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3 VERÓNICAS Iu Ruiz Tell

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Detrás de una primera impresión siempre hay algo más. Verónica no sabía cómo era realmente su cita, igual que su cita no sabía realmente cómo era Verónica.

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3 VERÓNICASIu Ruiz Tell

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Verónica número 1

- Ya he pagado lo mío – dijo el chico cuando Verónica volvió del baño.

Ella no entendía nada, de acuerdo que no tenía por qué invitarla, pero al menos podía haberse esperado a que volviera. Era como si el chaval tu-viera ganas de irse lo antes posible y huir de una mujer que le imponía, que había conseguido asustarle.

Alejandro creía que Verónica sería un objetivo fácil, una chica más en su lista de mujeres superficiales con las que se había acostado, pero la juz-gó mal, no era una mojigata que se abría de piernas y se dejaba penetrar como un saco de patatas. No se había dado cuenta de ello el día que la conoció. Estaban trabajando como azafatas, él como azafato, en una pro-moción de una bebida alcohólica en una discoteca de Barcelona. Al llevar uniforme y al ser cordial con los fiesteros, se pensó que Verónica era una chica modosita a la que podría conquistar con las clásicas tácticas de li-gue. Y no le fue mal del todo, ya que había conseguido una primera cita.

- ¿Y cuántas relaciones has tenido? – le preguntó después de darle un primer sorbo a la cerveza.

- ¿Relaciones de salir? ¿O relaciones de rollo? – él contestó que de am-bos tipos – Pues no lo sé. De salir una, pero de las otras… Depende de si me apetece o no estar con un chico, y si me gusta, ¿y tú?

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Se quedó mudo, no sabía qué contestar. Nunca había salido con alguien pese a tener 23 años y había ido de rollo en rollo desde que perdiera la virginidad con su vecina de enfrente de la residencia de estudiantes. Qui-zás se había acostado con quince chicas a lo largo de su vida, pero habían sido sólo quince polvos, veinte si contaba las noches en que había repe-tido, así que tampoco tenía una gran experiencia. Tenía la sensación que Verónica había estado con muchos más y, vestida normal, sin el uniforme del trabajo, parecía una chica con carácter, que sabía lo que quería y que disfrutaba del sexo. No se veía capaz de darle lo que buscaba y es que no tenía mucho que ofrecer.

- ¿Te da miedo contestar?

- Es que nunca he salido con nadie en serio. No puedo enamorarme de cualquiera, y estar por estar…

A Verónica, en un principio, esto le pareció tierno, pero a medida que trans-curría la conversación Alejandro fue perdiendo puntos. Apenas había sa-lido de fiesta, nunca había probado la marihuana y no le había mirado las tetas en las tres horas que se habían pasado hablando. No es que tuviera que mirarle el escote en todo momento, pero no se había encontrado con ningún chico que, al menos en un momento concreto, hubiera desviado su mirada un poco más abajo. Al menos de esta manera hubiera sabido que la deseaba.

“Será gay, o virgen, o tendrá muy poca experiencia”, pensó. Verónica pagó la cuenta de los dos mojitos que había tomado. Él no hizo ningún gesto por sacar la cartera y pagar. “No ha querido ni emborracharme”. Sacó el billete, tomó el cambio y salieron del local.

No sabía si había sido la peor cita de su historia, pero seguramente estaba en el top cinco. El chico no había parado de hacerle preguntas, en ningún momento la tocó, ni la acarició, ni le mostró ninguna señal de interés. Ve-rónica se aburrió. Fue como esas tardes de domingo en el salón después de una noche de fiesta y en la que no hacían ninguna película decente y sus compañeros se habían ido a pasar la tarde fuera.

Llegaron a la parada del autobús y allí se despidieron.

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- Bueno… – dijo él – Ha estado bien.

Ella flipaba.

El chico se acercó a ella, le dio dos besos y se fue, dejándola sentada en la parada, esperando el bus. “No sé si la peor cita de la historia, pero si el tío más raro”. Tuvo que estar esperando diez minutos antes de que llegara el N6. Le dio tiempo a ver los mensajes que había recibido mientras. No había nada destacable, sólo el de un ex - compañero de piso que se había enamorado de él y que le mandaba una fotografía desde el Row para mos-trarle que era tan guay que había ido a su sitio favorita sin ella.

