500 años despues descubrimiento o genocidio

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Ni 500 ANOS f DESPUÉS , GENOCIDIO? A/uer Zctieíones 4/W, REFLEXIONAN Y JUZGAN tarda Márquez Vargas Llosa rio Benedetti avio Paz los Fuentes loa Bastos Tomas Borge ' Jorge Amado " Uslar Pietrí va Ido Guayasamfn Jorge Edwards ' A. Bryce Echenique < Leonardo Boff < Ernesto Cardenal Pedro Casaldáliga * Jordi Solé Tura * Pedro Laín Entralgo * José Luis Sam~- ernando Sa. . Manuel Se.. . Agustín Goyti • M. Vázquez Mont Juan Goytisolo • Manuel Alvar Joseba Azkárraga Emilio Romero • Julián Marías • Francisco Ayala R. Sánchez Ferlosio Fernando Arrabal Nicolás Sánchez Albornoz

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Ni

500 ANOS f DESPUÉS ,

GENOCIDIO? A/uer Zctieíones

4/W, REFLEXIONAN Y JUZGAN

tarda Márquez Vargas Llosa rio Benedetti avio Paz los Fuentes loa Bastos

Tomas Borge ' Jorge Amado

" Uslar Pietrí va Ido Guayasamfn

Jorge Edwards ' A. Bryce Echenique < Leonardo Boff < Ernesto Cardenal Pedro Casaldáliga

* Jordi Solé Tura * Pedro Laín Entralgo * José Luis Sam~-

ernando Sa. . Manuel Se.. . Agustín Goyti

• M. Vázquez Mont • Juan Goytisolo • Manuel Alvar • Joseba Azkárraga • Emilio Romero • Julián Marías • Francisco Ayala • R. Sánchez Ferlosio • Fernando Arrabal • Nicolás Sánchez Albornoz

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Carlos Aznárez - Néstor Norma

500 AÑOS DESPUÉS

¿DESCUBRIMIENTO O

GENOCIDIO?

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Colección: SEGUNDA LECTURA

Director: José Miranda Ogando

Diseño de cubierta: Juan José Vázquez

© Carlos Aznárez/Néstor Norma

© NUER EDICIONES, S. A. Teléfono (91) 593 20 98

ISBN: 84-8068-007-5 Depósito legal: M. 17.675-1992 Fotocomposición: M.T., S. A.

Impresión Lavel, S. A. Impreso en España - Printed in Spain

Reservados todos los derechos. Está prohibido, bajo las sanciones penales y el resarcimiento civil previstos en las leyes, reproducir, registrar o transmitir esta publicación,

íntegra o parcialmente por cualquier sistema de recuperación y por cualquier medio, sea mecánico,

electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o por cualquier otro, sin la autorización previa por escrito de

Nuer Ediciones, S. A.

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

Razones de una polémica 7 Fundamentos de la Leyenda Negra 8 La historia oficial 10

OPINAN LOS INTELECTURALES Y POLÍTICOS DE AMÉRICA LATINA

— Mario Vargas Llosa 17 — Mario Benedetti 23 — Ernesto Sábato 25 — Gabriel García Márquez 31 — Augusto Roa Bastos 33 — Octavio Paz 37 — Carlos Fuentes 39 — Alfredo Bryce Echenique 41 — Arturo Uslar Pietri 43 — Osvaldo Guayasamín 47 — Jorge Amado 51 — Ernesto Cardenal 53 — Antonio Núñez 55 — Eduardo Galeano 59 — Mario Bunge 65 — Germán Arciniegas 69 — Tomás Borge 73 — Padre Jesús López Gay 75 — Leonardo Boff 77 — Pedro Casaldáliga 79 — Alfonso López Michelsen 81 — José Durand 83 — Miguel León Portilla 85

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— Jorge Edwards 87 — Julio María Sanguinetti 91 — Antonio Gómez Robledo 95 — Leopoldo Zea 97 — Cardenal Nicolás de Jesús 99

OPINAN LOS INTELECTUALES Y POLÍTICOS ESPAÑOLES

— Jordi Solé Tura 103 — Pedro Laín Entralgo 105 —José Luis Sampedro 107 — Manuel Vázquez Montalbán 109 — Juan Goytisolo 113 — Fernando Savater 117 — Luis Yáñez Barnuevo 123 —José Agustín Goytisolo 127 — Juan José Armas Marcelo 129 — Ludolfo Paramio 133 — Rafael Sánchez Ferlorio 135 — Manuel Alvar 137 — Emilio Romero 141 — Joan Manuel Serrat 143 — Francisco Ayala 145 — Julián Marías 147 — Nicolás Sánchez Albornoz 151 — José Antonio Barroso 153 — Fernando Arrabal 155 — José Alsina Franch 157 — Joseba Azkárraga 161 — Reyes Mate 163 — Luciano Pereña 169 — Monseñor Carlos Amigo 173

LA VOZ DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Las poblaciones nativas 177 Parlamento indígena 170 La contra conmemoración mexicana 180 Los gritos desde el territorio ocupado 182 La odisea de los indios del Brasil 184 Todas las voces 185 «Aventureros o invasores» 187

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I N T R O D U C C I Ó N

Razones de una polémica

Una vez decidida la celebración oficial en España del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, las opiniones a favor y en contra volvieron a expresarse, como había ocurrido hace cien años —cuando se recordó el Cuarto Centenario—, pero con unas características y contenidos diferentes.

Si en 1892 las preocupaciones se centraron en la designación del propio centenario, que para algunos países con intereses distintos a España debía ser Centenario de Colón, es decir, donde primara la gesta individual del Descubridor; para España el énfasis debía ponerse en la dimensión hispánica del acontecimiento, y por lo tanto el rótulo no podía ser otro que Centenario del Descubrimiento del Nuevo Mundo.

Sin embargo, esta vez el debate no sólo comprendió aspectos semánticos, sino filosóficos. Fue la delegación mexicana la que sirvió la polémica en la segunda reunión de las Comisiones Nacionales para el Quinto Centenario del Descubrimiento de América —que había patrocinado España— y que se reunía en Santo Domingo en julio de 1984.

En una agitada sesión donde se discutieron aspectos filosóficos de lo que supuso la incorporación de un Nuevo Mundo a la historia universal, la delegación española —presidida por Luis Yáñez— aceptó el término Encuentro que, en reemplazo del concepto Descubrimiento, proponía el grupo mexicano en la voz de su mentor y presidente de la Comisión, Miguel León Portilla.

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En realidad, la delegación española acordó la nueva designación como fórmula alternativa, pero no excluyente. El acontecimiento se llamaría en adelante Descubrimiento de América-Encuentro de Dos Mundos, en una especie de entendimiento conciliatorio que buscaba aproximar políticamente a las partes, pero no resolvía el dilema semántico-filosófico que planteaba la utilización de ambos conceptos.

Una de las intenciones del gobierno español ú decidir que en 1992 se recordaría el Quinto Centenario del Descubrimiento de América era darle un marco apropiado que lo despojara de características épico-heroicas, innegablemente contraproducentes para los sentimientos de un amplio sector de la opinión pública latinoamericana, que recuerda aquel acto como un hecho de sumisión y derrota del nativo americano, como una acción genocida.

Fundamentos de la Leyenda Negra

Este era uno de los principales problemas que planteaba la celebración, no sólo por los objetivos imperiales que para muchos historiadores tuvo la Conquista, sino porque su lectura desde la perspectiva actual hacía resurgir los viejos prejuicios y contradicciones que desde siempre divide a hispanistas e indigenistas.

De alguna forma, el debate planteado es la continuación de los razonamientos que en el siglo XVI enfrentaron a Bartolomé de las Casas, defendiendo a los indios, con Juan Giménez de Sepúlveda, reclamando el derecho de los conquistadores ante la no humanidad de los nativos.

Y es en base a las crónicas y a los documentos del dominico fray Bartolomé de las Casas que se han fundamentado la mayoría de los movimientos contrarios a la celebración del Quinto Centenario, especialmente en América Latina. Y como su propia obra, esta celebración —ahora llamada conmemoración— ha despertado recelos y adhesiones; ha sufrido ataques y vivas aprobaciones.

Un especialista en Las Casas, el historiador norteamericano Lewis Hanke, dice que «las doctrinas que expuso el dominico en el siglo XVI y su cruzada en favor de los indios tienen un decisivo aire contemporáneo para aquéllos» (en mención al exterminio que aún sufren los indígenas en diversas regiones

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americanas). «Las Casas fue un precursor de los activistas que después de la Segunda Guerra Mundial comenzaron su agitación en Europa y América para mejorar la existencia humana. Su notable trabajo antropológico, Apologética historia, pudo haber servido para explicar la historia de los pueblos pobres de América Latina». «En mi opinión —continúa Lewis Hanke— Las Casas hasta anticipó en alguna medida el movimiento que actualmente lidera el padre Gustavo Gutiérrez, porque creyó firmemente que la teología debía ser una fuerza liberadora mucho antes de que naciera la "teología de la liberación". Podría concluirse que Las Casas ejemplificó a través de casi toda su vida lo que sostuvo un antiguo filósofo chino: "saber y no actuar, es no saber".»

Pero no sólo fue Las Casas quien denunció el exterminio y mal trato de los indios, cimentando lo que luego se llamó la Leyenda Negra. Ya el 21 de diciembre de 1511, un modesto fraile de la Orden de los dominicos, fray Antón de Montesinos, pronunció en La Española (hoy República Dominicana) su famoso sermón de denuncia en la misa del domingo de Adviento.

Pero evidentemente fue el padre de Las Casas —en sus cartas, memoriales y libros— quien señaló con mayor vehemencia y continuidad las atrocidades cometidas contra los naturales y la caída demográfica espectacular, «que nunca jamás otra oída, ni acaecida, ni soñada».

Según la afirmación del fraile en su obra Historia de las Indias, escrita en los últimos años de su vida, la población india perdió, desde 1492 hasta 1560, 40 millones de individuos. Cifra ciertamente demoledora y al mismo tiempo polémica, porque el propio Las Casas, en el desarrollo de su extensa obra, ha dado cómputos parciales que no coinciden con aquélla. Pero el objetivo del dominico es siempre provocador, porque él pretenda la intervención de la Corona para frenar el exterminio. Aspira a resultados, y por eso su verbo es violento y bien recurre a admoniciones morales o religiosas, como a información histórica. Siempre hace hincapié en la acción bélica, que rechaza profundamente. Y sin embargo no dio mayor importancia a las muertes por epidemias, que según las investigaciones modernas han sido la causa más importante del declive demográfico.

Los textos de Las Casas están plagados de relatos de matanzas a punta de espada, pero también como consecuencia

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de un trato inhumano que el fraile denuncia sin concesiones. En cierta oportunidad señala que en Nicaragua murieron entre 20 y 30 mil naturales porque no pudieron sembrar y el maíz que tenían para su subsistencia les fue confiscado; en otras afirma que los conquistadores cargaban de trabajo a los indios y no les daban suficientemente de comer, lo que provocaba su desnutrición y muerte. A veces las mujeres, con sus pechos secos por la falta de comida, no podían alimentar a sus hijos.

Relata asimismo cómo, apartados sus maridos por razones de trabajo, las mujeres dejaron de procrear, con la lógica caída de las poblaciones nativas. Señala cómo se multiplicaron los suicidios y las huidas a los montes. Describe con nitidez y patetismo infinidad de escenas por las cuales los nativos, para' escapar de la opresión, se quitan voluntariamente la vida a veces individualmente y otras en forma colectiva o incluso familiar.

Con una descripción desgarradora, el padre Las Casas pretende conmover, y casi siempre lo consigue: «Los cristianos con sus caballos, espadas y lanzas comienzan a hacer matanzas y crueldades. Entraban en los pueblos, ni dejaban niños, ni viejos, ni mujeres preñadas, ni paridas que no desbarrugaban y hacían pedazos.»

Es en 1516 cuando Bartolomé de las Casas redacta su «memorial de agravios» a los indios, provocando la primera ola de estupor en Europa. En ese verdadero manifiesto por los derechos humanos de los nativos, se describen los efectos de la guerra de conquista, la esclavitud a que eran sometidos los naturales, la degradación de las comunidades autóctonas y la abolición por la fuerza de sus creencias y formas productivas, el hundimiento demográfico y la vulnerabilidad de los indios ante las nuevas condiciones de vida impuestas por los vencedores.

Todo esto dio pábulo a la llamada Leyenda Negra. Fue el comienzo de una polémica que aún subsiste y no ha sido superada. Los argumentos de quienes, en una actitud defensis-ta, señalan que se utilizan razonamientos exagerados o manipulados para ocultar la trascendencia de un hecho histórico. Y los que ponen el énfasis en la acción violenta y apropiadora.

La historia oficial

En los libros escolares se suele decir que el Descubrimiento de América «es una gesta sin precedentes que marca el inicio

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de los tiempos modernos». Se trata de una interpretación con una valoración magnánima y unívoca de los acontecimientos.

Para esta visión el Descubrimiento representa el final de la Edad Media y el comienzo de la época moderna, instancia histórica que por lo general se identifica con la caída de Cons-tantinopla. Un análisis que hasta ese momento era predominantemente euroasiático se transforma así en una concepción global del mundo.

Un Nuevo Mundo se incorpora a la historia universal. La noción de la redondez de la tierra comienza a expresarse con mayor convicción y cobra realidad la integración geográfica, humana y económica del planeta. Con la llegada de Colón a tierras americanas se produce primero un conocimiento físico y espacial, pero luego ese impacto tiene consecuencias más extensas y profundas: se perfecciona el saber de la naturaleza y del hombre; surge una nueva geografía universal y una nueva cosmografía; se percibe una realidad cambiante de los climas y de las especies.

«Fue un momento estelar de la historia», aseguran los hispanistas. La ruta descubierta permite que otros países y otros navegantes surquen el océano en busca del nuevo continente. Es un nuevo rumbo en el compendio universal cuya pagina «brillante» la ha escrito Colón. Se reconoce, no obstante, que si bien el viaje del Descubridor revolucionó las trayectorias marinas, ya la expansión europea anunciaba acontecimientos singulares a partir de 1480, fecha del comienzo de las exploraciones portuguesas al Atlántico.

Si hubo afán de riqueza y de poder, tan presentes en los valores de la época, no es menos cierto que se perseguía «un propósito nacional y religioso». Al respecto dice el cronista Bernal Díaz del Castillo que «se equivocan quienes afirman que la Conquista no se hizo por la gloria de Dios, sino por el oro; se hizo por la gloria de Dios y por el oro», reconoce el soldado-escritor en una manifestación que asombra por su falta de hipocresía.

Evangelización y servicio a la Corona, dos objetivos que se esgrimen contra otros intereses menos altruistas. El conquistador español actúa con un espíritu de Cruzada que, en lugar de convivir pacíficamente con las creencias, los usos y la organización social productiva de los indígenas, «se lanza a una tarea catequizadora inmensa y redentora», según sus exegetas. Se trata de «cristianizar a los infieles». En poco más de medio

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siglo una sola lengua y una sola religión se propaga por todo el continente. Un proceso unificador, o mejor, homogeinizador que no tiene parangón en la historia, por su extensión y rapidez. Se ha creado un profundo y original proceso de mestizaje cultural.

La misma visión oficial no deja de señalar que si bien es real que España explotó las fuentes de riqueza americanas también las activó, aportando productos y tecnologías que allí no existían. Se introdujeron técnicas de desarrollo de enorme utilidad para las colonias, como los aperos agrícolas, máquinas, para el cultivo, animales domésticos y nuevas técnicas artesa-nales. Las primeras crónicas señalan la importancia que tuvieron los caballos —desconocidos en América—, mulos y carretas, así como la introducción del arado tirado por bueyes, que revolucionó las técnicas de cultivo americanas.

La explotación comercial española hizo que la producción americana se involucrara en el mercado internacional, de tal forma que cuando en el siglo XIX se produce la emancipación de las colonias, muchas de ellas se hallaban en condiciones idóneas para un desarrollo posterior.

Cuando los españoles llegan a América se encuentran con dos culturas —la inca y la azteca— bastante desarrolladas pero muy distantes de la europea. La técnica de los tallados y cerámica era netamente inferior a la que existía en España. Lo mismo puede afirmarse de las formas de cultivo y producción.

El choque cultural fue, por tanto, espectacular. Pero la doctrina oficial no reconoce que se haya producido un sometimiento cultural —y no sólo físico— de los nativos. Una cultura más antigua y poderosa se habría mezclado —según este pensamiento— con la autóctona con instrumentos tan efectivos y perdurables como la imprenta, la universidad, la moneda, la arquitectura, la literatura y la organización municipal.

Pero el elemento más formidable que utilizó España para sus fines colonizadores fue la lengua. El poderío del idioma español y la represión de las lenguas nativas posibilitó una rápida difusión del castellano.

La acción se extiende con rapidez por todo el continente. En 1551 se funda la Universidad de San Marcos, en Lima, dieciséis años después que Francisco Pizarro erigiera la ciudad. Ese mismo año también se establece la Universidad de México, treinta y dos años después de la llegada de Hernán Cortés a

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esas tierras. Le siguen luego la Universidad de Bogotá, en 1621 y posteriormente la de Sucre, en 1624.

Los hispanistas hacen hincapié en la rápida fundación de las universidades para demostrar el interés cultural que España llevó a América. Muchas de ellas fueron creadas antes en tierras americanas que en suelo europeo. En América, incluso, le llevaron la delantera a las universidades anglosajonas. Cuando los colonos ingleses llegaron a Nueva York ya había tres universidades hispano-americanas; y cuando se fundó la primera universidad anglosajona en Harvard, en 1636, ya había siete hispanas funcionando en el Nuevo Mundo.

Esta apretada síntesis de las distintas posiciones sobre el Descubrimiento es revalorizada y puesta de manifiesto en su verdadera extensión en la siguiente compilación de entrevistas y artículos de historiadores, políticos y figuras de la cultura, tanto de América Latina como de España. Entre algunas opiniones que condenan tajantemente los hechos ocurridos en 1492, y otras que directamente ensalzan a sus protagonistas, se impone una postura intermedia, que acepta como verdad incuestionable la existencia de una acción violenta y usurpadora, pero no niegan que tal acontecimiento produjo un hecho novedoso y trascendente de cara al futuro de la humanidad.

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Opinan los intelectuales y políticos de América Latina

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MARIO VARGAS LLOSA

Escritor peruano

ES REALMENTE HIPÓCRITA ESCANDALIZARSE POR LA CONQUISTA

«La celebración del Quinto Centenario está siendo motivo de controversias absurdas. Discutir sobre si el hecho en sí estuvo bien o mal es un ejercicio especulativo gratuito. Culpar de esta situación a los conquistadores es algo disparatado, ya que se trata de una realidad que se ha ido perpetuando independientemente de quienes tengan el poder. Quizás ahora sea el momento de hacer justicia histórica y conseguir que el desarrollo no signifique el sacrificio de la lengua y la tradición de los indígenas. El problema de estos últimos se inicia con la conquista, pero no se resuelve con la independencia. Al contrario, en muchos casos se agrava. En Chile y Argentina la matanza de nativos se produce después de la independencia, en plena República.

No hay que olvidar que en Perú la primera gran batalla que da Bolívar fue contra los indígenas del norte, que se sublevaron contra la República en favor del rey de España. No porque estuvieran a favor ni en contra de la independencia, sino por la sencilla razón de que los latifundistas eran republicanos.

Volviendo al tema del Quinto Centenario, parecería que sólo se toleran contradicciones y objeciones. Una acida discusión ha precedido el aniversario en la que algunos rechazan la idea misma de la conmemoración en tanto que otros la admiten, a condición de que ella sirva para levantar un minucioso catastro de las depredaciones y devastaciones cometidas por descubridores y conquistadores. Se trata de una curiosa contro-

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versia en la que sólo participan distintos tipos de impugnadores y ningún defensor.

Entre los propios españoles han surgido algunas de las voces más iracundas para decir que no hay nada que celebrar en aquella empresa imperialista y de rapiña que fue la llegada de Colón a América y todo lo que le siguió. Por otra parte, sacerdotes y teólogos católicos encabezan la crítica de aquello que, cuando yo era niño, los manuales llamaban "la propagación de la fe y la extirpación de la idolatría por los misioneros", fórmulas que ni el más distraído ultramontano se atrevería hoy a emplear.

Es verdad que el esfuerzo material que hace España con motivo del Quinto Centenario es enorme: el intelectual, en cambio, es más tímido y a menudo da la impresión de estar lastrado por una recóndita mala conciencia. Esto no debe sorprendernos. Nuestra época es la de formidables ocurrencias históricas, el derrumbe de los regímenes más despóticos y sanguinarios de que haya memoria, la irrupción incontenible de los valores democráticos y la libertad en sociedades o continentes donde nunca existieron o fueron apenas huidizos fuegos fatuos. Pero es, también, la de la confusión intelectual, la perversión del sentido común, de las ideas y de la facultad de razonar por efecto de la ideología, religión laica de nuestro tiempo, cuyos dogmas, estereotipos, prejuicios, lugares comunes y excomuniones, contaminan todavía a buena parte de la llamada "inteligentsia" en España y en Hispanoamérica, aun aquella que, de boca para afuera, dice haberse sacudido las orejeras del marxismo y el colectivismo y ser de nuevo independiente.

Los vituperios, la incomodidad avergonzada o los silencios de tantos intelectuales de ambos mundos en torno al tema del Quinto Centenario demuestran que ello no es cierto y que, sobre muchos gravita todavía el temor de ser acusados de reaccionarios y privados del virtuoso carnet de progresistas. En la actualidad hay que cambiar ideas y reflexionar, sin complejos de inferioridad ni de superioridad, y también sin exorcismos, sobre un acontecimiento que, digámoslo con todas sus letras, es el más importante de la historia para América y Europa, y por consiguiente, para el resto del mundo.

Con la odisea de aquellos tres frágiles barquitos legendarios y el puñado de aventureros que llevaron a bordo, por mares desconocidos, al encuentro del país de la canela y de lo

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incierto, comenzó la modernidad. Desde entonces las muchas historias de pueblos dispersos e incomunicados del mundo se volvieron una sola historia, interconectada e inseparable, y se inició la lenta y tremenda, pero también grandiosa e irreversible, marcha de la humanidad hacia una civilización universal.

Hay dos maneras de hablar de un hecho de tan abrumadora trascendencia. La primera, empezando desde el principio y por lo más general. Como este método es superior a mis fuerzas elijo más bien el opuesto: retrotraerme a lo más mínimo y particular, es decir, a mí mismo, y abordar el Descubrimiento y su aniversario desde mi historia personal. O, mejor dicho, la historia de los dos apellidos que llevo encima, y que, dicho sea de paso, estoy muy contento de llevar.

Como yo, la mayoría de latinoamericanos tiene una o dos ramas familiares en las que, más pronto o más tarde, asoma el vínculo europeo. Español sobre todo para los que llevan mucho tiempo en ese lado del Atlántico y, para los más recientes, italiano, portugués, alemán, inglés, francés o centroeuropeo. Y en todas esas estirpes ha habido, hay y ojalá haya cada vez más, mezclas y juntas con la población indígena o con la africana, que llegó a América al mismo tiempo que los descubridores. El mestizaje ha sido más rápido en países como Paraguay o México, y más lento en otros, como Perú o Bolivia, pero ha venido ocurriendo de manera sistemática hasta el extremo de que cabe asegurar que no hay familia europea avecindada en América latina que, luego de dos o tres generaciones, no se haya india-nizado un poco. Y, viceversa, para encontrar "indios puros" —si es que esta expresión todavía tiene algún sentido— hay que buscarlos como aguja en un pajar, en las más remotas anfractuosidades de los Andes o de las selvas centro y sudamericanas. Existen, pero son sólo una muy pequeña minoría.

El mestizaje hay que entenderlo en un sentido literal, desde luego, pero sobre todo psicológico y cultural. Hay una manera de ser española, afirmativa y explícita, que a cualquier peruano le resulta desconcertante y, al principio, hasta ofensiva. Blancos, negros, cholos o mulatos, todos los peruanos a la hora de hablar —es decir, de sentir y de pensar— estamos impregnados del ritualismo y las escrupulosas formas indirectas, tan amadas de los quechuas.

Pero los indios no lo están menos por las costumbres, creencias y maneras que llevaron los españoles consigo. José María Arguedas, etnólogo, antropólogo y escritor insospecha-

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ble de prejuicios pro-europeos, demostró en su tesis doctoral que lo que se creía la institución prehistórica por excelencia —la comunidad indígena— era un típico producto mestizo, en el que, incluso, prevalecían las formas importadas de España sobre las aborígenes.

Resucitar ahora la absurda polémica entre "indigenistas" e "hispanistas" es tender una cortina de humo con falsos planteamientos y seudoproblemas sobre los asuntos de América latina que de veras requieren atención urgente.

Estos problemas no son las crueldades que sufrieron los indígenas hace cinco siglos, sino las que sufren ahora, todavía. Pese a haber pasado tantos años y pese a ser repúblicas independientes desde hace siglo y medio o más las antiguas colonias.

La responsabilidad de la discriminación y postergación de las culturas nativas nos incumbe hoy, de manera primordial, a nosotros, no a los europeos, y no es un debate histórico sino actualísimo, que condicionará nuestro futuro.

Este problema es económico, político y cultural a la vez y debería ser encarado y resuelto en esos tres planos simultáneamente para que la solución sea justa, además de eficaz. La pregunta clave sería: ¿Pueden modernizarse esas culturas indígenas de México, Guatemala, Perú y Bolivia, conservando lo esencial o por lo menos factores fundamentales de su lengua, creencias y tradiciones?

Mi propia convicción es que para pueblos como el quechua, de millones de personas, con una historia y una cultura que alcanzaron un elevado grado de elaboración y que aún sirve de aglutinante a sus descendientes, tal vez sí. Soy mucho más escéptico en lo que respecta a las comunidades pequeñas y arcaicas, como las de la Amazonia, para las cuales la modernización significa inevitablemente la occidentalización. ¿Es la occidentalización de los pueblos indígenas un crimen o la vía más rápida para que salgan del hambre y de la explotación de que aún son víctimas?

Mis propios sentimientos al respecto son contradictorios. Sólo sé que no se puede llegar a la solución del problema a través de afirmaciones pasionales o de estereotipos ideológicos, que no tienen en cuenta la realidad objetiva y que, si se traducen en políticas concretas, obtienen resultados opuestos a los que se pretende lograr.

Quienes se indignan tan justamente por los crímenes y

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crueldades de los conquistadores españoles contra los incas, jamás se han indignado por los crímenes y crueldades que cometieron los conquistadores incas contra los chancas, por ejemplo —que están bien documentados— o contra los demás pueblos que sojuzgaron, ni contra las atrocidades que cometieron uno contra el otro, Huáscar y Atahualpa, ni han derramado una lágrima por los miles, cientos de miles o acaso millones (pues ninguna comisión de profesores universitarios se ha puesto a calcular cuántos fueron, a diferencia de lo que ha sucedido con las víctimas de los europeos, contabilizadas al detalle con encomiable escrúpulo) indias o indios sacrificados a sus dioses en bárbaras ceremonias por incas, mayas, aztecas, chibchas o tol-tecas. Y, sin embargo, estoy seguro de que, en teoría, todos ellos estarían de acuerdo conmigo en reconocer que no se puede ser selectivo con la indignación moral por lo pasado, que la crueldad histórica debe ser condenada en bloque, allí donde aparezca, y que no es justo volcar la conmiseración hacia las víctimas de una sola cultura olvidando a las que esta misma provocó.

No estoy en contra de que se recuerde que la llegada de los europeos a América fue una gesta sangrienta, en la que se cometieron inexcusables brutalidades, pero sí de que no se recuerde, a la vez, que remontar el río del tiempo en la historia de cualquier pueblo conduce siempre a un espectáculo feroz, a acciones que, hoy, nos abruman y horrorizan. Y de que se olvide que todo hispanoamericano de nuestros días, no importa qué apellido tenga ni cuál sea el color de su piel, es un producto de aquella gesta, para bien y para mal.

Yo creo que sobre todo para bien. Porque aquellos hombres duros y brutales, codiciosos y fanáticos que fueron a América —y cuyos nombres andan dispersos en las genealogías de innumerables latinoamericanos, como yo— llevaron consigo, además del hambre de riquezas y la implacable cruz, una cultura que desde entonces es también la nuestra, y que hace de nosotros los herederos de un Cervantes, un Quevedo y un Góngora ni más ni menos que un madrileño o sevillano de nuestros días. Una cultura que, por ejemplo, introdujo en la civilización humana esos códigos de política y de moral que nos permiten condenar hoy a los países fuertes que abusan de los débiles, rechazar el imperialismo y el colonialismo, y defender los derechos humanos —que ella fue la primera en reconocer en toda la historia humana— no sólo de nuestros contemporáneos sino también de nuestros más remotos antepasados.

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La inmensa mayoría de los latinoamericanos estamos orgullosos, por otra parte, de hablar y escribir en español, una de las lenguas que, en el mundo en ebullición de nuestros días —ese mundo que se recrea bajo el principio de la lenta disolución de las fronteras y la internacionalización de la vida— en uno de los principales vehículos de la creación y la comunicación entre los pueblos.

Hablar y escribir en español es, no importa dónde haya uno nacido, ser un hombre o una mujer de nuestro tiempo, estar en el pelotón de vanguardia de la cultura más dinámica, y a la vez, ser tributario de una riquísima dinastía de pensadores, poetas, inventores, rebeldes y artistas que contribuyeron decisivamente a hacer retroceder la vieja barbarie de la intolerancia, del dogma, de las verdades únicas y a disociar la moral de la razón de Estado.

Me enorgullece, como hispanoamericano, que esa cultura fuera la primera en criticarse a sí misma hasta la médula y en hacer de la crítica un derecho inconculcable y que ella creara al individuo soberano, el pluralismo, la tolerancia y la libertad. Todo eso llegó, también, a América, en las alforjas de esos extremeños rudos que acompañaron a Pizarra y en el arcón del administrador militar que fue a Arequipa, desde la límpida Santillana del Mar. Me conmueve que tuvieran que mezclarse entre sí y vaya usted a saber con cuántas otras sangres y esperar tanto tiempo para que al fin naciera yo y pudiera venir cada tanto a España, para rendirles homenaje.»

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MARIO BENEDETTI

Escritor uruguayo

LO ÚNICO QUE LOS ESPAÑOLES DESCUBRIERON EN 1492 ES SU IGNORANCIA

SOBRE LAS TIERRAS QUE PISABAN

«En estos benditos 500 años, los oriundos del Tercer Mundo hemos pasado de la inocencia curable a la incurable desconfianza. Los actos. Lo único que los españoles descubrieron en 1492 es su ignorancia respecto a las tierras que pisaba, así como los arruacos (indígenas de Guanahaní, isla del primer desembarco) descubrieron ese día a los españoles.

Fuera del lenguaje oficial, no son muchos los que utilizan hoy el término "descubrimiento". Sería más adecuado, aunque menos rimbombante, hablar simplemente de la "llegada de Colón" a un territorio que, sólo tres lustros más tarde y casi por azar, adquirió el nombre de América. Lo indiscutible es la "llegada". Tal como le pasaría a Gorbachov casi cinco siglos después. Por eso, más que la conmemoración de un descubrimiento, más que un encuentro entre dos continentes, lo que realmente hubo es un encontronazo.

Hace algunos meses, tras haber pronunciado una conferencia en una ciudad española, alguien del público me preguntó si quienes estábamos en una actitud crítica ante la celebración del 92 pretendíamos que los españoles de hoy pidieran perdón por los desmanes de los colonizadores de ayer. Pienso que a ningún latinoamericano podía ocurrírsele algo tan absurdo. En todo caso, habríamos aspirado a que los españoles de hoy no celebraran con tanta fastuosidad un acontecimiento que, si bien significó todo un vuelco en la historia y hasta una ampliación del mundo, tuvo asimismo un ingrediente trágico,

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ya que, al parecer, costó la vida a 70 millones de aborígenes. No es poca cosa, y sobre todo no parece algo digno de celebración.

Como reflejo de esa paradoja, en América Latina el sentido del Quinto Centenario no despierta el menor interés a escala popular. Sólo los gobiernos le dan cierto realce, quizá porque ha trascendido que hay mucho dinero en juego y humildemente aspiran a que les toque alguna tajadita del pastel colombino. Los ciudadanos de a pie, en cambio, inmersos en la lucha por el pan y el techo de cada día, se sienten más aludidos por las exigencias del Fondo Monetario que por las carabelas de Colón.

El año 1992 pudo ser la ocasión propicia para un análisis sereno, objetivo, de estos cinco siglos. Análisis autocrítico, además, desde ambas orillas, ya que tampoco la América hispánica es inocente. Tras las matanzas de los conquistadores siguieron las más chapuceras, pero igualmente letales, organizadas por los gobiernos criollos. Y aún hoy, persisten en nuestro continente las miserables condiciones de vida y muerte de los indios. Por lo mismo no sería honesto culpar a la conquista

• de las crueldades que cometieron los legatarios de Cortés y Pizarro. Si bien se estima, durante la conquista y la posterior colonización perdieron la vida unos 70 millones de aborígenes, hasta ahora nadie ha calculado cuántos indios han muerto de hambre, de plagas o de simple miseria desde la independencia hasta nuestros días.

Hoy se acusa a fray Bartolomé de las Casas de haber dado origen a la "leyenda negra" sobre la colonización sólo porque aquel personaje excepcional tuvo el coraje de denunciar las atrocidades de la época. Pero la verdadera y literal crónica negra, de la que poco o nada se habla, fue la masiva importación de africanos, una responsabilidad a la que ni siquiera fue ajeno el padre Las Casas, quien llegó ingenuamente a justificarla como un curioso alivio a la explotación del indio.

En ese comercio de esclavos estuvieron involucrados no sólo los españoles, sino también, y primordialmente, los alemanes, franceses, holandeses y británicos, y en el caso de estos últimos se llegó al compromiso de introducir nada menos que 144.000 esclavos negros. Ese ominoso trasplante de seres humanos fue probablemente la redituable operación de una primera "economía de mercado", hoy tan en boga.»

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ERNESTO SÁBATO

Escritor argentino. Premio Cervantes

LA HISTORIA ESTÁ LLENA DE FALACIAS, SOFISMAS Y OLVIDOS

«Es ya cierto que hablar del Descubrimiento de América puede ser considerado, desde el punto de vista de los impugnadores, como una despectiva denominación eurocéntrica, como si las grandes culturas indígenas no hubieran existido hasta ese momento. Pero deja de serlo si se considera que los europeos no las conocieron hasta esa fecha o sólo un exceso de amor propio puede tomar esa expresión como peyorativa.

