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© José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena 1 FRANCISCO SÁNCHEZ DE LAS BROZAS, "EL BROCENSE". El más eminente de los humanistas españoles, en frase de Américo Castro, nació en las Brozas (Cáceres) el año 1523. Dotado de una personalidad muy acusada, se granjeó pronto amistades y enemigos fervorosos. "Temerario, muy insolente, atrevido y mordaz, como lo son todos los gramáticos y erasmistas", según el calificador del Santo Oficio, fray Antonio de Arce, no fue fácil el camino que le condujo desde su pueblecito extremeño hasta la cátedra salmantina. Pese a sus protestas ante el famoso Tribunal, diciendo que era "hijo de buenos cristianos y hijos dealgo, conoçidos por tales", parece segura su ascendencia judía. Basta para probarlo otra declaración suya a las preguntas inquisitoriales afirmando que no sabe ni tiene la menor idea de quiénes habían sido sus abuelos. Era la postura típica cuando interesaba ocultar la condición de los ascendientes. Pasa muy joven a Portugal y estudia humanidades en Evora y Lisboa. Cursará después Filosofía y Teología en la ciudad del Tormes, mostrando siempre una gran independencia y un profundo sentido crítico. Ni siquiera durante su etapa estudiantil consiguieron entusiasmarle aquellos maestros de la escolástica decadente, a los que con tanta dureza retrataría más tarde en su controvertida De nonnullis Porphyrii aliorumque in dialectica erroribus (Sobre algunos errores de Porfirio y de otros en dialéctica). Leemos allí: Mihi certe divinitus arbitror contigisse, urt per totum triennium quod Philosophicis studiis impeditur opera, magistris meis numquam aliquid assentirer. Videbam eos Graeci Latinqui sermonis non solum ignaros sed fugitantes, ita de suppositionibus, ampliationibus, axponibilibus, accensu et descensu contendentes; ut garrula et invicta loquacitate non cogerent, ut manum et eadem foeminam meretricem et virgenim (sic) esse crederemus. El Brocense consideraba, pues, una gracia divina no haber asentido jamás a la opinión de sus maestros en los tres años que estudió filosofía. Se daba cuenta de que no sólo ignoraban el Latín y el Griego, sino que no tenían interés en aprenderlo; preferían discutir sobre las suposiciones, la comprensión y extensión de los términos y las formas de razonamiento. Como si pretendieran entusiasmar a los estudiantes con aquella garrulería huera capaz de defender cosas tan absurdas como que una mujer podía ser virgen y meretriz simultáneamente. Como todas las generalizaciones, este retrato hecho por el Brocense puede tener mucho de injusticia, pero sin duda puso el dedo en una llaga sangrante de la universidad salmantina. Bien podía conocer cuanto allí ocurría. El extremeñísimo Francisco Sánchez, como le llama Bartolomé José Gallardo, pasó más de cincuenta años explicando Retórica y Griego en el célebre Colegio Trilingüe y en la Universidad de Salamanca. El ejercicio de la enseñanza nunca fue económicamente rentable. Cuando, con la escalofriante serenidad de ese presente de indicativo, el Brocense escribe: "...los médicos me han desahuciado y dicen que me muero", confiesa que no le deja a sus hijos más que sus obras. Y aún estas sometidas a la revisión del Santo Oficio. En efecto, Sanctius, como también se le conoce, acaba su vida bajo arresto domiciliario los últimos días del 1600, a punto de abrirse contra él un nuevo proceso inquisitorial. En los dos anteriores sus biógrafos afirman que el temible Instituto le trató benévolamente. Lo que nunca podremos medir es la cantidad de autocensura que este hombre debió imponerse. Mayans y Siscar recogió veintisiete obras de Francisco Sánchez, más un testamento que hoy se considera apócrifo. Aparecen entre ellos trabajos de filología, dramática, filosofía, preceptiva literaria y ediciones críticas de otros poemas... He aquí algunos de los títulos más importantes:

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© José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena

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FRANCISCO SÁNCHEZ DE LAS BROZAS, "EL BROCENSE".

El más eminente de los humanistas españoles, en frase de Américo Castro, nació en las Brozas (Cáceres) el año 1523. Dotado de una personalidad muy acusada, se granjeó pronto amistades y enemigos fervorosos. "Temerario, muy insolente, atrevido y mordaz, como lo son todos los gramáticos y erasmistas", según el calificador del Santo Oficio, fray Antonio de Arce, no fue fácil el camino que le condujo desde su pueblecito extremeño hasta la cátedra salmantina.

Pese a sus protestas ante el famoso Tribunal, diciendo que era "hijo de buenos cristianos y hijos dealgo, conoçidos por tales", parece segura su ascendencia judía. Basta para probarlo otra declaración suya a las preguntas inquisitoriales afirmando que no sabe ni tiene la menor idea de quiénes habían sido sus abuelos. Era la postura típica cuando interesaba ocultar la condición de los ascendientes.

Pasa muy joven a Portugal y estudia humanidades en Evora y Lisboa. Cursará después Filosofía y Teología en la ciudad del Tormes, mostrando siempre una gran independencia y un profundo sentido crítico. Ni siquiera durante su etapa estudiantil consiguieron entusiasmarle aquellos maestros de la escolástica decadente, a los que con tanta dureza retrataría más tarde en su controvertida De nonnullis Porphyrii aliorumque in dialectica erroribus (Sobre algunos errores de Porfirio y de otros en dialéctica). Leemos allí: Mihi certe divinitus arbitror contigisse, urt per totum triennium quod Philosophicis studiis impeditur opera, magistris meis numquam aliquid assentirer. Videbam eos Graeci Latinqui sermonis non solum ignaros sed fugitantes, ita de suppositionibus, ampliationibus, axponibilibus, accensu et descensu contendentes; ut garrula et invicta loquacitate non cogerent, ut manum et eadem foeminam meretricem et virgenim (sic) esse crederemus.

El Brocense consideraba, pues, una gracia divina no haber asentido jamás a la opinión de sus maestros en los tres años que estudió filosofía. Se daba cuenta de que no sólo ignoraban el Latín y el Griego, sino que no tenían interés en aprenderlo; preferían discutir sobre las suposiciones, la comprensión y extensión de los términos y las formas de razonamiento. Como si pretendieran entusiasmar a los estudiantes con aquella garrulería huera capaz de defender cosas tan absurdas como que una mujer podía ser virgen y meretriz simultáneamente. Como todas las generalizaciones, este retrato hecho por el Brocense puede tener mucho de injusticia, pero sin duda puso el dedo en una llaga sangrante de la universidad salmantina.

Bien podía conocer cuanto allí ocurría. El extremeñísimo Francisco Sánchez, como le llama Bartolomé José Gallardo, pasó más de cincuenta años explicando Retórica y Griego en el célebre Colegio Trilingüe y en la Universidad de Salamanca.

