02 al descubierto - ecología del alma - ecología del...

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02 al descubierto Con la formación prometida en el bolsillo se encuentran con los problemas de un sistema que ha globalizado una crisis sistémica y que les obliga a ser el único habi- tante de la tierra que tiene que pagar dinero para vivir en su superficie, sobreviviendo, la mayoría de las veces, en un medio cada vez más hostil, que dispara los porcen- tajes de enfermedades psi- cosomáticas, pues les aleja a altas velocidades de su auténtica naturaleza. Llegan al “campo” con sueños de todos los colo- res: unos quieren trabajar con las manos en la tierra y edificar proyectos agro- ganaderos de acuerdo con las nuevas teorías de lo agro-, como la permacul- tura, la agroecología, y otras concebidas, muchas veces, desde la concepción urbana de la naturaleza. Otros, expulsados por una competitividad enfermiza, quieren relajarse con las manos en la masa en autoempleos sostenibles, relacionados con la arte- sanía o antiguos oficios que reviven con savia nue- va. Otros buscan un paisa- je de ensueño que descan- se la vista, antes cautiva entre edificios sin alma, un paisaje que les hablé de recreo perpetuo a sus senti- dos. Otros se unen a organizaciones como la Plataforma Rural que vo-cean que desde el campo y el mundo rural, desde la Soberanía Alimentaria, hay alternativas que mostrar, una revolución que, asegu- ran, nace de dentro y de abajo. Otros, conscientes del valor transformador de la naturaleza en el interior del hombre, buscan reali- dades arquetípicas tras la última ráfaga de niebla en la mañana, que desvela el sentido profundo de la evanescencia de los fenó- menos, tratando a conti- nuación de reflejarlas en el alma, y del alma al próji- mo. Otros anhelan casa barata y trabajo sin hora- rios que les sacuda la pesadilla de la fábrica y el salario; otros quieren dar- les a sus hijos la oportuni- dad de jugar al aire libre y erradicar la patológica inseguridad de las ciuda- des, con sus coches que todo lo devoran; que ten- gan la alegría de la pandilla en bicicleta en dirección al Músicos, electricistas, fontaneros, doctores en biología, periodistas, actrices, filósofos, psicólogos, masajistas, terapeutas, enfermeros, ingenieros, poetas, artistas, historiadores, informáticos, agrónomos, delineantes, arquitectos, empresarios, emprendedores, fotógrafos, activistas, traductores, payasos… una infinita diversidad de perfiles humanos labrados con el cincel de la cultura urbana llevan tiempo desandando el camino hacia el ideal de progreso que las ciudades representaban, y que parecía el único camino posible a seguir, y encaminan sus pasos hacia un mundo, el rural, que en su imaginario ofrece las posibilidades de realizar sus sueños. Nueva cultura rural AV30_28_39_AL DESCUBIERTO:Maquetación 1 27/11/12 2:03 Página 28

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  • 02 al descubierto

    Con la formación prometida en el bolsillo se encuentrancon los problemas de un sistema que ha globalizadouna crisis sistémica y que les obliga a ser el único habi-tante de la tierra que tiene que pagar dinero para vivir ensu superficie, sobreviviendo, la mayoría de las veces, enun medio cada vez más hostil, que dispara los porcen-tajes de enfermedades psi-cosomáticas, pues les alejaa altas velocidades de suauténtica naturaleza.

    Llegan al “campo” consueños de todos los colo-res: unos quieren trabajarcon las manos en la tierray edificar proyectos agro-ganaderos de acuerdo conlas nuevas teorías de loagro-, como la permacul-tura, la agroecología, yotras concebidas, muchasveces, desde la concepciónurbana de la naturaleza.Otros, expulsados por unacompetitividad enfermiza,quieren relajarse con lasmanos en la masa enautoempleos sostenibles,relacionados con la arte-sanía o antiguos oficiosque reviven con savia nue-va. Otros buscan un paisa-je de ensueño que descan-

    se la vista, antes cautiva entre edificios sin alma, unpaisaje que les hablé de recreo perpetuo a sus senti-dos. Otros se unen a organizaciones como laPlataforma Rural que vo-cean que desde el campo y elmundo rural, desde la Soberanía Alimentaria, hayalternativas que mostrar, una revolución que, asegu-

    ran, nace de dentro y deabajo. Otros, conscientesdel valor transformador dela naturaleza en el interiordel hombre, buscan reali-dades arquetípicas tras laúltima ráfaga de niebla enla mañana, que desvela elsentido profundo de laevanescencia de los fenó-menos, tratando a conti-nuación de reflejarlas en elalma, y del alma al próji-mo. Otros anhelan casabarata y trabajo sin hora-rios que les sacuda lapesadilla de la fábrica y elsalario; otros quieren dar-les a sus hijos la oportuni-dad de jugar al aire libre yerradicar la patológicainseguridad de las ciuda-des, con sus coches quetodo lo devoran; que ten-gan la alegría de la pandillaen bicicleta en dirección al

    Músicos, electricistas, fontaneros, doctores en biología, periodistas, actrices, filósofos, psicólogos, masajistas,terapeutas, enfermeros, ingenieros, poetas, artistas, historiadores, informáticos, agrónomos, delineantes,

    arquitectos, empresarios, emprendedores, fotógrafos, activistas, traductores, payasos… una infinita diversidad de perfiles humanos labrados con el cincel de la cultura urbana llevan tiempo desandando

    el camino hacia el ideal de progreso que las ciudades representaban, y que parecía el único camino posible a seguir, y encaminan sus pasos hacia un mundo, el rural, que en su imaginario ofrece las posibilidades de

    realizar sus sueños.