Lo que sí es razonable es que se la siga utilizando hasta nuestros días, cuando, aún en aquel tiempo, los espíritus europeos más elevados manifestaron su admiración por lo que habían encontrado en el Nuevo Continente.

Desde esta legítima perspectiva, sería mejor hablar del "encuentro entre dos mundos" y que se reconocieran y lamentaran las atrocidades perpetradas por los sojuzgadores, reconocimiento que debería venir acompañado por el inverso de los acusadores, admitiendo las positivas consecuencias que con el tiempo produjo la conquista hispánica. Bastaría tener presente que la literatura de lengua castellana ha producido en América, con una inmensa cantidad de mestizos, una de las literaturas más originales y profundas de nuestro tiempo. Si la leyenda negra fuera una verdad absoluta, los descendientes de aquellos indígenas avasallados deberían mantener atávicos resentimientos contra España, y no sólo no es así, sino que dos de los más grandes poetas de la lengua castellana de todos los tiempos, mestizos, cantaron a España

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en poemas inmortales: Rubén Darío, en Nicaragua y César Vallejo, en Perú.

Esa leyenda siniestra fue comenzada por las naciones que querían suplantar al más poderoso imperio de la época, entre ellas Inglaterra, que no sólo cometió en el mundo entero atrocidades tan graves como las españolas, pero agravadas por su clásico racismo, que aún perdura, cometido hasta hoy por el imperio norteamericano: no únicamente contra los indios, sino, luego, contra los llamados despectivamente "hispanos" y finalmente contra los italianos, en virtud de una doctrina según la cual Reagan es superior a Julio César, Virgilio, Horacio, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Galileo y tantos otros, que hicieron por la cultura universal algo más que ese actor de tercera categoría.

No, aquí no hubo esa inferioridad espiritual que es el racismo: desde Hernán Cortés, conquistador de México, cuya mujer fue indígena, hasta los que llegaron en aquella formidable empresa hasta el Río de la Plata, se mezclaron con indios, y, gracias al misterio genético, tengo una hermosa nieta que sutilmente revela rasgos incaicos.

Para no hablar de las notables creaciones del barroco ibérico en América Latina, que sutilmente difiere del de la metrópoli, de la misma manera que sucedió con nuestra lengua común: la ilustre lengua de Cervantes y Quevedo.

Todas las conquistas fueron crueles, sanguinarias e injustas, y bastaría leer aquel libro de un sacerdote belga en que narra los horrores, los castigos, las mutilaciones de manos —y a veces hasta de manos y pies— que sus burdos y viles compatriotas infligían a los negros que cometían un robo de algo que en el fondo les pertenecía. Y lo mismo podría repetirse con siniestra simetría con los alemanes, holandeses e ingleses. ¿Quiénes son ellos, qué virtudes tuvieron y hasta siguen teniendo para haber forjado y seguir repitiendo la leyenda negra?

Es una injustica histórica olvidar los nombres que lucharon por los indígenas y por la conservación de sus valores espirituales, como fray Bernardino de Sahagún, la escuela de Salamanca, con derecho de gentes, y el nobilísimo dominico Bartolomé de las Casas, que defendió encarnizadamente a los indios y que, lejos de propiciar la trata de negros, como afirma una de las tantas falsedades de la leyenda, luchó por ellos en nombre de una religión que considera sagrada la condición humana.

En fin, no se tiene presente que fueron hijos de españoles

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y hasta españoles que lucharon contra el absolutismo de su propia tierra los que insurgieron contra España, desde Bolivia, en el norte, hasta San Martín, en el sur, nacido aquí, que combatió como coronel heroicamente, contra la invasión napoleónica en la tierra de su padre, el capitán Juan de San Martín. Con razón Fernández Retamar pone el caso de Martín, uno de los hombres más esclarecidos y nobles de nuestra independencia, orgulloso de sus padres españoles, que al propio tiempo que defendía la legitimidad de una cultura nueva y propia se declaraba heredero del Siglo de Oro hispánico. Para no referirnos a tanto mestizo ilustre, como Bernardino Rivada-via en mi país, con negros en su pasado y quizás hasta con indios, y a mi amigo Nicolás Guillen, el cubano que en un conmovedor poema se refiere a su abuelo español y a su abuelo africano, ejemplar síntesis de nuestro mestizaje.

Todo este asunto está vinculado al problema de la famosa identidad de una nación, problema bizantino por excelencia. Se habla mucho de "recobrar nuestra identidad americana". Pero ¿cuál y cómo? Al decir ya "nuestra", gente como yo, que se considera entrañablemente argentino, quedaría eliminada, porque mis padres fueron europeos, como la mayor parte de los miembros de nuestra nación. ¿Cuál identidad, pues? ¿La de los indios nómadas y guerreros que recorrían nuestras inmensas llanuras, casi planetarias, donde ni siquiera hubo antiguas civilizaciones como las de los incas, mayas o aztecas? ¿Una tierra que se ha hecho con una verdadera mezcla españoles, indios, italianos, vascos, franceses, eslavos, judíos, sirios, libaneses, japoneses, y ahora con chinos y coreanos? ¿Y qué idioma reivindicar? Es curioso que buena parte de los que se proponen esta recuperación de nuestra identidad hablan en buen y longevo lenguaje de Castilla y no en lenguas indígenas. Paradójica forma de reivindicar lo autóctono.

Y aún dejando de lado las inmigraciones que hemos tenido en este siglo, quedarían, como bien escribe Arturo Uslar Pietri, tres protagonistas: los ibéricos, los indios y los africanos, pero sin duda sería la cultura ibérica la dominante desde el momento en que esas tres sangres entraron en esos complejísimos procesos de fusión y el mestizaje, dejando de ser lo que habían sido en usos y costumbres, religión, alimentos e idioma, produciendo un nuevo hecho cultural originalísimo. No como en la América anglosajona o en el coloniaje europeo de Europa y Asia, donde hubo simple y despreciativo trasplante.

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Hablé antes de bizantinismo porque estos falsos dilemas nos traen a la memoria los célebres "sorites" en que se preguntaba cuántos granos de trigo hacen un "montón". Falsos problemas que se agravan cuando se ponen en juego a seres humanos y no a simples granos de trigo, porque nada que se refiera a los hombres es esencialmente puro, todo es invariablemente mezclado, complejo e impuro. Pues sólo en el reino platónico de los objetos ideales existe la pureza, ya sea la de un triángulo rectángulo o la de un logaritmo. Si retrocedemos en el tiempo, en cualquier parte del planeta, no sabríamos dónde detenernos en la búsqueda de esa ilusoria "identidad".

Pensemos en los propios españoles, que ahora son el centro de esa polémica: no sería, sin duda, en los reinos visigóticos, ya que no se habla en la Península una lengua germánica; habría que retroceder, entonces, hasta el dominio de Roma, que produjo una cultura tan entrañable que se sigue hablando y escribiendo un idioma derivado del latín, no del ciceroniano, claro, sino del de la soldadesca, porque ni en esto se encuentra jamás algo elevado.

Pero ¿por qué detenerse en lo románico? Los puristas querrían entonces descender hasta los íberos, misterioso pueblo cuya lengua ignoramos pero que, al parecer, algo tenía que ver con los africanos y, quizá, hasta con el vascuence, pero que en todo caso invalidarían automáticamente el derecho a la "verdadera" identidad hispánica en que surgieron y vivieron después dominaciones tan profundas y viscerales que pudieron producir un gran escritor latino como Séneca. Y todo se complica aún más si reflexionamos en los reinos moros de Al Andabas, donde quizá se dio el más grande y emocionante ejemplo de convivencia de árabes, judíos y cristianos.

En la catedral de Sevilla está el sepulcro de Fernando el Santo, llamado el "gran señor de la convivencia", y la inscripción, a cada lado, en latín, árabe, hebreo y español, que le enaltece.

España estaba empapada de sangre judía a partir de la Inquisición, que también la derramó en la entera Europa cristiana. Ese tenebroso período, sin embargo, debe hacernos olvidar que en aquella tierra ibérica, en épocas más tolerantes, el pueblo hebreo había alcanzado tan grande respeto que su sangre se mezcló hasta con la sangre real. Y que un filólogo de la talla de Menéndez Pelayo escribió: "El primer poeta castellano conocido es probablemente el excelso poeta hebreo Yehuda

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Halevi, de quien consta que versificó no solamente en su lengua, sino en árabe y en la lengua vulgar de los cristianos".

Este hombre, que nació hacia 1087, fue considerado el más grande poeta lírico del judaismo, pero, en cuanto a su modalidad, tan característicamente castellano como su amigo Moisés Ibn Ezra, andaluz.

Y aún hay algo más importante: el centro cultural moro-judaico, heredero de la gran cultura de Bagdad, tanto en Córdoba, "la novia de Andalucía", como en otras ciudades del mismo reino, desarrolló el puente entre la cultura helénica, que los musulmanes habían recogido en el Asia Menor y en Alejandría, y la Europa bárbara, tarea en la que no se debe tampoco olvidar la Escuela de traductores de Toledo, fundada en el siglo XII. Avicebrón, nacido en Málaga en 1020, conocedor de la filosofía platónica, influyó sobre san Buenaventura y la orden de los franciscanos, que polemizaron con Alberto Magno y Santo Tomás. Y en cuanto al gran filósofo judío Maimó-nides, nacido en Córdoba en 1135, influido por el neoplatonismo, recibió la doctrina aristotélica a través del mayor de los pensadores árabes, Averroes. Y ambos crearon el puente entre la filosofía griega y la Europa de los bárbaros, hasta culminar en Bacon, santo Tomás, Descartes, Spinoza y Kant. ¡Vaya identidad cultural!

Y ya que todo esto comenzó con el problema de la identidad hispanoamericana, no será ocioso recordar que matemáticos, geógrafos y astrónomos provenientes de aquella época trascendente de la cultura árabe-judaica hicieron posible el viaje de Cristóbal Colón, casi seguramente judío. Como tres de los poetas más excelsos de nuestra lengua: fray Luis de León, san Juan de la Cruz y Santa Teresa.

Hechos parecidos podrían enunciarse de diferentes regiones europeas, donde el degüello, la peste, la violación y la tortura fueron inevitables, ya que la condición del hombre es así: capaz de los mayores portentos y de las más atroces ferocidades, como con otras palabras lo dijo Pascal. Aceptemos, pues, la historia como es, siempre sucia y entreverada, y no corramos detrás de presuntas identidades. Ni los olímpicos dioses helénicos que aparecen como arquetipos de la identidad griega, eran impolutos: estaban contaminados de deidades egipcias y asiáticas.

Por otra parte, la historia está hecha de falacias, sofismas y olvidos. Yo mismo, sin ir más lejos, no recuerdo quién era el

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preso que en la aciaga Torre de Londres, esperando su acostumbrada decapitación, dedicaba su menguante existencia a escribir la historia de Inglaterra, cuando, a través de los criados que le traían su bazofia cotidiana, le llegaron noticias de una gran pelea que había ocurrido al pie de su prisión, informaciones tan confusas y contradictorias que dejó de escribir la historia de su país, ya que ni siquiera, caviló, era capaz de saber a ciencia cierta qué diablos había pasado ahí abajo.»

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GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Escritor y periodista colombiano. Premio Nobel de Literatura

LA CUMBRE DE GUADALAJARA CAMBIÓ EL SENTIDO DEL QUINTO CENTENARIO

«El autor de "Cien años de soledad" y "El otoño del patriarca" ha ido manifestando un cambio bastante elocuente en su original visión del Quinto Centenario, por lo que en este caso se hace necesario verter las dos etapas de su pensamiento, que, aunque no contradictorias, vuelcan una diferente manera de ver el acontecimiento.

Decía en mayo de 1990

Para España, la celebración de este cumpleaños común no puede ser más que conmemorativa, tratando de tapar los defectos con estruendos retóricos, hasta el punto de que todos nos preguntamos qué van a hacer los españoles después de 1992. Fastos triunfales sin ningún contenido político real, sin aliento histórico, y sin un propósito de integración que Simón Bolívar habría compartido como la culminación de sus sueños. Sin embargo, así como los españoles de ayer no se parecían a los de hoy, hay que confiar en que éstos no sean todos ni piensen lo mismo que los de mañana. Hace poco, hablando de esto, le decía a un amigo: "Siéntate en la puerta de tu casa, que desde allí has de ver, tarde o temprano, el regreso de los padres pródigos".

España no pudo prever hace quinientos años que este centenario la sorprendería más lejos que nunca de sus antiguas

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colonias americanas y haciendo méritos para que Europa le reconozca su consolidación europea. Es decir: resuelta a fundar su perspectiva histórica en una simple integración económica, cuando la verdadera integridad no es de mercados sino de identidad. Y más que nada, en este caso específico, de identidad cultural. Por lo visto, se les olvidó que fuimos ellos y nosotros quienes cambiamos juntos, hace apenas cinco siglos, el destino del mundo.

En la actualidad. Dos años después García Márquez opina:

Yo estuve durante mucho tiempo opuesto a la celebración del Quinto Centenario. Siempre me preocupó que se limitara a una celebración de victorias militares españolas y de conquistas. Pero a partir de la reunión de la Cumbre de presidentes latinoamericanos en Guadalajara, mi opinión cambió porque aquella fue el inicio de una integración iberoamericana, de un futuro de integración que debe continuar en Madrid.

Con estas reuniones España logra memorizar que es más de Latinoamérica que europea. De todas maneras, nosotros siempre la hemos llamado la Madre Patria, mientras que Europa no se ha cuidado de decir que África empieza en los Pirineos. Lo cierto es que en los Pirineos comienza el gran mundo iberoamericano.

A partir de la reflexión de españoles e iberoamericanos del Quinto Centenario, ha cambiado la prepotencia española hacia nosotros y viceversa. Todos los descendientes de españoles somos prepotentes pero eso no es un defecto malo.

Repito: ya tenemos un foro para convertir nuestra historia y nuestro patrimonio en futuro común para que, después de cinco siglos de divisiones, llevemos unidas a nuestras naciones al siglo XXI.»

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AUGUSTO ROA BASTOS

Escritor paraguayo

HUBO UN CHOQUE DE CIVILIZACIONES Y CULTURAS

«La conmemoración del Descubrimiento —el acontecimiento más importante en los fastos de este milenio, por sus consecuencias de alcance universal— va unida necesariamente a la toma de conciencia crítica de los hechos que forjaron la unidad del mundo iberoamericano en su doble vertiente hispánica y lusitana.

En el estado de dicha dominación hegemónica bipolar por las dos superpotencias que se distribuyen sus zonas de influencia y satelización, el proyecto de integración del disperso mundo iberoamericano sobre los denominadores comunes de identidad y destino se torna cada vez más urgente. Estos denominadores comunes son ricos precisamente por su diversidad mul-tirracial, multicultural, material y social, en algunos casos por su antagonismo, pero siempre por su necesaria fuerza de convocatoria.

España sabe mucho de esto. Sufrió, impuso, aprendió, a lo largo de un milenio, innumerables y decisivas experiencias. No trepidó en llevarlas a sus más extremos límites en su lucha por mantener incólumes su independencia, su soberanía, su cohesión y unidad en la diversidad de sus pueblos y regiones, de sus culturas y lenguas en torno al núcleo aglutinante de la Nación Estado.

Creación política original, la primera en su género, que España, las Españas, ofrecieron a Europa en el lapso que va de Alfonso el Sabio a los Reyes Católicos bajo cuyas coronas culminó la unidad nacional.

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A la luz de estos signos precursores, Cristóbal Colón descubre América —el hecho de que no lo supiera a su arribada a la pequeña isla de Guanahaní no invalida en modo alguno el otro hecho infinitamente más importante de que allí comenzaba el Descubrimiento—, y esto sucede en coincidencia con la liberación definitiva de España de la dominación del Islam en la lucha varias veces secular de la Reconquista.

Lo que significó para ella no sólo la emancipación de un poder dominador sino algo mucho más significativo aún: su renacimiento como nación doblemente enriquecida por este triunfo, con el aporte de la cultura árabe y, a través de ella, con el legado del mundo helenístico en cuyo ámbito el imperio islámico había instaurado su centro.

En otra escala, en otro sentido, y con diferentes magnitudes en la dimensión del tiempo histórico, esto es también lo que iba a acontecer en el mundo recién descubierto a lo largo de un proceso cinco veces secular. De tal suerte —en las sorprendentes simetrías que a veces despliegan los hechos— la culminación del acontecimiento inaugural luego de los cinco capítulos centrales del duro y azaroso proceso, Descubrimiento, Conquista, Colonia, Emancipación, Reconciliación, va a constituir en sus correlaciones necesarias y graduales la superior dimensión de una etapa de síntesis: la Integración. Ella se inscribe en la necesidad de vivir la historia hacia el futuro.

Esta comprensión del pasado desde el presente y su proyección al futuro es pues la única lectura inteligible de la historia. Lectura que comporta una toma de conciencia crítica, no únicamente por las minorías culturales, sino también y sobre todo por los millones de seres humanos de todas las capas culturales que forman esta vasta porción de la humanidad.

Toma de conciencia crítica de que el descubrimiento y el entero proceso a que dio origen, si bien fue en sus comienzos una empresa española, nos conciernen hoy a todos los iberoamericanos, los de la Península y los de ultramar, en una compartida responsabilidad.

La incorporación de América al sistema de Occidente, la ulterior bifurcación del continente en la América anglosajona protestante y la América ibérica, fueron acontecimientos que imprimieron un sesgo muy particular y diferente a cada una de ellas. En lo que concierne al naciente mundo iberoamericano, no aconteció esto sin dificultades y vicisitudes enormes.

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Choque de civilizaciones y culturas, más que el pretendido y eufemístico "encuentro de culturas" o "encuentro de dos mundos". No hubo tal idílica convivencia ni era posible que la hubiese.

Lo que hubo fueron luchas terribles en las que las culturas autóctonas acabaron devastadas y sus portadores sometidos o aniquilados, como ocurre siempre en las guerras de conquista, en los largos y desordenados imperios coloniales.

También esto hay que asumirlo en todos sus alcances y con toda honradez, sin que nadie derrame ceniza o se rasgue las vestiduras.

No hay necesidad de ocultar que el tiempo histórico del mundo iberoamericano quedó cargado de culpa. El humus que lo tapiza es un tejido de susceptibilidades a doble signo. Un terreno fértil para el persistente florecimiento de recelos y reservas mentales.

Estos capítulos sombríos no han sido arrancados de la memoria colectiva. Pero hay que leerlos e interpretarlos en el contexto de la historia vivida con el rigor de la conciencia crítica y el fervor de la pasión moral. No debemos olvidar que tras el mestizaje biológico y cultural, fue de entre los criollos, mancebos de la tierra y mestizos de donde iban a surgir los emancipadores y rebeldes, es cierto; pero también los más encarnizados capitanejos y tiranuelos.

Los "naturales", sometidos al régimen de la Encomienda, inermes y degradados en su cultura ancestral, en su dignidad humana, quedaron así bautizados por tres fuegos simultáneos y convergentes: los encomenderos peninsulares, los inquisitoriales evangelizadores y los propios mestizos. Estos, en su humillada bastardía, en su duplicidad de colonizados, se empeñaron en ser los más serviles subalternos del poder colonial. Tal comprensión del pasado desde el presente y la prefiguración del futuro en su realidad virtual no cumplida, nos exigen —como ya queda dicho— que nos hagamos cargo plenamente —sin agravios ni resentimientos— pero desde luego sin complacencias, de lo que toca a cada parte en el tejido de grandezas y miserias, de atrocidades y sacrificios, de avances y retrocesos que jalonan el destino de Latinoamérica en los cinco siglos de su historia.»

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OCTAVIO PAZ

Escritor mexicano

HABLAR DE GENOCIDIO ES DEMAGOGIA

«El descubrimiento no fue una maldición, pero tampoco fue una absoluta bendición. Hablar de maldición o genocidio es una inmensa tontería o demagogia. La expansión de Occidente es un fenómeno que comienza justamente en esa época y es universal. Finalmente el mundo se conoció a sí mismo y la historia del género humano es ahora única. Hay que decir, sin embargo, que los abrazos de la historia son mortales. Nada permanece inmutable. Si hubo descubrimiento hubo encuentro; si hubo encuentro hubo lucha; si hubo lucha, hubo imposición y predominio. Este es un hecho que forma parte de la historia universal.

Es evidente que la conquista estuvo llena de errores, pero también de gestas gloriosas que no podemos dejar de lado. Decir que se trata de un genocidio, por tanto, es históricamente falso y ahistórico por definición. Y que se tenga en cuenta que quienes esto dicen lo hacen en español.

El mundo se hizo mundo porque dos desconocidos se encontraron y tocaron, sin que los unos y los otros supiesen lo que estaba ocurriendo.

Comprendo las razones de Portilla para hablar de encuentro en lugar de descubrimiento pero yo no veo mayores diferencias. En todo descubrimiento hay un encuentro y en todo encuentro un descubrimiento. Quiero decir que hay una diferencia de matiz que no es esencial. O'Gorman en cambio adelantó hace años una idea que sí es importante: el concepto de América como invención europea. América no existía antes del descubrimiento. Los indios americanos no tenían conciencia

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exacta de la existencia de otras civilizaciones, de otras tierras. Este es un hecho que es subrayado en varios ensayos míos: la enorme soledad histórica, hasta 1500, de los pueblos indios de América. De modo que había grandes culturas, México, Guatemala, Perú, que se desarrollaban aisladas. Esta soledad explica en parte el éxito de la conquista española.

Cuando conmemoramos, celebramos también. Está bien celebrar lo que fue magnífico, y fue magnífico celebrar unificar el mundo. Los episodios sangrientos y los episodios luminosos abundan; abundan los actos heroicos de ambas partes. El hecho esencial es que las culturas modernas están comunicadas.

Los indios se cristianizaron, pero a su vez provocaron un cambio en el cristianismo y en la cultura occidental.

Al lado del saco de oro ha estado la pila bautismal. Tan falaz idealizar a los vencidos como idealizar a los

vencedores. Ni unos respondían al sueño del buen salvaje, ni los otros iban guiados sólo por el ánimo del oro.»

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C A R L O S F U E N T E S

Escritor mexicano

CATÁSTROFE DEMOGRÁFICA

«El descubrimiento fue una "catástrofe demográfica". Los indios no sólo murieron exterminados por los conquistadores y por las enfermedades, también murieron de desesperación cultural.

Carlos Fuentes afirma que si bien Colón tenía una impresión ideal de la sociedad que descubría, "acabó esclavizando a quienes había idealizado".

El genocidio que se produjo en México durante la conquista española tiene —en la versión de Fuentes— cifras concretas: había 25 millones de indios a la llegada de los españoles para quedar 1 millón hacia 1650.

Sin embargo, y a pesar de recordar estas cifras, Fuentes rechaza algunas versiones indigenistas que "proyectan todo el mal sobre los españoles, y se olvidan que después de la independencia de España los conquistadores hemos sido nosotros. Es una actitud hipócrita que desconoce que en muchos casos hemos sido peores que Cortés, con el agravante que no tuvimos a un Bartolomé de las Casas que nos lo señalara. Somos el resultado de lo que pasó. La conquista fue terrible, fue una verdadera catástrofe para el mundo indio, pero la consecuencia es una cultura que apenas cincuenta años después estaba ahí, y esa cultura es la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz, es el barroco de Perú y de México."

Respecto al término descubrimiento, Fuentes manifiesta que es un término que refleja una visión eurocéntrica del hecho. Afirma que tiene una tendencia ha adoptar el concepto que utilizó el escritor mexicano Leopoldo Zea, la "invención

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de América", porque entiende que fue el Nuevo Mundo "imaginado" por los europeos.

En aquella época era necesario para Europa "inventar" una utopía, lo cual se traduce en la interpretación de Fuentes como la "imaginación" de América.

Creo que se debe dejar de lado las pugnas necias que separan, e ir a lo que nos une. Disponemos de un instrumento fundamental, cual es la lengua castellana, uno de los cuatro grandes idiomas del mundo; una lengua que en el año 2000 la hablarán la mitad de los norteamericanos.

Fuentes reconoce que hubo un choque entre dos culturas y dos mundos, pero "a pesar de la codicia y de las sombras de la conquista, tuvimos una herencia común, la cultura y la lengua castellana."

El encuentro de dos mundos debe plantearse como una ocasión, no de celebración, sino de reflexión. Un acto de memoria no selectiva, sino inductiva.

En cuanto a las consecuencias de la conquista señala que "España provocó un exterminio enorme, a veces de pueblos enteros, pero tuvo la grandeza de crear un extenso debate sobre las consecuencias de la conquista, lo que no han hecho otras potencias colonialistas. De grandes cronistas como Bartolomé de las Casas surgió el concepto inicial de los derechos humanos".

La conquista española fue un desastre para el mundo indio, pero al mismo tiempo un ejemplo de colonización, con unas ciudades fundadas velozmente, desde Los Angeles hasta Santiago de Chile.

Carlos Fuentes intenta el equilibrio al manifestar que "el Quinto Centenario del encuentro de dos mundos no debe ser una ceremonia de culpabilidades ni de celebraciones, sino un real y sincero esfuerzo de reflexión".

Se ha forjado una cultura única donde se entremezclan tradiciones y culturas de distinto origen en un tronco común donde se perciben las huellas greco-latinas y meso-americanas, el legado árabe y la religión cristiana, la conquista y el mestizaje.»

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ALFREDO BRYCE ECHENIQUE

Escritor peruano

AMÉRICA NO TIENE NADA QUE CELEBRAR

«No se puede conmemorar o recordar el Descubrimiento si no es a través de una proyección de futuro. Este nuevo aniversario es una recordación típica para un gobierno del estilo franquista, con la idea de España una, pura y entera, en la que los socialistas han tenido la tremenda mala suerte de tener que meter baza en esta comedia de enredos.

Lo que sí resulta claro es que no es momento de festejar nada porque en el continente latinoamericano hay mucha gente que sufre una tremenda explotación interna y vive en condiciones infrahumanas.

Debo decir que la conquista no ha concluido, que se siguen matando indios y condenándolos a la marginación. Esto puede verse muy claramente en Guatemala o en Perú, donde desde hace muchos años viene desarrollándose una guerra sangrienta entre el mundo pobre indígena y el mundo establecido.

Frente a esto, la España descendiente de los que llegaron a nuestras tierras en 1492, tiene una actitud francamente esquizofrénica. El mismo Felipe González ha comentado que le duele Hispanoamérica, pero como no preside ninguno de esos países, tiene que trabajar por España y decir "aparta de mí esta América pobre que no paga".

Todo esto, luego, se viene traduciendo en leyes de extranjería bastante desagradables para quien cree que cuando llega aquí, lo hace a la famosa "madre patria". Ese es en el momento fatal en que toma conciencia de que quien manda es la Comunidad Europea, que ha ordenado cerrar la puerta al tercermun-dismo. Pero los herederos de los conquistados o del mestizaje

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ocurrido 500 años atrás, seguirán llenando aeropuertos, mostrarán billetes de ida solamente y serán maltratados. Se trata de una nueva vuelta de este racismo que aflora en Europa por todas partes.

Sobre toda esta realidad ¿quién quiere festejar algo?»

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ARTURO USLAR PIETRI Escritor venezolano.

Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua

EL DESCUBRIMIENTO FUE EL PUNTO DE ARRANQUE DEL PENSAMIENTO MODERNO

«Antes que nada, me importa decir que hay mucha mentira, ignorancia y prejuicio en torno al 92. Ha surgido desde hace un tiempo la polémica sobre si hubo encuentro o descubrimiento, y yo no tengo dudas de que sucedió lo segundo, pero en una medida mucho más magnificada de lo que pretenden algunos. Un encuentro a secas puede darse entre dos personas, pero algo que perdura quinientos años tiene que ser la creación de una nueva circunstancia humana, la creación de un nuevo mundo.

El Descubrimiento supone la iniciación de innumerables procesos de cambio, de búsqueda de respuesta a muchas preguntas. Los primeros navegantes y comentaristas hablaban del Nuevo Mundo y, efectivamente, se había encontrado un nuevo mundo. Los hombres comenzaron a hacerse, a partir de esa fecha, muchas preguntas que probablemente no se habían hecho desde los griegos. El Descubrimiento es también el punto en el que empieza a haber historia universal; hasta entonces sólo existía una cultura del Mediterráneo, el occidente y el norte de África. Del Descubrimiento arranca, en fin, todo el pensamiento social moderno, desde Rousseau a Carlos Marx. Entonces, yo me pregunto: un hecho que produce estos cambios, ¿merece ser recordado o debemos avergonzarnos de él? El destino de la América Hispana deriva del espíritu de cruzada del conquistador. Precisamente, los conquistadores hicieron todo lo que no era aconsejable: lanzarse desde el primer rao-

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mentó de la manera más imprudente y atrevida a conquistar y cristianizar. Es cierto que su actitud fue brutal, pero es también innegable de que hoy existe una sola lengua, una cultura y una religión, a diferencia de otros países. Los que hemos vivido en este siglo hemos presenciado las dos guerras mundiales, que han sido dos genocidios monstruosos, y, sin embargo, nadie maldice a Europa, nadie se avergüenza de ser europeo.

Por otra parte, durante los tres siglos de imperio español en América, se realiza un proceso muy rico, mal conocido y estudiado: el proceso del mestizaje cultural. Se habla mucho del mestizaje físico, que efectivamente existió. Los españoles fueron sin mujeres y se mezclaron con las indias, de esas uniones nacían muchos mestizos. Pero los hombres no somos lo que somos, ni por la raza ni por la sangre, y sí por la cultura. De modo que el proceso que se creó en América fue de un mestizaje cultural muy especial.

Hoy en día, todos reconocen que España, sobre todo la España que desemboca en el siglo XVI, era el producto de un mestizaje cultural. Era el producto de un proceso de más de setecientos años de pugna y de lucha, de mezcla y de combinación, de asimilación y de transformación de las tres grandes culturas: la cristiana, la judía y la musulmana.

Lo ha dicho Américo Castro en uno de sus excelentes libros sobre la realidad histórica española: el proceso de mestizaje de tres culturas, que explica la peculiaridad española en el siglo XVI viaja con los españoles a América. Pero en el Nuevo Mundo se abre otro proceso de mestizaje cultural. En primer lugar, el español que había asimilado esa triple combinación de culturas, por otro lado, el indígena. Entre los diversos pueblos indígenas no había apenas contacto de intercambio. Tal vez los de las Antillas conocían más a los de la costa de Venezuela porque los caribes hacían expediciones que llegaban hasta la actual Jamaica o hasta la actual Cuba. Pero los incas no sabían nada de los mexicanos y éstos desconocían a los incas: no hubo ninguna noción ecuménica de un mundo americano y mucho menos un nombre para denominar al continente.

Los distintos niveles culturales entraron en contacto de maneras distintas con la cultura mestiza que llevaron los españoles.

Los españoles que fueron a América eran pocos: no existen cifras fiables y concretas, pero a lo largo de los tres siglos

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de su presencia, no debieron llegar a más de un millón de españoles.

Las estimaciones sobre la población indígena son de entre catorce y veinte millones para todo el continente.

Pronto llega una tercera aportación: la africana. Muy al comienzo, a partir de 1502, empezaron a llegar a América pobladores de la costa occidental de África. Desde entonces hasta la mitad del siglo XIX, cuando empezó a declararse ilegal el tráfico de esclavos, se calcula que entraron a América entre ocho y catorce millones de africanos. Eran también hombres pertenecientes a una determinada cultura, porque no hay hombres sin cultura. Esa población era el producto de razias que llevaban a cabo en el interior de África los reyezuelos de la costa para venderles los prisioneros a los traficantes de esclavos. A América vinieron gentes de todo tipo y tuvieron una presencia pedagógica muy importante.

Al conocimiento de la historia de América Latina le ha hecho mucho daño la experiencia colonial de las grandes potencias europeas del siglo XIX. La misma palabra «colonia» proviene de las experiencias francesa e inglesa en África y Asia. El caso de la América española fue totalmente distinto. Cuando Hernán Cortés desembarca en el primer poblado maya, no actúa como otro colonizador europeo. Si existiera un manual del buen colonizador, el primer artículo debería decir: "Fingir que se respeta profundamente la religión y la cultura del pueblo al que se va a conquistar." Eso hicieron los ingleses en la India y los franceses e ingleses en África: respetaron profundamente la realidad cultural de esos países, no pretendieron cambiarles sus creencias, les enseñaron tecnologías, ciencias y otras cosas, pero respetaron el status quo cultural.

En el caso español no ocurrió lo mismo. Hernán Cortés y otros conquistadores trataron de convertir a los indígenas y así ocurrió en muchos territorios. Por ese motivo, es un hecho innegable, hoy en día existe unidad religiosa en la América de habla española.

Pero hubo multitud de hombres que aceptaron la complejidad de las dos herencias y las combinaron en su vida, en su pensamiento y en su obra. Insisto que a partir del Descubrimiento de América se inició un inmenso proceso de cambio en el mundo: desde ese momento los indios no siguieron siendo como habían sido antes, los africanos traídos sufrieron también inmensas transformaciones culturales, y los propios españoles

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y sus descendientes americanos se hicieron distintos en muchas cosas fundamentales, como la noción del espacio, del tiempo y de la propia persona, de aquellos que se habían quedado en España.

Los descubridores y colonizadores fueron nuestros más influyentes antepasados culturales y no podemos, sin grave daño a la verdad, considerarlos como gente extraña a nuestro ser actual. Los conquistados y colonizados también forman parte de nosotros porque no solamente viven actualmente en tierra americana muchos millones de descendientes directos de los pobladores primigenios, sino porque su influencia cultural sigue presente y activa en infinitas formas en nuestra persona. Tampoco podemos distinguir en nuestra herencia la parte de los esclavos y la de los esclavizadores. La herencia de ambos está igualmente viva en muchas formas de nuestra cultura y es parte de nuestro ser histórico.

Estas múltiples manifestaciones de incongruencia y de desconocimiento del pasado tienen consecuencias importantes y contribuyen a aumentar las dificultades que los hispanoamericanos han tenido siempre para definirse cultural e históricamente. La verdad es que todo ese pasado nos pertenece. De todo él, sin exclusión posible, venimos y tan sólo por una especie de mutilación ontológica podemos hablar como de cosa ajena de los españoles los indios y los africanos que formaron la cultura a la que pertenecemos. El "nosotros" en boca de un hispanoamericano, cualquiera que sea su herencia racial, no puede significar otra cosa que la aceptación tácita de la inmensa y variada herencia de españoles, indios y africanos que forman nuestro verdadero ser cultural, y que es la base misma de la originalidad creadora que podemos ostentar.

