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El Miedo a Sufrir Uno de los mayores obstáculos que se oponen a nuestro desarrollo espiritual es el miedo a sufrir. Este nos hace retroceder ante las dificultades y nos impide luchar, cortándonos las alas y paralizando nuestros más generosos impulsos. Pero también hace algo peor: con frecuencia nos induce a abandonar nuestros deberes, a faltar a nuestros compromisos internos o externos y nos hace pecar de omisión, lo cual no es a veces menos grave que caer en el exceso. Por consiguiente, es imprescindible para todo hombre que aspire a recorrer la vía del espíritu el proponerse superar este obstáculo, venciendo, o al menos atenuando, su miedo a sufrir. Pero, para conseguir vencer este miedo fundamental y tan arraigado en nosotros, hay que conocer la verdadera naturaleza, el significado y la función del sufrimiento. Es necesario aprender cuál es el mejor comportamiento que

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Miedo a sufrir

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El Miedo a Sufrir

Uno de los mayores obstáculos que se oponen a nuestro desarrollo espiritual es el miedo a sufrir. Este nos hace retroceder ante las dificultades y nos impide luchar, cortándonos las alas y paralizando nuestros más generosos impulsos. Pero también hace algo peor: con frecuencia nos induce a abandonar nuestros deberes, a faltar a nuestros compromisos internos o externos y nos hace pecar de omisión, lo cual no es a veces menos grave que caer en el exceso. Por consiguiente, es imprescindible para todo hombre que aspire a recorrer la vía del espíritu el proponerse superar este obstáculo, venciendo, o al menos atenuando, su miedo a sufrir. Pero, para conseguir vencer este miedo fundamental y tan arraigado en nosotros, hay que conocer la verdadera naturaleza, el significado y la función del sufrimiento. Es necesario aprender cuál es el mejor comportamiento que

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podemos adoptar frente a aquel, pero sobre todo también debemos aprender cómo transformarlo para que llegue a ser una verdadera fuente de bien espiritual. La primera lección que debemos aprender con respecto al dolor es una lección de consciencia y de sabiduría. De hecho, mientras sigamos considerando el sufrimiento como un mal, como algo injusto y cruel, o por lo menos incomprensible, no seremos capaces de dominar el arte que se requiere para acogerlo, transformarlo y convertirlo en algo positivo. En el pasado, muchos se conformaban con explicaciones dogmáticas o renunciaban a comprenderlo, amparándose en Dios; a algunos todavía les basta con ello. Pero, actualmente, la mayoría de los hombres no puede ni quiere permanecer dentro de esos límites, y quiere conocer, comprender y llegar al menos hasta donde su razón humana y su intuición espiritual se lo permita. A esta irrenunciable exigencia del hombre moderno y a su hambre interior, los grandes conceptos espirituales ofrecen un sano y vital alimento que le proporciona una total satisfacción, tal y como pueden atestiguar por experiencia quienes han encontrado en ellos la luz, la fuerza y la paz. Dichos conceptos son bien conocidos, por lo que tan sólo acentuaremos la luz con la que alumbran el problema del dolor. La humanidad se encuentra ahora en el arco ascendente de su evolución. Tras haber descendido hasta lo más profundo de la materia, ahora está subiendo lenta y fatigosamente hacia el espíritu, hacia su patria eterna. El hombre, tras haber alcanzado el máximo de la separatividad, de la auto limitación y del egocentrismo, ahora debe ir ampliando gradualmente los confines de su propio yo personal, restableciendo la comunicación armónica con sus semejantes, con el universo y con lo Supremo. Cuando empieza a sentir esta íntima necesidad y este deber, se inicia en él una ardua e intensa lucha: el impulso y la tendencia a la ampliación y a la expansión chocan contra las rígidas y duras barreras de la separatividad y del egoísmo. El alma se siente entonces como un pájaro enjaulado: prisionera en una estrecha celda; en consecuencia, se debate y sufre. Este es el estado critico y doloroso que precede necesariamente a la liberación - o mejor dicho, a una primera liberación - del alma. En el actual período de despertar espiritual, muchas personas se encuentran atravesando precisamente esta fase.

