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PAZ Y BIEN PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LORETO Pbro. Lic. Roberto Juan González Raeta LA FORMACIÓN DEL LAICADO Y DOS MOMENTOS DE LA CATEQUESIS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

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PAZ Y BIEN

PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LORETO

Pbro. Lic. Roberto Juan González Raeta

LA FORMACIÓN

DEL LAICADO

Y

DOS MOMENTOS

DE LA CATEQUESIS

EN LA HISTORIA

DE LA IGLESIA

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Joaquín Castellanos 56 (B1802AHB) − Barrio Uno − José María Ezeiza − Buenos Aires − Argentina Teléfono: +54 11 4480-0403 - [email protected]

“La formación de los fieles laicos se ha de colocar entre las prioridades de la diócesis y se ha de incluir en los programas de acción pastoral de modo que todos los esfuerzos de la comunidad concurran a este fin”

(Christifideles Laici, 57)

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LA FORMACIÓN DEL LAICADO (Hech. 8, 26-40)

INTRODUCCIÓN ......................................................................................... 4

I – La formación de los laicos .................................................................. 5

II – Objetivos de la formación ................................................................... 6

III – Criterios para la formación de los fieles laicos ................................... 6

IV – Contenidos del objetivo fundamental de la formación laical ............... 7

V – La Iglesia siempre se preocupa por la formación religiosa de los laicos .......................................................................... 9

VI – Efectos de la ignorancia religiosa ...................................................... 11

CONCLUSIÓN ........................................................................................... 13

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INTRODUCCIÓN

Al celebrar el Año Jubilar de la Misericordia, y recordando que una de las obras de misericordia es enseñar la Verdad a aquel que la desconoce, creo que es importante realizar una breve y sencilla reflexión sobre la formación, especialmente de los laicos.

El analfabetismo religioso debería preocupar a la Iglesia y muy especialmente a los sacerdotes, que somos los maestros del Pueblo de Dios.

1 - ¿Cuál es el sentido de plantear este tema?

Uno de los temas fundamentales que plantea la Carta Apostólica “Ecclesiam Suam”, es el de la Conciencia; pues uno de los riesgos que corremos ―los católicos―, en esta cultura “profana y profanadora” (Pablo VI), es perder el sentido de identidad y pertenencia.

El momento exige que la Iglesia reflexione sobre sí misma; Ella necesita sentirse vivir. Debe aprender a conocerse mejor, si quiere responder a Cristo vivo, si quiere vivir su propia vocación y ofrecer al mundo su mensaje de fraternidad y salvación (Cf. E. S. 27).

Esta reflexión es, en definitiva, un acto de obediencia al magisterio, en este caso guiados por Pablo VI, que “con el paso de los años resulta cada vez más evidente la importancia de su pontificado para la Iglesia y para el mundo, así como el valor de su alto magisterio, en el que se han inspirado sus sucesores, y al que también yo sigo haciendo referencia” (Benedicto

XVI, “L' Oss. Rom. Nº 10, 9-III-2007).

Es Pablo VI el que nos dice “que deber de la Iglesia ahora es ahondar en la conciencia que ella tiene que tener de sí (...), la Iglesia debe en este momento reflexionar sobre sí misma para confirmarse en la ciencia de los planes que Dios tiene sobre ella, para hallar más luz, nueva energía y mejor gozo en el cumplimiento de su propia misión...” (E. S. 19).

Una de las notas de la Iglesia que el Concilio trabaja, es la de la Comunión; de hecho, la eclesiología del Vaticano II, es una eclesiología de comunión, y es nuestra responsabilidad el “convertir las enseñanzas originales y características del Concilio en conceptos operantes de nuestra conciencia eclesial” (Pablo VI, 11-VIII-1971).

“La comunión eclesial es una realidad profunda que afecta al centro mismo del misterio trinitario, en el que la distinción de las personas no disminuye en absoluto la unidad de la divinidad” (Juan Pablo II en el L' Oss. Rom. Nº 44, 29-X-1993). Esta es la dimensión vertical de la comunión. La Iglesia reconoce su origen en el misterio del Dios Uno y Trino, y en él encuentra la fuente de su Comunión (Koinanía).

“Aunque es una realidad sublime, la comunión de la que estamos hablando no es distante o abstracta. Es el mismo fundamento de la organización y la actividad de la Iglesia en todos sus niveles, esta es la comunión en su dimensión horizontal” (Id.).

“Y es justamente la parroquia, en la Iglesia local, la que presenta el modelo clarísimo del apostolado comunitario, reduciendo a la unidad las diversidades humanas que en ella se encuentran e insertándolas en la Iglesia Universal” (A. A., 10). También nos exhorta a trabajar en comunión: “Acostúmbrense los seglares a trabajar en la parroquia íntimamente unidos

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con sus sacerdotes” (Id.). Este “estilo” de vida se nutre de la “espiritualidad de comunión” (N.M.I. 45).

Debemos ser realistas y “no hacernos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirán los instrumentos externos de comunión. Se convertirán en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento” (N. M. I. 43). Esto supone ser formados en una sana eclesiología para fortalecer nuestra identidad y sentido de pertenencia.

2 - ¿Por qué elegí este tema?

La respuesta la da Juan Pablo II al hablar a un grupo de obispos de Estados Unidos: “Los pastores de la Iglesia deben procurar siempre que los laicos católicos reciban una formación teológica y espiritual (...), que les permita desempeñar su papel en la Iglesia y en la sociedad.

Esta formación debería proporcionarse de modo tal que puedan afrontar las dificultades prácticas en el ámbito parroquial, en el que muchos intereses seculares exigen la atención de las personas” (L' Oss. Rom. ya citado).

I – La formación de los laicos

Juan Pablo II ha dedicado todo el capítulo V de la Exhortación Apostólica “Chistifideles Laici” al tema de la formación de los laicos, utilizando la imagen de la vid, ya que como ella los laicos están llamados “a crecer, madurar continuamente, a dar siempre más frutos” (57).

El desafío y la tarea de la formación de los laicos, es una tarea prioritaria hoy, pues son grandes los desafíos que los laicos deben afrontar en un clima cultural muchas veces refractario a la fe. Esto supone que “la formación de los fieles laicos se ha de colocar entre las prioridades de la diócesis y se ha de incluir en los programas de acción pastoral de modo que todos los esfuerzos de la comunidad concurran a este fin” (Id.).

Gran parte de la responsabilidad de esta tarea recae, dentro de la diócesis, en la Parroquia, “a la que corresponde desempeñar una tarea esencial en la formación más inmediata y personal de los fieles laicos” (61). La Parroquia hace que la formación de los católicos sea “más capilar e incisiva” (Id.).

Por todo esto podemos afirmar que la Formación de los Laicos es uno de los desafíos prioritarios y más importantes para la Iglesia, y en concreto, para las instituciones y movimientos; de esto depende la vida y misión de la Iglesia en las diócesis.

Para lograr la adultez de la fe, de la caridad y esperanza de los fieles laicos, la formación debe ser integral, permanente, realista, gradual y sistemática. “Esta formación debe considerarse como fundamento y condición de todo fecundo apostolado” (…) “Además de la formación espiritual, se requiere una sólida instrucción doctrinal, incluso teológica, ético social, filosófica, según la diversidad de ideas, condición y de ingenio” (Conc. Vat. II A.A., 29).

