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DIRECTORIO

Septiembre 2018 Año 6, número 71

Director José Luis Barrera Mora

Editor

Luciano Pérez

Coordinador Gráfico Juvenal García Flores

Asistente de editor

Norma Leticia Vázquez González

Web Master Gabriel Rojas Ruiz

Consejo Editorial Agustín Cadena

Alejandro Pérez Cruz Alejandra Silva

Fabián Guerrero Fernando Medina Hernández

Ave Lamia es un esfuerzo editorial de:

Director

Juvenal Delgado Ramírez

www.avelamia.com

Reserva de Derechos: 04 – 2013 – 030514223300 - 023

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Ave Lamia

@ave_lamia

ÍNDICE

EDITORIAL 3

IMAGEN DEL MES ”NI UNA MÁS”

Ana Bick 5

JUAN JOSÉ ARREOLA, DE LA AVERSIÓN AL GOZO José Luis Barrera 6

DOS POEMAS

Adán Echeverría 13

EL ASESINATO DEL ZAR Y SU

FAMILIA

Loki Petersen 16

CALDO DE POLLO PARA UN

HOMBRE HAMBRIENTO

Marta Aragón R. 20

RABITO Y LA BAJA 500

Alma Preciado 23

DOS FÁBULAS RELIGIOSAS

Luciano Pérez 27

Luis Alcoriza (1918 ─ 1992)

José Luis Barrera 31

EL PODER DE LA LECTURA

Adán Echeverría 36

SOBRE LOS AUTORES 38

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En Ave Lamia no solemos mani-

festarnos patrióticamente en el

mes de septiembre, por razones

que ya hemos comentado en su

momento. De todos modos, es

buena ocasión para recordar aquí

(no celebrar, que no es lo mismo),

que hace cincuenta años ocu-

rrieron, y en este 2018 están ocu-

rriendo, sucesos de magnitud his-

tórica, los cuales no cabe perder

de vista. En 1968 se vivieron días

difíciles en la ciudad de México

desde julio hasta octubre, cuando

el movimiento estudiantil dio a

conocer su gran inconformidad

con la situación política que se vi-

vía entonces, igual como estaba ocurriendo en Europa y los Estados Unidos. De un simple choque entre escuelas rivales, el a-

sunto creció a la protesta contra la autoridad. Y de una simple petición de cambio de jefes po-

liciacos, se llegó a la exigencia de cambiarlo de una vez todo. Pero la autoridad de aquel

entonces no se andaba por las ramas, y a macanazos y bazucazos quiso resolver las cosas. En

nuestra edición de octubre hablaremos con mayor detalle de todo esto.

En el momento actual se vive una transición política, que también incluye lo socio-

económico, cuando por fin tendremos en México un gobierno diferente a todos los que hubo

antes. No podemos adelantar juicios, ni tampoco proclamar victorias. Todo en su tiempo. Y si la

Patria es primero, esto tendrá que ser demostrado por todos cuanto integramos esta politeia

(República) mexicana, tan devastada por décadas de opresor neoliberalismo, empecinado éste

en cobrarnos a los de abajo altos impuestos y pagarnos ínfimos salarios, mientras que los de

arriba no se sabe si pagan impuestos, pero sí conocemos de que viven excesivamente bien, sin

habérselo ganado siquiera.

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Septiembre ya apunta hacia el fin de año, pues una vez transcurrido llega el Halloween, y

después las horrorosas fiestas navideñas que tanto nos amargan la existencia con su gran

cantidad de borrachos, que no están anunciando con su embriaguez su apego leal a Bacchus, lo

cual tendría por lo menos un sentido, sino a ¡Cristo! Disfruten de este número, que incluye un

homenaje a Juan José Arreola, el ave de las tempestades...

Luciano Pérez

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Ni una más Ana Bick

Acrílico sobre lienzo (16” x 20”)

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uando era joven,

me topaba frecuen-

temente con un

programa en el que salía

un viejito ridículo hablando

con excesivos circunloquios

de no sé qué temas. Nunca

me quede a verlo, me pare-

cía aburrido y demasiado

pretencioso. La actuación

─que para mí lo era─, de

este personaje sonaba fal-

sa y pretendía ponerle un

estilo singular no del todo

bien logrado. En una de

tantas ocasiones en que

me topé con el programa,

lo vi comiendo unos tacos y

diciendo sobre la salsa: “

esta infusión de capsicum

es un efluvio de sabor” y o-

tras tantas palabras para

decir que la salsa estaba

sabrosa. Incluso Televisa

(que era la empresa que

transmitía este programa y

que en otras tantas veces

ha incursionado de manera

poco venturosa en la cultu-

ra), lo puso a comentar fut-

bol en el mundial de México

86, deporte que ni conocía

el viejito y que utilizando e-

se lenguaje ya para mi co-

nocido decía cuanto desa-

tino puede decir alguien

que ni sabe, ni disfruta de

“el deporte de las patadas”;

como solicitar que se expul-

sara a los porteros por aga-

rrar el balón con la mano, lo

cual iba en contra de su

naturaleza de balón pie

(football), como su traduc-

ción lo dice.

Debo decir que yo

prefería los programas de

Jorge Saldaña y en espe-

cial uno que se llamaba

C

Juan José

Arreola, de la

aversión al gozo A cien años de su natalicio

José Luis Barrera

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Sopa de letras, en el que

se trataba del correcto uso

del lenguaje y en el que co-

nocí a un lingüista que a la

postre sería uno de mis fa-

voritos: Arrigo Coen. Salda-

ña, del que me gustaría

hablar con más profusión

en otro momento hacía te-

levisión con contenido in-

teligente (muy ácido para

mayor virtud), tomaba de

sesgo la cultura y la entre-

mezclaba con la programa-

ción comercial del entonces

canal 13, y no la engolada

versión cultural que por lo

general ha tenido Televisa.

El programa Aproximacio-

nes, de Juan José Arreola,

ha sido muchas veces ala-

bado, pero debo decir que

mi repulsión al concepto

nunca me permitió verlo a

detalle y saber del conteni-

do del mismo, y por ende

no puede ser una crítica

objetiva.

En realidad la televi-

sión, desde mi perspectiva

personal, no le hizo ningún

favor a Juan José Arreola.

El colmo de ello fue su apa-

rición en el programa noc-

turno de Verónica Castro,

La movida, alternando con

la cantante Thalía, en que

esta última se molestó y

mandó literalmente “por un

tubo” al maestro, quien de-

cía que “las notas graves e-

ran las más bellas, ya que

las demás eran estruendo-

sas y lo estruendoso tenía

como principio lo orgiás-

tico”, al sentirse aludida dijo

que no se metieran con su

vida y para colmo la gente

se le volteó al maestro para

apoyar a la pseudo diva.

En realidad la obra li-

teraria es mucho más im-

portante de lo que yo ─con

esa imagen tan nefasta que

conocí en primera instan-

cia─ me podría imaginar.

Cuando un primo me reco-

mendó el libro de La feria,

tomé el libro con cierto res-

quemor pensando que era

un escritor menor y que me

iba a topar con algo como

lo que había visto en televi-

sión, pero me topé con un

escritor ágil, inteligente y de

gran calidad, que me sor-

prendió y me atrapó desde

el primer intento. Este libro

me encantó por la inteligen-

cia con que mueve las na-

rraciones cortas, de la cró-

nica de los usos y las cos-

tumbres de su ciudad natal,

mezclando las injusticias de

la que son objeto los pobla-

dores y el fracaso de la Re-

volución Mexicana. Un libro

que nos describe a la per-

fección la naturaleza festiva

del mexicano no obstante

las vicisitudes que pueda

tener en su vida.

Comencé a saber

que ese “viejito ridículo”

que vi en televisión, nacido

en Zapotlán el Grande (hoy

Ciudad Guzmán) Jalisco,

hace cien años (21 de

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septiembre de 1918), era

un ensayista, narrador,

poeta, traductor, corrector y

editor autodidacta, que gra-

cias a su enorme inquietud

por conocer más, lo llevó a

estudiar actuación en la Es-

cuela de Actuación del

INBA, y actuó bajo la di-

rección de Rodolfo Usigli y

Xavier Villaurrutia. Incluso

fue becado por el Instituto

Francés de América Latina

(IFAL) para estudiar en Pa-

rís declamación, técnicas

de actuación y fue comprar-

sa de la Comedia France-

sa.

