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Congrés Català de Filosofia ¿CABE LA RECIPROCIDAD EN NUESTRO CEREBRO DE MONO? Patrici Calvo Departamento de Filosofía y Sociología Universitat Jaume I [email protected] Resumen: Recientes estudios sobre las bases cerebrales del comportamiento humano están evidenciando que los seres humanos se encuentran predispuestos a cooperar con sus semejantes en distintos contexto de actividad, incluso en un ámbito tan competitivo como el económico, y que, además, es un comportamiento que la gran mayoría de los agentes implicados considera como exigible y deseable para sí mismo y para los demás. Tras esta desviación del modelo preponderante subyace la capacidad humana de reciprocar, la cual le permite establecer relaciones interpersonales capaces de satisfacer objetivos comunes y altamente beneficiosos para todas las partes implicadas. El objetivo de esta comunicación será dar cuenta del lugar que ocupa la reciprocidad en nuestro cerebro humano; las características que lo configuran —especialmente el fundamento moral que lo permite y le da sentido— y su posibilidad y potencialidad en el terreno práctico. 1. Introducción En The Fable of the Bees or, Private Vices, Publick Benefits, Bernand Mandeville retrata al ser humano como un animal insaciable y maniatado por sus pasiones que hace servir la razón como instrumento para satisfacer su natural propensión egoísmo 1

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Congrés Català de Filosofia

¿CABE LA RECIPROCIDAD EN NUESTRO CEREBRO DE MONO?

Patrici CalvoDepartamento de Filosofía y Sociología

Universitat Jaume [email protected]

Resumen: Recientes estudios sobre las bases cerebrales del comportamiento humano están evidenciando que los seres humanos se encuentran predispuestos a cooperar con sus semejantes en distintos contexto de actividad, incluso en un ámbito tan competitivo como el económico, y que, además, es un comportamiento que la gran mayoría de los agentes implicados considera como exigible y deseable para sí mismo y para los demás. Tras esta desviación del modelo preponderante subyace la capacidad humana de reciprocar, la cual le permite establecer relaciones interpersonales capaces de satisfacer objetivos comunes y altamente beneficiosos para todas las partes implicadas. El objetivo de esta comunicación será dar cuenta del lugar que ocupa la reciprocidad en nuestro cerebro humano; las características que lo configuran —especialmente el fundamento moral que lo permite y le da sentido— y su posibilidad y potencialidad en el terreno práctico.

1. Introducción

En The Fable of the Bees or, Private Vices, Publick Benefits, Bernand Mandeville

retrata al ser humano como un animal insaciable y maniatado por sus pasiones que hace

servir la razón como instrumento para satisfacer su natural propensión egoísmo (1714).

De ahí que, a diferencia de otros pensadores de su tiempo que veían en el contrato social

el elemento clave para el desarrollo y subsistencia de las sociedades, para Mandeville lo

importante era concretar en la práctica una economía asentada sobre la libertad

individual y la competitividad, ya que sólo éste permite satisfacer plenamente los

intereses y deseos de cada uno de los individuos que la componen.

La impronta dejada por The Fable of the Bees or, Private Vices, Publick Benefits

sembró las mimbres de una corriente de pensamiento económico forjada sobre los

fundamentos de una racionalidad de carácter completa y perfecta y de una metodología

individualista. En tanto que animales egoístas cuyo principal objetivo en la vida es

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lograr el máximo bienestar personal, los seres humanos son por naturaleza

autointeresados, por lo que todo esfuerzo por lograr la cooperación entre agentes en

cualquier contexto de actividad humana —especialmente en el ámbito económico— es

baladí sin una coerción externa que obligue a cumplir con lo pactado. Por ello, el

método propicio para el estudio del hecho económico es aquel que se ciñe al análisis del

comportamiento individual, dejando al margen los grupos, colectivos o sociedades, así

como la posibilidad de establecer relaciones interpersonales basadas en la confianza y el

respeto mutuo de los acuerdos establecidos

Esta corriente de pensamiento influyó notablemente en la irrupción del pensamiento

