que alumnos(privados de propia luz) y s acrecentadores de un pensamiento. Entonces, la pertenenciafreudiana, kleiniana, lacaniana u otra cualquiera es, primero, adueamiento de las pro-pias pertenencias singulares de cada sujeto.

    Estas coherencias conceptuales son requisito necesario para articular la prctica psi-coanaltica con la salud mental. Un desafo metodolgico y tcnico, habida cuenta de queun analista en esas condiciones debe abandonar los tradicionales dispositivos de una dis-ciplina, puesta a punto jugando de local, para enfrentarse, visitante, con las produccionessocioculturales, sobre las que se despliega la idea de salud mental, munido de la mayorriqueza conceptual posible -y no slo la psicoanaltica-.

    La nocin de cultura que utilizo como soporte y entramado de la salud mental, la de-sarrolla muy bien Freud en los captulos iniciales de El porvenir de una ilusin, ttulo quehoy, frente a algunos avances de la posmodernidad y las claudicaciones de los horizontesde la modernidad, suele expresarse, casi como un lugar comn, en zozobrante ilusin deun porvenir.

    La perspectiva del abordaje psicoanaltico de este encimamiento entre salud mental ycultura supone trabajar con las organizaciones institucionales, en tanto lugares donde seprocesan los esfuerzos para obtener los bienes necesarios a la organizacin y subsisten-cia de las gentes.

    Resulta algo paradjico que el enriquecimiento conceptual y metodolgico que va ad-quiriendo un psicoanalista, decidido a sostener su quehacer en la numerosidad social, confrecuencia lo llevar a considerar el campo de la pobreza como mbito de su accin clni-ca, dado-que es en 'el escndalo de la marginacin y sus miserias donde el sujeto apare-ce en situacin de mxima emergencia.

    Un psicoanalista que pretenda trabajar en sectores sociales empobrecidos habr deoperar sobre el trptico salud mental/ tica/derechos humanos, como ruedas-engranajesdel abordaje clnico. El atascamiento de uno de estos engranajes altera los otros, y la di-namizacin de uno cualquiera de ellos dinamiza a los dems.

    Si el psicoanlisis se ha planteado, en las ltimas dcadas, no retroceder frente a lapsicosis, qu decir frente a esta situacin lmite, ms abarcativa an que la locura?

    Esta opcin es algo inherente al psicoanlisis y su tica y no caben consideracionessamaritanas que de hecho cuestionaran al mismo psicoanlisis, reducido a prctica pro-teccionista.

    No me estoy refiriendo a un psicoanlisis de la pobreza, cosa que implicara una psico-logizacin totalmente ilegtima de la marginacin, sino al psicoanlisis en la pobreza.Cuando digo pobreza me refiero tanto al escndalo que promueve en los sectores msmarginados, como a aquellas organizaciones institucionales, por lo comn del mbitoasistencial o educativo, que presentan una carencia crnica de recursos, no slo de equi-pamiento y presupuesto, sino en cuanto a la capacitacin-de sus integrantes. Resulta to-do un sntoma que precisamente sean las instituciones ms pobres las que deban ocu-

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 8

    parse de los sectores empobrecidos, aunque no necesariamente es de psicoanalistas po-bres encaminar estas prcticas.

    Ya veremos cmo los procesos de manicomializacin que infiltran el quehacer asisten-cial, aun en condiciones de cierto confort econmico y cultural, suponen, en cuanto aproduccin de subjetividad, un pertinaz empobrecimiento en quienes tienen la responsa-bilidad de conducir estos organismos. Por supuesto que existen excepciones.

    La insercin del psicoanlisis en el campo de la cultura cotidiana revitaliza y abre nue-vas perspectivas, por cierto en arduo proceso, no fcil de sostener, entre otras razonesporque el psicoanlisis debe renunciar a cierta pretensin hegemnica acerca de su sa-ber. Esto est marcado por el viraje de la clsica formulacin de Freud, en el sentido de"El mltiple inters del psicoanlisis para otras disciplinas", al planteo contrario: el mlti-ple inters del psicoanlisis por otras disciplinas. Se gana as una ptica ms abarcativa yun enriquecimiento no necesariamente interdisciplinario, en el que el psicoanlisis no for-zar arbitrarias articulaciones con otras ciencias, aun si reconoce que en ocasiones tam-bin de ah se pueden extraer algunos beneficios.

    Ser necesario, no obstante, estar atento a no hacer reduccionismos conceptuales nimetodolgicos de la nocin y del accionar inconsciente. Cuando este reduccionismo seopera desde explicaciones mdico-biolgicas, sociolgicas, filosficas, etctera, desapa-rece el carcter esencial del descubrimiento freudiano, a la par que se psicologizan arbi-trariamente estas prcticas. Baste con no dejar de advertir la incidencia abarcativa de losfactores inconscientes en todo aquel que sostiene su disciplina, cualquiera que sta sea.Pero esta definitiva importancia del sujeto del inconsciente no da patente de corso al psi-coanlisis. As entiendo ese mltiple y recproco inters que dinamiza saberes.

    En el orden personal, esta dinamizacin me anim a incursionar en campos como la f-sica y sus concepciones sobre el tiempo csmico, el cuntico y el que corresponde a latemporalidad psquica. El tiempo abre perspectivas por dems interesantes en cuanto ala constitucin del aparato psquico y a los procesos del aprender, a partir del nacimientomismo y el consecuente despliegue de la subjetividad. Otra rea que quiz tambin pa-rezca extra-psicoanaltica es la de los procederes crticos, aunque es obvio que la clnica,sobre todo la que sostiene nuestra prctica, es esencialmente un quehacer crtico.

    Esto, por supuesto, coloca en beneficiosa tensin la disciplina de la abstinencia y la noneutralizacin del operador, aun respetando lo que se conoce como neutralidad clnica.Una tensin benfica que aleja al psicoanlisis de las tentaciones indolentes.

    La idea que quiero destacar es que el psicoanlisis concebido como una disciplina, enla que teora y prctica se cierran sobre s mismas, puede impulsar un proceso de morti-ficacin que promueve formas rituales propias del "ianismo", entrando en la palidez mor-tecina de una prctica retrica, e incluso vaca, incapaz de registrar los matices que tieneenfrente y apagando el carcter revulsivo de los procesos inconscientes.