    Nueva cultura rural

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  • de la historia, los recibe a todosellos con una cultura que ago-niza, pues se le coló el mundomoderno y desdibujó las fron-teras culturales que lo protegí-an de lo novedoso, lo fluido, loprogresivo, lo individualista; ytampoco estimaron en excesosu mundo; sencillamente, loveían con la naturalidad conque se comprenden las cosasque surgen de la tierra, y a lasque ellos se sometían.

    Una cultura extinta recien-temente, pero que se conservódurante siglos, mientras el ejevertical, es decir la dimensiónespiritual y sagrada de la vida,la vertebraba y le indicaba elcamino recto a seguir parapoder perpetuarse en una eco-nomía de ciclos cósmicos, deestaciones y calendas queordenaban sus vidas y las nor-malizaban con las leyes de lamejor maestra que ha existidonunca y siempre: la Madre Naturaleza. Renovacióneterna con sus ritmos y modos que marca la orienta-ción y que dibuja para el hombre atento las leyes de loslímites que nunca se han de romper. «La relación quese mantiene con el campo marca los ritmos, los pac-tos y las relaciones vecinales de las personas rurales.Algo de los pueblos nómadas se ha transmitido almundo rural, especialmente su visión colectivista delterritorio y la importancia de la palabra y el compromi-so honorable. La tierra no sólo da alimentos y producebienes, sino que además envuelve a sus habitantes enun manto de significados propios que vitaliza su cultu-ra» (Dionisio Romero).

    Un mundo donde la subsistencia no era sinónimode pobreza, donde la economía era sencilla, donde nose temía a la palabra «sacrificio» (el hacer sagradacada cosa por la conciencia sencilla de la importanciade todo) ni el esfuerzo continuado. Donde se ejercía lapaciencia ante la imprevisibilidad de los cielos, dondela memoria oral trasmitía el conocimiento, y el trabajocomunitario trascendía los intereses particulares. Un

    mundo donde la austeridad o la frugalidad era la medi-da para llenar la mano, abierta a la ayuda mutua, don-de compartir las fatigas y las alegrías de la fiestaspopulares que jalonaban el discurrir de las lunas y lossoles por las cosechas y las tareas más variadas.

    El mundo rural se constituye, según Félix Rodrigo,«en la Alta Edad Media, en los siglos VIII-IX en el nortede la península Ibérica, gracias al sincretismo de losestilos de vida de los pueblos libres del norte (astures,cántabros y vascones) con la cosmovisión cristianamás genuina, siendo el monacato hispano, tan innova-dor, el que da origen a esa fusión». Para DionisioRomero, «en esa época apenas existían las ciudades ylos Estados estaban fragmentados, sin la cohesión ylos apetitos dinerarios y territoriales de las nacionesposteriores. Los municipios se regían por concejoabierto, cada hogar tenía un voto para la toma de deci-siones y la tierra era comunal, se gestionaba de comúnacuerdo, se prohibían los cercados, el uso individualis-ta, y se fomentaba la ayuda mutua en casos de nece-sidad.»

    río. Otros proyectan sobre una cartografía de lo rural laúltima revolución que les queda por ensayar, despuésdel fracaso de lo obrero. Otros, que no saben dondecaerse muertos ante la crisis económica, saben que unpobre en una ciudad, puede llegar a pasar hambre yque a un pobre, en el campo, nunca le ocurrirá lo mis-mo. Otros, con su teletrabajo, y sin mancharse lasmanos demasiado en rutinas agrícolas, que les sobre-pasan, tienen fincas de recreo donde mantener impo-lutos sus hábitos urbanos y disfrutar de un parquetemático de la naturaleza. Otros quieren volver a «loauténtico», a las relaciones comunitarias, a la identifi-cación con un paisaje, el encuentro consigo mismos…

    El mundo rural con su cultura asociada, que expre-sa los usos y costumbres derivados de la relación quese mantiene con la tierra, los atrae a todos como esaúltima frontera, el último refugio que brinde un inciertoreposo en medio de tanta densidad, en un mundo queparece derrumbarse ante sus ojos. Parece como si lorural –aunque muy pálidamente– pudiese reflejar aúnlas huellas de las culturas tradicionales, mitos de

    nuestro corazón, donde la belleza de la naturaleza noes sólo un concepto estético que se contempla sincompromiso. Pero la triste realidad es que la culturarural, al igual que las culturas tradicionales, ha perdidosu contexto vital, los eslabones de la tradición oral sehan roto y la sabiduría se encuentra relegada a unospocos, que desaparecen día a día, mientras las campa-nas les hacen un último homenaje, anunciando paralos atentos la desaparición de otro gran libro vivo parainterpretar el medio.

    Todas estas vidas, todos estos ríos, desembocanen un nombre que intenta explicar este fenómeno deconvergencia en un mundo que en principio les es aje-no, y que a veces les cuesta entender: son los «nuevosrurales», o «neo-rurales»; algunos prefieren llamarlos«nuevos pobladores», pues adjetivar a un urbano quenunca ha sentido una azada en las manos para des-apelmazar la tierra ni se ha congelado los dedos en larecogida de la oliva en noviembre, con el adjetivo de lorural, no les parece adecuado.

