119 adios muñeca

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Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura EL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITO Temporada 8 / ENERO 2011. Número 119 http://clubelgrito.blogspot.com

IGNACIO VIDAL FOLCH 16/05/2004

http://www.elpais.com/articulo/cultura/Adios/muneca/

Raymond/Chandler/elpepicul/20040516elpepicul_10/Tes

E l de Raymond Chandler es un caso de depu-ración estilística a partir de un archivo de tentativas previas y un caso de creciente am-

bición expresiva en el molde de un género de quios-co. Casi todas sus novelas se construyen a partir de los numerosos relatos que había ido escribiendo en los años previos, la década de los treinta. Ese "autocanibalismo" explica el característico quiebro argumental que se observa por ejemplo en El sue-ño eterno, en El largo adiós, y también en Adiós, muñeca: el relato empieza con la investigación de un caso criminal, que al cabo de unas cuantas páginas queda interrumpido, en suspenso o sin solución apa-rente, dando paso a un segundo caso criminal, vagamente rela-cionado con el primero. Final-mente, ambos convergen y se resuelven, y el detective, vapu-leado pero triunfal, puede volver a su polvoriento despacho a in-toxicarse a gusto con cigarri-llos Camel y una botella de whis-ky.

Quizá sea esa estructura de do-ble trama, en principio descon-certante o frustrante ("¿por qué demonios empieza otra historia, con lo interesante que era és-ta?"), lo que le da al mundo na-rrativo de Chandler una densi-dad especial, una cualidad en el tratamiento del tiempo narrati-vo, de demora en el suspense, y a su detective, el escéptico e inco-rruptible Philip Marlowe, natu-ralidad o verosimilitud en el des-lizamiento por los diferentes es-tratos sociales, de las mansiones a los barrios bajos, procedimiento que alcanza su apoteosis en El largo adiós. En cuanto a ese brillante castillo de fuegos artificiales que es Adiós, muñeca, comienza como la persecución de un criminal de poca monta, ex presi-diario y asesino casual en el barrio negro de Los Án-geles, que anda loco en busca de Velma, la cabaretera pelirroja, y continúa con un caso de robo de joyas a una rubia de cliché, la rubia y descocada señora del multimillonario Lewin Lockridge. Al cabo de seis

muertes violentas, comprueba el lector con satisfac-ción que ambas tramas encajan, los dos casos son uno solo, y Marlowe se merece el regreso a su pul-guera con la agridulce satisfacción del deber cumpli-do.

Chandler (1888-1959) era contemporáneo de Scott Fitzgerald (1896-1940), de William Faulkner (1897-1962) y de John dos Passos (1896-1970). Aunque nació en Estados Unidos, pasó su primera juventud en Inglaterra, donde estudió a fondo los clásicos griegos y latinos y la prosa de Henry James, y ya de jovencito tenía pujos de literato, pero la vida le con-dujo por otros derroteros: fue un alto ejecutivo de una empresa petrolera en Los Ángeles, y sólo des-pués de que le despidieran por conducta errática in-ducida por su alcoholismo, bien entrado ya en los 40 años, se decidió a ponerse en el dique seco y probar suerte con la máquina de escribir.

Después de infructuosos inten-tos de colaborar con las revistas de papel cuché, donde aquellos grandes contemporáneos publi-caban sus relatos, Chandler vio un camino abierto en la segunda división de la literatura: las re-vistas pulp, así llamadas porque el papel era de pulpa de madera, barato y de baja calidad, y que publicaban relatos centrados en el mundo del hampa, muy popu-lar y floreciente de costa a costa de Estados Unidos a partir de la prohibición de consumo de alco-hol y la asombrosa incompeten-cia del jefe eterno del FBI, Edgar Hoover. Chandler se fijó en el estilo sobrio y lacónico del maes-tro Dashiell Hammett, lo emuló y humanizó, y se convirtió rápi-damente en el mascarón de proa de la mejor de aquellas revistas, llamada Black mask (Máscara

Negra). Al cabo de siete años publicó la primera de sus siete novelas, El sueño eterno, con gran éxito.

