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1 Salida veraniega Sábado 20 de julio de 2013 Después de más de un mes sin tocar la moto el cuerpo me pedía asfalto y gasolina quemada. Hablando con Jordi me comentó que él también tenía ganas de salir en moto, pero que en el foro la gente estaba muy calmada. Aún tenían presente la salida a Andorra y que la salida aún era muy reciente. El viernes por la noche me llamó Jordi y me comentó que acompañaríamos a Doc hasta Ulldemolins. Perfecto, lo importante es salir y montar en moto. Quedamos los tres en la gasolinera de Pallejà a las ocho de la mañana. Como estoy en Vallirana me viene de perlas pues estoy a unos diez minutos del punto de encuentro. Aunque la noche del viernes llovió lo suyo e hizo que mis temores a una posible suspensión de la salida interrumpiesen mi sueño, el sábado amaneció soleado y bastante despejado. Lo primero que hice fue ver el tiempo y las lluvias las situaban por la zona pirenaica. Perfecto. A las siete y algo cogí mi cazadora y el casco y me fui en busca de la moto. Mientras dejaba la urbanización en busca de la carretera nacional 340 notaba como la mañana era bastante fresca, un jersey no me hubiera ido mal. Descendí por la solitaria autovía y en nada llegué al solitario punto de encuentro. Llené el depósito y le pregunté a la cajera si sabía de algún lugar en donde pudiese entrar en calor y tomarme un café caliente. Me dirigió a la rambla que hay a cien metros, y hacia allí me encaminé. Pero no encontré más que locales cerrados, era demasiado temprano.

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Salida veraniega

Sábado 20 de julio de 2013

Después de más de un mes sin tocar la moto el cuerpo me pedía asfalto y gasolina quemada.

Hablando con Jordi me comentó que él también tenía ganas de salir en moto, pero que en el

foro la gente estaba muy calmada. Aún tenían presente la salida a Andorra y que la salida aún

era muy reciente.

El viernes por la noche me llamó Jordi y me comentó que acompañaríamos a Doc hasta

Ulldemolins. Perfecto, lo importante es salir y montar en moto. Quedamos los tres en la

gasolinera de Pallejà a las ocho de la mañana. Como estoy en Vallirana me viene de perlas

pues estoy a unos diez minutos del punto de encuentro.

Aunque la noche del viernes llovió lo suyo e hizo que mis temores a una posible suspensión de

la salida interrumpiesen mi sueño, el sábado amaneció soleado y bastante despejado. Lo

primero que hice fue ver el tiempo y las lluvias las situaban por la zona pirenaica. Perfecto. A

las siete y algo cogí mi cazadora y el casco y me fui en busca de la moto. Mientras dejaba la

urbanización en busca de la carretera nacional 340 notaba como la mañana era bastante

fresca, un jersey no me hubiera ido mal. Descendí por la solitaria autovía y en nada llegué al

solitario punto de encuentro. Llené el depósito y le pregunté a la cajera si sabía de algún lugar

en donde pudiese entrar en calor y tomarme un café caliente. Me dirigió a la rambla que hay a

cien metros, y hacia allí me encaminé. Pero no encontré más que locales cerrados, era

demasiado temprano.

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De la rambla llegué a la misma carretera general y cuando dudaba entre seguir buscando o

darme la vuelta y aguantarme, distinguí un brillo de una televisión en funcionamiento que salía

de un bareto. Bingo. Aparqué en la misma carretera y hacia allí me encaminé y sacié mi dosis

de cafeína y entré en calor.

Diez minutos más tarde volví al punto de encuentro y aparqué mi moto en donde otras veces

he retratado a las motos de los amigos del foro. No pasaron ni dos minutos cuando vi aparecer

a Doc en su flamante Pelirroja. Nos saludamos y por señas me indicó que iba a llenar el

depósito. Me acerqué hasta él y volvimos a saludarnos mientras él hacía la operación.

