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Relaciones Internacionales - Primer Parcial 1 TEMA 1. LA DISCIPLINA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES 1.1. Origen y desarrollo El nacimiento de las Relaciones Internacionales como disciplina va ligado a la preocupación por la existencia de conflictos bélicos entre Estados, preocupación que en este siglo alcanza un nivel elevado tras la experiencia de las dos guerras mundiales y la aparición del arma nuclear. Antes de 1914, el fenómeno de la guerra había sido tratado por filósofos, historiadores, juristas, estadistas y diplomáticos (e.g. Rousseau, Hobbes, Bull, Bentham, Moro, Maquiavelo, etc.). Sin embargo, la aportación de estos pensadores no constituye un conjunto sistemático de conocimientos; no existe un planteamiento científico. Se puede decir, pues, que la teoría de las Relaciones Internacionales es nueva, en palabras de Hoffmann, como “estudio sistemático de fenómenos observables que intenta descubrir las variables principales, explicar el comportamiento y revelar los tipos característicos de relaciones entre unidades internacionales”. Como conjunto sistemático de conocimientos, la consideración de las Relaciones Internacionales se inicia en los Estados Unidos y Gran Bretaña, a partir de la I Guerra Mundial. La necesidad de individualizar el estudio de las relaciones internacionales, de interpretar científicamente los fenómenos de la vida internacional y de elaborar una teoría de la sociedad internacional, será debido a factores como: cambios estructurales en la sociedad internacional a consecuencia del desarrollo tecnológico e industrial, la influencia creciente que ejercen los movimientos sociales y políticos en las relaciones internacionales, la heterogeneidad de la sociedad internacional a partir de la Revolución Bolchevique, los horrores de la guerra y el deseo de instaurar un orden de paz y seguridad, la responsabilidad que asumen las Grandes Potencias sobre este nuevo mundo complejo y cambiante, y la preocupación científica de la mano del positivismo y del marxismo, por la elaboración de una teoría científica de relaciones sociales en el marco de las ciencias sociales (Steve Smith). Lo tardío del desarrollo de las Relaciones Internacionales como disciplina científica en relación a los factores que están en su origen es debido a: a) la concepción del Estado como clave y referencia de todo análisis de la realidad internacional, concepción vigente hasta fecha muy reciente; b) el protagonismo académico y científico de la Historia Diplomática y el Derecho Internacional, monopolizando el estudio de los fenómenos internacionales; c) el escaso interés de la opinión pública por los asuntos internacionales hasta 1914, debido sobre todo al tradicional secreto y elitismo con que los gobernantes habían tratado desde antiguo las cuestiones internacionales. Con el fracaso de la diplomacia internacional en el sistema europeo de Estados, se pone de manifiesto la necesidad de una nueva aproximación a los asuntos internacionales, sobre todo en Estados Unidos, que se eleva ahora a la categoría de Gran Potencia. 1.2. Las Relaciones Internacionales como disciplina científica En los años veinte priman los enfoques descriptivos de los acontecimientos internacionales de la época, en la que la Historia Diplomática sigue desempeñando un papel dominante. La apertura de algunos archivos gubernamentales después del conflicto bélico, fue el principal factor que vitalizó dichos enfoques. La existencia de la Sociedad de Naciones y su proyecto de Sociedad Internacional dio un gran impulso a los estudios internacionales y centró el interés académico en la esfera del Derecho Internacional y de la Organización Internacional. Es a partir de los treinta cuando las Relaciones Internacionales se afirman como disciplina científica, en gran parte, debido a la aparición de nuevas orientaciones y concepciones en el campo de la Historia Diplomática y del Derecho Internacional, así como al desarrollo de las ciencias sociales en general, pero sobre todo la Ciencia Política, la Sociología y la Psicología. La II Guerra Mundial y la

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Relaciones Internacionales - Primer Parcial 1

TEMA 1. LA DISCIPLINA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

1.1. Origen y desarrollo

El nacimiento de las Relaciones Internacionales como disciplina va ligado a la preocupación por la existencia de conflictos bélicos entre Estados, preocupación que en este siglo alcanza un nivel elevado tras la experiencia de las dos guerras mundiales y la aparición del arma nuclear. Antes de 1914, el fenómeno de la guerra había sido tratado por filósofos, historiadores, juristas, estadistas y diplomáticos (e.g. Rousseau, Hobbes, Bull, Bentham, Moro, Maquiavelo, etc.). Sin embargo, la aportación de estos pensadores no constituye un conjunto sistemático de conocimientos; no existe un planteamiento científico. Se puede decir, pues, que la teoría de las Relaciones Internacionales es nueva, en palabras de Hoffmann, como “estudio sistemático de fenómenos observables que intenta descubrir las variables principales, explicar el comportamiento y revelar los tipos característicos de relaciones entre unidades internacionales”.

Como conjunto sistemático de conocimientos, la consideración de las Relaciones Internacionales se inicia en los Estados Unidos y Gran Bretaña, a partir de la I Guerra Mundial. La necesidad de individualizar el estudio de las relaciones internacionales, de interpretar científicamente los fenómenos de la vida internacional y de elaborar una teoría de la sociedad internacional, será debido a factores como: cambios estructurales en la sociedad internacional a consecuencia del desarrollo tecnológico e industrial, la influencia creciente que ejercen los movimientos sociales y políticos en las relaciones internacionales, la heterogeneidad de la sociedad internacional a partir de la Revolución Bolchevique, los horrores de la guerra y el deseo de instaurar un orden de paz y seguridad, la responsabilidad que asumen las Grandes Potencias sobre este nuevo mundo complejo y cambiante, y la preocupación científica de la mano del positivismo y del marxismo, por la elaboración de una teoría científica de relaciones sociales en el marco de las ciencias sociales (Steve Smith).

Lo tardío del desarrollo de las Relaciones Internacionales como disciplina científica en relación a los factores que están en su origen es debido a: a) la concepción del Estado como clave y referencia de todo análisis de la realidad internacional, concepción vigente hasta fecha muy reciente; b) el protagonismo académico y científico de la Historia Diplomática y el Derecho Internacional, monopolizando el estudio de los fenómenos internacionales; c) el escaso interés de la opinión pública por los asuntos internacionales hasta 1914, debido sobre todo al tradicional secreto y elitismo con que los gobernantes habían tratado desde antiguo las cuestiones internacionales. Con el fracaso de la diplomacia internacional en el sistema europeo de Estados, se pone de manifiesto la necesidad de una nueva aproximación a los asuntos internacionales, sobre todo en Estados Unidos, que se eleva ahora a la categoría de Gran Potencia.

1.2. Las Relaciones Internacionales como disciplina científica

En los años veinte priman los enfoques descriptivos de los acontecimientos internacionales de la época, en la que la Historia Diplomática sigue desempeñando un papel dominante. La apertura de algunos archivos gubernamentales después del conflicto bélico, fue el principal factor que vitalizó dichos enfoques. La existencia de la Sociedad de Naciones y su proyecto de Sociedad Internacional dio un gran impulso a los estudios internacionales y centró el interés académico en la esfera del Derecho Internacional y de la Organización Internacional.

Es a partir de los treinta cuando las Relaciones Internacionales se afirman como disciplina científica, en gran parte, debido a la aparición de nuevas orientaciones y concepciones en el campo de la Historia Diplomática y del Derecho Internacional, así como al desarrollo de las ciencias sociales en general, pero sobre todo la Ciencia Política, la Sociología y la Psicología. La II Guerra Mundial y la

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posguerra acentúan esta dinámica, afirmándose las relaciones internacionales como disciplina científica en los Estados Unidos y Gran Bretaña, a la vez que comienza su andadura en otros países, aunque no de igual manera.

El auge de las Relaciones Internacionales, especialmente después de la II Guerra Mundial en los Estados Unidos, está en función de las necesidades concretas de la política exterior de este país, que se constituye como Superpotencia. Además, esta supuesta autonomía y desarrollo de las Relaciones Internacionales en este momento tuvo mucho que ver con el carácter instrumental: esta disciplina llegó a existir como iniciativa de un gobierno interesado en el estudio de una nueva política exterior para su país, producto de una nueva realidad internacional. El marcado carácter científico-político de las cuestiones internacionales y su estrecha relación con la Ciencia Política en este país tuvo mucho que ver con la consideración instrumental en el estudio de la lucha por el poder en el exterior. Es entonces cuando se produce la ruptura con los departamentos de derecho e historia, y aparece la de Relaciones Internacionales incluida en todos los programas de Ciencias Políticas.

El desarrollo de esta disciplina en Gran Bretaña estuvo en mucho influido por la evolución norteamericana. Algunos autores, incluso, hablan de la transnacionalización del nuevo pensamiento internacionalista. Dicha transferencia de Estados Unidos a Gran Bretaña puede encontrar su principal razón en la semejanza de algunos problemas fundamentales de ambas políticas exteriores. Sin embargo, en Gran Bretaña, el análisis de las Relaciones Internacionales toma un camino diferente al existir en este país una profunda raíz del objeto en los estudios de Filosofía, Derecho Internacional e Historia, lo que provocará una mayor resistencia por parte de los medios académicos a aceptar las Relaciones Internacionales dentro de las ciencias sociales.

En la Europa continental, la situación de las Relaciones Internacionales ha sido muy distinta, y sólo muy recientemente han sido consideradas como disciplina autónoma, siendo el Derecho Internacional y la Historia Diplomática las que han dificultado su desarrollo al ver invadido su campo de estudio. En Francia, el papel desempeñado por los enfoques jurídicos e históricos han determinado hasta fecha muy reciente la inexistencia de esta disciplina. Su inclusión como disciplina autónoma dentro de la esfera de la Ciencia Política fue conseguida tras una gran discusión en el ámbito jurídico y en la escuela histórica francesa, en 1973. En Italia, será en 1968, con el establecimiento de tres cátedras en Catania, Florencia y Turín, cuando se puede centrar el inicio de las Relaciones Internacionales como disciplina científica independiente de las tradicionales enseñanzas jurídicas y de historia diplomática. En la antigua Unión Soviética, su inicio estuvo íntimamente ligado, como en los Estados Unidos, al crecimiento del poderío de este país. El retraso en su desarrollo obedece a razones históricas (por la difícil situación interna e internacional), e ideológicas y políticas (por la rigidez ideológica del marxismo-leninismo). Será en los últimos años cuando los estudios, la investigación y las Relaciones Internacionales adquirirán un mayor desarrollo con la introducción de la reconstrucción (perestroika) y de la apertura (glasnot), sugeridas y potenciadas por Gorbachov.

Igualmente, en España el desarrollo de las Relaciones Internacionales como materia y disciplina científica es muy reciente. Exceptuando aportaciones aisladas, enmarcadas más en el campo jurídico-internacional y en el campo de la historia, la consideración y desarrollo científico de esta disciplina en España sólo tiene lugar a partir de 1957. El resultado es un reducido número de centros en los que se estudian las Relaciones Internacionales, un escaso número de estudiosos profesionales dedicados a su estudio científico, y la escasez de recursos para ello. Así, la enseñanza de esta disciplina en España es relativamente reciente; sólo después de la II Guerra Mundial las Relaciones Internacionales aparecen en los planes de estudios universitarios,

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de alguna manera ligadas al Derecho Internacional. A partir de 1957, al ganar D. Antonio Truyol la cátedra de “Derecho y Relaciones Internacionales” de la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad Complutense, empieza realmente a considerarse en España las Relaciones Internacionales como disciplina científica y académica.

Política exterior. Parte de la política general de un estado; forma en que un Estado conduce sus relaciones con otros Estados. No atiende al sistema internacional en su conjunto.

Política internacional. Su objeto de estudio es el sistema internacional en su conjunto, no tanto las relaciones individuales.

Relaciones Internacionales. Incluye relaciones de carácter político entre Estados, económicos, sociales, culturales, etc. La ciencia política es parte de la ciencia sociológica entendida como ciencia de las sociedades humanas.

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TEMA 2: LA DISCUSIÓN SOBRE EL CONCEPTO Y EL OBJETO DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

2.1. El debate sobre el objeto de las Relaciones Internacionales

El debate ha sido y sigue siendo una de las principales características que pueden definir a las Relaciones Internacionales en su trayectoria científica. Para empezar, la cuestión central del debate es la delimitación y fijación del objeto y el método de estudio de esta disciplina. Porque si uno de los rasgos para delimitar las características propias de esta disciplina es la diferencia con el objeto de otras ciencias sociales, también es cierto que la propia evolución de las ciencias sociales dificulta cada vez más una perfecta distinción de objeto y método, sin que ello tenga por qué ser necesariamente negativo. Para Zimmerm, tres son los factores que provocan el nacimiento y guían el desarrollo de la disciplina: a) el cambio de la realidad internacional, b) el avance de las ciencias sociales, y c) el modelo que da marco y guía el estudio.

El cambio de la realidad internacional en este siglo adquiere múltiples formas y consecuencias: si el interés tradicional se basaba en la sucesión de las situaciones de guerra y de paz entre los Estados, la nueva visión se basará en los efectos (económicos, tecnológicos y sociales) que produce el desarrollo tecnológico y científico sobre la sociedad internacional. Se trata de afirmar que el marco histórico es un factor determinante para conocer las razones que influyen directamente en el objeto y en la elaboración teórica de esta disciplina. La aparición de fenómenos nuevos comportará la creación de nuevos instrumentos y métodos de análisis.

Por otro lado, la evolución de las ciencias sociales supone la aplicación de métodos matemáticos a la realidad internacional. En los años cincuenta y primeros de los sesenta surgen dos posiciones: los partidarios de adoptar métodos desarrollados por las ciencias sociales (behavioristas), y los partidarios de mantener el esquema de análisis tradicional, más ligado a la filosofía y a la historia. Este enfrentamiento sigue siendo uno de los grandes objetos de debate.

El modelo que da marco y guía el estudio, señalado por algunos autores como “el debate sobre los paradigmas”, será otro de los factores condicionantes del objeto, del método, y del proceso de investigación. El modelo que fija un margo y guía el estudio supone aquella visión o concepción global del objeto estudiado que inspira el análisis, investigación o teoría.

2.2. Algunos criterios utilizados para determinar el concepto y el objeto de las Relaciones Internacionales

El criterio del principal actor, al que hace referencia Pettmann, ha sido utilizado por algunos estudiosos vinculados al planteamiento realista. Esta limitada visión, que tiene como principal referencia la del Estado como “principal y único actor”, vacía de contenido lo que podría ser un análisis sincero y rico de los diferentes sujetos en las relaciones internacionales. El creciente protagonismo de los actores no estatales ofrece una realidad internacional cada vez más compleja y cambiante. Esta visión usa una metodología casi exclusivamente descriptiva de las Relaciones Internacionales, limitando el objeto de estudio a un viaje de ida y vuelta, en donde se parte del Estado y se vuelve obligadamente a él.

Otro criterio adoptado en la conceptualización y delimitación del objeto de estudio de las Relaciones Internacionales, es lo que tanto Aldecoa como Arenal denominan el criterio de internacionalidad. La adopción de este criterio supone un avance significativo al estudiar los flujos existentes en el medio internacional en cuanto tal, y no simplemente la de los elementos del mismo, por amplio que pueda ser. El objeto de estudio es así, el “complejo relacional

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internacional”. Sin embargo, cabría objetar que este complejo relacional internacional es, como todo sector de la realidad, objeto material parcial de una pluralidad de disciplinas, mientras que lo que da lugar a una disciplina especial y autónoma de las relaciones internacionales es, más que el objeto material, el punto de vista o perspectiva desde el cual dicho objeto material es considerado. Por otra parte, si bien es cierto que este planteamiento amplía anteriores conceptos de las relaciones internacionales al incluir todo tipo de relaciones sociales, no es menos cierto que se hace tomando como referencia a los Estados en cuanto rebasan las fronteras de los mismos. Así, esta definición no recogería las relaciones sociales que no tienen como punto de referencia las fronteras y que son plenamente internacionales.

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TEMA 3. LA SOCIEDAD INTERNACIONAL COMO CONCEPTO Y REALIDAD

3.1. El concepto de Sociedad Internacional, centro de las Relaciones Internacionales

De todo lo visto, surge la necesidad de optar por una visión más amplia y menos restrictiva en la consideración del medio internacional. Quizá la posición más acertada es la que comparte el criterio de adoptar el concepto de sociedad internacional como base para conceptualizar y delimitar el objeto de las relaciones internacionales. La complejidad y dinamismo, principales características de la realidad internacional, más aún hoy con las modificaciones transcendentales que estamos viviendo, no nos permite desperdiciar elementos de juicio ni adoptar criterios restrictivos que dejarían fuera elementos imprescindibles para realizar un análisis crítico de los acontecimientos internacionales.

La mayoría de los enfoques están condicionados no sólo por la propia realidad internacional, sino también por la percepción que de esta realidad tiene el estudioso al determinar sus prioridades de estudio. Por otro lado, existe un claro consenso intelectual y científico que generaliza una visión estatalista de las relaciones internacionales que guía la investigación empírica para dar respuesta a los problemas que plantea la “política internacional”. La noción de sociedad internacional es la más adecuada, en primer lugar, porque es fiel reflejo del carácter compuesto y complejo de las relaciones que se producen en la escena internacional de nuestros días, y en segundo lugar, porque introduce la perspectiva valorativa. En palabras de Truyol, “...se trata de relaciones entre grupos humanos diferenciados [...]. Es una sociedad de comunidades humanas con poder de autodeterminación, de entes colectivos autónomos”. Esta interpretación está en consonancia con la de Schwarzenberger, que define las relaciones internacionales como el estudio de “las relaciones entre grupos, entre grupos e individuos, y entre individuos, que afectan esencialmente a la sociedad internacional en cuanto tal”.

Partir de una base tan extensa, en donde podría criticarse que cabe casi todo, complejiza sustancialmente el objeto de estudio; pero toda investigación científica debe tender necesariamente a la totalidad en la consideración del objeto estudiado. La referencia a la sociedad internacional permite aprehender las relaciones internacionales desde una óptica distinta al definirlas como una forma social universal, que es más quela simple suma o yuxtaposición de las relaciones existentes en su seno; supone afirmar la inter-relación y dependencia existentes entre ellas. Esta posición no impide considerar al Estado con un papel relevante en la sociedad internacional, si bien es necesario destacar el protagonismo creciente de otros actores o colectividades que necesariamente hay que tener en cuenta. Desde esta perspectiva, cuatro serían las características básicas para establecer el alcance de la sociedad internacional: a) existencia de una pluralidad de miembros que mantienen entre sí relaciones estables y no esporádicas; b) un cierto grado de aceptación de reglas e instituciones comunes para la regulación y ordenación de esas relaciones; c) la existencia de un elemento de orden precario e imperfecto, lo que significa que es posible y deseable buscar nuevas formas de convivencia social a través del cambio de las estructuras actuales; y d) el hecho de que esas relaciones sociales configuren un todo complejo que es más que la suma de las mismas.

