37135803 la crisis del mundo moderno
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Rene Guenon
LA CRISIS DEL
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Este texto digital es de DOMINIO PBLICO en Argentina por cumplirse ms de
30 aos de la muerte de su autor (Ley 11.723 de Propiedad Intelectual). Sinembargo, no todas las leyes de Propiedad Intelectual son iguales en los
diferentes pases del mundo.
Infrmese de la situacin de su pas antes de la distribucin pblica de este
texto.
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Indice
Prlogo
Captulo Primero: LA EDAD SOMBRACaptulo Segundo: LA OPOSICIN DE ORIENTE Y OCCIDENTE
Captulo Tercero: CONOCIMIENTO Y ACCIN
Captulo Cuarto: CIENCIA SAGRADA Y CIENCIA PROFANA
Captulo Quinto: EL INDIVIDUALISMO
Captulo Sexto: EL CAOS SOCIAL
Captulo Sptimo: UNA CIVILIZACIN MATERIAL
Captulo Octavo: LA INVASIN OCCIDENTAL
Captulo Noveno: ALGUNAS CONCLUSIONES
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PREFACIO
Cuando hace algunos aos escribimos Oriente y Occidente (*),
pensbamos haber dado, sobre las cuestiones que constituan el objeto de ese
libro, todas las indicaciones tiles, para el momento al menos. Desde entonces,
los acontecimientos han ido precipitndose con una velocidad siempre
creciente, y, sin hacernos cambiar, por lo dems, una sola palabra de lo que
decamos por entonces, hacen oportunas algunas precisiones complementarias
y nos llevan a desarrollar puntos de vista sobre los cuales no habamos credo
necesario insistir primero. Estas precisiones se imponen tanto ms cuanto que
hemos visto afirmarse de nuevo, en estos ltimos tiempos, y bajo una forma
bastante agresiva, algunas de las confusiones que ya nos habamos dedicado
a disipar precisamente; aunque abstenindonos cuidadosamente de
mezclarnos en ninguna polmica, hemos juzgado bueno volver a poner las
cosas en su punto una vez ms. En este orden, hay consideraciones, incluso
elementales, que parecen tan extraas a la inmensa mayora de nuestros
contemporneos, que, para hacrselas comprender, es menester no dejar de
volver de nuevo a ellas en muchas ocasiones, presentndolas bajo sus
diferentes aspectos, y explicando ms completamente, a medida que las
circunstancias lo permiten, lo que puede dar lugar a dificultades que no era
siempre posible prever desde el primer momento.
El ttulo mismo del presente volumen requiere algunas explicaciones que
debemos proporcionar ante todo, a fin de que se sepa bien cmo lo
entendemos y de que no haya a este respecto ningn equvoco. Que se pueda
hablar de una crisis del mundo moderno, tomando esta palabra de crisis en
su acepcin ms ordinaria, es una cosa que muchos ya no ponen en duda, y, a
este respecto al menos, se ha producido un cambio bastante sensible: bajo laaccin misma de los acontecimientos, algunas ilusiones comienzan a disiparse,
y, por nuestra parte, no podemos ms que felicitarnos por ello, ya que hay ah,
a pesar de todo, hay un sntoma bastante favorable, el indicio de una
posibilidad de enderezamiento de la mentalidad contempornea, algo que
aparece como un dbil vislumbre en medio del caos actual. Es as como la
creencia en un progreso indefinido, que hasta hace poco se tena todava por
una suerte de dogma intangible e indiscutible, ya no se admite tan
(* ). Oriente y Occidente, publicado en 1924. La presente obra se public por vez primera en 1927 (Nota
del T.)
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generalmente; algunos entrevn ms o menos vagamente, ms o menos
confusamente, que la civilizacin occidental, en lugar de continuar siempre
desarrollndose en el mismo sentido, podra llegar un da a un punto de
detencin, o incluso zozobrar enteramente en algn cataclismo. Quizs esos
no ven claramente dnde est el peligro, y los miedos quimricos o pueriles
que manifiestan a veces, prueban suficientemente la persistencia de muchos
errores en su espritu; pero en fin, ya es algo que se den cuenta de que hay un
peligro, incluso si le sienten ms de lo que le comprenden verdaderamente, y
que lleguen a concebir que esta civilizacin de la que los modernos estn tan
infatuados no ocupa un sitio privilegiado en la historia del mundo, que puede
tener la suerte que tantas otras que ya han desaparecido en pocas ms o
menos lejanas, y de las cuales algunas no han dejado tras de ellas ms querastros nfimos, vestigios apenas perceptibles o difcilmente reconocibles.
Por consiguiente, si se dice que el mundo moderno sufre una crisis, lo
que se entiende ms habitualmente por tal es que ha llegado a un punto crtico,
o, en otros trminos, que una transformacin ms o menos profunda es
inminente, que un cambio de orientacin deber producirse inevitablemente en
breve plazo, de grado o por fuerza, de una manera ms o menos brusca, con o
sin catstrofe. Esta acepcin es perfectamente legtima y corresponde a una
parte de lo que pensamos nosotros mismos, pero a una parte slo, ya que,para nosotros, y colocndonos en un punto de vista ms general, es toda la
poca moderna, en su conjunto, la que representa para el mundo un perodo
de crisis; parece por lo dems que nos acercamos al desenlace, y es lo que
hace ms posible hoy que nunca el carcter anormal de este estado de cosas
que dura desde hace ya algunos siglos, pero cuyas consecuencias no haban
sido an tan visibles como lo son ahora. Tambin por eso los acontecimientos
se desarrollan con esa velocidad acelerada a la cual hacamos alusin
primeramente; sin duda, eso puede continuar as algn tiempo todava, pero no
indefinidamente; e incluso, sin poder asignar un lmite preciso, se tiene la
impresin de que ya no puede durar mucho tiempo.
Pero, en la palabra misma crisis, hay contenidas otras significaciones,
que la hacen todava ms apta para expresar lo que acabamos de decir: en
efecto, su etimologa, que se pierde de vista frecuentemente en el uso
corriente, pero a la que conviene remitirse como es menester hacerlo siempre
cuando se quiere restituir a un trmino la plenitud de su sentido propio y de su
valor original, su etimologa, decimos, la hace parcialmente sinnimo de
juicio y de discriminacin. La fase que puede llamarse verdaderamente
crtica, en no importa qu orden de cosas, es aquella que desemboca
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inmediatamente en una solucin favorable o desfavorable, aquella donde
interviene una decisin en un sentido o en otro; por consiguiente, es entonces
cuando es posible aportar un juicio sobre los resultados adquiridos, sopesar los
pros y los contras, operando una suerte de clasificacin entre esos
resultados, unos positivos, otros negativos, y ver as de qu lado se inclina la
balanza definitivamente. Bien entendido, no tenemos en modo alguno la
pretensin de establecer de una manera completa una tal discriminacin, lo
que sera adems prematuro, puesto que la crisis no est todava resuelta y
puesto que quizs no es siquiera posible decir exactamente cundo y cmo lo
estar, tanto ms cuanto que es siempre preferible abstenerse de algunas
previsiones que no podran apoyarse sobre razones claramente inteligibles
para todos, y cuanto que, por consiguiente, correran el riesgo de ser muy malinterpretadas y de aumentar la confusin en lugar de remediarla. As pues, todo
lo que podemos proponernos, es contribuir, hasta cierto punto y tanto como nos
lo permitan los medios de que disponemos, a dar a quienes son capaces de
ello la consciencia de algunos de los resultados que parecen bien establecidos
desde ahora, y a preparar as, aunque no sea ms que de una manera muy
parcial y bastante indirecta, los elementos que debern servir despus al futuro
juicio, a partir del que se abrir un nuevo perodo de la historia de la
humanidad terrestre.Algunas de las expresiones que acabamos de emplear evocarn sin
duda, en el espritu de algunos, la idea de lo que se llama el Juicio Final, y, a
decir verdad, no ser sin razn; ya sea que se entienda por lo dems literal o
simblicamente, o de las dos maneras a la vez, pues no se excluyen de ningn
modo en realidad, eso importa poco aqu, y ste no es el lugar ni el momento
de explicarnos enteramente sobre este punto. En todo caso, esta colocacin en
la balanza de los pros y los contras, esta discriminacin de los resultados
positivos y negativos, de la que hablbamos hace un momento, puede hacer
pensar ciertamente en la reparticin de los elegidos y de los condenados
en dos grupos inmutablemente fijos en adelante; incluso si no hay en eso ms
que una analoga, hay que reconocer que es al menos una analoga vlida y
bien fundada, en conformidad con la naturaleza misma de las cosas; y esto
demanda todava algunas explicaciones.
