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    Que hayamos soado este acontecimiento, que todo el mundo sinexcepcin lo haya soado porque nadie puede negar el imaginar la

    destruccin de una potencia que ha alcanzado tal hegemona, eso eslo que resulta inaceptable para la conciencia moral occidental, siendosin embargo, un hecho que est justamente a la altura de la violencia

    pattica de todos los discursos que quieren borrarlo.

    Despus de todo, son ellos quienes lo han hecho, pero somosnosotros quienes lo hemos querido. Si no se tiene en cuenta esto, elacontecimiento pierde toda dimensin simblica; sera un accidente

    puro, un acto puramente arbitrario, la fantasmagora sangrienta dealgunos fanticos a quienes tan slo habra que suprimir. Ahora bien,sabemos perfectamente que no es as. De aqu parte todo el deliriocontra-fbico del exorcismo del mal: pues l est aqu, por todas

    partes, como un oscuro objeto del deseo. Sin esta complicidadprofunda, el acontecimiento no tendra la repercusin que ha tenido, yen su estrategia simblica, los terroristas saben sin duda alguna que

    pueden contar con esta complicidad inconfesable.

    Esto sobrepasa con creces el odio hacia la potencia mundial porparte de los desheredados y los explotados, aquellos que han cado enel lado malo del orden mundial. Este malvado deseo est en el coraznmismo de aquellos que comparten los beneficios. La alergia a todoorden definitivo, a todo poder definitivo, afortunadamente esuniversal, y las dos torres del World Trade Center, justo en sugemelidad, encarnaban perfectamente ese orden definitivo.

    No hay necesidad de una pulsin de muerte o de destruccin, niincluso de efecto perverso. Lgica e inexorablemente, el incrementode poder de la potencia exacerba la voluntad de destruirla, siendo ellacmplice de su propia destruccin. Cuando las dos torres sedesplomaron, se tena la impresin de que respondan con su propiosuicidio al suicidio de los pilotos-suicidas. Se ha dicho: Dios no

    puede declararse la guerra a s mismo. Pues bien, s puede.Occidente, en posicin de Dios (de omnipotencia divina y legitimidadmoral absoluta) se convierte en suicida y se declara la guerra a smismo.

    Las innumerables pelculas-catstrofes dan testimonio de estefantasma que evidentemente conjuran en la imagen, diluyendo todo

    bajo los efectos especiales. Pero la atraccin universal que ejercen, aligual que la pornografa, muestra que el paso al acto est siemprecerca la veleidad de denegacin de todo sistema es ms fuerte entanto se acerca a la perfeccin o a la omnipotencia.

    De otro lado, es probable que los terroristas (tal como losexpertos!) no hayan previsto el derrumbe de las Torres Gemelas, quefueron, mucho ms que el pentgono, el shocksimblico ms fuerte.

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    El derrumbe simblico de todo un sistema se ha llevado a cabomediante una complicidad imprevisible, como si, derrumbndose a s

    mismas, suicidndose, las torres hubiesen entrado en el juego paraconcluir el acontecimiento.

    En un sentido, es el sistema entero quien, por su fragilidad interna,se presta para la accin inicial. En cuanto ms se concentremundialmente el sistema, constituyendo en ltimas una nica red, msvulnerable ha de volverse en un solo punto (desde el fondo de sucomputador porttil, un solitario hacker filipino haba logrado yalanzar el virusI love you, que dio la vuelta al mundo devastando redesenteras). En este caso, han sido dieciocho suicidas quienesdesencadenaron un proceso catastrfico global gracias al armaabsoluta de la muerte.

