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    Publicado en Prohi stor ia. Histor ia Polticas de la Histor iaN 11, Rosario, 2008. ISSN 1514-

    0032

    Sobre la existencia de la historia reciente como disciplina acadmica. Reflexiones en torno a

    H istor ia reciente. Perspectivas y desafos de un campo en construccin, compilado por MarinaFranco y Florencia Levn.

    Luciano Alonso*

    I.

    Como lugar de concentracin de multitud de inquietudes intelectuales abonadas por un conjuntocreciente de trabajos acadmicos, o como punto de partida para una reflexin fundamentada sobrenuevas prcticas historiogrficas y sobre sus supuestos terico-metodolgicos, la compilacin deMarina Franco y Florencia Levn tituladaHistoria reciente. Perspectivas y desafos de un campoen construccin1, marca una inflexin en el panorama argentino al tratar de abordar de maneraintegral una serie de cuestiones relacionadas con su objeto. Su publicacin no slo merece una

    presentacin detallada los aportes que lo integran, sino que tambin abre a futuro la discusinsobre una serie de cuestiones que hacen a la misma definicin de la historia reciente comodisciplina acadmica en Argentina o precisamente como campo, en la terminologa de lascompiladoras. En el presente ensayo resear los desarrollos generales del texto, para luego trataralgunos de los problemas que a mi criterio se plantean respecto de la existencia de ese espacioacadmico.Es sabido que abundan los anlisis (y las dudas) sobre el estatuto epistemolgico de aquello que seda en llamar historia reciente, inmediata, del tiempo presente, actual, fluyente (current) o coetnea

    denominaciones de ningn modo equivalentes pero equiparables en su pretensin de definir elconocimiento sobre una temporalidad en la que los investigadores mismos se encuentraninmersos. Y al mismo tiempo se indaga desde muy variados enfoques la relacin de ese espaciodisciplinar con la(s) memoria(s) y la(s) poltica(s), en una bibliografa que no slo ya reconoce susclsicos sino que adems crece exponencialmente y tiende a girar sobre tpicos repetidos. Pero loque este texto trata de presentar, con xito, es un conjunto de reflexiones que aborda los problemasnucleares de la historia reciente como campo acadmico en formacin. Para ello las compiladorasconvocaron a una decena de historiadores y cientistas sociales y articularon sus aportes en tres

    bloques: el relativo a las cuestiones conceptuales y a los recorridos historiogrficos, el que tocaaspectos ticos, polticos y metodolgicos de la historia reciente, y por fin el que bucea en lasrelaciones entre historia reciente y sociedad.

    La primera seccin tiene la declarada intencin de tratar las especificidades de la historia recientey su relacin general con la sociedad y en particular con la memoria. El artculo El pasadocercano en clave historiogrfica, de las propias Franco y Levn, intenta ofrecer un rpido

    panorama sobre la formacin del nuevo espacio. Como lo anunciaron en su introduccin, lascompiladoras adoptan la denominacin de historia reciente por ser el modo de identificacinms difundido en el mbito acadmico argentino. Descartan un criterio de definicin cronolgico,al mismo tiempo que advierten sobre los problemas de plantear que la disciplina tenga un rgimende historicidad particular porque, si bien es cierto que suelen confluir diversas formas decoetaneidad entre pasado y presente sean de los actores y protagonistas, de la propia experiencia

    *Universidad Nacional del Litoral.

    1 FRANCO, Marina y LEVN, Florencia (comps.) Historia reciente. Perspectivas y desafos de un campo enconstruccin, Paids, Buenos Aires, 2007, 340 pp. ISBN 950-12-6565-1

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    del investigador o de la presencia de una memoria social viva, ese criterio se fija sobre criteriosegocntricos o cuanto ms metodolgicos si hay un recurso a las fuentes orales.Los acontecimientos traumticos o de fuerte presencia social en el presente son los objetos

    privilegiados que para Franco y Levn pueden marcar cesuras temporales a partir de las cuales

    pensar la historia reciente: Si bien no existen razones de orden epistemolgico o metodolgicopara que la historia reciente deba quedar circunscripta a acontecimientos de ese tipo dicen, locierto es que en la prctica profesional que se desarrolla en pases como la Argentina y el resto delCono Sur, que han atravesado regmenes represivos de una violencia indita, el carcter traumticode ese pasado suele intervenir en la delimitacin del campo de estudios (p. 34) . Es ese pasadoque no pasa el que impone entonces una temporalidad de fuertes connotaciones polticas.Las compiladoras tratan brevemente algunas cuestiones que atravesarn las intervenciones de losdems autores, alrededor de las relaciones y deslindes de la historia reciente con la memoria, conlos testimonios y con las demandas sociales. Los esbozos informados y precisos que se presentanall van delineando las tensiones de una disciplina que para Franco y Levn ya va mostrando laapariencia de un nuevo campo de estudios profesionalizado. Por un lado, registran la cada vez

