2 06 bourdieu meditaciones pascalianas

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Bourdieu

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Maurice Merleau-Ponty Sobre la fenomenologa del lenguaje

Bourdieu - Meditaciones pascalianas / 6 de 9

Pierre Bourdieu - Meditaciones pascalianas

5. Violencia simblica y luchas polticas

La adquisicin del habitus primario en el seno de la familia no tiene nada que ver con un proceso mecnico de mera inculcacin, anlogo a la impresin de un carcter impuesta por la coercin. Lo mismo sucede con la adquisicin de las disposiciones especficas exigidas por un campo, que se lleva a cabo en la relacin entre las disposiciones primarias, ms o menos alejadas de las que suscita el campo, y las imposiciones inherentes a la estructura de ste: la labor de socializacin especfica tiende a favorecer la transformacin de la libido original, es decir, de los afectos socializados constituidos en el campo domstico, en alguna de las formas de la libido especfica, para lo que saca provecho, en particular, de la transferencia de esa libido a unos agentes o instituciones que pertenecen al campo (por ejemplo, en el campo religioso, a las grandes figuras simblicas, como Jess o la Virgen Mara, en sus diferentes figuras histricas).

Libido e illusio. Los recin llegados aportan al campo disposiciones constituidas con anterioridad en el seno de un grupo familiar socialmente situado y que, por lo tanto, ya estn ms o menos ajustadas (en particular, debido a la autoseleccin, experimentada como vocacin, o a la herencia profesional) a las exigencias expresas o tcitas de aqul, a sus presiones o sus solicitaciones, y son ms o menos sensibles a los signos de reconocimiento y consagracin que implican una contrapartida de reconocimiento respecto al orden que los otorga. Slo mediante una serie de transacciones imperceptibles, compromisos semiconscientes y operaciones psicolgicas (proyeccin, identificacin, transferencia, sublimacin, etc.) estimuladas, sostenidas, canalizadas e incluso organizadas socialmente, estas disposiciones se transforman poco a poco en disposiciones especficas, al cabo de innumerables ajustes infinitesimales necesarios para estar a la altura o, por el contrario, bajar el listn que van parejos con las desviaciones infinitesimales o bruscas o traumticas que constituyen una trayectoria social. En este proceso de transmutacin, los ritos de institucin, y muy en especial los que prev la institucin escolar, como las pruebas iniciticas de preparacin y selectividad, en todo similares en su lgica, y sus efectos, a las de las sociedades arcaicas, cumplen un papel determinante al propiciar la inversin inicial en el juego.

Tambin podra decirse, a este respecto, indiferentemente, que los agentes sacan partido de las posibilidades que ofrece un campo para expresar o saciar sus pulsiones, sus deseos o, incluso, sus neurosis, o que los campos utilizan los impulsos de los agentes para obligarlos a someterse o sublimarse a fin de plegarse a sus estructuras, as como a los fines que les son inmanentes. De hecho, ambos efectos se observan en cada caso, en proporciones desiguales, sin duda, segn los campos y los agentes; desde esta perspectiva, podra describirse cada forma singular de habitus especfico (de artista, escritor o cientfico, por ejemplo) como una formacin de compromiso. La forma original de la illusio es la inversin en el espacio domstico, sede de un complejo proceso de socializacin de lo sexual y sexualizacin de lo social. Y la sociologa y el psicoanlisis deberan aunar sus esfuerzos a fin de analizar la gnesis de la inversin en un campo de relaciones sociales, constituido as en objeto de inters y preocupacin, en el que el nio se encuentra cada vez ms implicado y que constituye el paradigma, as como el principio, de la inversin en el juego social.

Una coercin por cuerpos. El anlisis del aprendizaje y la adquisicin de las disposiciones conduce al principio propiamente histrico del orden poltico. Del descubrimiento de que en el origen de la ley no hay ms que arbitrariedad y usurpacin, de que es imposible fundamentar el derecho en la razn y el derecho y de que la constitucin, lo que ms se parece, sin duda, en el orden poltico, a un primer fundamento cartesiano, no es ms que una ficcin fundadora pensada para ocultar el acto de violencia fuera de la ley que constituye el principio de la instauracin de la ley, Pascal saca una conclusin tpicamente maquiavlica: ya que es imposible hacer partcipe al pueblo de la verdad liberadora sobre el orden social, porque ello slo podra poner en peligro o a echar a perder ese orden, hay que engaarlo, ocultarle la verdad de la usurpacin, es decir, la violencia inaugural en la que se basa la ley, haciendo que la considere autntica, eterna.

De hecho, no hace falta ninguna accin engaosa de esa ndole, como creen quienes aun imputan la sumisin a la ley y el mantenimiento del orden simblico a una accin deliberadamente organizada de propaganda o a la eficacia (sin duda, nada despreciable) de aparatos ideolgicos de Estado puestos al servicio de los dominantes. Por lo dems, el propio Pascal observa tambin que la costumbre hace toda la autoridad, adems de recordar sin cesar que el orden social no es ms que el orden de los cuerpos: la habituacin a la costumbre y la ley que la ley y la costumbre producen por sus propias existencia y persistencia basta en lo esencial, y al margen de cualquier intervencin deliberada, para imponer un reconocimiento de la ley basado en el desconocimiento de la arbitrariedad que preside su origen.

La fuerza simblica, como la de un discurso preformativo y, en particular, una orden, es una forma de poder que se ejerce directamente sobre los cuerpos y de un modo que parece mgico, al margen de cualquier coercin fsica; pero la magia slo funciona si se apoya en disposiciones previamente constituidas, que lanza como muelles. Lo que significa que slo es una excepcin aparente de la ley de la conservacin de la energa (o del capital): sus condiciones de posibilidad, y su contrapartida econmica (en un sentido amplio del trmino), residen en la ingente labor previa que resulta necesaria para llevar a cabo una transformacin duradera de los cuerpos y producir las disposiciones permanentes que la accin simblica despierta y reactiva. (Esta accin transformadora resulta tanto ms poderosa en cuanto se ejerce, en lo esencial, de forma invisible e insidiosa, mediante la familiarizacin con un mundo fsico estructurado simblicamente y la experiencia precoz y prolongada de interacciones caracterizadas por las estructuras de dominacin).