El ejercicio de la enseñanza nunca fue económicamente rentable. Cuando, con la escalofriante serenidad de ese presente de indicativo, el Brocense escribe: "...los médicos me han desahuciado y dicen que me muero", confiesa que no le deja a sus hijos más que sus obras. Y aún estas sometidas a la revisión del Santo Oficio. En efecto, Sanctius, como también se le conoce, acaba su vida bajo arresto domiciliario los últimos días del 1600, a punto de abrirse contra él un nuevo proceso inquisitorial. En los dos anteriores sus biógrafos afirman que el temible Instituto le trató benévolamente. Lo que nunca podremos medir es la cantidad de autocensura que este hombre debió imponerse.

Mayans y Siscar recogió veintisiete obras de Francisco Sánchez, más un testamento que hoy se considera apócrifo. Aparecen entre ellos trabajos de filología, dramática, filosofía, preceptiva literaria y ediciones críticas de otros poemas... He aquí algunos de los títulos más importantes:

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- Declaración y uso del reloj español, 1549 (tradución). - De arte dicendi (Sobre el arte de hablar), 1556. - Obras del excelente poeta Garci-Lasso de la Vega, 1574 - Organum dialecticum et rhetoricum (Método dialéctico y retórico), 1579. - Sphaera mundi (Las esferas del mundo), 1579. - Paradoxa (Las Paradojas), 1581. - Grammatica graeca (Gramática griega), 1581. - De partibus orationis et de constructione (Sobre las partes de la oración y de la composición). - Las obras del famoso poeta Juan de Mena, 1582. - Verae brevesque grammatices latinae institutiones (Verdaderas y breves instituciones de gramática latina), 1587. - Minerva, 1587. - De nonnullis Porphyrii aliorumque in dialectica erroribus, 1588. - Doctrina de Epicteto, 1612.

Estas obras, que citamos con la fecha de la primera edición conocida, tomándolo de Julio Cejador, prueban su fecundísimo ingenio. No carece de base firme la fama de que llegó a gozar. Cervantes, en el Canto de Calíope, le dirige la siguiente octava: Aunque el ingenio y la elegancia vuestra Francisco Sánchez, se me concediera, por torpe me juzgara y poco diestra si a querer alabaros me pusiera. Lengua del cielo única y maestra tiene que ser la que por la carrera de vuestras alabanças se dilate, que hazerlo humana lengua es disparate.

Desde estos versos laudatorios del autor del Quijote hasta la estima que modernamente le han mostrado un Jakobson o un Chomsky, el Brocense recoge una nutrida cosecha de elogios. Tampoco don Marcelino Menéndez Pelayo se los regatea cuando escribe: "Nadie admira más que yo al Brocense: le tengo por padre de la gramática general y de la filosofía del lenguaje".

Su genial intuición de una gramática común a todas las lenguas; sus tesis sobre la existencia de una estructura lingüística subyacente de forma apriorística a todos los seres racionales; sus contribuciones críticas a la historia de los conceptos gramaticales y de las categorías sintácticas, constituyen aportaciones y sugerencias inestimables.

¿De dónde, pues, los ataques que hubo de sufrir, no sólo por la vía inquisitorial, sino de no escasos colegas?

Desde luego, Francisco Sánchez no cuidaba mucho eso que llaman "las buenas formas". Algunas acusaciones de testigos recogidas en los sumarios le achacaban haber pronunciado frases como estas:"Si la fe de los dominicos se basa tan sólo en Santo Tomás, mierda para Santo Tomás"; "Quien dice mal de Erasmo, es fraile o es asno", etc. Expresiones molestas a no pocos oídos y que sin duda connotaban actitudes sospechosas en quien las decía.

Por otra parte, el Brocense, pedagogo consumado, proponía y ejecutaba cambios radicales en los rutinarios métodos de enseñanza vigentes en la Universidad. Así, contra el anquilosante magister dixit o el no menos alienante opportet addiscentem credere (es necesario que el discípulo crea), Francisco Sánchez dice explícitamente a sus alumnos que no crean a nadie, ni siquiera a él mismo, a no ser que se prueben los asertos con sólidas razones. El argumento de autoridad, tan rentable en ciertos ambientes, quedaba destruido.

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- Defiende, además, que las clases se impartan en castellano. Contra los pretendidos defensores del latín, arguye despectivamente: Qui latine garriunt, corrumpunt latinitatem (Quienes farfullan en latín, corrompen la latinidad). - Contra la admiración pasiva por la obra de Nebrija, tras lo que muchas veces se ocultaba la ignorancia o la pereza, propone nuevos enfoques en los estudios gramaticales. Señalemos de paso que Nebrija vivió durante diecinueve años en Extremadura, siendo Zalamea y Las Brozas los lugares más frecuentados por él. Según confesión propia, escribió su famosa Gramática castellana "Ad Anae flumina" (A orillas del Guadiana).

Lo ajustado de su metodología pudo verificarse empíricamente por los magníficos resultados que con sus alumnos obtenía en pocos meses.

Es verdad que el Brocense se inclinaba, como su homónimo portugués afincado en Francia, por una postura escéptica en las cuestiones ajenas al dogma católico. Muchas de sus tesis caían dentro de las "ofensivas a los oídos píos", según una vieja calificación escolástica. He aquí algunas de las que en la obra sobre los errores de Porfirio espigará el inquisidor Antonio de Arce:

Duda la autenticidad de algunas obras aristotélicas. Proclama la necesidad de una actitud crítica constante. Rechaza la división tradicional de géneros y especies establecidas en el árbol lógico. Sostiene que muchas teorías peripatéticas se han corrompido por culpa de la ineptitud de sus seguidores...

El Brocense no está exento de errores. Quizá la más grave, desde el punto de vista científico, es el haber sentado la correlación entre la gramática y la lógica, contribuyendo a establecer ese confusionismo en la lingüística moderna. Así lo reconoce Lázaro Carreter. No obstante, especialmente por su Minerva, "el trabajo más concienzudo, el más crítico, profundo y filosófico que jamás se ha publico sobre la lengua latina", será siempre recordado con admiración.

Dentro de la historia de la literatura castellana, el Brocense merece un puesto por sus anotaciones y enmiendas a la obra de Garcilaso; por las correcciones y comentarios que a las de Juan de Mena hizo y más especialmente por su labor poética como traductor en verso de Virgilio y Horacio, Petrarca, etc. Así lo proclaman explícitamente Antonio Tovar y Miguel de la Pinta Llorente, quienes añaden: "Las correcciones al texto, fundadas en el estudio general de las imitaciones -hablan de Garcilaso y de Mena- han quedado aceptadas en general, y han llegado al texto que leemos todavía... En medio de este elevado mundo poético de la poesía pastoril renacentista, el Brocense no olvida su natural realista, de campesino extremeño".

