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vida rural TEXTO Y FOTOGRAFÍAS: Sergio Larrauri, José Ángel León García y Blas Gonzalo Alfaro Los procesos de despoblación han dejado al descubierto una serie de infraestructuras de carácter tradicional (como, por ejemplo, chozos, lavaderos, corralas o molinos) que representan vestigios de una forma de vida y una seña de identidad de sus habitantes. Un rico patrimonio cultural que, lamentablemente, está desapareciendo poco a poco. CHOZOS SERRANOS EN TIERRAS DE LA SANTA (MUNILLA) (42)

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Page 1: (42) vida rural CHOZOS SERRANOS › descarga › articulo › 6179756.pdfEl primero, el chozo-natural, apro-vecha los salientes pétreos del terreno. Entre voladizos rocosos, y colocando

vida rural

TEXTO Y FOTOGRAFÍAS: Sergio Larrauri, José Ángel León García y Blas Gonzalo Alfaro

Los procesos de despoblación han dejado al descubierto una serie de infraestructuras de carácter tradicional (como, por ejemplo, chozos, lavaderos, corralas o molinos) que representan vestigios de una forma de vida y una seña de identidad de sus habitantes. Un rico patrimonio cultural que, lamentablemente, está desapareciendo poco a poco.

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UN PAISAJE EN MOVIMIENTOLa comarca del alto valle del Jubera es un territorio situado en la zona central y sur de La Rioja vertebrada por la cuenca de un río homónimo, principal af luente del Leza. Al oeste limita con el valle del río Leza, al este con el del río Cidacos, al sur con tierras so-rianas y al norte con la depresión del Ebro.

Este territorio de media montaña pertene-ciente al Sistema Ibérico se caracteriza por un relieve moderado, con cimas alomadas, pendientes con desniveles medios o bruscos y fondos de valle muy estrechos.

Esta comarca agreste, dura y despoblada vive grandes dificultades de cara a la perviven-cia presente y futura de sus habitantes. Una

dinámica negativa que se fraguó esencial-mente con el éxodo rural acaecido desde me-diados del siglo XX, un proceso por el cual buena parte de sus gentes dejó atrás sus ca-sas y pueblos en busca de una vida mejor en ciudades y localidades situadas en los nuevos ejes de desarrollo regionales o nacionales.

CHOZOS SERRANOS EN TIERRAS DE LA SANTA(MUNILLA)

Chozos, lavaderos, corralas o molinos son solo algunos vestigios de una forma de vida y, a su vez, seña de identidad de sus habitantes, patrimonio cultural que, lamentablemente, está desapareciendo poco a poco

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El abandono de estos pequeños núcleos del alto valle del Jubera no sólo significó la pér-dida de población sino también la pérdida de un estilo de vida y un modelo de ocu-pación territorial heredados de siglos atrás. Este territorio, intensamente antropizado para su aprovechamiento, fue jalonado por la comunidad local de diferentes bienes pa-trimoniales empleados en su organización y explotación. Chozos, lavaderos, corralas o molinos son sólo algunos vestigios de una forma de vida, a su vez seña de identidad de sus habitantes. Un rico Patrimonio Cultu-ral que lamentablemente poco a poco está desapareciendo.

LOS CHOZOS DE LA SANTAAcerquémonos a La Santa, localidad actual-mente despoblada que se emplaza en una cresta rocosa a 1170 m. de altitud, rodeada

por un precioso paisaje de robledales, pastos y manchas de pinos de repoblación. En La Santa cualquier lugar alto era la mejor ubi-cación para construir un chozo. Majadilla con sus 1133 m. y las laderas de Las Cabezas, con 1135 m., son las cumbres más alejadas de La Santa hacia el este, separadas entre sí por casi 6 kilómetros en línea recta. Cerca de las tierras de Munilla, Peñagrande se interpone entre la villa y los chozos. Sus 1140 m. de altitud impiden la visión desde ellos de La Santa y su edificio más emblemático, la igle-sia de La Asunción, si bien hasta allí llegaba el tañido de sus campanas.

Entre esos dos montes se encuentran siete chozos que atienden a tres tipologías dife-rentes. El primero, el chozo-natural, apro-vecha los salientes pétreos del terreno. Entre voladizos rocosos, y colocando unas lastras

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En La Santa cualquier lugar alto era la mejor ubicación para construir un chozo

Los chozos se usaban para cobijarse del sol, de lluvia y demás inclemencias de la naturaleza

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a modo de tejado, su espacio interior puede ser espacioso aunque por lo general sirve para resguardo de uno o dos serranos.

El segundo, aislado y situado en lo más alto de los cerros, es una construcción que pre-senta una planta de forma cuadrada, con fá-brica de piedra seca y hueco adintelado de puerta. Se partía de un zócalo de piedras planas, amoldándolas a un terreno general-mente rocoso, sobre el que se iban colocando hileras de piedras -casi siempre planas-. Se calzaban y nivelaban con piedras más peque-ñas. Llegada a la altura deseada se colocaba una piedra más larga sobre el hueco de la puerta como dintel. Se nivelaba con piedras más pequeñas, para sobre ellas comenzar a poner lastras planas y más largas, hasta llegar a cubrir todo el tejado. En el interior, y tam-bién con sillarejos del entorno a hueso, o sea sin masa, se hacía en la pared contraria a la puerta un peldaño de piedra que servía como asiento. Si había espacio suficiente se aprove-chaban unas piedras grandes para un hogar.