Sus aportaciones a

la cultura mexicana las hizo

desde distintas trincheras:

como corrector del Fondo

de Cultura Económica

(FCE), fundador de la Casa

del Lago, profesor de la Fa-

cultad de Filosofía y Letras,

jefe de circulación en El

Occidental, coeditor de El

Vigía, Eos y Pan; fundador

y director de Mester y las

colecciones editoriales de

Los Presentes, Cuadernos

y Libros de El Unicornio;

así como fundador de di-

versos talleres literarios de

la Universidad Nacional Au-

tónoma de México (UNAM),

Instituto Politécnico Nacio-

nal (IPN), Departamento

del Distrito Federal (DDF) y

Secretaría de Relaciones

Exteriores (SRE), dirigiendo

también seminarios de es-

critores cubanos en la Casa

de las Américas. En reali-

dad Juan José Arreola fue

quien creó los talleres lite-

rarios que permitían, no só-

lo a los estudiantes de Filo-

sofía y Letras, incursionar y

experimentar en la literatu-

ra, mejorando sus aptitu-

des. De estos talleres (hoy

tan en boga, hasta para po-

ner uñas postizas), son in-

contables los escritores que

han sido moldeados, pero

que por desgracia no ayu-

daron (como Arreola lo pre-

tendía), para refrescar las

baraja de escritores mexi-

canos, porque las altas es-

feras culturales de nuestro

país sólo se lo van a permi-

tir a unos cuantos consentí-

dos del poder.

Continuando con su

obra, debo decir que no

menos impactante que La

feria, me resultó muy agra-

dable su incursión en la

muy antigua y prolífica tra-

dición literaria de su Bes-

tiario, hablando por ejemplo

del sapo:

“Salta de vez en cuando,

sólo para comprobar su

radical estático. El salto

tiene algo de latido:

viéndolo bien, el sapo es

todo corazón.”

O del Búho:

“Armonioso capitel

de plumas labradas que

apoya una metáfora

griega; siniestro reloj de

sombra que marca en el

espíritu una hora de

brujería medieval: 10

ésta es la imagen bi-

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fronte del ave que em-

prende el vuelo al atar-

decer y que es la mejor

viñeta para los libros de

filosofía occidental.”

Arreola, como tantos

otros escribió sobre el aje-

drez (juego que no enten-

dería Thalía), con una a-

sertividad en las palabras

que definen de manera to-

tal este deporte de la men-

te. A mí se me quedó gra-

bada justamente la des-

cripción que hace de El

Rey Negro:

“Yo soy el tenero-

so, el viudo, el inconso-

lable que sacrificó su

última torre para llevar

un peón femenino hasta

la séptima línea, frente

al alfil y el caballo de las

blancas.

Hablo desde mi ba-

se negra. Me tentó el

demonio en la hora tó-

rrida, cuando tuve por lo

menos asegurado el em-

pate. Soñé la coronación

de una dama y caí en un

error de principiante, en

un doble jaque elemen-

tal...

Desde el principio

jugué mal esta partida:

debilidades en la aper-

tura, cambio apresurado

de piezas con clara des-

ventaja... Después en-

tregué la calidad para

obtener un peón pasa-

do: el de la dama. Des-

pués...

Ahora estoy solo y

vago inútil por el tablero

de blancas noches y de

negros días, tratando de

ocupar casillas centra-

les, esquivando el mate

de alfil y caballo. Si mi

adversario no lo efectúa

en un cierto número de

movimientos, la partida

es tablas… “

Arreola me llevó

desde la aversión de su i-

magen televisiva al gozo

de su obra literaria, y no

hay mejor homenaje que

su propia obra, sin preten-

ciosas críticas literarias,

que lo más que alabar su

obra literaria, es un auto-

halago del crítico, que a-

provecha su falso home-

naje para enaltecer su lite-

ratura, en largas disgrega-

ciones de la grandeza del

autor. No me parece co-

rrecto aprovecharse de la

grandeza de un autor para

tener los cinco warholianos

minutos de fama, mejor

nos quedamos con la pre-

sentación que hace de sí

mismo el propio Arreola en

De memoria y olvido:

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“Yo, señores, soy de Za-

potlán el Grande. Un

pueblo que de tan gran-

de nos lo hicieron Ciu-

dad Guzmán hace cien

años. Pero nosotros se-

guimos siendo tan pue-

blo que todavía le de-

cimos Zapotlán. Es un

valle redondo de maíz,

un circo de montañas

sin más adorno que su

buen temperamento, un

cielo azul y una laguna

que viene y se va como

un delgado sueño. Des-

de mayo hasta diciem-

bre, se ve la estatura

pareja y creciente de las

milpas. A veces le deci-

mos Zapotlán de Orozco

porque allí nació José

Clemente, el de los pin-

celes violentos. Como

paisano suyo, siento que

nací al pie de un volcán.

A propósito de volcanes,

la orografía de mi pue-

blo incluye otras dos

cumbres, además del

pintor: el Nevado que se

llama de Colima, aunque

todo él está en tierra de

Jalisco. Apagado, el hie-

lo en el invierno lo de-

cora. Pero el otro está

vivo. En 1912 nos cubrió

de cenizas y los viejos

recuerdan con pavor es-

ta leve experiencia pom-

peyana: se hizo la noche

en pleno día y todos cre-

yeron en el Juicio Final.

Para no ir más lejos, el

año pasado estuvimos

asustados con brotes de

lava, rugidos y fumaro-

las. Atraídos por el fenó-

meno, los geólogos vi-

nieron a saludarnos, nos

tomaron la temperatura

y el pulso, les invitamos

una copa de ponche de

granada y nos tranquili-

zaron en plan científico:

esta bomba que tene-

mos bajo la almohada

puede estallar tal vez

hoy en la noche o un día

cualquiera dentro de los

próximos diez mil años.

Yo soy el cuarto hi-

jo de unos padres que

tuvieron catorce y que

viven todavía para con-

tarlo, gracias a Dios. Co-

mo ustedes ven, no soy

un niño consentido.

Arreolas y Zúñigas dis-

putan en mi alma como

perros su antigua que-

rella doméstica de incré-

dulos y devotos. Unos y

otros parecen unirse allá

muy lejos en común ori-

gen vascongado. Pero

mestizos a buena hora,

en sus venas circulan sin

discordia las sangres

que hicieron a México,

junto con la de una

monja francesa que les

entró quién sabe por

dónde. Hay historias de

familia que más valía no

contar porque mi ape-

llido se pierde o se gana

bíblicamente entre los

sefarditas de España.

Nadie sabe si don Juan

Abad, mi bisabuelo, se

puso el Arreola para bo-

rrar una última fama de

converso (Abad, de

abba, que es padre en a-

rameo). No se preocu-

pen, no voy a plantar a-

quí un árbol genealógico

ni a tender la arteria que

me traiga la sangre ple-

beya desde el copista

del Cid, o el nombre de

la espuria Torre de Que-

vedo. Pero hay nobleza

en mi palabra. Palabra

de honor. Procedo en lí-

nea recta de dos anti-

quísimos linajes: soy he-

rrero por parte de ma-

dre y carpintero a título

paterno. De allí mi pa-

sión artesanal por el len-

guaje. Nací el año de

1918, en el estrago de la

gripa española, día de

San Mateo Evangelista y

Santa Ifigenia Virgen,

entre pollos, puercos,

chivos, guajolotes, va-

cas, burros y caballos. Di

los primeros pasos se-

guido precisamente por

un borrego negro que se

salió del corral. Tal es el

antecedente de la an-

gustia duradera que da

color a mi vida, que con-

creta en mí el aura neu-

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rótica que envuelve a

toda la familia y que por

fortuna o desgracia no

ha llegado a resolverse

nunca en la epilepsia o

la locura. Todavía este

mal borrego negro me

persigue y siento que

mis pasos tiemblan co-

mo los del troglodita

perseguido por una bes-

tia mitológica.

