4c paces imperfecta ante un mundo diverso y plural2

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59 En estas reflexiones pretendemos compartir algunas de las investi- gaciones que hemos realizado en los últimos años desde nuestros centros. En cierto sentido, condicionados por nuestro contexto occidental posterior a la Guerra Fría, y de la España en transición. Nuestras procedencias intelectuales de universitarios de los campos de la Filosofía, Historia o Humanidades, en general, nos han condi- cionado, sin duda, nuestras preguntas y debates. De otro lado, hemos avanzado, como veremos más adelante, en una visión posmoderna, o mejor, transmoderna, de la Investigación para la Paz, que en gran medida se ve reflejada en lo que hemos llamado giro epistemológico, una de cuyas consecuencias más directas es la consideración de la paz imperfecta que, en plural, nos ayuda a comprender la multiplicidad de realidades y experiencias involucradas en estos procesos. En lo que sigue, vamos a abordar primero lo que llamamos una visión «moderna» de la Investigación para la Paz; después, repasar los presupuestos filosóficos de partida, las interacciones entre género y paz, la transformación pacífica de los conflictos, la paz imperfecta, la deconstrucción de la violencia, las mediaciones, el empoderamiento pacifista, los habitus de la paz y, finalmente, nuestra propuesta de giro epistemológico y ontológico. A continuación, abordaremos la complejidad como medio y marco teórico, reconoceremos la fragilidad II. PACES IMPERFECTAS ANTE UN MUNDO DIVERSO Y PLURAL Juan Manuel Jiménez Arenas, Irene Comins Mingol, Purificación Ubric Rabaneda, Sonia París Albert, Beatriz Molina Rueda, Eloísa Nos Aldás, Vicent Martínez Guzmán, Francisco A. Muñoz* *Cátedra UNESCO de Filosofía para la Paz/IUDESP de la Universitat Jaume I de Castelló e Instituto de Paz y Conflictos de la Universidad de Granada. filosofía y praxis.indd 14/11/2013, 14:16 59

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Un interesante aporte a la investigacion para la paz hecho desde la filosofía, por autores españoles

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    En estas reflexiones pretendemos compartir algunas de las investi-gaciones que hemos realizado en los ltimos aos desde nuestros centros. En cierto sentido, condicionados por nuestro contexto occidental posterior a la Guerra Fra, y de la Espaa en transicin. Nuestras procedencias intelectuales de universitarios de los campos de la Filosofa, Historia o Humanidades, en general, nos han condi-cionado, sin duda, nuestras preguntas y debates. De otro lado, hemos avanzado, como veremos ms adelante, en una visin posmoderna, o mejor, transmoderna, de la Investigacin para la Paz, que en gran medida se ve reflejada en lo que hemos llamado giro epistemolgico, una de cuyas consecuencias ms directas es la consideracin de la paz imperfecta que, en plural, nos ayuda a comprender la multiplicidad de realidades y experiencias involucradas en estos procesos.

    En lo que sigue, vamos a abordar primero lo que llamamos una visin moderna de la Investigacin para la Paz; despus, repasar los presupuestos filosficos de partida, las interacciones entre gnero y paz, la transformacin pacfica de los conflictos, la paz imperfecta, la deconstruccin de la violencia, las mediaciones, el empoderamiento pacifista, los habitus de la paz y, finalmente, nuestra propuesta de giro epistemolgico y ontolgico. A continuacin, abordaremos la complejidad como medio y marco terico, reconoceremos la fragilidad

    II. PACES IMPERFECTAS ANTE UN MUNDO DIVERSO Y PLURAL

    Juan Manuel Jimnez Arenas, Irene Comins Mingol, Purificacin Ubric Rabaneda, Sonia Pars Albert, Beatriz Molina Rueda, Elosa Nos Alds, Vicent Martnez Guzmn, Francisco A. Muoz*

    *Ctedra UNESCO de Filosofa para la Paz/IUDESP de la Universitat Jaume I de Castell e Instituto de Paz y Conflictos de la Universidad de Granada.

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    asociada a ella y los equilibrios dinmicos como alternativa vital. Segui-remos con un epgrafe dedicado especficamente a la transmodernidad; para terminar hablando del campo transdisciplinar de la paz, que es el espacio que proponemos para abordar todas estas temticas.

    En cierto sentido, respondemos a las preguntas que se hacen en la introduccin de este libro; qu marcos conceptuales tenemos en cuenta en nuestras diversas prcticas de Investigacin para la Paz? Qu concepcin de los seres humanos tenemos presente en nues-tras prcticas de Investigacin para la Paz? De qu tipo de saberes consideramos que participan nuestras prcticas de Investigacin para la Paz? Son cientficas en el sentido de objetivas, neutrales e independientes? Estn ms bien ligadas a algn tipo de valores? Las imponemos como saber dominante desde la Modernidad del Norte de manera patriarcal masculina, marginando otros tipos de saberes que de esta manera son sometidos o subalternos? Filosfi-camente: cul es el estatuto epistemolgico de nuestro quehacer como trabajadoras y trabajadores para hacer las paces? Dominan ms los anlisis de las tipologas de los conflictos violentos o apro-vechamos las capacidades y poderes positivos de los seres humanos para transformar los conflictos por medios pacficos?

    Qu concepcin de la poltica est implcita o explcita en nuestras prcticas como trabajadores y trabajadoras para la paz que hacemos investigacin? Cmo trabajar la paz en un mundo comple-jo, conflictivo, diverso y plural? Cmo hacerlo sin que ello suponga dispersin, ineficacia o, en el peor de los casos, desnimo?

    La visin moderna de la Investigacin para la Paz

    Como hemos expresado ms arriba, pensamos que nuestros plantea-mientos intelectuales se encuentran condicionados por la situacin geopoltica en la que vivimos, nuestro entorno cultural actual y nuestra historia. Hablando de paz, es bueno que estos ejes sean reconocidos porque es la mejor manera de afinar nuestros posicio-namientos en las conflictividades tericas y prcticas del pasado, del presente y del futuro. Entre todas las circunstancias que influyen de una u otra forma, en nuestras investigaciones vamos a concederle, en lo que sigue, especial atencin a la Modernidad, la Europa de la posguerra y la transicin poltica espaola.

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    JOSE DOMINGONota adhesivaMarcos conceptuales

    JOSE DOMINGONota adhesivaConcepcin antropolgica

    JOSE DOMINGONota adhesivasaberes que participan

    JOSE DOMINGONota adhesivaestatuto epistemolgico

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    La Modernidad, como fenmeno histrico, cultural y filosfi-co que tiene sus races en la vieja Europa, articul toda una visin paradigmtica del mundo, de la manera de organizarse las socie-dades, en la que la racionalidad instrumental, la nocin de razn universal, la confianza en la ciencia y la tecnologa, el progreso, el Estado o el cosmopolitismo, terminaron por consolidar determina-dos modos de vida sociales, grupales y personales. La Modernidad supuso, tambin, la regulacin de algunos conflictos tales como la arbitrariedad del poder, las injusticias, el colonialismo, la laicizacin de la sociedad, convertir a las personas en sujeto de la historia y, en parte, el reconocimiento de la mundializacin alcanzada a travs de las relaciones establecidas por Europa con el resto del mundo. El xito entre comillas porque debe ser sometido a una detenida evaluacin contemporneo del mundo occidental es atribuible, en parte, a esta Modernidad.1

    Este proceso puede contemplarse desde distintos puntos de vista y se presta a diversas lecturas, dependiendo del lugar que se ocupe en l. La occidental, quizs la dominante, habla de una sucesin de xitos sin precedentes en la comprensin y control del medio y en el dominio tecnolgico de la naturaleza. Pero tambin se puede apreciar en el desarrollo cientfico moderno un proceso de fragmentacin del conocimiento, en virtud del cual, las diversas ramas del saber se han ido desgajando del tronco comn originario, arrastrando consigo generosas porciones de este, hasta reducirlo casi a la nada.

    Algunos autores reconocen en la Modernidad otros dos rasgos fundamentales; el primero es la autorreflexividad, es decir, el cono-cimiento terico que se retroalimenta con la sociedad, llegando a su nivel ms sofisticado y complejo en la denominada posteriormente era de la informacin. El segundo es la descontextualizacin, que consiste en el desarraigo de la vida local de su contexto, hacindose cada vez ms dependiente de lo global.2

    De otro lado, esta perspectiva tambin supone dejar fuera de la toma de decisiones, del protagonismo histrico, a muchas socieda-des, culturas o grupos sociales. Igualmente acarrea una serie de pro-blemas tales como la estrecha relacin con el colonialismo europeo, el capitalismo y el neoliberalismo productivista, la esquilmacin de la naturaleza, proliferacin de ejrcitos y guerras, el desprecio de otras culturas, la infravaloracin de otras formas de percepcin,

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    JOSE DOMINGONota adhesivaesquilmar tr. Recolectar, coger el fruto de la tierra o el ganado:esquilmaron la huerta.

    Menoscabar, agotar una fuente de riqueza por explotarla excesivamente:esquilmar las tierras, las minas.Chupar con exceso las plantas el jugo de la tierra:el eucalipto es un rbol que esquilma mucho.Arruinar o empobrecer a alguien sacndole abusivamente dinero y bienes:este timador ha esquilmado a ms de uno.

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    etc. Por todo lo cual, con objeto de superar todas estas formas de violencia, muchos intelectuales han reclamado la necesidad de una posmodernidad, o transmodernidad como otros han preferido decir en el sentido de recuperar todos aquellos aspectos positivos de la modernidad y superar los negativos.

    Muchas de estas concepciones afectan a la gestin de la conflic-tividad y a las maneras de abordarla; en primer lugar, porque supone elecciones con respecto al modelo del ser humano, sus capacidades y sus expectativas; en segundo lugar, porque le otorga mayor poder a unos actores que a otros y porque en su lgica quedan justificadas diversas discriminaciones, desigualdades, el desarrollismo no soste-nible o el armamentismo, que pudieran formar parte de la violencia estructural. Obviamente, a la inversa, la Modernidad tambin ha promocionado muchas vas de gestin pacfica de los conflictos, comenzando por la propia racionalidad o el cosmopolitismo. A pesar de todo, y como veremos ms adelante, se han incorporado nuevas aproximaciones y perspectivas para las ciencias humanas y sociales a partir de ahora referidas ambas como ciencias humanas, como puede ser una visin antropolgica inter y transcultural, el mesti-zaje, los estudios postcoloniales, o la cada vez ms fuerte presencia del feminismo y los estudios de gnero; el constructivismo que relacionaremos con los habitus frente al reduccionismo estruc-turalista y, por ltimo, el marco de la complejidad, al que estamos concediendo cierta importancia, como un campo en el que poder comprender mejor la conflictividad con la que convivimos.