¿Qué vamos a celebrar entonces el 12 de octubre de 1992? El Quinto Centenario del punto de partida de todas estas inmensas novedades de las que ha surgido el mundo moderno. Un nuevo tiempo de la humanidad entera comenzó en esa fecha prodigiosa. Con el viaje de ida se sembró la semilla del Nuevo Mundo americano, con el viaje de regreso se inició el Nuevo Mundo universal.»

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OSVALDO GUAYASAMÍN

Pintor y escultor ecuatoriano

LA INVASIÓN EUROPEA DE 1492

«Por un lado está el Descubrimiento propiamente dicho, que es un hecho casual, fortuito. Por otro, la hecatombe de la conquista, el genocidio verdaderamente terrible. Yo no me opongo a que los españoles festejen esas cosas, porque son los ganadores, los que se aprovecharon de todas nuestras riquezas y conocimientos para hacer una Europa próspera. Pero nosotros quedamos hasta hoy sumergidos y empobrecidos. Hubo nada menos que setenta millones de indios muertos, de los cien que vivían tranquilos y felices cuando llegaron los conquistadores. Esta terrible situación todavía hoy es patente, ya que la condición india sigue siendo trágica.

Reconozco, por otra parte, que el mestizaje que surge de este Descubrimiento como nuevo grupo humano es positivo pero no sirve para tapar todos los dolores soportados por los pueblos indígenas.

En homenaje a las víctimas de la invasión europea de 1492, estoy terminando la construcción de un monumento denominado "santuario-fortaleza" y que es una reminiscencia de aquellas tumbas que se levantaban en las principales culturas indígenas del continente. El mismo se erigirá en la Plaza del Mar de la ciudad de Puerto Real, en Cádiz.

En este monumento-homenaje levantaré una estatua que representará al "hombre-pájaro" herido, como símbolo de la tragedia india que se produjo con la invasión europea. En sus esquinas, la parte exterior del monumento tendrá cuatro grandes murales en cerámica, cada uno de 55 m2, que recrearán una

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faceta histórica, social y política, religiosa y económica diferente y, a la vez, complementaria.

El primero de estos murales será un canto al amor, dirigido a América antes de la llegada de los conquistadores y en él se recogerán los ritos, danzas, religiones y símbolos de las tres principales civilizaciones del continente: la maya, la inca y la azteca.

El segundo mural se refiere al descubrimiento del designado por Europa como "Nuevo Continente", y reflejará los aspectos francamente atroces de la conquista, la brutal matanza de 70 millones de seres humanos de todas las etnias americanas, desde México a la Patagonia, durante los siglos XVI y XVII. Este mural reflejará también el saqueo furibundo y lleno de codicia obscena de todo el oro labrado artísticamente por los indios, estúpidamente fundido por los conquistadores, la inhumana explotación de los aborígenes en las minas de plata de Potosí, el asesinato de Atahualpa, uno de los crímenes más perversos por su engaño y malignidad, la forzada implantación de la religión católica, basada en el terror y en el exterminio de "infieles" y paganos, y la violencia ejercida por los conquistadores-violadores sobre las mujeres nativas, que supuso el mestizaje étnico y cultural, pero también la discriminación y el desprecio hacia sus propios hijos.

El tercer mural tratará del asentamiento ibérico en tierras americanas, de la superposición de ciudades españolas sobre las indígenas, de la belleza de los templos, catedrales y conventos construidos con las manos y el talento de los indios, quienes transformaron los diseños europeos y otras formas propias en las fachadas deslumbrantes de las iglesias. Es en este mural que hago una reflexión de la llamada "independencia" —desde el punto de vista de los indios y los pueblos en general— basado en el hecho de las hazañas libertarias.

En el cuarto mural trato de profundizar en la tragedia de la población negra en América, el infame tráfico de negros efectuado por ingleses, portugueses, holandeses, alemanes, españoles y demás europeos, quienes diezmaron salvajemente África Occidental para traer a millones de sus habitantes que, esclavizados, cultivaron las plantaciones de algodón, en lo que después fue Estados Unidos, y las de caña de azúcar en el Caribe y el Brasil.

La escultura, en el centro del monumento, tendrá una altura de siete metros y se construirá en dos piezas al objeto

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de poder ser transportada a España. Espero que de esta forma simbólica, quede perpetuado el merecido homenaje que deben recibir quienes fueron las víctimas de una acción que yo llamo "invasión europea" y la historia oficial recuerda como Descubrimiento.»

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JORGE AMADO

Escritor brasileño

HA Y QUE DIFERENCIAR ENTRE EL DESCUBRIMIENTO

Y LA CONQUISTA

«El tema de la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento es un asunto muy polémico. Yo soy partidario de celebrar la gesta de los hombres que han tenido el coraje de partir con esas pequeñas carabelas para ir hacia el desconocido océano. Pero esa celebración a veces muestra un sentido colonialista desde el punto de vista cultural.

Otros escritores, muchos de ellos bien conocidos, hablan del tema no con la intención celebratoria sino para criticar la conquista.

Es indispensable darse cuenta que una cosa es el Descubrimiento y otra la conquista.

Hasta resulta curioso que América se llame como se llama, cuando Colón fue el que la descubrió. Pero en ese continente americano el real problema surge después del Descubrimiento, cuando en otras embarcaciones fueron llegando los soldados, guerreros y misioneros, imponiendo su cultura a sangre y fuego. Nadie puede negar que la conquista fue terrible, brutal, de una violencia inimaginable, donde sus protagonistas arrasaron con pueblos, naciones, poblaciones y culturas autóctonas.

Había zonas donde las culturas prehispánicas eran poderosas y ricas por donde se las mire. Entonces, llegaron los españoles y las sustituyeron por la propia. Así les pasó a los incas, mayas y aztecas. Lo mismo ocurrió con lo religioso, ya que los grandes y majestuosos templos nativos fueron arrasados y sepultados. Sobre sus propios techos se levantaron los

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cimientos de las iglesias evangelizadoras llegadas desde Castilla, Galicia y Extremadura.

Si se habla de lo que fue la conquista portuguesa, se puede decir que sin dejar de ser violenta como la de sus vecinos españoles, sus resultados fueron menos terribles. La explicación habría que buscarla en el hecho de que no encontraron culturas poderosas a su paso. Con todo, destruyeron poblaciones enteras, impusieron su autoridad por el miedo, pero el saldo de destrucción es bastante menor.

Frente al tema de la polémica sobre el Descubrimiento, creo que hay un exceso de dogmatismo en las dos posiciones enfrentadas. Tanto en la de quienes condenan tanto el Descubrimiento y la conquista, como los que afirman que todo ha sido para bien. Si uno celebra el Descubrimiento sin hablar de la conquista —que indudablemente no fue un encuentro de dos culturas, sino la imposición de la más poderosa sobre la más débil— está tergiversando la realidad.

Hay que ser francos en todo esto. Celebrar el hecho épico del Descubrimiento y por otro lado, hablar de la conquista diciendo toda la verdad sobre lo ocurrido.

Hay que tratar de escribir y describir los hechos históricos, analizando lo que ha quedado como realidad en cada uno de esos países. Así saldrá lo positivo y lo negativo. Se podrá ver que de esa conquista brutal nacieron las naciones que actualmente constituyen América, las de habla inglesa, española y portuguesa.

Es ilusorio querer restaurar ahora la cultura maya o azteca, pues esas culturas se mezclaron con las que venían de Europa, dando esa peculiaridad a cada uno de esos territorios, los influenciados por Portugal, los de los negros de África y la ya existente, produciendo una cultura mestiza clásica y peculiar.»

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ERNESTO CARDENAL

Sacerdote y poeta nicaragüense

«Nosotros opinamos que fray Bartolomé de las Casas, el primer teólogo de la liberación de América, sigue teniendo vigencia. Y que la celebración de este V Centenario debe ser antes que nada la reivindicación de las etnias indígenas de América, y que obtengan su autonomía todas aquellas que lo piden o lo deseen.

La reivindicación debe ser en toda América, desde Alaska hasta la Patagonia, y para ello también debe ayudarnos España. Sandino, nuestro máximo libertador, sostuvo: "América se puede decir que está empezando a ser, y en esta obra futura de una civilización nueva y autóctona la misión espiritual de España puede y debe ser decisiva."

Nueva y autóctona. Así es como ha querido la revolución desde la Comisión Nacional del Quinto Centenario de Nicaragua, hemos planteado siempre como reivindicación la situación que viven todos los indígenas de América. Ellos, no en el pasado, en el presente, están sufriendo persecución y muerte; racismo, hambre, desempleo, despojo de tierras, marginación, masacres, desculturización, asesinatos, encarcelamientos, etno-cidios, genocidios, incluyendo además en Estados Unidos, la contaminación de materiales radiactivos y la imposición de tratados nucleares, y sin olvidar que en los últimos años se han violado —en EE.UÚ— 532 tratados con 374 tribus.

En Nicaragua, la Revolución Sandinista intentó la autonomía de los pueblos indígenas, después de errores iniciales que no podemos negar fueron graves. Esta autonomía reconocía el derecho de los indígenas al uso de la tierra, bosques,

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aguas superficiales, subterráneas y costeras de los lugares donde habitan, y los derechos a decidir ellos mismos las modalidades de aprovechamiento de los recursos naturales, a elegir su gobierno por medio de asambleas regionales y de mantener sus lenguas y culturas en un Estado multiético, multilingüe y multicultural, sin que esta autonomía reduzca o menoscabe ninguno de sus derechos como ciudadanos nicaragüenses.»

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ANTONIO NÚÑEZ

Viceministro de Cultura de Cuba. Arqueólogo e historiador

TODA VÍA HOY SIGUEN MA TANDO INDIOS

«Entendemos por Quinto Centenario los cinco siglos de historia de América, de modo que nosotros vamos a conmemorar desde la despedida de Cristóbal Colón hasta la instauración del socialismo en Cuba, pasando por la conquista, colonización e independencia.

Se puede afirmar que la conquista todavía no ha terminado, y no son los españoles los que la continúan. La matanza de pieles rojas en el siglo pasado en Estados Unidos fue una cacería inmunda y atroz.

En Cuba a la comisión que recuerda los hechos de 1492, la llamamos Comisión para la Conmemoración del Medio Milenio del Descubrimiento Mutuo del Viejo y el Nuevo Mundo, y con ello queremos dar toda una definición. En otros países, también son claros en su significado, aunque totalmente diferente en el signo. Por ejemplo, los dominicanos hablan del V Centenario del Descubrimiento y la Evangelización; en Chile se denomina V Centenario de la llegada de Colón a América.

El descubrimiento de América abrió a toda Europa las puertas de la conquista y colonización de América, y la conmemoración debe servir de base para la unidad de los pueblos de América frente al neocolonialismo.

La trascendencia de los descubrimientos de Colón fue reconocida por todos, especialmente después de la conquista de México, Perú y los países septentrionales de los Andes, cuando empezaron a llegar a Europa cargamentos de oro y de plata. Sin embargo, su alcance histórico mundial y, además, revolu-

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cionario, sólo fue apreciado en la mitad del siglo XIX por los autores del Manifiesto del Partido Comunista, Carlos Marx y Federico Engels.

El autor de "El capital" señala que "El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.

El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepulta-miento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista.

Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de acumulación originaria. Tras ellos, pisando sus huellas, viene la guerra comercial de las naciones europeas, cuyo escenario fue el mundo entero.

Conviene aclarar que para conceptuar el hecho de la llegada de Colón al Nuevo Mundo, primero se utilizó el término de invención, más tarde el de descubrimiento; a veces el de encubrimiento y ahora hay quienes lo definen como "encuentro".

Fue el profesor Francisco Morales Padrón, director del Departamento de Historia de la Universidad de Sevilla, quien expresó: "La idea sobre descubrimiento geográfico y el concepto de descubrimiento a secas, no son generalmente aclarados. Descubrimiento acostumbra a confundirse con el de invención, siendo corriente leer que la Antigüedad inventó a América, pero que Colón la descubrió."

Por su parte, el profesor Paolo Emilio Taviani, en su libro "Cristóbal Colón, génesis del gran descubrimiento", señala que "el primer dato que se descubrió fue precisamente la ignorancia europea".

A los anteriores conceptos, muy clásicos en la literatura desde el siglo XVI al XX, se añaden otros que ganan en impor-

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tancia, tales como: roce cultural, contacto cultural, choque cultural y transculturación.

Entre los conceptos opuestos de fray Bartolomé de las Casas y de Miguel de Arcos, se movió toda la conquista de América, tanto para españoles como para ingleses, franceses y holandeses. Es decir, entre la cruz entendida como amor, en su más original acepción, y la espada sangrienta de fines de medioevo y comienzo del capitalismo. Nadie duda, a cinco siglos de aquellos acontecimientos, que desgraciadamente predominó la tendencia que se desprendía de las palabras del sacerdote De Arcos, que afirmaba conceptos como el siguiente: "Obligados somos los christianos a dar lymosna de lumbre y doctrina a los que por ignorancia invencible pecan mortalmente y están en estado de perpetua conedenación, en la cual ignorancia y peligro están en los indios de que hablamos".

Hoy, para el enjuiciamiento de la conquista de América, partimos del firme criterio de que jamás la Humanidad ha presenciado una conquista que no haya sido realizada de manera sangrienta y con abusos de toda índole. En una palabra, no hay conquistador bueno ni conquista bondadosa. Todas traen aparejado el pillaje.

Otro aspecto a destacar es que muy a menudo, a más de hacerse abstracción de las condiciones concretas de una época, del desarrollo de sus fuerzas productivas y de su moral, se confunde a los pueblos, a los países mismos, con su clase dominante o sus explotadores. Afirmar que España asesinó a millones de indios en América es confundir a todo un pueblo noble con el Estado y sus dirigentes epocales. Sería igual que proclamar a Cuba, por ejemplo, como responsable de los crímenes cometidos por la dictadura batistiana. En otras palabras, ni Cortés ni Pizarra eran España. Fueron más bien en una época, los instrumentos de un Estado, los portadores armados de una filosofía.

La conquista y sus consecuencias no pueden ser valoradas de igual manera por los distintos países americanos. Y esto por razones étnicas y políticas, porque no todas nuestras naciones se hallan en igual estadio en cuanto a la asimilación o integración américo-española. Así, por ejemplo, en Cuba, al no existir el indio —porque fue exterminado— no quedó el ingrediente aborigen y, por lo tanto, la unidad cultural, la lengua y otros factores son más homogéneos. La pugna con los conquistadores y sus descendientes es sólo un recuerdo histórico. En algunos países andinos, para brindar el ejemplo opuesto, no sucede

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así: las contradicciones entre millones de indios y "blancos" se traduce generalmente en antagonismos clasistas, los aborígenes son los más explotados y los descendientes de españoles y los criollos son, generalmente, los explotadores. Por otra parte, hay una población de millones de habitantes que aún ahora se expresa en sus lenguas aborígenes y vive con muchos elementos de su cultura ancestral. Para estos americanos andinos el conquistador español, y lo que es más, sus descendientes, constituyen su clase opuesta, y forzosamente maldicen su descubrimiento por los hispanos y a los colonizadores que rompieron en gran parte su universo espiritual. En otras palabras, para los millones de indios explotados, el español y sus descendientes no pueden ser vistos con buenos ojos.

Para que se entiendan algunas de las dificultades que trae aparejada la conmemoración del medio milenio del Descubrimiento de América, traigo a colación que al disponerse la República de Cuba a crear su Comisión al efecto, se nos acercaron representantes de algunos países amigos, especialmente africanos, los que nos manifestaron su extrañeza pues no concebían que Cuba conmemorase el hecho del Descubrimiento que significó la esclavitud de veinte millones de negros. Por otra parte, estaba el dudoso concepto del descubrimiento para un Nuevo Mundo ya habitado y donde se desarrollaban valiosas y altas culturas.

En Cuba Socialista, no obstante, al interpretar dialécticamente los acontecimientos históricos, queremos dejar sentado que nos sentimos orgullosos de nuestra ascendencia española y africana, ya que la independencia de América y la liberación de nuestros pueblos es parte de un proceso histórico que hunde sus raíces —con toda su carga de crueldades y también de bondades— en el llamado Descubrimiento, Conquista y Colonización del Nuevo Mundo.

En ese sentido, quiero recordar la justificación del decreto, firmado por nuestro comandante Fidel Castro, donde se recoge la posición oficial de nuestro país sobre el tema del Descubrimiento: "El 12 de octubre de 1992 se cumplirá el medio milenio de la llegada a América de las naves de Castilla al mando del Almirante Cristóbal Colón, uno de los hechos históricos, culturales, económicos y científicos más relevantes de todos los tiempos, porque significó el encuentro de las culturas del Nuevo y el Viejo Mundo, con su secuela de conquista y colonización, el surgimiento de las nuevas naciones de América y la epopeya de la independencia.»

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EDUARDO GALEANO

Escritor uruguayo

NI LEYENDA NEGRA, NI LEYENDA ROSA

«Los dos extremos de esta oposición, falsa oposición, nos dejan fuera de la historia, nos dejan fuera de la realidad. Ambas interpretaciones de la conquista de América revelan una sospechosa veneración por el pasado, fulgurante cadáver cuyos resplandores nos encandilan y nos enceguecen ante el tiempo presente de las tierras nuestras de cada día. La leyenda negra nos propone la visita al Museo del Buen Salvaje, donde podemos echarnos a llorar por la aniquilada felicidad de unos hombres de cera que nada tienen que ver con los seres de carne y hueso que pueblan nuestras tierras. Simétricamente, la leyenda rosa nos invita al Gran Templo de Occidente, donde podemos sumar nuestras voces al coro universal, entonando los himnos de celebración de la gran obra civilizadora de Europa, una Europa que se ha derramado sobre el mundo para salvarlo.

La leyenda negra descarga sobre las espaldas de España, y en menor medida sobre las de Portugal, la responsabilidad del inmenso saqueo colonial, que en realidad benefició en mucha mayor medida a otros países europeos, y que hizo posible el desarrollo del capitalismo moderno.

La tan mentada "crueldad española" nunca existió, lo que sí existió, y existe, es un abominable sistema que necesitó, y necesita, métodos crueles para imponerse y crecer.

Simétricamente, la leyenda rosa miente la historia, elogia la infamia, llama evangelización al despojo más colosal de la historia del mundo y calumnia a Dios atribuyéndole la orden.

No, ni leyenda negra, ni leyenda rosa. Recuperar la realidad: ése es el desafío. Para cambiar la realidad que es, recuperar

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la realidad que fue, la mentira, escondida, traicionada realidad de la historia de América.

Creo que Alejo Carpentier no se equivocó cuando dijo que el Descubrimiento ha sido el mayor acontecimiento de la historia de la humanidad. Pero me parece a todas luces evidente que América no fue descubierta en 1492, del mismo modo que las legiones romanas no descubrieron España cuando la invadieron en el año 218 antes de Cristo. Y también me parece merecedor de toda evidencia, que ya va siendo hora de que América se descubra a sí misma. Cuando digo América me refiero principalmente a la América que ha sido despojada de todo, hasta del nombre, a lo largo de los cinco siglos del proceso que la puso al servicio del progreso ajeno. Nuestra América Latina.

Este necesario descubrimiento, revelación de la cara oculta bajo las máscaras, pasa por el rescate de algunas de nuestras tradiciones más antiguas. Es desde la esperanza, y no desde la nostalgia, que hay que reivindicar el modo comunitario de producción y de vida, fundado en la solidaridad y no en la codicia, la relación de identidad entre el hombre y la naturaleza y las viejas costumbres de libertad.

No existe mejor manera de rendir homenaje a los indios, los primeros americanos que desde el Ártico hasta la Tierra del Fuego han sido capaces de atravesar sucesivas campañas de exterminio y han mantenido viva su identidad y vivo su mensaje. Hoy día, ellos continúan brindando a toda América, claves fundamentales de memoria y profecía: dan testimonio del pasado y a la vez encienden fuegos alumbradores del camino.

Si los valores que ellos encarnan no tuvieran más que un valor arqueológico, los indios no seguirían siendo objeto de encarnizada represión, ni estarían los dueños del poder tan interesados en divorciarlos de la lucha de clases y de los movimientos de liberación.

No soy de los que creen en las tradiciones por ser tradicionales: creo en las herencias que multiplican la libertad humana, y no en las que la enjaulan. Parece obvio aclararlo: cuando me refiero a las remotas voces que desde el pasado nos ayudan a encontrar respuestas a los desafíos del tiempo presente, no estoy proponiendo la reivindicación de los ritos de sacrificio que ofrecían corazones humanos a los dioses, no estoy haciendo el elogio del despotismo de los reyes incas o aztecas.

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En cambio, estoy celebrando el hecho de que América pueda encontrar, en sus más antiguas fuentes, sus más jóvenes energías. El pasado dice cosas que interesan al futuro.

Un sistema asesino del mundo y de sus habitantes, que pudre el agua, aniquila la tierra y envenena el aire y el alma, está en violenta contradicción con culturas que creen que la tierra es sagrada porque sagrados somos nosotros, sus hijos.

Esas culturas, despreciadas, ninguneadas, tratan a la tierra como madre y no como insumo de producción y fuente de renta. A la ley capitalista de la ganancia, oponen la vida compartida, la reciprocidad, la ayuda mutua, que ayer inspiraron a Tomás Moro para crear su utopía y hoy nos ayudan a descubrir la imagen americana del socialismo, que hunde en la tradición comunitaria su más honda raíz.

Desde el punto de vista del proyecto de una sociedad centrada en la solidaridad y no en el dinero, estas tradiciones, tan antiguas y tan futuras, son una parte esencial de la más genuina identidad americana: una energía dinámica, no un peso muerto.

Somos ladrillos de una casa por hacer: esa identidad, memoria colectiva y tarea compartida, viene de la historia y a la historia vuelve sin cesar, transfigurada por los desafíos y las necesidades de la realidad.

Nuestra identidad está en la historia, no en la biología, y la hacen las culturas, no las razas; pero está en la historia viva.

El tiempo presente no repite el pasado: lo contiene. Pero ¿de qué huellas arrancan nuestros pasos? ¿Cuáles son las huellas más hondamente marcadas en la tierra de América?

En general, nuestros países, que se ignoran a sí mismos, ignoran su propia historia. El estatuto neocolonial vacía al esclavo de historia para que el esclavo se mire a sí mismo con los ojos del amo. Se nos enseña la historia como se muestra una momia, fechas y datos desprendidos del tiempo, irremediablemente ajenos a la realidad que conocemos, amamos y padecemos. Se nos ofrece una versión del pasado, desfigurada por el elitismo y el racismo. Para que ignoremos lo que podemos ser, se nos oculta y se nos miente lo que fuimos.

La historia oficial de la conquista de América ha sido contada desde el punto del mercantilismo capitalista en expansión. Ese punto de vista tiene a Europa por centro y al cristianismo por verdad única.

Mal que le pese, la historia oficial revela una realidad que

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la contradice. Esa realidad, quemada, prohibida, mentida, asoma, sin embargo, en el estupor y el horror, el escándalo y también la admiración de los cronistas de Indias ante esos seres jamás vistos que Europa, aquella Europa de la Inquisición, estaba descubriendo.

En nuestros días, la conquista continúa. Los indios siguen expiando sus pecados de comunidad, libertad y demás insolencias. La misión purificadora de la Civilización no enmascara ahora el saqueo del oro, ni de la plata. Tras las banderas del progreso, avanzan las legiones de los piratas modernos, sin garfio, ni parche al ojo, ni pata de palo, grandes empresas multinacionales que se abalanzan sobre el uranio, el petróleo, el níquel, el manganeso, el tugsteno.

Los indios sufren, como antaño, la maldición de la riqueza de las tierras que habitan. Habían sido empujados hacia los suelos áridos: la tecnología ha descubierto, debajo, suelos fértiles.

"La conquista no ha terminado", proclamaban alegremente los avisos que se publicaban en Europa, hace varios años, ofreciendo Bolivia a los extranjeros. La dictadura militar brindaba al mejor postor las tierras más ricas del país, mientras trataba a los indios bolivianos como en el siglo XVI. En el primer período de la conquista, se obligaba a los indios, en los documentos públicos, a autocalificarse así: "Yo miserable indio...". Ahora, los indios sólo tienen derecho a existir como mano de obra servil o atracción turística.

"La tierra no se vende. La tierra es nuestra madre. ¿Por qué no le ofrecen cien millones de dólares al Papa por el Vaticano?", decía recientemente uno de los jefes sioux, en los Estados Unidos. Un siglo antes, el Séptimo de Caballería había arrasado las Black Hills, territorio sagrado de los sioux, porque contenían oro. Ahora, las corporaciones multinacionales explotan el uranio, aunque los sioux se niegan a vender. El uranio está envenenando los ríos. Hace algunos años, el Gobierno de Colombia dijo a las comunidades indias del valle del Cauca: "El subsuelo no es de ustedes. El subsuelo es de la Nación colombiana". Y acto seguido entregó el azufre a la Celanese Corporation. Al cabo de un tiempo, surgió en el Cauca un paisaje de la Luna. Mil hectáreas de tierra quedaron estériles.

En la Amazonia ecuatoriana, el petróleo desaloja a los indios aucas. Un helicóptero sobrevuela la selva, con un alto-

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parlante que dice, en lengua auca: "Ha llegado la hora de partir..." Y los indios acatan la voluntad de Dios.

Desde Ginebra, en 1979, advertía la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas: "A menos que cambien los planes del Gobierno del Brasil, se espera que la más numerosa de las tribus sobrevivientes, dejará de existir en veinte años". La Comisión se refería a los yanomanis, en cuyas tierras amazónicas se había descubierto estaño y minerales raros. Por el mismo motivo, los indios nambiquara no llegan ahora a doscientos y eran quince mil a principios de siglo. Los indios caen como moscas al contacto con las bacterias desconocidas que los invasores traen, como en tiempos de Cortés y de Pizarro. Los desfoliantes de la Dow Chemical, arrojados desde los aviones, apresuran el proceso. Cuando la Comisión lanzó su patética advertencia desde Ginebra, el Funai, organismo oficial destinado a la protección de los indios en Brasil, estaba dirigido por dieciséis coroneles y daba trabajo a catorce antropólogos. Desde entonces, los planes del Gobierno no han cambiado.

En Guatemala, en tierras de los quichés, se ha descubierto el mayor yacimiento de petróleo de América Central. En la década de los años 80, ha ocurrido una larga matanza. El ejército —jefes mestizos, soldados indios— se ha ocupado de bombardear aldeas y desalojar comunidades para que exploren y exploten el petróleo de la Texaco, la Hispanoil, la Getty Oil y otras empresas. El racismo brinda coartadas al desalojo. De cada diez guatemaltecos, seis son indios, pero en Guatemala la palabra "indio" se usa como insulto.

La represión es una cruel ceremonia de exorcismo. No hay más que mirar las fotos, las caras de los oficiales y los grandes figurones: estos nietos de indios, desertores de su cultura, sueñan con ser George Custer o Buffalo Bill y ansian convertir a Guatemala en un gigantesco supermercado. ¿Y los soldados? ¿Acaso no tienen las mismas caras de sus víctimas, el mismo pelo? Ellos son indios entrenados para la humillación y la violencia.

En los cuarteles se opera la metamorfosis: primero los convierten en cucarachas, después en aves de presa. Por fin, olvidan que toda vida es sagrada y se convencen de que el horror está en el orden natural de las cosas.

El racismo no es un triste privilegio de Guatemala. En toda América, de Norte a Sur, la cultura dominante admite a

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los indios como objetos de estudio, pero no los reconoce como sujetos de historia: los indios tienen folclore, no cultura; practican supersticiones, no religiones; hablan dialectos, no lenguas; hacen artesanías, no arte.

Quizá la próxima celebración de los 500 años pueda servir para ayudar a dar vuelta las cosas, que tan patas para arriba están. No para confirmar el mundo contribuyendo al autobombo, al autoelogio de los dueños del poder, sino para denunciarlo y cambiarlo. Para eso habría que celebrar a los vencidos, no a los vencedores. A los vencidos y a quienes con ellos se identificaron, como Bernardino de Sahagún, a quienes por ellos vivieron, como Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga y Antonio Vieira, y a quienes por ellos murieron, como Gonzalo Guerrero, que fue el primer conquistador conquistado y acabó sus días peleando del lado de los indios, sus hermanos elegidos, en Yucatán.

Y quizás así podamos aceptar un poquito el día de justicia que los guaraníes, perseguidores del paraíso, esperan desde siempre. Creen los guaraníes que el mundo quiere ser otro, quiere nacer de nuevo, y por eso el mundo suplica al Padre Primero que suelte al tigre azul que duerme bajo su hamaca. Creen los guaraníes que alguna vez ese tigre justiciero romperá este mundo para que otro mundo, sin mal y sin muerte, sin culpa y sin prohibición, nazca de sus cenizas. Creen los guaraníes, y yo también, que la vida bien merece esa fiesta.»

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MARIO BUNGE

Filósofo y científico argentino. Profesor de la Me Gilí University de Montreal, Canadá

LOS CENTENARIOS SIRVEN DE PRETEXTO PARA REESCRIBIR LA HISTORIA

«Algunas gentes, en particular amerindios y personas de buenos sentimientos, objetan la conmemoración del Descubrimiento de las Américas, sosteniendo que lo que se propone celebrar es el peor genocidio de la historia.

Creo que se equivocan. Se puede conmemorar el nacimiento de Hitler, Stalin, Franco o Perón, sin celebrar sus acciones y con el sólo propósito de entenderlos mejor. En un orden más modesto, conmemoramos la muerte de nuestros parientes y amigos: no la celebramos. En cambio, conmemoramos y celebramos las grandes conquistas de la ciencia, la técnica, el arte y las humanidades. El Quinto Centenario se propone celebrar los adelantos de la ciencia, la técnica y la cultura desde 1492.

Los centenarios sirven de acicate o de pretexto para rees-cribir la historia, o sea, para entender el pasado a la luz de nuevos enfoques, nuevos datos y nuevas hipótesis. Cada generación ha venido reescribiendo la historia. No es que se invente el pasado, como diría un «post-moderno», sino que se lo rein-terpreta desde nuevos puntos de vista, a la luz de nuevos conocimientos.

La distancia de cinco siglos, y casi dos de las sangrientas guerras iberoamericanas de independencia, debiera brindar a los historiadores contemporáneos una perspectiva adecuada para hacer balances objetivos del complejísimo proceso que comenzó el 12 de octubre de 1492 y abarcó más de tres siglos.

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El proceso en cuestión tuvo por lo menos cinco aspectos. Fue la primera invasión de un continente íntegro y el comienzo de la supremacía económica, política y cultural de la "raza" blanca. También fue el comienzo del fin de un centenar de culturas indígenas, por lo menos tres de las cuales habían alcanzado el grado de civilización original.

Fue el nacimiento del sistema mundial, que tardaría siglos en consolidarse: a partir de entonces lo que ocurre en el Sur o en Oriente repercute en el Norte y en Occidente, y viceversa. Finalmente, el "descubrimiento" o, mejor dicho, la explotación del Nuevo Mundo, fue una de las condiciones del nacimiento del capitalismo industrial, con sus maravillas y horrores. Hay pues, cinco magnos sucesos por conmemorar, es decir, entender y valorar de nuevo.

Es sabido que la conquista y colonización de América fue precedida por la Leyenda de El Dorado (junto con las de la Fuente de Juvencia y del Preste Juan) y seguida por la Leyenda Blanca (la de la misión civilizadora del hombre blanco y cristiano). Mucho más tarde se formó la Leyenda Negra, según la cual España sólo llevó muerte y desolación al Nuevo Mundo.

La leyenda de oro resultó verdadera, aunque no le sirvió de mucho a España, porque ésta no pudo aprovechar el oro y la plata para modernizarse. En efecto, la nueva riqueza se fue en armar ejércitos, para seguir guerreando en Europa y adquirir artículos suntuarios en el exterior. No otra cosa podía esperarse de una sociedad dominada por la aristocracia.

También las leyendas blanca y negra contienen algo de verdad cada una de ellas. No cabe duda de que los conquistadores entraron a sangre y fuego y a saco, y que los colonizadores esclavizaron a todos los aborígenes que pudieron, les contagiaron enfermedades para las cuales no estaban inmunizados, destruyeron civilizaciones admirables y castigaron cruelmente todo asomo de rebelión.

Ninguna persona informada y honesta niega los horrores de la conquista y de la colonización, y nadie quiere aprovechar el Quinto Centenario para blanquear a los conquistadores y encomenderos. Pero es preciso reconocer que los colonizadores españoles llevaron a América algunas cosas y prácticas que serían de utilidad para todos, tales como aperos agrícolas, máquinas, animales domésticos, una lengua internacional y nuevas técnicas artesanales, así como rudimentos de la cultura europea. Si bien poco de esto benefició en su momento a los

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amerindios, todo ello constituyó la raíz de la iberoamérica moderna.

Puesto que los iberoamericanos ya ganaron la independencia respecto de la península, pueden darse el lujo de enumerar los aspectos positivos de la colonización. Y así se puede hablar de: supresión de las guerras tribales y prohibición de los sacrificios humanos; una administración admirable por su eficiencia; la construcción de las primeras ciudades planeadas del mundo; la introducción de un sistema intercontinental de comunicaciones gracias a los veleros, y a la importación de caballos, mulos y carretas; la importación de nuevas técnicas de cultivo, en particular de labranza mediante arado tirado por bueyes; el entrenamiento de artesanos y artistas indígenas en las artes europeas, y la introducción de un régimen educacional que, aunque primitivo y reservado a los blancos, era superior al existente.

Es preciso reconocer que, hasta mediados del siglo XVIII, América no interesó a la Corona española como fuente de recursos. Pero esto cambió con el gobierno liberal de Carlos III, cuyas reformas afectaron profundamente a la vida en las colonias, al mejorar las ciudades y reforzar la autonomía municipal.

Incluso en Argentina mis maestros de escuela, aunque seguían librando sangrientas batallas contra los godos (o gachupines), nos enseñaban que esas reformas político-administrativas fueron una de las fuentes del movimiento independentista, al posibilitar la participación de los criollos en el gobierno local.

La revalorización de la Colonia llevará forzosamente a una revaloración de las guerras de independencia. Habrá que reconocer que aunque estas tuvieron motivos legítimos, también los hubo ilegítimos. Entre los primeros figuraban la resistencia a la opresión y el monopolio comercial; entre los segundos figuran la abierta instigación británica y el deseo de reemplazar a una oligarquía por otra.

Además, habrá que valorar los resultados negativos: la gran pérdida de vidas, así como las guerras civiles y tiranías que siguieron a la independencia. Estas fueron particularmente cruentas en Argentina, Uruguay, Colombia y Venezuela.

