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nº 181 / 2007 46 Se necesita (Segunda parte) Para que cambie la situación de las trabajadoras del hogar los empleadores deben asumir que se trata de una relación laboral y no de un servicio especial. El problema es la intimidad que se crea a partir de la convivencia que, a veces, cobra visos insospechados. Presentamos la segunda parte de este reportaje sobre empleadas del hogar, ganador del premio Avina. MUCHACHA MUCHACHA “A veces los empleadores hacen cosas como pedir plata prestada a la trabajadora. Conocemos el caso de una trabajadora que laboraba para una anciana, y la señora ya no tenía dinero. Entonces ella seguía trabajando en esa casa gratis y además en otras casas para solventar los gastos de su patrona. Lo hacía porque había establecido una relación de afecto con la empleadora, pero esas relaciones son dependientes por un solo lado. El problema es complejo”, nos dice Blanca Figueroa, una de las Criada, doncella, camarera, muchacha, chacha, chica, domésti- ca, servidora, fámula, maritornes, mucama, asistenta, fregona, moza, dependiente, aya, mandadera, cocinera, ayudante. >>> personas que defiende los derechos de las trabajadoras del hogar desde 1974 y hoy asesora La Casa de Panchita. Pero si es como de la familia… Este es el ejemplo más claro de la relación de depen- dencia que surge entre la trabajadora del hogar y la Fotografías: Giancarlo Tejeda Con la colaboración de Daniela de Orellana y León Portocarrero Rocío Silva Santisteban Escritora El proyecto que dio origen a este trabajo fue el ganador de las Becas AVINA de Investigación Perio- dística. La Fundación AVINA no es responsable por los conceptos, opiniones y otros aspectos de su contenido.

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Page 1: 46 nº 181 / 2007 Se necesita muchachaidl.org.pe/idlrev/revistas/181/Rocio Silva Final.pdf · reportaje sobre empleadas del hogar, ganador del premio Avina. muchacha “a veces los

nº 181 / 200746

Se necesita

(Segunda parte)

Para que cambie la situación de las trabajadoras del hogar los empleadores deben asumir que se trata de una relación laboral y no de un servicio especial. El problema es la intimidad que se crea a partir de la convivencia que, a veces, cobra visos

insospechados.

Presentamos la segunda parte de este reportaje sobre empleadas del hogar, ganador del premio Avina.

muchacha muchacha

“a veces los empleadores hacen cosas como pedir plata prestada a la trabajadora. conocemos el caso de una trabajadora que laboraba para una anciana, y la señora ya no tenía dinero. Entonces ella seguía trabajando en esa casa gratis y además en otras casas para solventar los gastos de su patrona. Lo hacía porque había establecido una relación de afecto con la empleadora, pero esas relaciones son dependientes por un solo lado. El problema es complejo”, nos dice Blanca Figueroa, una de las

Criada, doncella, camarera, muchacha, chacha, chica, domésti-

ca, servidora, fámula, maritornes, mucama, asistenta, fregona,

moza, dependiente, aya, mandadera, cocinera, ayudante.

>>> personas que defiende los derechos de las trabajadoras del hogar desde 1974 y hoy asesora La casa de Panchita.

Pero si es como de la familia…

Este es el ejemplo más claro de la relación de depen-dencia que surge entre la trabajadora del hogar y la

Fotografías: Giancarlo TejedaCon la colaboración de Daniela de Orellana y León Portocarrero

Rocío Silva Santisteban Escritora

El proyecto que dio origen a este trabajo fue el ganador de las Becas AVINA de Investigación Perio-dística. La Fundación AVINA no es responsable por los conceptos, opiniones y otros aspectos de su contenido.

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47Reportaje

empleadora cuando no se toma en cuenta que se trata de una relación laboral. Y es también una de las excusas para no retribuir adecuadamente o para evitar pagar un sueldo mensual, pues se alega que se trata de una “relación cuasi familiar” en tanto se desarrolla dentro del hogar. Pero a pesar de la cercanía, de esa intimidad muchas veces de ida pero no de vuelta, de las confesio-nes que la empleadora pueda realizar, incluso si están salpicadas de lágrimas o de dolores de cabeza, la relación entre ambas no es familiar sino laboral. Eso debe quedar siempre meridianamente claro.