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Sin este itinerario de formación teológica y espiritual, no alcanzará nuestro laicado la madurez que estos “tiempos recios” (Sta. Teresa) exigen. Y la ignorancia nos hace intolerantes.

Debemos recuperar ―porque lo supimos tener― el compromiso por la formación, para lograr “el crecimiento en una fe consciente y capaz de testimonio misionero” (Juan Pablo II,

Discurso a la Asociación Cristiana de Trabajadores, 1-V-1995).

Antes de pasar al próximo punto, debemos afirmar que la formación es mucho más que la “in-formación”; es “con-formación”, ya que es un proceso por el que nos conformamos a la Verdad Revelada, en definitiva a Cristo. Este proceso nunca puede ser solitario; ha de ser siempre comunitario y acompañado.

II – Objetivos de la formación

1- El objetivo fundamental es descubrir cada vez más claramente la propia vocación y la disponibilidad siempre mayor para vivirla en el cumplimiento de la propia misión.

2- Los objetivos complementarios son:

a) La formación para una presencia misionera en el mundo actual, de tal manera que el laico viva simultáneamente su crecimiento en Cristo, su comunión eclesial y su inserción en el mundo.

b) La formación para una nueva evangelización que sea fiel al Evangelio y atenta a los fuertes desafíos de la sociedad y de la historia.

c) La formación para el testimonio, el compromiso, la profecía, apoyados en la oración, la fidelidad y la esperanza.

III – Criterios para la formación de los fieles laicos

Los criterios podemos dividirlos en dos, los eclesiales y los pedagógicos. Nos ocuparemos sólo de los primeros.

Criterios eclesiales

1 - Formación integral: que integre el ser miembros de la Iglesia y de la sociedad humana, lo cual supone varias dimensiones de la formación.

• Formación espiritual para crecer en la intimidad con Cristo, en la conformación con la voluntad del Padre y en la entrega generosa, en la caridad y la justicia, a los hermanos.

• Formación doctrinal que permita dar razón de la esperanza y un conocimiento de la Doctrina Cristiana que respalde y encamine el compromiso en el mundo.

• Formación humana que lleve al crecimiento personal en los valores humanos, en la competencia profesional, en el sentido de la familia y en el sentido cívico, al igual que en aquellos valores (virtudes) relativas a las relaciones sociales como son la integridad, el espíritu de justicia, la sinceridad, la fortaleza de ánimo, etc.

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2 - Una formación que además de “saber” vaya dirigida al “hacer” y a capacitarse cada vez más en el proyecto personal y del movimiento o de la institución.

3 - Una formación por y en la Iglesia es una recíproca comunión y colaboración de todos sus miembros.

4 - La formación no es un derecho o privilegio de unos cuantos, sino un derecho y un deber de todos.

5 - No se da formación verdadera y eficaz si cada uno no es protagonista de su propia formación, o sea, la autoformación como proceso de maduración y de crecimiento.

IV – Contenidos del objetivo fundamental de la formación laical

La Sabiduría “...entra en las almas santas, para hacer de ellas amigos de Dios y profetas. Porque Dios ama únicamente a los que conviven con la Sabiduría”. (Sab. 7, 27-28).

1. ¡Amigos de Dios y profetas!

Esa es la meta de la formación: hombres y mujeres cristianos fuertemente comprometidos con la realidad temporal desde el corazón de la Iglesia y siempre dispuestos a dar razón de la esperanza que hay en ellos (cf. I Ped. 3, 15). Lo cual supone un progresivo crecimiento en nosotros de Cristo, nuestra vida, enviado por el Padre para anunciar la Buena Noticia del Reino a los pobres. El fin, el término siempre nuevo y siempre inacabado, de nuestra formación, es Cristo: “hasta que se forme Cristo en vosotros” (Gal. 4, 19). Lo cual ocurrirá en plenitud cuando Él se manifieste (cf. Col. 3, 4) y entonces “seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es” (1 Jn. 3, 2).

Así volvemos al núcleo mismo, al centro, de nuestro camino cristiano. Los laicos cristianos, y todos los cristifideles, hemos de dar una respuesta a los retos actuales, siempre debemos y tenemos que darla desde el Evangelio.

Hagamos algunas consideraciones sobre la formación.

2. Formación para una presencia misionera en el mundo actual

“Como el Padre me envío, también yo os envío” (Jn. 20, 21).

“Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo” (Jn. 17, 18)

2.1. Toda la Iglesia está revestida del Espíritu del Señor resucitado, para ser testigo y profeta, y es enviada: “Como el Padre me envió a mí, Yo también las envío a ustedes” (Jn. 20,

21), al mundo para ser allí “Sacramento universal de Salvación” (cfr. Jn. 20, 23).

Dos grandes textos del Concilio Vaticano II, conectados entre sí, nos revelan y explican el sentido de esta expresión clave de la Eclesiología del Concilio: la Iglesia como “Sacramento Universal de Salvación”.

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* El primer texto es: “Lumen Gentium 48”. Para la guía - marca de Formación de Laicos, interesa subrayar que la expresión “Sacramento universal de salvación” se relaciona con tres realidades fundamentales:

1 - La renovación definitiva en Cristo, es toda la exigencia de “la nueva creación en Cristo” (2 Cor. 5, 17) que está en la base de todo auténtico proyecto de formación: despojarse del “Hombre viejo” para revestirse del “Hombre Nuevo”, creado según Dios... (Ef. 4, 24; cf. Col. 3, 9). La formación es un continuo proceso de conversión que nos lleva a esperar y a vivir cotidianamente “la novedad pascual”.

2 - Debemos vivir el Misterio Pascual de Jesús (muerte y resurrección, ascensión a los cielos y Pentecostés) como centro de nuestra vida y de nuestra acción, como punto esencial de referencia para nuestra formación.

En definitiva, formar testigos y profetas del Evangelio, cristianos comprometidos en el mundo, es prepararlos, hacerlos solidarios con los que sufren, para gritar al mundo: “la esperanza nunca falla” (cf. Rom. 5, 5).

3- La Iglesia como Cuerpo, animado por el Espíritu de vida y constituida por Él como comunidad misionera.

No es suficiente formar personas o personalidades brillantes, sino capaces de comunión. Formar para la comunión es formar en la pobreza, en la sencillez, en la capacidad de diálogo y de servicio, en amor sincero y concreto por la Iglesia.

* El segundo texto a tener en cuenta y que ilumina el sentido de la expresión “Sacramento universal de salvación” se encuentra en “Gaudium et Spes”: cuando el Concilio afirma que la Iglesia es “Sacramento universal de salvación, que manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre” (G. S. 45). Esto supone formar “testigos del amor”, puestos a vivir en “la sinceridad del amor”.

