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23 TERAPIA Tomás Sánchez Salinero Desaproveché la ocasión de estudiar cuando la vida me lo brindó. No terminé la escolaridad obligatoria. Tal vez escribiendo lo que pienso me equivoque. Quizá no sepa contar historias. Puede que se me muevan las comas y los puntos y no sepa poner bien las tildes, pero lo que escribo, lo escribo con el corazón, que para mí, es lo que cuenta. No está en mi intención llegar a ser un escritor. De esto estoy seguro, pero escribo por despejar mi mente, igual que ando por mantener la salud y pesco por distraerme. Lo que en mi juventud suponía una pesada carga, ahora es una auténtica pasión por la lectura y la escritura. Y pese al tremendo esfuerzo que me supone diariamente aprender a escribir correctamente, estoy orgulloso de haber participado en varios proyectos colectivos. Es inevitable la sensación de no estar bien considerado, pero mi creatividad surge espontáneamente y las historias fluyen solas intentando ser contadas. Es en este punto donde el amor a lo escrito vence a los temores. Me jubilaron muy pronto debido a mi enfermedad. Me costó aceptarlo. Yo, que no había agarrado un bolígrafo más que para hacer facturas, comencé con esta afición que pasó por devoción hasta convertirse en pasión. Seguro estoy de que con la escritura consigo vencer los escollos que, desgraciadamente, la vida me va poniendo.

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TERAPIA

Tomás Sánchez Salinero

Desaproveché la ocasión de estudiar cuando la vida me lo brindó. No

terminé la escolaridad obligatoria.

Tal vez escribiendo lo que pienso me equivoque. Quizá no sepa contar

historias. Puede que se me muevan las comas y los puntos y no sepa poner

bien las tildes, pero lo que escribo, lo escribo con el corazón, que para mí, es lo

que cuenta. No está en mi intención llegar a ser un escritor. De esto estoy

seguro, pero escribo por despejar mi mente, igual que ando por mantener la

salud y pesco por distraerme.

Lo que en mi juventud suponía una pesada carga, ahora es una

auténtica pasión por la lectura y la escritura.

Y pese al tremendo esfuerzo que me supone diariamente aprender a

escribir correctamente, estoy orgulloso de haber participado en varios

proyectos colectivos. Es inevitable la sensación de no estar bien considerado,

pero mi creatividad surge espontáneamente y las historias fluyen solas

intentando ser contadas. Es en este punto donde el amor a lo escrito vence a

los temores.

Me jubilaron muy pronto debido a mi enfermedad. Me costó aceptarlo.

Yo, que no había agarrado un bolígrafo más que para hacer facturas, comencé

con esta afición que pasó por devoción hasta convertirse en pasión.

Seguro estoy de que con la escritura consigo vencer los escollos que, desgraciadamente, la vida me va poniendo.

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LADRÓN

Tomás Sánchez Salinero

Algo fascinante me retiene en Ávila. Algo que me impide disfrutar de

algunas vacaciones. Algo que me llevó a estar sentado en el parque de San

Antonio disfrutando de un sabroso helado.

Un pequeñajo, que correteaba no lejos de mí, se acercó y, extendiendo

sus bracitos a la par que movía ágilmente los pequeños dedos, hacía ademán

de solicitar parte de mi helado. Considerándolo demasiado pequeño para tal

cosa, hice un gesto negativo con mi mano diciéndole:

—No… ¡Que te pones malito!

Pareció entenderme y desistió de su propósito. Siguió jugando

despreocupadamente y yo continué con mis pensamientos.

Fui a tirar el envoltorio a una papelera cercana. Estaba en ello cuando

me di cuenta de que alguien cogía mi móvil, que estaba sobre el banco, y salía

corriendo intentando esconderse entre los setos del parque. Me lancé en su

persecución, pero el ladrón era muy hábil. No sólo corría más que yo, sino que,

además, se permitía hacer ciertas paradas, provocándome para que lo cogiera.

Tras recobrar un poco el resuello, decidí hacer un último esfuerzo para

atrapar al ladronzuelo burlón. ¡Todo fue inútil!

Ante mi imposibilidad física, no me quedaba más remedio que tomar una

drástica solución.

Sin importarme nada de lo que ocurría a mí alrededor me paré y,

mientras sacaba mi arma del bolsillo grité:

—¡Para, canalla! ¡Mira lo que tengo!

