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AQUEL CÁLIDO INVIERNO (2000)

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AQUEL CÁLIDO INVIERNO (2000) No tardará en venir un nuevo invierno ANTONIO COLINAS A CONSUELO SERNA, ahora que la luz de la tarde se detiene en el Mediterráneo, frente a su casa, y ami sobrina MARIVÍ, la más bella mariscadora de Galicia. Habito en un invierno FRANCISCO BRINES

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AQUEL CÁLIDO INVIERNO

(2000)

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Habito en un invierno FRANCISCO BRINES

No hay más invierno que la soledad PEDRO SALINAS

No tardará en venir un nuevo invierno ANTONIO COLINAS

A CONSUELO SERNA, ahora que la luz de la tarde se detiene en el Mediterráneo, frente a su casa, y ami sobrina MARIVÍ, la más bella mariscadora de Galicia.

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I

NOCHE CUMPLIDA

Alguien me nombra junto a la claridad

LÓPEZ ANDRADA

AQUÍ TE ESPERO Aquí te espero. Nada me queda más allá de tu sonrisa en este mar de arena. Al fondo, un retazo de azul, el blanco de una vela solitaria y este miedo al invierno que recorre mis venas. Aquí te espero aprendiendo a morir en cada instante, lentamente, azotado por otro viento turbio y aprendiz, bajo los pinos que cobijan tu sombra protectora. Regresa ya. Tú sabes "que hay caminos de azul sobre la muerte".

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RODANDO CON MADRUGADA

Ahora sé que estas calles nos han hecho solitarios LUIS GARCÍA MONTERO

Ya nada es neutro esta fría mañana de febrero en que la luz se aúpa a las farolas, a algún árbol sonámbulo que deja, tras la niebla, delgadas y difusas señas de identidad. Estoy rodando con la madrugada por una calle llena de kioskos con periódicos, de abrigos solitarios, de bufandas, de guantes ateridos, que intentan dar calor a la nostalgia, de pasos que se pierden por aceras mojadas.

Son las siete, la hora de interrogar al cielo, de sentir, si alguien habla, cómo suena su voz, tierna de vaho, por detrás de ese cuello amurallado del chaquetón de cuero o del viejo anorac. A estas horas del día parece que las calles nos hacen solitarios. Sin embargo, todo, bajo esta luz, convoca a ser presencia jubilosa, a un lado y a otro lado de la calle, en los anuncios encendidos en la lluvia y en los escaparates, vasto reino de dudas tras las rebajas últimas. Cae, lenta, la lluvia igual que un viejo y complicado amor sobre las amplias manchas de aceite en el asfalto, sorprendiendo, de nuevo, a quienes ya no saben despertar a su tiempo los paraguas en esta irrepetible realidad de febrero. Desde mi soledad, con la luz que da el alto a los semáforos a mis espaldas, busco aparcamiento a mis ojos sin rumbo, naufragados,

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que conocen las más complejas artes de la espera. Yo sé que callejea, en retirada, por esta misma calle donde estoy, un amor de madrugada que soporta muchas noches a cuestas que apenas adivino. Yo sé que algún amor busca su domicilio después de haber jugado a las esquinas y de haber alquilado a una promesa el portal de sus labios. Y sé que no eres tú ese amor desvelado en alquiler, porque estás aún dormida hasta que los olivos y palmeras, "alarmados de mirlos" y gorriones, se despierten contigo.