En vista de las consecuencias nefandas de las guerras de la independencia, cabe preguntarse si éstas fueron plenamente justificadas y, por consiguiente, si es justo seguir ensalzando esas batallas y esos fusilamientos de prisioneros y disidentes.

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No se trata de hacer justicia histórica, sino también de terminar en las escuelas con la glorificación de los hechos militares, para acabar con el militarismo que aún consume gran parte de las energías de los pueblos iberoamericanos.

En resumen, hay que reescribir la historia de la Colonia y de la Independencia, adoptando un punto de vista objetivo.»

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GERMÁN ARCINIEGAS

Escritor e historiador colombiano

AMÉRICA FUE COLONIZADA POR ANALFABETOS DEL RENACIMIENTO

«Descontinuar un modelo de automóvil es una de las ligerezas que pintan la inestabilidad del siglo. En el nacimiento de América el cambio sí fue de verdad y sólo entonces toma valor inconmensurable esta palabra que hoy forma parte del vocabulario de moda. Lo que se descontinúa con la apertura del Atlántico es el más vasto sistema de pensar y ver las cosas, con quince siglos y más de dominar el viejo mundo. Esto lo vio patente Copérnico poniendo a girar la Tierra alrededor del Sol. Descartes, oponiendo a la autoridad del dogma la duda sistemática. Lo experimentó quien comenzó a fumar, comer papas, colorear los platos con tomates, saborear chocolate. Era la vida nueva que hoy nos hace ver la de la Edad Media, entonces fenecida, como rudimentaria y limitada.

No hay que pensar siquiera en lo que, paralelamente, se descontinuó en este nuestro otro hemisferio. La nostalgia que sentimos pensando en los dioses aztecas perdidos, es la misma que producen los cambios radicales cuando un pasado fantástico se echa por la borda. Ya no volvieron a abrirse los pechos para sacar corazones con cuchillo de obsidiana y dejar chorreando sangre al tope de la pirámide. Se suspendieron los libros mayas, quemándolos, que en jeroglíficos dejaban pintadas historias fabulosas. Se hizo continente el archipiélago maravilloso de las culturas cuya grandeza nos cuentan los monumentos de piedra. Se parecen a las catedrales góticas del mágico pasado europeo.

Como allá se descontinuaron las catedrales, aquí las pirá-

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mides. La brusquedad del cambio aún nos estremece. Para muchos sigue siendo increíble. Y se recuerda lo ido con nostalgia, como está dicho.

En 1830, cuando las tres cuartas partes se habían liberado sacudiéndose de los yugos imperiales. Hegel no creía en la existencia de América. Tenía cuatrocientos años de vida este otro continente y él seguía pensando que continuaba o debería continuar la historia vieja del todo girando en torno al imperio germánico. Hoy mismo hay quienes no se convencen. Nada pinta mejor la historia de las aberraciones humanas como esta negación de algo que parecería evidente con medio milenio de experiencias.

Cuando pensamos en el Quinto Centenario del Descubrimiento, viene a nuestra memoria la imagen de tres carabelas que llegan a Guanahaní con noventa tripulantes a bordo, y en el puente, al almirante hechizado con la idea de estar en el mar del Japón. No nos damos cuenta de la vida nueva que para todos representa la incorporación de este continente al universo humano. Lo cierto es que América fue colonizada por un hombre que en Europa estaba destinado a la vida servil. Se emancipó pasando de una orilla a la otra.

Eran todos infelices que labraron el continente con sus propias manos, los pobres, los sin tierra. Los analfabetos del Renacimiento, los del Renacimiento popular. Incultos. Sin ilustración. El destino de todos era juntarse en pueblo para hacer justicia.

Cualquier enfoque de la celebración del Quinto Centenario que mire en otra dirección es escapismo a la realidad de esos infelices atrevidos que tuvieron el coraje de aventurarse en las naves que iniciaron la incierta marcha de su liberación.

Es natural que establecidos, los que salían de Europa, en tierras del Nuevo Mundo donde no funcionaban ni las leyes de Netzhualcoyolt, ni las siete partidas de don Alfonso el Sabio, ni el Derecho Romano, fueran los más listos, como Bartolomé de las Casas o Vitoria, quienes pensaran en nuevas leyes, en un nuevo derecho.

A los dos o tres siglos se llegó a la conclusión de la independencia, ese hecho era la íntima conclusión de todos los criollos. La independencia es algo tan grande como el nacimiento mismo de América. Que todo un continente se emancipe de los imperios europeos es acontecimiento único, tan digno de celebrarse como la llegada de las carabelas. Ahí culmina, con el

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nuevo modelo, el reemplazo de los descontinuados que quedaron como recuerdo del pasado.

No es fácil devolverse idealmente para vivir lo que fueron los sistemas que ya no son, pero más difícil aún pensar que hubieran seguido hasta hoy los aztecas como venían siendo. O los precolombinos europeos trabajando con medio mundo apenas, y la tierra por debajo, inundada y muerta para el resto de los hombres. América quiere decir vida nueva, y así hay que sentirla y celebrarla. Con el tiempo, en esas tierras, se ensayaría un poder popular y cuanto la democracia trae de nuevo para sustituir las monarquías de veinte siglos: un cambio tan radical tiene riesgos.

Lo deslumbrante, lo fascinante en este caso es el salto al nuevo escenario de la historia universal, y que quien figura como el más sometido se transforme en un revolucionario.

Ese es uno de los episodios más notables de la iniciación americana.»

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TOMÁS BORGE

Fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua y poeta y escritor

ELDESCUBRIMIENTOVETERMINA UNA FECHA AMARGA Y GRANDIOSA

«Debo decir, con toda franqueza, que tenemos la impresión de que 1492 es una fecha que, además de ser amarga y grandiosa, no es más que el Descubrimiento de América por los europeos, según los relatores de anécdotas.

Sin embargo, después de cinco siglos, Europa no ha terminado de descubrir a América. Y aunque fue entonces que a los ojos de la humanidad apareció, por primera vez, redonda la tierra, aún Europa, que en Grecia empezó a construir al hombre, no ha visto al hombre de cuerpo entero. Y no lo podrá ver así, si no mira de igual a igual, y no desde arriba, al llamado Tercer Mundo.

El humanismo contemporáneo pide apreciar y entender al ser humano de manera integral por igual. Lo demás es ma-labarismo teórico a la orilla de una taza de café humeante. Europa dijo, sin admitir réplica, que el ser humano en esencia es blanco, occidental, masculino y burgués.

Por su parte, América Latina, dice ahora —todavía con cierta timidez— que el ser humano en esencia es también, y en relación de igualdad, negro, amarillo, mestizo, mujer, obrero, campesino, africano, latinoamericano y asiático.

El Descubrimiento es el nacimiento de la historia universal y de la antropología. Es cuando el hombre se encontró a sí mismo, en el planeta, como hombre.

No sólo fue el Descubrimiento de unas islas "maravillo-

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sas" como les llamó Colón (y lo son en realidad), sino de la redondez de la tierra.

Europa se descubrió a Europa en América. Y el Descubrimiento de América fue también el descubrimiento del Oriente. Colón no estaba como creía, en la provincia de Mango (India), cerca de Catay (China). Ni estaba, como él creía a diez jornadas del río Ganges (cuando estaba en Panamá), ni la Isla Antilla como le había dicho Toscanelli, estaba a veintiséis espacios de la Isla de Cipango, en Japón.

Pero se descubrió el Oriente, y el Descubrimiento de América fue el descubrimiento del mundo, y del hombre, de la cultura grecorromana (Teotihucán, Tehuantinsuyo). Aquí había hombres que no esperaban su humanización por medio de un documento del Papa Pablo III, que encontró que los indios eran hombres porque reían. El poeta nicaragüense Salomón de la Selva se extrañaba de que el Papa no hubiera encontrado más bien que los indios eran hombres porque lloraban.

Para Sandino, que no era ni indigenista ni hispanista, nuestra identidad era lo indo-hispano, o sea, el mestizaje.

Nuestro general creía que sus soldados eran "los verdaderos guardianes ante vuestro viejo león español que es símbolo espiritual de esta parte del globo terrestre.

"Hay mil cachorros sueltos del león español", decía en su oda a Roosevelt, el gran poeta Rubén Darío. Y desde Sandino hasta ahora, el imperialismo ha estado viendo estos cachorros sueltos por todas partes.

En cuanto a la conquista y la colonización, yo veía hasta hace algún tiempo, con protesta la obra colonizadora de España, pero hoy la veo con profunda admiración. España nos dio su lengua, su civilización y su sangre. Nosotros, más bien, nos consideramos como españoles-indios de América.

Darío recitaba en su momento que mientras haya "una América oculta que hallar, vivirá España". Y yo repito: que aún hay una América oculta, que será sorpresa del mundo, y que estamos en el proceso de ir descubriéndola. Nicaragua se siente que está en ese proceso, y España nos ayudará, en este nuevo descubrimiento. Que será como el otro, no sólo el descubrimiento de un nuevo mundo, sino del mundo entero y de todo el hombre.»

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PADRE JESÚS LÓPEZ GAY Profesor de la Universidad Gregoriana de Roma

«Los misioneros se presentaron en las recién descubiertas tierras americanas como enviados del Papa para llevar la salvación. No actuaban en nombre de la Corona. Buscaron al indio y fueron hasta el interior del continente. Lo defendieron, denunciando los abusos de conquistadores y encomenderos. Abogaron por una evangelización pacífica, sin exigir primero el sometimiento de los indios. Como era de esperar, en la evangelización hubo improvisación: la Iglesia no tenía ninguna experiencia cercana de encuentro con los paganos. Por parte de algunos conquistadores hubo gestos sangrientos y desoladores, baste recordar a Pedro de Alvarado. Pero no olvidemos tampoco, gestos semejantes en muchos indios respecto a los españoles, como los que sufrieron las tropas de Cortés y sus aliados indígenas, los tlaxcaltecas.

Lo específico de este esfuerzo evangelizador fue el mestizaje ausente en la conquista y evangelización de América del Norte, Asia y África. También, la creatividad en los métodos de evangelización: basta recordar los centenares de catecismos y confesionarios escritos en lenguas indígenas y adaptados a las diversas etnias; y la rápida organización eclesiástica. Por eso a los que me hablan de "leyenda negra", yo les respondo: ha sido la página brillante en la que no faltan sombras. La "leyenda negra" se debe ante todo a la falta de ecumenismo. Muchos grupos protestantes no pudieron ni ver un continente católico. Por otra parte, en algunos textos de Bartolomé de las Casas, encontraron y encuentran hoy, material de fácil manipulación. En el siglo XIX la masonería en América influyó mucho en la clase intelectual para divulgar "los males" producidos por los conquistadores.»

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LEONARDO BOFF

Brasileño. Teólogo de la Liberación

LA CRUZ COMO SÍMBOLO DE OPRESIÓN

«El período 1492-1992 significa, en la perspectiva de los indígenas y de los negros latinoamericanos, una vía sacra de ilimitadas estaciones de sufrimiento y un Viernes Santo que está durando 500 años, con pocas perspectivas de resurrección. Los europeos cristianos invadieron el continente. Provocaron el mayor genocidio de la historia, reduciendo la población en la proporción de 25 por 1. Usurparon las tierras, desintegraron las organizaciones sociopolíticas, reprimieron las religiones indígenas e interrumpieron la lógica interna del crecimiento de las culturas autóctonas.

Con la espada conquistaron los cuerpos y con la cruz conquistaron las almas. Nadie podía hacerse cristiano sin que, al mismo tiempo, se hiciera subdito de los reyes de Portugal, de España, de Francia y, en el caso protestante, de Inglaterra, Dinamarca u Holanda. Esta sujeción implicaba una serie de violencias, de tributos, de pérdidas de tierras, de trabajo forzado y hasta de esclavitud. El evangelio no podía ser buena noticia para los nativos, sino más bien noticia de desgracia. Por eso dice un texto de ellos: "La introducción del cristianismo fue la introducción de la tristeza, el inicio de nuestra miseria y el principio de nuestros padecimientos. Ellos, los intrusos, nos enseñaron el miedo e hicieron que nuestras flores se marchitaran; para que solamente su flor viviera, dañaron y engulleron nuestra flor.

Muchos testimonios indígenas afirman: el Dios cristiano es un Dios cruel y sin piedad. La mayoría de los misioneros

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calumniaban a Dios, tratando de convencer a los indígenas y a los esclavos que ellos sufrían y morían como castigo divino por sus pecados, por el hecho de no ser cristianos y de no creer en Jesucristo. En realidad, ellos morían en contradicción con el evangelio y la voluntad de Dios, debido a las ganancias de los colonizadores y porque los misioneros no entendieron sus religiones y no dialogaron con ellas, considerándolas como inventos diabólicos que debían ser destruidos.

Hay todo un pecado original en el origen de la evangeli-zación latinoamericana: la Iglesia, como patronazgo, asumió el proyecto político de dominación y de explotación bajo el cual sucumbían los pueblos indígenas y millones de esclavos africanos. El 12 de octubre no es para celebrar el "día de la raza", sino el "día de la desgracia continental".»

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PEDRO CASALDÁLIGA

Sacerdote claretiano y Obispo de la Prelatura de San Félix de Aragusia, Brasil

«Para celebrar el V Centenario debe empezarse indefectiblemente por reconocer todo el bagaje de negación, prohibiciones, muerte, esclavitud, colonialismo, etnocentrismo y reduc-cionismo. Por otra parte, también debemos celebrar todo lo que en esos 500 años ha habido de heroísmo, de riesgo, de martirio. Pero partiendo de la premisa de que no se hable sólo de los mártires que quizás los indígenas nos hicieron, sino de los muchísimos que nosotros hicimos a los indígenas.»

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ALFONSO LÓPEZ MICHELSEN

Ex-presidente y ex-ministro de Relaciones Exteriores de Colombia

EL QUINTO CENTENARIO NOS HA ABIERTO LOS OJOS

«Del Descubrimiento de América escribió el presidente de España Niceto Alcalá Zamora, que había sido un don con proporciones de milagro. No fue el hecho mismo de descubrir y conquistar nuevas tierras, lo cual era de común ocurrencia en aquellos siglos, sino el de haberlas hallado pobladas por tribus que sobrepasaban en algunos conocimientos a los llamados conquistadores.

Las matemáticas, la medicina, la astronomía, la ecología, estaban en muchos aspectos avanzadas con respecto a lo que se sabía en Europa. Para imaginar el milagro, bástenos suponer el asombro que experimentarían nuestros contemporáneos si en uno de nuestros satélites interplanetarios se descubriera un nuevo mundo habitado por seres que ya hubieran descifrado enigmas de la vida que la humanidad investiga desde hace siglos.

Pero el milagro no se detuvo en los días augúrales de las primeras expediciones ni en las etapas que se conocen como la de la conquista o la de la colonia. Lo extraordinario ha sido que el prodigio no cese de cumplirse. Con la misma curiosidad y ansia de saber con que los ojos de los navegantes españoles divisaron especies vegetales y animales nunca antes vistas, muchas de ellas versiones gigantes o enanas de lo ya conocido, los juristas, sociólogos y politólogos de todos los tiempos han hallado en el estudio del pensamiento americano nuevas colinas del saber. Fue así como la democracia y el federalismo, que

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apenas se habían vislumbrado en muy pequeña escala entre las ciudades griegas, cobraron nueva vigencia en Norteamérica, bridándole a los hombres de Estado del mundo entero el espectáculo de una democracia representativa y federal de proporciones.

Y en la América española el derecho conoció un renacimiento que todavía nuestro tiempo no ha alcanzado a superar, aquello que los romanos sólo llegaron a definir con el adagio según el cual la explicación extrema del derecho engendra a veces la mayor injusticia, permitió revestir de un contenido moral y social la legislación con el sabio precepto, aplicado en las Indias Occidentales, nuestra América, según el cual, "la ley se obedece, pero no se cumple".

Es decir, se acata la autoridad del monarca lejano que desde Valladolid o desde El Escorial dicta sus cédulas reales, pero existe la facultad de no aplicarlas cuando puedan causar daño en estas comarcas desconocidas por los legisladores de la península. Así lo dice, en su obra "Política para corregidores", Castillo de Bovadilla: "por las leyes del reino se ha establecido que las leyes y decretos contrarios a la justicia no valen y por lo tanto, no deben ser ejecutados, sin que ello entrañe desacato o rebelión contra la autoridad".

Este V Centenario del llamado Descubrimiento nos ha abierto los ojos hacia una nueva realidad que veníamos oteando de tiempo atrás, pero que ahora pudiera equipararse a un nuevo descubrimiento, porque abre un nuevo capítulo en la relación de América Latina con el mundo. Es haber llegado al convencimiento elemental de que unidos o integrados, como se dice ahora, los latinoamericanos podemos hacer mucho más.»

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JOSÉ DURAND

Escritor peruano. Catedrático de la Universidad de Berkeley, EEUU.

EL ENCUENTRO PERMITIÓ POSEER UNA LITERATURA DE IMPORTANCIA MUNDIAL

«No comprendo por qué se ha profundizado el odio al español, por el tema de la conquista, cuando los ingleses arrasaron con los indios de Estados Unidos y con sus culturas más valiosas. En cambio, parece ser que la única historia que se pone en revisión es la de la colonización hispánica. Por otra parte, este Encuentro de dos mundos, permitió poseer una literatura de importancia mundial, un índice del pasado en una lengua que lo puede expresar todo.

Existe una América con varias culturas distintas, con variantes regionales, pero sin duda, muchos elementos comunes que nos unen y enorgullecen.

Hoy hay muchos cronistas que se preocupan de qué hubiera pasado si el Nuevo Mundo no hubiera sido descubierto. Creo que eso históricamente no tiene planteamiento. La historia se ocupa de las cosas que han sido, no de las que podrían haber sucedido. No dudo que los aztecas o los incas hubiesen encontrado muchos más elementos de progreso, pero esto sería "la historia del si... Qué hubiera pasado si Alemania gana la guerra, y la historia habla de los hechos dados".

Por otra parte, es inevitable constatar que toda la literatura de los siglos XVI y XVII, desde Bernardo de Balbuena y otros más, es española de "los siglos de oro", aunque haya sido realizada en Hispanoamérica. Pero también pienso que eso está anunciando una parcela nueva que va a ir madurando.

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La diferenciación entre los españoles veteranos en América y los criollos no es acertada, ya que las nacionalidades no existían. Eran simples diferencias regionales que anunciaban algo. Así que el hecho de que algún escritor se alejara de América no implicaba que su literatura dejara de ser tanto española como americana. Sor Juana nunca salió de México, y hasta creo que en su vida llegó a ver el mar, y sin embargo es un punto de esta cultura.

Otro caso revelador es el de Alonso de Ercilla, paje de Felipe II, quien llegó muy joven a América, y sólo está dos años en Chile, pero que son la base de su única obra que tiene una influencia enorme en España e Hispanoamérica: "La Araucana". De esta manera, si un español dice que sí es hispano, tiene razón, y hasta si dijera que el mestizo inca y Garcilaso pertenecen a la literatura o a la corriente literaria de Andalucía, tiene también razón porque están integrados de muy diferentes modos.»

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M I G U E L L E Ó N PORTILLA

Antropólogo e historiador mexicano

ENCUENTRO VERSUS DESCUBRIMIENTO

«En 1492 se inició un encuentro que habría de revolucionar, para bien o para mal, al orbe entero, lo mismo al llamado nuevo mundo que al definido como viejo. Ello es más adecuado para insistir en nociones como descubrimiento de América. Son de suficiente importancia las varias manifestaciones culturales de la antigüedad americana, ya se trate de las altas culturas: ná-hualt, maya, quiche e incaica y su herencia es tan evidente que sería grotesco soslayarla, no obstante los repetidos intentos genocidas contra ellas, tal y como ha sucedido también contra el legado de quienes forzadamente fueron traídos de África.

Por otro lado insistir en el concepto de una América descubierta implica recaer en el añejo vicio de proyectar la historia desde un punto de vista europeo —o más bien eurocen-trista—, lo cual, si bien estuvo en boga y a la mayoría gustó durante los festejos del Cuarto Centenario, no corresponde ya a las generales expectativas que se tienen del Quinto.

No se trata de una simple sustitución de términos sino de una transformación del contenido conceptual e ideológico que se encuentra amparado por cada vocablo. Si nos proponen ser cohesivos y no disolventes, en un verdadero sentido fraternal, no podemos pensar en celebrar lo que, al igual que cualquier otro proceso histórico de magnitud similar a éste, implicó grandes beneficios para muchos, pero también a no pocos perjudicó sobremanera. Y no pensamos aquí únicamente en quienes serían vencidos, sino también en quienes serían descargados en playas de América en calidad de esclavos y que mucho tienen que contar también sobre su papel en el asunto.»

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JORGE EDWARDS

Escritor chileno

LA POESÍA CHILENA TIENE DOS VERSIONES DE LA CONQUISTA

«El gran instrumento de la reformulación de la interpretación de América dentro de cánones europeos fue el lenguaje: la lengua narrativa y literaria. Esto ya se puede analizar en las cartas de Colón. La misión de Colón es de una extremada ambivalencia, pero predomina su sentimiento de la naturaleza y su noción de que los indígenas forman parte de la naturaleza, son a manera de emanaciones o proyecciones de la naturaleza. Es una naturaleza casi siempre paradisíaca. Sospechamos que sus personajes, los pobladores de esos lugares, en la visión de Colón, están libres del pecado original, si no descienden de Adán y Eva, no son nuestros iguales. Colón no olvida nunca su objetivo de cristianizar, pero parece sujeto, a la vez, a la tentación de mantener a los indios fuera de la Cristiandad. El buen salvaje puede ser un buen esclavo.

Se conoce mejor el descubrimiento de las islas del Caribe y la gesta de México y de Perú. El caso de Chile, sin embargo, es una demostración singular del hecho de la fundación o de la invención de América por medio de la palabra. Chile es el único territorio colonial que produce un gran poema épico desde los primeros años de la conquista, "La Araucana", de Alonso de Ercilla, que tiene su pronta respuesta en el "Arauco domado", de Pedro de Oña.

Ambos poemas demuestran, en forma contradictoria, la necesidad de invención que acompaña a la conquista. La conquista se traduce en guerra y al mismo tiempo en asimilación de universos ajenos, enigmáticos, por medio de la palabra. La

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palabra hace que América salga del caos primigenio, en una función parecida a la que desempeñan los nombres en el génesis. "La Araucana" y el "Arauco domado", por lo demás, son poemas iniciadores de una notable tradición poética. Pablo Neruda, que se forma en esas mismas regiones y cuyos mejores poemas transcurren en esos mismos escenarios, es el hito contemporáneo más importante de esa tradición; pero hay otros, anteriores y posteriores. El mito colonial de la Ciudad de los Césares, que se encontraría a la orilla de un gran lago, aislada por la selva virgen y al pie de la cordillera de los Andes, ha persistido hasta ahora.

La invención de la vida araucana por Ercilla y Oña es una paradoja reveladora. Ercilla, hombre del Renacimiento, nacido en 1533 y educado en la Corte junto al príncipe Felipe, simpatiza muy pronto con el bando araucano y ve a sus jefes como héroes de la antigüedad clásica. Ha escuchado decir en Londres, a sus veintitantos años, mientras asiste a las bodas del príncipe Felipe con María de Inglaterra, que en esas regiones del sur del mundo hay una raza bárbara que resiste con éxito a las tropas españolas. Decide participar en esa guerra y se propone, desde el primer momento, escribir diariamente la crónica en verso de sus episodios. Lo hace después de las marchas o de las batallas y utiliza todo lo que encuentra a la mano a manera de papel: pedazos de cuero, fragmentos de cartas, cortezas de árbol, telas de camisa.

Como joven de genio vivo, se enredó en una pendencia entre españoles y fue condenado a ser degollado por el jefe de su expedición, García Hurtado de Mendoza. Fue perdonado en el último instante, cuando ya estaba en la plaza. Su antipatía por Hurtado de Mendoza facilitó su idealización del enemigo araucano. Los españoles de su poema son seres más bien grises; los araucanos, en cambio, parecen salir de un Canto de la Ilíada.

Oña, por su parte, escribió para memorar a Hurtado de Mendoza y honrar a sus compañeros de armas. Y acentuó las tintas para describir a los araucanos como bárbaros supersticiosos.

En su obra, descriptiva del paisaje del sur de Chile, no alcanza a proyectar del todo la imagen del traidor, al estilo de la malinche mexicana, ya que es un chileno español. Sin embargo su invención del "imbunche" —sesión de adivinación y de magia negra— cala hondo en la imaginación chilena. El mito supone que los araucanos elegían al niño mejor dotado de la

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tribu y lo transformaban en un monstruo físico, o en un cadáver abierto y despojado de sus intestinos, que tenían poderes adivinatorios o que contagiaban estos poderes a los magos de la tribu.

Los latinoamericanos, a los ojos de Europa, con mirada que casi siempre asumimos como nuestra, tenemos derecho a ser pintorescos, mágicos, exóticos, pero no tenemos derecho en cambio, porque no calza con la invención que hemos aceptado, a ser irónicos y lúcidos. Estamos condenados por nuestros inventores a ser países de oro, de gigantes, de monstruos, pero no de personas.

Escribir sobre personas y para personas, y no sobre seres de fábula, ángeles o demonios, ha equivalido hasta ahora, de un modo vago y oscuro, a una debilidad o a una traición. Es por eso, por ejemplo, que cuando los jefes de Estado latinoamericanos se reúnan pronto aquí en España, todos o casi todos quedarán boquiabiertos frente al viejo cíclope, al caudillo dictatorial cuyas botas y cuyo uniforme evocan todavía la lucha en la selva originaria, y desdeñarán a los gobernantes civiles, elegidos en forma democrática y prosaicamente enfundados en sus cuellos y sus corbatas a la europea.

Quizás empecemos a salir de esa etapa a liberarnos de esos inventos, que nos han encerrado en cárceles mentales, ahora que ya pasó la oleada revolucionaria y la resaca del revolucionario. Quizás podamos asumir así, por fin, nuestra posibilidad más razonable, más coherente, de ser el otro Occidente, con la dicotomía implícita en el hecho de ser y de ser otro. Y dejaremos para la historia literaria la épica de la América paradisíaca profanada y asolada por el hombre blanco, el explotador, el burgués.

Así podremos llegar a formas de desarrollo democrático y económico, a formas de cultura, que son de filiación europea, sin duda, que son herederas lejanas de la ilustración, pero que no nos llevarán necesariamente a identificarnos con Europa, que convertirán, por el contrario, nuestro sincretismo, nuestro mestizaje todavía mal asimilado y mal asumido, en una síntesis en algo, en definitiva, más original y menos castizo: los primos hermanos diferentes, pero ya no resentidos y frustrados, ya no avergonzados de su tez más cobriza o más morena, y ya no condenados por definición a la condición de parientes pobres. Es una propuesta menos tentadora a primera vista, pero menos cruel y peligrosa que la de la utopía revolucionaria, que se transforma muy pronto en pesadilla patriarcal. Es la única utopía que parece posible para nosotros.»

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JULIO MARÍA SANGUINETTI

Ex-presidente de Uruguay

LAS EPIDEMIAS Y EL GENOCIDIO

«Llegan los 500 años del Descubrimiento y llega también el cólera. Misteriosamente arribado, aparentemente desde el Oriente, la peste comienza en Perú y va salpicando algunos otros puntos del Pacífico latinoamericano. Por supuesto, a nadie se le ha ocurrido hablar de un intento de genocidio, porque la desgraciada reaparición es un resultado de factores naturales, sorpresivos incluso en su irrupción. No media la voluntad de daño o exterminio de nadie, y, por tanto, nadie puede usar esa palabra, genocidio, que si siempre fue dramática, desde la última guerra mundial adquiere una poderosa carga emocional.

Desde esa perspectiva tan contemporánea que nos da un testimonio tan vivido, ¿por qué no tratar de entender lo que fue el dramático proceso de reducción demográfica ocurrido en América luego del descubrimiento y que alegremente se califica de genocidio en esos melodramáticos panfletos neoindigenis-tas, tan a la moda?

En tren de recordar, bueno es evocar lo que fue la peste en Europa, cuando los descubrimientos hacia el Este pusieron a Europa en contacto con Asia. Primero fueron las Cruzadas, y luego Genova y Venecia, las abanderadas de ese andar hacia el Este. Para allí marchaban los Marco Polo, pero en dirección contraria venían las caravanas de la seda, y con ellas, la peste.

Como dice Emmanuel le Roy Ladurie en reciente artículo, "es la unificación microbiana de Eurasia. Balance atroz: de un tercio a la mitad de la población europea, en diversas

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reapariciones, sucumbe a las catástrofes de la peste desde 1360 a 1460...".

Esa unificación microbiana, así como contagió, inmunizó, y por ello fue pasando, como suele ocurrir con estas epidemias. Es en ese momento que Europa llega a América, continente hasta entonces aislado, sin contactos exteriores. Mucho más aislado que África incluso. De golpe, en muy pocos años, se recibe el impacto de las enfermedades europeas, que producen una secuela devastadora. La viruela, el sarampión, el tifus y la gripe asolaron. La primera epidemia de que se habla fue la de La Española, donde la viruela prácticamente acabó con los nativos, mucho antes de que pudieran ser explotados económicamente o maltratados por crueles encomenderos.

No puede ignorarse que, de retorno, también marcharon hacia Europa las enfermedades americanas, como la sífilis, de la que hubo horrible contagio, pero menos devastador por las distintas características de la batalla biológica que se libró.

El hecho, entonces, es que América fue contagiada por enfermedades que se difundieron primero epidémicamente, y luego permanecieron, en algunos casos, con carácter endémico.

Con el correr de los años, la población indígena se fue recuperando, al punto que tres siglos después había vuelto a alcanzar una cifra parecida a la existente a la llegada de Colón, dentro de los términos muy relativos que suponen estos números. Población indígena que, más o menos mestizada, ha llegado hasta nuestros días.

No cabe ignorar, naturalmente, que los indios sufrieron también las consecuencias de las guerras, resultado de la conducta violenta de los conquistadores y de los enconos existentes entre las diversas etnias o facciones indígenas, enfrentadas a veces por la sucesión en el poder u otro tipo de rivalidades, hábilmente explotadas por aquéllos.

Se menciona también como factor, las migraciones producidas por la conquista, y hasta el impacto psicológico de ella.

Pero no hay autor serio que actualmente no mencione en primer y principal término las enfermedades infecto-contagio-sas, como causa predominante de la reducción demográfica de los indios americanos.

Se trata, entonces, de circunstancias históricas, como eran un típico producto del devenir de los tiempos. ¿Quién podía detener a Europa en su marcha hacia el Este?

Esta Europa que se desparramaba hacia el continente

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asiático es la que trajo la peste y la sufrió. Es la misma que, sin saberlo, llevó hacia el Oeste sus virus, bacterias y microbios. El mundo, por primera vez, se globalizaba, se mundializaba, consciente ya de su propia dimensión, luego de los viajes y descubrimientos.

Ahora, se trata de entender, simplemente, que no puede hablarse de genocidio, porque nadie tuvo voluntad de matar. Ni en Europa cuando vino la peste, ni en América cuando llegaron los conquistadores y sus enfermedades. Son desgraciadas consecuencias no previstas de un fenómeno irrefrenable en una sociedad en cambio.»

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A N T O N I O GÓMEZ ROBLEDO

Historiador y jurista mexicano

ENCUENTRO: «CONSIGNA» POLÍTICA

«El descubrimiento de América es más bien la «última consigna» del gobierno mexicano. La idea del encuentro evoca de ordinario el choque, o poco menos, de dos personas en movimiento, y que marchan cada una, así sea sin proponérselo, en dirección de la otra. Pero en aquella circunstancia histórica, al paso que el europeo andaba de aquí para allá en procura incesante de otras tierras y gentes, nuestros venerables aborígenes se estaban muy quietecitos en sus alturas, el Anáhuac o Machu Picchu. ¿Puede entonces, con toda propiedad, hablarse de un encuentro? ¿Y por qué la necesidad de reemplazar por este término el de descubrimiento?

Es una conversión conceptual falsa "pues no tiene por qué ser descubrimiento sinónimo o correlativo de conquista."

Además, y si bien de acuerdo a los principios del derecho romano —aún vigente— las tierras descubiertas, sin dueño o inhabitadas, pasan al dominio del ocupante, no ocurre así cuando existen nativos que las habitan. Esto es lo que habría pasado —según la interpretación de Robledo— en América cuando los teólogos-juristas de Salamanca y Alcalá de Henares dictaron jurisprudencia. Pese a reconocer el hecho del descubrimiento, lo despojaron de todo efecto jurídico al comprobar que "los indios, ante la llegada de los españoles, eran verdaderos señores de sus tierras, en propiedad y soberanía o, como lo dice Vitoria, tanto en derecho público como en derecho privado".

Parece obvio que la civilización del Anáhuac, para no ir más lejos, era notoriamente inferior a la civilización europea,

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y no por ninguna inferioridad racial, ya que el indio y el mestizo y el mulato han demostrado ser tan capaces como el criollo o el europeo, sino simplemente en razón de los elementos que están en la subestructura de una civilización de altura, comenzando por Grecia, y por aquí, en el Anáhuac, faltaba de todo lamentablemente como, entre los principales, el trigo, el olivo, la vid, la rueda y los vertebrados superiores y a su cabeza el animal de tiro. ¿Cómo iba a ser posible emular aquellas civilizaciones con tamemes y guajalotes?»

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LEOPOLDO ZEA

Historiador mexicano

¿QUEHACER CON QUINIENTOS AÑOS?

«¿Descubrimiento? ¿Encuentro? ¿Encubrimiento? ¿Invención? ¿Tropiezo? —se preguntaba Zea—. Diversos sinónimos para calificar una fecha histórica de acuerdo con los sentimientos que abriguen los que así la califican. Pero dígase lo que se diga, piénsese lo que se piense, todo eso es ya historia y el 12 de octubre de 1942 es un ineludible hecho histórico. Y por histórico irreductible al cambio, con independencia de los enfoques e interpretaciones que se hagan.

España puede reflexionar sobre la indiscutible hazaña por la que un grupo de españoles colonizó y conquistó un continente entero y no puede festejar ese acontecimiento, como no se puede festejar conquista alguna, por positiva que parezca históricamente.

Que sepamos España no festeja que en el año 711 se inicia la conquista de la península por el musulmán Tarik, pese a que de esta conquista surgió la España arábiga con su rico mestizaje.

La América que recibió el impacto de pueblos que su codicia y su fe no impidieron la mestización con quienes se enfrentaban. Distinta esta América de la otra América puritana y que por puritana —refiriéndose a la América del Nor te-considera el mestizaje como rebajamiento de su propia y peculiar concepción de lo humano, otra América, por el contrario, formada por sangres y culturas enfrentadas: las del conquistador y las del conquistado. La América de que hablaba Simón Bolívar. Una América que a lo largo de los siglos ha aprendido a integrar lo que no debe estar separado.