Pasó de contestar y buscó en la agenda a dos de las personas que sabían que la comprenderían. Edu, su primo, e Ian, el loco que vivía con ella. Les escribió lo mismo:“Menuda mierda de cita. Creo que se ha asustado”.

Sacó la T-10, marcó el viaje y se sentó.

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Verónica número 2

Ian se estaba tomando una copa de whisky con los pies apoyados en la ventana y fumando un cigarrillo aliñado cuando le dijo que podía pasar a su habitación.

- ¿Ya te estás colocando? – preguntó Verónica.

- Ya sabes que de vez en cuando me gusta escribir colocado. Luego tengo que corregirlo un par de veces, pero lo que escribo es más sincero.

Verónica se sentó en la cama mientras él acababa su ritual. Los Rolling so-naban desde su portátil. Siempre ponía clásicos del rock mientras redac-taba. Supo que estaba empezando una nueva historia porque la botella de whisky aún estaba casi llena.

- ¿Me vas a contar qué sucedió con el chico de ayer? He leído tu mensaje a primera hora.

No sabía por dónde empezar. Estaba nerviosa. Por un lado siempre había podido confiar en su compañero pero, por el otro, siempre le había dado respeto ya que no sabía cuál sería su respuesta. Al final le explicó la his-toria y el primer comentario de Ian fue el que se había imaginado, parecía que le conocía más de lo que se pensaba.

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- Este tío es gilipollas… – hubo un pequeño silencio – ¿No te ha dicho nada aún? Gesticuló “no” con la cabeza.

- Es gilipollas. No le des más vueltas, no te merece. Es tonto. ¿Qué ha dicho tu primo?

- Aún no he hablado con él.

- Te dirá lo mismo que yo, o te dirá que es marica.

Dejó la copa a un lado, apagó el cigarrillo y le preguntó cómo estaba pese a saber la respuesta. Verónica estaba decepcionada, cansada. Hacía tiem-po que estaba sin pareja y estaba harta que todos los tíos que había cono-cido desde que llegara a Barcelona la decepcionaran. No lloró, pero podría haberlo hecho. Todos querían acostarse con ella, pero nadie la aceptaba tal y cómo era para una relación estable. No pedía un tío que le siguiera el rollo, ni un chico que fuera el más guapo, el más rico o el más molón, sólo quería alguien con quien se pudiera complementar, un amor incondicional sin preguntas, digno de recordar y que no se pudiera describir. Su compa-ñero se lió un nuevo cigarrillo a la vez que pensaba. La habitación estuvo en silencio unos segundos.

- Podría ser peor, siempre puede ser peor – dijo tomando la primera cala-da – ¿Quieres?

Le alargó el pitillo y Verónica aspiró, incluso chupó un poco. Le sentó bien. La maría era un buen analgésico para el dolor espiritual. Se hubiese servi-do una copa pero a ella no le gustaba el whisky. Pensó en que le apetecía un buen cocktail o un buen vodka con 7Up. También quería salir de fiesta, decidió que el fin de semana saldría.

Ian sonrió mientras la veía pensativa. Se había dado cuenta de que estaba más animada.

- ¿Sabes una cosa? Me gustaría volver a quedar con él para saber si era virgen, o gay. ¿Cómo no puede gustarle este cuerpo?

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Los dos se pusieron a reír después que Verónica pasara sus manos por sus pechos, su cintura y su culo. Era una chica atractiva, una rubia des-pampanante que fuera donde fuera era imposible de no mirar. Juanma, su otro compañero, pese a ser gay, no podía evitar mirarle el culo cuando la veía agachada.

De repente, Ian se levantó y le dijo: “vamos”. Llamó a la habitación de Juanma y lo apresuró a que se pusiera las deportivas. Verónica sabía que Ian de vez en cuando tenía estos arrebatos de impulsividad, pero nunca había visto ninguno en vivo hasta ese momento.

Salieron disparados de casa en dirección al metro, subieron al vagón cuan-do el transporte llegó y bajaron en la Barceloneta. “¿Dónde vamos?”, pre-guntaban. Ian no decía nada, sólo guiaba. Se metieron en unos callejones que había cerca del paseo y entraron en un antro donde servían champag-ne y bocadillos baratos.

- Vamos a ahogar las penas.