Ciertamente, no es por azar que tantos espritus estn hoy da
obsesionados por la idea del fin del mundo; uno puede deplorar que as sea
en algunos aspectos, ya que las extravagancias a las que da lugar esta idea
mal comprendida, las divagaciones mesinicas que son su consecuencia en
diversos medios, todas esas manifestaciones surgidas del desequilibrio mental
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de nuestra poca, no hacen ms que agravar an este mismo desequilibrio en
proporciones que no son desdeables en absoluto; pero, en fin, no por es es
menos cierto que hay ah un hecho que no podemos dispensarnos de tener en
cuenta. La actitud ms cmoda, cuando se comprueban cosas de este gnero,
es ciertamente la que consiste en descartarlas pura y simplemente sin ms
examen, en tratarlas como errores o delirios sin importancia; sin embargo,
pensamos que, incluso si son en efecto errores, vale ms, al mismo tiempo que
se denuncian como tales, buscar las razones que los han provocado y la parte
de verdad ms o menos deformada que puede encontrarse contenida en ellos
a pesar de todo, ya que, puesto que el error no tiene en suma ms que un
modo de existencia puramente negativo, el error absoluto no puede
encontrarse en ninguna parte y no es ms que una palabra vaca de sentido. Sise consideran las cosas de esta manera, uno percibe sin esfuerzo que esta
preocupacin del fin del mundo se relaciona estrechamente con el estado de
malestar general en el cual vivimos ahora: el presentimiento obscuro de algo
que est efectivamente a punto de acabar, agitndose sin control en algunas
imaginaciones, produce en ellas naturalmente representaciones desordenadas,
y lo ms frecuentemente groseramente materializadas, que, a su vez, se
traducen exteriormente en las extravagancias a las que acabamos de hacer
alusin. Esta explicacin no es una excusa en favor de stas; o al menos si sepuede excusar a aquellos que caen involuntariamente en el error, porque estn
predispuestos a ello por un estado mental del que no son responsables, eso no
podra ser nunca una razn para excusar el error mismo. Por otro lado, en lo
que nos concierne, ciertamente no se nos podr reprochar una indulgencia
excesiva con respecto a las manifestaciones pseudoreligiosas del mundo
contemporneo, como tampoco con respecto a todos los errores modernos en
general; sabemos incluso que algunos estaran ms bien tentados de hacernos
el reproche contrario, y lo que decimos aqu quizs les har comprender mejor
cmo consideramos estas cosas, esforzndonos en colocarnos siempre en el
nico punto de vista que nos importa, el de la verdad imparcial y desinteresada.
Eso no es todo: una explicacin simplemente psicolgica de la idea
del fin del mundo y de sus manifestaciones actuales, por justa que sea en su
orden, no podra pasar a nuestros ojos como plenamente suficiente; quedarse
ah, sera dejarse influir por una de esas ilusiones modernas contra las que nos
levantamos precisamente en toda ocasin. Algunos, decamos, sienten
confusamente el fin inminente de algo cuya naturaleza y alcance no pueden
definir exactamente; es menester admitir que en eso tienen una percepcin
muy real, aunque vaga y sujeta a falsas interpretaciones o a deformaciones
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imaginativas, puesto que, cualquiera que sea ese fin, la crisis que debe
forzosamente desembocar en l es bastante visible, y ya que una multitud de
signos inequvocos y fciles de comprobar conducen todos de una manera
concordante a la misma conclusin. Sin duda, ese fin no es el fin del mundo,
en el sentido total en el que algunos quieren entenderlo, pero es al menos el fin
de un mundo; y, si lo que debe acabar es la civilizacin occidental bajo su
forma actual, es comprensible que aquellos que estn habituados a no ver
nada fuera de ella, a considerarla como la civilizacin sin epteto, crean
fcilmente que todo acabar con ella, y que, si ella llega a desaparecer, eso
ser verdaderamente el fin del mundo.
As pues, para reducir las cosas a sus justas proporciones, diremos que
parece efectivamente que nos aproximamos realmente al fin de un mundo, esdecir, al fin de una poca o de un ciclo histrico que, por lo dems, puede estar
en correspondencia con un ciclo csmico, segn lo que ensean a este
respecto todas las doctrinas tradicionales. Ha habido ya en el pasado muchos
acontecimientos de este gnero, y sin duda habr todava otros en el porvenir;
acontecimientos de importancia desigual, por lo dems, segn que terminen
perodos ms o menos extensos y que conciernan, ya sea a todo el conjunto de
la humanidad terrestre, ya sea solamente a una o a otra de sus porciones, una
raza o un pueblo determinado. En el estado presente del mundo, hay quesuponer que el cambio que ha de intervenir tendr un alcance muy general, y
que, cualquiera que sea la forma que revista, y que no entendemos buscar
definir, afectar ms o menos a la tierra toda entera. En todo caso, las leyes
que rigen tales acontecimientos son aplicables analgicamente a todos los
grados; as, lo que se dice del fin del mundo, en un sentido tan completo
como sea posible concebirlo, y que, ordinariamente, no se refiere ms que al
mundo terrestre, es verdad tambin, guardadas todas las proporciones, cuando
se trata simplemente del fin de un mundo cualquiera en un sentido mucho ms
restringido.
Estas observaciones preliminares ayudarn enormemente a comprender
las consideraciones que van a seguir; ya hemos tenido la ocasin, en otras
obras, de hacer alusin con bastante frecuencia a las leyes cclicas; por otra
parte, quizs sera difcil hacer de esas leyes una exposicin completa bajo una
forma fcilmente accesible a los espritus occidentales, pero al menos es
necesario tener algunos datos sobre este tema si uno quiere hacerse una idea
verdadera de lo que es la poca actual y de lo que representa exactamente en
el conjunto de la historia del mundo. Por eso comenzaremos por mostrar que
las caractersticas de esta poca son realmente las que las doctrinas
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tradicionales han indicado en todo tiempo para el perodo cclico al que ella
corresponde; y eso ser mostrar tambin que lo que es anomala y desorden
desde un cierto punto de vista es, no obstante, un elemento necesario de un
orden ms vasto, una consecuencia inevitable de las leyes que rigen el
desarrollo de toda manifestacin. Por lo dems, lo decimos desde ahora, en
ello no hay una razn para contentarse con sufrir pasivamente el desorden y la
obscuridad que parecen triunfar momentneamente, ya que, si ello fuera as,
no tendramos ms que guardar silencio; antes al contrario, es una razn para
trabajar, tanto como se pueda, en preparar la salida de esta edad sombra
cuyo fin ms o menos prximo, cuando no del todo inminente, permiten
entrever ya muchos indicios. Eso est tambin en el orden, ya que el equilibrio
es el resultado de la accin simultnea de dos tendencias opuestas; si la una ola otra pudiera dejar de actuar enteramente, el equilibrio ya no se recuperara
nunca y el mundo mismo se desvanecera; pero esta suposicin es irrealizable,
ya que los dos trminos de una oposicin no tienen sentido sino el uno por el
otro, y, cualesquiera que sean las apariencias, se puede estar seguro de que
todos los desequilibrios parciales y transitorios concurren finalmente a la
realizacin del equilibrio total.
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Captulo I:LA EDAD SOMBRA
La doctrina hind ensea que la duracin de un ciclo humano, al cual dael nombre de Manvantara, se divide en cuatro edades, que marcan otras tantas
fases de un oscurecimiento gradual de la espiritualidad primordial; son esos
mismos perodos que las tradiciones de la antigedad occidental, por su lado,
designaban como las edades de oro, de plata, de bronce y de hierro.
Actualmente estamos en la cuarta edad, el Kali-Yuga o edad sombra, y
estamos en l, se dice, desde hace ya ms de seis mil aos, es decir, desde
una poca muy anterior a todas las que son conocidas por la historia clsica.
Desde entonces, las verdades que antao eran accesibles a todos los hombreshan devenido cada vez ms ocultas y difciles de alcanzar; aquellos que las
poseen son cada vez menos numerosos, y, si el tesoro de la sabidura no
humana, anterior a todas las edades, no puede perderse nunca, sin embargo
se rodea de velos cada vez ms impenetrables, que lo disimulan a las miradas
y bajo los cuales es extremadamente difcil descubrirlo. Por eso, en todas
partes, bajo smbolos diversos, se habla de algo que se ha perdido, al menos
en apariencia y con relacin al mundo exterior, y que deben reencontrar
aquellos que aspiran al verdadero conocimiento; pero se dice tambin que loque est as oculto se tornar visible al final de este ciclo, que ser al mismo
tiempo, en virtud de la continuidad que liga todas las cosas entre s, el
comienzo de un ciclo nuevo.
Pero, se preguntar sin duda, por qu el desarrollo cclico debe
cumplirse as en un sentido descendente, que va de lo superior a lo inferior, lo
que, como se observar sin esfuerzo, es la negacin misma de la idea de
progreso tal como la entienden los modernos? Es porque el desarrollo de
toda manifestacin implica necesariamente un alejamiento cada vez mayor del
principio del cual procede; partiendo del punto ms alto, tiende forzosamente
hacia el ms bajo, y, como los cuerpos pesados, tiende hacia l con una
velocidad sin cesar creciente, hasta que encuentra finalmente un punto de
detencin. Esta cada podra caracterizarse como una materializacin
progresiva, ya que la expresin del principio es pura espiritualidad; decimos la
expresin, y no el principio mismo, pues ste no puede ser designado por
ninguno de los trminos que parecen indicar una oposicin cualquiera, ya que
est ms all de todas las oposiciones. Por lo dems, palabras como espritu
y materia, que tomamos aqu para ms comodidad al lenguaje occidental,apenas tienen para nosotros ms que un valor simblico; en todo caso, no
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pueden convenir verdaderamente a aquello de lo que se trata ms que a
condicin de descartar las interpretaciones especiales que les da la filosofa
moderna, de la cual filosofa, el espiritualismo y el materialismo no son, a
nuestros ojos, ms que dos formas complementarias que se implican la una ala otra y que son igualmente desdeables para quien quiere elevarse por
encima de esos puntos de vista contingentes. Pero, por lo dems, no es de
metafsica pura de lo que nos proponemos tratar aqu, y por eso, sin perder de
vista jams los principios esenciales, podemos, tomando las precauciones
indispensables para evitar todo equvoco, permitirnos el uso de trminos que,
aunque inadecuados, parezcan susceptibles de hacer las cosas ms fcilmente
comprehensibles, en la medida en que ello puede hacerse sin
desnaturalizarlas.Lo que acabamos de decir del desarrollo de la manifestacin presenta
una visin que, aunque es exacta en su conjunto, no obstante est muy
simplificada y esquematizada, puesto que puede hacer pensar que este
desarrollo se efecta en lnea recta, segn un sentido nico y sin oscilacin de
ningn tipo; la realidad es mucho ms compleja. En efecto, hay lugar a
considerar en todas las cosas, como lo indicbamos ya precedentemente, dos
tendencias opuestas, una descendente y la otra ascendente, o si uno quiere
servirse de otro modo de representacin, una centrfuga y la otra centrpeta; ydel predominio de una o de la otra proceden dos fases complementarias de la
manifestacin, una de alejamiento del principio, la otra de retorno hacia el
principio, que frecuentemente se comparan simblicamente a los movimientos
del corazn o a las dos fases de la respiracin. Aunque estas dos fases se
describan ordinariamente como sucesivas, hay que concebir que, en realidad,
las dos tendencias a las que corresponden actan siempre simultneamente,
aunque en proporciones diversas; y ocurre a veces, en algunos momentos
crticos donde la tendencia descendente parece a punto de predominar
definitivamente en la marcha general del mundo, que una accin especial
interviene para reforzar la tendencia contraria, y de esta manera restablecer un
cierto equilibrio al menos relativo, tal como pueden conllevarle las condiciones
del momento, y de operar as un enderezamiento parcial, por el que el
movimiento de cada puede parecer detenido o neutralizado temporalmente1.