Desde el principio, Raymond Chandler respetó y en-comió la ficción policiaca como una forma apropiada para comentar los tiempos que le tocó vivir, pero in-tentó escurrirse de sus convenciones sensacionalistas y volcar en él las ambiciones literarias que acunaba desde joven. Lo consiguió, y por eso ha tenido tantos imitadores que tristemente inventan detectives soli-

ADIÓS, MUÑECAADIÓS, MUÑECAADIÓS, MUÑECAADIÓS, MUÑECAADIÓS, MUÑECAADIÓS, MUÑECAADIÓS, MUÑECAADIÓS, MUÑECA Raymond Chandler Raymond Chandler Raymond Chandler

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tarios, despectivos y sentimentales, cínicos y honestos, que son a Marlowe lo que el Golem al rabino, y por lo mismo está considerado como uno de los mejores, si no el mejor, de los escritores de género negro de todos los tiempos.

Adiós, muñeca, su segunda novela, es un exponente de sus mejores habilidades y logros, hasta rozar los límites de la parodia del género y de la autoparodia: desde la apari-ción en la primera página de Ini-ciativas Malloy, un gigante de raza blanca vestido de domingo, que en el barrio negro "pasaba tan des-apercibido como una tarántula en un plato de nata", casi cada línea contiene un juego de palabras bri-llante, un chiste, una observación mordaz o un juicio cáustico, cada descripción un juego de metáforas certeras, cada diálogo es ingenioso y cada personaje está dibujado en forma breve, irónica y certera, y todos beben enormes cantidades de whisky.

¿Por que leer a Raymond Chandler?

Diez buenas razones para leer a Raymond Chandler:

http://marlowecity.blogspot.com/2010/05/por-que-

leer-raymond-chandler.html

Primero. Chandler (1888-1959) escribió la no-vela (me refiero a "El largo Adiós") que puso al género negro (llamado "hard-boiled") entre Faulkner y Hemingway. La literatura norteame-ricana del siglo XX no podrá nunca ser explica-da con un esquema que se reduzca a presentar poesía, teatro y novela sin los aportes de Chand-ler. Segundo. Dashiell Hammet es el origen mítico: Chandler es el desmitificador. El Antiguo testa-mento del género negro lo redactó Hammet; Chandler no perdió oportunidad para ensam-blar uno nuevo, con apocalipsis y todo. Tercero. Borges explicó alguna vez que las nove-las detectivescas según el modelo del enigma soluble eran, a la manera de los cuentos de Chesterton, "milagrosas partidas de ajedrez". Pienso que si hubiera tenido que definir las no-velas de Chandler hubiera tenido que decir que

eran "escépticas partidas de póker". Cuarto. Conan Doyle deja, entre un mar de no-velas históricas que no valen gran cosa, un per-sonaje llamado Sherlock Holmes. Austin Free-

man deja al Dr. Thordndyke. Chandler creó a Philip Marlowe y hasta ese día los investigadores guardaban una relación, jamás desmentida, con Auguste Dupin. Marlowe, duro con sólo abrir los ojos, con más de un metro ochenta, pelo castaño oscuro, ojos marrones, fumador empe-dernido, sobrio con seis whiskys en la cabeza, armado con una 38 smith&wesson, fue protagonista de siete novelas que constituyen un ciclo talismánico: "El sueño eterno" (1939), "Adios, muñe-ca" (1940), "La ventana sinies-tra" (1942), "La dama del la-go" (1943), "La hermana peque-ña" (1949), "El largo