Al ver lo que tenía en la mano, el ladrón, como hipnotizado, se dirigió

mansamente hacía mí con una boba sonrisa en sus labios. Cuando estuvo a mi

alcance, lo agarré y le quité el teléfono. Mientras, él chillaba y pataleaba a la

vez que soltaba grandes carcajadas.

Y es que no hay nada mejor para atraer a un niño que una bolsa de

golosinas.

Así fue como conseguí atrapar a este nieto pillastre que tiene comida el alma y

devora el corazón de este abuelo que no puede vivir sin él.

Y esta pasión me ata.

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SALIR DEL PASO

Memento mori

—¡Buenas noches queridos oyentes! En esta Semana de Pasión, les estamos retransmitiendo la procesión de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Batallas, una pequeña imagen florentina del siglo XV que Fernando el Católico entregó como obsequio al convento dominico de la Beata Sor María de Santo Domingo. ¿No es así, compañero?

—En efecto. Este busto nazareno es famoso en toda Ávila por sus milagros.

—¿Ah sí? ¿Y podrías mencionar alguno para nuestros queridos escuchantes que a estas horas de la madrugada han sintonizado nuestra emisora?

La camisa que con tanto esmero eligió para su estreno radiofónico no le llegaba al cuello. Sabía de la rivalidad profesional pero no que el juego sucio llegara a esos extremos.

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EN LA MAGIA DEL RASTRO

Teresa de Cepeda

Desde niño, siempre me encantaba ir a pasear por el paseo del Rastro contando las murallas. El punto de inflexión en aquella posguerra, que era lenta y tan fría y en ecos de la luna, estaba ahí, como estaban los ojos de mi madre de color violetas, las manos de mi padre, callosas del trabajo, las trenzas de mi hermana rubias como los trigos. Me parece increíble que el aire que baja de la sierra, o que sube, tararee en él sus canciones: suaves al alba y dulces en el atardecer dejando entre las murallas los olores tan ciertos que se enredan sin prisa, y hasta el Adaja torna su cabeza de río para quedarse allí cinco minutos. Todo en él es disciplina de las piedras y el tiempo, un gozo (Ávila abierta) que los ojos disfrutan y también los oídos.

Hace cuatro segundos, Teresa de Cepeda, me ha mandado un mensaje con un enlace incrustado en el que me decía: “Escucha de estos versos”. En ese momento iba dando un paseo por la octava muralla de un Rastro que miraba donde el valle de Amblés que sube hasta las nubes el cielo azul de Ávila y la hace tan hermosa, tan abierta en pasiones, los escuché. Si Teresa, que es mística y sigue ahí en su plaza, la haría caso, porque sus versos son de los que vuelan. Con el otoño ahí mismo y su voz melodiosa recitando (hoy los cambió un poquito) eso de:

Vivo sin vivir en mí

y tan larga vida espero,

que eres Ávila primero

y después el buen morir…

Luego vino el atardecer de golondrinas en todos los alambres dispuestas a partir y el paseo olía a rosas, a todos los perfúmenes de las yemas en hornos de una ciudad sencilla que se va sucediendo en todas las pasiones de esta noche estrellada por sobre las murallas que abrazan el paseo.

Y me muero de gozo…

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LA MURALLA

Margaran

—¡Llamad inmediatamente a Maese Florín!—bramó Maese Casandro—quiero que veamos de nuevo los planos de la muralla, el Conde Raimundo de Borgoña me ha hecho llegar su malestar por la tardanza en empezar las obras y, sabiendo que es un encargo del Rey Alfonso de León, no tardará Doña Urraca en enviar a sus esbirros a presionarnos, los emisarios me dicen que las obras de las murallas de Segovia y Salamanca, encargadas al mismo tiempo que la de Ávila, ya están iniciadas. —Mi Señor, debéis tranquilizaos, no son horas de andar molestando a nadie, mirad que son las tres de la noche y Maese Florín andará descansando, que no lo ha hecho desde que recibisteis el encargo de la construcción de la muralla—decía cauteloso el secretario de Casandro Romano mirando por la ventana la noche cerrada. —¿Cómo se puede descansar cuando el futuro de la ciudad pende de nuestra vigilia? —atronó de nuevo.

Nunca le había visto así, desde que el Conde le encargara por petición del Rey la fortificación de la ciudad, debido a la repoblación de las “tierras de nadie”, no dormía ni de día ni de noche, era tal la pasión que ponía en su trabajo que ya podían durar las obras poco tiempo pues, de esta guisa, no duraría su señor más de diez años…

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PERTENECER A LA TIERRA

Ana Mª Parra Jiménez

Pasión es por trabajo estar lejos de tu casa, de tu provincia, de tu país… y sentir ese deseo, ese anhelo de volver. Necesitarlo con intensidad, porque te gusta estar allí. Donde naciste. Porque ya desde pequeña te llevaron a ver esa gran muralla, esos campos… y te hicieron sentir que esa tierra te pertenecía; como tú la pertenecías a ella. Pasión por vivir aquí, en Ávila.