Por varias referencias sabemos que Francisco Sánchez se dedicó también a la escena trágica, aunque o conservamos ninguna de sus producciones en este género. Sólo nos quedan los títulos de algunas, por ejemplo, la que denominó David. Sin duda, se cumplirían en el Brocense aquella constante que Alfredo Hermenegildo define en estos términos: "Las tragedias del siglo XVI son la manifestación de un teatro de intelectuales y, en general, de conversos, que no actuaban impulsados por la voluntad popular, sino que reaccionaban a la defensiva contra los ataques de la gran masa".

Minerva, la diosa de la inteligencia y de la claridad intelectual, acompañó a nuestro paisano hasta su último suspiro.

Desde el punto de vista intelectual y científico, el Brocense se distingue por una cualidad que es propia de las grandes figuras del Renacimiento y del Humanismo: la universalidad de saberes. Como se ha resaltado abundantemente por la bibliografía, encontró tiempo para ocuparse de teología, música, drama, poesía, arqueología, arquitectura, cosmografía, astronomía, medicina, leyes, etc. Pero sobre todas estas disciplinas, hay una en la que sobresale como número uno de su tiempo y como uno de

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los más importantes de todos los tiempos: su condición de gramático y autor de la Minerva por excelencia.

También en este capítulo es necesario mantener el pulso de la objetividad y no caer en tópicos repetidos hasta la saciedad y a veces carentes del debido fundamento. Como muy bien advierte E. Sánchez Salor, quizás el mejor conocedor de la obra del Brocense, uno de éstos consiste en asignar al de Brozas la paternidad de la gramática general y teórica en la época moderna y que Linacro es su fuente más inmediata. Así lo afirma Breva Claramonte en su estudio sobre la teoría del lenguaje del Brocense. Sin embargo, insiste el profesor extremeño, se ha levantado en 1985 la voz de G. A. Padley para quien la atribución de paternidades en lingüística histórica es un hecho agradable, pero quizás no se deberían tomar demasiado en serio las afirmaciones que hablan de Sanctius como el padre de la gramática general, de Schottel como el padre de la gramática alemana o de Saussure como el padre de la lingüística moderna, añadiendo que en el Brocense hay muchas cosas que están ya en Prisciano y que han llegado a la Minerva a través de los modistas de la Edad Media, de Linacro (De emendata structura, 1542) y de Escalígero (De causis linguae latinae, 1540). Por tanto, el Brocense no es en esta cuestión sino el continuador de una corriente que se inicia ya en la antigüedad o, al menos, en la época tardía de la antigüedad.

De cualquier modo, la Minerva es obra capital en la historia de la lingüística y con ello nuestro autor eleva el mayor monumento a la razón en el estudio de una lengua.

Cuando nos referimos a esta obra lo hacemos a la última y más perfeccionada edición, la de 1587, pero en ella confluyen otros tratados que ya había publicado el maestro con anterioridad. Así, la primera Minerva de 1562 publicada en Lyon por los herederos de Sebastián Gripho, varias Institutiones que se van publicando entre 1562 y 1587 y las Paradoxa publicadas por Plantino en Amberes en 1582.

La sintaxis del nombre en el libro II; el libro III está dedicado en su totalidad al verbo, salvo unos capítulos finales dedicados a la preposición, el adverbio y la conjunción. El libro IV, finalmente, trata de las figuras de construcción y del significado de las palabras. La obra termina con una especie de addenda a guisa de epístola (comienza con la fórmula Lectori salutem y acaba con vale) titulado Qui latine garriunt corrumpunt ipsam latinitate.

Muchos han sido los deudores del Brocense desde que se publicó la Minerva hasta la actualidad. Enumerando una serie de estos de los siglos XVII y XVIII, Vicente Salvá les aplicaba unos versos de Iriarte: presumís en vano / de esas composiciones peregrinas / gracias al que nos trajo las gallinas. Estas gallinas han seguido poniendo huevos en muchos nidales, una veces de forma directa y otras, indirectamente, como en el caso de Chomsky y su gramática generativa, como ha puesto de manifiesto la profesora Lakoff.

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BENITO ARIAS MONTANO. Pocos escritores del siglo XVI españoles habrán sido más citados y, a la vez

menos leídos que este impresionante polígrafo extremeño, capaz de ofrecer las mayores sorpresas a cuantos lleguen sin prejuicios hasta su obra. No es raro que los tópicos altisonantes lloviesen sobre su figura: luz de Trento, campeón de la ortodoxia, escriturista sublime y místico fervoroso son algunas de las cuentas del rosario panegírico que comentaristas rutinarios construyeron sobre el frexnense. En realidad, como otros muchos extremeños de la época -Juan Martínez Silíceo, Pedro de Alcántara...-, la producción de Arias Montano se ciñe fundamentalmente a la temática religiosa. Pero la documentadísima obra de Rekers, que hace ya medio siglo Sabbe Maurits delineaba, enseña cuántas matizaciones exigen los antiguos elogios de línea tradicional. A la luz de los documentos exhumados por Rekers, vemos alzarse ante nosotros un Montano muy distinto del que cierta interesada tradición había ido instituyendo.

El genio de Arias lo hizo capaz de discutir la traducción de un verbo hebreo o griego y de calcular con sus tecas, astrolabios y cuadrantes las más difíciles medidas; de bocetar los dibujos para la Biblia de Amberes y de interesarse por los nuevos estudios biológicos; de escribir sublimes versos latinos y cultivar legumbres en su huerto de Aracena; de aconsejar a Zayas, Secretario del Rey, y curar los males de un campesino serrano; de comentar un texto bíblico y dirigir a Felipe II un razonado análisis de la situación política en Flandes; de hablar en Trento y reunirse clandestinamente en El Escorial con los miembros de la "Familia Charitatis".

La dimensión humana del extremeño resulta admirable desde cualquier perspectiva. Y, a pesar de su reconocida importancia, de la maestría indiscutible que se le reconoció ya en vida, ninguna de sus obras -editadas todas por su fiel amigo, el prototipógrafo Plantino- ha vuelto a imprimirse desde el siglo XVI, salvo algún breve trabajo. Recordemos que sólo ocho años después de haber fallecido, todas sus publicaciones quedaron insertas en el Índice de libros prohibidos.

Benito Arias nace el año 1527 en Fregenal de la Sierra. De ahí su segundo y latinizado apellido, según costumbre de tantos renacentistas: Montano (el de la Sierra). Según Rekers y Ángel Alcalá, no hay pruebas concluyentes sobre la ascendencia judía de nuestro autor, aunque Américo Castro, A. Sircoff, A. Domínguez Ortiz y otros muchos lo dan como algo indiscutible. De cualquier forma, recordemos como Mendoza y Bobadilla, cardenal de Valencia, en El tizón de la nobleza española, sostiene que ningún español de clase alta podía presumir de pureza de sangre.