3.2. La relación entre Sociedad Internacional y Sociedad Interna

A pesar de que Bull y Watson destacan los intereses comunes o las normas generadas por consentimiento de la sociedad internacional en la búsqueda de una cooperación y de un orden del sistema, lo cierto es que existe un bajo nivel de integración entre las partes y una gran autonomía interna en cada una de ellas. Esa es, precisamente, una de las diferencias respecto de las sociedades internas: la sociedad nacional está integrada políticamente, aunque tal integración política sea compatible con estructuras federales. La sociedad internacional es, en

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cambio, descentralizada, aunque excepcionalmente se puedan transferir poderes a organizaciones internacionales o supranacionales. Esto no significa que exista una oposición entre el medio internacional y el medio interno, sino que ambos deben verse como una realidad social en íntima relación. Para Merle, la sociedad interna y la internacional no pueden separarse, dada la profunda interacción existente entre las mismas, existiendo siempre una serie de flujos de ida y vuelta que hace que la frontera estatal tienda a ser más una separación formal que una separación radical entre ámbitos de diferente naturaleza.

Semejante interpretación de los flujos de ida y vuelta podrían situar esta interpretación de la sociedad internacional dentro de la clásica concepción sistémica de las relaciones internacionales. Tal concepción llevaría a la conclusión de que el sistema queda reducido a las relaciones entre los gobiernos de los Estados (distinción entre un sistema y su entorno). Sin embargo, es más acertado pensar que la sociedad internacional que estudiamos carece de entorno externo, y cuenta solamente con un entorno interno que coincide con el universo y con la realidad internacional que hoy conocemos. Esta realidad implica un variado elenco de relaciones dependientes entre sí, y también de actores, que van desde los Estados, como miembros privilegiados, las organizaciones internacionales, las organizaciones no gubernamentales y las empresas multinacionales, hasta el individuo, pasando por otros fenómenos sociales, como los grupos de presión, etc. La actuación de tales actores, además, viene condicionada por una amplia serie de factores de naturaleza política, económica, cultural, etc.

En estos enfoques, un elemento determinante en el acercamiento al objeto, es la conciencia crítica en el estudio o análisis. Dicho “espíritu crítico” determinará no sólo el concepto y objeto de las relaciones internacionales, sino también condicionará las suposiciones hechas por los especialistas sobre el mundo dinámico que están estudiando. El objeto material de las relaciones internacionales no es la Sociedad Internacional en abstracto, sino, en concreto, una Sociedad Internacional que en los últimos años se encuentra en una situación de cambios profundos, con efectos inmediatos en todos y cada uno de los niveles que la configuran. La labor valorativa y crítica es más necesaria que nunca en una aproximación rigurosa de la Sociedad Internacional que estamos viviendo.

TEMA 4. LA DISCUSIÓN TEÓRICA EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

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Las tradiciones teóricas en el estudio de las Relaciones Internacionales

Wight señala cuatro tradiciones en el estudio de las Relaciones Internacionales, sobre las que se mantienen cuatro modelos del mundo: la anarquía hobbesiana; la humanidad como comunidad global, derivada de la romana y cristiana tradición medieval; el modelo kantiano de sociedad mundial; y la tradicional noción grociana de una sociedad Estados.

Partiendo de estas bases que condicionan una determinada concepción del mundo, diversas han sido las aportaciones teóricas y metodológicas en el estudio de las relaciones internacionales. Deutch señala cuatro etapas de progreso en el estudio de las relaciones internacionales: a) la dominada por el Derecho Internacional, que se simboliza en las dos Conferencias de la Paz de la Haya (1899 y 1907); b) la Gran Guerra; c) en los años cincuenta, bajo la influencia de nuevas técnicas metodológicas de las ciencias sociales y del comportamiento; y d) la del “imperio” de la metodología cuantitativa y la búsqueda de modelos.

De acuerdo con Dougherty y Pfaltzgraff, cuatro han sido las aportaciones teóricas en el desarrollo de las relaciones internacionales:

1. Fase idealista y nominalista. Viene determinada por el contexto internacional e intelectual derivado de la I Guerra Mundial. El conflicto había demostrado la fragilidad tradicional para asegurar el orden y la paz internacional. La creación de la Sociedad de Naciones contribuye más aún a acentuar el optimismo de cara al futuro de la sociedad internacional, porque pone las bases de un sistema dirigido a preservar la paz.

2. Fase realista y empírico-normativa. Caracterizada por una creciente inestabilidad internacional, consecuencia de las conmociones políticas, económicas e ideológicas, internas e internacionales, y por la constatación del fracaso del sistema ginebrino. Esto abre el debate entre los planteamientos idealistas y realistas en el campo de la teoría, imponiéndose los segundos.

3. Fase behaviorista-cuantitativa. Caracterizada por diferentes intentos para aproximarse en la elaboración teórica en las relaciones internacionales a la sociología. La adopción de métodos y técnicas cuantitativo-matemáticas, que supuso el máximo exponente en la búsqueda de una interpretación científica de las relaciones internacionales, entrará en crisis a mediados de los sesenta.

4. Fase posbehaviorista. Sin abandonar el énfasis científico de los estudios anteriores, dirige su atención a la conducta humana, a los problemas reales del mundo, a las motivaciones y valores subyacentes en toda cultura. Es lo que algunos autores califican como la síntesis perfecta entre el enfoque “científico” y el clásico.

El paso de unas teorías a otras ha venido dado, no sólo por la recepción de la evolución metodológica de otras ciencias sociales, sino también por la propia evolución de la sociedad internacional, que al poner de manifiesto las insuficiencias y lagunas de los enfoques dominantes, propugnan nuevas aproximaciones. Ralph Pettmann sugiere que han existido históricamente dos aproximaciones a las relaciones internacionales en función del objeto estudiado: una corresponde con el esquema estatocéntrico, o modelo de “política internacional”, con una multitud de estados de desigual capacidad persiguiendo intereses nacionales diferentes y encontrados; la otra, a un enfoque más “globalista”, que pone su atención en el estudio del “enfrentamiento global en términos de relaciones horizontales que sobrepasan los límites geográficos y el elemento puramente estatal, en donde las consideraciones, tanto socioeconómicas como políticas, entre los múltiples sujetos son el principal objeto de estudio”.

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TEMA 5. PRINCIPALES CORRIENTES TEÓRICAS: IDEALISMO Y REALISMO

5.1. Idealismo y realismo

Dentro de los diferentes enfoques para entender y analizar el medio internacional y las relaciones entre Estados, el debate entre idealismo y el realismo es la discusión clásica en la teoría de las Relaciones Internacionales. Algunos términos o conceptos característicos del idealismo y, por oposición, del realismo, son:

Idealismo

Realismo

- visión de progreso

- concepción positiva de la naturaleza humana

- planteamiento no determinista del mundo

- existencia de intereses complementarios, no antagónicos

- búsqueda de la racionalidad y moralidad internacional

- visión estática

- concepción antropológica pesimista del mundo

- planteamiento determinista del mundo

- no existe armonía, sino lucha y competencia

- relaciones internacionales como búsqueda del poder

5.2. El realismo político y sus características generales

Es la escuela realista la que ha cobrado mayor relevancia en las interpretaciones existentes en el medio internacional y la que guía, según algunos autores, el comportamiento de los Gobiernos en el ámbito exterior. Las Relaciones Internacionales son entendidas como Política Internacional: el principal y único actor considerado es el Estado. Desde esta perspectiva, el poder y la lucha por éste es el centro de la teoría. Dado lo conflictivo y anárquico del mundo internacional, el incremento y la detentación del mayor grado de poder posible es el objetivo de todos los Gobiernos. Así, las aproximaciones realistas tienen una concepción hobbesiana de las relaciones internacionales. Autores de esta escuela: Niebuhr, Schuman, Carr, Schwarzenberger.

1. El realismo en Hans Morgenthau.

Hans Morgenthau es el autor más destacado del realismo político norteamericano. En sus estudios intenta formular una teoría general de la política sin hacer distinciones entre política interna e internacional. Su modelo corresponde al período de la Guerra Fría, situación de enfrentamiento entre las superpotencias. Su teoría internacional se caracteriza por seis principios:

- Concepción pesimista de la naturaleza humana y de la política.

- Interpretación de la centralidad y equilibrio del poder.

- Defensa del “Interés Nacional” como principal objetivo de la política exterior.

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- Inexistencia de criterios morales en la política internacional.

- Exclusividad de las normas y leyes políticas.

- Interés definido en términos de poder y del incremento de éste.

Estos principios determinan el comportamiento de los Estados y configuran las leyes que imperan en el statu quo existente en la Sociedad Internacional, como se mantiene o cambia ese equilibrio inestable, y el papel protagonista que juegan las superpotencias en ese sistema competitivo.

2. El realismo y la “Guerra Fría”: George Kennan.

Es necesario tener en cuenta que en política exterior una cosa son los planteamientos teóricos, y otra la acción real llevada a cabo por el Ejecutivo. En el caso de Kennan y Kissinger, por su condición de teóricos y políticos, se unen política y práctica. G. Kennan es el representante más característico de la escuela realista en el período de posguerra, y acomoda los planteamientos de Morgenthau enriquecidos a la Guerra Fría. Su pensamiento se centrará en la necesidad de que la política exterior de los Estados Unidos sea una política de poder, rechazando las consideraciones legalistas y moralistas. Su referencia para la acción exterior es la consideración de la Unión Soviética como una superpotencia expansiva. Su aportación al realismo político viene dada por dos planteamientos básicos:

- La defensa a ultranza del “Interés Nacional” como eje fundamental de la acción exterior por encima de interpretaciones ideológicas.

- El concepto de contención de la “expansión comunista” en el mundo como principal objetivo de la política exterior de Estados Unidos.

En su papel de “pueblo elegido por la Providencia para cumplir una alta misión en el mundo”, los Estados Unidos deben equilibrar el poderío soviético mediante el dominio de zonas de influencia.

3. La revisión del realismo de Henry Kissinger.

Kissinger, el autor que realiza la mayor y más rica revisión del realismo político, acomodándolo a la era de “deshielo en las relaciones USA-URSS”, basa su teoría en los siguientes pilares:

- Necesidad de los análisis históricos.

- Revisión de autores clásicos (Spinoza, Hobbes, Maquiavelo) en la búsqueda de una raíz filosófica.

- Revisión de los presupuestos de Morgenthau.

Kissinger defiende una revisión de la política exterior de los Estados Unidos y su acomodación a la nueva realidad que supone la Era Nuclear. Su aportación consiste en la necesidad de la negociación para evitar la Guerra Total y la destrucción nuclear. Kissinger distingue dos tipos de órdenes: a) orden legítimo, acuerdo tácito o expreso entre las superpotencias sobre un área geográfica; y b) orden revolucionario, inexistencia de un acuerdo de bases sobre un área determinada. Desde este planteamiento, Kissinger hace una interpretación de la Seguridad e Inseguridad absoluta o relativa (teoría de la disuasión) y cuáles pueden ser las vías para obtener una u otra. Es en este razonamiento donde se insertan las negociaciones nucleares con la URSS y la necesidad de acuerdos sobre el desarme.

La obtención de un orden estable deberá tener en cuenta tres cambios producidos en la Sociedad Internacional: a) número y naturaleza de los miembros; b) desarrollo tecnológico; c)

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antagonismo político-ideológico. También Kissinger establece una distinción entre los criterios y leyes que rigen el interior y el exterior de las sociedades, siendo éste un planteamiento que le diferencia de anteriores enfoques realistas.

5.3. “Neorrealismo” y las últimas administraciones en los Estados Unidos

Brzezinski, asesor de Seguridad Nacional del presidente Carter, profundizará el esquema elaborado por Kissinger y ampliará el concepto de negociación, haciéndolo extensivo no sólo a las relaciones con la URSS, sino también a los conflictos en el “Tercer Mundo”. Sin embargo, la Administración Reagan supuso una vuelta a los planteamientos originales del realismo político, endureciendo la negociación con la URSS y paralizando el diálogo en los conflictos en el Tercer Mundo, usando en estos casos, directa o indirectamente, la fuerza.

La gestión del presidente Bush, asesorado por Baker, se decanta por un realismo moderado que intenta acomodar la política exterior de los Estados Unidos a la nueva realidad internacional aprovechando la descomposición del bloque del Este y la pérdida de poder de la URSS como superpotencia. La actual Administración Clinton centra la política exterior de los Estados Unidos en dos puntos, aproximándose a Kissinger, Brzezinski y Baker: a) establecimiento paulatino de “zonas de orden estable” en todo el mundo, mediante procesos de negociación y cooperación encabezados por Estados Unidos; b) no renunciar a la utilización de la fuerza en los casos que fuera necesario.

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TEMA 6. PRINCIPALES CORRIENTES TEÓRICAS: CONCEPCIONES SOCIOLÓGICAS

6.1. Fundamentos y principales autores

Si el realismo político había considerado las relaciones internacionales como política internacional y, por lo tanto, dentro del ámbito exclusivo de la Ciencia Política, va a existir otra corriente de pensamiento que considera y analiza las relaciones internacionales como una Sociología Internacional. Los planteamientos que parten de este enfoque sociológico intentan elaborar sus propias categorías y conceptos de aplicación al estudio de la Sociedad Internacional. Así, existirán intentos serios y muy conseguidos de definir las Relaciones Internacionales desde el enfoque sociológico. Los elementos comunes a todos estos autores se refieren, en términos generales, a las siguientes cuestiones:

- Predominio de los métodos inductivos frente a los deductivos.

- Negar la neutralidad científica en la teoría de las Relaciones Internacionales.

- Las relaciones estatales como una parte de la realidad internacional.

- La consideración global de esa realidad.

El origen de esta interpretación sociológica hay que situarlo en Max Huber, introductor del concepto de internacionalidad en una explicación sociológica de las relaciones sociales entre grupos que se encuentran en distintas realidades estatales.

1. La visión de Georg Schwarzenberger.

G. Schwarzenberger será el primero que definirá el estudio de las relaciones internacionales como una rama de la Sociología que se ocupa de la Sociedad Internacional, delimitando así su objeto de estudio. Este autor diferencia cuatro aspectos de la Sociedad Internacional: a) evolución y estructura; b) individuos y grupos; c) tipos de conducta; y d) fuerzas y modelos. Este autor atribuye un papel relevante a la historia para comprender los asuntos internacionales. Aunque su explicación parte de la política de poder (realismo), su conclusión no cierra la posibilidad a la superación del “estado de cosas” en el que se encuentra la Sociedad Internacional. Otros autores también centrados en la interpretación de la Sociedad Internacional son Chavalier, Landheer, Manning, Bosc y Pettmann.

2. La sociología histórica de Raymond Aron.

El mayor representante de la sociología histórica, Raymond Aron, define las relaciones internacionales como relaciones entre unidades políticas que aún se encuentran en estado de naturaleza; la legitimidad que reconoce a los actores para utilizar el recurso a la fuerza revela que, en parte, Aron realiza una interpretación sociológica del realismo político. Aron propone un marco teórico-metodológico para el estudio de la dinámica y estructura de las relaciones internacionales. Esta construcción se fundamenta en cuatro partes:

- Teoría: establecimiento de conceptos.

- Sociología: acciones de poder, naturaleza de los sistemas, conducta de los actores.

- Historia: experiencia pasada respecto a realidades y métodos.

- Praxeología: parte normativa y filosófica.

La búsqueda del carácter científico en la teoría de las relaciones internacionales determinará la conexión de sus planteamientos con los métodos deductivos, la utilización de

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variables, y el recurso a modelos matemáticos.

3. La revisión aroniana de Stanley Hoffmann.

Stanley Hoffmann, siguiendo los planteamientos de Aron, defenderá una teoría empírica de las relaciones internacionales, pero poniendo mayor acento en el plano filosófico-normativo (praxeología). Este autor destaca la búsqueda en la teoría de las relaciones internacionales de un equilibrio entre el ser y el debe ser, la realidad y el idealismo. Igualmente, señala la necesidad de construir utopías relevantes que se preocupen de los valores, pero sin descuidar su posible puesta en práctica.

6.2. Las concepciones sociológico-deductivas. El “behaviorismo”

Las teorías anteriormente tratadas se denominan clásicas. Ahora daremos un repaso a las concepciones teóricas que se autodenominan “científicas”. Estas interpretaciones buscarán la aplicación de métodos “científicamente precisos”, con el deseo de elevar las relaciones internacionales a la categoría de ciencia en el sentido de las ciencias físico-naturales. Dentro de este enfoque destacan los estudios “behavioristas”, que centran su investigación en el comportamiento, actitudes y reacciones de los diferentes actores. Su objetivo es definir la política en términos de parámetros observables de acción y conducta. Autores como Richardson y Spykman intentan ajustar la teoría de las relaciones internacionales a criterios científicos prescindiendo de valoraciones de orden ético y moral. Kaplan distingue seis tipos de sistemas internacionales en base al número de actores y a la configuración estratégica.

A) Sistema de equilibrio de poder. Característico de la Europa de los siglos XVII a XX. Sistema configurado por actores nacionales cuyo principal objetivo es el acrecentamiento de su seguridad; las armas no son nucleares, cada actor puede recurrir al sistema de alianzas, la negociación es una base para el incremento de las capacidades, y existe una oposición a toda acción favorable a una organización supranacional.

B) Sistema bipolar flexible. Característica de la sociedad internacional después de la II Guerra Mundial. Los bloques se esfuerzan por incrementar sus capacidades. El riesgo está permitido para superar al bloque rival; la entrada en guerra es prioritaria antes que permitir la hegemonía del otro bloque. Los actores no comprometidos tienden a ser neutrales entre los bloques excepto cuando existe un gran peligro para la cabeza del bloque.

C) Sistema bipolar rígido. Todos los actores nacionales, directa o indirectamente, se encuentran vinculados a uno u otro bloque, cada alianza se encuentra fuertemente jerarquizada, las relaciones entre los bloques son difíciles y prácticamente no existe cooperación.

D) Sistema internacional universal. Sistema integrado y solidario, con un gobierno mundial -gestor supranacional- con amplias competencias judiciales, políticas y económicas delegadas de los actores nacionales.

E) Sistema jerárquico internacional. Derivado del internacional universal, pero con una directiva o autoridad que podría ostentar el cabeza de bloque. Altamente integrado y con un funcionamiento que podría ser más o menos democrático.

F) Sistema internacional de veto por unidad. Existencia de actores nacionales de bloque que gestionan el nuclear. Ausencia de cooperación, búsqueda de una estabilidad relativa, posibilidad de guerras limitadas, estabilidad basada en el respeto mutuo, y decisiones adoptadas, en todo caso, por unanimidad.

Junto a estos teóricos, existirán otras elaboraciones que ampliarán las visiones anteriores, como las realizadas por Modelski, Burton, Waltz, Wallensteen, Ardrey, Lorenz y Boulding.