Es fcil comprender que estos datos tradicionales, a los que debemos
ceirnos para esbozar una consideracin muy resumida, hacen posibles
1
Esto se refiere a la funcin de conservacin divina, que, en la tradicin hind, es representada porVishn, y ms particularmente a la doctrina de losAvatras o descensos del principio divino al mundo
manifestado, que, naturalmente, no podemos ni pensar en desarrollar aqu.
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concepciones muy diferentes de todos los ensayos de filosofa de la historia
a los que se libran los modernos, y mucho ms vastos y profundos. Pero, por el
momento, no pensamos remontarnos a los orgenes del ciclo presente, ni
tampoco ms simplemente a los comienzos del Kali-Yuga; nuestras intencionesno se refieren, de una manera directa al menos, ms que a un dominio mucho
ms limitado, a las ltimas fases de ese mismo Kali-Yuga. En efecto, en el
interior de cada uno de los grandes perodos de los que hemos hablado, se
pueden distinguir tambin diferentes fases secundarias, que constituyen otras
tantas subdivisiones suyas; y, puesto que cada parte es en cierto modo
anloga al todo, estas subdivisiones reproducen por as decir, en una escala
ms reducida, la marcha general del gran ciclo en el que se integran; pero, ah
tambin, una investigacin completa de las modalidades de aplicacin de estaley a los diversos casos particulares nos llevara mucho ms all del cuadro
que nos hemos trazado para este estudio. Para terminar estas consideraciones
preliminares, mencionaremos solamente algunas de la ltimas pocas
particularmente crticas que ha atravesado la humanidad, aquellas que entran
en el perodo que se tiene costumbre de llamar histrico, porque es
efectivamente el nico que sea verdaderamente accesible a la historia ordinaria
o profana; y eso nos conducir de modo natural a lo que debe constituir el
objeto propio de nuestro estudio, puesto que la ltima de esas pocas crticasno es otra que la que constituye lo que se llaman los tiempos modernos.
Hay un hecho bastante extrao, que nadie parece haber observado
nunca como merece serlo: y es que el perodo propiamente histrico, en el
sentido que acabamos de indicar, se remonta exactamente al siglo VI antes de
la era cristiana, como si hubiera ah, en el tiempo, una barrera que no es
posible traspasar con la ayuda de los medios de investigacin de que disponen
los investigadores ordinarios. A partir de esa poca, en efecto, se posee por
todas partes una cronologa bastante precisa y bien establecida; para todo lo
que es anterior, por el contrario, nadie obtiene en general ms que una
aproximacin muy vaga, y las fechas propuestas para los mismos
acontecimientos varan frecuentemente en varios siglos. Incluso para los
pases donde no se tienen ms que simples vestigios dispersos, como Egipto
por ejemplo, eso es muy llamativo; y lo que es quizs ms sorprendente
todava, es que, en un caso excepcional y privilegiado como el de China, que
posee, para pocas mucho ms remotas, anales fechados por medio de
observaciones astronmicas que no deberan dejar lugar a ninguna duda, no
por ello los modernos califican menos de legendarias a aquellas pocas,como si hubiera ah un dominio donde no se reconoce el derecho a ninguna
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certeza y donde se prohiben a s mismos obtenerlas. As pues, la antigedad
llamada clsica no es, a decir verdad, ms que una antigedad
completamente relativa, e incluso mucho ms prxima de los tiempos
modernos que la verdadera antigedad, puesto que no se remonta siquiera a lamitad del Kali-Yuga, cuya duracin, segn la doctrina hind, no es ella misma
ms que la dcima parte de la del Manvantara; Y as se podr juzgar
suficientemente hasta qu punto los modernos tienen razn para estar tan
orgullosos de la extensin de sus conocimientos histricos! Todo eso,
responderan sin duda para justificarse, no son ms que perodos
legendarios, y por ello estiman no necesitar el tenerlos en cuenta; pero esta
respuesta no es precisamente ms que la confesin de su ignorancia, y de una
incomprehensin que es lo nico que puede explicar su desdn de la tradicin;en efecto, el espritu especficamente moderno, no es, como lo mostraremos
ms adelante, nada ms que el espritu antitradicional.
En el siglo VI antes de la era cristiana, cualquiera que haya sido su
causa, se produjeron cambios considerables en casi todos los pueblos; por lo
dems, estos cambios presentaron caracteres diferentes segn los pases. En
algunos casos, fue una readaptacin de la tradicin a otras condiciones que las
que haban existido anteriormente, readaptacin que se cumpli en un sentido
rigurosamente ortodoxo; esto es lo que tuvo lugar concretamente en China,donde la doctrina, constituida primitivamente en un conjunto nico, fue dividida
entonces en dos partes claramente distintas: el Taosmo, reservado a una lite,
y que comprenda la metafsica pura y las ciencias tradicionales de orden
propiamente especulativo, y el Confucianismo, comn a todos sin distincin, y
que tena por dominio las aplicaciones prcticas y principalmente sociales.
Entre los Persas, parece que haya habido igualmente una readaptacin del
Mazdesmo, ya que esta poca fue la del ltimo Zoroastro2. En la India, se vio
nacer por entonces el Budismo, que, cualquiera que haya sido por lo dems su
carcter original3, deba desembocar, al contrario, al menos en algunas de sus
2 Es menester destacar que el nombre de Zoroastro no designa en realidad a un personaje particular,
sino una funcin, a la vez proftica y legisladora; hubo varios Zoroastros, que vivieron en pocas muy
diferente; y es verosmil incluso que esta funcin debi tener un carcter colectivo, del mismo modo que
la de Vysa en la India, y del mismo modo tambin que, en Egipto, lo que se atribuy a Thoth o a Hermes
representa la obra de toda la casta sacerdotal.3 En realidad, la cuestin del Budismo est lejos de ser tan simple como podra dar a pensar esta breve
ojeada; y es interesante notar que, si los Hindes, bajo el punto de vista de su propia tradicin, han
condenado siempre a los Budistas, muchos de entre ellos no por eso dejan de profesar un gran respeto por
el Buddha mismo, respeto que en algunos llega incluso hasta ver en l el noveno Avatra, mientras que
otros identifican a ste con Cristo. Por otra parte, en lo que concierne al Budismo tal como se conoce hoy,es menester tener buen cuidado de distinguir entre sus dos formas del Mahyna y del Hnayna, o del
Gran Vehculo y del Pequeo Vehculo; de una manera general, se puede decir que el Budismo fuera
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ramas, en una rebelin contra el espritu tradicional, rebelin que lleg hasta la
negacin de toda autoridad, hasta una verdadera anarqua, en el sentido
etimolgico de ausencia de principio, en el orden intelectual y en el orden
social. Lo que es bastante curioso es que, en la India, no se encuentra ningnmonumento que remonte ms all de esta poca, y los orientalistas, que
quieren hacer comenzar todo con el Budismo cuya importancia exageran
singularmente, han intentado sacar partido de esta comprobacin en favor de
su tesis; no obstante, la explicacin del hecho es bien simple: y es que todas
las construcciones anteriores eran en madera, de suerte que han desaparecido
naturalmente sin dejar rastro4; pero lo que es verdad, es que tal cambio en el
modo de construccin corresponde necesariamente a una modificacin
profunda de las condiciones generales de existencia del pueblo donde se haproducido.
Acercndonos al Occidente, vemos que, entre los Judos, la misma
poca fue la de la cautividad de Babilonia; y lo que es quizs uno de los hechos
ms sorprendentes que hay que comprobar, es que un corto perodo de
setenta aos fue suficiente para hacerles perder hasta su escritura, puesto que
despus debieron reconstituir los Libros sagrados con caracteres diferentes de
aquellos que haban estado en uso hasta entonces. Se podran citar todava
muchos otros acontecimientos que se refieren casi a la misma fecha:notaremos solamente que fue para Roma el comienzo del perodo propiamente
histrico, que sucedi a la poca legendaria de los reyes, y que se sabe
tambin, aunque de una manera un poco vaga, que hubo entonces importantes
movimientos en los pueblos clticos; pero, sin insistir ms en ello, llegaremos a
lo que concierne a Grecia. All igualmente, el siglo VI a.C. fue el punto de
partida de la civilizacin llamada clsica, la nica a la que los modernos
reconocen el carcter histrico, y todo lo que precede es lo bastante mal
conocido como para ser tratado de legendario, aunque los descubrimientos
arqueolgicos recientes ya no permiten dudar de que, al menos, hubo all una
civilizacin muy real; y tenemos algunas razones para pensar que aquella
primera civilizacin helnica fue mucho ms interesante intelectualmente que la
que la sigui, y que sus relaciones no dejan de ofrecer alguna analoga con las
de la India difiere notablemente de su forma original india, que comenz a perder terreno rpidamente
despus de la muerte de Ashoka y desapareci completamente algunos siglos ms tarde.4 Este caso no es particular a la India y se encuentra tambin en Occidente; es exactamente por la
misma razn por lo que no se encuentra ningn vestigio de las ciudades celtas, cuya existencia no
obstante es incontestable, puesto que est atestiguada por testimonios contemporneos; y, ah igualmente,los historiadores modernos han aprovechado esta ausencia de monumentos para describir a los Celtas
como salvajes que vivan en los bosques.