    Sus objetivos al retornar a una vida más sencilla –enalgunos aspectos; en otros se vuelve mucho más com-plicada por la inexperiencia–, son variadísimos, pero elhecho es que con sus sombras y luces, que ahora pasa-remos a dibujar, suponen una posibilidad ante la despo-blación terrible que viven nuestros pueblos, donde lafalta de población joven deviene en un proceso impara-ble de empobrecimiento social y económico generaliza-do, que provoca mayor despoblación en un círculo vicio-so de triste final. Y para muchos es una respuesta acti-va, un dar la espalda conscientemente a una vida que notiene sentido, en unas ciudades que aplastan y distor-sionan la realidad y finalmente deshumanizan, paraaprender a vivir más despacio, consumir menos, cuidarla naturaleza, aunque a la vez, no podemos olvidar quecon sus ideas gestadas en una cultura opuesta acabande transformar para siempre el escenario que les atraíacomo «lo Otro diferente».

    � La vuelta «a casa» El mundo rural tan denostado por los ciudadanos, quelo humillaron y lo definieron con adjetivos peyorativosdurante siglos, (chismorreo, beatería, analfabetismo,rudeza, trabajo extenuante, sin horizontes; «inculto,tosco, apegado a cosas lugareñas», dice el diccionariode la Real Academia) y que ha sufrido el acoso y derri-bo por parte de las instituciones de la civitas a lo largo

    “American Gothic” (“Gótico americano”, 1930), cuadro de GrantWood. En la página siguiente, Darby Weaver y Elliot Smith, de lagranja Sun Dog, en Georgia, EE.UU., uno de los ejemplos denuevos granjeros americanos retratados en el documental “Grow!”de Anthony Masterson (http://growmovie.net).

    «El mundo rural con su cultura asociada,que expresa los usos y costumbres

    derivados de la relación que se mantienecon la tierra, los atrae a todos como esaúltima frontera, el último refugio quebrinde un incierto reposo en medio de

    tanta densidad, en un mundo que parecederrumbarse ante sus ojos.»

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  • pos sin reconocer la valíadel campesinado que lesalimenta, y que, desde laadoración a la máquina, hadejado de ser imprescindi-ble; mientras, y a su vez, lasmáquinas han troqueladopara siempre la belleza conla que el hombre hacía lascosas para su uso y su pla-cer.

    Pero este rapto y delitoacaba aniquilando al propioCaín, que muere de éxito ensu apropiación del espaciopara poseer todas su fanta-sías materialistas, y, en eldesmantelamiento de lacultura que guardaba, latierra se expone –porponer sólo un pequeñoejemplo de actualidad, y enla dimensión más prácti-ca– a que todos los bos-ques se incendien, hecho provocado en último términopor la pérdida de los criterios tradicionales de conserva-ción del bosque que los rurales tenían. Las actividadesrurales son productoras y mantenedoras de los tesorosnaturales que tanto se aprecian desde las ciudades: «Elhombre tradicional era el mejor conservador de la natu-raleza puesto que, por un lado, era consciente de suvalor sagrado que le superaba mientras que, por otro, lemantenía” (Jesús García Varela).

    Para muchos, el abandono del campo con todas lasconsecuencias nefastas para la biodiversidad y para lasociedad en general, que pierde una cultura de referen-cia para afrontar crisis como la actual, ha sido forzado,incluso diseñado –y como comenta Félix Rodrigo eldiseño de su derrota viene de antaño– por un Estadoque fue cobrando fuerza e identidad a lo largo de lossiglos. En una época más reciente, tras la pérdida de lascolonias, ese Estado quiso convertirse en Imperio, paralo que hacían falta armas y utensilios para el progreso yla modernidad en ciernes, es decir, fábricas y obrerosque trabajasen; y esa mano de obra que trabajaba loscampos era idónea, si se les quitaba primero esa estú-pida autonomía para autogestionárselo todo, que lesdaba un carácter indómito, una voluntad propia, unainteligencia natural, un sentido moral y una valentía quedificultaba cualquier proceso de adoctrinamiento. Así lo

    demuestran las sucesivas revueltas que desde el cam-po ha habido a lo largo de nuestra historia, siempre antelos abusos de un poder ajeno, al que siempre miraroncon recelo, pues crecía al amparo de todo lo que ellosdespreciaban.

    ¿Y como lograron modelar esa cultura? Se consi-guió a fuerza de decretos, persuasión y represión.Provocando que ellos mismos despreciaran su valía,sus saberes (que abarcaban, medicina y farmacopeapopular, oficios, agricultura, ganadería, música, dan-za...) Parafraseando el análisis de Félix Rodrigo en sulibro Naturaleza, Ruralidad y Civilización fue a través delos medios de comunicación de masas, primero laradio, después el cine y posteriormente la televisión: ala par que despreciaban su mundo «retrógrado» y «anti-cuado», trazaban el camino dorado hacia las ciudadesdonde, en vez del paraíso prometido, la mayoría de ellosse hacinarían por millares en las deprimentes barriadasobreras, junto a las insalubres fábricas; cambiando lalibertad de la autogestión por la sumisión a la máquina,y sus herramientas manuales de medidas humanas porel maquinismo feroz y deshumanizante.

    Contaron también con la ayuda de los maestros,como indicaba Caro Baroja en sus Estudios sobre lavida tradicional, que inoculaban en los niños rurales unimagen negativa de su cultura, haciéndoles avergon-

    Ese mundo que construía sus pueblos alrededorde un centro, la iglesia, cuyo campanario era el símbo-lo, como eje vertical, de lo sagrado, que llena el silen-cio con el tañido de las campanas para recordar lo efí-mero, lo contingente, lo relativo frente a lo eterno o loabsoluto, el Origen al que todo regresa, se disuelvevencido por sus enemigos históricos: el Estado lejanoy periférico y su propio olvido del valor inestimable deuna cultura que hace su eje de la armonía entre el cieloy la tierra.

