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University of Calgary Press Canadian Association of Latin American and Caribbean Studies LA GUERRA CIVIL DE 1891 EN CHILE Y SUS PROLEGOMENOS : LO NUEVO Y LO VIEJO EN LA HISTORIOGRAFÍA Y EN LA LITERATURA CHILENA RECIENTE Author(s): JOSÉ DEL POZO Source: Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies / Revue canadienne des études latino-américaines et caraïbes, Vol. 21, No. 41, 20th Anniversary / XXe anniversaire (1996), pp. 107-122 Published by: University of Calgary Press on behalf of Canadian Association of Latin American and Caribbean Studies Stable URL: http://www.jstor.org/stable/41800655 . Accessed: 13/06/2014 14:31 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . University of Calgary Press and Canadian Association of Latin American and Caribbean Studies are collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies / Revue canadienne des études latino-américaines et caraïbes. http://www.jstor.org This content downloaded from 194.29.185.145 on Fri, 13 Jun 2014 14:31:34 PM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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University of Calgary PressCanadian Association of Latin American and Caribbean Studies

LA GUERRA CIVIL DE 1891 EN CHILE Y SUS PROLEGOMENOS : LO NUEVO Y LO VIEJO EN LAHISTORIOGRAFÍA Y EN LA LITERATURA CHILENA RECIENTEAuthor(s): JOSÉ DEL POZOSource: Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies / Revue canadienne desétudes latino-américaines et caraïbes, Vol. 21, No. 41, 20th Anniversary / XXe anniversaire(1996), pp. 107-122Published by: University of Calgary Press on behalf of Canadian Association of Latin American andCaribbean StudiesStable URL: http://www.jstor.org/stable/41800655 .

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LA GUERRA CIVIL DE 1891 EN CHILE Y

SUS PROLEGOMENOS : LO NUEVO Y LO

VIEJO EN LA HISTORIOGRAFÍA Y EN

LA LITERATURA CHILENA RECIENTE*

JOSÉ DEL POZO Departamento de Historia, UQAM

El centenario de la guerra civil de 1891 en Chile dio lugar a una abun- dante producción por parte de los autores de este país. Los estudios publicados en esta ocasión reflejan el nuevo impulso que anima a los historiadores chilenos, que después de haber conocido una etapa difícil para la investigación y la publicación durante la mayor parte de la dic- tadura militar disponen ahora de condiciones de trabajo más favora- bles.

* Ensayo bibliográfico sobre : Juan Gabriel Araya, 1891 : entre el fulgor y la agonía (Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1990), 213 p.; Fernando Bravo, Fran- cisco Bulnes y Gonzalo Vial, Balmaceda y la guerra civil (Santiago de Chile : Edi- torial Fundación, 1991), 445 p.; Dimensión histórica de Chile , Revista de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación , número dedicado al tema «Balmaceda y la guerra civil de 1891 » 8 (1991); Juanita Gallardo y Luis Vitale, Balmaceda, sus últimos días (Santiago de Chile: Ediciones Chile- América, CESOC, 1991), 182 p.; Cristián Gazmuri, El « 48 » chileno. Igualitarios , reformis- tas, radicales, masones y bomberos (Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1992), 276 p.; La época de Balmaceda (Santiago de Chile: Dirección de biblio- tecas, archivos y museos, Centro de investigaciones Diego Barros Arana, 1992), 123 p.; y Luis Ortega, ed., La guerra civil de 1891. Cien años hoy (Santiago de Chile : Departamento de historia, Universidad de Santiago de Chile, 1993), 195 p.

Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies , Vol. 21, No. 41 (1996): 107-122

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Los acontecimientos de 1891 constituyen un tema fascinante para los chilenos. Esto se aplica no sólo a los autores e investigadores, sino también a los políticos, periodistas, novelistas y al público. Balmaceda y 1891 interesan porque evocan una serie de temas claves para la his- toria chilena : la discusión sobre la estrategia de desarrollo, la natura- leza de la clase dominante, el papel del capital extranjero, las rela- ciones entre los poderes públicos, la intervención de los militares en política y el trágico fin del mandatario, que muchos comparan con el destino que tuvo Salvador Allende.

¿Hay alguna relación entre las rebeliones de los años 1850 contra el gobierno conservador de Manuel Montt y la guerra civil de 1891? El libro de Cristián Gazmuri aborda sólo indirectamente el tema de las revoluciones de los años 1850 y no busca establecer una relación con los sucesos de 1891. Su objetivo central es el de analizar la influencia que tuvo en Chile la revolución de 1848 en Europa. Para ello, estudia de cerca la actividad de la Sociedad de la Igualdad, fundada en 1850. Esa institución fue una herencia de 1848 especialmente por su forma de organización, compuesta por secciones en los distintos barrios de Santiago y en otras ciudades, lo cual reflejaba el modelo de los clubes revolucionarios franceses. Además, varios de sus principales funda- dores habían vivido personalmente en Francia durante los sucesos de 1848.