    De otro lado, las ideas que se tenan en el estado espaol sobre la paz y los conflictos estaban muy condicionadas por una espantosa y cruenta guerra civil que tuvo lugar en la primera mitad del siglo pasado (1936-39), el resultado de la cual fue un rgimen dictatorial que se mantuvo hasta el ao 1975, y que represent innumerables y negativas consecuencias para el mundo intelectual y, en particular para las concepciones democrticas y progresistas. Una de ellas fue la ausencia de teoras sobre la Paz, los Conflictos y la Violencia; con ello, no solo nos referimos a teoras acabadas, sino a la falta de debates articulados sobre estos aspectos que impeda la caracterizacin de la violencia, las posibles relaciones causales entre unas y otras ins-tancias y dar alternativas pacifistas para la misma. Menos an se conceda a la paz antagonista directa de un rgimen dictatorial

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    y militar la capacidad de articular un discurso con cierta auto-noma y con capacidades de interpretacin y transformacin de las realidades sociales.3

    De otro lado, la Guerra Civil espaola no fue un acontecimiento aislado sino que fue, en gran medida, un reflejo de las concepciones y metodologas violentas que se desarrollaron en la vieja Europa, durante el siglo XIX y comienzos del XX, para el abordaje de las divergencias entre los diversos proyectos sociales y polticos espe-cialmente en aquellas existentes entre la burguesa y el movimiento obrero. La contienda estaba en consonancia con estas concepciones que optaban por el uso de la fuerza frente al dilogo, la convergencia o la negociacin, donde las diferencias entre ambos grupos aparecan, en muchas ocasiones, como insalvables, si no era desde la perspec-tiva de la violencia. Algunos de estos posicionamientos polticos e ideolgicos dejaban poco margen para situaciones intermedias de pacto y negociacin, optndose por metodologas agonales para di-lucidar las discrepancias. En este escenario, las posiciones pactistas entre los diferentes actores del estado espaol fueron minoritarias o no tuvieron la suficiente fuerza para hacer frente a aquellas que promovan el enfretamiento. No obstante, es relevante estudiarlas y recuperarlas, aunque, finalmente, buena parte de los conflictos se dirimieran en la Guerra Civil. El fin de esta supuso una cortina de humo que, en gran medida, ocult o subordin el resto de las formas de la violencia, y facilit que las regulaciones pacficas, vinieran de donde vinieran, continuaran invisibilizadas o despreciadas. Como consecuencia, el rgimen poltico resultante de la contienda, el franquismo, se convirti en el principal obstculo y contradiccin principal para los grupos partidarios de la democracia y de la paz. De esta manera, se ocultaban o subordinaban subsidiariamente el resto de las manifestaciones de la violencia a esta forma principal, y las regulaciones pacficas fueron invisibilizadas o despreciadas como irrelevantes. Quizs ahora, cuando han pasado ms o menos cincuenta aos de estos acontecimientos, se podra pensar que los demcratas tambin equivocaron muchas de sus tcticas y estrategias, tanto en los momentos previos a la Guerra Civil como en la oposicin franquista, al no tener presente una perspectiva de violencia estructural que permitiera actuar contra otras formas de violencia, ni saber identificar la paz imperfecta en algunas de

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    JOSE DOMINGONota adhesivaagonal.(Del lat. agonlis).1. adj. Perteneciente o relativo a los certmenes, luchas y juegos pblicos, tanto corporales como de ingenio.2. adj. Perteneciente o relativo al combate; que implica lucha.3. adj. Se dice de las fiestas que se dedicaban al dios Jano o al dios Agonio. U. m. c. s. pl.Real Academia Espaola Todos los derechos reservados

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    las acciones del rgimen, por muy pequeas que fueran, desde la perspectiva del empoderamiento pacifista, que permitieran hacer crecer un movimiento de oposicin conscientemente democrtico y noviolento.

    Finalmente, la milagrosa transicin democrtica, tras casi cuarenta aos de dictadura, confirm los deseos y sentimientos de la mayora de la poblacin que quera alejarse de cualquier recuerdo y posibilidad de nuevos enfrentamientos fratricidas. De este modo, la negociacin entre los partidos y agentes sociales preside y dirige la consolidacin de la democracia y asla y reduce las propuestas violentas de la vida pblica y poltica espaola. A partir del ltimo cuarto del siglo XX, la opinin pblica espaola, y probablemente tambin la mayora de las vanguardias sociales y polticas, no per-ciban que la violencia fuese un problema importante en Espaa, o que los problemas que se reconocan tuvieran vnculos directos con la violencia. Esto, hasta cierto punto, es as, pues no existen conflictos en los que intervenga la violencia continua y directa si exceptuamos el terrorismo en Euskadi,4 a la que habra que aadir la violencia de gnero,5 no reconocida pblicamente en aquellos momentos; la democracia, al menos formalmente, asume como suyos los problemas de paro, pobreza y marginacin, as como los problemas internacionales que, adems, en este ltimo caso, para la opinin pblica general, eran percibidos como lejanos y sin vnculos con la violencia. En este contexto, la problemtica de la Paz, entendi-da de manera amplia, se perciba como algo relativamente ajeno. En definitiva, se trataba de una serie de circunstancias que convergan para que la Investigacin para la Paz, la regulacin de los conflictos, tuviese una serie de dificultades aadidas para ocupar un espacio pblico, algunas de las cuales detallaremos a continuacin.

    En primer lugar, y a pesar de todo, es relevante reconocer que gran parte del pensamiento que hizo posible el nacimiento de la Investigacin para la Paz, en el estado espaol,6 estaba, de alguna forma, presente en la propia realidad del tardofranquismo. En cierta medida, lo estaba a travs del pensamiento filosfico europeo, de las aportaciones del cristianismo de base, la teologa de la liberacin, las propuestas de articulacin de los derechos humanos y otras teoras polticas igualitaristas. Aunque las particulares condiciones polticas y sociales impidieron que las ltimas tendencias intelectuales, y las

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    prcticas ligadas a ellas, tuvieran una divulgacin relevante. Eviden-temente, la propaganda del rgimen franquista de los Veinticinco aos de Paz, realizada en el ao 64, quera resaltar la ausencia de conflictos violentos durante los ltimos aos del franquismo. El de-bate clandestino que se pudo tener en el interior del pas al respecto estaba relacionado directamente con la falta de libertades polticas con la paz negativa ms que con otros anlisis ms estructurales o globalizadores propios de la Investigacin para la Paz que no tena apenas divulgacin en Espaa. Obviamente, era otra manera de entender la paz.7

    Fue el incipiente movimiento pacifista, que naci en los albores de la nueva democracia espaola,8 el encargado de desvelar cmo en la nueva situacin poltica persistan algunas formas de violen-cia, especialmente el militarismo (bases americanas, excesivo gasto militar, no depuracin de los mandos franquistas del ejrcito, etc.). Estos primeros pasos de un pacifismo ms organizado, en el que hay que tener en cuenta el movimiento de la objecin de conciencia al servicio militar y la insumisin, fomentaron los debates inciales y anlisis sobre la paz, reconocidos como tales, a finales de los aos setenta.9

    Sin embargo, la mayora de las energas sociales e intelectua-les comprometidas con un cambio social ms justo y equitativo, continuaban estando dedicadas a los problemas de la democracia (institucionales, formales y de contenidos) y a la transicin. Y esto condicionaba los horizontes de pensamiento sobre las realidades sociales nacionales y, especialmente, internacionales. La paz no era considerada como un objeto de anlisis y, en cualquier caso, las necesidades a cubrir quedaban subsumidas a la democracia. Y, en la mayora de las ocasiones, incluso, la contestacin frente a las mani-festaciones de la violencia estructural apareca asociada a alternativas de izquierda radical, comprensivas, cuando no promotoras, con el uso de la fuerza revolucionaria.10 En cuanto a una agenda interna-cional de la paz, las referencias a las cuestiones internacionales eran dependientes, de una u otra forma, de la crtica o del apoyo a las alianzas y alternativas de la poltica internacional desarrollada por los gobiernos, franquista, primero, y democrticos despus. Algo cambiara con el referndum sobre la integracin de Espaa en la OTAN, celebrado el 12 de marzo de 1986, ya que conect con el sen-

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    timiento antimilitarista de la no tan lejana oposicin antifranquista y tuvo repercusiones significativas para los Estudios de la Paz.11

    De otro lado, a pesar de que la Paz de Pars y las sucesivas paces dieron por cerrada la Segunda Guerra Mundial, el impacto de esta perdur a lo largo de los aos, incluyendo la posibilidad de una nueva conflagracin. En buena medida, este temor condi-cion tanto el nacimiento de la Investigacin para la Paz como las preocupaciones y el paradigma inicial. La conmocin de todas las formas de violencia desencadenadas por las dos guerras mundiales, oblig a preocuparse por las causas y razones de tal hecatombe, pero igualmente condicion la agenda, las metodologas y las aproxima-ciones epistmicas y ontolgicas de la Investigacin para la Paz. As las cosas, la violencia se convirti en el objeto principal de estudio, relegando la paz a sus significados ticos. Contradictoriamente, los investigadores de la paz eran especialistas en violencia. Los debates sobre la violencia directa, la estructural o la perspectiva negativa del conflicto arraigaron tanto en los enfoques que, en gran medida, per-viven hasta nuestros das, siendo uno de los aspectos que queremos abordar en este trabajo.12

    La Guerra Fra, aquella que mantuvo enfrentados al bloque occidental-capitalista, encabezado por Estados Unidos, y el oriental-comunista, liderado por la Unin Sovitica, en el perodo que va desde las ya citadas paces de Pars (1945) y la cada de la la Unin Sovitica (1991), tambin influy en la creacin de una perspectiva bipolar y sectaria en todo el mundo, que mayoritariamente termi-naba por alienarse en un bando u otro.