marginalista a partir de 1871. Propuesta por Hermann H. Gosen y desarrollada por

Williams Jevons, Carl Menger, Léon Walras y Alfred Marshall principalmente, la

propuesta destaca por introducir en la teoría tanto el cálculo matemático y el

individualismo como fuente y método de estudio del comportamiento económico como

dos aspectos dominantes: un principio de maximización que convirtió el egoísmo en el

fundamento de toda conducta racional del agente económico y un concepto de

sustitución al margen que consagró la búsqueda de la eficiencia en el centro de las

preocupaciones de la ciencia económica (Caballero y Garza, 2010: 61-91). Con ello,

muchas de las cuestiones que tradicionalmente habían formado parte del estudio del

hecho económico, como los principios y valores éticos, las instituciones, o los

sentimientos y las emociones, fueron poco a poco cayendo en el olvido por su

intangibilidad, convirtiéndose de esta forma en expresión de la irracionalidad e

inconsistencia del comportamiento humano. El problema ahora era dedicar esfuerzos

para hallar soluciones plausibles al uso eficiente de los recursos escasos, por lo que todo

lo demás quedaba al margen de la reflexión puramente económica, dando paso al

llamado neoclasicismo económico.

Desde ese momento, y a pesar de que la ética ha tenido un peso específico en toda

teoría económica —desde Aristóteles a Adam—, el proceso de racionalización

promovido por la modernidad apostó claramente por un modelo económico

desvinculado del ámbito moral y forjado desde el positivismo y la tecnocracia

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principalmente (Conill, 2006b: 114). Es decir, se centró en el funcionamiento eficiente y

la objetividad, manteniéndose al margen de valores, normas y sentimientos morales y

erigiéndose sobre un enfoque egoísta y completo de racionalidad que, como argumenta

el premio nobel de economía de 1998 Amartya Sen, supone un rotundo «rechazo de la

visión de la motivación relacionada con la ética» (1989: 33).

La impronta dejada por el discurso marginalista no quedó reducida al ámbito

puramente económico. Con el paso del tiempo, su visión del ser humano —en tanto que

homo oeconomicus—, fue calando todo ámbito de actividad humana, como la política,

la educación, el derecho o la familia, transformando incluso “nuestro modo de pensar,

de analizar las cosas y de actuar en lo privado y en lo público” (Conill, 2006b: 120).

Sin embargo, actualmente existen voces discordantes respecto a la verdad de tales

fundamentos. Este proceso crítico se ha venido constituyendo desde que en Theory of

Game and Economic Behavior (1944) los matemáticos John Von Neumann y Oskar

Morgenstern propusieron los juegos de estrategia —el dilema del prisionero, el juego

del ultimátum, el juego del dictador, etcétera— como fuente y método de estudio del

comportamiento racional del agente económico. Pero lejos de lo esperado en primera

instancia, que se trataba de una herramienta plausible para la observación,

matematización, contrastación y predicción de la conducta humana en un contexto

competitivo como el económico, la proliferación de contradicciones cuya demostración

no resultaba posible sin la negación de la propia teoría, abrió una brecha insalvable en

su pretensión de completitud.

Este hecho también ha sido corroborado por algunas de las ciencias emergentes,

como la neuroeconomía. Ésta, desde una economía de carácter conductual y

experimental que aúna los juegos de estrategia con las últimas tecnologías en extracción

de imágenes de la actividad cerebral, ha conseguido demostrar empíricamente el

importante papel que desempeñan los sentimientos y emociones en todo proceso

racional de toma de decisiones, especialmente aquellos que emanan de principios y

valores morales. Desde este punto de vista se evidencia que el ser humano está

predispuesto a cooperar con sus semejantes en un contexto tan competitivo como el

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económico. No sólo porque con ello puede conseguir equilibrios óptimos capaces de

satisfacer un máximo beneficio para todos los agentes en relación, cosa que el egoísmo

no logra. También porque se trata de un comportamiento que la gran mayoría de

implicados considera tanto exigible como deseable para sí mismo y para los demás.