    Cuando la situacin es monopolizada as por la potencia mundial,cuando se est implicado en esta formidable condensacin de todas lasfunciones mediante la maquinera tecnocrtica y el pensamiento nico,qu otra va hay diferente a una transmisin terrorista de situacin?Es el sistema mismo quien ha creado las condiciones objetivas de estaretorsin brutal. Recogiendo todas las cartas para l, obliga al Otro acambiar las reglas de juego. Y las nuevas reglas son feroces puestoque aquello que est en juego es feroz. En un sistema en el que elexceso de poder mismo plantea un desafo insoluble, los terroristasresponden con un acto definitivo en el que el intercambio es tambinimposible. El terrorismo es el acto que restituye una singularidad

    irreductible en el corazn de un sistema de intercambio generalizado.Todas las singularidades (las especies, los individuos, las culturas) quehan pagado con su muerte la instalacin de una circulacin mundialregida por una sola potencia, se vengan hoy mediante esta transmisinterrorista de situacin.

    Terror contra terror: ya no hay ideologa detrs de todo esto. Ahoraestamos mucho ms lejos de lo ideolgico y de lo poltico. Ningunaideologa, ninguna causa, ni siquiera islmica, puede dar cuenta de laenerga que alimenta el terror. Esto ni siquiera apunta ya a transformarel mundo, esto apunta (como las herejas en su tiempo) a radicalizarlomediante el sacrificio, mientras que el sistema pretende realizarlomediante la fuerza.

    El terrorismo, como los virus, est por todas partes. Hay unadifusin mundial del terrorismo, algo as como la sombra producida

    por todo sistema de dominacin dispuesto a despabilar en todas partescomo un espa doble. Ya no hay lnea de demarcacin que permitadelimitarlo, est en el corazn mismo de esta cultura que lo combate,y la fractura visible (y el odio) que opone sobre el plano mundial losexplotados y los subdesarrollados al mundo occidental, unesecretamente la fractura interna al sistema dominante. ste puede

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    hacer frente a todo antagonismo visible. Pero el otro posee unaestructura virulenta como si todo aparato de dominacin secretara su

    antidispositivo, su propio fermento de desaparicin y contra estaforma de reversin casi automtica de su propio poder el sistema esimpotente. En consecuencia, el terrorismo es la onda de choque deesta reversin silenciosa.

    No es pues un choque de civilizaciones ni de religiones, esto vamucho ms lejos del Islam y de Estados Unidos, sobre los cuales se haintentado focalizar el conflicto para dar la ilusin de unenfrentamiento visible y de una solucin de fuerza. Se trataciertamente de un antagonismo fundamental que, no obstante, seala atravs del espectro de Estados Unidos (que es tal vez el epicentro,

    pero de ningn modo la encarnacin de la mundializacin por s solo)

    y a travs del espectro del Islam (que tampoco es la encarnacin delterrorismo), la mundializacin triunfante enfrentada consigo misma.En este sentido, se puede hablar sin duda de una guerra mundial, no latercera, sino la cuarta y la nica verdaderamente mundial, pues lo que

    pone en juego es la mundializacin misma. Las dos primeras guerrasmundiales respondan a la imagen clsica de la guerra. La primera

    puso fin a la supremaca de Europa y de la era colonial. La segundapuso fin al nazismo. La tercera que sin duda tuvo lugar bajo laforma de guerra fra y de disuasin, puso fin al comunismo. En eltrnsito de una a otra, nos hemos acercado cada vez ms a un ordenmundial nico. Habiendo llegado virtualmente a su trmino, ste sehalla enfrentado hoy a las fuerzas antagonistas difundidas por doquier

    en el corazn mismo de lo mundial, en todas las convulsionesactuales. Guerra fractal de todas las clulas, de todas lassingularidades que se sublevan bajo la forma de anticuerpos.Enfrentamiento tan inaprehensible que de vez en cuando es necesariosalvar la idea de la guerra mediante unas escenografas espectaculares,tales como las del Golfo o actualmente la de Afganistn. Pero lacuarta est en otra parte. Est en lo que ronda a todo orden mundial, atoda dominacin hegemnica (si el Islam dominara el mundo, elterrorismo se levantara contra el Islam). Pues es el mundo mismoquien se resiste a la mundializacin.