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PASIÓN POR MI TIERRA: ÁVILA

Ana Mª Parra Jiménez

Corría el año 1971, tiempos duros en los que no había mucho trabajo por Ávila, y en los que unos padres intentaban sacar a su familia adelante. Una llamada telefónica de un familiar les anunciaba que en San Sebastián había mucha demanda de mano de obra.

Costó mucho esfuerzo personal, dejar atrás su casa, su tierra, aquella que le vio nacer, en tiempos en que siendo niño ya tenía que trabajar, puesto que antes las familias eran de muchos hijos. Pero se abría una luz entre tanta tiniebla, y veían un porvenir para sus hijos.

Así que, aquella mañana, se limpiaron las lágrimas que corrían por sus mejillas, él cogió a su niño de tres años; ella llevaba en sus brazos a su bebé de dos meses, y se encaminaron rumbo a un futuro mejor…

Aún, antes de partir, tenían que hacer una última cosa en esa matinal mañana: una última foto a sus retoños con el fondo de la muralla. Con gran nostalgia, sabiendo y pensando que algún día volverían, esa era su gran pasión.

“Donde se nace se pace”- solían decir.

Y fueron felices allí. Y era verídico la gran cantidad de trabajo que había por allí, en las vascongadas.

Y pasaron nueve años, y de repente, él le dijo a ella:

“Ha llegado la hora de volver. Porque es ahora, o nunca”.

Ella le miró, tenía allí todo, pero al mirar los ojos emotivos de él, supo que no habría marcha atrás. Y ella, que le quería tanto, sólo tenía que decirle: “volvemos a nuestra ciudad natal, cariño”.

Cuarenta años después quien escribe este relato, es la bebé.

Felicidad, amor y tranquilidad, cuando uno vive donde quiere. Aunque sea con menos.

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LECTURAS APASIONANTES

Mari Jose Olite Merino

El coche se acercaba lentamente a la ciudad, miró por la ventanilla y su corazón se aceleró desbocado. Preguntó entusiasmado:

- ¿Eso es un castillo de verdad?

- ¡Claro hijo! Vamos a entrar en una ciudad bellísima fortificada, se llama Avila. ¡Seguro que te va a gustar!

En ese instante sus sueños se hicieron realidad. Desde que era muy pequeño devoraba cuentos y libros de historias medievales. Admiraba al Capitán Trueno, con su larga melena, espada en mano luchando por sus ideales. Sus fieles compañeros: el fortachón Goliat y el simpático Crispín. Su eterna amada Sigrid, rubia y elegante…

Nunca se cansaba de leer; se sumergía en otro mundo y disfrutaba enormemente.

Pero, ahora. ..todo era real.

Cuando subió despacito, peldaño a peldaño la imponente y majestuosa muralla, se convirtió en el protagonista de sus lecturas. Miraba cada rincón con una mezcla de temor y ansiedad porque quizá aparecieran sus personajes favoritos.

De repente, sintió un escalofrío y una mano se posó en su espalda. Se giró tembloroso y allí estaban. Tal como lo había imaginado en multitud de ocasiones.

- Vamos Daniel ¡Que te quedas el último y te puedes perder! Dijo su madre algo preocupada.

- Tranquila mamá que estoy muy bien acompañado respondió.

Se miraron con complicidad. El esbozó una sonrisa, los saludó con una reverencia. Ellos respondieron antes de iniciar su marcha.

Plenamente feliz continuó su visita a aquel lugar mágico cuyo embrujo no dejaba a nadie indiferente.

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EL ASPA DE LA MUERTE

Isidro Hidalgo Gasch

De pronto aquellas gotas de sangre sobre el pecho comenzaron a

petrificarse, todos cubrían sus rostros ocultando su presencia tras reconocer

haber cometido el delito.

Cirios encendidos tapaban con su olor la pureza del aire y silencios

eternos nos evocaban el fin de la palabra.

Tristeza empañada por golpes de tambor y a grandes intervalos de

trompeta.

Mientras me pregunto de qué derribo sale la madera vieja para construir

el aspa de la muerte.

Pasión.

