17_los buenos malos libros

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    “Los buenos malos libros”, de George Orwell

    Versión de Javier Ahumada Aguirre

    * Egresado de la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruza-

    na. Ha publicado cuento y reseñas literarias y cinematográfcas en medios

    culturales como La Palabra y el Hombre, La Nave, Paideia  y Contrapunto.

    Ha recibido premios y menciones honorífcas en diversos concursos litera-

    rios nacionales en la categoría de cuento.

    Nota preliminar:  Inmortal por dos novelas me-morables sobre el autoritarismo y los gobiernostotalitarios del siglo pasado (Rebelión en la granja y1984), George Orwell fue también un prolíco cro-nista de la cultura inglesa que llegó a publicar másde 500 artículos periodísticos, muchos de ellosejemplo de su honestidad intelectual y voz críticarespecto a los problemas sociales de su época; yotros tantos, muestra palpable de su genio, inte-rés y gustos literarios. A este último grupo perte-nece el presente ensayo, hasta ahora inédito en es-pañol, originalmente aparecido en noviembre de1945 en el Tribune de Londres, recopilado despuésen los volúmenes Shooting an Elephant and Other Es-says (1950) y The Collected Essays, Journalism and Let-ters of George Orwell (1968).

    Lo ofrecemos como recordatorio de la prosa reta-dora de ese escritor cuya obra tendía siempre a indu-cir una polémica abierta a través de un lenguaje llanoy lúcido, que en este caso, raro para un hombre deletras, incluso prescinde de la erudición para ponersobre la mesa una visión aún vigente de los cánonesliterarios que constantemente parecen redenirse de

    acuerdo con su época y otros criterios imprecisos, ini-ciando así un razonamiento sobre la perdurabilidadde obras “menores” que, por razones estrictamente li-terarias, acaso merecerían el mismo olvido al que hansido condenados ciertos libros “serios” que en efectose han vuelto ilegibles con el paso del tiempo; lo queabona aún otra interrogante a la discusión más intrin-cada de la crítica literaria: aquélla referida a la no re-cíproca relación entre calidad, fama y supervivencia.

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    No hace mucho tiempo un editor me comi-sionó para que escribiera el prólogo de una

    reedición de cierta novela de Leonard Merrick.Su sello editorial, tal parece, planea reimprimiruna extensa serie de obras menores, parcialmen-te olvidadas, del siglo XX. Es un servicio valiosoen estos días sin libros y bien podría decir que

    envidio a la persona que se encargará de exploraren las librerías de tres peniques, cazando algunacopia perdida de un libro que fue su favorito alláen los días de la infancia.

    Y es que hay un tipo de obra que difícilmen-te se produce en estos días, pero que oreció congran riqueza a nales del siglo XIX  y principiosdel XX, aquel que Chesterton llamó el “buen mallibro”: ese que no tiene mayor pretensión litera-ria, pero sigue siendo legible aún después de que

    otros más serios han perecido. Algunos títulosevidentemente sobresalientes en este renglónserían aquéllos de Rafes y de Sherlock Holmes,que han conservado su lugar mientras innumera-bles “novelas de iniciación”, “documentos huma-nos” y “terribles acusaciones” acerca de tal o cualasunto grave han caído con todo merecimientoen el olvido (¿quién ha envejecido mejor, ConanDoyle o Meredith?). Casi en la misma clase que

    Hay un po de obra que dicilmente se pro-

    duce en estos días, pero que oreció con gran

    riqueza a fnales del siglo XIX y principios del

    XX, aquel que Chesterton llamó el “buen mal

    libro”: ese que no ene mayor pretensión li-

    teraria, pero sigue siendo legible aún después

    de que otros más serios han perecido.

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    dio, un brillante ejercicio de lo macabro. Un poco

    más tardío fue Peter Blundell, quien escribió al esti-lo de W. W. Jacobs acerca de los puertos marinos enlas ciudades del Lejano Oriente y quien parece inex-plicablemente olvidado, a pesar de que H. G. Wellspublicara diversos escritos alabándolo.