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que existen entre la Europa de la Edad Media y la Europa moderna. No
obstante, conviene destacar que la escisin no fue tan radical como en este
ltimo caso, ya que hubo, al menos parcialmente, una readaptacin efectuada
en el orden tradicional, principalmente en el dominio de los misterios; y conesto es menester relacionar el Pitagorismo, que fue sobre todo, bajo una forma
nueva, una restauracin del Orfismo anterior, y cuyos lazos evidentes con el
culto dlfico del Apolo hiperbreo permiten considerar incluso una filiacin
continua y regular con una de las tradiciones ms antiguas de la humanidad.
Pero, por otra parte, pronto se vio aparecer algo de lo que todava no se haba
tenido ningn ejemplo y que, a continuacin, deba ejercer una influencia
nefasta sobre todo el mundo occidental: nos referimos a ese modo especial de
pensamiento que tom y guard el nombre de filosofa; y este punto es lobastante importante como para que nos detengamos en l algunos instantes.
La palabra filosofa, en s misma, puede tomarse ciertamente en un
sentido muy legtimo, que fue sin duda su sentido primitivo, sobre todo si es
verdad que, como se pretende, fue Pitgoras quien la emple primero:
etimolgicamente, no significa ms que amor de la sabidura; as pues,
designa primero una disposicin previa requerida para llegar a la sabidura, y
puede designar tambin, por una extensin completamente natural, la
indagacin que, naciendo de esta disposicin misma, debe conducir alconocimiento. Por consiguiente, no es ms que un estadio preliminar y
preparatorio, un encaminamiento hacia la sabidura, un grado que corresponde
a un estado inferior a sta5; la desviacin que se ha producido despus ha
consistido en tomar este grado transitorio por la meta misma, en pretender
substituir la sabidura por la filosofa, lo que implica el olvido o el
desconocimiento de la verdadera naturaleza de sta ltima. As tom
nacimiento lo que podemos llamar la filosofa profana, es decir, una
pretendida sabidura puramente humana, y por tanto de orden simplemente
racional, que toma el lugar de la verdadera sabidura tradicional, supraracional
y no humana. No obstante, subsisti todava algo de sta a travs de toda la
Antigedad; lo que lo prueba, es primero la persistencia de los misterios,
cuyo carcter esencialmente inicitico no podra ser contestado, y es
tambin el hecho de que la enseanza de los filsofos mismos tena a la vez, lo
ms frecuentemente, un lado exotrico y un lado esotrico, pudiendo ste
ltimo permitir el vinculamiento a un punto de vista superior, que, por lo dems,
se manifiesta de una manera muy clara, aunque quizs incompleta bajo ciertos
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aspectos, algunos siglos ms tarde, en los Alejandrinos. Para que la filosofa
profana se constituyera definitivamente como tal, era menester que
permaneciera slo el exoterismo y que se llegara hasta la negacin pura y
simple de todo esoterismo; es en esto precisamente en lo que debadesembocar, en los modernos, el movimiento comenzado por los Griegos; las
tendencias que ya se haban afirmado en aqullos deban llevarse entonces
hasta sus consecuencias ms extremas, y la importancia excesiva que haban
concedido al pensamiento racional iba a acentuarse tambin para llegar al
racionalismo, actitud especialmente moderna que ya no consiste
simplemente en ignorar, sino en negar expresamente todo lo que es de orden
suprarracional; pero no anticipamos ms, ya que tendremos que volver de
nuevo sobre esas consecuencias y ver su desarrollo en una parte de nuestraexposicin.
En lo que acaba de decirse, hay que retener una cosa particularmente
desde el punto de vista que nos ocupa: y es que conviene buscar en la
Antigedad clsica algunos de los orgenes del mundo moderno; as pues,
ste no carece enteramente de razn cuando se remite a la civilizacin
grecolatina y se pretende su continuador. No obstante, hay que decir que no se
trata ms que de una continuacin lejana y un poco infiel, ya que, a pesar de
todo, en aquella antigedad, haba muchas cosas, en el orden intelectual yespiritual, cuyo equivalente no se podra encontrar entre los modernos; en todo
caso, en el oscurecimiento progresivo del verdadero conocimiento, se trata de
dos grados bastante diferentes. Por lo dems, se podra concebir que la
decadencia de la civilizacin antigua haya conducido, de una manera gradual y
sin solucin de continuidad, a un estado ms o menos semejante al que vemos
hoy da; pero, de hecho, la cosa no fue as, y, en el intervalo, hubo, para el
Occidente, otra poca crtica que fue al mismo tiempo una de esas pocas de
enderezamiento a las que hacamos alusin ms atrs.
Esta poca es la del comienzo y de la expansin del Cristianismo, que
coincide, por una parte, con la dispersin del pueblo judo, y, por otra parte, con
la ltima fase de la civilizacin grecolatina; y podemos pasar ms rpidamente
sobre estos acontecimientos, a pesar de su importancia, porque generalmente
son ms conocidos que aquellos de los que hemos hablado hasta aqu, y
porque su sincronismo ha sido ms destacado, incluso por los historiadores de
miras ms superficiales. Tambin se han sealado bastante frecuentemente
algunos rasgos comunes a la decadencia antigua y a la poca actual; y, sin
5 La relacin es aqu casi la misma que la que existe, en la doctrina taosta, entre el estado del
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querer llevar demasiado lejos el paralelismo, se debe reconocer que hay en
efecto algunas semejanzas bastante llamativas. La filosofa puramente
profana haba ganado terreno: la aparicin del escepticismo por un lado, el
xito del moralismo estoico y epicreo por el otro, muestran suficientementehasta qu punto se haba rebajado la intelectualidad. Al mismo tiempo, las
antiguas doctrinas sagradas, que casi nadie comprenda ya, haban
degenerado, por el hecho de esta incomprehensin, en paganismo en el
verdadero sentido de esta palabra, es decir, que ya no eran ms que
supersticiones, cosas que, habiendo perdido su significacin profunda, se
sobreviven a s mismas nicamente por manifestaciones completamente
exteriores. Hubo intentos de reaccin contra esta decadencia: el helenismo
mismo intent revivificarse con la ayuda de elementos tomados a las doctrinasorientales con las que poda encontrarse en contacto; pero eso ya no era
suficiente, la civilizacin grecolatina deba acabar, y el enderezamiento deba
venir de otra parte y operarse bajo una forma diferente. Fue el Cristianismo el
que cumpli esta transformacin; y, anotmoslo de pasada, la comparacin
que se puede establecer en algunos aspectos entre aquel tiempo y el nuestro
es quizs uno de los elementos determinantes del mesianismo desordenado
que sale a la luz actualmente. Despus del perodo turbulento de las invasiones
brbaras, necesario para acabar la destruccin del antiguo estado de cosas, serestaur un orden normal para una duracin de algunos siglos; fue la Edad
Media, tan desconocida por los modernos que son incapaces de comprender
su intelectualidad, y para quienes esta poca parece ciertamente mucho ms
extraa y lejana que la Antigedad clsica.
Para nosotros, la verdadera Edad Media se extiende desde el reinado de
Carlomagno hasta el comienzo del siglo XIV; en esta ltima fecha comienza
una nueva decadencia que, a travs de etapas diversas, ir acentundose
hasta nosotros. Es ah donde est el verdadero punto de partida de la crisis
moderna: es el comienzo de la desagregacin de la Cristiandad, a la que se
identificaba esencialmente la civilizacin occidental del Medioevo; es, al mismo
tiempo, el fin del rgimen feudal, bastante estrechamente solidario de aquella
misma Cristiandad, el origen de la constitucin de las nacionalidades. As
pues, es menester hacer remontar la poca moderna cerca de dos siglos antes
de lo que se hace ordinariamente; el Renacimiento y la Reforma son sobre todo
resultantes, y no se han hecho posibles ms que por la decadencia previa;
pero, bien lejos de ser un enderezamiento, marcaron una cada mucho ms
hombre dotado y el del hombre transcendente.
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en realidad desde haca mucho tiempo, pero cuyo conocimiento, en razn de
algunos inconvenientes que corran el riesgo de rebasar sus ventajas, no haba
sido difundido hasta entonces en el dominio pblico6. Es muy inverosmil
tambin que la leyenda que hizo de la Edad Media una poca de tinieblas,de ignorancia y de barbarie, haya nacido y se haya acreditado por s sola, y
que la verdadera falsificacin de la historia a la que los modernos se han
librado haya sido emprendida sin ninguna idea preconcebida; pero no iremos
ms adelante en el examen de esta cuestin, ya que, de cualquier manera que
se haya llevado a cabo este trabajo, por el momento, es la comprobacin del
resultado la que, en suma, nos importa ms.
Hay una palabra que recibi todos los honores en el Renacimiento, y
que resuma de antemano todo el programa de la civilizacin moderna: estapalabra es la de humanismo. Se trataba en efecto de reducirlo todo a
proporciones puramente humanas, de hacer abstraccin de todo principio de
orden superior, y, se podra decir simblicamente, de apartarse del cielo bajo
pretexto de conquistar la tierra; los Griegos, cuyo ejemplo se pretenda seguir,
jams haban llegado tan lejos en este sentido, ni siquiera en el tiempo de su
mayor decadencia intelectual, y al menos las preocupaciones utilitarias jams
haban pasado en ellos al primer plano, as como eso deba producirse pronto
en los modernos. El humanismo, era ya una primera forma de lo que hadevenido el laicismo contemporneo; y, al querer reducirlo todo a la medida
del hombre, tomado como un fin en s mismo, se ha terminado por descender,
de etapa en etapa, al nivel de lo ms inferior que hay en ste, y por no buscar
apenas ms que la satisfaccin de las necesidades inherentes al lado material
de su naturaleza, bsqueda bien ilusoria, por lo dems, ya que crea siempre
ms necesidades artificiales de las que puede satisfacer.