    Lo anterior pretende ilustrar -tal vez slo sugerir- el modo como un psicoanalista quese proponga no retroceder frente a las condiciones del sujeto en emergencia, sobre todocuando se contextan las distintas versiones de la pobreza, deber presentar un equipa-miento conceptual y metodolgico nada pobre, capaz de representar alguna oportunidadpara revertir la agona del sujeto coartado. Frente a esta situacin, el psicoanlisis tienealgo que decir, aunque sea preciso saber que no tiene que decir todo ni lo ms importan-te. Pero lo que diga ser fundamental, cuando empiece por decirlo de s mismo a travsde quienes asumen la responsabilidad de enfrentar situaciones como la mortificacin,tema del que enseguida habremos de ocuparnos.

    2. CULTURA DE LA MORTIFICACIN Y PROCESO DE MANICOMIA-LIZACIN UNA REACTUALIZACIN DE LAS NEUROSIS ACTUA-LES [AKTUALNEUROSE]

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 9

    Hace un tiempo, en un reportaje inicialmente referido a la inquietud de una periodistaque deba hacer una nota acerca de una estadstica, al parecer demostrativa de una no-toria merma de las relaciones sexuales en la poblacin general, introduje la nocin de"mortificacin". Me refera con ella a una verdadera produccin cultural, que cada vez pa-rece involucrar a sectores sociales ms amplios. La idea central consideraba que si lasestadsticas monitoreaban realmente una merma en la produccin ertica, deba existiralguna razn especfica, con valor de factor epidemiolgico, para esta situacin. A esasupuesta razn con valor de hiptesis, que propuse en ese reportaje, la denomin "cultu-ra de la mortificacin".

    No dej de sorprenderme que una nota en la cual aluda a cosas bastante conocidasde mi prctica psicoanaltica en el mbito social, provocara un considerable nmero dellamados telefnicos, alguna carta e incluso invitaciones a discutir mis ideas en mbitosinteresados en el psicoanlisis y lo social; pero sobre todo, atrajo mi atencin el nmerode comunicaciones, en general breves y con tono de reconocimiento, de personas que noconoca, alejadas de Buenos Aires e incluso del quehacer psicolgico.

    Reflexionando sobre la naturaleza de esta resonancia, encontr una explicacin rela-cionada con algunas observaciones de la clnica psicoanaltica frente a pacientes inten-samente angustiados durante una entrevista, as como en consultas telefnicas con per-sonas desconocidas, a quienes posiblemente no habra de entrevistar, dado que el llama-do se hace desde una distancia geogrfica ms o menos insalvable en lo inmediato. Enesas condiciones, en que estn muy mermadas las posibilidades de conseguir algn be-neficio clnico para quien demanda, solemos experimentar, tal vez paradjicamente, unparticular empeo por aliviar su sufrimiento.

    La experiencia muestra lo importante que resulta para ese propsito, nombrar consentido diagnstico no ya el afecto angustiante destacado sino un matiz ms preciso deese sufrimiento. No es lo mismo decir, en trminos generales, "Usted est angustiado",cosa obvia y redundante, que sealar a nuestro interlocutor, con mayor precisin, queest preocupado, asustado, enojado, desesperanzado, o desesperado; se trata de aludira los matices propios de la tristeza, que complementan todas estas posibilidades. Inclusose puede intentar explorar la magnitud de esos sentimientos. Una forma eficaz de inter-vencin es aludir al sufrimiento de nuestro interlocutor en relacin con lo experimentadocorporalmente: un gran peso, algo que lo inunda, su cabeza ocupada, la falta de fuerzas,etctera.

    Si logramos nombrar con cierta justeza el matiz emocional de quien nos demanda, po-siblemente los efectos han de reflejarse en un dilogo que empieza a adquirir un animosoentendimiento mutuo, que no exista de entrada; avanza entonces la impresin de algodistinto y auspicioso que comienza a suceder.

    La conciencia compartida de un sufrimiento reconocido abre la posibilidad de reducirlos efectos de la angustia txica sobre el vegetativo corporal de quien demanda ayuda,permitindole investir libidinalmente una idea que se har pensamiento y dilogo; a par-tir de ah, ser viable, aun a distancia, establecer una produccin transferencial con ex-pectativas de alivio. En ese estado, quiz llegue a dibujarse un paso siguiente, por dondeempiece a circular la inteligencia necesaria para buscar salida a los infortunios de la viday los avatares neurticos que han paralizado al sujeto. Todo esto si recordamos -un tantoaforsticamente- que la clnica psicoanaltica no promete la felicidad pero tampoco ladesmiente, en la medida en que se pretende aportar algn alivio (aun el de la meditadatristeza, cuando se trata de un pesar inevitable).

    Algo semejante parece haber ocurrido cuando introdujo en aquel reportaje la frase"cultura de la mortificacin". Debo haber nombrado, sin proponrmelo y bastante ajusta-damente, un matiz del sufrimiento social contemporneo que afecta a sectores an no

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 10

    del todo sumergidos en la mudez sorda y ciega de la mortificacin. Las gentes en estasituacin son testigos, dira en peligro, amenazados por esa mortificacin en la que toda-va no han zozobrado. Por eso aparecen sensibles cuando se nombra el matiz del sufri-miento, advirtiendo en ello una salida, aunque sea simplemente la de hacer inteligenciacompartida sobre esa realidad. Cabe aqu hablar de cultura en sentido estricto, pues noha desaparecido la produccin de pensamiento ni el suficiente valor para resistir, bajo laforma de protesta que incluso puede animar alguna transgresin, enfrentando un estadode cosas que en el mbito institucional de esa persona provoca sufrimiento.

    Cuando zozobra la conciencia de mortificacin, se abre paso una pasividad quejosa yalguna ocasional infraccin, respecto de las cuales es impropio sostener el significado deltrmino cultura. Tal vez cabe pensar en una suerte de sociedad annima de mortificados,en la que pueden comenzar a darse los mecanismos que en el captulo de la salud mentalcorresponden a los procesos manicomiales, como formas clnicas terminales de la mortifi-cacin que afectan a algunos, mientras la mayora quedar englobada en un marcadoempobrecimiento subjetivo. A estos ltimos, difcilmente los alcance algn mensaje comoel sealado al comienzo. Algo ms que sutiles matices se necesitan para conmover elacostumbramiento y la coartacin que experimentan como sujetos.