    ms patente irrupcin de la memoria en el espacio pblico y recuerdan la identificacin de unespacio social de conflictos en torno a memorias encontradas sobre los pasados traumticos delCono Sur latinoamericano. Apropiadamente, reconocen que historia y memoria constituyen formasde representacin del pasado gobernadas por regmenes diferentes, pero que guardan una estrecharelacin y se interpelan mutuamente. A su vez, mientras la historia tiene pretensin de veracidad,la memoria la tiene de fidelidad, y eso las coloca en un plano de transacciones tico-polticas.Destacan las caractersticas de lo que Annette Wieviorka denominara la era del testigo y revisanla relacin entre los historiadores y quienes dejan testimonios sobre las experiencias de vida perotambin sobre las representaciones y discursos de su propia sociedad. Advirtiendo respecto de lasobrelegitimacin de la posicin del testigo y la tensin a la que se ve sometida la prcticaacadmica en el complejo vnculo con la pasin, encuentran en la distancia con el objeto lacondicin de una historiografa crtica. Por fin, ponen ejemplos de los modos en los cuales lahistoria acadmica es reclamada en el proceso de revisin de los pasados recientes y de lasmaneras en las cuales los historiadores intervienen en espacios de debate. Es as que culminan conun registro de los cuestionamientos a la historia reciente y una referencia a las demoras de lahistoriografa argentina en abordar el pasado inmediato luego de la transicin democrtica,aportando muy pertinentes respuestas a las objeciones que suelen hacerse respecto de la distanciatemporal, la disponibilidad de fuentes o el carcter inacabado del objeto.Enzo Traverso repasa los debates en torno a la distincin y relacin entre historia y memoria, y ensu vnculo con la experiencia, logrando sintetizar en pocas pginas una pluralidad de posiciones yaportando reflexiones por dems de pertinentes. Por su parte, Daniel Lvovich revisa los modos en

    los cuales se abord e inicialmente se bloque el abordaje de pasados traumticos en casoseuropeos vinculados con los fascismos y colaboracionismos, proponiendo una diferenciacinrespecto del caso argentino posdictatorial y sugiriendo una profundizacin de los debates yestudios que recupere las categoras y modos anlisis de las historiografas referidas. En el ltimotrabajo de esa seccin Roberto Pittaluga analiza las escrituras sobre la militancia setentista,abarcando un amplio espectro de discursos que no se limita a los textos validados en el mbitoacadmico sino que incluye a los relatos testimoniales, las investigaciones periodsticas y lasnovelas histricas. Constatando la relativa escasez de escrituras en la primera dcada de latransicin democrtica y una creciente dedicacin a esos temas a partir de mediados de los aosde 1990, advierte sobre la estrategia de la intelectualidad progresista que ocluy la mirada sobreaquellas experiencias que no entraban en los parmetros de la nueva versin de lo democrtico,

    para plantear luego el estado embrionario de los estudios de historia reciente en un contextoacadmico en el cual la profesionalizacin pareci construirse en desmedro de la figura delintelectual.

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    En la segunda seccin destacan dos artculos de Vera Carnovale y de Ludmila Da Silva Catela,referidos a la problemtica de las fuentes documentales. En el primero se indagan las posibilidadesy limitaciones de las fuentes orales, en funcin de sus peculiaridades y de la compleja relacinmemoria / historia. En el segundo se realiza un detalle de los archivos que pueden contener fuentes

    sobre la represin, sin duda provisional pero riguroso en el registro de sus particularidades ygrados de accesibilidad, que se encuadra en una indagacin sobre el carcter de los acervosdocumentales y las problemticas sobre la constitucin de repositorios. En las contribucionessiguientes, Hilda Sbato reflexiona sobre la tensin entre las normas que regulan la profesinhistoriogrfica y las opciones tico-polticas del historiador, en tanto que Alejandro Kaufman

    propone un abordaje del fenmeno de la desaparicin fuertemente anclado en la tica y en ladiscriminacin de diversas formas de memoria, para bucear en el carcter indecidible de lasituacin del desaparecido, en la singularidad de los testimonios y en la imposibilidad del duelo.La ltima parte de la compilacin rene tres trabajos que tambin son de diversa procedenciadisciplinar, en los que se exploran dimensiones de la relacin entre la historia reciente y lasociedad. A partir de un concepto amplio de lugar de memoria trado de Pierre Nora, Silvia

    Finocchio revisa su papel en las polticas educativas nacionales y propone anlisis puntuales sobrelos modos en los que la escuela aborda la historia reciente. Sergio Visacovsky parte de un casoespecfico la experiencia del servicio de psiquiatra del Lans (denominacin comn delHospital Interzonal de Agudos Evita), para poner en cuestin las categoras temporales de lahistoriografa desde el registro de los modos en los cuales los actores sociales ordenan susexperiencias. Por fin, La conflictiva y nunca acabada mirada sobre el pasado es el artculo decierre escrito por Elizabeth Jelin, que estudia la memoria como prctica social y poltica. Partiendoinicialmente de la normalizacin del pasado en el caso alemn, indaga en las tensiones relativas ala construccin de memorias sobre el pasado argentino, revisando la importancia del movimientode derechos humanos en la generacin de narrativas y las nuevas luchas simblicas que se abrencon la transmisin de memorias. Concluyendo su aporte con una reflexin sobre las pretensionesde una resolucin del pasado en la Argentina actual, Jelin rescata las virtudes de una memoriaabierta, en constante proceso de revisin.

