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3. PROGRESO INDUSTRIAL E INMOVILISMO AGRARIO 3.1. LOS CAMBIOS DEMOGRÁFICOS Lo que los demógrafos llaman «segunda revolución demográfica» es decir, el límite voluntario de hombres y mujeres en edad de procreación a su capacidad y fecundidad natalista, consecuencia muy generalizada de la mejora en la condiciones económicas y progresos de la higiene, alimentación y cuidados médicos, encuentra eco tardío en España con relación a los demás países europeos, a pe- sar de haberse iniciado brotes significativos entre 1866-76. Hasta 1914, según N adal, la natalidad es- pañola no entró en el círculo de la natalidad europea. La tasa de mortalidad lo había hecho desde 1907. ( ... ) Desde el censo de 1857 al de 1897, es decir, durante cuarenta años, la población española ha aumentado 2,6 millones de habitantes, con una tasa media anual de 0,4. (La población pasa de 15,6 millones en 1860 a 18,5 millones en 1900). Entre 1897 y 1930, la población aumenta en 5,6 millones de personas, con un crecimiento anual doble del anterior, el 0,86 por 100. (Crece de 18,5 millones en 1900 a 23,5 en 1930). Las diezmadas pirámides de población que nos mostraban el perfil tan endeble y obligadamente austero de los habitantes residentes en la Península hasta 1900, no se entenderían con sólo considerar aspec to s de pérdidas militares, coloniales y epidémicas. El crecimiento de la población por un lado y las dificultades en la mejora de la producción y de la distribución de la renta nacional, obligaban a una ingente cantidad de españoles a intentar en cualquier momento después de los trece-catorce años, sobre todo si era varón, pero también a muchas mujeres, la búsqueda de mejores condiciones de trabajo bien en el territorio metropolitano, hacia las zonas y las ciudades industrializadas, bien hacia las repúblicas iberoamericanas (Argentina, Brasil, etc.), el Norte de Africa, Francia, etc. ( ... ) Puede afirmarse sin gran desviación que más de tres millones emigraron entre 1890 y 1930, alrededor de dos millones retornaron, y que un saldo neto negativo de emigración inmediato al millón y medio fue su resultado. Paralelamente, por lo menos, otros tres millones de habitantes practicaron migra- ciones internas entre 1900 y 1930. ( ... ) El crecimiento demográfico limitado del siglo XIX y el más amplio del siglo XX , hasta 1930, produce consecuencias importantes en la distribución regional y en el tamaño de los municipios. Des- de aproximadamente 1877, el crecimiento de las zonas urbanas o municipios que reúnen más de diez mil habitantes ( ... ) es muy superior a la media nacional. ( ... ) Los problemas de vivienda e infraes- tructura urbana serán un denominador común, junto a su modernización global, en las ciudades es- pañolas. Madrid y Barcelona reciben el apoyo del Estado para sus planes de «ensanche», así como también Bilbao y San Sebastián, que se han desarrollado al convertirse las dos provincias en el «hin- terland» de la industria siderometalúrgica más importante del país. Estos cuatro planes de ensanche, junto con los proyectos y realizaciones privadas que alrededor de ellos van a irse acumulando (por ejemplo: la ciudad lineal), hicieron de estas cuatro ciudades zonas urbanísticas que marcan un «mo- mento culminante del urbanismo español del siglo XIX». Martínez Cuadrado, M.: op. cit., 79-122. 3.2. AGRICULTURA: TRANSFORMACIONES Y ARCAÍSMO Especialización agrícola Después de 1877, España, como había sucedido durante el siglo XV I II , vol vía a depen der de la im portancia del grano del extranjero. Los campos de trigo comenzaban a dar paso a los viñedos y en la región del sur de Madrid donde el clima lo permitía, los olivares. También se e xtendie r on las plantaciones de frutales, especial mente donde la irrigación existía con anterioridad, como en la ve- gas de la España mediterránea, o donde se habían introducido recientemente, como en el oeste de 264

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Page 1: 3. PROGRESO INDUSTRIAL E INMOVILISMO AGRARIO · 2009-12-02 · 3. PROGRESO INDUSTRIAL E INMOVILISMO AGRARIO . 3.1. LOS CAMBIOS DEMOGRÁFICOS . Lo que los demógrafos llaman «segunda