Si la crueldad con la que se trata a muchos adolescentes y niños que se ganan la vida como sirvientes se sustenta en una compasión mal entendida y la caridad cristiana es el camuflaje perfecto, en el caso de otras mujeres, tanto o más curtidas que la empleadora, la relación se disfraza de una extraña dependencia emocional. “La trabajadora del hogar siempre anda cruzando los dedos para que los empleadores no se peleen porque después se la descargan con ella. Además está el dilema de ver y escuchar todo. Incluso los celos… la empleadora quiere que le cuente todo lo que le escucha hablar al señor por teléfono y viceversa. ‘¿La señora con quién sale?, ¿quién la llama?’, y la otra, igual. Entonces la trabajadora no sabe si decir o callar”, sostiene Sofía Mauricio, ex trabaja-

dora del hogar y ahora directora de La Casa de Panchita, pero puntualiza que “no eres parte de la familia, nunca lo vas a ser, porque tú has sido contratada para cumplir una función. Esa chica tiene su familia, no acá pero sí en su pueblo. Que en términos de confianza haya una mejor relación, perfecto, pero porque yo me llevo bien en una empresa no soy parte de la familia del jefe”.

No obstante que “son de la familia”, muchas veces se les designan otros espacios para que coman e incluso cubiertos marcados y separados, como si se tratara de una persona con una enfermedad. Hay un sentido co-mún racista, soterrado en el tejido social peruano, que adscribe a los seres humanos vistos como “inferiores” una cierta condición de impureza contaminante. “Es como automático: tiene su plato, su cubierto, su taza, su baño. Es decir, el empleador la separa. No obstante, tiene todo el día a los niños cargados, juega con ellos. ¿Cómo es posible, si es un ser tan impuro y sucio, que críe a los hijos?”, refuerza la idea Wilfredo Ardito, de la Mesa contra la Discriminación de Aprodeh.

Esta doble moral se puso en juego desde que, durante el siglo XVII y hasta bien entrado el XIX, se requerían a las “amas de leche” o nodrizas que en su mayoría eran indígenas o mulatas. Un aviso publicado en El Comercio el 16 de julio de 1854 dice: “NECESITA un ama de leche que sea sana y sin vicios con preferencia si es morena, en la calle de las Mantas n.º 32, en los altos darán razón”. Las amas de leche, que al parecer se pusieron de moda por la influencia alemana de los colonos de Pozuzo, daban de lactar a los hijos de los patrones pero solo los tocaban a través de tules: la piel era contaminante pero la leche no. Absurdas sofisticaciones de nuestro racismo criollo.

mi cuarto no tiene puerta

“¿Ver la televisión? No, no, la señora tiene, pero no creo que me daría la señora. Solo para sus hijos y para ella nomás en su sala y no me puedo sentar ahí”, me contesta Teodora Huamán Flores, de 19 años, estu-diante de quinto de media en la escuela nocturna, y trabajadora del hogar en el Cusco, cuando le pregunto sobre las facilidades de descanso durante su jornada laboral. Ella, a diferencia de quienes nos ofrecieron sus testimonios publicados en la primera parte de este reportaje, no ha sufrido violencia física ni sexual, pero la discriminación, el maltrato psicológico y, lo que es peor aun, el acoso moral, han sido permanentes durante toda su vida. “Mi cuarto es chiquito nomás, mi cama nomás entra y yo también y un poquito espacio y con

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la puerta abierta nomás. No tengo llave de la puerta, no se puede cerrar, porque están metidos las cosas de la señora”, termina confesando.

La precariedad del espacio disponible para dormir, incluso sin ninguna intimidad, es el lugar común de los dormitorios de las empleadas. A veces se les acon-dicionan los bajos de una escalera sin ventanas ni otro ducto de aire que la puerta, o en la misma cocina se habilita una cama de campamento o un simple colchón en el suelo. La arquitecta Roxana Correa recuerda que un propietario muy orgulloso del diseño de su casa a todo lujo le enseñó una hornacina de tres niveles en un pequeño habitáculo cerca de la cocina. Ella pensó en un tipo novedoso de alacena o despensa, pero el propietario le explicó que se trataba de la máxima economía de espacio para el uso de tres empleadas domésticas.

No debe sorprender a nadie que las habitaciones de la llamada “zona de servicio” siempre sean más pequeñas, que los baños no tengan lavamanos sino solo ducha e inodoro (los arquitectos imaginan que las empleadas se lavan las manos cuando restriegan las ollas). Estas medidas y otros detalles forman parte del Reglamento Provincial de Construcciones de los distintos munici-pios y, a pesar de que se exige un mínimo de 3 m de largo y 2 m de ancho para una habitación de servicio,

muchas veces en estos pequeños espacios deben vivir dos o más trabajadoras, incluso con sus hijos pequeños, durmiendo una sobre otra, en camarotes. El dormitorio de servicio de mi propia casa, felizmente deshabitado, contiene dentro la caja de luz del departamento. ¿Tam-bién estará reglamentado un peligro así?