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SIN PASION ALGUNA

Manuel Manteca Jiménez

Esperó prudente a que pasaran unos días para acercarse al nicho. La noticia voló malintencionada, dirigida a carcomer la poca conciencia que decían le quedó tras abandonarla. Vano intento. Estaban allí, cada uno a un nivel distinto del suelo, como lógica consecuencia del extremo hastío que anidó muchos años atrás en su lecho; cierto, la coyunda con aquella insaciable mujer supuso la experiencia más increíble que se pueda conocer y más aún si se sobrevive. No era una cuestión de pasión desbordada, que también; ni siquiera dejar una posibilidad de que surgiese el deseo, abordado, atajado y consumado incluso antes de ser concebido: era la sensación y el temor a ser devorado, en cualquier momento, literalmente. Encima de su cuerpo, enésimamente cabalgado, ella esperaba cual mantis el más leve gesto dotado de sentimiento, del tipo que fuere, para encontrar la razón que diese inicio a la posesión, incapaz de calmar sus ansias. Quería robarle el alma, apropiarse de ella, tomando su ser hasta el último aliento, tan obcecada en sus fines que se olvidó por completo de vivir.

Ya no paseaban por el Rastro, como siempre habían hecho, rehuyendo de cualquier acto social donde hubiese presencia de otras mujeres; cualquier tipo de mirada hacia él era considerada una afrenta, dirimida con una grosera invectiva hacía la descocada de turno, la consabida trifulca hogareña posterior y su correspondiente reconciliación entre sábanas. De este modo, lo que en razón debiera haber sido el sustento fundamental de su vida en común acabó siendo un penoso ejercicio de supervivencia, manteniendo los latidos de aquel corazón muerto de manera artificiosa.

La última mañana de sus días tristes amaneció sin aire, asfixiándose, con una opresión que atenazaba su pecho amenazando con fulminarle. Quiso gritar y no pudo, golpear, pero no tuvo fuerzas. Se miró en el espejo y no fue capaz de reconocerse, reducido como estaba al mínimo.

Abrió la puerta y salió. Nunca la volvió a ver. Hasta hoy, indiferente frente a su nicho.

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LA PASION

Manuel Manteca Jiménez

Giró una vez más sobre su cuerpo, agitada y bañada en sudor, envuelta en el cálido recuerdo que, recurrente, daba paso cada noche al encuentro con su amado: entregada a la solitaria pasión que desencadenaba los restos de olor a romero y almizcle que aún impregnaban aquella camisa con la que cubría su piel; gastada por el tiempo y el uso, pero de él, convertida en una autentica reliquia; la única digna de ser venerada, como lo hizo con quien lo fue todo, sin límites ni mesura; gozosamente esclavizada, a cada instante, por su idolatrada carne.

Todos murmuraban a su paso sin disimulo alguno: ella, orgullosa y altiva, les retaba devolviendo las miradas, caminando cada tarde por el Rastro, puntual y sin falta, como si nada pasara.

Lo conocía perfectamente, cada desdén y palabra hiriente: abandonada, repudiada, engañada, inequívocamente relegada al olvido, todo dolorosamente cierto, pero fue suya. Amó y fue amada como nadie en aquella ciudad lo fue nunca; se entregó a la pasión sin mesura, con la certeza de que todo placer es perecedero y ninguna sensación venidera podría superarlo. Idealizó aquellos momentos hasta hacer de ellos el justificante de su existencia, capaz de olvidar cómo respirar pero recordando cada pedacito de su piel.

Fue el último amanecer del postrero día de su vida. Se había acostado la noche antes presa de escalofríos y una fiebre muy alta; una calentura distinta a la habitual, desconocida hasta ahora. Giró sobre su cuerpo, buscando entre las sábanas la impregnación del único motivo para continuar levantándose cada mañana; hundió su nariz en el hueco dejado por su cuerpo, en la almohada, en la camisa, para comprobar, aterrada, que ya no quedaba ningún rastro de él. Se había marchado, diluido por el copioso sudor, como si nunca hubiera existido. Quiso gritar, bajar las escaleras y recorrer las calles, salir a buscarle, pero se contuvo.

A nadie habían amado como a ella y nunca lo harían. Abrió la ventana y voló. No les daría ese gusto.

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ÁVILA

Ana Isabel Velasco Ortiz

A las siete de la tarde, minutos antes, minutos después, el anciano se acomoda en un banco del paseo. Agradece los rayos de sol que se cuelan entre las ramas de los árboles.

