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511—Cada uno de ustedes puede recibir cien mil dólares de recompensa, en moneda de curso legal, esto es, billetes de Banco. Pero tendrán que ganárselo, efectuando cierto recorrido por un lugar que se les indicará en el momento oportuno. Y, lógicamente, si consiguen terminar el recorrido, recibirán esa suma y la libertad, por supuesto.—¿Una marcha a campo traviesa? —preguntó alguien.—Un laberinto. No puedo predecir el tiempo que emplearán en esa travesía; quizá solamente una hora; tal vez tarden dos días. En el momento de partir, se les entregará a cada uno una bolsa con una cantimplora de cinco litros y comida para esas cuarenta y ocho horas. Pero pongan atención, porque en el laberinto hay ciertas trampas. Y caer en una de ellas significa, no sólo volver al principio, sino la pérdida de la décima parte de la recompensa prometida.—¿Y si no conseguimos encontrar la salida? —preguntó la mujer de mayor edad.—Pueden ocurrir dos cosas: volver al principio... o quedarse en el laberinto, donde moriría de hambre y sed…

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512—¿Qué es lo que pretende, profesor Lansing?—Creo que ya se lo dije, señorita McGraw. La retendré en mi laboratorio hasta que deje de sentir repugnancia y miedo hacia las culebras, se haga su amiga, y les tome cariño.—¡Eso es imposible!—Yo la obligaré a ello. Tendrá que coger mis culebras con sus propias manos, las acariciará, las besará, y ellas se pasearán por su cuerpo, agradecidas. Por cierto, ¿sabe que las serpientes prefieren pasearse por el cuerpo de una mujer a hacerlo por el de un hombre...? Especialmente, si la mujer está desnuda.—¡No! —chilló Abby, aterrorizada. Edward Lansing sonrió.—Es cierto, señorita McGraw. La suavidad de la piel femenina encanta a las culebras, y no se cansan de recorrer una y otra vez las piernas de una mujer, su vientre, sus caderas, sus pechos...—¡No siga hablando, se lo suplico! —chilló de nuevo Abby, al borde de la histeria. El científico alargó la mano hacia ella.—Deme su vestido, señorita McGraw.—¡No!—¿Prefiere que Bruno se lo arranque de las manos...?

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513—Pobrecita... —murmuró Jennifer.—Las pobres somos nosotras —dijo Donna—. Se ha ido al otro mundo sin decirnos donde están las monedas de oro…De pronto oyeron gritar a la vieja sirvienta. Más que gritar, aullar...—¿Qué pasa, Anne? —preguntó Donna—. ¿Qué pasa...?—Acabo de ver a Roberta —a la vieja sirvienta apenas le quedaba voz.—Cálmate, Anne, por favor —Jennifer intentó tranquilizarla.—Les aseguro que he visto a Roberta. Estaba allí, entre la penumbra, junto a esa puerta... —indicó. Era la puerta que daba acceso al sótano—. La he visto... No, no me ha dicho nada. Me ha sonreído, eso ha sido todo. Después... después...—¿Después, qué? —le apremió Donna con el tono tenso.—Sus manos, sus brazos, su cuerpo, todos sus miembros han penetrado y traspasado la puerta como si estuvieran hechos de brumas. Ahora —concluyó la sirvienta— Roberta debe estar en el sótano...Entre ellos quedó un silencio pesado y frío como la fría y pesada losa de un sepulcro…

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514Un rostro espeluznante, como roído por una legión de ratas hambrientas, y en el que brillaba un ojo maligno, con toda la crueldad del infierno fijo en ella. La otra pupila era una masa oscura y vacía. Los labios no eran más que un retorcido tajo informe y violáceo y se movían sin que ningún sonido brotara de ellos.Aquella cosa aterradora siguió moviéndose, acercándose a la hermosa muchacha. Gina ya ni siquiera veía el cuchillo. Todo el espanto, el horror de que era capaz, se centraba en aquel rostro de pesadilla, aquella cosa monstruosa que estaba cada vez más cerca, más cerca, más aún...Se sintió morir. Y gritó.Su grito fue un alarido horripilante que hubiera levantado en vilo a toda una ciudad..., si alguien hubiera podido oírlo.Pero nadie podía oírla. Sólo le respondió el suave golpeteo de la lluvia en el tejado, en las hojas de las palmas, en el follaje del jardín.Después, el grito murió en medio de un espantoso gorgoteo, cuando el cuchillo empezó su delirante tarea...