    II.Es evidente que el texto compilado por Franco y Levn resulta atractivo y motivador, ya que

    precisamente da cuenta de las caractersticas de un espacio de produccin intelectual que se vaafianzando en los medios acadmicos argentinos y que establece constantemente relaciones conotras formas de reflexin sobre el pasado reciente. A partir de esa lectura quisiera presentar

    brevemente algunos argumentos como para poner en tensin tres cuestiones a propsito de esecampo en formacin, o si se quiere, de la formacin del campo. Estas observaciones no deben

    ser comprendidas como un contrapunto con uno u otro de los varios autores que intervienen en ellibro, sino ms bien como un ejercicio de reflexin que gira en torno al modo de existencia de lahistoria reciente tal como aparece esas pginas. Descartando la apelacin a una multitud deanlisis de corte terico-metodolgico, mis comentarios se sustentarn apenas en algunos recursosempricos y crticos. Los tres tpicos que quisiera tratar son la asociacin entre historia reciente y

    pasado traumtico, la novedad de los enfoques historiogrficos que nos ocupan y el estatuto de lahistoria reciente como campo, disciplina o especialidad. Si esas breves observaciones puedenfundar casi arbitrariamente una posicin sobre la historia reciente, confo en que no escontradictoria a veces complementaria, a veces extremada respecto de la que sobrevuela lamayor parte de las intervenciones recogidas en el volumen.

    Historia reciente y trauma social.Desde la introduccin del trabajo de Franco y Levn se produce una identificacin entre la historiareciente y la existencia de momentos traumticos. La frase inicial es todo un modelo de definicin:

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    La historia de la historia reciente es hija del dolor (p. 16). No solamente derivan de esa relacinlas caractersticas que tendra este tipo de historiografa, sino que al momento de discutir sudefinicin es esa asociacin la que prima por sobre otros criterios. Es tambin el modo deconstruccin del problema privilegiado por Jelin, en tanto que el artculo de Lvovich bucea muy

    apropiadamente en la comparacin de cmo se resolvi esa relacin en los distintos casosestudiados. Como muestra de un consenso extendido, la mayor parte de los aportes al volumenretoman el pasado en clave de conflictos, silencios, violencias, reclamos de justicia,desplazamientos; en suma: componentes o sntomas del trauma, y en ese sentido retornan una yotra vez al caso de la ltima dictadura militar argentina. Incluso los artculos eminentementemetodolgicos incursionan en los temas relativos al pasado dictatorial aunque ms no seatangencialmente.

    No es este el lugar para discutir la categora de trauma y su aplicacin a los conjuntos sociales.Baste acordar en que se trata de una lesin emocional y por extensin cognitiva producto de unaexperiencia extrema, con efectos perdurables y subyacentes a la continuidad de la existencia social(evito deliberadamente alusiones a lo consciente o lo subconsciente). En ese sentido es que cabe

    preguntarse: fue la ltima dictadura militar un trauma para la sociedad argentina? La preguntapuede parecer cnica. Unos treinta mil desaparecidos, cuatro mil asesinados, miles de presos ycesanteados, decenas de miles de exiliados en nmeros siempre globales y objeto de apasionadosdebates representan la cspide del terror de Estado. En tanto que ejercicio de una coercinmagnificada sobre el cuerpo social, el resultado ltimo de la dictadura no puede ser otro que untrauma. Por lo menos, para quienes lo hemos experimentado as.Y all es donde la pregunta pierde su carcter molesto y alude a un problema de consideracinsobre lo que se supone que es una sociedad y particularmente la sociedad argentina. Quizs

    por una cuestin de escala de los fenmenos, quizs por la misma variedad de las experienciassociales, pueden existir grupos completos para los cuales la dictadura no constituyera la fuente deltrauma, y ni siquiera se considere traumtico todo el perodo de las dictaduras del Cono Sur.Probablemente no hubo una cierta normalidad de las clases medias en el perodo del terror deEstado apuntemos de paso, que si este momento parece cualitativamente distinto de otrasatrocidades de la historia de estas regiones es tambin porque afect a sectores movilizados de lasclases medias, porque la situacin estatal-nacional era excepcional. Pero muchos integrantes defracciones o segmentos socio-profesionales identificados con ese concepto parecen construir elmomento del miedo en el antes de la dictadura, y no durante ella. Y con relacin al terror deEstado, Mariana Caviglia apunta que En una considerable mayora los testigos entrevistados nose consideran responsables de lo ocurrido, pero no slo porque no lo sienten en relacin con ladictadura o porque su voluntad poltica de reparacin al respecto se encuentra generalmenteobstaculizada por las decisiones polticas de los vencedores sino, bsicamente, porque no se