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6.3. Las teorías del conflicto, de los juegos y del “linkage”

Para la teoría del conflicto, el elemento determinante en la consideración del sistema internacional es el elemento conflictivo. Las variables consideradas giran en torno a las posibilidades reales o potenciales de enfrentamiento; dichas variables son cruzadas por métodos estadísticos e informáticos. Autores de esta línea son Kriesberg, Wehr, Himes, Mansbach, Ferguson y Lampert.

La teoría de los juegos está basada en la teoría de la decisión racional. Analiza el sistema en función de múltiples variables (peso estratégico, alianzas, potencial defensivo, apoyo internacional, renta nacional, etc.), y principalmente en la consideración de dos jugadores (teorías del ajedrez), que van realizando sucesivos pasos midiendo la repercusión de cada uno en respuesta a los realizados por el otro jugador. Los métodos estadísticos y matemáticos empleados suelen ser complejos. Destacan los estudios de Neuman y Morgenster.

La teoría del “linkage” centra su estudio en la relación existente entre diferentes sistemas. Las interacciones son analizadas partiendo de la base de que toda secuencia de comportamiento en un sistema produce una reacción en otro. La clave se encuentra en medir el tipo de secuencias y las posibles reacciones en los sistemas que más nos interesan. Destacan los trabajos de Rosenau, Kissinger, Hunreider y Wilkenfeld.

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TEMA 7. PRINCIPALES CORRIENTES TEÓRICAS: CONCEPCIONES CRÍTICAS

7.1. La concepción marxista de las Relaciones Internacionales

En el estudio de la concepción marxista sobre las Relaciones Internacionales, es necesario distinguir, por un lado, la política exterior seguida por la antigua Unión Soviética y los países que se reclamaban o se siguen reclamando de esta orientación y, por otro lado, los aportes teóricos y metodológicos que supone este enfoque en los análisis de la Sociedad Internacional. En este segundo plano, es necesario destacar el enfoque complejo creado por el marxismo, de carácter no estatocéntrico, con los siguientes aspectos definitorios:

a) la clase social es el actor principal en la consideración del medio internacional;

b) existe un esfuerzo por realizar una visión totalizadora y globalizadora en el análisis;

c) el estudio se realiza desde una perspectiva dinámica y crítica del sistema internacional;

d) existe una superación del elemento estatal, subordinado éste a relaciones de dominación.

La obra de Marx y Engels, aunque no aporta referencias a las relaciones internacionales, elabora conceptos que serán instrumentos válidos que con posterioridad serán enriquecidos y ampliados por autores como Rosa Luxemburgo, Bujarin o Lenin. Rosa Luxemburgo desarrolla el concepto de la transnacionalización de capital, para esbozar una revisión de la teoría marxista sobre las clases sociales y situar la lucha de clases dentro de una relación de dependencia, en donde las fronteras nacionales se ven superadas. Lenin estudiará el fenómeno imperialista y señalará los cambios experimentados por el capitalismo y las modificaciones de su estructura nacional e internacional, debido a su necesidad de un constante desarrollo expansivo para superar sus contradicciones internas y garantizar su tasa de beneficios.

Por otro lado, la producción teórica producida en el seno del PCUS, pero que también cuajó en reflexiones para nada oficialistas, tenían que ver con: a) una nueva delimitación del concepto de sistema internacional en función de la dialéctica de clases; b) la consideración de factores económicos, sociales y culturales que determinaban unas relaciones de dominación; c) la defensa de intereses, representados por la antigua URSS, frente al imperialismo de los Estados Unidos; d) la coexistencia pacífica como uno de los valores éticos fundamentales en las relaciones del sistema internacional; e) el carácter y naturaleza socioeconómicos de la guerra y los conflictos; f) la limitación en la carrera de armamentos como uno de los elementos centrales en el discurso sobre política exterior y en el diálogo con los Estados Unidos.

7.2. La teoría transnacional: interdependencia y dependencia

En la década de los setenta existirá una revisión de los presupuestos clásicos que incluirán nuevos enfoques y paradigmas en el estudio del medio internacional, con una serie de rasgos comunes que hacen referencia a las siguientes cuestiones:

a) coincidencia en la insuficiencia del esquema estatocéntrico para el análisis internacional;

b) intento serio para lograr una síntesis del enfoque clásico y “científico”;

c) abandono de fórmulas anteriores, y estudio de problemas reales del medio internacional;

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d) incremento de los estudios sobre la solución de conflictos;

e) internacionalización de estos estudios.

Los trabajos teóricos sobre la interdependencia y dependencia rechazan el modelo estatocéntrico y centran su análisis en las relaciones transnacionales configuradoras de la Sociedad Internacional actual. Sin embargo, partiendo de estos presupuestos comunes, existirán diferentes concepciones transnacionales, como las de Kaiser, Keohane y Nye.

Para Kaiser, el concepto de “política internacional” de los estudios realistas es demasiado simple para reflejar la complejidad del sistema internacional. El modelo que mejor explica las relaciones y dinámicas de la sociedad internacional es el de las políticas multinacionales, las cuales comprenden los procesos en los cuales las “burocracias públicas” reparten valores en los planos interpenetrados a través de las fronteras nacionales. Así, una sociedad transnacional se define “como un sistema de interacciones, entre dos o varios actores sociales en un marco diverso”. La política transnacional es definida como “los procesos políticos entre gobiernos (y las organizaciones internacionales) que han sido puestos en marcha por la interacción en el interior de una sociedad transnacional”. Aunque en un plano teórico es posible considerar una política transnacional en la que los actores tengan igual peso, en la realidad internacional lo normal es la existencia de actores con diferente peso político y económico. Por ello, existirá a) una política transnacional equilibrada, donde los actores tienen un peso relativo similar, y b) una política transnacional con efectos de dominación, donde los actores en relación tienen un diferente peso, por lo que se produce una penetración controlada de uno hacia el otro.

No obstante, los estudios de Keohane y Nye serán los más representativos de esta corriente. Parten de una crítica bien construida del modelo estatocéntrico, y señala que dicho enfoque ignora las relaciones intersocietarias y otros actores de protagonismo cada vez más creciente en la sociedad internacional. Estos autores entienden por interacciones transnacionales “el movimiento de ítems tangibles e intangibles (información, presión, dinero, influencia, etc.) a través de las fronteras estatales”, y reivindican la sustitución del modelo realista estatocéntrico por un modelo que denominarán de la política mundial. Para ello, parten de una nueva definición genérica de política que se refiere “a las relaciones en las que al menos un actor utiliza conscientemente recursos, materiales y simbólicos, incluida la amenaza o el ejercicio del castigo, para inducir a otros actores a comportarse de forma diferente a como lo hubiesen hecho en otra circunstancia”. Así, política mundial se refiere a las interacciones políticas entre actores significativos en un sistema mundial; los actores no están limitados por las fronteras estatales (tal actor no necesita ser un Estado). Con estas relaciones transnacionales, surgen dependencias e interdependencias entre los gobiernos, que crearán nuevos instrumentos de influencia para ejercer unos sobre otros.

En cualquier caso, la interdependencia supone afirmar la existencia de múltiples canales conectando a las sociedades (relaciones interestatales, transgubernamentales y transnacionales), y que existe una renuncia expresa a la utilización no legitimada de la fuerza para la solución de los problemas. Esta legitimidad sólo puede encontrarse en los órganos mundiales transnacionales. Desde esta interpretación, las relaciones que se producen en el marco transnacional son, sobre todo, de dependencia cuando se valoran política y económicamente los efectos desiguales que producen dichas interacciones. Las relaciones transnacionales son básicamente relaciones de subordinación y, por lo tanto, también de dominación desde un centro a una periferia.

La concepción transnacional descansa en la noción de interdependencia. El término interdependencia no se limita a situaciones de beneficio mutuo, ya que en este caso, estarían excluidas relaciones de dependencia mutual tales como la interdependencia estratégica entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Para estos autores, la interdependencia siempre implicará costos, dado que reduce la autonomía: “transacciones que tienen efectos recíprocamente costosos para las partes”; pero no es imposible determinar a priori si los beneficios de una

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relación serán mayores que los costos. Esto dependerá tanto de los valores que animen a los actores como de la naturaleza de la relación. En cualquier caso, allá donde existan efectos de costo recíproco en los intercambios (aunque no necesariamente simétricos), habrá interdependencia. Cuando las interacciones no implican efectos de costo significativos, simplemente hay interconexión. Esta diferenciación es vital para entender la política de la interdependencia.

7.3. Las investigaciones para la paz

Esta visión cubre todas las aportaciones realizadas en torno a la guerra, el conflicto y la paz, primando en este enfoque un sentido amplio del concepto de paz. La aportación de Galtung será la de mayor trascendencia teórica y práctica en estas investigaciones para la paz. Este autor diferencia la violencia personal de la estructural, siendo esta última el centro de su desarrollo teórico sobre el medio internacional. La violencia estructural, derivada de la propia estructura del sistema, se basa en la desigualdad de poder. La desigualdad en la distribución del poder determina el desequilibrado reparto de recursos, siendo la base fundamental de la injusticia social. Galtung define la paz como ausencia de la violencia, y existe una relación directa entre paz y desarrollo: los aspectos positivos de la paz conducen a la “cooperación no-violenta, igualitaria, no explotadora, no represiva, entre unidades, naciones o personas, que no tienen que ser necesariamente similares”. Además, se reduce la violencia estructural.

Los planteamientos de este autor tienen una relación con las teorías de la dependencia al señalar la existencia de “naciones centro” y “naciones periferia” entre las que se produce una violencia estructural que determina relaciones de dominación que desembocan en el imperialismo. Galtung defiende la necesidad de una “investigación empírica para la paz”, investigación que debe cumplir tres dimensiones: a) investigación empírica, o análisis de las situaciones del pasado y obtención de datos aprovechables; b) investigación crítica, o estudio del presente y de las políticas concretas en él desarrolladas; y c) investigación constructiva, o realización de prospectivas de posibles políticas de paz. Autores que han ampliado esta visión son Rapoport y Burton.

7.4. Las concepciones sobre el orden mundial

Los elementos comunes que caracterizan a estas concepciones son la búsqueda del carácter normativo, el rechazo del paradigma estatocéntrico, y las relaciones internacionales como teoría de la sociedad mundial. Esta “visión idealista” de las relaciones internacionales aporta, según Clark, cuatro elementos nuevos respecto a anteriores planteamientos:

- búsqueda de nuevos enfoques que lleven a un “nuevo orden mundial” (visión kantiana),

- diseño de “estrategias de transición” de un orden a otro,

- partir de un “enfoque global” en el estudio de la “crisis planetaria”,

- esta visión global no debe centrarse exclusivamente en el problema de la paz, sino también en el resto de problemas que padece el mundo.

Falk establece tres tipos de alternativas: una vinculada al internacionalismo liberal de origen occidental y de inspiración no marxista (Hoffmann, Bull); la segunda realiza un análisis de los problemas del presente para defender una reforma profunda que nos lleve a modelos de

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futuro deseable (“Club de Roma”); una tercera, más radical, que afronta los problemas del presente, constatando las diferencias de todo tipo existentes en el mundo, y defiende un cambio profundo para llegar a un nuevo orden mundial aceptable para todos (Falk, Galtung). Esta última alternativa plantea la necesidad de establecer valores que guíen la investigación (eliminación de la guerra y la violencia, el bienestar económica, la justicia social, la democracia, los derechos humanos, el equilibrio ecológico), evaluando las tendencias más destacadas de la actualidad, como el crecimiento demográfico, el desarrollo tecnológico, el agotamiento de recursos, la polución ambiental y la carrera de armamentos. Asimismo, desde esta perspectiva, se propicia el desarrollo de modelos alternativos de orden futuro. Igualmente, se propician estrategias de transición que permitan superar las actuales estructuras y procesos que impiden el establecimiento del nuevo orden mundial.

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TEMA 8. LAS FORMULACIONES TEÓRICAS Y EL DEBATE SOBRE LOS “PARADIGMAS”

8.1. La búsqueda de la “objetividad científica” y la teoría

Para obtener un conocimiento científico de la sociedad internacional y de las relaciones que en él se desenvuelven, es necesario un mínimo de ordenación conceptual, lo que exige definir lo que entendemos por teoría, para contrastarlo con el concepto de modelo o paradigma. Así, empleamos el término teoría como un conjunto coherente y sistemático de generalizaciones sobre un fenómeno o fenómenos sociales, obtenidas a partir de ciertos postulados de la realidad, y que explican lógicamente o dan sentido a esa misma realidad que es objeto de consideración.

El primer problema al que se enfrenta la teoría es el derivado del carácter subjetivo, personal, que tiene toda aproximación y análisis de la realidad social. Ello no supone, sin embargo, negar todo sentido objetivo a la labor teórica. El teórico de las relaciones internacionales no mantiene una relación impersonal, abstracta, con el objeto de estudio, sino que se aproxima al mismo desde una perspectiva condicionada por su ideología, nacionalidad, grupo de trabajo, etc. Todo ello conlleva en gran medida la orientación de la elaboración teórica hacia la realización de los valores e intereses que son propios y del grupo o Estado a que se pertenece. El resultado último es una visión de la realidad acorde con esos presupuestos, que puede desembocar en una distorsión de esa realidad.

8.2. La “discusión paradigmática” en las Relaciones Internacionales: logros y límites

Al revisar todo el material recopilado con respecto a los modelos de análisis teórico, la primera conclusión a la que se llega es el gran nivel de confusión entre los estudiosos de la teoría internacional, tanto a la hora de definir lo que entienden por “paradigma” -raíz inicial del problema-, como a la hora de distinguir si una determinada construcción teórica suponía un nuevo modelo o concepción del mundo, o era una anterior pero conceptualizada de distinta forma.

Por ejemplo, Ralph Pettmann sugiere que hoy existen dos “paradigmas”, por un lado el pluralista, que correspondería con el modelo tradicional estatocéntrico de política internacional, con una multitud o pluralidad de Estados de desigual capacidad, cada uno persiguiendo su respectivo interés nacional, en una conflictividad propia del sistema internacional; y por otro lado, el estructuralista, que estaría a mitad de camino entre el modelo globalista y el de la dependencia. Para Willetts, existirían tres modelos en competencia: el realista o estatocéntrico; el funcionalista, que emplea teorizaciones caracterizadas por una multiplicidad de actores (behaviorista); y el marxista, caracterizado por el estudio de las consecuencias de los cambios económicos en el sistema capitalista y en el mundo. Arenal y Aldecoa señalan tres paradigmas actuales: el tradicional, también llamado realista o estatocéntrico; el de la dependencia, también llamado neomarxista o estructuralista; y el de la sociedad global transnacional o de la interdependencia.

Sin embargo, la discusión paradigmática es fundamental para conocer claramente la posición que se mantiene, sin enmascarar los argumentos y el fin último del mensaje, adornados a veces con un barroquismo teórico y con métodos novedosos que encubren modelos y propuestas de sobra conocidos. En cualquier caso, la discusión paradigmática no puede ser un sucedáneo del estudio de los diversos análisis teórico.

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8.3. Crítica a los principales modelos y teorías de las Relaciones Internacionales

1. Idealismo. Entrar en una crítica de los modelos o paradigmas supone valorar los antecedentes históricos. Todos los modelos o imágenes del mundo nacen por oposición a una realidad internacional y científica existente anteriormente. La Gran Guerra supuso diferentes caminos en el acercamiento científico a la realidad internacional, a pesar de que aún seguían existiendo grandes vinculaciones a enfoques jurídicos, históricos y filosóficos. El idealismo surge de la Primera Guerra Mundial, ejerciendo una influencia enorme en la valoración de conceptos claves en los estudios internacionales como el de la guerra y la paz. La corriente idealista buscaba un conocimiento lo más preciso posible del mundo para preservar la paz dentro de un orden internacional racional y justo. Pero, además, supuso una nueva visión del mundo: en primer lugar, llevó el concepto de democracia y justicia al ámbito internacional como fundamento de orden; en segundo lugar, afirmaba el protagonismo de las organizaciones internacionales frente a una visión exclusivamente estatalista del sistema internacional; y en tercer lugar, el fin primero y último de la investigación y reflexión en las relaciones internacionales debía ser la búsqueda de la paz.

Esta nueva visión del mundo iba acompañada de una propuesta para establecer un consenso político respecto a estos principios, que fuera aceptado por todos los Estados, ateniéndose a las bases de racionalidad y respeto de las minorías (sobre la base democrática). Se trataba de un consenso explícitamente representado en los catorce puntos del presidente Wilson. En este contexto, la tendencia era la búsqueda de organizaciones lo más ampliamente aceptadas, donde se armonizaran los diferentes intereses encontrados en el medio internacional. Así, la guerra era desechada como el “elemento determinantes en las relaciones internacionales, dejando paso a los elementos racionales en la política internacional y en la toma de decisiones” (Little). En el libro de Carr, The Twenty Years Crisis, se puede encontrar la crítica más acertada al idealismo. Los sucesos internacionales de los años veinte y treinta pusieron en entredicho la visión idealista, al demostrar que la política exterior de los Estados era contradictoria con las bases asentadas por los enfoques idealistas. Los mecanismos planteados para prevenir la guerra no habían funcionado y los gérmenes de un segundo conflicto estaban sembrados. El fracaso de las soluciones diplomáticas y los intereses de las potencias europeas mostraron que los esfuerzos científicos y académicos para demostrar la disfuncionalidad natural de la guerra habían sido una ilusión. El proyecto de sociedad internacional entró en contradicción con los intereses de los dos Estados en donde inicialmente habían encontrado su raíz el idealismo, y éste perdió su utilidad política.

2. El realismo. La respuesta a la debilidad del idealismo en este período fue la aparición del realismo como modelo o paradigma alternativo, el cual se ha mantenido hasta hace poco tiempo como dominante en las relaciones internacionales. Su definitiva configuración será producto de la experiencia histórica de los años treinta y del período de Guerra Fría, que se abre a partir de 1947. Si los planteamientos filosóficos y políticos hobbesianos habían sido superados por el Contrato Social, este proceso no había sido posible en la explicación y racionalización de los comportamientos en la sociedad internacional. En este ámbito, se consolidaba la teoría política que entronizaba al Estado como suprema unidad política y dividía la vida social en dos mundos contrapuestos -uno, el propio del Estado, en el que se presupone que a través del pacto social reina el orden, la ley y la paz, y otro, el de la sociedad internacional, en el que reinan la anarquía, el estado de naturaleza y la ley del más fuerte-, determinando una visión de la realidad internacional en la que el Estado y el poder se transforman en el actor y factor de referencia para la política y la teoría.