Perdieron la cuenta de las botellas que se habían tomado, lo que no per-dían era el hilo de las historias y las anécdotas que contaban. Verónica creía que conocía bien a sus dos compañeros, pero vio que no era así. Juanma había huido de Madrid no por vivir una experiencia nueva, sino por desamor. Había querido a alguien con todas sus fuerzas y lo había perdido sólo por dejarse llevar por su polla y el atractivo físico de otros hombres. Brindaron para que pudiera dejar atrás sus malos recuerdos.

El caso de Ian también era dramático, seguía enamorado del ideal de su ex. Ella se había ido de la ciudad después que el padre muriera. Tenía la esperanza de encontrar a alguien como aquella chica, por eso se había acostado con todas las mujeres con las que había tenido ocasión, tratan-do de encontrar el amor de su vida, pero no lo conseguía. Aún así, seguía intentándolo. Brindaron para que al final tuviera suerte.

Después de escuchar las historias de sus dos amigos, Verónica decidió confesarse y contarles la suya.

- Me pillé de un italiano. Era muy guapo, muy buen tío, inteligente, pero le gustaban demasiado las mujeres. No quería darme cuenta de nada cuan-

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do estaba con él y, cuando lo dejamos, le pregunté si me había puesto los cuernos alguna vez. Me juró y perjuró que no, pero nunca he podido creér-melo.

Una lágrima se deslizó por la mejilla de Verónica al acabar de pronunciar esas palabras. Juanma se acercó a ella para abrazarla mientras su otro compañero llenaba de nuevo las copas.

Brindaron por ella, por cómo era. Todo lo demás, en ese momento, era secundario.

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Verónica número 3

Se despertó con un gran dolor de cabeza. No estaba acostumbrada a beber champagne y había quedado bastante aturdida. Se levantó de la cama, se puso lo primero que encontró y se dirigió al salón. De camino vio que Juanma había colocado un fonendoscopio en el pomo de la puerta de su habitación, parecía que había triunfado esa noche. Su otro compañero tenía la música a tope, pensó que debía estar escribiendo.

Cogió un bote de humus de la nevera y algo de pan mientras miraba el móvil. El chico no le había escrito. “¿De verdad se asustó?”. Encendió la televisión pero cambiaba de canal sin parar ya que nada la convencía.

- ¡Me aburro! – dijo en voz alta.

Pero nadie la oyó, sus dos amigos estaban haciendo otras cosas y no po-dían socorrerla. Miró la agenda de su teléfono y se pensó si escribir o no a su primo. Al final lo hizo y quedaron en un bar de cocktails del Gótic.

- ¡Joder prima! ¡Qué mala cara! ¿Saliste y no me dijiste nada?

- Fue improvisado, no me dio ni tiempo de coger el teléfono.

Su primo Edu era un chico delgado, atractivo y con mucha pluma, pero sin llegar al extremo de travestirse. Lo único que llevaba de mujer era un bolso enorme donde tenía sus cremas. Se habían encontrado en Jaume I

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y nada más verse se dieron un fuerte abrazo. La estima que se tenían era fraternal.

- Prima, ese tío era marica perdido, te lo digo yo. A ver, enséñame una foto – Verónica sacó el móvil y le mostró la fotografía del WhatsApp – Lo que yo decía, maricón total. Aunque es guapo, me lo podrías presentar.

- ¡Qué tonto eres!

Pasaron toda la tarde contándose las anécdotas más recientes. Edu le contó sus últimos ligues y las últimas discusiones que había tenido con su jefa. Verónica, por el contrario, se lamentaba de su sequía sexual, llevaba más de un mes. No hubiese sido tan grave si después de quedar con un chico, éste no la hubiera dejado plantada porque prefería ver un partido del Mundial de futbol.

- ¡Dichosos los ojos! – exclamó Verónica al ver a Juanma sentarse en la mesa más cercana del local – ¿Qué haces aquí? ¿No estabas…? Ya sa-bes.

- Ya no podíamos más y hemos decidido salir a tomar algo.

De repente apareció Ian y les saludó.

- ¿Qué haces aquí, Vero?

La chica se quedó blanca. - ¿Vosotros dos…? ¿Habéis…?

- ¿¡Qué dices, loca!? – gritó Ian – Él está con su pareja y yo estoy con la mía. Han ido al baño. ¿Y tú dónde has dejado al tuyo?