    reconocen actores de la historia () es la ausencia de esa conviccin una consecuencia del terroro es a veces, o al mismo tiempo, una caracterstica de la identidad de los sectores medios? 2.Para esos sectores, entonces, hay una sensacin de ajenidad respecto del trance. Estimo que nosera difcil multiplicar los registros empricos en los que se aprecie que lejos de ser el lugarhistrico del trauma para muchos integrantes de las clases medias la dictadura se presenta comoun lugar imaginario de orden y seguridad. As como construyeron un otro que no los implicabaen ese pasado de conflictos, Caviglia sugiere que hoy constituyen nuevas alteridades en oposicincomo los delincuentes o los piqueteros. Podr aducirse que hay en esos casos una elusin deltrauma e interpretarse los silencios en esa clave. Una cosa es segura: en el flujo de conciencia demuchos grupos sociales, expresado en sus discursos y prcticas, la dictadura no constituye unhecho fundante. Si la historia reciente se definira por el reconocimiento de un trauma, para

    2CAVIGLIA, MarianaDictadura, vida cotidiana y clases medias. Una sociedad fracturada, Prometeo Libros, BuenosAires, 2006, pp. 320-321.

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    amplias fracciones de las clases medias su inicio puede estar en la hiperinflacin de 1989 o en ladebacle financiera e institucional de 2001.Si por el contrario tratramos de buscar indicios en fracciones de las clases trabajadoras,suponiendo un impacto evidente tras la deliberada poltica de disciplinamiento social y fractura de

    la organizacin popular por parte de la dictadura, tal vez no encontremos lo que esperamos o senos desdibujen sus caracteres. En un nmero anterior de esta misma revista Vernica Maceirapresent una exploracin sobre las prcticas de historizacin de distintas generaciones detrabajadores desocupados del conurbano bonaerense; aunque destacaba que respecto de ladictadura las representaciones no eran homogneas, reconoca una relativa ajenidad (social y

    poltica) en el modo con el que gran parte de los entrevistados se relacionaba con el pasadodictatorial. Slo la tercera parte de los entrevistados del segmento de mayor edad haca referenciaal perodo de terror, pero incluso con relativa independencia de las consideraciones sobre elmercado de trabajo y la propia situacin laboral, juzgadas retrospectivamente como mejores3. Otravez, podr aducirse con absoluta pertinencia que la ltima dictadura militar propendi por diversosmedios entre los cules el ms evidente fue el terror de Estado a la retirada de los sujetos a la

    vida familiar y laboral y a la desarticulacin de la clase social como matriz de las prcticas y lasidentidades; pero eso es algo diferente del reconocimiento de un trauma social extenso. Insistoentonces: es que la dictadura no configur un trauma? S que lo hizo, pero aclaremos: somosnosotros vaya a saber quines los que lo identificamos como tal. Lo es para aquellos quesostenemos o sostuvimos determinadas posiciones polticas, determinadas representacionessociales, y no otras; para los que tuvimos o transmitimos determinadas experiencias y construimosdeterminadas identidades. No para la sociedad argentina en su conjunto, ya que no todos losgrupos sociales definidos ampliamente por criterios relacionales o econmicos, o por pertenenciaa agrupamientos polticos, religiosos o culturales tuvieron las mismas experiencias.Para la etnia pilag el trauma o uno de los ms cercanos de los innumerables traumas sufridos enla terrible historia de su relacin con los poderes modernos parece derivar directamente de lasmatanzas de octubre de 1947 en Formosa. El fusilamiento de unos 400 a 600 aborgenes por laGendarmera Nacional, en pleno gobierno peronista, encarn de tal manera en la memoria delgrupo que fueron los recuerdos trasmitidos los que llevaron a la bsqueda de cuerpos actualmenteen curso4. Ejemplo contundente de que la cesura puede estar en otra parte, la eliminacin de los

    pilags que pedan comida para sus cuerpos hambreados y enfermos, el enterramiento clandestinode los fusilados o su desaparicin lisa y llana, y la continuidad cotidiana de la masacre tnica danforma a una experiencia extrema, que atraviesa toda la historia del Estado nacional y se hunde anms atrs en el tiempo. Para los pueblos originarios, el trauma social es un estado del espritu enlarga duracin.Y adems, es que slo la historia reciente parte del dolor? De seguro que conviene recordar que la

    historia, tal como surgi en Occidente, se constituy como discurso de legitimacin de ladominacin. Sin embargo tambin se form como su contrario; como discurso contraideolgico enel cual el dolor de los oprimidos actu como acicate para el conocimiento. Con Max Horkheimer yWalter Benjamin, la historiografa aparece al mismo tiempo como el tribunal de apelaciones deuna humanidad siempre pasajera y como el lugar de construccin de una esperanza por un sujetohistrico. Y eso tras la constatacin de que el Estado de Excepcin es la regla de los oprimidos, enun transcurrir de siglos en los cuales el enemigo no ha cesado de vencer. En toda historia hay