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Durante esa maniobra aparecieron dos moteros más que fueron directamente a llenar sus

depósitos. Una GS con un piloto enfundado en un mono de cuero y con más pintas de

circuitero que de GS y una Honda 600. Poco después apareció una BMW 800 que aparcó cerca

de mi moto y de ella se bajó una chica bastante enfadada. Se dirigió a sus compañeros que

estaban llenando los depósitos y les echó una sonora bronca que nos sorprendió a Doc y a mí.

Mientras Doc pagaba yo me dirigí hacia mi moto y me aparté de una discusión que no tenía

nada que ver con nosotros.

Doc aparcó su moto junto a la mía y aprovechó para degustar un cigarrillo mientras

esperábamos a Jordi, quien no tardaría en llegar. Mientras el anterior grupo se unificó a

nuestro lado y pudimos comprobar que las aguas habían vuelto a su cauce y me sorprendí al

ver que el piloto de la Honda también era una chica.

Mientras hablábamos de cámaras apareció Jordi, nos saludamos y sin más dilación nos

pusimos en marcha. Nos despedimos del curioso grupo al que se había unido una pareja que

montaban en una rutera y él llevaba la cámara go-pro encima del casco y que me recordaba

más al personaje de Doraimon que a un motero, y mutuamente nos deseamos todos una

buena ruta. Ante todo la buena educación y los buenos modales.

Doc abría el trío, seguido de Jordi y de mí cerrando el grupo. Ascendimos hasta Vallirana

tranquilamente y a partir de ahí ya empezamos a sufrir bastante circulación para tan temprana

hora. Tan sólo en las dos paellas del principio del Ordal pudimos comenzar a adelantar a los

vehículos que nos ralentizaban el ritmo. Pasado el Ordal el ritmo descendió bastante y se hizo

bastante pesado hasta que llegamos a Vilafranca. Lo que sí constaté es que notaba bastante

fresco, se notaba que había llovido y, posiblemente, hasta que el sol saliera en toda su plenitud

no nos molestaría demasiado.

Pasado Vilafranca, más o menos a la altura de Els Monjos abandonamos la tediosa nacional y

nos encaminamos por una carretera comarcal bastante revirada, solitaria y con un buen firme,

camino de Sant Jaume del Domenys. El ritmo era ligero pero bastante tranquilo. Pasábamos

pequeños pueblos cuyos nombres no puedo recordar. Hasta que en una curva a derechas Doc

entra en la curva perfecta y tranquilamente justo cuando aparece una furgoneta azul, Jordi le

sigue y se dispone a entrar en la curva cuando el energúmeno de la furgo invade nuestro carril

en más de medio metro y pasa a escasos centímetros de Jordi. Yo frené de golpe y me abrí al

inexistente arcén y toqué el claxon con toda mi rabia. El susodicho volvió a su carril

impertérrito y ese hecho me mosqueó más aún. Ni pidió disculpas ni aminoró la marcha ni fue

consciente en ningún momento de la posible catástrofe que podía haber ocasionado. Le vi

perfectamente el rostro y puedo asegurar que no movió ni un milímetro de su expresión. Por

suerte o por la providencia no sucedió nada, pero mi aversión a éste tipo de carreteras tan

estrechas no deja de aumentar.

Ciñéndonos al trayecto, en la siguiente población Jordi y yo comentamos la jugada y Jordi

reconoció que se lo vio encima pero que no tuvo tiempo material para reaccionar. A Doc le

comentamos lo sucedido y poco nos faltó en dar la vuelta y buscar al inepto para partirle la

cara.

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Calmados los ánimos continuamos nuestro tranquilo recorrido y con el radar puesto en

“sensibilidad extrema” ante posibles energúmenos. A través de la Bisbal del Penedes, en

donde nos cayeron literalmente dos gotas que por mi miopía confundí con sendos mosquitos,

llegamos a la “eternamente en obras” C-51 y de allí a nuestra parada obligatoria para almorzar

tranquilamente.