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La obra de Carr, dura crítica del idealismo, abona el terreno para que surja Politics Among Nations, de Morgenthau, en donde se exponían las leyes y regularidades de los acontecimientos internacionales. La esencia del realismo era que el comportamiento estaba basado en leyes inmutables de la naturaleza humana. Para comprender las Relaciones Internacionales era necesario elaborar una teoría que, a modo de instrumentos, pusiera en orden acontecimientos que de otra forma permanecerían irracionalmente explicados y permanentemente ininteligibles. A la vez, debía ser una ciencia empírica, puesta al pensamiento “utópico” y “normativo”. La teoría debe brotar de la forma de actuar y pensar en el medio internacional, de la práctica de los hechos y decisiones de la política exterior. Como principio básico, tenemos que el poder es el elemento regulador que asegura un mínimo orden en medio de la naturaleza substancialmente anárquica del sistema internacional, y cuyo fin es la pervivencia y perpetuación de los propios Estados. La ambición de poder es inherente al hombre, dado el sentimiento de inseguridad con que se mueve el mundo. Al no existir un poder superior, los Estados han de velar por la seguridad nacional.

El pensamiento de Morgenthau tuvo una gran repercusión en la comunidad internacional anglosajona y existió una inmediata aceptación de su modelo teórico en el análisis del sistema internacional debido, sobre todo, a tres factores: a) una conciencia común en la creación de nuevos valores en el análisis del sistema internacional, partiendo de la afirmación de los Estados Unidos como mejor modelo para la sociedad internacional; b) una valoración positiva de las ciencias sociales y, dentro de ellas, de las relaciones internacionales, para cubrir campos de investigación novedosos; c) una generalizada decepción ante el fracaso del idealismo para evitar el conflicto. La predisposición intelectual y los factores anteriormente descritos dieron carta de credibilidad inmediata al modelo de Morgenthau. Sin embargo, justamente en el mismo momento en el que este autor establecía y consolidaba este modelo de aproximación a las relaciones internacionales, los métodos en las ciencias sociales tomaron otro camino.

3. Behaviorismo. El behaviorismo o conductismo reclamaba la utilización de los métodos de las ciencias naturales para resolver las no pocas dudas en las investigaciones. Si Morgenthau daba por supuesto una serie de leyes que existían en el medio social, aunque no fueran observables, para los positivistas esta aproximación era inaceptable porque partía de una elaboración teórica en donde sólo tenía cabida aquello que fuera observable. Dos trabajos marcarán el inicio de este enfoque: por un lado, el estudio de Snyder sobre la toma de decisiones, y por otro, los trabajos de Kaplan sobre los sistemas internacionales. Sin embargo, aunque esta aproximación teórica modificó el comportamiento investigador de la comunidad científica a la hora de aproximarse al objeto de estudio, no supuso una modificación de los presupuestos básicos sobre los que se mantenía el modelo o paradigma realista, a saber: dominio del enfoque estatalista, separación de política interior y exterior, primacía de los planteamientos de poder. El behaviorismo ponía todo su énfasis en el análisis de la conducta individual. Para llevar este enfoque al estudio del comportamiento internacional, la solución más fácil fue limitarlo al Estado, al ser el comportamiento de éste el de más peso en el sistema internacional. Así, el behaviorismo seguía circunscrito a un nivel de análisis reducido.

4. Perspectiva sistémica. En este contexto, la perspectiva sistémica se presentó como una solución a las insuficiencias del behaviorismo: la adopción de este enfoque en su planteamiento teórico supuso aunar en una teoría, por una lado, una perspectiva atomística (comprensión de la realidad total a través del conocimiento acumulativo de las partes componentes), y por otro, una perspectiva holística (el todo es algo más que la suma de las partes). El planteamiento teórico de este enfoque suponía hacer bascular el centro de gravedad desde el tradicional énfasis en el análisis de la acción exterior del Estado, de la política exterior, hacia el sistema internacional como totalidad. Sin embargo, en su operar metodológico este enfoque no era muy diferente a los behavioristas, ya que se ocupaba fundamentalmente de los datos empíricos, limitándose a la

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elaboración de modelos numéricos y a cruces informáticos de variables.

5. Paradigma transnacional, global o de la interdependencia. En los años setenta y ochenta se inicia una reacción que declara la insuficiencia de la visión sistémica, y que tomará como unidad de análisis el individuo y no al Estado, arguyendo que, como consecuencia del desarrollo tecnológico, se debe partir de la existencia de una compleja red de relaciones transnacionales. En este caso, el ataque a los presupuestos realistas es frontal y directo. La primera formulación del modelo transnacional será el que se deriva de los trabajos de Kaiser, en donde se define la sociedad transnacional “como un sistema de interacciones en un área específica, entre dos actores sociales pertenecientes a sistemas nacionales diferentes. En el interior de cada sistema nacional las interacciones son decididas por élites”. Lo normal es que los actores implicados tengan diferente poder político y económico, por lo que con frecuencia se dan relaciones asimétricas, de dominación política y económica.

Keohane y Nye criticaron el modelo estatocéntrico por limitar la política internacional a las relaciones entre gobiernos, y por no tomar en cuenta la importancia política de las “relaciones intersocietarias” y la existencia de actores no estatales como las empresas multinacionales, las ONG, etc. El proceso de modernización de nuestras sociedades “permitió que apareciesen demandas nuevas que se entrelazaban con un sistema de valores propios de la sociedad del bienestar” (Aldecoa). El Estado, para responder a las demandas de desarrollo económico y social, ha tenido que abrirse cada vez más a los intercambios con el exterior y a una interdependencia creciente, cuya primera consecuencia es una atenuación de su autonomía. Así, el Estado ha ido perdiendo el poder y la autonomía que tenía en momentos históricos anteriores. De esta manera, Keohane y Nye definen las relaciones internacionales como “todas las interacciones entre actores en un sistema mundial en el que un actor significativo es cualquier organización o individuo autónomo que controla recursos sustanciales y participa en relaciones políticas, directa o indirectamente, con otros actores a través de las fronteras estatales. Tal actor no necesita ser un Estado”. El programa de investigación de este enfoque sería: a) análisis de las áreas de problemas; b) investigación sobre los actores transnacionales y transgubernamentales; c) estudios dirigidos a iluminar las relaciones entre las áreas de problemas. Así, la política mundial queda dividida en diferentes áreas conflictivas, cuyas relaciones son problemáticas.

TEMA 9. LA TEORÍA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES COMO FACTOR DE CAMBIO DE LA SOCIEDAD INTERNACIONAL

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9.1. Rectificaciones a la posición transnacional

El enfoque más adecuado en estos momentos quizá sea el transnacional, pero con mayor nivel de compromiso ideológico. Además, hay que negar las relaciones de interdependencia simétrica, ya que lo habitual es que la relación sea asimétrica. Respecto a las críticas que este enfoque ha recibido, sobre todo en lo tocante a la importancia del Estado como actor para las relaciones internacionales, la teoría transnacional no niega el papel de los Estados en la Sociedad Internacional; lo que hace es intentar superar esta visión estatocéntrica, y asignar un peso creciente a otros actores y factores que influyen cada vez más en el medio internacional como consecuencia de nuevas demandas.

Lo que sí es cierto, en contra de esta teoría, es que si en ciertas áreas regionales las relaciones transnacionales han favorecido un proceso integrador, en otras regiones, a nivel mundial, han ido en la dirección de acrecentar las tensiones y conflictos, o de promover la integración en base a una cultura dominante. El estudio de las relaciones transnacionales sólo tiene sentido si se asocia en parte con las relaciones de dependencia política y económica entre actores sociales que no tienen el mismo poder, con efectos de dominación. Así, según Keohane y Nye, “las relaciones transnacionales enriquecen al rico y al poderoso, es decir, a los sectores modernizados y adaptados tecnológicamente, debido a que sólo estos elementos son capaces de obtener ventajas de este conjunto de lazos intersocietales”.

9.2. Sobre los desequilibrios y desigualdades de la Sociedad Internacional

El modelo transnacional, elaborado en los años setenta y ochenta, es producto de la toma de conciencia de que la realidad internacional es de una mayor complejidad de la que pretende el modelo realista. Analiza la sociedad internacional en términos de dependencia, es decir, en términos de desigualdad y de dominación; parte, pues, de la naturaleza desequilibrada e injusta del sistema internacional y pone de manifiesto la complejidad de su estructura y los fenómenos de desequilibrios regionales que lo caracterizan. Si la base de este modelo es fundamentalmente económica, en cuanto que el desarrollo del sistema capitalista es producto de su expansión económica a nivel mundial, su realidad actual desborda esa dimensión económica. Este origen “economicista” será una de las críticas recibidas por este modelo. Si bien la situación de dependencia tiene su origen en los factores económicos, ésta repercute en la esfera política en la medida en que distorsiona estas relaciones y rebaja la autonomía de los Estados, ya de por sí bastante limitada por la propia dinámica de la Sociedad Internacional.

Algunas de las aportaciones de este enfoque al ámbito de las relaciones internacionales, propugnando un cambio de la sociedad internacional y de esta disciplina son:

1. El problema central de análisis son las relaciones desiguales entre el Norte y el Sur, y el estudio de las conexiones entre las situaciones de desigualdad.

2. La imagen del mundo es el hambre y la desigualdad, que potencia un conflicto larvado entre el Norte y el Sur.

3. Los actores principales dejan de ser los Estados y pasan a considerarse otros sujetos: empresas multinacionales, organizaciones internacionales, etc.

4. Visión histórica para explicar la estructura actual de las Relaciones Internacionales y los desequilibrios que las caracterizan, fruto de la expansión del capitalismo mundial.

5. El contenido del programa tendrá por objeto explicar cómo se ha producido la montaña del hambre y sus interconexiones.

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6. Los valores -principalmente la justicia- transmitirán el mensaje de que las cosas son así porque las quiere el hombre: es difícil cambiar, pero es posible.

Negar la dependencia que existe en la sociedad internacional entre determinados fenómenos como son el de la riqueza y la pobreza, la carrera de armamentos y el hambre, el desarrollo de las industrias pesadas y los conflictos en el Tercer Mundo, etc., es permanecer de espaldas a un entendimiento crítico y dialéctico del mundo. Así, pues, es necesario en la actualidad una acomodación y revisión de los presupuestos clásicos de la teoría de la dependencia recogiendo nuevas realidades y procesos. Es cierto que existen elementos aprovechables de todos los modelos, pero en lo básico no pueden ser compatibles.

Entre las prioridades del enfoque transnacional, se encuentran la consecución de la paz y la obtención de unas mayores cotas de justicia. En la primera de ellas, es necesario seguir profundizando en los estudios por la paz, aprovechando los cambios reales existentes; deben avanzar los trabajos sobre el desarme, los proyectos para la reducción de armamentos de todo tipo, los intentos para desarticular las alianzas de carácter militar y alentar cualquier tipo de negociación orientada en este sentido, etc. La ciencia y la teoría de las relaciones internacionales deben continuar abiertas al estudio de una realidad internacional compleja y global, que no se reduce al mundo interestatal.

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TEMA 10. EL MODELO DOMINANTE: HEGEMONÍA Y CAMBIO EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

A pesar de ser considerado muchas veces como un enfoque acabado, el realismo ha sido el modelo dominante en las Relaciones Internacionales. Las razones que han logrado que el modelo realista haya ejercido su influencia, con mayor o menor intensidad, hasta nuestros días, son su capacidad de adaptación y el dominio que posee sobre una serie de factores que le hacen perdurable. Los tres principios básicos que han prevalecido son: a) los Estados son los actores principales; b) hay una amplia distinción entre política interna y política internacional; c) el objetivo de las Relaciones Internacionales es el estudio del poder y de la paz. La aparente consistencia teórica del modelo realista llega hasta nuestros días con lo que se ha venido en llamar neorrealismo.

Las causas del dominio del modelo tradicional en los estudios de relaciones internacionales son muchos y variados, pero la primera razón es porque la disciplina alcanza su mayor desarrollo en un país concreto, con una serie de cuestiones específicas en su política exterior. El elemento determinante en el desarrollo de la disciplina es la comunidad académica internacionalista de los Estados Unidos, y el proceso se debe al monopolio de la literatura norteamericana sobre las relaciones internacionales.

El dominio de los temas teóricos y prácticos que conciernen a la política de los Estados Unidos en la literatura de las Relaciones Internacionales, tiene dos aspectos a destacar: a) el apoyo institucional que reciben todos y cada uno de los departamentos universitarios e institutos que trabajan en el ámbito de las relaciones internacionales (en esta labor es necesario destacar la cantidad ingente de dinero que saldrá de instituciones o fundaciones privadas para financiar institutos propios o departamentos universitarios), b) las cuestiones de estudio de este modelo, y que tendrán un reflejo en la producción literaria, tratarán cuestiones cercanas y de actualidad: estrategia nuclear, control de armamentos, etc. La producción literaria no sólo será reflejo de un interés, sino que se convertirá, ante la buena acogida del público, en un gran negocio editorial. Estos factores cierran las puestas de la producción científica, investigadora y literaria, a otros modelos alternativos, como la concepción transnacional o de la dependencia.

Esta situación de dominio norteamericano de las relaciones internacionales es especialmente grave para aquellos países que tienen una “agenda” diferente a la de los Estados Unidos, o para aquellas comunidades científicas que se mueven con intereses diferentes a los del modelo realista. Si las relaciones internacionales de Estados Unidos han dominado el desarrollo del objeto en esta disciplina, el realismo ha tenido y seguirá teniendo un impacto en la producción teórica de las distintas cuestiones que se plantean, especialmente dentro de la todopoderosa producción anglosajona. Ello es posible por la automática asociación que se realiza entre el realismo y la “defensa de los intereses nacionales” de los Estados Unidos en el mundo. La fascinación que existe entre los norteamericanos por poder controlar los acontecimientos, dirigir los procesos de cambio, y buscar soluciones técnicas para superar las cuestiones políticas y económicas, también conecta con la forma realista de ver el mundo.

La “discusión paradigmática” también se ve obstaculizada, en primer lugar, porque la mayoría de los trabajos realizados fuera de los Estados Unidos se centran en aspectos concretos de las cuestiones internacionales que afectan respectivamente a esos países, existiendo un declive en la producción teórica. Por otro lado, los trabajos teóricos realizados desde otros enfoques, perspectivas o modelos, difícilmente podrán competir con el tradicional dominio y control de las que son verdaderas multinacionales en el mundo editorial y de distribución del libro. Por último, la penetración en los medios académicos norteamericano y británico, de la producción de otros ámbitos y áreas geográficas, es difícil, cuando no imposible.

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TEMA 11. LOS EEUU COMO GRAN POTENCIA: SU POLÍTICA EXTERIOR EN EL CONTINENTE AMERICANO

11.1. Los principios filosófico-políticos: de las bases al “Destino Manifiesto”

El origen de la “especial” relación de los Estados Unidos de América Latina se encuentra en una base que podríamos denominar filosófico-moral. Examinando los primeros tiempos de la República norteamericana, sus acciones políticas concretas, y las declaraciones de los “padres fundadores”, vemos cómo los líderes de los nuevos Estados Unidos de América no estaban interesados en los asuntos del Sur, y en cambio definían los objetivos de política exterior según las circunstancias y las condiciones de Europa. Esto se debía, en cierto modo, a la necesidad de formar un apoyo para el experimento democrático y de contrabalancear toda acción de los británicos para debilitar la posición norteamericana en la comunidad internacional.

Con un idioma y una religión diferente, las comunidades del Sur eran vistas a menudo como pueblos con una experiencia colonial muy alejada de la de los Estados Unidos, pero con una cercanía geográfica que, sin embargo, haría inevitable su toma en consideración si, en la forja del sentimiento nacionalista, se estaba convencido de estar construyendo el mejor modelo político y económico.

Esta conciencia común de estar constituyendo un nuevo tipo de democracia más justa y libre frente a la europea (Gran Bretaña), que ya aparecerá en las reflexiones de Tocqueville, junto con la ética protestante y la idea calvinista de la purificación en el trabajo, ayudaron a forjar el mito de la “Idea de América”. Esta conciencia de la “Idea de América” tendrá una relación directa con la afirmación del liderazgo norteamericano respecto a otras naciones, La idea de construir una Gran República, y la exportación del modelo a otros pueblos “para que encuentren el camino”, estará presente en los “padres fundadores”. El Destino Manifiesto del presidente norteamericano Polk, supone la afirmación del liderazgo histórico de la “Gran Nación Norteamericana” y, por lo tanto, de dos principios: a) la exportación del modelo, y b) la exclusividad de acción en el continente. El Destino Manifiesto supone una visión específica del sistema internacional y de su ordenación, inicialmente aplicable a la realidad latinoamericana. La idea era construir un nuevo orden internacional que superase la realidad histórica europea en donde los Tratados y Acuerdos Internacionales habían tenido que conjugar los intereses encontrados de los Estados en una sociedad internacional construida en la “irracionalidad”, según Wilson.

Este nuevo sistema interamericano, más “racional, justo y democrático”, encuentra su legitimación en la sociedad más libre y laboriosa; también en la Providencia Divina. El otro principio clásico de la política exterior norteamericana es la “Doctrina Monroe”, que junto con el destino Manifiesto, supondría la elaboración de un “derecho propio y completo” que determinará la actuación de los Estados Unidos en esta área.

11.2. Los principios políticos: interés “nacional y especial”

Sin embargo, estos principios filosófico-políticos, de larga maduración histórica pasarán desapercibidos hasta la administración de T. Roosevelt, cuando encuentren su culminación dos procesos paralelos y en profunda conexión: por un lado, la consolidación de los Estados Unidos como potencia económica; por otro, la elaboración teórica de principios políticos de aplicación inmediata a América Latina. En efecto, en este período habrá una transformación de esta base filosófico-política en conceptos políticos propiamente dichos, lo que supone la eliminación del primer plano del discurso de la justificación moralista religiosa y su sustitución por conceptos

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políticos de compleja elaboración teórica que serán aplicados a la realidad centroamericana.

Fue Manhan quién, por primera vez une el concepto político de “interés nacional” con el área latinoamericana: “El interés nacional de los Estados Unidos en el mundo, por encima de ideologías, será asentar y exportar su modelo político, fruto de nuestros principios de libertad, por nuestro natural continente, y especialmente en los territorios más cercanos...”. En su discurso, Manhan dejó claro que el Ejecutivo tiene que demostrar que sus objetivos en política exterior están de acuerdo con el interés bien entendido de la comunidad nacional. América Latina es parte destacada de ese interés nacional, luego tiene que ser una de las bases de la política exterior norteamericana por encima de planteamientos ideológicos y de partido. El planteamiento del presidente Roosevelt, influenciado por las ideas de Manhan, supondrá la puesta en práctica de estos principios políticos. Sin rechazar la posibilidad de negociación, justificará el recurso a la fuerza para “satisfacer el interés y el crecimiento moral”. Esta práctica de su Administración será conocida con el nombre de política del Gran Garrote (Big Stick).

El concepto de interés nacional respecto a América Latina fue enriquecido y ampliado bajo la Administración del presidente Taft, aunque ello supusiera el predominio de la interpretación económica y una pérdida de su sentido político. Las razones para las intervenciones que tendrán lugar en Panamá, Nicaragua, Haití y Honduras tendrán que ver con la defensa de los intereses económicos presentes en estos países. Así, se producirá un desequilibrio entre interés nacional, entendido como el interés histórico de la mayoría de la población e intereses especiales, objetivos expansivos producto exclusivo de los intereses económicos, cosa que no ocurría con Roosevelt.