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CUANDO TU VOZ ALBEA Oigo tu voz que albea donde la nieve albea y puedo oír tu amor por detrás de tu voz. Nada heredado: todo, día a día, patrimonio adquirido, como este sufrimiento, este dolor que solamente yo amo. Pero mi vida no es una desgracia - hace tiempo escribí que el dolor es un don- porque tu voz me llama por mi nombre y descompone el juego que es ir creciendo en soledad. A veces, cuando la noche baja a tus jardines, necesito el silencio de tus labios para oír tu jadeo entre las flores y cómo secreteas con el agua, cómo brillan los síes de tu boca a la luz de la luna, cómo llegas, sonámbula, a confiar tus sueños a las aves que anidan, sin dormir, en tu cintura. Cuando la luz albea, tu voz sigue sonando plateada como los altos álamos, restañando la herida de las horas inciertas, de los días descalzos que han dejado sus huellas a su paso, pero no sus recuerdos. No olvides que ha cedido el verano su luz de atardecer, sus vastas playas, donde la mar comienza a herir y a enamorar, que estas primeras lluvias nos devuelven bruscamente a un otoño de luz imaginada y desgastado azul que, a veces, no soportan sin acritud el peso de la dicha.

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EL AMOR NECESITA TIEMPO Aquí el invierno es duro. Como el alto Bernesga que cantara Colinas, yo me quiebro de frío entre los álamos y no sé dónde dejar mi corazón. Hay, a lo lejos, como un rescoldo último de luz, tras el perfil oscuro de los montes, que dora cada instante y cada sueño. Cubre la nieve sendas transitadas y tus miradas últimas, que perforan la humilde soledad de un horizonte ambiguo. Cae aprisa la noche. De vez en cuando, el viento gris se queja en las palmas de tus manos o requema tus labios o alborota tu cabello. Bien sabes que el tiempo no es asunto de días y relojes ni tampoco de climas. Aquella lluvia mansa, lenta, aquellos abrigos de entretiempo, aquellas hojas trémulas que nos trajo el otoño y defendían los pies de la humedad del pavimento, son ráfagas ahora de una lluvia inclemente que, a veces, nos araña. Era la vida entonces... ¡Cómo se crece en busca del recuerdo, de la memoria que detiene el tiempo, que no humilla y define con palabras sencillas! Y sabemos por qué esta sensación de estar vivo, a pesar de que la vida va perdiendo, lo mismo que las horas, parte de su equipaje a cada instante. Al filo siempre de la luz, saltando por encima de fechas, calendarios, me rozan tus preguntas como un amor distante. Hay en tus ojos humedad reciente que ignoran los pañuelos y los hace superfluos, mientras tu corazón pasa de madrugada acumulando lluvia y desconsuelo. La vida se nos ha hecho

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extraña de repente porque, tal vez, aún no hemos aprendido que el amor necesita mucho tiempo.

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GOLPE DE LLUVIA A Pilar Montiel

¿Será verdad que todo se deshace en un golpe de lluvia? Me preguntas por qué no vimos desplegarse, lento, el día como rosa escarchada. Una noche vacía niega el amor como la oscuridad niega a la luz el vuelo. Hoy sientes que la sombra no perdona y que debiera ser la luz absolución. Y seguimos anclados en el rincón más hosco del invierno acumulando lluvia, volando a ciegas sin saber adónde, esperando, tal vez, esa mañana que no ha sido creada y, sin embargo, habita nuestras manos. ¡Si amainara la lluvia sobre este dilatado silencio y la mirada hallase el resplandor definitivo! Tú y yo sabemos lo que es la noche, y cómo trepa por la enredadera buscando el corazón ese hilito de luz de madrugada que ya no se detiene, que crece hasta envolvernos y duele por la sangre como un vino espumoso en la garganta. (No escuchemos la lluvia aunque nos purifique de nuestra soledad). De par en par ventanas y balcones: el canto de los pájaros no espera y quiere sorprender “los callados instantes del abrazo”.