    � La decadencia de la cultura de AbelUna disolución cuyas causas arquetípicas desgranabaDionisio Romero en «Naturaleza Intangible», una sec-ción de los primeros tiempos de esta revista, interpre-tando el mito de Caín y Abel para explicar las relacioneshistóricas entre el mundo rural y el mundo urbano,diciendo que «son similares a las de los pueblos nóma-das y sedentarios. Se puede afirmar que la historiahumana es, entre otras tramas, la crónica de un raptopermanente, de un delito sostenido en los siglos, dondelos sedentarios van extendiendo sobre nómadas y rura-les las «artes» de su necesidad de espacio, geográfico,topológico y cultural». Para Félix Rodrigo, ese rapto tie-ne hitos históricos que lo detallan: «Esta nueva socie-dad, a la que se puede calificar de concejil, consuetudi-naria y comunal con monarquía, y que, por ende, esagraria y aldeana, va a conocer su cenit en los siglos X-XI para decaer después. Sufre, en realidad, tres grandescrisis: en los siglos XIII-XIV; la que resulta del “absolutis-mo” (pensemos en el Informe de Ley Agraria deJovellanos, de 1795) y su heredero el liberalismo, en lossiglos XVIII y XIX y, finalmente, la crisis de liquidación.

    Ésta se divide en dos períodos, el de los años 1955-70,bajo el régimen franquista, cuando unos cinco millonesde personas abandonan las áreas rurales para ir a lasciudades y zonas industriales, y la que padece, ya en sufase de agonía, con la aplicación de la aciaga PolíticaAgraria Común (PAC) de la UE, cuando la actual “demo-cracia” nos integra en ésta en 1986. Es, por tanto, unasingular formación social que ha existido unos 1.200años. El patético mundo agrario actual es otra realidaddiferente, por su dependencia de las instituciones,monetización, grado colosal de aculturación e insignifi-cancia numérica».

    Y ese rapto en el que el sedentario Caín va exten-diendo su necesidad de espacio, que transforma yurbaniza, propicia violentamente la muerte de Abel, delos nómadas, de los que no se extienden en el espaciosino que son dueños del tiempo: los pueblos origina-rios, indígenas, los otros, los diferentes, los que no secivilizan y prefieren apenas dejar huella y ni siquieraescriben, libremente ágrafos, para no fijar nada y noser fijados por nada, por una letra que mata el espíritu,y que por tanto, trasmiten el conocimiento vivencial-mente. La tradición es una herencia viva, no es unamera fijación en lo pasado, consiste en transmitir vivoel fuego, no en adorar las cenizas, decía GustavMahler. El hombre sin tradición es como el árbol sinraíces, que se seca y no da fruto. La Tradición es ene-miga por tanto de la modernidad, que aborrece de supasado en una ilusoria evolución que la hace supues-tamente cada vez mejor que los antepasados y lamodernidad es enemiga de la tradición.

    Los pueblos han sido antipáticos para las ciudadesque irracionalmente devoran los recursos de los cam-

    Segadores en Saliencia(Somiedo, Asturias) ca. 1925.fotografía de una expocición enel Muséu del Pueblu d’Asturies,en Gijón.En la página siguiente,participantes en un curso de“Huertos Ecológicos para elAutoempleo y el Autoconsumo”,del Ayuntamiento de Salamancay la Fundación Tormes-EB.

    «El uso de la agricultura biológica según las técnicastradicionales por los nuevos pobladores así como la recuperación

    de estos oficios, suponen una labor etnográfica y dedocumentación que no existía hasta el momento de la llegada de

    estos nuevos pobladores.»

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  • tumbres tradicionales,que se resisten a la api-sonadora de la uniformi-dad en muchos lugaresdel mundo, y que unopuede tener la suerte deencontrar en algunos denuestros pueblos; en sudefecto, uno puedecalentarse a la lumbre delas historias de esas bra-sas que, recordadas porlos mayores, cuentan de prácticas que alumbran elcamino a seguir en esta noche oscura de un Occidenteque necesita reinventarse. Prácticas asamblearias, dedemocracia participativa, directa, encaminada más ala obtención del consenso que al triunfo de una deter-minada facción, y que serían un antídoto para lacorrupción de nuestra democracia. Ejemplos de ayudamutua que tejían redes capaces de desafiar la adiccióna la protección estatal que, como decía Ivan Ilich, vasocavando la confianza en uno mismo y en el prójimo,y serían medicina para los recortes que nos hacen viviren el miedo de que solos, sin la protección del Estado,no podemos sobrevivir. Ayuda entre los vecinos de lacomunidad que servía para cuidarse los unos a losotros y para cuidar lo común de todos, y que les hacíacomprometerse libremente y ofrecer a la comunidaduno o dos días de trabajo, para restaurar los caminos,los muros que se derrumbaban tras las lluvias, efec-tuar la limpieza de los bosques...