    El terrorismo es inmoral. El acontecimiento del World TradeCenter, ese desafo simblico, es inmoral, y responde a unamundializacin en s misma inmoral. Entonces, seamos nosotrosmismos inmorales, y si queremos comprender algo de esto, llevemosla mirada un poco ms all del Bien y del Mal. Ya que tenemos unacontecimiento que desafa no slo la moral, sino tambin toda formade interpretacin, tratemos de tener la inteligencia del Mal. El puntocrucial est justamente aqu: en el contrasentido total de la filosofaoccidental, la [filosofa] de las Luces, en lo que corresponde a larelacin del Bien con el Mal. Creemos ingenuamente que el progresodel Bien, su incremento de poder en todos los dominios (ciencias,

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    tcnicas, democracia, derechos humanos) corresponde a una derrotadel Mal. Nadie parece haber comprendido que el Bien y el Mal

    aumentan su potencial al mismo tiempo y segn el mismomovimiento. El triunfo de uno no acarrea la desaparicin del otro, porel contrario. Se considera el Mal, metafsicamente, como unaimperfeccin accidental, pero este axioma, de donde se desprendentodas las formas maniquestas de lucha del Bien contra el Mal, esilusorio. El Bien no reduce al Mal, ni tampoco a la inversa: son a lavez irreductibles el uno al otro y su relacin es inextricable. En elfondo, el Bien slo podra poner en jaque al Mal renunciando a ser elBien, puesto que, apropindose el monopolio mundial del poder,ocasiona por eso mismo un efecto reversible de una violencia

    proporcional.

    En el universo tradicional haba an una balanza del Bien y delMal segn una relacin dialctica que aseguraba de algn modo latensin y el equilibrio del universo moral, un poco como en la guerrafra, donde el cara-a-cara de las dos potencias aseguraba el equilibriodel terror. As pues, ninguna supremaca del uno sobre el otro. Esta

    balanza se rompe a partir del momento en que haya una extrapolacintotal del Bien (hegemona de lo positivo sobre cualquier forma denegatividad, exclusin de la muerte, de toda fuerza potencialmenteadversa, triunfo de los valores del Bien en todo sentido). A partir deah, el equilibrio se ha roto, y es como si el Mal retomara entonces unaautonoma invisible, desarrollndose en lo sucesivo de un modoexponencial.

    Guardando las proporciones, es un poco lo que se ha producido enel orden poltico con la desaparicin del comunismo y el triunfomundial de la potencia liberal: surgi entonces un enemigo fantasmal,

    propagndose sobre todo el planeta, filtrndose por todos lados comoun virus, surgiendo de todos los intersticios de la potencia: el Islam.Pero el Islam slo es el frente mvil de cristalizacin de esteantagonismo. Este antagonismo se halla en todas partes y en cada unode nosotros. As pues, terror contra terror. Pero terror asimtrico. Y esesta asimetra la que deja a la omnipotencia mundial completamentedesarmada. En el enfrentamiento consigo misma, slo puede hundirseen su propia lgica de relaciones, sin poder jugar sobre el terreno deldesafo simblico y de la muerte, de la cual ya no tiene ninguna idea

    puesto que la ha excluido de su propia cultura.

    Hasta aqu, esta potencia integrante ha logrado con creces absorbery reabsorber toda crisis, toda negatividad, creando por esto mismo unasituacin profundamente desesperante (no slo para los condenados dela tierra, sino tambin para los acomodados y los privilegiados, en sucomodidad radical). El acontecimiento fundamental consiste en quelos terroristas han cesado de suicidarse en pura prdida, en que ponenen juego su propia muerte de manera ofensiva y eficaz, segn una