Como casi todos los

niños, yo también fui a

la escuela. No pude se-

guir en ella por razones

que sí vienen al caso pe-

ro que no puedo contar:

mi infancia transcurrió

en medio del caos pro-

vinciano de la Revo-

lución Cristera. Cerradas

las iglesias y los colegios

religiosos, yo, sobrino

de señores curas y de

monjas escondidas, no

debía ingresar a las au-

las oficiales so pena de

herejía. Mi padre, un

hombre que siempre sa-

be hallarle salida a los

callejones que no la tie-

nen, en vez de enviarme

a un seminario clandes-

tino o a una escuela del

gobierno, me puso sen-

cillamente a trabajar. Y

así, a los doce años de e-

dad entré como apren-

diz al taller de don José

María Silva, maestro en-

cuadernador, y luego a

la imprenta del Chepo

Gutiérrez. De allí nace el

gran amor que tengo a

los libros en cuanto ob-

jetos manuales. El otro,

el amor a los textos, ha-

bía nacido antes por o-

bra de un maestro de

primaria a quien rindo

homenaje: gracias a José

Ernesto Aceves supe

que había poetas en el

mundo, además de co-

merciantes, pequeños

industriales y agriculto-

res. Aquí debo una acla-

ración: mi padre, que sa-

be de todo, le ha hecho

al comercio, a la indus-

tria y a la agricultura

(siempre en pequeño)

pero ha fracasado en to-

do: tiene alma de poeta.

Soy autodidacto,

es cierto. Pero a los do-

ce años y en Zapotlán el

Grande leí a Baudelaire,

a Walt Whitman y a los

principales fundadores

de mi estilo: Papini y

Marcel Schwob, junto

con medio centenar de

otros nombres más y

menos ilustres... Y oía

canciones y los dichos

populares y me gustaba

mucho la conversación

de la gente de campo.

Desde 1930 hasta

la fecha he desempe-

ñado más de veinte ofi-

cios y empleos diferen-

tes... He sido vendedor

ambulante y periodista;

mozo de cuerda y cobra-

dor de banco. Impresor,

comediante y panadero.

Lo que ustedes quieran.

Sería injusto si no

mencionara aquí al

hombre que me cambió

la vida. Louis Jouvet, a

quien conocí a su paso

por Guadalajara, me lle-

vó a París hace veinte-

cinco años. Ese viaje es

un sueño que en vano

trataría de revivir; pisé

las tablas de la Comedia

Francesa: esclavo des-

nudo en las galeras de

Antonio y Cleopatra, ba-

jo las órdenes de Jean

Louis Barrault y a los

pies de Marie Bell.

A mi vuelta de

Francia, el Fondo de Cul-

tura Económica me aco-

gió en su departamento

técnico gracias a los

buenos oficios de Anto-

nio Alatorre, que me hi-

zo pasar por filólogo y

gramático. Después de

tres años de corregir

pruebas de imprenta,

traducciones y origina-

les, pasé a figurar en el

catálogo de autores

(“Varia invención” apa-

reció en Tezontle, 1949).

Una última confesión

melancólica. No he teni-

do tiempo de ejercer la

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literatura. Pero he dedi-

cado todas las horas po-

sibles para amarla. Amo

el lenguaje por sobre to-

das las cosas y venero a

los que mediante la pa-

labra han manifestado

el espíritu, desde Isaías

a Franz Kafka. Desconfío

de casi toda la literatura

contemporánea. Vivo

rodeado por sombras

clásicas y benévolas que

protegen mi sueño de

escritor. Pero también

por los jóvenes que ha-

rán la nueva literatura

mexicana: en ellos dele-

go la tarea que no he

podido realizar. Para fa-

cilitarla, les cuento to-

dos los días lo que a-

prendí en las pocas ho-

ras en que mi boca estu-

vo gobernada por el o-

tro. Lo que oí, un solo

instante, a través de la

zarza ardiente.”

JUAN JOSÉ ARREOLA

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Dos poemas Adán Echeverría

Lo mexicano en mí

¿Yo soy la corrupción?

¿soy la ignorancia la falsa rebeldía?

¿soy la revisión de papeles soy el migrante?

¿soy el deudor soy la pobreza soy el desempleo?

¿soy la borrachera soy el consumismo soy la grapa?

¿soy el fútbol el albur el acoso callejero?

¿soy el rabanito soy el cangrejo en la cubeta tapada?

¿soy la burla del caído soy la rodilla sangrante hacia la Villa?

Yo soy changoleón soy Olga Breeskin

soy Cantinflas soy Chabelo el chupacabras

soy la pulquería el cine de ficheras

Yo soy molotov soy la maldita soy los caifanes

soy la lagunilla soy los panchitos soy los zetas

soy el clavillazo el pirruris el bistec de puerco y puerca.

soy la chupitos soy el capi soy la carabina de Ambrosio.

soy la mafia literaria soy la poeta que cobra su beca y acusa a los mafiosos.

Yo soy el que se salta la valla del metro el que se desnuda para el fotógrafo extranjero.

soy el Mil Usos soy el mochaorejas

la mataviejitas y la que se coje a Sean Penn "por mi patria".

Soy Lola la Trailera el sensacional de luchas.

Soy el así soy y qué el libro vaquero.

el capulinita soy la familia burrón soy Daniel Bisogno.

Yo soy Martinolli soy José Ramón Fernández soy JC Chávez,

"la otra izquierda la otra izquierda".

Yo soy faviruchis soy el fua de cada ciudad

de todo pueblo.

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Soy el segundo piso soy María Sabina.

soy Juchitán soy la Poniatowska.

soy Marta Lamas soy Martha Debayle.

soy Brozo el payaso tenebroso el señor de las ligas

el círculo de poesía.

soy cultura colectiva soy algarabía soy letras libres soy los Krauze.

Soy Chanoc Zobek Kalimán Fumanchú Manolín y Shilinsky Amado Nervo Paco Malgesto

Madaleno y el Loco Valdés.

soy Luis Cárdenas Loret de Mola soy la señora del clima.

Yo soy el calabozo soy otro rollo la fil y las fotografías con mi escritor favorito los ángeles

azules con sinfónica.

Yo soy la UNAM soy Mara los cabify soy la impunidad.

soy el EZLN las piernas del sub Marcos la feria sexual de la ciudad de México soy La

bufadora.

soy "infierno en el paraíso" soy Marcela Lagarde. Soy el estadio Azteca soy la línea 12. Soy

Tlaxcala soy los porkis soy Marcelino Perelló soy los 43 que nos siguen faltando.

Yo soy las culturas populares soy los volcanes el odio a los gringos los muralistas los

estridentistas soy el clasismo el presidente del INE y toro sentado.

Soy el 68 y la olimpiada soy la matanza

de tlatelolco de acteal del jueves de Corpus de villas de salvárcar los niños de ABC. Yo soy

Paullet detrás de la cama soy la historia que se repite y se repite soy el saqueo

la venta de los recursos naturales

Yo soy aquel que juzga sin mirarse en los espejos.

¿Y tú?

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Las tragedias de la caballería

Ya no defenderás princesas, ni matarás dragones.

Ya no llevarás serenatas, que todo sea el perreo

Ya no cederás tu lugar en ningún caso

te descubrirías como el macho que piensa que ella es frágil.

Nada de flores, no rompas los ciclos naturales, la polinización.

Nada de poemas de amor, no la fantasía, mamadas lo de las hadas.

No serás un bruto ogro más que se lamente con sueños de posesión.

Para la conquista apenas el silencio de la contemplación.

Míralas empoderarse, dueñas de la biblioteca, de la bolsa de valores.

Justo a punto de apretar el botón rojo para reiniciar la historia.

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e han cumplido cien

años ya de uno de los

episodios más san-

grientos de la historia: el 16

de julio de 1918 el Zar Ni-

colás II y su familia fueron

asesinados en un lejano lu-

gar de los Urales, en Eka-

terinburg (hoy Sverdlovsk,

donde en 1960 fue derri-

bado el avión estadouni-

dense U-2). Si sólo hubie-

ra sido ejecutado el monar-

ca, esto no podría justificar-

se pero sí entenderse, da-

dos el desprestigio y el odio

que se habían acumulado

contra la autocracia rusa

entre quienes la sufrían, los

trabajadores. Sólo que todo

esto fue más allá, y ni si-

quiera podemos decir que

las cosas se salieron de

control pues todo fue per-

fectamente planeado. Fue

un suceso muy desagra-

dable, pues además tam-

bién fueron masacrados la

Zarina Alejandra, las

cuatro hijas (María, Olga,

Tatiana y Anastasia), el hijo

enfermo (Alexis); asimismo,

el médico, el cocinero, un

sirviente, la criada, y en el

colmo de la crueldad el

perro de la familia, Jimmie.