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¿EN DÓNDE Y CUÁNDO ACABA NUESTRA SOMBRA? Me lavaré los ojos, me quedaré en silencio para escuchar tu voz, agua pura que baja de cumbres virginales de inaccesible nieve. Oír tu voz es evitar que el tiempo florezca nuevamente sobre la soledad y sobre las nostalgias de un amor que se sigue durmiendo en la monotonía. Ahora es el momento de alojar ese huésped que llamamos presencia en el salón más íntimo, bien resguardado de miradas torpes y de esta luz cansada que apenas nos alumbra. Tú bien sabes que no quiero perderte y he posado mis ojos en el agua que brota de tus limpios veneros. ¡Oh cómo enciende el agua que se mira el corazón cansado! Sin embargo, algo llama con una voz distinta desde el umbral postrero de la noche. A veces uno escucha esas voces en la alta sequía del espíritu y tiene la impresión de que va a llegar tarde a la sorpresa de la claridad y a la nueva tensión azul del cielo. Sólo se acaba, amada, lo que no se recuerda. ¿Recuerdas unas manos pequeñas y arrugadas en el agua? ¿Y unos ojos a punto de naufragio? ¿Y unos brazos tan largos como ríos? Yo no podré olvidar que hoy puede acabar, si quieres, el invierno.

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DE TODO LO QUE TENGO De todo lo que tengo sólo quiero que perduren aquellas palabras que no he dicho, que nunca escribiré. Hay palabras que viven en los labios o en los versos, otras que en ellos mueren como si un viento airado y repentino las arrancara como, en el otoño, las hojas de los árboles. Si digo ayer, aludo a lluvia incómoda, a tierra de abandono: algo que sobrevive como un paisaje inconcebible donde se fingen luz y compañía, ríos de oro y bosques centenarios, cuando en mi carne siento la sensación del último invierno que perdura, de un silencio que me hace diferente. Si digo hoy, el miedo a entrar en otra larga noche invernal de amor desconocido brindar puede a la muerte su mejor epitafio. ¿Cómo explicar, cuando se llega tarde a tantas cosas, que es un inmenso alivio esta premura? ¿Qué voy a hacer si, a lo mejor, mañana ya no es para mí? En esta noche de madera y lúpulo, ¿hacia dónde me llevas? No es hora de rasgar el polvoriento velo de la memoria. Vuelan sobre nosotros las alas lentas de la noche aciaga como vuela el olvido rozando el corazón. Esta noche ¿qué agua se hará sorpresa y lavará mis ojos de tanta sombra inútil? Por eso me pregunto si sabremos morir, si sabemos adivinar la vida entre tanto misterio y cercanía que todo lo oscurecen y que hacen imposible un mínimo y feliz deslumbramiento. Si pudiera salvar tu claridad

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ahora que los almendros son un coro blanquísimo de sueños en la noche, y es el viento temprano en sus ramas más altas que no puedo abrazar. Sin embargo, algo ha entrado de golpe en estas páginas como un picor de ortigas en la sangre y que ya no me deja cobijar mi pasión a la intemperie.

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MÁS ALLÁ DE LA NOCHE No tardará en venir un nuevo invierno ANTONIO COLINAS

Ahora –tú lo sabes- un rápido cansancio de la luz nos sepulta en la noche de repente, sin dejarnos gozar de los crepúsculos que no separan nuestros pasos y nos dejan vivir un "transitorio temblor". Crecen las sombras. Se oye el silbo del viento, cómo aúllan los lobos no muy lejos del río, fantasmas en la niebla que trepa lentamente por las rocas. En la orilla olvidada del rincón más secreto nuestros labios se buscan, el tacto brilla: manos y labios tienen la verdad. Y se estremece de pasión la noche, que abre puertas a un fuego jubiloso que llenará de brasas el corazón, ebrio de sueños. “Lejos de ti la noche bebe muerte”, y se nos desmemoria la vida y somos nada: ceniza en lluvia apenas al amparo de la desilusión. No tardará en venir un nuevo invierno. Como punzante hielo se instalará el dolor en lo profundo de tu ser. No sé si se alzará la llama jubilosa de nuestro amor hasta quemar la noche o seremos, de nuevo, víctimas de la lluvia, ceniza en lluvia. A solas, uno se bebe el vino acibarado de la melancolía y se duerme con la intuición de que, tras larga noche, nos acecha la muerte. Te pregunto: ¿Estás ya preparada para vivir en la nueva frontera?

