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    EL MUNDO FUNERARIO

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    ...y ellos, llorando, luego recoganlos huesos blancos del buen compaero...

    Homero,La Ilada, canto XXIII

    Durante el I milenio a.C. asistimos a una clara varia-cin de los rituales funerarios. El cambio de la inhuma-cin por la cremacin ha de justificarse a travs de unatransformacin de la mentalidad, muy probablemente

    por influencias ideolgicas externas. Acercarnos di-rectamente a los restos humanos, segn las propuestasde la osteoarqueologa, nos permite identificar, si biencon ciertas limitaciones, y ms en el caso de las crema-ciones, quines estn en los espacios funerarios. Igual-mente, permiten inferir relaciones entre los restos hu-manos y los contextos materiales que les acompaan.Determinar la edad, el sexo, las patologas, el nmeromnimo de individuos, tanto en las necrpolis como encada sepultura, el estado de conservacin de los restos,la recogida selectiva o no en los depsitos secunda-rios, la temperatura de cremacin, etc., son elementosimprescindibles para aproximarnos cada vez con msinformacin a las sociedades del pasado.

    1. INTRODUCCIN

    La revisin de los datos arqueolgicos procedentesde los espacios funerarios, durante el I milenio a.C.en tierras alicantinas, a la luz de la osteoarqueologa,

    permite aproximarnos con nuevos elementos de juicioa los ritos mortuorios de las culturas desarrolladas du-rante ese perodo cronolgico (Fig. 1).

    Se ha propuesto el surgimiento desde el BronceFinal del rito de la incineracin, de forma generaliza-da. No obstante, los estudios realizados en diferentesreas alicantinas han constatado la pervivencia del ri-tual inhumador en contextos sepulcrales habituales enmomentos culturales previos, como son las cuevas de

    enterramientos mltiples, constatndose enterramien-tos en la Cova dEn Pardo (Planes) (Soleretalii, 1999)y en la Cueva de Las Delicias (Villena) (Simn, 1998:

    MUERTOS Y RITOS. APORTES DESDE LAOSTEOARQUEOLOGA

    M. PAZDE MIGUEL IBEZDepartamento de Biotecnologa y rea de Prehistoria

    Universidad de Alicante

    Figura 1. Listado de yacimientos: 1-Cova dEn Pardo (Pla-nes); 2-Mas del Corral (Alcoi); 3-la Serreta (Alcoi); 4-el Puig(Alcoi); 5-Cueva de las Delicias (Villena); 6-Cabezo Redondo(Villena); 7-Pen del Rey (Villena); 8- el Puntal (Salinas); 9-Altea la Vella (Altea); 10-Tossal de la Cala (Benidorm); 11-lesCasetes (Villajoyosa); 12-Poble Nou (Villajoyosa); 13-Illeta

    dels Banyets (el Campello); 14-la Albufereta (Alicante); 15-Pi-cola (Santa Pola); 16-Hacienda Botella (Elche); 17-La Alcudia

    (Elche), 18-Pea Negra (Crevillente); 19-les Moreres (Cre-villente); 20-Cam de Catral (Crevillente); 21-el Molar (San

    Fulgencio); 22-la Fonteta (Guardamar del Segura); 23-CabezoLucero (Guardamar del Segura); 24-San Antn (Orihuela).

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    100, 348). Al mismo tiempo, se documenta la presen-cia de inhumaciones en lugares de hbitat como en elPuig dAlcoi (Campillo, 1976; Rubio, 1987, 213) y,

    probablemente, en la Illeta dels Banyets (el Campello)(Figueras, 1950: 31).

    La necrpolis de les Moreres (Crevillente) ser la

    primera claramente incineradora que conocemos ennuestro entorno. El rito crematorio se verifica plena-mente en ella desde su fase I, fechada en torno a lossiglos ca. IX-VII a.C. (Gonzlez Prats, 2002). A partirde este momento, y hasta poca romana, ser la incine-racin el rito funerario mejor atestiguado, si bien hayque considerar el tratamiento especial dado a algunosindividuos infantiles inhumados en espacios de hbitat,y algunas excepciones, escasamente documentadas, deinhumaciones de adultos e infantiles en necrpolis.

    2. RITOS FUNERARIOS

    2.1. LOSDATOSARQUEOLGICOS

    La cremacin consiste en la exposicin del cadver ala accin del fuego con una intencionalidad destruc-tiva, expresada en la combustin directa de los restosmortuorios en una pira funeraria elaborada para ello,siendo frecuente el acompaamiento de elementos deajuar.

    El uso de los trminos cremacin e incineracin haestado sometido a controversias en un intento de defi-nir y matizar los grados de combustin y la intenciona-lidad destructiva sobre los cuerpos. Queremos apuntarque, como han indicado diferentes autores, entre ellosGrvin y Bailet (2001: 49), el fuego de las hoguerasno reduce jams los huesos a cenizas (Fig. 2). Portanto, sern aspectos relacionados con el propio rituallos que condicionen la mayor o menor fragmentacinde los huesos y los diferentes tonos de color que pre-senten. Tambin supondr un condicionante en el re-sultado de la cremacin la mayor o menor robustez

    del individuo, la ventilacin de la pira y la cantidad ycalidad del combustible, entre otros factores.

    Como hemos indicado, conocemos la cremacin entierras alicantinas desde el s. IX a.C., en la necrpolisde les Moreres (Crevillente) (Gonzlez Prats, 2002).Igualmente, se ha constatado la presencia de sepultu-

    ras en el Cam de Catral (Crevillente), cuya cronolo-ga parece coincidir con la presencia de los feniciosen la Pennsula Ibrica (Gonzlez Prats, 1989). Tam-

    bin tenemos constancia de la exhumacin de restosde una cremacin perteneciente a un individuo adultoen la fase IB del yacimiento fenicio de la Fonteta (ca.750-720 a.C.) (Gonzlez Prats, 1999: 38; De Miguel yGonzlez, en prensa).