Durante su corta vida, el número de miembros de la Sociedad había aumentado en forma rápida, ya que habían pasado de 400 en un comienzo a 3 400. 1 Socialmente, había entre ellos tanto artesanos como personas de la clase dominante, jóvenes liberales opuestos a Montt, que a la larga dominaron la institución. Pese a su crecimiento, la Socie- dad se derrumbó súbitamente, sin lucha, luego de sufrir la represión del gobierno, a fines de 1850. Este hecho es explicado por el autor por la heterogeneidad de su composición social y porque respondía «a un patrón de sociabilidad extraño hasta ese momento a la sociedad chilena »2 Pero la influencia de la Sociedad estuvo presente en alguna medida en los sucesos revolucionarios de 1851 y de los años poste- riores. Hubo un cierto número de ex igualitarios, muchos de ellos artesanos, que participaron en el motín de abril de 1851 en Santiago, y sobre todo en el motín de octubre de ese mismo año en Valparaíso, dentro del contexto de la guerra civil contra Manuel Montt.

A más largo plazo, Gazmuri piensa que la herencia de 1848 se manifiesta en el desarrollo de formas de sociabilidad política como el partido radical, el Club de la reforma, los bomberos y la masonería.

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Esas organizaciones reunían las características heredadas del modelo francés, porque incluían la presencia de clubes, con filiales en diversas ciudades y porque eran controladas por elementos hostiles al catoli- cismo. En cambio, Gazmuri pone en duda la existencia de lazos entre los sucesos de 1850 y el nacimiento y evolución posterior del movi- miento obrero, como lo pretenden J. C. Jobet, H. Ramírez y otros autores.

Si la obra de Gazmuri, inspirada por los trabajos de Maurice Agulhon, tiene el mérito de haber analizado un campo inexplorado de la historia política chilena y de utilizar una metodología novedosa, basada en la prosopografía, ella deja ciertos temas sin un análisis satis- factorio. Uno de ellos es la falta de información más precisa sobre la situación de los artesanos en Chile hacia 1850 y sobre la actitud de éstos ante la pugna liberales versus conservadores. Al respecto, hay demasiados párrafos que comienzan con la frase « parece que. . . », especialmente en el capítulo 2. Además, es una lástima que el autor no haya explorado más el tema de la relación posible entre el núcleo de los igualitarios y los sucesos de 1851 a lo largo de Chile.

Aunque Gazmuri no se pregunta si el movimiento de 1850 tuvo alguna incidencia para 1891, indirectamente nos entrega una pista. En su análisis prosopográfíco al final del libro, en que hace una larga lista de personajes que pertenecieron a alguna de las instituciones heredadas de 1848, encontramos nombres claves de 1891 : desde luego el futuro presidente Balmaceda y a algunos de sus colaboradores, como Abra- ham Koenig, líder radical, que fue ministro antes de la guerra civil. Pero lo más notable es que en esa lista figuran varios personajes que fueron posteriormente sus enemigos : Waldo Silva, vicepresidente de la junta rebelde, socio del Club de la reforma; Enrique Mac Iver, radical, bombero y masón, líder antibalmacedista en 1891; Carlos Walker Martínez, bombero, que dirigió la represión contra los balmacedistas; Augusto Matte, radical, que sirvió a la Junta de Iquique. Todos estos hombres se conocieron o participaron juntos en los años 1860, 1870 y 1880 en el movimiento tendiente a reformar la Constitución de 1833 y a democratizar en alguna medida la vida política chilena; sin embargo, ello no les impidió atacarse con saña en 1891. Sin quererlo, Gazmuri nos deja una línea de interpretación para ese conflicto : la de una lucha política, que se da entre personajes provenientes de una misma clase social.

Esta visión es la que aparece en varios de los autores que partici- paron en los estudios publicados en ocasión del centenario de la guerra

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de 1891. Sergio Villalobos afirma que en la época de Balmaceda la bur- guesía se había fusionado con la « vieja aristocracia », dando lugar a una «oligarquía». El conflicto se dio entre esta clase y el presidente, porque éste « contradecía el espíritu de la época » al insistir en man- tener y reforzar el poder presidencial.3 Esto se transformó en una polémica muy grave, dado el cuantioso volumen de recursos con que contaba el Estado. Como el presidente fue incapaz de apoyarse en los sectores medios o en las clases bajas, quedó solo frente a la oligarquía. Así, concluye diciendo que la guerra civil no tuvo carácter social, lo que se manifiesta en que poco después de 1891 los vencidos de ayer podían darse el lujo de ganar la elección parlamentaria, en 1894.

María Rosa Stabili busca las razones del conflicto en las « modali- dades del control público », en la oposición entre la tendencia portali- ana, encarnada por Balmaceda, y aquella que buscaba mayor libertad de acción ante el ejecutivo. Esta pugna se agudizó con el problema de la incorporación de nuevos territorios después de la guerra del Pacífico, tanto en el sur agrícola como en el norte minero. Aunque reconoce que en provincias hubo sectores balmacedistas, sobre todo en el sur, la autora sugiere una visión de 1891 como la de una rebelión de la « peri- feria » en contra del « centro ».4 Esta última visión no debe entenderse en un sentido puramente geográfico, sino como una tendencia general de los poderes locales a liberarse de los dictados del Ejecutivo : la ley de la Comuna autónoma, puesta en vigencia después de 1891, es su principal manifestación. Pero contrariamente a la interpretación clási- ca de Jobet, que veía en esta disposición únicamente una instancia que abrió paso al dominio directo de la oligarquía, Stabili la ve como una institución que contribuyó a la democratización del país, porque pese al fraude, constituyó un espacio de libertad que antes no existía.5