    Le asigno al trmino "mortificacin", ms que el obvio valor que lo liga a morir, el demortecino, por falta de fuerza, apagado, sin viveza, en relacin con un cuerpo agobiadopor la astenia cercano al viejo cuadro clnico de la neurastenia, incluido el valor popularde este ltimo trmino como malhumor. Un malhumor que en algunas ciudades comoBuenos Aires bien puede denominarse "humor del carajo", expresin que declina en sucarcter de insulto fuerte, para expresar con mayor justeza un sentimiento personal dedolor enojado e impotente.

    La mortificacin aparece por momentos acompaada de distintos grados de fatiga cr-nica, para la que peridicamente se ensayan explicaciones etiolgicas, que van desdeformas ambiguas del stress hasta patologas virales difusas o definidas, como los citome-galovirus e incluso las denominadas encefalitis milgicas, en los cuadros mayores y dolo-rosos.

    Un cansancio sostenido parece haberse instalado en muchos cuerpos en este fin demilenio, que actualiza una figura arqueolgica de la psicopatologa del fin de siglo pasa-do, descrita por Freud como actual neurosis; sus formas ms conocidas son la hipocon-dra, la neurosis de angustia y la neurastenia.

    Hechas estas aclaraciones, encuentro til seguir empleando el trmino mortificacin.Una vez que ella se ha instalado, insisto, el sujeto se encuentra coartado, al borde de lasupresin como individuo pensante.

    Existen algunos indicadores ms o menos tpicos de esta situacin, tales como la des-aparicin de la valenta, que da lugar a la resignacin acobardada; la merma de la inteli-gencia, e incluso el establecimiento de una suerte de idiotismo, en el sentido que el tr-mino tena en la antigua Grecia, cuando aluda a aquel que al no tener ideas claras acer-ca de lo que le sucede en relacin con lo que hace, tampoco puede dar cuenta pblica oprivadamente de su situacin. En esto consista la condicin de idiota, un tanto alejadadel significado actual, ms insultante. Es el sentido diagnstico de entonces el que aqurecupero.

    Tampoco puede haber alegra en la mortificacin y es obvio el resentimiento de la vidaertica, posiblemente la causa epidemiolgica a la que aluda en el reportaje.

    En estas condiciones disminuye y aun desaparece el accionar crtico y mucho ms elde la autocrtica. En su lugar se instala una queja que nunca asume la categora de pro-testa, como si el individuo se apoyara ms en sus debilidades, para buscar la piedad deaquellos que lo oprimen.

    Como ya seal, no habr demasiadas transgresiones, a lo sumo, algunas infraccio-nes. La transgresin es fundadora, en el sentido en que implica un principio de respuesta

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 11

    mayor, a cara o cruz; tambin supone el riesgo de morir en la demanda. No as la infrac-cin, que se conforma en general con obtener alguna mezquina ventaja, aprovechandocircunstancias propicias, a la manera de "bailemos en el bosque mientras el lobo no es-t...". Quienes se encuentran en estas condiciones culturales, tienden a esperar solucio-nes imaginarias a sus problemas, sin que stas dependan de su propio esfuerzo. Esto loshace, con frecuencia, propensos a elegir conductores polticos entre quienes mejor y dehecho, ms "mentirosamente", se ajusten a este ideario imaginativo. El fcil engao escomn en la mortificacin.

    ste es un primer abordaje de la idea, como condensacin de sufrimiento y muerte-bsicamente del sujeto-, que en sus extremos mayores llega a producir autmatas "idio-tas" griegos.

    Esta aproximacin a la mortificaci1n se har mayor si la contrastamos con otra figurafundamental en el desarrollo cultural humano, de la que me he ocupado con frecuenciabajo el nombre algo genrico de "institucin de la ternura". El trmino aplicado a "institu-cin", que califica la ternura -la inicial materno infantil- alude al hecho de que bien puededecirse de ella que se trata del oficio ms viejo de la humanidad, del que todos hemossacado tanto beneficio como perjuicio. En este sentido, la ternura tiene prioridad sobreuna antiqusima forma de mortificacin social, a la que habitualmente se ubica en el prin-cipio de los tiempos: la prostitucin.

    A la ternura se la identifica, en general, con la debilidad y no con la fortaleza, y se larefiere tanto a la invalidez infantil como a los aspectos fuertemente dbiles del amor. Sinembargo, la ternura es el escenario mayor donde se da el rotundo pasaje del sujeto-nacido cachorro animal y con un precario paquete instintivo- a la condicin pulsionalhumana. Es motor primersimo de la cultura, y en sus gestos y suministros habr de co-menzar a forjarse el sujeto tico.

    La ternura es un gesto transmisor de toda la cultura histrica que habr de imprimirseen el sujeto infantil. Gesto transmisor que, tanto en la remota era de piedra como en lade las estrellas, siempre habr de producir memoria que no hace recuerdos, pero s elalma -patria primera de los hombres, al decir del poeta.

    En funcin de sus atributos bsicos, la ternura ser abrigo frente a los rigores de la in-temperie, alimento frente a los del hambre y fundamentalmente buen trato, como escudoprotector ante las violencias inevitables del vivir.

    De "buen trato" proviene "tratamiento", en el sentido de "cura", y esto, por contraste,nos lleva a entender ms la mortificacin, sobre todo cuando nos enfrentamos con unade sus formas terminales, que es paradigma de maltrato y mxima patologa de los tra-tamientos cuando organizan el manicomio, no necesariamente limitado a la institucinhospitalaria.

    Hablar de un tema tan polifactico y controvertido como el de la manicomializacin ysu articulacin con la mortificacin puede implicar el riesgo de dispersin que remede lalocura, o el de una arbitraria simplificacin propia del maltrato manicomial. Con estas dosideas, locura y maltrato, introduzco algo que en mi criterio configura un proceso centralen la manicomializacin, que podra ser formulado as: la locura promueve con frecuenciareacciones de maltrato -y el maltrato incrementa el sufrimiento de la locura, incluso lapsicosis. Este maltrato no slo est referido al fastidio, el miedo, la rabia que suele des-pertar el trato con la locura, sino que hay algo ms especfico, inherente a la locura mis-ma, promotor de reacciones en quienes tienen a cargo su cuidado. lida Fernndez, ensu libro Diagnosticar la psicosis,1 desarrolla al respecto interesantes ideas, que inspiraronlas mas. En primer trmino, hay dificultades diagnsticas, ya sea porque la certeza o laincongruencia del decir loco hacen difcil entenderlo y, en consecuencia, poner en pala-

    1 lida Fernndez, Diagnosticar la psicosis, Buenos Aires, Data Editorial, 1993.