Montano estudia en Sevilla. A los 14 años escribe un Discurso del valor y correspondencia de las antiguas monedas castellanas con las nuevas, antecedente juvenil de trabajos más profundos compuestos por su discípulo Pedro de Valencia. Permanece en Sevilla hasta que el año 1550 aparece matriculado en Alcalá. Recordemos que la ciudad del Betis era entonces núcleo del erasmismo y de la heterodoxia española. Sabemos también que ya en su época estudiantil poseía los nueve tomos de las obras completas de Erasmo. Adquiere pronto fama como poeta latino y profundiza en el conocimiento de las lenguas semíticas. Tiene la suerte de encontrar excelentes profesores, filólogos dotados de gran rigor científico y espíritu ecuménico innegable, que saben apreciar los avances de la hermenéutica sin distinción de personas. Ahí radica tal vez la capacidad de Montano para relacionarse y trabajar con hombres de diferentes ideologías. Por otra parte, conviene advertir que el frexnense había elegido una peligrosa parcela: los Inquisidores tachaban con facilidad de judaizantes a quienes se apoyaban en el saber de los rabinos para fijar el texto de la Biblia. Eso tenía sus riesgos, incluso cuando era, como Montano, hijo de un notario del famoso Tribunal. Si alguna

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vez hubiera llegado a saberse que en ocasiones, como en los Comentarios al Apocalipsis, Arias seguiría literalmente las indicaciones que al respecto recababa de Hiël -Director de la Familia Charitatis"- a través de Plantino...

Acabados los estudios en Alcalá, parece que viajó por Italia; asistió a ciertos cursos en la universidad salmantina y, sobre todo, reside largas temporadas en la heredad recibida cerca de Aracena, la Peña famosa de su retiro ideal y siempre añorado. Mantiene relaciones constantes con Sevilla, hasta el punto que -en contraposición con su paisano Díaz Tanco- se tenía más por andaluz que por extremeño. Aparece matriculado de nuevo en la Universidad hispalense, compra allí abundantes remesas de libros, guarda estrecho contacto con judío-conversos andaluces...

Ya maduro, pide ingresar como sacerdote en la Orden de Santiago, para lo cual necesitaba sufrir un riguroso examen de pureza de sangre. El éxito obtenido en dicho trance es el mayor argumento contra su posible ascendencia judía. Claro que siempre hay fórmulas para hacer que los ojos no vean y los oídos ensordezcan.

Asiste como teólogo al Concilio de Trento, donde interviene sobre la cuestión del divorcio y acerca de la comunión bajo las dos especies. Su dominio del latín le proporciona sin duda una buena acogida en aquel auditorio. Su fama crece cada día y el cursus honorum se abre ante él; Arias es lo suficientemente ambicioso y dúctil como para no perder la ocasión. Felipe II lo nombra capellán y le otorga un beneficio. Poco después lo envía a los Países Bajos para que dirija la confección de la nueva Políglota. Su estancia en Amberes resultará determinante. Se relaciona allí con gente científicamente muy preparada e ideológicamente muy libre. Acogido con frialdad, Arias sabe ganarse pronto la benevolencia del equipo de sabios que trabaja en torno a Plantino. Por mediación de éste entra en contacto con la "Familia Charitatis" y acaba uniéndose al grupo. Arias, espíritu realista y observador, conoce in situ el problema flamenco y las torpezas de la gestión española. Acaba sufriendo una metamorfosis: su decidido apoyo inicial a la dura política del Duque de Alba se transforma en respeto y admiración por el pueblo subyugado, para el que solicita de Madrid comprensión y tolerancia.

En 1576, luego de una breve estancia en Roma y de su declarado deseo de permanecer en Amberes, Felipe II le encarga que organice la rica Biblioteca de El Escorial. Reside allí durante dos lustros, realizando cumplidamente la tarea encomendada. A la vez, no descuida su trabajo creativo -compone múltiples obras-, ni su afán proselitista: crea una comunidad secreta de afiliados al grupo familista en los mismos aledaños del Monarca más enemigo de la heterodoxia.

Finalmente, consigue liberarse de los encargos oficiales y organiza libremente su vida en la Peña. Tal vez le inquietaba el doble juego mantenido hasta entonces. Recuérdese que Fray Luis de León, en declaraciones imprudentes o forzadas, lo había puesto en un compromiso auténtico ante el Santo Oficio. En Aracena escribe sus obras más relevantes desde el punto de vista profano; forma dos nuevos grupos familistas, uno en Sevilla y otro en los pueblos cercanos a la Peña; relaciona a los iniciados con los amigos extranjeros, con quienes se intercambian libros y ayuda económica por métodos ingeniosos; mantiene hasta el final de sus días el estricto régimen vegetariano que se había impuesto desde joven. económicamente, ha ido acumulado rentas que le permite llevar una existencia desahogada; políticamente, se ha desentendido por voluntad propia de la versátil fortuna cortesana; culturalmente, es una verdadera institución en el país y aún en Europa; se le consulta desde los rincones más lejanos. No obstante confiesa en múltiples ocasiones a los íntimos su profunda desazón. Montano, que sabe guardar perfectamente las apariencias, no consigue autoengañarse: conoce que el país se sitúa cada vez más lejos de sus ideales más queridos y teme que algún día la maquinaria se

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vuelva contra él. Lo hizo, pero para entonces nuestro autor era ya invulnerable. Murió en el hogar sevillano del judío-converso Simón de Tovar el año 1598. Su testamento permite comprender mejor la amplitud de la curiosidad científica que lo animaba: libros de todo género, instrumentos astronómicos y matemáticos, estatuas clásicas, material folklórico, etc., etc. pasaron fundamentalmente a Pedro de Valencia.

La labor de Arias fue gigantesca. Vamos a dibujarla rápidamente contemplándola desde diferentes perspectivas y teniendo en cuenta que aún siguen inéditos muchos trabajos del extremeño, amén de los definitivamente perdidos. Ni siquiera se ha hecho una recensión exhaustiva de su producción literaria.

Arias es ante todo un sapientísimo escriturista, que supo hacerse con los mayores recursos lingüísticos de su época para interpretar correctamente la Biblia, previa una fijación del texto original libre de extrapolaciones o versiones incorrectas. Arias preferirá generalmente la exégesis de los autores rabínicos, en detrimento de las interpretaciones alegóricas de los Santos Padres. Sus obras fundamentales en este terreno son:

- Commentaria in duodecim propheta (Comentarios a los doce profetas). - Elucidationes in IV evangelia (Comentarios a los Cuatro evangelios). - Elucidationes in omnia apostolorum scripta (Comentarios a todos los escritos de los Apóstoles). - Commentaria in Isaiae prophetae sermones (Comentarios a los sermones del profeta Isaías). - In XXXI davidis salmos priores commentaria (Comentario a los XXXI primeros Salmos de David)

y otros veinte trabajos que esperan en la Biblioteca Nacional y en la de El Escorial ver la luz pública.