    El concepto de Guerra Fra, usado para definir esta poca, es, por un lado, muy interesante porque reconoce que para que haya guerra, lo que podramos traducir como violencia estructural, no es necesario que exista una confrontacin armada directa, aunque la sola existencia de esta posibilidad estructural sea aterradora. Efectivamente, el enfrentamiento, que tambin tuvo sus escenarios blicos (Guerra de Corea, Crisis de los misiles de Cuba, Primavera de Praga, Guerra de Vietnam, guerrillas de diversos pases, carrera armamentstica, desarrollo armamento nuclear o la creacin de la OTAN), se vi reflejado sobre todo en el resto de los niveles (polti-co, ideolgico, econmico, social, tecnolgico o deportivo) y en la poltica de riesgos calculados, y en unas tensas relaciones diplo-

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    mticas. Finalmente, esta violencia tiene su reflejo en las dialcticas, en la epistemologa y en la ontologa, al favorecer unas visiones duales, antagonistas, maquiavlicas, que en el fondo solo podan ser resueltas con un programa contundente: la eliminacin de una de las partes el enemigo.13

    Estos son algunos de los rasgos del panorama geopoltico con el que nos encontrbamos los investigadores para la paz a comienzos de los ochenta; una realidad muy conflictiva, sin duda, a la que habra que aadir unos sentimientos pacifistas basados en las tradiciones culturales anteriores, citadas ms arriba, renovadamente democrticos y antimilitaristas, con algunos dbiles reflejos en el movimiento aso-ciativo y de apenas traduccin en el mundo acadmico e investigador. As, se llegaba a una situacin en la que terminaba por dejarse para los voluntariosos pacifistas la reconstruccin de la paz y la capacidad de aplicarla en sus diversos mbitos de actuacin. La ingenuidad se trans-forma en un cierto mesianismo primitivista en el que bastaba con dar un mensaje sencillo, con cierta carga moral, para que las conciencias, por s mismas, conectaran y se movilizaran. La Investigacin para la Paz, que tiene como objetivo organizar el pensamiento pacifista desde unos presupuestos prxicos y cientficos, tambin se ha visto, en cierta medida, condicionada por esta tendencia. Aunque en algunos pases, Japn, Canad, Estados Unidos o los pases nrdicos,14 se haba reali-zado un gran esfuerzo desde los aos cincuenta para implementar la Investigacin para la Paz, sin embargo, creemos que mayoritariamente no haban conseguido enajenarse del paradigma bipolar y antagnico, en cierta medida relacionado y heredado de la concepcin judeocristia-na del pecado original y de los modelos ideolgicos de la Guerra Fra. Despus de aos y aos investigando las causas de una y otra guerra, recontando cabezas nucleares y misiles, conflictos tnicos, conflictos entre religiones, el hambre, la pobreza, la explotacin econmica, la marginacin, en fin, una y otras formas de violencia, se puede decir que se entenda ms de violencia que de paz. Con lo que nuestra preocupacin original por la paz producida por un reconocimiento claro de lo que es la violencia se ve perversamente invertida. En consecuencia, ahora es necesario reinvertirla.

    Esta perspectiva violentolgica, que creemos necesario corre-gir, no est exenta de una cierta disonancia cognitiva a veces cercana a la esquizofrenia. Puesto que se desea, se busca, se valora ms la paz,

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    y, sin embargo, se piensa en claves de violencia, lo que finalmente genera despus de una distorsin epistemolgica la visin de que esta ltima fuera ms clara y extendida. Muchos de los prejuicios con los que se percibe la paz, y que en cierta medida son los que nos ocupan, dependen, pues, no solo de los presupuestos ticos y axiolgicos de partida, sino de las metodologas empleadas para su aproximacin y de los postulados epistemolgicos y ontolgicos que los sustentan. Volveremos sobre ello ms adelante.

    En cierto sentido, la filosofa para hacer las paces y la paz im-perfecta nacen en el marco de la transicin democrtica espaola, donde se restituy la democracia con la condena de la Guerra Civil y la dictadura franquista. Aunque, debido a las propias condiciones de esta transicin, la cesin a los estamentos ms concervadores, las condenas y las crticas a la violencia de las pocas anteriores fueron relativamente tibias, lo que termina debilitanto, en la cul-tura poltica e intelectual, a la violencia en general. Sin embargo, s emergieron con renovadas energas las utopas democrticas radicales, socialistas o comunistas que, en gran medida, infrava-lorando lo logros alcanzados, eran muy crticas con los progresos parciales de aquellos momentos. En estas polmicas, inmersas en las controversias sociales y polticas que hemos ido sealando ms arriba, se abordaban propuestas, desde diversos puntos de vista ideolgicos, sobre los modelos sociales; la mayora de ellas, sin embargo, llevaban implcitas: por un lado, las teoras de los conflictos predominantemente negativas, duales, antagnicas y excluyentes; bastante alejadas de lo que hoy en da defendemos como transformacin pacfica de conflictos; por otro, una idea de paz utpica e idealizada y, por ltimo, una violencia estruc-turalista que dejaba poco espacio para la accin de las entidades humanas, de los habitus, y que oscureca las abundantes mediacio-nes, as como su papel en la articulacin social. Tambin estaban veladas las relaciones de la paz con el feminismo, el desarrollo sostenible, el poscolonialismo u otros movimientos crticos y al-ternativos; finalmente, no haba, salvo muy contadas propuestas de la noviolencia, una concepcin reticular del poder en la que todos los actores pudieran desempear un papel relevante. Era necesario, pues, conseguir nuevas formas de abordar la paz, tanto en la investigacin como en la poltica.

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    Filosofas para hacer las paces imperfectas

    En los ltimos aos, condicionados y comprometidos, con las coyunturas polticas y sociales del Estado espaol, europeo e inter-nacional, el Instituto Interuniversitario de Desarrollo Social y Paz (IUDESP) de la Universitat Jaume I de Castelln (con la Universidad de Alicante) y el Instituto de Paz y Conflictos de la Universidad de Granada (IPAZ), hemos coincidido en deconstruir y reconstruir los presupuestos de la Investigacin para la Paz. Con la deconstruccin pretendemos comprender las bases sobre las que se sustenta la Inves-tigacin para la Paz, hacer una valoracin crtica de ellas, mediante la reconstruccin se retoman viejas y nuevas propuestas en funcin de su utilidad para la construccin de la paz.

    La filosofa para hacer las paces y la paz imperfecta han sido las dos ideas que han dinamizado estos debates, algunos de cuyos ejes desarrollamos a continuacin.

    Filosofa para hacer las pacesEn una primera aproximacin que iremos profundizando en este trabajo, entendemos por filosofa para hacer las paces la diversidad de reflexiones dedicadas a reconstruir las capacidades y competencias que tenemos los seres humanos para vivir en paz, transformando nuestros conflictos por medios pacficos. Con esta primera aproxi-macin aparece el problema ya mencionado entre investigadores e investigadoras para la paz de la relacin entre las teoras y las prcticas.

    El problema de la dicotoma entre teoras y prcticas es un tema que viene arrastrando la Investigacin para la Paz y que, desgraciadamente, a veces nos ha dividido,15 considerndonos, unos y unas a otros y otras, demasiado tericos o, por el contrario, activistas sin reflexin. Desde nuestra perspectiva, quien dice que no se mete en especulaciones ni teoras y que solo se interesa por la prctica pierde, al menos, dos oportunidades: clarificar cules son los propios presupuestos que rigen sus prcticas, para dialogarlos intersubjetivamente con otras personas con diferentes presupuestos y prcticas, de forma abierta y plural, como aqu pretendemos hacer; y dos, evitar ser dogmtico, porque al rehuir la clarificacin del marco conceptual de sus prcticas, incluso de sus anlisis, difcilmente se puede ser autocrtico con los propios planteamientos. Corre el

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    peligro, pues, de quedarse atrapado por las lgicas dominantes que desde la violencia cultural o simblica, nos hacen llegar, tambin a quienes hacemos Investigacin para la Paz, a conclusiones que no usan medios pacficos.16

    Ciertamente tenemos tradiciones que nos llevan a la dicotoma entre teoras y prcticas y que, crticamente, hemos de considerar. Una famosa es la XI tesis sobre Feuerbach en la que Marx afirma que los filsofos no han hecho ms que interpretar, y lo que hay que hacer es transformar. Curiosamente, muchos exgetas han actuado de manera paradjica al interpretar que no debe haber interpreta-ciones. Evidentemente, los anlisis en profundidad del marxismo denuncian las interpretaciones del mundo que sirven como disfraces ideolgicos que tratan de legitimar la desigualdad, la marginacin y la explotacin. Para ello, presentan alternativas cuyas concreciones histricas han podido ser ms o menos afortunadas y denunciables. Sin embargo, los problemas a los que pretendan hacer frente a las desigualdades, la marginacin y la explotacin de unos seres huma-nos por otros, todava estn incrementados, disfrazados ahora con el nombre de crisis econmica (de los ricos), y son problemas a afrontar por quienes hacemos Investigacin para la Paz.

    Un ejemplo doloroso de la falsa dicotoma entre teora y prc-tica lo hemos tenido recientemente en la invasin de Libia.17 Se ha impuesto un marco conceptual18 que se podra simplificar con la frase dictador strapa genocida machaca a su pueblo y no tenemos ms remedio que la intervencin armada. Es realista intervenir, aunque sea doloroso, para no caer en un pacifismo ingenuo. Este tipo de argumentacin constituye un sutil ejemplo de violencia sim-blica o cultural que coloniza las mentes, de manera que, incluso investigadores para la Paz, las aceptan con realismo aunque lamenten los males de las guerras, o denuncien posteriormente que las tropas de invasin se han pasado en el cumplimiento del mandato de Naciones Unidas. Ya adverta el prembulo de la Constitucin de la UNESCO que es en las mentes de los seres humanos donde debe-mos crear los baluartes de la paz. Lo ms peligroso es que se hace en nombre de razonamientos objetivos y neutrales e, incluso, en nombre de la defensa de los derechos humanos.