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 12

    bras ese diagnstico. Por esta razn, con frecuencia queda encuadrado de un modo es-tndar, con todos los beneficios de la nosografia, pero tambin con todas las arbitrarie-dades anuladoras de la singularidad clnica de ese sujeto. A menudo se lo etiqueta, nomenos ambiguamente, como psictico, esquizofrnico, manaco, depresivo -y ah zozobrael sujeto.

    En esa estandarizacin que anula al sujeto puede fcilmente deslizarse el maltrato, unmaltrato que comienza por repudiar el porqu y el para qu de los sntomas, sobre todocuando stos asumen formas delirantes.

    Pero al mismo tiempo que el problema es diagnstico, tambin es pronstico, porquelas dificultades que provocan las incertidumbres del primero, sugieren cronicidad o dete-rioro, o al menos lo incierto. Si no se sabe qu decir diagnsticamente, tambin es difcilsaber qu hacer desde el punto de vista del pronstico. Entonces aparecen los tratamien-tos que cortan por lo sano, vale decir que cortan todo lo sano. El encierro comienza porser diagnstico y pronstico y termina manicomial. Hay ocasiones en que es necesariointernar a un paciente, pero hacerlo resulta totalmente distinto al saber y expresar quese trata de un modo de reconocida impotencia del operador, y no un proceder dictadodesde la soberbia, para enmascarar una eventual invalidez del clnico. Saberlo es de buenmanejo clnico.

    Este acontecer de la locura provocando maltrato, el que a su vez acrecienta la locura,es un hecho central en el proceso de manicomializacin. Una sobredeterminacin conver-gente que instaura la situacin concreta, donde los locos inventan la conducta de los psi-quiatras y stos inventan a los locos; ningn espacio para la simbolizacin, ningn espa-cio ldico para la creacin de inteligencia, para el pensamiento crtico.

    Si como seal antes la ternura crea el alma como patria primera del sujeto, el mani-comio, institucin del maltrato por excelencia, inspira desalmados, cuerpos aptridas devida. Puede que en l exista el abrigo, pero impregnado de desamparo; el alimento esta-r ms prximo a la carroa que a la leche, pero sobre todo, prevalecer la automatiza-cin del trato de la maldad, que abarcar a tratados y tratantes, incluso responsables yejecutores de esa situacin. Es en este sentido que la mortificacin, bajo su aspecto ma-nicomial terminal o en las formas ms leves que lo preceden, es el paradigma opuesto ala ternura.

    Pero la historia de la manicomializacin no comienza en el manicomio; suele iniciarseen la cuna. En la de todo ser humano y en la de la civilizacin, muy especialmente en lade todo proyecto que se propone hacer algo en relacin con la salud y, en especial, conese concepto por momentos equvoco de la salud mental, como produccin cultural ocomo entramado que teje y desteje la idea de salud y enfermedad mental -y de hecho lacorrupcin manicomial-.

    Si la cultura se expresa en obras, no slo de arte sino en toda produccin consecuentecon el saber y hacer del hombre para conseguir los bienes y los males del vivir, el mani-comio tambin es una obra de arte, un clsico en el arte del oprobio. Cada ciudad tienesus talleres y museos manicomiales, donde recrea y expresa las desvergenzas de lamortificacin.

    A partir de este teln de fondo que amalgama cultura y salud mental y donde lo mani-comial es la forma clnica terminal del maltrato, pueden suponerse formas previas de es-te estado final, que desde una perspectiva clnica podran ser diagnosticadas temprana-mente. Tal vez formas sub-clnicas capaces de infiltrar, desde el comienzo, todo proyectocultural -y principalmente aquellos que se ocupan de preservar la salud-.

    Cada vez que arbitrariamente prevalece la ley del ms fuerte y se instaura lo que bienpuede denominarse la protoescena manicomial, la encerrona trgica, se avecinan losprocesos manicomiales, presentes o futuros. Los encierros de esta naturaleza ocurren enla familia, la escuela, el trabajo, las relaciones polticas y en toda mortificacin ms o

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 13

    menos culturalizada, extendiendo la mancha hacia una prctica poltico-administrativaque perfecciona los dos lugares clsicos de marginadores y marginados.

    Todos los programas de salud pueden ser infiltrados desde posiciones religiosas, filo-sficas, epistmicas, cualquiera que sea la teora a la que se refieran, incluso la metapsi-colgica. Tambin desde la poltica, la economa. Permanentemente un programa estsometido a estos avatares.

    Una propuesta que pretenda preservarse de la degradacin manicomializante debe sercontinuamente replanteada en su proceso, sometida a la produccin crtica colectiva, co-mo intento de verificar los conocimientos de esa propuesta y su relacin con los objeti-vos, y preservada de las desviaciones y los reciclajes del maltrato. Esto implica crear loque puede denominarse como garanta colectiva, la que emerge precisamente de estequehacer crtico. Son los propios responsables de la salud, en el campo concreto y no so-lamente en las instancias de planificacin, quienes deben mantener la suficiente autoges-tin correctora de su propio quehacer y defender los buenos tratamientos, una prcticaque comienza por considerarlos a ellos mismos, en relacin con el modo de maltrato queen ese programa puede llegar a concernirlos.

    Es un hecho la cantidad de intentos desmanicomializantes vlidos que se realizan, aunen pleno centro del maltrato manicomial, pero tambin es un hecho el carcter fragmen-tario y aislado de estas acciones. Es que en la cultura de la mortificacin, la intimidacinapaga la intimidad necesaria para que un discurso y un accionar vlidos sean escucha-dos. Por eso es tan importante restablecer la resonancia ntima en quienes se atreven aenfrentar la intimidacin manicomial.

    Qu otra cosa puede significar la resonancia ntima, como no sea el estar atento a laproduccin de subjetividad, esa que desde todos los tiempos aparece sostenida por lainteligencia, por la valenta y tambin por el contentamiento provenientes de aquello quese intenta esforzadamente hacer bien? Todo esto ajustado a una visin del mundo y allugar que uno se ha propuesto ocupar ah. Sin duda, los procesos de desmanicomializa-cin son urgentes en lo que concierne a las formas ms graves, representadas no slopor los manicomios sino por muchas otras configuraciones de encerronas trgicas en losprogramas de salud y en los sociales. Pero dichos procesos son continuos, nunca termi-nan y requieren continuas rupturas.