Ahora bien, su tarea más gloriosa fue sin duda la dirección de la Biblia Políglota de Amberes. Montano hizo posible aquella impresionante edición sabiendo unir los esfuerzos culturales, económicos, técnicos y políticos necesarios. Consiguió que colaborasen de una forma u otra los espíritus más diversos, católicos y heterodoxos, por lo que justamente se la puede considerar Biblia ecuménica. Federico Pérez Castro y L. Voet han vuelto a insistir, contra las reticencias de Rekers, en la contribución valiosísima, imprescindible desde todos los aspectos, aportada por Montano. Con razón se le considera alma de la Políglota. Por lo demás, la historia de su confección resulta apasionante: "La génesis de la Biblia Políglota de Amberes se lee como una novela de aventuras que se desarrolla en el ambiente político y religioso de ese período tan agitado y confuso del siglo XVI".

Como político, Arias desempeñó importantes misiones; redactó un Índice (publicado en 1571) con criterio generoso y habilidad suficiente para permitir que muchas obras prohibidas antes siguieran en circulación. Nombrado Consejero en Flandes, mantuvo una apasionante correspondencia con Zayas -secretario de Felipe II y muy afecto al familismo- que contribuiría al cambio de la política española de "mano dura" por otra más tolerante y respetuoso. Lástima que el daño cometido por las exacciones pretéritas fuese ya irreparable Publicó también un tratado político de inspiración bíblica: De optimo imperio.

Como familista, su pertenencia al grupo secreto dirigido por Hiël resultaba innegable. Se trataba de una sociedad cuyos miembros consideraban intrascendente pertenecer a una iglesia u otra; se adaptaban sin mayor problema a la predominante allí donde residían. De carácter elitista, desconfiaban del poder de la razón, despreciaban los ritos y ceremonias externas como frivolidades inútiles para las personas cultivadas y no hacían nunca ostentación de sus teorías. Proclamaban la fraternidad, el amor, la paz, la

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tolerancia y el humanitarismo. Apreciaban mucho a Erasmo, en cuyas tesis encontraban claro eco de sus doctrinas propias. Gustaban vivir retirados, pero sin descuidad influir en los órganos de poder. Se apoyaban incluso económicamente. El respeto a Hiël era tan grande que Arias le solicitó muchas veces a través de Plantino su consejo para interpretar pasajes bíblicos difíciles. En ocasiones, como en la exégesis del Apocalipsis, Montano siguió al pie de l letra las observaciones del patriarca de la secta. En el Dictatim christianum -muy leído gracias a la traducción de Pedro de Valencia- el frexnense recogió muchas tesis familistas.

Como científico se interesó por todos los saberes, sin excluir los empíricos. Destaquemos sus Antiquitatum iudaicarum libri IX (el "Apparatus" conflictivo de la Políglota) y el Liber generationis et Regenerationis Adam, tratados de historia en sentido amplio desde la creación del hombre hasta la redención de Cristo. Escribió también la Naturae historia, una especie de enciclopedia donde trata cuestiones físicas, biológicas y astronómicas; es una historia natural que abarca desde el cielo, el sol, la luna y las estrellas, hasta la tierra, el mar, los ríos, los árboles y las plantas. Se conservan también numerosos manuscritos donde habla de matemáticas, ciencias naturales, folklore y filosofía.

Como humanista, basta repasar el erudito estudio de González de la Calle para hacerse una idea de la valía de Montano. Destacan aquí sus:

- Humanae salustis monumenta (Memoria de la salvación humana). - Christi Jesu vita (Vida de Jesucristo). - Virorum doctorum de disciplina benemeritis effigies XLIV (XLIV retratos de varones doctos en materias ilustres). - Poemata in IV tomos distincta (Cuatro volúmenes de poemas).

y multitud de traducciones en versos latinos de obras griegas y hebreas. También en castellano produjo Arias una obra notable, aunque de tono menor si

la comparamos con el resto. Sobresalen su versión del Miserere; los magníficos poemas de los Salmos traducidos y, sobre todo, su paráfrasis en versos del Cantar de los cantares. Elogios merece su epistolario. En cuanto al tratado De la hermosura exterior de nuestra señora, aunque atribuido durante mucho tiempo a Fray Luis de León, parece que es de Montano.

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PEDRO DE VALENCIA. El pensador de mayor envergadura que seguramente ha producido nuestra tierra,

el único con talante filosófico reconocido en toda Europa, el hombre al que consultaban los personajes más conspicuos del país e incluso del extranjero... sigue siendo un desconocido entre nosotros.

El gran polígrafo nació en Zafra a finales de 1555. Pasa su niñez en la capital de la comarca que tan bellamente describe el centón latino de un humanista holandés, Enrique Cock. Se traslada luego a Córdoba y estudia Artes con los Jesuitas. Se inicia también en las cuestiones teológicas, pero sus padres le inducen a cursar Leyes en Salamanca. Así lo hace, aunque no abandona el trato con los autores clásicos, a lo que se mantendrá fiel durante el resto de sus días. Las relaciones que traba con el Brocense aumentarán el entusiasmo que griegos y latinos despiertan en el futuro abogado. Conseguida la graduación, elige su pueblo natal para residir y ejercer la abogacía. Las escasas rentas heredadas no consiguen paliar la dificultades económicas que produce el dedicarse generosamente a defender pobres y desvalidos, como le ocurre a nuestro paisano. Cuando mujer e hijos incrementen la familia Pedro de Valencia escribirá con un deje amargo y casi vergonzante: "Mi rentecilla apenas alcança para el gasto ordinario moderado, i con la muerte de mi madre i otras obligaciones humanas, se me recrescio mucho gasto extraordinario; los muchachos crecen y gasto mas con ellos, i para el año enidero avre de emviar á Melchior á Salamanca: de manera que si yo entendiera que alguno de los poderosos que me muestran amistad, me la tenía como v.P., me afrentara á pedirle me negociara alguna pensión o otra ayuda de costa para que estudiaran los muchachos; pero estoi lejos de esperar efeto desto, porque Ramirez todo lo a menester para sus hijos, i los amigos que andan por ser o son obisos, no lo son de manera que se quieran cargar de una pension en mi favor, i assi quiero quedarme con mi onrilla, i no pedir nada á nadie...".