    Ser en Villajoyosa donde encontremos, por elmomento, el siguiente nexo en el que se constata la

    presencia de cremaciones. La necrpolis de les Ca-setes con un horizonte claramente orientalizante (ca.VII-VI) (Garca Ganda, 2002), nos muestra un espa-

    cio sepulcral con cremaciones, todas ellas individua-les, en las que se constata la presencia de individuos dediferentes sexos y edades, incluidos algunos infantiles(De Miguel, en prensa).

    Para poca ibrica son varias las necrpolis cono-cidas, si bien algunas de ellas, al haber sido excava-das de antiguo, nos proporcionan escasos datos sobreaspectos rituales y caractersticas particulares de cadatumba. Entre ellas tenemos la necrpolis de Altea laVella (Altea), el Tossal de la Cala (Benidorm), la Al-

    bufereta (Alicante), el Puntal (Salinas), el Pen delRey (Villena), el Molar (San Fulgencio) y San Antn(Orihuela) (Llobregat, 1972; Abad y Sala, 1991; SolerGarca, 1993; Sala, 1998; Sala y Hernndez, 1998).Igualmente, contamos con otras excavadas ms re-cientemente como la de Cabezo Lucero (Guardamardel Segura) (Aranegui et alii, 1993) y la de la Serreta(Alcoi) (Cortell et alii, 1992; Olcina, 1996; 2000).

    El ritual incinerador perdurar durante poca ro-mana, hasta la imposicin nuevamente del rito inhu-mador de modo general en torno al s. II d.C. (GonzlezVillaescusa, 2001: 77).

    2.2. RITUAL: CREMACIONESPRIMARIASVS.

    CREMACIONESSECUNDARIAS

    En lo referente al ritual funerario propiamente dicho,se han propuesto varias fases para el proceso que vadesde el fallecimiento hasta la deposicin de los res-tos en su ltima morada (Rafel, 1985; Mata, 1993);aunque no se han documentado en nuestras tierras al-gunas de ellas (exposicin del cadver, conduccin ala pira, etc.), parece lgico pensar que, previamente ala cremacin, se realizaran ceremonias de duelo, mso menos ritualizadas, que pudieran prolongarse tras eldepsito de los restos en la tumba.

    Desconocemos, en general, cmo eran los lugares

    donde se realizaban las cremaciones. Tenemos refe-rencias de la existencia de ustrina, por ejemplo, en lanecrpolis de la Albufereta, segn indic su excavador

    Figura 2. Parte de los restos seos incinerados procedentes dela Hacienda Botella (Elche).

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    (Figueras, 1952: 183; 1959: 81-82), pero las noticiasson imprecisas. S hemos podido documentar, en cam-

    bio, la conservacin de un ustrinum en el yacimientode la Hacienda Botella (Elche), recientemente publi-cado (Guardiola, 2001; De Miguel, 2001a; De Miguelet alii, 2003).

    Identificar un lugar de combustin como una pirafuneraria requiere, a nuestro entender, que se cumplanvarios requisitos. Por una parte, se debe constatar larubefaccin de la zona como consecuencia de la reali-zacin de un fuego intenso durante varias horas; tam-

    bin suele ser habitual la presencia de restos de maderacarbonizada. Igualmente, el tamao de la misma ha deser suficiente para la colocacin de un cadver en posi-cin extendida. Estas circunstancias estaban presentesen el ustrinum de Elche. Hay, sin embargo, una cir-cunstancia poco frecuente, al menos en la bibliografaconsultada, entre la que s se atestigua un caso, aunquecon las dificultades asociadas a una excavacin antigua

    (Jallet et alii, 1998), como es la conservacin insitu deuna gran cantidad de restos humanos quemados cuyo

    peso supera los 2000 gr., adems de un elevado n-mero de piezas de ajuar (Martnez Lled, 2001). Otracircunstancia infrecuente es la presencia claramentedocumentada de restos esquelticos pertenecientes, almenos, a cuatro individuos, dos adultos (uno varn,otro posiblemente mujer) un juvenil o adulto joven(posiblemente mujer), y un infantil de unos 4 aos (DeMiguel, 2001a; De Miguel et alii, 2003) (Figs. 3-4).

    La minuciosa excavacin realizada en el yaci-miento permiti identificar dos niveles de pira. Unoinferior, donde aparecieron restos significativos de unindividuo juvenil o adulto joven, grcil, posiblementemujer, concentrndose los restos craneales en la zonaoeste de la pira, si bien parte del esqueleto tambin seencontraba arrimado a esta zona. Igualmente, se docu-ment la presencia de materiales identificados comoajuar, entre los que se encontraban varios astrgalosde ovicprido, una aguja de hueso y varias fusayolas(Martnez Lled, 2001). Sobre estos restos se exhumun entramado de troncos carbonizados sobre los quese identificaron restos esquelticos de un individuo

    adulto, robusto, varn, que presentaban una disposi-cin claramente anatmica, con la cabeza al oeste y los

    pies al este. Esta circunstancia se justifica al haber sidoincinerado en una pira funeraria en la que no se reali-zaron maniobras externas de remocin, ni ventilacin(Grvin y Bailet, 2001: 50), ya que, de otra forma, se

    hubiera producido la mezcla de las diferentes partesanatmicas, presentando una disposicin esquelticacatica. A estos dos individuos hemos de aadir la pre-sencia de restos menos abundantes de otro individuoadulto de aspecto grcil, y fragmentos seos y denta-les de un individuo infantil, localizados tanto debajode los troncos como en unas pequeas acumulacionesexentas a la pira, pero prximas a ella.

