3 leyendas de terror

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NUNCA RETES AL DIABLO Han pasado ya varios años, pero lo recuerdo todo como si hubiera ocurrido ayer. Los sonidos, sombras y olores, todas las sensaciones de aquel día, inundan aún hoy mis sentidos y me transportan una y otra vez a mi terrible pasado. Aquella era una noche de verano de un mes de Agosto. Me encontraba con mis amigos pasando unos días de acampada en la sierra. Éramos el grupo de veinteañeros de siempre. Amigos desde pequeños y compañeros para todo. Después de la cena de un largo día repleto de emociones, nos reunimos en torno al fuego siguiendo la costumbre diaria de acabar la jornada con un buen rato de charla. En aquella ocasión, habíamos bajado al pueblo y traído unas bolsas de hielo, refrescos y alcohol, con los que alegrar la velada. Tras un largo rato de conversación muy animada y bromas, sin saber cómo, terminamos contando historias de miedo. Esas historias tontas, pensadas para asustar a los niños y absurdas siempre. O al menos así me lo parecieron en aquél momento. La noche invitaba al misterio. Sin luna, el cielo se mostraba totalmente estrellado. Una suave y fresca brisa hacía que las llamas de la hoguera se movieran como queriendo ascender al infinito. Más allá de los escasos metros que iluminaban las llamas, dominaba la oscuridad más absoluta. Se veían las tiendas de campaña y a penas las primeras líneas de árboles que delimitaban el claro donde estábamos acampados. Recuerdo bien cuando mi mejor amigo Enrique, ya muy borracho, comenzó a hablar de la vida y de la muerte. Del premio en el cielo y el castigo del infierno. La muerte... ¡que lejana palabra para los que piensan que tienen toda la vida por delante!. Las caras y gestos se tornaron serios y la charla pasó a ser áspera, cuando Enrique comenzó a hablar del Diablo y el desprecio que sentía, por lo que él consideraba el invento religioso más rentable de todos los tiempos. Mi amigo explicaba que el Demonio no era más que un bicho con patas de cabra, cuernos, rabo y tridente, pintado de rojo e inventado por los curas para amedrentar a la gente. No fue eso lo que enrarecía los ánimos. Era su continua mofa a Satanás. Llegó a decir voz alta y en pié: ³¡Si existe Lucifer, que venga y se nos lleve!´. En aquel momento, lo único que se me ocurrió fue interrumpirle y hacerle abandonar la reunión con la excusa de que viniese a ayudarme al río a traer agua. Todos estaban serios y molestos con Enrique cuando abandonamos el campamento iluminados por la tenue luz del farol que portábamos. Llenando las cantimploras, no me di cuenta cuando mi amigo se tumbó a mi lado a dormir al borrachera.

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NUNCA RETES AL DIABLO

Han pasado ya varios años, pero lo recuerdo todo como si hubiera ocurrido ayer.Los sonidos, sombras y olores, todas las sensaciones de aquel día, inundan aúnhoy mis sentidos y me transportan una y otra vez a mi terrible pasado.

Aquella era una noche de verano de un mes de Agosto. Me encontraba con misamigos pasando unos días de acampada en la sierra. Éramos el grupo deveinteañeros de siempre. Amigos desde pequeños y compañeros para todo.Después de la cena de un largo día repleto de emociones, nos reunimos en tornoal fuego siguiendo la costumbre diaria de acabar la jornada con un buen rato decharla.

En aquella ocasión, habíamos bajado al pueblo y traído unas bolsas de hielo,refrescos y alcohol, con los que alegrar la velada. Tras un largo rato deconversación muy animada y bromas, sin saber cómo, terminamos contandohistorias de miedo. Esas historias tontas, pensadas para asustar a los niños y

absurdas siempre. O al menos así me lo parecieron en aquél momento.La noche invitaba al misterio. Sin luna, el cielo se mostraba totalmente estrellado.Una suave y fresca brisa hacía que las llamas de la hoguera se movieran comoqueriendo ascender al infinito. Más allá de los escasos metros que iluminaban lasllamas, dominaba la oscuridad más absoluta. Se veían las tiendas de campaña y apenas las primeras líneas de árboles que delimitaban el claro donde estábamosacampados. Recuerdo bien cuando mi mejor amigo Enrique, ya muy borracho,comenzó a hablar de la vida y de la muerte. Del premio en el cielo y el castigo delinfierno.