Fruto de la incorporacin de una estructura social en forma de una disposicin casi natural, a menudo con todas las apariencias de lo innato, el habitus es la vis insita, la energa potencial, la fuerza durmiente y el lugar de donde la violencia simblica, en particular la que se ejerce mediante los preformativos, deriva su misteriosa eficacia. Asimismo, constituye el fundamento de una forma particular de eficacia simblica, la influencia a la que a menudo se adjudica el papel de virtud dormitiva, pero que pierde todo su misterio en cuanto se relacionan sus efectos casi mgicos con las condiciones de produccin de las disposiciones que predisponan a padecerla. De manera general, la eficacia de las necesidades externas se apoya en la eficacia de una necesidad interna. As pues, al ser el resultado de la implantacin en el cuerpo de una relacin de dominacin, las disposiciones son el verdadero principio de los actos tcticos de conocimiento y reconocimiento de la frontera mgica entre los dominantes y los dominados que la magia del poder simblico, que acta como un gatillo, no hace ms que disparar. El reconocimiento prctico a travs del cual los dominados contribuyen, a menudo sin saberlo y a veces contra su voluntad, a su propia dominacin al aceptar tcitamente, por anticipado, los lmites impuestos, adquiere a menudo la forma de la emocin corporal (vergenza, timidez, ansiedad, culpabilidad), con frecuencia asociada a la impresin de regresar hacia relaciones arcaicas, las de la infancia y el universo familiar.

La violencia simblica es esa coercin que se instituye por mediacin de una adhesin que el dominado no puede evitar otorgar al dominante (y, por lo tanto, a la dominacin) cuando slo dispone, para pensarlo o pensarse o, mejor an, para pensar su relacin con l, de instrumentos de conocimiento que comparte con l y que, al no ser ms que la forma incorporada de la estructura de la relacin de dominacin, hacen que sta se presente como natural; o, en otras palabras, cuando los esquemas que pone en funcionamiento para percibirse y evaluarse, o para percibir y evaluar a los dominantes, son fruto de la incorporacin de las clasificaciones, que as quedan naturalizadas, cuyo fruto es su ser social.

Por lo tanto, slo cabe pensar esta forma particular de dominacin si se supera la alternativa de la coercin que ejercen unas fuerzas y el consentimiento a unas razones, de la coercin mecnica y la sumisin voluntaria, libre, deliberada. El efecto de la dominacin simblica (de un sexo, una etnia, una cultura, una lengua, etc.) no se ejerce en la lgica pura de las conciencias cognitivas, sino en la oscuridad de las disposiciones del habitus, donde estn inscritos los esquemas de percepcin, evaluacin y accin que fundamentan, ms ac de las decisiones del conocimiento y los controles de la voluntad, una relacin de conocimiento y reconocimiento prcticos profundamente oscura para s misma. As pues, slo puede comprenderse la lgica paradjica de la dominacin masculina, forma por antonomasia de la violencia simblica, y la sumisin femenina, respecto a la cual cabe decir que es a la vez, y sin contradiccin, espontnea y extorsionada, si se advierten los efectos duraderos que el orden social ejerce sobre las mujeres, es decir, las disposiciones espontneamente concedidas a este orden que la violencia simblica les impone.

El poder simblico slo se ejerce con la colaboracin de quienes lo padecen porque contribuyen a establecerlo como tal. Pero no ir ms all de esta constatacin (como el constructivismo idealista, etnometodolgico, o de otro tipo) podra resultar muy peligroso: esa sumisin nada tiene que ver con una relacin de servidumbre voluntaria y esa complicidad no se concede mediante un acto consciente y deliberado; la propia complicidad es el efecto de un poder, inscrito de forma duradera en el cuerpo de los dominados, en forma de esquemas de percepcin y disposicoones (a respetar, a admirar, a amar, etc.), es decir, de creencias que vuelven sensible a determinadas manifestaciones simblicas, tales como las representaciones pblicas del poder. Estas disposiciones, es decir, ms o menos, todo lo que Pascal engloba en el concepto de imaginacin, son las que, como tambin dice, distribuyen la reputacin y la gloria, otorgan el respeto y la veneracin a las personas, las obras, las leyes, los grandes.

Estamos muy lejos del lenguaje de lo imaginario que se utiliza a veces hoy, un poco sin ton ni son, y que nada tiene que ver, a pesar de la coincidencia verbal, con lo que Pascal incluye en el trmino de imaginacin (o de opinin), es decir, a la vez el soporte y el efecto en los cuerpos de la violencia simblica: esta sumisin, que por lo dems el cuerpo puede reproducir simulndola, no es un acto de conciencia dirigido a un correlato mental, una mera representacin mental (de las ideas que uno tiene) susceptible de ser combatida por la mera fuerza intrnseca de las ideas verdaderas, o lo que se suele englobar en el concepto de ideologa, sino una creencia tcita y prctica que se ha vuelto posible gracias a la habituacin fruto del adiestramiento del cuerpo. Y tambin es efecto de la ilusin escolstica describir la resistencia a la dominacin en el lenguaje de la conciencia como hace la tradicin marxista, y tambin esas tericas feministas que, dejndose llevar por los hbitos de pensamiento, esperan que la liberacin poltica surja del efecto automtico de la toma de conciencia ignorando, a falta de una teora disposicional de las prcticas, la extraordinaria inercia que resulta de la inscripcin de las estructuras sociales en los cuerpos. Si bien la explicacin puede ayudar, slo una autntica labor de contraadiestramiento, que implique la repeticin de los ejercicios, puede, como el entrenamiento del atleta, transformar duraderamente los habitus.

El poder simblico. La dominacin, incluso cuando se basa en la fuerza ms cruda, la de las armas o el dinero, tiene siempre una dimensin simblica, y los actos de sumisin, de obediencia, son actos de conocimiento y reconocimiento que, como tales, recurren a estructuras cognitivas susceptibles de ser aplicadas a todas las cosas del mundo y, en particular, a las estructuras sociales. Estas estructuras estructurantes son formas histricamente constituidas, arbitrarias, en el sentido de Saussure y Mauss, cuya gnesis social puede reconstruirse.