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515La niña chilló, en el paroxismo de su miedo, encogiéndose lleno de angustia, sin saber qué hacer. La sombra que emergía del ataúd se fue materializando. Unos ojos inyectados en sangre se clavaron en ella desde un rostro sumido en la oscuridad.Una voz susurrante la ordenó profunda, fría, heladamente:—Ven... Ven aquí... Tu sangre me ha devuelto a la vida... Von, pequeña... Me perteneces...El pánico pareció desaparecer del rostro desencajado de la niña. De nuevo una especie de halo sobrenatural y maligno la envolvió, sumiéndola en la inconsciencia, haciéndola avanzar hacia aquella forma tenebrosa, hacia la voz invitadora y grave, sin sentir temor alguno. Llegó junto al féretro. La sombra se inclinó sobre ella, sus amplias alas negras la envolvieron... y un profundo silencio de muerte reinó en el lugar...

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516—Tiéndete al mismo borde de la piscina. Que veas a los caimanes mientras te poseo...—Sí, sí —aceptó ella—. Lo que usted diga... Lo que usted quiera...Poco después estaba echada junto a la piscina, haciendo el amor con aquel hombre...Lo peor llegaría después. Cuando ya le hubiera hecho el amor.Ese momento no tardó en llegar, y entonces, de un empujón, sin esperar a más, él la tiró al agua.Y los caimanes, hambrientos, famélicos, se precipitaron hacia ella con las mandíbulas abiertas, a la vista sus inquietantes filas de dientes.Ella soltó un alarido espantoso, espeluznante, aterrador. Un alarido como para romper, como para destrozar, como para reventar los tímpanos a cualquiera.Luego, ya con las piernas en medio de una de aquellas terribles mandíbulas, se desmayó.Pero antes de desmayarse había oído el crujido de sus propios huesos al ser triturados…

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517—¿Por qué se llaman los colmillos del diablo?—Porque pertenecían a una horrible imagen que representaba al demonio. Según cuentan, pues de eso hace muchos años ya, dicha imagen se hallaba sobre el altar de un templo satánico, en donde se rendía culto al rey de los infiernos. Allí tenían lugar los más espeluznantes ritos, que incluían sacrificios humanos. Eran verdaderas orgías de sangre, violencia, y sexo. El templo fue destruido, no se sabe exactamente por quién, cuándo, ni cómo, pero la verdad es que no quedó piedra sobre piedra. Para algunos, fue cosa de Dios. Aseguran que varios rayos cayeron sobre el templo satánico y lo pulverizaron todo. Hay muchas versiones, desde luego. El caso es que alguien consiguió rescatar los colmillos de oro de entre las ruinas, los vendió, y... Bueno, ahí empieza la historia, pues se afirma que la persona que rescató los colmillos del diablo pereció de forma misteriosa a los pocos días de haberlos vendido. Y algunas semanas después, perecía también de forma extraña la persona que los compró. Y así sucesivamente. Es una auténtica cadena de muertes misteriosas, cuyo último eslabón lo acaba de añadir Ronald Jenkins…

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518Media hora después, Leeds se disponía a abandonar la casa. Al salir, no pudo evitar una mirada hacia lo alto.La gárgola que la noche anterior despedía torrentes de agua, era ahora claramente visible, a unos seis metros del suelo. Era, indiscutiblemente, una obra de arte, pero le pareció que representaba una escena horripilante.Creyó ver a un hombre con la boca enormemente abierta. Por allí, desde luego, salía el agua de la lluvia.Encaramado a la espalda del hombre, había un monstruoso animal. Leeds pudo apreciar unos cuernos en lo que parecía un cráneo vagamente humano, con pico de ave rapaz y unas alas de murciélago.«El diablo, atrapando una presa», pensó.Luego subió a su coche. Empezó a olvidarse de la casa, de la gárgola, del féretro en la cripta, de Blakefield y de Wilma Faggin.