    No se trata de una ruptura que habr de producirse en el futuro; es ruptura ahora, yaque si en la encerrona manicomializadora, en sus formas iniciales, juega la esperanza dealguna luz en el extremo del tnel, probablemente desemboque en lo manicomial. Ocurreque esa luz es con frecuencia la engaosa entrada de la mortificacin y sus cadveres.Son "luces malas", a la manera de los fuegos fatuos que en el campo producen las ali-maas al remover el fsforo de las osamentas en descomposicin. Aqu, las osamentasson los restos mortales de lo que tal vez fueron, en sus comienzos, buenos proyectos.

    Los muros de las formas manicomializantes y de los propios manicomios se rompenhacia el costado de lo inmediato, nica actitud correcta capaz de levantar el escndalonecesario que se niega a someterse a la familiaridad con lo siniestro.

    He sealado que la nica utopa eficaz es la utopa actual, aquella que al negarse aaceptar lo que niega la evidencia atroz, no se juega esperanzada al engao del tnel ma-nicomial.

    Importa mucho, pero puede que no se tenga xito inmediato; hay que seguir inten-tando esa ruptura del tnel, sin consolarse con la mala conciencia de que la intencinbasta.

    No siempre es sencillo vaciar un manicomio, pero el objetivo perentorio es romper laanestesiada ideologa manicomial. Tambin es prioridad desarmar las estaciones mani-comiales previas, para no seguir alimentando esos museos del horror.

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 14

    Hechas estas breves consideraciones acerca del manicomio, ese "cuidado de la mana"que termina maniatando todo cuidado, voy a retomar la enfermedad bsica de la mortifi-cacin.

    Acced gradualmente a la idea de la cultura de la mortificacin a travs de la descrip-cin de algunas figuras de la psicopatologa institucional. Primero me ocup de una ma-nera un tanto analgica, y luego con ms precisin, de extrapolar a la dinmica institu-cional, tal como ya lo adelant, aquello que Freud describi, en los comienzos de su prc-tica, como "neurosis actuales". Aluda as a los trastornos en la circulacin libidinal quealgunos comportamientos sexuales promovan en los pacientes; veremos que algo seme-jante ocurre en la situacin que estoy describiendo. Ms adelante puse a punto un cuadroque denomin "sndrome de violentacin institucional" (SVI).

    Posiblemente, a partir de mi inters por la tragedia y su presencia larvada o franca enlos dinamismos institucionales, y basado de hecho en mi trabajo con los organismos deDerechos Humanos, llegu a ocuparme de una figura que considero de particular rele-vancia y que conceptualic como "encerrona trgica".

    La encerrona trgica, por su frecuencia en muchos mbitos de la cultura -y especial-mente de la cultura institucional-, puede analogarse a una suerte de virus epidemiolgicocausante de la mortificacin.

    Me ocupar primero del sndrome de violentacin institucional, luego de la encerronatrgica, y dejar para un tercer lugar las neurosis actuales, no tanto porque su linaje psi-coanaltico prometa favorecer el accionar del psicoanlisis en las instituciones, sino todolo contrario; con frecuencia, constituyen las trampas mayores que tornan estril un in-tento psicoanaltico y hacen de l un mero recurso administrativo-organizacional.

    La constitucin de toda cultura institucional supone cierta violentacin legtimamenteacordada, que permita establecer las normas indispensables para el funcionamiento delas actividades de esa institucin. Esto es un principio general de la cultura y constituyeun justo precio, por tratarse del pasaje de lo privado a lo pblico -y de hecho a las pau-tas que deben ser consensuadas-.

    Cuando esta violentacin se hace arbitraria en grados y orgenes diferentes, se confi-gura el SVI, que cobrar distintas formas y niveles de gravedad. Las personas que convi-ven con esta violentacin vern afectados notablemente la modalidad y el sentido de sutrabajo; ste empieza por perder funcionalidad vocacional, a expensas de los automatis-mos sintomticos que nada tienen que ver con la economa tcnica para desarrollar unaactividad conocida. Es as como se configuran verdaderas caracteropatas, en las que lossntomas cobran valor de normalidad y expresan la trpida situacin conflictiva en quevive el afectado. ste perder eficacia responsable y, sobre todo, habilidad creativa, porejemplo, la necesaria para la atencin de un paciente cuando se trata de una institucinasistencial. Precisamente es en los hospitales donde ms he tenido oportunidad de ob-servar este cuadro.

    En estas condiciones es difcil que alguien a cargo de un paciente, cualquiera que seasu rango y el tipo de prestacin que brinde, pueda considerar la singularidad personal yla particular situacin de quien lo demanda sufriente, cuestin fundamental para que loscuidados de un tratamiento se ajusten a lo que he denominado "buen trato"; me refierocon ello no slo a los especficos sino a toda relacin social con un paciente dentro de unmbito clnico que integra el accionar teraputico.

    Taxi extendido resulta este---des-trato en el mbito asistencial, que con frecuencia,cuando en una institucin de esta naturaleza alguien recibe una atencin considerada,suele pregonar las singulares excelencias de ese centro de atencin hasta en las cartasde lectores de un diario.

    Debo insistir en que es propio del SVI la prdida de funcionalidad de los operadores,degradados a funcionarios sintomticos. El mismo trmino "funcionario" aparece como

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 15

    paradigma del burocratismo al representar lo que se conoce como "el pequeo granhombre". En general, l mismo es vctima de la violentacin aunque se constituya, consobrados mritos, en un ejecutor manifiesto de ella frente a propios y extraos. Estepequeo gran hombre encarna, en los casos mayores, la grotesca figura del demiurgo,un diosuelo menor y autoridad local mxima.

    Este autoritarismo, consecuencia visible del SVI, es percibido, quiz con escndalo ini-cial, por cualquier prestatario que concurra a la institucin o por cualquier novato reclu-tado por ella. Es probable que al cabo de un tiempo tanto uno como otro zozobren obli-gadamente a la costumbre, a cambio de mantener la expectativa de recibir algn benefi-cio de la institucin.