El anlisis fenomenolgico, tan bien neutralizado polticamente que cabe leerlo sin extraer ninguna consecuencia poltica, tiene la virtud de volver visible todo lo que todava concede al orden establecido la experiencia poltica ms paradjica, ms crtica, en apariencia, la ms resuelta a efectuar la epoch de la actitud natural (es decir, a llevar a cabo la suspensin de la suspensin de la duda sobre la posibilidad de que el mundo social sea diferente que est implicada en la experiencia del mundo como algo que cae por su propio peso). Como las disposiciones son fruto de la incorporacin de las estructuras objetivas y las expectativas tienden a ajustarse a las posibilidades, el orden instituido tiende siempre a dar la impresin, incluso a los ms desfavorecidos, de que cae por su propio peso, de que es necesario, evidente, ms necesario, ms evidente, en cualquier caso, de lo que cabra creer desde el punto de vista de aquellos que, al no haber sido formados en condiciones tan crudas, por fuerza han de sentirlas espontneamente insoportables e indignantes. Desde este enfoque, la relectura del anlisis fenomenolgico (como, en un registro completamente distinto, la del anlisis spinozista del obsequium, esa voluntad constante, producida por el condicionamiento mediante el cual el Estado nos moldea a su conveniencia y que le permite conservarse) tiene la virtud de recordar lo que ms particularmente se ignora o se inhibe, sobre todo en universos donde la gente suele concebirse como libre de los conformismos y las creencias, es decir, la relacin de sumisin, a menudo insuperable, que une a todos los agentes sociales, les guste o no, insuperable, al mundo social del que son fruto para lo mejor y lo peor.

Lo que se presente hoy en da como evidente, asumido, establecido de una vez por todas, fuera de discusin, no siempre lo ha estado y slo se ha ido imponiendo como tal paulatinamente: la evolucin histrica es lo que tiende a abolir la historia, en particular al remitir al pasado, es decir, al inconsciente, los posibles laterales que han sido descartados y hacer olvidar de este modo que la actitud natural de la que hablan los fenomenlogos, es decir, la experiencia primera del mundo como algo que cae por su propio peso, constituye una relacin socialmente elaborada, como los esquemas perceptivos que la posibilitan. Los fenomenlogos y los etnometodlogos, por mucho que tengan razn al recordar, en contra de la visin mecanicista, que los agentes elaboran la realidad social, omiten plantear el problema de la elaboracin social de los principios de elaboracin de esa realidad que los agentes emplean en dicha labor de elaboracin, individual y tambin colectiva, y asimismo interrogarse sobre la contribucin del Estado a esa elaboracin. En nuestras sociedades, el Estado contribuye en una parte determinante a la produccin y la reproduccin de los instrumentos de elaboracin de la realidad social. En tanto que estructura organizadora e instancia reguladora de las prcticas, ejerce de modo permanente una accin formadora de disposiciones duraderas, mediante las imposiciones y las disciplinas a las que somete uniformemente al conjunto de los agentes. Impone en particular, en la realidad y las mentes, los principios de clasificacin fundamentales sexo, edad, competencia, etc. mediante la imposicin de divisiones en categoras sociales como activos/inactivos que son fruto de la aplicacin de categoras cognitivas, de este modo cosificadas y naturalizadas, y constituyen el fundamento de la familia, y tambin de los que se ejercen mediante el funcionamiento del sistema escolar, que instaura, entre los elegidos y los eliminados, diferencias simblicas duraderas, a menudo definitivas, y universalmente reconocidas dentro de los lmites de su mbito.

La construccin del Estado va pareja con la elaboracin de una especie de sublimacin histrica comn que, al cabo de un dilatado proceso de incorporacin, se vuelve inmanente a todos sus sujetos. Por medio del marco que impone a las prcticas, el Estado instituye e inculca formas simblicas de pensamiento comunes, marcos sociales de la percepcin, el entendimiento o la memoria, formas estatales de clasificacin o, mejor an, esquemas prcticos de percepcin, evaluacin y accin. Por esta va, el Estado crea las condiciones de una sintonizacin inmediata de los habitus que constituye a su vez el fundamento de un consenso sobre este conjunto de evidencias compartidas que son constitutivas del sentido comn. As por ejemplo, los ritmos del calendario social y, en particular, los de las vacaciones escolares, que determinan las grandes migraciones estacionales de las sociedades contemporneas, garantizan, a la vez, referentes objetivas comunes y principios de divisin subjetivos armonizados que aseguran, ms all de la irreductibilidad de los tiempos vividos, unas experiencias internas del tiempo lo suficientemente concordantes para posibilitar la vida social. Otro ejemplo es la divisin en disciplinas del mundo universitario, que se inscribe en forma de habitus disciplinarios generadores de un acuerdo entre los especialistas responsable incluso de sus desacuerdos y la forma en que se expresan, y que tambin implica todo tipo de limitaciones y mutilaciones en las prcticas y las representaciones, as como de distorsiones en las relaciones con los representantes de otras disciplinas.

Pero, para comprender realmente la sumisin inmediata que logra el orden estatal, hay que romper con el intelectualismo de la tradicin kantiana y percibir que las estructuras cognitivas no son formas de la conciencia, sino disposiciones del cuerpo, esquemas prcticos, y que la obediencia que otorgamos a los preceptos estatales no puede comprenderse como sumisin mecnica a una fuerza ni como consentimiento consciente a una orden. El mundo social est sembrado de llamadas al orden que slo funcionan como tales para los individuos predispuestos a percibirlas, y que, como la luz roja al frenar, ponen en funcionamiento disposiciones corporales profundamente arraigadas sin pasar por las vas de la conciencia y el clculo. La sumisin al orden establecido es fruto del acuerdo entre las estructuras cognitivas que la historia colectiva (filognesis) y la individual (ontognesis) han inscrito en los cuerpos y las estructuras objetivas del mundo al que se aplica: si la evidencia de los preceptos del Estado se impone con tanta fuerza, es porque ha impuesto las estructuras cognitivas segn las cuales es percibido.