3. PROGRESO INDUSTRIAL E INMOVILISMO AGRARIO

3.1. LOS CAMBIOS DEMOGRÁFICOS

Lo que los demógrafos llaman «segunda revolución demográfica» es decir, el límite voluntario de hombres y mujeres en edad de procreación a su capacidad y fecundidad natalista, consecuencia muy generalizada de la mejora en la condiciones económicas y progresos de la higiene, alimentación y cuidados médicos, encuentra eco tardío en España con relación a los demás países europeos, a pe­sar de haberse iniciado brotes significativos entre 1866-76. Hasta 1914, según Nadal, la natalidad es­pañola no entró en el círculo de la natalidad europea. La tasa de mortalidad lo había hecho desde 1907. ( ... )

Desde el censo de 1857 al de 1897, es decir, durante cuarenta años, la población española ha aumentado 2,6 millones de habitantes, con una tasa media anual de 0,4. (La población pasa de 15,6 millones en 1860 a 18,5 millones en 1900). Entre 1897 y 1930, la población aumenta en 5,6 millones de personas, con un crecimiento anual doble del anterior, el 0,86 por 100. (Crece de 18,5 millones en 1900 a 23,5 en 1930).

Las diezmadas pirámides de población que nos mostraban el perfil tan endeble y obligadamente austero de los habitantes residentes en la Península hasta 1900, no se entenderían con sólo considerar aspectos de pérdidas militares, coloniales y epidémicas. El crecimiento de la población por un lado y las dificultades en la mejora de la producción y de la distribución de la renta nacional, obligaban a una ingente cantidad de españoles a intentar en cualquier momento después de los trece-catorce años, sobre todo si era varón, pero también a muchas mujeres, la búsqueda de mejores condiciones de trabajo bien en el territorio metropolitano, hacia las zonas y las ciudades industrializadas, bien hacia las repúblicas iberoamericanas (Argentina, Brasil, etc.), el Norte de Africa, Francia, etc. ( ... ) Puede afirmarse sin gran desviación que más de tres millones emigraron entre 1890 y 1930, alrededor de dos millones retornaron, y que un saldo neto negativo de emigración inmediato al millón y medio fue su resultado. Paralelamente, por lo menos, otros tres millones de habitantes practicaron migra­ciones internas entre 1900 y 1930. ( ... )

El crecimiento demográfico limitado del siglo XIX y el más amplio del siglo XX, hasta 1930, produce consecuencias importantes en la distribución regional y en el tamaño de los municipios. Des­de aproximadamente 1877, el crecimiento de las zonas urbanas o municipios que reúnen más de diez mil habitantes ( ... ) es muy superior a la media nacional. ( ... ) Los problemas de vivienda e infraes­tructura urbana serán un denominador común, junto a su modernización global, en las ciudades es­pañolas. Madrid y Barcelona reciben el apoyo del Estado para sus planes de «ensanche», así como también Bilbao y San Sebastián, que se han desarrollado al convertirse las dos provincias en el «hin­terland» de la industria siderometalúrgica más importante del país. Estos cuatro planes de ensanche, junto con los proyectos y realizaciones privadas que alrededor de ellos van a irse acumulando (por ejemplo: la ciudad lineal), hicieron de estas cuatro ciudades zonas urbanísticas que marcan un «mo­mento culminante del urbanismo español del siglo XIX».

Martínez Cuadrado, M.: op. cit., 79-122.

3.2. AGRICULTURA: TRANSFORMACIONES Y ARCAÍSMO

Especialización agrícola

Después de 1877, España, como había sucedido durante el siglo XVIII , volvía a depender de la importancia del grano del extranjero. Los campos de trigo comenzaban a dar paso a los viñedos y en la región del sur de Madrid donde el clima lo permitía, los olivares. También se extendieron las plantaciones de frutales, especialmente donde la irrigación existía con anterioridad, como en la ve­gas de la España mediterránea, o donde se habían introducido recientemente, como en el oeste de

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Cataluña a la que el Canal de U rgel dio vida. Tras la pérdida de Cuba en 1898, la remolacha azu­carera llegó a convertirse en otra importante cosecha para el mercado especialmente en la zona co­lindante a los Pirineos, en Granada, y en menor medida, en la meseta central. El vino común, el acei­te de oliva sin refinar y las naranjas eran los productos agrícolas que más se exportaban.

El efecto de esta especialización fue el de proporcionar nuevas fuentes de ingresos a los propie­tarios de las tierras. En la España árida quienes más se beneficiaron fueron los terratenientes, pues los típicos pequeños propietarios o siguieron casi tan marginados como antes o se convirtieron en jornaleros de los olivares y trigales del rico propietario. Estos últimos, «los señoritos», se trasladaron a las ciudades, dejando sus tierras a cargo de los capataces y volviendo sólo ocasionalmente para ca­zar o descansar. ( ... )

La evolución de la agricultura siguió la tendencia de aumentar la diferencia entre el centro y la periferia.