Bravo, Bulnes y Vial niegan también que 1891 haya sido un con- flicto social, ya que, según dicen, Balmaceda difícilmente podía repre- sentar los intereses de las clases medias o del emergente movimiento obrero : sus principales consejeros (Claudio Vicuña, Sanfuentes) no eran precisamente de condición modesta, sino todo lo contrario.6 Tam- poco creen que haya habido conflicto entre las inversiones realizadas por el gobierno y los intereses de la oligarquía, ya que después de la derrota de Balmaceda la política de gasto público no fue modificada. Estos tres autores buscan la explicación del conflicto en la personalidad de Balmaceda, que se dejaba llevar por sus impulsos, sin tomar en cuenta los obstáculos que se podían presentar a sus proyectos. Añaden que a causa de experiencias personales, Balmaceda tenía desde muchos

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años antes de su presidencia un prejuicio contra los bancos, cuando éstos no quisieron ayudarlo cuando se endeudó para la construcción del canal de Las Mercedes; esto explicaría su conducta hacia los financistas en 1891. 7 Durante su presidencia, estas características lo llevarán a un conflicto sin salida con la oposición; Balmaceda mostró « olímpico desprecio por sus enemigos, y un cálculo equivocado de la fuyerza que tenía. . . » Pese a este retrato poco halagador, Bravo admite que la oposición tampoco supo mostrarse flexible, por lo cual ella com- parte la culpa del conflicto. « Había en ellos mucho orgullo y mucha pasión de venganza - rasgos característicos de la aristocracia criolla - mucha codicia de poder y especialmente mucha codicia de la Presidencia ».8 Estamos aquí en presencia del mismo análisis de En- cina, basado en el estudio de la psicología de los personajes, de las pasiones de los adversarios. . .

Si 1891 no fue un conflicto de clases, ¿podemos decir que fue un combate nacionalista, contra la influencia inglesa, como lo había pretendido Hernán Ramírez en su obra clásica? Tal no es la posición de Ricardo Couyoumdjian, que en su artículo sobre la dimensión interna- cional de la guerra civil destaca que la Junta rebelde de Iquique no tuvo reconocimiento diplomático, salvo de parte de Bolivia, y señala que el gobierno inglés no se opuso a que los barcos de guerra británicos trans- portasen barras de plata de Chile para que el gobierno de Balmaceda pagara sus gastos en Europa, incluyendo en ello sus gastos militares.9 Gerardo Martínez recuerda que el monopolio de North en el norte ha- bía sido quebrado ya por el gobierno de Santa María y piensa que no hay pruebas de que los productores de salitre fuesen mayoritariamente opuestos a Balmaceda.10 Rafael Sagredo destaca la política protec- cionista de Balmaceda, su pasión por las obras públicas y por el desa- rrollo industrial, sin que por ello se pueda hablar de él como « esta- tista». 11 Agrega que en una perspectiva de largo plazo, Balmaceda era el continuador de una política proteccionista iniciada en los años 1830. Pero no intenta discutir si esa política conllevaba gérmenes de con- flicto, ya fuese con capitalistas locales o extranjeros, lo cual no nos per- mite avanzar en el terreno de la polémica entre Ramírez y Blakemore. En general, la historiografía chilena actual parece haber adoptado definitivamente el punto de vista de este último autor, prefiriendo enter- rar todo lo que huela a interpretaciones basadas en el problema de la dependencia.

Hasta aquí, estamos en el plano de las visiones de conjunto, que apuntan en general a reducir el conflicto a un hecho político, sin inno-

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var mayormente la historiografía sobre 1891. Si alguna de ellas ofrece pistas de exploración interesantes, como en el caso de Stabili, ellas requieren el apoyo de investigaciones nuevas. Ello es precisamente lo que falta, en especial cuando se trata de emitir juicios acerca de la com- posición de clase de la elite chilena y de discutir si hubo o no deter- minados sectores de la sociedad que apoyaban el proyecto balma- cedista. Resulta curioso - por decir lo menos - que a este respecto, la tesis de Zeitlin sea casi completamente ignorada.12

¿Cuáles nuevos puntos de vista aparecen en la producción his- toriográfica reciente? Algunos autores, signo de los tiempos, esco- gieron utilizar el concepto de modernidad como prisma para juzgar lo ocurrido en 1891.

Gerardo Martínez busca identificar criterios para definir el térmi- no : menciona entre otros la presencia de un porcentaje significativo de población urbana, de una administración pública formada por institu- ciones grandes y complejas, que emplean tecnología nueva; el predo- minio de valores racionales y laicos en la vida cotidiana y la existencia de empresarios renovadores y obreros con ética y disciplina.13 Según él, la mayoría de estos rasgos estaban presentes en el Chile de Bal- maceda, aunque existían otros sectores, como el agro, en el que per- sistían instituciones contrarias a la modernidad, como el inquilinaje. Pero aparte de la formulación de juicios más que discutibles, como el de decir que los empresarios «son de carácter apolítico [sic]»14 su texto no nos ayuda a comprender de qué manera la existencia de esa modernidad, si es que existía, conllevó a la tragedia de 1891.