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A la luz de esta exposición sintética, la cual nos demuestra que el sufrimiento es algo necesario e inevitable para nuestro proceso de evolución, podremos comprender más profundamente y aceptar con más facilidad los distintos significados particulares y las diferentes funciones específicas del dolor. En primer lugar, podemos darnos cuenta de que el sufrimiento constituye una expiación ligada a la inevitable ley de causa y efecto. Pero dicha expiación no constituye la única función del sufrimiento, ni es tampoco la más importante o esencial. El sufrimiento ayuda poderosa y directamente al ascenso y liberación del alma: la purifica, quemando con su benéfico fuego muchas de las escorias terrenas; y la esculpe, liberando del bloque de materia informe al dios que estaba encerrado. Como dice la bella expresión: «Los dioses se forman a golpe de martillo». Así pues, el sufrimiento templa y refuerza, desarrollando en nosotros este difícil y admirable poder de resistencia interior que es condición indispensable para el crecimiento espiritual. Muchas personas no se dan cuenta que el espíritu es algo tremendamente poderoso y que carecemos todavía de la suficiente fuerza y resistencia para acogerlo y soportarlo. Ambas cosas se desarrollan sobre todo mediante el dolor. Además, el sufrimiento hace madurar todos los aspectos de nuestra consciencia, especialmente los más profundos y sutiles. El dolor nos obliga a que desviemos la atención del fantasmagórico mundo exterior, nos libera del apego hacia él y nos hace profundizar en nosotros mismos: nos hace más conscientes y nos incita a buscar consejo, luz y paz en nuestro interior y en el espíritu que anida en cada uno de nosotros. En resumen, el dolor nos despierta y hace que nos revelemos ante nosotros mismos. Nuestro dolor, en fin, nos permite comprender mejor y compartir el dolor de los demás, lo que nos hace más sabios y dispuestos a prestar ayuda a los que nos rodean, Como dice el hermoso verso virgiliano: «Non ignara mali, miseris succurrere disco». (No ignorando el mal, aprendo a socorrer a los infelices). Sin embargo, llegados a este punto se podría objetar: ¿Por qué entonces el dolor produce tan a menudo el efecto contrario? ¿Por qué a veces nos irrita, nos exaspera y nos empuja al mal, al odio y a la violencia? Que esto es así, y con lamentable frecuencia, es innegable; pero no debe considerarse como un efecto necesario y fatal

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del dolor. Una observación psicológica mucho más profunda demuestra claramente que la mayoría de las veces estos efectos se deben a la actitud de oposición que solemos adoptar ante los acontecimientos dolorosos. Descubriremos que este es un hecho importantísimo sobre el cual debemos concentrar nuestra atención: las consecuencias del sufrimiento y su cualidad dependen más que nada de la actitud que asumimos frente a él, de cómo lo recibimos interiormente y de nuestras reacciones externas. San Pablo ya expresó sintéticamente esta verdad: «Hay dolores que ensalzan y dolores que abisman». Por ello vamos a examinar a continuación las diversas actitudes que podemos asumir ante el dolor y las consecuencias que de ellas se derivan. Si nos sentimos impotentes ante el dolor - que es lo que sucede con frecuencia - nos rebelamos contra él y el resultado es una exacerbación del dolor, un nuevo dolor que se añade al dolor primitivo formándose un círculo vicioso que da lugar a errores, culpa, obcecación, desesperación, violencia, etc. Con las pruebas se sufre menos, al evitarse algunas de las consecuencias negativas externas; pero seguimos conservando las internas, como el abatimiento, la depresión o la aridez. De este modo, no se aprenden de ellas buenas lecciones, sino meramente soportar y aguantar. La aceptación del dolor presupone, por el contrario, esa consciencia de la que hemos hablado anteriormente o un acto de fe: fe en Dios y en la bondad de la vida; pero para ser eficaz debe ser una fe viva y activa. Es aceptando inteligentemente el dolor como se aprende de sus múltiples lecciones; se coopera, y ello reconforta y abrevia considerablemente el sufrimiento. Además, no es raro que suceda un hecho sorprendente: apenas es bien aprendida la lección, la causa del dolor desaparece. En todos y cada uno de los casos, tras la aceptación del dolor sobreviene una maravillosa serenidad, una gran fuerza moral y una profunda paz. En ciertos casos se puede llegar a una tan plena comprensión de la función y del valor del sufrimiento, a una aceptación tan voluntaria, que se experimenta un sentimiento de alegría incluso en medio del mayor sufrimiento. Santa Teresa - que habla de su experiencia personal a este respecto en su autobiografía - califica de misterio a este hecho. Pero, a la luz de estas concepciones, el aparente misterio tiene una clara explicación. Sabemos que el hombre