Aparcamos nuestras tres motos y entramos en el interior del local en la Pineda de Santa

Cristina. Allí, y de mutuo acuerdo, optamos por cambiar nuestras consabidas butis por

variados bocatas muy bien amenizados por la crónica del viaje a Andorra que nos hizo Doc en

petit comité. Lamenté muy mucho no haber podido ir porque me hubiese gustado mucho

haber participado y, sobre todo, haber podido contar todo lo que allí sucedió, que no fue poco.

Y así con todo lujo de detalles fue informándonos Doc de las mil y una anécdotas que vivieron

los afortunados que subieron a Andorra.

Una vez terminados los bocatas y tan amena exposición volvimos a nuestras fieles máquinas y

nos pusimos en marcha camino de Valls. Recuerdo haber pasado en sentido contrario por la

ruta que hicimos cuando fuimos a visitar la cervecería La Clandestina en Montferri.

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Poco antes de llegar a Valls, Jordi y yo vimos los dos a “la rubia del arcén”. Y no, ni era una

aparición ni una mujer de alegre vida. Simplemente era una turista mochilera que venía en

sentido contrario y que nos llamó la atención porque esta de muy buen ver y esas cosas hay

que reconocerlas. En un semáforo de Valls le preguntamos a Doc si la había visto pero nos dijo

que no, que él iba concentrado en la ruta y que no se fijó en nada más. Una anécdota más.

Doc y Jordi me aseguraron que la carretera iba a mejorar y cuando vi que entrábamos en la

autovía que va hacia Reus y que abríamos los tres el gas como alma que lleva al diablo me

alegré un montón. Pero mi alegría duró lo que un caramelo en la puerta del colegio. Cogimos

la primera salida y deshicimos todo el rápido trayecto que habíamos recorrido. Por fin

encontramos la ruta correcta y entramos en Alcover, fuimos hasta la salida que tiene hacia la

montaña y comenzamos a recorrer un paraje realmente bonito, con una carretera de montaña

sinuosa, sin tráfico y con buen firme. Y así, admirando las vistas como podía y disfrutando

encima de la moto llegamos hasta Prades. Después cogimos un desvío que no sabría localizar y

continuamos nuestro trayecto por las frondosas montañas de Padres. Tan sólo nos

encontramos dos vehículos en todo el trayecto y prácticamente fue al final del recorrido y un

par de pequeñas motos en sentido contrario. El ritmo no era rápido pero tampoco era lento

porque más de una vez quise admirar las impresionantes vistas desde lo más alto de la

montaña y no me daba tiempo porque tenía que enlazar curvas y no perder el rastro de mis

compañeros. Como luego les reconocí a mis compañeros, estaba disfrutando mucho con la

ruta. Hacía buena temperatura, el calor no apretaba y el ritmo era bueno.

Poco antes de llegar a Ulldemolins, nuestro destino, comienzo a sudar inexplicablemente. He

pasado de estar a gusto a encontrarme verdaderamente mal. No consigo seguir el ritmo de

Doc y de Jordi que han aminorado exageradamente. Me abro el casco e incluso la chaqueta.

No entiendo nada, porque es la de verano y está completamente agujereada. En la bajada final

que llega hasta Ulldemolins me acerco a mis compañeros y tocando el claxon les digo que

tengo que parar inmediatamente, tengo ganas de vomitar como la niña del exorcista. Les

supero y como estamos en plena pendiente bajamos unos metros más. No puedo seguir.

Pongo la pata de cabra e intento descender de la moto pero no tengo fuerzas y la moto casi se

me cae. Como puedo la aguanto y decido colocarle el caballete central. Doc y Jordi se detienen

a mi lado y comienzo a quitarme absolutamente todo. Casco, guantes y cazadora y por dos

veces doblo mi orondo cuerpo sobre mis rodillas, pero sin resultado alguno. Estoy más blanco

y pálido que el polo que llevo puesto. Doc y Jordi comienzan a hacerme un tercer grado y

como puedo voy respondiendo… En la ruta no tenía nada de calor, estaba disfrutando y

comento que no paro de repetir el bocata de atún que me había zampado en el almuerzo.