    Es tan importante la clarificacin de los marcos conceptuales, tericos, e incluso de los smbolos que usamos o de las metforas19

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    que utilizamos que, de no hacerlo, puede hacer opaca nuestra res-ponsabilidad moral desde la violencia estructural20 o, como dicen algunas filsofas feministas, pueden dejarnos ciegos a nuestros propios prejuicios.21

    Otra trampa para descalificar la importancia de las clarifica-ciones tericas es la famosa distincin de Weber22 entre la tica de la conviccin y la tica de la responsabilidad. Ciertamente, podemos (Weber se refiere a los polticos) tener nuestras convicciones pero, por responsabilidad, debemos actuar de esta manera realista. Estas afirmaciones las realiza en un marco complejo de razonamientos en el que tambin se acepta la interpretacin de Tolstoi de la mxima evanglica de no devolver el mal con ms dao. Este razonamiento se podra aplicar tanto a conflictos como el de Libia como a las decisiones pragmticas y realistas recientes respecto a las polticas que favorecen lo que llaman los mercados, como si las relaciones sistmicas de la economa no fueran movidas por seres humanos con determinadas intenciones, muchas veces a costa de otros seres humanos. El mismo Weber, por responsabilidad, lleg a definir la violencia como el medio legtimo del Estado. Desde la Filosofa para hacer las paces necesitamos buscar otros marcos tericos para definir el papel del Estado, o ms general, de la poltica, desligado de la violencia.

    Un elemento ms a tener en cuenta en nuestra propuesta de clarificacin de los marcos conceptuales de los que partimos en nuestras prcticas de Investigacin para la Paz es la apelacin a la experiencia. Se llega a decir que la experiencia demuestra que la violencia es lo que domina y, desgraciadamente, a veces el uso de la violencia resulta inevitable. Venimos estudiando23 cmo Kant ya adverta que no vale la excusa de los polticos que se consideran a s mismos prcticos, los moralistas polticos que se forjan una moral til a sus conveniencias de hombres de Estado.24 Estos pueden ser profetas prediciendo que, debido a la condicin humana esto no tiene remedio, que hay que tomar a los seres humanos como son. Lo que estn diciendo realmente es como nosotros los hemos hecho, mediante una imposicin injusta.25 Desde la Investigacin para la Paz tenemos que denunciar pblicamente estas manipulaciones de nuestras instituciones. Debemos hacer abstraccin de los obstculos que nos impiden la institucionalizacin de la paz que acaso no

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    provengan inevitablemente de la naturaleza humana, sino ms bien del descuido de las ideas autnticas en la legislacin. En efecto, nada hay ms pernicioso e indigno de un filsofo que la plebeya apela-cin a una presunta experiencia contradictoria, la cual no tendra lugar de haber existido a tiempo tales instituciones de acuerdo con ideas.26

    Kant aplica aquella mxima evanglica que nos puede servir como trabajadores y trabajadoras de la Investigacin para la Paz, ser cautos (prudentes) como las serpientes pero sencillos (bienin-tencionados) como las palomas. Quienes se consideran realistas, y en nombre de la responsabilidad, utilizan medios violentos; solo aplicaran la primera parte de la cautela de las serpientes, seran como los moralistas polticos. Mientras, quienes aplican la frase completa seran los polticos con moral, en los que no habra la dicotoma entre sus convicciones y su responsabilidad, porque ambas siempre estaran en interaccin e interpelacin mutua.

    De ah que nuestra reivindicacin de los marcos tericos haga que no nos conformemos con la colonizacin de la mente, que reduce el anlisis, por ejemplo, de la intervencin armada en Libia para concluir, lamentablemente, que no haba ms remedio que intervenir. Incluso podemos utilizar la terminologa de la llamada guerra justa (para nosotros si son guerras ya no son justas por-que el derecho y la justicia tienen que ver con las formas de hacer las paces). As, ad bellum, antes de la intervencin en Libia, podramos preguntarnos cul es la responsabilidad de Occidente (la comunidad internacional) en la creacin de los strapas que ahora denostamos mientras han servido a nuestros intereses o si, antes de intervenir, puede ser llevado a la Corte Penal Internacional (claro, habra que llevar tambin a tantos mandatarios de Occidente!).

    In bello, ya que han iniciado la guerra, habra que controlar que no hicieran ms dao que el que pretendan evitar, y mucho menos a civiles, y que, en realidad, es lo que han hecho, como lamenta alguno de nuestros colegas inicialmente a favor de la intervencin. Aqu entrara la explicacin de Butler:27 segn de qu marcos conceptuales partimos, hay muertes por las que no vale la pena llorar porque son daos colaterales, porque las hambrunas son irremediablemente fruto de los mercados, o porque son los mismos dictadores, y muertes que lloramos y recibimos con todos los honores, porque son de los nuestros.

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    Post bellum, los trabajadores y trabajadoras para la paz necesita-mos seguir demandando desde la sociedad civil el establecimiento de las supuestas condiciones que indicaban de forma realista que haba que intervenir. Hay menos talibanes en Afganistn? Tienen mayor libertad las mujeres? Cmo se va a organizar la democracia en Libia cmo en Irak? Dnde est el realismo que garantizaba que la inevitable violencia era mejor solucin?

    Aqu podemos apelar a la famosa experiencia y denunciar que la experiencia nos dice que no se han conseguido los objetivos que se pretendan (o no eran los explicitados sino otros: petrleo, do-minacin geoestratgica respecto de Israel?) y se ha hecho ms dao del que se pretenda evitar. Incluso podra haber un argumento con visos de demagogia Habra que hacer una intervencin militar contra los pases que tienen las instituciones econmicas del mundo en Norteamrica y Europa por el genocidio que, en nombre de la democracia de los mercados, estn produciendo con las muertes dia-rias por hambre? Desde la Investigacin para la Paz, evidentemente, no son justificables los actos terroristas contra las Torres Gemelas, pero somos crticos porque partimos de unos marcos conceptuales en los que son importantes todas las vidas, cuyas muertes son dignas de ser lloradas.

    As de importantes son los marcos tericos y conceptuales que nos pueden llevar a un tipo de conclusiones inevitables, pragmticas y realistas, aunque lamentables, y de ah que necesitemos teoras crticas de Investigacin para la Paz.28 Especialmente para no caer en las aparentes lgicas irrefutables de quienes dominan el mundo y poder aplicar la imaginacin moral (Lederach, 2007) que presente alternativas por medios pacficos.

    Los seres humanos y sus capacidadesLos seres humanos, en nuestra adaptacin al medio, hemos de-sarrollado paulatinamente capacidades que nos han facilitado dar respuesta a los desafos de nuestro entorno conflictivo (universo, planeta Tierra, sistemas ecolgicos u otras formas de vida, grupo, comunidad, sociedad). Estas capacidades han formado, y forman, parte de la evolucin y tienen su base en la filogenia, los instintos, las emociones, la cultura y la racionalidad. Todas ellas definen a la especie y se manifiestan desde la corporeidad hasta la transcendencia.

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    JOSE DOMINGONota adhesivafilogenia o filognesis

    f. biol. Origen y desarrollo evolutivo de las especies y, en general, de las genealogas de seres vivos:filogenia de las aves.

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    Estas capacidades han sufrido modificaciones a lo largo de nuestra existencia (sincrnica y diacrnica), pero, a pesar de ello, optamos por fijar unas capacidades comunes como especie humana nica.29 Ahora bien, a pesar de esto, cada capacidad tiene su historicidad, es decir, se desarrolla de acuerdo con las condiciones histricas de cada momento.

    Igualmente, en nuestra concepcin del ser humano, resaltamos las caractersticas de la interrelacin y la interdependencia entre los seres humanos mismos, as como la asuncin de nuestra terrenalidad. Tiene, pues, una dimensin interpersonal y una ecolgica, como en el ecofeminismo.30

    Partimos de la sorpresa que es el origen de todo filoso-far31 del descubrimiento de la alteridad (de la otra, del otro, de la naturaleza...), que muestra las diferentes necesidades que tenemos de la tierra a la que pertenecemos. As, este descubrimiento es una manifestacin de la fragilidad que nos caracteriza como seres hu-manos, al mostrarnos necesitados de la naturaleza, los unos de las otras, las otras de los unos.32

    Este descubrimiento puede producir miedo a la diferencia,33 y ponernos a la defensiva tratando de dominar a la alteridad, con-virtindola en enemiga; tratando de dominar la naturaleza, hasta actuar como depredadores que agotan los propios recursos que nos ayudan a sobrevivir. De esta manera, una forma de afrontar el reconocimiento de nuestra fragilidad, es montar un sistema de seguridad basado en la dominacin de la alteridad, las otras culturas, los inmigrantes que vienen y el mismo suelo que pisamos. El rbitro final de las consecuencias de nuestras acciones34 es la institucionali-zacin de las culturas de guerra contra el otro, el que es diferente, que hemos convertido en enemigo; as como la destruccin de la naturaleza, que nos da vida. La misma poltica basada en el poder del Estado, se define en trminos de quin tiene el uso legtimo de la violencia, como hemos visto en Weber.

    Sin embargo, sabemos que podemos hacernos las cosas de otra manera. Adems de tener capacidades y competencias para crear ene-migos, hacer la guerra y generar marginacin, miseria y exclusin, sabemos que podemos asumir nuestra fragilidad, expresar nuestra necesidad de interrelacin con los y las dems, celebrar las diferencias y disfrutar de nuestra terrenalidad. Este hacernos, indicador de

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    relaciones recprocas, es clave. El ejercicio de las capacidades, com-petencias y poderes que tenemos para hacer las paces lo llamamos, como veremos ms adelante, empoderamiento pacifista.35

    Usamos el trmino tcnico performatividad, tomado de la teora de los actos de habla, para expresar esa caracterstica de los seres humanos que nos muestra capaces y competentes para con-figurar, realizar o performar, lo que nos hacemos unos y unas a otros y otras, y a la naturaleza. El carcter performativo36 de lo que nos hacemos se muestra, por una, parte desde el reconocimiento de la pluralidad de cosas que nos podemos hacer; es decir, el reco-nocimiento de la diversidad de competencias o capacidades que tenemos en nuestras relaciones, para excluirnos, marginarnos o hacer la guerra, pero tambin para tomarnos en cuenta unos y unas a otros y a otras y a la naturaleza, organizar nuestras relaciones con ternura desde el punto de vista personal y con justicia desde el punto de vista social y poltico. Por otra parte, las acciones que performamos siempre estn sometidas a que se nos pida cuentas por lo que nos hacemos decimos o callamos. Investigar y educarnos para hacer las paces consistir en reconstruir las capacidades y competencias que como seres humanos tenemos para performar nuestras relaciones, potenciando nuestras capacidades y competencias para vivir en paz; a saber, la ternura interpersonal y la justicia institucional. Incluye, por consiguiente, una dimensin personal afectiva y emocional, y una dimensin social, institucional y poltica, adems de la ya mencionada dimensin terrenal o ecolgica. Esta sera una sntesis de nuestra concepcin de los seres humanos. Desde esta perspectiva, estamos trabajando en un giro epistemolgico37 que d cuenta del estatuto cognoscitivo de la investigacin y la educacin para hacer las paces. En primer lugar, tenemos que estudiar la paz desde las diversas formas, capacidades y competencias que tenemos para hacer las paces y no desde las violencias. Estas competencias y capacidades constituyen lo que estamos llamando paz imperfecta.38 No porque las capacidades que tengamos para hacer las paces sean defectuosas, sino porque siempre estn en proceso, son abiertas, complejas y dinmicas, y siempre sometidas a la interpelacin dialgica de los otros y las otras. Adems, ya no se puede partir de una epistemo-loga o concepcin del saber que se pretenda objetiva, neutral, no comprometida con valores ni atenta a la perspectiva de gnero.

