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Cuando Leva se acercó a los papeles ya todos sabíamos lo que seguía, pero ese pronóstico no era propiamente una imagen; la atención dispuesta a partir de esos segundos en suspenso se hizo parte de la acción en su camino a producir imagen a la vez que su punto de agarre no conoce pasado y se multiplica. Sacó una cajita de fósforos y arrojó uno encendido sobre la pira de trabajos acumulados en los últimos dos meses, el fuego empezó como un punto chato hasta que mordió el rastro de tiner que se olía en el ambiente y cambió de color. Desde ese momento la figura de Leva dejó de ser una referencia para confundirse con el grupo. Un grupo que habilitaba la acción dando tiempo a otros focos de fuego en el conjunto desordenado de papeles.

E L S O L D E L O S V E N A D O S

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El cielo se mueve en varias direcciones. Un pequeño calor abre una nube que sobrepasa la visión periférica, esa temperatura es la zona más blanca de todo el paisaje y quema los grises cercanos que se desgajan hacia lo más frío del horizonte pasando por el follaje de los árboles, el pasaje de una intensidad a otra también es un corte sin transición entre las cosas; el verde apagado de los árboles se apoya en el negro de la arboleda. Un pedazo de todo eso se refleja sobre el ventanal de una construcción baja, la transferencia sobre el vidrio se mezcla, por momentos se diluye, es tragada por las sombras que se mueven en el interior. Una mujer permanece en su despacho hablando por teléfono, en la pared se juntan un organigrama y un calendario con tareas, otra sombra cruza en diagonal la habitación, ondula en el vidrio que lamina los puntos cardinales, en las máquinas que permanecen prendidas en la habitación están abiertos diferentes diarios del mundo que discuten en sus páginas, todos ellos, cuántas personas sobran en la Tierra y muestran sus diferencias en los números. El vidrio tiembla por el golpe de un ave migratoria que cae sin sentido para retomar el vuelo un instante antes de tocar el suelo, el cambio en el plan de vuelo marea distancia y diferencia.

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Un observador alejado no terminaría de entender el suceso a no ser por la configuración de un rastro sensorial sin tacto. Vista desde la calle de tierra, por ejemplo, la escena se hace indefinida, lo avanzado de la tarde sostiene luz en el cielo como para recortar, a esa distancia, una reunión de figuras humanas. La temperatura, los sonidos lejanos, hacen una atmósfera entera para ese testigo inventado. La desigual irradiación proveniente del inicio del fuego, oculto a la distancia, compite y se mezcla con otras luminiscencias de la hora confundiendo aun más a ese observador inexistente.

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El fuego sin apagarse se desvanece, se vuelve anecdótico, un color entre otros, ya puede verse tiznada la losa del piso mientras se va la luz de la estructura semicerrada que nos contiene. Cardumen de cenizas cae sobre el caparazón de un caracol que se bambolea en su lentitud y de tanto en tanto busca el aire con las antenas retráctiles. Un brillo roto del camino de baba se despega de la baldosa, en su decimal de tiempo es impermeable al espiral de sucesos que se borran mientras la línea de flotación del ojo vuelve a quebrarse para hacer pie en el viento que sopla del este.

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Mientras me desintegro, ardo en la combustión de un punto de vista. Las cenizas de papel flotan con movimientos suaves hasta que un cambio en el aire las dispara con un espasmo fuera de la hoguera. Los sentidos se interfieren, se empujan, apagan e intensifican creando enlaces físicos según principios materiales difíciles de explorar, como las marcas iniciales de un dibujo generan un indicio, una memoria, de lo por venir. Parados a pocos metros unos de otros hacemos algunas bromas sobre la idea de no entender. Cada uno no entiende de manera diferente, compartir un no entendimiento del fondo de la cuestión produce imágenes que se desagregan y superponen, ovulan sobre otras imágenes. Cada grupo tiene su ritmo. Reírse hasta cerrar los ojos, las convulsiones de la risa sostenida que interrumpe el discurso quedan grabadas en el cuerpo y se proyectan en el ambiente.