Llegar el mundo moderno hasta el fondo de esta pendiente fatal, o
bien, como ha ocurrido en la decadencia del mundo grecolatino, se producir,
esta vez tambin, un nuevo enderezamiento antes de que haya alcanzado el
fondo del abismo a donde es arrastrado? Parece que ya no sea apenas posible
una detencin a mitad de camino, y que, segn todas las indicaciones
proporcionadas por las doctrinas tradicionales, hayamos entrado
verdaderamente en la fase final del Kali-Yuga, en el perodo ms sombro de
esta edad sombra, en ese estado de disolucin del que no es posible salir
6 No citaremos ms que dos ejemplos, entre los hechos de este gnero que deban tener las ms graves
consecuencias: la pretendida invencin de la imprenta, que los chinos conocan anteriormente a la eracristiana, y el descubrimiento oficial de Amrica, con la que haban existido comunicaciones mucho
ms seguidas de lo que se piensa durante la Edad Media.
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ms que por un cataclismo, porque ya no es un simple enderezamiento el que
entonces es necesario, sino una renovacin total. El desorden y la confusin
reinan en todos los dominios; han sido llevados hasta un punto que rebasa con
mucho todo lo que se haba visto precedentemente, y, partiendo del Occidente,amenazan ahora con invadir el mundo todo entero; sabemos bien que su
triunfo no puede ser nunca ms que aparente y pasajero, pero, en un grado tal,
parece ser el signo de la ms grave de todas las crisis que la humanidad haya
atravesado en el curso de su ciclo actual. No hemos llegado a esa poca
temible anunciada por los Libros sagrados de la India, donde las castas
estarn mezcladas, donde la familia ya no existir? Basta mirar alrededor de
s para convencerse de que este estado es realmente el del mundo actual, y
para comprobar por todas partes esa decadencia profunda que el Evangeliollama la abominacin de la desolacin. Es menester no disimular la gravedad
de la situacin; conviene considerarla tal como es, sin ningn optimismo,
pero tambin sin ningn pesimismo, puesto que como lo decamos
precedentemente, el fin del antiguo mundo ser tambin el comienzo de un
mundo nuevo.
Ahora, se plantea una cuestin: cul es la razn de ser de un perodo
como ste en el que vivimos? En efecto, por anormales que sean las
condiciones presentes consideradas en s mismas, no obstante deben entraren el orden general de las cosas, en ese orden que, segn una frmula
extremo oriental, est hecho de la suma de todos los desrdenes; esta poca,
por penosa y turbulenta que sea, debe tener tambin, como todas las dems,
su lugar marcado en el conjunto del desarrollo humano, y, por lo dems, el
hecho mismo de que estaba prevista por las doctrinas tradicionales es a este
respecto una indicacin suficiente. Lo que hemos dicho de la marcha general
de un ciclo de manifestacin, que va en el sentido de una materializacin
progresiva, da inmediatamente la explicacin de un tal estado, y muestra bien
que lo que es anormal y desordenado bajo un cierto punto de vista particular no
es sin embargo ms que la consecuencia de una ley que se refiere a un punto
de vista superior o ms extenso. Agregaremos, sin insistir en ello, que, como
todo cambio de estado, el paso de un ciclo a otro no puede cumplirse ms que
en la obscuridad; en eso hay tambin una ley muy importante y cuyas
aplicaciones son mltiples, pero, por eso mismo, una exposicin algo detallada
de ella nos llevara demasiado lejos7.
7
Esta ley estaba representada, en los misterios de Eleusis, por el simbolismo del grano de trigo; losalquimistas la figuraban por la putrefaccin y por el color negro que marca el comienzo de la Gran
Obra; lo que los msticos cristianos llaman la noche obscura del alma no es ms que su aplicacin al
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No es eso todo: la poca moderna debe corresponder necesariamente al
desarrollo de algunas de las posibilidades que, desde el origen, estaban
incluidas en la potencialidad del ciclo actual; y, por inferior que sea el rango
ocupado por estas posibilidades en la jerarqua del conjunto, no por eso debanmenos, tanto como las dems, ser llamadas a la manifestacin segn el orden
que les est asignado. En este aspecto, lo que, segn la tradicin, caracteriza a
la ltima fase del ciclo, es, se podra decir, la explotacin de todo lo que ha sido
desdeado o rechazado en el curso de las fases precedentes; y, efectivamente,
es eso lo que podemos comprobar en la civilizacin moderna, que no vive en
cierto modo ms que de aquello que las civilizaciones anteriores no haban
querido. Para darse cuenta de ello, no hay ms que ver cmo los
representantes de esas mismas civilizaciones que se han mantenido hasta aquen el mundo oriental, aprecian las ciencias occidentales y sus aplicaciones
industriales! No obstante, estos conocimientos inferiores, tan vanos a los ojos
de quien posee un conocimiento de otro orden, deban ser realizados, y no
podan serlo ms que en un estadio donde la verdadera intelectualidad hubiera
desaparecido; estas investigaciones de un alcance exclusivamente prctico, en
el sentido ms estrecho de este trmino, deban llevarse a cabo, pero no
podan serlo ms que en el extremo opuesto de la espiritualidad primordial, por
hombres inmersos en la materia hasta el punto de no concebir nada ms all, yque se vuelven tanto ms esclavos de esta materia cuanto ms quisieran
servirse de ella, lo que les conduce a una agitacin siempre creciente, sin regla
y sin meta, a la dispersin en la pura multiplicidad, hasta la disolucin final.
Tal es, esbozada en sus grandes rasgos y reducida a lo esencial, la
verdadera explicacin del mundo moderno; pero, declarmoslo muy
claramente, esta explicacin no podra tomarse de ninguna manera como una
justificacin. Una desgracia inevitable, no por eso deja de ser una desgracia; e,
incluso si del mal debe salir un bien, eso no quita al mal su carcter; por lo
dems, entindase bien, no empleamos aqu estos trminos de bien y de
mal ms que para hacernos comprender mejor, y fuera de toda intencin
especficamente moral. Los desrdenes parciales no pueden no ser, porque
son elementos necesarios del orden total; pero, a pesar de eso, una poca de
desorden es, en s misma, algo comparable a una monstruosidad, que, aunque
es la consecuencia de algunas leyes naturales, no por ello deja de ser una
desviacin y una especie de error, o a un cataclismo, que, aunque resulta del
curso normal de las cosas, es del mismo modo, si se considera aisladamente,
desarrollo espiritual del ser que se eleva a estados superiores; y sera fcil sealar todava muchas otras
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un trastorno y una anomala. La civilizacin moderna, como todas las cosas,
tiene forzosamente su razn de ser, y, si es verdaderamente la que termina un
ciclo, se puede decir que ella es lo que debe ser, que viene en su tiempo y en
su lugar; pero no por eso deber ser juzgada menos segn la palabraevanglica muy frecuentemente mal comprendida: Es menester que haya
escndalo; pero ay de aqul por quien el escndalo llega!.
concordancias.
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Captulo II: LA OPOSICIN DE ORIENTE Y DE OCCIDENTE
Uno de los caracteres particulares del mundo moderno, es la escisin
que se observa en l entre Oriente y Occidente; y, aunque ya hayamos tratado
esta cuestin de una manera ms especial, es necesario volver a ella de nuevo
aqu para precisar algunos de sus aspectos y disipar algunos malentendidos.
La verdad es que hubo siempre civilizaciones diversas y mltiples, cada una de
las cuales se ha desarrollado de una manera que le era propia y en un sentido
conforme a las aptitudes de tal pueblo o de tal raza; pero distincin no quiere
decir oposicin, y puede haber cierto tipo de equivalencia entre civilizaciones
de formas muy diferentes, desde que todas reposan sobre los mismos
principios fundamentales, de los cuales ellas representan solamente
aplicaciones condicionadas por circunstancias variadas. Tal es el caso de todas
las civilizaciones que podemos llamar normales, o tambin tradicionales; nohay entre ellas ninguna oposicin esencial, y las divergencias, si existe alguna,
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no son ms que exteriores y superficiales. Por el contrario, una civilizacin que
no reconoce ningn principio superior, que no est fundada en realidad ms
que sobre una negacin de los principios, est, por eso mismo, desprovista de
todo medio de entendimiento con las dems, ya que este entendimiento, paraser verdaderamente profundo y eficaz, no puede establecerse ms que por
arriba, es decir, precisamente por aquello que falta a esta civilizacin anormal y
desviada. As pues, en el estado presente del mundo, tenemos, por un lado,
todas las civilizaciones que han permanecido fieles al espritu tradicional, y que
son las civilizaciones orientales, y, por el otro, una civilizacin propiamente
antitradicional, que es la civilizacin occidental moderna.
No obstante, algunos han llegado hasta contestar que la divisin misma
de la humanidad en Oriente y Occidente corresponde a una realidad; pero, almenos para la poca actual, eso no parece poder ponerse seriamente en duda.
Primero, que existe una civilizacin occidental, comn a Europa y a Amrica,
tal es un hecho sobre el que todo el mundo debe estar de acuerdo, cualquiera
que sea por lo dems el juicio que se haga sobre el valor de esta civilizacin.
Para Oriente, las cosas son menos simples, porque, efectivamente, no existe
una, sino varias civilizaciones orientales; pero basta que posean algunos
rasgos comunes, rasgos que caracterizan lo que hemos llamado una
civilizacin tradicional, y que stos mismos rasgos no se encuentren en lacivilizacin occidental, para que la distincin e incluso la oposicin de Oriente y
de Occidente est plenamente justificada. Ahora bien, ello es efectivamente
as, y el carcter tradicional es en efecto comn a todas las civilizaciones
orientales, para las cuales, a fin de fijar mejor las ideas, recordaremos la
divisin general que hemos adoptado precedentemente, y que, aunque algo
simplificada quizs si se quisiera entrar en el detalle, no obstante es exacta
cuando uno se atiene a las grandes lneas: el Extremo Oriente, representado
esencialmente por la civilizacin china; el Oriente Medio, representado por la
civilizacin hind; el Oriente Prximo, representado por la civilizacin islmica.