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519—De acuerdo —repuso Helene—, nos casaremos. Pero ha de ayudarme hasta llegar al fondo de todo... —le previno—, y el fondo de todo es lo de la abuela...—¿Cómo...?—La abuela está muerta —empezó a decir Helene—, y su cuerpo se está descomponiendo, pudriéndose... Aun así, la abuela, la otra noche, se incorporó dentro del ataúd...—¿Qué dices? —se alarmó el señor Sand —. ¿Qué disparate es ése...?—Es la verdad —aseguró Helene—, lo vi con toda claridad. La abuela se incorporó en el ataúd e incluso levantó el brazo derecho... Con la mano sujetaba una pistola...—¿Te has vuelto loca? —la alarma del señor Sand se había convertido en un sobresalto terrible—. ¿O acaso pretendes que me vuelva loco yo?—Quiero que averigüe lo que pasó. Tendrá que sacar la losa y abrir el ataúd...

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520—Se equivoca, teniente. Nada alterará los planes de mañana. Se procederá a la inauguración del Simposium del Horror. Como si nada hubiera ocurrido. Y seguro que con un mayor éxito de concurrencia. La noticia del asesinato será ya del dominio público. Deduzco que la Sala del Terror quedará precintada por ustedes, pero no importa. El éxito está asegurado. Un asesinato es la mejor publicidad que puede recibir el Simposium del Horror. Hay fotografías. Espeluznantes fotografías que harán las delicias del público…

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521—He de escapar... —repitió, monótono, Stuart Walden.—¿Escapar...? —repitió también aquella voz profunda, hueca, metálica, proveniente de una dimensión espectral, cuyo registro identificaba Stuart con el de su padre—. ¿Escapar... de qué?—De ti... ¡Sé que quieres hablarme pero yo no quiero escucharte!—Soy yo, Stuart... ¡soy tu padre!—¡No, no! ¡MIL VECES NO! Tú... tú eres fruto de mi imaginación. Eres un espejismo que fluye de esa extraña vorágine que amenaza con envolverme.—No niegues la evidencia, Stuart. La vorágine soy yo, la muerte soy yo. TU PADRE... tu padre que quiere volver, ¡que quiere escapar a la región sombría donde cruelmente he sido enviado!—Tú... tú mismo, papá, te has buscado la muerte. ¡Tú que ibas con esa ramera! ¡Tú que me habías hablado siempre de Dios, de la castidad, del amor y de la fe...! ¡Tú que has pecado y has muerto en pecado! ¡Te condenarás, sí, te condenarás! ¡Por muchas oraciones que entonemos por tu alma, por mucho que le pidamos a Dios por ti... TE CONDENARÁS! ¡Aunque el padre Anderson se pase el resto de su vida rezando por ti... aunque cubra tu memoria de exequias, TE CONDENARÁS!

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522Yacía en la soledad de la muerte, en el vacío infinito de la nada desde los tiempos terribles de la maldición.En el frío de la tierra maldita, ya no estaba tan solo. Ahora, el frío del odio y del olvido hacían más soportable la espera.Con la lluvia y el viento, con la tempestad rugiente que estremecía la tierra maldita, esperar era una anticipación, un ansia nueva.Ahora sabía que no sería la lluvia lo que empaparía la tierra, que la humedad esperanzadora, hecha de frío y de muerte, haría que la maldición se cumpliera.Porque esa maldición, el Mal, se agazapaban casi a su alcance.Era como si oliera la muerte.Como si ya oliera la sangre.Ya no estaba solo…