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no es algo simple sino que está compuesto de una multiplicidad psicológica. Existen en nosotros diversos niveles, por lo cual es perfectamente factible que mientras que el nivel emotivo - por ejemplo - sufre, otro nivel más elevado pueda estar feliz. Es posible, entonces, que en algunos casos el gozo y la alegría inherentes a la aceptación espiritual puedan prevalecer hasta el punto de superar el dolor y de hacerlo desaparecer directamente de la consciencia. Estos datos, aunque demasiado sucintos e incompletos debido a la vastedad del tema y a su complejidad, pueden al menos ayudar a comprender la profunda justificación del dolor en la vida de los hombres y su necesaria función evolutiva, así como a sentir la elevada y preciosa tarea a la que podamos ofrecerlo y consagrarlo. Roberto Assagioli

Emoción y sufrimiento.

(Todos los estafadores del mundo son nada

comparados con los que se engañan a si mismos.) DICKENS

El orgullo en sí no es una emoción negativa mientras emana de una autovaloración que corresponde a la realidad de la

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fuerza, del poder, de cualidades o de una posición cualquiera que de verdad poseemos. La presunción empieza a infiltrarse en tales valoraciones emocionales cuando nos atribuimos más fuerza, poder, cualidad o posición de los que realmente poseemos. Y la soberbia nos invade cuando, a raíz de tales sobreestimaciones, desviamos la propia maduración o nos volvemos agresivos o conflictivos frente a los demás mediante el desprecio. Huyendo de sus inferioridades y deseando hacerse valer a los propios ojos y a los de los demás, el, hombre necesita a veces el prestigio y lo acentúa, gozando con ello; la sociedad, a su vez, admite cierto grado del orgullo como legítimo y aceptable y hasta lo cultiva colectivamente. La sociedad es liberal en este sentido y admite como tolerables ciertos niveles del orgullo que redundan ya un poco en presunción; la única sanción que tiene para los que traspasan estos límites es la de ponerlos en ridículo. Pero admite que una mujer bella, un rey bajo su corona, un general con sus condecoraciones, un héroe o un atleta con sus laureles, un escritor con sus premios, etc., puedan pavonearse y ser envidiados. También son admitidos los orgullos colectivos: el de pertenecer uno a una familia famosa, a una clase superior de cualquier índole, a una gran nación. Estos orgullos colectivos ayudan a veces a la persona individual a sentirse más fuerte y a compensar mediante ellos alguna inferioridad personal: se siente uno con más prestigio si en el parentesco de la genealogía ampliada, uno puede invocar como antepasado a un César, un Napoleón, o un Cervantes, Kant, Harvey o Pushkin.

Pero en esta "escala" desde el orgullo legítimo a la presunción falsa y la soberbia injustificada pocos escalones separan la autovaloración del hombre, acosado por sus eternas debilidades humanas. Tanto la soberbia de procedencia individual, como de la colectiva, degeneran fácilmente en comportamiento conflictivo y agresivo, en la ceguera paranoide y, eventualmente, en la enfermedad de la paranoia sistematizada. El para significa aquí un conocimiento (nous) acotado deliberadamente, una ceguera ante la verdad de la que nos servimos para evitar que la verdad desagradable nos fuerce a revalorarla sinceramente y a superarla directamente a pesar de ser desagradable. La orexis paranoide empieza allí donde nos volvemos mentirosos frente a nosotros mismos y