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II AÚN TIEMBLA LA PALABRA

Abril suena en mis sienes A. LÓPEZ ANGLADA

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TRÁNSITO HACIA LA PRIMAVERA La verdad del amor que es tuyo y mío CLAUDIORODRÍGUEZ ¡Oh la sorpresa de la certidumbre! Llama el amor. Tus manos, un puñado de rosas, ramillete de pájaros y trinos con su temblor de ramas por las que se prolonga la vida más allá de la trasmuerte. Huele, entonces, la vida a acercamiento. Y apresamos los sueños mientras el cuerpo -¡carne-alegría!- se hace de luz y nos llueve el silencio palabras encendidas que la vida convierten en temblor dialogado.Ç Por detrás del adiós que nos ciega los ojos, perdura la memoria del amor, del después: amar es sentir juntos. No importa si tenemos que darle su vigilia de cántico y dolor -¡oh noche oscura!- y es nuestro tiempo mezcla de sombras y de luz que en su llama respira. Porque también nosotros respiramos un aroma que nubla la memoria y nos salva de estar solos, de ser seres concéntricos que quedan anclados de por vida en la nostalgia. Son de nieve los labios que se ahogan en este dulce vino que alumbra la alegría que fuera antes angustia del corazón. Por eso, ahora ni nos preguntamos qué le pasa a la lluvia aunque nos deje el alma devorada de sed, por qué hundimos la frente en ceniza amorosa cuando estamos sellados

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con indeleble marca de eternidad. No sé si habrá acabado del todo aquel invierno que nos cegó el camino con su fulgor de nieve y abrió sendas a un nuevo sufrimiento, sin posible resquicio para poner a salvo nuestra inocencia. Tal vez vuelvas a oír, a ráfagas, el viento más oscuro silbando en las esquinas que ahora nos aíslan del pasado. No importa. Regresemos definitivamente a la memoria de la felicidad, a un tiempo más preciso, buscando a nuestro amor "ese temblor interno que me arrastra contigo sangre adentro".

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PRIMAVERA DEL AGUA Es más alta tu voz que los chopos más altos, más cima, más enjambre, más panal, más secreto manantial. ¿Cómo puede aguantar tal delirio tu garganta? Tú, como el agua, te hablas a ti misma en esta primavera del agua, lejanísima, que llega del monte más azul donde ha muerto el invierno. Bien sabes lo que ocurre en mi sangre al sentir la caricia del agua. Fulge la palabra en mis labios, y todo es canto, fascinación que no envejece. Florece, azul, el brezo en el turbio rincón de la memoria, los encendidos chopos sacuden, en su danza más frenética, los restos últimos del sueño y yo vivo entregado al abril, que en tus ojos se hace noche cuajada de luz y alumbra la silvestre angostura de tus labios. Hoy ya no te pregunto si tiene edad la noche: ciego soy yo que no sabe mirar, que no aprendió a mirar, a ver de qué materia están hechos los sueños, dónde nació este río, que es de oro bajo la luz del alba compartida. Todo es posible ya. Hoy, gracias a tu voz, la tierra huele bien, el día no caduca… Y si la noche amenaza de nuevo, nada temo: "Estoy tumbado al borde de tu claridad".

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EQUIPAJE DE AMOR

Un nombre es todo lo que necesito JENARO TALENS

Toca la luz. Sean de luz tus manos y puro albor.

No digas: Yo no juego, esta noche, con la luz. Bien sabes que no puedo abrir las puertas. Mi equipaje es un amor oscuro que busca la salida a un aire encandecido donde se escuche un nombre. No necesito más.