Conviene agregar que esta ltima, en muchos aspectos, debera considerarse
ms bien como intermediaria entre Oriente y Occidente, y que incluso muchos
de sus caracteres la acercan sobre todo a lo que fue la civilizacin occidental
de la Edad Media; pero, si se considera con relacin al Occidente moderno,
debe reconocerse que se opone a l del mismo modo que las civilizaciones
propiamente orientales, a las cuales conviene asociarla bajo este punto de
vista.
Es en esto en lo que es esencial insistir: la oposicin de Oriente y deOccidente no tena ninguna razn de ser cuando en Occidente haba tambin
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civilizaciones tradicionales; as pues, no tiene sentido ms que cuando se trata
especialmente del Occidente moderno, ya que esta oposicin es mucho ms la
de dos espritus que la de dos entidades geogrficas ms o menos claramente
definidas. En algunas pocas, de las que la ms prxima a nosotros es la EdadMedia, el espritu occidental se pareca mucho, en sus vertientes ms
importantes, a lo que es todava hoy el espritu oriental, mucho ms que a lo
que este espritu occidental ha devenido en los tiempos modernos; la
civilizacin occidental era entonces comparable a las civilizaciones orientales,
del mismo modo que stas lo son entre ellas. As pues, en el curso de los
ltimos siglos, se ha producido un cambio considerable, mucho ms grave que
todas las desviaciones que haban podido manifestarse anteriormente en
pocas de decadencia, puesto que llega incluso hasta una verdadera inversinen la direccin dada a la actividad humana; y es en el mundo occidental
exclusivamente donde ha tenido nacimiento este cambio. Por consiguiente,
cuando decimos espritu occidental, refirindonos a lo que existe en el
presente, lo que es menester entender por tal es otra cosa que el espritu
moderno; y, como el otro espritu no se ha mantenido ms que en Oriente,
podemos, siempre en relacin a las condiciones actuales, llamarle espritu
oriental. Estos dos trminos, en suma, no expresan nada ms que una
situacin de hecho; y, si aparece muy claramente que uno de los dos esprituspresentes es efectivamente occidental, porque su aparicin pertenece a la
historia reciente, no pretendemos prejuzgar nada en cuanto a la proveniencia
del otro, que fue antao comn a Oriente y a Occidente, y cuyo origen, a decir
verdad, debe confundirse con el de la humanidad misma, puesto que tal es el
espritu que se podra calificar de normal, aunque slo sea porque ha inspirado
a todas las civilizaciones que conocemos ms o menos completamente, a
excepcin de una sola, que es la civilizacin occidental moderna.
Algunos, que sin duda no se haban tomado el trabajo de leer nuestros
libros, han credo deber reprocharnos haber dicho que todas las doctrinas
tradicionales tenan un origen oriental, que la antigedad occidental misma, en
todas las pocas, haba recibido siempre sus tradiciones de Oriente; nosotros
no hemos escrito nunca nada semejante, ni nada que pueda sugerir incluso tal
opinin, por la simple razn de que sabemos muy bien que eso es falso. En
efecto, son precisamente los datos tradicionales los que se oponen claramente
a una asercin de este gnero: se encuentra por todas partes la afirmacin
formal de que la tradicin primordial del ciclo actual ha venido de las regiones
hiperbreas; hubo despus varias corrientes secundarias, que corresponden aperodos diversos, y de las cuales una de las ms importantes, al menos entre
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aquellas cuyos vestigios son todava discernibles, fue incontestablemente del
Occidente hacia Oriente. Pero todo ello se refiere a pocas muy lejanas, de las
que se llaman comnmente prehistricas, y no es eso lo que tenemos in
mente; lo que decimos, es primero que, desde hace mucho tiempo ya, eldepsito de la tradicin primordial ha sido transferido a Oriente, y que es all
donde se encuentran ahora las formas doctrinales que han salido de ella ms
directamente; y despus que, en el estado actual de las cosas, el verdadero
espritu tradicional, con todo lo que implica, ya no tiene representantes
autnticos ms que en Oriente.
Para completar esta puntualizacin, debemos explicarnos tambin, al
menos brevemente, sobre algunas ideas de restauracin de una tradicin
occidental que han visto la luz en diversos medios contemporneos; el nicointers que presentan, en el fondo, es mostrar que algunos espritus no estn
satisfechos de la negacin moderna, que sienten la necesidad de otra cosa que
lo que les ofrece nuestra poca, que entrevn la posibilidad de un retorno a la
tradicin, de una u otra forma, como el nico medio de salir de la crisis actual.
Desafortunadamente, el tradicionalismo no es lo mismo que el verdadero
espritu tradicional; puede no ser, y frecuentemente no es de hecho, ms que
una simple tendencia, una aspiracin ms o menos vaga, que no supone
ningn conocimiento real; y, en el desorden mental de nuestro tiempo, estaaspiracin provoca sobre todo, es menester decirlo, concepciones fabuladoras
y quimricas, desprovistas de todo fundamento serio. Al no encontrar ninguna
tradicin autntica sobre la que uno pueda apoyarse, se llega hasta imaginar
pseudotradiciones que no han existido nunca, y que carecen de principio en la
misma medida que aquello a lo que se querra substituir; todo el desorden
moderno se refleja en esas construcciones, y, cualesquiera que puedan ser las
intenciones de sus autores, el nico resultado que obtienen es aportar una
contribucin nueva al desequilibrio general. En este gnero de cosas,
mencionaremos de memoria la pretendida tradicin occidental fabricada por
algunos ocultistas con la ayuda de los elementos ms disparatados, y
destinada sobre todo a hacer competencia a una tradicin oriental no menos
imaginaria, la de los teosofistas; hemos hablado suficientemente de estas
cosas en otra parte, y preferimos dedicarnos a continuacin al examen de
algunas otras teoras que pueden parecer ms dignas de atencin, porque en
ellas se encuentra al menos el deseo de apelar a tradiciones que han tenido
una existencia efectiva.
Hacamos alusin hace un momento a la corriente tradicional venida delas regiones occidentales; los relatos de los antiguos, relativos a la Atlntida,
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indican su origen; despus de la desaparicin de este continente, que es el
ltimo de los grandes cataclismos ocurridos en el pasado, no parece dudoso
que restos de su tradicin hayan sido transportados a regiones diversas, donde
se han mezclado a otras tradiciones preexistentes, principalmente a ramas dela tradicin hiperbrea; y es muy posible que las doctrinas de los Celtas, en
particular, hayan sido producto de esta fusin. Estamos muy lejos de contestar
estas cosas; pero que se piense bien en esto: la forma propiamente atlante
ha desaparecido hace ya millares de aos, con la civilizacin a la que
perteneca, y cuya destruccin no puede haberse producido ms que a
consecuencia de una desviacin que era quizs comparable, bajo algunos
aspectos, a la que comprobamos hoy da, aunque con una notable diferencia
teniendo en cuenta que la humanidad no haba entrado todava entonces en elKali-Yuga; es as como esta tradicin no corresponda ms que a un perodo
secundario de nuestro ciclo, y cmo sera un gran error pretender identificarla a
la tradicin primordial de la que han salido todas las dems, y que es la nica
que permanece desde el comienzo hasta el fin. Estara fuera de propsito
exponer aqu todos los datos que justifican estas afirmaciones; no retendremos
de ellos ms que la conclusin, que es la imposibilidad de hacer revivir
actualmente una tradicin atlante, o incluso de vincularse a ella ms o
menos directamente; por lo dems, hay mucha fantasa en las tentativas deesta suerte. No por eso es menos verdad que puede ser interesante buscar el
origen de los elementos que se encuentran en las tradiciones posteriores,
siempre que se haga con todas las precauciones necesarias para guardarse de
algunas ilusiones; pero estas investigaciones no pueden desembocar en
ningn caso en la resurreccin de una tradicin que no estara adaptada a
ninguna de las condiciones actuales de nuestro mundo.
Hay otros que quieren vincularse al celtismo, y, porque apelan as a
algo que est menos alejado de nosotros, puede parecer que lo que proponen
sea menos irrealizable; no obstante, dnde encontraran hoy da el celtismo
en el estado puro, y dotado todava de una vitalidad suficiente como para que
sea posible tomar ah un punto de apoyo? En efecto, no hablamos de
reconstituciones arqueolgicas o simplemente literarias, como se han visto
algunas; se trata de algo diferente. Que elementos clticos muy reconocibles y
todava utilizables hayan llegado hasta nosotros por diversos intermediarios,
eso es verdad; pero estos elementos estn muy lejos de representar la
integridad de una tradicin, y, cosa sorprendente, sta, en los pases mismos
donde vivi antao, se ignora ahora ms completamente an que las demuchas civilizaciones que fueron siempre extranjeras a esos mismos pases;
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no hay algo ah que debera hacer reflexionar, al menos a aquellos que no
estn enteramente dominados por una idea preconcebida? Diremos ms: en
todos los casos como se, donde se trata de los vestigios dejados por
civilizaciones desaparecidas, no es posible comprenderlos verdaderamentesino por comparacin con lo que hay de similar en las civilizaciones
tradicionales que estn todava vivas; y otro tanto se puede decir para la Edad
Media misma, donde se encuentran tantas cosas cuya significacin est
perdida para los occidentales modernos. Esta toma de contacto con las
tradiciones cuyo espritu subsiste todava es el nico medio de revivificar
aquello que todava es susceptible de serlo; y, como ya lo hemos indicado muy
frecuentemente, ste es uno de los mayores servicios que Oriente pueda
prestar a Occidente. No negamos la supervivencia de cierto espritu cltico,que todava puede manifestarse bajo formas diversas, como lo ha hecho ya en
diferentes pocas; pero cuando se llega a asegurarnos que existen todava
centros espirituales que conservan integralmente la tradicin drudica,
esperamos que se nos proporcione la prueba de ello, y, hasta nueva orden, eso
nos parece muy dudoso, cuando no enteramente inverosmil.