Herr, R.: Ensayo histórico de la España Contemporánea, págs. 172-173.

Continuismo del sistema de propiedad: latifundismo y jornalerismo

Quisiera esbozar sumariamente algunos de los grandes problemas que el fracaso de las transfor­maciones agrarias del siglo XIX dejó pendientes, y apuntar la forma en que condicionaron el creci­miento económico español a comienzos del siglo XIX. ( ... )

Tomemos, por ejemplo, un aspecto tan decisivo como el del reparto de la propiedad. Si dividi­mos la superficie española en tres grandes zonas -norte, centro, sur- podremos ver que la forma en que la tierra se reparte entre propietarios pequeños y medianos, por un lado, y grandes terrate­nientes por otro, es muy diversa, hasta llegar a ser prácticamente contrapuesta en las dos zonas ex­tremas de norte y sur. ( ... )

Si trazásemos una diagonal imaginaria que cruzase España desde Zamora hasta Alicante, deja­ríamos al norte de esta línea la España en que la gran propiedad detenta menos de la mitad de la superficie total, y al sur, aquella otra en que sobrepasa este límite, hasta llegar a concentrar un 70 por 100 de la superficie en la Andalucía occidental. Al sur quedarían también todas aquellas provin­cias en que los latifundios, definidos como las fincas de más de 250 ha. ocupan más de un 25 por 100 de la tierra.

En la mitad sur, en la España del latifundio, cualquier crisis que experimente la agricultura re­percute inmediatamente en los salarios del proletariado rural y origina fuertes tensiones sociales, como las que se produjeron en los años de la primera guerra mundial. ( ... )

Los gobienl0s de Alfonso XIII no hicieron nada de positivo. Mandaron comisiones oficiales a estudiar las causas del malestar campesino, publicaron hermosos informes de los que nadie hacía caso, crearon una pomposa «Junta para la colonización y repoblación del país» que se contentó con asentar un puñado de campesinos en arenales o montes sin valor y se cruzaron de brazos, salvo cuan­do los conflictos se agudizaban, amenazando el «o rden públicO) y se recurría al envío de la Guardia Civil, supremo exped iente pacificador. ( ... )

Conviene recordar que los problemas agrarios españoles no se agotan con los del latifundio. ( ... ) Que la situación de los hombres del campo no era mejor en Castilla la Vieja o León lo muestran, por ejemplo, las cifras de mortalidad infantil, que son, con las de Extremadura, las más elevadas de España y explican que Severino Aznar calificara a estas regiones «horrendo matadero humano».

Fontana, J.: Cambio económico y actitudes p oliticas en la España del siglo XIX, págs. 191-196.

Acentuación de la diversidad regional

A fines del siglo XIX las diferencias regionales son todavía más marcadas. Sorprende debido a las escasas noticias que se tenían, la evolución de la agricultura del País Vas­

co, que tiene muchas semejanzas con el modelo seguido por los países del Norte de Europa: cultivo de plantas forrajeras , rotaciones intensivas, desaparición del barbecho, importancia de la ganaderia,

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que dan a la agricultura vasca una notable prosperidad, en relación al atraso de otras regiones. Ga­licia, que tenía condiciones naturales semejantes vio posiblemente truncada una evolución similar por la tenaz resistencia de las relaciones de producción. ( ... )

Cataluña encontró su forma de desarrollo de la agricultura a través de la especialización de cul­tivos como la viña, el almendro y la avellana, el olivo y las plantas hortícolas, lo que favoreció una progresiva orientación al mercado y un elevado grado de comercialización. Este tipo de agricultura que tiene formas claramente capitalistas, se realizó en el marco de unas relaciones de producción muy poco evolucionadas, pues descansó básicamente en la pequeña y mediana propiedad y en la aparce­ría. Este tipo de explotación, claramente intensivo, predominó también en el resto del litoral medi­terráneo con resultados parecidos. Las tierras aragonesas, especialmente en las orillas del Ebro, ofre­cen unas tranformaciones similares.