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523Sus ojos redondos, saltones, muy negros, acababan de brillar amenazadores. Últimamente le miraba así muchas veces.Pero, ¿acaso podía un muñeco, porque Nelson no era otra cosa, tener vida propia?No, imposible, Nelson no tenía más vida que aquella que Lionel Waggett le daba accionando sus brazos, moviendo su cabeza y prestándole su voz.Al menos era esto lo que Lionel Waggett había creído hasta entonces. Ya no lo creía. No podía creerlo desde que, lo quisiera o no, se veía arrastrado por la personalidad del muñeco, una personalidad que se imponía a la suya propia. De ello, sin duda, que durante las actuaciones, cuando él quería que Nelson dijera una cosa, se le rebelaba y decía otra.¿Pero cómo iba a decir otra cosa que no fuera exactamente aquello que Lionel Waggett deseara que dijera? ¿Acaso no era su propia voz la que salía de la boca de Nelson?

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524Ante su sorpresa, la calavera había adquirido un peso tan grande que se pegó al suelo y fue incapaz de levantarla.—Por todos los diablos, ¿qué es esto? —se preguntó, abriendo los ojos asustado—. ¿Será una broma?Como si la hubieran soldado al suelo, fue incapaz de moverla.De pronto, como poseyendo vida propia, la calavera abrió la mandíbula y le cogió las falanges de los dedos índice y corazón de la diestra.El alarido que lanzó fue aterrador, pudo oírse en todo el teatro.Halló mil ecos, lo mismo en el escenario, el patio de butacas o los sótanos…Gateó sangrando, pero un golpe en la nuca lo aplastó contra el suelo.Sintió nuevas mordeduras, aquellos ataques eran atroces.Una de las mordeduras fue en el cuello y sintió que ya no podía respirar ni gritar mientras el suelo se teñía de rojo…

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525Ella rio.—Posaré para usted, Sholto.—Magnífico.—¿Cuándo quiere empezar a trabajar?—Esta misma noche.—¿Esta noche?—Sí.—Creí que deseaba hacer el amor conmigo.—Y lo sigo deseando, Diana. Pero antes de llevarte a la cama, quiero esbozar al menos la maravillosa forma de tu cabeza.—¿Y eso le llevará mucho tiempo?—No más de media hora.—Bueno, no es mucho —sonrió la joven—. Creo que podré resistir.Sholto rio y la cogió del brazo.—Vamos, preciosa.Diana se dejó llevar, pensando que se dirigían al estudio de Sholto Goddard, pero no era así.Sholto la conducía al sótano de la casa.Y a Diana Osell le iba a resultar muy difícil salir de él.Viva, al menos…

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526Hubo alguien que tomó muy en serio "El libro de los muertos", escrito por Walter Wayne Masterson.¿Qué había escrito Masterson en aquel libro? ¿Qué brujerías, sortilegios, recetas y escarmientos podía haberle confiado la impenetrable e ilocalizable Águeda Malazaña a un blanco? ¿Podía ser cierto que W.W. Masterson llevaba casi ocho años en el islote sólo para escribir "El libro de los muertos"?Y última e inevitable pregunta: ¿por qué se había suicidado? ¿Tal vez se había... asustado de las cosas que había ido sabiendo del obeah? ¿Se había vuelto loco?Pero sobre todo: ¿dónde estaba "El libro de los muertos"?Para encontrar éste, unas cuantas personas comenzaron a llegar al islote Petit Mayereau, impulsadas por muy diferentes motivos... y ninguno de ellos bueno. Si en Petit Mayereau hubiera habido un termómetro que registrase la maldad humana su indicación habría sido la máxima en cuanto comenzaron a llegar al islote los diferentes personajes.