11.3. El “idealismo imperialista”

El interés nacional de los Estados Unidos y América Latina madurará con la Administración de Wilson. Su idea del Destino Manifiesto y de la Doctrina Monroe va a estar ligada a un necesario y buscado protagonismo de los Estados Unidos en el mundo. Habrá una vuelta a la interpretación política del interés nacional respecto del área latinoamericana, cercana a Manhan y Roosevelt, pero desde una visión más protagonista e idealista en cuanto a la necesidad de exportar el modelo político. Wilson rechazará el concepto de “interés especial” de Taft, pero afirmará “la madurez política de América” para exportar un modelo acabado de democracia. Sus principios políticos girarán en torno a dos ideas: a) la de Estados Unidos como Nación entre naciones (enlazando con el Destino Manifiesto), y b) la del Presidente como líder de una nación y representante de un proyecto político para el continente. Esta última idea se traducirá en la necesidad de llevar a cabo una norteamericanización de América Latina, lo que para Wilson constituía una “alta misión” en la que no había que escatimar esfuerzos, incluso, si era necesario, la utilización de la fuerza.

Wilson pensaba que la democracia era la forma más humana y justa de gobierno y que todo pueblo, independientemente de su desarrollo, era capaz del “self government”. Su misión en Centroamérica era la de “guardián del espíritu de justicia, democracia y progreso”. El legado de Wilson completa el proceso de maduración de los principios políticos hasta los años cincuenta.

11.4. La Doctrina Kennan y América Latina: la seguridad nacional comprometida

El desarrollo de los principios clásicos desembocará en el período conocido con el nombre de Guerra Fría, principal argumento de la política exterior de los Estados Unidos respecto a

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América Latina hasta el “hundimiento” definitivo de la URSS y de los países del Este. El teórico que elaboró esta doctrina, George Kennan, enlaza con los principios del Destino Manifiesto al aceptar las responsabilidades de la dirección moral y política de los pueblos, en especial las áreas geográficamente más cercanas porque suponen un mayor riesgo. Para ello, Kennan preconiza la necesidad de que Estados Unidos retorne a una política de poder.

Kennan será el primero en dar una nueva configuración al mundo en función de las dos superpotencias enfrentadas, dividiendo el globo en “áreas de influencia” y reclamando un control absoluto de las áreas consideradas vitales para su seguridad nacional: una de ellas será Centroamérica. El objetivo de este control absoluto será “frenar la expansión soviética”, y esto será posible mediante una fuerza contraria -la norteamericana- ejercida sobre una serie de puntos geográficos y políticos que contrarresten las maniobras de la política soviética. Europa central, Centroamérica y el Caribe se encuentran como objetivos prioritarios. En estas áreas cualquier movimiento debería ser contestado con contundencia.

El “error” cometido por la Administración Kennedy al aplicar mal y tarde la Doctrina Kennan supuso, a pesar de la Bahía de Cochinos y de la crisis de los misiles, un cambio en la visión norteamericana respecto a América Latina. El “enemigo”, tras el triunfo de la Revolución de Cuba, ya estaba instalado en el continente y por lo tanto, era necesario reforzar al máximo el control de los Estados para que no se pudiera filtrar cierta cooperación soviética, a través de Cuba, con otros Estados. Éste será el principal objetivo de la Alianza para el Progreso. En el discurso donde se presentó la Alianza, Kennedy destacó diez puntos, siendo los más significativos:

1. Una década de “esfuerzo máximo”.

4. Apoyo para la integración económica latinoamericana mediante un área de comercio libre y el Mercado Común Centroamericano.

9. Una renovación del compromiso norteamericano de defender a todas las necesidades del continente.

Sin hacer renuncia al espíritu del liderazgo renovado en el punto 9, los Estados Unidos necesitaban, dada la nueva situación internacional y la existencia de Cuba, llegar al control absoluto (Doctrina Kennan), no sólo con la amenaza de la utilización de la fuerza, sino controlando los procesos de cooperación e integración en el área. Aun así, es observable un pequeño reforzamiento de los elementos de cooperación y negociación frente al de la utilización de la fuerza.

11.5. El “informe Kissinger” sobre Centroamericana

A partir de la conversión del sistema internacional en multipolar, el concepto de interés nacional de los Estados Unidos de América Latina lleva implícitos dos principios: la utilización de la fuerza, y la negociación política y cooperación económica. Éstas serán las características de las administraciones sucesivas, poniendo el acento en uno u otro principio, dependiendo de la situación coyuntura del país en cuestión. La política norteamericana de Carter se puede definir como una mezcla entre el idealismo de Wilson y el desarrollo de los principios de negociación política y cooperación económica. Fruto de este desarrollo de negociación son el tratado Torrijos-Carter y la retirada de la ayuda al dictador Somoza.

La nueva visión de la diplomacia americana, al desarrollar este principio más suave respecto a Centroamérica, tendrá en Kissinger el mayor aporte teórico y conceptual. Era necesario una acomodación de la política exterior a la nueva realidad internacional, por lo que había que propiciar y potenciar la negociación y la cooperación económica en el área con el fin de convertir primeramente a Centroamérica en una zona de “Orden legítimo”. Para ello, debía

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establecerse una negociación con la URSS sobre las zonas mutuas de influencia, y negociar con los gobiernos de la zona sobre la base de un estudio de las necesidades económicas, país por país. Algunos de los objetivos de Kissinger, recogidos en un informe, son:

a) Conservar la autoridad moral y política de los Estados Unidos por medio de acuerdos donde los gobiernos centroamericanos reconozcan su protagonismo destacado.

b) Democratizar Centroamérica.

c) Mejorar las condiciones de vida de los pueblos centroamericanos, propiciando una cooperación económica discriminada rentable para la estabilidad política del continente.

d) Fomentar el cambio pacífico de Centroamérica resistiendo a la “violación de la democracia” por la fuerza y el terrorismo.

e) Prevenir la expansión o el peligro de “contagio revolucionario” en Centroamérica, reforzando los eslabones más débiles: El Salvador y Guatemala.

11.6. La era Reagan y los procesos de paz: Contadora y Esquipulas II

La visión de los problemas latinoamericanos, después del proceso nicaragüense, estará condicionada por el principio de la “necesaria contención comunista” en el continente. La Administración Reagan supuso, por lo tanto, una vuelta a la interpretación del interés de los Estados Unidos respecto a América Latina, en el sentido de lo expresado por la Doctrina Kennan. Algunos puntos que caracterizan la “era Reagan” son:

a) Tendencia a la ideologización del conflicto: intervención en Centroamérica para preservar la seguridad nacional.

b) Incremento de los conflictos regionales, entre El Salvador y Honduras, Honduras y Nicaragua, y Nicaragua y Costa Rica.

c) Mayor presencia de actores externos: incremento de la ayuda militar soviética a Nicaragua, y norteamericana a El Salvador, Honduras y a la contra.

d) Conflictos nacionales que se convierten en guerras civiles: El Salvador y Guatemala.

Una de las primeras iniciativas de la nueva Administración fue vincular la revolución en El Salvador con la intervención cubana y soviética. Había, por lo tanto, una vuelta a la teoría de la “necesaria contención comunista en América Latina”, siendo la Secretaría de Estado la que elaborará dicha estrategia. El planteamiento era que si los Estados Unidos no eran capaces de intervenir en sucesos que ocurrían cerca de sus fronteras, surgiría la percepción del debilitamiento de su capacidad de influir en los asuntos mundiales. De ahí, Reagan deducía la necesidad de una ayuda militar antiguerrillera y mantenerla por el período de tiempo necesario. Asimismo, reclamaba asignación de fondos para el entrenamiento y apoyo de organizaciones policiales en Centroamérica, no siendo ello impedimento para buscar salidas políticas. De 1981 a 1983, la Administración norteamericana proporcionó a El Salvador casi 700 millones de dólares, a Honduras casi 200 y a Guatemala 180. Al mismo tiempo, la Administración lanzó el programa de ayuda al exterior “Iniciativa de la Cuenca del Caribe” (CBI), diseñado como medio para responder a la “expansión comunista” mediante una comprensiva política comercial y de ayuda. Honduras fue utilizada con Norteamérica como base para una guerra encubierta contra Nicaragua: con más de 25.000 contras, Honduras se convirtió en una área donde se desarrollaba una “guerra de baja intensidad” contra el régimen sandinista.

En 1983, la invasión de Granada fue respaldada por gran parte de la opinión pública norteamericana; Reagan aprovechó la ocasión para pedir la autorización legislativa para

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incrementar la ayuda a la contra. La Administración Reagan va a caracterizarse por una oposición abierta a todos los procesos de paz que se ponen en marcha en Centroamérica desde 1983, y que tendrán como resultados más significativos la firma del Acta de Contadora para la Paz y la Cooperación en Centroamérica (1986) y el Acuerdo de Esquipulas II (1987). La creación del “Grupo de Contadora” partirá de tres conceptos y objetivos: Paz, Democracia y Desarrollo. Para ello, se solicitará, como primer punto, la no injerencia foránea en los asuntos internos de cada Estado, afirmando la independencia y autonomía de los Estados centroamericanos respecto a cualquier influencia exterior en el proceso de paz. Esto fue un duro golpe para la Administración Reagan, que ahora no podía ejercer un control directo de los acuerdos y compromisos.

Por su parte, el Acta de Esquipulas tenía como objetivos: a) reconciliación nacional; b) cese de las hostilidades; c) democratización; d) elecciones libres; e) cese de la ayuda a los movimientos insurreccionales; f) no uso del territorio para agredir a otros Estados; y g) cooperación, democracia y desarrollo.

11.7. La Administración Bush, la “Doctrina Baker” y Centroamérica

Los primeros meses de la Administración Bush hacían suponer un relativo abandono de la Doctrina Kennan y la vuelta a los planteamientos recogidos en el Informe Kissinger: no renuncia a la utilización de la fuerza, y negociación y cooperación. Los pilares básicos de la nueva Administración serán: Fuerza, Realismo y Diálogo. Cuatro serán los puntos principales de acción:

A) Nicaragua: acusación directa a este país de poner en peligro el proceso democrático y la paz en toda la región. Se acusa a la Junta Sandinista de negar a los nicaragüenses los derechos humanos básicos, religiosos y políticos.

B) El Salvador: apoyo republicano al pueblo y al gobierno de este país que es el objetivo, según su planteamiento, de “una insurgencia dirigida desde el exterior”. Se ofrece el apoyo necesario para proteger la democracia en ese país.

C) Panamá: política firme con respecto al autoritarismo militar de este país y al narcotráfico.

D) Narcotráfico: los gobiernos latinoamericanos deben luchar conjuntamente contra el tráfico de drogas y Norteamérica ofrece su cooperación al respecto.

El enfoque de la Administración Bush, frente al de Reagan, será un acercamiento a los problemas de la zona latinoamericana sin ir directamente a las fuentes del conflicto, sino valorando todos los efectos desestabilizadores en los “procesos democráticos” de estos países. Primará el enfoque regional y la crítica al proceso interno de estos países y, por lo tanto, la vuelta a la búsqueda de la democracia en el área. Tampoco aparecerá en los textos y declaraciones ninguna alusión a la expansión soviética en Centroamérica, por lo que parece que se construye la acción presidencial sobre un discurso menos ideologizado. Continúa la ayuda a la contra sin desechar la posibilidad de negociaciones con el régimen sandinista.

Sin embargo, tendrá lugar un hecho de tremenda importancia para la política de Bush respecto al área: el debilitamiento de la Unión Soviética como superpotencia, derivado de los cambios desarrollados por Gorbachov y la abierta descomposición del bloque del este, que produce dos factores de vital importancia. Primeramente, un mayor margen de acción de los Estados Unidos en el área centroamericana, que se traduce en un aislamiento de los regímenes considerados más peligrosos y de las guerrillas nacionales; en segundo lugar, la desaparición paulatina del principal argumento que en los últimos cuarenta años habían justificado la política

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de Estados Unidos de la utilización de la fuerza, a saber, la expansión comunista en el mundo.

De esta manera, la política exterior norteamericana tuvo, necesariamente, que sufrir un proceso de cambio en su conceptualización: la “contención de la expansión comunista en América Latina” fue sustituida por el concepto de “modelo social más ético y políticamente más democrático”. Esta justificación permitió a Estados Unidos seguir justificando sus acciones violentas en el área bajo el argumento de “guardián de la moralidad y de la pureza de los sistemas democráticos”. Estos serán los principales argumentos esgrimidos en la intervención de Panamá y en el reconocimiento del gobierno de Daniel Ortega.

La estrategia diseñada por Baker, secretario de Estado, para Nicaragua, “negociación limitada con los sandinistas y su neutralización en el propio proceso político interno”, tuvo estupendos resultados. Aun con el triunfo sandinista, el gobierno de Daniel Ortega había llegado a conversaciones con Baker para introducir modificaciones en el sistema político nicaragüense, a cambio del cese de la contra y de una cooperación económica para este país. De esta manera, la nueva Administración, finalmente, propició un control indirecto de los procesos de paz y un protagonismo transferido en las negociaciones.

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TEMA 12. IMPERIALISMO Y COLONIZACIÓN DE 1885-1914

12.1. Tendencias y fuerzas dominantes de la época

El siglo XIX estaba dominado por la lucha por un orden constitucional y social nuevo. En todos los estados de Europa, el liberalismo, apoyado por la burguesía ascendente, dirigió su ataque contra el orden monárquico establecido y con ello contra el fosilizado predominio social y político de las clases aristocráticas. El nuevo programa que el liberalismo ofrecía constaba de la garantía de los derechos humanos y civiles, la participación de la nación en la vida política dentro del marco de un sistema constitucional, la libertad de acción espontánea de cada individuo en la economía y la sociedad, la abolición de leyes anacrónicas, y la máxima limitación del Estado en favor de los ciudadanos. Debido, sobre todo, al hecho de haberse aliado con el moderno concepto de nación, y a pesar de enfrentarse a la dura resistencia de las clases dominantes, en los años setenta el programa político esencial del liberalismo europeo se había impuesto en gran medida, al menos en Europa occidental y central. El liberalismo era la fuerza progresista por excelencia de la política europea.

Los dos frentes importantes a los que se enfrentaba el liberalismo eran: el socialismo, que de momento apenas representaba un peligro real, aun a pesar de que la doctrina anarquista (basada fundamentalmente en Bakunin) movilizara la opinión pública europea mediante numerosos atentados; el otro rival era la democracia radical, que propugnaba la realización de los principios de soberanía del pueblo, sin contentarse con el “Estado de derecho” ni con el constitucionalismo, que esta dirigido por las capas superiores de la burguesía y con ellas las antiguas fuerzas conservadoras. Sin embargo, la debilidad de los socialistas y los radicales hacía que el liberalismo fuera el único movimiento político con posibilidades de disputar con éxito a los grupos aristocráticos tradicionales el poder en el Estado.

La situación cambió radicalmente durante los años 80. Antes de que se hubiera resuelto la batalla por la transformación del antiguo orden estatal y social monárquico de Europa, las fuerzas del liberalismo comenzaron a declinar, cayendo en un letargo político. En el ascenso de la clase trabajadora se anunciaba una nueva fuerza política que atacaba a la burguesía como cabeza del Estado y de la sociedad, y tachaba de usurpación su situación social de propietario. En consecuencia, el liberalismo concentró sus energías en la defensa de las posiciones políticas y sociales conquistadas, renunciando a la parte aún no realizada de su programa político. Esta debilitación del sistema liberal se hizo patente en todos los países europeos, aunque de maneras diversas dependiendo del país. Las fuerzas conservadoras aún ocupaban importantes posiciones de poder en la mayoría de los Estados europeos, y en algunos casos incluso poseían el poder absoluto, como sucedía en Rusia y Austria-Hungría. No menos cierto es que los argumentos tradicionales de la ideología conservadora, especialmente su insistencia sobre el origen divino del orden social y política establecido estaban perdiendo fuerza de convicción en una época de secularización de las relaciones vitales y de creciente legislación estatal. Su principal punto de apoyo lo encontraba en la Iglesia: el anglicanismo en Inglaterra, el catolicismo en Francia y los demás países latinos, y el protestantismo, fiel a la monarquía, en Alemania. Las fuertes tendencias secularizadoras que aparecieron en toda Europa durante el proceso de industrialización hizo que los conservadores se atrincheraran en las posiciones políticas y sociales que aún se hallaban en su poder, sobre todo en las fuerzas armadas -la marina en Inglaterra y el ejército en el continente-. Al final los conservadores se entregaron sin reservas al nuevo nacionalismo agresivo con el objeto de vencer al rival liberal con una ideología nacional militante.

La idea de la nación como comunidad de acción de todos los ciudadanos pertenecientes a una misma lengua estuvo en principio estrechamente ligada a las ideas liberales y democráticas.

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Especialmente el liberalismo italiano y alemán habían concebido la unidad nacional y la libertad política como las dos caras de una misma moneda. Este nuevo imperialismo nacionalista ya no trataba de adquirir territorios en ultramar para la explotación económica o la colonización, sino para la expansión con el deseo de convertirse en una gran potencia mundial, aprovechando las posibilidades económicas, las ventajas estratégicas e, incluso, el “material humano” de las colonias para fortalecer la propia posición de dominio nacional. Otro factor, menos relevante, que condujo a la expansión del nacionalismo, fue la doctrina humanitaria de Kipling, según la cual las razas blancas estaban llamadas a dominar a los pueblos de color gracias a su mayor vitalidad y cultura. La empresa de llevar el cristianismo a los pueblos de África y Asia justificó demasiadas veces la ocupación imperialista de territorios ultramarinos.

En la encrucijada de estas rivalidades nacionalistas, el capitalismo moderno empezó a desarrollar rasgos imperialistas sobre la base de aquellas clases sociales que pasaron a un primer plano con el desarrollo de la sociedad industrial. Este nuevo imperialismo militante, a menudo aliado a los más bajos instintos de las masas, encontró apoyo en los social-darwinistas, que trasladaron la doctrina de la “lucha por la existencia” a la vida de las naciones, muchas veces interpretada como una lucha entre razas superiores e inferiores. Estas ideas encontraron gran eco entre los pensadores ingleses, pero también en el continente, sobre todo en Alemania, que se dirigía hacia una política expansionista apoyada por un fuerte potencial militar. Sin embargo, la idea imperialista constituía un elemento extraño dentro de la ideología liberal tradicional, lo que dio lugar a divisiones en el seno del liberalismo, provocando una grave crisis en este sistema, crisis de la que nunca llegó a recuperarse por completo. La contradicción interna entre una política fuerte de expansión y los ideales libertarios del liberalismo tradicional, era difícilmente superable. Si Inglaterra estaba a favor de un programa de reformas político-sociales (abandonando el laissez-faire), donde el principio de la libertad del individuo debía ser adaptado a las exigencias de la sociedad de masas de la era industrial, otros países se dirigían en dirección opuesta: hacia un nacionalismo extremo, con elementos antisemitas y racistas, y de fuerte atracción emocional, donde se oponían las virtudes militares -valor, entrega al Estado y a la nación, y obediencia absoluta- a los principios liberales de la burguesía. En general, el antisemitismo empezó a extenderse por toda Europa desde 1880. En Alemania aparecieron voces que pedían la exclusión radical de los judíos de toda manifestación de la vida nacional, formulando incluso amenazas de un posible exterminio si éstos no se decidían a emigrar voluntariamente. En Italia, Mosca define la esencia de toda política como la lucha entre élites por el poder en el Estado, y Pareto mostraba su desprecio hacia el orden social burgués y justificaba las ambiciones de poder de la élite política, preparando así la victoria posterior del fascismo en Italia.