En febrero de 1917

ocurrió una revolución en

San Petersburgo (o Petro-

grado, luego Leningrado),

la capital rusa, y de ello

surgió un gobierno provisio-

nal, dirigido por Kerenski, y

que se propuso primero

que nada lograr la abdica-

ción voluntaria del Zar. Una

S

El asesinato del

Zar y su familia,

hace cien años

Loki Petersen

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comitiva del nuevo régimen

acudió al cuartel de Nicolás

II, y se le planteó a éste la

necesidad de que renuncia-

ra a gobernar. El Zar dijo

que lo haría, siempre y

cuando se le prometiera

que se continuaría la gue-

rra contra Alemania, al lado

de los Aliados. La comitiva

de Kerenski le respondió

que no había duda sobre e-

so, y el 15 de marzo el Zar

firmó su abdicación, de lo

que luego demasiado tarde

se arrepentiría, pues no se

arregló nada con eso. Cre-

yó que así terminaría lo en-

conado del levantamiento

de Petrogrado, y se reanu-

daría cuanto antes la lucha

contra el Kaiser alemán

Wilhelm II (quien era, por

cierto, su primo).

Al principio abdicó a

favor de su hijo Alexis, en-

tonces de trece años. Sólo

que había un grave pro-

blema: el muchacho estaba

enfermo de hemofilia, una

enfermedad heredada a

través de su madre la Za-

rina Alejandra, y que pro-

cedía de la abuela de ésta,

la reina Victoria de la Gran

Bretaña. No había garantía

de que pudiera vivir mucho,

y aún si viviera más, no po-

dría Alexis gobernar bajo el

riesgo de esa incómoda en-

fermedad, con la cual un

simple rasguño o golpe se

convertía en una espantosa

efusión de sangre. Por lo

tanto, Nicolás II canceló e-

sa firma, y en otro docu-

mento abdicó a favor de su

hermano Miguel. La comiti-

va regresó a Petrogrado

con esta última firma, sólo

para encontrarse con la ai-

rada oposición de la frac-

ción bolchevique (el gobier-

no provisional estaba inte-

grado por diversos partidos

políticos), que exigía la

completa abolición del za-

rismo. Por lo tanto, Miguel

se vio obligado a abdicar

también, esta vez en favor

de nadie más.

El Zar y su familia

fueron recluidos bajo la pro-

tección del gobierno provi-

sional, en Tsrakoe Selo, u-

na propiedad de Nicolás II.

En principio, Kerenski pen-

saba así resguardar la se-

guridad del Zar, para que

no cayese en manos de los

violentos bolcheviques. Lo

que debió haber hecho fue

haberlos enviado de inme-

diato fuera del país, pero

esto dejó de ser factible

cuando el gobierno inglés

se negó a recibir al ex-Zar,

a menos que los rusos pa-

gasen los gastos de manu-

tención. En principio Ke-

renski aceptó, pero los bol-

cheviques se opusieron. El

rey inglés, George V, primo

del Zar, incluso se decía

que parecían hermanos ge-

melos, no hizo nada en ab-

soluto para rescatar a su

pariente, por miedo al Par-

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lamento, que se oponía a

recibir a un autócrata exi-

liado, por muy aliado que

fuese.

Los rusos lanzaron

una ofensiva contra Alema-

nia, que fracasó totalmente,

y los soldados empezaron

a desertar masivamente, u-

niéndose al bolchevismo. Y

éste creció tanto que pudo

armar su propia revolución

en octubre de 1917, que e-

chó fuera al gobierno de

Kerenski. Éste, para, según

él, darles mayor seguridad

al Zar y su familia de que

no fuesen alcanzados por

la furia bolchevique, dispu-

so el traslado a Siberia.

Precisamente cerca del lu-

gar donde nació Rasputín,

el extravagante monje que

tanto había influido en la vi-

da de la Zarina Alejandra,

hasta que fue asesinado.

Nada podía evitar la fatali-

dad, pues Kerenski mismo

tuvo que huir de Rusia para

no ser ejecutado. La suerte

de Nicolás II y los suyos es-

taba ahora en manos de

sus más encarnizados ene-

migos.

La guardia que Ke-

renski había dispuesto para

que cuidase al Zar, ahora

fue sustituida por tropas

bolcheviques, que sometie-

ron a la familia a muchas

humillaciones. Y la espe-

ranza de que llegase un

rescate de “rusos buenos”

se fue apagando a medida

que los meses transcurrían,

siempre con la creciente in-

certidumbre de cuál sería el

porvenir que se les depara-

ba por parte de los nuevos

amos. Y éstos firmaron la

paz con Alemania, para fu-

ria de Nicolás II, que se dio

cuenta no sólo que su ab-

dicación no había servido

de nada, sino que ahora

estaba metido en una tram-

pa junto con su familia, en-

cerrado en una fría casa si-

beriana.

Para el régimen de

Lenin no cabía duda de qué

había que hacer con el ex

soberano ruso. En abril de

1918 fue trasladado éste

con su esposa e hijos, y el

poco personal que le per-

mitieron tener (cocinero, un

criado, una criada y un mé-

dico), a los Urales, a Ekate-

rinburg. El soviet local, for-

mado por endurecidos o-

breros que habían sufrido

amargas persecuciones y

prisiones por parte del go-

bierno zarista, pedían que

se les entregase el Zar pa-

ra ajusticiarlo. Pero la poli-

cía secreta rusa, la Checa,

hizo las cosas a su propia

manera, por instrucciones

superiores (es decir, de Le-

nin mismo, como Trotski lo

relató después).

Nicolás II, ahora co-

nocido como el ciudadano

Romanov, sabía que algo

había de ocurrirle a él, pero

siempre creyó que su fami-

lia no sería perjudicada. El

4 de julio llegó Jacob Yu-

rovski directamente de

Moscú, al mando de un

grupo de la Checa espe-

cialmente entrenado para

ejecuciones. Ordenó bus-

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car un lugar donde pudie-

sen hacerse desaparecer

cadáveres, y fue hallada u-

na mina. Mandó adquirir

gasolina y ácido sulfúrico

en gran cantidad. Había ur-

gencia por acabar con el a-

sunto, pues un ejército lla-

mado blanco se había le-

vantado contra la revolu-

ción roja, y en cualquier

momento podría aparecer

para rescatar al Romanov y

darle el poder de nuevo.

Y entonces llegó la

fatal noche del 16 de julio,

cuando Yurovski entró con

su grupo especial, armados

con revólveres y rifles, a la

casa donde estaba preso el

Zar y los suyos. Aquél les

dijo que bajasen todos al

sótano, donde les sería to-

mada una fotografía. Así lo

hicieron, Nicolás II cargan-

do a su hijo Alexis, quien ya

no podía caminar porque

su enfermedad había em-

peorado, su esposa, la o-

diada alemana Alejandra,

las cuatro hijas, y las cuatro

personas que aún seguían

sirviendo a la familia. Sor-

presivamente, Yurovski le

disparó en la cabeza al Zar,

y los demás policías dispa-

raron para acribillar a to-

dos, incluyendo al perro Ji-

mmie. La única que sobre-

vivió a la balacera, la cria-

da, se echó a correr, y los

asesinos la persiguieron y

alcanzaron, y a bayoneta-

zos acabaron con ella. Los

cuerpos fueron llevados a

la mina, despedazados, y

se les roció el ácido y la ga-

solina para luego quemar-

los.

¿Qué más cabe de-

cir? Que durante años el

régimen soviético prefirió

hablar lo menos posible del

asunto. Y cuando ese régi-

men terminó, se dio cauce

a una dolorosa recupera-

ción del recuerdo del Zar y

los suyos, proceso que en

agosto de 2000 culminó

con la canonización oficial

por parte de la Iglesia Orto-

doxa Rusa de Nicolás II,

Alejandra, María, Olga, Ta-

tiana, Anastasia y Alexis

como santos. En cuanto a

Anastasia, se dijo que ha-

bía sobrevivido, y que vivía

en algún lugar de Europa,

pero el examen científico

de los restos dio como

resultado que, en efecto, A-

nastasia estaba entre los e-

jecutados. Cien años han

transcurrido de este triste

hecho, y tengamos o no

simpatía por la extinta

URSS, sentimos que fue un

crimen que no puede ser o-

cultado y que cabe siempre

lamentar.

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para mi hijo Björn Erik

Meling Aragón

acho Arce miró la

alacena de su

destartalada coci-

na, en cuyos entrepaños

quedaban dos paquetes de

macarrón agujereados por

los ratones, y una lata de

tomate llena de excremen-

tos de moscas. Era todo lo

que tenía para comer. Los

frijoles se habían acabado

y el arroz lo tenía que com-

partir con la que era su te-

soro más preciado en a-

quellos momentos, una ga-

llina jabada culeca. Nacho

le había a puesto a su ga-

llina la última docena de

huevos que juntó aguantán-

dose las ganas de comer

huevo frito como desayuno.