Para los estudios neurocientíficos, tras esta desviación del modelo preponderante

subyace la capacidad humana de reciprocar. El ser humano actual, por consiguiente, no

es tanto el reflejo de la homogeneidad comportamental y motivacional que

supuestamente regía el comportamiento de los primitivos cazadores-recolectores, sino el

resultado de un proceso genético-cultural cuya evolución ha desembocado en un ser

heterogéneamente emotivo, sentiente y comportamental capaz de concretar objetivos

comunes con sus semejantes, coordinar las acciones y comprometerse en su

satisfacción.

Los datos que está aportando la neuroeconomía y otras disciplinas de las

neurociencias abren, pues, una brecha insalvable para las teorías sustentadas sobre la

racionalidad perfecta y completa que supuestamente guía al agente en los procesos

relacionales y de toma de decisiones dentro de los distintos contextos de actividad

humana. Este hecho es especialmente significativo, puesto que promueve desde el

propio ámbito económico una economía cordial — relacional, emotiva y reflexiva—; es

decir, una economía que no da la espalda a los mínimos de justicia que marcan el límite

irrebasable de una sociedad con un nivel post-convencional de desarrollo moral, a

aquellas emociones y sentimientos prosociales que subyacen a una acción interpersonal

dirigida a satisfacer objetivos comunes y altamente beneficiosos para todos agentes en

relación, ni a la crítica de lo vigente.

El objetivo de esta comunicación será dar cuenta del lugar que ocupa la reciprocidad

en nuestro cerebro humano; las características que lo configuran y le dan sentido —

especialmente su fundamento moral— y su generación y potencialidad en el terreno

práctico. Para ello, en primer lugar se mostrarán las principales aportaciones de las

neurociencias —especialmente la neuroeconomía y la neuroética— al estudio de la

reciprocidad en humanos; en segundo lugar se incidirá en los aspectos morales de tales

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aportaciones, aunque proponiendo orientaciones para su desarrollo desde un punto de

vista ético-crítico; finalmente, en tercer lugar se reflexionará sobre la emergencia y

desarrollo de la reciprocidad en el terreno practico, especialmente en cuanto a su valor

para las instituciones y organizaciones económicas y políticas.

1. Neuro-reciprocidad: bases neuronales de la cooperación humana

La teoría de juegos neuronales nace en 2001, cuando el premio nobel de economía de

2002 Vernon Smith junto con Kevin McCabe, Daniel Houser, Theodore Trouard y Lee

Ryan comienzan a aplicar los juegos de estrategia como método de estudio de las bases

cerebrales del comportamiento del agente económico. La diferencia entre ésta y otras

posturas de la teoría de juegos, como la tradicional y la evolutiva, radica en su intento

por predecir el comportamiento del agente económico a través de la observación de su

actividad cerebral, no de su comportamiento, aunando de este modo los juegos de

estrategia y las técnicas de extracción de imágenes.

La neuroeconomía —dentro de la cual se inserta la teoría de los juegos neuronales—

había comenzado su andadura unos años antes. Concretamente en 1996, tras la

publicación de «On the Neural Computation of Utility» de Peter Shizgal y Kent

Conover. Sin embargo, los primeros experimentos se centraron principalmente en el

estudio del comportamiento animal y no utilizaron los juegos de estrategia como

método para el estudio de la actividad cerebral. Con la publicación de «A Functional

Imaging Study of Cooperation in Two–Person Reciprocal Exchange» (McCabe et al.,

2001) se dio un salto cualitativo tanto para esta emergente disciplina como para la

propia teoría de juegos. Por un lado, porque la teoría de juegos aportaba experiencia y

solidez, y por tanto mayor confianza en sus resultados, a los novedosos estudios

neuroeconómicos. Principalmente, porque la base teórica de los juegos había sido

madurada durante más de cincuenta años, algo que no estaba al alcance de otras

disciplinas de las neurociencias que se vieron abocadas a tener que crear métodos

nuevos o adoptarlos de otros ámbitos de estudio. Y por otro lado, porque las técnicas de

extracción de imágenes cerebrales utilizadas por la neuroeconomía suponían un

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complemento excelente para poder consolidar la teoría. Ya no era necesario apoyarse en

la explicación ofrecida a posteriori por el sujeto de estudio sobre una respuesta dada,

ahora era su cerebro quien hablaba al mismo tiempo que se generaba la respuesta.