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527Para perdonar la vida a su infiel mujer, Andrewstton le puso cuatro condiciones:—Te gusta ser considerada una de las mujeres mejor vestidas de nuestra privilegiada sociedad, ¿no es eso? Pues vestirás de negro el resto de tus días.—Sí, sí... —aceptó Davina.—Segundo requisito. No saldrás nunca, bajo ningún concepto, de los muros de esta mansión.—Sí, sí... —aceptó Davina.—Tercer requisito. Sólo calmarás tu hambre comiendo pan duro. Los más exquisitos manjares te serán negados para siempre.—Sí, sí... —aceptó Davina.—Y queda la cuarta condición —le recordó Roger de Andrewstton antes de exponérsela.—Dímela... —y a Davina le tembló tanto la voz que apenas se la oyó.—Te traeré un hacha —la voz del hombre se había hecho aún más tenebrosamente serena—. Tú misma tendrás que amputarte la mano derecha.—¿Quéeeee...? —el horror agrandó los ojos de Davina hasta casi desencajarlos de sus cuencas—. ¿Quéeeee...?

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528El hombre respiró hondo, le era difícil responder, pero si era cierta su teoría de que los felinos eran utilizados para cazar y no para devorar a sus víctimas, ya que al él le interesaban más sus cuerpos vivos para ofrecerlos a la maléfica diosa, alguien estaría ahora tendido en el altar de oro, hipnotizado. Los malditos cuervos revolotearían sobre su cabeza y los bonzos entonarían sus cánticos a la espera de que un rayo penetrara en el monasterio y se consumara el sacrificio, pero ¿quién iba a ser la víctima en esta ocasión?

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529Un muerto no podía...¡No podía golpear con un martillo la losa que lo tenía condenado a dormir por toda la eternidad!¿No podía...?Entonces... ¿QUE ERA LO QUE ESTABA SUCEDIENDO ALLÍ?¿QUIÉN GOLPEABA PUES?Las letras, algunas zigzagueantes ya, partidas, danzaron con furor alucinante, demoníaco, con tétricas evoluciones, frente a las pupilas dilatadas de Christopher que proseguían allí, macabramente hipnotizadas, fijas, encima del granito que se fragmentaba paulatinamente.Las letras...

R.I.P.CRAIG MAJORS.

1952 - 1982¡CRACK! ¡CRACK! ¡CRACK!Ahora, de pronto, aumentaba la intensidad y frecuencia de los martillazos.Perversos martillazos…

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530Venimos a recogerla para llevarla al Delfín.—¿El Delfín? —se extrañó ella—, ¿Qué es eso?—La propiedad del señor Corley. La suya también ahora, señora Corley —explicó el mulato, sonriente—. Está al norte del país, bastante alejada de aquí. Los conductores saben dónde está, pero creímos preferible ser nosotros quienes la lleváramos a su nueva casa...—Muy amable de vuestra parte —sonrió la joven—. Pero esperaba a los parientes de mi esposo en el muelle...—Ellos no pudieron venir, señora. Tenían que asistir al velatorio y al funeral, naturalmente...—¿Velatorio? ¿Funeral? —se inquietó Evelyn, mirando aprensiva a los servidores—. ¿De quién?—Señora, es lamentable tener que informarla... —suspiró el mulato tristemente, moviendo la cabeza de un lado a otro —. Pero el señor Corley, su esposo... murió anoche... y hoy será sepultado.

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531Una fantasmal figura envuelta en la oscuridad de la noche apareció unto a uno de los cipreses.—¡Gladys!La voz de Meredith hizo desvanecer la sombra.Frank Meredith corrió hacia allí. Adentrándose en el cementerio. Esquivando las tumbas. Tropezó unas yardas antes de llegar al ciprés. Algo le había hecho trastabillar y caer.Meredith extrajo el encendedor del bolsillo y lo encendió.Y sus ojos descubrieron horrorizados a Gladys. Allí estaba. A su lado. Sobre la fría lápida de una de las tumbas. El rostro de Gladys desencajado en alucinante mueca de terror. Los ojos desorbitados. La lengua asomando por entre los labios...Las ropas desgarradas. A jirones. El vestido, el sujetador, el slip, las finas medias de nylon...Frank Meredith fue incapaz de reaccionar y quedó rígido contemplando el cadáver de su esposa.No se percató de que su espalda giraba lentamente la losa de una de las tumbas…