Alfredo Jocelyn-Holt piensa que si la elite chilena se volvió contra Balmaceda fue porque éste encarnaba, además de un Estado que pare- cía demasiado fuerte, la posibilidad de una sociedad cada vez más plu- ralista y exigente. Esto último sena posible a través del « chorreo » que se desprendería del aumento del gasto público, el que favorecería a capas medias y a obreros. El autor piensa que Balmaceda encarnó « un cambio desde arriba, programático y controlado [. . .] un cambio que significara a lo más beneficios indirectos, es decir beneficios sociales (más educación, más empleos. . . ) » todo ello sin cuestionar la hegemo- nía de la elite.15 Aunque este punto no es enteramente nuevo, ya que Ramírez lo había destacado, constituye una línea de interpretación interesante, sobre cuyo valor volveremos más adelante.

La modernidad es también un aspecto que aparece en el ingenioso texto de Eduardo Devés, basado en las imágenes del presidente y de otros mandatarios de la época. El autor destaca la semejanza entre los

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retratos y fotografías de esos personajes : « tonos oscuros en la vesti- menta, ceño adusto [. . .] pero con elegancia y distinción. . . postura er- guida, un mentón levantado, una mirada firme ».16 Además, los manda- tarios aparecen al lado de algunos « gruesos y sólidos libros », lo que da la imagen de un dirigente culto. El autor concluye diciendo que ese tipo de imagen, acompañado por otras en que aparecen jardines elegan- tes, servicios públicos eficientes «se construye una identidad y un modelo de modernización del país, ya tan civilizado».17 Su artículo, mezcla de análisis y de ficción, atrae al lector por su prosa atrayente; sin embargo, cabría preguntarse si su hipótesis acerca de la imagen de la modernidad no se aplica igualmente a otros mandatarios en otras épocas.

Gabriel Salazar aborda esta misma perspectiva aunque desde un ángulo distinto. El autor tiene el mérito de haber buscado demistificar el concepto de « modernización », aduciendo que ese concepto no es exclusivo a una sola clase ni a una sola época : antes del ferrocarril y de la era de los empresarios urbanos inspirados por Inglaterra hubo una modernización en el período colonial, expresada en la movilidad mer- cantil y en la aparición de un espíritu de empresa de parte de los colo- nos hispanoamericanos.18 Aquí Salazar introduce además una noción inédita, al hablar del empresariado popular, que se formó a la sombra de los conquistadores y que se manifestó en diversos campos de ac- ción : las minas (los « pirquineros »), el agro (la producción campesina) y la industria (los artesanos). Ese sector tuvo un proyecto político en Chile, el pipiolismo, y se expresó también en las rebeliones de 1851- 1859. Ellos también representaban una fuerza modernizadora, con proyectos de creación de un banco estatal y de políticas proteccionistas para la industria.19

Pero entretanto Chile experimentó otra modernización, la que Salazar llama « nórdica », en la que la influencia decisiva vino de los empresarios extranjeros, con sus máquinas y capitales. La elite chilena aceptó ser cómplice de este proceso, que tuvo lugar entre 1820 y 1870 y que trajo como consecuencia una represión contra el empresariado popular : aparición de la ficha-salario, los conventillos. . . En ese con- texto, la época de Balmaceda representó « la cumbre del autoritarismo modernizante venido desde el norte ». Al mismo tiempo, agrega, fue el momento en que «esa dirigencia [de la oligarquía criolla], alienada hasta lo absurdo y abocada a una crisis estructural, prefirió luchar con- tra sí misma, en su incapacidad de hacerlo contra la modernización foránea».20 De allí en adelante, el autor orienta su texto al análisis de

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las olas sucesivas de nuevas modernizaciones, todas con su cortejo de represiones contra las tentativas de resistencia del empresariado popu- lar, hasta llegar a la época de la dictadura militar reciente. Si esta última parte de su texto ofrece perspectivas para una polémica sobre la interpretación global de la Historia de Chile, y si en general su artículo es brillante por la fuerza de sus ideas y por la originalidad de sus imá- genes, en cambio su valor explicativo para comprender la guerra civil de 1891 es limitado. ¿Porqué, en efecto, la elite chilena «prefirió luchar contra sí misma»? ¿Quiénes lucharon contra quiénes? Pregun- tas que Salazar no plantea en su texto, preocupado de reivindicar el sector popular como actor histórico.

Habiendo entrado en esta fase del análisis, ¿cuál era la situación de esos sectores y cuál fue su comportamiento durante la guerra? A este nivel, la historiografía reciente, basada en nuevas investigaciones, realiza aportes de valor.