Pero hay que superar la tradicin neokantiana, incluso en su forma durkheimiana, en otro punto. Indudablemente, al privilegiar el opus operatum, el estructuralismo simblico (como el de Lvi-Strauss o del Foucault de Las palabras y las cosas) se condena a ignorar la dimensin activa de la produccin simblica, mtica en particular, es decir, la cuestin del modus operandi, de la gramtica generativa (Chomsky), y, sobre todo, de su gnesis y, por lo tanto, de sus relaciones con unas condiciones sociales de produccin particulares. Pero tiene el inmenso mrito de tratar de poner de manifiesto la coherencia de los sistemas simblicos, considerados como tales. Y es que esa coherencia constituye uno de los principios esenciales de su eficacia especfica, como se ve con toda claridad en el caso del derecho, donde es buscada de modo deliberado, pero tambin en el del mito y la religin: en efecto, el orden simblico se basa en la imposicin al conjunto de los agentes de estructuras estructurantes que deben parte de su consistencia y su resistencia al hecho de que son, en apariencia, al menos, coherentes y sistemticas, y se ajustan a las estructuras objetivas del mundo social. Este ajuste inmediato y tcito (en todo opuesto a un contrato explcito) fundamenta la relacin de sumisin dxica que nos liga al orden establecido mediante las ataduras del inconsciente, es decir, de la historia que se ignora como tal. El reconocimiento de la legitimidad no es, como cree Weber, un acto libre de la conciencia clara, sino que arraiga en el ajuste inmediato entre las estructuras incorporadas, convertidas en esquemas prcticos, como los que organizan los ritmos temporales (por ejemplo, la divisin en horas, absolutamente arbitraria, de la agenda escolar), y las estructuras objetivas.

En cuanto se abandona la tradicin intelectualista de las filosofas de la conciencia, la sumisin dxica de los dominados a las estructuras objetivas de un orden social de las que son fruto sus estructuras cognitivas deja de ser un profundo misterio y se aclara de repente. En la nocin de falsa conciencia, a la que recurren algunos marxistas para dar cuenta de los efectos de la dominacin simblica, lo que sobra es conciencia, y hablar de ideologa es situar en el orden de las representaciones, susceptibles de ser transformadas por esa conversin intelectual que llamamos toma de conciencia, lo que se sita en el orden de las creencias, es decir, en lo ms profundo de las disposiciones corporales.

Cuando se trata de dar razn del poder simblico y la dimensin propiamente simblica del poder estatal, el pensamiento marxista representa ms bien un obstculo que una ayuda. Cabe, por el contrario, recurrir a la contribucin decisiva que Weber aport, en sus escritos sobre la religin, a la teora de los sistemas simblicos, al reintroducir los agentes especializados y sus intereses especficos. En efecto, aunque, como Marx, demuestra menor inters por la estructura de los sistemas simblicos que por su funcin, Weber tiene el mrito de llamar la atencin sobre los productores de estos productos particulares los agentes religiosos, en este caso- y sobre sus interacciones conflicto, rivalidad, etc.-. A diferencia de los marxistas, que tienden a silenciar la existencia de agentes especializados de produccin, recuerda que, para comprender la religin, no basta con estudiar las formas simblicas de tipo religioso, como Cassirer o Durkheim, y ni siquiera la estructura inmanente del mensaje religioso o el corpus mitolgico, como los estructuralistas: dedica su atencin a los productores del mensaje religioso, los intereses especficos que los impulsan, las estrategias que emplean en sus luchas, como la excomunin.

Al aplicar, mediante una nueva ruptura, el modo de pensamiento estructuralista que es del todo ajeno a Max Weber- no slo a las obras y las relaciones entre las obras como el estructuralismo simblico-, sino tambin a las relaciones entre los productores de bienes simblicos, puede establecerse en cuanto tal no slo la estructura de las producciones simblicas o, mejor an, el espacio de las tomas de posicin simblicas en un mbito de la prctica determinada por ejemplo, los mensajes religiosos-, sino tambin la estructura del sistema de los agentes que los producen por ejemplo, los sacerdotes, los profetas y los brujos-o, mejor an, el espacio de las posiciones que ocupan el campo religioso, por ejemplo- en la rivalidad que los enfrenta: nos dotamos as del medio para comprender esas producciones simblicas, a la vez, en su funcin, su estructura y su gnesis, sobre la base de la hiptesis, validada empricamente, de la homologa entre ambos espacios.

El ajuste prerreflexivo entre las estructuras objetivas y las incorporadas, y no la eficacia de la propaganda deliberada de los aparatos, o el libre reconocimiento de la legitimidad por los ciudadanos, explica la facilidad, en definitiva realmente asombrosa, con la que, a lo largo de la historia, y exceptuando contadas situaciones de crisis, los dominantes imponen su dominacin.

Lo que plantea un problema es que, en lo esencial, el orden establecido no plantea ningn problema; que, al margen de situaciones de crisis, el problema de la legitimidad del Estado, y el orden que instituye, no se plantea. El Estado no necesita por fuerza dar rdenes, ni ejercer una coercin fsica, o disciplinaria, para producir un mundo social ordenado, al menos mientras est en condiciones de producir estructuras cognitivas incorporadas que se ajusten a las estructuras objetivas y garantizar as la sumisin dxica al orden establecido.

La doble naturalizacin y sus efectos. Las pasiones del habitus dominado (desde el punto de vista del sexo, la cultura o la lengua), relacin social somatizada, ley del cuerpo social convertida en ley del cuerpo, no son de las que pueden suspenderse mediante un mero esfuerzo de la voluntad, basado en una toma de conciencia libertadora. Quien es vctima de la timidez se siente traicionado por su cuerpo, que reconoce prohibiciones y llamadas al orden paralizadoras donde otro, fruto de condiciones diferentes, vera incitaciones o conminaciones estimulantes. Resulta del todo ilusorio creer que la violencia simblica puede vencerse slo con las armas de la conciencia y la voluntad: las condiciones de su eficacia estn duraderamente inscritas en los cuerpos en forma de disposiciones que, particularmente en los casos de las relaciones de parentesco y otras relaciones sociales concebidas segn este modelo, se expresan y se sienten en la lgica del sentimiento el deber, a menudo confundidos en la experiencia del respeto, la devocin afectiva o el amor, y que pueden sobrevivir mucho tiempo despus de la desaparicin de sus condiciones sociales de produccin.