    3MACEIRA, Vernica V. La recurrencia del recuerdo. Prcticas de historizacin entre trabajadores desocupados delconurbano bonaerense, enProhistoriaN 9, Rosario, primavera 2005; el entrecomillado es de p. 167. Me eximo dereproducir algunas de las citas de las entrevistas presentadas por la autora, que pese a todas sus explicaciones ycontextualizaciones no pueden resultar ms que dolorosas al dejarnos la impresin de que la dictadura puede funcionar

    en el imaginario de muchos trabajadores desocupados como un perodo de paz, bonanza y respeto por las normas, sinque espontneamente se planteen ninguna relacin entre ella y los sucesos posteriores de la historia argentinacontempornea.4DiarioPgina/12, Buenos Aires, das 28 de diciembre de 2005 (p. 8), 18 de marzo (p. 8) y 3 de mayo de 2006 (p. 7).

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    trauma, en el sentido de que Toda institucin, por modesta que sea, posee, como todo Estado (entanto que superinstitucin), un cadver en su alacena, una huella de la violencia sacrificada que

    presidi su nacimiento o, sobre todo, su reconocimiento por las formas sociales ya existentes einstituidas5.

    No slo no hay entonces traumas totales vividos por todo el conjunto social, sino que la totalidadde la historia de la humanidad y por extensin, toda historiografa puede ser pensada a partir deldolor y de las violencias fundantes de la dominacin. Deberamos entonces renunciar en bloque alconcepto y sus implicancias? De ninguna manera. Aunque se pueda dudar de la relevancia deltrauma, se lo ponga en cuestin como fractura e incluso se reconozcan las dificultades deidentificar los modos de transmisin social de sntomas postraumticos, le damos centralidad

    porque decimos que eso nos importa. Si la historia reciente puede pensarse desde ese concepto, esporque desde una perspectiva t ico-poltica decidimos que as sea. Reconocer un trauma histricosea el terror de Estado, sean otros supone un proceso autocrtico de pensamientos y prcticascon trascendencia poltica y social. No para una mera victimizacin sustitutiva y emptica o undiscurso de lo sublime, sino en pos de una indagacin sobre aquello que consideramos relevante en

    funcin de una lucha poltica, de un conflicto social, o simplemente de un episodio ms de laguerra civil latente a toda sociedad6.Pero para una definicin cabal de la historia reciente no slo debemos recurrir a esas cesuras,sino encontrar lo que para defender su concepcin de una historia del presente Julio Arsteguillama una matriz histrica inteligible. La construccin de objetos historiogrficos en una

    perspectiva cientfica debera suponer la identificacin de momentos axiales que abran perodoscualitativamente diferentes del tiempo histrico. Cul sera esa matriz en la definicin de unaespecialidad historiogrfica es otra cuestin; lo importante es que no se remita a un fenmeno ohecho singular, sino a un conjunto temporalmente situado de transformaciones significativas. Vade suyo que para reas determinadas o Estados, si se quiere podrn defenderse diversastemporalidades y en gran medida remitirse a pasados traumticos de distinta escala y encarnadurasocial, aunque tambin es factible identificar un tiempo histrico reciente a nivel del sistemamundial7.

    Historia reciente y renovacin historiogrfica.Sea que se la emparente con el perodo de terror de Estado o que se la remita a un momento detransformaciones estructurales, la historia reciente aparece con fuerza como una opcin acadmicaen los ltimos aos. Anunciada al menos desde finales de la dcada de 1970 en los pases centralescomo disciplina o subdisciplina especfica, ha crecido progresivamente. Franco y Levn remontansus observaciones sobre los acontecimientos traumticos a la historiografa occidental posterior ala Primera Guerra Mundial, y luego de una serie de breves menciones registran el incremento del