Sergio Grez analiza la situación del naciente movimiento obrero en la segunda mitad del siglo XIX. Basándose en el caso del movi- miento mutualista, el autor explica que ese grupo había desarrollado contactos con el liberalismo antes de Balmaceda, en la esperanza de democratizar instituciones tales como la Guardia nacional. De hecho en 1886 el mutualismo apoyó la candidatura de Balmaceda a la presidencia. Pero ese lazo se fue rompiendo en los años sucesivos, por la represión policial contra la huelga de 1888 (en protesta por el alza de las tarifas de locomoción pública), que afectó al recientemente fundado Partido democrático (PD) y por la represión del ejército contra la huelga de los salitreros en 1890. Pero además - y aquí podemos discu- tir el impacto de la política de «modernidad» - el PD también se opuso a Balmaceda por su política de inmigración y por la traída de un centenar de albañiles españoles para las obras de canalización del río Mapocho, alegando que ambos hechos provocaba baja de los salarios y cesantía entre los obreros chilenos.21 Carmen Norambuena señala que los industriales apoyaron la inmigración como una manera de disponer de una base de mano de obra no sólo eficiente sino a la cual se podía recurrir sin tener que enfrentar a los sindicatos; esta autora subraya que Balmaceda favoreció el aumento de la inmigración de obreros indus- triales, que comenzaron a sobrepasar a los inmigrantes que venían como colonos agrícolas.22 En cambio, según Estrada, la prensa conser- vadora criticó también la llegada de extranjeros, por el elevado costo de la operación y por los « peligros morales » que esa gente podía aportar; señala además que muchos inmigrantes italianos tuvieron dificultades

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en encontrar trabajo y que varios de ellos debieron pedir ayuda de los italianos residentes e incluso solicitaron ser repatriados.23 ¿Podrá todo esto llevar a hablar de una incomprensión entre un mandatario que quería llevar a Chile al progreso y una masa popular que no comprende los métodos para alcanzar ese objetivo? Políticamente, esta situación llevó al PD a optar por una «imposible neutralidad» en 1891; el par- tido se dividió pero la mayor parte de sus miembros estuvieron en la oposición por considerar que Balmaceda limitaba las libertades públi- cas.

Quizás esta incomprensión entre Balmaceda y los trabajadores se deba a la complejidad de la condición social de este sector, a la fuerza y a la constancia de sus reivindicaciones y a las peculiaridades de su de- sarrollo ideológico. Enrique Reyes, al estudiar la amplitud de los con- flictos huelguísticos en el área salitrera antes y durante Balmaceda, afirma que « la huelga es la continuación en cierta forma de actitudes tendenciales previas existentes en la masa asalariada del país ».24 Con ello el autor hace alusión a la importancia del peonaje como elemento constitutivo del naciente proletariado y a su rebeldía natural contra la autoridad (aquí estamos muy cerca del análisis de Gabriel Salazar cuando éste nos habla del empresariado popular). Agrega que la con- cientización de la clase obrera es un proceso lento, que tiene lugar en forma individual y que es algo que se torna colectivo a través de la di- vulgación, proceso que en la época de la guerra civil estaba sólo en construcción.25 Estos antecedentes explican quizás los «desencuen- tros » entre Balmaceda y los trabajadores del norte. Estos últimos no podían reconocer en el presidente alguien que respondía «objetiva- mente » a sus necesidades de clase.

Pinto Vallejos señala también la importancia de esos dos episo- dios, en 1890 y 1891 para tratar de comprender las razones que expli- can la falta de apoyo de los obreros a Balmaceda. Destaca además que paradojalmente, después de su muerte el presidente fue percibido como héroe popular, tal vez porque una vez comenzada la guerra civil Bal- maceda « acentuó su discurso antiimperialista y sus exhortaciones de apoyo al mundo popular ».26 Al efecto, cita las impresiones de viajeros extranjeros que constataron la amplitud del sentimiento antiextranjero entre los obreros del norte después de 1891 y el fervor del sentimiento en favor del « presidente mártir ».

¿Puede hablarse aquí de un « encuentro tardío » entre Balmaceda y las masas? ¿Tal vez éstas no se dieron cuenta a tiempo que la política del presidente les era finalmente favorable? En cambio, la elite parece

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haber comprendido más rápidamente el significado social de la obra balmacedista. En un estudio sobre la prensa opositora, Patricia Aranci- bia descubre, en la maraña de insultos lanzados contra el presidente, algunas ideas que dejan entrever una crítica de clase. En un artículo que reprochaba al « tirano » de haber arrebatado la libertad del pueblo, diciendo además que «lo has corrompido con el oro que nos has robado ».27 Esta pequeña frase puede decir mucho : ella constituye tal vez la expresión de la crítica de los sectores dominantes ante la ampli- tud de las obras públicas y el alza de los salarios. Volvemos a encontrar aquí el tema del « chorreo » antes mencionado.

Si el proletariado no dio un apoyo masivo al presidente, ¿hubo otros sectores que, beneficiados por las iniciativas del gobierno de Bal- maceda reaccionaron de otra manera? Uno de ellos fue sin duda la región de la Frontera, que cosechó importantes realizaciones : el via- ducto del Malleco, el avance del ferrocarril, la repartición de tierras. Todo ello explica porqué esa región permaneció fiel al gobierno; durante los primeros meses de la guerra civil se formaron batallones en favor de Balmaceda y no se interrumpieron las obras públicas, según Pinto Rodríguez.28 Pero este mismo autor señala las contradicciones de la política balmacedista : el reparto de tierras perjudicó no sólo a los indios, para quienes el período de Balmaceda fue « letal »; en general ese proceso favoreció a los pudientes, lo que fue denunciado en la prensa local. También hubo denuncias en contra del favoritismo hacia los inmigrantes alemanes, que recibían mejor trato que los colonos chilenos, muchos de los cuales eran enviados a zonas no controladas militarmente y siguieron pobres, debiendo partir hacia Argentina. Así, la región que había sido vista con orgullo por el presidente en su último viaje fuera de Santiago antes de la guerra civil, si bien lo apoyó, fue a la vez beneficiaria y víctima de la « modernidad » balmacedista.