Mientras su gallo y dos po-

llos pespelacos comían lo

que encontraban picotean-

do entre las piedras de los

alrededores. La harina es-

taba llena de gorgojos, ca-

cas y miados de ratón; y

sólo había una embarrada

de manteca en el bote.

Lo más probable era

que su compañero de an-

danza, Urbano Murillo, an-

duviera borracho por San

Telmo de Abajo y tardaría

en regresar con provisiones

a Oso Viejo, pero Arce no

quiso acompañarlo. ¡Cómo

iba a dejar a su gallinita

echada! Sabía a la per-

fección que los pollitos sal-

drían a los veintiún días

exactos, y no quería dejarla

por ningún motivo. Nacho

se mesó los cabellos y la

barba de días. Tenía ham-

bre y no deseaba salir a ca-

zar alguna liebre o conejo

por los cerros; apenas le

quedaban unos cuantos ti-

ros del 22 y el sol calaba

fuerte. Dio un suspiro muy

hondo. Miró hacia afuera

de la casucha de chamizos

y adobe parado, y enfocó la

N

Caldo de pollo

para un hombre

hambriento Marta Aragón R.

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vista en la destartalada pol-

veadora de madera que se

resecaba bajo el sol incle-

mente de junio, en las ban-

dejas y el equipo con el que

él y Urbano salían monta-

dos en sus burros a buscar

oro por todos los sitios en

los que sospecharan de su

existencia, o de piedras fi-

nas, lo mismo daba.

Cuántas veredas reco-

rridas, cuántos cañones ex-

plorados hasta aprenderlos

de memoria, arroyos, pla-

ceres, túneles, vestigios de

otras búsquedas en cientos

de kilómetros a la redonda.

El paisaje desértico y mon-

tañoso les había surcado

las caras, agrietado las ma-

nos y enjutado los cuerpos.

Habían agotado la juventud

por los caminos de Baja

California, y sus montañas,

sus desiertos y sus mares,

siempre en búsqueda del

más precioso de los me-

tales.

Quien ha encontrado u-

na chispa alguna vez,

queda atrapado en su brillo,

en el color y la belleza, pe-

ro sobre todo en el valor; y

lo seguirá buscando toda la

vida. Será su pasión, lo a-

mará más que a la mujer

más bella y tal vez que has-

ta a su madre. Cuántos

gambusinos no han sido

devorados por el desierto

buscando oro. Las víboras

de cascabel se esconden

entre los matorrales, los

precipicios son traicioneros,

el sol tatema el cerebro y la

sed, el hambre y los gases

de las minas viejas son a-

sesinos. Tantos peligros y

sinsabores para encontrar

sólo unas cuantas pepitas

que daban para mal vivir y

para una que otra borra-

chera.

Cansados de su andar,

Nacho y Urbano levantaron

aquella casucha en Oso

Viejo, al pie de la Sierra de

San Pedro Mártir, con las

intenciones de tener un si-

tio seguro para pasar los

crudos inviernos. Las hela-

das negras que secaban to-

do lo verde les impedía a-

campar a campo raso, y las

lluvias y las nevadas les

provocaban intensos dolo-

res a sus maltratados es-

queletos; no era agradable

dormir a la intemperie. La

tierra de Oso Viejo no era

de nadie. Se sabía que por

allí anduvieron otros busca-

dores de oro en tiempos

muy antiguos, pero no era

de los lugares afamados y

legendarios como ricos en

el dorado metal, aunque

había rastros de escarba-

deros que apenas se no-

taban de tan viejos. Tal vez

de cuando anduvieron los

primeros exploradores y de

cuando, quizá hubo osos

caminando en estas tierras,

si no de dónde aquel nom-

bre de Oso Viejo.

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Las tripas de Nacho

gruñían. Se sentía des-

guanzado y con las piernas

flojas. A punto de pararse a

preparar un poco de maca-

rrón vio a uno de los pollos

pespelacos que picoteaba

entre la tierra, más allá de

la entrada, y una idea ful-

minante se apoderó de su

atención y su voluntad: ¡No

prepararía macarrones!

¡Comería caldo de pollo!

El deseo de tomarse

un rico caldo le devolvió las

fuerzas para perseguir y

atrapar al pobre animal,

que confiado seguía bus-

cando insectos entre la tie-

rra, y pedruzcos que le a-

yudaran a digerir lo que co-

mía: semillas, gusanos o in-

sectos.

Las pocas plumas del

pollo volaban y el esque-

lético perro devoraba ansio-

so las tripas de las que

Nacho apenas guardó el

corazón, el hígado y la mo-

lleja. El animalillo cortado

en piezas fue a dar al cazo

de agua hirviendo junto a u-

na cebolla y un diente de

ajo, que habían respetado

los ratones; añadió el

hígado y el corazón, y por

último abrió la molleja para

limpiarla de restos de pie-

dras y semillas. Al vaciar el

contenido sobre la bandeja

cayeron seis diminutas pe-

pitas de oro que brillaron al

sol de mediodía. Nacho vol-

teó hacia los escarbaderos

vecinos, y ya venían el ga-

llo y el otro pollo pespelaco.

Su corazón le dio un brinco

de puritita alegría.

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na fresca mañana

de los últimos días

de mayo, Rabito

salió de su cueva a recorrer

el mundo por primera vez.

Daba saltitos entre las cho-

llas, encinillos y piedras del

lugar. Su cueva estaba cer-

ca del camino que corre

desde el Ejido Tepi hasta el

Mike‟s Sky Ranch, ahí al

pie de la Sierra de San Pe-

dro Mártir en Baja Califor-

nia.

Estaba por llegar al ca-

mino cuando escuchó un

ruido ensordecedor que lo

hizo detenerse. Corrió con

suerte, pues en ese mo-

mento pasó, a toda veloci-

dad, un enorme monstruo

de fierro y cuatro ruedas

que daba tumbos y hacía

que temblara la tierra. Se a-

sustó muchísimo y regresó

disparado a su cueva. Sen-

tía que el corazón se le sa-

lía por la boca. Su mamá al

verlo tan agitado le pre-

guntó:

─ ¿Qué pasa Rabito,

por qué vienes tan asus-

tado?

─Aa cca bo de vvver

un monstruo gggrandoto-

tote que hace mucho rui-

do─ contestó con la voz

temblorosa y casi sin respi-

ración.

─ ¡Ah, eso! No te pero-

cupes. Son las carreras

que hacen a cada rato los

animales de dos patas. Ya

te acostumbrarás al ruido y

al temblor. Sólo ten cuida-

do, y no te acerques, ni

cruces el camino─ advirtió

su mamá.

─ Entonces ¿sí puedo

salir?─ preguntó.

U

Rabito y la

Baja 500

Alma Preciado

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─Claro. Pero no hables

con extraños. Menos con

los de cuatro patas, que no

sean conejos como tú. E-

llos se arrastran y algunos

hasta vuelan. Y si escuchas

cualquier ruido raro, regre-

sas de inmediato a casa,

¿entendiste?

─Si mamá─ contestó

Rabito y salió otra vez de la

cueva.

Iba dando saltitos y de

vez en cuando se paraba

en dos patas y movía su

nariz para olfatear, por lo

que se le movían sus bi-

gotes de manera graciosa.

De pronto vio moverse algo

negro entre las ramas de u-

na uña de gato. Rabito

puso cuidado y vio una bola

de pelos con patas que se

dirigía hacia el camino.

─ ¿Qué animal será é-

se? Mi mamá me advirtió

que no hablara con anima-

les de cuatro patas, que no

sean conejos como yo, por-

que me pueden comer. Pe-

ro éste tiene mmm… una,

dos, tres… ocho. Tiene o-

cho patas. Entonces no es

peligrosa, creo que sí pue-

do hablar con ella, pues es-

tá corriendo gran peligro.

Va derechito al camino por

donde pasan los mons-

truos.

─ ¡Señora, Señora! No

cruce el camino por favor!─

gritó Rabito.

La señora se detuvo

para escuchar lo que decía

Rabito, y en ese momento

un ruido estridente se dejó

venir por el camino.

─ ¿Que dices coneji-

to?, no te escuché.

Apenas iba a contestar

Rabito, cuando pasó veloz-

mente el monstruo de dos

ruedas, que llevaba monta-

do un animal de dos patas,

con una cabeza grande y

redonda que brillaba con el

sol.

─ Uy! este sí que está

feo, y por poco aplasta a la

bola peluda con patas─

pensó Rabito.