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    El giro, que abordaremos de nuevo ms adelante, consiste en que el saber hacer las paces, que estamos investigando y en el que hemos de ser educados, cambia la objetividad por la intersubjetividad o relacin interpersonal, basada en la interpelacin mutua; pasamos de la perspectiva del observador a la del participante. Lejos de con-siderar el saber hacer las paces, algo que no est comprometido con valores para ser ms cientfico, explicitamos los valores que son el punto de partida de cada persona y de cada cultura para ponerlos en juego performativa y dinmicamente, en relacin intercultural con otros valores y concepciones de los seres humanos y del mundo, con el compromiso especfico de incrementar las capacidades de cada persona y colectivo para afrontar los conflictos por medios pacfi-cos.39 Tenemos en cuenta la perspectiva de gnero y unimos las ticas de la justicia con las ticas del cuidado;40 sobre todo, como hemos advertido, se cambia el foco de atencin de la misma investigacin y educacin para hacer las paces, desde la consideracin de la paz como ausencia de alguno de los tipos de violencia, para afirmar que son precisamente estos ltimos los que son negativos y secundarios, porque rompen la intersubjetividad o relacin interpersonal bsica o primaria de las relaciones humanas que hemos defendido en nues-tra concepcin de los seres humanos. Esta sera una pequea sntesis de nuestras reflexiones epistemolgicas; nuestro conocimiento de cmo sabemos que podemos llegar a hacer las paces.

    A partir de esta concepcin de los seres humanos y esta nueva epistemologa del saber hacer las paces, sobre lo que abundaremos en el epgrafe Paces imperfectas, cambiamos la nocin de poltica. Ya no es una nocin de poltica basada en el miedo a la alteridad, sino que asume la fragilidad y reconoce, con Hannah Arendt,41 que la poltica surge de estar juntos, de la necesaria interrelacin entre los seres humanos. El poder ya no se basa en quin tiene el uso legtimo de la violencia, sino en quin tiene mayor capacidad de concertacin o es capaz de usar el poder comunicativo de los seres humanos.42 De hecho, tenemos en la Universidad Jaume I una lnea de investigacin de comunicacin para hacer las paces.43 Por este motivo, estamos trabajando en nuevas formas de gobernanza por encima y por debajo de los actuales estados nacionales.

    Necesitamos instituciones globales que afronten el tema de las desigualdades globales y de la riqueza y oportunidad de las mi-

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    graciones, una ONU reformada, la potenciacin del Tribunal Penal Internacional, la alianza de civilizaciones, agrupaciones regionales de los actuales estados nacionales que permitan la expresin de las naciones sin estado y los llamados pueblos indgenas y redes de movimientos sociales de la sociedad civil global. As mismo, por debajo de los estados nacionales actuales, necesitamos recuperar formas de gobernanza locales, maneras propias de afrontar los con-flictos y potenciar la justicia, dominio sobre los propios recursos, potenciacin de la autoestima por las propias creencias, lenguas y culturas, siempre en el marco del dilogo intercultural.

    El dilogo intercultural nos ha llevado a una idea crtica del de-sarrollo que, lamentablemente, muchas veces se ha concebido como una imposicin del modelo econmico del Norte a los pases empo-brecidos, incrementando las desigualdades y el empobrecimiento, para promover los estudios del posdesarrollo, con la recuperacin de las economas locales de subsistencia, y la globalizacin en el marco de un localismo cosmopolita.44 Asimismo, nos ha llevado a la pro-mocin de los estudios poscoloniales,45 en donde hemos aprendido sobre el concepto de identidad hbrida, multilateral46 y compleja de manera que tambin la identidad personal y colectiva se construye en interaccin recproca de seres humanos y colectividades. Esta sera, finalmente, una apretada sntesis de nuestra idea de poltica no desde la violencia, sino desde la potenciacin de la capacidad de concertacin y la interaccin entre lo local y lo global.

    Transformacin pacfica de los conflictosLos estudios de los conflictos tambin han ido evolucionando al mismo tiempo que lo han ido haciendo los estudios de la Paz en general, de tal modo que, as como ha sucedido con estos ltimos, los primeros han ido pasando por diferentes etapas que han dado lugar a teoras diversas y a maneras diferentes de abordar las regula-ciones de las situaciones conflictivas. Podemos decir que son tres las interpretaciones que han tenido lugar y que se han generado a partir de tres formas distintas de conocer a los estudios de los conflictos: la interpretacin de la resolucin, de la gestin y de la transformacin pacfica de los conflictos.47

    La resolucin de conflictos, que apareci en la dcada de los 50, fue la primera terminologa utilizada para designar a estos estudios

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    y puso el nfasis, especialmente, en la bsqueda incesante de las soluciones. Al entender que los conflictos eran situaciones siempre causantes de violencia y de daos personales, materiales y sociales, entenda como necesarios el encuentro de soluciones que podan terminar con estos males. Esto era as porque su visin ligaba indis-cutiblemente los conflictos con la violencia.

    Adems, esta metodologa de trabajo coincide con la primera etapa de los Estudios de la Paz, que es una etapa centrada en el estudio cuantitativo de los conflictos debido a la primaca existente en estos momentos de la nocin de ciencia moderna que, como ya se ha sealado anteriormente, era una nocin que destacaba el papel de la objetividad, neutralidad y de la racionalidad instrumental.

    Las mismas caractersticas de la resolucin de conflictos fueron las que dieron lugar muy pronto a toda una serie de crticas que cues-tionaban, sobre todo, la bsqueda incesante de soluciones para los conflictos e, incluso, se preguntaban si no se estaran olvidando ciertos criterios de justicia en esas bsquedas incesantes de soluciones.

    La gestin de conflictos surge, fruto de estas crticas, a partir de la dcada de los setenta y, aunque empieza a plantearse si la visin negativa de los conflictos, incluso de la propia naturaleza humana, es la nica visin que de ellos podemos tener, todava sigue hacien-do hincapi en sus consecuencias destructivas, con lo que todava sigue mostrando su vinculacin (de los conflictos) con la violencia que hemos referido ms arriba y nos lleva a redefinir nuestros modelos epistmicos y ontolgico. Adems, es una metodologa muy influenciada por el modo de funcionamiento del mundo em-presarial y esta es la razn por la que resalta, ante todo, los aspectos tericos propios del management empresarial para la regulacin de las situaciones conflictivas.

    La falta de xito de la gestin de conflictos origin, en la d-cada de los noventa, el surgimiento de la transformacin pacfica de los conflictos, que es la metodologa en la que venimos trabajando en la Ctedra UNESCO de Filosofa para la Paz, y el IUDESP, de la Universitat Jaume I y en el Instituto de Paz y Conflictos de la Uni-versidad de Granada. Con la transformacin pacfica tiene lugar una visin alternativa de las regulaciones de los conflictos, as como de los conflictos en s mismos, ya que resalta el valor de los medios pacficos para afrontarlos y deja de lado el uso de la violencia. En

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    este caso, tal y como se seguir mencionando en otros apartados de este trabajo, permitir una visin ms positiva de los conflictos puesto que, al ser estos transformados por medios pacficos, evitar el devenir de todos aquellos males que la violencia genera. Tanto es as que los conflictos se convertirn ahora en una oportunidad de cambio: el conflicto ser la situacin que har posible identificar las tensiones que hay en nuestras relaciones con el fin de transformarlas, creando nuevos objetivos que sern los que han de llevar hacia el mantenimiento de esas mismas relaciones en el futuro. 48

    La consecucin de este objetivo se lograr en la transformacin pacfica de los conflictos gracias al uso de determinados medios pacficos, de los que ya disponemos los seres humanos. Nos estamos refiriendo aqu a: la capacidad de cooperacin49, de percepcin de los otros y de las otras desde sus propios zapatos,50 de hacer uso de otras formas de poder integrativo51 y concertado,52 de comunicar-nos con miras a entendernos lingsticamente y a llegar a acuerdos comunicativos;53 de responsabilizarnos de las cosas que nos hacemos y que nos decimos,54 de reconocernos en nuestra integridad fsica, como miembros de una comunidad jurdica y en nuestras particu-lares formas de vida55 y de recuperar los sentimientos, tal y como se propone en el giro epistemolgico ya mencionado, y sobre el que abundaremos ms abajo.56

    Como ya se ha sealado ms arriba, estos seran medios pacficos de los que ya disponemos como seres humanos. Por lo tanto, segn la transformacin pacfica de los conflictos, solo debemos empode-rarnos para recuperarlos, para poder sacarlos hacia fuera y hacer uso de ellos en situaciones de conflicto. Esta idea del empoderamiento tambin se vincula con la nocin de empoderamiento pacifista que se trabajar, de nuevo, posteriormente, en este texto.