¿Cuál fue el comportamiento de los militares? Este fue otro sector favorecido por la política balmacedista. Jorge Núñez enumera los pro- gresos de las fuerzas armadas : adquisición de un acorazado y dos cru- ceros, con lo cual la flota de guerra chilena sobrepasaba las fuerzas navales de Perú y Argentina combinadas29 y el incremento del presu- puesto de guerra y marina, que pasó de 7,6 millones de pesos en 1886 a 13,8 millones en 1891. Pero ni éste ni otros autores abordan el tema del comportamiento concreto de los militares durante la guerra civil. Luis Barros analiza la evolución ideológica del ejército en los primeros años del siglo XX. Su hipótesis es que a medida que se implantó el servicio militar obligatorio, los militares tomaron más conciencia de la necesi-

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dad de una mayor intervención del Estado en materia de higiene pública, vivienda y desarrollo industrial, lo que en último término llevó a la formación de una « conciencia antioligárquica ».30

Este artículo, concebido para hacer el elogio del ejército chileno y de la herencia prusiana en su formación, representa un aporte muy indirecto para el conocimiento de la época de Balmaceda y no aclara en absoluto las razones de la guerra civil. Es lástima que nadie haya explorado el comportamiento de los militares en los momentos en que el drama se preparaba, como por ejemplo en el episodio de la crisis de julio de 1890, cuando Balmaceda, según Bravo, Bulnes y Vial, estuvo a punto de dar un golpe de estado contra la oposición parlamentaria, apoyado por el general Velásquez, a fin de « recuperar el poder ».31

Bernardo Subercaseaux nos informa sobre el impacto del gobier- no de Balmaceda sobre el desarrollo cultural. En un texto novedoso por su temática y por su método de análisis, el autor identifica la existencia de tres circuitos paralelos : el de la cultura « pasiva y tradicional », que se daba tanto en la elite como en las clases populares; en ambos casos el denominador común era el interés por la creación venida de afuera, ya fuese la ópera o la zarzuela. Un segundo circuito, el «creativo nacional » se articula en dos ejes : el del grupo modernista, inspirado por Rubén Darío y Pedro, el hijo de Balmaceda, y el del grupo en torno a la Librería Miranda, compuesto por historiadores y bibliófilos como los Amunátegui, Briseño, Medina y los Orrego Luco. Lo notable es que ambos grupos defendían puntos de vista opuestos : la espiritualidad de los primeros versus el materialismo de los segundos. Pero cada uno a su manera, constituían una expresión de « creatividad nacional » que fue apoyada por el gobierno : Balmaceda becó a Miranda para que éste viajara a Europa a dar a conocer la producción literaria chilena y el hijo del presidente se interesó por la poesía popular. Este último hecho, que el autor denomina « la interlocución de los espacios » hizo que exis- tiera», por primera vez en la historia, la posibilidad de lo nacional- popular » .3

2

Finalmente, ¿cuál es la visión que las obras literarias de Araya y de Gallardo y Vitale ofrecen sobre el tema? No hay duda que la prime- ra nos entrega una interpretación que tiene poco asidero con la realidad analizada por los historiadores. En su conjunto, el autor nos pinta un héroe, el coronel Amadeo Caire, hombre de origen modesto, que defiende lealmente al presidente Balmaceda contra sus enemigos. Estos últimos son «las clases altas, la agrícola y minera financista», apoyadas, evidentemente por los ingleses y por algunos traidores en el

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ejército. El presidente, en cambio, es apoyado por los hombres del pueblo, ya sea el propio Caire, o los obreros del salitre. A este último respecto, el autor nos entrega la imagen idealizada de un trabajador del salitre, que tras haber escuchado el discurso de Balmaceda cuando éste viajó al norte, decide luchar por el presidente durante el conflicto, adu- ciendo que éste había comprendido los problemas de los obreros, especialmente en lo que se refería al pago por fichas : « le dio una rabia tremenda al enterarse de que nunca temamos plata para comprar libremente».33 Tales descripciones equivalen a un retrato sin matices de los dos campos adversos, en que todo es blanco o negro. Para dar un toque romántico a su relato, el autor hace que Amadeo se enamora de Dolores, la hija del presidente, situación no sólo altamente improbable históricamente sino que no logra transmitir una auténtica emoción al lector.