adios" (1953) y "Playback" (1958). Su última no-vela iba a ser "The Poodle spring story" y tenía el propósito de casar a Marlowe con una acau-dalada mujer, pero quedó incompleta. La mora-leja es simple: el buen detective no se casa. Cinco. Su literatura constantemente nos recuer-da que no hay relato sin anécdota, que no hay anécdota sin personajes de suficiente vigor, que no hay personajes sin diálogos maravillosos y que no hay diálogos sin una atmósfera propia de una época terrible que explique por sí misma toda la historia. Seis. A los 51 años apareció su primera novela. Antes de eso, ya había escrito relatos que lo convertían en un clásico. La revista Black Mask, fundada en 1920 por H.L. Mencken con apenas 500 dólares, le publicó "Los chantajistas no ma-tan" en 1933 y desde entonces no abandonó el género. Comenzó imitando a Hammet y no se dio por vencido hasta superarlo con creces. Hacia 1941 había publicado una veintena de cuentos que recuperó años más tarde en sus no-velas. Le gustaba decir que "canibalizaba" sus viejas historias y las volvía oro. De sus cuentos, me confieso devoto de "Pececillos dorados", "Viento rojo" y "Asesino en la lluvia". Encuentro en éllos todo el cinismo contenido de sus obras mayores. Al describir un personaje concluye di-ciendo: "Le olía mal el aliento. Como tenía que ser".

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Siete. Chandler, al contrario de muchos de sus colegas, se preocupó de establecer un decálogo del escritor de policiales. En 1944 permitió la publicación de "El simple arte de matar" y en 1949 escribió "Apuntes sobre la novela policial". Las conclusiones a que llegó pueden resumirse en estos puntos: a)Verosimilitud en la situación y desenlace. b)Realismo y precisión. c)Estructura simple que esconda técnicas comple-jas. d)Trama con solución in-evitable. e)Personajes creí-bles. f)Historias sin historias anexas. g)Castigo ineluctable al criminal. h) Honestidad y autenticidad. i)Preocupación por la víctima. j)Detective sol-tero. La última regla debió ser que no hay novela policial per-fecta, pero él se encargó de probarlo incumpliendo mu-chas de sus normas y paten-tando otras. Ocho. Nacido en Chicago, educado en Inglaterra, solda-do al servicio de los Gordon Highlander de Canadá, em-pleado de banco, periodista, ejecutivo de una firma petrolera que lo despidió por sus escándalos con secretarias, suicida frus-trado, Chandler pertenece a la galería de escri-tores norteamericanos cribados en lo más ex-plosivo de la vida. Su narrativa, por fortuna, re-coge esa veta y da la sensación de un vitalismo inagotable. Línea por línea es incompleto; en su conjunto no tiene parangón. Su estilo, con rit-mos rápidos, acumula hallazgos verbales impre-visibles. En la lentitud, su voz se pierde: hay que confesar que su narrativa es para andar a más de ochenta kilómetros por hora. Sus novelas, tras una lectura de Proust, por ejemplo, son an-tologías de vértigos. Nueve. No debe desestimarse nunca su trabajo en Hollywood. Como Hammet, como Fitzgerald, como Faulkner, como tantos otros, sufrió y ganó montañas de dinero en los estudios cinemato-gráficos. Cien mil dólares recibió por los dere-chos para la filmación de "Playback". En resu-midas cuentas, de su paso por Hollywood hay dos películas míticas: "Double Indemnity" de 1944 y "The blue Dahlia" de 1946. No tuvo suer-te con Hitchcock al preparar "Strainger in the train", la obra de Patricia Highsmith, pero contó con Faulkner como guionista de su propia nove-

la "El largo sueño" y con Humphrey Bogart co-mo actor. Marlowe es Bogart, aunque no sea mentira que tiene todos los rasgos de Cary Grant. Diez. Inconforme con las clasificaciones, cedió a la tentación de escribir relatos fantásticos en los que tomó la precaución de conservar el móvil criminal y la presencia de investigadores. En "La puerta de bronce" (1939) hay una puerta

que desaparece a las personas; en "El rapé del profesor Bin-go" (1951) un hombre comete un crimen amparado en un rapé que lo hace invisible. A la par de estos cuentos que retoman mu-cho de H.G. Wells, Chandler pu-blicó "Una pareja de escritores", realista, corrosivo, humorístico. He vuelto varias veces a esa his-toria atraído por la crueldad y encanto que la signa: Hank Bru-ton y Marion son dos personajes inolvidables atrapados por un ambiente de indiferencia y total derrota. Cada lector tiene razones que la razón no conoce. Imagino que

los anteriores puntos pueden dar una idea dog-mática, pero la verdad es otra: como Pedro Be-roes, me creo sólo un lector profesional que es-cribe en los ratos que le deja libre la lectura y he escrito este artículo sin pretensiones de probar nada, porque sí, por compartir un gusto. El re-sto es literatura.