    5LOURAU, Ren Instituido, instituyente, contrainstitucional, en FERRER, Christian comp. El lenguaje libertario.Antologa del pensamiento anarquista contemporneo, Ed. Altamira, La Plata / Buenos Aires, 1998, P. 112. Respectode los otros autores aludidos me remito a HORKHEIMER, Max Teora crtica, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1990 yBENJAMI, Walter Tesis sobre filosofa de la historia especialmente VI a VIII, en Discursos interrumpidos. I.Filosofa del arte y de la historia, Ed. Taurus, Buenos Aires, 1989.6Aunque originalmente refieren al trauma y en particular a la forma especfica de la memoria traumtica como objetosde un nuevo campo o subcampo de investigaciones, extrapolo aqu observaciones de LACAPRA, Dominick Historiaen trnsito. Experiencia, identidad, teora crtica, Fondo de Cultura Econmica, Buenos Aires, 2006, captulo IIIEstudios del trauma: sus crticas y vicisitudes. La nocin de un conflicto siempre al borde de la guerra civil comoelemento constitutivo del trmino sociedad en MOORE, BarringtonLa injusticia: bases sociales de la obediencia yla rebelin, UNAM, Mxico, 1996, p. 25.7ARSTEGUI, JulioLa historia vivida. Sobre la historia del presente, Madrid, Alianza, 2004,passim. Personalmente

    no comparto la identificacin de Arstegui de un tiempo axial hacia 1989-1991 y prefiero defender la posibilidad depensar como matriz histrica la constitucin de un modo de dominacin espectacular en las reas con procesos decentro y la nueva externalizacin de la violencia hacia las reas con procesos de periferia entre 1950-1970, pero esosera objeto de otra larga discusin.

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    espacio intelectual de la historia reciente desde los aos 60 del siglo pasado. Hilda Sbato afirmatajantemente en su intervencin que es sabido que su prctica es relativamente nueva y nosolamente en nuestro rincn del mundo (p. 226) y citandoAos interesantes, de Eric Hobsbawm,valida la idea de que al menos hasta ese mismo momento la labor historiogrfica supona una

    distancia de unos treinta aos respecto de los sucesos a historizar.Es entonces la historia reciente algo novedoso? En principio s, si se la compara con elestablecimiento de una cierta distancia temporal para la definicin de los objetos de investigacin

    predominante en los estudios histricos del siglo XX, pero no tanto si se miran los clsicosdecimonnicos. Tomemos tan slo dos ejemplos.El primer libro importante de Augustin Thierry, publicado en fecha tan temprana como 1825 ysobre el que volvera una y otra vez a lo largo de su vida, fue la Historia de la conquista de

    Inglaterra por los normandos, de sus causas y consecuencias hasta nuestros das en Inglaterra,

    Escocia, Irlanda y el continente. Los tres volmenes partan de un conflicto agigantado hasta tocarlos talones del autor; y cosa parecida haca para la misma poca Franois Guizot a propsito deotros temas. De paso, ms all de sus postulados un texto as viene a recordarnos que las races

    histricas del presente -su matriz histrica? pueden encontrarse temporalmente lejanas. Pero elsegundo ejemplo es todava ms interesante. En 1872 Jules Michelet dio a luz la primera seccinde una obra que su muerte dejara trunca. El segundo tomo de un libro destinado a variosvolmenes ms se edit tras su fallecimiento en 1874. Su ttulo? Historia del siglo XIX.Evidentemente, Eric Hobsbawm no tiene originalidad en eso de escribir en tanto que historiadorsobre el tiempo mismo en el que se ha vivido.Podramos seguir citando diversos casos en los cuales las materias tratadas eran temporalmentecercanas, haba testigos de los acontecimientos que muchas veces fungan de fuentes deinformacin sin demasiado rigor metodolgico y la implicacin de los historiadores erainmediata. As como tambin encontraramos otros ejemplos de textos contrarios en los cuales senegaba la posibilidad de que la historia acometiera el anlisis de un tiempo presente. Y es que en elsiglo XIX la historia, la memoria y la poltica ya aparecan inextricablemente unidas. En ese siglo

    burgus los historiadores no slo se plantearon cuestiones epistemolgicas fundamentales8, sinoque adems expresaron visiones de la historia fusionadas con la poltica notabiliar y discutieron losmrgenes a los que deba ceirse. Es claro que esas concepciones buscaban explicar y autenticar su

    propio presente, aunque tambin que las lites y clases dominantes europeo-occidentales estabaninmersas en un proceso de formacin de esferas pblicas en el cual no teman establecer relacionesentre una labor disciplinar en definicin y la discusin de las cuestiones ms inmediatas. Eso sincontar a un Karl Marx historiador de los conflictos franceses prcticamente sobre el filo de losacontecimientos, que para la academia no pasaba de ser un polemista aunque estuviera fundando ltambin la historia como ciencia.