    Hablando de los novatos recin reclutados, puedo citar un ejemplo del SVI que por sufrecuencia resulta por dems ilustrativo. Pensemos en cualquier joven residente de Psico-loga o de Medicina, afligido al ver cmo se derrumban sus expectativas vocacionales,aquellas que lo llevaron a sostener durante aos sus estudios universitarios, para atrave-sar ms tarde los competitivos exmenes con que gan su residencia. Ante la realidadque enfrenta, aquellas motivaciones vocacionales aparecen como un juvenil e ingenuoidealismo. Si no se modifica esta situacin, pronto habrn de caducar sus jvenes entu-siasmos, sobre todo cuando las promesas de capacitacin, como suele suceder con fre-cuencia, no son atendidas adecuadamente -salvo que l mismo y sus compaeros se es-fuercen por organizar algn sistema que las satisfaga-. Tambin sufrir el desengao deuna magra retribucin econmica, que lo aleja del legtimo derecho a vivir de su trabajo.

    En estas condiciones, es posible que los principios ticos que presidieron hasta esemomento sus expectativas de estudiante y de joven graduado se vean conmovidos nega-tivamente. No es para nada un corrupto, mas la degradacin de cuatro aspectos impor-tantes de su quehacer, por efecto de un sistema que s lo es y que lo oprime, hace de luna vctima clara del SVI.

    Esta violentacin institucional implica la presencia de una intimidacin, ms o menossorda en funcin del acostumbramiento, que conspira contra la imprescindible intimidadpara investir de inters personal la tarea que desarrolla. Frente a este desinters por lopropio, mal puede alguien prestar atencin considerada a la actividad y al decir de losotros. Cuando la gente no se escucha, se ve favorecida la aparicin de predicadores enun desierto de odos sordos, estado que puede corresponder a todo aquel que teniendoalgo que decir, al no encontrar escucha degrada su discurso a vana repeticin. La sordaintimidacin, cabe insistir, hace retroceder la necesaria resonancia ntima que permiterecibir el decir del otro investido libidinalmente de inters.

    El sndrome de violentacin institucional, como todo sndrome, est integrado por unaconstelacin sintomtica. En primer lugar, se advierte una tendencia a la fragmentacinen el entendimiento, incluso en la ms simple comunicacin entre las gentes de esa co-munidad mortifcada. Esta modalidad comunicacional abarcar tanto el nivel administrati-vo como el que pretenda ser conceptual. A esto alude el desierto de odos sordos y suspredicadores. Esta fragmentacin conspira contra la posibilidad de un acompaamientosolidario. Cada uno parece refugiado aisladamente en e1 nicho de su quehacer, sin queesto suponga en modo alguno una mayor concentracin en la actividad; en todo caso,implica lo contrario.

    De este aislamiento se suele salir para organizar los clsicos enfrentamientos entre"ellos" y "nosotros", como una precaria y episdica organizacin de la fragmentacin in-dividual en fracciones mayores. Un "nosotros" que para nada supone alguna concordan-cia interna, ya que son frgiles conjuntos prontos a nuevas dislocaciones. Otro tantoacontece con "ellos".

    Un mecanismo prevaleciente en todos estos cuadros es el que el psicoanlisis definecomo renegacin; mecanismo que implica, en primer trmino, un repudio que impide ad-vertir las condiciones contextuales en las que se vive, por ejemplo, el clima de hostilidad

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 16

    intimidatoria. Este repudio se refuerza al negar que se est negando, de modo que a lafragmentacin de la comunicacin y del espacio se suma una verdadera fragmentacindel aparato psquico de los individuos. Es por esto que la renegacin, en su doble vuelta,constituye con certeza una amputacin del pensamiento, de efectos idiotizantes, inclusoms all de la etimologa griega.

    En esta comunidad de individuos cada vez ms aislados de la realidad contextual y conun enajenamiento paulatinamente mayor, reina el empobrecimiento propio de la aliena-cin.

    A la fragmentacin y la alienacin enajenante se agrega un tercer sntoma, que com-pleta el sndrome, con los distintos modos y grados de desadueamiento del propio cuer-po, situacin al parecer relacionada con la falta de especularidad comunicacional y lamerma de estmulos libidinales, efecto de la enajenacin. Un desadueamiento corporaltanto para el placer como para la accin, a cuyo amparo abundan las patologas astni-cas; un verdadero "genio epidemiolgico" propio de la mortificacin, que abarca variadasformas de desgano y cansancio, propio de la mortificacin.

    Una vez descritos los mecanismos intrnsecos ms evidentes del SVI, consideremosahora lo que denomino "encerrona trgica", situacin capaz de infiltrar desde el comienzomismo todo proyecto cultural, principalmente aquellos que se ocupan de la salud.

    Suelo insistir en sealar que el paradigma de esta encerrona es la mesa de torturas.Comenc a poner a punto esta figura cuando trabajaba en Derechos Humanos, precisa-mente con personas que haban sufrido distintas formas de tormento. En la tortura seorganiza hasta el extremo salvaje una situacin de dos lugares sin tercero de apelacin.Por un lado, la fortificacin del represor; por el otro, el debilitamiento del reprimido. Perono es necesario llegar hasta ese lmite, ya que con harta frecuencia la organizacin polti-co-administrativa perfecciona los dos lugares de marginadores y marginados, con el con-siguiente cortejo de encerronas.

    Debe entenderse por encerrona trgica toda situacin donde alguien para vivir, traba-jar, recuperar la salud, incluso pretender tener una muerte asistida, depende de algo oalguien que lo maltrata o que lo destrata, sin tomar en cuenta su situacin de invalidez.Son mltiples las ocasiones que pueden confirmar esta situacin.

    El afecto especfico de toda encerrona trgica es lo siniestro, como amenaza vaga o in-tensa, que provoca una forma de dolor psquico, en la que se termina viviendo familiar-mente aquello que por hostil y arbitrario es la negacin de toda condicin familiar amiga.Este dolor siniestro es metfora del infierno, no necesariamente por la magnitud del su-frimiento, que puede ser importante, sino por presentarse como una situacin sin salida,en tanto no se rompa el cerco de los dos lugares por el accionar de un tercero que habrde representar lo justo; esta representacin podr ser encarnada por un individuo, queasume un modo de proceder encaminado colectivamente.