    Sin embargo, todos los títulos a los que me he ve-nido reriendo francamente son literatura “escapista”.Conciertan un oasis placentero en la memoria de cadaquien; son rincones silenciosos en los que la mentepuede perderse durante momentos fatigosos, pero di-

    fícilmente aspiran a tener algo que ver con la vida real.Además, hay otro tipo de buen mal libro con in-tenciones un poco más serias cuya estructura, meparece, postula una cuestión tocante a la naturalezade la novela y a las razones de su actual decadencia.Durante los últimos cincuenta años ha habido unalarga serie de autores —algunos de los cuales siguenpublicando— a quienes es imposible calicar como“buenos” bajo ningún estándar estrictamente litera-

    aquéllos, ubicaría a los primeros cuentos de R. Aus-tin Freeman —“El hueso cantante”, “El ojo de Osi-ris” y otros—, el Max Carrados de Ernest Bramah y,bajando un poquito el estándar, el thriller   tibetanode Guy Boothby, Dr. Nikola, esa especie de versióninfantil de Los viajes en Tartaria de Hue, que proba-blemente haría que una visita auténtica a Asia Cen-tral no fuera más que un lúgubre anticlímax.

    Pero además de las novelas detectivescas o desuspenso, en ese periodo están también los escri-tores humorísticos de segundo orden. Por ejemplo,Pett Ridge —aunque admito que sus libros más ex-tensos ya no me parecen legibles—, E. Nesbit (Losbuscadores de tesoros), George Birmingham, quien era

    bueno siempre y cuando se abstuviera de abordartemas políticos, el pornógrafo Binstead (“Pitcher”del  Pink ‘Un) y, si se incluyen libros norteamerica-nos, las historias de Penrod que redactara BoothTarkinton. Un escalón arriba de la mayoría de éstos,se ubica Barry Pain. Algunas de sus páginas humo-rísticas, supongo, aún se imprimen y circulan, peroaunque se puedan conseguir, preero un libro queahora debe ser muy raro de hallar: El octavo de Clau-

    La existencia de la buena mala literatura —el hecho de que uno pueda

    emocionarse o divertrse o incluso conmoverse por un libro que el propio

    intelecto simplemente se rehúsa a tomar en serio— es un recordatorio

    de que el arte no equivale a una cerebración.

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    rio, pero que son novelistas innatos cuya escri-tura parece alcanzar cierto grado de sinceridada raíz de que no los inhibe el buen gusto. En estaclase ubico al propio Leonard Merrick, a W. L.George, J. D. Beresford, Ernest Raymond, MaySinclair y —en un nivel un poco más bajo quelos anteriores, aunque esencialmente de la mis-ma índole— A. S. M. Hutchinson.

    En su mayoría, éstos han sido escritores pro-lícos y su producción, naturalmente, ha varia-

    do en cuanto a calidad. Pero en cada caso estoypensando en sólo uno o dos libros de verdaddestacados, por ejemplo: Cynthia de Merrick, Uncandidato para la verdad de J. D. Beresford, Calibán de W. L. George, El laberinto combinado de MaySinclair y Nosotros, los acusados  de Ernest Ra-ymond. En cada uno de éstos el autor ha sidocapaz de identicarse a sí mismo con sus perso-najes imaginados, de sentir lo mismo que ellosy, actuando como su representante, de invitar

    a los lectores a que simpaticen con ellos; todo con

    una especie de resignación o indiferencia que a al-gunas personas más inteligentes les parecería difícilde lograr. Ellos constatan el hecho de que para unnarrador el renamiento intelectual puede ser unadesventaja de la misma manera que lo sería para uncomediante de teatro de variedades.

    Tomemos, verbigracia, a Nosotros, los acusados deErnest Raymond: una historia de asesinatos pe-culiarmente sórdida y convincente, que con todaprobabilidad se basó en el caso Crippen.1 Creo que

    esta obra mucho se benecia del hecho de que suautor sólo comprende a medias la patética vulgari-dad de los personajes acerca de los que escribe, yaque, por ende, se abstiene de despreciarlos. Quizáincluso —como en Una tragedia americana de Theo-

    dore Dreiser— se enriquezca un poco a partir de latorpe y tediosamente larga manera en que está es-crita; los detalles se apilan uno sobre otro, sin queel autor haga el menor intento de elegir entre lo útily lo superuo, no obstante, gracias a ese proceso seconstruye un efecto de terrible y pesada crueldad.