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    intuicin estratgica que es simplemente la de la inmensa fragilidaddel adversario, la de un sistema llegado a su cuasi-perfeccin, y de

    golpe vulnerable al ms mnimo destello. Han logrado hacer de supropia muerte un arma absoluta contra un sistema que vive de laexclusin de la muerte, cuyo ideal es el de cero muerte. Todo sistemade cero muerte es un sistema de suma nula. Y todos los medios dedisuasin y de destruccin nada pueden contra un enemigo que hahecho ya de su muerte un arma contra-ofensiva. Qu importan los

    bombardeos americanos! Nuestros hombres tienen tanto deseo demorir como los americanos de vivir!. De ah la inequivalencia de los7.000 muertos infligidos de un solo golpe a un sistema de cero muerte.

    As pues, aqu todo se juega desde la muerte, no slo por la brutalirrupcin de la muerte en directo, en tiempo real, sino adems por la

    irrupcin de una muerte mucho ms que real: simblica y sacrificial,es decir, el acontecimiento absoluto y sin apelacin.

    Tal es el espritu del terrorismo.

    No atacar nunca el sistema en trminos de relaciones de fuerzas ste es el imaginario (revolucionario) impuesto por el sistema mismoque slo sobrevive induciendo sin cesar a quienes lo atacan a combatirsobre el terreno de la realidad que es por siempre el suyo, sinodesplazar la lucha a la esfera simblica, donde la regla es la deldesafo, de la reversin, de la sobrepuja. Tal como la muerte, a la queslo puede respondrsele con una muerte igual o superior. Desafiar al

    sistema mediante un don al cual no puede corresponder ms que consu propia muerte y su propio hundimiento.

    La hiptesis terrorista consiste en que el sistema mismo se suicidaen respuesta a los mltiples desafos de la muerte y del suicidio. Puesni el sistema ni el poder escapan en s mismos a la obligacinsimblica, y es sobre esta trampa que reposa la nica oportunidad desu catstrofe. En este ciclo vertiginoso del imposible intercambio de lamuerte, la muerte del terrorista es un punto infinitesimal que, noobstante, provoca una aspiracin, un vaco y una conveccin enormes.Alrededor de este punto nfimo, todo el sistema, de lo real y de la

    potencia se vuelve denso, tetnico, se encoge en s mismo y se hundeen su propia sobre-eficacia.

    La tctica del modelo terrorista es la de provocar un exceso derealidad y hacer que el sistema se hunda bajo este exceso de realidad.Todo el escarnio de la situacin, al unsono con la violenciamovilizada del poder, se vuelven contra l, pues los actos terroristasson a la vez el espejo exorbitante de su propia violencia y el modelode una violencia simblica que le es prohibida, de la nica violenciaque l no puede ejercer: la de su muerte.

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    Por esta razn, todo el poder visible no puede hacer nada contra lamuerte nfima, pero simblica, de algunos individuos.

    Es preciso reconocer la evidencia de que ha nacido un terrorismonuevo, una forma de accin nueva que juega y se apropia de las reglasdel juego para perturbarlo ms. Esta gente no slo lucha con armasdesiguales, puesto que ponen en juego su propia muerte, a la cual nohay respuesta posible (son unos cobardes), sino que adems se hanapropiado de todas las armas de la potencia dominante. El dinero y laespeculacin burstil, las tecnologas informticas y aeronuticas, ladimensin espectacular y las redes mediticas: de la modernidad y lamundialidad han asimilado todo, sin cambiar su rumbo, que es el dedestruirlas.

    Colmo de la astucia, han utilizado la banalidad de la vida cotidianaamericana como mscara y doble juego. Durmiendo en sus suburbios,leyendo y estudiando en familia, antes de despertarse de un da paraotro como bombas de explosin diferida. El dominio infalible de estaclandestinidad es casi tan terrorista como el acto espectacular del 11de septiembre, pues hace sospechar de cualquier individuo:Cualquier ser inofensivo no es un terrorista en potencia? Si aquellos

    pasaron inadvertidos, entonces cada uno de nosotros es un criminalinadvertido (cada avin tambin se vuelve sospechoso), y en el fondotal vez es cierto. Esto corresponde quizs a una forma inconsciente decriminalidad potencial, disfrazada y meticulosamente inhibida, perosiempre susceptible, si no de resurgir, por lo menos de vibrar

    secretamente ante el espectculo del Mal. As, el acontecimiento seramifica hasta el detalle, fuente de un terrorismo mental todava mssutil.