    Cabe preguntarse acerca de una aparente contradiccin entre la descripcin que hagode la mortificacin -cuadro donde el sufrimiento transcurre en sordina renegada- y estafigura de la encerrona trgica y su dolor psquico infernal, en apariencia opuesta a lo an-terior. Al respecto, puedo decir que la encerrona trgica, que he analogado a un virusinfiltrante, causa de la mortificacin, es un cuadro inicialmente tumultuoso, pero preci-samente por no vislumbrarse una salida, salvo la que aportara una situacin mesinicaexterna, suele dar paso a la resignacin. Lo ejemplifica un manicomio, donde el maltratoinstitucionalizado es suficientemente escandaloso como para que se lo oculte tras los mu-ros de un hospital; el manicomio, como forma terminal de la mortificacin, est internadoen un hospital al que llamamos "hospicio".

    Pero sin llegar a estos extremos, incluso bastante alejado de ellos, es frecuente queen una comunidad institucional, mortificada y acallada tras los muros de la resignacin,surjan algunos momentos expresivos de las distintas formas de la tragedia y su efecto

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 17

    siniestro, oprimiendo a quienes viven familiar y cotidianamente con esta intimidad hostilhecha remedo de cultura "normalizada".

    Por cierto, la calidad siniestra depende de ese accionar renegador, mediante el cual losafectados terminan secreteando para s la situacin negativa en la que conviven, pero lahostilidad repudiada como conocimiento termina por infiltrarse tenazmente y provocar elsentimiento siniestro, que indica entonces un fracaso de la renegacin. Si sta es exitosa,lo ser al precio de la total coartacin subjetiva y de una forma de idiotez que, desbor-dando su etimologa, se hace presente en el institucionalismo, bien representado en loshospicios por el clsico "hospitalismo".

    Esta situacin donde, insisto, se vive cotidianamente con algo que ha perdido toda ca-lidad amigable, me ha inducido a reactualizar el antiguo concepto de neurosis actuales,como figuras de particular utilidad para entender la patologa institucional.

    La neurosis actual (actual neurose) fue descrita por Freud en un perodo bastanteprximo a la clnica mdica, cuando todava no haba elaborado suficientemente la puestaa punto de la abstinencia que le permitiera apartarse de la medicina y transitar por la cl-nica psicoanaltica.

    Recordemos que las neurosis actuales eran atribuidas por Freud a trastornos de laeconoma libidinal. La falta de descarga sexual se situaba en el origen de la neurosis deangustia, en tanto el exceso de esta descarga, sobre todo de naturaleza masturbatoria,promova patologas neurastnicas. Freud adverta que en estos cuadros era la causa ac-tual lo operante, ms que algn factor transferencial.

    Aunque no lo expresaba ntidamente, pensaba que estos cuadros actuales, no transfe-renciales, no se benefician con el anlisis sino que era necesario establecer medidashiginicas, es decir, suprimir las conductas patgenas.

    Desde el punto de vista institucional, este nfasis en la supresin de las causas queoriginan la mortificacin y sus modalidades neurosis actual resulta totalmente legtimo.Por el contrario, en lo que hace al planteo de Freud en el sentido de la imposibilidad deanalizar estos cuadros, cabe decir que mal podra analizarlos cuando an no haba puestoa punto , el dispositivo de la neurosis de transferencia, como pilar central del quehacerclnico psicoanaltico. Pero si bien no estaba todava en condiciones definitivas de elucidarel juego transferencial en las conductas sintomticas que estamos considerando, presta-ba particular atencin a los efectos txicos de estos cuadros, tanto en el nivel del aparatopsquico, con disminucin de la inteligencia y del deseo, como sobre el cuerpo, traducidosen el desgano de las patologas astnicas.

    La actualidad de esta situacin puede llegar a resultar lo bastante fuerte como paraobstaculizar la perspectiva histrica que los integrantes de una institucin puedan tenerde los acontecimientos que han ido precipitando el conflicto presente. Entonces parecenpensar slo en los factores contemporneos como causa de la situacin que se est vi-viendo.

    Lo interesante es que en estas circunstancias propias del SVI, el grupo de mayor pre-sencia en una institucin -pensemos en el personal de planta de un hospital- tiende aasumir en conjunto una actitud y una posicin de sitiado frente a los pacientes, visualiza-dos como sitiadores. Como sitiados desarrollarn comportamientos muy semejantes a losque Freud describa en las neurosis actuales. Algunos empiezan a trabajar a destajo, con-figurando algo similar a aquel exceso de descarga capaz de generar cuadros neurastni-cos. Tambin aparecen actividades ejecutadas con desgano, aun en el trabajo a destajo,causadas por la falta de investimiento e inters libidinal, ya que lo que se hace est pre-sidido por mecanismos automticos, con marcado desadueamiento del cuerpo. Puedeocurrir que la morbilidad hipocondraca aumente sensiblemente, sobre todo frente a untrabajo que termina por producir efectos txicos. Otros, en cambio, procurarn eludir lastareas, dibujando respuestas semejantes a las neurosis de angustia, en general de mo-dalidad depresiva.

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 18

    Este incremento de la morbilidad en general origina al poco tiempo bajas en el perso-nal, y afecta principalmente a quienes asumen responsabilidades directivas.

    Todos estos sntomas a los que me refiero pueden tener cierta evidencia durante untiempo, para luego entrar en procesos adaptativos que corresponden ms a lo que des-cribo como la "estabilidad mortificada". En estas condiciones, no resulta fcil hacer unrastreo histrico de la causa o los disparadores del sufrimiento, que sin duda existen; to-do parece impregnado por un presente continuo que har cada vez ms grave la situa-cin, aunque sta, paradjicamente, aparezca con menos manifestaciones sintomticasexplcitas en la medida en que el cuadro vaya haciendo de la mortificacin cultura, tra-ducida en una red de normas administrativas. La institucin tal vez se transforme enclienta de s misma, muy alejada de sus objetivos especficos.

    Puede pensarse que una institucin donde lo instituido ha cristalizado y obstaculizadolos dinamismos instituyentes, configura una neurosis actual en s misma, ms all de lapresencia que este cuadro tenga en el nivel individual de sus miembros. De hecho, la cul-tura de la mortificacin bien podra ser denominada cultura de las neurosis actuales.

    Ya seal que las neurosis actuales tienen una importancia relevante, a ttulo de obs-tculo, cuando se intenta montar algn dispositivo psicoanaltico para una intervencin,sobre todo porque en la numerosidad social no estamos asistidos por los clsicos pilaresdel anlisis individual que, desde la abstinencia y la asociacin libre, organizan la capturade la transferencia neurtica en neurosis de transferencia.