Sus pupilas recorren la llanura y regresan a la muralla. Contempla el ir y venir de gentes. Escucha los sonidos que le trae el bullicio de la ciudad y siente que, en esta tierra, ha sido feliz

La infancia se fue en juegos, gritos y risas repartidos por plazas y callejuelas. La juventud llegó impetuosa, ardiente. Descubrió el amor en una morena de ojos negros y, este afecto, perduró hasta el día que ella emitió un último suspiro, hace ya, diez años.

Luego, le decían que conociese mundo, que viajase ¡Hay tanto que ver! Insistían hijos, familiares y amigos. Pero él, no quería otro horizonte que no fuera la muralla. Se entretuvo en recorrer la ciudad. Conocer su historia. Detener el tiempo en palacios, iglesias, conventos que siempre estuvieron allí. Y, todo le resultó un universo por descubrir.

Aún le conmueve el cielo raso, la elaborada sillería de las torres, los poemas de Santa Teresa, la perfecta asimetría de la catedral, el aroma de la sopa castellana… Es una pasión que le viene de muy adentro. Una especie de amor que se le agolpa en la garganta y toma forma cuando pronuncia Ávila.

A las siete de la mañana, minutos antes, minutos después, el operario de limpieza municipal observa una sombra en el banco. Se acerca. Comprueba que el hombre no respira y, para mayor asombro, descubre la amplia sonrisa en el rostro del anciano. Es, como si hubiera decidido elegir aquel lugar apacible y sereno para dejar de existir.

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EL REGRESO

Ana Isabel Velasco Ortiz

Él, decidió volver a la ciudad que tanto le gustaba. Se me antojó una buena idea pero, sabía que, este viaje, tenía algo de definitivo que me entristecía sin remedio.

Conduje atenta a la carretera y sus palabras. Todo en él transmitía un arraigado entusiasmo. No cesaba de recordar los días pasados en Ávila. Éramos jóvenes, vitales… Se lamentaba.

Al fin, contemplamos la muralla y nos vino el mismo sentimiento de antaño. Entrábamos en la historia y la imaginación se detenía en leyendas de coraje y pasión. Encarnizadas batallas en las que, los abulenses, defendían el territorio frente al asedio del enemigo. La dama despidiendo al caballero que partía a la conquista de hazañas imposibles. Relatos de intriga, aventuras, amor, se adivinaban en cada rincón de la ciudad.

Un pequeño hotel. Caminar dejando que el aire frío de la mañana despeje mente y espíritu. Volver a contemplar la Catedral, el convento de San Vicente, de Santa Teresa, la casa de las Carnicerías. Pararse en la plaza del Mercado chico, las impresionantes construcciones de los Velada, Verdugo, Dávila… Lugares mágicos que perduran en la mirada y el corazón.

Pasear siguiendo la muralla al tiempo que el sol se esconde y, la noche aparece. Clara. Serena. Un beso a la luz de la luna. El último. Único. Inolvidable.

Los días pasan en un suspiro. Ahora, giro la llave de contacto e inicio el retorno a lo cotidiano. La urna con tus cenizas ya no viaja a mi lado. Al cabo de los años, he cumplido tu deseo. Te quedas en esta ciudad donde fuimos y hemos vuelto a ser felices por y para toda la eternidad.

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TERESA Y JUAN

Ángel Roba Rodríguez

Cuando conocí a Juan él tenía 25 años y yo ya había superado la cincuentena. Había llegado a Medina del Campo a fundar una nueva sede y sin dudarlo se unió a la causa reformista que tantos problemas posteriores le dio en su agitada vida. Desde aquel momento nuestra amistad fue perpetua. Ambos éramos abulenses: él de Fontiveros y yo de Gotarrendura.

Por defender sus ideas, que eran también las mías, fue apresado y estuvo recluido durante nueve meses en una cárcel conventual toledana, húmeda y angosta, al lado de la ribera del Tajo; incomunicado y hambriento. Otro hombre se hubiese desesperado, él se dedicó a alumbrar y recitar en voz alta sus poemas en la oscura soledad de su mísera reclusión: “su claridad nunca es oscurecida y sé que toda luz de ella es venida, aunque es de noche”. Tanto sufrí por su vida que llegué a remitir una carta suplicando a su majestad para que pusiese remedio ante tal injusticia.

Tantas horas compartidas hollando los caminos, él con sus pies descalzos, con su fe inquebrantable, con su bondad; tantas horas conversando de lo humano y lo divino: “la música callada, la soledad sonora”; hasta hoy que tan cerca veo el umbral de la morada de mi padre. Conmigo me llevo su eterno recuerdo y su amistad infinita.