    Algo similar ocurre con Un candidato para la verdad.Aquí no es el mismo tipo de torpeza, pero sí hay lamisma habilidad para tomarse en serio los proble-mas de la gente común. Igual pasa con Cynthia y, a

    todas luces, con la primera parte de Calibán. La ma-yoría de lo que W. L. George escribió eran tonteríasinservibles, pero en este libro en particular, basadoen la carrera de Northcliffe, logró algunos memora-bles y sinceros retratos de la existencia entre la cla-se media londinense. Es probable que ciertas partesde este libro sean autobiográcas, pues una de lasventajas de los buenos malos escritores es que igno-ran la vergüenza al momento de la autobiografía. Elexhibicionismo y la autocompasión son la perdicióndel novelista, y aun así, si éste les tiene miedo o les

    rehúye, su don creativo sufrirá a nal de cuentas.La existencia de la buena mala literatura —el

    hecho de que uno pueda emocionarse o divertirse oincluso conmoverse por un libro que el propio in-telecto simplemente se rehúsa a tomar en serio—es un recordatorio deque el arte no equiva-le a una cerebración.Me imagino que me-diante cualquier exa-

    men que pudiera con-cebirse, Carlyle siem-pre sería calicadocomo un hombre másinteligente que Tro-llope. Sin embargo,Trollope sigue siendolegible y Carlyle no:con toda su astucia

    1 El autor se reere a Hawley Harvey Crippen, generalmente conocido como

    el “Doctor Crippen”, un médico estadounidense que ha pasado a la historia

    como el primer asesino capturado con la ayuda del telégrafo.

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    no tuvo siquiera el in-genio necesario paraescribir en un lenguajesencillo y franco. Paralos novelistas, y estocasi vale igual para lospoetas, es muy difícil establecer la conexión entre

    la inteligencia y la facultad creativa. Un buen nove-lista puede ser un prodigio de autodisciplina comoFlaubert, o puede ser un disperso intelectual comoDickens. El talento que bastaría para establecer auna docena de escritores ordinarios se encuentravertido en eso que Wyndham Lewis llama sus no-velas, como Tarr  o Baronet presumido, salvo que leera integridad uno de estos libros sería una labor de-masiado ardua, pues hay una cualidad indefnible,especie de vitamina literaria, que existe incluso enun volumen como Si el invierno llega, pero está au-

    sente de los de Lewis.Aunque tal vez el ejemplo supremo del “buen mal

    libro” sea La cabaña del Tío Tom. Es un texto involun-tariamente ridículo, lleno de incidentes absurdos ymelodramáticos, pero también es profundamenteconmovedor y honesto en toda su esencia; resultadifícil decir cuál característica se impone sobre laotra. Sin embargo, La cabaña del Tío Tom, después detodo, es un intento de abordar con seriedad un temaque alude al mundo real. ¿Qué podemos decir de los

    escritores francamente escapistas, esos proveedoresde emociones y humor ligero? ¿Qué podemos decirde Las aventuras de Sherlock Holmes, Viceversa, Drácula,Los bebés de Helen o Las minas del Rey Salomón? Todosestos son en defnitiva libros absurdos, que más in-vitan a reírse de ellos que con ellos, que difícilmentehabrán sido tomados en serio siquiera por sus pro-pios creadores. Pero han sobrevivido y es muy pro-bable que continúen por esa ruta.

    Todo lo que se pue-de decir es que mientrasla civilización siga sin-tiendo una necesidadde distraerse de vez encuando, la literatura “li-

    gera” tendrá bien seguro su lugar; también, que existe

    algo así como una habilidad pura, prístina, una gracianatural que podrá sobrevivir con más facilidad que laerudición o la capacidad intelectual. Hay cancionesdel teatro de variedades que son mejores poemas quetres cuartas partes de lo que se lee en las antologías:

    Ven adonde beber cuesta menos,Ven adonde los platillos son más,Ven adonde el patrón es buena gente,¡Ven pero ya a la taberna de enfrente!2 

    Y una vez más:

    Adorables ojos negros¡Me sorprenden al mirar!Sólo dicen “te equivocas”,¡adorables ojos negros!3 

    Por mucho, yo preferiría haber escrito cualquierade esos dos que, digamos, “La damisela bendita” o“Amor en el valle”.4 Y siguiendo ese mismo criterio,apostaría seguro a que La cabaña del Tío Tom sobre-vivirá a las obras completas de Virginia Woolf o de

    George Moore, aunque no conozco un solo análisisestrictamente literario que pudiera explicar dóndereside su superioridad.

    2 Come where the booze is cheaper,/ Come where the pots hold more,/

    Come where the boss is a bit of a sport,/ Come to the pub next door!3 Two lovely black eyes/ Oh, what a surprise!/ Only for calling another man

    wrong,/ Two lovely black eyes!4 El primer poema nombrado es de Dante Gabriel Rose; el segundo, de

    George Meredith.

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