Castilla basó el desarrollo de su agricultura en las explotaciones cerealícolas, a pesar de que tam­bién intentó impulsar otros cultivos. Los pasos dados en la formación del mercado nacional estimu­laron la orientación hacia el mercado de los productores de cereales castellanos. Pero zonas impor­tantes, del interior del país, debido a las dificultades de transporte, quedaron prácticamente margi­nadas de este proceso. Además, la especialización triguera que predominó en gran parte de las tierras castellanas no presentaba el carácter revolucionario de otros cultivos, sino que tendía a perpetuar una agricultura atrasada centrada en el autoconsumo. ( ... )

Las regiones latifundistas se mostraron mucho más insensibles a la demanda del mercado y pre­sentan una mayor lentitud en la introducción de mejoras y en el establecimiento de una agricultura perfeccionada.

Una constatación que se desprende de esta somera visión sobre las transformaciones a nivel re­gional es la que en aquellas regiones donde se consolidó un sector industrial (Cataluña, País Vasco), este proceso estuvo precedido y acompañado de cambios sustanciales en la agricultura.

Garrabou, R.: Las transformaciones agrarias en los siglos XIX y XX, en Nadal, J. y Tortella, G.: «Agricultura, comercio colonial y crecimiento en la España Contemporánea», págs. 225-226.

3.3. INDUSTRIA: CRECIMIENTO Y DEPENDENCIA

La Restauración, que se insertó en una fase de expansión burguesa, fomentó decididamente la industrialización, sin pensar demasiado, sin embargo, en las exigencias futuras de la economía na­cional. La razón para ello debe buscarse, igual que en el período anterior, en la falta de capitales y la necesidad de abrir el mercado a las inversiones extranjeras. Estas últimas (inglesas, francesas y bel­gas), permitieron terminar la construcción de la red ferroviaria española, cuyas grandes líneas que­daron constituidas desde 1881, y crearon empresas muy remuneradoras, tales como minas, bancos y servicios públicos ( ... ). A finales de siglo se estimaba que el conjunto de las inversiones extranjeras en España ascendía a más de tres mil millones de pesetas. ( ... )

La expansión más intensa se sitúa entre 1876 y 1882. Pero esta actividad no reportó ningún ge­neficio al país, ya que se limitó a hacer fructificar los capitales extranjeros, sin tener en cuenta las necesidades generales. Los objetivos de los financieros extranjeros consistían en explotar las minas y sacar partido de una mano de obra barata. La industrialización no modificó en nada la economía agraria de España, que continuó basada en la gran propiedad, la rutina y unas técnicas anticuadas.

La industria periférica

EL TEXTIL CATALÁN

Durante el siglo XIX Cataluña había experimentado un conjunto de transformaciones que ha­brían de situarla en la avanzadilla de la industrialización española. Una industria de bienes de con­sumo (fundamentalmente productos textiles), se había consolidado y era el símbolo de una conside­rable prosperidad, cuya última fase de esplendor tuvo lugar a finales de siglo.

En efecto, ya en plena Restauración, del 1874 al 1884, se produjo una nueva etapa aascendente en la cual las importaciones de algodón en rama se incrementaron e incluso llegaron a superar los

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niveles anteriores a la guerra de Secesión Americana. Esta etapa coincidía con un conjunto de cir­cunstancias que favorecían a la economía de Cataluña, la principal de las cuales era la plaga de la filoxera que se produjo en Francia y que en Cataluña abrió unas perspectivas excepcionales de ne­gocio: es el período que se ha denominado «la febre d 'Of». En relación con esta coyuntura tan favo­rable ligada al negocio del vino, el sector textil reemprendió también su actividad, y se creó un nuevo sector prácticamente inexistente (hasta el momento): la banca.

Pero esta fase expansiva pronto topó con una nueva etapa de recesión marcada por la crisis de la agricultura: la llegada de la filoxera a Cataluña y la existencia de excedentes que difícilmente se podían colocar. Se estaba llegando al límite de las posibilidades del mercado interior. ( ... ) En este momento, la industria catalana se estaba encarando con el fantasma del exceso de producción: la cri­sis de sobreproducción.

Para solucionar el problen1a de la sobreproducción, sólo había una salida: el mercado colonial, que hasta entonces había sido escasamente explotado o se encontraba en manos de competidores como los Estados Unidos o la Gran Bretaña. Por ello, los industriales catalanes dirigieron su ofensiva hacia forzar la aprobación de la Ley de Relaciones Comerciales (1882), y del Arancel Antillano (1891), que abrirían sistemáticamente el mercado colonial a la producción española con un tratamiento aran­celario que, según J ordi N adal, hay que considerarlo como la ampliación del cabotage en las colo­nias. Los efectos fueron fulminantes: hacia 1885, se consiguieron unos volúmenes y unos valores de exportaciones que demostraban a las claras que el mercado colonial había retardado la aparición de la crisis latente desde que el mercado español ya no absorbía toda la capacidad de producción cata­lana. ( ... )

1898 señalaba la entrada en una etapa de marasmo y de parálisis dentro de la cual el fantasma de la crisis de sobreproducción sería prácticamente constante. En estas circunstancias, y con escasas perspectivas de una reconversión inmediatamente del mercado interior, la industria catalana fue en­vejeciendo sometida, de vez en cuando, únicamente a los estímulos momentáneos de los cambios co ­yunturales. Tal sería el caso de la 1 Guerra Mundial.