“¡Señor mío y esposo mío, ya toda me entregué, vuestra soy, para vos nací”!

Alba de Tormes a 4 de octubre de 1582

Teresa de Jesús

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INSOMNIO

Paula Velasco Cornejo

No podíamos dormir y… bueno, hemos vuelto a hacerlo.

Primero, en la cama. Luego, en el sillón. En la terraza, también, protegidos por la oscuridad y frente al mar. Luego, en la cama otra vez…

Yo he recorrido cada una de sus curvas con la lengua. Saboreándola lentamente. Deleitándome con los pequeños detalles; imperfecciones, si acaso.

Aún retengo su tacto.

Y su sabor.

Ella, por su parte, ha empezado con los mordisquitos… Muy despacio, sin prisa. No puede resistirse a hacerlo así; si no, todo acabaría muy rápido.

La primera vez — y la segunda, quizás—, nos hemos tomado nuestro tiempo.

El resto, no. Nos las hemos metido enteras en la boca.

No podemos remediarlo. Nos enloquecen. A veces me pregunto si será la promesa del sabor de las yemas de Ávila que guardamos en la alacena lo que nos produce el insomnio.

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CASUS BELLI

El trovador de la villa

En el año de Nuestro Señor de mil y novecientos setenta y cuatro, dos cuerpos expedicionarios corrieron para batirse al pie de la muralla. El campo de batalla estaba cubierto de noche espesa, debido a la escasa iluminación de esa arcaica época y a lo apartado del lugar, que alejó testigos del combate que estaba a punto de producirse.

El brío guerrero confirió al choque inicial un carácter heroico. En un frente, él, armado poderosamente, en el otro, ella, cubierta de potente armadura. De un lado la hidalguía, el arrojo y la tenacidad y del otro la gallardía, la pasión y la firmeza. No tardaron las cabezas de ambos ejércitos en tomar contacto, dejando bañada de fluidos corporales la primera línea de batalla.

Siguió un movimiento ofensivo por parte del atacante, que fue detenido con una respuesta contundente de las defensas. Pero en su empeño belicoso, el agresor logró desarmar las protecciones e introducirse por los resquicios de la indumentaria de su oponente.

La contraofensiva fue fulminante. La ardiente pasión de ella dejó al descubierto el oculto rejón del antagonista. Por su parte, esto produjo el descuido que permitió que las suaves colinas y el monte boscoso de ella quedaran igualmente al descubierto y al alcance del adversario.

Se produjo el punto álgido de la lucha, en el que ambos contendientes elevaron el ardor guerrero y cayeron, rodando por la campa, la cual había sido testigo de innumerables batallas en tiempos pretéritos.

En una ofensiva desesperada y sorpresiva, él logró clavar su lanza en las entrañas de ella y ambos llegaron al clímax de la batalla, con un toma y daca épico, quedando a continuación exhaustos. El sudor bañó ambos cuerpos de ejército desnudos, que hubieron de cubrirse raudos, pues el relente nocturno de Ávila no es cosa menor.

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LAS PUERTAS INFRANQUEABLES

Isidro Hidalgo Gasch

Las Puertas seguían cerradas y desde dentro nadie hizo nada por abrirlas.

Comenzó el día en que todos poníamos una pasión desbordada en intentar conseguir que alguna de las puertas del muro se abriera. Eran muchos los cerrojos e impedimentos de nuestra mente para que alguien pudiera abatirlos sin ayuda de los demás.

Creímos haberlo conseguido porque empezaba a asomarse tibiamente un nuevo cielo y entre las rendijas se colaba un aire fresco. De pronto, llegó, una vez más, el fuerte viento del norte que nos impidió seguir avanzando, junto con él llegaban los estandartes y las trompetas del mal.

Nos quedamos helados. Otra vez esas famosas puertas invisibles eran infranqueables. Tendremos que esperar varios años para volver a intentarlo.

De nuevo nuestra pasión porque entraran aires cálidos se había desvanecido.

¿Conseguiremos aguantar para volver a empezar otro año? Muchos se cansarán después de tantos intentos. Es entonces cuando vuelve otra vez la pasión, pero la pasión por salir.

¿Franquearemos las puertas de salida? Quizás quedemos atrapados en esta ciudad para siempre. Alguno de los más jóvenes lo conseguirán e intentarán sujetarla para que pasen sus mayores. No todos volverán

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PASIÓN EN ÁVILA

María

La pasión es juzgada a la ligera, como si se tratara de flor de un día. Los

poetas ponen un énfasis especial en su definición, como si por su cortedad

fuera un capricho de su pluma.