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cuando en vez de enfrentarnos con la realidad interior en su aspecto de inferioridad, la encubrimos, la tapamos, la disimulamos, la contorneamos en la maduración, como si no existiese, la desvaloramos, como si no tuviera importancia para nosotros. El descubrimiento de alguna debilidad propia nos molesta precisamente porque toca a algún punto de ambiciones subjetivamente sentidas como muy justificadas, nos sugiere la estrategia interior de ocultarla ante nuestro propio espejo, y a seguir, después de haberla escondido cuidadosamente, con el resto de la maduración sin tener en cuenta este aguijón. Este ocultamiento es un procedimiento bastante refinado y la paranoia es, en la mayoría de los casos, la enfermedad de los intelectualmente avanzados, aunque puede hacer su nido también en algún ambicioso bruto, un alférez napoleónico, un campeón deportivo. Pero no se instala en ningún hombre genuinamente modesto o humilde. La humildad y la hybris son polos opuestos de la maduración. La primera es un aliado fiel del ser lo que uno es; la segunda, el contrabandista presuntuoso de ser uno lo que no es, ni puede serlo.

Todos cometemos tales errores de valoración, pero no estamos en peligro de volvernos paranoicos si admitimos el error y lo revaloramos. El peligro nace cuando tal ocultamiento, contorno y encubrimiento se vuelve todo un sistema y se infiltra como un elemento de habituación en la maduración. La paranoia y su hybrorexis no es una crisis precoz; la desviación de tal tipo de valoración es de navegación larga, de desarrollo lento y solapado. La

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transformación de la persona se edifica con cuidado y refinamiento, la autocorrección tiene pocas oportunidades, el pronóstico de su curación no es muy favorable: la hybris es un enemigo serio de la maduración. Cuando un paranoide contornea sus debilidades, comete en primer lugar un "error in pati". El talento mismo y su éxito pueden inducirle a ello. El hombre es débil incluso ante su propio talento que siempre es una promesa de satisfacciones. Pero en un ser tan oscilante en sus autorrealizaciones como el Homo imaginativus las proyecciones de las promesas, fabricadas en su interior, reclaman siempre una valoración realista y verídica. Bajo el empuje de una vocación, todavía con más rigor. Sobrevalorar el propio talento, las capacidades y aptitudes significa traspasar los límites del mensaje vocacional, es quererse saltar uno su propia sombra. Por más que lo crea, tal "superhombre" no existe entre los humanos. No admite que hubiera podido equivocarse. Si lo admitiese, tendría que reconocer y revalorar la flaqueza tapada y contorneada, derribar el acoto, las placas con las que oculta las debilidades ante su propio espejo. No puede caer en la debilidad de admitir aquella debilidad. Toda su hybris multifactorial lo impide. Los instintos le dicen: "Yo soy más tuerte que esta debilidad". El ego: "Yo me juzgo bien a mí mismo". La estructura: "Con mi constitución, yo he acabado siempre con tales obstáculos". Y en su relación con el factor Sin embargo, muchos paranoides hybrorécticos andan entre nosotros aun sin llegar a la clínica. La hybris es un móvil siniestro de muchas guerras y conflictos, de rebeldías injustificadas y de excesos de poder injusto. Destruye muchos amores y borra la compasión. Aconseja también a ciertos erizorécticos, acompaña actos criminales, fomenta el fanatismo, justifica a los que se creen en posesión de alguna "verdad única", a los que han "nacido para mandar". Aunque cada persona vale solamente tanto cuanto vale su trabajo empleado en su maduración, la hybris nos sugiere que valemos más por el mero hecho de pertenecer a una familia, a una región de civilización, a una religión "superior", a una gran historia del pueblo. E insinúa que tenemos derecho no solamente a ser orgullosos sino también a presumir de algo que no es personalmente nuestro y a despreciar a los demás. Aun para los que tienen fuerza y talento real, es una trampa peligrosa para enjuiciarse sistemáticamente de una manera