    El analista suele quedar atrapado en las neurosis actuales, y corre el riesgo de des-arrollar l mismo un comportamiento semejante, sin poder hacer una exploracin histri-co-gentica, cuando en la mortificacin prevalece la conviccin de que "las cosas sonas"; estas "cosas as" aslan y esterilizan el cometido de un analista, obstacul izando sullegada a los individuos y sus procesos de subjetividad. Todo lo cual posiblemente est enrelacin con lo que Freud sealaba, en cuanto al carcter txico de las neurosis actuales,que las hace parecer no transferenciales en funcin de la fuerte coartacin subjetiva.

    Freud comprenda que los comportamientos sexuales perturbadores de la economa li-bidinal, subyacentes en estos cuadros, estaban condicionados por las pautas culturalesde esa poca. En las instituciones ocurre algo semejante, cuando los conflictos hacencostumbre y cristalizan en un "las cosas son as". Entonces zozobra la singularidad subje-tiva de quienes aparecen impregnados por un pensamiento que tiene en realidad poco detal, asimblico y concreto, a la par que se establecen vnculos de modalidad adicta, otramanifestacin de la toxicidad.

    Quiero sealar algo que considero de particular importancia para comprender el com-plejo panorama de la mortificacin. Si bien he centrado mi enfoque en las institucionesasistenciales pasibles de ese diagnstico -no todas lo son-, en general, su situacin, anla de las ms afectadas, dista mucho de igualar las condiciones adversas propias de lascomunidades asistidas por ellas. Por ejemplo, es correcto hablar, en muchos casos, de lapobreza crnica de recursos de un hospital, pero son sin duda los sectores ms margina-dos que a l concurren los que soportan en grado mayor el escndalo de la miseria.

    Me interesa destacar que al reflejar el contexto social, la institucin pone en marchaun dinamismo merced al cual tiende a dramatizar en s misma las caractersticas delcampo sobre el cual desarrolla sus tareas principales, algo as como asumir, a la manerade un contagio, la mortificacin de los asistidos. De manera tal que si bien puede recono-cerse, en algunas circunstancias institucionales, una autntica cultura de la mortificacincon sus SVI, sus encerronas y su actual neurosis, esto no es universal; s lo es, en cam-bio, la dramatizacin que refleja las condiciones ms difciles que soportan las personassobre las que opera la institucin. Circunstancia que se ve facilitada cuando no existenlos suficientes recursos ni la firmeza vocacional necesaria para sostenerse en tan difcilsituacin. Desde la perspectiva psicoanaltica, que para nada supone facilitacin, sino to-do lo contrario, se har ms ardua la tarea, tal vez en funcin de aquel pensamiento

  • F e r n a n d o U l l o a

    Novela clnica psicoanaltica 19

    freudiano que considera al psicoanlisis un quehacer imposible. Si esta consideracin esaplicable en el mbito favorable de la neurosis de transferencia, tanto ms cuando se tra-ta del sujeto y la subjetividad en emergencia mortificada. Precisamente por eso vale lapena, que con pena es la cosa, que el psicoanlisis intente presencia.

    Lo de imposible es un alerta de Freud frente al furor curandis; lo cierto es que en susiglo de vida, el psicoanlisis ha enfrentado, con significativos xitos, los desafos de lapsiconeurosis; ahora, terminando el milenio, este desafo sigue siendo el mismo, pero al se agrega el enfrentamiento con el ambiguo campo de la salud mental, campo difcil dedemarcar y definir.

    En las varias dcadas de mi prctica psicoanaltica, tanto en el consultorio privado co-mo en la accin pblica con las instituciones, he ido, enriqueciendo razonablemente miequipamiento terico y metodolgico, pero este enriquecimiento me enfrenta con unasituacin en cierta forma paradjica, ya que cada vez me conduce ms hacia el campo dela pobreza mortificada.

    No se trata de alguna forma de samaritanismo, que no es mi estilo; tal vez me gua unimperativo no ajeno a lo que he sealado como vocacin por la tragedia. Sin embargo,entiendo que sa no es la nica ni la mayor razn, sino que parto de la conviccin de queel psicoanlisis, que no gobierna ni educa, y hasta por momentos no analiza en el sentidotradicional del trmino, tiene una oportunidad importante en el campo de la salud men-tal, sin morir necesariamente en la demanda.

    En todo caso, si el psicoanlisis es una disciplina idnea para abordar la subjetividad,no tiene sentido que deje de operar all donde el sujeto est en emergencia.

    De ninguna manera las cosas son fciles en estas condiciones para una prctica psi-coanaltica -y los lmites suelen aparecer de muchas formas-. Uno de ellos, aunque noinsalvable, corresponde al sesgo poltico que puede disparar un proceso de desmortifica-cin. As, por ejemplo, la accin movilizados tal vez por obra de alguna intervencin insti-tucional hecha desde las perspectivas psicoanalticas, o de cualquier otro ngulo crticoque pretenda fundar nuevas condiciones, puede llegar a producir modificaciones sustan-ciales. As, las personas que han permanecido aisladas buscarn agruparse y recuperarcierto sentido gregario del oficio. Entonces, es posible que desde alguna instancia jerr-quica intra o extrainstitucional aparezca, bajo distintas modalidades, una calificacin deeste nuevo contexto; en tiempos fuertemente represivos, el nuevo accionar grupal podrser denunciado como delito de asociacin. Por supuesto, es ms probable que se trateslo de una velada descalificacin, sin que llegue a tomar la magnitud de delito, pero nopuede descontarse que la sancin punitiva se produzca bajo cualquier enmascaramiento.

    Otro tanto sucede cuando empieza a producirse un pensamiento, no necesariamenteoriginal, pero que rompe con una estabilidad alienada. Entonces, puede que se sancioneesta renovada actividad pensante como delito de opinin o al menos como inoportunaperturbacin de lo establecido.

    Por supuesto, mucho ms especfica ser la descalificacin si surge alguna moviliza-cin como resultado del readueamiento del cuerpo, abriendo los horizontes de la accin.

    Estas consideraciones ilustran el modo como un analista institucional puede llegar aencontrarse al enfrentar situaciones que poseen un sesgo poltico, tales como las que es-toy abordando. Circunstancias en las que el analista no es un lder poltico, mas no podrdejar de estar atento, como toda persona que desenvuelve su accin en el campo social,a la dimensin poltica propia de la condicin humana, se haga o no cargo de ella.