La señora patona se

quedó atónita, ya que casi

es aplastada por aquella

cosa rara. Miró a Rabito y

le dijo:

─Gracias conejito.

¡Salvaste mi vida!, eres

muy bueno y valiente. ¿Có-

mo te llamas?─preguntó.

─ Rabito y ¿tú?

─Soy la señora Tarán-

tula. Soy fea y todos me te-

men en el bosque. Sin em-

bargo tú no me tuviste mie-

do y evitaste que muriera

el día de hoy. Siempre te

estaré agradecida.

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Sabiendo qué aquella

bola peluda de muchas pa-

tas se llamaba Tarántula, y

que sería su amiga por

siempre, se despidieron

alegres y cada quien siguió

su rumbo.

Rabito se detuvo cuan-

do vio que en medio del

camino se encontraba un

ave negra de cabeza roja,

que alzaba el vuelo cada

vez que pasaban los carros

y las motocicletas, pero

siempre volvía a descender

en el mismo lugar. Al verla

corrió a su cueva para de-

cirle a su mamá lo que ha-

bía visto. Ésta le dijo que e-

ra un zopilote y que no era

peligroso para él. Sólo co-

mía animales muertos y

Rabito no estaba muerto.

Era un conejito lindo y muy

vivo al que ella amaba mu-

cho. Rabito dio un beso en

la mejilla a su mamá y re-

gresó al bosque. Se acercó

lo más que pudo al ave de

cabeza roja y le preguntó:

─ ¿Qué hace, señor

zopilote?

─ Estoy comiéndome

una víbora que atropellaron

los carros de las carreras

que pasan por el camino.

─ ¿Se está usted co-

miendo una víbora muerta

y destripada? ¡Guácala!

¡Qué asco!─ dijo Rabito

frunciendo la nariz.

─No debe darte asco

conejito, pues es lo que yo

como para sobrevivir. Ade-

más mantengo limpio el ca-

mino.

En eso estaban cuando

junto a ellos aterrizó una

paloma tunera que venía

muy asustada.

─ ¿Qué sucede, amiga

paloma?─ Preguntó el

zopilote.

─¡Uf! Acabo de ver un

enorme pájaro sin alas, que

vuela por los cielos echan-

do bocanadas de aire, y

haciendo mucho ruido con

unas cosas raras que tiene

en su cabeza. Me asustó

tanto que mejor aterricé

─dijo la agitada paloma─.

¡Mírenlo allá va!─ gritó.

Los tres miraron hacia

arriba y vieron al enorme

pájaro ruidoso sin alas que

volaba por el monte, echan-

do aire y haciendo su pe-

culiar ruido. Era un helicóp-

tero que videogrababa todo

el recorrido de los carros y

motocicletas que participa-

ban en la famosa carrera

Baja 500.

─ Yo mejor me regreso

a mi cueva. Aquí afuera

hay mucho peligro. Les a-

consejo que hagan lo mis-

mo. Vayan a casa y cuíden-

se mucho. ¡Adiós! Nos ve-

mos un día de estos─. Y

Rabito se fue corriendo a

casa.

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─ ¡Adiós!, que te vaya

bien. Y gracias por el con-

sejo─ dijeron las dos aves

al tiempo que emprendían

el vuelo.

Rabito entró en su cue-

va, se acurrucó en su cama

y se quedó profundamente

dormido. Durmió largo rato

hasta que mamá lo desper-

tó para comer. Toda la fa-

milia Conejo se sentó a la

mesa. Afuera, aún se oía el

ruido de los motores de los

carros de las carreras, y

ruido de los helicópteros.

Comieron felices y tranqui-

los. Sabían que dentro de

su cueva estarían siempre

seguros, porque no hay

mejor lugar como el hogar.

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1.- De la Creación

n el principio Yavé

Santa, riéndose “¡Jo,

jo, jo!”, creó cielos

hechos de mermelada y

una tierra por donde corrían

ríos de sabor manzana y

fresa. De los árboles colga-

ban bombones, y de las

estrellas escurría rocío de

chocolate. Nubes de helado

estallaban y una deliciosa

lluvia fría le daba a todo un

sabor muy refrescante.

Fueron creados los anima-

les, y entonces peces y a-

ves, leones y toros, se

complacían con todo lo dul-

ce que hallaban por do-

quier, y Yavé Santa se reía

con gran gusto por lo sa-

brosa que era su creación.

Pero según él, no e-

ra bueno que el mundo es-

tuviera solo, y decidió crear

un ser parecido a él mismo,

a Yavé Santa, dotado de u-

na gran barriga y con ca-

bellos y barba blancos co-

mo el azúcar de los paste-

les, que también abunda-

ban en esta maravillosa tie-

rra. Y así el hombre llegó a

ser, con gafas y todo, inclu-

so con un costal en la ma-

no para llenarlo de regalos.

Y, por supuesto, vestido de

rojo. Sin embargo, se quejó

ante Yavé Santa, porque

¿a quién le daría tantos ob-

sequios? Y he aquí que la

mujer llegó a la vida, tam-

bién gorda y de pelo blan-

co, para que fuese compa-

ñera del hombre en la tarea

de complacerse con toda la

dulzura que había disponi-

ble para ellos, y para rega-

larse el uno al otro delicio-

sas cosas.

Pero la envidia, que

a veces obliga a emprender

trabajos que de otra mane-

ra no se harían, llenó el

corazón de una serpiente

color limón, que rápido se

había hecho sabia gracias

a comer chocolate con al-

E

Dos fábulas

religiosas Luciano Pérez

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mendras, ya que éstas son

buenas para el cerebro.

Ella quería que a la pareja

de viejos y gordos se les

echase de aquí, nada más

que por el gusto de meter

bulla en este mundo ideal.

Se le acercó a la mujer y le

dijo: “¿No te das cuenta,

señora, que no todo puede

ser dulce en la vida? ¿Que

hace falta en ésta un ele-

mento de amargura?” La

anciana se quedó sorpren-

dida de oír eso, pero sin

perder su aplomo risueño,

le contestó así: “¿Y cómo

puede haber amargura, si

todos los árboles están lle-

nos de ricos bombones?”

La astuta serpiente le re-

plicó: “¿No te das cuenta

de que Yavé Santa así lo

quiere? Porque si gustan

ustedes de lo amargo se

harán diferentes, y ya no

habrá necesidad de que

sean gordos y viejos como

él. Sino que el conocer lo

amargo de la vida los hará

delgados y jóvenes, y verán

todo con otros ojos”.

La anciana obesa se

quedó callada por un rato, y

luego preguntó: “¿Y qué

hemos de hacer mi marido

y yo entonces?” La serpien-

te sacó como por arte má-

gica una barra de chocolate

amargo, y se la dio a la mu-

jer, explicándole así: “Esto

tendrá un sabor diferente

para ustedes. Prueben y

coman de él”. Ella tomó el

regalo y no vio más a la

figura color limón. Fue con

su marido, le contó lo que

vio y qué le había dicho, y

entonces el gordo, sin pen-

sarlo más, partió el choco-

late y le dio una mitad a su

mujer, que se la comió de

inmediato, y luego él se co-

mió la otra mitad. Entonces

fue que se les abrieron los

ojos y se fueron a escon-

der, pues se dieron cuenta

que eran viejos y gordos.

Yavé Santa los estu-

vo buscando: “¿Dónde es-

tán, dónde se han meti-

do?”, decía sin dejar de

reírse con su “¡Jo, jo,jo!”

característico. Entonces sa-

lieron, y el hombre le hizo

saber, con mucha amargu-

ra, que no estaban confor-

mes con haber sido crea-

dos a imagen y semejanza

de Yavé Santa. “Porque

aunque todo es aquí dulce,

no podemos ser más ágiles

por estar gordos, y no todo

lo podemos ver porque nos

falla la vista por la vejez”,

dijo.

El creador, sin per-

der el buen humor, le con-

testó: “Puesto que han pro-

bado lo amargo, ahora ya

saben que no todo es dul-

zura. Por lo tanto, ya no es

posible que vivan aquí, así

que se irán exiliados a un

país donde el hambre los

pondrá flacos, y conocerás

lo que es ser joven y tener

carencias de todo tipo”. En-

tonces un ángel, con cara

de serpiente por cierto, lle-

gó con una espada y les

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señaló a los dos viejos y

gordos el camino hacia a-

fuera. Una vez hecho así,

el ángel le dijo a Yavé San-

ta: “¿no hubiera sido mejor

que vivieran en la dulzura

toda su vida? ¿Así como tú,

que eres gordo, viejo y fe-

liz?” El otro respondió: “¿Y

tú cómo sabes si soy feliz?”