La novela de Gallardo y Vitale entrega una visión más rica en ideas y en matices. Los autores tuvieron la acertada idea de retratar al presidente en los últimos días de su vida, entre el momento en que se asila en la embajada argentina hasta el día en que se suicida. Eso les permite presentarnos, en pocas páginas que constituyen una síntesis bien lograda, un Balmaceda que reflexiona sobre las razones que pueden explicar su caída y que va recordando episodios anteriores de su vida, técnica que recuerda un poco la de García Márquez al escribir su novela sobre los últimos días de Bolívar, El general en su laberinto. Así, nos describen al presidente asilado « ensimismado en sus pensa- mientos [. . .] La incomprensión de sus contemporáneos era la ver- dadera causa del descalabro de sus proyectos. Innumerables veces se sintió abandonado [. . .] Quiso el progreso para Chile, pero quizás fue demasiado obstinado y buscó imponerlo a toda costa. . . »34 Cier- tamente, los autores ponen en boca de Balmaceda frases de denuncia contra la influencia inglesa y contra los bancos, pero tienen el buen tino de matizar este análisis, refiriéndose por ejemplo al problema reli- gioso : su imagen como un « descreído », por haber implementado la política de los cementerios laicos durante la presidencia de Santa María. Tal imagen aparece en el diálogo que Balmaceda sostiene con Rufina, la empleada que lo atiende durante su estadía en la embajada argentina. El presidente pregunta a la mujer «qué piensa de su gobierno ». Luego de vacilar, Rufina le responde que según oyó decir « era dictador y mandó matar a los jóvenes de Lo Cañas [. . .] que ofen- dió a Dios prohibiendo que los curas enterraran a los muertos [. . .] que por su culpa tuvimos otra guerra ».35 Enfin, la novela toma en cuenta la

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contradicción que se dio entre la ejecución de los planes económicos y la conducción política : « él tuvo un programa económico progresista pero en lo político se vio forzado a defender posiciones cada vez más autoritarias, mientras lo contrario sucedía en el otro bando : defendían las libertades electorales y el conservadurismo económico. Su error fue dejar en manos de sus adversarios las banderas de libertad ».36 En el plano estrictamente literario, los autores logran transmitir al lector la tensión y la angustia del presidente en sus últimos días, incluyendo en ello el temor a ser humillado públicamente por sus adversarios, factor que jugó en su decisión de suicidarse. Estas y otras ideas hacen que esta obra literaria contribuya mucho más que la primera a comprender un poco mejor el problema de la guerra civil y a entregar pistas a los historiadores.

¿Qué visión de conjunto puede extraerse para comprender mejor la compleja tragedia de 1891? Algunos autores como Bravo et al. - y también Stabili, aunque bajo otro ángulo - insisten en una visión del conflicto de 1891 como un hecho puramente político, lo que no consti- tuye una explicación muy convincente. Lo nuevo, hasta cierto punto, es la posición sugerida por Jocelyn-Holt y sustentada indirectamente por otros, que insinúan que Balmaceda fue culpable de tomar muchas iniciativas al mismo tiempo, todas las cuales no contaban con el apoyo mayoritario de la clase dominante y sobre todo no eran bien compren- didas por los demás sectores de la sociedad que deberían haber apo- yado al presidente, como los sectores empresariales de la industria, el proletariado (al menos en parte) y la emergente clase media. El pro- blema es que no tenemos suficiente información sobre esos actores.37 Cierto que los autores analizados nos han permitido conocer aspectos nuevos de la época, como la situación en la región de la Frontera, las características del naciente movimiento obrero, la inmigración, la cul- tura, la prensa antibalmacedista, temas que la historiografía anterior había tocado poco o nada y que nos permiten ver un poco más claro sobre los orígenes del conflicto. Pero habría que saber más sobre aspectos como la aparición de lo que Blakemore llama « new men », los representantes de la clase de tecnócratas y administradores, que no provenían de la clase oligárquica, « such as José Miguel Valdés Car- rera, minister of industry and public works, or Hermógenes Pérez de Arce, superintendent of railways, technocrats to their fingertips, who believed strongly in what they were doing and in the work their chief had given them ».38 Se debería conocer mejor la situación al interior de las Fuerzas armadas, para entender exactamente porqué el ejército per-

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maneció fiel en su conjunto mientras la marina apoyaba a la oposición. Habría que estudiar el comportamiento específico del partido radical, que no vaciló en apoyar a los conservadores, sus enemigos ideológicos, en contra de Balmaceda, como lo señalara Jobet. Y finalmente, estos elementos deberían articularse con el tema muy poco considerado en todos estos estudios, vale decir el de los intereses y las actitudes de la clase dominante, para lo cual es obvio que debe darse más importancia al papel de la política salitrera.

De todos los conflictos sociales y políticos del siglo XIX, y pese a todo lo que se ha escrito sobre él, la guerra civil que terminó con la muerte de Balmaceda sigue siendo un hecho difícil de comprender en toda su magnitud, y que no es fácil de situar en el universo de los con- flictos políticos del siglo XIX. Acaso por ello un estudio como el de Pierre Vayssière,39 que incluye un gran número de situaciones revolu- cionarias y de guerras civiles en el conjunto de América latina, y que habla de las guerras civiles de 1851 y de 1859, omite la de 1891. . .

Notes 1 . Cristián Gazmuri, El «48» chileno. Igualitarios , reformistas , radicales, masones

y bomberos (Santiago de Chile : Editorial Universitaria, 1992), p. 97. 2. Ibid., p. 104 3. Sergio Villalobos, «La perturbación momentánea de 1891 », en La época de Bal-

maceda (Santiago : Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos/Centro de Inves- tigaciones Diego Barros Arana, 1992), p. 18.

4. María Rosa Stabili, « Mirando las cosas al revés. Algunas reflexiones a propósito del período parlamentario», en Luis Ortega, ed., La guerra civil de 1891 -Cien años hoy (Santiago de Chile : Universidad de Santiago de Chile, 1993), p. 164.