    La diferencia radical es que los terroristas, disponiendo de lasarmas que son las del sistema, disponen adems de una fatal: su propiamuerte. Si se contentaran con combatir al sistema con sus propiasarmas, seran eliminados inmediatamente. Si ellos no opusieran alsistema ms que su muerte, desapareceran con igual velocidad en unsacrificio intil, cosa que el terrorismo ha hecho casi siempre hastaahora (como en los atentados suicidas palestinos) condenndose porello al fracaso.

    Todo cambia en cuanto conjuran todos los medios modernosdisponibles con esta arma altamente simblica. sta multiplica alinfinito el potencial destructor. Es esta multiplicacin de los factores(que nos parecen inconciliables) la que les da tal superioridad. Encambio, la estrategia de cero muerte, aquella de la guerra limpia,tecnolgica, deja precisamente de lado esta transfiguracin del poderreal mediante el poder simblico.

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    El problema se arma con el xito prodigioso de semejante atentado,y para comprender algo de esto es preciso alejarnos de nuestra ptica

    occidental para ver lo que pasa en la organizacin y en la cabeza delos terroristas. Semejante eficacia supondra en nosotros un mayorclculo, una mayor racionalidad, que nos cuesta imaginar en los otros.Y an as, como en cualquier organizacin racional o servicio secreto,habran todava imperfectos y cosas que se nos escaparan.

    Pues bien, el secreto de semejante xito est en otra parte. Ladiferencia es que en el caso de los suicidas no se trata de un contratode trabajo, sino de un pacto y de una obligacin sacrificial. Talobligacin est a salvo de cualquier desercin y de cualquiercorrupcin. El milagro consiste en haberse adaptado a la red mundial,al protocolo tcnico, sin perder nada de la complicidad con la vida y la

    muerte. Al contrario del contrato, el pacto no ata los individuos;incluso su suicidio no es un herosmo individual, es un actosacrificial colectivo sellado por una exigencia ideal. Y es laconjugacin de dos dispositivos, el de una estructura operacional conun pacto simblico, lo que hizo posible un acto tan desmesurado.

    No tenemos ya ninguna idea de lo que es un clculo simblico,como en elpokero en elpotlach: apuesta mnima, resultado mximo.Exactamente lo que obtuvieron los terroristas en el atentado deManhattan, que ilustrara demasiado bien la teora del caos: un choqueinicial que provoca consecuencias incalculables, mientras que eldespliegue gigantesco de los americanos (Tormenta del Desierto)

    obtiene tan solo unos efectos irrisorios (el huracn que termina, pordecirlo as, en un aleteo de mariposa).

    El terrorismo suicida era un terrorismo de pobres, ste es unterrorismo de ricos. Y es esto particularmente lo que nos produceterror: que se han vuelto ricos (tienen todos los medios) sin cesar dequerer arruinarnos. Claro est, segn nuestro sistema de valores, elloshacen trampa: no es un juego poner en juego su propia muerte. Perono les importa esto, y las nuevas reglas del juego ya no nos

    pertenecen.

    Todo vale para desacreditar sus actos. Se les trata de suicidas ymrtires, para aadir inmediatamente que el martirio no pruebanada, que no tiene nada que ver con la verdad, que es incluso (citandoa Nietzsche) el enemigo nmero uno de la verdad. Desde luego, sumuerte no prueba nada, pero no hay nada que probar en un sistema enque la verdad misma es inasequible; o bien, somos nosotros quienes

    pretendemos detentarla? De otro lado, este argumento altamente moralse invierte. Si el martirio voluntario de los suicidas no prueba nada,entonces el martirio involuntario de las vctimas del atentado tampoco

    prueba nada, y hay algo inconveniente y obsceno en hacer de ello un

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    argumento moral (esto no prejuzga en nada su sufrimiento y sumuerte).