Cuando se habla de la formación para una presencia misionera en el mundo de hoy, hay que insistir en lo siguiente:

a) Formar laicos para que vivan simultáneamente su crecimiento en Cristo, su comunión eclesial y su inserción en el mundo.

b) Desarrollar una formación “en la Iglesia para el mundo”. Formación para la unidad interior frente a dos realidades distintas pero no separables: Iglesia - Mundo.

c) Formar laicos para ser presencia cristiana y eclesial en el mundo exige una doble dimensión: 1- Capacidad para no huir del mundo refugiándose exclusivamente en la comunidad eclesial (especie de “clericalismo” ); 2- Capacidad para no vaciar su fe en Cristo, su Evangelio, su identidad eclesial y su vocación esencial de ser testigos del Resucitado (especie de “secularismo”).

d) Formar para mirar al mundo con la mirada redentora de Jesús:

“Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo... no para condenar al mundo sino para que el mundo sea salvo por Él” (cf. Jn. 3, 16-17)

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V – La Iglesia siempre se preocupa por la formación religiosa de los laicos

A. Debemos reafirmar, en este tiempo de fuerte influjo del secularismo y de la “dictadura del relativismo” (Benedicto XVI), la importancia que la Iglesia desde el comienzo le dio a la catequesis pre-bautismal al organizar el Catecumenado, del que ya son testimonio la “Didajé” o “La enseñanza del Señor a los paganos, por medio de los Doce Apóstoles”. Es uno de los documentos más antiguos de la literatura cristiana primitiva, descubierto en 1875, compuesto entre los años 50 y 150 d.C.

También es un importante testimonio sobre la institución del Catecumenado, el tratado catequístico de San Agustín: “De Catechizandi Rudibus”. El santo Obispo de Hipona es uno de los grandes catequistas de todos los tiempos y publicó esta obra como guía en el trabajo de conversión de gente pagana, sin instrucción; se trata de un verdadero manual pedagógico, ya que contiene una metodología tendiente a anunciar el KERIGMA a los RUDOS.

Toda la obra está inspirada en un principio que es muy importante para nuestra pastoral sacramental, el de la libertad interior , fundamento de la admisión de los adultos a la Iglesia. Ni la coacción interna: temor o superstición, ni la externa: el facilismo populista que atenta contra los auténticos derechos del aspirante al bautismo ―ser instruidos en la fe―, pueden ser causa del acercamiento al bautismo.

Podríamos recorrer el riquísimo itinerario catequístico de los siglos I al IV, siguiendo las huellas de los grandes catequistas que fueron los Padres de la Iglesia, y que también son fuente iluminadora para nuestro tema como son “Las Catequesis” de San Cirilo de Jerusalén (315-387). En una de estas Catequesis, refiriéndose a la preparación para el bautismo, se afirma: “El bautismo es algo sumamente valioso y deben acercarse a él con la mayor preparación (…). Prepárense, pues, y dispónganse para ello, no tanto con la blancura inmaculada de sus túnicas cuando con espíritu verdaderamente fervoroso” (Catequesis 3, 1-3).

B. Otro momento que debe interesarnos es el de esa “epopeya religiosa” (Juan Pablo II,

Homilía en el Santuario de Ntra. Sra. de Guadalupe, 2) que fue la evangelización del Nuevo Mundo y que constituye uno de los momentos más importantes y trascendentes de toda la vida misionera de la Iglesia. En esta “epopeya”, el catecumenado, la catequesis, ocupó un lugar fundamental en la evangelización de los pueblos originarios. Pensemos en los Concilios y Sínodos que se ocuparon de la catequesis de los pueblos originarios.1

Con gran esfuerzo se generó una “producción catequística” que fue el gran instrumento por el que se transmitió y educó la fe de los pueblos originarios.

C. En nuestro tiempo, el Magisterio es abundante y rico en el tema de la catequesis, cuya lectura y estudio sería no sólo válida sino provechosa para los catequistas de adultos.

Como frutos del Concilio Vaticano II se celebra el 1° Congreso Catequístico Nacional en 1965 que dio como resultado el “Directorio de Catequesis” en 1967. A estas iniciativas

1 (C. 748) “Todos los hombres están obligados a buscar la verdad en aquello que se refiere a Dios a su Iglesia y, una

vez conocida, tienen por la ley divina, el deber y el derecho de abrazarla y observarla” (§ 1).

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se sumaron otros Congresos y otros documentos, sin olvidar el gran aporte de “Catechesis Tradendae” de 1979 y del Catecismo de la Iglesia Católica.

Benedicto XVI afirma con claridad que “…el conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a la que propone la Iglesia” (“Porta Fidei”, 11.X.2011).

Por último, atendamos a lo que nos enseña el Papa Francisco sobre la preparación catequística para recibir el bautismo: “El dinamismo de transformación ―dice el Papa― propia del bautismo nos ayuda a comprender la importancia que tiene hoy el catecumenado para la nueva evangelización” (Lumen Fidei, 42).

Esto no sólo es aplicable a los que nunca recibieron el Evangelio; el Papa aclara que “también en las sociedades de antiguas raíces cristianas, en las cuales cada vez más adultos se acercan al sacramento del bautismo” (íd.); es decir que “el Catecumenado es camino de preparación para el bautismo, para la transformación de toda la existencia en Cristo” (íd.). Pero esta renovación no sólo se refiere al plano personal, ya que la renovación de la Iglesia es también cuestión de fe (cfr. Lumen Gentium, 8).

El Papa subraya con claridad la relación entre Fe y Verdad al afirmar que “…el hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante. La Fe sin Verdad no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de felicidad, algo que nos satisface únicamente en la medida que queremos hacernos una ilusión. O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de lo cambios en nuestro estado de ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al comienzo de la vida” (Lumen Fidei, 24).

Es un deber de todos, pero especialmente de los maestros del Pueblo de Dios que son los pastores, recuperar la conexión de la fe con la Verdad, en un tiempo marcado por la crisis de la verdad (cfr. íd).

Por último, si la fe está vinculada a la Verdad, la Verdad también lo está al amor, “amor y verdad no se pueden separar” (ibíd. 27); aunque el hombre moderno crea que la cuestión del amor tenga poco que ver con la verdad ya que hoy el amor se concibe como una experiencia que pertenece al mundo de los sentimientos volubles y no a la verdad (cfr. íd.).

El Papa, fiel a las enseñanzas de la Iglesia afirma que “sólo en cuanto está fundada en la verdad el amor puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme para dar consistencia a un camino común. Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la prueba del tiempo” (íd.). En esto se juega nuestra fidelidad al Evangelio.

También afirma que “si el amor necesita de la verdad, también la verdad necesita del amor (…). Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona” (íd.).

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Querría terminar este V punto con el juicio del Card. Jean Danielou sobre la catequesis, afirmando que ella “es la comunión viva del depósito de la fe en los nuevos miembros que se agregan a la Iglesia. Constituye, pues, un aspecto particular del ejercicio del Magisterio (…). Y es ante todo, una exposición completa y elemental del misterio cristiano” (La Catequesis de

los Primeros Siglos, 7-9). Siempre recordemos, al evangelizar, que “Amor y Verdad no se pueden separar” (Lumen Fidei, 27).

D. El Código de Derecho Canónico, que tiene como fin el “bonum animorum”, el bien de las almas, deja muy claro la necesidad del catecumenado para el bautismo de los adultos; ya que “todos los hombres están obligados objetivamente a cumplir la ley divina, pero que subjetivamente sólo lo están en cuanto la conocen” (C. 748 § 1; cfr. Vat. II, LG 14,16).

Es verdad que el bautismo no debe ser negado, es decir que “los ministros sagrados no pueden negar los sacramentos a quienes los pidan de modo oportuno y estén bien dispuestos y no les sea prohibido por el derecho recibirlos” (C. 843 § 1). Seguidamente el CIC pone algunas condiciones: “Los pastores de almas y los demás fieles, cada uno según su función eclesiástica, tienen obligación de procurar que quienes piden los sacramentos se preparen para recibirlos con la debida evangelización y formación catequística, atendiendo a las normas dadas por la autoridad eclesiástica competente” (íd. § 2).