Desde sus inicios, la complementación entre teoría de juegos y técnicas de extracción

de imágenes proporcionó importantes avances en el campo de estudio de la racionalidad

económica. Entre otras cuestiones, la constatación de a) la implicación de los

sentimientos y las emociones en los distintos procesos racionales de toma de

decisiones; b) la posibilidad de establecer equilibrios óptimos altamente beneficiosos

para las partes en relación gracias a recursos intangibles como la confianza, la

reciprocidad y la reputación; y c) la implementación de la reciprocidad como condición

de posibilidad del establecimiento de relaciones interpersonales colaborativas.

a) El papel de los sentimientos y las emociones en los procesos racionales de toma

de decisiones: El tema de la heterogeneidad motivacional del agente y su papel

en los procesos racionales de toma de decisiones ha sido muy recurrente en un

buena parte de las disciplinas neurocientíficas. Ya en 1992 Antonio Damasio

proponía una estructura emotiva y reflexiva de la razón, indisociable en todo

proceso racional de toma de decisiones. Para Damasio, las emociones tienen una

base cognitiva y experiencial que se proyecta sobre la decisión a través de

sentimientos positivos o negativos vinculantes, generando sensación de rechazo

o proximidad ante las respuestas de uno mismo o de los demás (1992, 2003).

En esta misma línea de pensamiento, otros como Ernst Fehr y Bettina

Rockenbach (2003) han encentrado sus estudios en la implicación de los

sentimientos negativos en el rechazo de ofertas positivas a través de juegos de

estrategia, especialmente aquellas que siendo sustancialmente favorables para un

jugador, son rehusadas como castigo por lo que consideran un comportamiento

inapropiado. Por ello, sugieren que tras una racionalidad homogénea con

pretensiones de completitud como la adoptada por la teoría tradicional subyacen

graves deficiencias que la hacen inconsistente. Principalmente, porque pasa por

alto la capacidad de los jugadores de elaborar juicios morales; es decir, los

efectos negativos derivados de la aplicación de sanciones sobre aquellas

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acciones que éstos consideran injustas, puesto que el castigo tiene un alto coste

para el sancionado, pero también para aquel que inflige la sanción. Por tanto, de

la aplicación del castigo subyacen motivos para la acción derivados del

compromiso del jugador con aquellos valores, principios o normas de carácter

prosocial.

En este sentido, imágenes cerebrales captadas en participantes del juego del

ultimátum, por ejemplo, revelan que cuando el receptor de la oferta percibe una

respuesta como injusta, se activan distintas áreas de su cerebro: la ínsula anterior

—área relacionada con los sentimientos—, la corteza prefrontal dorsolateral —

área involucrada en la cognición— y la corteza cingalada anterior —área

implicada en el placer o la recompensa—. Dependiendo del grado de activación

de cada una de una de estas partes, el jugador toma una decisión u otra. Por

tanto, la decisión no está motivada sólo por el autointerés del jugador sino por

un conjunto de factores que determinan la respuesta final del jugador. Entre

ellos, la posibilidad de maximizar el beneficio, pero también el análisis de las

consecuencias derivadas, los sentimientos y las emociones prosociales que

llevan a los jugadores a preocuparse por el bienestar de los demás, o los valores,

normas, y principios morales por los cuales son capaces de comprometerse

independientemente de si ofrecen o no un resultado óptimo para el jugador.

a) La posibilidad de la cooperación: El tema de la cooperación también ha sido

extensamente tratado desde las neurociencias. El estudio pionero en el uso de

los juegos de estrategia en la neuroeconomía (McCabe et al., 2001), por

ejemplo, señala que la activación neuronal de los participantes en juegos de

estrategia muestran un córtex prefrontal mucho más activo en aquellos

jugadores que mantienen estrategias cooperativas que en los que optan por no

hacerlo. Este hecho sugiere que la cooperación no autointeresada goza de

buena salud dentro en el ámbito económico, puesto que las bases del egoísmo

a) se encuentran muy alejadas del córtex prefrontal y b) carecen de actividad

reseñable cuando esta cooperación se pone en funcionamiento.