La verdad es que, en la Edad Media, los elementos clticos subsistentes
han sido asimilados por el Cristianismo; la leyenda del Santo Grial, con todo
lo que se relaciona con ella, es, a este respecto, un ejemplo particularmenteprobatorio y significativo. Por oro lado, pensamos que una tradicin occidental,
si llegara a reconstituirse, tomara forzosamente una forma exterior religiosa, en
el sentido ms estricto de esta palabra, y que esta forma no podra ser ms que
cristiana, ya que, por una parte, las dems formas posibles son desde hace
mucho tiempo extraas a la mentalidad occidental, y, por otra, es nicamente
en el Cristianismo, decimos ms precisamente an en el Catolicismo, donde se
encuentran, en Occidente, los restos del espritu tradicional que sobreviven
todava. Toda tentativa tradicionalista que no tenga en cuenta este hecho
est inevitablemente abocada al fracaso, porque carece de base; es muy
evidente que uno no puede apoyarse ms que sobre lo que existe de una
manera efectiva, y que, all donde falta la continuidad, no puede haber ms que
reconstituciones artificiales y que no podran ser viables; si se objeta que el
Cristianismo mismo, en nuestra poca, ya no se comprende apenas
verdaderamente y en su sentido profundo, responderemos que al menos ha
guardado, en su forma misma, todo lo que es necesario para proporcionar la
base de que se trata. La tentativa menos quimrica, la nica incluso que no
choca con imposibilidades inmediatas, sera pues aquella que apuntara arestaurar algo comparable a lo que existi en la Edad Media, con las
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diferencias requeridas por la modificacin de las circunstancias; y, para todo lo
que est enteramente perdido en Occidente, convendra apelar a las
tradiciones que se han conservado ntegramente, como lo indicbamos hace
un momento, y cumplir despus un trabajo de adaptacin que slo podra ser laobra de una lite intelectual fuertemente constituida. Todo eso, lo hemos dicho
ya; pero es bueno insistir an en ello, porque actualmente tienen libre curso
muchos delirios inconsistentes, y tambin porque es menester comprender bien
que, si las tradiciones orientales, en sus formas propias, pueden ciertamente
ser asimiladas por una lite que, por definicin, en cierto modo, debe estar ms
all de todas las formas, jams podrn serlo sin duda, a menos de
transformaciones imprevistas, por la generalidad de los occidentales, para
quienes no han sido hechas. Si una lite occidental llega a formarse, elconocimiento verdadero de las doctrinas orientales, por la razn que acabamos
de indicar, le ser indispensable para desempear su funcin; pero aquellos
que no tendrn ms que recoger el beneficio de su trabajo, y que sern el
mayor nmero podrn muy bien no tener ninguna consciencia de estas cosas,
y la influencia que recibirn de ellas, por as decir sin sospecharlo y en todo
caso por medios que se les escaparn enteramente, no ser por eso menos
real ni menos eficaz. No hemos dicho nunca otra cosa; pero hemos credo
deber repetirlo aqu tan claramente como es posible, porque, si debemosesperar no ser siempre enteramente comprendido por todos, aspiramos al
menos a que no se nos atribuyan intenciones que no son de ninguna manera
las nuestras.
Pero dejemos ahora de lado todas las anticipaciones, puesto que es el
presente estado de cosas el que debe ocuparnos sobre todo, y volvamos
todava un instante sobre las ideas de restauracin de una tradicin
occidental, tales como podemos observarlas alrededor de nosotros. Una sola
precisin bastara para mostrar que estas ideas no estn en el orden, si es
permisible expresarse as: y es que casi siempre se conciben en un espritu de
hostilidad ms o menos confesada frente al Oriente. Esos mismos que querran
apoyarse sobre el Cristianismo, es menester decirlo, estn a veces animados
por este espritu; parecen buscar ante todo descubrir oposiciones que, en
realidad, son perfectamente inexistentes; es as como hemos odo emitir esta
opinin absurda, de que, si las mismas cosas se encuentran a la vez en el
Cristianismo y en las doctrinas orientales, expresadas por una parte y por otra
bajo una forma casi idntica, no tienen sin embargo la misma significacin en
los dos casos, y que tienen incluso una significacin contraria! Aquellos queemiten semejantes afirmaciones prueban con ello que, cualesquiera que sean
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sus pretensiones, no han ido muy lejos en la comprehensin de las doctrinas
tradicionales, puesto que no han entrevisto la identidad fundamental que se
disimula bajo todas las diferencias de formas exteriores, y puesto que, all
mismo donde esta identidad deviene completamente patente, an se obstinanen desconocerla. Esos tambin, no consideran el Cristianismo mismo ms que
de una manera completamente exterior, que no podra responder a la nocin
de una verdadera doctrina tradicional, que ofrece en todos los rdenes una
sntesis completa; y es que les falta el principio, en lo cual estn afectados,
mucho ms de lo que pueden pensar, por ese espritu moderno contra el que
no obstante querran reaccionar; y, cuando les ocurre que emplean la palabra
tradicin, no la toman ciertamente en el mismo sentido que nosotros.
En la confusin mental que caracteriza a nuestra poca, se llega aaplicar indistintamente esta misma palabra tradicin a toda suerte de cosas,
frecuentemente muy insignificantes, como simples costumbres sin ningn
alcance y a veces de origen completamente reciente; hemos sealado en otra
parte un abuso del mismo gnero en lo que concierne a la palabra religin.
Es menester no fiarse de estas desviaciones del lenguaje, que traducen una
suerte de degeneracin de las ideas correspondientes; y no porque alguien se
titule de tradicionalista es seguro que sepa, siquiera imperfectamente, lo que
es la tradicin en el verdadero sentido de esta palabra. Por nuestra parte, nosnegamos absolutamente a dar este nombre a todo lo que es de orden
puramente humano; no es inoportuno declararlo expresamente cuando uno se
encuentra a cada instante, por ejemplo, una expresin como la de filosofa
tradicional. Una filosofa, incluso si es verdaderamente todo lo que puede ser,
no tiene ningn derecho a ese ttulo, porque est toda entera en el orden
racional, incluso si no niega lo que la rebasa, y porque no es ms que una
construccin edificada por individuos humanos, sin revelacin o inspiracin de
ningn tipo, o, para resumir todo eso en una sola palabra, porque es algo
esencialmente profano. Por lo dems, a pesar de todas las ilusiones en las
que algunos parecen complacerse, no es ciertamente una ciencia
completamente libresca la que puede bastar para enderezar la mentalidad
de una raza y de una poca; y para eso se precisa otra cosa que una
especulacin filosfica, que, incluso en el caso ms favorable, est condenada,
por su naturaleza misma, a permanecer completamente exterior y mucho ms
verbal que real. Para restaurar la tradicin perdida, para revivificarla
verdaderamente, es menester el contacto del espritu tradicional vivo, y, ya lo
hemos dicho, es nicamente en Oriente donde este espritu est todavaplenamente vivo; no es menos verdad que eso mismo supone ante todo, en
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Occidente, una aspiracin hacia un retorno a este espritu tradicional, aunque
no puede ser apenas ms que una simple aspiracin. Por lo dems, los pocos
movimientos de reaccin antimoderna, muy incompleta en nuestra opinin,
que se han producido hasta aqu, no pueden ms que confirmarnos en estaconviccin, ya que todo ello, que es sin duda excelente en su parte negativa y
crtica, est muy alejado no obstante de una restauracin de la verdadera
intelectualidad y no se desarrolla ms que en los lmites de un horizonte mental
bastante restringido. Sin embargo, ya es algo, en el sentido de que es el indicio
de un estado de espritu del que se habra tenido mucho trabajo en encontrar el
menor rastro hace muy pocos aos; si todos los occidentales ya no son
unnimes en su contento con el desarrollo exclusivamente material de la
civilizacin moderna, eso es quizs un signo de que, para ellos, toda esperanzade salvacin no est todava enteramente perdida.