Por último, desearía citar al CIC en lo que se refiere al bautismo: “Se ha de preparar convenientemente la celebración del bautismo; por tanto:

El adulto que desee recibir el bautismo ha de ser admitido al catecumenado y, en la medida de lo posible ser llevado por pasos sucesivos a la iniciación sacramental, según el ritual de iniciación adoptado por la Conferencia Episcopal y atendiendo a las normas peculiares directadas por la misma” (C. 851). El CIC vuelve a insistir sobre las condiciones para que un adulto reciba el bautismo en el C. 865, parágrafo §1:

“Para que pueda bautizarse a un adulto, se requiere que haya manifestado su deseo de recibir este sacramento, esté suficientemente instruido sobre las verdades de la fe y las obligaciones cristianas y haya sido probado en la vida cristiana mediante el catecumenado; se le ha de exhortar además a que tengan dolor de sus pecados”.

“Quiera Dios que el gozo y la paz con la justicia y la obediencia acompañe a este Código, y que lo que manda la cabeza lo observe el cuerpo” (Juan Pablo II, Presentación del nuevo

Código, Vaticano, 25.I.1983).

VI – Efectos de la ignorancia religiosa

El efecto de la falta de formación es grave porque suele alimentar el dualismo entre fe y vida, entre fe y cultura, que nos quita orientación, nos quita fundamentación; nos hace víctimas de la ideología del tiempo, nos hace correr, en esta “polución cultural” , tras las distintas corrientes o modas con una facilidad asombrosa. Como afirmamos al comienzo, el analfabetismo religioso debería preocupar a la Iglesia. Una vez más debemos recordar las palabras que G. B. Montini, asesor de la FUCI, les dirigía a los universitarios en 1931; en ellas expresaba sus preocupaciones por una correcta relación entre valores humanos y fe, y

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además, su atención por la razón, por el desarrollo y potencialidad de la misma, afirmando: “El tiempo no es bueno para la filosofía. La estación no es favorable. La juventud está desorientada; y pierde la confianza no sólo en la idea, sino también en el ideal” (“Studium”

27, 1931, p. 139). Y discutiendo la posición de los que habrían querido atribuir a San Pablo un rechazo en el confrontar con la razón, afirma que no se puede apelar al Apóstol para negar valor a la razón humana: “No temer al pensamiento. No sustituir la molesta concentración de la mente por el calor afectivo de la devoción, divagar en la simplicidad operativa del bien por desconfianza en la especulación conquistadora de lo verdadero”.

La formación mira a purificar y salvaguardar la religiosidad popular, la religiosidad de los más sencillos del pueblo. Hace más de cuarenta años, Pablo VI en esa Carta Magna del anuncio del Evangelio a los hombres de hoy, que es la Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, nos decía que: “La religiosidad popular, hay que confesarlo, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales, sin llegar a una verdadera adhesión de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en peligro la verdadera comunidad eclesial.

Pero cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta esos aspectos, la llamamos gustosamente “piedad popular”, es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad.

La caridad pastoral debe dictar, a cuantos el Señor ha colocado como jefes de las comunidades eclesiales, las normas de conducta con respecto a esta realidad, a la vez tan rica y tan amenazada. Ante todo, hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla a superar sus riesgos de desviación. Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo”. (E.N. 48)

En definitiva lo que está en juego es la fe, porque ella “está casi siempre enfrentada al secularismo, es decir, a un ateísmo militante; es una fe expuesta a pruebas y amenazas, más aún, una fe asediada y combatida. Corre el riesgo de morir por asfixia o por inanición, si no se la alimenta y sostiene cada día. Por tanto evangelizar debe ser, con frecuencia, comunicar a la fe de los fieles —particularmente mediante una catequesis llena de savia evangélica y con un lenguaje adaptado a los tiempos y a las personas— este alimento y este apoyo necesarios” (E.N. 54).

Vuelvo a repetir las lúcidas y muy actuales palabras de G.B. Montini: “No rechazar las ascensiones doctrinales sólo porque estas son arduas, difíciles, no populares. Nada de

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empirismo en las acciones misioneras por la gula de rápidos y amplios sucesos. Al contrario, la santidad de Pablo no se comprendería sin este continuo esfuerzo de comprender más; sin este amor intelectual que le lleva a la verdad revelada” (Le idee di san Paolo..., in “Studium” 27,

1931, p.143). Son expresiones ricas, fortísimas, que indican la tendencia de Montini al valor que se debe dar a la razón, a la reflexión, al estudio, a la seria atención a los problemas, contra todo empirismo y todo entusiasmo no fundado sobre motivaciones profundas, también contra “el calor afectivo de la devoción” cuando pretende sustituir la profundización razonada de los problemas. Y contra aquello que él llama “la pereza especulativa de nuestro tiempo” revalida la “utilidad de la disciplina del propio pensamiento, la necesidad de ejercitar la mente para vivir la fe” (ibídem). Quisiera subrayar su toma de posición contra una doble actitud equivocada. Por una parte el desprecio práctico de la reflexión, del estudio, de la atención a los problemas, sustituyendo con un empirismo objetivo o un devocionismo o incluso con la puesta en marcha en primer plano del sentimentalismo religioso en menoscabo de las convicciones profundas a insertar en el corazón. Por otra parte, Montini censura también el anti-intelectualismo teórico que se traduce después en formas de tradicionalismo o de autoritarismo: el jurar sobre la palabra del líder, sin cuidarse de profundizar las convicciones.

CONCLUSIÓN

Para el desafío de emprender una nueva Evangelización, nueva en su ardor, en su expresión y en su método, la Iglesia debe tener un laicado maduro y libre, esto supone un laicado formado, que puede descubrir y vivir la propia vocación y misión, para esto, insiste Juan Pablo II, que los fieles laicos han de ser formados para vivir aquella unidad con la que está marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos del mundo y su alma. Así nos enseña la “Carta a Diogneto” (cfr. “Christifideles Laici”, N° 63).

Otros desafíos, sin querer agotar la enumeración de los mismos, son el secularismo y la “dictadura del relativismo” (Benedicto XVI), especialmente este último sólo puede ser combatido con una sólida formación de todos, pero especialmente de los laicos, que son la Iglesia en el mundo.

Por último recordemos el comentario de Juan Pablo II al irse de Argentina: “Hay entusiasmo, hay vivencia, pero falta estudio, falta solidez, en definitiva falta cultura católica”. Así nuestro catolicismo es un catolicismo de fe sincera, de entusiasta vivencia, pero de débil cultura católica.

¿Cuándo revelan los hombres sus peores cualidades? Cuando la verdad, el derecho y Dios son puestos en duda.

