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1 DESIGUALDAD Y GLOBALIZACION. Manfred Nolte Los líderes del G20 acaban de reunirse en Hangzhou, China, durante los días 4 y 5 de Setiembre. Se trata de los 20 países que aglutinan el poder económico mundial, representando en conjunto un 85% del PIB, y dos tercios de la población del Planeta. Sin ser miembro del Club, España tiene el estatus de ‘invitado permanente’ a las mismas. El G20 carece de funciones ejecutivas pero, al fin y al cabo, si los poderosos del planeta se juntan para cambiar impresiones, algo queda tras manifestaciones y comunicados, la estela de un posible deseo, de una recomendación no vinculante, que arroja luz sobre la situación y objetivos vigentes en el panorama económico mundial. Por algo se autoproclama ‘el foro por excelencia de la cooperación internacional. En realidad, la cumbre ha recibido escasa cobertura por parte de los medios y de los analistas económicos. Los 48 párrafos del Comunicado y sus docenas de anexos ha sido despachados por los canales de información como la habitual retahíla de buenos deseos generalistas y sin un calendario creíble de implementación. La cumbre de Hangzhou ha dicho cosas importantes. Además de las manifestaciones rutinarias de los políticos de turno, el comunicado declara no estar satisfecho con el ritmo de crecimiento económico mundial ni de sus perspectivas inmediatas. E identifica los principios que conllevarían un desenvolvimiento mejor del sistema lanzado un alegato hacia la inclusión, un concepto moralizante de hondas implicaciones en la hora actual de la humanidad. Por inclusión entienden los dirigentes de Hangzhou, un crecimiento económico que sirva a las necesidades de todos beneficiando a la totalidad de países conteniendo al conjunto de las personas, en particular las mujeres, los jóvenes y los grupos desfavorecidos, generando más puestos de trabajo de calidad, encarando las desigualdades y erradicando la pobreza de tal

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DESIGUALDAD Y GLOBALIZACION.

Manfred Nolte Los líderes del G20 acaban de reunirse en Hangzhou, China, durante los días 4 y 5 de Setiembre. Se trata de los 20 países que aglutinan el poder económico mundial, representando en conjunto un 85% del PIB, y dos tercios de la población del Planeta. Sin ser miembro del Club, España tiene el estatus de ‘invitado permanente’ a las mismas. El G20 carece de funciones ejecutivas pero, al fin y al cabo, si los poderosos del planeta se juntan para cambiar impresiones, algo queda tras manifestaciones y comunicados, la estela de un posible deseo, de una recomendación no vinculante, que arroja luz sobre la situación y objetivos vigentes en el panorama económico mundial. Por algo se autoproclama ‘el foro por excelencia de la cooperación internacional. En realidad, la cumbre ha recibido escasa cobertura por parte de los medios y de los analistas económicos. Los 48 párrafos del Comunicado y sus docenas de anexos ha sido despachados por los canales de información como la habitual retahíla de buenos deseos generalistas y sin un calendario creíble de implementación. La cumbre de Hangzhou ha dicho cosas importantes. Además de las manifestaciones rutinarias de los políticos de turno, el comunicado declara no estar satisfecho con el ritmo de crecimiento económico mundial ni de sus perspectivas inmediatas. E identifica los principios que conllevarían un desenvolvimiento mejor del sistema lanzado un alegato hacia la inclusión, un concepto moralizante de hondas implicaciones en la hora actual de la humanidad. Por inclusión entienden los dirigentes de Hangzhou, un crecimiento económico que sirva a las necesidades de todos beneficiando a la totalidad de países conteniendo al conjunto de las personas, en particular las mujeres, los jóvenes y los grupos desfavorecidos, generando más puestos de trabajo de calidad, encarando las desigualdades y erradicando la pobreza de tal