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Otros estudios neuroeconómicos relevantes en el campo de la relacionalidad en

un contexto de actividad humana como el económico, han destacado el valor de

ciertos recursos intangibles en su emergencia y potenciación: confianza,

reciprocidad y reputación. Entre ellos cabe destacar «Oxytocin increases trust

in human» (Michael Kosfeld et al.). Éste, mediante la implementación de un

juego de confianza, demuestra empíricamente que a) es posible alterar el

comportamiento del agente económico a través de manipulación

neurofarmacológica, b) existe una relación directa entre los niveles de

oxitocina en el cerebro y la emergencia y potenciación de la confianza

implicada en los procesos cooperativos no autointeresados; y c) este tipo de

confianza permite que los agentes asuman mayores riesgos cuando buscan

maximizar el beneficio, pero sólo si estos se hallan vinculados con relaciones

interpersonales. Entre otras cosas, el estudio sugiere que la teoría económica

preponderante comete un grave error al analizar toda conducta cooperativa

desde un único punto de vista, puesto que las bases neurobiológicas de los

distintos tipos de relaciones observables en los juegos de estrategia responden a

áreas del cerebro diferentes y poco relacionados, por lo que interpretar la

acción colectiva partiendo de la posición autointeresada del jugador supone un

sesgo que impide interpretar correctamente la realidad subyacente.

También es significativo en este sentido «What motivates repayment? Neural

correlates of reciprocity in the trust game» (van den Bos et al., 2009), cuyo

objetivo es desentrañar los correlatos neuronales de la reciprocidad mediante

imágenes cerebrales extraídas a través de la implementación de juegos de

confianza. El estudio muestra que, por un lado, varias regiones del cerebro

asociados con los juicios morales (aMPFC, rTPJ), la recompensa y la

excitación (VS, IC) y la inhibición de los impulsos egoístas (ACC, rDLPFC),

trabajan conjuntamente cuando los individuos reciprocan. Por otro, que los

jugadores tienen una mayor predisposición a reciprocar cuanto mayor es el

nivel de confianza que debe asumir el primer jugador para relacionarse con los

demás y cuanto mayor es el beneficio que puede lograr el fiduciario por

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confiar, lo cual indica que los reciprocadores actúan teniendo en cuenta tanto

las consecuencias para sí mismos como para los demás. Y finalmente, que los

procesos individuales de toma de decisiones se hallan modulados por los

valores sociales que atesoran los diferentes jugadores. Por todo ello, el estudio

sugiere que un recurso intangible como la reciprocidad es un elemento clave

para la interacción social y que, además, la confianza recíproca es condición de

posibilidad de su implementación y desempeño.

Finalmente, cabe destacar al respecto «Indirect reciprocity provides only a

narrow margin of efficiency for costly punishment» (Ohtsuki et al., 2009),

donde se destaca el papel de un recurso como la reputación en la puesta en

marcha de procesos cooperativos no meramente autointeresados, como puente

bidireccional entre el acto recíproco y la confianza para implementarlo.

b) La reciprocidad como condición de posibilidad de la cooperación: Los

diferentes trabajos sobre el papel de los sentimientos y las emociones en los

distintos procesos decisorios y sobre las posibilidades de establecer equilibrios

óptimos apuntan a la reciprocidad como condición de posibilidad de una

cooperación no meramente estratégica capaces de maximizar el beneficio de

todos los implicados. De ahí que buena parte de los estudios neuroeconómicos

se hayan centrado en aspectos concretos de ésta, como por ejemplo las bases

neuronales del castigo altruista estudiado por «Altruistic punishment in

humans» (Fehr y Gächter) y «The efficient interaction of indirect reciprocity and

costly punishment» (Rockenbach y Milinski), una de las más significativas

aportaciones de los teóricos de la reciprocidad fuerte, o el proceso neuronal que

subyace a la reciprocidad humana durante las interacciones sociales estudiado

por «Neural correlate of human reciprocity in social interactions» (Sakaiya et

al., 2013). Éstos y otros estudios relacionados1 muestran que tras la reciprocidad