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532Dos manos, como garras, buscaron su cuello. Aquellas manos la asieron por el cuello con tremenda fuerza, levantándola al mismo tiempo, de modo que sus pies se separaron del suelo. Luego, el hombre giró en redondo, con tremendo ímpetu.Un alarido horripilante se escapó de sus labios al sentirse precipitada en el vacío irremisiblemente. Durante un cortísimo espacio de tiempo, vio desfilar ante sus ojos las negras paredes del pozo que ascendían vertiginosamente a las alturas. Durante una milésima de segundo, sintió un espantoso dolor. Pero la definitiva pérdida de conocimiento sobrevino instantáneamente y con ella la muerte.Arriba, el asesino escuchó el espeluznante sonido del cuerpo al estrellarse contra las rocas del fondo. Una espantosa sonrisa apareció en su rostro. Los dientes brillaron al reflejar la luz de la luna y parecían los de una bestia salvaje…

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533 Intentó de nuevo soltarse una de las manos, pero todos sus esfuerzos resultaron inútiles. Sólo consiguió lastimarse más las muñecas, así que volvió a desistir. Se disponía a descansar la cabeza en la almohada, cuando descubrió algo que le heló la sangre en las venas.¡Era una araña...!¡Una araña enorme!¡Monstruosa!¡Había trepado silenciosamente a la cama y ya caminaba por ella, acercándose a la pierna derecha de la modelo!Paulette se agitó desesperadamente sobre la cama, en un intento inútil de alejarse de la terrorífica araña, de cuerpo negro por encima, rojizo por debajo y velloso en el tórax, abdomen casi redondo y patas fuertes.—¡Mmmm...! —fue todo lo que pudo decir la modelo, a punto de desvanecerse de terror, porque sabía a qué especie pertenecía la gigantesca araña.¡Era una tarántula...!

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534—No pretendo hacerte el menor daño —siguió diciendo el esqueleto—. Yo nunca hago daño a las buenas chicas. Porque tú eres una buena chica, ¿verdad?—Sí, sí —afirmó ella, y seguía tragando saliva como mejor podía.—Si fueras una prostituta todo sería distinto —sonó otra vez la voz hueca, cavernosa—. Odio a las prostitutas. Mi mayor placer estriba en acabar con ellas...—¿Cómo...? —inquirió Loretta—. ¿Cómo has dicho...?—Es una larga historia. Se remonta a varios años atrás. ¿Quieres que te la cuente? Bastará con que te diga una cosa: por culpa de una prostituta me convertí en el hazmerreír de todos. De ello que, después de muerto, dejara mi actitud pasiva resignada, y me llenara de odio, de rabia, de rebeldía. Una furiosa e incontrolada rebeldía con la que conseguí romper la tapa del ataúd, sacar la losa del nicho y salir de nuevo a la libertad...

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535Un grupo de supervivientes del naufragio de un crucero de estudios, tras pasar varios días en un bote salvavidas, avistan un barco que se acerca a ellos, envuelto en una densa niebla.Tras lograr subir a él, descubren con horror que aquel buque en lugar de ser su salvación, puede significar su muerte...

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536Yo sé muy bien lo que busca esa satánica familia en Varnton —habló por fin.—¿Sí?—Sí. El dinero de Coxton.Valley contuvo un respingo.—Hombre, Ellis...—Le digo que es cierto. Mire, yo he vivido aquí toda mi vida y ya tengo un montón de años encima. Conocí a Coxton cuando era un crío que no levantaba dos palmos del suelo. Coxton era otro como Ritchie, siempre vagabundeando por ahí... Cuando se hizo mayor, se pasaba el día cazando con su escopeta... Conoce la comarca como nadie, bueno, la conocía... y sólo Dios sabe el sitio donde escondió el dinero... Repito que nadie conocía la comarca mejor que él y...—Te queda poco de vida, asqueroso vejestorio. Eres un cerdo y morirás como los cerdos, pero tu cuerpo irá a parar a un albañal, en lugar de ser enterrado en un cementerio, como las personas decentes...