    De este hallazgo hay diferentes matices difcilesde justificar. Por una parte, la evidente reutilizacinde la pira, aparentemente diacrnica, pero con escasadilacin en el tiempo, ya que no se encontraron nivelesde sedimento diferenciadores entre la cremacin infe-

    rior, los troncos y la cremacin superior. Del mismomodo, solo conocemos una pira en la que se hayanidentificado varios individuos y con un volumen seotan elevado (Jallet et alii, 1998). A todo ello se ha deaadir la presencia de elementos de ajuar, tanto en losdos niveles de la pira como en un depsito situado alos pies de la misma, al este, que contena un elevadonmero de piezas cermicas amortizadas, posiblemen-te unsilicernium (Guardiola, 2001; Martnez, 2001).

    Como propuesta hemos planteado la posibilidad deque estemos ante un suceso catastrfico, en el que se

    produjo la muerte, casi simultnea, de los individuosincinerados, que, por sus diferentes edades y sexos,

    pudiera estar relacionada con un proceso infecciosocausante de los bitos. De igual modo, pudiera serque la reutilizacin de la pira est condicionada porla existencia de vnculos, quizs de parentesco, entrelos usuarios del ustrinum. Tambin parece constatarseque, tras la incineracin del ltimo cadver, se produjoel depsito cermico mencionado, al haberse docu-mentado cmo cortaba los pies de la pira, al realizarseun hoyo en el que se depositaron los materiales recu-

    perados. Tras este ltimo acto debi sellarse la pira,

    Figura 3. Restos mandibulares de tres individuos adultos pro-cedentes del ustrinum de la Hacienda Botella (Elche).

    Figura 4. Restos dentales infantiles del ustrinum de la Hacien-da Botella (Elche).

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    convirtindose en tumba, si bien no se ha evidenciadola presencia de ninguna estructura de cubricin, como

    parece ser igualmente habitual en otras necrpolis delentorno (Senent, 1930: 9-10; Figueras, 1952: 183). Eneste caso pudiramos estar ante una estructura de cre-macin que, por circunstancias que se nos escapan, se

    convirti en tumba, pudiendo ser identificada como unbustum, modalidad funeraria especial dentro de las ne-crpolis de incineracin, de la que ahora hablaremos.

    Variante documentada en las necrpolis de crema-cin es la existencia de cremaciones primarias busta. Aunque la bibliografa es generosa en proponer estetipo de manifestaciones funerarias, a nuestro entender,creemos que hay que valorar con minuciosidad a lahora de justificar la identificacin de algunos espaciossepulcrales como busta.

    No es infrecuente encontrar restos de maderas car-bonizadas o manifestaciones del uso del fuego en lastumbas. Lo que vemos ms complicado es identificar

    dichas evidencias como lugares en los que se ha pro-ducido la combustin del cadver. Hay que tener encuenta que se necesita un espacio suficiente para co-locar un muerto, que pudiera medir 1,60 metros de al-tura, segn las inferencias obtenidas a partir de los es-tudios de los fragmentos seos procedentes de tumbasde incineracin ibricas (Blnquez, 1995: 258), dondese colocara la pira de lea (no hay evidencias clarasdel uso de otro tipo de material combustible) y, sobreella, el cadver. El tiempo necesario para consumir uncuerpo hasta esqueletizarlo parece que ha de ser de va-rias horas, para lo cual se ha de contar con combustiblesuficiente, adems de tener una ubicacin que permitala ventilacin del fuego, condicin necesaria para al-canzar los 400-700C habituales en las cremaciones deesta poca. Ciertamente, la mayor o menor inversinde tiempo, madera y cuidado de la pira, adems de la

    posibilidad de aadir otras sustancias combustibles(grasas, etc.), condicionar tanto la temperatura de la

    pira como la destruccin del cadver. Ya Homero, enLa Ilada (Canto XXIII), nos describe, entre otros, laelaboracin de la pira y el estado en el que los huesoshumanos son reconocidos una vez la hoguera ha sidoapagada.

    Como hemos indicado anteriormente, los restos es-

    quelticos no llegan a una incineracin propiamentedicha, entendida como su conversin en cenizas, porlo que, con limitaciones, pueden ser identificadas lasdiferentes partes anatmicas conservadas. Por tanto,la presencia de evidencias de fuego en espacios sepul-crales con dimensiones reducidas, con nulos signos derubefaccin de las zonas adyacentes, y en los que losrestos humanos, adems de ser escasos en volumen, no

    permiten diferenciar partes anatmicas, dudosamentepodrn ser identificados como lugares de incineracinprimaria. Parece que s se ha documentado su presen-cia en la necrpolis de Cabezo Lucero (Aranegui etalii, 1993).

    Dentro de nuestros estudios creemos que hay unatumba que parece cumplir dichas premisas, esto es,tiene signos de rubefaccin, restos de madera, un vo-

    lumen significativo de restos seos (748,8 gr.) y estrepresentado todo el esqueleto. Se trata de la sepultu-ra 9 de la necrpolis de les Casetes (Garca Ganda,2002: 38). No obstante, el modo de disposicin de losrestos y la distribucin catica de las partes esquelti-cas documentadas durante la excavacin nos indican

    que estamos ante una incineracin que fue removidaintensamente, posiblemente durante la cremacin, fa-voreciendo de ese modo la combustin (De Miguel,en prensa).