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MEMORANDUM Toda la vida

se resume en un hoy que no termina. La lluvia, el aire gélido que entonces nos habitaban, nos habitan ahora, y aquel rudo silencio donde nos defendimos de la ternura, acaso de la muerte con apariencia de inclemente invierno que nos sumió en la sombra. Sentado ante esta mesa donde escribo, viejas cuartillas, llenas de tachones, de versos imperfectos escritos al azar, testigos mudos de mi dolor, dicen por qué elegí el camino de estar solo y por qué oíste, por detrás de mí, el “no” que nunca quise pronunciar. Yo era un aprendiz de dudas. No sabía que eras tú una parte del alba que despierta al hombre de su sueño. Por eso te pregunto si hay una forma de abolir la sombra: un nombre, un cuerpo hecho a la medida o ese exceso de luz que parpadea como huésped feliz sobre tu boca. ¡Feliz la noche que aún llena mis ojos porque me obliga a llamar a tu puerta!

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LA HORA DEL MAR Existen puertas a las que nunca llamo, porque se abren y se cierran de golpe. Y hacen mucho daño. Paso de largo, sin volver la vista, rastreando tus huellas, y te sorprendo, frente al mar, mirando con los ojos, abiertos de par en par, la espuma. Allí, entre mar y cielo, sólo una vela blanca, que se recorta contra el horizonte donde la luz es de un azul dorado en el atardecer, y ese perfil nevado de tu cuerpo sobre sumisa arena. Mansa, el agua se acerca a besarte los pies, que es como acariciarte la vida lentamente después de tanta huida en busca de la luz y del azul definitivo. Parece que aún anida en tu rubio cabello un resto de esplendor. Cae el día y nos circunda el tiempo con un halo de asombro y de palomas frente al acantilado donde ya el agua es sombra, noche arriba. Respira el pecho, callan nuestros labios y empezamos a ser, sencillamente, paz, a existir en la paz. En medio del silencio se oye cómo respira la soledad, mientras me muestras, íntima, tu mundo, el sosegado mar, las huestes de luces del firmamento que hacen bello el vivir. Lejos, el aguijón del frío, la violenta caída de la luz en el atardecer estremecido de aquel invierno inhóspito, el amor fatigado, el corazón cautivo de la sombra y la ansiedad entrando en nuestra sangre

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como un frío cuchillo. Algo intenta anularnos la memoria, no sé qué, ni por qué, mientras se nos escapa el tiempo de las manos y la noche, en esta playa virgen, no tiene edad aún. Desmemoriado el corazón, ¿”qué es lo que va a quedarnos de esta noche en los ojos”?

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A MODO DE ESPERANZA Pero el invierno tiene secretos que guardar LUIS GARCÍA MONTERO

El tiempo pasa, arrastra las palabras y se hace el silencio. A veces, el clamor de una clara alameda, junto al río, tensa nuestra memoria y nos hace aspirar, pausadamente, el aroma sutil de la nostalgia. Van y vienen oscuros pensamientos, metáforas de muerte en blanco y negro, como si fueran pájaros sin esperanza que cantan a mi espalda. ¿Los oyes tú cuando te llamo o siempre suena lejos su música de ti? ¿Acaso nos soñamos, al amarnos, tan distantes que no somos conscientes de que su canto acuchilla el aire y lo reduce a pequeñas hebras de asombrada ceniza?

¿Quién es testigo de esta lucha sorda del hombre con la soledad? A veces, la vida escuece tanto como un vinagre joven en la herida que ya no cicatriza. Y es difícil la palabra esperanza

en este espacio de pupilas ciegas que es la noche invernal. Sin embargo, yo sé que hay algo más en esta sombra luminosa, algo que alumbra mi dolor y tu ternura, a pesar de la nieve que anochece con la sangre. Siento tu cercanía, tu silencio, como secretos manantiales, que a cambio de negarnos su murmullo no nos dejan a solas con la muerte.