En este contexto, el socialismo de tipo marxista, que aglutinó a la mayor parte del movimiento obrero en pugna contra la burguesía, se puso a la cabeza en casi todo el continente europeo, relegando las variantes utópicas y social-reformistas del socialismo a un segundo plano. Así, la socialdemocracia alemana concentró sus energías en organizar disciplinadamente a las masas populares dentro del partido y los sindicatos, bajo la bandera de un programa socialista de carácter casi fatalista. El movimiento obrero alemán, además, fue el gran ejemplo para los obreros de casi todos los países europeos. El papel dirigente de la socialdemocracia alemana se volvió a hacer patente en el congreso fundacional de la Segunda Internacional Socialista, celebrado en París en 1889, donde se impuso tanto el programa marxista como la fórmula parlamentaria propugnada por la socialdemocracia alemana. La Segunda Internacional Socialista fue aceptada unánimemente como la organización reconocida del movimiento obrero internacional, lo que dio a los partidos socialdemócratas de tendencia marxista clara ventaja frente al resto de los partidos. En 1896 los anarquistas fueron excluidos de los congresos, y su influencia fue disminuyendo. La decisión del congreso de París de declarar el 1 de mayo “día de la manifestación internacional del movimiento obrero a favor de la jornada de trabajo de ocho horas” se convirtió en bandera de la lucha de clases. Hacia 1895 parecía segura la victoria del socialismo marxista sobre sus rivales ideológicos en Europa.

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Sin embargo, esta paz ideológica dentro del movimiento socialista europeo no duró mucho tiempo. En pocos años se desencadenó la discusión entre los partidarios de una dirección marxista ortodoxa, y los partidarios de una política de reforma activa en el marco del orden social activo (revolucionarios contra reformistas), que buscaban llegar al poder con ayuda de los métodos de la lucha parlamentaria. Objeto de graves discusiones fueron, por ejemplo, el tema de la actitud que había de adoptar la socialdemocracia frente a los campesinos independientes, o el de si era o no lícito el pacto electoral con partidos burgueses, etc. A pesar de todo, la socialdemocracia alemana impuso en el congreso de la Segunda Internacional, convocado en Amsterdam en 1904, su punto de vista: el socialismo no debía participar en coaliciones burguesas, no colocarse en el terreno de las simples reformas de la sociedad burguesa existente. De esta manera, se rechazaba cualquier compromiso con los partidos burgueses: aún no se quería renunciar al mito de la revolución socialista. A través de una serie de huelgas generales, la socialdemocracia belga consiguió la reforma parcial de la ley electoral, el movimiento austríaco conquistó el sufragio universal en 1906, y Finlandia lo hizo en 1905. En Francia, el método preferido era el de la “acción directa”, por medio de la huelga, el sabotaje y el boicot (para Sorel, por ejemplo, el movimiento sindicalista era el medio adecuado para destruir la cultura y el orden social racionalista en decadencia). La doctrina sindicalista era en esencia una doctrina de lucha nacida directamente de la profundidad de la oposición de clases, y no un sistema político elaborado como el socialismo; por esta razón el sindicalismo ejercía una fuerte atracción sobre los trabajadores franceses, y se dirigía directamente contra el enemigo de clase. La lucha de los diferentes partidos socialistas, por el contrario, se planteaba en un terreno ajeno a los trabajadores, y sus intervenciones en el engranaje parlamentario les parecían incomprensibles y poco eficaces.

En Europa central y occidental, por el contrario, se extendía la tendencia opuesta. Sobre todo en Alemania disminuyeron las huelgas de masas gracias a la consolidación y expansión de los sindicatos: era inadmisible que los frutos del trabajo sindical de muchos años fueran puestos en peligro por acciones políticas arriesgadas. Esta opinión se generalizó entre los demás partidos de la Segunda Internacional. A cambio la minoría radical de izquierdas empezó a declararse partidaria de los métodos de la huelga general, sobre todo después de que la revolución rusa de 1905 había demostrado todo lo que podían esperar los trabajadores de la huelga de masas espontánea (Rosa Luxemburg fue el principal defensor de esta dirección). Tras la victoria de Lenin y los bolcheviques (mayoritarios), éste instauró la “dictadura del proletariado” como la meta fundamental de toda lucha socialista, concentrando el poder en manos de un grupo reducido de revolucionarios profesionales y, aunque por razones tácticas aceptó la actividad parlamentaria del partido bolchevique, siguió siendo un enemigo irreconciliable de todos los intentos de conseguir la emancipación de la clase obrera por los métodos legales, sobre todo en colaboración con la democracia burguesa. La primera meta del proletariado sería la destrucción completa del aparato estatal tradicional para después, mediante la “dictadura del proletariado”, y tras un período de transición de lucha de clases, dar paso a la sociedad sin clases del comunismo.

12.2. Las estructuras de la sociedad y los problemas sociales

Las diferencias en el grado de desarrollo de las economías nacionales aún eran muy acusadas en los tres decenios que precedieron a la I Guerra Mundial. Mientras por un lado se encontraban en los comienzos de la sociedad industrial, por otro permanecían aún a menudo en el terreno de una economía agraria de estructura patriarcal. Esta situación producía agudos contrastes políticos y sociales tanto entre las naciones europeas como en el interior de cada una de ellas, contrastes que influían en la mentalidad de los pueblos. Sin embargo, en general, había

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una tendencia a la ruptura de las barreras tradicionales entre las clases hacia la igualación, unida inevitablemente a la moderna sociedad de consumo. El orden social tenía un poderoso contrincante, aunque todavía desorganizado: la masa obrera industrial, desligada en gran medida de los vínculos tradicionales, y que se desarrollaba al margen de la sociedad burguesa.

Aún a pesar de todas estas transformaciones, las viejas élites dirigentes, predominantemente aristocráticas, se mantuvieron en el poder en casi toda Europa. A los artífices del nuevo desarrollo industrial les quedó vedada, hasta 1914, la entrada en las capas dirigentes políticas, muchas veces también porque preferían el poder económico al político. De este modo, y debido también a que la agricultura europea sufría cada vez más bajo la competencia superior de los productores de cereales ultramarinos, la nobleza, concentrada en la explotación de sus tierras, perdió la ocasión de conectar con el desarrollo industrial. Por ello, la nobleza hizo lo posible por inducir al Estado a tomar medidas proteccionistas que protegieran la agricultura nacional. En tales circunstancias, la aristocracia era absolutamente incapaz de mantenerse exclusivamente de los ingresos que les proporcionaban sus tierras, por lo que comenzó a entrar a servir en el aparato estatal de la administración y el gobierno. En Rusia, por ejemplo, los altos puestos administrativos eran privilegio de la aristocracia.

A esto se añade que en toda Europa las fuerzas armadas ofrecían un refugio a las clases conservadoras; en ellas se podían cultivar las propias tradiciones aristocráticas sin intervención de la opinión pública. En todos los países europeos servir algunos años como oficial en un regimiento de prestigio formaba parte de la carrera de un aristócrata antes de ponerse al frente de las posesiones familiares o iniciar la carrera de funcionario. Sin embargo, la I Guerra Mundial requería una alta cantidad de oficiales capacitados para la dirección de los modernos ejércitos de masas y para el uso de la creciente tecnificación de la estrategia militar, lo que resultó desfavorable a la aristocracia, ya que hubo que recurrir a oficiales burgueses. Se puede decir que, en general, el desarrollo industrial amenazaba en toda Europa la posición de predominio económico y social de las élites dirigentes tradicionales.

Bajo los efectos de la segunda oleada de la industrialización, la burguesía se desintegró en una serie de grupos con intereses e ideas políticas muy diferentes. A grandes rasgos, podemos identificar tres grupos: a) la nueva aristocracia industrial, decidida a aliarse con las élites conservadoras dominantes frente a las reivindicaciones obreras; b) los funcionarios, los altos empleados cada vez más numerosos y los miembros de las profesiones libres, grupo favorable a la autoridad establecida y uno de los pilares principales del nacionalismo; c) la llamada “clase media”, especialmente los pequeños comerciantes y los artesanos, a la que se unía el ejército de pequeños funcionarios y empleados. Este último grupo era todo menos homogéneo, en contra de la previsión de Marx, y exigía al Estado una protección especial para hacer frente a la competencia del gran capital (e.g. en forma de impuestos especiales a los grandes almacenes). Una gran parte de las empresas artesanales tradicionales sólo se mantuvo gracias a un radical cambio den su producción, otras desaparecieron por completo. Todos estos grupos de la clase media se encontraban en un estado de inquietud constante, muy propicio para la agitación anticapitalista y también antisemita. Tampoco acertó Marx al prever que el número de capitalistas se reduciría: en realidad los capitalistas eran cada vez más en número, y a su lado había surgido una capa de managers y directivos que iba desbancando a los empresarios de viejo cuño en la dirección de las empresas. Las clases medias, a pesar de representar en números absolutos una minoría frente a la clase obrera, ofrecían más rápidamente que ésta.

La nueva estructuración de clases, que comenzaba a cristalizar bajo la influencia de la industrialización, se vio condicionada en los países de Europa oriental y del sur por la pervivencia de antiguas estructuras sociales agrarias. En los Balcanes, Italia y Península Ibérica existía una economía de latifundio más o menos feudal, frente a un proletariado rural en condiciones de vida pobrísimas. Los grupos burgueses jugaban un papel muy secundario en la vida social. Además, desde los años 70, también la burguesía europea se vio enfrentada a los obreros industriales, aún desorganizados. Gracias a la gran afluencia de población rural, pero también a

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la explosión demográfica, las masas obreras de los centros industriales crecieron con enorme rapidez. En general, encontraban trabajo, aunque en los primeros tiempos en condiciones difícilmente soportables. La reivindicación de la jornada de ocho horas lanzada por la Segunda Internacional Socialista en su congreso fundacional de París en 1889, equivalía a una declaración de guerra a los empresarios y a la sociedad de clases burguesa. Sin embargo, lo más catastrófico eran las miserables condiciones de vida en los barrios obreros de las nuevas sociedades industriales, que crecían sin planificación alguna. Las organizaciones sindicales obreras, hacia 1890, se hallaban en sus comienzos, y en Rusia las asociaciones de trabajadores estaban aún prohibidas. De modo que, en su desesperación y su profunda hostilidad contra los patronos, policía y autoridades, los obreros, sometidos a un sistema de sanciones y reducciones de salarios, sólo podían recurrir a la organización clandestina dentro de las mismas fábricas.

Los empresarios estaban de acuerdo sobre el objetivo que había que perseguir: impedir por todos los medios el acceso de los sindicatos al poder y anular su influencia sobre los obreros. En Inglaterra se formaron equipos anti-huelgas, y en Alemania los llamados “sindicatos amarillos”, financiados por los patronos, servían a fines parecidos. Los empresarios crearon también asociaciones de patronos, cada vez más grandes, para responder a la táctica seguida por los sindicatos y agotar sus reservas. La posición de los obreros organizados sindicalmente era todo menos buena alrededor de 1900, y los grupos radicales entre los trabajadores registraron numerosa afluencia.

Así, la inestabilidad de los sistemas políticos, de paso a formas de gobierno más democráticas, aumentaba con las fortísimas tensiones del cuerpo social. Todos los grupos de la sociedad defendían tozudamente sus propiedades con todos los medios adecuados, demasiado a menudo también inadecuados. Los obreros creían casi exclusivamente en la huelga general como solución y esperaban todo de una revolución violenta. Sin embargo, poco a poco fue imponiéndose en Europa central y occidental la idea de que la emancipación de los obreros podía llevarse a cabo en un proceso paulatino y por etapas.

12.3. El “delirio” del imperialismo: 1885-1906

Hacia el fin de los años ochenta del siglo XIX, la fiebre del imperialismo se adueña de los gabinetes europeos progresivamente y sin que se den apenas cuenta los propios diplomáticos, pasando los grandes problemas tradicionales de la política europea a un segundo plano, sin haber sido resueltos. Algunos Estados europeos, como Inglaterra y Francia, ya hacía tiempo que llevaban a cabo una política de expansión colonial. Hacia 1885 este proceso de expansión de la civilización europea por todo el globo sufre una violenta aceleración; en pocos años se convirtió en una auténtica carrera de las potencias europeas tras los territorios de ultramar aún “libres”, a la que se sumaron también Japón y los Estados Unidos. Al mismo tiempo se transformaba el carácter de la dominación colonial europea; de la noche a la mañana se convertía el colonialismo en imperialismo: las potencias europeas empezaron a perseguir sistemáticamente la adquisición de nuevos territorios coloniales y a respaldar con capital propio la conquista y penetración económica de los países subdesarrollados.

Al mismo tiempo, la creciente rivalidad entre las grandes potencias supuso el abandono de las formas tradicionales de dominación más o menos extensiva de los territorios coloniales, a partir de algunos puntos de la costa. Se desencadenó entonces una lucha encarnizada por la conquista del continente interior unida al afán de delimitar claramente las fronteras de los distintos territorios: la firma de tratados de protección con los jefes de numerosas tribus indígenas ya no bastaba ahora para fundar o ampliar imperios coloniales; a partir de ahora eran necesarias duras negociaciones con las respectivas potencias rivales para legitimar las propias

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pretensiones sobre territorios que aún estaban sin explorar. A medida que iba disminuyendo el número de territorios “libres” de la tierra se hacían más violentos los conflictos por estas cuestiones, llevando en varias ocasiones a Europa al borde de una guerra general.

12.4. Europa y los nacionalismos militantes: 1906-1914

En toda Europa se enfrían, a partir de 1906, las pasiones imperialistas. Si hasta entonces los pueblos habían seguido con febril excitación las grandes pruebas de fuerza por la conquista de territorios de ultramar, ahora los problemas de política interna vuelven a acaparar el máximo interés. El gobierno inglés estaba interesado en disminuir los graves gastos militares, consecuencia de dos decenios de política exterior ambiciosa, y en reducir en lo posible los compromisos internacionales de Inglaterra. Esta situación era análoga en Francia, Alemania, e incluso Rusia. Sin embargo, en estos últimos años antes de la guerra, Europa vive una época de paz no exenta de tensiones; es el período que los historiadores han bautizado de la “paz armada”. Bismarck había demostrado su gigantesca talla diplomática al conseguir formar un bloque en torno a Alemania, la Triple Alianza (Alemania, Austria-Hungría e Italia), e impedir la formación de un bloque de adversarios. Así pues, no comenzaba para Europa un período tranquilo: al crecer las fuerzas democráticas se liberaron en mayor medida energías nacionalistas que introdujeron en las relaciones internacionales de las potencias un nuevo factor de extrema agresividad.

Este nuevo elemento se puso de manifiesto en la evolución de la rivalidad naval entre Alemania e Inglaterra: el programa alemán de construcción de nuevos buques de guerra de dimensiones y potencia bélica hasta entonces desconocidas, empezó a representar una sería amenaza para el dominio inglés de los mares en 1906, con lo cual se inició una carrera por el armamento naval entre las dos potencias. Inglaterra intentó, a su vez, renovar la flota para no perder su hegemonía sobre los mares, a pesar de que Guillermo II afirmaba que la flota alemana no estaba dirigida contra Inglaterra, lo cual, subjetivamente, correspondía a la verdad; para el Kaiser, ésta constituía un soberbio juguete, símbolo de prestigio mundial. De esta manera, la relación entre ambos países se fue enfriando. No obstante, otros problemas más urgentes desviaron la atención de estos temas: la primera y segunda crisis marroquí, la crisis de bosnia, y las guerras balcánicas.

La penetración de Francia en Marruecos se efectuó a la manera clásica: ofrecimiento al sultán de ayuda técnica y asistencia militar. Inglaterra por razones estratégicas, y España por poseer intereses en la zona, miraban con recelo las iniciativas francesas. En 1905, en la visita de Guillermo II a Tánger, el emperador se erige en protector de la independencia de Marruecos, lo que provoca una gran crisis internacional. El canciller alemán Von Bülow, al internacionalizar el problema marroquí, esperaba obtener ventajas o, en el peor de los casos, un medio de presión para frenar a Francia en otros lugares. En la conferencia de Algeciras en 1906 se acuerda mantener la independencia de Marruecos, pero también el protectorado francés en la zona, postura que apoyaron Inglaterra, Rusia e Italia. Las repercusiones internacionales de este conflicto fueron grandes: la temida posibilidad de una agresiva política exterior por parte de Alemania, y con ello el estallido de la guerra, provoca que en 1907 se firme la Triple Entente (Gran Bretaña, Francia y Rusia), el bloque mundial más poderoso, ya que suponía la suma de tres imperios gigantescos.

En 1911 estalla la segunda crisis marroquí. Alemania acusa a Francia de sobrepasar en su acción los límites que le fijaba el Acta de Algeciras y de no respetar el principio de “puerta abierta” para todos en las actividades económicas. La violación de este acuerdo ofrece al Reich alemán un pretexto para volver a plantear la cuestión marroquí, y envía un buque de guerra

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germano al puerto de Agadir, seguido de la exigencia de una compensación: el Congo francés. Finalmente, se acepta la cesión de una parte de la zona francesa del Congo, a cambio de una total libertad para Francia en Marruecos. El acuerdo exacerba el nacionalismo en Francia y en Alemania, donde se estima que la compensación ha sido insuficiente.

Por otro lado, para Austria, potencia sin colonias y sin salida marítima, era vital la penetración económica en los Balcanes. Austria cifraba sus metas en la participación en el comercio de los estados del sur, concretamente en la venta de sus excedentes agrícolas. Durante algunos años Austria y Rusia se entienden y los zares acceden a mantener el imperio turco, mientras Alemania organiza el ejército turco e incrementa su penetración financiera. Pero la rivalidad serbio-austríaca volvió a envenenar la situación internacional. Los monarcas serbios de finales de siglo habían mantenido una política de amistad y cierta subordinación a Austria. Sin embargo, en 1903, un golpe de Estado y el asesinato de los monarcas se resuelve en el acceso al trono de los radicales nacionalistas, que cerraron la salida de los productos austríacos hacia el sudeste y cortaron el ferrocarril que los austríacos habían construido hasta Salónica, la principal vía de comunicación Norte-Sur a través del espacio balcánico. En esta situación, el ministro de Asuntos Exteriores austríaco, Aehrenthal, propone que la única salida para Austria es la incorporación de Bosnia-Herzegovina; la ocupación se efectúa en octubre de 1908 y se llega al borde de la guerra. Sin embargo, Alemania presiona para impedir el conflicto.