    Historias de hombres que sabían hacer de todopara vivir en su medio y que encontraban en él todo loque necesitaban para vivir; capaces de dormir en elmanto helado de la nieve y levantarse sin queja yconstruir el establo, y la casa, y las colmenas, y ela-borar la piel para el zamarro, y tallar la alberca, y arre-glar todo con todo, y levantar muros, y canalizar lasaguas, y hacer brotar la semilla, y operar al ganado, yesquilarlo, castrarlo, sacrificarlo, embutirlo. Y saberdonde está cada fruto, cada hierba aromática, cadapiedra, cada nido, la guarida del hurón y la del tejón, laparidera del jabalí, interpretar el vuelo del águila per-dicera o culebrera. Hombres cuya casa es tan grandecomo los horizontes de las cinco direcciones delespacio.

    Todas estas descripciones nos sirven para obser-var someramente la gran diferencia entre la dolorosaespecialización en que vive la cultura urbana, que lahace dependiente de todo, y la capacidad de autoges-tión multidiversa de la cultura rural, que «incluíaastronomía, meteorología, ecología, botánica, fisiolo-gía, geografía, medicina, etc.» (Marc Badal, en larevista Raíces); se construyen así dos tipos de hom-bre, dos cosmovisiones, aunque la segunda apenasrefleje ya, esa simbiosis con la naturaleza, pues sehan abandonado los viejos hábitos de entretejer lasmanos en todo tipo de tareas. Y ese hombre natural,que ha sido vilipendiado y a la vez idealizado por elhombre urbano, está extinto, pero sus hijos son toda-vía distintos a los hijos ciudadanos que están sobre-estimulados por miles de artificios que les resuelvenelectrónicamente cualquier veleidad, habituados aexcesivas comodidades que desnaturalizan, comoafirma el Tao te king. Pero todavía es posible encon-trar ejemplos de la dignidad, el equilibrio y el orgulloque proporciona la función asociada a la artesaníareal, la sensación real de saber cuál es el lugar delhombre en la naturaleza.

    Todo esto permite entender la dificultad que losnuevos rurales se encuentran cuando llegan a la tierraprometida para interpretar correctamente la diferen-cias existentes con los lugareños, los rurales, sobrelos que proyectan muchas veces sus estereotipos de lorústico, simplificando y deformando desde su subjeti-vidad urbana lo que no aciertan a entender ni muchasveces a respetar, sin ser capaces de aceptar sin querermodificar. Y también la dificultad que tienen los luga-reños para integrar de la noche a la mañana, una mirí-ada de nuevas creencias, que muchas veces represen-

    zarse de sí mismos y renegar de su tradición y les pro-metían un futuro de posesiones inalcanzables en sumedio, gracias a una revolucionario progreso que, acaballo de un técnica superdotada, dejaría para siem-pre atrás las fatigas del trabajo humano. A esto hayque sumarle también la estrategia, durante el fran-quismo, para convencerles de pasar del policultivo almonocultivo, que instaura la producción para el mer-cado a cambio de dinero y acaba con una economía detrueque, encadenándoles al dinero con intereses, portanto a la banca –y ya sabemos a dónde le lleva suusura sin control– y que acabó por desagrarizar elcampo, eliminando la actividad sobre la que se verte-braba su cultura; quedó así un vacío que acabó llenán-dose poco a poco con la imitación defectuosa de la vidaen las grandes ciudades; «defectuosa», en efecto, por-que para ser perfecta haría falta, como me decían dosjóvenes adolescentes de mi pueblo, un centro comer-cial Carrefour en las afueras, adonde poder ir a pasarel día, como manda el dios mercado.

    A todas estas estrategias diseñadas desde «la capi-tal» hay que añadir los defectos que la cultura rural tam-bién iba acumulando en su proceso de degeneración,

    propio de todo lo quenace, crece y muere. Lasinstituciones colectivassiempre sufren la in-fluencia erosiva del tiem-po por la paulatina des-conexión con lo real,desmoronándose desdedentro por la esclerosisde unos valores quepierden su dinamismointerno.

    «De este modo, por la acción de unos y la compla-ciente omisión de otros, fue destruida una forma de vidaen sociedad, de cosmovisión, de valores, de cultura y deexistencia material que, con todas sus carencias ydefectos, era incomprensiblemente superior y más civi-lizada que la ahora existente» (Félix Rodrigo).

    � Brasas para el recuerdo activo, para volver a prender el fuegoAsí, en este rapidísimo repaso de las confabulacionescontra un sistema que no es compatible con la idea deprogreso globalizada y con sus modelos de desarrollosocioeconómico, llegamos a la actualidad, en la que nopodemos decir que en el Occidente desarrollado existaya una «cultura campesina». Quedan quizá, los rescol-dos de una hoguera que dio calor e iluminó la vida demillones de campesinos durante siglos, brasas que seresisten a morir y que aún brillan en lo que se llama enoccidente el mundo rural-marginal. Ese mundo sobre-vive en aldeas de montaña, en zonas aisladas e inhós-pitas, donde algunos pastores indómitos aún despier-tan en ciertos niños de la ciudad el simbolismo delindio piel roja autóctono; y así, a su regreso a la urbe,un niño contaba maravillado en la escuela del pastorque había conocido: «No necesita ir a la tienda paravivir, todo lo saca de la tierra, la leche, la verdura; sabedistinguir todas las pisadas que se encuentra; no sabeleer, pero sabe usar hierbas que él mismo coge paracurarse la picadura de la víbora o del alacrán, el dolorde estómago…» Fascinado, comenta que de mayorquiere ser como él; a sus siete años ha encontrado yaun héroe.