Y en ello estriba, asimismo, la vanidad de las tomas de posicin religiosas, ticas o polticas que consisten en esperar una verdadera transformacin de las relaciones de dominacin (o de las disposiciones que son, por lo menos en parte, su producto) de una mera conversin de los espritus (de los dominantes o los dominados), fruto de la predicacin racional y la educacin o, como a veces piensan de forma ilusa los maestros, de una amplia logoterapia colectiva cuya organizacin correspondera a los intelectuales. Es conocida la vanidad de todas las acciones que tratan de combatir nicamente con las armas de la refutacin lgica o emprica tal o cual forma de racismo de etnia, clase o sexo- que, en el polo opuesto, se nutre de los discursos capaces de halagar las disposiciones y las creencias (a menudo relativamente indeterminadas, susceptibles de diversas explicaciones verbales y oscuras para s mismas) al dar la sensacin o crear la ilusin de expresarlas. El habitus, indudablemente, no es un destino, pero la accin simblica no puede, por s sola, y al margen de cualquier transformacin de las condiciones de produccin y fortalecimiento de las disposiciones, extirpar las creencias corporales, pasiones y pulsiones que permanecen por completo indiferentes a las conminaciones o las condenas del universalismo humanista (que a su vez tambin arraigan en disposiciones y creencias).

Si paulatinamente he acabado por eliminar el empleo del trmino ideologa, no es slo por su polisemia y los equvocos resultantes. Es, sobre todo, porque, al hacer referencia al orden de las ideas, y de la accin por medio de las ideas y sobre las ideas, tiende a olvidar uno de los mecanismos ms poderosos del mantenimiento del orden simblico, a saber, la doble naturalizacin que resulta de la inscripcin de lo social en las cosas y los cuerpos (tanto de los dominantes como de los dominados, segn el sexo, la etnia, la posicin social o cualquier otro factor discriminador), con los efectos de violencia simblica resultantes. La labor de legitimacin del orden establecido se ve extraordinariamente facilitada por el hecho de que se efecta de forma casi automtica en la realidad del mundo social. Los procesos que producen y reproducen el orden social, tanto en las cosas, los museos, por ejemplo, o los mecanismos objetivos que tienden a reservar el acceso a ellos a los mejor provistos de capital cultural heredado, por ejemplo, como en los cuerpos, mediante los mecanismos que garantizan la transmisin hereditaria de las disposiciones y su olvido, proporcionan a la percepcin abundantes evidencias tangibles, a primera vista indiscutibles, ptimas para conferir a una representacin ilusoria todas las apariencias de un fundamento en lo real. En pocas palabras, el orden social, en lo esencial, produce su propia sociodicea. De modo que basta con dejar que acten los mecanismos objetivos, o que acten sobre nosotros, para otorgar al orden establecido, sin siquiera saberlo, su ratificacin. Y quienes salen en defensa del orden simblico amenazado por la crisis o la crtica, pueden limitarse a invocar las evidencias del sentido comn, es decir, la visin de s mismo que, salvo que ocurra una incidencia extraordinaria, el mundo social logra imponer. Podra decirse que si el orden establecido est tan bien defendido, es porque basta con un tonto para defenderlo.

En la existencia corriente, las operaciones de clasificacin mediante las cuales los agentes sociales elaboran el mundo tienden a hacerse olvidar como tales al realizarse en las unidades sociales que producen familia, tribu, regin, nacin-, las cuales cuentan con todas las apariencias de las cosas (como la trascendencia y la resistencia). De igual modo, en los campos de produccin cultural, los conceptos que empleamos (poder, prestigio, trabajo) y las clasificaciones que implicamos explcita (mediante las definiciones y las nociones) o tcitamente (en particular, mediante las divisiones en disciplinas o especialidades), nos utilizan tanto como los utilizamos, y la automatizacin es una forma especfica de represin que remite al inconsciente los propios instrumentos del pensamiento. Slo la crtica histrica, arma capital de la introspeccin, puede libertar el pensamiento de las imposiciones que se ejercen sobre l cuando, dejndose llevar por las rutinas del autmata, trata como si fueran cosas unas construcciones histricas codificadas. Hasta este punto puede resultar funesto el rechazo de la historicizacin que, para muchos pensadores, es constitutivo del propio propsito filosfico y deja el campo libre a los mecanismos histricos que simula ignorar.

Sentido prctico y labor poltica. As pues, slo puede describirse realmente la relacin entre los agentes y el mundo a condicin de situar en su centro el cuerpo, y el proceso de incorporacin, que tanto el objetivismo fisicalista como el subjetivismo marginalista ignoran. Las estructuras del espacio social (o de los campos) moldean los cuerpos al inculcarles, por medio de los condicionamientos asociados a una posicin en ese espacio, las estructuras cognitivas que dichos condicionamientos les aplican. Ms precisamente, el mundo social, debido a que es un objeto de conocimiento para quienes estn incluidos en l, es en parte el producto, cosificado o incorporado, de todos los actos de conocimientos diferentes (y rivales de los que es objeto; pero esas tomas de posicin sobre el mundo dependen, en su contenido y su forma simblica, de la posicin que quienes las producen ocupan en l, y slo el analysis situs permite establecer esos puntos de vista como tales, es decir, como visiones parciales tomadas a partir de un punto (situs) en el espacio social. Y ello sin olvidar que esos puntos de vista determinados tambin son determinantes: contribuyen, en grados diferentes, a hacer, deshacer y rehacer el espacio, en la lucha de los puntos de vista, las perspectivas, las clasificaciones.