La historia de los espacios de servicio, según el arqui-tecto Juan Günther, se remonta a la Colonia y a la zona llamada “el común”, donde vivían los esclavos, los sirvientes, los caballos y hasta los perros, al fondo de la casa y frente a la huerta. Este sistema funcionó tal cual hasta el siglo XIX, cuando, debido a la influencia del diseño francés, se pasó a crear el espacio doméstico en la buhardilla, que durante el siglo XX se convirtió en cuartos pequeños en la azotea de las casas. Siempre junto a los perros y las palomas.

En un informe sobre disposiciones arquitectónicas del espacio de servicio en las casas, Manuel Rodríguez Lastra sostiene que lo óptimo es que la trabajadora y los em-pleadores compartan todas las áreas. Pero la “diferencia” con la empleada está tan insertada en la mentalidad del peruano que el hotel Ocucaje brindó el año pasado una tarifa especial para amas por Año Nuevo: “Pero las amas no participaban de las actividades recreativas del hotel; tenían su propio comedor y sus propios baños aparte, e

Aportes que debe realizar el empleador

EsSalud 9% Sistema Nacional de Pensiones 13%

Fuente: Sunat.

Periodo de vigencia Base legal Monto

Del 1.9.97 al 9.3.00 DU 74-1997 S/. 345,00

Del 10.3.00 al 14.9.03 DU 12-2000 S/. 410,00

Del 15.9.03 al 31.12.05 DU 22-2003 S/. 460,00

Del 1.1.06 a la fecha DS 16-2005-TR S/. 500,00

Aportes mínimos-Formulario 1076

Periodo tributario EsSalud ONP

Setiembre del 2003 S/. 39,00 S/. 57,00

De octubre del 2003 a diciembre del 2005 S/. 41,00 S/. 60,00

Desde enero del 2006 S/. 45,00 S/. 65,00

Remuneración mínima vital (histórico)

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La casa de Panchita

Sofía Mauricio y Blanca Figueroa son las propulsoras de La casa de Panchita, ONG que apoya a las trabajadoras del hogar con cursos de capacitación y de recreación para sus hijos, con información sobre sus derechos, pero que es, sobre todo, un espacio para que lleguen, se sientan cómodas, compartan conversaciones, libros y revistas y un poco de ocio creador.

Desde el año pasado, debido a la necesidad de ambas partes, también se ha convertido en una agencia de empleo. En el 2006 recibieron novecientas solicitudes de empleadores.

La Casa empezó en 1998, cuando el perso-naje del folleto, ‘Panchita’, se convirtió en el icono de las trabajadoras. “Esta fue una histo-ria que se validó, se utilizó con experiencia de años y les encantó. Ellas empezaron a preguntar y a decir que ‘Panchita’ debe tener una casa”, nos comenta Blanca.

La Casa de Panchita comenzó en la calle Francisco de Cela, como una habitación de apenas 30 metros cuadrados. “Después de tres años la habitación fue pequeñísima para la cantidad de gente. Nos mudamos a Canevaro, pero tres años después no se podía ni caminar. Entonces nos mudamos a esta casa en República de Chile. Al principio las chicas se sentían tímidas, porque es preciosa, ¿no?”

La casa es grande y sus patios permiten incluso que las hijas de las trabajadoras jueguen, aunque para las actividades que dirigen los más de veinte voluntarios, que son alumnos de distintas universidades, llevan a los niños a parques públicos. También hay una biblioteca y un comedor, y los días domingo burbujea de actividad.

Por supuesto, prestan asesoría laboral ante las diversas instancias del Ministerio de Trabajo y, de ser necesario, apoyo jurídico y psicológico en caso de abusos de toda índole. Están empeñadas además en difundir los derechos de las trabajadoras, y por ese motivo han repartido 70 mil ejemplares de la Ley de Trabajadoras del Hogar en Ate, Ventanilla, los conos de Lima e incluso en Pucallpa. Zonas donde, según Sofía Mauricio, la discriminación es mucho más fuerte, “porque no se toma conciencia de la situación de esa trabajadora. Yo puedo venir de Cajamarca trayéndome una paisana mía, que se quedará en mi casa pero siempre manteniendo la diferencia. Es la mirada de ‘yo soy mejor que tú’, aunque haya sido trabajadora del hogar anteriormente. Por las promotoras sabemos que muchas patronas, ex trabajadoras del hogar, les dicen a las chicas: ‘yo también he pasado por eso y, es más, a mí no me pagaban y tú siquiera vas al colegio. A mí no me daban descanso los domingos, si quiera tú sales. A mí me pegaban, yo no te estoy pegando’. La discriminación, fuerte entre todos lo peruanos, es aun más fuerte entre paisanos”.

iban a dormir en la sección de esclavos de la hacienda, se conozcan o no se conozcan”, recuerda Wilfredo Ardito. Por unos cuantos dólares menos.