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Otros pueblos europeos, más prácticos, se encargaron a su vez del tráfico y explotación de esclavos africanos a falta de mano de obra nativa.

Por el reparto de este gigantesco dominio y para imponer su hegemonía en la misma Europa, las naciones del ya llamado viejo Continente se enfrentaron entre sí. En el Caribe se dieron cita tropas de aventureros llegados desde Europa para disputar a España sus dominios. Así, se agregaron en el Caribe enclaves ingleses, franceses y holandeses para debilitar al imperio español y anular sus empeños de hegemonía política y religiosa en Europa. Corsarios, piratas, filibusteros, poblaron de sangre y leyenda la región. Pero también la poblaron esclavos secuestrados del África negra. Al norte del Continente, más allá de donde habían llegado los españoles, llegan conquistadores e inmigrantes de la Gran Bretaña, Holanda y Francia. Pronto se decidirá allí la hegemonía de esa región norteña en la lucha entre Inglaterra y Francia. Al término de la lucha entre los dos nuevos imperialismos surgirá una nueva nación.»

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CARDENAL NICOLÁS DE JESÚS

Arzobispo de Santo Domingo. Presidente del CELAM

«La tarea evangelizadora tiene pro y contras. Entre los primeros pueden señalarse: la coincidencia de la misma con el proceso de la conquista y de la colonización; los abusos cometidos por muchos colonizadores, que contradecían la predicación de los evangelizadores, y, como consecuencia del momento religioso que vivían España y Europa, en plena efervescencia protestante, quizás se puso demasiado énfasis en los más estrictamente sacramental, descuidándose el contenido evangelizados

Entre los aspectos favorables de esa labor se debe resaltar el entusiasmo con que la emprendieron los misioneros; el gran esfuerzo que hicieron por conocer la idiosincrasia de los indígenas, aprender sus lenguas y facilitarles la asimilación del mensaje con muy diversos recursos; la valiente defensa de la dignidad y de los derechos de los indígenas frente a los atropellos de que fueron víctima en muchos casos, lo que daba más credibilidad a su predicación; y la lucha por la promoción humana del indígena.

El tema del genocidio es tan viejo como la famosa leyenda negra. Abusos los hubo, y muy graves. Sin embargo, hoy se han estudiado las principales enfermedades contagiosas conocidas entonces, y puede afirmarse que las epidemias devastadoras e incontroladas por carecer de recursos, fueron la causa principal de innumerables muertes de indígenas y de españoles. Por otra parte, quienes más han hablado de genocidio tienen muy poca

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autoridad moral para hacerlo porque tienen sobre sus espaldas muy serios pecados en ese mismo orden.

Hoy vemos cómo surgen reivindicaciones del mundo indígena pero debe decirse que, con pocas excepciones, son teóricos de salón que en esta coyuntura histórica y respondiendo a determinados intereses han descubierto su vocación reivindi-cadora pero nunca han hecho nada en favor de los indios. La labor de la Iglesia católica está ahí y es perfectamente demostrable con hechos y con documentos.»

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Opinan los intelectuales 7 políticos españoles

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JORDI SOLÉ TURA

Ministro de Cultura de España,

EN 1492 LA HUMANIDAD DESCUBRIÓ POR FIN LA AUTÉNTICA DIMENSIÓN DEL MUNDO

QUE HABITABA

«Me inclino por desechar las polémicas falsas en torno a 1492, y aunque es lógico que se discuta un acontecimiento que tuvo unas dimensiones y unas consecuencias tan enormes, es positivo si lo sabemos encauzar.

Desde mi punto de vista, 1492 señala el comienzo de un período histórico en el que la humanidad descubrió por fin la auténtica dimensión del mundo que habitaba, y no tengo dudas de que ese salto fue posible porque España dio el paso inicial y decisivo. El Quinto Centenario es la celebración del nacimiento del mundo moderno. Por lo tanto, es lógico, sensato y honroso que conmemoremos a la vez nuestro protagonismo fundamental en el suceso. Fue un descubrimiento bidireccio-nal, que resulta parcialmente reflejado en el concepto "encuentro de dos culturas".

Todos hemos sido en algún momento víctimas y verdugos. Por eso, creo que algunas discusiones como las de querer repudiar el pasado, son gratuitas. No hay un solo pasado en ninguna parte del mundo, que no tenga sus sombras.

España hizo posible la eclosión de un mundo nuevo y contradictorio. Otra cosa es que nos preguntemos adonde nos ha llevado ese descubrimiento, ya que a pesar del esplendor inicial. La experiencia imperial española se saldó con un fracaso.

No tengo dudas de que España fue un puerto de entrada

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que sirvió para que otros países consolidaran su economía de mercado, para que prosperara su burguesía y cambiaran las estructuras de poder... La mayor parte de las condiciones que han marcado nuestro desarrollo han marcado también el de América. Ambas historias son las de oligarquías, de margina-dones internas, de golpes militares y de dictaduras.»

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PEDRO LAÍN ENTRALGO

Escritor español

LA PERSPECTIVA ESPAÑOLA DEL DESCUBRIMIENTO

«¿Por qué nuestra deficiencia al llevar el pensamiento racional y de producción científica?

¿Qué fue la conquista? ¿La suma de crueles atrocidades que tantos denuncian acá y allá, o la fabulosa gesta heroica que sólo quieren ver otros? Mucha razón tenía el padre Las Casas —aunque como tan objetivamente demostró don Ramón Me-néndez Pidal, no tanta como la que sus lectores acríticos le conceden—, y alguna tienen quienes contemplan lo que desde el Misisipi hasta la Tierra del Fuego hizo en pocos años aquel puñado de hombres. ¿Codicia insaciable o ilustres hazañas?, rezaba el título de un ensayo del propio don Ramón. Leyendo con inteligencia y amor a Bernal Díaz del Castillo, sin negar el afán de oro en el alma de los conquistadores de América, pone sobre él la sed de gloria y la certidumbre de que diría en el futuro más que de los capitanes romanos. De todo hubo en aquella conquista. Profano en el tema, me atrevo a pensar que todavía falta el libro en que sea descrita aquella alucinante gesta según lo que ella fue.

Tras la conquista, la colonización. Viendo un plato de la ciudad de México en la segunda mitad del siglo XVIII, valga este ejemplo, nadie podrá negar grandeza a la obra colonizadora de los españoles. Por esos mismos años, ¿qué eran Filadelfia o Nueva York al lado de la capital de Nueva España? Tras este anverso, su reverso; ¿por qué durante los tres siglos en que gobernamos América los españoles no llevamos en medida suficiente el pensamiento, la ciencia y la técnica que ya existían

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en el mundo moderno? Con enorme y conmovida simpatía valoro yo lo que fueron e hicieron Mutis en Nueva Granada, los metalurgistas españoles en México y el médico Flores en Guatemala. Pero tan estimables hazañas científicas, ¿eran suficientes para garantizar la plena occidentalización —presente y futura— del mundo hispanoamericano?

Los españoles llevamos a América —se dirá y con razón— lo que en España éramos o hacíamos. Mas, para mí, aquí comienza el problema. Porque, en mi opinión, ese déficit de pensamiento racional y a su lado la demasía de personalismo que en América importamos nosotros han condicionado en escasa medida la vida y la historia de las naciones hispanoamericanas tras su independencia, y por consiguiente su preocupante estado actual.

Los españoles y los hispanoamericanos debemos acercarnos a la fecha del Quinto Centenario con la práctica de una rigurosa autocrítica —nosotros antes que ellos—, no sólo enunciativa, también causal. ¿Por qué, desde el siglo XVI, nuestra deficiencia de pensamiento racional y de producción científica? ¿Por qué nuestras reiteradas guerras civiles? ¿Por qué, lo diré con Unamuno, nuestro excesivo fulanismo? Sin este ejercicio de autocrítica y sin la invitación a que también la practiquen nuestros cabales hermanos de lengua y un poco hermanos de historia, acaso la conmemoración de 1992 no pase de ser, como decía Jorge Manrique, "verdura de la era".»

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JOSÉ Luis SAMPEDRO

Escritor. Miembro de la Real Academia de España

LOS NUEVOS CONQUISTADORES

«Ya que conmemoramos el viaje de Colón —con motivo, porque unificó el escenario mundial— hagámoslo al menos mirando al futuro, para que no ocurra como en 1892. ¿Qué ha quedado de aquel IV Centenario? Mis lecturas de viejas revistas me permiten aludir a múltiples festejos, odas, discursos campanudos y hasta un discutido zarandeo de los restos del almirante. Quedan monumentos, claro, pero ¿algo aún vivo? ¿Algo útil hoy para nuestras vidas? Lo dudo. Al menos no está presente en la memoria de todos.

Hagamos ahora un centenario que deje huellas fecundas y para ello empecemos por archivar la polémica sobre si los conquistadores fueron buenos o malos. Reconozcan unos que destruyeron vidas y culturas pero admitan otros que también llevaron vidas y culturas. Fueron hombres de su época y es injusto juzgar con ética de hoy hazañas a veces admirables. Menos disculpa tienen, viviendo con ideas más modernas, otros ávidos colonizadores del siglo XIX, por no hablar de la censurable dominación actual, cuya red comercial y financiera perpetúa el hambre y mata sin derramar sangre, mientras se promete en vano un nuevo orden económico internacional.

Y si pensamos en salvajismos bélicos, los aztecas sacrificaban a sus enemigos con más dignidad que los estadounidenses enterrando vivos a los soldados iraquíes.

Un buen paso hacia el realismo y la sincera solidaridad sería arrinconar el epíteto "iberoamericano", lo mismo que ya lo hicimos con "hispanoamericano". Ante todo, porque ellos

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decidieron llamarse América Latina, como lo prueban estadísticas y siglas internacionales. Pero además porque, si bien latinos somos todos, en cambio, ellos no tienen nada de íberos.

Nuestra gran tarea pendiente —y proclamarlo daría sentido al Quinto Centenario— es defender nuestra manera de vivir contra la contaminación noratlántica... Porque en toda dependencia la estrategia ha de ser doble: por una parte, sobrevivir bajo la dominación, pero al mismo tiempo trabajar para la libertad o al menos para una interdependencia igualitaria. Esa aspiración sólo es posible apostando por el Sur en la muy inmensa mayoría, tanto en hombres como en recursos, y en el Sur emergen ya corrientes ideológicas como la ecología, los derechos humanos o la teología de la liberación. Sólo habrá un orden nuevo si se hace por el Sur o con el Sur; nunca lo establecerán quienes tan ávidamente siguen beneficiándose del actual.»

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MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN

Escritor español

LOS BRITÁNICOS Y LOS FRANCESES HAN DEJADO HERENCIAS ECONÓMICAMENTE

MÁS FUERTES

«Ya está aquí. En pleno 1992 todos los fastos anunciados para conmemorar según algunos, para celebrar según los otros, el Quinto Centenario de la llegada de Colón a lo que hoy llamamos América, en circunstancias no del todo esclarecidas, ya están al alcance de la mano de la mirada y sigue la confusión sobre lo que se va a conseguir conmemorando, celebrando o mareando la paloma mensajera del llamado Descubrimiento. La primera cumbre iberoamericana desarrollada en México bajo la hospitalidad del presidente Salinas de Gortari tenía el valor político de que había sido convocada por naciones latinoamericanas sin la presencia de los Estados Unidos, aunque evidentemente el presidente mexicano no hubiera dado un paso de este tipo sin previo permiso estadounidense. Por primera vez el Quinto Centenario provocó un encuentro político entre los herederos de los principales protagonistas de la conquista y colonización de América, aunque no estaban todos los que son en la propiamente llamada "Invasión Europea", porque protagonistas destacados de la invasión también lo fueron Francia y el Reino Unido. Pero la conquista y colonización de franceses, y sobre todo británicos, ha dejado tras de sí las herencias económicamente más solventes de la conquista y tanto Canadá como los Estados Unidos forman parte del norte geográfico y fértil, mientras que al sur de Río Grande comienza un lamentable balance de miseria colonizada con algunas islas interiores de opulencia escandalosa. Era lógico, necesario que los estados

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latinoamericanos se reunieran en presencia de representantes de España y Portugal, sus imperios originales, para plantearse no tanto de dónde venían como adonde iban. Si buena parte de los jefes de Estado o Gobierno participantes en la cumbre pusieron la lírica y la retórica, Fidel Castro descendió del pulpito de la liturgia revolucionaria para aportar las cifras del desastre actualizado: América Latina en su conjunto vive el décimo año consecutivo de su peor crisis económica; en 1990 se establecía la crisis de doscientos setenta millones de pobres en Latinoamérica, es decir, el sesenta y dos por ciento de la población total, y de ellos ochenta y cuatro millones viven en condiciones de total indigencia; los estados se arruinan no ya pagando la deuda externa sino los intereses generados por ella; la inflación ha pasado del cincuenta y seis por ciento en 1982 al mil quinientos por ciento en 1990, a pesar de los drásticos planes neoliberales aplicados en buena parte del continente; la esperanza de vida del latinoamericano esta siete años por debajo de la del habitante del norte fértil; en 1985 el número de desnutridos ascendía a cincuenta y cinco millones y se espera que sean sesenta y dos millones al final de siglo; un millón de niños menores de cinco años mueren cada año de causas evitables.

¿Por qué se ha llegado a tan espantoso grado de desigualdad y subdesarrollo? Las causas son muy complejas y en buena medida proceden todavía del no resuelto tránsito del imperio al oligarquismo criollo. La inestabilidad americana ha sido circunstancia propicia para que se sucursalizara sus economías a los intereses de las grandes potencias capitalistas, contando siempre en este juego con la complicidad de los poderes nacionales dominantes de cada uno los Estados. Todos los intentos efectuados no han conseguido romper la rígida dependencia y desedeologizando la situación, asumiendo que lo fundamental es el desarrollo económico para salir de la miseria, no se percibe el sistema que la haga posible, ni se puede pensar que los tres grandes bloques capitalistas en presencia (Estados Unidos, Europa y Japón) estén en condiciones de asumir al mismo tiempo todos los subdesarrollos desde el inmenso sur social y económico que hoy va desde Europa del Este hasta Asia, pasa por América Latina y sube por África para situarse a las puertas de Europa.

Ese es el problema de América Latina y empieza a serlo de los bloques capitalistas. Por razones estratégicas, tanto eco-

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nómicas como de seguridad, la acción equilibradora del orden económico internacional va a dirigirse ante todo hacia la Europa del Este y lo que fue la URSS. América Latina, incluso desde una perspectiva exclusivamente desarrollista, teme quedar aún más olvidada y entregada a su mala suerte histórica hasta el próximo VI Centenario. Hasta ahora, los Estados Unidos han ofrecido un plan de restauración económica que tras el pomposo título de "Iniciativa para América" esconde la vieja intención de controlar el comercio latinoamericano utilizando su superioridad científico-técnica y su capacidad competitiva. No es otra cosa que un intento de afianzarse en su zona de influencia tradicional y de buscar allí en parte el trampolín de relanzamiento de su crisis económica, alarmante sombra que crece a las espaldas de la victoria pírrica en la guerra fría. Frente a esa oferta, un poco unitario y evidentemente disgregado coro de países latinoamericanos no ve otra salida que la unidad y la integración.

Se prepara ya la segunda cumbre, a celebrar en Madrid, y una de dos, o se progresa por el camino que sirva de clarificación de las necesidades reales de la Latinoamérica real o la reunión se sumará al confuso y desorientador censo del montaje conmemorativo. Los Estados Unidos no vieron con demasiada satisfacción lo que se urdió en México y escucharon aún con menor agrado parte de lo que allí se dijo. Es obvio que están trabajando diplomáticamente para que la cumbre de 1992 en España no se convierta en un ajuste de cuentas crítico que traspase la patata caliente de la maldad histórica de los hermanos de Hernán Cortés a las del Tío Sam. Si los Estados Unidos progresan por las vías de una unidad de acción política frente a los diseños de orden internacional que se están ajustando en los laboratorios del norte y al mismo tiempo consiguen la integración económica progresiva, aparecerá ese instrumento disuasor sin el cual no es posible corregir la lucha desigual entre el que domina y el que es dominado. A América Latina no le queda otro instrumento de acción disuasoria que una conciencia de levantamiento pacífico y generalizado de pueblos cansados de su vitalicia subalternidad. Así dicho parece una frase de fin de discurso, de fin de fiesta. Pero un subcontinente desarmado de instrumentos más contundentes ¿a qué puede recurrir para que sus necesidades se transformen en derechos, en un mundo guiado definitivamente por los diseños multinacionales?

Fijémonos en los primeros discursos y estaremos en condiciones de saber si también estas carabelas de vuelta están condenadas al hundimiento.»

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JUAN GOYTISOLO

Escritor español

EL ETNOCENTRISMO DE LA EMPRESA COLONIZADORA

EXCLUYE SU POSIBLE ECUMENICIDAD

«Los valores que celebramos en la conmemoración del Quinto Centenario del Descubrimiento, ¿son a la vez vigentes y de alcance universal? A esta pregunta, los indoamericanos que fueron víctimas de las tropelías y matanzas de la conquista responderían, con toda la razón, negativamente: obligados a trabajar para sus nuevos amos, diezmados por las enfermedades traídas por éstos, desposeídos de su gobierno, religión y cultura ancestrales, abocados a veces, como los siboneys, al suicidio colectivo, no admitirían por válidas las razones civilizadoras y catequísticas invocadas por los invasores. Sería desde luego absurdo negar la importancia inconmensurable de la conquista e hispanización de América: el hecho de que 18 naciones jóvenes pesen en el destino del mundo unidas a España por su pasado común, su cultura y su lengua. Este vertiginoso cambio de rumbo y la compleja armazón social y administrativa del imperio pueden ser objeto legítimo de asombro y admiración. Pero dicho tipo de evaluación de la empresa civilizadora —ya sea en función del progreso histórico, ya de la salvación de los pueblos paganos— presupone para las sociedades indoamericanas más o menos desarrolladas en la época del descubrimiento una clara proyección etnocéntrica que niega a los indios sus cualidades propias, independientemente de su posición acerca de la redención cristiana o los imperativos del comercio moderno. En otras palabras, los indios son juzgados no por lo que son, sino por lo que deberían ser conforme a las

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premisas de una doctrina o práctica social ajenas. Como escribí en otra ocasión, una clara conciencia de la alteridad, de la distinción básica entre lo nuestro (las virtudes de la civilización, propagación del evangelio) y lo de ellos ("indios congregados en manadas humanas", Menéndez Pidal) justifica, primero, la condena de culturas distintas de la nuestra y su sumisión a los argumentos irrebatibles de quienes, en nombre de sus propios criterios y apreciaciones, deciden extender su dominio a los pueblos que no poseen aún su visión ideológico-religiosa del mundo y no comparten, por tanto, su escala de valores; luego, en la medida en que las restantes culturas deben pasar por el aro de la nuestra en vez de ser simplemente otras, el etnocentrista bienintencionado se esforzará en uncir culturas extrañas, atrasadas y exóticas a la gran cabalgata de un supuesto progreso material y espiritual, lamentando que víctimas inocentes sean arrolladas por el carro y agonicen a la vera del camino.

Es cierto que, a diferencia de lo ocurrido en América del Norte, el genocidio de las poblaciones indígenas no fue sistemático: la conquista española creó desde México a Chile las diferencias sociales mestizas que hoy conocemos. La influencia de Las Casas, Vitoria y otros juristas y predicadores moderó en muchos casos sus desafueros y permitió la erección de algunas frágiles barreras legales destinadas a la protección de los indios, si bien dichas disposiciones no se aplicaron nunca a los negros, víctimas del repugnante negocio de la trata hasta hace poco más de 100 años.

Aun con esas salvedades el etnocentrismo de la empresa colonizadora excluye su posible ecumenicidad: el expansionismo español, avalado por la misión histórica de difundir el evangelio, impuso éste a punta de espada, sin respetar en ningún caso la voluntad de los conversos. Ello era sin duda común en aquel tiempo: la dicotomía antigua, griegos-bárbaros, y medieval, católicos-paganos, subsistió en realidad con distintos disfraces hasta bien entrado el siglo que corre (véase Afganistán). Pero nuestro propósito no es el de aplicar ideas y criterios modernos a épocas pasadas para condenar a éstas, sino determinar si los móviles de la prodigiosa expansión española merecen hoy día ser exaltados.

Descartada et pour cause la universalidad de los valores del descubrimiento y subsiguiente conquista, debemos analizar su posible vigencia en el marco actual de nuestra propia socie-

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dad y cultura. La vieja polémica desatada por la actitud de Las Casas —actitud ejemplar, digámoslo bien alto, sin equivalente alguno en la historia de las demás aventuras coloniales— se centra, como sabemos, en los fundamentos morales y jurídicos de la presunta misión histórica de nuestros compatriotas. Mientras el único título legítimo que autorizaba a los españoles para entrar en las Indias era, según el dominico, la bula pontificia de la evangelización, sin derecho ninguno a la guerra, los defensores de la empresa civilizadora recurrían a un vasto arsenal de argumentos que abarcaban desde los móviles más nobles y altruistas a los bajamente terrenos. En un polémico ensayo titulado ¿Codicia insaciable? ¿Ilustres hazañas?, Menéndez Pidal expone y embellece dichos argumentos con un entusiasmo digno de mejor causa. Aunque toqué el tema por extenso hace 20 años en mi estudio sobre Menéndez Pidal y el padre Las Casas, espigaré algunos fragmentos del mismo. Después de evocar los impulsos ideales de los conquistadores de servir a Dios y al rey, "todavía el soldado", escribe Menéndez Pidal, "tan rico de espiritualidad, va movido por otro deseo de carácter personal (...) Es el deseo de gloria". Los compañeros de Bernal Díaz del Castillo, añade nuestro historiador, murieron "para que en México hubiesen maestros de imprimir libros en latín y romance; murieron para que los indios supiesen trabajar el hierro (...); para que aprendiesen a tejer seda, raso, tafetán y paños de lana (...)" "Naturalmente —añade Menéndez Pidal— los estímulos del último soldado de a pie son otros (...) Pues es claro que el soldado, cuando juega su vida cada día por los que 'viven en las tinieblas', tiene mucho ojo en los repartos del oro ganado."

Tal dualidad, evangelización/codicia de oro, no es, como pudiera creerse, una consecuencia de la conquista: preside, desde sus comienzos, la iniciativa del descubrimiento. Muy significativamente, a su regreso del Nuevo Mundo, Colón dirigió sus primeras cartas no a los soberanos, sino a los tesoreros que financiaron la expedición, y en ellas menciona "la posibilidad de obtener ganancias y de realizar un floreciente comer-ci.o de esclavos", siendo así que, en sus tratos con el rey y la reina, había recalcado, muy al contrario, "su altísimo propósito de convertir a todo el mundo al catolicismo".

Habrá que preguntarse si los móviles nobles de la conquista —el "atractivo por dominar lo imposible, por sobrepasar las fuerzas humanas", la "salvación de la indiada", el "deseo de

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gloria", el "ansia de empresas", Menéndez Pidal— pueden concebirse como valores actuales. Si tenemos en cuenta el precio pagado por ellos, tanto por los indios como por los españoles, la respuesta será a todas luces negativa.

El descubrimiento de América por los españoles fue una grandiosa proeza técnica y humana que cambió el rumbo de la historia; pero los valores que encarna no tienen, como hemos visto, la misma vigencia y ecumenicidad: no podemos celebrarlo sin más, si su conmemoración no va acompañada de una reflexión sobre nuestra historia en esta fecha clave de 1492 y un rechazo saludable de sus leyendas y mitos.»

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FERNANDO SAVATER

Escritor y filósofo español

INDIOS BEATÍFICAMENTE VICTIMISTAS

«Con un poco de mala suerte, de esa que siempre se da, el Quinto Centenario va a lograr sacar a flote lo peor de la orilla de acá y de la orilla de allá: el maltrecho orgullo de haber sido imperio y la amargura humillada de haber sido buen salvaje. Figuraciones trucadas en ambos casos, pero impregnadas de alucinaciones baratas y delirios compensatorios. ¡Ah, la gran gesta civilizadora! ¡Ay los pobres indios exterminados! Respecto a estos últimos, se nos venden las versiones más beatíficamente victimistas. Cierta escritora de finales del siglo XVII describía con arrobo a la perfecta heroína romántica como "delicada, dulce, bondadosa, orgullosa, virtuosa y engañada". Rasgos todos ellos de los indios hagiográficos promulgados con motivo de los antifestejos del centenario, seres improbables compuestos a tercios iguales de una parte de Petra Kelly, otra de Che Guevara y otra del Tío Tom. Es difícil reconocer en semejantes centauros a los aztecas y a los incas, imperios poco melindrosos en cometer genocidios contra sus vecinos, como el que aniquiló a los mayas, sin ir más lejos. Y aún más difícil comprender las razones por las que Cortés pudo aprovecharse de la complicidad de numerosos caciques mexicanos, que vieron en él una posibilidad llovida del cielo para librarse del dominio de Moctezuma. Idealismos aparte, no es cierto que los descubridores europeos llevasen la historia universal a América; ya se encontraba allí, con todos sus escalofriantes atributos shakespearianos: expolio, jerarquía, intriga, sumisión... y también ingenio y audacia, naturalmente. Los conquistadores no violaron un paraíso natural, sino que se aventuraron en

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otra dependencia del purgatorio humano. Es irritante sin duda la manía hegeliana de declararles buenos porque triunfaron, pero aún es más patético beatificar a los derrotados por haberlo sido.

En cambio fray Bartolomé de las Casas estaba seguro de que el designio de la Providencia para los indios no podía ser otro que su pronta conversión, ganando así la Iglesia no sólo en número sino en calidad piadosa de sus miembros. Este polémico obispo, cuando aún era adolescente su padre le regaló un esclavo indio, con quien mantuvo una relación apasionada de cuyos ribetes eróticos algunos estudiosos no tienen duda; más tarde, separado de él por las circunstancias, le buscó incansablemente en sus recorridos por las tierras del Nuevo Mundo. Las Casas, caracterizado con suave malignidad por Borges como perteneciente a "una curiosa variedad de filántropo", unía una mentalidad en muchos aspectos medieval con ideas regeneracionistas bebidas en Tomás Moro y con una sincera indignación humanitaria ante las crueldades cometidas por los colonizadores. Fue él quien acuñó definitivamente en sus escritos de denuncia la imagen de nativos como seres "sin maldades ni dobleces", gentes "más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bollicios no rixosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas...". Cuesta bastante adaptar este retrato a lo que sabemos de los aztecas o de los incas y desde luego los tupinambas se hubieran sentido ofendidísimos si hubieran podido leerse tan mansos en las páginas del obispo. Sin embargo, el mito del buen salvaje quedó acuñado a partir de entonces. Para Las Casas, "estas gentes eran las más bienaventuradas del mundo, si solamente conoscieran a Dios". Ni que decir tiene que se refería al Dios que él consideraba verdadero, porque por lo demás dioses no faltaban precisamente entre los indios y, el propio obispo, con indudable audacia argumentativa para su época, excusó los sacrificios humanos y la antropofagia como prácticas religiosas, señales de piedad al fin. Probablemente fue el entusiasmo que sentía ante la posibilidad de tantos nuevos catecúmenos, a los cuales debía convertirse aunque nunca "a mano armada" (como reprocha con razón a otros clérigos, añadiendo que la gente "quiere ser instruida, no forzada"), lo que le cegó ante la monstruosidad que suponía importar esclavos negros para sustituirles en el oprobio. Pero las ideas de Las Casas no se limitaban a la conversión pacífica de los infieles: aprovechando

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su índole cercana a la inocencia originaria, propuso una serie de reformas sociales al rey, inspiradas más o menos en el libro de Tomás Moro, para que fuesen aplicadas en las tierras recién descubiertas. Aparece así por primera vez esa voluntad de experimento político que acompaña y quizá provoca la celebración de la dudosa bondad natural de los indígenas.

Con espíritu similar pero más emprendedor fueron los jesuítas al Nuevo Mundo, para instalarse en Paracuaria, el país de la utopía terrestre, actualmente el nada utópico Paraguay. En sus reducciones practicaron concienzudamente un sorprendente experimento de reinvención del cristianismo primitivo, pero ahora sometido al despotismo más o menos benévolo del "ora et labora". Como constata Antón Betschon en su Carta al Reverendo Padre Javier Am-Rhin, "nuestros indios imitan en todo a los cristianos primitivos". Para ello, además de una exigente disciplina, procuraron mantenerlos alejados de todos los restantes europeos e incluso prefirieron ellos aprender lenguas guaraníes antes que enseñarles castellano y de ese modo contribuir a su relación con los criollos. El padre Antonio Seep reconoce explícitamente que actúan de ese modo "para evitar cualquier comunidad entre nuestros indios y los españoles y para que nuestros protegidos permanezcan humildes y sencillos". Al hombre natural hay que mantenerle casi secuestrado para que no pierda su originaria candidez, mientras se realiza con él la esforzada tarea de adoctrinamiento y doma laboral que ha de llevarle a la cumbre de la perfección cristiana. Desde luego, no faltan los testigos entusiastas de los buenos resultados que se van consiguiendo, como el viajero francés Florentín de Bourges que en su Voyage aux Indes Orientales par le Paraguay, comenta con arrobo: "La unión y la caridad que reina entre estos fieles es perfecta." Por su parte, el padre Mathias Strobel asegura en su correspondencia con un cofrade vienes que "la inocencia, el temor de Dios, la santidad, se traslucen en sus semblantes". Tantas alabanzas a la ductilidad de los pacientes del paraíso experimental y de sus obedienes alegrías no dejan de recordarle a uno las noticias propagandísticamente alentadoras que antes nos llegaban de Albania, Rumania y otros laboratorios sociales cuyos resultados han sido puestos en entredicho por acontecimientos recientes. Pero no vaya a creerse que sólo los poseídos por un fervor misionero de índole religiosa saludaron el encuentro con los indígenas americanos como la ocasión de intentar otra vez la fundación sobre mejo-

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res cimientos de la convivencia humana. Alguien tan prudente y escéptico como Michel de Montaigne no pensó de modo muy diferente, pese a que su reflexión fue más bien un lamento para la ocasión perdida y no una propuesta de acción utópica de ninguna clase, lo cual hubiera sido perfectamente contrario a cuanto conocemos —que gracias a él mismo, es mucho— de su temperamento. Tanto en su ensayo sobre Los caníbales como en el que titula De los coches, Montaigne se ocupa de nuestros remotos congéneres del otro lado del Atlántico. Su descripción de ellos pertenece al género de la antropología beatífica inaugurado por Las Casas y que llega, con una y otra matizaciones, prácticamente hasta nuestros días. Los indios son leales, sencillos, generosos, desprovistos de ambiciones mezquinas, sinceros, valientes sin jactancia, sanos (la prueba es que casi nunca se ven enfermos ni decrépitos entre ellos) y debemos suponerlos felices, porque pasan "todo el día bailando". La llegada de los europeos trajo la manzana ponzoñosa y la espada flamígera a la armonía idílica de este jardín. ¿Hasta qué punto se creyó realmente Montaigne semejante bienaventuranza indiana y en qué medida la utilizó como herramienta crítica para demoler la suficiencia autocomplaciente y predadora de los poderes instituidos en la sociedad de la que formaba parte? Para un escéptico como él, la oportunidad de argumentar a favor del relativismo de los valores más sagrados no podía lógicamente ser pasada por alto. Doble relativismo, en este caso: por un lado, esos valores (coraje patriótico, fidelidad familiar, piedad religiosa, etc.) de los que nos enorgullecemos no son patrimonio exclusivo de los civilizados, puesto que pueblos salvajes los cultivan y desarrollan aún en mayor grado; por otro, no puede decirse que ninguno de ellos sea auténtico índice de progreso cultural, dado que tribus primitivas que se adornan con esos mismos de manera por lo menos tan fehaciente como los países que se consideran más avanzados. De este modo, el elogio a los nativos encierra sobre todo como auténtico mensaje una crítica a la convulsa sociedad europea del siglo XVI, en la cual aún se mezclaban las viejas veneraciones con los nuevos estímulos culturales.

Tanto el reformador religioso como el regeneracionista social o el revolucionario utopizante ansian disponer de hombres nuevos con los que ejecutar en la práctica histórica sus planes profilácticos. Hombres no contaminados por las ideas y ambiciones o rutinas del orden antiguo, gente en una palabra

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que se "deje llevar" por la fuerza de la "luz" (sea ésta revelada o racional) sin oponer a su influjo resabios perniciosos. Para que la doctrina salvadora se afirme en toda su majestuosa rectitud es preciso partir de cero. Lo malo es que no existen tales "hombres nuevos" en ninguna parte. Cualquier grupo humano es siempre demasiado antiguo (biológicamente antiguo, culturalmente antiguo) y por tanto demasiado complejo para que las directrices del reformador puedan aplicársele sin resistencias ni contrapartidas imprevistas. Los nativos que encontraron en América los descubridores no estaban más cerca de la "naturaleza" que ellos, ni eran una página en blanco sobre la que se pudiera escribir cualquier credo o cualquier reglamento.

Cuando el reformador utópico, eso que ha sido llamado siniestramente en este siglo el "ingeniero social", comprende que no hay ni puede haber "hombres nuevos", su decepción puede encaminarse hacia la construcción empeñosa de tan improbable espécimen: el primer paso de la utopía es patentar a los hombres capaces de vivir en ella y perpetuarla. Los mecanismos utilizados para lograr la metamorfosis y extraer el hombre "nuevo" a partir del "viejo" han tenido atroces resultados en épocas muy recientes. No hay proceso quirúrgico más cruel sobre todo porque el tratamiento exige la máxima perentoriedad y rapidez para complacer biográficamente a los enérgicos cirujanos que lo aplican. Casi todos suelen seguir los mismos procedimientos: aislamiento del grupo para que la influencia exterior o la posibilidad de huida se reduzcan al mínimo, censura rigurosa y castigo ejemplar de las discrepancias, adoctrinamiento obligatorio de niños y adultos, destrucción de la memoria colectiva, intervención de la autoridad en todos los aspectos por íntimos que sean de la vida cotidiana, coacción uniformizadora, rigorismo ético y, sobre todo, miedo institucional a la función subversiva de cualquier forma de espontaneidad.

La avidez por el hombre nuevo viene de muy antiguo, como ya se ha dicho, y aún hoy figura —ya no como presupuesto sino como propósito a conseguir— en algunos programas en los que se mezcla el radicalismo político con el fanatismo teológico o, al menos, con su vaga pero aún peligrosa nostalgia. Supongo que es difícil aceptar con deportividad y sin desánimo que la tarea de quienes desean reformar positivamente nuestra condición o la sociedad no consiste en reinventar a los hombres sino en colaborar con los mejores de ellos y respetar la dignidad de todos.»