    Brasas que tienen su imagen más nítida en lascomunidades indígenas orgullosas de sus usos y cos-

    «El abandono del campo con todas lasconsecuencias nefastas para la

    biodiversidad y para la sociedad engeneral, que pierde una cultura de

    referencia para afrontar crisis como laactual, ha sido forzado, incluso diseñadopor un Estado que fue cobrando fuerza e

    identidad a lo largo de los siglos.

    34 35Jóvenes participantes en elPrograma de recuperación yutilización educativa de pueblosabandonados del Ministerio deEducación, Cultura y Deporteen Umbralejo, Guadalajara.

    Calle de un puebloabandonado (Hontanillas,Guadalajara) Foto deFaustino Calderoń, de su blog:lospueblosdeshabitados.blogspot.com

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  • la comunidad, sin participar de lavida del pueblo, de sus actividades,creando las suyas propias, inclusosus propias escuelas alternativas,buscando la solidaridad de la genteque comparte su forma de ser, aveces poco conforme con las cos-tumbres locales y que sería ocasiónde conflictos. Y desde el otro margendel río que les separa, los paisanosse aprovechan de los recién llegadosy les impiden el acceso a la tierramarcando precios desorbitados queestablecen la diferencia entre ser delos suyos o ser eternamente unforastero.

    Pero no siempre es así; en otrasocasiones, la integración se busca mutuamente y sonlos propios vecinos y sus ayuntamientos los que facili-tan la llegada de nuevos pobladores ofreciendo casamunicipal, posibilidad de trabajo o lo que sea, con tal deque no se cierren las escuelas, el signo definitivo de lacrónica de una muerte previsible. Por su lado, los nue-vos pobladores se involucran en las asociaciones loca-les, en las Ampas, en las de comercio, en los ayunta-mientos como concejales porque quieren formar partede la comunidad y que sus hijos hagan suyo el paisajey el paisanaje. Algunos preguntan, para gran deleite delos campesinos mayores, sobre sus formas tradiciona-les de manejo del territorio, y así en palabras de JoséAntonio Pérez Rubio, «los neorrurales asumen el rol dedepositarios de esta tradición, el manejo sostenible delos recursos naturales, de la medicina natural, asícomo de algunos oficios artesanos en peligro de extin-ción, de técnicas de construcción en la arquitectura tra-dicional de las comarcas. El uso de la agricultura bioló-gica según las técnicas tradicionales por los nuevospobladores así como la recuperación de estos oficios,suponen una labor etnográfica y de documentación queno existía hasta el momento de la llegada de estos nue-vos pobladores, interesados por estos temas y con unaconcepción diferente de la vida y del trabajo que implicala valoración de estos saberes; todo ello ha constituidouna bocanada de aire fresco en la recuperación delsaber popular».

    Y aunque la mayoría de los neorrurales no hacende la agricultura su actividad principal, por las dificul-tades que tiene este sector desamparado, muchos

    tienen huerta que manejan con una mezcla de infor-mación de aquí y allá y que para el paisano atento,como Aurelio, presidente de Redes supone, en defini-tiva, territorio liberado a la maleza, al abandono, a losincendios. No son los mejores agricultores del mun-do, pues muchos no tiene ancestros rurales y no hantocado una azada en su vida pero, gracias a ellos, enmuchas poblaciones de montaña se mantienen lasacequias, los bancales no se caen, y las tierras tieneuna segunda oportunidad, aunque sean gestionadasdeficientemente a la vista de un verdadero rural.Además, de este intercambio de experiencias, algunospracticantes de la agricultura intensiva empiezan areflexionar y a plantearse el regreso a una agriculturano contaminante, al entender que de lo que se come secría, y que si se come tóxico se cría enfermedad ymuerte, tal como les indican sus nuevos vecinos, tanilustrados en estos términos.

    Más allá de las diferencias, de las disonancias, loselementos en conflicto se necesitan, las dos orillasforman un río de vidas, los pueblos necesitan nuevospobladores para no morir, para rejuvenecer, niños paraevitar el cierre de las escuelas, trabajadores para revi-talizar el tejido productivo, y los nuevos pobladoresnecesitan aire para respirar sus sueños, incluso susutopías, por lo que a ambos les interesa entenderse,respetarse, aprender a convivir y aprender a aceptarlos defectos que todos llevamos cargados a la espal-da, y aprender de lo bueno que cada uno destila, sinolvidar, si es posible, las raíces tradicionales que sonreflejos de una vida buena.

    tan un conflicto entre una diversidad de discursos, quecompiten por hacer de su creencia el eje sobre el quevertebrar la convivencia.

    � El encuentro de dos miradasEl modo de vida del campesinado es, sobre todo, tradi-cional; su resistencia al cambio en el pasado ha sido talvez el principal factor de estabilización en la civilizaciónhumana, y el caldo de cultivo de excelentes cualidadeshumanas; por lo que la llegada a sus plazas, a suscalles, de personas, hijos de una posmodernidad que lorelativiza todo a su paso, pues hace del fluir una filoso-fía que contrasta con el esfuerzo sacrificado de loslugareños, para los que el “no me apetece” no ha lugar,produce como mínimo cierto escándalo. Les sorprendela aparición en sus vidas de unos hombres y mujeresque prefieren vivir en el monte, apartados de la comu-nidad, buscando no se sabe qué, algo, en todo caso,que ellos no comprenden, pues por tenerlo tan cercahan dejado de verlo. Convivir con jóvenes que cambiande pareja cada doce lunas o con individuos que quierenmantenerse, como en la ciudad, anónimos, sin quenadie les moleste, les fiscalice o les juzgue a través dejuegos de control social a los que no están acostum-brados, donde todos saben de todos, pero que son lamanera de elaborar los fuertes lazos sociales propios

    de su cultura, de su convivenciali-dad, se hace a veces difícil de digerirpara ellos.