Relaciones de servidumbre

En 1973 Alberto Rutte García publicó el primer trabajo pormenorizado sobre las empleadas del ho-gar titulado, a tono con las telenovelas de la época, Simplemente explotada. Tras 34 años de escrito el diagnóstico es casi el mismo: las leyes mantienen el

término “ocho horas de descanso” dejando libre la

posibilidad de 16 horas de jornada laboral; se regula

un descanso semanal de 24 horas; la CTS de ahora,

igual que la de antes, es 15 días por año de servicio, y

las vacaciones son de 15 días al año. “¡¡Cuando el resto

del mundo, del Perú, tiene un mes de vacaciones!!

Además, no establece un sueldo mínimo, entonces

la trabajadora está desprotegida” —nos dice Cristina

Goutet, la autora de Se necesita muchacha, el libro

prologado por Elena Poniatowska.

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En efecto, los cambios en la legislación, pocos, insisten en construir una relación laboral moderna: el término patrón o patrona ha sido descartado por el de empleador y se ha incluido a las trabajadoras del hogar dentro del Seguro Social. Pero en tanto no haya sueldo mínimo y las trabajadoras sigan ganando incluso 150 nue-vos soles, la posibilidad de que entre empleador y empleado se coticen los 117 soles que exige EsSalud es muy remota (véase recuadro).

Y es que, a pesar de las exigencias para mejorar nuestro sistema laboral, las relaciones de las empleadas del hogar siguen siendo de pon-gaje. Por eso los términos de trato personal muchas veces son de “choleo” y no se acepta la autonomía de la trabajadora como sujeto. Como sostiene Alberto Rutte, se espera que la empleada sea una persona sumisa, obediente, que responda acríticamente al comportamiento autoritario de los patrones y que se reconozca a sí misma como un ser inferior condenado a servir siempre y sin posibilidades de desarrollo o expectativas de logro.

Pero para bien de la sociedad peruana, las co-sas han cambiado: “Y me salí por eso, porque le dije: ¡Usted no me va a gritar a mí!. Ella se molestó, bastante. Se puso histérica. Me dijo: ‘No te vas, te quedas porque lo digo yo’. Agarré mis cosas y me fui… no me pagó mi último sueldo. Y no le he reclamado: que se quede con su plata”, me dice Magdalena Prieto Cruz, de 29 años, digna pero, desgraciadamente, desempleada a la fecha.

La trabajadora y la congresista

El domingo 22 de abril, un reportaje realizado por la periodista

de Cuarto Poder Maribel Toledo, denunció ante la opinión de

todo el país, que la congresista Elsa Canchaya, original de Junin,

donde había ejercido como notario público —esto es, fedataria

de la verdad para uso institucional— había contratado como

asesora de su despacho en el Congreso de la República y por

la suma de 4.697 soles (1.470 dólares) a la ama de sus hijos,

Jacqueline Simón Vicente.

Obviamente, se trata de un contrato simulado y además anu-

lable, en tanto que para ser asesor se requiere el bachillerato

universitario por lo menos. En esta ocasión el autoritarismo de la

congresista Canchaya, sumado a su viveza criolla y a su torpeza

política, han puesto sobre el tapete una vez más las equívocas

relaciones entre empleada y empleadora. Al parecer la congresista

será desaforada: el procurador del Congreso la ha denunciado

por falsedad genérica, delito contra la administración de justicia y

estafa. A Jacqueline Simón se la ha acusado de estafa en agravio

del Estado, y puede terminar en el presidio.

Un taxista comentó al leer la noticia en los periódicos: “Qué

sinvergüenza esa congresista, y encima perjudicó a la mucha-

cha”. La sabiduría popular da cuenta de la situación con gran

claridad: nos encontramos frente a un escenario ejemplar que

muestra casi en blanco y negro las prácticas en perjuicio de las

trabajadoras del hogar que ejercen empleadores inescrupulo-

sos, en este caso para usarla en sus propios entuertos. Es cierto

que Jacqueline Simón tiene 25 años y sabe lo que hace; sobre

todo, lo que firma. Sin embargo, en una relación tan desigual,

la parte débil siempre llevará las de perder.