Verónica no se acordaba de nada. Lo último que recordaba es que habían ido a la playa y se habían bañado en ropa interior. Después fueron a un local barato del centro, cenaron, tomaron un par de copas y se fueron de fiesta. Lo habían dado todo en la discoteca. Verónica había bailado en el pódium y se había enrollado con un chico guapo, el tipo de tío al que deno-minaba “buenorro”. Pero, de repente, había visto algo que la había hecho

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enfadar y volvió hacia casa.

- ¿Qué te pasa, prima? – preguntó su primo.

Alejandro, el chico con el que había quedado la otra noche se acercó a la mesa y besó a Juanma. Su primo alucinaba, Ian no sabía qué coño es-taba pasando, y Juanma presentó a su rollo a Verónica sin saber que ya se conocían. Se hizo un silencio sepulcral hasta que ella cogió lo que le quedaba del combinado, lo tiró en la cara de Alejandro y se fue corriendo. Intentaron reaccionar, pero Edu les frenó.

¿Cómo podía ser tan tonta? Era obvio que era gay, en su cita había habido diferentes señales pero las ignoró. De camino a casa empezaron a venir-le flashes de la noche. Mientras estaba bailando había visto que Juanma bailaba con un chico que le sonaba de algo pero no supo quién era hasta que le vio la cara. Cuando lo hizo tuvo un arrebato de indignación y decidió volver a casa.

Se sentía estúpida por no acordarse de nada. Había hecho el ridículo y no podía soportarlo. ¿Se estarían riendo de ella? ¿Sería objeto de burla? ¿Pensarían que era la típica rubia tonta? Llegó al piso, salió al balcón y se derrumbó, una lágrima tras otra salía de sus ojos y no podía parar de llorar.

- ¿Un clínex? – preguntó una voz desde su derecha.

Verónica miró sorprendida, era uno de sus compañeros y amigos. Él le dio un beso en la cabeza, como si de un padre protector se tratara y la rodeó con su brazo izquierdo.

- ¿Y tu ligue?

- No lo sé, me he ido sin decirle adiós a la que tu primo se ha distraído. Ya lo superará. Una amiga verdadera lo es para siempre, una chica que acabas de conocer, no.

- ¿Y Juanma? – preguntó ya más tranquila y sin llorar.

- Está en la entrada, hecho polvo. No sabía que era el chico con el que ha-bías quedado antes de ayer. Ha sido gracioso, le ha metido un puñetazo.

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Y se ve que era sumiso y virgen por detrás. Imagínate, con un ojo morado y con el culo reventado, le ha sido doloroso salir del armario.

La chica volvió a llorar, pero esta vez de risa. El tono irónico de Ian a veces la sacaba de quicio, pero esta vez consiguió relajarla a base de carcaja-das.

- ¿Por qué no tengo suerte?

No obtuvo respuesta a su pregunta, Ian simplemente sonrió y sacó su pi-tillera para liarse un peta. Desmenuzó la hierba, hizo una boquilla con un billete de metro, mezcló el tabaco con la maría, lo lió y gritó:

- ¡JUANMAAA! ¡YA!

Su otro compañero salió al balcón y le pidió mil disculpas a Verónica. Ella las aceptó y le dio un fuerte abrazo, lo quería demasiado para enfadarse con él por algo que no sabía.

- ¿Un canutito? – preguntó Ian.

Los dos asintieron mientras su compañero encendía el cigarro aliñado y le daba la primera calada. Luego se lo pasaría y seguirían la norma de las dos caladas. Primero Juanma y después Verónica.

- ¿Sabes por qué no tienes suerte? – dijo Ian cuando le volvió el cigarrillo a las manos.

- No…

- Porque hay tres Verónicas. La primera es una rubia despampanante, espectacular, la típica chica que dices, “¡uoh, qué pibón!”, y que la mayoría de chicos sólo piensan en follarse o lo mucho que desearían follársela ya que no pueden aspirar a tanto. La segunda es la Verónica emocional, una chica tierna y cariñosa que es una buena persona, una gran amiga, pero que muchos desconocen porque no ven más allá de sus tetas y de su culo. Y luego está la tercera, la Verónica ambiciosa, una chica que sabe lo que quiere y a quien quiere, y por mucho que intenten seducirla, si el tío no es auténtico, nunca la conseguirá.

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Las palabras de su amigo la dejaron sin habla y la emocionaron. Se quedó con la boquiabierta. Él le puso el pitillo en la boca y fue a la cocina a por tres vasos, la botella de vodka y la de 7up. Había un motivo para brindar: la verdadera amistad.

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