Tres años después Italia, que considera que debe comparecer en el reparto del viejo imperio otomano, reclama Libia e inicia una guerra; después de la provincia africana, extiende las operaciones militares a las islas del Egeo. Serbia, Bulgaria y Grecia forman una Liga Balcánica, y con ayuda rusa derrotan al ejército turco (Primera Guerra Balcánica). Turquía cede a Italia Libia y las islas del Dodecaneso; reconoce la independencia de Albania y queda reducida a la región de Constantinopla y los Estrechos, mientras los Estados balcánicos se reparten el resto del continente y las islas.

En 1913 estalla la guerra entre los vencedores (Segunda Guerra Balcánica). En el choque entre serbios y búlgaros los griegos apoyan a aquéllos y los tucos reemprenden el combate. Bulgaria, que fue la que inició la guerra, es la gran perdedora, y tiene que devolver Andrinópolis a los turcos, ceder el sur de la Dobrudja a Rumanía, y la mayor parte de Macedonia a serbios y griegos. El resultado es el engrandecimiento de Serbia, lo que supone un obstáculo para las comunicaciones austríacas por la ruta de Salónica. Así, el enfrentamiento entre las dos naciones parece inevitable. Italia y Austria, a pesar de estar unidas en la Triple Alianza, rivalizan para controlar Albania. Y Rusia observa con alarma la posibilidad de que Austria pueda vencer a Serbia y convertirse en la gran potencia balcánica; en esa eventualidad no dudaría en ir a la guerra, en apoyo de Serbia. Precisamente esta situación es la que provoca el conflicto en 1914.

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TEMA 13. LA I GUERRA MUNDIAL. LOS TRATADOS DE PAZ Y LA SOCIEDAD DE NACIONES

13.1. La crisis mortal de la vieja Europa

El 28 de junio el archiduque Francisco Fernando y su mujer son asesinados por el estudiante bosnio Princip en Sarajevo, capital de Bosnia, en medio de un clima política ya de por sí cargado de amenazas, haciendo explotar abiertamente el contraste latente entre Austria-Hungría y Serbia. Este atentado fue el último eslabón de una cadena de acciones terroristas que querían demostrar la ilegitimidad del dominio de los Habsburgo en Bosnia y en Herzegovina. En Viena existía desde el principio la convicción de que Serbia había tenido parte en el atentado, aunque no se pudieron presentar pruebas concretas, y la prensa austríaca desencadenó una violenta tempestad de indignación por las peligrosas intrigas de los nacionalistas serbios. Así, la opinión pública exigió una solución radical a la cuestión de Serbia. Existía la convicción de que Austria-Hungría sólo podía restablecer su prestigio mediante una prueba de fuerza militar. El problema residía en las graves contramedidas que Rusia pudiera tomar, ya que no se podía descartar la eventualidad de que éstas pudiesen desencadenar un conflicto europeo general. Sin embargo, en un principio, se pensaba que Rusia se contentaría con adoptar una actitud amenazadora y que luego se calmaría.

La estrategia austro-húngara era declarar la guerra contando con el respaldo alemán; una vez conseguido, se atribuyo al Reich alemán el poder de decidir sobre la guerra o la paz, aunque la diplomacia alemana protestase contra esta lógica de los hechos. Por esta razón, Alemania se puso a favor de una guerra local entre Austria y Serbia, esperando que Rusia tomara parte y que fuese ella la que provocara la guerra europea. Así, la monarquía danubiana, confiando en el apoyo del poderoso aliado alemán, dirigió a Serbia, el 23 de julio de 1914, un ultimátum exigiendo plena satisfacción por el atentado y medidas contra el movimiento de extrema derecha en Serbia, con un plazo de cuarenta y ocho horas. Bajo presiones inglesas, y debido a la dureza del ultimátum, Alemania sugirió al gobierno austro-húngaro que iniciase inmediatamente negociaciones bilaterales con Rusia con el fin de ponerse de acuerdo sobre los límites y la finalidad de la inminente acción militar contra Serbia, renunciando a operaciones de gran envergadura. Pero Austria no estaba dispuesta a renunciar a la proyectada guerra contra Serbia, y el 29 de julio bombardean Belgrado. Rusia procede a una movilización parcial y Francia e Inglaterra advierten a Berlín que no serán neutrales. El día 30 Rusia moviliza sus tropas contra Austria-Hungría y Alemania; es ya la guerra de bloques. El 1 de agosto Guillermo II declara la guerra a Rusia y el 3 a Francia; al día siguiente las tropas alemanas invaden Bélgica, e Inglaterra entra en el conflicto declarando la guerra al Reich alemán.

En los comienzos del conflicto se enfrentaba Rusia, Francia, Inglaterra, Serbia y Bélgica con Alemania y Austria-Hungría. Italia, al no satisfacer Viena sus reivindicaciones adriáticas, se proclama neutral (aunque entrará en guerra a favor de los aliados un año más tarde). Turquía se identifica sin titubeos con Alemania, pero no se atreve a entrar en el conflicto inmediatamente. Es la primera guerra en la que participan casi simultáneamente las principales potencias del mundo, y los pueblos europeos parten a la guerra con un entusiasmo casi religioso. La lucha por la patria parecía dar a la vida de repente un contenido nuevo. Los socialistas, las clases burguesas, los sindicatos y la clase obrera se unieron a esta muestra de nacionalismo. En un primer momento la guerra trajo en todas partes una estabilización de la situación interna. Sin dudarlo, los Parlamentos aprobaron los medios financieros necesarios para la contienda,

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retirándose luego a un segundo plano y dejando libre el campo a los militares. La iniciativa perteneció a las potencias centrales. La Entente disponía de una enorme superioridad en población, en materias primas y en facilidades de acceso a las grandes rutas marítimas, pero los imperios centrales se habían preparado con mayor meticulosidad para la guerra. Las tropas alemanas son disciplinadas, están bien provistas de artillería pesada y de armas automáticas. El Estado mayor alemán tiene en su cartera, desde 1905, el llamado Plan Schlieffen, el cual, previendo la lentitud de la movilización rusa, dispone un ataque rápido en el Oeste para atender en una fase posterior el frente este. En un principio, el potencial militar de la Entente es más débil: el ejército ruso carece de infraestructura logística para una movilización rápida. Inglaterra no ha establecido el servicio militar obligatorio y, por tanto, no posee suficiente número de soldados; Francia, que va a sufrir el choque inicial, es una nación menos poblada, menos industrializada y con armamento menos moderno que Alemania.

La guerra obliga a los beligerantes a movilizar todas sus fuerzas económicas. En principio se había calculado una guerra corta y ningún país estaba preparado para un esfuerzo sostenido. La prolongación del conflicto obligó a los gobiernos a improvisar una organización en gran escala para la fabricación de municiones y material de guerra. Los estrategas sueñan con perturbar la estructura del adversario, preparando y asestando golpes en sus comunicaciones y en sus sistemas de producción. Así, el bloqueo de los suministros del enemigo, perjudicó de manera especial a los imperios centrales. Aunque hubo fisuras, en los años 1917 y 1918 la escasez de alimentos en Alemania llegó a ser muy grave. La réplica alemana al bloque, la guerra submarina, fue creciendo en intensidad: en 1915 Alemania sólo disponía de 30 submarinos, mientras que en 1917 tenía 154.

Siguiendo las previsiones del Plan Schlieffen, basado en el cálculo de que el ejército ruso necesitaría varias semanas para colocar en el frente toda su potencia, los alemanes atraviesan Bélgica y se lanzan sobre Francia, en dirección a París, por lo que el 2 de septiembre el gobierno francés consideró prudente abandonar la capital. En Marne, cerca de la capital francesa, los franceses contraatacan, y los alemanes corren el peligro de ser desbordados, fracasando así el Plan Schlieffen. Fracasado el avance en punta hacia París, los alemanes inician las batallas de Flandes, la carrera hacia el mar, asegurando sus comunicaciones a través de las llanuras belgas y renunciando al hundimiento de Francia. En el Este, en los últimos días de agosto y primeros de septiembre, los alemanes derrotan a los rusos en Tannenberg y en los Lagos Masurianos, pero los austríacos retroceden en Galitzia y en los Balcanes. En agosto, Japón declara la guerra a Alemania y en pocos días ocupan sus posesiones en China y el Pacífico. Turquía entra en la guerra como aliado de Alemania en noviembre, y bombardea los puertos rusos de Odessa y Sebastopol.

13.1.3. La guerra de posiciones 1915-1918

Con la falta de fuerza de los contendientes para romper el frente y la multiplicación de las ametralladoras, arma más propia para la defensa de posiciones que para el salto, aparece una forma de lucha nueva: la trinchera. Se excavan kilómetros de fosos, se protegen con sacos terreros, se refuerzan con casetas de cemento, y los ejércitos parecen iniciar una especie de guerra de topos. En 1915 aparecen los gases asfixiantes y los lanzallamas, y en 1916 los primeros tanques, pero ninguna de las nuevas armas va a resultar decisiva para destrozar los sistemas de trincheras. Considerando más vulnerable el frente oriental, los alemanes efectúan varías ofensivas en Lituania, Galitzia y el Vístula, que obligan a replegarse a los rusos, con la pérdida de un millón y medio de hombres; pero los imperios centrales no consiguen obligarlos a firmar una paz por separado. En el Oeste una ofensiva francesa en Champagne provoca pérdidas terribles, y Alemania se ve obligada a un período de posiciones defensivas.

En mayo de 1915, tras sopesar las ventajas territoriales que les ofrecen los aliados, Italia entra en la guerra. Bulgaria pasa a apoyar a los centrales, y Rumanía a las potencias de la

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Entente. A finales de 1915 parece imposible romper los frentes. Así, se intenta efectuar una guerra de desgaste sobre Verdún, piedra angular del sistema fortificado francés, a base de asaltos incesantes. Sin embargo, los franceses resisten con tenacidad, y los muertos en ambos bandos son numerosos; finalmente, los alemanes son obligados a retirarse de Verdún, y su plan de penetración fracasa.

El año 1917 se caracteriza por tres acontecimientos: la intervención de los Estados Unidos en el conflicto, la retirada de Rusia después de la revolución, y una crisis profunda, de cansancio, que afecta a todos los países. En enero el presidente Wilson rompe sus relaciones diplomáticas con Alemania, y Estados Unidos declara la guerra. Este cambio de actitud fue provocado por el bloqueo alemán a las costas inglesas y francesas, amenazando con hundir a los neutrales que transportaban mercancías con este destino. El comercio de los Estados Unidos con Inglaterra y Francia era muy intenso: la guerra submarina suponía una amenaza para muchas empresas de exportación norteamericanas. La intervención de los Estados Unidos supuso el fin de la angustia financiera inglesa y francesa, un bloqueo más eficaz contra Alemania, el apoyo de los Estados de la América Latina, y un aumento de reservas demográficas e industriales.

En Rusia, los sufrimientos de la guerra contribuyeron a la caída del régimen zarista, y los rusos se retiran. Los alemanes, sin embargo, no muy confiados, mantuvieron aún un millón de hombres en el frente oriental. La desaparición del frente del Este permite a Alemania disponer de más efectivos e iniciar una gran ofensiva en el Oeste. Es entonces cuando Alemania se da cuenta de la debilidad de sus líneas: el nuevo material de guerra norteamericano había producido ya la inferioridad germana, y su hundimiento es muy rápido. El 11 de noviembre de 1918 se firma el armisticio; dos días antes ha huido Guillermo II y se proclama la República en Berlín.

La guerra mundial no fue en absoluto el resultado directo de la voluntad de Alemania de incorporarse a la política mundial, o de la lucha competitiva entre los diversos imperialismos europeos; la guerra fue desencadenada más bien por un conflicto que hacía tiempo que estaba latente en el interior del sistema tradicional de las potencias europeas, aunque bien es verdad que los contrastes en el campo de la política mundial contribuyeron a agudizar la situación. Una vez desencadenada la guerra, las energías nacionalistas e imperialistas de los pueblos se abrieron paso en una explosión incontrolada, una lucha sin cuartel cuyo único fin legítimo era la destrucción del enemigo. Al final de la I Guerra Mundial, la vieja Europa de las cinco grandes potencias se había transformado tanto que resultaba irreconocible. Europa tuvo que ceder su función hegemónica en el mundo a los dos grandes bloques opuestos, los Estados Unidos y la Unión Soviética, esta última impotente en aquel momento, pero no por mucho tiempo.

13.2. Los tratados de Versalles

Los ciudadanos y los políticos de los principales países que lucharon en la I Guerra Mundial, excepto los italianos y los japoneses, creían firmemente que estaban comprometidos en una lucha defensiva. El gobierno austrohúngaro lanzó su ataque en 1914 para salvar a la monarquía de las secretas maquinaciones de Serbia; Rusia se consideraba obligada a resistir el avance alemán que se extendía en el sudeste de Europa y los Estrechos; Alemania intentaba, antes de que fuera demasiado tarde, evitar los peligros de verse cercada, así como defenderse de un complot eslavo que proyectaba la destrucción de su aliado, complot fraguado en San Petersburgo con el apoyo de Francia y la connivencia de Inglaterra. Francia se vio invadida, en Inglaterra consideraba que el equilibrio europeo estaba amenazado por Alemania; los Estados Unidos entraron en guerra para defender el derecho internacional y la moralidad pública. Sólo

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Italia y Japón hicieron la guerra alentadas por ambiciones territoriales. En una palabra, todas las grandes potencias estaban convencidas de que el culpable de la guerra era el otro.

La paz de París estaba formada por el tratado de Versalles con Alemania, el de St. Germain con Austria, el de Trianón con Hungría, el de Neuilly con Bulgaria, y el de Sèvres con Turquía. En el bando aliado, al finalizar la guerra, se hallaba firmemente arraigada la convicción de que Alemania era la culpable de todo. Para Francia, Inglaterra y América, Alemania había sido el principal y más formidable enemigo, y se concluyó, sin más, que la contribución de Austria-Hungría al estallido de la guerra había sido tan escasa como su participación a lo largo de la misma. Por consiguiente, en el tratado de Versalles, los aliados consideraron a Alemania como la responsable de las consecuencias de la guerra y que, por tanto, estaba obligada a ofrecer una reparación económica a estos países. Para los que redactaron el tratado, se trataba de algo razonable; para los alemanes suponía una flagrante tergiversación de la verdad. Así, para los alemanes, la justicia implicaba diferentes contenidos que para los aliados. Esto es importante, ya que, antes de que se firmara el armisticio en noviembre de 1918, al gobierno alemán le fue hecha la promesa de que la paz sería justa; éste fue el mensaje del presidente de los Estados Unidos. Woodrow Wilson, que se erigió en árbitro entre los dos campos al ser el primero en recibir la oferta de armisticio. Con anterioridad, Wilson había realizado públicamente un programa de paz preciso que se conocería como “los catorce puntos del presidente Wilson”.

Estas resonantes declaraciones contenían un fastuoso plan que configuraría la posguerra garantizando una paz perpetua. Los discursos de Wilson dejaban bien sentado que la paz sólo podría estar basada en la justicia, y la justicia internacional significaba esencialmente el ejercicio del derecho de autodeterminación por parte de todos los pueblos, lo que equivale a decir que las fronteras deberían ser trazadas de acuerdo con los deseos de las poblaciones afectadas. Entonces los pueblos del mundo cesarían de ambicionar el cambio de fronteras, y la principal causa de la guerra desaparecería. Las formas democráticas de gobierno asegurarían una política exterior pacífica, por medio de una diplomacia abierta. En caso de surgir roces, las restantes naciones del mundo, alistadas en la Sociedad de Naciones, harían que se impartiera justicia. Sin un Estado cayera en manos de diplomáticos del viejo estilo o militares irresponsables y llegara a mostrarse agresivo, los otros Estados del mundo ejercerían presiones bajo la dirección de la Sociedad de Naciones. La presión económica o incluso moral sería suficiente; si no fuera así, los miembros de la Sociedad quedarían autorizados para usar la fuerza armada.

En abril de 1918 se prometió justicia para Alemania, pero ¿qué era lo justo para Alemania? Para los alemanes, cualquier clase de mengua de un tratamiento igualitario sería una injusticia; para los que hicieron la paz, la justicia para Alemania no significaba un tratamiento igual para ésta, ya que un criminal debe ser tratado de manera diferente a sus víctimas. La paz de París se componía de cuatro tratados, con Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria, y Turquía. El tratado de Alemania, el tratado de Versalles, fue el más importante.

La mayor parte de los franceses deseaban debilitar a Alemania, desarmarla, privarla de su integridad territorial, ocuparla militarmente, quitarle su dinero y rodearla de poderosos enemigos: el gobierno francés deseaba una paz que aplastara a Alemania. Poncairé, Foch y la derecha francesa opinaban que Alemania debía ser debilitada y mantenida en este estado prescindiendo de la opinión anglosajona; Clemenceau, jefe de la delegación francesa en la Conferencia de Paz, y la izquierda preferían mantener un entendimiento con Inglaterra y América, y estaban dispuestos a un compromiso en su política con respecto a Alemania. La Alemania de entreguerras tuvo mucho que agradecer a la voluntad de Clemenceau de llegar a un compromiso. Lloyd George, el primer ministro británico, quería convertir a Alemania en un país pacífico, llevar la prosperidad a este país y, consiguientemente, a Europa, y evitar el deslizamiento de Alemania al bolchevismo. Fue Lloyd George, y no Wilson, quien luchó más ardientemente por los intereses alemanes en Versalles. El tratado de Versalles fue la obra personal de estos tres hombres, Clemenceau, Lloyd George y Wilson. Las principales cuestiones que el tratado de Versalles intentaba resolver eran las reparaciones, las fronteras de Alemania,

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el desarme alemán y la suerte de las colonias alemanas.

1. Reparaciones. Las principales preguntas a las que se debía encontrar una respuesta eran cuánto tendría que pagar Alemania y cuánto podría pagar. Los catorce puntos de Wilson dejaban bien sentado que Bélgica y las regiones francesas que habían sido invadidas debían ser reparadas. Por medio del tratado se obligaba a Alemania a aceptar que debía pagar mucho más de lo que con toda probabilidad podía, quedando para más tarde el cálculo de la cifra exacta. Estas cláusulas del tratado motivaron una comprensible decepción en Alemania. Lloyd George ambicionaba tres objetivos: que la vida en la futura Alemania fuese soportable, que Inglaterra obtuviera la mayor parte posible de los pagos efectuados por Alemania, y que la opinión pública inglesa quedara convencida de que Alemania iba a ser tratada con la máxima dureza. El segundo y el tercer objetivos quedaban automáticamente garantizados gracias a la cuenta que se iba a presentar a Alemania de las pensiones a pagar por los aliados a las viudas, a los soldados mutilados y a las personas dependientes de los que lucharon durante la guerra. Clemenceau deseaba obtener para Francia el máximo de estos pagos. Wilson y sus consejeros deseaban calcular lo que se podía esperar razonablemente de Alemania, teniendo en cuenta que Inglaterra y Francia habían sufrido los efectos de la guerra con mayor intensidad que su propio país. Así, se determinó una comisión compuesta de delegados de las grandes potencias para determinar el importe de los daños.