Ana Frank

G. in D.

Ezeiza 15 de mayo de 2016

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DOS MOMENTOS DE LA CATEQUESIS

EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

INTRODUCCIÓN ..................................................................................................................... 15

a. Iglesia e Historia .................................................................................................................. 15 b. Memoria – Identidad – Pertenencia – Misión ................................................................. 15

LA CATEQUESIS EN LA ANTIGÜEDAD .......................................................................... 18

a. El catecumenado y sus etapas ........................................................................................... 18 b. Estructura de la catequesis ................................................................................................. 19

LA CATEQUESIS EN EL PERÍODO FUNDACIONAL DE AMERINDIA ................... 21

a. Catecismos ............................................................................................................................ 21 b. Confesionarios ..................................................................................................................... 22 c. Sermonarios ......................................................................................................................... 22

LOS CATECISMOS Y LA EVANGELIZACIÓN EN NUESTRA ZONA ....................... 22

a. Fr. Luis de Bolaños y el inicio de la evangelización del indio ...................................... 22 b. Doctrina y catecismo ........................................................................................................... 23 c. El catecismo en lengua guaraní del Padre Bolaños ........................................................ 24

APÉNDICE DOCUMENTAL .................................................................................................. 26

BIBLIOGRAFÍA Catecismo de la Iglesia Católica

Catechesis Tradendae, Juan Pablo II

Catequesis de San Cirilo de Jerusalén

Documentos del Concilio Vaticano II

Evangelii Nuntiandi, Pablo VI

La Catequesis de los principiantes, San Agustín

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INTRODUCCIÓN

a) Iglesia e Historia

La historia desde la Encarnación del Verbo se ha transformado en un lugar teológico, porque Dios se manifestó en la historia, se hizo historia, y es el lugar de la Epifanía de Dios; hasta el punto de que toda la religión cristiana se suele definir como Historia de la Salvación; es decir, se considera la relación de la humanidad con Dios, como un hecho que se desarrolla en el tiempo y en los siglos, como el cumplimiento de un designio misterioso y divino” 2, que se ha manifestado, en la plenitud de los tiempos, con la venida de Cristo. Es muy importante que los cristianos asumamos nuestra responsabilidad frente a la historia, nosotros vivimos en el tiempo iluminados por la fe, sostenidos por la esperanza y urgidos por la caridad.

Así “la Iglesia peregrina, quiere decir Iglesia que vive en el tiempo, pero con esta doble característica específica de su historia, a saber: que ella es portadora de unos valores que ha de custodiar (valores a los que San Pablo llamó el “depósito”) 3, como son la fe, la gracia, el Cristo viviente en el misterio de su Cuerpo Místico, que es la Iglesia misma; es decir, la Iglesia está viva y posee las garantías divinas de que todas las adversidades de la historia no lograrán destruir su existencia (“portae infieri no praevalebunt”, Mt. 16, 18) y de que esta aventurada pero invicta peregrinación durará “hasta el fin del mundo”. 4 La segunda característica de la historia de la Iglesia consiste en la seguridad de que su peregrinación a través de los siglos tendrá un feliz término, es decir, el encuentro último, glorioso y eterno con Jesucristo.

Nuestro modo de transitar en la historia nuestro sentido de la misma, debe ser distinto al modo del hombre no creyente, nosotros los cristianos no tenemos miedo a la historia, es decir a los acontecimientos y a los cambios; no tenemos aquí abajo morada permanente, “sino que buscamos lo futuro” 5; y por eso permanecemos siempre abiertos a las novedades y al progreso, no perdemos la confianza ni el ánimo pase lo que pase, estamos siempre en camino.

b) Memoria - Identidad - Pertenencia - Misión

El Bicentenario de la Revolución de Mayo y de la Independencia Nacional, nos ofrecen la posibilidad de llegar, mediante un retorno a la memoria, a la conciencia más viva de la propia identidad.

Los católicos argentinos generalmente no estamos muy familiarizados con nuestras propias raíces culturales y eclesiales, y por lo tanto ignoramos “el conocimiento y valoración del maravilloso y original proceso de evangelización, que como decía Juan Pablo II, merece gran admiración y respeto [...] nos puede llevar a crecer en la conciencia de que nuestra historia como Iglesia y como Pueblo, tiene su origen en los acontecimientos que se desencadenaron a partir del descubrimiento del Nuevo Mundo”. 6

2 Cfr. Col. 1, 26; Ef. 1, 10; Gal. 14, 4.

3 II Tm. 1, 12. 14.

4 Mt. 28, 26.

5 Heb. 13, 14.

6 J. P. II, Disc. a los Ob. del CELAM, 12.X.1984.

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Esta es la manera de contrarrestar los efectos nocivos de una interpretación liberal, que pretende entender y explicar exclusivamente nuestro proceso histórico a partir de los albores del siglo XIX, cuando comienzan a surgir los primeros procesos revolucionarios frente a España a la que con toda justicia, respeto y gratitud debemos llamar “nuestra Iglesia Madre”.

Durante el siglo XIX se intentó separar la Iglesia de la Patria, se intentó hacer de Ella una dependencia del Estado (“Memorial Ajustado”) y legislar su vida.

Hoy se intenta crear una conciencia social negativa de la Iglesia y silenciar todo lo que Ella aporta a nuestra Patria. Si a esta falta de memoria de los católicos le sumamos el clima cultural de relativismo, que también afecta a la verdad histórica, ya que “a medida que la humanidad se interna en la era del entretenimiento, la verdad se vuelve un valor cada vez más relativo. Parecería que si lo que nos cuentan es suficientemente divertido, somos capaces de disculpar la falta de rigor y el desapego a los hechos como si se tratase de cuestiones irrelevantes”. 7

Debemos comprender que la manipulación de la memoria nunca es inocente, más bien es deshonesta, especialmente cuando al hacer memoria lo hacemos de forma selectiva. Es importante recordar que “la primera ley de la historia es no atreverse a decir nada falso; la otra, no ocultar nada verdadero, evitando toda sospecha de benevolencia o enemistad” (Cicerón).

El recuperar la memoria no es una cuestión académica. Somos personas históricas. Vivimos en el tiempo y en el espacio. Cada generación necesita de las anteriores y se debe a los que siguen; cada etapa de la historia es tributaria de la anterior y responsable de la siguiente. “Estamos viviendo una situación en que necesitamos de mucha memoria. Recordar, traer a nuestro corazón la gran reserva espiritual de nuestro pueblo, la que le fue anunciada en los momentos de la evangelización y que selló en su corazón sencillo la Verdad de que Jesús está vivo. Traer la hermandad que Él nos ganó con su sangre”. 8

La Iglesia es la familia de Dios y la memoria en Ella es potencia unitiva e integradora, lo fue para el Pueblo de Israel y lo es para nosotros ya que la Iglesia es Eucaristía, se nutre del memorial de la muerte y resurrección del Señor: “Haced esto en memoria mía”.

La memoria viene a ser el núcleo vital de una familia, nuestras raíces como familia son vitales para nuestra salud psíquica y afectiva. Una familia sin memoria no merece el nombre de tal, se desintegra.

Un pueblo sin memoria también se desintegra y la Patria se hace familia porque tenemos una historia en común.

Esto también lo podemos decir de la Iglesia, la falta de memoria nos afectó como Pueblo de Dios.

7 M. Daiment, “La Nación”. 4. I. 2006.

8 Mons. Bergoglio, 15. IV.2001.

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La falta de memoria nos trae una serie de dificultades que terminan enfermándonos y neutralizan nuestras capacidades para la misión.

La Iglesia como la sociedad también se fragmenta, se atomiza a causa de la discontinuidad, la historia comienza conmigo, se genera un déficit de tradición a causa de un déficit de memoria que une el pasado con el presente y este con el futuro.