subyacen cuestiones importantes que obligan a reflexionar sobre los márgenes

de la racionalidad económica preponderante, así como una estrecha relación

1 Para una mayor profundización de estos temas van den Bos et al., 2009; Ohtsuki et al., 2009; Strobel et al., 2011.

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entre ésta y la posibilidad de concretar equilibrios desde los que abordar

objetivos comunes altamente beneficiosos para las partes implicadas y/o

afectadas. En primer lugar, la vinculación entre una actitud no recíproca y la

emergencia de emociones negativas en aquellos agentes que cooperan. En

segundo lugar, la percepción de que el castigo impuesto a los que violan las

reglas del juego está moralmente justificado. En tercer lugar, que existe una

relación directa entre la identidad del otro y reciprocidad humana (persona vs.

máquina). En cuarto lugar, los sentimientos positivos que despiertan en los

jugadores aquellas personas que llevan a cabo acciones recíprocas (tit-for-tat vs.

azar).

A través de estas cuestiones, la teoría de juegos neuronales está ofreciendo datos que

corroboran la necesidad de reconceptualizar la racionalidad económica para orientarla

hacia un nuevo paradigma emotivo y relacional. Entre otras cuestiones importantes, que

los comportamientos de los agentes en contextos altamente competitivos se encuentran

modulados por una heterogeneidad comportamental y motivacional que abarca desde el

egoísmo más básico hasta diferentes formas de altruismo o reciprocidad, que los juicios

morales tienen un papel relevante en los procesos de toma de decisiones dentro de la

economía, y que tras los sentimientos y emociones que posibilitan coordinar las

acciones subyace una dimensión estratégica, pero también moral. Tales cuestiones

sugieren la necesidad de llevar a cabo una ampliación de los márgenes de la

racionalidad económica en sentido emotivo y moral, y por tanto relacional,

introduciendo en la base de la información variables como los sentimientos y las

emociones prosociales y los valores, normas o principios que subyacen de los juicios

morales implicados en los procesos decisorios. De esto modo, rdo ello sugiere que la

reciprocidad humana más desarrollada se adentra en las fronteras de la intersubjetividad,

donde los afectados se reconocen mutuamente como seres capacitados para emocionarse

por uno mismo y por los demás y como interlocutores válidos competentes para

discernir discursivamente aquello que es justo, y por consiguiente legítimo, y para

elaborar y orientarse por juicios morales.

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2. Reciprocidad cordial: aspectos éticos de la relacionalidad humana

Partiendo de este nuevo punto de vista, economistas, sociólogos, antropólogos,

biólogos, politólogos, neurocientíficos, psicólogos y filósofos principalmente, han

venido trabajando tanto en la conceptualización del concepto como en la observación y

el desarrollo de estrategias y propuestas aplicables en diferentes ámbitos de actividad

humana, especialmente el económico; enfoques dispares que en su inmensa mayoría han

demostrado la miopía que subyace tras un modelo de economía axiomatizado y forjado

sobre la supuesta racionalidad perfecta y completa del agente económico que deja a un

lado tanto la reflexión crítica como los sentimientos y las emociones.

Así, se han evidenciado y propuesto modelos de reciprocidad en la práctica cuya

aplicación e implementación permite a los agentes proyectos conjuntos altamente

beneficiosos para las partes implicadas, como el altruismo recíproco de Roberts Trivers,

James Friedman y Robert Axelrod, la reciprocidad indirecta de Richard Alexander y

Robert Sugden, el egoísmo recíproco de Robert H. Frank, la reciprocidad social de

Elinor Ostrom, la reciprocidad fuerte de Samuel Bowles Bowles y Herbert Gintis entre

otros, la reciprocidad incondicional de Luigino Bruni, la reciprocidad transitiva de

Stefano Zamagni.

De todos estos modelos subyace la idea de una razón ultra-social o cooperativa que

permite a las implicados y/o afectados establecer y sostener procesos relacionales

interpersonales dentro de los distintos ámbitos de actividad humana (Tomasello, 2014b,

192-193). Una razón que, como muestran los experimento de Michael Tomasello,

emerge y se desarrolla durante los primeros años de vida del ser humano,

permitiéndoles comprometerse activamente en el seguimiento y cumplimiento de las

normas aprehendidas incluso cuando no existen expectativas de una recompensa

implícita, de una reprobación por incumpliendo por parte de una figura con autoridad, o

de coste cero para las acciones de castigo hacia quienes no cumplen con las normas.