El espacio social no se reduce, pues, a un mero contexto de conciencia, en el sentido del interaccionismo, es decir, a un universo de puntos de vista que se reflejan unos a otros indefinidamente. Es el espacio, relativamente estable, de la coexistencia delos puntos de vista, en el doble sentido de posiciones en la estructura de la disposicin del capital (econmico, de la informacin, social) y los poderes correspondientes, pero tambin de reacciones prcticas a ese espacio o representaciones de ese espacio, producidas a partir de esos puntos mediante los habitus estructurados y doblemente informadas por la estructura del espacio y la de los esquemas de percepcin que se le aplican.

Los puntos de vista, en el sentido de tomas de posicin estructuradas y estructurantes acerca del espacio social o un campo particular, son, por definicin, diferentes, y rivales. Para explicar que todos los campos son espacio de rivalidades y conflictos, no hace falta invocar una naturaleza humana egosta o agresiva, o vaya uno a saber qu voluntad de poder: adems de la inversin en las apuestas que define la pertenencia al juego y que, comn a todos los jugadores, los opone y los implica en la competencia, es la propia estructura del campo, es decir, la estructura de la distribucin (desigual) de las diferentes especies de capital, la que, al engendrar la excepcionalidad de determinadas posiciones y los beneficios correspondientes, propicia las estrategias que tienden a destruir o reducir esa excepcionalidad, mediante la apropiacin de las posiciones excepcionales, o a conservarla, mediante la defensa de esas posiciones.

El espacio social, es decir, la estructura de las distribuciones, es, a la vez, el fundamento de las tomas de posicin antagonistas sobre el espacio, es decir, en particular, sobre la distribucin, y una apuesta de luchas y confrontacin entre los puntos de vista (que, hay que decirlo y repetirlo para no caer en la ilusin escolstica, no son necesariamente representaciones, tomas de posicin explcitas, verbales): esas luchas por imponer la visin y la representacin legtimas del espacio, la orto-doxia, que, en el campo poltico, recurren a menudo a la profeca o la previsin, tratan de imponer unos principios de visin y divisin etnia, regin, nacin, clase, etc.- que, mediante el efecto de self fulfilling prophecy, pueden contribuir a formar grupos. Tienen un efecto inevitable, sobre todo, cuando se instituyen en un campo poltico (a diferencia, por ejemplo, de las luchas soterradas entre los sexos de las sociedades arcaicas): el de permitir el acceso a la explicacin es decir, al estado de opinin constituida, de una fraccin ms o menos amplia de la dxa sin conseguir jams, incluso en las situaciones ms crticas de los universos ms crticos, el desvelamiento total que constituye el propsito de la ciencia social, es decir la suspensin total de la sumisin dxica al orden establecido.

Cada agente tiene un conocimiento prctico, corporal, de su posicin en el espacio social, un sense of ones place (Goffman), un sentidod e su lugar (actual y potencial) convertido en un sentido de la colocacin que rige su propia experiencia del lugar ocupado, definido absoluta y, sobre todo, relacionalmente, como puesto, y los comportamientos que ha de seguir para mantenerlo (conservar su puesto), y mantenerse en l (quedarse en su lugar, etc.). El conocimiento prctico que proporciona este sentido de la posesin adopta la forma de la emocin (malestar de quien se siente desplazado, o sensacin de bienestar asociada a la conviccin de estar en el lugar que corresponde), y se expresa mediante comportamientos como evitar o ajustar de modo inconsciente ciertas prcticas, por ejemplo, cuidar la elocucin (en presencia de una persona de rango superior) o, en situaciones de bilingismo, elegir la lengua adaptada a la situacin. Este conocimiento orienta las intervenciones en las luchas simblicas de la existencia cotidiana que contribuyen a la elaboracin del mundo social de forma menos visible, pero igual de eficaz, que las luchas propiamente tericas que se desarrollan en el seno de los campos especializados (poltico, burocrtico, jurdico y cientfico, en particular), es decir, en el orden de las representaciones simblicas, las ms de las veces discursivas.

Pero, en tanto, que sentido prctico, este sentido de la colocacin actual y potencial est disponible para mltiples explicaciones. De ello se deriva la interdependencia relativa, respecto a la posicin, de la toma de posicin explcita, la opinin enunciada verbalmente que abre la va para la accin propiamente poltica de representacin: accin de portavoz, que eleva al orden de representacin verbal o, por as decirlo, teatral la experiencia supuesta de un grupo y puede contribuir a su existencia al presentarlo como el que habla (con una sola voz) por medio de su voz, o incluso puede hacerlo visible en cuanto tal por el mero hecho de exigirle que se manifieste en una exhibicin pblica comitiva, procesin, desfile o, en la poca moderna, manifestacin- y que proclame de este modo ante todos su existencia, su fuerza (ligada al nmero), su voluntad. El sense of ones place es un sentido prctico (que nada tiene que ver con lo que se suele incluir en la nocin de conciencia de clase), un conocimiento prctico que no se conoce a s mismo, una docta ignorancia que, en tanto que tal, puede ser vctima de esa forma singular de desconocimiento, que consiste en reconocerse equivocadamente en una forma particular de representacin y explicitacin pblica de la dxa.

La lucha poltica es una lucha cognitiva (prctica y terica) por el poder de imponer la visin legtima del mundo social, o, ms precisamente, por el reconocimiento, acumulado en forma de capital simblico de notoriedad y respetabilidad, que confiere autoridad para imponer el conocimiento legtimo del sentido del mundo social, su significado actual y la direccin en la que va y debe ir. La labor de worldmaking que consiste en separar y unir, a menudo a un mismo tiempo (Goodman), en unir y separar, tiende, cuando se trata del mundo social, a elaborar e imponer los principios de divisin adecuados para conservar o transformar ese mundo transformando la visin de sus divisiones y, por lo tanto, de los grupos que lo componen y sus relaciones. Se trata, en cierto sentido, de una poltica de la percepcin con el propsito de mantener o subvertir el orden de las cosas transformando o conservando las categoras mediante las cuales es percibido, mediante las palabras con las que se expresa: el esfuerzo por informar y orientar la percepcin y el esfuerzo por explicitar la experiencia prctica del mundo van parejos, puesto que una de las apuestas de la lucha simblica es el poder de conocimiento, es decir, el poder sobre los instrumentos incorporados de conocimiento, los esquemas de percepcin y evaluacin del mundo social, los principios de divisin que, en un momento dado del tiempo, determinan la visin del mundo (rico/pobre, blanco/negro, nacional/extranjero, etc.), y en el poder de hacer ver y hacer creer que este poder implica.