Buscando un marco idóneo para apasionarme, dentro de mi impuesta

soledad he vuelto a Ávila, allí junto a mi compañero pasábamos veranos

estudiando la mística.

Me apasioné de nuevo: Sus recoletas calles, su noche que en simbiosis

con el celaje es una amalgama de austeridad y belleza, sus murallas

abrazando el entorno, en las esquinas a la luz del Neón es obligado leer a

Santa Teresa.

Perdido el seso, (afectada por mi duelo), recité a viva voz los ecos que

en su rebote duplicaban su hermosura, su grandeza, su paz, su alma, su

apasionado significado.

La tela de mi blusa se empapaba, el sudor de la emoción que en mi

sembraban recuerdos y nostalgias, caminar en esa noche abulense es

perderse en un recóndito paraíso de casas castellanas.

Mi voz cortaba el frio de la noche, mis pasos se perdieron hasta que de

bruces me encontré con la catedral, ¡Qué pena que estuviera cerrada!, no

obstante, descansé ¡Su estampa, en la oscuridad es mágica!

Caminé hasta los cuatro postes, la ciudad apasionante su esplendor

mostraba.

Volví a abrir mi libro de poemas, aquellos donde Teresa volcó su saber,

dotada de una gracia espiritual que contagiaba.

Desde allí enajenada grité: ¿A dónde te escondiste Amado? Una fuerza

interior me hizo elevarme, unos brazos me rodearon y por unos instantes me

rendí junto a aquella abstracción, que besé apasionada.

De regreso pensé si fue un sueño, un milagro, magia….

Solo supe que esa sensación volví a vivirla arropada en el encanto de la

ciudad.

Aunque parezca un contrasentido, es una pasión abierta custodiada por

murallas, ¿Será el fluir de la mística? Sus calles, iglesias, historia, gentes.

Para descubrir su hechizo, hay que rezar, estudiar, caminar, volar, amar, meditar…Ávila es.

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LAS TROPAS DE JIMENA BLÁZQUEZ

El trovador de la villa

Abú Abd’Allá se adelantó a su ejército y, emboscado, llegó a la muralla. No podía creerse que las almenas de la ciudad estuviesen llenas de guerreros, cuando él mismo, haciendo de avanzadilla, había sido testigo de cómo las tropas cristianas abandonaban esas tierras hacía unos días, colmadas de pendones, petos, arneses, lanzas y espadas. Algo había de sospechoso.

Como era de noche, aprovechó para acercarse a campo descubierto, cual sombra en las tinieblas. En el pie rocoso de la muralla escuchó voces… femeninas. Por las almenas aparecían lanzas, espadas, escudos, cascos y sombreros, pero bajo los atuendos varoniles había mujeres, sin duda. Él tenía razón, no había guerreros en Ávila y sus tropas ya estaban alejándose por el valle hacia el Puerto del Pico. Correría para hacerlas regresar.

Iniciando una loca carrera se topó con un destacamento armado. Cinco mujeres, pero armadas, así que lo dejaron desarmado. Y desvestido.

La pasión hizo arder la oscuridad de la noche y hubo de satisfacer a las cinco hembras recias, una tras otra. Al parecer eran ya demasiadas las lunas que habían pasado desde que no había hombres en la ciudad.

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GRABADO EN EL CEREBRO

Guillermo Ruiz Marcos

Un ictus es un enemigo silencioso, taimado, casi invisible. Cuando golpea lo hace con la fuerza de mil tormentas estallando a un tiempo en el cerebro. Éste queda entonces dañado, perdido, confundido tambaleante entre mil impulsos, reflejos, emociones, recuerdos que se disipan, funciones que controlar y ordenes que procesar.

Eso mismo sufrí yo, hace ya siete años, una mañana de enero en el momento que iba a empezar a trabajar. Quedé prácticamente sin memoria, con dificultades para hablar y con mi movilidad muy reducida.

Pero hoy estoy aquí, vivo, y he venido hasta Ávila con el amor de mi vida, encontré un buen hotel adaptado y tengo muchas ganas de disfrutar. Me dejaré lleva por pasiones que dejaron huella indeleble entre los pliegues de mi cerebro.

Amar con todo mi ser y salir de tapas por Ávila.

–Camarero, dos cervezas fresquitas y tortilla de patatas, por favor.