5. Ibid., p. 166-167. 6. Fernando Bravo, Francisco Bulnes y Gonzalo Vial, Balmaceda y la guerra civil

(Santiago de Chile : Editorial Fundación, 1991), p. 312. 7. Ibid., p. 61. 8. Ibid., p. 143. 9. Ricardo Couyoumdjian, «La dimensión internacional de la revolución de 1891 »,

en La época , p. 1 15. 10. Gerardo Martínez, «Desarrollo económico y modernización en la época de Bal-

maceda», en ibid., p. 57. 11. Rafael Sagredo, «Balmaceda y los orígenes del intervencionismo estatal», en

Ortega, ed., La guerra civil , p. 42. 12. Recordemos aquí que Zeitlin, en The Civil Wars in Chile (Princeton: Princeton

University Press, 1984) lanza la teoría del conflicto entre segmentos de la bur- guesía para analizar las tres guerras civiles : en 1891, Balmaceda habría recibido el apoyo de los dueños de minas de cobre, de plata y de carbón, que necesitaban el apoyo del Estado y que debían rivalizar con los empresarios salitreros por el crédito y los transportes; en los años 1850 ese mismo conflicto habría existido,

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esta vez entre los mineros del norte y los molineros del sur contra los terra- tenientes del Valle central. Gazmuri recoge en parte esa tesis para referirse a 1851 y a 1 859, pero añade que en esa ocasión influyó el factor cultural : los revolucio- narios del norte representaban « una cosmovisión moderna » opuesta a la cultura católica tradicional de la oligarquía gobernante del centro del país (Gazmuri, El «48» chileno , p. 1 40- 141).

1 3. Martínez, « Desarrollo económico », p. 6 1 . 14. Ibid., p. 58. 15. Jocelyn-Holt, «La crisis de 1891 : civilización moderna versus modernidad

desenfrenada », en Ortega, ed., La guerra civil , p. 31. 16. Eduardo Devés, « La cara de Balmaceda : fotografía, psicología y mentalidad », en

La época , p. 34. 17. Ibid., p. 40. 18. Gabriel Salazar, «Crisis en la altura, transición en la profundidad : la época de

Balmaceda y el movimiento popular », en Ortega, La guerra civil , p. 174-177. 19. Ibid., p. 178-179. 20. Ibid., p. 182. 21 . Sergio Grez, « Balmaceda y el movimiento popular », en La época , p. 91 . 22. Carmen Norambuena, « Colonización e inmigración. Un problema nacional recur-

rente », Dimensión histórica de Chile 8 (1991) : 78. 23. Baldomero Estrada, «La política migratoria del gobierno de Balmaceda», en

Ortega, ed., La guerra civil , p. 79-80. 24. Enrique Reyes, « Los trabajadores del área salitrera, la huelga general de 1 890 y

Balmaceda», en Ortega, ed., La guerra civil , p. 98. 25. Ibid., p. 101. 26. Julio Pinto Vallejos, « El balmacedismo ocomo mito popular : los trabajadores de

Tarapacá y la guerra civil de 1891 », en Ortega, ed., La guerra civil , p. 125. 27. Patricia Arancibia, «La prensa clandestina durante la guerra civil de 1891»,

Dimensión Histórica de Chile 8 (1991) : 23. 28. Jorge Pinto Rodríguez, « Morir en la frontera. La Araucanía en tiempos de Bal-

maceda», en Ortega, ed., La guerra civil , p. 150. 29. Jorge Núñez, «La política militar del presidente Balmaceda», en Ortega, ed., La

guerra civil , p. 67. 30. Luis Barros, «La profesionalización del ejército y su conversión en un sector

innovador hacia comienzos del siglo XX », en Ortega, ed., La guerra civil , p. 61 . 3 1 . Bravo, Bulnes y Vial, Balmaceda , p. 73. 32. Bernardo Subercaseaux, «La cultura en la época de Balmaceda, 1880-1890 », en

La época , p. 54. 33. Gabriel Araya, 1891 : entre el fulgor y la agonía (Santiago de Chile : Editorial

Universitaria. 1990). d. 64. 34. Juanita Gallardo y Luis Vitale, Balmaceda , sus últimos días (Santiago : Ediciones

Chile América-CESOC, 1991), p. 23. 35. Ibid., p. 54. Este punto también es mencionado por la novela anterior, aunque sin

darle mayor peso como factor explicativo (Araya, 1891, p. 83-88). 36. Gallardo y Vitale, Balmaceda , p. 121. 37. Así por ejemplo, Jocelyn-Holt insinúa un análisis en el que se considera la

división de la elite en segmentos, uno de ellos « más vinculado al desarrollo capi- talista» al evocar los conflictos de 1851 y 1859 al comienzo de au artículo (y cita

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a Zeitlin); pero olvida esa línea de interpretación más adelante, limitándose a hablar de « la elite » o « la clase dirigente » como si fuera un todo (« La crisis de 1891 », en Ortega, ed., La guerra civil, o. 29 y siguientes).

38. Harold Blakemore, «From the War of Pacific to 1930», en Leslie Bethell, ed., Chile since Independence (Cambridge : Cambridge University Press, 1993), p. 48.

39. Pierre Vayssière, Les révolutions d'Amérique latine (Paris : Seuil, 1991).

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