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Luis YÁÑEZ BARNUEVO

Presidente de la Comisión Nacional Quinto Centenario de España

CONMEMORAR PARA REFLEXIONAR SOBRE EL PASADO Y CONSTRUIR EL FUTURO

«Para muchos autores, la fecha del 12 de octubre de 1492 marca el comienzo de la era moderna. La visión euroasiática del mundo se transforma en concepción global o universal de la humanidad, el hombre europeo descubre un nuevo continente y el hombre indígena precolombino descubre la existencia de seres humanos de facciones, color, religión y cultura distintos. La expresión descubrimiento está plenamente justificada, y la historia se encargó de consagrarla.

Destacar exclusivamente a estas alturas el carácter épico-heroico de la conquista española del nuevo mundo, como importantes sectores de la historiografía nacional han hecho desde tiempos inmemoriales, no es sólo un ocuítamiento de toda la verdad, sino caer en el más trasnochado patriotismo.

Y resucitar a finales del siglo XX los más conocidos tópicos de la no menos trasnochada leyenda negra sólo demuestra escasa frescura e inquietud intelectual. Refugiarse, por pura comodidad mental, en las doctrinas fabricadas por los ideólogos de las potencias europeas que disputaban a España las nuevas colonias no es la mejor forma de acercarse a la verdad.

El Quinto Centenario es una magnífica ocasión para investigar, con rigor y con el menor apasionamiento posible, lo que existía en aquellas tierras antes de 1492 (incluidos los imperios y sus formas de dominación y explotación de otros pueblos) y lo que ocurrió después, sin ocultar nada.

Los claroscuros de una obra tan inmensa no pueden en-

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tenderse tampoco en clave reduccionista. Cuando el profesor Guerra demuestra que la mayor parte de los indios del Caribe murieron como consecuencia de las enfermedades contagiosas transmitidas por los españoles y que aquéllos desconocían, este dato no puede despacharse a la ligera por los que siempre han pensado que hubo un genocidio programado. La brutalidad de muchos de los expedicionarios y la sobreexplotación en el trabajo a que fueron sometidos los indígenas son, sin embargo, realidades que sistemáticamente se nos han ocultado a muchas generaciones de españoles.

Pero lo que resulta más sorprendente es que también se haya escondido, o al menos enseñado poco en las escuelas, la ingente obra civil (creación de ciudades, carreteras, puertos, universidades) levantada en los primeros 100 años de presencia española, y las expediciones científicas que tuvieron lugar en los siglos XVII y XVIII, que dejaron una huella imperecedera.

En realidad se trata de un acontecimiento, el de la presencia de España en América, singular, sin equiparación posible a la presencia de otros países europeos en África o Asia, por ejemplo. La mayoría de los habitantes de América Latina es de origen español, remoto o reciente, mientras que en los otros dos continentes citados no existió ese vaciarse del país europeo en las tierras descubiertas.

Otra gran diferencia es el profundo y extenso fenómeno de mestizaje que tiene lugar en América Latina y que no se realiza —o se produce muy escasamente— en África y Asia.

Por citar otra importante diferenciación, en América Latina se hereda de España, con transformaciones propias del nacimiento de naciones distintas, la organización social, la institucionalización, el derecho, el municipalismo, etc. Lo que permite decir que América Latina comparte, en gran manera, nuestro sentido de la vida, nuestra jerarquía de valores.

Pero lo que allí nace es algo distinto a España. La identidad iberoamericana y de los países del continente individualmente considerados es el fruto de un choque de diversas corrientes culturales: la grecolatina, aportada por los europeos, especialmente España y Portugal, y las indígenas, diferentes entre sí. Es también la consecuencia de una profunda mezcla de razas, fundamentalmente la blanca europea, la india autóctona y la negra africana, aportada por los grandes contingentes de esclavos llevados a la fuerza en aquellos siglos.

Pasar como de puntillas, a escondidas y vergonzantemen-

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te, por el 500° cumpleaños del comienzo de tan espectacular acontecimiento hubiera sido extraordinariamente negativo. Como lo hubiera sido celebrar triunfalísticamente, a bombo y platillo, una obra histórica de España que, sin duda, tiene grandes luces, pero también grandes sombras.

De ahí que hayamos elegido la vía de la conmemoración —que no celebración— con motivo de reflexión colectiva de la comunidad iberoamericana, pero no sólo sobre España, sino, sobre todo, analizando el presente y construyendo el futuro.

Debemos revisar nuestro pasado común, pero a condición de que ese debate no nos esterilice, no nos paralice y no nos impida construir un futuro también común.

Se ha dicho en la reunión de Guadalajara que Iberoamérica quiere estar presente, aportar su voz y que el cambio hacia una mayor imbricación en un contexto internacional de transformación permanente, pasa por establecer estrechos lazos de cooperación que jalonen el camino hacia una comunidad de naciones que funcione en términos reales. España, a caballo entre Europa e Iberoamérica, tiene en ello una responsabilidad y una oportunidad históricas.»

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JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO

Escritor español

LOS EMIGRANTES NO QUERÍAN VOLVER A SU MISERIA PENINSULAR

«Muchas veces se ha narrado la colonización española de América, pero muy pocas, y poco detalladas, se han contado las vivencias, el espíritu de los emigrantes. Se sabe que cruzaron el Atlántico en busca de fortuna los más de ellos, o de gloria y afanes misioneros algunos otros. Pero se conocen muy someramente sus reacciones, sus trabajos y sus desvelos una vez instalados en el Nuevo Continente.

Los cronistas de Indias y los historiadores cuentan los descubrimientos, las conquistas, las batallas, las costumbres de los aborígenes y también la geografía, la flora y la fauna de aquellas tierras. Pero cuando hablan de nuestros compatriotas se refieren casi siempre a los caudillos, a los gobernadores, a las autoridades civiles o religiosas, es decir, a la gente notoria, a la que destaca por un hecho de armas, de colonización o de predicación religiosa. Pero el español de a pie, el que se asentó en una tierra y la cultivó y el que se dedicó a la industria o el comercio en ciudades ya fundadas, aparece muy de refilón en algunos relatos.

Un volumen recién publicado en Sevilla que contiene seiscientas cincuenta cartas de emigrantes españoles a Indias, compiladas por Entique Otte y prologadas por Ramón Caran-de, revela el auténtico sentir de aquellas gentes instaladas en América a los pocos años del descubrimiento. La mayoría de tales cartas están fechadas entre 1550 y 1600, y se han podido recuperar, en el Archivo General de Indias, gracias a que en los

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expedientes de solicitud de licencias de emigración los nuevos emigrantes adjuntaban las cartas de sus familiares de América, que los reclamaban para que cruzaran el océano y así poder reunirse con ellos y recomponer la familia.

Son cartas tristes: el emigrante, aunque casi siempre declare que su fortuna y su rango social han mejorado, intenta convencer a los suyos —mujer, hijos, hermanos, sobrinos, primos y hasta, es de suponer, ancianos padres— para que pidan licencia de emigración y embarquen. Las misivas están llenas de nostalgias por los seres queridos, y expresan tristeza y soledad. Los que no quisieron o no pudieron formar una nueva familia en las tierras conquistadas, pero que no desean volver a su anterior miseria peninsular, dictaron a los escribanos estas cartas emocionantes, llenas de amor y de extrañamiento, de desarraigo y de melancolía. Las cartas de los emigrantes españoles de estos últimos años no deben ser muy distintas.»

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JUAN JOSÉ ARMAS MARCELO

Periodista español

SI ALGO FUE LO DE AMÉRICA HA Y QUE DECIR QUE FUE UN DESCUBRIMIENTO

«Lo del Descubrimiento de América y su celebración centenaria por quinta vez, sigue siendo una polémica estéril, baladí hasta el más embustero absurdo. En ella siguen participando los modos más atrabiliarios de los discursos políticos de América y de España, acostumbrados a mentir porque el fin, en su propia ortodoxia, justifica siempre los medios. Proliferan programas de radio, discusiones televisivas, diálogos e incluso monólogos que tienen por único objetivo dejar bien claro que el Descubrimiento no fue un descubrimiento, sino otra cosa cualquiera. De modo que, aquí y allá, llevamos más de cinco siglos cincelando una historia llena de vacíos, ordenada por la retórica y en connivencia con la farsa que decimos combatir. Tal vez por eso, abundando en el gerundio, quedé una vez más de hinojos ante la perplejidad que nos inunda en esta cuestión al oír por una emisora estatal de España a una conocida figura de la literatura uruguaya que confirmaba que "celebrar el Descubrimiento es una inmoralidad". Contundente hasta la virulencia, la escritora uruguaya profundizaba en la historia. En todo caso —explicaba— habría que llamarlo de otro modo: encuentro, por ejemplo. Con esa rotunda propensión a la payasada de no llamar a las cosas por su nombre, muchos escritores, intelectuales, políticos, "pensadores" y demás calaña gritadora, me parece que nos estamos definiendo más por la barbarie que con la civilización a la que decimos pertenecer y representar.

Decir ahora, frente al discurso político de Luis Yáñez

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(que también es el del Gobierno, "grosso modo"), que lo del Descubrimiento no lo fue exactamente, sino cualquier otra cosa, es apuntarse a Woody Alien a destiempo y, desde luego, al más deshonesto de los estilos políticos. Si algo fue lo de América hay que decir que fue un descubrimiento. A no ser que, efectivamente, los especialistas en nuestra historia hayan mentido todos, de una manera descomunal y sectaria, de modo que los políticos —sobre todo los que "dirigen" el Quinto Centenario del Descubrimiento de América— no hagan otra cosa que enmendar la plana de los historiadores, que se han quemado las pestañas durante siglos en el dato exacto y en sacar a la luz anécdotas, episodios y pequeños chismes que configuran este "puzzle" final en el que, de uno u otro modo, nos reconocemos la inmensa mayoría de los iberoamericanos y los españoles. Otra cosa es cómo celebrar tal centenario. Otra cosa es que el Descubrimiento tenga variadas aristas y múltiples consecuencias, no todas óptimas, pero muy pocas pésimas. Otra cosa es que ciertas comunidades indígenas echen la culpa a España de que, por ejemplo, el ex-presidente de México José López Portillo haya arrasado por decreto presidencial con todas las lenguas indígenas en beneficio de la normalización del español en todo el territorio mexicano. Pero eso hay que recordarlo (lo cual todavía es mucho más grave), fue el otro día, muchos años después de la Conquista y del Descubrimiento, que fue posible (también hay que recordárselo a los intelectuales que ordenan el mundo a su imagen y semejanza) porque tanto Hernán Cortés como Francisco de Pizarro iban, mientras ascendían a la categoría de conquistadores, liberando a las tribus esclavizadas por aztecas e incas.

Escritores e intelectuales como Vargas Llosa, Octavio Paz o Uslar Pietri han sido claros al hablar de esa especie de falacia en la que muchos quieren continuar cuando dicen inmoralidad en la celebración del Descubrimiento. El hecho de que Paz o Vargas Llosa, o el mismo Uslar Pietri, estén hoy adscritos por el sectarismo más irrisorio a posturas ideológicas ancladas en la derecha tradicional, no puede ser la coartada para desvirtuar y tergiversar la verdad, que lo es, lo diga Agamenón o su porquero. Que Eduardo Galeano y el aparato supuestamente izquierdista de la doctrina de Fidel Castro condenen la celebración del Descubrimiento no quiere decir más que están perfectamente acostumbrados a gritar falsedades para que luego, desde aquí, se les conceda alguna bequita para estudios y mu-

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cha ayuda financiera para sacar a Cuba del "bloqueo", cuando, como todo el mundo sabe ya de donde hay que sacarla es de la dictadura de un tirano que, sin duda, vive un otoño menos patriarcal que el que García Márquez ha descrito con exclusiva brillantez en una de sus mejores novelas.

Dice el profesor Halperin Donghi que el entuerto entre España y América no se saldará jamás. Esa afirmación es parte de una gran verdad que hemos dado en camuflar con nuestra retórica. El Descubrimiento, la Conquista, la colonización, la cristianización, el criollismo, el mestizaje es todo un zigzagueo histórico de difícil comprensión en su totalidad e, incluso, en su filosofía. Pero quizá ese entuerto es el que debe seguir siendo el reto para el diálogo de verdad, para eliminar hoy los quistes de ayer y los que aún perviven entre nosotros, de los cuales no es precisamente el embuste, y nuestro afán por embadurnar de mentira la parte de verdad que nos corresponde confirmar lo que menos trabajo nos cuesta eliminar de nuestras relaciones.

Se tiende, enmedio de convulsiones nacionalistas de todo tipo, a evolucionar hacia sociedades abiertas que resuelvan los problemas afrontándolos y no dejándolos en manos de una casta política cuya excelencia hace tiempo que pasó de largo como característica a la hora de administrar. Se tiende felizmente a la duda de todo, en el pensamiento razonable que nos embarga cuando ya sabemos que las leyes de la Historia no fueran más que un invento del hombre para seguir siendo el único animal mitológico de la tierra. Se tiende, en fin, a salir de la mentira histórica y afirmar ciertas señas de identidad que siendo evidentes han sido tergiversadas por esa caterva cuya afición y vocación por la mentira es algo más que una enfermedad infantil de la barbarie. Y creo que el profesor Halperin Donghi tiene toda la razón: la tentación del abismo atrae a los que, de aquí y de allá, tratan de encontrar un punto de equilibrio en este entuerto que empieza por Colón —que trató de ir a otro lugar y "descubrió" América y termina por llamar Guerra de la Independencia a lo que el historiador Mijares llama por su nombre: Guerra Civil (eso fue la independencia de América) entre liberales y conservadores. Pero además el entuerto comienza ya por llamar a América por ese nombre y no, por ejemplo, Colombia o Columbia. Y sigue hasta la miti-ficación excesiva de Simón Bolívar, en detrimento de quien planeó "otra cosa" muy distinta al bochinche de ahora para

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América Latina: el ilustrado generalísimo Francisco de Miranda.

Digo yo que lo del Descubrimiento, luego de tanto tigre firmando sobre el papel su propio criterio, servirá para algo: para empezar a llamar, aquí y allí, las cosas por su nombre. No todo fue en América Latina herencia del Descubrimiento y la Conquista. El caciquismo estaba allí cuando Cristóbal Colón lo "descubrió". Pero lo peor es que sigue, tan campante, mirándose en sus propias mentiras y culpando al otro mundo de los desajustes desafueros y entuertos que lleva cometiendo cerca de cinco siglos.»

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LUDOLFO PARAMIO

Director de la Fundación «Pablo Iglesias». Miembro de la ejecutiva del PSOE

NO FUE EL COLONIALISMO BLANCO DE LOS EE UU., DE AUSTRALIA O DE SUDÁFRICA

«Pienso que toda esta polémica entre si hubo o no genocidio, o si se produjo un encuentro o un desencuentro, no tiene mucho sentido. Lo que es evidente, es que la historia cambió profundamente en 1492 con la llegada de los españoles y los europeos a América. Luego, las calificaciones que se le quieran dar a esos hechos obedecen a una necesidad de buscar un término que permita el encuentro en la actualidad. Y eso sí me parece importante: conseguir el encuentro de la comunidad iberoamericana ahora, ya que el pasado —como todos los pasados— ha sido peor.

Lo ocurrido en ese entonces se trató de una expansión colonial y una conquista. Ésta tuvo consecuencias bastante trágicas que se pueden definir como genocidio. De todas maneras alguna vez habría que llegar a un cierto acuerdo en la discusión^ académica sobre las cifras referidas a la población inicial, y a partir de ello, del impacto que supuso la llegada española.

Lo que me parece importante de destacar —no digo que fuera bueno o malo— es que no se produjo un genocidio sistemático como el que supuso la expansión de los Estados Unidos, sino que aunque tuviera consecuencias muy negativas para los pueblos indígenas, hubo —desde el primer momento— un mestizaje e interrelación entre la cultura española y la nativa que ha dado como resultado países bastante diferenciados. Por

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lo menos, no fue el colonialismo blanco, característico de los EE. UU., de Australia o de Sudáfrica. Es evidente que la violencia inicial de los conquistadores españoles fue selectiva: influye mucho más el mal trato de la explotación del trabajo o el impacto demográfico de las enfermedades y la organización económica que la propia conquista como tal.

El salvajismo de la conquista es propio de los siglos XV y XVI, en que las guerras religiosas o la expansión militar eran la norma habitual. Ese mundo tenía una ética salvaje y la superioridad tecnológica se hacía sentir duramente sobre los adversarios. Por eso no es extraño lo que ocurrió cuando esos hombres fueron a América.

Me parece absurdo que trate de buscar excusas para el rol de España en esos tiempos, ya que no me siento responsable de lo ocurrido, pero hay por lo menos la ambivalencia de que hubo españoles que —desde un primer momento— denunciaron los excesos, la brutalidad y el comportamiento de sus compatriotas.

En cuanto a lo positivo, destaco el mestizaje, que no fue simplemente la imposición de una cultura, sino que existió la idea de hacer algo original, pero de todas maneras creo que no tiene sentido buscar aspectos positivos en la historia. Juzgar moralmente a la historia es uno de los mayores despropósitos que se pueden intentar.

Creo que nos debe interesar, por sobre las diferencias del pasado, el posible proyecto de futuro entre los países de Iberoamérica, la posibilidad de que la comunidad de cultura y lenguaje ayude a un mayor entendimiento y permita una convergencia en el accionar a nivel internacional.»

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RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO

Escritor español

EMPALAGOSO CÓCTEL DE LA EPOPEYA DE LA MODERNIDAD

«Las celebraciones del Quinto Centenario son una operación de marketing para vender la marca de España. No tiene nada que ver con la cotidianeidad de la vida de los españoles, y mejor hubiera sido un fuerte y estimulante toque de amargor al empalagoso cóctel de la Epopeya de la Modernidad, echándole un buen chorro de negrura hispánica.

La referida conmemoración se inscribe en la compulsión apologética que acompaña al cristianismo y que no fue modificado por la celebrada muerte de Dios, implícitamente iniciada por el humanismo y explícitamente coronada por la ilustración o, como hoy dicen, por la modernidad: el nuevo Dios, sediento de loas y capaz de colmar la necesidad de alabar a los humanos, es el hombre, la humanidad. Pero el hombre es un bípedo implume.

Este superprostíbulo de la Alta Alegoría, en el que, tras la muerte de Dios, la compulsión laudatoria de los hombres parece superarse, cada vez más desencadenada, en imaginar nuevas fantasías, nuevos servicios —no importa si sexuales o litúrgicos— para halagar y complacer a este no menos fantasmagórico cliente denominado EL HOMBRE, constituye el gran kitsch ideológico de nuestro tiempo. Por poner un ejemplo, nada podía haber agradecido ni celebrado tanto la actual élite intelectual de la modernidad española, que el hecho de que en una reciente visita a la capital oficial de la cultura de este año, o sea, Madrid, por raro que os parezca, uno de los más altos

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pontífices de la modernidad, el reverendo monseñor Karl Pop-per, haya ratificado, con la venerable autoridad de sus palabras, la admiración y el contenido que debe merecernos el mundo en que vivimos.

Ante el resplandeciente panorama encarecido por monseñor Popper, nada parece más justificado que la conmemoración apologética de estos 500 años, de los que —según la concepción oficialmente establecida por la Sociedad Estatal del Quinto Centenario— el descubrimiento colombino habría sido el pistoletazo de salida para reemprender, tras un milenio de amedrentada oscuridad y apocamiento, de modo ya definitivo, la epopeya humana, la triunfal marcha de la humanidad hacia el altísimo destino que hoy finalmente avistan nuestros ojos y casi están tocando nuestras manos.

Tamaña epopeya de la modernidad no podía tener otro titular real que el hombre, respecto del que Colón, Castilla o Europa serán, todo lo más, meras comparsas anecdóticas relegadas a los festones marginales de la vasta y luminosa bóveda pintada en esta especie de novísima sixtina que es la ideología del Quinto Centenario.»

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M A N U E L ALVAR

Miembro de la Real Academia española

LA BASE SOBRE LA QUE SE CONSTRUYE LA COMUNIDAD IBEROAMERICANA

ES LINGÜÍSTICA

«Tenemos unos postulados de validez general que es necesario desentrañar y hacerlos valer en un aquí y ahora. Porque 1992 no es sólo la conmemoración de una efemérides nacional —la mayor de nuestra historia—, sino la proyección de unos hechos que ese año incidieron sobre un mundo en trance de cambio y al que el hallazgo de un nuevo continente iba a modificar sobre los dos mundos encontrados, tanto por lo que la expansión europea significó para América cuanto por lo que Europa adquirió y se condicionó gracias a la presencia de América.

Una situación que puede parangonarse con la de este mundo que hoy, quinientos años andados, vuelve a estar desazonado por la convulsión de los hallazgos y por la esperanza del futuro que en ellos se puede encontrar.

En 1492 todo resultó nuevo e inesperado; hoy podemos ver las cosas con la proyección que da el saber. Y no digo que el nuestro sea un saber y el de los últimos años del siglo XV no; lo que pretendo decir es que cada época tiene su acumulación de saberes, y el de Colón aún era medieval, mientras que el de hoy es un saber al que el desarrollo técnico quita emoción, pero da seguridad.

Porque es cierto que la edad moderna se inaugura por los hombres medievales. No podía ser de otro modo, pero Colón no tenía capacidad para el deslinde, que es una actitud plenamente renacentista: él seguía aferrado a unos planteamientos

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en los que se aunaban, pero no se separaban, lo sabido por experiencia y lo recibido por tradición, es decir, mito y fantasía se entrañaban con un saber científico.

Colón podía construir esferas, lo que era un conocimiento enormemente avanzado, pero no creía en la realidad tangible.

Un día, por las costas de Monte Christi, cae un monstruo, lo identifica como sirena, "aunque no es tan bella como la pintan, pues tenía gesto de hombre en la cara" y la falsedad busca apoyos (es Aristóteles, es Plinio), y concluye: también vio sirenas en las costas de Meneguetta. Cree en los animales fantásticos y escribe a Gabriel Sánchez "aliqua monstra no vidi".

Hoy no creemos en relatos inverosímiles, pero seguimos creyendo en la capacidad imaginativa del hombre: diferencias y semejanzas con aquellas gentes que hicieron realidad lo que sólo eran visiones de un iluminado. Este planteamiento es el de las posibilidades científicas que inaugura 1992, pero estamos muy lejos de unas creencias sin confirmación posible y, por otra parte, lejos también de la seguridad de unos derechos o de unas imposiciones, en teoría al menos.

Si pensáramos en un concepto que sirva de referencia para estas nuevas realidades tendríamos que pensar en la palabra comunicación, considerándola desde una vertiente psico-sociológica (comunidad lingüística e intelectual de los pueblos hispanos) y otra jurídico-política (relaciones de poder y económica entre esos pueblos). En el primer aspecto, la base sobre la que se construye la comunidad iberoamericana es indudablemente lingüística. El idioma se convierte con una celeridad asombrosa en el vehículo de unificación por excelencia, a través de un proceso gradual, pero constante, que culmina con la integración de la palabra indígena y con la asignación de nuevos significados plenamente autóctonos a los términos castellanos.

El español se convierte en el latín vulgar de los pueblos americanos, que anteriormente no disponían de una lengua común.

Más allá, la comunicación, estructurada de manera radial a través de la Península, de todos los pueblos americanos entre sí marca el auge económico, social, cultural, de estos territorios. Sólo tras la independencia, con la consecuencia nefasta de la desintegración del continente, comienza la decadencia de los

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pueblos del sur de América, cuya superioridad sobre el norte comienza a ceder.

Pese a esa situación de inferioridad que se ha mantenido ininterrumpidamente durante casi las dos últimas centurias, algo nos queda hoy, algo cuya importancia es crecientemente valorada: el patrimonio cultural, intelectual y lingüístico común.

Ese mismo modo de pensar y de vivir, esos usos comunes que nos hacen sentirnos en casa allá donde estemos dentro del mundo iberoamericano: la conciencia de la unidad a pesar de la diversidad.

Precisamente esta dimensión cultural de la proyección americana en España es la que ha de servir como base de la valoración de la empresa, una vez instalados en un mundo en el que los elementos culturales predominen sobre los económicos.

En el aspecto jurídico-político también se percibe como necesaria una fundamentación ética nueva de las relaciones internacionales, en lo que la comunidad iberoamericana puede desempeñar un destacado papel. Es la hora de replantear el sentido de la comunicación y de efectuar, como se hizo en la universidad española del siglo XVI acerca del problema de los justos títulos, una reflexión intelectual sobre los aspectos éticos de los problemas generales que actualmente se nos plantean.

En estos días, el mensaje que debemos aceptar es el de traer hacia esta época final del siglo XX los encuentros que se produjeron a finales del siglo XVI. Ojalá volvamos a descubrir a los pueblos hispanoamericanos descubriéndonos a nosotros mismos.

Si no lo hacemos, cuando hablemos no se obtendrán logros fructíferos y quedarán cerrados los caminos que debemos transitar juntos. Que las pisadas nos lleven a una utopía posible de lograr entre todos un nuevo mundo de justicia y solidaridad.

No soy capaz de negar valor a las utopías; más aún, las creo necesarias. Ahí está cuanto necesitó Campanella, el hombre que, comprometido con la política de su tiempo, pensó en la ilusión irrealizable de la Cita del Solé, pero sus planteamientos, en un plano puramente ideal, sirvieron para crear una doctrina política coherente, si es que, acaso, la utopía no tuvo —también— sustento en ciertas realidades.

Y, finalmente, habría que pensar en América, porque en

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el espíritu de esos tratadistas de la utopía latía una idea sustentadora: el Evangelio, tal y como pensó Dante en De Monarchia, o Las Casas, cuando soñaba con aquella república ideal regida por los dominicos, o la evangelización de los jesuitas en Paraguay.»

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EMILIO ROMERO

Escritor y periodista español

EL DESCUBRIMIENTO SE CORRESPONDE CON SU TIEMPO Y NO ES CAMBIABLE

«La palabra descubrimiento es fundamental o principal en h conmemoración del Quinto Centenario. Hace algún tiempo saldría esa otra de encuentro, y esto no tiene otra significación que la de desvalorizar aquella aventura y aquel suceso universal de descubrir más tierra y más gentes en el planeta. Pero si el protagonismo de la aventura venía de las zonas de más altos niveles culturales, estaba muy claro que la palabra descubrimiento era obligada. Pero todavía ocurriría algo más, como era la civilización de la modernidad en la antigüedad y primitivismo de aquellas otras culturas. No hay ninguna petulancia española en orden a la conmemoración, sino un recuerdo obligado con el tiempo y los acontecimientos actuales. España, como país iniciador y principal en el asentamiento o colonización, también invitaría a otros países europeos para hacer sus aventuras de instalación y de la presencia allí. Y después, con el paso de los siglos, se conformarían orígenes, afinidades y pueblos que hoy componen el grupo de países americanos y con tres Américas: la del Norte, la del Centro y la del Sur. Hasta en estos finales del siglo XX tenemos el protagonismo universal de los Estados Unidos de América, quien estaría en las dos guerras de Europa y al lado de las naciones libres. Hasta impediría más tarde, mediante la guerra fría, lo que podía haber sido el cataclismo universal del armamento nuclear. La América de nuestros orígenes ahora quiere crear una comunidad integrada, a la manera como quiere hacerlo Europa. Y ahí

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está nuestra lengua, y con ella irían la religión y la cultura. Después, como en todas estas aventuras, hay gloriosos y miserables. Pero lo individual carece de interés ante lo común de un Descubrimiento y sus consecuencias. Esa palabra de Encuentro se refiere, obligadamente, a hoy. Ahora nos encontramos para muchas cosas. Pero el Descubrimiento se corresponde con su tiempo y no es cambiable. La Historia no la fabrica el resentimiento, sino la noticia.»

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JOAN MANUEL SERRAT

Cantante español

ESPAÑA DEBE HUIR DE FESTEJOS CON CONNOTACIONES PA TERNOFILIALES

«Para mí el hecho del Quinto Centenario de la llegada de Colón a América es un hecho histórico que no tiene vuelta de hoja, lo que ocurrió es absolutamente inamovible. Creo que hay poco que celebrar, pero sí hay algo que recordar, y algo con lo que trabajar, porque es la realidad que hay. Existe una Iberoamérica que es una hija criolla de todo lo que en estos 500 años ha ocurrido, de todas las diferentes emigraciones que se han ido sucediendo, de todo el intercambio cultural y sanguíneo que se fue produciendo, con todos los fenómenos de explotación y conquista que pueden haber ocurrido a lo largo de estos cinco siglos.

Estos hechos no siempre han sido culpa del invasor, del conquistador, sino que en muchas ocasiones el principal responsable es el criollaje. Por ejemplo, en la desaparición de los indios en Argentina y el Uruguay es más culpable el criollaje, ya que fueron eliminados después de la Independencia.

Lo que estaría bien es aprovechar este hecho real, ineludible, como motivo de esclarecimiento, de conversación... De alguna manera para que mis hijos o mis nietos no estudien la historia de España con respecto a América como yo la estudié, y para que los hijos de mis amigos mexicanos ya no tengan que aprender la historia de su país en viejos manuales y puedan estudiar la historia de México con respecto a España con unos textos sin viejos resabios. De esta forma, y al cabo de algún tiempo, entre todos podremos tratar si no de buscar la verdad,

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que esto serían palabras mayores, sí de sacar todo lo que de bueno, de favorable, de oportuno, de creativo, puede tener ese encuentro de culturas que se produjo en aquel momento.

Creo que la conmemoración de España debe huir de connotaciones paternofiliales. Porque en muchos casos España se ha comportado como una mala madrastra. Pienso que con América Latina se deben establecer unas relaciones sobre nuevas bases. Pero también creo que en América Latina hace falta un nuevo tipo de relaciones entre los mismos pueblos.»

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FRANCISCO AYALA

Escritor español Premio Cervantes

NO SE PUEDE COLONIZAR CON PALABRAS PERSUASIVAS

«Se dice que el Descubrimiento y la Conquista de América fue un encuentro entre culturas y a esa tontería añaden otros la estupidez de limitarse a acusar de genocidio a los que llegaron al Nuevo Mundo. No se trata de hallar el punto medio, sino de ver las cosas como son.

Es imposible que se colonice un continente con palabras persuasivas aunque las hubo con las prédicas y también es cierto que existió una política de asimilación, pero no lo es menos que la política nunca es suave: significa poder y éste se ejerce sobre el prójimo.»

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JULIÁN MARÍAS

Escritor y filósofo español Miembro de la Real Academia Española

LA LEYENDA NEGRA HA PROVOCADO UN ESTADO DE DEPRESIÓN HISTÓRICA

«Desde el siglo XVII se sienten en España los efectos de la llamada Leyenda Negra. Consiste ésta en la descalificación global de un país, fundada en algunos hechos negativos —verdaderos o no, esto es secundario—. Quiero decir lo siguiente: en todos los países han sucedido —y sucederán— hechos lamentables de cualquier tipo, que revelan torpeza, crueldad, ambición, falta de escrúpulos según los casos. En ocasiones estos hechos son reales; en otras son exagerados por el sensacionalis-mo o la hostilidad; en algunas, finalmente, son inventados, imputaciones fabricadas. Estas diferencias, aun siendo importantes, son desdeñables para lo que intento aclarar. Demos por supuesto que los hechos alegados son verídicos. Normalmente no se sigue de ello ninguna consecuencia que vaya más allá de esos mismos hechos. La historia de Italia en la Edad Media y en el Renacimiento está llena de inauditas ferocidades; pero esto no ha afectado nunca a la imagen de Italia como país de altísima cultura y de un refinamiento artístico sin par. La noche de san Bartolomé, el terror durante la Revolución, la insurrección y consiguiente represión de la Comuna han sido explosiones de tremenda violencia en Francia, que no han mancillado el prestigio de este país siglo tras siglo. Las luchas internas de Inglaterra se cuentan entre las más despiadadas de la historia; solamente el reinado de Enrique VIII es de una atrocidad difícil de superar; pero, después de tomar nota de ello, la interpretación histórica se guarda mucho de extender la

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partida de defunción de la civilización británica: al contrario, ha sido durante siglos el gran modelo digno de imitación.

La leyenda negra consiste en que, partiendo de un punto concreto —supongamos que cierto— se extiende la condenación y descalificación a todo el país a lo largo de toda su historia, incluida la futura. Esto es lo que se inicia para España desde el siglo XVI y se condensa el XVII, y adquiere nuevo ímpetu a lo largo de todo el XVIII y reverdece con cualquier pretexto sin prescribir jamás.

Para que se produzca la Leyenda Negra hace falta que coincidan tres condiciones: primera, que se trate de un país importante, con el cual hay que contar. Segunda, que exista una secreta admiración envidiosa y no confesada por ese país. Tercera, la existencia de una organización (a veces varias que se combinan o se turnan). Si no se dan las tres, la Leyenda Negra no prospera, o no llega a iniciarse, o decae pronto. Si se quiere un ejemplo particularmente claro, piénsese en Alemania.

Se dirá que este fenómeno afectó —o afecta— a España, pero no a los países hispanoamericanos. Grave error, y además irónico. Los movimientos de independencia a fines del siglo XVIII, de forma activa desde 1810 —coincidentes con la invasión napoleónica de España y la crisis de la legitimidad de la Monarquía— desataron una campaña de antiespañolismo, rebrote inesperado de la Leyenda Negra, que fue bastante eficaz. Pero su éxito fue superabundante: no se limitó a su blanco deliberado, España, sino que recayó sobre todo su linaje, es decir, sobre los propios países promotores. Lo que se decía de lo "español" se entendió desde luego de lo "hispánico", y desde entonces la América de nuestra lengua quedó incorporada al fenómeno de la Leyenda Negra. Si se hiciera una historia escrupulosa y veraz de la imagen de los países hispánicos en el resto del mundo, se vería hasta qué punto la frecuente difamación procede directamente de las campañas iniciadas en los años de lucha por la independencia.

Y convendría preguntarse en serio por el grado de sinceridad de esos ataques, proferidos en el ardor de la lucha y en muchas ocasiones por el temor de parecer tibio. Lo malo para los países americanos es que las voces de la pasión fueron escuchadas y las de la razón y la veracidad fueron desatendidas. Las consecuencias han sido largas para unos y para otros, para los "españoles europeos" y los "españoles de ultramar",

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como eran designados los diputados de las Cortes de Cádiz (1810-1814).