La muerte... ¡que lejana palabra para los que piensan que tienen toda la vida por 

delante!.Las caras y gestos se tornaron serios y la charla pasó a ser áspera, cuandoEnrique comenzó a hablar del Diablo y el desprecio que sentía, por lo que élconsideraba el invento religioso más rentable de todos los tiempos. Mi amigoexplicaba que el Demonio no era más que un bicho con patas de cabra, cuernos,rabo y tridente, pintado de rojo e inventado por los curas para amedrentar a lagente. No fue eso lo que enrarecía los ánimos. Era su continua mofa a Satanás.Llegó a decir voz alta y en pié:

³¡Si existe Lucifer, que venga y se nos lleve!´.

En aquel momento, lo único que se me ocurrió fue interrumpirle y hacerle

abandonar la reunión con la excusa de que viniese a ayudarme al río a traer agua.Todos estaban serios y molestos con Enrique cuando abandonamos elcampamento iluminados por la tenue luz del farol que portábamos. Llenando lascantimploras, no me di cuenta cuando mi amigo se tumbó a mi lado a dormir alborrachera.

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Tampoco reparé cuando comenzaron las señales a mi alrededor. Fue como si eltiempo se hubiera congelado. La brisa se paró. El monótono y persistente canto delas chicharras se detuvo. El silencio y la oscuridad se adueñaron de todo. Misintentos por despertar a Enrique fueron vanos. Una fuerte sensación invadía mialma. En mi interior yo sabía que algo ni iba bien.

Decidí entonces ir al campamento por ayuda para traer de vuelta a Enrique. Loacomodé de costado por si vomitaba en mi ausencia y mientras me alejaba, pudever cómo la oscuridad lo envolvía rápidamente a medida que caminaba en buscade los otros. Pero al llegar no encontré a nadie. Habían desaparecido. Quisepensar que era una mala broma, quise pensar que estaban escondidos. Mil ideasdesfilaron como rayos por mi cabeza, cuando algo me impulsó a darme la vuelta.Levanté la mirada y allí estaba Enrique.Permanecía quieto. Ya no parecíaborracho. Su cara estaba inexpresiva y la mirada de sus ojos vacía. Sé que no fueél quien habló cuando me dijo:

³Por vosotros vendré cuando os llegue la muerte´. Luego se desplomóinconsciente. Y en mi mente ya, una sola palabra. Satanás. Aquella voz diferenteal resto, aún rebota por todos los rincones de mi ser. Del grupo que éramos, aexcepción de mi amigo y el que os cuenta lo sucedido, no se supo nunca nada.Jamás aparecieron. Los recuerdos de Enrique de aquella noche, se cortan en elrío. Él piensa en animales salvajes como explicación a lo sucedido, y con esologra dormir por las noches.

No le he contado lo que no recuerda de aquella noche ni las palabras que salieronde su boca. Además de que no me creería nunca, no quiero que sepa lo que nosespera al morir. Él sigue sin creer en el Diablo. Por lo que a mí respecta, esperopoder vivir muchos años. Ojalá no muriese nunca y pudiera estar para siempre eneste infierno que me acompaña desde aquel día maldito.

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LA BESTIA

La bestia estaba allí, agazapada, vigilante, escondida en algún lugar de la casa esperando millegada, dispuesta a saltarme feroz sobre el cuello para destrozármelo en segundos. Era unahorrible criatura que se movía sigilosa por los rincones. Su olor fétido inundaba todas lasdependencias. A veces, tenía que taparme la nariz para que el penetrante aroma de su

sudorosa piel no me irritara las mucosas.La había sentido varias veces, pero sólo en un par de oportunidades se cruzó delante de mícon la rapidez de una pantera, para luego refugiarse entre las sombras del comedor o la salade lectura. Paciente, a la espera del momento justo, me observaba con sus ojos cargados deun iridiscente rojo sangre, mientras yo permanecía paralizado por el terror. Con el tiempo fuicomprendiendo cuál era el propósito de su presencia: ocupar mi lugar. Entonces me di cuentade que debía ser más astuto y calmo, tenía que tratar de introducirme en su perversa mente yser más inteligente a la hora de actuar.

La casa donde vivía era de esos caserones antiguos y fantasmales, cargado de habitaciones,dependencias y por qué no, alguno que otro espectro de tiempos pasados. Pero aquella

criatura que rondaba los pasillos y cuartos, no era un ser espiritual atrapado en un anacrónicosiglo veintiuno, sino una abominable encarnación del mismo infierno, cebada con el instintomás criminal que se conozca y un odio ancestral que le daba razón a su naturaleza destructiva.

¿Cómo podía deshacerme de ese monstruoso animal? ¿Alguien creería mi historia?