2. Las fronteras. Hubo una cuestión que fue decidida sin ninguna dificultad: Alsacia y Lorena deberían ser devueltas a Francia. Francia fue aún mucho más lejos y propuso una ocupación militar, francesa o aliada, de duración indefinida, de la orilla izquierda del Rin y de sus principales cabezas de puente: el argumento esgrimido era la convicción de que no se podía confiar ni siquiera en una Alemania republicana; era necesario el empleo de la fuerza para poner coto a estas tendencias agresivas. Esta propuesta desagradó a Lloyd George, que estaba a favor de una Alemania próspera: “no podemos desmantelarla y simultáneamente esperar que pague”. Sin embargo, su intención era firmar pronto la paz para devolver la estabilidad a Europa, y para ello era necesario hacer condiciones al lado francés. Finalmente, prevaleció la teoría de Clemenceau de que la ocupación podría darse por finalizada antes de los quince años si Alemania cumplía las obligaciones estipuladas en el tratado. Asimismo, se introdujeron algunos cambios en la frontera germano-belga, aumentando la extensión de Bélgica; también se ampliaron las fronteras de Dinamarca y las de Polonia, con lo que más de un millón de alemanes quedaron bajo el control polaco. Igualmente, varios millones de alemanes quedaron dentro del nuevo Estado Checoslovaco, y un número aún mayor dentro de la nueva Austria. Con toda probabilidad, la mayoría de los austríacos alemanes deseaban formar parte del Reich alemán; pero el tratado dejó bien sentado que no podrían hacerlo sin el permiso francés, y Francia no estaba dispuesta a favorecer de ninguna manera el engrandecimiento alemán.

3. El desarme alemán. El desarme y la prohibición del rearme alemanes suscitaron escasas diferencias de opinión entre los participantes en la conferencia de paz. El ejército alemán quedó limitado por el tratado a 100.000 hombres que servirían no menos de doce años, y se restringieron cuidadosamente las armas permitidas. Se prohibió a Alemania contar con una fuerza aérea.

4. Las colonias alemanas. El tratado de Versalles reza: “Alemania renuncia a todos sus derechos y títulos sobre sus posesiones ultramarinas en favor de las potencias aliadas principales y asociadas”. Las dificultades surgieron al afrontar el problema de la redistribución de los territorios alemanes, de sus derechos en China y del modo en que se administrarían en el futuro estas colonias. La solución era preparar los territorios pertinentes para su autogobierno en un futuro más o menos remoto, bajo la supervisión internacional de la Sociedad de Naciones. Estas disposiciones fueron acogidas en Alemania como un caso de trato desigual.

En general, el tratado dejó una Alemania potencialmente fuerte y llena de resentimiento. En Francia se extendió el sentimiento de que de alguna manera se les había escamoteado la seguridad que la victoria debiera haberles proporcionado, mientras que Inglaterra

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experimentaba cierta culpabilidad por el hecho de que Alemania había sido tratada injustamente. La primera parte del tratado con Alemania, era “El pacto de la Sociedad de Naciones”, configurada como una organización mundial que “promovería la cooperación internacional” y “conseguiría la paz internacional”. La humanidad liberal y progresista fundaba sus esperanzas en este documento. El órgano directivo de la Sociedad era el Consejo, compuesto de representantes de las grandes potencias, los principales países aliados y asociados, junto con representantes de otras cuatro potencias. Los miembros se comprometían a respetar y defender la integridad territorial y la independencia política de todos ellos, y en caso de agresión el Consejo les asesoraría sobre la manera de desarrollar estas garantías. Sin embargo, para el uso de la fuerza armada, la Sociedad sólo podía contar con las grandes potencias amigas. Consecuentemente, la Sociedad tuvo un escaso impacto real, sobre todo debido a la abstención de los Estados Unidos.

El hecho más importante del acuerdo austrohúngaro era que Austria-Hungría dejaba de existir. Ya antes de la Conferencia de Paz, la monarquía de los Habsburgo se había disgregado, surgiendo nuevas entidades como Austria, Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia. Estos Estados hacían reclamaciones, con frecuencia incompatibles entre sí, sobre determinadas partes de los territorios de la caduca monarquía; al mismo tiempo, Polonia, Italia y Rumanía hacían valer sus propias peticiones. La monarquía de los Habsburgo había parecido útil a cada una de las nacionalidades existentes dentro de sus fronteras como medio de refrenar a las restantes; ahora el mediador entre las naciones no sería el rey y emperador, sino la Conferencia de Paz. Las decisiones tomadas en la Conferencia estaban dirigidas a respaldar las aspiraciones nacionales Checoslovacas y Yugoslavas. Las poblaciones de lengua alemana, de la parte austríaca fueron anexionadas a Italia y a Checoslovaquia; la nueva frontera con Yugoslavia también se vio favorecida al ser trazada de acuerdo con límites étnicos. A esta reducida Austria le fue impuesta la independencia e, incapaz de sobrevivir económicamente por sí misma, fue condenada desde entonces a una dura lucha contra el hambre y el desempleo.

Hungría también quedó reducida tras satisfacer las demandas de Checoslovaquia, Rumanía y Yugoslavia. Checoslovaquia obtuvo Rutenia, y escamoteó a Hungría casi un millón de magiares, un cuarto de millón de alemanes, y algo menos de dos millones de eslovacos. Transilvania fue cedida de Rumanía; grandes zonas de Croacia y Eslovenia que pertenecían a Hungría fueron cedidas a Yugoslavia. Por otro lado, Polonia se constituyó como un Estado independientes. El tratado húngaro, lo mismo que el alemán, creó resentimiento en el país vencido.

El tratado de Neuilly con Bulgaria era menos drástico que los demás tratados europeos; cedía a Yugoslavia dos pequeñas zonas del este de Bulgaria por razones estratégicas, y transfería la Tracia occidental de Bulgaria a Grecia, separando así Bulgaria del mar Egeo. En cuanto a Turquía, ésta fue negociada, no impuesta, ya que los aliados no eran lo suficientemente fuertes como para imponer la paz por la fuerza: la separación de todas las zonas asiáticas del Imperio otomano, excepto Anatolia, fue impuesta sin dificultad. El acuerdo sobre el Oriente Medio de los años de la posguerra elevó a la cumbre el poder de Francia e Inglaterra en dicha zona.

13.3. La consolidación de la paz. El problema ruso

Tras la Revolución rusa de 1917, el bolchevismo sobrevivió, contrariamente a las esperanzas y a las intenciones de los aliados. La voluntad de Inglaterra y Francia no era lo bastante fuerte para imponerse a Rusia, aun estando envuelta en una guerra civil. Los soldados de la primera guerra lucharían solamente por una causa en la cual creyeran; los bolcheviques

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aducían, con cierta razón, estar del lado de las masas trabajadoras, de los obreros y campesinos, mientras era absolutamente evidente que sus oponentes en Rusia representaban a los terratenientes y los capitalistas. Es más, los Estados aliados temían un contagio del bolchevismo, de manera que las fuerzas aliadas en Rusia, que habían llegado durante la guerra con Alemania, permanecieron allí aisladas manteniendo posiciones defensivas sin contribuir en absoluto al resultado de la guerra civil rusa. La intervención aliada contra los soviets se limitó al ofrecimiento de dinero, armas y suministros para ayudar a las fuerzas antibolcheviques. Sólo gracias a esta intervención, Polonia logró escapar a duras penas de la aniquilación a manos del Ejército Rojo en 1920.

Los polacos se habían ofrecido en septiembre de 1919 a enviar medio millón de hombres contra Moscú a cambio de la financiación aliada. Clemenceau y Lloyd George renunciaron rápidamente a este plan, ya que proyectaban un empleo muy diferente del ejército polaco: la expulsión de las fuerzas alemanas de las antiguas provincias bálticas rusas, que habían atraído a numerosos elementos de la extrema derecha con el propósito de colonizar la zona báltica, restaurar la monarquía rusa y aplastar la república alemana, aniquilando así la obra de Versalles. El objetivo de Pilsudski, jefe del Estado polaco, era crear una gran Polonia separando Ucrania, la Rusia Blanca y Lituania de Rusia, y uniendo estos territorios a Polonia mediante una federación, dejándoles al mismo tiempo la independencia necesaria para conseguir el apoyo de movimientos nacionalistas. Así, Pilsudski aceleró sus propios preparativos y dirigió una ofensiva polaca a finales de abril de 1920. Kiev fue tomado, pero enseguida fueron expulsados por el Ejército Rojo, que continuó su marcha hacia Varsovia. A las puertas de Varsovia, la derrota polaca parecía inminente, hasta que el ejército de Pilsudski contraatacó y el ejército soviético fue derrotado. Esta derrota fue debida, principalmente, a la debilidad rusa en cuanto a equipo y vías de comunicación; sin embargo, esta derrota consolidó el régimen bolchevique, porque el conflicto con los polacos hizo surgir en su apoyo un sentimiento de fervor patriótico.

Las energías del régimen soviético se vieron absorbidas durante el resto de la década y gran parte de la siguiente en el empeño de conseguir un rápido crecimiento económico. Por ello, la política exterior rusa tras la guerra polaca tuvo un carácter defensivo, tendente a mantenerse alejada del resto del mundo, más que a cambiarlo. La Unión Soviética se convirtió en la gran ausente de la política europea y mundial. Cada vez se hizo más difícil emprender una política común hacia Rusia. Sin embargo, el gobierno británico tenía interés en restablecer el comercio mundial poniendo punto final a los conflictos políticos, al mismo tiempo que los franceses parecían estar convencidos de la posibilidad de derrocar el bolchevismo en Rusia. Así Lloyd George pensaba que Polonia debía hacer la paz con Rusia en las mejores condiciones posibles, mientras que Francia pensaba que Polonia debía ser empujada a luchar contra Rusia, razón por la cual suministró equipo al gobierno polaco. Durante estos años, la ayuda más sorprendente recibida por el gobierno soviético vino de Alemania. La derrota rusa cerca de Varsovia supuso un duro golpe a la reciente alianza germanosoviética. Aun así, el asesoramiento militar y técnico de los alemanes hizo posible que el Ejército Rojo se modernizase con mayor rapidez que si lo hubiera hecho por sí mismo; los militares alemanes ayudaron a formarse militarmente a los que serían en el futuro sus más formidables enemigos.

13.4. La Sociedad de Naciones

Durante la I Guerra Mundial diversos medios intelectuales y pacifistas defendieron la idea de constituir, a la finalización de la guerra, una asociación de Estados como medio para resolver pacíficamente los conflictos internacionales y prevenir una nueva guerra. Este esfuerzo ganó cierto carácter oficial, en particular en los gobiernos británico y norteamericano, deseosos de trasladar a la organización de la paz todo lo que el esfuerzo de la guerra había enseñado en

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materia de cooperación internacional. Así, cuando el Presidente Wilson presentó al Congreso sus famosos Catorce Puntos, el catorce decía lo siguiente: “Debe formarse una asociación general de naciones, bajo convenios especiales, con el fin de ofrecer garantías recíprocas de independencia política e integridad territorial tanto a los Estados grandes como a los pequeños”. Entre noviembre de 1918, fecha de la firma del armisticio, y enero de 1919, fecha de la apertura de la Conferencia de Paz en París, se publicó una importante contribución a los trabajos encaminados a definir la estructura, funcionamiento y finalidades de la proyectada asociación general de naciones. Su autor, el general Smuts, era un antiguo ministro del Gabinete de Guerra británico, que precisó con claridad las tras funciones esenciales que debía llevar a cabo la nueva institución: la salvaguardia de la paz, la regulación y organización de la creciente red de relaciones internacionales, y ser el gran centro internacional de vida civilizada capaz de garantizar la prevención de la guerra.

Pocos días después de inaugurada la Conferencia de Paz, el Consejo Supremo, formado por los representantes de los Estados Unidos de América, Gran Bretaña, Francia e Italia, adoptó una resolución con varias propuestas para la creación de una Sociedad de Naciones, cuyos fines eran los tres puntos antes expuestos. Se trataba de la creación de un marco institucional para la cooperación internacional y un sistema de seguridad colectiva, capaz de impedir la repetición de una catástrofe como había sido la I Guerra Mundial. Medio año después de la firma del Tratado de Versalles, el Pacto de la Sociedad de Naciones entró en vigor el 10 de enero de 1920. Como el Senado de los Estados Unidos de América no ratificó el Tratado de Versalles, la Sociedad de Naciones nació, paradójicamente, sin la participación del Estado que a través de su Presidente había sido su principal impulsor. Tras la I Guerra Mundial, por tanto, se constituyó la primera Organización Internacional política, cuyo principal objetivo fue garantizar el statu quo surgido de los Tratados de Paz, llamados a establecer un orden internacional estable y equilibrado.

La estructura orgánica de la Sociedad de Naciones, cuya sede quedó establecida en Ginebra, estaba dotada de: a) un Secretariado, inspirado en el de las Uniones Administrativas, pero dotado de un estatuto internacional; el primer Secretario General de la Sociedad de Naciones, Sir Eric Drummond, constituyó una administración auténticamente internacional; b) un órgano plenario, la Asamblea, que se reuniría en épocas fijas y en cualquier otro momento que fuere preciso, cuyas resoluciones se adoptarían por unanimidad, y en el que se expresaba y recogía la aspiración a la igualdad de todos los Estados (grandes, medianos y pequeños); c) un órgano de composición restringida, el Consejo, integrado por miembros permanentes, representantes de las principales Potencias Aliadas y Asociadas, y miembros temporales elegidos por la Asamblea; el Consejo se reuniría cuando las circunstancias lo exigieren y por lo menos una ver al año, y sus decisiones se adoptarían por unanimidad.

El Pacto de la Sociedad de Naciones distinguía entre miembros originarios y miembros admitidos: los primeros figuraban expresamente en el Anejo al Pacto; los segundos podían ser todo Estado, Dominio o Colonia que se gobernase libremente, diese garantías de su intención sincera de observar sus compromisos internacionales y aceptase la reglamentación establecida por la Sociedad de Naciones en lo concerniente a armamentos y fuerzas militares, y si dos terceras partes de la Asamblea se declaraban a favor de su admisión como Estado Miembro. Así, la Sociedad fue concebida como una asociación de y entre Estados. La condición de miembro se perdía por retirada; por disentir de alguna enmienda que modificara el Pacto; por expulsión; finalmente, por pérdida de la condición de comunidad política independiente.

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La Sociedad de Naciones recogía la idea de que un mecanismo internacional institucionalizado podía y debía llevar a cabo un importante papel en la tarea de perfeccionar los procedimientos de la diplomacia tradicional, de modo que la mediación de terceros quedara institucionalizada, por vez primera en la historia, al estar confiada a dos órganos internacionales: la Asamblea y, sobre todo, el Consejo de la Sociedad de Naciones. El Pacto de la Sociedad de Naciones, efectivamente, institucionalizó un sistema de arreglo pacífico de controversias, basado en el principio de que los Estados Miembros convenían en que si surgía entre ellos algún desacuerdo capaz de ocasionar una ruptura, lo someterían al examen del Consejo y de la Asamblea, al arbitraje o al arreglo judicial. Una controversia, por tanto, debía ser sometida al examen de órganos políticos (Consejo o Asamblea), o a la decisión de un Tribunal arbitral o de la Corte Permanente de Justicia Internacional. Esta última, que no fue concebida como órgano de la Sociedad de Naciones aunque su constitución venía prevista en el Pacto, supuso una indudable innovación y un claro testimonio del proceso de institucionalización de los procedimientos jurisdiccionales de arreglo pacífico de controversias.

En las controversias que voluntariamente le fueran sometidas por los Estados, la Corte Permanente de Justicia Internacional debería aplicar las convenciones internacionales, la costumbre internacional y los principios generales de Derecho internacional reconocidos por las naciones civilizadas. Sin embargo, según este mismo Derecho, ningún Estado podía ser obligado a someter sus controversias con otros Estados a la mediación, al arbitraje o a cualquier otro medio de solución pacífica sin su consentimiento. Por esta razón, los Estados Miembros de la Sociedad de Naciones asumieron una obligación de comportamiento en materia de solución pacífica de conflictos: llevar la controversia al Consejo o a la Asamblea, o someterla de común acuerdo al arbitraje o al arreglo judicial. No obstante, puesto que ni el arbitraje ni el arreglo judicial fueron contemplados como los únicos procedimientos de arreglo pacífico, pudieron recurrir al Consejo y a la Asamblea, el papel de la Corte Permanente de Justicia Internacional quedó reducido. Además, este órgano no era un verdadero poder judicial internacional: su jurisdicción contenciosa era voluntaria.

Las lagunas del Pacto de la Sociedad de Naciones en materia de arreglo pacífico de controversias explican las tentativas que pronto se intentaron con el fin de rellenar tales lagunas. Uno de estos intentos fue el Protocolo de Ginebra, que pretendió consagrar la obligación de arreglo pacífico de las controversias: los conflictos que no se sometieran a la Corte Permanente de Justicia Internacional o al arbitraje, se someterían al Consejo de la Sociedad de Naciones, cuyas resoluciones, adoptadas por unanimidad, serían obligatorias para las partes; si el Consejo no llegase a una resolución unánime, nombraría árbitros, a los que las partes estarían obligadas a someter la diferencia, así como a aceptar y cumplir la sentencia o laudo arbitral. Sin embargo, aunque firmando por catorce Estados, el Protocolo jamás llegó a entrar en vigor, ya que chocaba con las exigencias del realismo político.

Una vía más realista fue la seguida por el Acta General para el arreglo pacífico de las diferencias internacionales, Acta General de Arbitraje, adoptada por la Asamblea en septiembre de 1928 y entrada en vigor en agosto de 1929. Su finalidad era extender a los Estados la obligación de recurrir a procedimientos de solución pacífica de las diferencias internacionales. Para ello ofrecía a los Estados la posibilidad de solucionar los conflictos que no hubieran podido ser resueltos por la vía de la negociación a través de tres procedimientos distintos de arreglo pacífico: la conciliación, el arreglo judicial y el arbitraje. La conciliación es un procedimiento de arreglo pacífico caracterizado por la intervención de un tercero imparcial -la Comisión de conciliación- al que se somete el examen de todos los elementos de la controversia, para que proponga a las partes una solución. La propuesta no vincula a las partes, y éstas conserva, por tanto, su libertad de acción y de decisión. Pero el Acta General permitía a los Estados la aceptación de sólo partes de la misma, así como la formulación de reservas, con lo que el consentimiento y la voluntad de los Estados resultaban claves, y el alcance del sistema quedaba muy limitado, teniendo un escaso resultado práctico.