Bingo. Llegamos a la conclusión de que el atún debía de ser radiactivo, o de la bahía de Kobe,

o caducado… Después de cinco minutos y alguna foto para el recuerdo y ya que el pueblo está

a menos de doscientos metros decidimos acercarnos y reposar en mejores condiciones.

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Dicho y hecho. Aparcamos nuestras motos bajo las sombras de los árboles y nos encaminamos

hasta el bar de la piscina.

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Mientras nos refrescamos y reposamos un buen rato llegamos a la conclusión de que el atún

era el causante de mi malestar. Para apoyar la teoría Doc nos comentó que él, una vez,

también tuvo un susto con una pizza de atún… Puto atún de los cojones… Mucho más

relajados y admirando las bellezas locales Jordi y yo nos quedamos hablando mientras Doc se

ausentaba unos minutos.

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Al volver Doc nos pusimos en marcha. Volvimos a nuestras monturas y salimos del pueblo por

el lado contrario al que habíamos venido. En un primer momento Doc nos avisó del mal firme

existente en un buen tramo de la carretera que nos alejaba del pueblo. Infinidad de grietas del

asfalto habían sido tapadas chapuceramente con alquitrán del barato y hacía el firme más que

resbaladizo y muy peligroso. Así que Jordi y yo seguíamos fielmente el mismo camino que

imponía Doc, buen conocedor de la ruta. Hasta que cogimos una carretera que nos iba a llevar

hasta Vilanova de Prades. Una fabulosa, solitaria y serpenteante carretera de unos diez

kilómetros. Con buen firme y lo suficientemente ancha y con visibilidad para trazar a gusto y

sin más preocupación que la de trazar y trazar. Una carretera muy divertida. Ideal. Doc impuso

un buen ritmo y Jordi le seguía trazando magistralmente. Me maldecí más de cien veces por no

haber filmado dicho trayecto, fue sencillamente genial. Tengo en la memoria imágenes de Doc

y Jordi trazando no una sino tres y cuatro curvas seguidas que podrían encuadrarse en el

mismo plano. Hay que repetirlo…

Y con ese ritmo nos plantamos en Vilanova de Prades, en una rotonda se disponía un grupo de

moteros a ponerse en marcha, nos saludamos todos pero no les dimos tiempo a que cogieran

nuestro ritmo, que cada vez era más alto. E íbamos pasando poblaciones que no había oído en

mi vida, como Vimbodi, Sarral… Hasta que llegamos a Santa Coloma de Queralt en el que

comencé a hacer la goma (ciclísticamente hablando). Comenzaba a estar cansado y ya me

costaba más llevar el ritmo de mis compañeros. Jordi se dio cuenta y un par de veces aminoró

para que yo pudiese seguir su ritmo. Al llegar a Igualada propuse una parada técnica para

descansar un rato, encender un pitillo, hacer unas fotos y decidir la ruta a seguir ya que el

tiempo se nos echaba encima. También aprovechamos para despedirnos y decidimos

continuar por la autovía.

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Vuelta a la ruta volvimos sobre nuestros pasos en busca de la A-2 y cuando la encontramos

imprimimos un ritmo más alto para poder llegar a tiempo a nuestras respectivas casas.

Pasamos los túneles del Bruc, pasamos cerca de la majestuosa Montserrat y nos introdujimos

en el feo y horrible nudo industrial de Martorell y alrededores. Al pasar por Pallejà tomé la

salida que va hacia la nacional N-340 y vi cómo se alejaban Doc y Jordi camino de Barcelona.

Llegué a Vallirana con unos 300 km en los relojes de la moto. Y a pesar del cansancio, el calor

de aquellas horas, del mal trago de un bocata de atún de dudosa procedencia o caducidad he

de reconocer que disfruté mucho de esta salida, salida que hay que repetir. Una salida

veraniega para no olvidar.