Lo más interesante es cómo los hispánicos quedaron afectados por la Leyenda Negra. Hubo los que quedaron "contagiados" por ella, los que se persuadieron de su justificación y quedaron desde entonces en estado de "depresión histórica". Hubo, por otra parte, los indignados, los que rechazaron la difamación de manera absoluta y sin matices, los intolerantes, los que se llamaron en el siglo XVIII los "apologistas", defensores a ultranza de lo bueno y lo malo, de lo justo y lo injusto, despreciadores de lo ajeno por añadidura. No han sido muchos los que se han conservado libres frente a la difamación, sin aceptarla ni hacerle el juego a la falta de crítica y el cerrilismo, abiertos a la verdad Se podrían componer tres listas de españoles e hispanoamericanos, pertenecientes a estas categorías: largas las dos primeras; más breve, desgraciadamente, la última.

Esta situación es, si no me equivoco, uno de los factores más perjudiciales en la vida de nuestros pueblos. Si se examinara a la luz de estas ideas la historia de España desde la segunda mitad del siglo XVII y la de las naciones americanas desde su separación, se podría medir la destrucción u obturación de posibilidades que ello ha impuesto, la ambigüedad respecto a la propia realidad que ha inducido. Si se lograra poner en claro el grado de justificación de esa imagen dominante, el futuro de nuestros países quedaría abierto.

Un hecho sobre el que no hay ninguna claridad es el de que hasta fines del siglo XVIII o comienzos del XIX, es decir, hasta la separación (de España y de los diversos pueblos hispanoamericanos, unos de otros), no hubo ninguna inferioridad de la América hispánica respecto de la de lengua inglesa. Al contrario: la prioridad hispánica en el arte, el urbanismo, la imprenta, las universidades, la formación de "países" es inmensa. Las ciudades hispánicas (Santo Domingo, La Habana, México, Veracruz, Valladolid, Puebla, Lima, Cuzco, Quito, Cartagena...) eran incomparables con las de lo que hoy son los Estados Unidos (Boston, Nueva York, Baltimore, Filadelfia...). Los virreinatos eran reinos regidos por virreyes en nombre del rey común, el Rey de las Españas, miembros de la monarquía católica o monarquía española, es decir, países en que las diferencias y heterogeneidades eran innumerables, como en las demás porciones europeas de esa inmensa comunidad unida por la Corona.

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Esta creación política, de extremada originalidad —nunca había existido nada semejante desde el Imperio Romano—, fue siempre malentendida por los países intraeuropeos" —sobre todo Francia, que desde el siglo XVIII impone la interpretación de la historia. Es asombrosa la ignorancia que sobre la estructura de la monarquía hispánica tienen los pensadores políticos de la época, incluso los que eran sin duda eminentes, como Montesquieu. Ignorancia que nace de una radical falta de curiosidad, de la incapacidad de imaginar algo que iba mucho más allá de los esquemas nacionales.

La prueba de la radical diferencia entre los países integrantes de la monarquía española y las colonias de otras potencias europeas está en que existe un mundo hispánico, una comunidad de pueblos cuya lengua propia es el español, definidos por un repertorio de usos en gran parte idénticos, aunque matizados por profundas diferencias. Como se habla de la Romanía, se podría hablar de una Hispania —diferente de una de sus partes, España en sentido estricto—. Nada análogo existe en el mundo. Ni siquiera el ejemplo de los Estados Unidos sería válido, por dos razones: la primera, que antes de la independencia, en la época de vinculación con Inglaterra, era sólo una pequeña fracción de territorio actual, mucho menor que la parte originariamente hispánica, en el Sur y el Suroeste; la segunda, que se trataba de "colonias inglesas", esto es, colonia de ingleses establecidos en América, sin que formasen parte de las nuevas sociedades los indígenas, los aborígenes americanos. Lo único análogo a la América de lengua española es la de lengua portuguesa; tan análogo que lo incluyo al hablar de "mundo hispánico" (o ibérico, que es lo mismo); incluso políticamente se trató de la misma monarquía y los mismos reyes durante sesenta años decisivos (1580-1640).

Es apasionante ver cómo en la mente de los hispanoamericanos —en buena medida de los españoles— la visión de la realidad fue sustituida por interpretaciones fabricadas e inyectadas, la mayor parte sin consistencia, discordantes con lo que habían vivido hasta muy poco antes —y no digamos en las generaciones llegadas a la vida adulta después de la independencia—. Es uno de los ejemplos —hay muchos más, y algunos bien recientes— de cómo se puede lograr la aceptación de la "historia-ficción", hasta el punto de que la realidad misma es suplantada por una construcción suficientemente repetida.»

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N I C O L Á S S Á N C H E Z A L B O R N O Z

Escritor español. Director del Instituto Cervantes

ES NECESARIA UNA MAYOR REFLEXIÓN HISTÓRICA

«Lo que me parece inconveniente de la conmemoración de aquel acontecimiento que marca la llegada de los españoles a América es la ausencia de pensamiento, de reflexión histórica. Hay que hacer notar que esto no sólo es culpa de los gobiernos, sino de los intelectuales y de la sociedad en su conjunto. Me parece, no obstante, que es perfectamente lícito que el gobierno español, ante el quinto centenario de un acontecimiento donde España tuvo un protagonismo esencial, trate de sacarle partido. Las obras de infraestructura, la remodelación de las ciudades, las carreteras, las fiestas, el intentar atraer a 18 millones de turistas, me parece una idea buena en principio. Lo que ya no me parece tan bien es que todo quede en eso y se pierda la gran oportunidad de una gran reflexión histórica que nos aproxime a Iberoamérica.

Porque lo que no tiene sentido es querer ignorar aquí que en Iberoamérica existe una reacción fuerte en contra del 92, en parte encabezada por los movimientos indigenistas. Uno de los más hostiles a la conmemoración proviene de Ecuador, un país donde, paradójicamente, la tradición indigenista es mucho menor que en otros países de América. En México y en Perú, por ejemplo, los movimientos tienen una tradición que se inicia en los años 20 y cuentan con un amplio desarrollo intelectual. Pero en Ecuador, salvo ese gran artista que se llama Guayasa-mín y un grupo del norte del país, los otábalos, no existe una

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tradición intelectual indigenista. De todos modos pienso que los indígenas no tienen por qué celebrar el acontecimiento.

Estoy más de acuerdo con denominar a la efemérides "encuentro", que fue una idea de México que España aceptó, que descubrimiento. La palabra descubrimiento no acepta los progresos de la antropología en este siglo. La antropología ha conseguido lo que podríamos llamar la "aceptación del otro", y la incorporación de los pueblos llamados primitivos a un esquema mundial. Por lo tanto se les devuelve con justicia su propia historia, sus valores culturales, su tradición, etcétera. No se puede seguir hablando de descubrimiento; es ignorar a la ciencia antropológica y despreciar la sensibilidad latinoamericana.»

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JOSÉ ANTONIO BARROSO

Alcalde de Puerto Real y promotor del monumento «Homenaje a las víctimas

de la invasión europea desde 1492», cuyo autor es el artista ecuatoriano Osvaldo Guayasamín

UN CONTINENTE ENTERO FUE SANGRADO PARA EL SERVICIO

DEL DESARROLLO EUROPEO

«América no fue descubierta —salvo en sus aspectos geográficos— sino encubierta por sus conquistadores. Hasta tal punto que ha sido la arqueología la que ha tenido que reconstruir, siglos más tarde, un pasado destruido en los templos, los códices, los ritos, los murales y los ornamentos de los vencidos.

Y no fue solamente la fiebre inquisitorial sino una estrategia de poder, la responsable de un etnocidio cuyo objetivo era eliminar los pueblos de la América anterior a la conquista.

En las colonias españolas los "indios" fueron despojados, esclavizados con fórmulas jurídicas de vasallaje o con apelaciones al derecho de la guerra, y diezmados en jornadas inhumanas de socavón, porteo o trapiche.

Antes se había aplicado, durante décadas, la violencia como instrumento de terror y como método de saqueo. Pizarro fue sólo un alumno aventajado de aquellas guerras "para entrañar el miedo" que otros capitanes habían ensayado en La Española, Cuba, Tierra Firme o Castilla del Oro. El secuestro de Atahualpa, su rescate en oro y el asesinato rompiendo la palabra, se había repetido cientos de veces en aquella búsqueda alucinada de riquezas que abría caminos sangrientos a la Europa del primer capitalismo.

Más al norte, en las colonias inglesas, francesas y holan-

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desas, los colonos "liberaban" las tierras exterminando a los indígenas.

El ejército argentino llamaba "tocar el violín" al encierro entre alambradas de los indios y consiguiente degüello.

Allí en donde las condiciones naturales y demográficas eran comunes, las colonias americanas repetían los modelos de explotación con independencia de las diferencias metropolitanas.

El tráfico de esclavos africanos, que inician los españoles, lo comparten después todas las potencias coloniales. Un continente entero fue sangrado para el servicio del desarrollo europeo. Los "negros" avanzaron a zancadas desde su paleolítico africano, trabajando bajo el látigo en las plantaciones.

A las víctimas de ese proceso civilizatorio está dedicado el monumento que levantamos en Puerto Real. Para corregir la historia de los vencedores que sigue humillando a los vencidos, para afirmar el derecho de resistencia y para rescatar una lucha por la dignidad y la vida que ha durado ya 500 años. Para ir consolidando una conciencia que nos permita mirar a ese lejano "Tercer Mundo" que empezó a nacer, sometido y silenciado, en aquel lejano 1492.

Pero no sólo nos importa el pasado. Si así fuera no se hubiesen levantado contra nosotros las iras de los poderosos. El monumento será una protesta y una llamada de solidaridad con la América Latina de nuestro tiempo.

Ese continente hambreado y reprimido, endeudado y aplastado, al que se le niega, con la ferocidad de otros tiempos, su capacidad creativa y el derecho a una vida digna. Como en el pasado, se imponen a América Latina modelos políticos, económicos y sociales que niegan la esperanza y perpetúan la miseria.

El monumento Homenaje a las víctimas de la invasión europea desde 1491 pretende afirmar la necesidad de subvertir el presente para que podamos decir, sin cinismo ni vergüenza, que somos seres humanos.»

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FERNANDO ARRABAL

Escritor teatral español

1492, FALSA EFEMÉRIDES

«El mítico 12 de octubre de 1492 no es una fecha importante en nuestra historia. La fecha más crucial de la historia española es la de 1547, cuando muere Enrique VIII, Iván el Terrible se convierte en zar, nace Cervantes, se prohiben los libros de caballería y, lo más importante, la Inquisición redacta el Estatuto de limpieza de sangre.

El descubrimiento es una falsa efemérides. En 1492 había en América cerca de 100 millones de indios. Un siglo más tarde, apenas 10 millones, y esto según los historiadores de derechas, porque los de izquierdas son más severos.

En Latinoamérica las razas vencidas están siempre bajo la bota de los vencedores. Puede que los regímenes cambien, pero las razas vencidas son siempre las mismas en México, Brasil o Cuba. Siempre son las minorías blancas las que tienen el poder.

Los festejos del Quinto Centenario del Descubrimiento de América no suponen más que el regreso del ruedo ibérico, algo similar a lo de enviar tropas españolas al golfo Pérsico.»

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JOSÉ ALSINA FRANCH

Historiador español

SE CONFUNDE ESTREPITOSAMENTE EL SIGNIFICADO DE GENOCIDIO YETNOCIDIO

«Hay que comenzar por reconocer que no es permisible hablar de América —de Iberoamérica en particular— como se habla de Asia, o de África, no porque esta región del mundo pueda o deba ser considerada "como una prolongación de España", que no lo es, sino porque en aquellos otros continentes y territorios apenas hemos tenido responsabilidades históricas y en éste sí. Y esa responsabilidad no la podemos eludir o justificar de manera ligera, porque está ligada inevitablemente a nuestro pasado, a nuestra propia historia, e incluso a nuestra manera de concebir la historia también. Por eso, la ignorancia de la geografía, de la historia o de la realidad política y social de ese subcontinente, de que hacen gala nuestros bachilleres, es algo que clama al cielo. No se debe ignorar lo que son o significan Pakistán, Sumatra o Zambia, pero es imperdonable desconocer qué es el Chaco, cuál es la realidad socio-cultural de la costa de los Mosquitos, o qué significa "Guanahaní" en la historia del descubrimiento del Nuevo Mundo. Y todas esas ignorancias —y muchas más— son la realidad de hoy, son la realidad de un sistema educativo, en el que la incuria y la irresponsabilidad más absolutas han dominado en la preparación de nuestros conciudadanos más jóvenes, y en esa irreflexiva falta educativa radica, en mi opinión, buena parte de la inconciencia americana que padece hoy nuestra sociedad. Y eso hay que remediarlo de manera urgente. Si no queremos pasar por un pueblo irresponsable que "crea" un

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mundo nuevo para abandonarlo después de la manera más caprichosa e inconsciente.

Sin embargo, la ignorancia, con ser mala, no es lo peor; lo peor es la difusión del error. Porque es muy posible que muchos españoles de hoy —jóvenes o viejos— no sepan qué es el Chaco, ignoren lo que ocurrió en la costa de los Mosquitos, o confundan Guanahaní con Guaraní, pero es muy posible también que quienes presumen de conocer algo de América, su pasado y su presente, se apresten a difundir una "realidad" tergiversada, o simplemente falsa. Todavía hay quienes creen que Iberoamérica es una prolongación de esta España de nuestros pesares, o de la España imperial, o de la España conquistadora y dominante del comienzo de la Edad Moderna; todavía hoy hay muchos —que no han pisado América— que pretenden hacernos creer que por aquellos siglos no hubo una "guerra de conquista", o que consideran que aquel continente estaba poblado de un montón de "bárbaros" a los que había que exterminar; todavía hoy hay quienes incluso se asustan de emplear el término de etnocidio para calificar la "destrucción cultural" que acometieron y en buena parte culminaron nuestros conquistadores, encomenderos y misioneros, a lo que aún es peor, que confunden estrepitosamente el significado de "etnocidio" y "genocidio", aunque también este último se cometió por parte de muchos de nuestros ilustres hombres de armas de la época. Todos esos errores y muchos más son divulgados y difundidos, incluso por quienes presumen de "progresistas" y hombres de izquierda. ¿Hasta cuándo tendremos que soportar esta absoluta e irresponsable ignorancia o conocimiento erróneo de "nuestra América"?

De la época de la dictadura de Primo de Rivera recuerdo haber tenido en mis manos un "texto oficial" de la Historia de América que se exigía a los estudiantes de Bachillerato de la época; y para la época no era malo. Durante la dictadura del general Franco y pese a sus pretendidos deseos de reconstruir el espíritu "imperial" del siglo XVI, los textos de Bachillerato nunca llegaron a tanto: cuando más, las referencias a la expansión de España en América eran relativamente abundantes en los textos de "Historia Universal" de los años cuarenta y se fueron reduciendo al paso del tiempo hasta ser apenas tres o cuatro lecciones en los últimos años, y muchas menos probablemente que las dedicadas en esos textos a la expansión inglesa o a cualquier otro imperio del pasado. ¿Qué se puede esperar

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de un pueblo que no estudia su propia historia, si ni siquiera se da la "instrucción" necesaria a sus estudiantes de Bachillerato para que se cree esa conciencia?

La causa de los errores está muy clara. Todavía hoy se considera a fray Bartolomé de las Casas como un loco visionario, fuera de la realidad, padre de la "leyenda negra" y un característico antiespañol. Todavía hoy se ignora que, afortunadamente, Las Casas era la punta de un iceberg y que escritos como los suyos, denuncias como las suyas, las hicieron infinidad de españoles que viviendo en las Indias conocían la realidad y no se resistían al noble afán de tratar de corregir los muchos errores que se estaban cometiendo. El espíritu de fray Bartolomé de las Casas está vivo aún en la conciencia de algunos, pero los más tratan de taponar las heridas de sus denuncias con una venda de color de rosa que a nadie engañaría sino a nosotros mismos. Lo que se califica hoy de genocidio o de etnocidio es una realidad que no podemos ignorar. Ya no se trata de leyendas, se trata de conocer la realidad y esa realidad clama, entonces y ahora, contra la injusticia y la opresión.

Alguien me ha dicho, en alguna ocasión, que cómo podía soportar, en mis incursiones por los mil caminos de América, año tras año, la contemplación de esa injusticia, de esa opresión. No es soportable. Hoy como ayer hay que denunciar esa situación, en la que los oprimidos son siempre los mismos, los indios, los mestizos empobrecidos, y en la que los opresores son también siempre los mismos, los blancos, los occidentales. Otra cosa sería hipócrita. Por eso, la bandera de fray Bartolomé de las Casas sigue teniendo vigencia hoy, y no es la de un loco sino la de un Don Quijote más. Pero hay que decir que, y esta vez con toda justicia, si muchos pueblos han constituido imperios bajo el impulso de una fe o de unas armas, pocos han producido a su vez la conciencia crítica de sí mismos, la conciencia que les haga responsables de sus propias obras.

Hoy como ayer se sigue ignorando esa realidad del pasado que explica en buena parte la realidad del presente. Hoy como ayer se cae fácilmente, blandamente, en el halago de la fraseología masturbadora —la "Madre Patria" y otras zarandajas semejantes— que determinadas personas, pertenecientes a determinadas clases sociales y grupos políticos, siguen repitiéndonos, para tranquilizar nuestra conciencia colectiva.

Y no es cierto. No somos la blanda y cariñosa "Madre Patria". Somos la patria de unos hombres de acero, que con

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increíble energía e imaginación descubrieron para el Occidente un mundo nuevo, poblado de inimaginable cultura, a la que inevitablemente destruyeron o transformaron, llevando con sus enfermedades ignoradas, la despoblación en muchos casos absoluta, en otros relativa, de aquellos reinos, confederaciones o imperios. Un terrible proceso etnocida que no consiguió, sin embargo, destruir en tres siglos de colonias a aquellas culturas. El volcánico panorama actual es el resultado en buena parte de aquella acción colonizadora, pero en parte también de una acción continuada de los criollos independientes, sucesores de nuestro "imperio".

Conocer esa realidad es importante y urgente. El Quinto Centenario puede ser la coyuntura para que iniciemos un cambio de actitud respecto de América, para que la sintamos como algo rico y nuestro, a nuestro lado, como pueblos hermanos que son, de los que en parte somos responsables y a los que como tales nos tenemos que referir, pero no como prolongación —umbilical— nuestra, sino como algo diferente y próximo a la vez.»

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JOSEBA AZKÁRRAGA

Integrante de la Directiva del partido vasco «Eusko Alkartasuna»

NO ES POSIBLE CONMEMORAR LO QUE SUPUSO EXTERMINIO DE PUEBLOS

«Hay que hacer una profunda autocrítica del papel de España en la conquista y la colonización de América. En este sentido consideramos que no es posible conmemorar lo que supuso el genocidio de estos pueblos ya que es un insulto para ellos, a la historia y a la inteligencia del ser humano.

La conquista no fue muy diferente a la de otros países autodenominados avanzados, como Inglaterra, Holanda o Portugal.

El sometimiento de los pueblos indígenas fue el más fiel exponente del imperialismo de España, que aún subyace en sus actuales dirigentes. No puede considerarse como una gesta gloriosa lo que no fue sino un grave exterminio tanto humano como cultural.

Se impuso una lengua, unos modos de vida, una religión que les eran ajenos. Se explotó a sus hombres y mujeres, se esquilmaron sus riquezas y se borraron unas culturas milenarias, en muchos aspectos más avanzadas que la que poseían los colonizadores.

En los últimos años el Gobierno socialista presidido por Felipe González ha propagado la celebración de este Quinto Centenario, juntamente con la firma de los tratados de amistad y cooperación suscritos con diversos países de América Latina, así como con la imagen de que España sería la valedora de los países latinoamericanos en la Comunidad Europea.

La realidad demuestra que esos no son más que fuegos de artificio con los que se solapan el pasado y el presente que ha padecido y padecen los pueblos que actualmente integran América Latina y que suponen una grave remora de cara al futuro.»

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REYES MATE

Director del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas

LA «VISIÓN DE LOS VENCIDOS» NO INCITA AL FESTEJO, SINO A LA MEMORIA

«¿Celebrar el descubrimiento de América o recordar el encuentro violento con pueblos y culturas prehispánicas? Se celebran las victorias y se recuerdan las derrotas. En esta aventura histórica, España fue la parte militar y política victoriosa; nada de extrañar, pues, que por nuestro lado domine el sentimiento orgulloso de haber hecho algo grande. Y no me refiero a la política oficial u oficiosa del Quinto Centenario cuanto al sentimiento difuso y persistente alimentado por enciclopedias de primaria, relatos literarios, monumentos populares o ideo-logizaciones políticas. Justo lo contrarío de la otra parte.

Porque existen los otros, los que estaban allí y fueron vencidos y cuyos relatos no han cesado de contarse y transmitirse de generación en generación. Es la "visión de los vencidos", título además de una recopilación de testimonios madrugadores —los de Motolinía, fray Bernardino de Sahagún, así como relatos mayas y nahuas— llevado a cabo por el mexicano León Portilla. No es un libro cualquiera, por la sencilla razón de que es aquí donde los niños mexicanos beben, en buena parte, la imagen que los indios de Tenochtitlan, Tlatelolco, Chalco o Tlaxcala se hicieron de los españoles y de la conquista de sus tierras.

Con la distancia que dan 500 años, ¡qué menos que acercarse a la visión de los vencidos! Si hoy late en una y otra parte el deseo de universalidad, es decir, de superar visiones parciales

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en vistas a unas relaciones de solidaridad, esta visión de los vencidos esclarece una parte de nuestra identidad.

De acuerdo con todos esos testimonios, Cortés y acompañantes se beneficiaron de las creencias mexicanas inquietas en aquellos momentos con la inminente vuelta del dios Quet-zalcóatl. Fueron recibidos como dioses. Claro que al irlos conociendo más de cerca, al ver su reacción ante los objetos de oro, que les envió Moctezuma, al tener noticias de las matanzas de Cholula y al contemplarlos cara a cara en Technotitlan, ocurrió lo inevitable: que el aura se desvaneció y despertaron a la realidad de un grupo conquistador. Tuvo que enfrentarse el mundo indígena, casi mágico, con la sagacidad práctica de estos aventureros. Cuando empezaron a palpar los primeros objetos de oro, "se les puso risueña la cara", dicen aquellos relatos, "como si fueran monos levantaban el oro... Como unos puercos hambrientos ansiaban el oro". Así lo veían.

Era lógico que los nativos espiaran cada movimiento, cada reacción de estos "bárbaros con lengua extraña, lengua salvaje". La descripción que hacen ellos tras la matanza de Cholula marca el tono: "Algunos van llevando puesto hierro, van ataviados de hierro, van relumbrando. Por esto se los vio con gran temor, van infundiendo espanto en todo: son muy espantosos, son horrendos." Temor que quita el sueño a Moctezuma, se apodera de los jefes y acaba grabándose para siempre en la retina del pueblo: "Llorad/ amigos míos /tened entendido que con estos hechos hemos perdido la nación mexi-catl/ ¡El agua se ha acedado, se acedió la comida/ Esto es lo que ha hecho el dado de la vida de Tlatelolco!" Del temor sacro se ha pasado al horror que infunden esos guerreros más fuertes que les convierten en esclavos. En sus coplas y memorias se repetirá como una maldición la última estrofa: "Donde llegaban los españoles todo quedaba desolado." La religión no podía escapar a su consideración, pues pronto relacionaron dominios políticos con conversión religiosa. Ya tempranamente, en un momento clave, en la célebre matanza del Templo Mayor durante la fiesta de Tóxcatl, se identifica los matones como cristianos: "Luego comienza el canto y baile. Va guiando a la gente un joven capitán; tiene su bezote ya puesto... Apenas ha comenzado el canto, uno a uno van saliendo los cristianos, van pasando entre la gente, luego de cuatro en cuatro fueron a apostarse a las entradas."

Entiéndase bien: no se trata de absolutizar un relato como

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la verdad histórica, sino de entender cómo vio la otra parte el mismo acontecimiento. Y la visión de los vencidos no incita al festejo, sino a la memoria.

Pero recordar, ¿para qué? Nosotros necesitamos hacer nuestros los recuerdos de los otros para salir del ensimismamiento. Es verdad que la España contemporánea es consciente de sus límites y no tiene el menor inconveniente en integrarse en unidades económicas, culturas o políticas superiores. Pero todo eso podría ser una insensata huida hacia adelante, si no fuéramos conscientes de unas responsabilidades que se han ido tejiendo en torno a lo que hemos ido siendo. La visión de los vencidos nos trae a la memoria responsabilidades adquiridas, acciones nuestras (de la España con la que nos identificamos) violentas e injustas que tienen que ver con los problemas actuales de esos países.

El error sería pensar que puesto que no las recordamos, ni forman parte de nuestra visión de aquellos hechos, están saldadas. No están saldadas ni podrán serlo en la medida en que afectan a generaciones que han desaparecido. Pero al ser contadas por los otros, de generación a generación se actualiza la denuncia, la reivindicación de sus derechos pendientes. Esa historia, así contada, afecta a la relación de los pueblos de uno y otro lado que son herederos de aquellos lejanos y sobresalientes acontecimientos.

Afecta a los españoles, no tanto en el sentido de que nuestro relativo bienestar tenga que ver con el oro americano y su relativo malestar con nuestra explotación (las cosas son, evidentemente, más complejas, aunque bien vale aquí lo "de aquellos polvos trajeron estos lodos") cuanto en un sentido moral: nuestra historia es, en buena parte, un botín. En el zócalo de la ciudad de México puede apreciarse cómo la catedral de la religión llevada a América por España se levanta sobre las ruinas del Tempo Mayor Azteca. La cultura vencedora construye con las mismas piedras de la cultura vencida. Esa historia invita a una doble reflexión: sólo interiorizando la razón de los vencidos podemos evitar que cese la lógica del dominio, claramente manifiesta en la conquista de América y en todas las conquistas. El pueblo poderoso o la lógica del pueblo poderoso carece en sí misma de mecanismos para poner coto a su ambición; sólo si hace propia la causa de los vencidos, esto es, el derecho del otro a que se le respete en su dignidad. Ésa sería la benéfica "venganza de Moctezuma": hacernos ver

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que sin ellos no somos capaces de ser morales, pues ellos nos desvelan una responsabilidad que por nuestra cuenta difícilmente descubriríamos.

La segunda consideración: el reconocimiento de la deuda moral pendiente se traduce en exigencia de solidaridad. La denuncia de "donde llegaban los españoles, todo quedaba desolado", no prescribe normalmente por mucho tiempo que pase porque sus efectos siguen vigentes: ¿acaso no está conformada la llamada identidad española con acontecimientos como aquéllos? Si lo valoramos como hazaña heroica, nos gloriaremos en ello, pero si hacemos nuestro el recuerdo de la otra parte, tenemos que rebajar los humos, es decir, tenemos que cuestionar moralmente esa identidad nacional. Dicho en otras palabras: tenemos que canjear un poco de nacionalismo ético (en virtud del cual limitamos la obligación de solidaridad a los límites nacionales) por solidaridad internacional. Los países ricos del Norte, ninguno de los cuales carece de un pasado colonial, no pueden colocar la relación con los países pobres del Sur en la rúbrica de "ayudas al exterior", sino de "cumplí- < miento de responsabilidades". Una de las convicciones más sorprendentes e infundadas es la de limitar el ámbito de nuestras responsabilidades solidarias a los límites del Estado. Ahora bien, poner el peso del voto como fundamento de la solidaridad puede bastar a un nacionalismo ético, pero no a la moral que no puede quitarse de encima la mirada del otro que le recuerda su dignidad robada.

También la visión de los vencidos deberá afectar críticamente a las generaciones americanas actuales, aunque nosotros no somos quién para decirles cómo. Lo único que cabe señalar es que el recuerdo de los vencidos mira sobre todo al presente, y que si se subrayan los derechos pendientes del pasado es para romper una manera actual de hacer política que no sabe avanzar sin cobrarse nuevas víctimas. La actualización del pasado consiste en romper con esa lógica infernal de hacer historia, a la que, por cierto, también escaparon los propios imperios prehispánicos.

En la plaza de Tlatelolco, en un lugar en el que Cortés derrotó a Cuauhtemoc, se ha levantado una lápida con la siguiente inscripción: "No fue triunfo ni derrota. Fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy." Es un generoso reconocimiento al vencedor como parte de la identidad mexicana actual. Y no se debe subestimar la genero-

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sidad del autor del texto, en nombre del realismo, porque la realidad se puede vivir con resentimiento.

Ahora falta la réplica desde nuestro lado, el del vencedor. Tiempo y trabajo va a costar verlo, ya que hacerlo supone reconocer los derechos del vencido como parte de nuestra identidad, esto es, como cuestionario de nuestra identidad. Para llegar tan lejos, el vencedor debería estar convencido de que sin ese recuerdo su identidad es potencialmente una amenaza para futuros o potenciales débiles. Nadie se lo cree, por más que la historia lo recuerde.»

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LUCIANO PEREÑA

Historiador español

ENCUENTRO, SIEMPRE QUE NO SEA DESMERECEDOR DEL DESCUBRIMIENTO

«Hablar de encuentro de culturas podría aceptarse siempre que se precise bien. No caben dudas de que al llegar los españoles a América hallaron un conjunto de pueblos y de razas totalmente distintas; había unos grupos y unas zonas muy desarrolladas. Los aztecas y los incas tenían una cultura tan avanzada en algunos puntos como la civilización europea. Había también una gran mayoría de pueblos que se encontraban totalmente en la barbarie y quiérase o no, parecían más bestias que hombres. Por lo tanto habría que distinguir y no generalizar cuando se habla de indios. No tengo inconveniente en aceptar que hay un encuentro de culturas sin que esto suponga apoyar ese aspecto peyorativo que parece que pretende quitar valor al descubrimiento. El descubrimiento tuvo una importancia enorme porque hubo un encuentro de hombres, de civilizaciones y porque trajo a Europa una gran evolución.

Después del descubrimiento en América se inicia una etapa donde predomina el soldado, el conquistador, que marca el comienzo de lo que se llama la conquista. Con la llegada del Virrey de Toledo, en 1569, se inicia la reconversión colonial. Es en este período que Felipe II, en 1568, comienza la prohibición de las conquistas armadas.

Hay un tópico que tiende a difundirse que pretende que la conquista sólo supuso barbaridades y atrocidades. Algunos llegan a decir que "se trata de un período que hay que olvidar". Pues no, pienso que es un período que, con todos sus abusos y errores, ha tenido consecuencias extraordinarias. Por ejem-

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pío, el surgimiento en la escuela de Salamanca de unas leyes inspiradas en las ideas de Francisco de Vitoria que dan origen al Derecho Internacional Moderno. Gracias a ello lo que se quiere es convertir el período de conquista en un progreso humanitario, donde el factor evangelización es un elemento nuevo y necesario. El saldo, insisto, es extraordinario, positivo, sin olvidar que hubo abusos.

La respuesta universitaria a la duda indiana sobre la legitimidad y licitud de la conquista, que por primera vez cuestiona y plantea Francisco de Vitoria en la Universidad de Salamanca, contribuye a la formación dinámica de toda una escuela y a la redacción de la primera carta americana de los derechos humanos, al servicio de los indios. Discípulos de Salamanca en España y América, someten a juicio crítico la hipótesis de Vitoria, en medio de la polémica Sepúlveda-Las Casas, que terminó por politizarse a través de una campaña de captación y bipolarización de actitudes radicalizadas. En contraste con la realidad indiana, y después de oír testigos de excepción, lentamente se fue elaborando un nuevo modelo de sociedad colonial.

Se estudia en profundidad el revisionismo de Francisco de Vitoria, la presión académica en defensa de la tesis de la libertad y aquel proceso de reconversión llevado a cabo por maestros americanos condicionados por la experiencia y la prueba testimonial que ellos vivieron tan de cerca. Se ha demostrado que desde el primer momento existió una entera simbiosis, una cooperación eficaz entre España y América en la elaboración de un pensamiento común, de base humanista, cristiana y democrática que —por más que algunos se empeñen en ignorarlo— sigue definiendo su identidad y estilo de convivencia.

Es posible que los intereses de la Corona fueran por otro camino. Pero la escuela de Salamanca ejerció una verdadera influencia a través de cinco vías: la escuela influyó en la conciencia del rey y de sus consejeros por medio de los confesores de Carlos V y Felipe II, a través de un proceso de mentaliza-ción de catedráticos españoles y americanos, en función de informes y memoriales requeridos por el Consejo de Indias, por la interpretación y glosas de las nuevas leyes del Reino y con las decisiones políticas de virreyes y presidentes de las audiencias que eran discípulos de Salamanca y terminaron por actuar de acuerdo con las enseñanzas de Vitoria.

Yo diría que no se puede desconocer lo importante que

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fue el período de conquista, pues da origen a un proceso totalmente revolucionario que no existía en ninguna parte de Europa.

La leyenda negra tiene en su origen una determinante clave: ha sido siempre un intento anticristiano, anticatólico. Hoy vuelve a reverdecer en función de ciertas teorías muy determinadas, una ideología que falsifica la historia.

Todo tipo de leyenda negra y blanca tiene una parte negativa que hay que asumir, y la historia y la realidad fue como fue, y no como quisiéramos que hubiera sido. Afirmar que todo fue negativo y atroz es una falsificación de la historia, o una demagogia.

Hay otras tendencias que insisten en deformar los hechos utilizando conceptos peyorativos hacia la gran empresa española. Hay otras, sin embargo, que quieren volver a la verdad histórica, reconociendo objetivamente lo que existió y la aportación maravillosa en el terreno espiritual, social y cultural que supuso la labor de España.»

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MONSEÑOR CARLOS AMIGO

Arzobispo de Sevilla

UNA GESTA EVANGELIZADORA

«Somos deudores de una historia, que no es otra cosa que una deuda de fidelidad que sólo puede pagarse debidamente aprendiendo las lecciones que otros nos han enseñado. La celebración de los 500 años de presencia del Evangelio en América es un momento providencial para reflexionar sobre la historia evangelizadora de la Iglesia y su proyección misionera futura. El ejemplo de los grandes testigos de ayer puede ser estímulo y modelo entusiasmante para las generaciones del mañana.

Si la Iglesia quiere celebrar el Quinto Centenario de la evangelización de América, no es porque sus ojos se hayan detenido en el acontecimiento sucedido hace cinco siglos, sino porque siente la responsabilidad y el deseo de una nueva evangelización, que imitando los mejores frutos de ayer, conduzca a los hombres de hoy hacia esta meta.

Es un momento muy oportuno para bucear en las raíces culturales y religiosas. Rescatar valores olvidados que nos permitan aprender de la propia historia, y, sobre todo, dar gracias a Dios por lo conseguido, rectificar los errores y tomar nueva fuerza evangelizadora para el futuro.