    Si tenemos en cuenta estas ideas, se observa que la transforma-cin pacfica de los conflictos se convierte en una metodologa que posibilita entender los conflictos como situaciones de aprendizaje en el uso de estos medios.57 Es cierto que parece que se nos ha en-seado a hacer las cosas de otra manera, a regular los conflictos por medios violentos, sin embargo, tambin es cierto que regulamos la gran mayora de nuestros conflictos por medios pacficos, aunque no nos demos cuenta de ellos o aunque no nos paremos a pensar en ello.58 Entonces, si esto es as, es fcil afirmar que tenemos medios

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    para afrontar nuestros conflictos por medios pacficos, que tenemos capacidades y que nuestra funcin es la de empoderarnos para re-construir esas capacidades que ya poseemos. Evidentemente, para lograrlo deberemos fomentar un poco ms estos valores de paz en la educacin y, as, convencernos de la importancia de transformar pacficamente las situaciones conflictivas.

    El convencimiento de la importancia de la transformacin pacfica de los conflictos nos llevar a hacer de ella un hbito.59 Que nuestro hbito ms adelante nos detendremos en ello sea entender los conflictos positivamente, no dejarlos alcanzar niveles de violencia ni dejar que sean regulados por medios violentos; que nuestro hbito sea aprender a convivir pacficamente con nuestros conflictos.

    Si recuperamos una de las preguntas que se han planteado al inicio de este texto, se entiende que es importante recordar las ideas que se han sealado, ya que con ellas completamos un poco ms la interpretacin que de los seres humanos tenemos desde la Investi-gacin para la Paz. As la comprensin de los conflictos se convierte en la base de nuestros presupuestos ontolgicos, epistemolgicos y prcticos en la construccin de un horizonte ms justo y pacfico.60 Una comprensin que nos obliga a abordar, como lo venimos ha-ciendo, las capacidades, el desarrollo de las mismas y la satisfaccin equitativa de la necesidades humanas. Por tanto, una interpretacin compleja, basada en la conflictividad, en su carcter conflictivo, que no quiere decir, en la mayora de las ocasiones, violento. Es decir, las personas somos conflictivas y nuestra experiencia y necesidad nos ha llevado a aprender a regularlos por medios pacficos, pacficamente. Todo ello, de nuevo, ser favorable a las propuestas que se vienen planteando desde la paz imperfecta, ya que estas transformaciones harn posible esos momentos de paz que son sealados desde ella.

    Gnero y paz: la tica del cuidadoEn consonancia con los objetivos de la Filosofa para la Paz mencio-nados anteriormente y en el marco de la reconstruccin normativa de nuestras competencias para hacer las paces, venimos desarrollando desde la Ctedra UNESCO de Filosofa para la Paz de la Universitat Jaume I de Castelln y el IUDESP una teora del cuidar como com-petencia humana para la paz.

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    Esta lnea de investigacin cabe contextualizarla en el marco ms global de los estudios de gnero que desde 1980 se incorporan de forma generalizada a la Investigacin para la Paz.61 Es interesante sealar que la incorporacin de la perspectiva de gnero a la Inves-tigacin para la Paz se hace desde dos lneas de trabajo o enfoques diferentes, aunque complementarios. Por un lado, una perspectiva crtica, que nace de la necesidad de hacer un anlisis-diagnstico de la situacin de la mujer y de la opresin a la que se ha visto someti-da a lo largo de la historia. Una lnea de trabajo imprescindible de denuncia y crtica de la subordinacin de la mujer y la negacin de sus derechos. Por otro lado, una perspectiva constructiva, que arranca de la conviccin de que la experiencia de las mujeres en la historia es un legado imprescindible que ha alimentado valores de paz y de sostenimiento de la vida.62 Una experiencia que debe ser visibilizada para que podamos reconstruir desde ella los valores propios de una Cultura de Paz. Y as, junto a los aportes que se vienen realizando desde la reflexin sobre las nuevas masculinidades, contribuir a la construccin de unos roles de gnero ms pacficos, justos y gene-radores de felicidad.63

    Consideramos necesaria la bsqueda de la complementariedad de ambas lneas de trabajo para evitar caer en una visin victimiza-dora y reduccionista de la experiencia de las mujeres, que invisibiliza, por ejemplo, el importante papel que han desarrollado y desarrollan como constructoras de paz.64 Mediante esos dos procesos, el primero de crtica y el segundo de construccin (o como hemos sealado en otros apartados de este texto el primero de deconstruccin y el segundo de reconstruccin), la categora de gnero se hace im-prescindible en la delineacin de una Cultura para la Paz, en la que podamos reconstruir formas de ser femeninos y masculinos, ms flexibles y menos violentas.

    La filosofa del cuidar se contextualiza en la segunda perspectiva, en analizar el legado de las mujeres en la construccin de la paz y en cmo podemos incorporar ese legado a la Educacin para la Paz. Esa incorporacin se realizar no solo como memoria histrica de reconocimiento de las aportaciones de las mujeres sino sobre todo como incorporacin de los valores de paz que haban sido asignados y desarrollados en exclusividad por las mujeres, para convertirlos a travs de la coeducacin en valores humanos y no meramente de gnero.

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    Fue Carol Gilligan quien explicit por primera vez en 1982 con su obra In a Different Voice, la diferente capacidad moral que las mujeres han desarrollado a la luz de la socializacin y la prctica del cuidar. Hasta entonces la Teora del Desarrollo Moral se cea sin excepciones a la teora propuesta por Lawrence Kohlberg65 quien bas su teora en el estudio de 84 nios varones durante un perodo de ms de veinte aos. Gilligan intent ampliar la teora moral de Kohlberg incluyendo en su anlisis las experiencias morales de las mujeres.66 Otra de las anomalas que Gilligan detect en la escala del desarrollo moral de Kohlberg fue la puntuacin persistentemente baja de las mujeres al ser comparadas con sus iguales varones.67 Ese desvo en la puntuacin se deba a que la Teora del Desarrollo Moral se haba construido solo de acuerdo con el estudio de la experiencia de hombres pero se aplicaba pretendiendo universalidad tanto a las mujeres como a los hombres. Gilligan detect en su anlisis de las mujeres una diferente voz moral ms relacional, que situaba como preferente la preservacin de las relaciones, en oposicin con la tica de la justicia, de la teora del desarrollo moral segn Kohlberg, en la que se sita como preferente la obediencia a normas morales univer-sales. Esa diferente perspectiva moral de las mujeres es resultado de la divisin sexual del trabajo y de la aguda divisin entre lo pblico y lo privado. Hombres y mujeres desarrollan as dos perspectivas morales distintas en funcin de esa desigual atribucin de respon-sabilidades: tica del cuidado y tica de la justicia.

    Victoria Camps ha resumido las caractersticas de la tica del cui-dado en contraposicin a la tica de la justicia de la siguiente manera:68 se trata de una tica relacional, donde lo que importa ms que el deber es la relacin con las personas; no se limita a concebir la ley, sino que le interesa su aplicacin situacional; considera que la racionalidad debe mezclarse con la emotividad; se centra en la implicacin y compromiso directo, y casi personal, con los otros y aade un enfoque particularizado al enfoque abstracto y general de la tica de la justicia.

    Desde la Investigacin para la Paz nos interesa destacar y pro-fundizar en los modos en que el pensamiento y la prctica del cuidar conducen al desarrollo de valores morales y competencias como son la empata, la paciencia, la constancia, la perseverancia, la responsa-bilidad, el compromiso, el acompaamiento, la escucha, el dilogo, o la ternura. Valores todos ellos importantes en la construccin de una

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    Cultura para la Paz. Por ello, Betty Reardon seala que sobre todo, una Cultura para la Paz debe ser una cultura del cuidar.69 Adems de estos valores morales la prctica del cuidar contribuye a desarrollar tres grupos de habilidades fundamentales para la construccin de una Cultura para la Paz: habilidades para el desarrollo y sostenimiento de la vida, habilidades para la transformacin pacfica de conflictos y habilidades para el compromiso cvico y social. Estos dos ltimos grupos de habilidades nos muestran cmo las aportaciones de la tica del cuidar no se circunscriben en exclusividad al espacio privado sino que se amplan hasta el mbito pblico, tal y como la propuesta de ciudadana cuidadora ejemplifica.70

    El cuidado como factum originario, da respuesta a la inherente fragilidad y vulnerabilidad del ser humano, como veremos ms abajo, constituyndose as en elemento vertebrador de su mundo de la vida y en eje de su crecimiento intersubjetivo.71 Adems, desde la Investigacin para la Paz, sealamos la importancia del cuidado como telos, apuntando a las diferentes formas en que la socializa-cin y la prctica del cuidado contribuyen a la paz. Un anlisis fenomenolgico del legado de las mujeres como constructoras de paz nos permite reconstruir el cuidado como eje de intersubjetivi-dad y Cultura de Paz, recuperndolo as como valor humano y no meramente de gnero.

    Las actividades del cuidar acompaan a los seres humanos a lo largo de la vida, siendo un eje vertebrador de la organizacin social para el desarrollo de las capacidades, de la satisfaccin de las necesidades humanas. Sin embargo, a pesar de su relevancia para el bienestar y el desarrollo humano sus implicaciones sociales, econ-micas y culturales no han estado suficientemente abordadas. Existe adems, respecto a las tareas del cuidar, una desigual distribucin de responsabilidades entre hombres y mujeres, siendo estas ltimas las que histrica y tradicionalmente han venido desarrollando casi en exclusividad estas actividades. Este hecho ha repercutido ne-gativamente en las mujeres (con el fenmeno de la doble jornada laboral, el techo de cristal, el sndrome de la abuela esclava, etc.) pero tambin en los hombres (crisis ante el desempleo, la jubilacin, falta de realizacin afectiva y emocional, etc.). La filosofa del cuidar propone compartir las tareas de cuidar a lo largo de la trayectoria vital entre hombres y mujeres tanto por criterios de justicia, de equidad,

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    como de felicidad y autorrealizacin. Ello supondr reconceptualizar aspectos centrales de la organizacin social como son el trabajo, la educacin o el mismo concepto de ciudadana.

    As pues, la filosofa del cuidar contribuye a la construccin de una praxis de la convivencia, que nos previene de los peligros de la descontextualizacin que, como hemos visto ms arriba, caracteriza a la Modernidad, y que puede arrastrarnos, si no es bien conducida, a la desfragmentacin de las relaciones y a lo que, en palabras de Zygmunt Bauman, podramos calificar de sociedad lquida.