    Aparte de estos hallazgos identificables con dep-sitos primarios, escasos en nmero, lo ms frecuentees hallar cremaciones secundarias. Se tratara de ne-crpolis en las que, tras la cremacin de los cadveresy la recogida de los restos seos y de ajuar, se proce-dera a la deposicin de los mismos, bien dentro deun recipiente cermico o quizs en algn contenedorde tela, en una fosa, hoyo o cista, en el recinto de lanecrpolis. Las variantes son muchas, por lo que no

    vamos a entrar en su pormenorizacin. Quizs s fuerainteresante destacar la gran variedad en la calidad derecogida de los restos seos que se depositan en lastumbas y que puede servir, como un elemento ms,a la hora de interpretarlas (Gmez, 1992). Encontra-mos tumbas en las que la cantidad sea es muy esca-sa, no superando unos pocos gramos, mientras que enotras tenemos cantidades que incluso superan el kilo.Es posible que estemos ante circunstancias diferentesrelacionadas con momentos cronolgicos, reas geo-grficas, categoras de individuos, e incluso con las

    personas dedicadas a la realizacin de la cremaciny la posterior deposicin de los restos en las tumbas,creando una gran diferencia entre necrpolis, e inclusoentre diferentes reas de un mismo espacio sepulcral.De todas formas, nos es muy difcil interpretar esas va-riaciones en la recogida de los restos y en la intencio-nalidad de conservar unas cantidades u otras. Lo ques parecen sugerir algunos hallazgos es que las partes

    pueden representar al todo, circunstancia reflejada, porejemplo, en la necrpolis de Numancia, donde estnmejor representados los restos craneales y huesos lar-gos (Jimeno et alii, 1996: 31).

    2.3 INHUMACIONESDEADULTOSENNECRPOLIS

    A los ritos ya descritos hay que aadir algunos casosparticulares documentados en nuestra rea de estudio:es el caso de las dos inhumaciones referenciadas parael Molar (San Fulgencio) (Lafuente, 1929: 621; Se-nent, 1930: 7; Monraval, 1992; Sala, 1996: 19-21).Carecemos de datos antropolgicos que nos permitaninferir las caractersticas particulares (edad, sexo, pa-tologas, etc.) de los individuos exhumados, si bien seha propuesto que perteneceran a personas adultas aje-nas a la comunidad, posiblemente extranjeros (Sala,1996: 20). Existe, igualmente, una referencia a la pre-

    sencia de inhumaciones en la necrpolis de la Albu-fereta (Alicante), que, por la descripcin que el autorhace sobre su tipologa (Lafuente, 1932: 19), parece

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    corresponder a intrusiones de poca romana, bastantealejadas en el tiempo de su uso durante la poca ib-rica. Esperamos que prximas publicaciones permitanconocer nuevas perspectivas interpretativas sobre este

    particular.

    2.4. LOQUENOSDICELAOSTEOARQUEOLOGA

    Cindonos al campo de la osteoarqueologa, creemosde gran relevancia conocer la edad, las caractersticasfsicas de las personas incineradas, el nmero mnimode individuos (NMI) de la necrpolis, la existencia dems de un individuo por tumba y, aunque con muchaslimitaciones, sus sexos y sus enfermedades.

    No debemos perder nunca la referencia de que elrito de incineracin encierra en s mismo una inten-cionalidad de destruccin del cadver, y, como con-secuencia, la desaparicin, en muchos casos, de los

    caracteres anatmicos que permiten su adscripcin auno u otro sexo. Se han propuesto algunos mtodos

    para poder identificar esas variaciones anatmicasque, desde al antropologa fsica, permiten determinarel sexo al que pertenecen. En muchos casos la no con-servacin de partes anatmicas representativas, o elelevado grado de fragmentacin de los restos, nos im-

    pide llegar a claros diagnsticos sexuales. Otro factoraadido es el hecho de que desconocemos el fenotipode la poblacin en estudio y, por tanto, el dimorfis-mo sexual existente entre ellos. Hasta cierto punto,tambin podramos acudir a los datos indirectos que

    pueden proporcionar otros campos de investigacin,como puede ser a travs de las representaciones arts-ticas, con diferentes rasgos realistas, de, por ejemplo,las esculturas conservadas. Si observamos algunas deellas, como el jinete de los Villares, las esculturas delCerrillo Blanco de Porcuna, del Pajarillo, del Cerro delos Santos, o la Dama de Elche, la de Baza, la de Cabe-zo Lucero y la Alcudia, y el retablo de los esposos dela Albufereta, podran servirnos como indicadores de

    posibles fenotipos ibricos. En principio, parece queestamos ante una poblacin en la que la estatura de losvarones sera media, de complexin fuerte, con escasadiferencia entre hombres y mujeres. De igual modo, el

    tamao de las empuaduras de las armas, o de algu-nos elementos relacionados con las vestimentas de losposibles guerreros, parecen indicar que los individuosno tenan estaturas elevadas. No obstante, insistimosen que estamos dentro del campo de la especulacin,ms que en contextos claramente objetivos. A travsde clculos matemticos se ha propuesto una talla de160 cm para los hombres y 155 cm para las mujeres(Blnquez, 1995: 258), lo que corroborara un escasodimorfismo sexual en la poblacin ibrica y, por tanto,una dificultad aadida a la hora de realizar su deter-minacin sexual. A pesar de todas estas limitaciones,hemos de intentar aproximarnos al conocimiento de la

    poblacin en estudio. Por nuestra parte, a la hora dedeterminar los sexos, seguimos las propuestas de laAntropologa Fsica: diferencias en las caractersticas

    de la pelvis y en el crneo, adems de la probable dife-rencia en la robustez de los huesos largos entre los dossexos. La observacin la hacemos macroscpicamen-te, intentando identificar el ngulo citico, la glabela,los bordes orbitales, las apfosis mastoides, las lneasnucales, la robustez de los huesos largos y sus inser-

    ciones musculares, los dimetros y permetros conser-vados, tanto de las difisis como de las superficies ar-ticulares (hmero, cabeza de fmur, epfisis de radios,etc.) (Grejvall, 1980; Gmez, 1985; Santonja, 1986;Reverte, 1990). En general, son pocos los diagnsti-cos sexuales de certeza que podemos llegar a dar y,en muchos casos, son ms fcilmente identificados losindividuos masculinos que los femeninos. Dado quesomos conscientes de la relevancia de este dato parala comprensin social de las poblaciones estudiadas,es la prudencia la que ha de mandar, tanto a la hora derealizar los estudios como a la de interpretarlos.