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PRIMAVERA DE LOS CEREZOS La pasión de vivir bajo el clamor del cielo. Todo vuelve a nacer: el viento marinero, los árboles del bosque que se alargan al beso del día luminoso, la fiesta del ocaso, oro y púrpura, y del amanecer que se enciende en la sangre, el verde luminoso del prado adolescente donde escribió la nieve nuestro nombre aquel cálido invierno y el amor en espera y esperanza. Acércate –camino al eco de tus pasos- a lavarte los ojos en la luz de estas aguas y verás cómo danzan los cerezos por dar vuelo, en la noche, a su blancura. Dame la mano, amor, dame la mano. No elijas el camino: son tus ojos, que ya no miran hacia atrás, amplísima vereda para la luz de abril, que se derrama como una llamarada sobre colinas de belleza intacta. No temas si, al recordar cómo éramos, sientes que corretea muy cerquita la muerte. ¡Qué lejos el invierno de nuestra sangre! Nada -¡oh el gozo de vivir!- en esta primavera te puede desnacer. Eres lo que deseas: un río de agua viva que tiembla entre cerezos florecidos, ojos de lumbre. Hay tanto resplandor en el bosque frondoso de tus ojos, que hace mucho tiempo que no anochece y que no se escucha el canto oscuro de las golondrinas. Nunca pensé que tanta desnudez nos fuese necesaria. Me consuela pensar que nos cobijan unas alas muy grandes y muy blancas semejantes a ti.

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PRIMAVERA DE LAS ROSAS Solas van la presencia y la hermosura LUIS ROSALES

A Silvia García, esta tarde de finales de primavera.

De madrugada hay trinos en el aire, músicas que son luz o mariposas que aletean entre briznas de hierba -la presencia es un ala- y chopos que se miran en el río. Todo es mirar, oír, sentir que en la mejilla se ha detenido el sol igual que la belleza en las primeras rosas; que, hechizados, los labios aún conservan el sabor a manzana de otros labios. Mira cómo se va alzando, el tallo en vilo, tanta hermosura hacia la claridad, cómo despierta el coro de los sueños, cómo el agua pasa, a tu lado, hablando de sí misma ahora que la tierra está mullida, limpio el azud donde irán a beber las golondrinas. A veces, la presencia olvida y la hermosura se nos brinda como una lluvia ingrata. Pero si observas muy atentamente, frente a voces que brotan de los nidos, frente a germinaciones que apenas son de luz, verás cómo de fuego el aire va tallando, una a una, las rosas, hermosa sucesión de intimidades. ¿Oyes cómo clarea tu voz en la mañana que nos lleva a la orilla del gozo donde el tiempo es aurora, sólo aurora? ¡Empújame! Está aprendiendo a nadar mi corazón.

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CUANDO SON LLAMA LOS OJOS

Yo sigo aquí, detrás de los cristales, barbotando palabras, dando nombre a las cosas más simples, deseando suerte al viento que lleva mis noticias hasta donde tú estás pisando sendas hacia la luz: yo sé que tú estás, hecha de luz, atenta a mi llegada. Con qué dulzura acude la mañana a tu requerimiento cuando empieza a callarse el jardín y el bosque empieza, rasgando la humedad de la neblina, además de a vivir a susurrar. Ahora la rosa es roble o abedul en cuyas ramas tienen nido el mirlo y el ruiseñor, la vida alojamiento. Bajo esta suave lluvia, qué distintas tus huellas: el invierno ya no es puerto de llegada, los álamos verdean, se cimbrean los olmos dulcemente aquí, entre tú y yo, cerca del río donde he venido a refrescar mis sueños. Juntos hemos vivido largamente la estación del fracaso: nos vencieron la soledad inhóspita, la noche que poblaba de dudas nuestras vidas y aquel duro silencio de los ojos al mirarnos, sin vernos, donde había sólo niebla y distancia. Hoy son llama nuestros ojos: está, al fin, el invierno lejos de nuestra sangre, suena abril en las sienes y no hay otra distancia en nuestro amor que el tiempo de una vida.