¿Historia negra? Son los historiadores quienes tienen la palabra en este asunto. Y los que tienen que ayudarnos a valorar los hechos en el contexto en que se produjeron. El "coloreado" de la historia hace que surja la leyenda. Y a la documentación objetiva sustituye, con no poca frecuencia, el prejuicio, la interpretación subjetiva, el interés partidista.

Aun con las sombras que pudiera haber, la historia de la

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Iglesia de España en América es uno de los capítulos más hermosos de nuestra historia misionera y evangelizadora.

La acción de los religiosos en esas tierras fue magnífica desde todos los ángulos. Hicieron verdaderos esfuerzos por conocer la lengua, las costumbres y la cultura indígena. Se preocuparon de la promoción de las personas. Fundaban escuelas y hospitales. Dieron verdadero testimonio de pobreza y de abnegación. Defendieron incansablemente los derechos de los indios. Predicaron con su amor a los demás, un Evangelio que era salvación de Dios para los hombres. Los frutos de santidad, y las obras que aquellos religiosos dejaron, hablan por sí solos. Con medios precarios, los evangelizadores realizaron obras tan colosales que sólo pueden explicarse gracias a la acción del Espíritu de Dios, y también a la sacrificada entrega personal de los misioneros. El heroísmo y la santidad de aquellos hombres es ejemplo permanente para la vida de la Iglesia.»

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Las poblaciones nativas

Las poblaciones nativas del continente latinoamericano van a recordar el Quinto Centenario del Descubrimiento de América de una manera muy especial. Para ellos, familiares directos de los que vivieron en directo las consecuencias de la conquista, no todo fue maravilloso y heroico como explican algunos libros de texto. Así como tampoco lo es este presente de mar-ginación y pobreza que viven en sus respectivos países.

Por eso los alrededor de cuarenta millones de aborígenes que pueblan las tierras americanas han venido manifestando su abierto descontento con la idea española de «celebrar» los acontecimientos inaugurados por Colón en 1492.

«Este año es para nosotros, uno más en los 500 que hemos recorrido en lo que llamamos "Resistencia Popular Indígena", y por eso decimos que no vamos a traicionar la sangre y la lucha de nuestros queridos antepasados». Quien así habla es nada menos que Rigoberta Menchú, india guatemalteca que ha sufrido todo tipo de persecuciones en su país por defender los derechos de su pueblo.

El caso de Rigoberta es bastante ilustrativo de lo que significa en ciertos países la interrelación entre el presente y los hechos ocurridos quinientos años atrás. Su padre murió abrazado por las llamas junto al embajador español en Tegucigalpa y otros indígenas que habían entrado a la sede diplomática para hacer oír una protesta pacífica. Para el ejército de Guatemala

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eso fue suficiente agravio y después de rodear la embajada, incendió sus instalaciones provocando la tragedia.

Desde ese día Rigoberta Menchú ha vivido exiliada, y en cada uno de los países por los que le tocó pasar, dio detalles sobre la explotación que sufren tribus como las de los inuit, iraqueses, abya yala, escachiwas, caribes, mexicas, tainos, za-potecas, mayas, kunas, chibchas, xabantes, quechuas, aimaras, mapuches, guaraníes, tupis, afroamericanos y collas, por citar sólo a algunos.

«Durante los últimos años hemos efectuado reuniones, congresos y otro tipo de manifestaciones para demostrar que no estamos solos, y que somos artífices de nuestra propia historia. Hemos elevado nuestra voz para que el mundo se dé cuenta de nuestra resistencia a la farsa que gobiernos ajenos a nuestros sentimientos están montando para celebrar lo que fue el comienzo de todos nuestros sufrimientos», dice Menchú.

Hace muy poco la dirigente indígena —que representa a la etnia maya quiche— volvió triunfante a Quetzaltenango, una población de Guatemala donde la esperaban para aclamarla alrededor de 20.000 «hermanos» ataviados con sus trajes típicos y pinturas de guerra. Ese lugar es todo un símbolo, ya que muy cerca de allí está el río de la Sangre, donde el conquistador Pedro de Alvarado derrotó al guerrero quiche Tecún Uman, e inauguró así el dominio de la región maya, también denominada Mesoamérica.

Allí proclamó que «celebrar la conquista sería algo tan vergonzoso como justificar una masacre. Queremos decirle al mundo que los pueblos indígenas no somos pequeños grupos o subgrupos minoritarios que sobreviven en algunos países, sino que aún existimos como naciones que tienen derecho a la independencia y a la soberanía, como cualquier otro pueblo».

La líder indígena proclamó también que se está trabajando seriamente en la unidad con los ladinos (mestizos) «para poder luchar y ser reconocidos en una sociedad donde haya igualdad, justicia y paz y no sigamos siendo marginados, porque nosotros somos seres humanos y no animales».

Del mismo modo que Rigoberta se han expresado otros dirigentes como Rosalina Tuyuc y Fernando Quilaleo, este último, de la etnia mapuche.

Para ellos «tras la conquista se produjo en el continente americano una profunda transformación, provocada por la llegada muy posterior de contingentes de esclavos de raza

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negra. Bajo pautas de este corte, el orden social en el conjunto del continente americano permaneció supeditado a los intereses de Europa, primero, después a los de Estados Unidos».

«La conexión del mundo no ha servido al final para un buen fin, porque la mayoría de los grupos sociales que han conseguido alcanzar un nivel respetable de bienestar lo hicieron a costa del empobrecimiento de grandes sectores de población», agrega el español Pedro Ceinos, secretario general de «Amigos de los Indios», una entidad que ha decretado a 1992 «año de luto universal por el genocidio».

Esta posición considera que en España existe una conciencia muy crítica frente al proceso colonizador en América, sin contemplar que las brutalidades ejercidas por otras naciones —portugueses y británicos— no fueron menores.

«Nosotros exigimos que se reconozca que la llegada de los españoles fue una irrupción violenta, pero no somos totalmente negativos. Por eso reivindicamos —añaden— que se reconozcan también que los derechos de muchos pueblos sí fueron respetados por los españoles, pero han sido negados después. Con ello, la "celebración" serviría además para que grupos que hoy carecen de derechos fundamentales pudieran estar más a cubierto. Desde 1542 hubo leyes que España concedió a los indios, las Nuevas Leyes, en adelante, produjeron otras situaciones y las normas establecidas por los españoles, en muchos casos progresistas y respetuosas, nunca se contemplaron, todo quedó en papel mojado».

«La conquista iniciada hace 500 años aún no ha finalizado. No existe un pleno reconocimiento de los derechos de todos los pueblos afectados —sostiene Ceinos—, el mismo proceso que llevara a muchos aventureros tras el oro en el siglo XV se mantiene vigente en muchos aspectos. No a nivel de grandes matanzas —aunque las hay— sino a través de la desposesión de las tierras indígenas».

«Si partimos de la llegada de Colón a América, vemos que allí vivían pueblos en paz, otros en guerra, pero el desembarco promovido por España sirvió para abrir la puerta a otros países europeos. Los indios sufrieron esta colonización paulatina perdiendo sus vidas y tierras. Fueron exterminados en aquellos lugares por los que pasaban los conquistadores. Desde Haití a las Bahamas, el siglo XVII continuó con la conquista de la costa Atlántica en EE.UU. El proceso agresivo por parte de los

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extranjeros es hoy gravísimo en Brasil y amenaza la supervivencia del planeta».

Parlamento indígena

Esta institución, que agrupa a los representantes indios elegidos en toda América, proclamó, recientemente, a 1992 como «año de la sobrevivencia y la resistencia indígena».

«El Parlamento ha decidido demandar el establecimiento de un nuevo orden internacional justo, que elimine todos los sistemas que ocasionan pobreza, miseria, margínación o ignorancia entre los pueblos indígenas del continente. También queremos llamar la atención de los países europeos y de otras partes del mundo por las consecuencias nefastas de la invasión de 1492, que deben superarse a la mayor brevedad posible».

Los parlamentarios indígenas reclaman también el derecho de los aborígenes a estudiar su propia lengua, a que las autoridades faciliten su libertad de paso cuando habiten zonas fronterizas y a que las constituciones de lo que llaman los Estados-naciones incorporen la especificación de los derechos aborígenes.

En relación al medio ambiente, que los indios vinculan a su propio desarrollo, el Parlamento ha hecho varias reclamaciones y denuncias, entre ellas la invasión del Alto Orinoco por parte de los buscadores de oro brasileños («garimpeiros»), que ha causado daños al habitat de la tribu yanomami. También pide que los gobiernos latinoamericanos prohiban la importación de residuos tóxicos y que repriman, con mayor energía, el contrabando de especies en peligro de extinción, tanto plantas como animales. Además de insistir en la preservación de varias zonas de la selva tropical americana, el Parlamento solicita que se incrementen los créditos para canjear bonos de deuda exterior por garantías de conservación de la naturaleza. «Reiteramos que se considere el coste del daño medioambiental en toda actividad económica y que, como tal, se contabilice como gasto en el presupuesto para prever posibles perjuicios».

La contra conmemoración mexicana

Las particulares razones del origen cultural, racial y lingüístico de los pueblos de México, donde cohabitan casi una

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docena de etnias con lengua, vida y cultura propia, provocan en su seno una reacción negativa frente a la idea de «celebrar» el Quinto Centenario.

Así es como una serie de dirigentes indígenas no han dudado en definir sus posiciones de abierta disidencia. Es el caso de Genaro Domínguez, de Veracruz, quien considera que en su país «viven dispersos más de 20 millones de indígenas, que están totalmente compenetrados con la actual sociedad mejicana. Con el correr de los tiempos hemos ido haciendo conocer nuestros pensamientos que, obviamente, desentonan con la versión oficial de lo que fue la conquista aquí. Tenemos muy claro que a 500 años de la llegada de los europeos a las tierras de Moctezuma, lo ocurrido en ese entonces significó lisa y llanamente la destrucción de nuestras culturas. A partir de allí, poco sabemos realmente de nuestros antepasados. Cierta vez que viajé a Europa, pude comprobar con asombro que las matemáticas del punto y la raya, provienen de los indios olme-cas. Ello indica que descendemos de culturas muy desarrolladas, que son las que encontraron los españoles al llegar aquí y que se ha tratado de ocultar, cargando las tintas sobre "las barbaries indígenas" para justificar la propia barbarie cometida».

En cuanto a la denominación del origen de los naturales de México, se han utilizado diversos criterios. «Son los conquistadores con Colón a la cabeza quienes nos denominaron indios, pensando que habían arribado a las Indias, pero la historia de explotación de nuestro pueblo fue tan fuerte, que con el tiempo, los "criollos", o sea, los mejicanos de origen europeo consideraron negativo hablar de "indios" para referirse a los naturales de este país. A partir del siglo XX, los antropólogos prefieren hablar de indígenas y el término indio caería en desuso», sostiene Domínguez.

«Cuando en Europa se habla de la conquista de Méjico o de las tierras americanas, se lo hace utilizando como referencia las "Siete partidas", las "Leyes de Indias", las "Cartas de Relación de Hernán Cortes", los textos que Bernal Díaz del Castillo y otros textos similares. Esto quiere decir que conocen lo que escribieron los españoles en su lenguaje, pero son muy pocos los que se animan a investigar la cuestión indígena, nuestra grafología, porque cada piedra tallada en Teotihuacán, Chi-chén Itzá, Tenochtitlán, Mitla, Monte Albán, etc., son testimonios nuestros».

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Domínguez se exaspera cuando le nombran los festejos del 92, y señala que: «La historia de aquella conquista está llena, de matanzas, violaciones, genocidios. Entonces, ¿yo qué puedo celebrar? Pienso que si los españoles razonan un poco deben buscar realizar gestos parecidos a los que los mejicanos efectuamos con los exiliados españoles de la Guerra Civil. Unir pueblos sin recordar los perjuicios del pasado es muy difícil. Pero recordar los perjuicios, con el agregado de la imposición de una lengua, es una infamia».

Otra opinión a tener en cuenta es la de Guillermo Bonfil, uno de los antropólogos más caracterizados de México y el hombre que más debe saber sobre cultura indígena en su país.

Bonfil sostiene que «es curioso cómo los distintos entornos de la efeméride del Quinto Centenario utilizan términos distintos para denominar el hecho. En España se habla directamente de "celebración", mientras que en México nadie cree que hay motivos para celebrar algo, y se prefiere decir "conmemoración". Por otra parte, en el decreto presidencial que creó la Comisión Nacional para la Conmemoración del V Centenario del Encuentro de Dos Mundos" se explica como razón para ello que el viaje de Colón coincidió con un momento de transformación innegable de México. Estos datos simbólicos permiten abrir un espacio de reflexión sobre los procesos que se desencadenaron en ese tiempo, a los que yo denomino en forma terminante, la invasión europea del continente americano».

En cuanto a las diferencias que los antropólogos mexicanos establecen entre el encuentro de Europa y América Latina, y África y América Indígena, Domínguez explica: «La relación entre los esclavos negros y los indígenas americanos es simétrica. Es la relación entre gente dominada. En este caso no se produce la relación dominador (europeo) dominado (indígena) que produjo la invasión española en Latinoamérica».

«En lo que respecta a recordar o no el V Centenario, sería más oportuno aprovechar el 92 para forjar alternativas que refuercen los vínculos de América Latina con África, tanto de África negra como de África árabe».

Los gritos desde el territorio ocupado

Una serie de eventos y actividades de protesta componen la resistencia de las minorías raciales y los descendientes de los primeros indígenas norteamericanos frente al recuerdo del

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V Centenario. La base de este frente alternativo reside en mostrar «la otra cara de la imagen heroica que de Colón se muestra en España», y por otro lado, dar un detalle de todo el acervo cultural que la dominación europea no consiguió eliminar.

Así, en dos exposiciones denominadas «Las semillas del cambio» y «Circa 1492» están representadas las dos tendencias del «festejo» desde el punto de vista indígena. En la primera, historiadores, botánicos, antropólogos y hasta geógrafos han montado un tinglado en el que se detallan las consecuencias ecológicas, demográficas y de formas de vida que produjo la Conquista. Surgen temas como la ignorancia y los prejuicios del etnocentrismo europeo por el conocimiento indígena de la medicina natural o la agronomía.

La otra muestra parte de ignorar la figura de Colón, y en vez de asumir el año como la fecha de la hazaña de un hombre, lo hace como una mácula en una historia que logró alterar las percepciones culturales de todos los pueblos de la época «dice William Ángeles, descendiente de los famosos guerreros sioux». La exposición traza una relación paralela entre los exploradores y las innovaciones artísticas de la época. Esta relación parece evidente con el Renacimiento europeo, pero aquí se extiende a cada una de las regiones que presenta, desde la China de la dinastía Ming hasta el imperio inca del Perú, donde las artes alcanzaron momentos tan culminantes como en el Renacimiento y que nos obliga a encarar esta revisión».

Otra actividad en la que participan las organizaciones indígenas norteamericanas lleva por nombre «Territorio ocupado». Son una serie de eventos que se proponen «una reconsideración sustancial de la retórica de la expansión y la conquista» y bucean «el sentido emergente del mundo como totalidad equilibrada y limitada, enfatizando la interdependencia de sus diferentes aspectos».

A nivel televisivo se han encarado dos proyectos bastante atrayentes. Uno de ellos se basa en un texto del escritor mexicano Carlos Fuentes y se denomina «El espejo enterrado: Reflexiones sobre España y el Nuevo Mundo», que aspira a ser transmitido a España y América Latina. El guión del documental utiliza el término «genocidio» en relación a Colón e insiste en «las atrocidades de los españoles mientras se blanquean los aspectos menos atractivos de las otras civilizaciones, como el canibalismo azteca», según David Timpkins, de la National Endowment for the Humanities, la agencia gubernamental que

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financia este tipo de proyectos y que decidió no invertir en él por «tendencioso».

La odisea de los indios del Brasil

«En el marco del Quinto Centenario de la invasión de Amerindia, los pueblos indígenas de Brasil están contra las conmemoraciones festivas, porque a lo largo de estos siglos venimos sufriendo un proceso de exterminio. Son 500 años de sufrimiento y tristeza», sostiene una carta firmada por 34 comunidades de indios brasileños remitida al Papa Juan Pablo II. «En aquella fecha se inició una nueva historia para los pueblos indígenas. Durante la ocasión de la conmemoración de los 500 años queremos que los pueblos indígenas de Brasil tengan una representación como ejemplos vivos de resistencia».

Los movimientos migratorios en Brasil no sólo amenazan a la naturaleza, sino a poblaciones concretas, y en especial a los indios, víctimas de una violencia que los obispos del país han calificado como «la guerra de los pobres», ya que en esas tierras se han ido afincando cerca de 40 millones de personas, generalmente muy pobres, que buscan paliar su miseria de distintas maneras. Agricultores y «garimpeiros» (extractores de oro) son los protagonistas desesperados de una historia de codicia, que hoy les disputan a los indios del lugar sus tierras y contaminan sus ríos. Además, los terratenientes ricos (fazendeiros) tratan de exterminar a las tribus que resisten, a fin de seguir «ganando» tierras para sus dominios.

La carta de las comunidades indígenas habla de la preocupación de millones de seres que todavía esperan, en el ocaso del siglo XX, que se les haga justicia. Allí se expresa que no pueden ser triunfalistas unos actos y gestos para recordar un pasado más o menos glorioso, en base de apreciaciones con marcada tendencia subjetiva.

Conviene —sugiere la nota—, en estos momentos, hacer un serio balance y reconocer los errores y los posibles logros en un serio intento de equilibrar la balanza con el pago de los costes de la responsabilidad pertinente.

En esas inmensas tierras brasileñas quedan aún unos 250.000 indígenas. Algunas tribus, como la de los yanomami, al norte del Amazonas, han perdido en los últimos cuatro años al 15 por 100 de sus miembros, según datos del obispo de

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Roraima, quien afirma que «hoy quedan 15.000 supervivientes».

Todas las voces

Desde todas las etnias indígenas que viven en Latinoamérica van surgiendo voces, gestos de protesta, resistencia abierta, frente a la idea europea de recordar el Descubrimiento sin esbozar una severa autocrítica por los desmanes realizados por los conquistadores.

«Rechazamos la celebración porque es el recuerdo terrible de un genocidio, etnocidio, saqueo, invasión y robo de nuestro territorio», señala Ismael Pardomo, representante de los 300.000 «paeses» de Colombia. Por su parte, Rodrigo Contre-ras, del Consejo Mundial de Pueblos Indígenas, expresó que «nosotros queremos que alguna vez se nos trate como ciudadanos normales y no como gente a la que el resto de la sociedad margina y discrimina. En 1492 nos conquistaron a sangre y fuego, hoy nos siguen golpeando y echando de nuestras tierras. Con la misma saña y el mismo odio racial».

Para Ariel Araujo, portavoz de los 30.000 mocovís que quedan en Argentina, «la independencia de nuestro país fue falsa porque el poder de Madrid se perpetuó en Buenos Aires. Nosotros nos movilizamos en contra del V Centenario porque el gobierno argentino todavía recurre al látigo de la dominación para despojarnos de lo que es nuestro».

María Luzy Traipe, representante del pueblo mapuche, que es el 10 por 100 de la población chilena, opina que «nuestro rechazo no es contra España o los españoles, pero sí contra la corona porque simboliza a los colonizadores monárquicos».

Según el peruano Tupak Raúl Tinoco, «con la conquista se ha violado el tahuantisuyo, anahuac, abyagala, y la naturaleza agoniza toda su fuerza y energía». Tupak sostiene que «desde que los conquistadores invadieron el continente americano y le dieron el nombre de América, los sometidos deben llevar, además, el nombre que recuerda a quien les destruyó».

También Henry Caballero y Jesús Peña, del Movimiento Indígena Quintín Lame, de Colombia, que hasta hace muy poco empuñaba las armas en la lucha guerrillera, tienen algo que decir: «Creemos que el Descubrimiento es una fecha que marcó la historia del mundo, pero no estamos de acuerdo con

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la manera en que el gobierno español ha asumido su celebración: sólo ha buscado demostrar que España se ha sumado al carro de los países industrializados europeos. No se ha considerado lo que 1492 significó para los indígenas americanos. No se habla de dependencia, de desigualdad. Hubiera sido una ocasión para buscar el diálogo entre las culturas y, en cambio, sólo servirá para mostrar la prepotencia de los países ricos sobre los pobres. Sólo servirá para seguir tergiversando la historia».

Joy Harjo, de la tribu de los indios «creek», de lo que ella denomina «las tierras indias del Norte», sostiene que «somos la tierra, no hay jerarquía de valores. El hombre no tiene el dominio de le creado, sino que se sitúa en un plano de igualdad con las plantas, los animales y el paisaje. Para nosotros nada se olvida».

Para Joy, «el cambio que se ha producido en las nuevas generaciones de indios, que ya no se avergüenzan u ocultan su

{>asado, es producto del movimiento de los derechos civiles de os años 60. Ahora se entiende que es preciso recuperar el

pasado y el sentido de la comunidad. Yo, por ejemplo, me reconozco miembro de los «creeks», pero tengo sangre europea por vía materna. Sin embargo, no se me planteó ningún problema de elección. Siempre me he sentido india».

Sobre el Descubrimiento y 1492, los juicios de Joy Harjo son definitorios de una posición unánime de su etnia: «Se cuentan muchas mentiras en la escuela sobre el mito de la colonización, pero para nosotros se resume en una sola idea de destrucción. El ilustrador de mis libros suele comparar a Colón con Hitler. Para mí no hay celebración, sino tan sólo el aniversario de una difícil supervivencia. Creo que si Colón se hubiera sentado a hablar con nosotros y hubiese aprendido a bailar nuestras danzas en lugar de llevarse el oro, la historia habría sido muy diferente. Y sin superioridad, todos habrían aprendido muchas cosas».

Otra mujer india, pero esta vez de Perú, Adela Príncipe, de la «Comunidad femenina india Micaela Bastidas», intenta hacer de los actos por el aniversario de 1492, una jornada de reflexión y pide una oportunidad para que los indios recobren su papel.

«Creemos que el gobierno español y el Rey Juan Carlos deben reflexionar, porque si quieren contribuir a levantar el mundo, desde su perspectiva de españoles, tienen que ayudar a las mayorías y acabar con la miseria», dice. Y también cuestio-

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na la denominada «cooperación internacional con las reservas indígenas»: «los productos que llegan para la mayoría de las poblaciones se pudren en los almacenes debido a la burocracia, mientras la Iglesia hegemoniza toda la ayuda. Los niños no están recibiendo nada. En Perú, la leche que llega del extranjero se revende a 50 centavos de dólar, precio muy alto si se tiene en cuenta que las clases más pobres ganan unos 50 dólares al mes».

Concluye señalando que «el 12 de octubre de este año simbólico, saldremos todos los indios con nuestros vestidos, creencias y folclore para dar testimonio de que siguen en pie y que hemos resistido 500 años. También, procederemos a devolver las armas de la conquista para que sepan que eso se acabó. No pediremos dinero, sino trabajos, colegios y hospitales».

Por último, la india mapuche (de Chile) María Traipe se encarga de explicar que: «Vivimos de un modo sencillo y natural, de lo que da la tierra cuando se la trabaja. No queremos un Estado exclusivo para nosotros pero tampoco podemos permitir que nos discriminen. Somos mapuches y eso quiere decir que jamás renunciaremos a nuestra identidad».

Traipe afirma que «los colonizadores no llegaron, como dicen algunas versiones interesadas, para enseñar los adelantos de su país. Arribaron destrozando todo a su paso, avasallando nuestra cultura y personalidad y cometiendo todo tipo de injusticias. A nosotros, la falsa historia nos designó el despectivo sobrenombre de «comecaballos», por el hecho de que en nuestras tierras —donde esos animales no existían— mis antepasados los robaban a los españoles y los utilizaban, por la hambruna, para alimentar a la comunidad. Era una de las venganzas del pueblo por el avasallamiento y una manera de tener comida. Lo gracioso es que ahora, en España, la carne de caballo se vende al público normalmente y a nadie se le ocurriría decir que los españoles se apodan «comecaballos».

«Aventureros e invasores»

El texto de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador no deja lugar a la duda sobre cuál es el sentimiento de rechazo de las poblaciones aborígenes de esa región frente al hecho de celebrar del Descubrimiento.

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«El 12 de octubre de 1492, un grupo de aventureros apoyados por los reyes de Castilla y Aragón, y capitaneados por Cristóbal Colón, desembarcaron en nuestro continente, inaugurando así el período denominado de los "descubrimientos" de territorios de América.

Como se sabe, la conquista española estuvo determinada por la altísima demanda de metales preciosos generada por la crisis del régimen feudal europeo, y específicamente de España. El plan recaudador de los «conquistadores» estuvo también fomentado por una singular concepción y práctica de la fe católica. Al respecto, ya en 1606, Simón de Villalobos, autoridad colonial, señalaba «Cuando matemos o hiramos, tengamos cuidado en hacerlo en defensa de la fe de Nuestro Señor Jesucristo, para que en su nombre y a su amparo podamos ganar el cielo por medio de la lanza y el cuchillo».

En efecto, la extracción y apropiación del oro y más riquezas por parte de los conquistadores estuvo marcada por la violencia y explotación de la fuerza de \rabajo indígena así como la aplicación de variadas formas de dominación política y opresión cultural. En realidad, el proceso de conquista constituyó la transformación, readecuación y, en algunos casos, la ruptura de formas tradicionales de vida de nuestros pueblos; pero, fundamentalmente, este proceso se caracterizó por la muerte de una gran masa de la población indígena.

La práctica de esta violencia no fue un hecho aislado, sino más bien uno de los aspectos más visibles del proceso de dominación política y opresión cultural en el que la religión oficial desempeñó el papel de amortiguar la conciencia de los conquistadores y sirvió de instrumento para el control de la población indígena, a pesar de que la Iglesia Católica reconoció a los indígenas como seres humanos sólo cuarenta y cinco años después del llamado «descubrimiento» de América. Esta situación fue cuestionada por Bartolomé de las Casas, precursor de la Iglesia comprometida con la suerte de los oprimidos.

Al momento de la invasión, los conquistadores se encontraron con importantes civilizaciones y culturas basadas en complejas formas tradicionales de organización social, económica y política, portadoras de símbolos, rituales y costumbres expresadas en una cosmovisión original. Para el mejor ejercicio de la dominación, el régimen colonial se apropió de ciertos aspectos de la organización social y productiva de las culturas indígenas y así pudo configurar la sociedad colonial.

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Estos hechos han sido interpretados de diversas maneras. Para los hispanistas y eurocentristas, el 12 de octubre de 1492 significó el «descubrimiento» de «un nuevo continente» y la posibilidad de llevar la luz de la civilización y de la religión católica a las oscuras sociedades «bárbaras» o «primitivas» y «paganas». Esta interpretación dominó en el pensamiento de España y Portugal del siglo XVI, sufrió pequeñas modificaciones durante la primera mitad del siglo XVII, en el que predominó Holanda, y se proyecta hasta nuestros días mediante la dominación anglosajona, inglesa primero y norteamericana a partir de las primeras décadas del siglo XX.

Curiosamente, en la actualidad ya ni los Reyes de España ni las potencias mundiales justifican el etnocidio por la barbarie y prefieren hablar de «encuentro de dos mundos» y realizar fastuosas celebraciones con ocasión del quinto centenario del «descubrimiento de América», como si nuestra Pachamama, nuestra Abya Yala, nuestro Urihi, no hubiese sido objeto del conocimiento humano antes del 12 de octubre de 1492. Como si la relación entre europeos e indígenas se hubiese dado en pie de igualdad de condiciones y oportunidades. Ya es hora de dejar a un lado las mitificaciones. El desembarco de Colón y su comitiva en las Antillas fue el comienzo de la guerra de conquista, explotación y dominación, y el principio de un largo y complejo proceso de resistencia indígena.

La resistencia que los pueblos indoamericanos presentaron a la dominación colonial fue múltiple en sus manifestaciones, pero única en cuanto a su objetivo: acabar con el régimen colonial. De esta manera, los numerosos pueblos existentes en América al momento de su conquista fortalecieron su conciencia de unidad en la confrontación al conquistador extranjero.

Por esta razón, las permanentes conspiraciones y sublevaciones anticoloniales fueron la expresión más acabada de la relativa autonomía del mundo indígena frente a la sociedad colonial. El control indirecto que ejerció la corona sobre las sociedades indígenas permitió, de alguna manera, la preservación del mundo indígena, tanto en lo que tiene relación con su conciencia histórica como de su identidad, así como en los aspectos más relevantes de su cultura productiva, ritual j religiosa.

Desde ese punto de vista, el derrumbamiento del régimen colonial se debió principalmente a las sublevaciones anticoloniales de los pueblos indígenas que desde fines del siglo XVIII,

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se hicieron presentes en los centros productivos, administrativos y comerciales más importantes del Imperio español. De ahí que los intentos independentistas de los criollos no fueron sino el epílogo de un proceso cuyo inicio arranca de la conciencia anticolonial indígena.

La terminación del régimen colonial y el surgimiento de los estados nacionales, controlados por las élites criollas de los propietarios de haciendas, se basó en la aplicación de formas de explotación similares a las mantenidas durante la colonia. De esta manera, se puso en práctica un modelo de sociedad sustentado en la explotación de la fuerza de trabajo indígena por parte de una oligarquía criolla que al mismo tiempo afianzaba su identidad en la conciencia humana. En este ordenamiento jerárquico y étnico, las etnias africanas implantadas en territorio americano por el tráfico de esclavos, así como algunos sectores de la sociedad blanco-mestiza fueron partícipes de la situación de explotación instaurada por el régimen neocolo-nial agrario. Por esta misma razón fueron incorporados a las diversas expresiones de la resistencia de los pueblos indígenas.

Esta resistencia asumió nuevos contenidos y formas en la medida en que los estados nacionales asumieron modalidades centralizadas de gestión político-administrativa y judicial, así como férreos sistemas de tributación y sujeción a la estructura eclesiástica. De ahí que las sublevaciones se hayan orientado a cambiar las condiciones de dura explotación en términos locales, pero también contribuyeron a fortalecer la conciencia de autonomía de nuestros pueblos.

Por otra parte, los esfuerzos de implantación de una cultura oficial dominante por parte de las élites criollas fueron combatidos sobre la base de la vigencia y renovación constante de nuestra conciencia histórica y los elementos vivos de nuestra identidad y cultura. Por esta razón la resistencia también estuvo dirigida a la permanente valorización de nuestros pueblos y sus culturas frente a los retos de la modernización de la sociedad agraria tradicional.

Durante este proceso, la lucha por la tierra pasó a convertirse en uno de los más importantes elementos de la conciencia de identidad y autonomía de los pueblos indígenas, pues se trata de una referencia fundamental de nuestra vida cotidiana, así como de nuestra visión sacralizada del mundo y del cosmos. Por esta razón, tanto los pueblos herederos de la tradición de las altas civilizaciones agrarias indoamericanas del norte, cen-

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tro y sur de América, así como los diversos pueblos que coexistieron y coexisten con éstas, hemos comprometido nuestra vigencia y nuestra proyección futura a coronar, junto a otros pueblos y sectores sociales, la larga trayectoria de resistencia a los regímenes de explotación económica y dominación política.

Somos profundamente conscientes de nuestra diversidad de identidades y culturas, en cuanto expresión de la resistencia a la opresión colonial y neocolonial. Al mismo tiempo, expresamos nuestra convicción de que esta diversidad, celosamente preservada por cada uno de nuestros pueblos, constituye una enseñanza y un aporte para la humanidad, que ha cifrado sus esperanzas de futuro en nuestros pueblos.

Pese a que en la sociedad ecuatoriana y en Latinoamérica en general se han impulsado procesos de modernización y desarrollo, la herencia colonial no ha sido superada. Tanto los indios, los negros y los mestizos nos encontramos sujetos a una situación de explotación y opresión. Las diferencias económicas y sociales y la discriminación racial continúan vigentes y, en algunos países, incluso han alcanzado niveles alarmantes en las prácticas etnocidas y genocidas.

La concepción de «indio» que surge en la colonia y que lo caracteriza como ser inferior y diferente al blanco europeo se sigue manteniendo. Las prácticas indigenistas que propugnaron la «redención del indio», a través de su integración a la sociedad nacional, no han resuelto los problemas fundamentales de nuestros pueblos. Y, a pesar de ciertas predicciones en el sentido de que el desarrollo industrial de la sociedad conduciría necesariamente a la extinción de los indios, resurgen los pueblos indígenas vigorizados en su lucha por sus reivindicaciones, y la formulación de un proyecto político alternativo para la construcción de la nueva sociedad. De esta manera las Nacionalidades Indígenas se han constituido en el núcleo más importante de la sociedad del futuro, así como del surgimiento del Estado Plurinacional.

Esta propuesta política del Estado Plurinacional no busca constituir «estados aparte», como lo ha insinuado el temor difundido por algunos sectores de la sociedad. Por el contrario, se trata de reflejar la realidad del país y del continente, sobre la base de respeto de las diferencias nacionales culturales y la instauración de la igualdad social, política y económica.

La solución de estos problemas, por tanto, no es tarea sólo de los pueblos indígenas sino de toda la sociedad. Busca-

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mos una alternativa real y definitiva a nuestra situación de opresión y explotación. Y esta búsqueda es una contribución para la nueva sociedad que será construida conjuntamente con los otros sectores populares del país.

Con esta perspectiva hemos impulsado nuestras acciones organizativas y políticas de tal manera que en la actualidad nos hemos convertido en una de las fuerzas sociales organizadas más representativas.

En este sentido, no solamente se ha incidido a nivel de la reestructuración del contexto nacional sino también a nivel de la formulación de los programas de los partidos políticos y los gobiernos nacionales.

Por otra parte, la vigencia de los pueblos indígenas y la proyección política de sus organizaciones han sido factores fundamentales para la definición de las identidades, histórico-culturales de los diversos pueblos que conforman la sociedad americana. De esta manera, el planteamiento de los Estados Plurinacionales supone la recuperación de nuestras verdaderas raíces históricas y culturales, y de nuestras identidades como pueblos con historia y futuro.

Al cumplirse el Quinto Centenario de la Invasión Española, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, en representación de los pueblos indígenas y en ejercicio de su derecho a rechazar y protestar frente a las celebraciones oficiales de los gobiernos nacionales, convoca a los diversos sectores sociales del país para que, unidos en un solo frente, se genere una movilización masiva en el Ecuador, en todo el continente. Esta movilización tiene como objetivo fundamental la recuperación de la dignidad de nuestros pueblos y el repudio a toda forma de sometimiento y prácticas coloniales y neocolonialistas.

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