    Otro dato de singular importancia es la determina-

    cin de la edad del individuo en estudio. La revisin delos restos conservados suele ofrecernos datos significa-tivos al respecto. Es el caso de la presencia de piezasdentales definitivas, epfisis seas totalmente fusiona-das, alteraciones osteoarticulares degenerativas o la si-nostosis de las suturas craneales, que son elementos quenos permiten reconocer un individuo adulto, aunquedar un marco de edad ajustado a mrgenes pequeos esmuy difcil, dada la variabilidad entre individuos. Delmismo modo, las piezas dentales deciduales o definiti-vas en formacin (Fig. 4), las lneas metafisarias abier-tas y la gracilidad de los huesos nos estar indicandoque estamos ante un individuo infantil o subadulto. A

    pesar de todo, siempre habr una serie de casos en losque no podamos aportar datos sobre su edad.

    Los aspectos patolgicos, de gran relevancia, cuen-tan con las mismas dificultades asociadas a la destruc-cin propia del ritual. Es conocido que slo un peque-o porcentaje de las patologas tiene repercusionesidentificables sobre el esqueleto seo, y, en general, eldeterioro de los huesos afectados por patologas sueleser mayor que el del hueso sano. Creemos que es porello por lo que es infrecuente encontrar huellas patol-gicas en material seo incinerado, aunque, en algunasocasiones, s se haya identificado en necrpolis alican-

    tinas, preferentemente alteraciones artrsicas, o pr-didas dentales en vida (Aranegui et alii, 1993: 63; DeMiguel, 2001b) (Figs. 5-6).

    Otra aportacin que permiten los estudios osteoar-queolgicos es la determinacin del NMI en una ne-crpolis, en general, y en cada tumba, en particular. Asse constata la existencia de tumbas dobles y triples enla Serreta (Olcina, 2000: 111) y en el Cabezo Lucero(Aranegui et alii, 1993), o la presencia de cuatro indi-viduos en la pira de la Hacienda Botella (Elche) (DeMiguel, 2001a; De Miguel et alii, 2003). Igualmente,

    permite diferenciar la presencia de individuos adul-tos, adultos con infantiles, e incluso la coexistencia de

    adulto y recin nacido o infantil de corta edad, comoocurre desde el Bronce Final en les Moreres (Gmez,2002), y que, de igual manera, hemos atestiguado entre

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    los materiales que, procedentes de actuaciones clan-

    destinas, se conservan en el Museo Arqueolgico deCrevillente, donde se evidencia la presencia de un indi-viduo perinatal incinerado junto a restos de otro adultogrcil, posiblemente mujer. En poca ibrica, en Cabe-zo Lucero, en un mismo conjunto seo se constata la

    presencia de restos de un perinatal junto a los de otrosdos individuos, uno adulto y otro infantil I (Araneguiet alii, 1993: 213), o, como tenemos identificada en laSerreta, en la tumba 19, donde se depositaron restosde un perinatal en el interior de una urna, junto a unsegundo recipiente en el que se identificaron restos deun segundo individuo, adulto joven, femenino (Gmezy De Miguel, 1996). Sin embargo, cada vez nos parecemenos fiable la interpretacin, como sepulturas dobles

    propiamente dichas, algunas de las as identificadas, ala luz de nuestros trabajos recientes. Hemos de con-templar en muchos de los casos la posibilidad docu-mentada de reutilizacin de las piras funerarias (Jalletet alii, 1998; De Miguel et alii, 2003). A partir de estehecho, parece factible la posibilidad de que, durante larecogida parcial de los restos, exista cierta contami-nacin de partes esquelticas de otro individuo cre-mado previamente. En general, slo en los casos en losque la diferencia de robustez es manifiesta, o cuando sedocumenta duplicidad de partes anatmicas, se puede

    asegurar la presencia de ms de un individuo. No ten-dramos dudas en aquellos casos en los que la cantidadsea de los diferentes individuos fuese claramente sig-nificativa, y en aquellos en los que las deposiciones serealizaron en urnas diferentes.

    Del mismo modo, derivada de la observacin delos restos esquelticos es la determinacin de la tem-

    peratura a la que fueron realizadas las cremaciones.Son varios los trabajos que recogen la relacin entreel color de los restos y la temperatura que alcanzaronen la pira (Reverte, 1990; Etxeberria, 1994; Polo y Vi-llalan, 2000: 324; Tresill, 2001: 90-92). Conocer latemperatura y el grado de incineracin al que fueron

    sometidos permite constatar, aunque de forma indirec-ta, el cuidado que se tuvo al realizar la cremacin, lamayor o menor cantidad de combustible, la atencin

    y aireacin de la hoguera, la posicin del individuo,segn el grado mayor o menor de cremacin de lasdiferentes zonas anatmicas, etc.

    Asimismo, la identificacin de los restos seos ysu clasificacin por partes esquelticas (Gmez, 1985;Santonja, 1985; 1986; 1989; Reverte, 1992; Tresill,2001: 92) nos indicar la minuciosidad de la recogidaen los depsitos secundarios (Gmez, 1992), pudien-do llegar a identificar la primaca de unas partes sobreotras, y, en los primarios, la posicin anatmica delindividuo y su orientacin respecto a los ejes cardina-les (De Miguel, 2001a: 47), confirmando noticias deexcavaciones antiguas, donde ya se reconoce que lacabeza se colocaba al oeste y los pies al este (Figueras,1947: 221; 1959, 82), y que se ha interpretado comoun aspecto ms, relacionado con el ritual funerario(Mata, 1993: 437). No obstante, no existe una unifor-midad absoluta en la orientacin de las sepulturas, nientre las diferentes necrpolis, ni dentro de una mismarea sepulcral (Garca Cano, 1997: 88).