Perfil Marlowe

http://marlowecity.blogspot.com/2010/05/perfil-marlowe.html

Sombrero Stenton, corbata y gabardina; cara de Humphrey Bogart, James Garner, Robert Mitchun, Elliott Gould, James Caan; humo de cigarrillo psicoanalítico y el sempiterno gimlet como una debilidad moral. En Marlo-we todo propósito de belleza debía transfor-marse en virilidad. Ese desaliño nunca com-prometedor del solitario narcisista ("me mi-ró como si yo hubiera salido del océano con

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una sirena ahogada bajo el brazo"), y un re-ducto de escrúpulo ante la suciedad de los derrotados (“el marco de la puerta estaba tan sucio que me dieron ganas de tomar un baño de sólo mirarlo"). Dicen que dijo, en cierta ocasión: “si llego a quedarme un poco más me habría enamorado de mí mismo”. Le gusta matar el tiempo, aunque sabe muy bien lo que le cuesta morirse. “Me gustan la bebida, las muje-res, el ajedrez y algunas otras cosas”. Cuida un ga-to al que no consigue en-gañar, y solo confía, cuado lo hace, en esas fatales ru-bias platino de las que nunca entiende suficiente-mente su culpabilidad. Sa-be que a cualquier tipo le hace falta una buena chica, “pero a mí no”. Embrolla-do en su psicoanálisis cla-sificatorio, no se apercibe de su culpa original. La de las mujeres. Esto le impide consumar su misoginia, y nunca consigue una relación que no le maltrate. Ni tan siquiera cuando, cosas del celuloide, se casa con la rica heredera de un magnate amoral. Esos escrúpulos son los que le impi-den aceptar casos de divorcio. En una oca-sión no entrega a la Justicia a una asesina porque era epiléptica y tomaba láudano, pe-ro exige que la pongan en tratamiento. “Si no fuese duro, no estaría vivo. Si no pudiera ser dulce, no merecería estarlo”. Con un indudable buen gusto literario, una memoria portentosa y una obsesión por el detalle irrelevante, siempre hay una trampa tan evidente que nunca es tarde para pisar. La culpa es de sus premisas: las personas se clasifican en dos, las que le desagradan y las que le gustan moralmente. Sabe que existen ciento noventa formas de ser un canalla y él las conoce a todas. Su método es el interro-

gatorio: “en mi trabajo hay un tiempo para preguntar y otro para dejar que el interro-gado hierva hasta salirse”. En un delirante capítulo de su mejor novela, llega a auto-interrogarse delante de la policía, que escu-cha atónita la escenita. Eso no le libra de

unos cuantos mamporros, por supuesto. De honestidad a toda prueba en sus honorarios, su sentido de la justicia es tan particular como el de la Norteamérica de los años 30 y 40: bien lejos de todo formalismo jurídico. Parece destilar antipatía tanto por los bajos fondos como por la alta sociedad, que es donde pisa todos los cepos. Una vez tiene que parar el Oldsmobile para apagar un cigarrillo con carmín que una mano de uñas rojas arroja negli-gente por la ventanilla del

vehículo que persigue: “esto no se hace en las montañas de California, ni siquiera fuera de temporada”. La moral de un boy scout. Solitario empedernido, no le gusta hablar de sí mismo ni de sus problemas. En esa alexi-timia se fragua lo más triste y valioso del detective Marlowe. (“Sus ojos grises estaban tan vacíos como los agujeros de un anti-faz"). Se resigna a los adioses largos, siem-pre a la espera de una nueva muñeca. “Nadie vino a la oficina. Nadie me llamó por teléfo-no. Seguía lloviendo”. “Fuera adonde fuera, hiciera lo que hiciera, esto era lo que encontraría al volver: una pared vacía en una habitación vacía de una casa vacía. Dejé la copa en una mesita baja sin siquiera probarla. El alcohol no era la solución. Nada era una solución, excepto un corazón endurecido que no pidiera nada a nadie”. No cree en el suicidio.