Existe, pues, un horizonte normativo tras la cooperación que va más allá del parentesco,

del nepotismo o del potencial instrumental inherente a este tipo de comportamientos que

está ligado al reconocimiento de la dignidad del otro, a la vulnerabilidad de uno mismo,

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y a la estima hacia todo aquello de lo que se tienen buenas razones para valorar. Es

decir, concurre un tipo de reciprocidad que escapa a la mera instrumentalización de los

sujetos en relación y se adentra en el terreno del reconocimiento, de la cordialidad y de

la intersubjetividad y que es la base de toda cooperación y colaboración interpersonal

que quiere estar, por decirlo en palabras de Ortega y Gasset, “«a la altura de los

tiempos», con hiperestésica conciencia de la coyuntura histórica” (2004, 117).

Sin embargo, la gran mayoría de estos enfoques propuestos adolecen de un marco de

referencia capaz de orientar tales conductas recíprocas hacia el horizonte de actuación

que les da sentido y legitimidad. Y las que lo han intentado, como la reciprocidad

transitiva propuesta por el economista Stefano Zamagni2 , no han logrado ir más allá de

una importante pero insuficiente ética de la virtud o ética del perfeccionamiento,

preocupada por dilucidar prudentemente qué virtudes son parte constitutiva de un

carácter excelente de acuerdo con los intereses de una sociedad concreta para, entre

otras, permitir a los implicados desarrollar sus planes de vida buena en relación con los

demás. Todos ellos adolecen, pues, de un punto de vista crítico-reflexivo capaz de

introducir la propuesta en el nivel de desarrollo moral post-convencional de las

sociedades global actuales, por lo que pierden el sentido que les da credibilidad social.

Una propuesta que estaría en consonancia con estas ideas, es la reciprocidad cordial

que subyace del enfoque de ethica cordis desarrollado por Cortina en sus últimos

trabajos (2007a, 2007b, 2010, 2011, 2013). Ésta, en tanto que relación interpersonal

incondicional e incondicionada donde los seres competentes para hablar y actuar

reconocen mutuamente sus capacidades emotivas, sentientes y dialógicas para llegar a

entenderse y comprometerse sobre el marco de actuación y el desempeño de objetivos

particulares, colectivos o universalizables en cualquier ámbito de actividad humana,

permitiría a mi juicio introducir el necesario punto de vista moral en los distintos

enfoques de reciprocidad observados y desarrollados desde la socio-biología, la

economía evolutiva o la economía humanista para, desde ahí, orientar los

comportamientos implícitos hacia su necesaria legitimidad moral y sentido social.

2 Para profundizar en este tipo especial de reciprocidad Calvo (2013a).

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En este sentido, un enfoque de reciprocidad de carácter compasivo constituiría el

marco irrebasable de toda propuesta de reciprocidad que humanamente se precie,

marcando los mínimos de reconocimiento y respeto entre las partes implicadas y/o

afectadas sin los cuales no es posible construir una relación interpersonal con sentido

social y moral tendente al beneficio particular, colectivo o general. Por tanto, de este

tipo de reciprocidad subyacen diferentes rasgos básicos que la convierten en orientación

de la acción de toda relación reciproca; es decir, en condición de posibilidad de su

concreción e implementación:

A) Bidireccional: Se trata de una relación interpersonal y bidireccional que se

sustenta en el respeto mutuo hacia las capacidades emotivas, sentientes y

dialógicas de uno mismo y de los otros y la participación activa de las partes.

B) Cordial: Es una reciprocidad cuyo germen se encuentra en el desarrollo de

una razón compasiva donde lo racional es aquello que combina los

argumentos emotivos, sentientes y dialógicos de los implicados en los

proceso de satisfacción de un objetivo propio o mutuo.