    3. RITUALES INFANTILES3.1 RITOSDEINHUMACININFANTILENPOBLADOS

    Durante el desarrollo de la cultura ibrica se documen-ta con cierta frecuencia la presencia de inhumacionesinfantiles, sobre todo perinatales, en lugares de habi-tacin (Gurin y Martnez, 1987-88; AA.VV., 1989;Gracia Alonso, 2001b: 104-105). Este fenmeno noes exclusivo de esta fase cultural, cuyos precedentes

    podran encontrarse en determinados contextos de laEdad de Bronce (Valiente, 1990).

    En la zona alicantina hemos podido estudiar varios

    casos de inhumaciones perinatales en lugares comoCabezo Redondo, en Villena, y el Mas del Corral,en Alcoi, en fases correspondientes al Bronce Tardo

    Figura 5. Fragmento de cuerpo vertebral con osteofitosis(artrosis) de la Hacienda Botella (Elche).

    Figura 6. Prdida dental maxilar, necrpolis de la Albufereta(Alicante).

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    (Soler Garca, 1987; Trelis, 1992; De Miguel, 2004),aunque en ambos casos se atestigua, de igual modo,la presencia de individuos adultos inhumados en es-

    pacios habitacionales. Sera, a nuestro entender, msevidente el precedente, documentado en Pea Negra(Crevillente), de una inhumacin perinatal dentrode un contexto que lo filia al Bronce Final (Gonz-lez Prats, 1990: 94; 1992: 246; De Miguel, 2002). Depoca ibrica se conocen inhumaciones perinatales enla Serreta (Alcoi), caso recogido en la primera refe-rencia a este fenmeno en el rea Ibrica (Tarradell,1965: 175), y que luego generara un elevado nmerode estudios, algunos de ellos recogidos en una mono-grafa dedicada al tema (AA.VV., 1989). Otros dos ya-cimientos alicantinos de los que hemos estudiado susinhumaciones son la Alcudia de Elche y la Picola enSanta Pola (Cuadro 1).

    Del mismo modo que este fenmeno parece eviden-ciarse en pocas previas a la cultura ibrica, se cons-tata en otras reas culturales (Maluquer, 1958: 143;Maluqueret alii, 1990; Mercadal et alii, 1990; Lorrio,1997: 348; Armendriz, 1998). Queremos aadir comoejemplo el del yacimiento de la Hoya (lava), donde

    se han estudiado 260 inhumaciones de estas caracters-ticas, evidencindose su presencia desde niveles per-tenecientes al Bronce Final, con evidente continuidaddurante la Edad del Hierro (Galilea y Garca, 2002).

    En tierras alicantinas hemos podido estudiar losrestos perinatales pertenecientes a tres yacimientosibricos: la Serreta (Alcoi), la Alcudia (Elche) y Picola(Santa Pola). De la Serreta (Alcoi) se tienen referen-cias del hallazgo de dos inhumaciones en contextoshabitacionales (Tarradell, 1965: 175), de las que ni-camente se conservan fragmentos craneales de una deellas, que, por sus caractersticas, parece correspondercon un individuo infantil fallecido a la edad de entre el

    nacimiento y los 3 meses de vida (Fig. 7).De las inhumaciones procedentes de las antiguas

    excavaciones de la Alcudia (Elche) (Ramos Folqus,

    1970) se conservan restos significativos de siete de-psitos funerarios, habindose recogido algunas de lasinhumaciones en el interior de recipientes cermicos.Todos los individuos fallecieron en torno al nacimien-to, presentando, en algunos casos claros, signos deinmadurez, lo que les hara prcticamente incompati-

    bles con la vida. En una de estas inhumaciones hemosidentificado restos de dos individuos, lo que nos haceinferir que estamos ante el fruto de un embarazo ge-melar del que no sobrevivi ninguno de los dos fetos(Cuadro 1). No parece ser un hecho infrecuente, yaque son varios los casos recogidos por la bibliografa(Oliver y Gmez, 1989: 52; Barber et alii, 1989: 168;Armendriz, 1998: 36).

    El tercer yacimiento estudiado es la Picola (San-ta Pola), donde aparecieron restos infantiles durantelas excavaciones realizadas por P. Soto (Abad y Sala,1991: 149; Badie et alii, 2000: 229). De l tenamosla referencia del hallazgo de dos individuos infantilesinhumados en el mismo espacio habitacional y en elmismo hoyo. De la revisin de los restos esquelticosconservados en el Museo del Mar (Santa Pola) se evi-dencia la conservacin de tres individuos fallecidos en

    Figura 7. Restos de una inhumacin infantil de la Serreta(Alcoi).

    YACIMIENTO DESCRIPCIN EDADES

    La Serreta (Alcoi) Restos craneales Entre el nacimiento y los 3 meses de edadLa Alcudia (Elche) Restos conservados parcialmente, en

    algunos casos parece haber existidomezcla involuntaria.

    Un caso pudiera corresponder con

    una inhumacin fruto de un embarazogemelar (individuos 1 y 2) en el quefallecieron los dos fetos.

    1- 36 semanas

    2- 40 semanas

    3- 40 semanas

    4- 32 semanas5- 40 semanas

    6- 40 semanas

    7- 38-40 semanas

    8- 40 semanasPicola

    (Santa Pola)

    Parcialmente conservados. Pudieracorresponder con inhumacionessucesivas en un mismo espacio.

    1- 38-40 semanas

    2- 38-40 semanas

    3- 35 semanas

    Cuadro 1. Restos humanos perinatales en contextos habitacionales de los yacimientos de la Serreta (Alcoi), la Alcudia (Elche) yla Picola (Santa Pola).