Surge también el sentimiento de orfandad pues no me siento parte de la Familia de Dios que tiene un pasado que fortalece al presente y me impulsa a la misión.

No es posible la evangelización sin el sentido de pertenencia a la Iglesia, sin fuertes certezas que se nutren de nuestras raíces; si no sé quién soy, de donde vengo no podré asumir la misión de evangelizar pues mi presente será débil.

En 2015 hicimos memoria y celebramos los 50 años de la “Gran Gracia” que fue y es el Concilio Vaticano II. Vivimos haciendo memoria; como argentinos también hicimos memoria del Bicentenario de las fiestas patrias del 25 de mayo de 1810 y del 9 de Julio de 1816.

Debemos, con sencillez, volver “al núcleo histórico de nuestros comienzos, no para ejercitar nostalgias formales sino buscando las huellas de la esperanza. Hacemos memoria del camino andado para abrir espacios de futuro. Como nos enseña nuestra fe: de la memoria de la plenitud se hace posible vislumbrar los nuevos caminos [...]. La memoria conlleva siempre la dimensión de promesa que la proyecta hacia el futuro.

Cuando, en el presente, hacemos memoria, entonces afirmamos lo real de nuestra pertenencia a un pueblo que camina y ―a la vez― la proyección hacia adelante de ese camino”. 9 Solo de esta manera el caminar se hace misión, evangelización.

Para este camino debemos pedir al Espíritu Santo la gracia de poder hacer memoria, pues es Él el que nos enseña, nos recuerda todo lo que dijo, hizo y sigue haciendo el Señor en su Iglesia. El Espíritu es la memoria viviente de la Iglesia y nos hace recorrer el sendero de la memoria de la Iglesia. “Para mí ―dice el Papa―, la gran revolución es ir a las raíces, reconocerlas y ver lo que esas raíces tiene que decir el día de hoy (…)”. Y agregaba: “Nunca se puede dar un paso en la vida si no se es desde atrás, sin saber de dónde vengo, qué apellido tengo, qué apellido cultural o religioso tengo” 10.

Es nuestro deber y compromiso “recuperar la memoria, la memoria de la Iglesia que es pueblo de Dios. A nosotros hoy nos falta el sentido de la historia. Tenemos miedo al tiempo, nada de tiempo, nada de itinerario. ¡Todo ahora! Estamos en el reino del puro presente (...). Debemos recuperar la memoria de la paciencia de Dios que no tuvo prisa en su historia de la salvación” 11. Contemplemos a este Dios que se hizo historia para caminar con nosotros.

9 Ibíd. “VIII” Jornada de Pastoral Social, pág. 3.

10 L‘Oss. Rom. Nº 20, 2014

11 Papa Francisco en L´Oss. Rom. Nº 25, 2014

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El Papa nos enseña que “un cristiano sin memoria no es un cristiano verdadero: es un cristiano a mitad de camino, es un hombre o una mujer prisioneros del momento que no sabe tomar en consideración su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de la salvación” 12.

Debemos imitar a María que es “ la Mujer de la memoria que meditaba todas las cosas en su corazón” (Id.26).

DOS MOMENTOS DE LA CATEQUESIS EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

“LA CATEQUESIS ha sido siempre considerada por la Iglesia como una de sus tareas primordiales, ya que Cristo resucitado, antes de volver al Padre, dio a los Apóstoles esta última consigna: ‘hacer discípulos a todas las gentes, enseñándoles a observar todo lo que Él había mandado’ (Cfr. Mt. 28, 19s).

Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de esfuerzos realizados por la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a ‘creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, mediante la fe, ellos tengan la vida en su nombre’ (Cfr. Jn. 20, 31), para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo. La Iglesia no ha dejado de dedicar sus energías a esa tarea” (Catechesi Tradendae, 1).

LA CATEQUESIS EN LA ANTIGÜEDAD

a) El catecumenado y sus etapas

1. Los inicios (Siglos II-IV)

Es un Instituto didáctico–moral creado por la Iglesia en los primeros siglos para la conveniente preparación de los candidatos al bautismo.

De este primer período dan testimonio: para África, Tertuliano (+220), para Roma, S. Hipólito (+235). Tertuliano en el 207 nos habla del catecumenado como de algo ya instituido, y la instrucción era impartida por el obispo, o por un delegado (Clérigo o laico) y consistía en la explicación de la Sagrada Escritura, del símbolo, y de los sacramentos.

En Roma, según la Traditio Apostólica (de Hipólito de Roma – ritual o reglamento eclesiástico)

(ca. 217), el catecumenado duraba tres años; el candidato pasaba por diversos exámenes, era varias veces exorcizado, y finalmente era bautizado.

12

Papa Francisco, L`Oss. Rom., Nº 24, 2014

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2. Apogeo (Siglos IV-V)

En este período el catecumenado comprendía dos grandes grupos o clases:

a) los verdaderamente catecúmenos, llamados audientes, que eran aquellos que daban su nombre a la Iglesia, recibían una primera iniciación cristiana, pero permanecían en este estado un tiempo indeterminado postergando, de esta manera, el bautismo. Solían ser numerosos, especialmente en la clase culta; San Martín de Tours, San Ambrosio, San Agustín, permanecieron catecúmenos por muchos años.

b) Los elegidos, son los catecúmenos que después de una primera iniciación se inscriben para recibir el bautismo en las próximas Pascuas. El tiempo útil para la inscripción iba de Epifanía (Milán) o del primer domingo de Cuaresma (Jerusalén). La instrucción se prolongaba durante toda la Cuaresma, cada día hasta tres horas, y eran ilustrados por la Sagrada Escritura, el dogma y la moral cristiana. Ejemplos típicos son las 24 catequesis de San Cirilo de Jerusalén: 18 catequesis pre-bautismales y 5 catequesis mistagógicas.

La instrucción era acompañada por ejercicios ascéticos, por un riguroso ayuno, abstinencia del abrazo marital y de una muy intensa vida religiosa.

3. Decadencia (Siglos V-VII)

El catecumenado comienza gradualmente a decaer en la segunda mitad del siglo V. Multiplicándose las familias cristianas, los catecúmenos se hicieron más raros, los niños fueron bautizados apenas nacidos o en la primera infancia. Era la familia la que transmitía la fe y formaba a sus hijos en esa fe.

b) Estructura de la catequesis

Comenzaremos por seguir el desarrollo del catecumenado tomando como hilo conductor la Traditio Apostólica de Hipólito de Roma. La organización del catecumenado no es un fin, sino un instrumento.

El Nuevo Testamento y la catequesis cristiana antigua

Leyendo el Libro de los Hechos de los Apóstoles, parece que el bautismo comenzó a darse muy rápidamente. Ya el día de Pentecostés fueron alrededor de 3.000 las personas que fueron bautizadas (Hch. 2, 11) ¿Es que no existía entonces ninguna catequesis antes del bautismo?

Si nos fijamos con detención en los relatos de conversión, en este primer momento de la vida de la Iglesia, hallaremos ya en ellos una presentación abreviada de todas las etapas de preparación del bautismo.