    En consecuencia la respuesta es negativa: la preocupacin historiogrfica por un pasado temporal,vivencial o polticamente cercano no es exclusiva de los ltimos aos. Tal postulado es slo unamuestra de la habitual amnesia en la que caen nuestras instituciones acadmicas, y lgicamentenosotros mismos9. Lo que s es novedoso es la conciencia de estar revirtiendo una tendenciasecular y la constitucin de la historia reciente como campo acadmico o tal vez mejor, como

    8Aunque su pragmatismo es por lo menos excesivo y homologa crisis disciplinares de diversa ndole, la gran virtud deGrard Noiriel ha sido recordarnos que muchos debates epistemolgicos que solemos estimar de ltima moda sepresentaron con otros modos discursivos y presupuestos muy diversos a lo largo de todo el proceso de formacin dela historia como disciplina cientfica en el siglo XIX, observacin que podra extrapolarse a lo que nos ocupa.NOIRIEL, Grard Sobre la crisis de la historia, Ed. Ctedra, Madrid, 1997.9 A propsito de una materia absolutamente diferente Alain Guerreau ha destacado cmo se ocultan u olvidan

    desarrollos elaborados muy anteriormente con un mximo de racionalidad, tendiendo a veces a recomenzar de cero, ycon su tpico estilo polmico ha indicado que para avanzar tericamente no es indispensable hacer pasar por nuevo loque otros han explicado y expresado con suficiente claridad hace ciento cincuenta aos. GUERREAU, Alain Elfeudalismo. Un horizonte terico, Ed. Crtica, Barcelona, 1984, p. 41.

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    espacio especfico dentro de un campo historiogrfico profesionalizado. Para Franco y Levn esopuede comprenderse como producto de un nuevo vigor de la produccin acadmica sobre elpasado reciente, vinculado con la crisis de confianza en el futuro y el giro hacia el pasado quecaracteriza al mundo contemporneo, a lo que se suman los vuelcos de la historiografa hacia una

    revalorizacin de la subjetividad y hacia el estudio de las experiencias y acontecimientos, as comola irrupcin de la memoria en el espacio pblico. De mi parte entiendo apropiadas esasobservaciones, pero creo que tendramos una visin ms completa si invertimos la carga de la

    prueba y nos interrogamos por qu no emergi un campo semejante en el perodo central del sigloXX. Las diferencias entre las trayectorias de las historiografas nacionales fueron muy profundas, eincluso en nuestro pas los procesos de profesionalizacin del campo de la disciplina fueron muyirregulares, plantendose como un objetivo concreto de la comunidad universitaria recin en el

    perodo posdictatorial. Pero fuera cual fuera el grado de integracin profesional de los espaciosacadmicos, la historia reciente o sus variaciones generaron una clara resistencia.La reticencia a definir determinados problemas de la historia temporalmente cercana einstitucionalizar su investigacin est en ocasiones ligada a los contextos socio-polticos. En su

    contribucin Lvovich apunta a una cuestin capital al tratar el problema del abordajehistoriogrfico del nazismo y fenmenos circundantes: el bloqueo de los historiadores occidentales

    para ocuparse de ellos y para construir la Sho u Holocausto como objeto de estudio esincomprensible si no se lo piensa en el clima intelectual de la Guerra Fra y en relacin con las

    propias actitudes de los involucrados. Tal vez en la consideracin del modo en el cual se trataron o se eludieron determinadas cuestiones de los pasados recientes, puedan identificarse situacionessimilares, en las que los contextos impusieron limitaciones a la elaboracin de agendas sobre esascuestiones.Sin mayor argumento que la pura especulacin, estimo que a esos anlisis contextuales deberasumarse la nocin de un cierre global a la consideracin de los tiempos presentes por parte de loshistoriadores, creciente en el trnsito entre el siglo XIX y el XX. La profesionalizacin de ladisciplina y el triunfo del positivismo supuso un alejamiento de las temticas capaces de movilizarlo que Franco y Levn definen como la pasin, en sociedades en las cuales la lucha por el poderincorporaba a nuevos actores sociales emergentes. All donde ellas ven los primeros escarceos dela historia reciente es donde en realidad se clausuraron definitivamente los debates: no slo en elrecuerdo de Hobsbawm la fatdica fecha de 1914 aparece como el momento en el que sesancionaba el lmite de la tarea del historiador, todava hacia la dcada de 1970 Pierre Norarecordaba que esa era la frontera temporal permitida por los maestros10. Tal vez no casualmente setrata del momento de derrumbe del siglo burgus y de la eclosin de las masas en lasdimensiones ms altas del poder estatal, con la revolucin rusa. Ya se haban sancionado lasnarrativas histricas del pasado estatal-nacional y se oclua el anlisis de los conflictos inmediatos,

    encorsetando las relaciones entre historia, memoria y poltica en los sectores acadmicos contodos los debates que puedan imaginarse sobre los modos disciplinarmente correctos de realizaresas operaciones, en tanto que por otro lado se fue entregando el pasado reciente a nuevasdisciplinas como la sociologa y la ciencia poltica, que en mbitos como el argentino seinstitucionalizaron con mucho ms retraso. Nunca dej de haber intelectuales que escribieronhistorias de pasados recientes, en las diversas acepciones del trmino, pero en generalconstruyeron sus aportes al margen de la academia. La aceptacin ulterior de estos nuevosobjetos de investigacin en las instituciones reconocidas sera quizs no slo fruto de losdesbloqueos de los contextos poltico-sociales, sino tambin del debilitamiento de la visin estatal-nacional de la historia, de la disolucin de las alternativas sociales al dominio capitalista y de lacada vez ms fuerte interpenetracin entre disciplinas en los tiempos que corren.