Es muy probable que no. Dirían que la locura se había apoderado de mi mente y que, el lugar ideal para pasar el resto de mis días sería el hospicio. No había otra solución: enfrentarla,demostrarle que ya no le tenía más miedo y que por más que lo intentara una y otra vez, nuncalograría destruirme. Mi vida o su execrable existencia se debatían a cada segundo.

Cuando entré en la casa, un frío visceral recorrió mi cuerpo. Escuché el jadear de surespiración y a su espumosa boca emitir un espeluznante ronquido desde el desván. Había

olido mi presencia y se preparaba para la embestida final. Sabía, al igual que yo, que elenfrentamiento era de muerte. Avancé por el living con el paso lento, tratando de no ser oído.Mis ojos estaban atentos y vivaces, observando en distintas direcciones. Esperabaencontrarme con sus amenazantes ojos en la penumbra, abalanzarme sobre ella en unmomento de descuido y acabar así con su vida en una feroz lucha. Detrás de un ropero, lavitrina, bajo la cama o el juego de sillones; podía estar en cualquier lado, incluso en losespejos. Así que tomé mis precauciones. No debía dejarla atacar primero, tenía que ser másrápido y sorprenderla antes de que ella lo hiciese conmigo. Tampoco podía sucumbir a susengaños; era muy hábil y seguramente trataría de inventar algún ardid para desorientarme yobligarme a bajar la guardia. En estos últimos años de convivir juntos había aprendido aconocerla casi como a mí mismo y sabía y cuáles podían ser sus artimañas.

Continué avanzando por el centro del living. Una opresión en el pecho comenzaba a fatigarmey un sudor nervioso me bajaba desde la frente hasta la punta del mentón. Mis manoscomenzaron a temblar, inquietas, ávidas de poder aplastar su cráneo como si fuera unacáscara de nuez y terminar con este macabro juego.

De repente, un rugido ensordecedor hizo temblar el ambiente, los vidrios de las ventanas sesacudieron como delgadas hojas de papel y una andanada de su fétido hedor inundó el recintohasta hacer insoportable la respiración.

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¡Dios mío! pensé

La bestia comenzó a desplazarse hacia mí; sus pasos retumbaban grotescamente en elsilencio de la noche. Sus enormes garras rasgaban la madera, quebraban el aire conlacerantes chasquidos que enloquecían al más cuerdo. Hubo otro bramido y un resople furioso.Mi corazón palpitaba desbocado. No podía morir ahora, tenía que aguantar, serenarme y

enfrentarla. La bestia sabía que mi corazón no resistiría y jugaba con eso.Se ocultaba, y volvía a bramar, como llamándome hacia a sus fauces.

Tomé coraje y salí decidido en su búsqueda. Me aseguré que la pistola que llevaba conmigoestuviese cargada, con la bala en la recámara y sin seguro, justo entonces la vi salir del granespejo de living, como un enorme animal en celo. Se paró frente a mí con una mueca burlonaen su rostro.

Uno de los dos debe morir 

Lo sé le contesté y no sentí miedo de ver aquel rostro tan similar al mío, pero a la vez tandesconocido ¿Por qué tanto tiempo?

Quizá porque en el fondo me amas y me odias a la vez« y nunca tuviste el coraje deenfrentarme

Me miró fijamente y sus ojos refulgieron en la oscuridad.

¡Es inútil que te resistas! sus garras garabatearon en el aire como un hervidero de serpientes¡Ven conmigo, deja que fluya por tu cuerpo el Universo de la oscuridad, el reino de laignominia, el placer y la lujuria!

Trataba de no escucharla, sus palabras surgían dulces a mis oídos, eran como un bálsamopara mis sentidos.

¡No te escucho! bramé ¡Soy libre! ¡Y no te tengo miedo!

La bestia rió y aquella carcajada resultó ser la más aterradora que haya oído en mi vida.Imágenes terribles subieron a mi mente, poblaron mi razón, el sentido común, la capacidad depensar. Me estaba acorralando. Era un títere manejado por sus oscuras fuerzas. El infiernoardía en mi cabeza. Mis rodillas comenzaron a flexionarse. ¿Un acto de genuflexión ante elpropio Satán?

¡No tienes alternativa! ¡Arrodíllate ante mí y muere!

¡No! grité

Alcé la pistola y disparé repetidas veces sobre el espejo hasta agotar el cargador. Un ruidoensordecedor sobrevino. Luego, el silencio. La calma. Los cristales se esparcieron sobre el pisocomo infinitos mundos que parecían observarme. La bestia ya no estaba, sólo quedaba elaroma de su piel flotando en el ambiente.