    Mediante un dilogo, inter y transdisciplinar, entre especialistas de la tica del cuidado, la filosofa y la Investigacin para la Paz se facilitarn los espacios para dar una mayor visibilidad y poder a las voces silenciadas por el pensamiento androcntrico occidental. Una voz doblemente minusvalorada, silenciada, no solo por su perspecti-va de gnero, sino tambin por sus aportaciones a la implementacin de la paz, y que es importante que sea reconocida como medio de construccin social en mayores espacios pblicos y polticos.

    La propuesta de la Filosofa para la Paz est comprometida con la recuperacin y la visibilizacin de todo el potencial humano para la construccin de la paz. Desde este punto de partida, desafiamos, como lo hemos hecho ms arriba, la vieja asuncin de que los se-res humanos son violentos por naturaleza, para argumentar que, por encima de la capacidad de agresin, los seres humanos poseen tambin innumerables habilidades algunas de ellas fijadas como habitus para una convivencia armnica, para el cuidado recproco y para la transformacin pacfica de los conflictos.

    Comunicacin y Culturas de PazLa lnea de investigacin en Comunicacin que venimos desarro-llando en la Ctedra UNESCO de Filosofa para la Paz y el IUDESP, aborda la comunicacin desde los planteamientos epistemolgicos planteados en los epgrafes anteriores (ya de por s interdisciplinares) en dilogo con la Educacin para la Paz, la Psicologa Social y la Sociologa de la Opinin Pblica y el Cambio Social.

    Enmarca nuestro acercamiento (basado en la performatividad de la accin social),72 el concepto de escenarios de la comunicacin,73 como enfoque que nos permite abordar los lmites del discurso, los lugares socioculturales y mediticos donde se desarrolla, incidiendo

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    por igual en los contextos de produccin (emisin) y de recepcin (interpretacin) y en sus efectos, desde el nfasis mismo en los pro-cesos de enunciacin como espacio mediador en la construccin de sentidos, valores y relaciones74. Esta lnea de trabajo piensa las interacciones comunicativas de todo tipo desde la concepcin que cada interlocutor tiene de las realidades, los colectivos, las personas de las que habla, su relacin con esas realidades, personas o grupos y la reaccin (o reacciones) que busca en quienes le escuchan.

    En este sentido, centramos la atencin en el papel de las histo-rias compartidas (discursos) en las esferas pblicas y privadas que mantienen determinados modelos polticos, sociales y culturales como los hegemnicos.75 Nuestro objetivo ltimo es desvelar y transformar las narrativas de control social;76 en otras palabras, in-corporar a la red simblica de la llamada sociedad informacional, otras narrativas e imaginarios, a menudo contraculturales.77 Estas propuestas dialogan con la importancia ya apuntada por Galtung78 de trabajar en el nivel simblico, de incidir en los imaginarios que se manejan (construyen y legitiman) en cada sociedad como refuerzo y causa de unas determinadas conductas u otras, y que pueden acoger, reconocer, crear o dificultar espacios para la activacin del tejido social y de comportamientos solidarios activos. En conclusin, la concepcin de comunicacin que subyace a estas ideas se asienta en el enfoque epistemolgico de una Comunicacin de Cambio Social hacia Culturas de Paz, sobre cmo lo simblico influye en lo real, cmo las formas de violencia cultural legitiman, permiten y favore-cen las dems formas de violencia (directa y estructural), al tiempo que es necesaria la recuperacin y promocin de aquellos discursos alternativos que reconocen la existencia de otros modelos culturales posibles (tambin legtimos) que puedan sustituir a aquellos en tela de juicio por las mayoras como culturas de paz.

    En concreto, venimos trabajando en el mbito de la comuni-cacin planificada y mediada (de los actores de la sociedad civil estructurada y no estructurada, principalmente), la idea de eficacia cultural, como forma de eficacia simblica79 para una sabidura cultural, una forma de esa sabidura prctica,80 entendida aqu, con Savater, como la capacidad de vincular el conocimiento (que reflexiona, jerarquiza y ordena la informacin) con opciones vitales y valores,81 y le aadimos el adjetivo cultural para enfocarlos desde

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    las ideas de la eficacia cultural: de que sea una sabidura que trate de trabajar desde los intereses colectivos, desde la justicia, la solida-ridad y la cooperacin, desde las bases ya explicadas para hacer las paces, para vivir en Culturas de Paz. Estos procesos comunicativos de sensibilizacin y pedagoga poltica comunicativa los planteamos desde el objetivo de activacin de una sensibilidad moral, definida como aquellos procesos comunicativos que partan de la indigna-cin como una emocin moral activadora, como sentimiento de responsabilidad no culpable que lleva al ciudadano a participar,82 a informarse y querer informarse, a empoderarse como actor poltico. Los discursos promovidos en torno a estas temticas determinarn que esa activacin derive en una solidaridad activa desde posturas pacficas y que busquen medios pacficos para la transformacin de las estructuras de injusticia y de los conflictos.

    Estos escenarios de comunicacin reclaman, desde la transver-salidad de los estilos de comunicacin y su performatividad, una sinceridad comunicativa como propuesta de coherencia83 para todos los actores sociales (Estado, mercado, ciudadana estructurada y otras formas de ciudadana activa). La sinceridad comunicativa persigue, en trminos pragmtico lingsticos, la mxima credibilidad del emisor y de sus propuestas tanto desde la veracidad de sus discursos como de su honestidad con el receptor y se apoya en la solidaridad comunicativa como lo que da sentido a la comunicacin entre interlocutores.84 Este compromiso se encuentra en la base de toda relacin humana de comunicacin y es la que permite alcanzar la comprensin (esforzarnos en hacernos entender y entender lo que nos dicen). En otras palabras, una solidaridad comunicativa por parte del emisor conllevar una fuerza ilocucionaria coherente con los objetivos que se esperan del mismo si su intencin es que una interaccin horizontal y abierta tenga lugar para favorecer la promocin de actitudes solidarias en los pblicos.

    En consecuencia, basndonos en el giro epistemolgico visto ms arriba y que retomaremos ms adelante, planteamos modelos de comunicacin desde la responsabilidad de emisores (interlo-cutores) que comparten sus planteamientos como participantes (implicados, responsables, que asumen compromisos) en los pro-cesos discursivos. Interlocutores que no afrontan estos procesos comunicativos de forma objetiva y distante sino intersubjetiva,

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    dialgica y que producen discursos horizontales que persiguen cambios, resultados culturales. Por ese motivo, los discursos cul-turalmente eficaces no son neutrales sino que denuncian, sealan las injusticias y a sus responsables, y reclaman justicia, para la que proponen alternativas. Para ello trabajan por la participacin activa de ciudadanas crticas, locales y globales a un tiempo, para la cola-boracin entre todos los agentes sociales (incluidos los mercados, los estados y sus aparatos de comunicacin y mantenimiento de la hegemona socioeconmica y cultural).

    Paces imperfectasLa idea de paz imperfecta como una respuesta ante debates prcticos, epistemolgicos y ontolgicos, se ha ido fraguando poco a poco. Bien es cierto que podramos seguir hablando solamente de paz, ya que lo que aqu hacemos es solamente ponerle algunas condiciones, pero puede que estas sean sustantivas. El adjetivo imperfecta nos sirve para abrir y reconstruir, en algn sentido, los significados de la Paz. Aunque es un adjetivo que puede ser entendido como negacin, tambin etimolgicamente puede ser entendido como inacabado, procesual y este es el significado central que le venimos dando.

    Efectivamente, frente a lo perfecto, lo acabado, el objetivo al-canzado, la paz como cualquier otra circunstancia de la condicin humana, depende de la complejidad del cosmos, del planeta tie-rra, de la naturaleza del resto de los animales, de nosotros mismos, de la conflictividad e incertidumbre que todas estas circunstancias generan. Y, en consecuencia, los procesos de bsqueda de la paz se-rn siempre inacabados, en ellos reconocemos la paz imperfecta y al hacerlos nos humanizamos en su sentido ms amplio y profundo, nos identificamos con nuestra propias condiciones de existencia y, en consecuencia, nos abrimos mayores posibilidades reales basadas en la realidad que vivimos de pensamiento y accin, de praxis.

    La paz, as, no es un objetivo teleolgico sino un presupuesto que se reconoce y construye cotidianamente, por cada actor, en cada espacio, en cada tiempo. De esta manera puede ser entendida mejor la famosa frase de Abraham J. Muste, frecuentemente atribuida a Gandhi, no hay camino para la paz, la paz es el camino. No podra serlo de otra manera, las realidades sociales y ambientales evolucio-nan, cambian, continuamente, las formas conflictivas igualmente.

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    Esta comprensin del carcter procesal de la Paz, que es importante para la teora y la prctica, la praxis, en definitiva, pacifista.85

    Son varios los objetivos que con este enfoque podemos conse-guir. En primer lugar, nos permite una comprensin global de la Paz (paces) como resultado de diferentes procesos. En segundo, facilita el acceso a todas sus realidades. En tercero, abre mejores y mayores posibilidades de investigacin; las explicita; las explica; les da mayor relevancia; las hace ms accesibles. En cuarto lugar, posibilita una mejor promocin de ideas, valores, actitudes y conductas de paz; y, por ltimo, y por ello no menos importante, nos sirve de gua de la prctica de la paz, de su puesta en valor, del avance de su poder.

    Tambin son muchos los valores aadidos al respecto: cam-bia la percepcin epistmica y ontolgica que tenemos sobre nosotros mismos al reconocer que histricamente la mayor parte de nuestras experiencias han sido pacficas, a pesar de convivir, en algunas ocasiones, con la violencia; genera esperanza, porque describe las recursos para el cambio; es movilizadora; hace con-fluir a los/as distintos/as trabajadores/as de la paz al relacionar sus prcticas. Lejos de interpretaciones simplistas de buenos y malos, nos permite, y obliga, a reconocer en los actores de los conflictos realidades (vivencias, valores, actitudes, etc.) de paz. Y, por ltimo, la imperfeccin nos acerca a lo humano, donde es posi-ble la convivencia de aspectos positivos y negativos, fragilidades, debilidades, fortalezas, aciertos y errores.