En tales términos se dirige al familista Fr. José de Sigüenza, con quien probablemente le ligaban intereses y planteamientos comunes, cuyo origen hay que buscar en Arias Montano. La amistad con el ilustre hebraísta marcó definitivamente la existencia de nuestro autor. El de Fregenal le enseña lenguas semíticas, lo dirige como un padre en las cuestiones ideológicas, lo pone en contacto con el muy influyente grupo de la "Familia Charitatis" y termina testando a favor suyo. Pedro de Valencia es agradecido: trabaja como amanuense para el maestro, le acoge en su hogar zafrense, lo defenderá sin desmayo una vez muerto, se constituye en su albacea literario y llega a fundar en Zafra -¡en el siglo XVI!- una especie de Instituto donde se enseña a los jóvenes según las doctrinas y métodos pedagógicos de Montano.

En 1596 Pedro de Valencia publica sus Academica sive de iudicio erga verum, breve trabajo filosófico del que Menéndez Pelayo, que lo admiraba profundamente, nos dejó una traducción inconclusa. La edición princeps comprende 126 páginas en cuarto, fruto de veinte días de trabajo intensivo, según nos confesaría su autor. La portada nos dice que estamos ante una obra de Petri valentiae zafrensis, in extema bethica, lo que de paso testimonia la indefición geográfica de Extremadura. Es fundamentalmente una historia de los filósofos de la Academia Nueva, llena de rigor, con gran aparato de citas tomadas del original y donde nuestro autor hace una defensa implícita, pero clara, del escepticismo antiguo. Sostener en la España de finales del siglo XVI el derecho, más aún, el deber de rehuir actitudes dogmáticas, no dar por sentado dogma intelectual alguno y permanecer en búsqueda constante, supone un mérito inconmensurable. "Admirable tratado -escribe Menéndez Pelayo- que ha corrido la Europa, repetido en multitud de ediciones, despertando la admiración de sabios franceses, ingleses y alemanes, que han desesperado de igualarlo, cuanto más de excederlo". Todavía más

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elogiosamente habló D. Marcelino en otra obra: "No conozco ningún ensayo de monografía histórico-filosófica anterior á la gran compilación de Brucker, que pueda entrar ni en remota competencia con el ensayo de Pedro de Valencia, limitado, es verdad, á una escuela sola (la Academia Nueva), ó más bien á la posición de un solo problema: el del conocimiento, tal como en dicha escuela fué formulado. Pero ¡qué riqueza, y qué sobriedad al mismo tiempo, en los detalles de erudición! ¡Qué crítica tan firme y tan segura! ¡Qué hábil manejo del tecnicismo de la filosofía griega en sus momentos más oscuros! ¡Qué estilo tan preciso y tan severo! ¡Qué manera de exponer tan enteramente moderna! Cuando leemos á Pedro de Valencia, nos espera leer á Ritter y aún á Zeller. Semejante manera de escribir la historia de la Filología con espíritu desinteresado y sereno, con verdadero espíritu crítico con aquella intuición retrospectiva que ayuda á reconstruir el pensamiento ajeno sin mezclarse torpemente con el pensamiento propio, era novísima en el siglo XVI. No hay más que comparar la Academia de Pedro de Valencia con los trabajos, por otra parte tan meritorios, de Justo Lipsio, sobre la Física y la Moral de los estoicos, y aun los de Gansedo sobre Epicuro, para advertir la ventaja que nuestro crítico les lleva".

Que los encendidos elogios de D. Marcelino no se deben sólo a su fervor por las glorias patrias se confirma leyendo la obra del de Zafra o viendo los que les dirigen, en tono más mesurado ciertamente, Ben Rekers y José Luis Abellán, por citar dos autores actuales.

Pero no creamos que el extremeño es un filósofo ocupado exclusivamente de cuestiones teoréticas, más o menos abstractas. Amén de composiciones sobre puntos de moral, teología y exégesis bíblica, escribió también una gran de discursos acerca de los problemas más acuciantes para sus coetáneos. Se trata de auténticos ensayos, algunos de notable extensión, donde el espíritu racionalista, los conocimientos humanísticos, el carácter solidario y el gran sentido común del zafrense encuentran un modelo ideal. Si las facultades literarias no se corresponden aquí en el grado estético deseable con la profundidad del pensamiento, no conviene olvidar que los escritos de Valencia tenían una gran repercusión, positivamente constatada, en los medios intelectuales españoles de su época, que siempre mostraron sumo aprecio por nuestro autor. Baste leer cómo Góngora, en carta del 14 de abril de 1620, recoge el fallecimiento del zafrense (que desde 1607 residía en la Corte por haber sido nombrado Cronista Real). "Nuestro buen amigo Pedro de Valencia murió el viernes pasado; helo sentido por lo que debo á nuestra nación, que ha perdido el sujeto que mayor podía ostentar y oponer a los extranjeros".

Son tan numerosos los trabajos de este escritor que forzosamente nos debemos reducir a los más importantes:

Discurso acerca de los Moriscos de España. Aborda aquí el gran problema nacional del momento, necesariamente sentido en Extremadura, donde había no pocos núcleos de población con abundantes moriscos. Hasta qué grado había crecido la tensión puede medirse leyendo la salida que llega a proponer Martín de Salvatierra, obispo de Segorbe: "Esta gente se puede llevar á las costas de los Bacallaos y de Terranova, que son amplísimas y sin ninguna población, donde se acavarán de todo punto, specialmente capando los másculos grandes y equeños y las mugeres...". No era la única voz que clamaba por medidas así. Pedro de Valencia se opone a cualquier solución de máxima violencia: cautividad, muerte, expulsión o conversiones forzadas. Razona muy concienzudamente que es preciso derrochar imaginación, paciencia y tolerancia en este asunto, hasta conseguir que la población morisca quede subsumida en el resto de los hispanos. Propone difuminar los núcleos familiares de aquella raza, disolviéndoles en comunidades mayoritariamente cristianas, prohibiéndole sólo

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determinados oficios de carácter paramilitar o una acumulación grande de bienes. Cierto que Valencia propone a medio plazo un genocidio cultural con semejantes medidas: los moriscos acabarían así perdiendo su identidad como pueblo. No se le escuchó y en 1609 Felipe III firma la orden de expulsión que, como Valencia había previsto, dejaba desamparadas a millares de familias y falta de buenos trabajadores a la nación.

Discurso sobre el acrecentamiento de la labor de la tierra. El extremeño, que sin duda pulsaba muy de cerca la inquietud de las gentes sencillas, propone aquí medidas radicales para solucionar los males crónicos de nuestra región y aun de España: el paro y la consecuente miseria. Sus tesis son tan avanzadas que muchos llegan a considerarlo un precursor del socialismo. Valencia no hace más que inferir las consecuencias lógicas de su fe cristiana. He aquí algunas de sus proposiciones:

1. - La riqueza de un pueblo no estriba en la cantidad de metales preciosos que acumula, sino en el desarrollo de su agricultura.

2. - Los baldíos deben ser roturados, ofreciendo así ocupación a los jornaleros que carecen de tierra.

3. - En realidad, la tierra no es de nadie, sino de Dios. Hay que distribuirla de tal forma que todos, o la mayor parte, lleguen a ser propietarios.