Nadal, J.: La evolución industrial y financiera entre el 1900 y el 1939. Citado en Historia de Catalunya, Vol. VI, págs. 31-32.

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Valor PorcentajeAÑO exporto manuf comercio

algodón colonial

J855 ............................. 5.985.000 8 1890 ............................. 22.431.000 19 1892 ............................. 38.267.000 25 1894 ............................. 50.233.000 29 1896 ............................. 56.628.000 27

Mujeres obreras del textil catalán.

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LA INDUSTRIA VASCA

La industria pesada vasca se desarrolló también a un ritmo rápido, estimulada por el equipa­miento ferroviario y minero del país. Los capitales acumulados en sus importantes empresas dieron origen más adelante a potentes bancos e industrias navales ( ... )

De 1880 a 1900 y paralelamente a la venta de mineral de hierro a Inglaterra, se establece la he­gemonía de Vizcaya como centro de la industria pesada nacional. Las antiguas empresas de corte fa­miliar se desarrollan rápidamente, transformándose en sociedades anínimas, a las que una banca di­ligente y rica facilitará importantes medios de acción. Así aparecen distintas empresas siderúrgicas, metalúrgicas y navales, muy relacionadas entre sí por un proceso de concentración, de las cuales es el prototipo la S.A. Altos Hornos de Vizcaya (1902).

Vicens Vives, J.: op. cit ., págs . 152 y 175.

La finalización del sistema ferroviario

La finalización del sistema ferroviario estimuló la expansión económica y el crecimiento de las ciudades. Antes de 1868 se construyeron las líneas principales. Entre 1875 y 1900 se añadieron rama­les, doblando el kilometraje y enlazando las capitales de provincia. Utilizando las carreteras existen­tes, las diligencias, introducidas a principios de siglo, transportaban a los pasajeros hasta donde no llegaba el ferrocarril. ( ... ) Sin embargo, la mayor parte de los pueblos eran aún solamente accesibles por caminos de herradura y al igual que en los siglos pasados dependían de los burros y mulas de los arrieros profesionales para conseguir algunos productos del exterior. Aunque su alcance era limi­tado, los ferrocarriles fueron el primer medio de transporte capaz de cruzar las encrespadas cadenas montañosas de España. Cumpliendo su tarea de transportar gente, correo y productos agrícolas in­dustriales, conformaron el país como unidad económica y comenzaron a romper el aislamiento de la extensa región central.

Herr, R. : op. cit., pág. 171.

Hacia un capitalismo financiero

La fusión de varios bancos regionales produjo el quinto gran banco: el Banco Central. Estos Bancos se convirtieron en los principales agentes de la inversión privada y de la financiación indus­trial, fomentando la sustitución de formas de empresas tradicionales por sociedades anónimas. Bajo su liderazgo la estructura financiera e industrial del país comenzó a adquirir los rasgos del capitalis­mo financiero.

El comienzo de la electricidad, de la industria química, etc., darán lugar a inversiones conside­rables de capitales ( ... ) y a formación de empresas de grandes dimensiones.

En medio de una sociedad cuyas relaciones de producción eran en gran parte arcaicas, con las dificultades de un mercado nacional apenas existente, la gran empresa apunta aquí y allá precisas formas embrionarias que irán desarrollándose. El hecho se produce, fundamentalmente en el último decenio del siglo XIX y albores del siglo XX.

La economía en expansión beneficiaba de este modo a los tres grupos sobre los que descansaba el orden establecido: los propietarios de la tierra, los fabricantes y los inversores extranj eros.

Tuñón de Lara, M. : Estudios sobre el siglo XIX, págs. 163-165.

4. LA OPOSICIÓN MARGINADA

4.1. EL CATALANISMO: LA AFIRMACIÓN DE LA CONCIENCIA NACIONAL EN CATALU ÑA

Los orígenes del catalanismo político

En el origen del regionalismo catalán nos hallamos ante unas elementales reacciones defensivas: por una parte defensa de los intereses económicos, y por otra, salvaguarda de una originalidad cul­