1. Existencia y objeto de la catequesis

En los Hechos es imposible distinguir Kerygma y catequesis. Pablo nos dirá que durante los tres días que separaron la visión de Damasco de su bautismo, recibió “la tradición

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de los Apóstoles”. No bastó la intervención directa del Espíritu Santo. Era necesario que la fe fuese anunciada: “¿Entiendes lo que estás leyendo?, pregunta Felipe al eunuco. Pero ¿cómo puedo entenderlo, responde, si nadie me lo explica?” (Hch. 8, 26-40). Así se le anuncia a Jesucristo que es el objeto de la catequesis.

2. El fiador

La tradición posterior nos enseña que, para asegurar el bautismo, es necesario que alguien salga fiador ante la Iglesia de la disposición de quien pide el sacramento. Es la comunidad cristiana representada en la persona del padrino.

3. El ayuno

El relato de la conversión de San Pablo tiene un interés particular para nosotros, al testimoniar la preparación al bautismo mediante el ayuno: “Permaneció tres días ciego, sin comer ni beber”. Encontramos ya aquí lo que ha de ser uno de los componentes esenciales del catecumenado. Es la expresión del combate espiritual (Mt. 17, 21).

4. Entrega del Símbolo

Al final de las cinco semanas de instrucción, entonces reciben (los catecúmenos) el símbolo.

Durante los quince días que siguen a la entrega del Símbolo tiene lugar la explicación, explicatio Symboli, el obispo lo va comentando artículo por artículo. Esta enseñanza es intensa y dura a veces tres horas cada día.

Una vez explicado el Símbolo durante cuarenta días, deberá ser repetido por el catecúmeno a quien se le entregó: es la reditio Symboli. Este rito tiene lugar el Domingo de Ramos, antes que comience la “Semana Mayor”. Ese día el catecúmeno, siempre acompañado de su padrino o madrina, recita solemnemente ante el obispo el símbolo que debe ya conocer de memoria. Al final de la ceremonia, el obispo anuncia el complemento de la catequesis que se dará después de Pascua. La catequesis dogmática pre-bautismal termina así con la “reditio” del Símbolo; pero aún queda el “descubrir los misterios” de los sacramentos con la catequesis mistagógica post-bautismal.

5. Iniciación a la oración

La etapa del Pater se hace generalmente al principio de la Semana Santa. Pero en algunas Iglesias se traslada a después del bautismo, porque se considera que el Pater es la oración específica de los cristianos y no pueden decirlo más que los “hijos” .

6. Preparación espiritual

7. Renuncia a Satanás y adhesión a Cristo

- Renuncia Satanás = apotaris

- Adhesión a Cristo = sintaxis.

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8. Catequesis mistagógica

Al finalizar la semana de catequesis mistagógica, los nuevos bautizados dejan sus vestidos blancos. Su iniciación cristiana terminó. En adelante alimentarán su fe en el seno de la comunidad cristiana y en la vida litúrgica.

LA CATEQUESIS EN EL PERÍODO FUNDACIONAL EN AMERINDIA

Como dijimos, generalmente no estamos muy familiarizados con nuestras propias raíces culturales y eclesiales, y por eso, precisamente, el conocimiento y valoración de este maravilloso y original proceso de la evangelización de América no es suficientemente valorada; Juan Pablo II afirmaba que este proceso “merece gran admiración y respeto”, nos puede llevar a crecer en la conciencia de que nuestra historia, como Iglesia, y como pueblos, tiene su origen en los acontecimientos que se desencadenaron a partir del descubrimiento del Nuevo Mundo.

El III Concilio Limense de 1582-1583 tiene un efecto determinante en la catequesis entre nosotros; por este Concilio se aplica el Concilio de Trento (1545-1563) en nuestra Iglesia, especialmente en materia catequística con los catecismos mayor y menor. Pero es sobre todo en el ámbito específico de la misionología indiana del siglo XVI el lugar donde estas obras adquieren una espacialísima importancia y donde han dejado las huellas más profundas.

Nunca la Iglesia en su larga vida había tenido que afrontar, en iguales o parecidas circunstancias, una realidad misional de tanta magnitud en el orden geográfico y humano. Esto llevó a los misioneros a ensayar diversos métodos, y se emplearon distintos complementos y recursos didácticos, que efectivamente vinieron a facilitar la tan deseada conversión de los naturales.

a) Catecismos Los catecismos pictográficos: Los primeros misioneros en ejercer el ministerio entre los

naturales de la Nueva España, al desconocer el manejo de sus lenguas, se vieron necesitados, como ya lo hemos expresado, a recurrir al empleo de los elementos de comunicación que le ofrecía la antigua escritura mexicana, para de este modo estar en condiciones de anunciarles los rudimentos de la nueva religión. Las figuras y jeroglíficos que acabamos de presentar se revelaron, en este sentido, capaces de servir de inicial medio de representación del pensamiento cristiano que, a modo de esperada tabla de salvación, se encargó de hacer posible aquellos primigenios actos catequísticos que en definitiva abrieron por primera vez la mente y el corazón del hombre indígena al mensaje evangelizador.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que no se trató de una simple apropiación del sistema escriturístico precortesiano, a modo de copia o apógrafo. Sus componentes gráficos (pinturas, ideogramas y fonemas), según opinión de los mismos misioneros, no se prestaban sin más para reproducir en los papeles o lienzos, los contenidos de la revelación cristiana. La causa de esta incapacidad expresiva radicaba, en último término, en la dependencia absoluta

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que esta escritura guardaba respecto de la mentalidad idolátrica que la había creado, la que con fuerza se revelaba en los trazos de la mayoría de las figuras y signos que componían los deslumbrantes códices nahuas. Si se deseaba utilizarla en función de la catequesis de las masas indígenas, cosa que no solo parecía conveniente, sino beneficiosa en sumo grado, era indispensable someterla a un fuerte proceso de adaptación que la hiciera idónea para tal fin.

La adaptación se realizó en un clima de verdadero entusiasmo. Los religiosos, ayudados en la tarea por los expertos tlacuiloque (pintores indios), crearon una nueva “escritura picto-idiográfica” que respondía a intereses puramente misionales. Se conservó la antigua técnica de los “glifos” , y se respetaron diagramaciones y colores; pero en su conjunto los caracteres amerindianos sufrieron tal ajuste que de su antigua conformación apenas si quedaron rastros. Las manos indígenas, ahora cristinas, españolizaron los dibujos y símbolos, dejando intacto el viejo procedimiento que los nuevos “sacerdotes” y “sabios” querían conservar: la representación del pensamiento mediante pinturas al servicio de la instrucción de los catecúmenos.

Los catecismos indianos (también llamadas doctrinas cristianas), son libros proporcionados más bien reducidos, especies de sucintos vademécum, alejados de toda erudición y sutileza teológica, que incluyen únicamente las presentaciones de las verdades más elementales de la nueva religión que se les predicaba a los indígenas, para que los doctrineros, inspirándose en sus páginas, se las explicaran de viva voz, y las desarrollaran o explicitaran luego en sus sermones o en distintas reuniones de instrucciones religiosas.

b) Confesionarios Libro catequístico para la confesión de los naturales. En numerosos casos los penitentes,

si no se les preguntaba, solían ocultar por tener vergüenza ciertos pecados.

c) Sermonarios Cumplen una finalidad complementaria a la de los catecismos o doctrinas cristianas,

especialmente para los ya iniciados en la catequesis de los misterios cristianos. 13

Todo este proceso catequético se desarrollaba en función del bautismo y manifestaba un gran respeto por la dignidad e inteligencia de los aborígenes.