    El calidoscopio de nuevas for-mas transforma el paisanaje tradi-cional: musulmanes conversos, queparecen sacados de las mil y unanoche, y que a más de alguna muje-ruca les hace parecer que todo es unsueño de reminiscencias árabes; lai-cos contrariados con la iglesia quedesprecian a las beatas del pueblo yquizá nunca entablen desde susmutuos prejuicios amurallados unaconversación que les acerque en loque de común tienen; antisistemaradicales, antisistema por estética,alternativos, hippies de carromatoque no llevan zapatos y gustan debañarse desnudos, donde los delpueblo se bañan vestidos, pijipis,extranjeros que no hablan ni jota.

    Ecologistas que luchan contra una cultura rural enaje-nada por la revolución verde, que contaminó sus acuí-feros, sus tierras, sus cuerpos con la promesa de expri-mir más eficazmente a la tierra a costa de lo que fuese,representantes de «un ecologismo que se ha instaladoen los pueblos como un frente misionero, dispuesto ala conversión de sus paisanos. Pero poco esfuerzo seha hecho por aproximarse a su intelectualidad, aunquesea oral y, por tanto, esquiva a un escrutinio ilustrado»(Dionisio Romero).

    Como defensa, el paisano inventa etiquetas paramarcar la diferencia: «los de la comuna», «los alparga-teros», «los pobres» o «los ecologistas», son apodos decarácter peyorativo que manifiestan su desconcierto,cierta desconfianza y el malestar ante tanta diversidadde diferencias y que en definitiva reflejan lo que diceJeromo Aguado, de Plataforma Rural: «Muchas de lasiniciativas que en las dos últimas décadas han llegado alcampo, tanto si se convierten en éxito como en fracasocasi siempre están desvinculadas, sin conexión con elmedio rural tradicional. No se generan los lazos quefaciliten los aprendizajes mutuos, con la rápida desapa-rición de raíces y saberes». Y esa desconexión refleja ladistancia entre dos mundos, y en algunas comarcas,donde hay suficiente concentración de neorrurales, losalternativos acaban formando una comunidad dentro de

    al descubierto Nueva cultura rural

    Santi, agricultor ecológico en La Pobla deVallbona, en la provincia de Valencia.

    Joven pastor de montaña. (Foto: Escola dePastors de Catalunya).

    «Ese mundo sobrevive en aldeas de montaña, en zonasaisladas e inhóspitas, donde algunos pastores indómitosaún despiertan en ciertos niños de la ciudad el simbolismo

    del indio piel roja autóctono»

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  • se de nuevo al cordón umbi-lical de la madre Naturaleza,mientras el espíritu afixiadopor la modernidad empren-de el vuelo de nuevo hacia uncielo de realidades que tras-cienden la individualidad y lodotan para el amor y laamistad. La esencia de lacultura rural nació como unaentidad colectiva protectoraque tenía como último obje-tivo la liberación de susmiembros en una realizaciónespiritual que les hiciese ple-nos, hombres libres parairradiar en las cinco direccio-nes del espacio, las virtudesque emanan de la verdad, labondad y la belleza, de lasque se beneficiaban los pró-ximos, los prójimos… Todoslos que ahora formamosparte de esa nueva culturarural no debemos olvidar quela disciplina social de lacomunidad requiere el sacri-ficio y la abnegación por elbien del grupo, lo que ayuda a corregir el pensar en unomismo como un centro y como esencialmente diferen-te de los demás; pero tampoco podemos olvidar que loque indica la liberación espiritual es tanto una falta deinclinación a imponer la propia voluntad a otros comoel haberse liberado interiormente del dominio de losdemás sobre uno mismo, libres del propio ego, libresde los egos de los demás. Eso sólo es posible si lasinteracciones humanas dependen de una base espiri-tual que comuniquen ante todo una realidad y un sen-tido de ser.

    La cultura puede marcar importantes diferencias yla cultura se construye. La nueva cultura rural, que hoytenemos entre las manos, se puede tejer en el presen-te recordando que en el pasado su guía fue «un cristia-nismo revolucionario que realizó innovaciones sor-prendentes como el pacto monástico, o los monaste-rios familiares y dúplices, con comunidad de bienes,prevalencia de la asamblea, cosmovisión del amor,

    derechos del individuo, dignificación de la mujer, cen-tralidad de lo espiritual, y otras. De ahí resultan lascaracterísticas de nuestra sociedad rural popular tra-dicional: el concejo abierto, los comunales, los siste-mas de ayuda mutua, la soberanía y autonomía delmunicipio, la convivencialidad como bien supremo, losfueros municipales y cartas de población, la autono-mía cultural de la rural gente». (Félix Rodrigo).

    Necesitamos urgentemente un modelo de socie-dad en equilibrio con el medio natural, con un gransentido de su responsabilidad y eficiente en el uso desus recursos. Quizá recuperando nuestras raíces, elárbol de occidente que se tambalea, pues ha abando-nado la fértil tierra, vuelva a poder orientar sus ramashacia el cielo, para cobijo de todos los seres y dé porfin un fruto comestible.