Permanecí helado, aunque bañado en una pegajosa transpiración, mi mano temblorosa aúnsostenía el arma caliente y humeante. Vacilante, busqué en mi bolsillo, saqué otro cargador completo y lo cambié por el vacío. Comencé a caminar en busca de los otros espejos. Sabíaque la bestia todavía estaba en la casa.

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UN DIA MÁS

Un nuevo día, un día mas de dolor...

La mañana era tan opaca y gris como ayer, mis manos temblorosas jugueteabancon mi paciencia mientras intentaba ponerme en pie, mis ojos grises y cansadosse resentían al recibir la poca luz que entraba a la habitación, Marta estaba a milado, pero al igual que mi voluntad ya casi no me acompañaba.

Poco a poco logro incorporarme, lentamente, paso a paso me dirijo a algún lugar que olvido al llegar, alguien pasa a mi lado, ¿acaso hay alguien mas aquí?, ¿quiense habrá tomado la molestia de venir a visitarme? ¿será alguno de mis hijos?,retrocedo para ver quién es y aquí me lo encuentro, un viejo, se ve aun masdecrepito que yo, es en estos momentos en que agradezco ser como soy puesahora veo la evidencia de quienes están peor; pobre diablo, le compadezco.Lentamente levanto mi mano para saludarle, mi garganta seca se cierra y quedacorta de aire y lo único que pude decir fue "jhem", total, ni creo que ese vejestoriohumano me escuche; pero, si lo hizo, no solo contesto mi saludo sino que lo hizo

también al mismo tiempo. Extiendo mi mano para saludarle y toco la barrera quenos separa, ¡que imbécil soy!, no puedo creer que me haya pasado otra vez, eseno es ningún viejo decrepito, es solo ese maldito espejo, debí saberlo ¿quien seinteresaría en venir a visitar este viejo endeble?, "¡Marta, recuérdame quitar eseespejo!", esa mujer ya ni me contesta, ya mañana me encargare de ese espejo.

mmm...

Que es lo que estaba contando?...

¡Ah!... ya lo recordé, mis disculpas por eso, mi mente suele fallarme, extrañamentepuedo recordar detalles de mi infancia, pero no recuerdo lo que me paso hacecinco minutos, y es lamentable, es lo que más detesto de mi estado, mis pies no

me permiten correr, mis manos no me permiten sentir, mis ojos grises y cansadosde tanto andar ya no me dejan contemplar las bellezas de los detalles. Lo únicoque me quedan son mis memorias, añoranzas de una vida pasada que ya novolverá, los gratos recuerdos de lo que fui son ahora lo único que me permite ser quien soy. Recuerdos, en eso me he convertido, mi cuerpo poco a poco vafallando y los recuerdos a los cuales me aferro mueren junto con las neuronas enmi cabeza. Todo se desvanece, todo me abandona, mis hijos, mis nietos y ahorahasta mis propios recuerdos...

Me siento en la cama, junto a Marta, ella es mi consuelo, es quien comparteconmigo esta abrumadora soledad, pero ahora hasta ella me ha abandonado,hace más de tres días que no se ha movido de esa cama, creo que ya no leimporto, setenta años juntos es suficiente para colmar a cualquiera. Me acercosuavemente a ella, le acaricio la mejilla, pero un trozo de su piel se queda en mismanos, ¿qué le ha pasado? ella no hace nada, no se mueve, solo me ignora. Elcansancio es mayor que las ganas de seguir, me recuesto en la cama...

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A veces no me doy cuenta que duermo hasta el momento en que despierto, perono sé si en verdad abre dormido o solo son los recuerdos que escapan de mimente?, el sueño ya no aplaca la fatiga. Veo hacia un costado, y ahí esta Marta,dormida como siempre, no sé cómo puede dormir tanto...

Recuerdo cuando veía los atardeceres desde mi patio, lucían dorados, llenos de

vida, ahora son tan monótonos y grises como cuando amanece. Mi patio tambiénluce muerto, lleno de árboles secos que antaño perdieron sus hojas, en el suelo,una soga, como desearía poder tener las fuerzas para atarla a una rama ycolgarme de ella, que mi cuerpo se meciera el vaivén del viento entonando sumisma sonata. Encontrar el momento en el que mis pies se eleven del suelo ycoincidirlo con el final del día. Si... el final, como desearía poder tener la fuerzapara colgar esa soga y apreciar la puesta del sol mientras me columpio de ellacomo un niño jugando en el parque, quisiera tener las fuerzas para atar esa soga yhacer ese columpio, subirme en el, despegar mis pies del suelo, mecerme con elviento y disfrutar un día mas...