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JODER CON LA PASIÓN

Martín Vilches

Supongamos que de la persona que hablo no se salía del modelo clásico

de niño bien de Ávila: estudió en el Colegio Puritano, militó en el Partido de

Trincar desde Nuevas Degeneraciones y era trabajador de la antigua Caja. Se

presentó a unas municipales por este partido en su pueblo y fue elegido

concejal. Supongamos que participó en el resultado de unas elecciones

agrarias con olor chamusquina y que, en agradecimiento, el partido le propuso

como diputado provincial. Supongamos que en el acto de investidura se alió

con otros compañeros convenciéndoles para que le votaran a él en lugar de al

candidato oficial. Supongamos que fue Presidente de la Diputación.

Supongamos ahora que finalizando la legislatura decidió que después

quería presentarse a alcalde -volver a su trabajo no, que eso sí le estresaba-.

Que a los miembros de rancio abolengo de su partido la idea les horrorizaba y

que, tras manejos y órdenes desde Madrid, decidieron presentar a otra

candidata. Supongamos que, entre que el partido de toda la vida caía en

picado y que los trabajadores que él había puesto a dedo se quedaban sin

asiento, decidió fundar uno nuevo. Supongamos que ni querían ni pensaban en

ganar las siguientes elecciones, sólo en que les necesitasen para gobernar.

Supongamos que, pese a su intención, ganaron de largo. Y que,

además, en Ávila, Izquierda Juntita también se había peleado por sus asientos;

que Pacto Ciudadano se desvaneció en su mundo virtual; y que el otro partido

de la oposición presentaba una candidata sospechosa, perdedora

anteriormente de unas primarias.

Supongamos que tras las elecciones la mayoría de los vecinos estaban

desbordados por el júbilo y la pasión; convencidos de que se había producido

un cambio histórico en la ciudad.

En realidad, el resultado para Ávila fue mejor que el que el protagonista

y los de rancio abolengo habrían soñado: más concejales y diputados afines,

sin rastro de oposición.

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TIERNA PASIÓN DE ÁVILA

Carlos del Solo

Un día te vi: grueso, color rojo sangre, tierno y con esas líneas blancas

que te cruzaban de lado a lado. Desde aquel momento lo tuve claro: deberías

ser mío. Otros te tenían y los celos me invadían. ¡Cuánta gente disfrutaba

contigo en Ávila! Yo lo veía y la envidia me corroía.

No podía dejar de pensar en ti, necesitaba que vinieses conmigo; intimar

contigo en la cocina.

Por fin vi un cartel que me permitía llevarte a casa: "Chuletón de Ávila,

10 euros el kilo". No lo dudé un instante y me abalancé sobre el mostrador. ¡Al

fin eras mío!

Creo que cometí una equivocación. Desde que te noté en mi boca, como

si fueses mantequilla, eres mi pasión. ¡Ay, chuletón de Ávila! ¿Cuándo

encontraré otro ofertón?

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ALTAS ACCIONES

Diógenes el Cínico

En la segunda mitad del siglo XIX, la lánguida Aurora gozaba de una posición acomodada pero muy aburrida dentro de la encorsetada sociedad abulense. Estaba casada con don Nicomedes, diputado a Cortes y miembro de una estirpe de rancio abolengo en la ciudad amurallada. No tenían descendencia; no estaba de Dios. Todo cambió, cuando por su casa empezaron a parar pintores y literatos que llegaban a la ciudad a través de la recién inaugurada línea de ferrocarril. La dama guardó la venda en el punto más recóndito de su pensamiento y despertó sus sentidos en las tertulias compartidas con tan ínclitos visitantes. Casi nunca salía de su gabinete, pero a partir de entonces voló con su imaginación y frecuentó las más suntuosas fiestas de las capitales europeas, se sentó en las primeras filas de los teatros más afamados y también corrió descalza por los más líricos jardines.

Aquella mañana se levantó con la sangre incendiada. Decidió dar un paso más y desatar sus instintos que pugnaban desbocados por aflorar.

El retratista francés y su esposa llegaron puntuales a la cita con don Nicomedes, que quería ser plasmado en un lienzo como correspondía a todo un señor diputado.

Una ligera inclinación de cabeza y una mirada encendida bastaron. Con la excusa de contemplar las vistas desde las estancias del piso superior, subieron y se encerraron con llave en la biblioteca.

A veces, las palabras y la ropa, sobran.

Dejaron a sus maridos absortos con el retrato. Y es que ellos no pintaban nada allí.