La institucin del Estado como detentador del monopolio de la violencia simblica legtima pone, por su propia existencia, un lmite a la lucha simblica de todos contra todos por ese monopolio (es decir, por el derecho a imponer el propio principio de visin), y arrebata as cierto nmero de divisiones y principios de divisin a esa lucha. Pero, al mismo tiempo, convierte al propio Estado en una de las mayores apuestas en la lucha por el poder simblico. En efecto, el Estado es, por antonomasia, el espacio de la imposicin del nomos, como principio oficial y eficiente de elaboracin del mundo, por ejemplo, mediante los actos de consagracin y homologacin que ratifican, legitiman, regularizan situaciones o actos de unin (matrimonio, contratos varios, etc.) o de separacin (divorcio, ruptura de contrato), elevados de este modo del estado de medo hecho contingente, oficioso, incluso oculto, al status de hecho oficial, conocido y reconocido por todos, publicado y pblico.

La forma por antonomasia del poder simblico de elaboracin socialmente instituido y oficialmente reconocido es la autoridad jurdica, pues el derecho es la objetivacin de la visin dominante reconocida como legtima o, si lo prefieren, de la visin del mundo legtima, de la orto-doxia, avalada por el Estado. Una manifestacin ejemplar de este poder estatal de consagracin del orden establecido es el veredicto, ejercicio legtimo del poder de decir lo que es y hacer existir lo que enuncia, en un aserto preformativo universalmente reconocido (por oposicin al insulto, por ejemplo); o, asimismo, las partidas (de nacimiento, de matrimonio, de defuncin), otro aserto creador, anlogo al que lleva a cabo un intuitus originarius divino, que fija los nombres, pone fin a la discusin sobre la manera de nombrar al asignar una identidad (el carnet de identidad) o, a veces, incluso un ttulo, principio de constitucin de un cuerpo constituido.

El mundo social es fruto y apuesta, a la vez, de luchas simblicas, inseparablemente cognitivas y polticas, por el conocimiento y el reconocimiento, en las que cada cual persigue no slo la imposicin de una representacin ventajosa de s mismo, sino tambin el poder de imponer como legtimos los principios de la elaboracin de la realidad social ms favorables a su ser social (individual y colectivo, con las luchas acerca de los lmites de los grupos, por ejemplo), as como a la acumulacin de un capital simblico de reconocimiento. Estas luchas se desarrollan tanto en el orden de la existencia cotidiana como en el seno de los campos de produccin cultural que, aunque no estn orientados hacia ese nico fin, como el poltico, contribuyen a la produccin y la imposicin de principios de elaboracin y evaluacin de la realidad social.

La accin propiamente poltica de legitimacin se ejerce siempre a partir de este logro fundamental que es la adhesuin original al mundo tal como es, y la labor de los guardianes del orden simblico, que van de la mano con el sentido comn, consiste en tratar de restaurar, en el modo explcito de la ortodoxia, las evidencias primitivas de la doxa. Por el contrario, la accin poltica de movilizacin subversiva trata de liberar la fuerza potencial de rechazo que neutraliza el desconocimiento al efectuar, aprovechando una crisis, un desenmascaramiento crtico de la violencia fundadora ocultada por el ajuste entre el orden de las cosas y el orden de los cuerpos.

La labor simblica necesaria para liberarse de la evidencia silenciosa de la doxa y enunciar y denunciar la arbitrariedad que sta oculta supone unos instrumentos de expresin y crtica que, como las dems formas de capital, estn desigualmente distribuidos. En consecuencia, todo induce a creer que no resultara posible sin la intervencin de profesionales de la labor de explicitacin, las cuales, en determinadas coyunturas histricas, pueden convertirse en portavoces de los dominados sobre la base de solidaridades parciales y alianzas de hecho basadas en la homologa entre una posicin dominada en tal o cual campo de produccin cultural y la posicin de los dominados en el espacio social. Aprovechando una solidaridad de estas caractersticas, no carente de ambigedad, puede llevarse a cabo una transferencia de capital cultural, por ejemplo, con los intelectuales de los movimientos revolucionarios de la poca moderna, que permite a los dominados el acceso a la movilizacin colectiva y la accin subversiva contra el orden simblico establecido, y que tiene como contrapartida la virtualidad de la desviacin que est inscrita en la coincidencia imperfecta entre los intereses de los dominados y los de aquellos entre los dominantes-dominados que se convierten en portavoces de sus reivindicaciones o sus sublevaciones, sobre la base de una analoga parcial entre experiencias diferentes de la dominacin.

La doble verdad. No podemos limitarnos a la visin objetivista, que conduce al fisicalismo, y para la que existe un mundo social en s, que puede tratarse como una cosa, pues el investigador est en condiciones de tratar los puntos de vista, necesariamente partidistas y parciales, de los agentes como meras ilusiones. Tampoco podemos declararnos satisfechos con la visin subjetivista, o marginalista, para la cual el mundo social no es ms que el producto de la suma de todas las representaciones y todas las voluntades. La ciencia social no puede reducirse a una objetivacin incapaz de dar cabida cabalmente al esfuerzo de los agentes para elaborar su representacin subjetiva de s mismos y del mundo, a veces a pesar de todos los datos objetivos; no puede resumirse en una recopilacin de las sociologas espontneas y las folk theories, demasiado presentes en el discurso cientfico, donde se cuelan de rondn.