    Otro argumento de mala fe: estos terroristas cambian su muerte porun lugar en el paraso. Su acto no es gratuito, y en consecuencia, no esautntico. Sera gratuito slo si no creyeran en Dios, si la muerte fuerasin esperanza, como lo es para nosotros (a pesar de ello, los mrtirescristianos no contaban con otra cosa que esta equivalencia sublime).Entonces, an en este caso, ellos no luchan con armas iguales puestoque tienen derecho a la salvacin, de la cual nosotros ni siquiera

    podemos mantener la esperanza. As, nosotros representamos el duelode nuestra muerte, mientras que ellos pueden hacer de ella una apuestade muy alta definicin.

    En el fondo, todo esto, la causa, la prueba, la verdad, larecompensa, el fin y los medios, son formas de clculo tpicamenteoccidentales. Incluso la muerte la evaluamos en tasas de inters, entrminos de relacin calidad/precio. Clculo econmico que es unclculo de pobres que no tienen ni siquiera el valor de poner el precio.

    Qu puede ocurrir por fuera de la guerra, que es en s misma slouna pantalla de proteccin convencional? Se habla de bioterrorismo,de guerra bacteriolgica o de terrorismo nuclear. Pero esto nocorresponde en nada al orden del desafo simblico, sino ms bien alaniquilamiento sin frase, sin gloria, sin riesgo, al orden de la solucinfinal.

    Ahora bien, es un contrasentido ver en la accin terrorista unalgica puramente destructiva. Me parece que su propia muerte esinseparable de su accin (es justamente lo que la convierte en un actosimblico), y de ningn modo la eliminacin impersonal del otro.Todo est en el desafo y en el duelo, es decir, una vez ms en unarelacin dual, personal, con la potencia adversa. Ella ha humillado, esella quien debe ser humillada. Y no simplemente exterminada. Hayque hacerle perder la cara. Y esto no se obtiene nunca mediante lafuerza pura y la supresin del otro. ste debe ser puesto en la mira ydebe ser herido en plena adversidad. Por fuera del pacto que une a losterroristas entre s, hay una especie de pacto dual con el adversario. Es

    pues exactamente lo contrario de la cobarda de la cual se les acusa, yes exactamente lo contrario de lo que hicieron por ejemplo losamericanos en la guerra del Golfo (y que estn retomando enAfganistn): blanco invisible, liquidacin operacional.

    De todas estas peripecias nos queda, por encima de todo, la visinde las imgenes. Y tenemos que retener esa imposicin de lasimgenes y su fascinacin, pues ellas son, se quiera o no, nuestraescena primitiva. Al radicalizar la situacin mundial, losacontecimientos de Nueva York han radicalizado, al mismo tiempo, la

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    relacin de la imagen con la realidad. Mientras participbamos de unaprofusin incesante de imgenes banales y una oleada de

    acontecimientos simulados, el acto terrorista de Nueva York resucita ala vez la imagen y el acontecimiento.

    Entre las dems armas del sistema que los terroristas han vueltocontra l, han sacado partido del tiempo real de las imgenes, de sudifusin mundial instantnea. Se lo han apropiado as como se hanapoderado de la especulacin burstil, de la informacin electrnica ode la circulacin area. El papel de la imagen es extremadamenteambiguo, pues al mismo tiempo que exalta el acontecimiento, loconvierte en rehn. Acta como multiplicacin al infinito, ysimultneamente como diversin y neutralizacin (as fue tambin

    para los acontecimientos de 1968). Lo que siempre se olvida cuando

    se habla del peligro de los medios de comunicacin. La imagenconsuma el acontecimiento, en el sentido en que lo absorbe y lo da aconsumir. Sin duda le da un impacto desconocido hasta hoy, pero encuanto acontecimiento-imagen.