“Por la manera en que te

ríes”. “Oh, mi risa es un

desahogo. Ellos, los he-

chos a mi imagen y seme-

janza, han conocido la a-

margura, y conocerán más

todavía. Pero la juventud

los mantendrá a dieta y dis-

puestos a todo, y hallarán

que en lo amargo hay una

dulzura que yo ni me ima-

gino siquiera”.

El ángel, quitándose

la peluca blonda y el traje

blanco y volviendo a ser la

serpiente color limón, pru-

dente a la vez que envidio-

sa, dijo: “Bueno, basta con

que te decidas y comas u-

no de mis chocolates amar-

gos”. Riéndose estruendo-

samente, Yavé Santa ex-

clamó: “Crees que puedes

tentarme. Pero ya estoy de-

masiado viejo para querer

conocer el bien y el mal.

Supongo que quizá he

perdido la razón, y por eso

quise crear un mundo siem-

pre dulce. ¡Jo, jo, jo!”

2.- Dama Nueve

Quizá se hizo teóloga para,

como Beatriz, conducirme

hacia la bienaventuranza.

Se inscribió en una univer-

sidad que es luz de las

gentes. Pero ella sabe que

yo no quiero luz, porque me

pone ciego. Es la oscuridad

mi ambiente predilecto,

más bien el que no tuve por

menos que elegir, dado que

la luz fue expropiada por el

verbo encarnado, del cual

nadie quiero saber.

No obstante, mi ami-

ga teóloga, como dama

nueva, como dama nueve,

quiso que hiciera de lado a

los poetas paganos, para

que la siguiese hacia donde

el amor que mueve y con -

mueve a las estrellas resi-

de. Sólo que yo no entien-

do el amor como agape, si-

no como eros, y quiero ser

un Pan para esta otra Bea-

triz, tocándole con mi sirin-

ga unos aires pastoriles

que aniquilen por completo

las pretensiones del verbo

lumínico. Porque quien si-

gue a Pan se encanta y vi-

ve en su propio paradiso de

ninfas y de sátiros, que se

unen las unas con los otros

para procrear monstruos.

Deseo que la teóloga

me diga que Dios es eros,

que quiso que nos junte-

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mos carne contra carne,

para que haya nuevos mi-

tos, y por tanto asumamos

nuevas metamorfosis. Yo

ya soy Pan, y ahora falta

que mi amiga se convierta

en algo, en alguien. Pero

hasta su lejana Ecatepec

no he de ir: que ella venga

a mí al Edén tepitense,

entre perros mordiéndose

la cola y gatos orinando te-

rritorios. Mi siringa está lis-

ta, para hacerle olvidar a la

teóloga los tercetos de la

bienaventuranza, y para

que baile conmigo el ¡Evo-

hé! de los diablos.

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l celebrar los cien

años de un crea-

dor, el autor del

homenaje tiene la obliga-

ción primordial de tomar en

cuenta la trascendencia del

festejado. Y es por eso que

la justificación pasa por el

tamiz del entender personal

de quien se encargará de

ello. Y en este caso, antes

de voltear a ver a perso-

najes de la farándula televi-

siva, invariablemente me fi-

jo en los creadores de arte.

En esta ocasión he decidi-

do (después de múltiples

reflexiones) homenajear a

un director que no tiene u-

na gran cantidad de pelícu-

las, ni es el más recordado,

pero que a mi entender in-

tentó una continuidad en un

cine que, como el mexica-

no, casi nunca lo ha hecho.

Luis Alcoriza (Bada-

joz, España, 1918 ─ Cuer-

navaca, Morelos, 1992), fue

un actor, guionista y direc-

tor de cine, que como mu-

chos otros españoles, tuvo

que seguir a sus padres al

salir de la Península Ibérica

tras la Guerra Civil Espa-

ñola (1939). Su padre era

dueño de la compañía tea-

tral Alcoriza y su madre la

primera actriz. Dicha com-

pañía montaba el repertorio

español, desde el clásico

hasta dramas policíacos, lo

que posibilitó que el enton-

ces niño viajara por toda

España y las posesiones

hispanas en África. La pro-

fesión familiar determinó

que Luis se familiarizara

con el mundo de la ficción

desde sus primeros años.

Tuvo que abandonar los

estudios y, junto con su fa-

milia, el negocio del espec-

táculo que poseían, para e-

migrar al nuevo mundo, co-

mo ya se comentó.

En 1936, mientras él

y su familia se encontraban

en una gira por Tánger,

Marruecos, estalló la Gue-

rra Civil Española, por lo

que tuvieron que regresar

de inmediato a España. Po-

co más de un año después,

viajaron con rumbo inicial al

Norte de África y después

hacia América del Sur, a

donde llegaron en 1938. A

partir de entonces recorrie-

ron Argentina, Uruguay,

Chile, Perú, Colombia, Ve-

nezuela y Guatemala para,

en 1940, llegar a su destino

final: México. Aunque Luis

A

Luis Alcoriza (1918 ─ 1992)

José Luis Barrera

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Alcoriza no era directamen-

te exiliado, estaba mucho

más cerca de ellos que de

los antiguos residentes.

No obstante la tradi-

ción familiar, Luis Alcoriza

decidió probar suerte en un

mundo distinto al teatral y

al que dedicaría su vida

profesional a partir de en-

tonces: el cine. Fue en di-

ciembre de 1940 cuando

realizó su primera interpre-

tación para la pantalla gran-

de al encarnar a un capitán

de Castilla del siglo XV en

La torre de los suplicios

(Raphael J. Sevilla, 1940).

A partir de entonces, alter-

naría las actuaciones tea-

trales y cinematográficas,

asegurando la recurrencia

en estas últimas gracias a

su origen y tipo español.

Actuó en películas de corte

cosmopolita como Los Mi-

serables (Fernando A. Ri-

vero, 1943), Naná (Celes-

tino Gorostiza, 1943) y La

casa de la Troya (Carlos O-

rellana, 1947); en filmes re-

ligiosos como La virgen

morena (Gabriel Soria,

1942), San Francisco de A-

sís (Alberto Gout, 1943), e

incluso encarnó a Cristo en

dos cintas que recuerdan

su interpretación del papel

ya representado en el tea-

tro: Reina de reinas (1945)

y María Magdalena (1945),

ambas de Miguel Contreras

Torres. Además de estos

personajes, encarnó tam-

bién a galanes segundos o

antipáticos en cintas como

El capitán Malacara (Carlos

Orellana, 1944), El gran

calavera (Luis Buñuel,

1949) o Tú, sólo tú (Miguel

M. Delgado, 1949).

No habiendo aban-

donado del todo la actua-

ción ‒lo haría hasta 1949‒,

El ahijado de la muerte se-

ría el primero de 56 guio-

nes o argumentos que Al-

coriza escribiría para otros

directores, la mayoría de

los cuales serían trabaja-

dos en conjunto con su es-

posa Janet. Los libretos re-

sultarían interesantes y atí-

picos en el panorama del

momento porque se trataba

de historias con tramas

concisas, bien urdidas, hila-

das y resueltas, en muchas

ocasiones en forma de co-

medias críticas cuyo humor

llegó a ser mordaz.

Un tema recurrente

en sus libretos fue la tras-

tocación de los roles socia-

les: los de hombre y mujer,

como en La isla de las mu-

jeres (Rafael Baledón,

1952), La liga de las mu-

chachas (Fernando Cortés,

1950) o El siete machos

(Miguel M. Delgado, 1950);

los de los extranjeros y me-

xicanos, como en Una grin-

guita en México (Julián So-

ler, 1952); o los de pobre-

rico, como en El inocente

(Rogelio A. González,

1955).

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En 1949, Alcoriza

conoció a quien sería su

maestro y amigo, el gran ci-

neasta aragonés Luis Bu-

ñuel, una figura imprescin-

dible del cine mundial quien

había llegado al país y se

había insertado en el cine

hacia 1946. Su primer

guión para el director su-

rrealista fue El gran cala-

vera (Luis Buñuel, 1949),

adaptado por Janet y Luis

sobre una pieza de Adolfo

Torrado y donde Alcoriza

mismo hizo un papel de

galán antipático.