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537Aquel espectro semejaba tener fuego dentro; sin embargo, de él se desprendía un aire frío y húmedo que lograba anular la calefacción del bungalow.—¿Qué es lo que quieres?No quería demostrar que aquel ser, sin duda de otro mundo al que yo no pertenecía, me producía auténtico terror. Era fácil, muy fácil decir «Yo no tengo miedo», pero cuando uno se encuentra solo en la noche y frente a un ser cuyo aspecto inspira terror y honda repugnancia, los instintos se desatan.Como respuesta, comenzó a gruñir con una voz hueca que sonaba como un terremoto a gran distancia. No entendía nada. De súbito, un mueble aparador que estaba a mi derecha y sobre el que yo había depositado varios libros, comenzó a saltar hasta que, con gran estrépito, se partió por la mitad.Una butaca comenzó a girar sobre sí misma, se elevó y salió por la ventana, destrozándola. Tuve la impresión de que las paredes se movían y parte del techo se me venía encima.—¡Basta, basta! —grité, con una inesperada sensación de vértigo que lo hada girar todo a mi alrededor…

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538Como la excursión iba a durar una semana, los turistas llevaban bastantes cosas, pero el chófer supo colocarlo todo adecuadamente y no faltó espacio, aunque la verdad es que tampoco sobró.Cuando Trevor subió de nuevo al autobús, los turistas ya estaban todos acomodados, por lo que puso el motor en marcha.—Podemos partir, ¿verdad, Abby? —preguntó, antes de arrancar.—Sí —respondió la azafata, que se puso seria al mirarle.—En marcha, pues.El autobús se puso en movimiento.Los turistas se veían todos muy alegres.De haber sabido lo que les iba a suceder en aquel viaje, su estado de ánimo sería muy distinto. Es más, ni siquiera lo hubieran emprendido, porque ellos querían conocer Inglaterra, no realizar una excursión al mismísimo Infierno…

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539—¿Cómo? ¿Que es su hermano el que está tocando ahora? ¿Él solo?—Sí. Él solo, señor Dalby. Es un gran pianista, además de pintor aficionado muy notable... Ha nacido para el arte, eso es evidente. Y vive sólo para él.—Pero..., pero están tocando a dos manos. Y usted me ha dicho que él...—Sé lo que he dicho —sonrió amargamente Curshing—. El perdió su mano derecha. Pero ahora..., ahora tiene otra mano. Esa es la razón por la que está usted aquí. Esa mano, que cuando la contemplamos moviéndose como propia de él, sabemos que perteneció a otro hombre, a alguien de quien nada sabemos, puesto que el doctor Herzog nos hizo prometer previamente que jamás preguntaríamos cosa alguna sobre el origen de ese miembro y la identidad de su donante. Pero hay algo más, señor Dalby: tres personas han muerto estranguladas en esta región últimamente. Y, por desgracia, esos asesinatos se iniciaron cuando la mano de Hasper recuperó su total capacidad de movimientos...

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540Y el hacha, ya sin concesiones, cayó sobre ella.Con tanta fuerza, con tan terrible violencia, que faltó poco para que el brazo le fuera amputado. El brazo, no obstante, le quedó colgando en medio de un chorro escalofriante de sangre.Con todas sus fuerzas lanzó un nuevo golpe. Que esta vez sería el definitivo. Así al menos lo creía.Esta vez el hacha se clavó en un muslo. Con tan desquiciada fuerza que en esta ocasión casi le dejó cortada la pierna.A partir de ese momento, más y más enfebrecido por su furia, por su ira, por su furor, y mientras la ingente grasa de su cuerpo chorreaba sudor por todos y cada uno de sus poros, Lawrence Bibberman descargó un golpe tras de otro.Un minuto después, la joven pelirroja, de ojos verdes, rasgados, gatunos, no era más que una masa sanguinolenta que apenas podía reconocerse.El asesino sólo había respetado su rostro.