De hecho, el mundo social es un objeto de conocimiento para quienes forman parte de l, y que, comprendidos en l, lo comprenden, y lo producen, pero a partir del punto de vista que en l ocupan. No cabe, por lo tanto, excluir el percipere y el percipi, el conocer y el ser conocido, el reconocer y el ser reconocido, que constituyen el origen de las luchas por el reconocimiento y el poder simblico, es decir, por la imposicin de los principios de divisin, conocimiento y reconocimiento. Pero tampoco puede ignorarse que, en estas luchas propiamente polticas para modificar el mundo modificando sus representaciones, los agentes toman posiciones que, lejos de ser intercambiables, como pretende el perspectivismo fenomenista, dependen siempre, en realidad, de su posicin en el mundo social del que son fruto y que, sin embargo, contribuyen a producir.

Incapaces de declararnos satisfechos con la primera visin, y tampoco con aquella a la que da acceso la labor de objetivacin, slo podemos tratar de mantener unidos, para integrarlos, tanto el punto de vista de los agentes implicados en el objeto como el punto de vista sobre ese punto de vista que la labor de anlisis permite alcanzar al relacionar las tomas de posicin con las posiciones desde donde se han tomado. Sin duda porque la ruptura epistemolgica supone siempre una ruptura social que, sobre todo cuando permanece ignorada, puede inspirar una forma de desprecio del iniciado por el conocimiento comn, tratado como un obstculo que hay que destruir y no como un objeto que hay que comprender, es demasiado fuerte la tentacin y muchos caen en ella- de no ir ms all del momento objetivista y la visin parcial del listillo que, llevado por el malvolo placer de desengaar, omite introducir en su anlisis la primera visin, la verdad del pueblo sana, como dice Pascal, contra la que se han alzado sus elaboraciones. De modo que las renuencias que la objetivacin cientfica suscita a menudo, y que se experimentan y se expresan con una intensidad particular en los mundos de la investigacin, preocupados por defender el monopolio de su propia comprensin, no son todas ni siempre totalmente injustificadas.

Los juegos sociales son, en todo caso, muy difciles de describir en su doble verdad. En efecto, a los implicados no les interesa demasiado la objetivacin del juego, y quienes no lo estn a menudo se encuentra mal situados para experimentar y sentir aquello que slo se aprende y comprende si se participa en l, de modo que sus descripciones, en las que la evocacin de la experiencia maravillada del creyente brilla por su ausencia, tienen muchas posibilidades de pecar, en opinin de los participantes, de triviales y sacrlegas a la vez. El listillo, ensimismado en el placer de desmitificar y denunciar, ignora que aquellos a los que cree desengaar, o desenmascarar, conocen y rechazan a la vez la verdad que pretende revelarles. No puede comprender, y tenerlos en cuenta, los juegos de self deception, que permiten perpetuar la ilusin sobre uno mismo y salvaguardar una forma tolerable, o soportable, de verdad subjetiva frente a los llamamientos a las realidades y al realismo, a menudo con la complicidad de alguna institucin (la cual la universidad, por ejemplo, no obstante su aficin a las clasificaciones y las jerarquas- ofrece siempre a los amores propios satisfacciones compensatorias y premios de consolacin que sirven para trastornar la percepcin y la valoracin de uno mismo y los dems).

Pero las defensas que los individuos oponen al descubrimiento de su verdad no son nada comparadas con los sistemas de defensa colectivos desplegados para ocultar los mecanismos ms fundamentales del orden social, por ejemplo, los que rigen la economa de los intercambios simblicos. As, los descubrimientos ms incontrovertibles, como la existencia de una poderosa correlacin entre el origen social y el xito escolar, o entre el nivel de instruccin y las visitas a los museos, o, tambin, entre el sexo y las probabilidades de alcanzar las posiciones ms valoradas de los universos cientfico o artstico, pueden rechazarse en tanto que contraverdades escandalosas a las que se replicar con contraejemplos que se plantean como irrefutables (el hijo de mi portera estudia letras) o con negaciones que brotan, como lapsus, en las conversaciones elegantes y los escritos pretenciosos. En la medida en que su labor de objetivacin y descubrimiento lo lleva en mltiples ocasiones a producir la negacin de una denegacin, el socilogo tiene que contar con que sus descubrimientos van a ser a la vez anulados o rebajados en tanto que asertos triviales, conocidos desde tiempos inmemoriales, y violentamente combatidos, por la misma gente, como errores notorios sin ms fundamento que la malevolencia polmica o el resentimiento envidioso.

Dicho lo cual, no ha de escudarse en esas renuencias, muy parecidas a las que tan bien conoce el psicoanlisis, pero tal vez ms poderosas, porque las sostienen mecanismos colectivos, para olvidar que la labor de represin y las elaboraciones ms o menos fantasmagricas que produce forman parte de la verdad, con el mismo ttulo que lo que tratan de ocultar. Recordar, como hace Husserl, que la arch originaria Tierra no se mueve no significa una invitacin a rechazar el descubrimiento de Coprnico para sustituirlo, sin ms ni ms, por la verdad directamente experimentada (como hacen ciertos etnometodlogos, y dems defensores constructivistas de sociologas de la libertad, que rechazan los logros de cualquier labor de objetivacin, con el aplauso inmediato de todos los nostlgicos del regreso del sujeto y el fin, tan esperado, de lo social y las ciencias sociales). Significa tan slo incitar a mantener unidos el aserto de la objetivacin y el aserto, igual de objetivo, de la experiencia primera, que, por definicin, excluye la objetivacin. Se trata, ms precisamente, de imponerse sin tregua ni descanso la labor necesaria para objetivar el punto de vista escolstico que permite al sujeto objetivador adoptar un punto de vista sobre el punto de vista de los agentes implicados en la prctica, y para tratar de adoptar un punto de vista singular, absolutamente inaccesible en la prctica: el punto de vista doble, bifocal, de quien, al haberse reapropiado su experiencia de sujeto emprico, comprendido en el mundo y por ello capaz de comprender el hecho de la implicacin y todo lo que le es implcito, trata de inscribir en la reconstruccin terica, inevitablemente escolstica, la verdad de aquellos que no tienen ni el inters, ni la oportunidad, ni los instrumentos necesarios para empezar a apropiarse de la verdad objetiva y subjetiva de lo que hacen y lo que son.