    10NORA, Pierre Presente, en LE GOFF, Jacques, CHARTIER, Roger y REVEL, Jacques dtres.La Nueva Historia,Ed. El Mensajero, Bilbao [1988], p. 536. Nora vincula esa clausura a la tradicin positivista de finales del siglo XIX.

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    El corolario que se puede extraer de esta observacin es otra vez inquietante. Si el abordaje depasados recientes no es un fenmeno historiogrfico en evolucin lineal ni responde estrictamentea la lgica de desarrollo de la propia disciplina, lo que lo habilita o lo clausura es otra vez unaconfiguracin poltica.

    La historia reciente: campo, disciplina, especialidad?

    Por qu existe una historia del pasado reciente es algo que no se puede responder desde lapreexistencia de una fractura que se constituya como objeto historiogrfico o de un rgimen dehistoricidad determinado, lo que Franco y Levn reconocen al destacar un estatutoepistemolgicamente inestable a la hora de las definiciones (p. 35). Adicionalmente, podemosreafirmar su sugerencia de que no hay en estos estudios un sesgo metodolgico distintivo como nosea el peso otorgado en ocasiones a las fuentes orales. Elizabeth Jelin ya haba observado laformacin de un amplio campo de estudios que recibi un fuerte impulso en las dcadas de 1980 y1990 y que tomaba a actores tales como los movimientos sociales como objetos privilegiados,incorporaba nuevos marcos interpretativos trasvasando los marcos disciplinares y construyendo un

    espacio de consideracin de los derechos humanos y de las violencias polticas y la represin11. Loque esta compilacin afirma no es slo la vitalidad y ampliacin de ese espectro temtico, sinoadems su consideracin como un campo en formacin.Siguiendo a Pierre Bourdieu, la estructura de un campo es un estado de la relacin de fuerzas entrelos agentes o las instituciones que intervienen en la lucha por la distribucin de un capitalespecfico. Las pugnas en el campo ponen en juego la misma conservacin o subversin de laestructura de distribucin del capital especfico12. Esa es una nocin que puede pensarse respectode la historia reciente como espacio de produccin de conocimiento o segmento del campoacadmico. En tanto que campo no se define por nada intrnseco, sino solamente por las posicionesrelativas de poder de los actores que intervienen en su constitucin. De las opciones de quienesintervienen (intervenimos) dependen entonces sus caractersticas y sus derivas. Lo que es decirtambin los modos de distribucin de capitales determinados, la interpenetracin con otrosespacios sociales y la apertura o autismo respecto de las voces de los actores legos. No es seguroque se piense en esos sentidos al definir a la historia reciente de ese modo, pero la recurrente

    preocupacin de los autores por la coexistencia de modos de validacin disciplinares y posicionespolticas e ideolgicas da cuenta de la inquietud por la definicin de una autoridad especfica.Si decidimos que esa definicin tiene sentido, atrs de ella corren las diferencias en los recortestemporales, las atribuciones de significado, las opciones metodolgicas y otras formas dedelimitacin de las reglas del campo. Pero tambin los cargos de docencia e investigacin, laslneas de becas, la subvencin de publicaciones, las invitaciones a congresos, los reconocimientosde los pares y de actores exteriores a la academia. En suma, todas las implicancias en trminos de

    distribucin de diversos capitales. Podemos dar por bienvenido todo aquello que permita movilizarrecursos para actividades que consideramos socialmente necesarias, pero al tiempo deberamospreocuparnos por la construccin democrtica del campo y por su funcionalidad en vistas alcompromiso cvico una tarea sobre cuyas caractersticas, como destaca Lvovich, no tengo

    personalmente en modo alguno propuestas contundentes.Probablemente la falta de anlisis de los desarrollos logrados en nuestro medio y de las formasinstitucionales que adquiere un campo as sea una de las escassimas carencias que puedanimputarse al texto. Tan slo Roberto Pittaluga incursiona en breves consideraciones que destacanel carcter incipiente que tiene en las instituciones acadmicas argentinas. De las numerosas einformadas referencias bibliogrficas, que podran servir de ndice a esos efectos, muy pocas

    11JELIN, Elizabeth Los derechos humanos y la memoria de la violencia poltica y la represin: la construccin de uncampo nuevo en las ciencias sociales, enEstudios SocialesN 27, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2004.12BOURDIEU, Pierre Campo de poder, campo intelectual, Ed. Quadrata, Buenos Aires, 2003 yLos usos sociales dela ciencia, Ed. Nueva Visin, Buenos Aires, 2000.

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    Entretanto resolvemos qu pretendemos hacer o por qu hacemos lo que ya hacemos, la historiasigue fluyendo, reciente, presente o como queramos llamarla. Textos como el compilado porMarina Franco y Florencia Levn pueden ayudarnos a decidir nuestras opciones.