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En las salidas a dibujar, plazas de diferentes barrios y ciudades nos servían de taller en más de una ocasión, fue en la repetición de algunas de esas plazas como lugar de trabajo que empezamos a reconocer palomas que se acercaban con un comportamiento diferente al habitual y que reaparecían cada vez que nos poníamos a dibujar. En un principio no percibimos que eran siempre las mismas palomas las que tenían esa marca de diferencia respecto de sus pares, hacíamos comentarios y tejíamos teorías alrededor de ese comportamiento pero se trataba, a nuestro parecer, de un número indeterminado y siempre cambiante de piezas emplumadas. Con el tiempo algunos empezaron a dibujarlas y ese tiempo de observación hizo ver que las palomas que nos llamaban la atención eran siempre las mismas y sumaban once. En su andar, picotear, retorcer el pescuezo, desbandarse y volver al lugar daban muestras de un interés por lo que hacíamos, nos registraban mientras recorrían el espacio en círculos cada vez más pequeños, llegaron a quedarse minutos enteros sin mover sus garritas solo balanceándose como un subibaja

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Llegado un punto advertimos necesario contar con un proceso que no pertenezca del todo a ninguno de los participantes y así construimos un artefacto. No es una máquina propiamente dicha, no se enciende y se apaga por voluntad exterior ni se cargan algoritmos en lenguaje de máquina, se dedica a conectar procesos químicos simples mientras superpone ondas de diversa frecuencia producto de la acción de dibujar en unos vidrios imantados y a recibir información de un grupo de palomas mensajeras que una o dos veces por semana entran por una manga de material sensible en la que dan picoteos, saltos y aleteos transformados en información por el artilugio. La única parte completamente cerrada del juego es una caja que por medio de técnicas de transferencia concentra los estímulos generados hacia el artefacto. Una cantidad indeterminada de pequeños lastres minerales depositados en un sistema biológico persisten en una cáscara.

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Hace una semana nuestro invento mostró signos de deterioro acelerado, las palomas se niegan a seguir entrando a la manga para su danza semanal, así que decidimos abrir la caja, el único proceso cerrado del artefacto.

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El mantenimiento del artilugio consiste en revisar semanalmente los enlaces de cobre y litio que abrevan directamente de la tierra, el aire y la humedad, revisar el necesario recambio de la manga de material sensible, básicamente compuesto de chapas de grabado y comprobar que la caja cerrada en la que se producen las impresiones por transferencias permanezca en buen estado.

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Algunas imágenes se desvanecen en pocas horas al contacto con la luz. Encontramos un cuaderno y dos pilas de papeles, todos marcados de maneras distintas. Huele raro. Un arrozal de lágrimas. Por un lado, conservamos los dibujos permanentes trazados sobre papel, por el otro trabajamos en la memoria de los fenómenos no solo visibles que fueron borrándose en diferentes tiempos y velocidades una vez abierta la caja.

No podemos olvidar una serie de agujas negras parecidas pero irregulares que cantaron como loras fundiéndose en un pequeño pan de lo que nos pareció cera de algún tipo que mostraba huellas que no permanecían pero dejaban imágenes de un mundo conocido. Espectros de colores que orbitando acabaron en humedad pixelada acompañada por algunos cientos de animales que podríamos llamar desconocidos. A falta de nombre vimos naturalezas muertas que por no permanecer se daban de frente con esa denominación que sacamos de nuestro paisaje de formación. Por momentos todos juntos por momentos no.

Recuperados de la experiencia, algunos de nosotros tuvimos que guardarnos un tiempo, con los vestigios de lo transferido por el artefacto a la vista consideramos retomar en la voz lo que falla en la escucha.

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R O B E R T Z A N TS/t, 2015Toner sobre newsprint y otros papelesVarias hojas de distintos tamaños

P A B L O B E S S ES/t, 2015Toner, carbónico, sellos sobre papel de seda.Dos pliegos de 1 x 0,75 mts.

G A B R I E L A E S C O B A RS/t, 2015Lapiz y papel 21 x 29, 7 cm

E L S O L D E L O S V E N A D O SNera Loncoi

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p p . 1 0 … 1 7

p p . 1 9 … 2 7

p p . 2 9 … 3 8

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P A B L O B E S S EG A B R I E L A E S C O B A R

R O B E R T Z A N TN E R A L O N C O I

:Roseti — Buenos Aires, 2016La fortuna del dibujo

El dibujo en el ojo extraño