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TRES CANCIONES DE PRIMAVERA I Aquí, lejos de todo lo que no sabe a ti, para qué contestar tantas preguntas sin sentido si basta con mirar al fondo de tus ojos. Cuando llegue la noche, nos hallará vestidos con la luz de la tarde. En tus manos, rozadas por el agua, altas palmeras, cánticos, clamores; en mis manos, únicamente sombras y unas hábiles insinuaciones de la luz, por donde la memoria circula y se hace tiempo. II Yo seguiré soñándote. Mi sueño se hace voz que empieza a pronunciarte de mil modos en esta floración de la noche. Se oye el crujir de la luz que anda llameando sobre mi almohada y quiere atirantarme el corazón para que, al despertar, ya no se sienta solo y se me quede inmóvil de repente.

III Ya eres flecha de luz. Ya nada soy sin ti: “sólo en tu corazón está la dicha”.

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AFIRMACIÓN DE LA ALEGRÍA

A Maribel Ruiz, que mantiene viva la alegría a pesar de que su voz tiene aún restos de madrugada.

Amanece. Como una sombra herida por esta luz primera, la tristeza va cayendo -¡oh extrema lentitud!- en las aguas aún frías de la alberca. Hay gorjeo de pájaros. Las cimas de los álamos como incendios de tórtolas, de nieve florecida, que trazan sendas nuevas a la alegría que, al despertar, tiembla como rosa recién llovida. Siento la claridad que llega de puntillas, acosada por un aire muy limpio, por caminos de aroma y esperanza. Tu voz sostiene todavía el peso de la niebla nocturna, pero es cálida y dulce cuando hablas de madrugada al corazón. Oyéndote, miro al cielo con ojos inocentes y pienso que es posible la alegría.

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ES NUESTRA LA MEMORIA … dejaba tus ojos varados en el viento AMALIA IGLESIAS SERNA

Es nuestra la memoria de otra luz, de otra lluvia, de otro vértigo, de otra crepitación entre los labios. ¡Cuántos días de amargos soliloquios, de pájaros sin voz, de mariposas sin alas aquel último invierno, cuando la primavera no sabía escribir sobre el agua de lluvia la sílaba primera de tu nombre y dejaba tus ojos varados en el viento! Entonces, con tu perfil de nieve ante mi miedo, perdida entre la sombra, estranguladas las proas de tus manos, tuviste para mí preciosos gestos de cálida ternura; yo escribí para ti versos muy tristes desde mi corazón. Ahora la luz nos tienta y puedo verte y aun sin pies puedo acercarme a ti y beber los corales de tu boca que proclaman a gritos el triunfo de la luz definitiva. Espérame acostada en el agua y deja que mis manos aprendan a trepar a tu cintura como la marejada: el verano sigue nuestras pisadas.

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CUANDO EL AMOR ES POSIBLE Amo la vida como a ti te amo. Son muchos los naufragios y es muy honda la cicatriz con que marcó el invierno nuestra vida. A veces, no he tenido un lugar para el fuego donde quemar aquellos veleros de papel que tú guardabas anclados en el mar arbolado de la alfombra. A veces, cuando no era posible navegar hacia la vida, se nos llenó el amor de rutas imposibles, de interminables soliloquios. ¿Cómo volverse a sacudir el ansia por morir? Yo no sabía pronunciar la luz; era, además de la lluvia, la primavera ambigua y la ausencia piedra angular de aquel invierno agónico. A mi lado aprendiste a morir. Vino, después, la luz para dar otro nombre a la estación. Yo me oculté contigo entre la luz y allí me hiciste huésped de tu boca y me enseñaste a poner los dedos en la ceniza. Todavía un olor a ceniza reciente impregna los rincones de tu cuerpo. Desde entonces ya no podemos olvidarnos. Déjame que me pierda contigo para siempre en esta luz de la luna de estío que hoy se inicia.

Alicante, 21 de junio de 2000

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