    Por tanto, hacemos uso del concepto de paz imperfecta para definir aquellos espacios e instancias en las que se pueden detectar acciones que generan paz, a pesar de que estn en contextos en los que existen los conflictos y la violencia. De esta manera, entendemos la paz imperfecta como una categora de anlisis que reconoce los conflictos en los que las entidades humanas optan por facilitar el desarrollo de las capacidades (potencialidades), o la satisfaccin de sus necesidades, de s mismas o de los otros. En esta aproximacin consideramos tambin las interrelaciones causales entre las distintas instancias donde se produce. Creemos que este concepto puede ayu-darnos a reforzar el pensamiento pacifista, sobre todo en el sentido de conocer mejor la realidad, desde la microfsica hasta la globalizacin pasando por todas las dems escalas. Tambin, podra facilitarnos una comprensin ms amplia de las dinmicas sociales a travs de

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    las vas de regulacin o transformacin pacfica de los conflictos. Si conocemos ms acertadamente las vas pacficas tambin podremos entender mejor las relaciones que estas establecen con las violentas y las mediaciones que se dan en tales circunstancias.86

    En realidad, se podra hablar de una paz imperfecta estruc-tural (o viceversa, se podra hablar de una violencia estructural imperfecta) en el sentido de que est asentada en los sistemas y en las estructuras, lo que se produce porque unas y otras instancias de Paz pueden interaccionarse y potenciarse, es esta relacin entre unas y otras paces la que la muestra como institucional, sistmica o estruc-tural. Estas interacciones son una cualidad de los conflictos ya que sus diversas circunstancias y escalas se interaccionan continuamente. Pensemos que en muchas ocasiones son los mismos actores per-sonas, asociaciones o instituciones los que actan con criterios similares (o en otros casos, dispares) en diferentes escalas.87

    Esta consideracin posee un valor aadido puesto que nos aleja de planteamientos maximalistas, a veces demasiado utpicos que llegan incluso a la paralizacin, y nos acerca a los realistas. Adems nos obliga a replantearnos, paralelamente, para no perder la visin unitaria, de conjunto, otros ejes de la Investigacin para la Paz como pueden ser los conflictos, la violencia, las mediaciones y el empode-ramiento pacifista. Desde las nuevas miradas que nos ha obligado a realizar la paz imperfecta, hemos optado por proponer una matriz comprensiva, que aspire a comprender, explicar y dar alternativas, e integradora, que considere las relaciones entre los diversos fenmenos desde una perspectiva transcultural, plurimetodolgica y transdis-ciplinar, es lo que lo hemos dado en llamar campo transdisciplinar, que abordaremos brevemente ms abajo.

    Historia de la pazPensamos que la paz puede ser considerada como una realidad pri-migenia como lo hacemos desde la pax homnida en todos los tiempos humanos, sicolgicos, sociolgicos, antropolgicos, pol-ticos o histricos. Es una condicin ligada a los humanos desde sus inicios. La paz nos permite identificarnos como humanos, la paz puede ser reconocida como una invencin de los humanos, la paz de los humanos es despus proyectada mimticamente al resto de los animales, la naturaleza y el cosmos. Contrariamente a lo que se

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    podra pensar en muchas ocasiones, es la paz la que nos hace temer, huir, definir e identificar la violencia.88

    Nuestro presupuesto es que la paz ha existido como una prctica dominante a lo largo de toda la historia de la humanidad, aunque sus expresiones en la escritura solo se pueden detectar a partir del siglo VI a.C. En los albores de la especie humana solo se viva en paz, se practicaba en forma de cooperacin, solidaridad o altruis-mo, porque era un elemento esencial para la supervivencia. Hemos llegado a afirmar, aunque solo sea de manera simblica, que la paz ocupa por encima del 95%. Esto quiere decir que la inmensa mayora de los conflictos con los que se ha enfrentado la humanidad los ha gestionado pacficamente. Bastara con considerar los parmetros de socializacin cooperativos, afectivos, solidarios, de dilogo o de negociacin.89

    Conforme las sociedades iban alcanzando cierto grado de di-ferenciacin y complejidad, este proceso debi ir acompaado de la aparicin de ideas que permitieran transmitir mejor las prcticas ms relevantes y, entre ellas, la idea de la paz, de la transformacin pacfica de los conflictos.90 Es obvio que la idea de la paz no ha sido solamente una construccin terica, intelectual, sino que ha sido tambin la expresin de un valor, de un presupuesto tico necesario para guiar a las sociedades, por ello ha estado presente en los discursos morales, religiosos y filosficos. De ah el fuerte carcter normativo de la propia Investigacin para la Paz que aspirando a ser un cono-cimiento objetivo cientfico asume esta ambivalencia con todas sus ventajas consideradas mayores y sus inconvenientes.

    Fue necesario, en gran medida, el progreso de las ciencias sociales en los siglos XIX y XX, el nuevo marco creado con las paces de Pars y sucesivas, y el fuerte impacto emocional de las grandes guerras para que, de manera terica y articulada, la Paz comenzara a ser considerada un objeto de estudio cientfico. Es precisamente en esta fase cuando nace la Investigacin para la Paz (Peace Research), que ha supuesto la incorporacin de tales perspectivas e intereses a los mbitos y foros de investigacin (Universidades, Institutos, Centros y comunidad cientfica en general). Desde entonces se han realizado mltiples estudios y aproximaciones para lo que se han utilizado las aportaciones de otras disciplinas y elaboraciones propias que han enriquecido la perspectiva general sobre la conducta humana.

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    Se comienza a construir teoras de la Paz mucho ms profundas, coherentes y complejas.91

    La Historia de la Paz pretende hacer un balance justo de las vas por las que se han regulado los conflictos a lo largo de la existencia de la humanidad en el que se reconozca todos aquellos agentes, tiempos y espacios en los que se ha optado por las transformaciones pacficas de los conflictos, es decir, satisfaciendo el mximo de necesidades o desarrollando el mximo posible de capacidades humanas. A travs de ejemplos, a lo largo de nuestra historia (desde el surgimiento de nuestro linaje, los homnidos, hasta la contemporaneidad), se trata de reconstruir dichos agentes, espacios y tiempos en los que los conflictos se regularon/transformaron de forma pacfica. A travs de los habitus, como veremos ms abajo, basados en las actitudes aprendidas a lo largo de toda nuestra historia se pueden reconstruir aquellas predisposiciones y actitudes que han constituido lo que nosotros denominamos pax homnida.92 Este concepto puede ser caracterizado como el reconocimiento de los comportamientos altruistas, cooperativos y filantrpicos de nuestros antepasados, desde el origen de nuestra familia, que han sido fundamentales, de igual manera que el bipedismo, la encefalizacin o la reduccin del tamao de los dientes, para los sucesivos xitos adaptativos al medio, en nuestra evolucin e historia, porque han contribuido a la satisfaccin de nuestras necesidades, al desarrollo de nuestras capacidades o potencialidades humanas, las del pasado y las del presente. Como cabe imaginar esta idea tambin tiene importancia para recuperar y performar nuestra identidad pacfica.

    A partir de la existencia de diversas fuentes y, en particular, de documentos escritos podemos reconocer la existencia de la paz en los relatos o en la propia nomenclatura que aparece al respecto; de tal forma que nos permiten abundar en la premisa de que las experiencias pacficas, de intercambio, amor, cooperacin, solidaridad, diplomacia, han sido dominantes en la historia. Y, sin embargo, es una historia que quizs porque su cotidianidad y naturalidad ni deja huellas ostensibles, ni ha necesitado ser resaltada ni es estridente.

    Deconstruccin de la violenciaCmo se construye la realidad social tiene mucho que ver con el modelo antropolgico, u ontolgico, al cual nos adscribamos. En

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    general, existe un fuerte sesgo hacia los modelos antropolgicos nega-tivos, es decir, hacia aquellos que presuponen que las/os humanas/os aunque ms los humanos son violentos por naturaleza. En el caso de la tradicin judeocristiana, veterotestamentaria, se alude a que los humanos son negativos por naturaleza, desde la falta del pecado original.

    Una de las formas que se ha adoptado a lo largo de la historia es la justificacin de comportamientos violentos mediante el recurso a la naturaleza, es decir, a la inevitabilidad. De esta forma, se puede considerar que la cultura (entendida como algo exclusivo de los humanos y que nos diferencia y distancia del resto de la naturale-za) ha sido y es una condicin propia de la humanidad. En primer lugar, uno de los grandes errores ha sido considerar naturaleza y cultura como mbitos discretos. Sin embargo, no se puede enten-der la humanidad, ni la evolucin humana si no es a travs de las trabazones que se producen entre la una y la otra. Dicho de otro modo, la humanidad ha sido y es, naturalmente, cultural y cultu-ralmente natural. As que la violencia est imbricada con aspectos de la naturaleza y la cultura humanas.

    La consideracin de la naturaleza violenta de la humanidad alcanza una de sus cimas con Thomas Hobbes con su afirmacin sobre la prstina condicin de la humanidad: en su estado natural todos los hombres tienen el deseo y la voluntad de hacer dao. Una de las consecuencias de este tipo afirmaciones es su efecto sobre la ontologa y sobre la epistemologa provocando sesgos muy importantes en el diseo y en el acceso al conocimiento. As las cosas, el balance entre los autores que han intentado demostrar la naturaleza violenta de la humanidad y los que han tratado de sustentar la naturaleza pacfica de la misma est claramente de-cantado a favor de los primeros.

    De esta manera, han sido muchos los especialistas procedentes de mltiples disciplinas, que han tratado de argumentar a favor de la naturaleza negativa de la humanidad. Por tanto, a nuestro jui-cio, urge deconstruir mucha de la violencia que se ha considerado acompaante de la humanidad. Deconstruir la violencia significa verla, hurgar en sus significados, en sus genealogas, para entender cmo se ha construido a lo largo de la historia. Asimismo, implica contextualizarla y estudiarla condicionada por las dinmicas de los

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    conflictos, las mediaciones, la paz imperfecta y el empoderamiento pacifista.93 Lo que en cierto sentido nos aleja de las interpretaciones estructuralistas de la violencia, es decir, de aquellas que ven la preeminencia de la estructura; en este caso, la violencia estructural- sobre las posibilidades constructivistas, basadas en gran medida en los habitus, que abren la posibilidad del cambio a travs del cambio de actitudes de los actores.94

    Por todas estas razones hablamos de deconstruir la Violencia, comprenderla lo mejor posible para orientar las acciones hacia la paz desde las races de la misma, lo que complementariamente requiere estudiar la violencia como un fenmeno absolutamente humano y, por lo tanto, con fundamentos en la propia evolucin somtico-cultural de l