4. - La distribución actual es injusta y peligrosa, pues genera inevitables enfrentamientos sociales.

5. - El estado debe asumir los gastos de expropiación que el necesario reajuste conlleva.

Discurso contra la ociosidad. Pedro de Valencia la emprende aquí contra las que él considera máximas lacras sociales: el odio despreciativo contra el trabajo manual; la ignorancia e improductividad de los nobles; el lujo de la Corte; el excesivo número de clérigos, sin formación ni dedicación; el desconcierto reinante en los estudios universitarios, que ocupan infructuosamente, sin darle salida adecuada, a lo mejor de la juventud... Para todo ello propone muy acertadas soluciones, tendentes a cortar el mal de raíz.

Discurso sobre las brujas y cosas tocantes a la magia. Es cierto que España no padeció la psicosis colectiva, frecuente sobre todo en los países anglosajones, que impulsaba a perseguir individuos, más o menos indefensos, bajo la acusación de mantener tratos con el demonio. Tal ocurrió el año 1610 en dos pueblos navarros -Vera y Zugarramurdi-, de donde seis personas fueron condenadas a la hoguera acusadas de crímenes horrendos, viajes por los aires, orgías fantásticas, etc. Nuestro paisano, convencido de que tal acusación iba en descrédito del mismo Tribual, dirige un magnífico documento a la Inquisidor general. Valencia no propone sino que se aplique en asuntos tales el principio de economía: hay que explicar siempre los fenómenos por sus causas más simples. ¿Por qué apelar a fuerzas sobrenaturales, cuando loas hechos de que son acusados los supuestos brujos son o bien fingidos, o bien producto de causas naturales, entre las que nuestro autor alude explícitamente al posible uso de alucinógenos? Más que brujos, se encontrarán así simples bellacos o ingenuos e ignorantes sujetos.

Es quizá la Carta de Pedro de Valencia, escrita a Don Luis de Góngora en censura de sus poesías, el trabajo por el que más ajustadamente puede ser incluido Valencia entre los escritores extremeños. El de Córdoba solicitó un juicio crítico sobre Polifemo y Soledades. Lo emitió éste en términos tales que obtuvo el elogio de cuantos lo conocen.

Otros escritos de Pedro de Valencia son: - Discurso sobre el precio del trigo. - Discurso sobre las láminas de Granada.

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- Advertencia acerca de la impresión de la paraphrasis chaldaica del P. Andrés deLeón. - Discurso dirigido al arzobispo de Toledo sobre que no se pongan cruces en lugaresinmundos. - De la tristeza. - Sobre las guerras de Flandes de Jerónimo Conestagio. - Discurso sobre materias del Consejo de Estado. - Discurso en materia de guerra y estado.

Aún podrían reseñarse otros numerosos manuscritos existentes en la Biblioteca Nacional. Y a todo ello debe añadirse un gran conjunto de cartas, a veces muy extensas, donde alude a cuestiones importantes con su típica profundidad.

Digamos por último que a Pedro de Valencia se debe la traducción al castellano del Dictatum christianum de Arias, con lo que contribuyó a mantener la influencia de las tesis erasmistas cuando la lectura directa del sabio holandés era delito. Aquel "raro ejemplar de piedad y erudición" -como Montano lo calificara- dejaba al morir una magnífica cosecha. No es culpa suya que los sucesores no pudieran o no supieran recolectarla.

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GONZALO CORREAS

En la línea de Francisco Sánchez, a quien sucederá en su cátedra salamantina, otro extremeño ocupa un lugar destacado entre los humanistas españoles del siglo XVII. Si bien carece de la genialidad que adornaba al maestro de las Brozas, Gonzalo Correas reviste una importancia considerable como lingüista e incluso como literato.

También este escritor abundan las notas antitéticas. Según puede observarse en sus comentarios a los refranes que recopiló, participa de muchas ideas netamente conservadoras, incluso por encima de lo normal en aquella época: antisemitismo manifiesto, actitudes machistas señaladas, orgullo racial contra moriscos, negros y gitanos... Junto a esto, aparece también en contraste un fuerte anticlericalismo, su admiración por la gente sencilla y los puyazos críticos a las clases adineradas.

En numerosas tesis de su trabajo intelectual, así como en actitudes metodológicas, Correas manifiesta generalmente un afán renovador de resonancias muy modernas. Así puede observarse en la exhaustiva biografía que Emilio Alarcos ha escrito del maestro extremeño, sobre todo a partir de su estancia en Salamanca.

Gonzalo Correas es un admirable hijo de la Vera. Nacido en Jaraiz el año 1570, sigue la ruta conocida de nuestros intelectuales: Salamanca. Se gradúa allí de bachiller de Artes y cursa luego Teología. Sin embargo, como tantos otros extremeños (Arias Montano, el Brocense, Pedro de Valencia...), experimenta una atracción definitiva por el mundo clásico.

La vida de Gonzalo Correas irá también estrechamente ligada con el Colegio Trilingüe: allí obtuvo por oposición una beca y por su reapertura mantendrá una pelea constante cuando la Universidad decide cerrarlo, pues no lo considera rentable. No fue ésta la única batalla del cacereño. Los claustros encierran frecuentemente, bajo su sosiego engañoso, feroces rivalidades nutridas a base de orgullo, celotipias e intereses poco científicos. Todo esto tuvo que irlo superando Correas en sus oposiciones a distintas cátedras.

El testamento de Arias Montano nos permite comprender la extensión de su curiosidad intelectual. Lo mismo ocurre en el caso de Gonzalo Correas. Habiéndose hecho sacerdote, dejó sus libros en herencia al Colegio que tanto quería. Gracias a la relación que de ellos se conserva, podemos conocer cuáles eran sus instrumentos habituales de trabajo. Aparecen allí, lógicamente, obras hebreas, griegas y latinas, tanto religiosas como profanas. Pero también composiciones contemporáneas de numerosos escritores, españoles y extranjeros, que revelan cuán al día estuvo nuestro paisano de lo que se publicaba en Europa. Murió el año 1631.

Lo que más famoso ha hecho Gonzalo Correas es su propuesta de una grafía absolutamente fiel a la pronunciación del momento para el idioma castellano. Lo indujo a ello una motivación de carácter pedagógico. Correas estaba convencido de que los estudiantes -siempre enfrentados desventajosamente con una ortografía impuesta- aprenderían mucho mejor la nueva. De idéntico modo, los analfabetos y los extranjeros aprenderían a leer con mayor rapidez y corrección.

Partiendo de que las variaciones de los fonemas no tienen en castellano mayor relevancia, y que el principio de economía ha de ser aplicado incluso a los grafemas, propuso un fonetismo radical que reducía el alfabeto a veinticinco letras. Un signo para cada sonido y un sonido para cada signo, permitirían leer como escribimos y escribir como leemos.