    Qu queda entonces del acontecimiento real, si por doquier laimagen, la ficcin y lo virtual se difunden en la realidad? En el

    presente caso se ha credo ver (tal vez con cierto alivio) unresurgimiento de lo real y de la violencia de lo real en un universosupuestamente virtual. Han culminado todas sus historias de lovirtual. Esto es real!. As mismo, se ha podido ver aqu unaresurreccin de la historia ms all de su anunciado fin. Pero es

    cierto que la realidad supera a la ficcin? Si aparenta hacerlo esporque absorbe su energa y porque ella misma se ha vuelto ficcin.Casi podra decirse que la realidad tiene celos de la ficcin, que lo realtiene celos de la imagen... Es una especie de desafo entre ellos paraver cul ser ms inimaginable.

    El derrumbe de las torres del World Trade Center es inimaginable,mas no basta para hacer de l un acontecimiento real. Un incrementode violencia no es suficiente para acceder a la realidad, pues larealidad es un principio y es este principio lo que se ha perdido. Larealidad y la ficcin son inextricables, y la fascinacin del atentado esante todo la de la imagen (las consecuencias, que encierran a la vez el

    jbilo y la catstrofe, son ellas mismas lo suficientementeimaginarias).

    En este caso, entonces, lo real se suma a la imagen como una primade terror, como un estremecimiento de ms. No slo es terrorfico,sino que adems es real. No es que la violencia de lo real est ah

    primero, ni que se sume al escalofro de la imagen, sino que es laimagen la que est ah primero, sumndose al escalofro de lo real.Algo as como una ficcin de ms, una ficcin rebasando la ficcin.

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    Ballard (despus de Borges) hablaba as de reinventar lo real como loltimo y la ms temible ficcin.

    Esta violencia terrorista no es pues un efecto reversible de larealidad, ni mucho menos de la historia. Esta violencia terrorista no esreal. Es peor, en el sentido en que es simblica. La violencia en s

    puede ser perfectamente banal e inofensiva. Slo la violenciasimblica es generadora de singularidad. Y en este acontecimientosingular, en esta pelcula-catstrofe de Manhattan se conjugan al msalto nivel los dos elementos de la fascinacin de masas del siglo XX:la magia blanca del cine y la magia negra del terrorismo. La luz blancade la imagen y la luz negra del terrorismo.

    Se busca imponerle ulteriormente cualquier sentido, encontrarle

    cualquier interpretacin. Pero no las hay, y es la radicalidad delespectculo, la brutalidad del espectculo lo nico original eirreductible. El espectculo del terrorismo impone el terrorismo delespectculo. Y contra esta fascinacin inmoral (an si desencadenauna reaccin moral universal), el orden poltico no puede hacer nada.Es nuestro teatro de la crueldad privado, el nico que nos queda,extraordinario en tanto rene el ms alto nivel de lo espectacular y elms alto nivel del desafo. Es al mismo tiempo el micro-modelofulgurante de un ncleo de violencia real con cmara de ecomaximizado por ende la forma ms pura de lo espectacular y unmodelo sacrificial que opone al orden histrico y poltico la ms puraforma simblica del desafo.

    Cualquier masacre les sera perdonada si tuviera un sentido, sipudiera interpretarse como violencia histrica: tal es el axioma moralde la buena violencia. Cualquier violencia les sera perdonada si nofuese realzada por los medios de comunicacin (el terrorismo nosera nada sin los medios de comunicacin). Pero todo esto esilusorio. No hay un buen uso de los medios, los medios hacen partedel acontecimiento, hacen parte del terror, y actan en uno u otrosentido.