C) Incondicional: Es una reciprocidad sustentada sobre relaciones de libertad,

donde no existe coerción externa posible que obligue a las partes a cumplir

con los compromisos de reconocimiento alcanzados. Está basada en

expectativas mutuas de comportamiento cuyo sentido y legitimidad le otorgan

fuerza de vínculo y obligación; pero no legal, sino moral.

D) Incondicionada: Es una relación cuya concreción no se haya limitada a la

respuesta proporcional del otro. Es decir, aunque exista un otro que no

reconozca a los demás en su dignidad, los demás sí reconocen en él su valor

como persona, puesto que la relación se encuentra intrínsecamente ligada con

el reconocimiento mutuo de quien se halla ante un otro que es absoluto, un fin

en sí mismo que aporta buenas razones para desear que se preserve

dignamente.

E) Vital: Es un reciprocidad que hunde sus raíces en el mundo de la vida,

vinculando su sentido e inviolabilidad a las experiencias de reconocimiento

mutuo sobre aquellas formas de vida concretas y ethos particulares.

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F) Comunicativa: Es una reciprocidad que se alimenta y enriquece del

compromiso y la participación activa y dialógica de todos implicados y/o

afectados.

G) Inclusiva: Es un reciprocidad que dirige su atención sobre todos los seres

humanos, sin distinción, con independencia de las diferencias y

particularidades de cada uno de ellos y de cuáles sean sus máximos de

felicidad.

H) Universal: Es una reciprocidad que mantiene una perspectiva intersubjetiva y

universal; es decir, cuyas expectativas en juego no responden al interés

particular y estratégico de individuos y sociedades concretas, sino al general

y legítimo que puedan tener todos los seres que merezcan ser considerados en

su dignidad. Del mismo modo, cuyo desempeño tiene efectos positivos sobre

todas las sociedades humanas y sus ciudadanos.

A través de estos rasgos básicos, la reciprocidad cordial se postula como condición

de posibilidad de la emergencia, desarrollo y desempeño de una cooperación no

meramente estratégica capaz de obtener óptimos beneficios en contextos económicos.

El reconocimiento y el respeto activo por lo reconocido genera vínculos sólidos entre

las partes interesadas que posibilitan una relacionalidad tendente a la satisfacción de un

máximo beneficio económico, ya sea propio o mutuo.

Por consiguiente, a mi juicio la reciprocidad se constituye como condición de

posibilidad de aquellos equilibrios óptimos capaces de generar altos beneficios entre los

implicados y/o afectados; es decir, entre los stakehoders cordiales de la empresa. Ahora

bien, una cosa son las distintas relaciones de reciprocidad que son capaces de establecer

y abordar con éxito los agentes en relación según sea el caso y otra muy distinta es el

marco necesario desde el cual pueden desarrollarse estos comportamientos altamente

beneficiosos para los implicados sin perder el horizonte de actuación que les da sentido

de existir y, por consiguiente, legitimidad moral y social para actuar. Todo

comportamiento recíproco que desee estar a la altura de una sociedad cordial —madura,

emotiva, sentiente, dialógica y comprometida— debería partir de ese mínimo que

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Page 15:  · Web viewResumen: Recientes estudios sobre las bases cerebrales del comportamiento humano están evidenciando que los seres humanos se encuentran predispuestos a cooperar con sus

Congrés Català de Filosofia

constituye el reconocimiento mutuo de hallarse frente a seres capaces de dialogar,

valorar, emocionarse, actuar y comprometerse en cualquier ámbito de actividad, incluso

el económico; de relacionarse cordialmente en busca de sentido sobre las distintas

cosas, experiencias, proyectos y decisiones del mundo vital.

Así, independientemente de su interés, los distintos enfoques de reciprocidad, como

el altruismo recíproco, la reciprocidad indirecta, el egoísmo recíproco, la reciprocidad

social, la reciprocidad fuerte, la reciprocidad incondicional o la reciprocidad transitiva

entre otras, deberían partir de ese mínimo irrebasable que representa el reconocimiento

de la dignidad de los agentes en relación; es decir, desde una reciprocidad cordial que

les permita estar a la altura de una sociedad cordial que reconoce y respeta activamente

las capacidades de sus ciudadanos.

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