Después de esta ex-

periencia, Luis trabajó con

Buñuel en un guión llamado

¡Mi huerfanito, jefe!, el cual,

después de un arduo traba-

jo, se convirtió en la magní-

fica cinta de Los olvidados

(Luis Buñuel, 1950). En es-

ta película se toca de ma-

nera enérgica y descarnada

el tema de la miseria ur-

bana, un asunto casi tabú

en la cinematografía nacio-

nal. Sin idealizarla ni ma-

quillarla (como se acostum-

braba hacer), retrató la mi-

seria no sólo como una

condición física sino moral,

lo que desencadenó el re-

chazo del público y la crí-

tica mexicana bajo el argu-

mento de que ofendía a

México, por lo que salió ca-

si inmediatamente de carte-

lera. Posteriormente, Los

olvidados ganó un premio

en Cannes y todo cambió,

se reestrenó con buena pu-

blicidad y la crítica la trató

bien. En este trabajo, Alco-

riza, junto con Pedro de Ur-

dimalas, ayudaron mucho a

Buñuel en los diálogos,

pues el aragonés tenía po-

co de haber llegado a Mé-

xico y aún no conocía la

forma de hablar en el país.

La relación profesio-

nal con Buñuel se refleja en

diez guiones en los que

Alcoriza trabajaría con su

compañero y gran amigo.

Entre ellos, resaltan Él

(1953), una de las mejores

películas mexicanas, que

explora de manera muy in-

teresante la patología psi-

cótica; La ilusión viaja en

tranvía (1953), un relato

donde caben grandes te-

mas de Buñuel como la

sensualidad y la fuerza oní-

rica; o El ángel extermi-

nador (1963), un filme

claustrofóbico sobre la abu-

lia humana y la última pelí-

cula en que trabajaron jun-

tos.

Además de los ya

mencionados guiones, Al-

coriza trabajó en otras cin-

tas que también resultaron

fundamentales para el cine

nacional. Tal es el caso de

El esqueleto de la señora

Morales (Rogelio A. Gonzá-

lez, 1959), que para mu-

chos es la mejor película

del director, opinión que se

debe de manera determi-

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nante al excelente guión de

la insólita comedia de hu-

mor negro, primera del sub-

género en el ámbito mexi-

cano, que conjugó de ma-

nera exitosa el humor britá-

nico del relato de Arthur

Machen, la herencia del hu-

mor español esperpéntico

de Alcoriza y, por último, el

humor mexicano del direc-

tor, en un resultado irreve-

rente que se burló de la ins-

titución del matrimonio y de

la Iglesia misma.

Pero Luis Alcoriza no

se quedó ahí, pues se inició

en la dirección y continuó

con el camino que trazó

Buñuel y se dedicó a hacer

un cine que retrataba a Mé-

xico y los mexicanos. En un

principio su cine estuvo

fuertemente influido no sólo

por la temática sino por el

clásico surrealismo buñue-

liano, hasta que por fin con-

siguió un estilo personal.

Entre sus películas

más destacadas se en-

cuentran:

Tiburoneros (1962),

un enredo romántico entre

el mejor tiburonero de la

zona con su amante, que

está basada en la vida de

pescadores de tiburones

que el director conoció en

sus viajes por México, con

lo que logra una película

muy realista y creible.

Tlayucan (1962),

narra la necesidad de un

campesino por sanar a su

hijo enfermo, que lo lleva a

robar una perla de la ima-

gen de Santa Lucía, apos-

tada en la iglesia del pue-

blo. Y como hay pruebas

del robo, los pobladores lo

quieren linchar hasta que u-

no de ellos lo impide. Cuan-

do la perla (que había sido

tragada por un cerdo) apa-

rece, la colocan en la ima-

gen y todos aceptan la ver-

sión de que fue obra de un

milagro. Esta película fue

nominada para competir

por el premio Oscar.

Terror y encajes ne-

gros (1986), es la historia

de una cita secreta entre a-

mantes, que se convierte

en una “cita con la muerte”,

cuando una mujer recién

casada y vestida sólo en

lencería negra, es atemori-

zada por su amante que es

un psicópata que tiene una

obsesión enfermiza y peli-

grosa por el cabello largo.

Esta obsesión por el cabe-

llo (lo mismo que Buñuel

con los pies) es propia del

director, ya que en

Tiburoneros también existe

una referencia a la atrac-

ción por el cabello feme-

nino.

Y finalmente una pe-

lícula muy afamada, por ser

una comedia cuya trama al

parecer es muy “plana”, pe-

ro que se realza por la fuer-

za de cada uno de los per-

sonajes ─principales e inci-

dentales─ que van apare-

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ciendo en escena. Mecá-

nica Nacional (1971) es u-

na película que describe

muy acertadamente el ca-

rácter festivo del mexicano,

unido a las falsas morales y

traiciones que suelen darse

en la sociedad. Todo ocurre

en un viaje para asistir a la

Carrera Intercontinental, y

en medio de un embotella-

miento vehicular, la película

va entretejiendo varías his-

torias particulares que se

van confabulando hacia un

tema central, que termina

con la peculiar visión de la

muerte por parte del mexi-

cano. Entonces Luis Alcori-

za hace patente el humor

negro, tan gustado por no-

sotros, en su película.

Cabe mencionar que

muchas de las películas di-

rigidas por Alcoriza fueron

premiadas en México, y

aunque no será el más re-

cordado, ni el más emble-

mático del cine mexicano,

este punto lo hace impor-

tante a mi parecer. Aunque

sea el olvidado de “Los olvi-

dados”.

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ra una de los ocho hi-

jos de Aurora. Pero

su madre enviudó jo-

ven. Asesinaron a su padre

por „cosas de drogas‟, en u-

no de esos ajustes entre

bandas que siempre anun-

cian los gobiernos cuando

las personas mueren por

impactos de bala en la vía

pública. ¿Qué podía hacer

Aurora para sostener a sus

hijos? Por sí sola nada más

que sufrir y pasar hambres.

Necesitaba trabajar, conse-

guir con todo su esfuerzo el

dinero necesario. Dejó a los

ocho niños en un orfanato.

Ella no era ni la ma-

yor ni la menor de los ocho,

y aunque era una de las

más bonitas entre las ni-

ñas, esa no fue la razón.

Diego, uno de los ayudan-

tes del orfanato, se fijó en

ella desde su ingreso. No

había cumplido ni los ocho

años y Diego ya se la sen-

taba en las piernas, ya le

besaba los hombros, ya fro-

taba el trasero de la niña

sobre su pantalón. Y así

pasaron los días, los me-

ses.

Se volvió cada día

más silenciosa, y al cumplir

los doce, encontró de nue-

vo su inocencia en una Bi-

blioteca de la escuela don-

de asistía. Cada tiempo li-

bre lo aprovechaba para

meterse entre los libros. No

se trataba sólo de hacer ta-

reas y deberes de escuela,

se trataba de ocupar el

tiempo antes de regresar al

E

El poder de la

lectura Adán Echeverría

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orfanato, de que la noche la

sorprendiera y que las lu-

ces se apagaran nueva-

mente para sentir bajo su

ropa de nuevo las manos

de aquel Diego que no la

dejaba de molestar. Los li-

bros abrieron sus páginas,

sus voces, los ojos de la ni-

ña y su cerebro.

Y entonces planeó la

fuga. Se dio cuenta que ella

nada podía hacer por sus

otros hermanos, ni por los

demás chicos del lugar, era

pequeña y no tendría sufí-

ciente fuerza. Tenía que

ver primero por ella. Tenía

que quitarse de encima a

Diego. Y escapar de ahí e-

ra la única opción. Alicia

había logrado muchas co-

sas por sí misma con solo

desearlo. Oliver Twist se

había enfrentado a una e-

norme cantidad de inconve-

nientes para sobrevivir. Y

fue por eso que se decidió.

Hoy espera silencio-

sa en casa. Los años han

pasado. Supo encontrar

personas diferentes que le

brindaron apoyo moral y le-

gal. Ayudó a su madre para

volver con ella al orfanato y

al fin recuperar a sus

hermanos. Ella vive sola,

trabaja, se cuida. Y espera

junto con los nuevos ami-

gos que conoció al decidir-

se a denunciar, que se dic-

te la sentencia de aquel

Diego que tendrá que pa-

gar en la cárcel todo lo que

le hizo cuando niña.

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Octubre es festivo por naturaleza para Ave Lamia, sin

embargo, en esta ocasión distraemos un tanto la

celebración de nuestras posadas malditas para recordar

un hecho infame, ocurrido hace cincuenta años en este

país, que nunca dejará de sangrar por esa herida.