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    fase perinatal (Fig. 8). Aunque la primera inferenciaque podramos hacer es que estamos ante el fruto deun embarazo de trillizos, en el que los tres fallecieronal nacer, circunstancia propuesta para el yacimientode els Vilars (Arbeca, Lleida) (Agust et alii, 2000),a nuestro entender no es fcil llegar en nuestro caso aesa conclusin. Por una parte, debemos asumir que losembarazos mltiples son infrecuentes, ms los de treso ms fetos; a ello se ha de sumar las pocas posibili-dades que hay de llegar al parto de trillizos con fetos atrmino, ya que es mucho ms probable que se desen-cadene un parto prematuro en este tipo de embarazos.Igualmente, debemos considerar que un parto mltipleconlleva mayores riesgos para la madre, por lo que noseran raras las complicaciones intraparto que pon-dran en claro riesgo la vida de la madre y de los fetos,ms en pocas con escasos conocimientos obsttricos.En nuestro caso, los tres fetos muestran tamaos si-milares, todos ellos por encima de las 35 semanas degestacin, por lo que, en principio, corresponderancon fetos a trmino, sin grandes diferencias de tama-o entre ellos (Cuadro 1). Adems, aunque los restos

    esquelticos estn muy bien conservados, es evidentela infrarrepresentacin de algunas partes esquelticas,por lo que no podemos descartar la posibilidad de que,ms que un depsito nico o simultneo, estemos anteun lugar reutilizado, no sabemos si en dos o tres mo-mentos diferentes, donde fueron depositados al menostres individuos fallecidos en la fase perinatal. Quizsalgn da las pruebas genticas permitan conocer laexistencia o no de vnculos entre estos individuos.

    Queremos aadir que, del mismo modo que hay precedentes en el uso de espacios domsticos comolugares de inhumacin para individuos infantiles, te-nemos constancia de su uso en fases culturales pos-

    teriores, estando atestiguada la prctica hasta pocasrecientes, por ejemplo, las referencias a su prctica enel s. XIX en el Pas Vasco (Barandiarn, 1966: 308).

    3.2. RITOSINFANTILESENNECRPOLIS

    Aunque se atestigua la inhumacin infantil (hasta elprimer ao de vida aproximadamente) en lugares dehbitat, hay otros modos rituales que han podido do-cumentarse en los que tambin hay individuos infan-

    tiles.Por una parte, la presencia de individuos perinata-les incinerados en necrpolis. Desde el inicio del ritode incineracin en la necrpolis de les Moreres (Gon-zlez Prats, 2002), tenemos datos antropolgicos quenos indican la presencia de nios de corta edad, que,en general, parecen ser algo superiores a la del naci-miento, pero inferiores a los 6 meses (Gmez, 2002),siendo la sepultura 113 la que contiene el individuode menor edad, de entre 1-2 meses (Gonzlez Prats,2002: 186-187). En el Museo de Crevillente se con-servan restos de algunas sepulturas de incineracin

    procedentes de hallazgos fortuitos de les Moreres; en

    una de ellas hemos podido determinar, como ya hemossealado, la presencia de dos individuos incinerados,uno adulto grcil y otro perinatal, con una edad de 40semanas gestacionales, aproximadamente, lo que co-rresponde con un feto a trmino.

    En poca ibrica, para el rea alicantina, tenemosdocumentados, por el momento, dos casos de indivi-duos perinatales incinerados. Por una parte, en la ne-crpolis de Cabezo Lucero, en el punto 47, se identi-ficaron tres individuos, uno de ellos fallecido en tornoal parto (Aranegui et alii, 1993: 213). En este caso,como en el anteriormente mencionado de les Moreres,durante el Bronce Final, se podra proponer, aunquecon cierta prudencia, la posibilidad de estar ante unamujer fallecida en los momentos prximos al parto,que muri recin parida o bien no habiendo expulsadoel feto, siendo incinerados juntos, como se ha interpre-tado un caso similar de la necrpolis de Tur dels dosPins (Campillo, 1993: 254).

    Otro caso, esta vez ms evidente, es el de la ne-crpolis de la Serreta (Alcoi), donde se exhum unasepultura que contena dos urnas, una perteneciente auna mujer joven y otra conteniendo los restos incine-rados de un feto, que, por sus dimensiones anatmicas,

    Figura 8. Restos representativos de tres inhumados infantilesde la Picola (Santa Pola).

    Figura 9. Cremacin perinatal de la Serreta (Aura y Segura,2000: 214).

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    tendra unas 34 semanas de gestacin (Gmez y DeMiguel, 1996) (Fig. 9). En este caso, los depsitos sonindependientes, lo que supondra que la cremacin serealiz, bien en dos piras diferentes, o en dos momen-tos diferentes, en la misma pira, tras la recogida y lim-

    pieza exhaustiva de la primera incineracin.

    Como queda sealado, en la mayora de los casosestos individuos perinatales incinerados se asocian di-rectamente con un adulto, junto a cuyos restos se de-

    positan, siendo el caso de la Serreta el ms claramentedocumentado para poca ibrica, donde la cremacinfue realizada de forma individual, motivo por el queen la urna slo aparecieron restos de este nico indi-viduo, aunque el fallecimiento pudo ser coetneo alde la mujer joven con la que comparta la tumba. Es

    posible que se tratase de un fallecimiento de madre ehijo durante el parto, si bien este extremo es difcil deconfirmar con los datos que actualmente tenemos.

    Otro caso particular de tratamiento de los restos

    mortuorios de individuos perinatales o infantiles decorta edad es su presencia en necrpolis de crema-cin, pero como inhumados. En Alicante slo se han

    publicado, por el momento, con grandes imprecisio-nes, las referencias de J. Furgs para la necrpolisde San Antn (Orihuela) (Furgs, 1937: 17). Parecenser depsitos en urnas realizadas a torno en un reaque parece corresponder con una necrpolis de cre-macin, situada sobre otros niveles anteriores, dondefueron halladas numerosas inhumaciones del BronceArgrico (Furgs, 1937: 8-9). Este tipo de evidenciasfunerarias, inhumaciones infantiles en necrpolis, es-tn bien documentadas en reas ibricas situadas msal sur, como el Cigarralejo (Mula, Murcia) (Santonja,1992; 1993: 298) o Castellones de Cal (Hinojares,Jan) (Chapa et alii, 1998: 109, 112-113), entre otros.