    El acto represivo recorre la misma espiral imprevisible que el actoterrorista, nadie sabe dnde va a detenerse ni las reversiones que van aresultar. No hay distincin posible, al nivel de las imgenes y de lainformacin, entre lo espectacular y lo simblico, no hay distincin

    posible entre el crimen y la represin. Y este desencadenamientoincontrolable de la reversibilidad es la verdadera victoria delterrorismo. Victoria visible en las ramificaciones e infiltracionessubterrneas del acontecimiento: no slo en la recesin directa,econmica, poltica, burstil y financiera del conjunto del sistema, yen la recesin moral y psicolgica que resulte de ello, sino adems enla recesin del sistema de valores, de toda la ideologa de libertad, delibre circulacin, etc., que representaba el orgullo del mundo

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    occidental y del cual se vale para ejercer su influencia sobre el restodel mundo.

    Hasta el punto de que la idea de libertad, idea nueva y reciente,est ya borrndose de las costumbres y de las conciencias, y de que lamundializacin liberal est realizndose bajo la forma exactamenteinversa: la de una mundializacin policial, un control total, un terrorde la seguridad. El desajuste culmina en un mximo de coerciones yrestricciones equivalente al de una sociedad fundamentalista.

    Disminucin de la produccin, del consumo, de la especulacin,del crecimiento (mas no de la corrupcin!): todo transcurre como si elsistema mundial efectuara un repliegue estratgico, una revisin queanula sus valores al parecer, en reaccin defensiva al impacto del

    terrorismo, pero respondiendo en el fondo a sus exhortacionessecretas, regulacin forzada nacida del desorden absoluto que eldesorden se impone a s mismo, interiorizando en cierto modo su

    propia derrota.

    Otro aspecto de la victoria de los terroristas consiste en que todaslas otras formas de violencia y de desestabilizacin del orden actanen su favor: terrorismo informtico, terrorismo biolgico, terrorismodel ntrax y del rumor, todo es imputado a Ben Laden. l podraincluso reivindicar a su favor las catstrofes naturales. Todas lasformas de desorganizacin y de circulacin perversa sacan provechode l. La estructura misma del intercambio mundial generalizado acta

    en favor del intercambio imposible. Es como una escritura automticadel terrorismo, realimentada por el terrorismo involuntario de lainformacin. Con todas las consecuencias terrorficas resultantes: si entoda esta historia de ntrax, la intoxicacin acta por s mismamediante una cristalizacin instantnea, como una solucin qumica alsimple contacto de una molcula, es porque todo el sistema haalcanzado una masa crtica que lo vuelve vulnerable a cualquieragresin.

    No hay solucin a esta situacin extrema, sobre todo no a la guerra,que ofrece tan slo una situacin ya muy conocida, con el mismodiluvio de fuerzas militares, informacin fantasma, golpizas intiles,discursos prfidos y patticos, despliegue tecnolgico eintoxicaciones. En resumen, como en la guerra del Golfo, un no-acontecimiento, un acontecimiento que no ha tenido lugarverdaderamente.

    Por lo dems, aqu est la razn de ser de la contra-ofensivanorteamericana: sustituir un verdadero y formidable acontecimiento,nico e imprevisible, por un pseudo-acontecimiento repetitivo y yavisto. El atentado terrorista corresponda a una primaca delacontecimiento sobre todos los modelos de interpretacin, mientras

  • 7/30/2019 131612834 Baudrillard J El Espiritu Del Terrorismo Euphorion 2005

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    EUPHORIONNo. Especial Virtual 1

    Julio-Diciembre de 2005Medelln Colombia

    ISSN 1657-1843

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    que esta guerra bestialmente militar y tecnolgica corresponde, alcontrario, a una primaca del modelo sobre el acontecimiento, por

    ende a una apuesta artificial y a un no-lugar. La guerra como unaprolongacin de la ausencia de poltica por otros medios.

    Traduccin: Luis Antonio Ramrez