El tercero, denominado mixto, presen-ta una forma rectangular con tres paredes

construidas mediante muro de sillarejo. La cuarta y el tejado aprovechan un saliente ro-coso que emerge del terreno y cobija todo el interior del chozo. Por esta dependencia de la morfología rocosa, este tipo viene a ser poco ancho y muy alargado, tanto como las lastras salen inclinadas de la tierra.

USOS Y SIGNIFICADO DE UNA SINGULAR ARQUITECTURA TRADICIONALLos chozos, como otras arquitecturas tradi-cionales, formaban parte de los bienes de la comunidad. Las familias los heredaban y se encargaban de mantenerlos en buen estado, así como su entorno y accesos.

Los chozos se usaban para cobijarse del sol, de lluvia y demás inclemencias de la natu-raleza. Según sus dimensiones podían llegar a guarecerse tres o cuatro personas, si bien lo más habitual fuera que una o dos. En los chozos los pastores almorzaban a cubierto, se echaban una siesta, o buscaban un abri-go del frío o del calor. Desde la puerta con-trolaban el rebaño, abarcando con su visión una buena extensión de terreno de pastos. Los chozos también servían para almacenar

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circunstancialmente herramientas y como almacén provisional de los productos cose-chados (patatas, centeno, frutos, etc.) o de alimentos. Al carecer de puerta podían usar-los cualquiera que tuviese necesidad, por ello eran pocas las pertenencias que se quedaban en su interior. Estos siete chozos de La Santa se crearon para personas, no para equinos o animales de carga que ayudaban a los pasto-res en sus labores.

Los serranos salían de madrugada con sus hatos de ovejas y cabras, y sus piaras de cer-dos, hasta estos lugares para pasar todo el día en el monte. La comunicación entre los fa-miliares que se quedaban en La Santa y los pastores se hacían con el tañido de las cam-panas: eran el reloj de nuestros abuelos. Por su toque sabían en qué hora vivían, avisaban de alarma cuando había fuego o un peligro (a rebato, toque general y desorganizado), o marcaban con sus toques las principales horas del día: el Ángelus, tres golpes de campana más un grupo final de 9, 12 o 33 golpes, se tocaba a las 6 de la mañana, a las 12 y a las 6 de la tarde; o las Ánimas al final del día,

a la puesta de sol. Los diferentes toques de campana también llamaban a los vecinos a los concejos, anunciaban misa o fiestas, este con un repique alegre. También se tocaba a Nublo, en los tiempos cercanos a la recogida de los productos del campo, con el que se buscaba ahuyentar y dispersar las nubes para evitar que descargasen el perjudicial granizo.

Desde el estratégico emplazamiento de los chozos los pastores también controlaban los ganados gracias a otro sonido particular, el de los cencerros, diferente según cada reba-ño. Los serranos traspasaban continuamente su término y pasaban al de Munilla. Los de-heseros jurados eran los encargados de que se

Desde el estratégico emplazamiento de los chozos, los pastores también controlaban el ganado con el sonido particular de los cencerros, que además era diferente según cada rebaño

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cumpliesen las Concordias, y los que ponían las multas con la “prenda” de ganado para que pagasen. Pero no se podía prendar al carnero u oveja cencerrado, ya que el rebaño se podía dispersar y podrían perderse reses. Tampoco se podía prendar al morueco que es el carnero reproductor. Ni al castrón que es el carnero capado. Ni el manso. Si lo hacían perdían el derecho que tenían para poner la multa.

Este conjunto de siete chozos tan próximos y repartidos por estas altas tierras debieron de ser suficientes para que los pastores serranos no se peleasen por los pastos, sobre todo dada la proximidad entre cuatro de ellos. A la hora de guarecerse cada uno tenía su chozo. Nor-malmente se localizan más separados entre sí, pero estos no, otra de sus singularidades. ¿Recordarían los serranos que a lo largo de

su historia habían sufrido asesinatos y robos? Y que era mejor estar cerca y unidos como medio de defensa. Así cuentan las fuentes his-tóricas que “en 1455 Diego de Angulo, hidal-go de la zona de Cervera, robó 23 vacas de unos vecinos de La Santa”; o que “en agosto de 1495 Sancho de Librán, consuegro y esbi-rro del primer conde de Aguilar y vecino de San Román, y con gente armada, descalabró dos hombres de La Santa y su tierra, y dicen que se llevó hasta cuatrocientas ovejas como cobro de 20.000 maravedís que eran fiadores La Santa y su concejo”.

Han pasado más de cincuenta años desde que estos chozos se usaron por última vez. De los siete sólo uno se encuentra en buen estado de conservación. El paso del tiempo, la ausencia de uso y el medio natural en el que se en-clavan van poco a poco dañando sus fábricas y techumbres, hasta caer y perderse sus silla-rejos entre aulagas y espinos. Sirva este artí-culo para conocerlos y mantener su recuerdo, el recuerdo de las tierras de Jubera y de un modo de vida olvidado pero muy cercano en el tiempo.

Ya han pasado más de cincuenta años desde que estos chozos se usaron por última vez

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