Sea como fuere, si se supone que Occidente, de una manera cualquiera,
vuelve de nuevo a la tradicin, su oposicin con Oriente se encontrara por eso
mismo resuelta y dejara de existir, puesto que ella no ha tomado nacimiento
sino por el hecho de la desviacin occidental, y puesto que no es en realidad
ms que la oposicin del espritu tradicional y del espritu antitradicional. As,
contrariamente a lo que suponen aquellos a los que hacamos alusin hace un
instante, el retorno a la tradicin tendra, entre sus primeros resultados, hacerinmediatamente posible un entendimiento con Oriente, como ese entendimiento
es posible entre todas las civilizaciones que poseen elementos comparables o
equivalentes, y entre esas civilizaciones solamente, ya que son estos
elementos los que constituyen el nico terreno sobre el que este entendimiento
puede operarse vlidamente. El verdadero espritu tradicional, de cualquier
forma que se revista, es por todas partes y siempre el mismo en el fondo; las
formas diversas, que estn especialmente adaptadas a tales o a cuales
condiciones mentales, a tales o a cuales circunstancias de tiempo y de lugar,
no son ms que expresiones de una nica y misma verdad; pero es menester
poder colocarse en el orden de la intelectualidad pura para descubrir esta
unidad bajo su aparente multiplicidad. Por otra parte, es en este orden
intelectual donde residen los principios de los que todo el resto depende
normalmente a ttulo de consecuencias o de aplicaciones ms o menos
alejadas; as pues, es sobre estos principios donde es menester estar de
acuerdo ante todo, si debe tratarse de un entendimiento verdaderamente
profundo, puesto que eso es todo lo esencial; y, desde que se comprenden
realmente, el acuerdo se hace por s mismo. En efecto, es menester destacarque el conocimiento de los principios, que es el conocimiento por excelencia, el
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conocimiento metafsico en el verdadero sentido de esta palabra, es universal
como los principios mismos, y por tanto enteramente libre de todas las
contingencias individuales, que intervienen por el contrario necesariamente
desde que se desciende a sus aplicaciones; as, este dominio puramenteintelectual es el nico donde no hay necesidad de un esfuerzo de adaptacin
entre mentalidades diferentes. Adems, cuando se cumple un trabajo de este
orden, ya no hay ms que desarrollar los resultados para que el acuerdo en
todos los dems dominios se encuentre igualmente realizado, puesto que,
como acabamos de decirlo, es de eso de lo que depende todo directa o
indirectamente; por el contrario, el acuerdo obtenido en un dominio particular, al
margen de los principios, ser siempre eminentemente inestable y precario, y
mucho ms semejante a una combinacin diplomtica que a un verdaderoentendimiento. Por eso este entendimiento, insistimos an en ello, no puede
operarse realmente ms que por arriba, y no por abajo, y esto debe entenderse
en un doble sentido: es menester partir de lo que hay ms elevado, es decir, de
los principios, para descender gradualmente a los diversos rdenes de
aplicaciones observando siempre rigurosamente la dependencia jerrquica que
existe entre ellos; y esta obra, por su carcter mismo, no puede ser ms que la
de una lite, dando a esta palabra su acepcin ms verdadera y ms completa:
es de una lite intelectual de lo que queremos hablar exclusivamente, y, anuestros ojos, no podra haber otras, puesto que todas las distinciones sociales
exteriores carecen de importancia desde el punto de vista donde nos
colocamos.
stas pocas consideraciones pueden hacer comprender ya todo lo que
le falta a la civilizacin occidental moderna, no solamente en cuanto a la
posibilidad de un acercamiento efectivo a las civilizaciones orientales, sino
tambin en s misma, para ser una civilizacin normal y completa; por lo
dems, la verdad sea dicha, las dos cuestiones estn tan estrechamente
ligadas que no constituyen ms que una, y acabamos de dar precisamente las
razones por las que ello es as. Ahora tendremos que mostrar ms
completamente en qu consiste el espritu antitradicional, que es propiamente
el espritu moderno, y cules son las consecuencias que lleva en s mismo,
consecuencias que vemos desarrollarse con una lgica despiadada en los
acontecimientos actuales; pero, antes de llegar ah, se impone todava una
ltima reflexin. Ser resueltamente antimoderno, no es ser antioccidental,
si se puede emplear esta palabra, puesto que, al contrario, es hacer el nico
esfuerzo que sea vlido para intentar salvar a Occidente de su propiodesorden; y, por otra parte, ningn Oriental fiel a su propia tradicin puede
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considerar las cosas de diferente modo a como lo hacemos nosotros mismos;
ciertamente, hay muchos menos adversarios del Occidente como tal, lo que por
lo dems apenas tendra sentido, que del Occidente en tanto se identifica a la
civilizacin moderna. Algunos hablan hoy da de la defensa de Occidente, loque es verdaderamente singular, cuando, como lo veremos ms adelante, es
Occidente el que amenaza con sumergirlo todo y con arrastrar a la humanidad
entera en el torbellino de su actividad desordenada; singular, decimos, y
completamente injustificado, si entienden, como as parece a pesar de algunas
restricciones, que esta defensa debe dirigirse contra Oriente, ya que el
verdadero Oriente no piensa ni en atacar ni en dominar nada, y no pide ms
que su independencia y su tranquilidad, lo que, se convendr en ello, es
bastante legtimo. No obstante, la verdad es que Occidente tiene en efecto grannecesidad de ser defendido, pero nicamente contra s mismo, contra sus
propias tendencias que, si se llevan al extremo, le conducirn inevitablemente a
la ruina y a la destruccin; as pues, es ms bien reforma de Occidente lo
que sera menester decir, y esta reforma, si fuera lo que debe ser, es decir, una
verdadera restauracin tradicional, tendra como consecuencia completamente
natural un acercamiento a Oriente. Por nuestra parte, no pedimos ms que
contribuir, en la medida de nuestros medios, a la vez a esta reforma y a este
acercamiento, si no obstante hay tiempo todava, y si puede obtenerse un talresultado antes de la catstrofe final hacia la que la civilizacin marcha a
grandes pasos; pero, incluso si fuera ya demasiado tarde para evitar esta
catstrofe, el trabajo cumplido con esta intencin no sera intil, ya que, en todo
caso, servira para preparar, por lejanamente que esto sea, esa
discriminacin de la que hablbamos al comienzo, y para asegurar as la
conservacin de los elementos que debern escapar al naufragio del mundo
actual para devenir los grmenes del mundo futuro.
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Captulo III: CONOCIMIENTO Y ACCIN
Consideremos ahora, de una manera ms particular, uno de losprincipales aspectos de la oposicin que existe actualmente entre el espritu
oriental y el espritu occidental, y que, ms generalmente, es la del espritu
tradicional y del espritu antitradicional, as como lo hemos explicado. Desde un
determinado punto de vista, que, por lo dems, es uno de los ms
fundamentales, esta oposicin aparece como la de la contemplacin y de la
accin, o, para hablar ms exactamente, como la que recae sobre los lugares
respectivos que conviene atribuir a uno y al otro de estos dos trminos. En su
relacin, stos pueden considerarse de varias maneras diferentes: sonverdaderamente dos contrarios como parece pensarse lo ms frecuentemente,
o no seran ms bien dos complementarios, o no habra todava entre ellos, en
realidad, no una relacin de coordinacin, sino de subordinacin? Tales son los
diferentes aspectos de la cuestin, y estos aspectos se refieren a otros tantos
puntos de vista, por lo dems de importancia muy desigual, pero de los que
cada uno puede justificarse bajo algunos aspectos y corresponde a un
determinado orden de realidad.
Primero, el punto de vista ms superficial, el ms exterior de todos, es elque consiste en oponer pura y simplemente la una a la otra, la contemplacin y
la accin, como dos contrarios en el sentido propio de esta palabra. La
oposicin, en efecto, existe en las apariencias, eso es incontestable; y, no
obstante, si fuera absolutamente irreductible, habra una incompatibilidad
completa entre contemplacin y accin, que as jams podran encontrarse
reunidas. Ahora bien, de hecho no es as; no hay, al menos en los casos
normales, pueblo, y ni siquiera quizs individuo, que pueda ser exclusivamente
contemplativo o exclusivamente activo. Lo que es verdad, es que hay ah dos
tendencias de las cuales una o la otra domina casi necesariamente, de tal
suerte que el desarrollo de una parece efectuarse en detrimento de la otra, por
la simple razn de que la actividad humana, entendida en su sentido ms
general, no puede ejercerse igualmente y a la vez en todos los dominios y en
todas las direcciones. Eso es lo que da la apariencia de una oposicin: pero
debe haber una conciliacin posible entre estos contrarios o supuestos tales; y,
por lo dems, se podra decir otro tanto para todos los contrarios, que dejan de
ser tales desde que, para considerarlos, uno se eleva por encima de un
determinado nivel, aquel donde su oposicin mantiene toda su realidad. Quiendice oposicin o contraste dice, por eso mismo, desarmona o desequilibrio, es
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decir, algo que, ya lo hemos indicado suficientemente, no puede existir ms
que desde un punto de vista relativo, particular y limitado.
Por consiguiente, al considerar la contemplacin y la accin como
complementarios, uno se coloca en un punto de vista ya ms profundo y msverdadero que el precedente, dado que la oposicin se encuentra ah
conciliada y resuelta, puesto que estos dos trminos se equilibran en cierto
modo el uno por el otro. Se tratara entonces, parece, de dos elementos
igualmente necesarios, que se completan y se apoyan mutuamente, y que
constituyen la doble actividad, interior y exterior, de un solo y mismo ser, ya sea
que cada hombre se tome en particular o ya sea que la humanidad se
considere colectivamente. Esta concepcin es ciertamente ms armoniosa y
ms satisfactoria que la primera; no obstante, si uno se atuvieraexclusivamente a ella, se estara tentado, en virtud de la correlacin as
establecida, a colocar sobre el mismo plano la contemplacin y la accin, de
modo que no habra ms que esforzarse en mantener tanto como fuera posible
el equilibrio igual entre ellas, sin plantearse jams la cuestin de una
superioridad cualquiera de una en relacin a la otra; y lo que muestra bien que
tal punto de vista es todava insuficiente, es que esta cuestin de la
superioridad se plantea por el contrario efectivamente y se ha planteado
siempre, cualquiera que sea el sentido en el que se haya querido resolverla.Por otro lado, la cuestin que importa a este respecto, no es la de un
predominio de hecho, que es, sobre todo, asunto de temperamento o de raza,
sino la de lo que se podra llamar un predominio de derecho; y las dos cosas no
estn ligadas ms que hasta cierto punto. Sin duda, el reconocimiento de la
superioridad de una de las dos tendencias incitar a desarrollarla lo ms
posible, con preferencia a la otra; pero, en la aplicacin, no por eso es menos
cierto que el lugar que tendrn la contemplacin y la accin en el conjunto de la
vida de un hombre o de un pueblo resultar siempre en gran parte de la
naturaleza propia de ste, ya que ah es necesario tener en cuenta las
posibilidades particulares de cada uno. Es manifiesto que la aptitud para la
contemplacin esta ms extendida y ms generalmente desarrollada entre los
orientales; probablemente no hay ningn pas donde lo est tanto como en la
India, y por eso sta puede ser considerada como representando por
excelencia lo que hemos llamado el espritu oriental. Por el contrario, es
incontestable que, de una manera general, la aptitud para la accin, o la
tendencia que resulta de esta aptitu