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falsa. Sin embargo, muchos paranoides hybrorécticos andan entre nosotros aun sin llegar a la clínica. La hybris es un móvil siniestro de muchas guerras y conflictos, de rebeldías injustificadas y de excesos de poder injusto. Destruye muchos amores y borra la compasión. Aconseja también a ciertos erizorécticos, acompaña actos criminales, fomenta el fanatismo, justifica a los que se creen en posesión de alguna "verdad única", a los que han "nacido para mandar". Aunque cada persona vale solamente tanto cuanto vale su trabajo empleado en su maduración, la hybris nos sugiere que valemos más por el mero hecho de pertenecer a una familia, a una región de civilización, a una religión "superior", a una gran historia del pueblo. E insinúa que tenemos derecho no solamente a ser orgullosos sino también a presumir de algo que no es personalmente nuestro y a despreciar a los demás. Aun para los que tienen fuerza y talento real, es una trampa peligrosa para enjuiciarse sistemáticamente de una manera falsa. La endoantropología moderna se ocupa poco de la hybris. Quizá porque es occidental. Como lo ha demostrado magistralmente Arnold Toynbee, en los hacedores de la historia de esta zona la hybris tiene el carácter de un mal endémico. Contra él, las indoctrinaciones de la humildad son inyecciones de muy poca eficacia. El superhombre es un aliado natural del Homo furia. Y pocas son las perspectivas de que en la órbita del hombre blanco la conspiración de los dos se corte en alguna parte antes del Apocalipsis. Definición: Hybrorectosis: DOV originando errores sistematizados de la introspección verídica en la maduración del valorante cometidos mediante la ocultación deliberada de las debilidades propias conduciendo progresivamente a la autoafirmación optativa sobrevalorativa de falsos valores y grandeza, al desprecio de los demás y a las invenciones del contorno social imaginativamente supuesto como hostil a los fines de la autocreación propia.

Descansaba una vez Buddha bajo a un árbol cercano a un estanque. Cuando vino a el un joven y le pregunto. MAESTRO ¿que debo hacer para encontrar la verdad? -sin responder, el Buddha se le acercó y de un empujón lo arrojó en el estanque, manteniéndole después sumergida la cabeza.

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Lucho el joven infructuosamente por liberarse y cuando ya daba muestras de desvanecimiento, el Maestro le permitió salir. Una vez repuesta de la sorpresa, El Buddha le inquirió: Cuando estabas bajo el Agua, ¿pensaste en bellas mujeres? - NO, dijo el joven. ¿Pensaste en ricos manjares o en viajes por el mundo? Una vez más la respuesta fue negativa. Cuando anheles hallar la verdad con la misma vehemencia con que deseabas respirar, agregó el Buddha, cuando tan profundamente lo anheles en tu ALMA, ese día seguro la encontrarás. EL ARBOL DE LOS DESEOS: Una vez un hombre estaba viajando y entró al paraíso por error. En el concepto indio del paraíso, hay árboles que conceden los deseos. Simplemente te sientas bajo uno de estos árboles, deseas cualquier cosa e inmediatamente se cumple no hay espacio alguno entre el deseo y su cumplimiento. El hombre estaba cansado, así que se durmió bajo un árbol dador de deseos. Cuando despertó, tenía hambre, entonces dijo: "¡Tengo tanta hambre! Ojalá pudiera tener algo de comida". E inmediatamente apareció la comida de la nada simplemente flotando en el aire, una comida deliciosa. Tenía tanta hambre que no prestó atención de dónde había venido la comida. Cuando tienes hambre, no estás para filosofías. Inmediatamente empezó a comer y la comida estaba ¡tan deliciosa! Una vez que su hambre estuvo saciada, miró a su alrededor. Ahora se sentía satisfecho. Otro pensamiento surgió en él: "Si tan sólo pudiera tomar algo!" Y por ahora no hay ninguna prohibición en el paraíso, de modo que de inmediato apareció un vino estupendo. Mientras bebía este vino tranquilamente y soplaba una suave y fresca brisa bajo la sombra del árbol, comenzó a preguntarse: "¿Qué está pasando? Hay fantasmas que están jugándome una broma" Y aparecieron fantasmas feroces, horribles, nauseabundos. Comenzó a temblar y pensó: "¡Seguro que me matan!" ... Y lo mataron. Esta es una antigua parábola, de inmensa significación. Tu mente es un árbol dador de deseos: pienses lo que pienses, tarde o temprano se verá cumplido. Cada uno es

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aquí un mago. Cada uno está hilando y tejiendo un mundo mágico en torno de sí mismo... y luego es atrapado. La araña misma es atrapada en su propia tela. No hay nadie que te torture excepto tú mismo. Y cuando se comprende esto, las cosas comienzan a cambiar. Entonces puedes modificarlo, transformar tu infierno en cielo; sólo se trata de pintarlo con una visión diferente... Toda la responsabilidad es tuya.

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