    No obstante, los datos de que disponemos para tierrasalicantinas no son suficientes para hacer inferenciasculturales ms precisas.

    Para individuos infantiles algo mayores tenemosconstatada su presencia, igualmente incinerados, desdeel Bronce Final (Gonzlez Prats, 2002; Gmez, 2002).En la Edad del Hierro, durante la fase Orientalizante, sehan identificado infantiles en la necrpolis de les Case-tes (Villajoyosa) (De Miguel, en prensa). En la cultura

    ibrica se evidencia su presencia en la necrpolis deCabezo Lucero (Aranegui et alii, 1993), el Puntal deSalinas (Gmez, 1998), la Serreta (Olcina, 1996: 136;2000: 111) y la Albufereta (De Miguel, 2001b).

    En general, la presencia de individuos infantiles dediferentes edades, tanto en contextos habitacionalescomo en necrpolis, es muy escasa. Son numrica-mente poco representativos y sus edades muy diver-sas. No representan claramente la mortalidad infantil,

    presumiblemente elevada en una sociedad prevacunal.Ciertamente, lo mismo ocurre con los adultos, ya queen ninguna necrpolis de la Edad del Hierro de nuestroentorno estn todos los individuos que se presupondra

    para la duracin de la necrpolis, en relacin con loslugares de habitacin a los que presumiblemente per-tenecieron.

    4. OTROS RITOS

    En la bibliografa nos encontramos con el hecho ais-lado de la exhumacin de un crneo en una habitacinde la Alcudia de Elche, adems de algunos fragmentosdispersos (Ramos Molina, 1997: 34-35). De momento,

    carecemos de ms datos para poder realizar inferen-cias culturales o comparaciones con otras zonas ib-ricas donde la presencia de crneos o mandbulas est

    bien documentada y relacionada con posibles actos deviolencia, culto al crneo u otros cultos no funerarios(Campillo, 1977-78; Lorrio, 1997: 336; Agust, 1997;Gracia Alonso, 2001b: 103-104). Dados los nulos da-tos antropolgicos de los que disponemos, al estar enespera del estudio que sobre los mismos se estaba rea-lizando cuando solicitamos revisar los restos humanos

    procedentes del yacimiento de la Alcudia, no podemospor el momento proponer ninguna interpretacin sobreestos hallazgos, ya que hay que descartar que se trate

    de restos procedentes de una decapitacin, en sincro-na con el culto a las cabezas cortadas propuesto en la

    publicacin (Ramos Molina, 1997: 34-35).

    5. PALEODEMOGRAFA

    Como ha quedado evidenciado durante nuestra ex-posicin, son muy limitados los datos antropolgicosque, con total seguridad, pueden extraerse de las cre-maciones. Por ello, carecemos de elementos fiables ala hora de hacer una valoracin demogrfica a partir delos contextos funerarios de cremacin.

    Para comprender la dinmica poblacional, si unasociedad est o no en crecimiento, deberamos contarcon datos suficientes en los que quedaran reflejadoslos marcos de edad demogrficamente significativos(0-4; 5-9; 10-14; 15-19; >20 aos). El control de es-tos datos nos permitira obtener el ndice de Juventud,valor sobre el cual se podra identificar una sociedaden crecimiento o en regresin demogrfica. Sera ne-cesario contar con una muestra suficiente de sepultu-ras (>50) bien datadas, que reflejen una mortalidadnatural, no catastrfica, adems de permitir una buenaidentificacin de los marcos de edad propuestos (Boc-

    quet-Appel y De Miguel, 2002).En nuestro caso, para las necrpolis de incinera-cin son muchos los factores que impiden la obtencinde los datos demogrficamente vlidos: ritual destruc-tor, recogida selectiva, infrarrepresentacin infantil,mrgenes de edad difcilmente determinables, etc. Portodo ello, creemos que, por el momento, son difcilesde realizar valoraciones demogrficas como las pro-

    puestas a partir del ndice de Juventud, aunque nos re-sultan sugerentes algunos estudios publicados al res-

    pecto a partir de los datos disponibles (Almagro, 1986;Blnquez, 1995; Izquierdo, 2000: 12-14), si bien noexentos de controversia (Campillo, 1995: 325).

    La informacin antropolgica que puede aportarse,al menos, refleja quines se han identificado en la ne-crpolis, y, a partir de la presencia o ausencia de de-

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    terminados individuos (mujeres, varones o nios), se pueden inferir en algunos casos esperanzas de vida,derecho a la cremacin, presencia de sepulturas dobleso triples y qu individuos estn en ellas, as como posi-

    bles relaciones de prestigio con edades y sexos, etc. Nosha parecido muy interesante la utilizacin de los datos

    antropolgicos, entre otros parmetros, para la interpre-tacin del valor social de los nios en el contexto de lacultura Ibrica, en el trabajo de T. Chapa (2003).

    Ciertamente, la combinacin de los estudios reali-zados de una forma multidisciplinar permitir contarcada vez con ms elementos de juicio que, interrela-cionados, nos ofertarn nuevos modos de analizar elregistro arqueolgico y, quizs, una mayor aproxima-cin a unas realidades sociales del pasado que, cadavez, nos han de ser ms prximas1.

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    1. Deseo mostrar mi agradecimiento a la direccin y personalde los museos de Alcoi, Villena, Crevillente, Santa Pola,la Alcudia y San Fulgencio, por permitirme el acceso a losmateriales. A los Drs. M. S. Hernndez y A. Lorrio, por suscomentarios y correcciones. A la Dra. F. Sala y Dr. J. Mora-talla, por nuestras conversaciones y sus sugerencias. A J. R.Garca Ganda, por permitirme colaborar en la excavacin yestudio de la necrpolis de les Casetes (Villajoyosa). Al Dr. J.de Juan y al Departamento de Biotecnologa, por su apoyo.

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