LOS CATECISMOS Y LA EVANGELIZACIÓN EN NUESTRA ZONA

a) Fr. Luis de Bolaños y el inicio de la evangelización del indio La evangelización del indio guaraní del Paraguay comienza de una manera regular a

partir de la llegada del Padre fray Luis de Bolaños, quien con otros frailes franciscanos llegan a Asunción el 6 de febrero de 1575.

13

Cfr. Mons. Juan G. Duran, “Monumento Catechetico Hisponoamericano, Is I - II”

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Dos eran los obstáculos principales para hacer llegar el mensaje evangélico al indio guaraní: su vida nómada y su lengua. La radical novedad del método misionero inaugurado hacia el año 1575 por fray Luis de Bolaños y su compañero fray Alonso de San Buenaventura, se caracteriza por estos dos rasgos esenciales: la “reducción” y la predicación en lengua guaraní.

Por lo que toca a la predicación en lengua guaraní, todos los testimonios convergen en señalar a fray Luis de Bolaños, y fray Alonso de San Buenaventura, como los primeros misioneros que los indios guaraníes escucharon hablar en su propio idioma.

Lo que inauguraron Bolaños y sus compañeros fue la predicación que precede a la administración del bautismo y esto en la lengua propia del indio. El término predicación de que se habla, parece tomarse en sentido amplio, como anuncio de verdades cristianas que llaman a una conversión, la cual se caracteriza en el abandono de un antiguo modo de vida y la adopción de uno nuevo, basado en la ley cristiana.

b) Doctrina y catecismo La doctrina cristiana en su primer lugar aquella colección de oraciones llamadas

comunes que se encuentran, por ejemplo, a continuación de las cartillas, o métodos para aprender a leer, primer libro de texto y a veces el único para los niños de la escuela española de los siglos XVI y XVII. No se conoce la fecha de la primera edición de estas cartillas, pero se puede suponer que se remontan al siglo XV, son por lo tanto incunables. Una de las primeras conocidas sería de 1526, impresa en Sevilla. La edición de 1569 es americana y no parece haber sido la primera.

Estas doctrinas cristianas de las cartillas fueron traducidas y adaptadas muy pronto en las lenguas indígenas más diversas. Por lo que toca a la Provincia eclesiástica del Perú, se sabe que tales traducciones existían ya antes de 1545. El catecismo como modo de predicación y como libro en que este modo está contenido, se presenta de ordinario a fines del siglo XVI y comienzos del XVII, como un diálogo, donde por medio de preguntas y respuestas se desarrolla la explicación de ciertos puntos de la doctrina cristiana, considerados más importantes.

El catecismo es continuación de la doctrina breve y, como ella, está destinado a ser aprendido de memoria, recitado en voz alta y si es preciso, cantado.

La Doctrina de 1584, que es incluso el tipo de todos los catecismos que dominaron durante todo el tiempo de la colonia española en las inmensas regiones de lo que originalmente fue la provincia eclesiástica del Perú, reserva en efecto el nombre de doctrina a las primeras páginas, donde están contenidas las principales oraciones de la vida cristiana y las verdades esenciales que es preciso saber, y aplica el nombre de catecismo sea este menor o mayor, a la exposición, por medio de preguntas y respuestas de ciertas verdades cristianas.

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c) El catecismo en lengua guaraní del Padre Bolaños En su empresa lingüística Bolaños fue ayudado, sobre todo en el período de 1582-85,

por dos misioneros criollos, Fr. Juan de San Bernardo y Fr. Gabriel de la Anunciación. Nacidos en tierra paraguaya y aunque no fuesen ni indios, ni mestizos, tenían la lengua guaraní como lengua materna, fenómeno muy propio del Paraguay.

Dada la importancia enorme que tuvieron para la catequesis tanto el tercer Concilio de Lima de 1583, como los dos Sínodos de Asunción, el de 1603 y el de 1631, se merecerían un capítulo aparte, pero por razones de brevedad, nos contentamos con esbozar someramente lo más fundamental de sus conclusiones.

Ya el tercer Concilio Limense de 1583, toma una posición decidida sobre los problemas fundamentales del método misionero, estableciendo obligatoriamente el catecismo único y la lengua indígena. Los textos deben de ser los aprobados por el Concilio.

Dios: unidad, trinidad (creación, idolatría).

El hombre y su fin.

La fe en Jesucristo.

Bautismo en la Iglesia.

Sacramento de la penitencia.

Mandamientos de Dios y de la Iglesia.

La “guaranización” del mensaje cristiano se efectúa ante todo por medio de la lengua.

El catecismo es breve, compuesto a su modo por un concilio Limense, “los muchachos a un lado del pórtico y las muchachas al otro, empiezan a decir en voz alta toda la doctrina cristiana desde el persignarse hasta acabar todas las oraciones, preguntas y respuestas del catecismo, que allá se llama Limense por haberlo aprobado para todas aquellas partes uno de los Concilios de Lima, que después aprobó la sede apostólica y es propiamente un compendio de los catecismos que corre por España y tan breve que en media hora se acaba, aun yendo guiando uno y repitiendo los demás. Púsolo en guaraní el V. P. Fray Luis Bolaños, compañero de San Francisco Solano”.

En cuanto a la necesidad e importancia de la formación de los laicos, el Cardenal Newman, que fue indiscutiblemente un hombre que se adelantó a los tiempos de tal manera que bien podríamos definirlo como un hombre del Concilio Vaticano II, decía:

“Vuestra fuerza radica en Dios y en vuestra conciencia; por consiguiente no está en vuestro número como tampoco en la intriga, en los cálculos o la sabiduría mundana…lo que echo de menos en los católicos es el don de sacar a la luz lo que es su religión…

Quiero un laicado no arrogante, no precipitado en el hablar, no aficionado a las discusiones, sino laicos que conozcan su religión, que penetren en ella, que sepan el terreno que pisan, que sepan lo que sostienen y lo que no, que conozcan tan bien su credo que puedan dar razón de él, que sepan bastante historia para poder defenderla. Quiero un laicado inteligente y bien instruido…deseo que ampliéis vuestros conocimientos, que

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cultivéis vuestra razón, que echéis una mirada profunda a la relación entre verdad y verdad, que aprendáis a ver las cosas como son. Que comprendáis como la fe y la razón se compaginan entre sí, cuales son las bases y principios del catolicismo”. (Plática a los católicos ingleses)

Desearía terminar volviendo a citar lo que Pablo VI escribió a los universitarios de la FUCI (Federación Universitaria Católica) en 1931:

“El tiempo no es bueno para la filosofía. La estación no es favorable. La juventud está desorientada, y pierde la confianza no sólo en la idea, sino también en el ideal”; y aconsejaba “no tener miedo al pensamiento. No sustituir la molesta concentración de la mente por el calor afectivo de la devoción y divagar en la simplicidad operativa del bien por desconfianza en la especulación conquistadora de lo verdadero” (Mons. Montini, Retiro al clero de Milán, 1988).

Finalmente, la falta de formación hace que “muchos católicos no piensan como católicos” (Pablo VI).

G. in D.

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APÉNDICE DOCUMENTAL

CATECISMOS

PICTOGRÁFICOS

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