Sabe Correas que otros autores se habían adelantado en esta visión, entre ellos Nebrija. Nuestro autor les acusa, muy especialmente a este último, de no haber sacado

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las consecuencias últimas de sus planteamientos. De hacerlo así, vista la autoridad que Nebrija alcanzó, la reforma estaría ya hecha y aceptada por todos.

Gonzalo, que por necesidad lógica fue un adelantado de los estudios fonéticos, no se limita a teorizar. Indicó y llevó a cabo en sus obras (es cierto que no siempre con absoluto rigor), reformas muy concretas. Así "propone la supresión de la c, que pronunciamos diversamente ante las vocales fuertes o débiles, y que se substituya por la k para el sonido gutural y la z para el dental, cualquiera que sea la vocal con que se agrupe; consecuentemente debe suprimirse la q, que no representa ningún sonido diferente de la k, y la ç que equivale a z o es una transcripción corrompida de la s. Respecto de la g propone su utilización delante de las cinco vocales con idéntico sonido suave o velar, y para el sonido fuerte o gutural la x, que debe leerse como la actual j, letra que debe igualmente desecharse". Y no fueron éstas las únicas propuestas del extremeño. Los habituados a las transcripciones fonéticas pueden medir cuán encaminado iba.

¿Dónde y cómo establecer el criterio último para instituir las normas en cuestiones lingüísticas? También en esta cuestión nos parece que Correas intuye caminos futuros, pues se decide abiertamente en favor del habla y de la sincronía. El uso "de la xente de mediana i menor talla, en quien más se conserva la lengua i propiedad", es el principio que debe guiarnos a nivel fonético, sintáctico y semántico.

Cree nuestro autor en las indudables ventajas que de todo lo dicho se seguirá. "Bastan estos advertimientos para aviso que se vaian á la mano los imitadores del Latín, i no mezclen en el Castellano letras que son axenas de nuestra pronunziazión, porque no las pueden, ni saben pronunziar los que no an estudiado, porque no tienen uso, i no los a de obligar a más de lo que pide su lengua. No digo que el Castellano no las podrá pronunziar, antes es zierto que es dispuesto á pronunziar todas las lenguas del mundo, si quiere tener cuidado; mas hallar, i hazer mezclas en la suia de letras extrañas, i oziosas dale pesadunbre, i querer oservarlas sería prozeder en infinito como queda dicho, i vendríamos a escrivir en nuestra lengua peor que la Franzesa, i Tudesca, i otras vulgares, que es cosa de que huien todos los cuerdos, i que los destas mismas naziones desean enmendarlo".

Esto no quiere decir que haya de imponerse, a petición de Correas, una uniformidad absoluta a todos los que hablan castellano. Él es consciente,y lo admite, de las diferencias existentes en las distintas regiones, de los múltiples niveles del lenguaje en una misma comunidad, de los distintos usos o juegos que con éste pueden realizarse: "...al cortesano no le está mal escoxer lo que pareze mexor á su propósito como en el traxe... mas no por eso se á de entender que su estilo particular es toda la lengua entera, i xeneral, sino una parte, porque muchas cosas que él desecha, son mui buenas i elegantes para el istoriador, anziano i predicador, i los otros".

Como el Brocense, Correas ataca a los que parluchean sin ton ni son en latín o mezclan expresiones de dicho idioma en el nuestro, que el cacereño considera superior a cualquier otro. Tanto fervor sentía por nuestra lengua que, en su afán de enaltecerla al máximo, llegó a sostener -incomprensiblemente para un hombre de su formación- que el castellano no deriva del latín, pues existe desde antes que los romanos invadieran la Península (también los círculos judeo-conversos -anhelosos de establecer una españolidad a toda prueba- llegaron a defender que el idioma hebreo era el más primitivo de los que se hablaron en España y origen, por tanto, de los demás. De rechazo mantenían así que ellos eran más antiguos que los orgullosos y prepotentes cristianos viejos).

Gonzalo Correas escribió bastantes obras, entre las que sobresalen las siguientes: - Trilingüe de tres artes de las tres lenguas castellana, latina y griega.

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- Ortografía kastellana, nueva y perfecta. - Arte de la lengua española castellana (que estuvo inédito hasta los primeros años de este siglo).

Ahora bien, su obra más importante desde el punto de vista literario es el Vokabulario de refranes y frases proverbiales y otra fórmulas comunes de la lengua kastellana.

La compuso el maestro poco antes de morir y quedó inédita, entre sus papeles cedidos al Trilingües, donde Gallardo pudo verla y extractarla antes de que se perdiese el manuscrito. Menos mal que la Academia Española había encargado una copia del precioso documento en su afán por recoger cuantos escritos notables le fuera posible para corregir la segunda edición de su Diccionario de Autoridades.

El año 1906, la Real Institución se decide a publicar los tres volúmenes del Vokabulario. Sólo que, considerando "estrafalaria" -en expresión del académico Miguel Mir- y de dificultosa lectura la ortografía de Correas, la substituyó por la oficial. El mismo criterio fue adoptado para la edición de 1924, no para las posteriores.

La obra es un auténtico tesoro de sabiduría popular. Millares y millares de dichos, frases más o menos agudas, recogidos por el extremeño en una admirable labor, ofrecen un depósito inapreciable para lingüistas, filósofos, antropólogos e historiadores. Nuestra región aporta lógicamente una parte caudalosa. Auténtica hazaña de folklorista apasionado por todo lo que viene del pueblo, ningún otro paremiólogo de su época puede sostener una comparación con nuestro paisano.

La lectura de tan ingente obra nos deja sorprendidos a cada paso. ¿Cómo no quedarse atónitos de que, mucho antes de haber muerto Galileo, cuando las teorías geocéntricas eran defendidas aún fervientemente por la autoridad eclesiástica, Correas testifique ya en el refranero popular ese: "El mundo es redondo y rueda"? ¿No quiere esto decir que una tesis fundamental del heliocentrismo andaba en boca de nuestra gente precisamente cuando teólogos romanos como Cremonini se negaban a mirar por el rudimentario telescopio que Galileo les presentaba, por miedo a tener que darle la razón la razón al díscolo paisano? Pues bien, se trata sólo de un ejemplo entre los muchos que podrían aducirse.

Y todo ello adobado con la gracia personal que el autor aporta, ya que "van añadidas las declaraciones y aplicaciones adonde pareció ser necesarias", como el mismo título de la obra indica. Aquí reside la parte creativa de Correas como escritor. "No es la cantidad de refranes, frases y modismos lo que constituye el mérito principal de la obra de Correas, sino la calidad, lo castizo de estas frases, el sabor del terruño que llevan consigo, sabor áspero y amargo a veces, dulce y deleitable otras, que supo percibir y sentir como nadie Correas y aderezarlo y sazonarlo con especies y noticias curiosísimas".