    Beatriz Calvo Villoria

    � Nueva cultura ruralTodos estos encuentros y desencuentros son la causade que «la forma de pensar y los comportamientos delos rurales de hoy han cambiado radicalmente. La cul-tura rural es más bien una mezcla, con adaptaciones ycon diferencias regionales y nacionales, de hábitosurbanos mezclados con tradiciones, formas de pensarmás o menos adaptadas a la diversidad de comunida-des rurales existentes; éste es el caso de nuestro país.La cultura rural es un totum revolutum que refleja lacomplejidad de sus estructuras, la presencia de nuevosactores en el medio rural, el arraigo de la cultura de lamovilidad en el ocio, el commuting, la contraurbaniza-ción, etc.» (José Antonio Pérez Rubio).

    Y en esa complejidad es donde se mueve la nuevacriatura, la nueva cultura rural llena de multiplicidadessin unidad aparente. Por ella pululan los rurales y losnuevos rurales con sus distintos objetivos, desde losque pretenden «recampesinizar» el campo recuperan-do los valores de antaño hasta los que se reasientanfuera de la lógica de cualquier sistema e inventan unasegunda oleada de nuevas comunidades, semejante ala que se produjo en los años 60. Desde los que seasientan gracias al sistema, con las subvencioneseuropeas, que se diseñan desde la estratosfera, ymontan empresas de todo tipo, hasta los que soloquieren lograr la autosuficiencia económica basándo-se en agricultura y ganadería desarrollada en un espa-cio limitado, y que sufren muchas veces la gran dificul-tad de su utopía. Y sobre todos ellos, los mariscales decampo, los Grupos de Acción Local que representanen definitiva el interés del Estado y sus políticas dedesarrollo rural, y reflejan, también, el sentir de partede los paisanos que no tienen idealizada su cultura y laviven como demasiado esforzada y sufrida y prefierenadaptarse a los tiempos modernos para evitar la des-población, convirtiendo los núcleos rurales en produc-tivos y competitivos, creando industrias de cualquiertipo. Quieren configurar un medio rural renovado en elque se desarrollan actividades laborales diversas,muchas de ellas innovadoras, pues pretenden ser algomás que el territorio de descanso para la poblaciónurbana, y para ello surgen programas como «Abrazala Tierra» que, con una red de Oficinas de Acogida, pro-mueve el asentamiento de nuevos vecinos que ponganen marcha proyectos empresariales y dinamicen elterritorio, lo que permite adquirir mayor peso políticopara lograr más inversiones y mejores servicios parala población que eviten la emigración. Institucionesque luchan por conseguir de las administraciones cen-trales medidas fiscales diferentes y compensadoras

    por sostener unas actividades económicas menosrentables que en las ciudades, pero que garantizan lapervivencia de un mundo del que todos necesitamos.

    Queremos terminar haciendo una defensa de loque algunos llaman los neocampesinos dentro delmovimiento neorrural, como los nuevos pastores quesalen de las escuelas nacidas ante la falta de revelo deuna actividad esencial para los ecosistemas, o los nue-vos agricultores que con una mezcla de distintas fuen-tes agronómicas, modernas y tradicionales, sacanadelante producciones de alimentos con calidad, puesno podemos olvidar que todos, absolutamente todos,necesitamos la agricultura para vivir, por lo que no nospodemos permitir que la cultura rural no se reinventemás allá de las políticas de desarrollo que fomentan elsector terciario, limitando, a su vez, el sector que le esrealmente propio, la agricultura. Y debemos conside-rar que, aunque la criatura que nazca de este totumrevolutum tenga algo de Frankenstein, que incomodala idealización que desearíamos, es preciso que losmimbres humanos, sociales y naturales que conver-gen en la naturaleza domesticada del campo se tren-cen para elaborar un cesto que vuelva a recoger cose-chas de lo único que es realmente imprescindible, elalimento que vincula a la tierra; como dice LordNorthbourne, no podemos olvidar que «desde el puntode vista de la biología y la economía, sólo la agriculturaes el fundamento de la vida humana en este planeta.Una vez establecido dicho fundamento, se convierte enla principal expresión de la relación entre el hombre yla naturaleza. Todas las demás actividades humanasson, por decirlo así, derivaciones que surgen de ella ydependen de ella. Podríamos pasar sin tales derivacio-nes, pero no sin la agricultura. Por lo tanto, nos afectamás directamente y más de cerca que cualquier otraactividad; la calidad de nuestras vidas y nuestras pers-pectivas se refleja en la agricultura, y ésta, a su vez, serefleja en aquellas». Y desde un punto de vista másromántico, esta función es más que la simple produc-ción de comida; es la función a través de la cual elhombre se integra con su entorno, lo que está muycerca de simbolizar una integración con los orígenesde lo propiamente humano. Etimológicamente, «lohumano» es humus, tierra viva y fértil.

    «Para que el tiempo, con sus ciclos y estaciones,con sus edades, nacimientos y muertes, “regrese” acada conciencia, debe tener un fuerte anclaje en la tie-rra, de la misma manera que la cometa vuela, planea yregresa, a condición de que un brazo agarre sin soltarel cordón» (Dionisio Romero). Los nuevos campesinosque surjan de esta nueva cultura rural han de conectar-

    Huerto ecolóǵico intergeneracionalen el Valle de Mena, Burgos,

    al descubierto Nueva cultura rural

    «Los pueblos necesitan nuevos pobladores para no morir, pararejuvenecer, niños para evitar el cierre de las escuelas,

    trabajadores para revitalizar el tejido productivo, y los nuevospobladores necesitan aire para respirar sus sueños, incluso sus

    utopías, por lo que a ambos les interesa entenderse,respetarse...»

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