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manera que nadie quede atrás. Con esta proclama, el G20 asume la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible de Naciones Unidas, la Agenda AAA (Acción Adís Abeba) y el Acuerdo de Paris. Las palabras ‘inclusión’ e ‘inclusivo’ aparecen 30 veces entre las 7.000 de la Declaración final. Hace dos años en la cumbre del G20 de Brisbane solamente merecieron tres menciones. La inclusión, según la declaración de Hangzhou, debe ir de la mano del convencimiento de que la globalización debe funcionar mejor y para mucha más gente. Los líderes de las 20 economías más poderosas del globo sugieren que es necesario ‘civilizar al capitalismo’ –como ha expresado el primer ministro australiano Malcom Turnbull, un ex-banquero de Goldman Sachs- si quieren superar el creciente escepticismo y aplacar el descontento en torno a los beneficios derivados del libre comercio y de la globalización. Christine Lagarde, Directora del Fondo Monetario Internacional declaró al término de la reunión que “el crecimiento ha sido demasiado bajo, para demasiadas pocas personas” y que es necesario identificar mejor los beneficios del comercio para responder a las violentas reacciones populistas contra la globalización. Frustrados por años de redistribución adversa de la renta hacia las grandes fortunas, los movimientos anti sistema capitalizan estos sentimientos de enfado e insatisfacción del electorado. En casos concretos se vuelven contra terceros países y en muchos contra personas, los emigrantes, fomentando con vehemencia sentimientos de xenofobia e involución comercial. Sea como fuere, la marea de la globalización está bajando y con ella aumenta la polarización de el retorno a lo domestico, a lo nacional. En su análisis titulado ‘¿Porqué se ha detenido el crecimiento?, Poca liberalización y mucha micro-protección’, el ‘Instituto Peterson’ muestra que el ratio de comercio mundial a PIB no progresa desde 2008. Otro informe del ‘Global Trade Alert’ recoge datos preocupantes, escasamente conocidos: los movimientos proteccionistas en 2015 suponen un aumento del 50% en relación a 2014; las políticas dañinas para los intereses comerciales extranjeros fueren tres veces mayores que las medidas de liberalización; los miembros del G20 fueron responsables del 81% de las medidas proteccionistas implementadas en 2015. Estas cifras señalan que el ímpetu hacia la integración económica se ha paralizado y en ciertos casos se ha revertido. La conclusión es que la Globalización no es en la actualidad la panacea interpretativa del crecimiento mundial. Es lógico que el G20 se sienta amenazado por esta parálisis, máxime cuando, como se ha citado, sus miembros han sido responsables del 81% de las medidas proteccionistas implementadas en 2015. Y es lógico, y apremiante, que el G20 haya considerado que el retorno a la prosperidad, si hay que dar la vuelta a la gran espiral proteccionista, pasa por mejorar las perspectivas de muchos y no solamente de algunos. Pero ha sido necesario el auge de los populismos para que G20 se haya percatado de la reversión del movimiento globalizador. Identificar el problema, sin embargo, es sustancialmente más fácil que resolverlo. La tarea pendiente reside, en primera instancia, en reducir las desigualdades en el seno de los países ricos, sin ceder a los beneficios generales que puede implicar una globalización justa e inteligente. Gracias a la explosión de los países emergentes, la globalización ha producido la primera gran caída de la desigualdad desde la revolución industrial. Paradójicamente no hay signo

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alguno de populismo en este tipo de países. Simultáneamente, sin embargo, la renta de las clases medias en los países occidentales se ha congelado desde la ultima crisis. Ahora bien, las políticas de proteccionismo comercial y de limites estrictos a la emigración producen mas daño que beneficio. La protección de cualquier sector expuesto a la competencia internacional tiende a reducir la eficiencia y redistribuye los inconvenientes hacia otros espacios. El comercio, ha repetido Cristina Lagarde, es una parte vital de la solución y no el culpable de los problemas mundiales. “El comercio es un motor crítico del crecimiento”. La globalización del comercio, la tecnología y los movimientos migratorios constituyen desafíos amplísimos y no existe soluciones universales. La respuesta a los limites de la globalización deben comenzar en la casa de cada cual. Paliar las desigualdades significa un reto nacional. En occidente ‘desarrollo inclusivo’ significa algo muy matizado: distribuir más renta y riqueza con las personas situadas al fondo de la escala, aunque se encuentre en una situación objetiva asumible para estándares globales. Aquí entran en juego la movilidad de los mercados de capitales, la deslocalización de los servicios y el imparable progreso de la automatización y de la robotización. Hangzhou ha puesto el dedo en la llaga. Otra cosa es sanarla.